BAHNSEN Greg L. - Siempre Listos
BAHNSEN Greg L. - Siempre Listos
BAHNSEN Greg L. - Siempre Listos
Listos
Contenido
DEDICATORIA 4
PREFACIO DEL EDITOR 5
SECCIÓN UNO: EL SEÑORÍO DE CRISTO EN EL ÁMBITO DEL CONOCIMIENTO. 7
1: EL ROBO DE LA NEUTRALIDAD 8
2: LA INMORALIDAD DE LA NEUTRALIDAD 10
3: LA NATURALEZA DEL PENSAMIENTO INCRÉDULO 12
4: LA MENTE DEL HOMBRE NUEVO ARRAIGADA EN CRISTO 14
5: LA REVELACIÓN COMO LA BASE DEL CONOCIMIENTO 16
6: RESUMEN Y APLICACIÓN: LA AUTORIDAD AUTOEVIDENTE DE DIOS 18
SECCIÓN DOS: LAS CONDICIONES NECESARIAS PARA LA TAREA DE APOLOGÉTICA. 20
7: TRES ARGUMENTOS EN CONTRA DEL PRESUPOSICIONALISMO 21
8: VALENTÍA HUMILDE, NO ARROGANCIA OSCURANTISTA 24
9: REVELACIÓN INELUDIBLE, CONOCIMIENTO INELUDIBLE 27
10: EL TERRENO COMÚN QUE NO ES NEUTRAL 30
11: DÓNDE SE ENCUENTRA Y DÓNDE NO SE ENCUENTRA EL PUNTO DE CONTACTO 32
12: RESUMEN GENERAL: CAPÍTULOS 1-11 35
SECCIÓN TRES: CÓMO DEFENDER LA FE. 38
13: LA LOCURA DE LA INCREDULIDAD 39
14: UN PROCEDIMIENTO APOLOGÉTICO DUAL 41
15: RESPONDIENDO AL NECIO 43
16: LAS COSMOVISIONES EN COLISIÓN 45
17: EL PUNTO DE PARTIDA DEFINITIVO: LA PALABRA DE DIOS 48
18: RESUMEN SOBRE EL MÉTODO APOLOGÉTICO: CAPÍTULOS 13-17 52
SECCIÓN CUATRO: LAS CONDICIONES NECESARIAS PARA EL ÉXITO APOLOGÉTICO. 55
19: DIOS DEBE SOBERANAMENTE OTORGAR ENTENDIMIENTO 56
20: UNO DEBE CREER PARA ENTENDER 58
21: ESTRATEGIA GUIADA POR LA NATURALEZA DE LA CREENCIA 60
22: NO SEAS ENGAÑADO COMO LO FUE EVA 62
23: NO MENTIR PARA DEFENDER LA VERDAD 64
24: ENCONTRAR EFECTIVAMENTE LAS VARIEDADES DE OPOSICIÓN: RESUMEN GENERAL (CAPÍTULOS 1-23) Y APLICACIÓN 67
SECCIÓN CINCO: RESPUESTAS A DESAFÍOS DE LA APOLOGÉTICA 70
25: LISTOS PARA RAZONAR 71
26: EL MEOLLO DEL ASUNTO 76
27: DANDO RESPUESTA A LAS OBJECIONES 82
28: HERRAMIENTAS DE LA APOLOGÉTICA 88
29: LA APOLOGÉTICA EN LA PRÁCTICA 101
30: EL PROBLEMA DEL MAL 109
31: EL PROBLEMA DE CONOCER LO "SOBRENATURAL" 118
32: EL PROBLEMA DE LA FE 129
33: EL PROBLEMA DEL LENGUAJE RELIGIOSO 137
34: EL PROBLEMA DE LOS MILAGROS 149
APÉNDICE: EL ENCUENTRO DE JERUSALÉN CON ATENAS 157
Dedicatoria
En memoria del Dr. Greg L. Bahnsen
[17 de septiembre de 1948—11 de diciembre de 1995]
¡Quién estaba "siempre listo" para defender la fe, Y
siempre listo para encontrarse con su Señor.!
Prefacio del editor
El apóstol Pedro instruye a los creyentes que deben estar "siempre preparados para presentar defensa
[Apología] ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros "(1 Pedro 3:15). El Dr.
Greg Bahnsen no sólo estaba "siempre listo" para presentar tal defensa, él siempre estaba listo para enseñar
a otros cómo prepararse para esta esencial obra. Le agradó a Dios, en el Misterio de Su providencia, levantar
a este hombre doblemente dotado para el beneficio de SU pueblo en esta generación. Esa misma misteriosa
Providencia que nos dio al Dr. Bahnsen también lo llamó a casa a la temprana edad de 47 años—fue a estar
con su Señor el 11 de diciembre, 1995. El Dr. Bahnsen dejó en su paso un legado de evangelismo apologético.
No sólo fue uno de los principales apologistas y debatientes de este siglo,1 enfrentándose a prominentes
defensores ateos, también se dedicó a asegurarse que los Cristianos en todos los niveles estén equipados y
sean competentes para defender la fe por sí mismos.
Este volumen es una recopilación de materiales producidos por el Dr. Bahnsen durante varios años y se
pretende introducir al alumnado en importantes conceptos fundacionales esenciales para apologética
bíblica. La primera sección, previamente publicada como un programa de estudios, proporciona una
explicación paso a paso de los temas clave en la apologética Cristiana y establece el apoyo bíblico para el
método presuposicional. La segunda sección de este volumen ofrece además consejos prácticos sobre cómo
enfocar una situación apologética y proporciona respuestas específicas a preguntas apologéticas
particulares tales como "el problema del mal". El libro concluye con un apéndice que da una exposición
1
Este es un punto reconocido incluso por muchos de los oponentes teológicos del Dr. Bahnsen. Pocos, si los hubo, eran
iguales en cuanto a la agudeza intelectual y las habilidades de debate. Un ejemplo excelente de sus habilidades apologéticas
se atestigua en su famoso debate en la Universidad de California, Irvine, en 1985, con el promotor ateo, el Dr. Gordon Stein.
2
La "apologética presuposicional" es una escuela distinta de método apologético, que se opone a los métodos "clásicos"
(tomistas) y fideístas. Este libro es una explicación y aplicación del método apologético presuposicional.
detallada de la defensa de la fe por parte del Apóstol Pablo, tal como la presentó en el Areópago de Atenas,
como se registra en Hechos 17.
Cada creyente puede beneficiarse de este material. Puede resultar especialmente útil como un libro de texto
para las clases de la escuela y la iglesia. Cuando estamos mejor equipados para defender la fe, encontramos
mayor confianza y valentía para llevar el mensaje del evangelio a cada lugar oscuro. Ningún desafío
intimidará al creyente mientras él gentil y respetuosamente cierre la boca de la incredulidad. Que Dios les
bendiga en su preparación para estar "siempre listos".
El Robo De La Neutralidad
La Inmoralidad De La Neutralidad
La Naturaleza Del Pensamiento Incrédulo
La Mente Del Hombre Nuevo Arraigada En Cristo
La Revelación Como La Base Del Conocimiento
Resumen Y Aplicación: La Autoridad Autoevidente De Dios
1: El Robo De La Neutralidad
La petición para que los Cristianos se rindan a la neutralidad en su pensamiento no es algo infrecuente. Sin
embargo, esta ataca el corazón mismo de nuestra fe y de nuestra fidelidad al Señor.
A veces la demanda de asumir una postura neutral, una actitud sin compromiso hacia la veracidad de la
escritura se escucha en el área de la erudición Cristiana (ya sea en el campo de la ciencia, la historia,
literatura, filosofía, o lo que sea). Los maestros, investigadores y escritores a menudo son llevados a pensar
que la honestidad exige que dejen de lado todos los compromisos claramente Cristianos cuando estudian en
un área que no está directamente relacionada con asuntos de culto dominical. Razonan que, puesto que la
verdad es verdad dondequiera que se encuentre, uno debe ser capaz de buscar la verdad bajo la guía de los
aclamados pensadores en el campo, incluso si son seculares en su perspectiva. "¿Es realmente necesario
sostener las enseñanzas de la Biblia si quieres entender bien la guerra de 1812, la composición química del
agua, las obras de Shakespeare o las reglas de la lógica?" Tal es la pregunta retórica de los que están
dispuestos a insistir en la neutralidad de los Cristianos que trabajan en áreas académicas.
Otras veces la petición de neutralidad en el pensamiento del creyente viene con referencia a las escuelas.
Algunos Cristianos sienten que no hay una urgencia real para las escuelas Cristianas, que la educación
secular está bien en lo que va, y que sólo necesita ser complementada con la oración Cristiana y la lectura
de la Biblia en el hogar. Así, la idea es que uno puede ser neutral cuando se trata de educación; La fe Cristiana
de uno no necesita dictar ninguna suposición particular o manera de aprender sobre el mundo y el hombre.
Se nos dice que los hechos son los mismos en las escuelas estatales que en las escuelas Cristianas; Así que
¿por qué insistir en que sus hijos sean enseñados por creyentes comprometidos en Jesucristo?
Pues bien, en estas y muchas otras maneras podemos ver que el Cristiano está llamado a renunciar a sus
creencias religiosas distintivas para "ponerlas en el estante" temporalmente, para que adopte una actitud
neutral en supensamiento. A Satanás le encantaría que esto sucediera. Más que nada, esto impediría la
conquista del mundo a la creencia en Jesucristo como Señor. Más que nada, esto haría a los Cristianos
profesantes impotentes en su testimonio, sin rumbo en su camino, y desarmados en su batalla con los
principados y poderes de este mundo. Más que nada, tal neutralidad impediría la santificación en la vida del
Cristiano, porque Cristo dijo que Sus seguidores serían "santificados por la verdad". Inmediatamente
continuó declarando: "Tu palabra es la verdad" (Juan 17: 17).
Cualquier cosa que digan algunas personas con respecto a la exigencia de neutralidad en el pensamiento
Cristiano—la exigencia para que los creyentes no sean apartados de otros hombres por su adhesión a la
verdad de Dios—el hecho es que la Escritura difiere claramente de esta exigencia. Contrariamente a la
demanda de la neutralidad, la palabra de Dios exige una lealtad sin reservas a Dios y Su verdad en todo
nuestro pensamiento y esfuerzos académicos. Esto se hace por una buena razón.
Pablo declara infaliblemente en Colosenses 2: 3-8 que "todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento
están ocultos en Cristo". ¡Note que dice que toda sabiduría y conocimiento se deposita en la persona de
Cristo—ya sea sobre la guerra de 1812, la composición química, la literatura de Shakespeare, o las leyes de
la lógica! Cada búsqueda académica y cada pensamiento deben estar relacionados con Jesucristo, porque
Jesús es el camino, la verdad y la vida. (Juan 14: 6) Entonces, evitar a Cristo en su pensamiento en cualquier
momento, es ser engañados, mentirosos y espiritualmente muertos. Dejar a un lado sus compromisos
Cristianos cuando se trata de defender la fe o enviar a sus hijos a la escuela es alejarse voluntariamente del
único camino hacia la sabiduría y la verdad que se encuentra en Cristo. El temor del Señor no es el fin o el
resultado del conocimiento; El principio del conocimiento es reverenciarle (Proverbios 1:7, 9:10).
Pablo declara que todo conocimiento debe estar relacionado con Cristo, Colosenses 2. Él dice esto para
nuestra protección; es muy peligroso dejar de ver la necesidad de Cristo en todo nuestro pensamiento. Así
que Pablo nos llama la atención sobre la imposibilidad de la neutralidad "Y esto lo digo para que nadie os
engañe con palabras persuasivas". En cambio, como Pablo exhorta, debemos estar arraigados,
sobreedificados, y confirmados en la fe tal como nos enseñaron (v. 7). Uno debe estar presuposicionalmente
comprometido con Cristo en el mundo del pensamiento (en lugar de ser neutral) y firmemente atado a la
fe que ha sido enseñada, o bien la argumentación persuasiva del pensamiento secular lo engañará. Por lo
tanto, el Cristiano está obligado a presuponer la palabra de Cristo en cada área del conocimiento; o la otra
alternativa es el engaño.
En el versículo 8 de Colosenses 2, Pablo dice: "Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas
sutilezas". Al tratar de ser neutral en su pensamiento, usted es un blanco principal para ser despojado -
despojado por la "filosofía vana" de todos los tesoros de la "sabiduría y el conocimiento" que se depositan
sólo en Cristo (cf. v. 3).. Pablo explica que la filosofía vana es la que sigue al mundo y no a Cristo; es un
pensamiento que se somete a la exigencia de neutralidad del mundo en lugar de estar presuposicionalmente
comprometido con Cristo en todo nuestro pensamiento.
¿Es usted rico en conocimiento debido a su compromiso con Cristo en, erudición, apologética, y educación,
o ha sido engañado por las demandas de neutralidad?
2: La Inmoralidad De La Neutralidad
Todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento se encuentran en Cristo; Por lo tanto, si uno tratara de
llegar a la verdad aparte del compromiso con la autoridad epistémica de Jesucristo, sería engañado a través
de vanas filosofías y engañado por huecas sutilezas (ver Colosenses 2: 3-8). En consecuencia, cuando el
Cristiano se acerca a la erudición, a la apologética o a la educación, debe rehusarse firmemente a aceptar
las demandas erróneas de neutralidad en su vida intelectual; él nunca debe consentir en renunciar a sus
creencias religiosas distintivas "por el momento", como si uno pudiera llegar así al conocimiento genuino
"imparcialmente". El principio del conocimiento es el temor al Señor (Proverbios 1:7).
Intentar ser neutral en sus esfuerzos intelectuales (ya sea en investigación, argumentación, razonamiento o
enseñanza) equivale a procurar borrar la antítesis entre el Cristiano y el no creyente. Cristo declaró que los
primeros fueron apartados de los segundos por la verdad de la palabra de Dios (Juan 17:17). Aquellos que
desean ganar dignidad en los ojos de los intelectuales del mundo usando el distintivo de "neutralidad" sólo
lo hacen a costa de negarse a ser separados por la verdad de Dios. En el ámbito intelectual ellos son
absorbidos en el mundo para que nadie pueda distinguir entre su pensamiento y suposiciones y el
pensamiento y suposiciones apóstatas. La línea entre el creyente y el incrédulo es desconocida.
Tal falta de discriminación en la vida intelectual de uno no sólo impide el conocimiento genuino (cf. Prov.
1: 7) y garantiza el engaño vano (cf. Col. 2: 3-8),sino que es totalmente inmoral.
En Efesios 4: 17-18, Pablo ordena a los seguidores de Cristo que "no andéis como los otros gentiles, que
andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la
ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón”. Los creyentes Cristianos no deben caminar, no
deben comportarse o vivir, de una manera que imita el comportamiento de aquellos que no son redimidos;
Específicamente, Pablo prohíbe al Cristiano imitar la vanidad de la mente del incrédulo. Los Cristianos
deben rehusarse a pensar o a razonar de acuerdo a una mentalidad o perspectiva mundana. El agnosticismo
culpable de los intelectuales del mundo no debe ser reproducido en los Cristianos como supuesta
neutralidad; esta perspectiva, este enfoque de la verdad, este método intelectual evidencia una comprensión
oscura y un corazón endurecido. Se niega a inclinarse ante el Señorío de Jesucristo sobre todas las áreas de
la vida, incluyendo la erudición y el mundo del pensamiento.
Uno tiene que hacer esta elección básica en su pensamiento: ser guardado por la verdad de Dios o ser
distanciado de la vida de Dios. No puede ser de dos maneras. Uno será separado, puesto en contra, o
distanciado del mundo o de la palabra de Dios. Él se pondrá en contraste con ese método intelectual que se
niega a seguir. Él o se niega a seguir la palabra de Dios o se niega a seguir la mentalidad vana de los gentiles.
Se distingue a sí mismo y su pensamiento, ya sea por contraste con el mundo o por contraste con la palabra
de Dios. El contraste, la antítesis, la elección es clara: o bien eres apartado por la palabra veraz de Dios o
bien eres distanciado de la vida de Dios. O bien tiene "la mente de Cristo" (1 Corintios 2:16) o la "mente
vana de los gentiles" (Efesios 4:17). O bien "lleva cada pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo"
(2 Corintios 10: 5) o continúan como "enemigos en vuestra mente" (Colosenses 1:21).
Aquellos que siguen el principio intelectual de la neutralidad y el método epistemológico de la erudición no
creyente no honran el soberano señorío de Dios como deberían; como resultado su razonamiento se hace
vano (Romanos 1:21). En Efesios 4, como hemos visto, Pablo prohíbe al Cristiano seguir esta mentalidad
vana. Pablo continúa enseñando que el pensamiento del creyente es diametralmente contrario al
pensamiento ignorante y oscurecido de los gentiles. "¡Pero ustedes no aprendieron a Cristo de esta manera!"
(Versículo 20). Mientras los gentiles son ignorantes, "la verdad está en Jesús" (v. 21). A diferencia de los
gentiles que están alejados de la vida de Dios, el Cristiano se ha despojado del viejo hombre y ha sido
"renovado en el espíritu de su mente" (versículos 22-23). Este "hombre nuevo" es diferente en virtud de la
"santidad de la verdad" (versículo 24). El Cristiano es completamente diferente del mundo cuando se trata
de intelecto y erudición; él no sigue los métodos neutrales de la incredulidad, pero por la gracia de Dios
tiene nuevos compromisos, nuevas presuposiciones, en su pensamiento.
Por lo tanto, ¡el Cristiano que se empeña por la neutralidad en su pensamiento se encuentra en realidad
intentando borrar el hecho de que es Cristiano! Al negar su compromiso religioso distintivo, se reduce a los
patrones del pensamiento apóstata y se absorbe en el mundo de la incredulidad. El intento de encontrar un
compromiso entre las exigencias de la neutralidad mundana (agnosticismo) y las doctrinas de la palabra de
Cristo resulta en el rechazo del distintivo señorío de Cristo al borrar el gran abismo entre el pensamiento
del viejo hombre y el del nuevo hombre.
Ningún compromiso es posible. "Ningún hombre puede servir a dos señores" (Mateo 6:24). No debe
sorprendernos que en un mundo en el que todas las cosas hayan sido creadas por Cristo (Colosenses 1:16)
y sean llevadas por la palabra de Su poder (Hebreos 1: 3) y donde todo conocimiento sea por lo tanto
depositado en ÉL que es la Verdad (Col. 2: 3, Juan 14: 6) y que debe ser Señor sobre todo pensamiento (2
Corintios 10: 5), la neutralidad no es nada menos que inmoralidad. "Quienquiera que sea amigo del mundo
se hace enemigo de Dios" (Santiago 4: 4).
¿Tiene usted el coraje de mostrar sus distintivos Cristianos en la erudición, la apologética y la enseñanza, o
ha estado tratando de borrar el contraste entre el pensamiento Cristiano y el pensamiento apóstata
siguiendo las exigencias de la neutralidad? En la perspectiva bíblica, esta pregunta se puede reformular de
esta manera: ¿Su pensamiento opera bajo el Señorío de Jesucristo o se ha convertido en un enemigo de Dios
a través de patrones de pensamientos neutros, agnósticos e incrédulos? ¡Elija este día a quién servirá!
3: La Naturaleza Del Pensamiento Incrédulo
En la parte I y II del presente estudio, una discusión de la demanda de neutralidad en nuestros esfuerzos
académicos, apologéticos o educativos ha demostrado que conduce a desafortunados resultados. Le roba a
uno todos los tesoros del conocimiento que hay. En segundo lugar, la adopción de un enfoque neutral del
conocimiento ha demostrado ser inmoral en esencia, permitiendo que las características distintivas
Cristianas sean acalladas y finalmente integradas en las formas rebeldes de una mentalidad incrédula. Por
último, se ha observado que en realidad es imposible que el Cristiano auténtico sea neutral en su vida
intelectual, pues tal neutralidad en un Cristiano requeriría un doble compromiso: uno al agnosticismo
secular, uno a la fe salvadora (i.e, Sirviendo a dos señores")
Pablo nos dice en Efesios 4 que seguir los métodos dictados por el punto de vista intelectual de aquellos que
están fuera de una relación de salvación con Dios es tener una mente vana y un entendimiento
entenebrecido (vv.17-18). El pensamiento neutralizador, entonces, se caracteriza por la futilidad intelectual
y la ignorancia. En la luz de Dios podemos ver la luz (cf. Salmos 36: 9). Alejarse de la dependencia intelectual
de la luz de Dios, de la verdad acerca de Dios y de Dios, es alejarse del conocimiento a las tinieblas de la
ignorancia. Por lo tanto, si un Cristiano desea comenzar sus esfuerzos académicos desde una posición de
neutralidad, en realidad estaría dispuesto a comenzar su pensamiento en la oscuridad. No permitiría que la
palabra de Dios fuera una luz para su camino (cf. Salmos 119: 105). Caminar en neutralidad sería tropezar
en la oscuridad. Dios ciertamente no es honrado por tal pensamiento como debería ser, y, en consecuencia,
Dios hace que ese razonamiento sea vano (Romanos 1: 21b). La neutralidad equivale a vanidad ante los ojos
de Dios.
