Sociedad Petrolera Andina
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se quejaba con frecuencia de estar sobrecargado de trabajo y parecía ir
siempre retrasado. Los contadores y los empleados de la sección de créditos
encontraban dificultad en llevar a cabo puntualmente el trabajo y por su
espontánea voluntad empezaron a acortar el tiempo reservado al almuerzo
para reemprender el trabajo antes que este período hubiese terminado. En
resumen la rapidez en la ejecución de los trabajos de oficina era muy inferior al
pasado. La actitud de los empleados era evidente y se manifestaba no sólo en
los resultados de su trabajo, sino que también se quejaban del tiempo que
perdían en trasladarse a su lugar de trabajo, del ruido y de la suciedad, de la
desventaja de tener que quedarse en los alrededores del establecimiento
durante la hora del almuerzo y de tener que comer en un local de las cercanías.
Estaban acostumbrados a comer en restaurantes mejores, donde no tenían
que mezclarse con obreros, conductores de camiones y otros trabajadores
industriales. Aunque ninguno de los empleados había dejado la compañía,
muchos habían solicitado aumento de sueldo y hablaban de buscar mejores
empleos en otros sitios.
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experiencia en la empresa en un momento en que la demanda general de
personal competente era muy superior a la oferta, situación que parecía
agudizarse cada día más. Dado que la presión aumentaba y la moral de la
organización continuaba bajando, Gómez acabó por decidir que no existía otra
alternativa sino la de elevar los sueldos y salarios del personal de oficinas.
Puesto que, según Gómez, la compañía no podía elevar los salarios del
personal de oficina sin aumentar al mismo tiempo los de los obreros de la
planta, propuso a la oficina central que el aumento beneficiara al personal de
toda la organización del departamento. Después de algunas discusiones y
retrasos, la compañía aceptó la proposición.
Después del aumento se habló mucho menos del asunto de las pagas,
pero el personal de la oficina parecía dedicar cada vez mayor parte de la
jornada a quejarse de las condiciones de trabajo y de la “Compañía”. Varias
semanas más tarde, después que la moral del personal había continuado
empeorando, Gómez pensó que había que hacer algo positivo inmediatamente.
El estado de desaliento se había contagiado a los obreros de la planta, que
hasta ahora habían sido un grupo fiel y eficiente. El gerente de la planta habló
de ello con Gómez, añadiendo que, aunque sus hombres no habían presentado
ninguna queja específica, los operarios decían que la compañía “estaba de
capa caída” y que estaba perdiendo su espíritu de agresiva competencia.
Gómez se sorprendió al conocer esta reacción de los obreros de la planta. El
mismo se inclinaba a compartir este sentimiento, aún sabiendo que las ventas y
los beneficios de la empresa durante el año anterior habían alcanzado el nivel
más alto de toda la historia de la compañía. Sus propios ingresos eran los más
elevados de toda su carrera. La actitud de la oficina central de “mirar el
céntimo” le molestaba más y más. Uno de sus mejores vendedores había
comentado: “La compañía está por los suelos; ya no vamos en vanguardia,
sino que nos retiramos”.