Esa "filosofía" la cual no encuentra su punto de partida y dirección en Cristo es descrita más adelante por
Pablo en Colosenses 2: 8. Se ha pensado erróneamente de vez en cuando que este pasaje condena a todas y
cada una de las filosofías, que sin reservas el Cristiano debe evitar pensamientos filosóficos como a una
peste. Sin embargo, una lectura cuidadosa del pasaje demostrará que esto no es así. Pablo no desaprueba la
filosofía absolutamente, pues él delinea ciertas condiciones. Resulta que hay un tipo particular de
pensamiento filosófico que Pablo desprecia. Pablo no está en contra del "amor a la sabiduría" (es decir, del
griego "filosofía") en sí. La filosofía está bien siempre y cuando uno encuentre apropiadamente la sabiduría
genuina—lo cual significa que Pablo la encontró en Cristo (Colosenses 2: 3).
Sin embargo, existe un tipo de "filosofía" que no comienza con la verdad de Dios, la enseñanza de Cristo.
En su lugar, esta filosofía toma su dirección y encuentra su origen en los principios aceptados por los
intelectuales del mundo—en las tradiciones de los hombres. Tal filosofía es el tema de la desaprobación de
Pablo en Colosenses 2:8. Es instructivo para nosotros, especialmente si somos propensos a aceptar las
demandas de neutralidad en nuestro pensamiento, investigar sus caracterizaciones de ese tipo de filosofía.
Pablo dice que es "vano engaño". ¿Qué clase de pensamiento es que se puede caracterizar como "vano"?
Una respuesta lista se encuentra por comparación y contraste en pasajes bíblicos que hablan de vanidad
(por ejemplo, Deuteronomio 32:47, Filipenses 2:16, Hechos 4:25, 1 Corintios 3:20, 1 Timoteo 1:6; 6:20, 2
Timoteo 2: 15-18, Tito 1:9-10). El vano pensar es aquello que no está de acuerdo con la palabra de Dios. Un
estudio similar demostrará que el pensamiento "engañoso" es un pensamiento que está en oposición a la
palabra de Dios (cf. Hebreos 3:12-15, Efesios 4:22, 2 Tesalonicenses 2:10-12, 2 Pedro 2: 13). El "vano engaño"
contra el cual Pablo advierte, entonces, es la filosofía que opera aparte de, y en contra de, la verdad de Cristo.
Tenga en cuenta el mandato de Efesios 5:6, "Que nadie os engañe con palabras vanas". En Colosenses 2: 8
se nos dice que tengamos cuidado de no ser engañados por "filosofías y huecas sutilezas".
Pablo además caracteriza esta filosofía como "según la tradición de los hombres, conforme a los rudimentos
del mundo". Es decir, esta filosofía deja de lado la palabra de Dios y la invalida (cf. Marcos 7: 8-13), y lo hace
comenzando con los elementos de aprendizaje dictados por el mundo (es decir, las doctrinas de los hombres,
ver Colosenses 2:20, 22). La filosofía que Pablo rechaza es ese razonamiento que sigue las presuposiciones
(los supuestos elementales) del mundo, y de este modo "no según Cristo".
Se deduce de estos puntos que el Cristiano que aspira a la neutralidad en el mundo del pensamiento no es
(1) neutral después de todo, y por lo tanto (2) está en peligro de respaldar sin querer suposiciones hostiles
a su fe Cristiana. Mientras que se imagina que su neutralidad intelectual es compatible con una profesión
Cristiana, tal creyente en realidad está operando en términos de incredulidad! Si se niega a presuponer la
verdad de Cristo, inevitablemente en su lugar termina por presuponer la perspectiva del mundo. Todos los
hombres tienen sus presuposiciones; ninguno es neutral. ¿Sus presuposiciones serán las enseñanzas de
Cristo o el vano engaño contra el cual Pablo advierte? ¡Escoged este día a quién serviréis!
4: La Mente Del Hombre Nuevo Arraigada En Cristo
El creyente es orientado a evitar la filosofía que está enraizada en las presuposiciones mundanas,
humanistas y no cristianas (Colosenses 2:8). En cambio, está llamado a arraigarse en Cristo y confirmarse
en la fe (v. 7); sus presuposiciones deben ser los preceptos y doctrinas de Cristo, no las vanas tradiciones de
los hombres (cf. vv. 3, 4, 22; 3:1-2). Esto excluye la pretensión de neutralidad y prohíbe buscarla. La
neutralidad es en realidad un agnosticismo encubierto o incredulidad—una falla en caminar en Cristo, un
oscurecimiento del compromiso y los distintivos Cristianos, una supresión de la verdad (cf. Rom. 1:21, 25).
Así, pues, Pablo nos ordena que estemos arraigados en Cristo y que evitemos las presuposiciones del
secularismo. En el versículo 6 de Colosenses 2 él explica muy simplemente cómo debemos hacer para que
nuestras vidas (incluyendo nuestros esfuerzos académicos) estén fundamentados en Cristo y así asegurar
que nuestro razonamiento sea guiado por presuposiciones cristianas. Él dice: "Así que, como recibisteis al
Señor Jesucristo, andad en Él"; es decir, andad en Cristo como le recibisteis. Si haces esto serás "confirmado
en tu fe, así como fuiste enseñado". ¿Cómo entonces te convertiste en cristiano? De la misma manera, usted
debe crecer y madurar en su caminar Cristiano.
Cuando uno se convierte en cristiano su fe no ha sido generada por los patrones de pensamiento de la
sabiduría mundana. El mundo en su sabiduría no conoce a Dios (1 Cor. 1:21) sino que considera que la
palabra de la cruz es insensata (1 Cor. 1:18, 21b). Si uno guarda la perspectiva del mundo, entonces, nunca
verá la sabiduría de Dios como lo que realmente es; por lo tanto nunca será "en Cristo Jesús" quien es hecho
a los creyentes "sabiduría de Dios" (1 Co. 1:30). Por lo tanto, la fe, más que la vista autosuficiente, te hace
cristiano, y esta confianza está dirigida a Cristo, no a tu propio intelecto. Esto quiere decir que la manera
en que recibes a Cristo es apartándote de la sabiduría de los hombres (la perspectiva del pensamiento
secular con sus presuposiciones) y ganando, por la iluminación del Espíritu Santo, la mente de Cristo (1 Co.
2:12-16). Cuando uno se hace cristiano, su fe no está en la sabiduría de los hombres, sino en la poderosa
demostración del Espíritu (1 Corintios 2:4-5).
Además, lo que el Espíritu Santo hace decir a todos los creyentes es "Jesús es el Señor" (1 Co. 12,3). Jesús
fue crucificado, resucitó y ascendió para ser confesado como Señor (cf. Rom. 14:9; Fil. 2:11). Así, pues, Pablo
puede resumir ese mensaje que debe ser confesado si queremos ser salvos como "Jesús es el Señor" (Rom.
10,9). Para llegar a ser cristiano uno se somete al Señorío de Cristo; él renuncia a la autonomía y queda bajo
la autoridad del Hijo de Dios. El que Pablo dice que recibimos, según Colosenses 2:6, es Cristo Jesús el Señor.
Como Señor sobre el creyente, Cristo requiere que el cristiano lo ame con todas sus facultades (incluyendo
su mente, Mateo 22:37); todo pensamiento debe ser llevado cautivo a la obediencia de Cristo (2 Corintios
10:5).
Consecuentemente, cuando Pablo nos exhorta a caminar en Cristo de la misma manera en que lo recibimos,
podemos ver por lo menos esto: el caminar cristiano no honra los patrones de pensamiento de la sabiduría
mundana sino que se somete al Señorío epistémico de Cristo (es decir, Su autoridad en el área de
pensamiento y conocimiento). De esta manera una persona llega a la fe, y de esta manera el creyente debe
continuar viviendo y llevando a cabo su llamado—aun cuando esté enfocado en la erudición, la apologética
o la educación.
Si el cristiano evidencia su compromiso con el Señorío personal de Cristo y presupone la palabra del Señor,
entonces estará caminando en Cristo de la manera en que lo recibió. De esta manera estaréis "arraigados
en Él" en lugar de estar arraigados en las presuposiciones apóstatas de la filosofía mundana, y podremos
contemplar "la firmeza de vuestra fe en Cristo" (Col. 2:5). Tal fe firme y presupuesta en Cristo resistirá la
demanda del mundo secular de neutralidad y rechazará las normas de conocimiento y verdad del incrédulo
en favor de la autoridad de la palabra de Cristo. Esta fe no será saqueada de todos los tesoros de sabiduría
y conocimiento que están escondidos en Cristo, y no será engañada por el discurso astuto y el vano engaño
de las filosofías seculares (vv. 3-8). Por lo tanto, la precondición incondicional de la erudición cristiana
genuina es que el creyente (junto con todo su pensamiento) esté "arraigado en Cristo" (v. 7). Es interesante
que el verbo griego que significa "arraigado" en este versículo sugiere una acción que se ha llevado a cabo
en el pasado pero que continúa en vigor o efecto en el presente—¡Lo cual es precisamente el punto de Pablo
en el versículo 6! Los principios que se aplican al caminar del cristiano (incluyendo su pensamiento) son los
mismos que se aplicaban a su recepción previa de Cristo en la conversión. El erudito cristiano, habiendo
estado arraigado en Cristo renunciando a la autoridad de la sabiduría secular para el Señorío de Cristo, debe
llevar a cabo sus esfuerzos eruditos continuando arraigado en Cristo de la misma manera.
Por lo tanto, el hombre nuevo, el creyente con una mente renovada que ha sido enseñado por Cristo, no
debe andar más en la vanidad intelectual y la oscuridad que caracteriza al mundo incrédulo (lea Efesios
4:17-24). El Cristiano tiene nuevos compromisos, nuevas presuposiciones, un nuevo Señor, una nueva
dirección y meta—es un hombre nuevo. Esa novedad se expresa en su pensamiento y en su erudición, porque
(como en todas las otras áreas) Cristo debe tener la preeminencia en el mundo del pensamiento (cf. Col.
1:18b). Debemos coincidir con el Dr. Cornelius Van Til en decir:
Es Cristo como Dios quien habla en la Biblia. Por lo tanto, la Biblia no apela a la razón humana como definitiva
para justificar lo que dice. Llega al ser humano con autoridad absoluta. Su demanda es que la razón humana
debe ser tomada en el sentido en que la Escritura la toma, es decir, como creada por Dios y por lo tanto
apropiadamente sujeta a la autoridad de Dios.... Los dos sistemas, el del no cristiano y el del cristiano, difieren
por el hecho de que sus supuestos básicos difieren. Sobre la base no cristiana se asume que el hombre es el
punto de referencia final en la predicción.... El método reformado... comienza francamente "desde arriba".
Sería "presuponer" a Dios. Pero al presuponer a Dios no puede situarse en ningún momento en una base
neutral con los no cristianos... Los mismos creyentes no han elegido la posición cristiana porque eran más
sabios que los demás. Lo que tienen lo tienen sólo por gracia. Pero este hecho no significa que deban aceptar
las problemáticas del hombre caído como correctas o incluso como probable o posiblemente correctas. Porque
la esencia de la idea de la Escritura es que solo ella es el criterio de la verdad.3
3
Cornelius Van Til, A Christian Theory of Knowledge Presbyterian and Reformed Publishing Co., 1969, pp. 15, 18, 43.
5: La Revelación Como La Base Del Conocimiento
El hombre nuevo en Cristo tiene nuevas presuposiciones y un nuevo Señor sobre sus pensamientos. En vez
de luchar por la neutralidad intelectual, está "arraigado en Él", caminando según la manera en que recibió
a Cristo: en la fe, por la iluminación del Espíritu Santo, bajo la autoridad suprema de Jesucristo—no según
los patrones de pensamiento de la sabiduría mundana. Es decir, el Cristiano presupone la palabra verdadera
de Dios como su estándar de verdad y dirección.
Dios nos dice que apliquemos nuestros corazones a Su sabiduría si queremos conocer la certeza de las
palabras de verdad (Prov. 22:17-21). Es característico de los filósofos de hoy que niegan que haya verdad
absoluta o niegan que uno puede estar seguro de conocer la verdad; o bien no existe, o es inalcanzable. Sin
embargo, lo que Dios nos ha escrito (es decir, la Escritura) puede "hacernos conocer la certeza de las
palabras de verdad" (vv. 20-21). ¡La verdad es accesible! Sin embargo, para comprenderlo con firmeza hay
que seguir el mandato del versículo 17b: "Aplica tu corazón a mi sabiduría". El conocimiento de Dios es
primario, y todo lo que el hombre debe saber sólo puede basarse en una recepción de lo que Dios ha conocido
de manera original y definitiva. El hombre debe pensar los pensamientos de Dios conforme a Él, porque "en
tu luz veremos la luz" (Salmo 36:9).
El testimonio de David fue que " Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas " (Salmo 18:28). En las tinieblas
de la ignorancia del hombre, la ignorancia que resulta del intento de autosuficiencia, vienen las palabras de
Dios, trayendo luz y entendimiento (Salmo 119:130).
Así, pues, Agustín dijo correctamente: "Creo para entender". La comprensión y el conocimiento de la verdad
son los resultados prometidos cuando el hombre hace de la palabra de Dios (reflejando el conocimiento
primario de Dios) su punto de partida presuposicional para todo pensamiento. "Hijo mío, está atento a mi
sabiduría, Y a mi inteligencia inclina tu oído, Para que guardes consejo, Y tus labios conserven la ciencia"
(Prov. 5:1-2). Sin embargo, hacer de la palabra de Dios su presuposición, su norma, su instructor y guía,
exige renunciar a la autosuficiencia intelectual—la actitud de ser autónomo, capaz de alcanzar un
conocimiento genuino independiente de la dirección y las normas de Dios.
Jehová es el que enseña al hombre el conocimiento (Salmo 94:10). Así que todo lo que tenemos, aun el
conocimiento que tenemos acerca del mundo, nos ha sido dado por Dios. "¿Qué tienes que no hayas
recibido?" (1 Cor. 4:7). ¿Por qué, entonces, los hombres deben enorgullecerse de su autosuficiencia
intelectual? "Según está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor (1 Co. 1:31). La sumisión humilde a la
palabra de Dios debe preceder a toda búsqueda intelectual del hombre. Cuando los hombres no glorifican a
Dios como deberían (inclinándose ante Su Señorío en el mundo del pensamiento) o le dan gracias (aun por
el conocimiento que Él les concede), sus razonamientos se vuelven vanos y sus corazones son
entenebrecidos (Ro. 1:21).
El hombre que afirma "neutralidad académica" o "autonomía filosófica" incurre en el juicio de Dios sobre
esa misma área en la que el hombre se jacta de su intelecto. Aquellos que rehúsan presuponer el Señorío
epistémico de Cristo, la verdad de las Escrituras como el estándar de conocimiento, y la necesidad de la luz
de Dios antes de que puedan ver la luz, son conducidos a pensamientos vanos y a la oscuridad. Basta con
examinar el tipo de material "erudito" que producen las universidades de nuestro país: la desesperación
existencial, el relativismo que respeta la verdad, la irrelevancia en los estudios detallados, los "avances"
científicos deshumanizantes y la búsqueda del papel político. "¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del
mundo?" (1 Cor. 1: 20). Cuando los hombres no son mayordomos apropiados de lo que Dios les ha dado
(por ejemplo, la habilidad académica), entonces Dios quita aun lo que se poseía previamente (por ejemplo,
haciendo que tal erudición sea vana, es decir, "vacía").
Sin embargo, como cristianos, hemos oído la palabra de Cristo, que nos puede convertir de las tinieblas a la
luz (Hechos 26:18). El único sabio Dios (Romanos 16:27) que hizo el mundo de acuerdo con la sabiduría
(Salmos 104:24) nos da un espíritu de sabiduría e ilumina nuestros ojos (Efesios 1:17-18) para que le
conozcamos (en salvación) y tengamos conocimiento de Su mundo (en verdad). El fundamento del
conocimiento es la revelación de Dios. ¿Estás fundado allí o intelectualmente a la deriva?
Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron
en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
6: Resumen Y Aplicación: La Autoridad Autoevidente De Dios
El material de los últimos cinco estudios se puede organizar en el siguiente resumen temático:
1. Todo el conocimiento es depositado en Cristo; el conocimiento del hombre de la verdad depende del
conocimiento previo de Dios, comienza con el temor del Señor, y requiere sumisión a la palabra de
Dios.
2. La filosofía que no presupone la palabra de Dios es un engaño vano; al suprimir la verdad, someterse
a las tradiciones humanas y razonar de acuerdo con las presuposiciones del mundo en lugar de
Cristo, tal pensamiento conduce a una mente entenebrecida y a conclusiones vanas. Dios hace necia
la jactanciosa sabiduría del mundo.
3. Esforzarse por adoptar una postura neutral entre presuponer la palabra de Dios y no presuponerla
es un intento inmoral de servir a dos señores.
4. El pensamiento neutralista borraría la distinción del cristiano, desdibujaría la antítesis entre las
mentalidades del mundo y las de los creyentes, e ignoraría el abismo entre el "hombre viejo" y el
"hombre nuevo". El cristiano que se esfuerza por la neutralidad involuntariamente apoya las
suposiciones que son hostiles a su fe.
5. El cristiano es un "hombre nuevo", que tiene una mente renovada, nuevos compromisos, una nueva
dirección y meta, un nuevo Señor, y por lo tanto nuevas presuposiciones en el mundo del
pensamiento; el pensamiento del creyente debe estar arraigado en Cristo (de la misma manera en
que fue convertido): sometiéndose a Su Señorío epistémico en lugar de los patrones de pensamiento
de la pseudo-sabiduría apóstata. El cristiano renuncia a la arrogancia de la autonomía humana y
busca amar a Dios con toda su mente y razonar de tal manera que Dios reciba toda la gloria.
6. Las alternativas son entonces bastante claras: o bien basa todo su pensamiento en la palabra de
Cristo y así ganar los tesoros de la sabiduría y el conocimiento, o sigue los dictados del pensamiento
autónomo y así será engañado y despojado de un genuino conocimiento de la verdad.
7. Por lo tanto, la palabra de Dios (en la Escritura) tiene autoridad absoluta para nosotros y es el
criterio final de la verdad.
Del hecho de que Dios es el Creador soberano del cielo y de la tierra, del hecho de que el mundo y la historia
son sólo tales como Su plan decreta, del hecho de que el hombre es la imagen criatural de Dios, debemos
concluir que todo el conocimiento que el hombre posee es recibido de Dios, que es el creador de toda la
verdad y de la Verdad original. Nuestro conocimiento es un reflejo, una reconstrucción receptiva, del
conocimiento primario, absoluto y creativo de la mente de Dios. Debemos pensar Sus pensamientos según
Él—como dice la primera premisa anterior. Al restringir la verdad acerca de Dios, entonces, el pensamiento
y los esfuerzos interpretativos de uno serán, necesariamente, mal dirigidos hacia el error y la insensatez
(premisa 2). No puede haber término medio; uno comienza conscientemente con Dios en sus pensamientos
o no (premisa 3). Los creyentes que tratan de establecer un terreno intermedio deben, entonces, o perder
su propio terreno sólido o terminar trabajando desde la base del incrédulo (que no es terreno en absoluto)—
como se indica en la premisa 4. La naturaleza misma de lo que es ser, llegar a ser y vivir como cristiano
establece en forma suficiente que el creyente debe presuponer la verdad de la palabra de Dios y renunciar
a cualquier pretensión pecaminosa de autosuficiencia o neutralidad (premisa 5). Por lo tanto, uno se
enfrenta a una elección obvia de vivir o no bajo la autoridad de Dios (premisa 6). La reflexión sobre la
distinción Creador/criatura (con la que se abrió este párrafo) no puede dejar de llevarnos, entonces, a la
conclusión (premisa 7) de que la voz del Creador es la voz de la autoridad absoluta e incuestionable; Su
palabra debe ser la norma por la que juzgamos todas las cosas y el punto de partida de nuestro pensamiento.
Tal es la enseñanza inevitable de la Escritura (de la cual se han derivado los puntos anteriores). Los hombres
deben notar que cuando Jesús enseñaba, enseñaba con autoridad y no como alguien cuyas opiniones tenían
que ser respaldadas con la autoridad de otras consideraciones o de otras personas (Mateo 7:29).
Así, pues, ningún hombre tiene la prerrogativa de poner en tela de juicio la palabra de Cristo. Si un hombre
no recibe y escucha las palabras de Cristo, entonces no sólo es un necio que edifica su vida sobre la arena
destructiva (Mat. 7, 26-27), sino que será juzgado por esas mismas palabras autoritativas (Juan 12, 48-50).
La palabra de Dios tiene autoridad suprema. "¡Ay del que pleitea con su Hacedor!" (Isaías 45:9).
La norma por la cual juzgamos todas las enseñanzas debe ser esta palabra de autoridad de Dios (1 Juan 4:11;
Deuteronomio 13:1-4): " A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha
amanecido" (Isaías 8:20). Si no te sometes presuposicionalmente a la palabra autoritativa de Dios, entonces
serás "de doble ánimo" e inestable en todos tus caminos, impulsado por el viento y sacudido (Santiago 1:5-
8). En vez de ser impulsados por el "Viento" del "Espíritu" de Dios, serás llevado por todo viento de doctrina
a través de la astucia del pensamiento humanista y la astucia del error (Ef. 4:13-14). Por lo tanto, debemos
aferrarnos firmemente a la confesión de nuestra esperanza cristiana (Heb. 10, 23). Escuchen la afirmación
de Dios: "Yo soy Jehová que hablo justicia, que anuncio rectitud" (Isaías 45:19). Su palabra, desde el
principio, debe ser considerada como autoritativamente verdadera; uno no debe vacilar en este sentido. La
veracidad de Dios es la norma definitiva para nuestros pensamientos: " antes bien sea Dios veraz, y todo
hombre mentiroso". (Rom. 3:4).
Sección Dos: Las Condiciones Necesarias Para La
Tarea De Apologética.
La palabra de Dios ha sido vista como fundamental para todo conocimiento. Tiene autoridad epistémica
absoluta y es la presuposición necesaria de todo el conocimiento que el hombre posee. Todo nuestro
conocimiento debe ser una reconstrucción receptiva de los pensamientos primarios de Dios; el Señor es el
creador de toda verdad. La palabra de Dios debe entonces ser tomada como la norma final de la verdad para
el hombre. Aquellos que pretenden ser autosuficientes intelectualmente y se abstienen de presuponer la
palabra de Cristo en las Escrituras son conducidos a una ignorancia insensata. Uno debe comenzar con
Cristo en el mundo del pensamiento o de lo contrario renunciar a cualquier esperanza de alcanzar el
conocimiento—acerca de sí mismo, del mundo, o de Dios. Este ha sido el testimonio de la Escritura, tal como
lo hemos examinado en nuestros estudios anteriores: "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová;
Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza." (Prov. 1,7); "en Cristo están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Col. 2:3).
Juan Calvino reconoció esta perspectiva bíblica y la hizo fundamental para sus Institutos de la Religión
Cristiana:
Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por verdadera y sólida sabiduría,
consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el
conocimiento que debe tener de sí mismo. Mas como estos dos conocimientos están muy unidos y
enlazados entre sí, no es cosa fácil distinguir cuál precede y origina al otro, pues en primer lugar,
nadie se puede contemplar a sí mismo sin que al momento se sienta impulsado a la consideración
de Dios, en el cual vive y se mueve ... Una vez más, es cierto que el hombre nunca alcanza un
conocimiento claro de sí mismo a menos que primero haya mirado el rostro de Dios, y luego
descienda de contemplarlo para escudriñarse a sí mismo (Bk. I, cap. I.1).
Estas son las palabras iniciales del Libro I y del Libro II en los Institutos; Calvino consideró necesario
presuponer la palabra de Dios tanto en "El conocimiento de Dios el Creador" así como en "El conocimiento
de Dios el Redentor". Para saber acerca de cualquier cosa que pertenezca al asunto de la vida humana, ya
sea que se refiera a la creación o a la salvación, uno debe rechazar la autonomía promovida por las filosofías
paganas y someterse a la verdad de Dios y admitir la absoluta confianza en Él para el origen, dirección y
habilitación de nuestro uso de la razón. En resumen, Cristo debe tener la preeminencia (Colosenses 1:18)—
aun en el mundo del pensamiento. Con tal perspectiva Calvino activó la reforma más significativa y
bendecida de la iglesia y la cultura occidental que la historia moderna haya presenciado.
No es de extrañar, entonces, que la posición epistemológica del pensamiento bíblico y reformado resalte en
marcado contraste. Desafía el status quo, exige una reorientación de nuestras vidas y pensamientos, y
amenaza con "poner el mundo patas arriba". Parece dogmático y absolutista porque, es dogmático y
absolutista. El cristiano no debe avergonzarse de este hecho. Debe tener la audacia humilde de decir a un
mundo perdido que el mensaje cristiano es incondicionalmente verdadero y la presuposición necesaria de
todo pensamiento (absolutista), que el evangelio de Cristo exige arrepentimiento (incluyendo un "cambio
de mentalidad"), y que la palabra de Dios tiene un contenido doctrinal definido que es revelado
autoritativamente "directamente desde arriba" (dogmático). Por supuesto, la perspectiva bíblica no es
"dogmática y absolutista" en el sentido burlón que a menudo se atribuye a estas palabras. La afirmación del
cristiano de que todo pensamiento requiere la presuposición de la palabra de Cristo no es arrogante,
irracional o infundada.
Otra crítica que se hace a la posición de la presuposición bíblica es que, si el conocimiento sólo puede
lograrse presuponiendo primero la palabra autorizada de Dios, entonces los incrédulos son privados de todo
conocimiento; no se les puede decir que no saben nada—ni siquiera acerca de los hechos más elementales
de la experiencia o de las verdades de la ciencia. Y eso parece claramente absurdo, porque seguramente
algunos de los mejores científicos del mundo han sido incrédulos. ¿Cómo explica entonces el
presuposicionalismo que los no cristianos sepan ciertas cosas?
Por supuesto, todos estos ataques a la posición de la epistemología bíblica se basan en malentendidos o en
información incompleta. En el curso de los estudios subsiguientes de esta serie consideraremos las tres
críticas principales al presuposicionalismo desde la perspectiva de la enseñanza bíblica. Será evidente que
la posición bíblica en la epistemología no es infundada y arrogante, que garantiza (en lugar de privar) al
incrédulo de un conocimiento de la verdad, y que es la única base sobre la cual se puede seguir discutiendo
con los incrédulos. Una vista previa de nuestro tratamiento se puede dar aquí en el cierre de las palabras de
Cornelius Van Til:
Los mismos creyentes no han escogido la posición cristiana porque son más sabios que otros. Lo que tienen
lo tienen sólo por gracia. Pero esto no significa que acepten la problemática del hombre caído como correcta....
El hombre caído en principio busca ser una ley para sí mismo. Pero no puede llevar a cabo su propio principio
en toda su extensión. Se le impide hacerlo... A pesar de lo que hace contra Dios, puede y debe trabajar para
Dios; así puede hacer una "contribución positiva" a la cultura humana.4
4
Ibis pp. 43, 44).
8: Valentía Humilde, No Arrogancia Oscurantista
Es una vergüenza que los eruditos, apologistas y filósofos cristianos hayan descuidado tan a menudo un
estudio detallado del libro de Proverbios en sus intentos de exponer y trabajar desde una epistemología
bíblica (teoría del conocimiento). El libro abunda en alusiones y perspicacias a la sabiduría, la instrucción,
la insensatez, la comprensión, etc. Los proverbios ciertamente pueden ayudarnos en el desarrollo y la
elaboración del enfoque presuposicional del conocimiento que se ha discutido en nuestra serie
anteriormente.
En el último estudio escuchamos tres argumentos comunes que se dirigen en contra de la posición del
presuposicionalismo bíblico. La primera era que equivalía a arrogancia y orgullo intelectual. Exige que cada
pensamiento sea sometido a Cristo, pues de otra manera resultaría en ignorancia insensata. Enseña que los
hombres que no comienzan con un temor de Dios no pueden alcanzar un conocimiento genuino de nada.
Critica la actitud de neutralidad académica hacia la palabra de Dios. En la batalla contra la incredulidad,
exige la sumisión incondicional de los no cristianos y desprecia el compromiso de los pensadores cristianos
que desean adoptar un enfoque más "razonable" o "iluminado". Ahora, se pregunta, ¿qué podría generar
una perspectiva tan estricta excepto elogios indebidos de pensamientos y habilidades de uno mismo? ¡Qué
abrumadora autoestima!
Primero, el cristiano debe ser valiente en su desafío a epistemologías incrédulas y comprometedoras. (El
hombre que no presta atención a la corrección al tener que someterse al Señorío de Cristo en el mundo del
pensamiento, ese hombre lo está haciendo a costa de su propia alma.) El cristiano debe testificar
consistentemente a tal pensador que el entendimiento sólo es posible cuando se tiene en cuenta la
reprensión del desafío evangélico. Comprometerse con normas o métodos incrédulos en el mundo del
pensamiento es perjudicar gravemente las necesidades de aquellos con quienes hablamos: estar dispuesto
a asumir una posición de neutralidad conduciría a cualquier cosa menos a la salud espiritual de nuestros
oyentes. Los hechos deben ser presentados sin vacilar: el razonamiento que no se construye sobre la palabra
presupuesta de Cristo está orientado hacia la insensatez intelectual y la muerte espiritual. La corrección y
la reprensión de la Escritura no pueden ser diluidas.
El erudito cristiano, tanto como cualquier creyente en la obra redentora y señorío de Cristo, debe comunicar
a aquellos que contacta que el arrepentimiento y la fe son mandados por Dios. El erudito Cristiano debe ser
valiente aquí, " derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios " (2 Co
10:5). En la defensa de la fe él debe ser firme en la proclamación de " antes bien sea Dios veraz, y todo
hombre mentiroso". (Rom. 3: 4). Él debe señalar a aquellos que no presuponen la verdad de la palabra de
Dios que sus mentes necesitan ser renovadas (Ef. 4:23). Debido a que viven en ignorancia, tales hombres
deben arrepentirse (Hechos 17:30)—deben mostrar "cambio de mente" (como sugiere la palabra griega para
"arrepentirse") y redirección. El arrepentimiento es para creer (por ejemplo, Mateo 21:32) y creer o tener
fe precede al conocimiento (2 Pedro 1:5). El camino de la ignorancia al conocimiento es atravesado por la fe
arrepentida. En efecto, el presuposicionalismo debe ser presentado con valentía en el mundo del
pensamiento, sin disculpas por el rigor de sus exigencias.
Sin embargo, hay un segundo punto en el pasaje de Proverbios citado anteriormente. No sólo el no
presuposicionalista debe recibir la corrección y la reprensión de la palabra de Dios (es decir, que el principio
de la sabiduría es el temor a Jehová), sino que el erudito cristiano que presupone la verdad de la Escritura
en sus esfuerzos intelectuales debe ser plenamente consciente de que su sabiduría no es inherentemente
suya, sino que se basa completamente en el temor a Jehová. Sin esa reverencia, el erudito cristiano sería tan
insensato como todos los demás hombres. Su sabiduría no se debe a una habilidad mental superior y a la
profundidad del discernimiento, sino que ha sido dada por Dios. Hemos notado arriba que el
arrepentimiento y la fe son requisitos para el conocimiento. El cristiano, que posee un conocimiento de la
verdad, lo hace sólo porque la fe le ha sido dada como un don (Ef. 2:8-9) y el arrepentimiento ha sido
concedido por el Señor (Hch. 5:31; 11:18). Para tener fe debes nacer de Dios (1 Juan 5:1) quien da
arrepentimiento a un conocimiento genuino de la verdad (2 Ti. 2:25). El cristiano está en una posición de
conocimiento sólo por la gracia de Dios. Su renacimiento espiritual no es de sí mismo, sino únicamente el
resultado de la misericordia de Dios (Ezequiel 11:19-20; Juan 1:13; Romanos 9:16). Esta generosa
regeneración le ha proporcionado una nueva mente.
De hecho, como enseña Pablo, el Cristiano recibe las cosas del Espíritu sólo al ser transformado de la
hostilidad natural a la sumisión gozosa. El creyente tiene ahora la "mente de Cristo" en lugar de la mente
insensata del hombre natural (1 Cor. 2:16 en contexto). Esta es la fuente de su sabiduría y conocimiento; el
honor de conocer la verdad proviene de la gracia inmerecida de Dios. Por lo tanto, la humildad es digna del
erudito cristiano. En Filipenses 2, donde Pablo nos exhorta a tener "la mente de Cristo", él continúa
caracterizando a este Cristo como alguien que "se humilló a sí mismo". Así, pues, Proverbios nos enseña
que ante el honor que asiste a la instrucción de la sabiduría—ante la sabiduría que descansa sobre el temor
del Señor—está la humildad. El erudito cristiano no tiene nada de qué jactarse en sí mismo. Debe ser
humilde ante el mundo, reconociendo que su conocimiento depende de la obra de gracia de Dios en él.
Por lo tanto, la epistemología presuposicional demanda dos actitudes. Ambas actitudes son inherentes a la
posición. Primero, el presuposicionalista debe ser valiente, porque el conocimiento es imposible aparte de
presuponer la verdad de Dios. En segundo lugar, debe ser humilde, porque la razón por la que presupone
la verdad de Dios (y la única manera en que un hombre puede llegar a tal presuposición) reside sólo en la
gracia de Dios. El temor del Señor es fundamental para la sabiduría, y por lo tanto el sabio debe ser humilde.
El erudito cristiano, entonces, debe evidenciar una humilde valentía en su confrontación con otros en el
mundo del pensamiento.
«Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia,
sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.» (Col. 4:5-6).
9: Revelación Ineludible, Conocimiento Ineludible
Habiendo desestimado la burlona acusación de arrogancia oscurantista en la epistemología de la
presuposición, pasamos a considerar un segundo tipo de crítica que comúnmente se hace a la posición. Una
teoría bíblica del conocimiento proclama el requisito absoluto de la verdad revelada de Dios como el
fundamento tácito del entendimiento y el conocimiento.
Contra tal perspectiva se ha instado a que el incrédulo sea reducido al nivel de ineludible estupidez—privado
de cualquier tipo de conocimiento. Si las presuposiciones cristianas son necesarias para entender, ¡Entonces
supuestamente el no-cristiano no puede entender nada en absoluto! Sin embargo, por lo que vemos en el
mundo que nos rodea y por lo que leemos de la historia, está claro que los incrédulos han alcanzado el
conocimiento de muchas cosas. Por lo tanto, parecería que la epistemología presuposicional señala algo que
es patentemente falso, en cuyo caso el presuposicionalismo es en sí mismo falso.
Pero, ¿El presuposicionalismo realmente señala algo así? No, todo lo contrario. De hecho, ¡El
presuposicionalista afirma sólo su posición epistemológica garantiza que los incrédulos puedan hacer
contribuciones positivas a la estructura del conocimiento! Lo que el crítico ha inferido erróneamente es que,
si las presuposiciones reveladas son necesarias para la comprensión del mundo, entonces los no cristianos
son totalmente ignorantes ya que no admiten las presuposiciones reveladas.
Sin embargo, el presuposicionalista sostiene que el incrédulo puede llegar a conocer ciertas cosas (a pesar
de su rechazo propugnado de la verdad de Dios) por la simple razón de que ha revelado presuposiciones—
y no puede sino tenerlas como criatura hecha a imagen de Dios y viviendo en el mundo creado por Dios.
Aunque él externa y vehementemente niega la verdad de Dios, ningún incrédulo está interna y sinceramente
desprovisto de un conocimiento de Dios. No es un conocimiento salvífico de Dios ciertamente, pero aun
cuando se condena el conocimiento, la revelación natural todavía provee un conocimiento de Dios. Así,
según la epistemología bíblica, mientras que los hombres niegan a su Creador, poseen, sin embargo, un
conocimiento ineludible de Él; y porque conocen a Dios (aunque lo conozcan en maldición y reprobación)
son capaces de alcanzar una comprensión limitada del.
Verás, el incrédulo es en realidad de doble ánimo. En la base todos los hombres conocen a Dios como Sus
criaturas, pero como pecadores todos los hombres rehúsan reconocer a su Creador y vivir por Su revelación.
Por lo tanto, podemos decir que los hombres conocen y no conocen a Dios; le conocen en el juicio y en virtud
de la revelación natural, pero no le conocen en la bendición a menos que sea en virtud de la revelación
sobrenatural y de la gracia salvadora. Aunque obstaculizada por su condición moral, la erudición del
incrédulo no ha desaparecido completamente. Puede alcanzar el conocimiento a pesar de él mismo. En
principio su incredulidad impediría la comprensión de cualquier cosa, porque (como dijo Agustín) uno debe
creer para poder entender. Sin embargo, en la práctica el incrédulo es restringido de un seguimiento
consistente y autodestructivo de su profesión incrédula.
Si el incrédulo fuera un idiota total, estaría libre de culpa. Pero el punto de Pablo en Romanos 1 es que la
rebelión del incrédulo es deliberada y consciente; él peca contra su mejor conocimiento y por lo tanto es
"sin excusa" (vv. 20-21). Y mientras él suprime este mejor conocimiento con injusticia (v. 18), ese
conocimiento provee un fundamento de su (limitado, pero real) entendimiento del mundo de Dios.
Porque sabemos que los hombres tienen esta cualidad única por encima de los demás animales, que están
dotados de razón e inteligencia y que llevan grabada en su conciencia la distinción entre el bien y el mal. Así
pues, no hay hombre para quien la conciencia de la luz eterna no penetre... la luz común de la naturaleza,
una cosa mucho más baja que la fe (Comentarios de Calvino, tr. T.H.L. Parker; Grand Rapids: Eerdmans
1959).
Debido a que el incrédulo es inconsistente en su adherencia a la negación de la verdad de Dios, debido a que
él y el mundo no son lo que él profesa que son, al incrédulo se le da algún conocimiento. Así que la antítesis
entre creyente e incrédulo es absoluta sólo en principio en este momento. Van Til observa correctamente:
Se dice que el contraste absoluto entre el cristiano y el no Cristiano en el campo del conocimiento es
el de los principios. Se reconoce plenamente que, a pesar de este absoluto contraste de principios,
hay un bien relativo en los que son malos.... En la medida en que los hombres operan
conscientemente a partir de este principio, no tienen ninguna noción en común con el creyente....
Pero en el curso de la historia el hombre natural no es plenamente consciente de su propia
posición.... Él tiene dentro de sí el conocimiento de Dios en virtud de su creación a imagen de Dios.
Pero esta idea de Dios es suprimida por su falso principio, el principio de autonomía. Este principio
de autonomía es, a su vez, suprimido por el poder restrictivo de la gracia común de Dios... Y por el
esfuerzo del Espíritu... su hostilidad es frenada en alguna medida... Y como tal pueden cooperar en
virtud de la restricción ética de la gracia común (The Defense of the Faith; Presbyterian and
Reformed, 1955, pp....). 67, 189-190, 194).
De esta manera se refuerza aún más el desafío del presuposicionalismo. Todo conocimiento, aun el
conocimiento poseído por el incrédulo en la injusticia, debe ser fundado sobre la verdad aceptada acerca de
Dios. Por lo tanto, tanto el conocimiento del incrédulo como la gracia común de Dios deben ser usados, no
para alentar la neutralidad, sino para hacer comprender las demandas de Dios en cada punto. dice Van Til,
La gracia común no es un don de Dios por el cual su propio llamado al arrepentimiento a los hombres que
han pecado contra él está siendo temporalmente desdibujado. La gracia común debe servir más bien al desafío
de Dios al arrepentimiento. Debe ser una herramienta por medio de la cual el creyente como siervo de Cristo
pueda exhortar al incrédulo a arrepentirse. Los creyentes pueden mostrar objetivamente a los no creyentes
que la unidad de la ciencia sólo puede lograrse sobre la base teísta cristiana (ibíd., pág. 195).
Vemos, pues, que la crítica formulada al principio de este estudio no perjudica, sino que más bien sirve para
señalar aún más la fuerza y la necesidad de la epistemología presuposicional.
10: El Terreno Común Que No Es Neutral
En los dos estudios anteriores hemos visto que la necesidad de presuponer la verdad revelada de Dios para
alcanzar el conocimiento de algo—desde la composición química del agua hasta el camino de la salvación—
no (1) genera una arrogancia irracional, o (2) priva a los incrédulos de un conocimiento del mundo. Una
tercera acusación contra la posición epistemológica del presuposicionalismo cristiano es que impide una
discusión significativa y una argumentación exitosa con los no Cristianos. Supuestamente un
presuposicionalista niega que exista un terreno común entre creyentes e incrédulos y, por lo tanto, el
apologista no tendría ningún punto de contacto con el incrédulo y ninguna base sobre la cual pudiera
comunicar las ideas.
Una respuesta apropiada a esta línea de ataque requiere que tomemos en cuenta (1) al Dios a quien
representamos, (2) al pecador con quien hablamos, y (3) el contexto en el cual razonamos con él.
El Señor Dios es el Creador del cielo y de la tierra (Génesis 1:1); nuestro entendimiento debe comenzar aquí.
Él lo ha hecho todo (Ex. 20,11; Neh. 9,6; Sal. 104,24; Isa.44,24); "en Él fueron creadas todas las cosas, en los
cielos y en la tierra, las cosas visibles y las cosas invisibles (Col. 1,16a). Todos los hombres son Sus creaciones,
los ricos y los pobres (Prov. 22:2). Y "el Señor lo ha hecho todo para sí mismo" (Prov. 16,4): "todo ha sido
creado por Él y para Él" (Col. 1,16b). Su dominio soberano se extiende sobre todas las cosas del mundo. Él
obra todas las cosas de acuerdo con Su consejo (Ef. 1:11), y cada minuto del día le pertenece (Sal. 74:16). Él
es dueño de todo en la creación, y cada faceta de la vida debe servirle. "La tierra es del Señor y de su plenitud,
del mundo y de sus moradores" (Sal. 24,1); Dios declara que "todo lo que está debajo de todo el cielo es mío"
(Job 41,11; cf. Gén. 14,19; Ex. 9,29; Dt. 4,39; 10,14; etc.). Como confesó Rahab "El Señor tu Dios es Dios en
los cielos por encima y por debajo de la tierra" (Jos. 2:11); así la grandeza, el poder, la gloria, la victoria y la
majestad son Suyos, porque todos los que están en los cielos y en la tierra son Su posesión (1 Cr. 29:11). El
gobierno soberano de Dios se extiende hasta los confines de la tierra (Salmo 59:13), sobre cada alma
(Ezequiel 18:4), a todas las generaciones (Éxodo 15:18; Salmo 10:16; 145:13; 146:10). Por lo tanto, el Dios
que creó todas las cosas gobierna sobre todas (Salmo 103:19).
En este caso todo en el reino creado debe servir, y ser usado para servir, al Señor Creador: "De Él, y por Él,
y para Él son todas las cosas" (Rom. 11:36). No hay ni una pulgada cuadrada del mundo, ni una fracción de
segundo del tiempo, que no sea dependiente, controlada por, y subordinada a Dios. Así, pues, se manda al
hombre a hacer todo lo que hace para gloria de Dios (1 Cor. 10, 31); se requiere que nuestros cuerpos sean
sacrificios vivientes en el servicio de Dios (Rom. 12, 1). De hecho, todo lo que hacemos, ya sea de palabra o
de obra, está bajo este mandato (Col. 3:17). Aun el uso de nuestra razón o mente debe ser de acuerdo con la
dirección de Dios y para Su gloria (2 Co. 10:5), porque Su gobierno soberano incluye las áreas de sabiduría
y conocimiento (Col. 2:3). Así que vemos que Dios debe ser glorificado literalmente en todas las cosas (1
Pedro 4:11). Debido a que todo y cada área es creada y gobernada por Dios, nada está exento del requisito
de ser consagrados, o apartados, a Él—debemos ser santos en "toda manera de vivir" (1 Pedro 1:15).
La conclusión de esta línea de pensamiento es contundentemente evidente: no puede haber terreno neutral
entre creyente e incrédulo, entre obediencia y rebelión, entre respetar y abusar de lo que pertenece a Dios
(es decir, todo). "Nadie puede servir a dos señores" (Mat. 6,24); "El que no está conmigo, está contra mí"
(Mat. 12,30). Por lo tanto, no hay ningún área en el mundo, en el pensamiento, en la palabra o en la acción
que sea irrelevante, indiferente o neutral hacia Dios y Sus demandas. El cristiano debe reconocer este hecho
cuando trata con el incrédulo. No hay ningún tema que él pueda discutir que esté desprovisto de relación
con la cuestión religiosa o que esté libre de compromiso religioso. No existe ninguna zona "desmilitarizada"
entre el campo de la incredulidad y las fuerzas obedientes a Cristo. Dios es dueño de todo o de nada. Cada
área de la vida y cada hecho son lo que son debido al decreto soberano de Dios, y así que no hay lugar a
donde un hombre pueda huir para escapar de la influencia, control y requerimientos de Dios. En el mundo
de Dios la neutralidad es imposible.
Además, Dios no sólo ha creado todas las cosas para sí mismo, y no sólo gobierna en cada área, sino que
persistente y universalmente se revela a sí mismo a todos los hombres. Dios nunca se ha dejado sin un
testigo (Hechos 14:17). Ningún hombre puede alegar ignorancia de su Creador, porque Dios mismo ha hecho
que lo que puede ser conocido de Él se manifieste a todo hombre (Rom. 1:19). De hecho, Sus atributos
invisibles son claramente percibidos a través del mundo creado (Ro. 1:20). Aquí de nuevo, entonces,
debemos concluir que no puede haber un terreno neutral, ningún área que no ejerza una presión reveladora
sobre el pecador. Dondequiera que mire, el pecador se encuentra confrontado con el Dios con quien tiene
que tratar. No puede haber una zona de seguridad donde el pecador pueda huir para refugiarse. Si los
hubiera, el pecador se quedaría allí permanentemente para escapar de su Hacedor. Pero no hay escape de
Dios (Salmo 139:7-8).
Por lo tanto, el cristiano debe esforzarse por llevar a los pensadores incrédulos a una plena realización de
la extensa afirmación de Dios sobre ellos. El Dios del universo universalmente sustentador, universalmente
reinante, universalmente revelador no ha, ni puede, permitir a la creación la más mínima área de
neutralidad. Consecuentemente, el creyente se equivoca al buscar (y presume encontrar) un tema que no
desafíe al incrédulo con las demandas presuposicionales que hemos discutido en estudios previos. La
esperanza de que un tema o hecho tan neutro pueda convertirse en el punto de partida de un argumento
que convenza progresivamente al incrédulo de la verdad de la palabra de Dios (por pulgadas) es inútil.
Cristo es el Señor, aun en el mundo del pensamiento. Ningún hecho, ninguna área de conocimiento o
sabiduría, falla en hacer comprender Sus requerimientos y manifestar Su control soberano. El punto de
partida para la comprensión no es la neutralidad sino la reverencia al Señor.
Las consideraciones anteriores no sólo establecen que no hay un terreno neutral entre los creyentes y los
incrédulos, sino también que siempre hay un terreno común entre el creyente y el incrédulo. Lo que hay
que tener en cuenta es que este terreno común es el terreno de Dios. Todos los hombres tienen en común
el mundo creado por Dios, controlado por Dios, y constantemente revelando a Dios. En este caso, cualquier
área de la vida o cualquier hecho pueden ser utilizados como punto de contacto. La negación de la
neutralidad asegura, en lugar de destruir, los elementos comunes.
11: Dónde Se Encuentra Y Dónde No Se Encuentra El Punto De Contacto
Pasando a la cuestión del terreno común con el incrédulo, primero hemos considerado al Dios a quien
representamos. Puesto que Dios es el creador de todas las cosas, puesto que Él controla soberanamente cada
evento, y puesto que Él se revela claramente en cada hecho del orden creado, es absolutamente imposible
que debiese haber un terreno neutral, algún territorio o faceta de la realidad donde el hombre no sea
confrontado con las demandas de Dios, alguna área de conocimiento donde el asunto teológico sea
intrascendente. Sin embargo, esta perspectiva garantiza que hay un terreno común de naturaleza metafísica
entre el creyente y el no creyente—un terreno común de naturaleza metafísica. El mundo entero, el reino
creado y la historia pública, constituyen elementos comunes entre el cristiano y el no cristiano. Pero este
terreno común no es un terreno neutral; es el terreno de Dios. No hay ningún lugar en el mundo—ni siquiera
el mundo del pensamiento—que no sea territorio de Dios.
Además de considerar al Dios a quien representamos, debemos conocer a la persona con quien hablamos.
En particular, debemos reconocer los efectos noéticos del pecado. La caída del hombre tuvo resultados
drásticos en el mundo del pensamiento; incluso el uso de la capacidad de razonamiento del hombre se vuelve
depravado y frustrante. Toda la creación fue sometida a vanidad (Ro. 8:20), trayendo así confusión,
ineficiencia y desesperación escéptica al reino epistémico. Más aún, la corrupción moral superó a los
pensamientos del hombre (Génesis 6:5), de tal manera que el mal uso de la mente del hombre se volvió
exhaustivo, continuo e ineludible. El hombre injustamente suprime la verdad para abrazar la mentira (Rom.
1:18, 25). En su seudo-sabiduría el mundo se niega a conocer a Dios (1 Cor. 1:21), porque Satanás ha cegado
la mente de los hombres (2 Cor. 4:4). El hombre usa su razón, no para glorificar a Dios y avanzar Su reino,
sino para levantarse en arrogante oposición al conocimiento de Dios (2 Co. 10:5).
Cuando decimos que el pecado es ético no queremos decir, sin embargo, que el pecado afectó no sólo la
voluntad del hombre sino también su intelecto. El pecado afectó cada aspecto de la personalidad del hombre.
Todas las reacciones del hombre en todas las relaciones en las que Dios le había puesto eran éticas y no
meramente intelectuales; lo intelectual en sí mismo es ético. (Cornelius Van Til, La defensa de la fe. Filadelfia:
Presbiteriano y reformado, 1955, p. 63).
En sus Institutos de la Religión Cristiana, Juan Calvino comentó muy claramente que los filósofos necesitan
ver que el hombre es corrupto en todos los aspectos de su ser—que la caída pertenece tanto a las operaciones
mentales del hombre como a su volición y emociones.
Por supuesto, esto indica por qué no podemos tratar de encontrar una base común en la interpretación del
incrédulo o en la comprensión autoconsciente de las cosas, ya sean las leyes de la lógica, los hechos de la
historia o las experiencias de la personalidad humana. El no-cristiano busca suprimir la verdad,
distorsionarla en un esquema naturalista, para excluir la interpretación del Dios que hace las cosas y como
son los eventos (determinando el fin desde el principio, Isaías 46:10). El erudito Cristiano no puede
encontrar nada más allá que un acuerdo formal, no puede encontrar un entendimiento genuinamente
común, en las palabras y opiniones de los incrédulos. Específicamente, y en el corazón de los desacuerdos
con eruditos o pensadores incrédulos, debemos ver que el incrédulo tiene un diagnóstico incorrecto de su
situación y de su propia persona. El no cristiano piensa que su proceso de pensamiento es normal.
Cree que su mente es el último tribunal de apelación en todos los asuntos de conocimiento. Se considera a
sí mismo como el punto de referencia para toda interpretación de los hechos. Es decir, se ha convertido
epistemológicamente en una ley para sí mismo: autónomo.
Consecuentemente, la depravación y la supuesta autonomía del pensamiento del hombre impiden que el
cristiano regenerado busque una base común en el punto de vista autoconsciente y admitido del incrédulo
sobre cualquier asunto. En vez de estar de acuerdo con la concepción, el orden o la evaluación de la
experiencia del pecador, el cristiano busca su arrepentimiento—el arrepentimiento en el mundo del
pensamiento. Nuestro enfoque debe ser el de Isaías 55:7: "Deje el impío su camino, y el hombre injusto sus
pensamientos; y vuélvase al Señor". Un paciente moribundo puede requerir cirugía y sin embargo temerla,
por lo que se engaña a sí mismo pensando que su condición sólo requiere una bandita. Un médico que
aceptara la concepción que su paciente tiene de sí mismo y de su estado no sólo sería un charlatán, sino que
no mostraría ninguna preocupación por la verdadera salud y recuperación del paciente. Así también, el
erudito cristiano que genuinamente desea la recuperación espiritual del pensador no regenerado no debe
permitir que el incrédulo diagnostique su propia condición y pensamientos y luego prescribir una cura
insuficiente. El pensador no regenerado no sólo necesita una curita de información adicional; necesita la
cirugía interna fundamental de la regeneración. Él necesita abandonar sus pensamientos y ser renovado en
conocimiento según la imagen de su creador (Col. 3:10).
Sin embargo, al negar terreno común en el área de la interpretación autónoma de la experiencia del no
cristiano, el presuposicionalista no enseña que no tiene ningún punto de contacto con el incrédulo. El hecho
de que el incrédulo esté equivocado en sus esfuerzos interpretativos autoconscientes no significa que él y el
cristiano sean (epistemológicamente hablando) como barcos que pasan en la oscuridad. Porque hay algo de
gran significado en común entre el creyente y el incrédulo; ambos son, independientemente de sus
condiciones salvas y perdidas, la imagen criatural de Dios. Mientras que los no regenerados necesitan ser
renovados con respecto a ella, la imagen de Dios permanece suya. El hombre no puede dejar de ser hombre,
y ser hombre es ser imagen de Dios. El hombre es la réplica finita de Dios, siendo como Él en todos los
aspectos apropiados para que la criatura se asemeje a su Creador. De esta manera, ningún hombre puede
escapar del rostro de Dios, pues la imagen de Dios es llevada junto con el hombre a donde quiera que vaya—
aun dentro del Hades. Por lo tanto, el creyente puede encontrar un punto de contacto en su discusión con
los no creyentes en su interior. La creación establece para siempre que ningún hombre está fuera del alcance
de la revelación de Dios; los hombres han sido creados con la capacidad de entender y reconocer la voz de
su Creador. Van Til dice que sí:
…seguros de un punto de contacto en el hecho de que cada hombre está hecho a imagen de Dios y ha impreso
en él la ley de Dios. Sólo en ese hecho (nosotros) podemos estar seguros con respecto al problema del punto
de contacto. Porque ese hecho hace a los hombres siempre accesibles a Dios.... Sólo así, encontrando el punto
de contacto en el sentido de la deidad del hombre que yace debajo de su propia concepción de la
autoconciencia como última, podremos ser fieles a las Escrituras y eficaces en el razonamiento con el hombre
natural (ibíd., pp. 111, 112).
Hemos visto, entonces, hasta ahora, que el presuposicionalismo toma en serio las doctrinas de la creación,
la soberanía de Dios, la revelación natural, la creación del hombre como la imagen de Dios, y la depravación
total. El presuposicionalismo sostiene que definitivamente hay un terreno común entre creyentes y no
creyentes (terreno que es de naturaleza metafísica), pero ese terreno común no es terreno neutral. Además,
ese fundamento no se encuentra en la concepción e interpretación autónoma del hombre natural de su
experiencia o de los hechos del mundo. El cristiano no tiene un punto de contacto allí, sino más bien en la
condición actual del hombre como imagen de Dios. Por lo tanto, está claro que la tercera crítica al
presuposicionalismo que se ensayó en una parte anterior de esta serie es totalmente infundada. Lejos de
aislar a los hombres en torres de pensamiento mutuamente inaccesibles, el presuposicionalismo asegura
tanto el terreno común como el punto de contacto entre cristianos y no cristianos. ¡Todo es cuestión de
encontrarlos en el lugar correcto!
12: Resumen General: Capítulos 1-11
Será conveniente hacer una pausa en este punto y resumir nuestra discusión en los estudios anteriores para
obtener una visión concisa de nuestro patrón de pensamiento.
La primera parte de esta serie establece el Señorío de Cristo en el ámbito del conocimiento y aplica esa
verdad al ejercicio de la razón del hombre. Concluimos con Calvino que la palabra de Dios debe ser
presupuesta para tener conocimiento en el reino de la creación o de la redención; sin embargo, debido a
que nuestra cultura ha sido saturada con las demandas contrarias de autonomía y neutralidad, hay una
necesidad apremiante de reforma en el mundo del pensamiento. Tres objeciones básicas al
presuposicionalismo en la teoría del conocimiento surgen de una cultura no reformada; estas tres quejas
fueron posteriormente consideradas para demostrar su invalidez, mostrar la fuerza del presuposicionalismo
y exponer otros aspectos de esa posición.
1. El conocimiento de Dios es original, integral y creativo. No hay principios o estándares más elevados
de verdad a los cuales Él mire e intente poner sus pensamientos en conformidad. No hay misterio
alrededor de Su entendimiento, porque es infinito. La mente de Dios da diversidad y orden a todas
las cosas, garantizando así la realidad de los detalles (multiplicidad) y a la vez asegurando que son
inteligibles (unidad).
3. Por lo tanto, la palabra de Dios tiene autoridad suprema, absoluta e incuestionable tanto en el
ámbito del conocimiento como en el de la moralidad.
4. Esto también significa que la palabra de Dios debe ser el estándar final de la verdad para el hombre,
en cuyo caso no puede ser desafiada por un criterio más definitivo.
1. Hay una verdad absoluta, cuyo conocimiento es accesible al hombre; aunque no lo conozca
exhaustivamente, sí tiene un conocimiento adecuado.
2. El conocimiento del hombre debe ser una reconstrucción receptiva del conocimiento original y
creativo de Dios; para llegar al conocimiento de la verdad el hombre debe "pensar los pensamientos
de Dios conforme a Él".
a. El punto de partida del conocimiento es, por lo tanto, Dios; el principio del conocimiento es
el temor del Señor—por lo que se requiere respeto y sumisión.
c. El hombre debe estar agradecido a Dios por todo lo que posee, incluyendo su conocimiento
y comprensión; todo lo que tenemos viene de Dios.
3. La filosofía que suprime en vez de presuponer la verdad de Dios, evidencia la oscuridad de una
mente pecaminosa—es decir, está en la rebelión epistemológica y moral contra Dios.
a. Tal pensamiento es hecho necio por Dios y lleva a conclusiones inútiles; hace imposible el
uso de la razón.
a. Ningún hombre puede servir a dos amos, y por lo tanto uno debe elegir basar sus esfuerzos
intelectuales en Cristo o en su propia razón autónoma; no hay término medio entre estas
dos autoridades.
c. Un Cristiano que se esfuerza por ser neutral no sólo niega el Señorío de Cristo en el
conocimiento y pierde su base sólida en el razonamiento, sino que también
inconscientemente respalda suposiciones que son hostiles a su fe.
b. El Cristiano vive por fe, en el poder regenerador e iluminador del Espíritu Santo, en vez de
por el intelecto autosuficiente.
c. Cada uno de sus pensamientos está cautivo y arraigado en Cristo como su nuevo Señor. Por
eso presupone la verdad de la Palabra de Dios y la aplica a todos los aspectos de la vida
(incluida la actividad intelectual).
d. El creyente debe amar al Señor su Dios con toda su mente, buscando en todas las cosas
glorificarlo—aun en el mundo del pensamiento.
1. Los hombres vienen a presuponer la verdad de Dios sólo por la gracia de Dios.
a. Debido a que es la verdad y la gracia de Dios la que nos ha transformado, debemos ser
valientes en nuestro desafío a la creencia intelectual.
b. Puesto que es la gracia de Dios (no nuestra propia sabiduría) la que explica nuestro cambio
de opinión, la humildad es propia del erudito Cristiano; no tenemos nada en nosotros
mismos de lo que jactarnos.
2. Todos los hombres están "sin excusa" para rebelarse contra el Señor, porque todos los hombres
conocen al Dios vivo y verdadero por medio de su revelación común.
a. A pesar de su profesión contraria, incluso el incrédulo sabe lo que se puede saber de Dios a
partir de la naturaleza y la conciencia; Dios se ha revelado claramente a todo hombre.
b. Todos los hombres intentan suprimir este conocimiento de Dios, como se manifiesta en los
diversos, multiformes y profusos esquemas de pensamiento y filosofía anticristiana.
c. Pero debido a que el incrédulo no puede librarse del conocimiento de Dios, debido a que
continúa usando el "capital prestado" de las verdades teístas, se le permite llegar a una
comprensión limitada de la verdad sobre el mundo y sobre sí mismo—a pesar de, y no debido
a, su intento de autonomía.
3. Dios ha creado todas las cosas para Sí Mismo, las dirige a Sus propios fines soberanos, y es dueño
de todo—en cuyo caso, todo en el reino creado debe servirle a Él.
a. Esto excluye la posibilidad de cualquier terreno neutral entre el creyente y el incrédulo, pero
nos asegura que hay abundante terreno común (metafísicamente hablando) entre ellos, ya
que todos los hombres son criaturas de Dios y viven en el mundo de Dios.
La Locura De La Incredulidad
Un Procedimiento Apologético Dual
Respondiendo Al Necio
Las Cosmovisiones en Colisión
El punto De Partida Definitivo: La Palabra De Dios
Resumen Sobre El Método Apologético: Capítulos 13-17
13: La Locura De La Incredulidad
La declaración central y el desafío de la apologética Cristiana se expresa en la pregunta retórica de Pablo:
"¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? (1 Cor. 1: 20). Los ataques cruciales que se dirigen contra
la fe Cristiana en el mundo del pensamiento no pueden ser enfrentados con respuestas fragmentadas y
apelaciones a la emoción. A la larga el creyente debe responder al ataque del incrédulo atacando la posición
del incrédulo en sus cimientos. Él debe desafiar las presuposiciones del incrédulo, preguntando si el
conocimiento es siquiera posible, dadas las suposiciones y perspectiva del no cristiano. El Cristiano no puede
estar siempre construyendo defensivamente respuestas atomísticas a la interminable variedad de críticas
incrédulas; debe tomar la ofensiva y mostrarle al incrédulo que no tiene un lugar inteligible donde pararse,
ni epistemología consistente, ni justificación para un discurso, predicación o argumentación significativa.
La seudo-sabiduría del mundo debe reducirse a necedad—en cuyo caso ninguna de las críticas de los
incrédulos tiene validez.
Si hemos de entender cómo responder al necio, si hemos de ser capaces de demostrar que Dios ha vuelto
insensata la pseudo-sabiduría del mundo, entonces primero debemos estudiar la concepción bíblica del
necio y su insensatez.
En realidad, este hombre autónomo es tedioso, testarudo, grosero, obstinado y estúpido. Se profesa sabio,
pero al abrir la boca es claro que es (en el sentido bíblico) "un necio"—su única sabiduría consistiría en
guardar silencio (Prov. 17:28). "El corazón de los necios proclama necedad" (Prov. 12:23), y el necio alardea
de su necedad (Prov. 13:16). Él come la insensatez irreflexivamente (Prov. 15:14), la derrama (Prov. 15:2), y
regresa a ella como un perro a su vómito (Prov. 26:11). Está tan enamorado de su locura y tan dedicado a
su preservación que "Es mejor que un hombre se encuentre con una osa despojada de sus cachorros, que
con un necio en su locura" (Prov. 17,12). El necio no quiere realmente encontrar la verdad; sólo quiere ser
auto-justificado en sus propias imaginaciones. Mientras que él puede fingir objetividad, "El necio no se
deleita en entender, sino sólo para que su corazón se manifieste" (Prov. 18:2). Está comprometido a sus
propias presuposiciones y desea salvaguardar su autonomía. Así no se apartará del mal (Prov. 13, 19), y así
toda su palabrería de conocimiento no revela más que labios perversos y mentirosos (Prov. 10, 18; 19:1).
Puede hablar con orgullo, pero "La boca del necio es su perdición, y sus labios son la trampa de su alma"
(Prov. 18,7). No soportará el juicio de Dios (Sal. 5:5)
¿Cómo puede un hombre llegar a ser necio tan iluso, supuestamente autónomo? El necio desprecia la
sabiduría y la instrucción, rehusándose a comenzar a pensar con reverencia hacia el Señor (Prov. 1:7). Él
rechaza los mandamientos de Dios (Prov. 10:8) e incluso se atreve a reprochar al Todopoderoso (Sal. 74:22;
Job 1:22). "El pensamiento de insensatez es pecado" (Prov. 24:9). El necio no será gobernado por la palabra
de Dios; es anárquico, así como su pensamiento es anárquico (es decir, pecaminoso, 1 Juan 3:4). Rechazando
la ley o palabra de Dios, el necio respeta su propia palabra y ley (es decir, él es autónomo). Las Escrituras
describen a las personas que no conocen a Dios, sus caminos y sus juicios como insensatos (Jeremías 5:4).
El necio vive en la ignorancia práctica de Dios, porque en su corazón (de la cual están los asuntos de la vida,
Prov. 4:23) el necio dice que no hay Dios (Sal. 14:1; cf. Isa. 32:6). Vive y razona de manera atea—como si él
fuese su propio señor. En vez de ser dirigido Espiritualmente, la visión del necio es terrenal (Prov. 17:24).
Él sirve a la criatura (por ejemplo, la autoridad de su propia mente) en lugar de servir al Creador (Ro. 1:25).
El hombre que escucha las palabras de Cristo y aun así construye su vida sobre el rechazo de esa revelación
es un insensato (Mateo 7:26), y el hombre que suprime la revelación general de Dios en el reino creado
también es descrito como un insensato (Romanos 1:18). Está bastante claro, entonces, que un necio es aquel
que no hace de Dios y de Su revelación el punto de partida (la presuposición) de su pensamiento. Los necios
desprecian la predicación de la cruz, rehúsan conocer a Dios, y no pueden recibir la palabra de Dios (1 Cor.
1-2). El hombre autónomo autoproclamado, el incrédulo, no se someterá a la palabra de Dios ni construirá
su vida y pensamiento sobre ella. Por lo tanto, la incredulidad y la ignorancia de la voluntad de Dios
producen insensatez (1 Co. 15:36; Ef. 5:17).
Como resultado, el necio no tiene la concentración necesaria para encontrar la sabiduría; piensa en vano
que es fácilmente dispensada o ganada (Prov. 17:16, 24). Al glorificarse en el hombre, el pensamiento del
necio se vuelve vano y vergonzoso (1 Cor. 3); su corazón se oscurece, y su mente es vana (Rom. 1, 21). Debido
a su incredulidad y rebelión contra la palabra de Dios, el necio no tiene conocimiento en sus labios (Prov.
14:7). De hecho, porque él no escoge reverenciar al Señor, el necio odia el conocimiento (Prov. 1:29). El
incrédulo que critica la fe cristiana es este tonto que hemos estado describiendo arriba. Al responder al
necio, un apologista Cristiano debe tratar de demostrar que la incredulidad es, en última instancia,
destructiva de todo conocimiento. El necio debe ser mostrado que su autonomía es hostil al conocimiento—
que Dios hace insensata la "sabiduría" del mundo.
14: Un Procedimiento Apologético Dual
"¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido
Dios la sabiduría del mundo?"
Pablo podría argumentar su apologética por la fe Cristiana en este conjunto de preguntas retóricas (1
Corintios 1:20), sabiendo que la palabra de la cruz destruye la sabiduría del mundo y desecha su
entendimiento (v. 19). El corazón no regenerado, con su mente oscura, evalúa el evangelio como debilidad
y locura (vv. 18, 23), pero en realidad expresa el poder salvador de Dios y la verdadera sabiduría (vv. 18, 21,
24).
Lo que el mundo llama "necio" es en realidad sabiduría. Por el contrario, lo que el mundo considera "sabio"
es en realidad una necedad. El incrédulo tiene sus normas completamente cambiadas, y así se burla de la fe
cristiana o la ve como intelectualmente deshonrosa. Pero Pablo sabía que Dios podía desenmascarar la
arrogancia de la incredulidad y mostrar su lamentable pretensión de conocimiento: "la insensatez de Dios
es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres" (v. 25). Aunque el
incrédulo ve la fe cristiana como insensata y débil, esa fe tiene la fuerza y los recursos intelectuales para
exponer la "sabiduría mundana" por lo que realmente es: una completa insensatez. Dios ha escogido las
cosas insensatas del mundo para avergonzar a los que se jactan de su sabiduría (v. 27).
Frente a la revelación de Dios, el incrédulo está "sin disculpa" (cf. Rm 1,20, en griego). Su posición intelectual
no tiene credenciales que valgan la pena a largo plazo. Cuando él se enfrenta al desafío intelectual del
evangelio como Pablo lo presentaría, el no regenerado es dejado sin lugar donde pararse. El resultado del
encuentro es expresado sumariamente por Pablo cuando declara: "¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el
disputador de este siglo?" El hecho es que Dios hace insensata la sabiduría de este mundo, y así el incrédulo
genuinamente sabio no puede ser encontrado. El hombre que puede debatir y defender adecuadamente la
perspectiva de este mundo (es decir, la incredulidad) nunca ha vivido. El rechazo de la fe cristiana no puede
ser justificado, y la posición intelectual del incrédulo no puede ser defendida genuinamente en el mundo del
pensamiento. Las armas espirituales del apologista cristiano son poderosas delante de Dios para derribar
toda imaginación elevada que es exaltada contra el conocimiento de Dios (2 Cor. 10:4-5). El incrédulo, como
vimos en el último estudio, es un necio en la perspectiva de las Escrituras, y como tal su posición equivale
a un odio al conocimiento (Prov. 1:22, 29); su ataque intelectual al evangelio proviene del "conocimiento"
que falsamente se llama así (1 Tim. 6:20).
El apologista debe tratar de poner en vergüenza esta pretensión de conocimiento (que es, en la base, un
odio al conocimiento); debe manifestar la insensatez de la "sabiduría" de este mundo. Esto requiere mucho
más que un intento poco sistemático de aducir vagas probabilidades de evidencias aisladas de lo razonable
del Cristianismo. Requiere, en cambio, la demostración a gran escala de la irracionalidad del
anticristianismo en contraste con la certeza de la verdad que se encuentra en la Palabra de Dios. El Dr. Van
Til escribe:
La lucha entre el teísmo Cristiano y sus oponentes cubre todo el campo del conocimiento.... El argumento
fundamental del teísmo Cristiano es justamente este, que nada en absoluto puede ser conocido a menos que
Dios pueda ser y sea conocido.... Lo importante es notar esta diferencia fundamental entre el teísmo y el
antiteísmo en la cuestión de la epistemología. No hay un lugar en el cielo o en la tierra sobre el cual no haya
disputa entre las dos partes opuestas (A Survey of Christian Epistemology, den Dulk Christian Foundation,
1969, p.116).
El método de razonamiento por presuposición puede decirse que es indirecto en lugar de directo. La cuestión
entre creyentes y no creyentes en el teísmo Cristiano no puede resolverse apelando directamente a "hechos"
o "leyes" cuya naturaleza y significado ya han sido acordados por ambas partes en el debate.... El apologista
Cristiano debe colocarse en la posición de su oponente, asumiendo la veracidad de su método por el mero
hecho de argumentar, para mostrarle que en tal posición los "hechos" no son hechos y las "leyes" no son
leyes. También debe pedir al no cristiano que se sitúe en la posición cristiana por razones de argumentación,
para que se le demuestre que sólo sobre esa base los "hechos" y las "leyes" parecen inteligibles....
Por lo tanto, debe hacerse la afirmación de que sólo el Cristianismo es razonable para los hombres. Y es
totalmente razonable. Es totalmente irracional mantener cualquier otra posición que no sea la del
Cristianismo. El Cristianismo por sí solo no crucifica a la razón misma... La mejor, la única, la prueba
absolutamente segura de la verdad del Cristianismo es que a menos que se presuponga su verdad, no hay
prueba de nada. Se ha comprobado que el Cristianismo es la base misma de la idea de la prueba misma (The
Defense of the Faith, Filadelfia: Presbiteriano y Reformado, 1955, pp. 117-118, 396).
El necio debe ser contestado mostrándole su insensatez y la necesidad del Cristianismo como la
precondición de la inteligibilidad. En Proverbios 26:4-5 se nos instruye acerca de cómo debemos responder
al insensato incrédulo—cómo debemos demostrar que Dios hace insensata la llamada "sabiduría" de este
mundo. "No respondas al necio según su necedad, para que no te parezcas a él. Responde al necio según su
insensatez, no sea que sea sabio en su propia vanidad". A continuación se describe el doble procedimiento
apologético mencionado por Van Til. En primer lugar, el incrédulo no debe ser contestado en términos de
sus propias presuposiciones equivocadas; el apologista debe defender su fe trabajando dentro de sus propias
presuposiciones. Si él se somete a los supuestos del incrédulo, el creyente nunca expondrá efectivamente
una razón para la esperanza que está en él. Habrá perdido la batalla desde el principio, estando
constantemente atrapado tras las líneas enemigas. Por lo tanto, la fuerza intelectual y el desafío del
Cristianismo no serán expuestos.
Pero entonces, en segundo lugar, el apologista debe responder al necio de acuerdo con sus supuestos
autoproclamados (es decir, de acuerdo con su necedad). Al hacerlo, su objetivo es mostrar al incrédulo el
resultado de esas suposiciones. Perseguidos hasta su fin consistente, los presupuestos de la incredulidad
hacen que el razonamiento del hombre sea vacuo y su experiencia ininteligible; en resumen, conducen a la
destrucción del conocimiento, el callejón sin salida de la inutilidad epistemológica, a la necedad total. Al
colocarse en la posición del incrédulo y perseguirla hasta el insensato socavamiento de los hechos y las leyes,
el apologista Cristiano evita que el necio sea sabio en su propia opinión. Él puede concluir: "¿Dónde, pues,
está el sabio disputador de este mundo?" No hay ninguno, porque como ilustra tan claramente la historia
de la filosofía humanista, Dios ha hecho insensata la sabiduría del mundo. Es confundido por la predicación
"insensata" de la Cruz.
15: Respondiendo Al Necio
En los dos últimos estudios hemos comenzado a mirar la apologética desde el punto de vista bíblico. Se ha
observado que (1) la visión intelectual del incrédulo es la de un "necio" (en el sentido de las Escrituras), (2)
el incrédulo proclama una seudo-sabiduría que es en realidad un odio, y destrucción, del conocimiento, (3)
Dios hace insensata la sabiduría del mundo y la avergüenza a través de Su pueblo, que es capaz de derribar
toda imaginación elevada exaltada en contra del conocimiento de Él, y (4) para dar una respuesta al necio,
el creyente debe seguir un doble procedimiento: (a) negarse a responder en términos de las presuposiciones
del necio, ya que socavan la posición Cristiana, y luego (b) responder en términos de las presuposiciones
del necio para mostrar a dónde conducen, es decir, a la futilidad epistemológica.
Aquí encontramos el camino prescrito para dar respuesta a todo hombre que pida razón de la esperanza
que hay en nosotros (cf. 1 Pedro 3:15). La estrategia apologética esgrimida anteriormente cumple la
condición previa establecida por Pedro para defender la fe, que " apartemos a Cristo como Señor en nuestros
corazones”. Al negarnos a suspender la supuesta verdad de la palabra de Dios cuando discutimos con
aquellos que critican la fe Cristiana, reconocemos el señorío de Cristo sobre nuestro pensamiento. Su
palabra es nuestra máxima autoridad. Si razonáramos con el incrédulo de tal manera que confiáramos en
nuestros propios poderes intelectuales o en las enseñanzas de los (llamados) expertos (en ciencia, o en
historia, o en lógica, o en lo que sea) más de lo que confiáramos en la veracidad de la revelación de Dios,
terminaríamos el argumento (si fuera consistente) estando de acuerdo con el incrédulo. En el lenguaje de
Proverbios 26, responderíamos al necio y terminaríamos siendo como él.
También, empleando el procedimiento apologético presentado arriba podemos llegar a la misma conclusión
que Pablo en 1 Corintios 1, que el punto de vista intelectual del incrédulo está en la base de la insensatez. En
consecuencia, podemos preguntar retóricamente "¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el disputador de este
mundo?" El hecho del asunto será abundantemente manifiesto: Dios hace insensata la sabiduría del mundo,
y la hace por la palabra de la cruz. Demostrando al necio que sus presuposiciones sólo pueden producir un
falso conocimiento, el creyente le responde de tal manera que no pueda ser sabio en sus propias
presuposiciones. De este modo, este doble procedimiento en la apologética presuposicional apunta al éxito
argumentativo sin comprometer la fidelidad espiritual. Da una explicación razonada de la esperanza
Cristiana y reduce todas las posiciones contrarias y críticas a la impotencia. Hay que recordar en este punto,
por supuesto, que el apologista debe hacer este trabajo destructivo "con humildad y reverencia" (1 Pedro
3:15b).
«Desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del Señor
no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija
a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad.»
Primero, este pasaje deja muy claro que el apologista simplemente no debe tener una actitud arrogante al
tratar con los incrédulos. Debe ser gentil, paciente, cortés y prudente. Estos atributos son difíciles para la
mayoría de las personas que mantienen posiciones doctrinales fuertes y que son diligentes para defender
esas posiciones. Es fácil volverse testarudo y celoso para dominar a tu oponente. Sin embargo, es la actitud
opuesta, que es apacible y gentil, la que demuestra que nuestra sabiduría es de lo alto (Santiago 3:13-17).
Segundo, este pasaje enseña que aquellos que son desafiados a defender su fe no deben consentir en
responder en términos de insensatez de la incredulidad. Pablo nos ordena que rechacemos las preguntas
necias, es decir, las preguntas dadas desde el punto de vista de los necios. No debemos someternos al punto
de vista autónomo que suprime la verdad de Dios; no debemos cumplir con la demanda de neutralidad
agnóstica en nuestras discusiones. La pregunta insensata debe dejarse de lado. Sin embargo, el evitar
preguntas insensatas no toma la forma de silencio, porque el pasaje anterior indica que debemos educar al
que pregunta. Hay que dar una respuesta, pero no una respuesta que se ajuste a las tontas presuposiciones
que hay detrás de la pregunta. De lo contrario, el resultado será la contención en lugar de la educación.
Tercero, se revela que el incrédulo "se opone a sí mismo". Por sus necias presuposiciones el incrédulo
realmente trabaja contra sí mismo. Suprime la verdad clara sobre Dios, que es fundamental para la
comprensión del mundo y de sí mismo, y afirma una posición contraria a su mejor conocimiento. Es
intelectualmente esquizofrénico. Esto debe quedar claro para él.
Cuarto, Pablo indica que lo que el incrédulo necesita no es simplemente información adicional. En vez de
eso, necesita que su pensamiento cambie completamente; debe someterse a una conversión a un
conocimiento genuino de la verdad. Hasta que esto suceda, el incrédulo tendrá un conocimiento de Dios que
lo condena (cf. Rom. 1:18ss), pero un conocimiento genuino o sincero de la verdad—un conocimiento
salvífico—sólo puede venir con la conversión. El incrédulo debe ser enseñado a renunciar a su pretendida
autonomía y someterse a la clara palabra de autoridad de Dios.
Finalmente, el pasaje citado anteriormente no deja ninguna duda en cuanto a cuál debe ser la fuente del
éxito apologético: La voluntad soberana de Dios. Un hombre sólo se convertirá si Dios se lo concede. Puesto
que es Él quien determina los destinos de todos los hombres (cf. Ef. 1:1-11), es Él quien también determina
si nuestro testimonio apologético será fructífero o no. Por lo tanto, nos corresponde evitar cualquier intento
de "mejorar" el enfoque bíblico de la apologética. Nuestro deber es ser fieles a las instrucciones del Señor.
Él bendecirá la obediencia a Su voluntad; el éxito no puede venir por eludirla.
16: Las Cosmovisiones en Colisión
En términos de principio teórico y trabajo eventual, el incrédulo se opone a la fe Cristiana con todo un
sistema antitético de pensamiento—no simplemente con críticas fragmentadas. Su ataque está dirigido, no
sólo a ciertos puntos aleatorios de la enseñanza cristiana, sino a su fundamento. Las críticas particulares
utilizadas por el incrédulo se basan en suposiciones básicas y claves que unifican e informan su
pensamiento. Es esta raíz presuposicional la que el apologista debe tratar de erradicar para que su defensa
de la fe sea eficaz.
Debido a que el incrédulo tiene un sistema implícito de pensamiento que dirige su ataque a la fe, el cristiano
nunca puede estar satisfecho de defender la esperanza que hay en él simplemente encadenando evidencias
aisladas que ofrecen una ligera probabilidad de la veracidad de la Biblia. Cada elemento de evidencia en
particular será evaluado (en cuanto a su veracidad y grado de probabilidad) por las suposiciones tácitas del
incrédulo; su visión general de la vida y del mundo proporcionará el contexto en el cual se entiende y se
sopesa la afirmación evidencial. Lo que uno presupone en cuanto a la posibilidad, incluso determinará cómo
califica la "probabilidad".
Por esta razón la estrategia apologética que vemos ilustrada en la Escritura llama a la argumentación en el
nivel de presuposición. Por ejemplo, cuando Pablo se presentó ante Agripa y ofreció su defensa por la
esperanza en él (Hechos 26:2, 6-7; cf. 1 Pedro 3:15) él declaró el hecho público de la resurrección de Cristo
(v. 26); sin embargo, uno debe notar la base presuposicional y el contexto que Pablo proveyó para esta
apelación al hecho. El primer punto que Pablo se esforzó en hacer en su defensa de la fe fue un asunto
preobservacional y trascendental: lo que es posible (v. 8). Dios fue tomado como el determinante soberano
de lo que puede y no puede suceder. Pablo entonces procedió a explicar que la terminación de la hostilidad
al mensaje de la resurrección requiere sumisión al Señorío de Cristo (vv. 9-15). Uno debe entender quién es
la autoridad genuina y última. Pablo continuó explicando que el mensaje que declaró llamaba a un radical
"cambio de mente" (arrepentimiento), pasando de las tinieblas a la luz verdadera y de la dominación de
Satanás a Dios (vv. 18-20). El incrédulo debe renunciar a su razonamiento antagónico y abrazar un nuevo
sistema de pensamiento; por lo tanto, sus compromisos presuposicionales deben ser alterados. Finalmente,
Pablo puso su apelación al hecho dentro del contexto de la autoridad de las Escrituras para pronunciar e
interpretar lo que sucede en la historia (vv. 22-23, 27). El fundamento último de la certeza del cristiano y
de la autoridad que respalda su argumentación debe ser la palabra de Dios. Pablo podría ir a los hechos,
entonces, sólo en términos de una filosofía de los hechos y de acuerdo con los axiomas fundamentales de la
epistemología bíblica.
Dos filosofías o sistemas de pensamiento están en colisión: uno se somete a la autoridad de la Palabra de
Dios como una cuestión de compromiso presuposicional y otro no. Las apelaciones a los hechos serán
arbitradas en términos de las presuposiciones conflictivas sostenidas por las dos filosofías; el debate entre
las dos perspectivas, por lo tanto, eventualmente se reducirá al nivel de la autoridad última de cada uno.
¿Esto lleva al argumento a terminar en un punto muerto, en el que cada persona escoge arbitrariamente un
punto de partida a su propio gusto subjetivo? No, en absoluto. Más bien, esta situación señala la gran
necesidad de un método presuposicional de defensa de la fe. El presuposicionalista se da cuenta de que cada
cadena de argumentos debe terminar en un punto de partida que se autentica a sí mismo; cada cosmovisión
tiene sus supuestos incuestionables e inequívocos, sus compromisos primitivos. Todo debate religioso se
convertirá en una cuestión de autoridad suprema. En principio, las dos opciones serán totalmente opuestas.
En este punto, sólo un argumento de presuposición puede resolver la tensión.
Como se ha discutido en estudios recientes en esta serie, se ha visto que el procedimiento presuposicional
involucra dos pasos: (1) una crítica interna del sistema del incrédulo, demostrando que su enfoque es una
insensata destrucción del conocimiento, y (2) una presentación humilde pero audaz de la razón de la
esperanza en nosotros, comunicada en términos del compromiso presuposicional del creyente con la
verdadera palabra de Dios. Tal procedimiento puede resolver la tensión entre las autoridades que compiten
y los puntos de partida conflictivos, porque plantea la pregunta de qué posición proporciona las condiciones
previas para la observación, la razón y el discurso significativo.
La discusión apologética no termina en un punto muerto porque el cristiano, al colocarse en la posición del
incrédulo, puede mostrar cómo resulta en la destrucción de la experiencia inteligible y el pensamiento
discursivo. Si el incrédulo estaba en lo correcto en sus presuposiciones, entonces nada de lo que fuera podía
ser entendido o conocido. La filosofía del incrédulo ha sido afectada por la vanidad (Ro. 1:21) de modo que
su "conocimiento" es (en términos de sus propias suposiciones) falsamente llamado (1 Ti. 6:20) y se opone
a sí mismo por ello (2 Ti. 2:25). Al oponer su pensamiento necio (en nombre de la "sabiduría") a la sabiduría
del evangelio (que él llama "necio"), el incrédulo debe ser desenmascarado de sus pretensiones (1 Cor. 1:18-
21) y mostrado que no tiene ninguna razón para su punto de vista (Rom. 1:20), sino que ha sido dejado con
una mente vana, oscura e ignorante que necesita renovación (Ef. 4:17-24).
El Cristiano puede entonces enseñar al incrédulo que toda sabiduría y conocimiento debe tomar a Jesucristo
como su punto de referencia (Col. 2:3). El pensamiento del creyente, así como el del no creyente está basado
en un punto de partida autoverificable. Esta verdad última debe ser una expresión de la mente de Dios; sólo
Él habla con autoridad incuestionable y con veracidad que se atestigua a sí mismo. Así, pues, Jesús afirmó
categóricamente que Él era la verdad (Juan 14:6); no hay norma más elevada que Su divina persona y
palabra. Cristo demostró que Dios y Su palabra deben ser el punto de partida indiscutible para todo
pensamiento cuando Él, a diferencia de Adán, rehusó poner a prueba al Señor (Mateo 4:7), haciendo
obediencia implícita a la ley autoritativa de Dios (Deuteronomio 6:16). El punto de partida del Cristiano,
debe ser observado, provee la precondición para una experiencia inteligible y un pensamiento significativo
en lugar de destruir la labor epistemológica, porque enseña que el hombre fue creado para pensar los
pensamientos de Dios según Él y así conocer la verdad.
Hemos visto brevemente, entonces, que la apologética debe eventualmente traer una argumentación
presuposicional: la destrucción de la filosofía del incrédulo en su base epistemológica y la presentación de
la única base viable para el conocimiento—la revelación autoritativa de Dios.
17: El punto De Partida Definitivo: La Palabra De Dios
El desacuerdo entre el creyente y el no creyente que da lugar a la necesidad de la apologética, como vimos
en el último estudio, no es sólo sobre puntos particulares y aislados. En principio, dos sistemas o
perspectivas filosóficas completas entran en conflicto cuando se debate la veracidad de la fe Cristiana. Es
por esa razón que el apologista no puede contentarse con discutir meramente sobre ciertos hechos (incluso
aquellos hechos muy especiales conocidos como "milagros", como la resurrección de Cristo). La
argumentación fáctica puede llegar a ser necesaria, pero nunca es suficiente. Lo que uno toma para ser
fáctico, así como la interpretación de los hechos aceptados, se regirá por su filosofía subyacente de los
hechos—es decir, por presuposiciones más básicas, omnipresentes, orientadas a los valores, que categorizan,
que determinan la posibilidad, que califica la probabilidad, que son supra-experienciales, y que son
motivadas por la religión. Es en este nivel de presuposición que el trabajo crucial en la defensa de la fe debe
ser hecho.
Esto también se manifiesta de una manera algo diferente. Toda la argumentación acerca de las cuestiones
finales finalmente se queda en el nivel de las presuposiciones del contendiente. Si un hombre ha llegado a
la conclusión, y está comprometido con la verdad de un cierto punto de vista, P, cuando es desafiado en
cuanto a P, ofrecerá argumentos de apoyo para ello, Q y R. Pero por supuesto, como su oponente se
apresurará a señalar, esto simplemente cambia el argumento a Q y R. ¿Por qué aceptarlos? El proponente
de P ahora está llamado a ofrecer S, T, U y V como argumentos para Q y R. Y así sucesivamente. El proceso
es complicado por el hecho de que tanto el creyente como el incrédulo estarán involucrados en tales cadenas
de argumentación. Pero todas las cadenas de argumentos deben llegar a su fin en alguna parte.
Las conclusiones de uno nunca podrían ser demostradas si dependieran de una regresión infinita de
justificaciones argumentativas, porque bajo esas circunstancias la demostración nunca podría ser
completada. Y una demostración incompleta no demuestra nada en absoluto.
Finalmente toda la argumentación termina en algún punto de partida lógicamente elemental, una visión o
premisa sostenida como incuestionable. La apologética se remonta a tales puntos de partida o
presuposiciones finales. En la naturaleza del caso, estas presuposiciones se consideran autoevidentes: son
la autoridad última desde el punto de vista de uno, una autoridad para la cual no se puede dar mayor
autorización. Por lo tanto, toda argumentación apologética requerirá tal fundamento final, una
presuposición última y autoverificable o un punto de partida para el pensamiento y el compromiso. El
apologista concienzudo debe ser consciente de cuál es su verdadero punto de partida.
Pero ahora, obviamente, surge un problema. Si las cadenas de argumentos deben finalmente terminar, y si
el creyente y el no creyente tienen puntos de partida conflictivos, ¿cómo puede resolverse el debate
apologético? Puesto que hay diferentes autoridades elementales en el ámbito del pensamiento, ¿la
apologética reduce a una "voluntad de creer" ciega y voluntarista? ¿Es la decisión a favor o en contra de la
fe una mera cuestión de gusto personal? Pues bien, la respuesta tendría que ser afirmativa si el apologista
se contentaba simplemente con argumentos y evidencias de hechos seleccionados y aislados. Pero la
respuesta es no si el Cristiano lleva su argumento más allá de "los hechos y nada más que los hechos" hasta
el nivel de presuposiciones autoevidentes - las suposiciones finales que seleccionan e interpretan los hechos.
En este nivel de conflicto con el incrédulo, el Cristiano debe preguntarse, ¿cuál es realmente la presuposición
incuestionable y autoevidente? Entre creyente e incrédulo, ¿Quién tiene realmente el punto de partida más
seguro para razonar y experimentar? ¿Cuál es ese punto de partida presuposicional? Aquí el apologista
cristiano, defendiendo sus presupuestos últimos, debe estar preparado para argumentar la imposibilidad
de lo contrario—es decir, para argumentar que la perspectiva filosófica del incrédulo destruye el significado,
la inteligencia y la posibilidad misma del conocimiento, mientras que la fe cristiana proporciona el único
marco y las condiciones para la experiencia inteligible y la certeza racional. El apologista debe sostener que
el verdadero punto de partida del pensamiento no puede ser otro más que Dios y Su palabra revelada,
porque ningún razonamiento es posible aparte de esa autoridad última. Aquí y sólo aquí se encuentra el
punto de partida genuinamente incuestionable.
Debe quedar claro que esta es la perspectiva de las Escrituras. Es la palabra de Dios la que debe ser nuestra
suposición última e indiscutible en el pensamiento y la argumentación, en lugar de apoyar
independientemente los "hechos brutos". Cristo demostró que la palabra de Dios (y por lo tanto Su propia
enseñanza) tenía la más alta autoridad en el mundo del pensamiento; era el punto de partida firme, el
fundamento autoverificable, y la norma final de la verdad. Como tal, nada era más último que él o podía
ponerlo en duda. Así Cristo nunca consentiría en poner a prueba al Señor Dios (Mat. 4: 7). Así también,
Cristo se designó a sí mismo como "la verdad" (Juan 14:6). Cristo y su palabra se mantienen firmes como
el punto de verdad más establecido y confiable; sólo Él puede designarse a sí mismo "el Amén". (Apocalipsis
3:14; Isaías 65:16) y prologa Sus pronunciamientos con "Amén, de cierto os digo..." (Juan 3:3, 5, 11, etc.).
Cristo y Su palabra son verdaderamente autoverificable.
Como la norma misma de la verdad contra la cual deben medirse todas las demás afirmaciones, Cristo no
se basó en el respaldo o la evidencia de otros para su enseñanza: enseñó con autoridad autónoma (Mateo
7:29). Si alguien se negara a recibir Sus palabras, esas mismas palabras estarían en juicio sobre él (Juan
12:48-50); ellos tuvieron la autoridad suprema que provenía del Señor, y por lo tanto no estarían sujetos a
desafío (cf. Mateo 20:1-15). Cristo declaró que sería más tolerable para Sodoma que para aquella ciudad que
no recibiera la proclamación apostólica porque (como Él explicó a los apóstoles) "el que os oye, a mí me
oye" (Lucas 10:10-16). La palabra divina es autoritativa en sí misma, llevando su propia evidencia
inherentemente. Consecuentemente, ningún hombre tiene la prerrogativa de ponerlo en duda (Romanos
9:20); en cambio, aquellos que luchan con Dios están obligados a responder (cf. Job 38:1-3; 40:1-5). La
veracidad de Dios debe ser automáticamente presupuesta (Rom. 3:1), porque Él habla con claridad
inconfundible (Rom. 1:19-20; Sal. 119:130).
Cristo desdeñó a los que buscaban señales más allá de la autoridad de sus palabras (Mt. 12:39; 16:4);
consciente de eso, Lucas precedió tal incidente con las palabras "Bienaventurados los que oyen la palabra
de Dios y la guardan" (Lc. 11:28). Los apologistas deben tener en mente que Cristo no necesita el testimonio
y la gloria del hombre (Juan 5:31, 41); Su mayor testimonio viene del Padre, hablando en las Escrituras (Juan
5:37, 39). La negativa de los hombres a creer en la palabra de Cristo no se atribuye a la falta de pruebas
factuales, sino más bien a su no obediencia a esa palabra de Dios que se evidencia en sí misma (Juan 5:36-
38). La Escritura es autoritativa en sí misma para testificar de Cristo, porque la palabra de Dios es más
segura que cualquier experiencia de testigos presenciales de los hechos (2 Pedro 1:16-19). Si los hombres no
se someten al punto de partida final de la Palabra de Dios, ni el hecho de una resurrección histórica los
convencerá (Lucas 16:31). Por lo tanto, cuando ciertos discípulos eran reacios a creer en el hecho de la
resurrección de Cristo, Él los reprendió, no por no haber atendido a la evidencia experimentada, sino por
su vacilación en creer en las Escrituras (Lucas 24:24-27).
Así que vemos que, en términos de un método guiado bíblicamente, el quid de la apologética cristiana no
son meros hechos experimentados (aunque sean necesarios), sino la revelación de Dios en su veracidad que
se comprueba a sí misma. Como defensores de la fe, estamos obligados a "probad los espíritus si son de
Dios" (1 Juan 4:1); ese discernimiento y defensa se requiere en el nivel del punto de partida y de
presuposición, así como en todo nivel superior. El estándar final por el cual todas las afirmaciones religiosas
(afirmativas o negativas) deben ser aprobadas por la enseñanza apostólica (1 Juan 4:2-3) —lo que significa
que en sí misma no es probada por nada más último; no hay "autoridad más elevada" que la propia palabra
autoevidente de Dios.
Por lo tanto, cuando el debate apologético se centra (eventualmente) en el tema de las presuposiciones
conflictivas, el creyente debe defender la palabra de Dios como el punto de partida final, la autoridad
incuestionable, el fundamento de todo pensamiento y compromiso. En el nivel donde hay afirmaciones
contradictorias en cuanto al verdadero y autoevidente punto de partida, nuestra argumentación apologética
debe requerir todo o nada: o la entrega completa al Señorío epistémico de Cristo (Colosenses 2:3) o la
absoluta vanidad intelectual y aflicción de espíritu (Ecl. 1:13-17). Debemos argumentar desde la
imposibilidad de lo contrario. No se puede dar a la verdad fundamental de la fe cristiana una defensa más
definitiva o rigurosa que ésta. Las simples evidencias de la naturaleza, de la personalidad, de la lógica o de
la historia no pueden bastar cuando el debate alcanza el nivel de presuposición: ellos no pueden derribar
todo razonamiento elevado que se enaltece contra el conocimiento de Dios y exige que todo pensamiento
sea cautivo a la obediencia de Cristo (cf. 2 Co 10:4-5).
El incrédulo no debe quedarse con falsas pretensiones: por ejemplo, que su problema es simplemente la
falta de información, o que simplemente necesita corregir algunos de sus silogismos, o que su experiencia
y pensamiento son correctos hasta donde llegan. En realidad, los principios propugnados por el incrédulo
del pensamiento, la razón y la realidad llevarían a la insensatez intelectual y a la destrucción (1 Co. 1:20; Mt.
7:26-27). Esto es lo que hay que señalar, atestiguando así que lo contrario del Cristianismo es imposible,
mientras que por otra parte los dogmas de la fe proporcionan las condiciones necesarias de inteligibilidad
y significado. Tal es la perspectiva y el método de las Escrituras.
La fuente del problema moral y epistemológico del incrédulo es que tiene el punto de partida autoritativo
equivocado (supuestamente autoevidencial) en su pensamiento. Debe ser obvio, entonces, que el apologista
puede ayudar al incrédulo sólo si el apologista reconoce concienzudamente la autoridad última, correcta y
genuinamente autoevidente en el reino del pensamiento, y es fiel al argumentar de tal manera que su
defensa está enraizada en esa presuposición (Mt. 15:14; cf. 2 Co. 4:4; Ef. 4:18 con Jn. 9:39; Hch. 26:18; Sal.
119:18).
De hecho, es el caso, como muchos se apresurarán a señalar, que este método presuposicional de apologética
asume la verdad de la Escritura para abogar por la verdad de la Escritura. Esto es inevitable cuando se
debaten las verdades últimas. Sin embargo, esto no es dañino, porque no es un círculo plano en el que una
de las razones (es decir, "la Biblia es verdadera porque la Biblia es verdadera"). Más bien, el apologista
cristiano simplemente reconoce que la verdad última—la que es más dominante, fundamental y necesaria—
es tal que no puede ser discutida independientemente de las precondiciones inherentes a ella. Uno debe
presuponer la verdad de la revelación de Dios para poder por lo menos razonar—incluso cuando se razona
sobre la revelación de Dios. El hecho de que el apologista presuponga la palabra de Dios para llevar a cabo
una discusión o debate sobre la veracidad de esa palabra no anula su argumento, sino que más bien lo
ilustra.
18: Resumen Sobre El Método Apologético: Capítulos 13-17
De la sección anterior de los estudios sobre el procedimiento apologético podemos ahora resumir la manera
en que debemos defender la esperanza cristiana que está dentro de nosotros:
1) La controversia entre el creyente y el no creyente es en principio una antítesis entre dos sistemas
completos de pensamiento que involucran compromisos y suposiciones finales.
2) Incluso las leyes del pensamiento y del método, junto con la evidencia de los hechos, serán aceptadas y
evaluadas a la luz de las presuposiciones que gobiernan a cada uno.
3) Todas las cadenas de argumentación, especialmente sobre asuntos de última importancia personal, se
remontan y dependen de puntos de partida que se toman como autoevidenciables; por lo tanto, la
circularidad en el debate será inevitable. Sin embargo, no todos los círculos son inteligibles o válidos.
4) Por lo tanto, las apelaciones a la lógica, al hecho y a la personalidad pueden ser necesarias, pero no son
apologéticamente adecuadas; lo que se necesita no son respuestas parciales, probabilidades o evidencias
aisladas, sino más bien un ataque a las presuposiciones subyacentes del sistema de pensamiento del
incrédulo.
a) Por naturaleza, el incrédulo es imagen de Dios y, por tanto, ineludiblemente religioso; su corazón
atestigua continuamente, como también la clara revelación de Dios a su alrededor, la existencia y el
carácter de Dios.
b) Pero el incrédulo cambia la verdad por una mentira. Es un necio que se niega a comenzar su
pensamiento con reverencia al Señor; no construirá sobre las palabras autoevidenciales de Cristo y
suprime la inevitable revelación de Dios en la naturaleza.
c) Debido a que no se deleita en comprender, sino que elige servir a la criatura en lugar de servir al
Creador, el incrédulo está confiadamente comprometido con sus propias maneras de pensar;
estando convencido de que no podría estar fundamentalmente equivocado, alardea de un
pensamiento perverso y desafía la palabra de Dios que se atestigua a sí misma.
f) La ignorancia del incrédulo es culpable porque no tiene excusa para rebelarse contra la revelación
de Dios; por lo tanto, "no tiene excusa" por sus pensamientos.
1. El apologista debe tener la actitud adecuada; no debe ser arrogante ni pendenciero, sino que con
humildad y respeto debe argumentar de manera amable y serena.
2. El apologista debe tener el punto de partida apropiado; debe tomar la palabra de Dios como su
presuposición autoevidencial, pensar los pensamientos de Dios según Él (en lugar de intentar ser
neutral), y ver la palabra de Dios como más segura que incluso su experiencia personal de los hechos.
3. El apologista debe tener el método apropiado; trabajando en las presuposiciones no reconocidas del no
creyente y estando firmemente cimentado en las suyas propias, el apologista debe tratar de derribar
toda imaginación elevada exaltada en contra del conocimiento de Dios, tratando de llevar cautivo a cada
pensamiento (el suyo, así como el de su oponente) a la obediencia a Cristo.
4. El apologista debe tener la meta apropiada: asegurar la sumisión incondicional del no creyente sin
comprometer la propia fidelidad.
a. La palabra de la cruz debe ser usada para exponer la seudo-sabiduría total del mundo como una
locura destructiva.
b. Cristo debe ser apartado como Señor en el corazón de uno, reconociendo así no una autoridad
superior a la palabra de Dios y negándose a suspender el compromiso intelectual con su verdad.
1. Dándose cuenta de que el incrédulo está suprimiendo la verdad con injusticia, el apologista debe
rechazar las necias presuposiciones implícitas en las preguntas críticas e intentar educar a su oponente.
2. Esto implica presentar los hechos dentro del contexto de la filosofía bíblica de los hechos:
b. Una recepción y comprensión apropiada de los hechos requiere sumisión al Señorío de Cristo.
c. Por lo tanto, los hechos serán significativos para el incrédulo sólo si él tiene un cambio
presuposicional de la mente de la oscuridad a la luz.
d. La Escritura tiene autoridad para declarar lo que ha sucedido en la historia e interpretarlo
correctamente.
3. Las presunciones propugnadas por el incrédulo deben ser atacadas con fuerza, preguntando si el
conocimiento es posible, dándolas:
a. Para mostrar que Dios ha hecho insensata la sabiduría del mundo, el creyente puede colocarse
en la posición del incrédulo y responderle de acuerdo a su insensatez, a fin de que no sea sabio
en sus propias presunciones; es decir, demostrar el resultado del pensamiento incrédulo con sus
suposiciones.
b. Las afirmaciones del incrédulo deben ser reducidas a impotencia e imposibilidad por una crítica
interna de su sistema; es decir, demostrar la ignorancia de la incredulidad argumentando desde
la imposibilidad de algo contrario al cristianismo.
4. El apologista debe apelar al incrédulo como imagen de Dios que tiene la revelación clara e ineludible de
Dios, dándole así un conocimiento inerradicable de Dios; este conocimiento puede ser expuesto
indicando expresiones involuntarias o señalando el "capital prestado" (presuposiciones no admitidas)
que se puede encontrar en la posición del incrédulo.
a. Para que el apologista no se asemeje al incrédulo, no le responda según su necedad, sino según
la palabra de Dios.
b. El incrédulo puede ser invitado a ponerse en la posición cristiana para ver que ésta proporciona
las bases necesarias para una experiencia inteligible y un conocimiento factual—concluyendo así
que sólo ella es razonable de sostener y el fundamento mismo para probar cualquier cosa.
c. El apologista también puede explicar que la Escritura explica el estado mental del incrédulo
(hostilidad) y el fracaso de los hombres en reconocer la verdad necesaria de la revelación de Dios;
además, la Escritura provee el único escape de los efectos de esta hostilidad y fracaso (inutilidad
y condenación).
Sección Cuatro: Las Condiciones Necesarias Para
El Éxito Apologético.
Sin embargo, esta confianza debe ser seguida por un método adecuadamente guiado. En particular, el
apologista debe abstenerse de apelar a los principios autónomos del pensamiento secular en su intento de
hacer comprender al incrédulo, porque el método, la norma y el punto de partida del incrédulo son
intrínsecamente contrarios al entendimiento salvífico al que aspira el apologista. La autonomía y la
comprensión son mutuamente excluyentes. El éxito apologético será excluido si el creyente se apoya en
presuposiciones incrédulas o en la actitud de autonomía; puesto que éstas son la fuente de la falta de
comprensión del incrédulo, a fortiori no pueden proporcionar el camino hacia la comprensión.
Toda la raza humana está muerta en delitos y pecados, destituida de la gloria de Dios (Efesios 2:1, 5;
Romanos 3:23; 5:15); como resultado, nadie busca a Dios o tiene entendimiento (Romanos 3:10-12). El
pecado ha llevado al incrédulo a exaltar su propia imaginación e ignorar la revelación de Dios, y por lo tanto
la razón del incrédulo siempre es desviada a conclusiones vanas, erróneas e injustas. En su corazón (de los
cuales están las cuestiones de la vida) el insensato incrédulo dice que no hay Dios, y por eso no tiene
conocimiento ni entendimiento (Salmo 53:1-4; Romanos 3:10-12). El hombre con quien el apologista
argumenta, entonces, carece de comprensión, y su razonamiento no es provechoso. En su mente es un hijo
de ira (Ef. 2:3); su mente está en enemistad con Dios y es incapaz de hacer la voluntad de Dios (Rom. 8:7).
Son las suposiciones intelectuales, la operación y la competencia del pecador las que están siendo juzgadas
en un encuentro apologético, no la revelación de Cristo. El pensador rebelde camina de acuerdo a sus
propios pensamientos y está así encerrado en la locura que procede de su corazón (Isaías 65:2; Marcos 7:21-
22). Puesto que se aparta de la fe, inevitablemente habla falsedad y enseña mentiras demoníacas (cf. 1 Tim.
4:1-2; Rom. 1:25).
Estas son palabras duras e impopulares para los oídos modernos. Debido a que los apologistas
contemporáneos comparten tan a menudo la autonomía del pensamiento secular, no están dispuestos a
acusar su locura de raíz. La profunda deficiencia e injusticia de la epistemología no cristiana es pasada por
alto por muchos en un intento de obtener una audiencia y de mostrar que el compromiso entre la
autosuficiencia intelectual y la dependencia soteriológica de Dios es posible. Sin embargo, es imposible
eludir la estricta acusación de la Biblia sobre el pensamiento incrédulo y su exposición de la insensatez del
incrédulo. La principal antítesis entre la epistemología cristiana y la epistemología apóstata debe ser
subrayada. En contraste con el hombre cuyos pensamientos son vanos, está el hombre que es instruido por
la ley de Dios (Salmo 94:11-12; cf. 1 Corintios 3:20). El cristiano se regocija porque opera, no según la
sabiduría de la carne, sino (en contraste diametral) según la gracia de Dios (2 Cor. 1:12).
¿Qué clase de apologética, si no es para compartir la autonomía del pensamiento incrédulo, puede tener
éxito en llevar al incrédulo a una comprensión de la verdad? La respuesta es que, al igual que la predicación
fiel, la defensa fiel del Evangelio debe estar enraizada en la Palabra y el Espíritu. Dios sólo puede ser conocido
por una revelación voluntaria del Hijo y Espíritu de Dios (Mateo 11:27; 1 Corintios 2:10); juntos tratan con
la hostilidad ética del hombre hacia la revelación de Dios y le capacitan para tener un conocimiento salvífico
de su Creador.
El entendimiento del que carece el incrédulo sólo puede ser provisto cuando su mente ha sido abierta (por
ejemplo, Lucas 24:45) y ha sido convencido por el Espíritu de Verdad (Juan 16:8). Este Espíritu
continuamente da testimonio de Cristo, conduciendo Su caso ante el mundo como el representante legal de
Cristo para la defensa (i.e., el "Abogado"; Juan 15:26). Es decir, el éxito de nuestra apologética depende de
la obra del Espíritu Santo (cf. Juan 3:3, 8). Además, sólo si el incrédulo viene a permanecer en la palabra de
Cristo puede tener a Dios y conocer la verdad (Juan 8:31-32; 2 Juan 9). Hasta que gane la mente de Cristo
es completamente incapaz de conocer las cosas espirituales (1 Cor. 2:14, 16). Tener la mente de Cristo
requiere humildad (Fil. 2:5, 8), y por lo tanto renuncia a la autosuficiencia para poder obedecer la verdad
de Dios. Uno sólo puede llegar a conocer a Aquel que es la Verdad (Juan 14:6) cuando el Hijo le concede el
entendimiento que le falta (1 Juan 5:20).
Por lo tanto, el apologista está llamado a dar un testimonio fiel de la verdad, en lugar de intentar mejorar
la sabiduría del Señor con argumentos autónomos. Confiando en su habilidad para desafiar el pensamiento
apóstata, el creyente debe razonar, no de acuerdo con los principios del pensamiento secular, sino en la
verdad presupuesta de la palabra de Cristo, y buscando el poder de Su Espíritu para traer convicción,
conversión y entendimiento. Una apologética exitosa, dada de acuerdo con la Palabra y Espíritu de Cristo,
es una función de la gracia de Dios, no de la astucia y sabiduría humanas.
20: Uno Debe Creer Para Entender
El testimonio de la Escritura es claro al enseñar que el hombre no puede llegar a un entendimiento de Dios
(y por lo tanto del mundo de Dios) por medio de su razón ejercida independientemente. Uno no satisface
primero su intelecto con ciertas pruebas autónomas de que Dios existe y tiene una naturaleza particular, y
luego, después de ganar este entendimiento, coloca su fe en el Señor. Más bien, la reverencia y la fe preceden
al entendimiento o conocimiento de Dios y de todo lo que Él ha hecho. Conocer a Dios en la salvación y
acercarse a Él tiene precondiciones o requisitos definidos. El lema de la Escritura de la Sabiduría es que "El
principio (es decir, el principio primero y determinante) del conocimiento es el temor (o la sumisión
reverente) del Señor" (Prov. 1,7). Acerca de este versículo Matthew Henry comenta acertadamente: "Para
alcanzar todo conocimiento útil, esto es muy necesario, que temamos a Dios; no estamos calificados para
beneficiarnos de las instrucciones que nos son dadas a menos que nuestras mentes sean poseídas con una
santa reverencia a Dios, y que cada pensamiento dentro de nosotros sea llevado a obedecerle".
El libro de Hebreos toca repetidamente el tema de acercarse a Dios (por ejemplo, 4:16; 7:25; 10:22; 12:22),
lo cual ha sido posible por el ministerio perfecto y el logro de la redención por Jesucristo (cf. 8:1-13). Este
beneficio de la Nueva Alianza se denomina sumariamente "conocer al Señor" (v. 11; cf. Jn 17,3). El
prerrequisito inevitable de venir al Señor en conocimiento salvífico está establecido en Hebreos 11:6 como
fe; sin esto es imposible agradarle. La fe nos permite acercarnos a Dios y conocerlo.
Lo que Dios exige de los hombres es que tengan fe en Su Hijo Mesiánico (Juan 6:28-29), y Jesús declaró que
hacer la voluntad de Dios era necesario si uno quería obtener el conocimiento de la verdadera revelación de
Dios (Juan 7:17). De esto es evidente que el conocimiento autónomo no escoge primero la revelación genuina
de Dios, y luego confía salvíficamente en el Salvador que se revela en ella. La fe es la condición previa para
un entendimiento adecuado. Agustín sacó la conclusión con claridad: "La comprensión es la recompensa de
la fe; por lo tanto, no busques comprender para creer, sino que creas que puedes comprender" (Homilías
sobre el Evangelio de Juan 29.6). La virtud o rectitud personal (es decir, la disciplina despreciada por los
necios que odian el conocimiento, Prov. 1:7b-8, 29) es el apoyo necesario para el conocimiento; si el corazón
de un hombre está equivocado, su pensamiento será en consecuencia inútil. Así como el conocimiento es
sostenido por la virtud, así también la virtud es sostenida por la fe (2 Pedro 1:5). Por lo tanto, debemos
concluir que la fe precede al entendimiento informado.
Ya que este es el caso, y ya que el arrepentimiento es para la fe (Mat. 21:32), el apologista debe tratar de
llevar al arrepentimiento a los que viven en la ignorancia (Hechos 17:30). El conocimiento sólo se puede
obtener cuando el incrédulo se arrepiente y llega a la fe en Cristo: aparte de este radical "cambio de opinión"
y de la sumisión confiada a la verdad de Dios, el conocimiento sería automáticamente excluido. Por lo tanto,
el éxito apologético depende de la conversión del pecador: su pensamiento debe ser completamente
cambiado, no simplemente suplementado con argumentos autónomos. La fe y el arrepentimiento, que
producen reverencia por el Señor, son fundamentales para el conocimiento, no viceversa. La comprensión
no se gana en la sabiduría del hombre, sino sólo cuando tal seudo-sabiduría es abandonada por la verdad
de Dios. El método apologético del creyente debe tener en cuenta este hecho en todo momento: si lo hace,
el apologista será fiel y audaz para presentar el desafío completo de la argumentación presuposicional, en
lugar de los intentos fragmentados de aquellos enfoques que no logran llamar al pecador a abandonar su
sistema de pensamiento con sus suposiciones autónomas y su metodología fútil. El oponente del evangelio
no llegará al conocimiento hasta que renuncie a su orgullo pecaminoso y a su supuesta autosuficiencia
intelectual, es decir, hasta que se incline epistemológicamente ante el Señor con una fe de arrepentimiento.
Pero si la fe de arrepentimiento es necesaria para que el incrédulo vea la verdad del evangelio que
defendemos, entonces el éxito de nuestra apologética está en las manos de nuestro soberano Creador y
Redentor. Nuestra polémica será convincente sólo en la medida en que nuestros oyentes incrédulos sean
renovados en sus mentes y recreados por el Espíritu de Dios en la santidad de la verdad (Ef. 4:23-24). Sólo
entonces dejarán de caminar en la vanidad de sus mentes con un entendimiento entenebrecido e ignorancia
(cf. vv. 17-18). El conocimiento requiere arrepentimiento y fe, y por lo tanto el conocimiento depende de la
gracia de Dios que da la fe como un regalo (Efesios 2:8) y otorga arrepentimiento (Hechos 5:31; 11:18).
Cuando el pecador es beneficiado de esta manera por la misericordia y el amor de Dios, entonces "se reviste
de un hombre nuevo que se renueva a un verdadero conocimiento según la imagen de su Creador" (Col.
3,10). La fe requiere que uno nazca de Dios (1 Juan 5:1) quien da arrepentimiento a un conocimiento genuino
de la verdad (2 Ti. 2:25). El oponente del apologista debe llegar a la fe de arrepentimiento si quiere ganar
entendimiento y conocimiento, y esto ocurre, no por un conocimiento superior o un razonamiento
inteligente por parte del apologista, sino por la obra misericordiosa de Dios en el pecador, de modo que se
le permita conocer la verdad del testimonio y argumento fiel del apologista (ya que están arraigados en la
palabra de Cristo y son poderosos de acuerdo con el Espíritu de Cristo).
Dios debe darnos el éxito en nuestros esfuerzos apologéticos. Por lo tanto, debemos " andar sabiamente
para con los de afuera " (Col. 4,5), no argumentando desde las presuposiciones insensatas de la incredulidad,
sino de acuerdo con la autoridad y la verdad que se presupone de la sabia revelación de Dios en el evangelio.
Cuando hagamos esto sabremos cómo responder a cada hombre (v. 6), mirando a Dios en oración continua
para que nos conceda el éxito apologético abriendo una puerta a la palabra (vv. 2-3). La comunicación
corrupta que caracteriza el pensamiento humanista (Mateo 7:17-18) no debe provenir de nuestras bocas,
sino más bien buenas palabras que representan la mente de Dios (Mateo 19:17) y pueden ministrar gracia
a nuestros oyentes (Efesios 4:29). Como Pablo, nuestro discurso no debe ser con las palabras persuasivas
de sabiduría humana, sino con la poderosa prueba (demostración) del Espíritu (1 Cor. 2:4), sabiendo que la
fe de nuestros oponentes debe estar en el poder de Dios y no en la sabiduría de los hombres (v. 5). Tal fe es
para el entendimiento. Por consiguiente, el apologista debe trabajar a partir de la palabra presupuesta de
Cristo, ser constante en la oración, y mirar a Dios para que la puerta se abra a la palabra (cf. Hch 14:27; 1
Co 16:19; 2 Co 2:12) y para que se le conceda sabiduría, conocimiento genuino, e iluminación (cf. Ef 1:16-
17).
21: Estrategia Guiada Por La Naturaleza De La Creencia
Si alguien tiene que tener éxito en algún esfuerzo, es imperativo que sepa cuál es el fin, la meta o el objetivo
apropiado de ese esfuerzo. El éxito en el esfuerzo no viene accidental o arbitrariamente, y por lo tanto usted
no puede calcular qué pasos tomar sin entender hacia dónde se dirige. El hecho de que la profesión médica
tenga como objetivo llevar la salud a sus pacientes tiene una importancia crítica para determinar qué
métodos y procedimientos emplea. Un hombre no sabe qué hacer en la construcción de su casa hasta que
aprende lo que es necesario para evitar que el techo se caiga. Además, el objetivo del esfuerzo de uno
delimita las formas en que puede lograrlo con éxito; por ejemplo, si su objetivo es llegar a Australia, el éxito
exige la exclusión de los viajes en automóvil.
Por lo tanto, si el apologista ha de tener éxito en la defensa de la fe, debe entender la naturaleza de su
objetivo. Aquello a lo que aspira dictará el método que debe seguir. Ahora bien, a menos que el apologista
esté involucrado en un juego intelectual con orgullo, la meta de su defensa y discusión con el incrédulo debe
ser la de ver al incrédulo llegar a creer—es decir, a la fe salvadora. Y una vez que entendamos lo que la
Palabra de Dios enseña acerca de la naturaleza de la fe salvadora, estaremos muy avanzados en la
comprensión del método de argumentación apologética que se debe seguir para lograr el éxito (en oración).
No puede haber duda de que la Escritura nos presenta a Abraham como el paradigma de la fe. Por eso es
llamado "padre de todos los creyentes" (Rom. 4, 11). Estamos llamados a caminar en sus pasos de fe (v. 12).
El tipo de fe que poseía Abrahán era la que no caminaba a la vista ni la autosuficiencia intelectual; la
esperanza que el razonamiento humano y la investigación científica podían ofrecer no era la luz que guiaba
a Abrahán. En cambio, Abraham creyó la increíble promesa (según los estándares humanos) de que, aunque
era un hombre viejo sin heredero visible, su descendencia sería innumerable (Génesis 15:5-6). Él "creía en
esperanza contra esperanza", pero "según lo que Dios había dicho", que sería el padre de muchas naciones
(Rom. 4,18). Contrariamente a las conclusiones que se pueden sacar del pensamiento del hombre, pero de
acuerdo con la palabra hablada de Dios—esa era la naturaleza de la fe genuina. Abraham tenía que saber
qué era lo más fiable, qué presuponer, qué estándares de orientación seguir. Así ilustró tan bien que "la fe
es la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). La fe no se basa en el pensamiento autónomo del hombre
y en lo que "ve", sino que comienza con una convicción presupuesta sobre la veracidad de la Palabra de
Dios. Lo que no se ve en la habilidad humana se ve por la fe, la cual se somete a la palabra del Señor (Hebreos
11:27). La esencia de la fe de Sara era que ella consideraba fiel al Prometedor (Dios) (Hebreos 11:11). La plena
dependencia de la veracidad de Dios y dar a su palabra una prioridad epistémica sobre la excogitación del
hombre son elementos irradicables de la fe genuina.
El alcance de la fe, entonces, no es el horizonte de lo que las esperanzas humanas dictan como creíble. Más
bien, el hombre de fe se somete a la confiabilidad a priori de la palabra de Dios—tal como lo hizo Abraham
al obedecer el mandato de sacrificar a su único hijo después de haberlo recibido de acuerdo con la promesa.
Abraham hizo esto simplemente tomando en cuenta la habilidad de Dios para resucitar a los muertos
(Hebreos 11:17-19). Abrahán no anduvo de acuerdo con una visión satisfactoria para sí mismo y a una
verificación demostrable; su fe fue la que hizo que la habilidad y la fidelidad de Dios fueran lo más
importante. Confiaba en que "ninguna palabra es demasiado dura para Jehová" (Génesis 18:14)
simplemente porque Dios mismo la había declarado. La palabra de Dios es su propia autenticación; es
autoritativa. Abraham creyó la palabra de Dios sobre la base de los propios méritos de la Palabra. Él estaba
completamente seguro y no vaciló en su incredulidad al concentrarse en la promesa de Dios (Rom. 4:20-
21). ¡Aquí sí está la fe salvadora (v. 22)!
Dado este claro ejemplo, podemos entender por qué la Escritura enseña que nuestra confianza debe ser
exclusivamente en Dios, sin confiar en la carne (cf. Fil. 3:3). Cuando un hombre confía en sí mismo, se aleja
del Señor (Jer. 17, 5). Así que es una locura que los hombres confíen en su propio pensamiento
autoproclamado y autónomo (Prov. 28:26). La fe no se puede plantar y crecer en el terreno de la sabiduría
humana, sino que requiere que se presuponga la palabra de Dios. Por lo tanto, Pablo declara que su discurso
no estaba enraizado en la persuasión de la sabiduría humana "para que vuestra fe no esté en la sabiduría
de los hombres, sino en el poder de Dios" (1 Corintios 2:4-5). La fe comienza con el Señor y se somete de
todo corazón a su sabiduría; se opone a la confianza en el propio entendimiento o razonamiento. El libro de
la verdadera sabiduría nos exhorta:
"Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia" (Prov. 3:5). Cuando uno limita
voluntariamente su fe, presumiendo cuestionar la habilidad o la verdad de Dios basada en el intelecto o la
argumentación humana, es una seria provocación ante el Señor (por ejemplo, Salmo 78:18-22).
Consecuentemente, la fe obviamente no debe basarse en el pensamiento autosuficiente del hombre. Dios
debe ser tomado en Su palabra, pues Él es la verdad misma.
Puesto que este es el fin que esperamos alcanzar al hablar apologéticamente con el incrédulo, debe quedar
claro que nuestra defensa debe estar enraizada en la palabra presupuesta de Dios, en lugar de estar guiada
por argumentos ingeniosos que descansan en una supuesta autonomía intelectual. ¡En nuestra apologética
no debemos enseñar al incrédulo a confiar en sí mismo para poder confiar (salvíficamente) totalmente en
el Señor!
22: No Seas Engañado Como Lo Fue Eva
Cristo es la misma sabiduría de Dios (1 Corintios 1:24) aunque el mundo de la incredulidad lo vea a Él y a
Su evangelio como locura (v. 18). Este hecho debe apoderarse del apologista para que pueda permanecer
fiel a sus presuposiciones tal como se encuentran en la Palabra revelada de Dios, a pesar de la demanda
mundial de signos y pruebas filosóficas (vv. 22-23) que atienden a sus propias presunciones y a la supuesta
autonomía en el campo de la epistemología. En consideración de la propia salvación misericordiosa, él puede
ver la absoluta insensatez de la infatuación con la sabiduría humana (v. 26). Uno no se convertía en creyente
escuchando al mundo y su autonomía intelectual autoprofesada, sino sometiéndose de todo corazón al
Señorío de Jesucristo en su pensamiento y comportamiento. El Cristiano debe ciertamente razonar con
aquellos que están fuera de la fe, pero siempre debe recordar que tal razonamiento no requiere que
abandone sus presuposiciones para jugar la parte engañosa de un "hombre neutral" que puede adjudicar
autosuficientemente todas las demandas de revelación de cualquier dios que pueda existir.
Cuando el creyente se encuentra con el incrédulo, debe hacerlo con la sabiduría de Dios, no con la sabiduría
mundana que es confundida por Dios (v. 27). Por lo tanto, Pablo no vino de Atenas a Corinto con el lenguaje
elaborado o la sutileza filosófica de los pensadores que encontró allí (2:1). No utilizó la intelectualidad
ateniense. Por el contrario, su proclamación y defensa estaban enraizadas en la palabra segura de Dios (2:2-
5). Sin esta palabra o revelación de Dios no puede haber una base teórica para la lógica, la ciencia o la
historia; el pensamiento de uno no tiene contenido significativo, uso confiable, o referente y certeza objetiva
aparte de pensar en los pensamientos de Dios después de Él. El éxito apologético depende de esta realización.
Con ella, el cristiano puede ser audaz en desafiar las presuposiciones incrédulas y ser fiel en adherirse a las
suyas propias (permaneciendo así leal al señorío de Cristo en el reino del pensamiento). El incrédulo puede
luchar contra el evangelio sólo arruinando los cimientos de sus esfuerzos intelectuales. Para evitar la misma
situación, el defensor de la fe debe permanecer fiel a la palabra soberana de Dios como su presuposición y
guía más básica. Necesita argumentar desde esa perspectiva, no de una manera que sea extraña o contraria
a ella, cediendo a las suposiciones de su oponente ni siquiera por un momento (cf. Gálatas 2:5).
En el momento en que uno abandona su base segura en la palabra presupuesta de Dios, su apologética se
vuelve infiel y precaria. Una confrontación vívida de este hecho puede ser tomada de la narración de la caída
del hombre en el pecado de acuerdo con Génesis 3. Aun en el jardín el hombre era responsable de someterse
sin cuestionamiento a la revelación de Dios dada por medio de una palabra especial que se le había dado a
él. La estrategia de Satanás entonces (como ahora) era trabajar para socavar la sumisión presuposicional
del hombre a esta palabra autoritativa de Dios. Comenzó cuestionando la palabra (v. 1) y luego
contradiciéndola abiertamente (v. 4). La situación epistemológica se agitó cuando Eva comenzó a pensar
que podía tener una comprensión significativa y apropiada de la realidad aparte de la revelación de Dios.
En ese caso ella era libre de examinar lo que Dios tenía que decir y determinar autónomamente su verdad
frente a la hipótesis conflictiva de Satanás. Ella suspendió los pensamientos de Dios después de Él para
convertirse en la principal autoridad en el mundo del pensamiento. Específicamente, ella abandonó la
lealtad a su Creador para hacerse igual a él (v. 5), determinando el bien y el mal para sí misma. Se posicionó
como juez "neutral" sobre la hipótesis de Dios, exaltando así su razón "autónoma" sobre la palabra
epistemológicamente necesaria de Dios. Al usurpar así las prerrogativas epistémicas del Señor, sumergió a
la raza humana en la anarquía que vemos siempre en nuestros pensamientos y comportamientos.
Jesucristo vino para expiar tales pecados (aun las transgresiones intelectuales contra la palabra de Dios) y
para llamar a los hombres a una lealtad inquebrantable a Su palabra revelada. El apologista no puede hacer
oídos sordos a esa llamada y demanda, pensando que sin embargo defiende al Señor de la gloria. Pablo, el
apóstol de Cristo, deja muy claro que debemos aprender la lección de Adán y Eva en el jardín. En 2 Corintios
11,3 dice: "Pero temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, vuestras mentes se corrompan
para apartaros de la pureza y de la unicidad que es hacia Cristo". Las implicaciones epistemológicas de la
narración sobre la caída del hombre en el pecado eran demasiado obvias para Pablo. Así temía que la iglesia
pudiera, como Eva, ser seducida de la lealtad absoluta a Jesucristo. Lo que se requiere del cristiano es una
devoción incondicional o una adhesión de un solo corazón a Cristo el Señor; debemos estar libres de la
duplicidad en nuestro pensamiento. El hombre de doble ánimo (que intenta seguir a dos señores) es
inestable en todos sus caminos (Santiago 1:8), siendo arrastrado por todo viento de doctrina (cf. v. 6). Así,
pues, debemos ser purificados del doble ánimo (Santiago 4:8). Como Pablo indica en 2 Corintios 11, si no
somos purificados de esta manera, seremos engañados por el pensamiento engañoso de Satanás (el padre
de todos los mentirosos, Juan 8:44) y sus ministros (v. 15). No se pueden permitir corrupciones extrañas en
nuestro pensamiento, pues se volverá corrupto cuando nos desviemos, aunque sea ligeramente de la palabra
de Cristo. Génesis 3 debe llevar a casa la necesidad de un método de presuposición en apologética.
Al tomar tal posición en el argumento de la incredulidad, es muy posible que se nos ridiculice por carecer
de oratoria, elocuencia y retórica astuta de la mente académica "sofisticada" que está entrenada en los
caminos de la filosofía autónoma (cf. 1 Corintios 1:17; 2:4); cuando no razonas de una manera que agrada a
tu oyente, él te tomará por un neófito en cuestiones de intelecto. Sin embargo, el hecho es que sólo
resistiendo al engaño al que se sometió Eva podremos salvar la tarea epistémica; hablamos de una sabiduría
que se discierne cuando el Espíritu libera las mentes de los hombres de la esclavitud (cf. 1 Co. 2:6-16). Como
Pablo declaró, después de su advertencia sobre el engaño de Eva, "aunque sea tosco en palabra, no lo soy
en conocimiento" (2 Co. 11:6).
23: No Mentir Para Defender La Verdad
Una fuente de gran desilusión para el erudito cristiano en el día de hoy es el rechazo de muchos apologistas
a considerar ciertos hechos duros pero indiscutibles que se enseñan en la palabra de Dios. A menudo se da
la impresión de que estos hombres, como teólogos, quieren admitir lo que la Escritura dice sobre la
naturaleza del hombre caído y la autoridad suprema y necesaria de la revelación de Dios en cualquier campo
del conocimiento; sin embargo, como apologistas quieren actuar en el olvido o en la supresión temporal de
estas verdades. Tal duplicidad deshonra el llamado del cristiano.
La fe salvadora no se puede basar en la sabiduría humana o en presuposiciones seculares: debe ser generada
en el poder de Dios (1 Cor. 2:4-5). Por consiguiente, el apologista no habla de la sabiduría de este mundo
(que no es nada), sino de la sabiduría de Dios (1 Cor. 2:6-7). El reconocimiento de Cristo como la sabiduría
de Dios no proviene de presuposiciones que niegan, ignoran o socavan este hecho; en cambio, tal
reconocimiento resulta de la obra interior del Espíritu Santo (1 Corintios 2:10) Quien solo puede
capacitarnos para obtener un conocimiento de las cosas de Dios (v. 12). Debido a que sólo el Espíritu de Dios
sabe estas cosas (v. 11), el cristiano no habla o confía en la filosofía autónoma, la historia o la ciencia como
el mundo enseña (v. 13). Seguir las presuposiciones seculares incapacita para discernir la verdad sobre Dios
(v. 14), porque sólo pueden ser entendidas por la iluminación del Espíritu (vv. 15-16). La seudo-sabiduría
del mundo, entonces, es muy inadecuada como fundamento o norma para el defensor de la fe cristiana; no
puede mejorar la mente del Señor (v. 16), sino que conduce inevitablemente a desafiar la verdad de la
revelación de Dios. El éxito apologético se ve impedido, entonces, por la dependencia o la atención a la
insensatez humana no autorizada que se inclina irremediablemente a crucificar al Señor de gloria en lugar
de inclinarse ante Sus demandas soberanas (cf. v8).
Los apologistas tienen prohibido usar un método no presuposicional para defender la fe bajo la excusa de
que así la verdad podría abundar. El cristiano obediente no deja de lado la autoridad de Cristo en el reino
para argumentar sobre la base de una "erudición" autónoma. Hacerlo sería operar con una mentira (es
decir, la mentira satánica de que el conocimiento puede ser determinado aparte de Dios: Génesis 3:5; cf.
Romanos 1:25) para defender la verdad! El testigo fiel de Cristo no se comportará como un incrédulo
(negando el Señorío de Cristo) para hacer de él un creyente.
Los hombres malos no pueden hablar cosas buenas (Mat. 12, 34); el mal tesoro del pensamiento del
incrédulo está donde está su corazón (Mat. 6, 21; Lucas 6, 45), de donde proceden los pensamientos malos,
engañosos y necios (Mat. 15, 18-19; Rom. 1, 21; Jer. 17, 9). Así, pues, su lengua está llena de iniquidad y de
maldad rebelde (St 3, 5-8); con ella usa engaño mortal (Rom. 3, 13-14). Él piensa que sólo él es señor sobre
el uso de sus labios (Salmo 12:4), llevándolo a hablar falsedad (v. 2). Obviamente, entonces, el apologista
no debe pensar y hablar a la manera del incrédulo. En cambio, sus pensamientos y palabras deben estar
enraizados en la palabra de Dios, que es pura y eternamente valiosa (Salmo 12:6-7). Es esta palabra la única
que detiene cada boca (Rom. 3:19) y deja a los hombres sin palabras (por ejemplo, Job 40:4). Debemos
guardar el depósito apostólico (Escritura) alejándonos de las vanas pretensiones del seudo-conocimiento (1
Tim. 6:3-5, 20; cf. 2 Tim. 2:14-18). Ante Dios y Su palabra todo el mundo debe estar en silencio (Isaías 6:5;
Dan. 10:15; Hab. 2:20; Sof. 1:7; Zacarías 2:13). Nosotros, entonces, debemos confiar en Dios y no en nuestra
propia sabiduría (Isaías 50:4-9); sólo entonces veremos el éxito apologético, ya que Él nos permite no
confundirnos y no hace que nadie sea capaz de contender con nuestro mensaje (Isaías 50:4-9). Por lo tanto,
concluimos que el apologista debe ser transformado por una mente renovada y no formar su pensamiento
de acuerdo con el mundo (Rom. 12:2). No debe mentir ni abandonar la verdad presunta de Dios para que
los malvados hablantes acepten esa verdad.
24: Encontrar Efectivamente Las Variedades De Oposición: Resumen
General (Capítulos 1-23) Y Aplicación
Constantemente surgen situaciones que dan ocasión al cristiano de defender su fe. La oposición al
cristianismo bíblico se expresa en una gran variedad de formas prácticas: medios de comunicación y
entretenimiento populares, propaganda de cultos y religiones falsas, enseñanza en escuelas y colegios,
comentarios de colegas, vecinos y amigos, por no mencionar las tendencias modernas en psicología, política,
medicina, sociedad—y la lista se podría multiplicar fácilmente. Las opiniones, suposiciones y
comportamiento de las personas que entran en contacto con nuestras vidas se basan en su mayor parte en
la hostilidad (activa y pasiva) a la enseñanza de las Escrituras. El creyente es desafiado apologéticamente
por todos lados. Por supuesto, su necesidad de defender sus creencias es mucho mayor en la medida en que
inicia un testimonio evangelístico con los que le rodean. Por lo tanto, no hay falta de oportunidades para
participar en la apologética.
Tampoco faltan las críticas y los problemas a los que se enfrenta el apologista cristiano. Primero, hay ataques
directos a los principios cristianos. Algunos rechazan a Dios (ateos, agnósticos, escépticos). Algunos
rechazan la posibilidad de la revelación; otros rechazan la Biblia como la revelación de Dios. Este último
grupo supuestamente basa su respuesta en la lógica (suponiendo encontrar contradicciones en el sistema
de doctrina de la Biblia o entre sus relatos registrados), o en cuestiones factuales (rechazando la exactitud
textual, la veracidad histórica, o la posibilidad de los milagros en la Escritura), o en preocupaciones éticas
(criticando las acciones o mandamientos de Dios), o finalmente en consideraciones personales (al decir que
la Biblia no es de su agrado, que no satisface sus necesidades, o que es indiferente y relativista). En segundo
lugar, hay sistemas que compiten con el Cristianismo evangélico. Algunos aceptan al dios equivocado
(deísmo, panteísmo, o las diversas religiones del mundo). Algunos aceptan la revelación equivocada
(intuición interna o sentimiento personal, opinión social o tradición humana, u otros escritos sagrados). Y
otros aceptan la interpretación errónea o entienden incorrectamente la Biblia (como menos de lo que dice
de sí misma—la no ortodoxia moderna, o como enseñanza de una teología y soteriología incorrectas—las
sectas).
Por lo tanto, la oposición al Cristianismo bíblico es de muchas clases y viene de muchas maneras. Cuando
uno se hace una idea de la intensidad y el alcance de los ataques contra la visión cristiana del mundo y de
la vida, fácilmente podría estar tentado a renunciar a toda esperanza de ser un apologista eficaz, exclamando
"¿Quién es suficiente para estas cosas?—especialmente si no tienes formación avanzada en estos temas. Sin
embargo, tal actitud desesperada, tal falta de confianza, tendería erróneamente a liberarte de tu clara e
inevitable responsabilidad de estar preparado para dar una respuesta a todo hombre que pida una defensa
razonada de la esperanza (confianza) que hay en ti (1 Pedro 3:15). Bien, entonces, ¿Cómo puede cualquier
cristiano cumplir con esta tarea apologética?
La respuesta es reconocer que, a pesar de la variedad de críticas y de los múltiples modos en que se expresan,
existe un conjunto de circunstancias y principios comunes, básicos, que se encarnan en todos y cada uno de
los encuentros apologéticos. Todos los críticos tienen un problema fundamental e idéntico; el cristianismo
es siempre y sólo la respuesta a este problema. Es por eso por lo que los estudios anteriores de esta serie se
han centrado en temas centrales y directrices generales para la apologética. Si el creyente puede penetrar
en el corazón del asunto y captar los principios básicos que vienen a jugar en la interacción apologética,
estará preparado para todo tipo de desafío a la fe. En el fondo, el asunto es siempre una cuestión de
reconocer al Creador soberano que se ha revelado claramente, así como su total dependencia de Él incluso
en el ámbito del pensamiento y el conocimiento. Las partes anteriores de esta serie se han elaborado y
construido sobre estos puntos.
Una sinopsis rápida de esos estudios, con suerte, unirá todo en forma de cápsulas. Comenzamos con el
principio fundamental que debe guiar todo pensamiento: el señorío de Cristo en el ámbito del conocimiento.
Dios habla con autoridad, y su revelación es el fundamento necesario del conocimiento del hombre. El
intento de adoptar una postura neutral con respecto a la revelación de Dios es, pues, inmoral e
inevitablemente conduce (en principio) a la desintegración del conocimiento. Consecuentemente, la Biblia
caracteriza los pensamientos del incrédulo como vanos y necios, y requiere que el creyente (quien es
renovado en su mente) sea apartado del mundo por la sumisión a la palabra de verdad de Cristo como la
autoridad suprema. El cristiano, entonces, es rescatado de la futilidad epistémica al presuponer la palabra
de Dios sobre todas las afirmaciones contrarias.
Ciertas condiciones fueron vistas entonces para caracterizar situaciones apologéticas y hacer posible una
argumentación fructífera (con humilde valentía) con el incrédulo. Debido a la ineludible revelación de Dios,
todo incrédulo conoce a Dios y por lo tanto (contrariamente a sus principios propugnados) se conoce a sí
mismo y al mundo en alguna medida; conociendo a Dios, todos los hombres se encuentran entonces sin una
excusa por su rebelión en contra de Su verdad. Todo el reino creado revela constantemente al Dios vivo y
verdadero, proporcionando así una abundante base común entre el creyente y el no creyente. Puesto que
este último es siempre la imagen de Dios, y puesto que posee la verdad de Dios (aunque suprimida), el
apologista siempre tiene un punto de contacto con él.
¿Cómo debe el Cristiano defender la fe, dadas las verdades anteriores? Primero, debe reconocer firmemente
que la incredulidad resulta en insensatez intelectual. Dada esa convicción y entendimiento, el creyente puede
repudiar las presuposiciones del incrédulo, presentar los reclamos absolutos de Cristo (aún en el ámbito del
pensamiento), y hacer una crítica interna del pensamiento del incrédulo—mostrándole hacia dónde
conducen inevitablemente sus suposiciones. Al incrédulo se le debe demostrar que realmente se opone a sí
mismo. Este enfoque de presuposición es necesario, ya que dos cosmovisiones se enfrentan entre sí—y no
sólo unos pocos hechos y aplicaciones de la lógica. La posibilidad misma del conocimiento fuera de la
revelación de Dios (presentada salvíficamente en Cristo) debe ser socavada. Puesto que toda la
argumentación sobre cuestiones fundamentales de la vida y la creencia se reduce a una cuestión de punto
de partida, el apologista cristiano debe mantenerse firme en la palabra de Dios, exponiendo su naturaleza
autoevidente frente a las suposiciones destructivas de la incredulidad para la epistemología.
Al entender y operar sobre estos principios centrales, el apologista puede tener plena confianza en su
habilidad para responder a todas las variedades de oposición al cristianismo. Finalmente, entonces, las
condiciones de un tratamiento apologético exitoso de la incredulidad pueden ser ensayadas. Primero, el
apologista debe ser fiel a sus presuposiciones y recordar la naturaleza de la fe salvadora; trabajando hacia
la sumisión incondicional a la Palabra de Dios por sus propios méritos, el creyente no se moverá a una
posición neutral o dará la impresión engañosa de que la autonomía puede llevar a conclusiones significativas
y verdaderas. Segundo, el incrédulo debe ver que la creencia es el fundamento del entendimiento; la
sumisión a Cristo debe fundamentar el uso del razonamiento.
Finalmente, el éxito es posible sólo si Dios mismo soberanamente concede al incrédulo una comprensión de
la verdad, iluminando su mente, convirtiendo su corazón, y dándole el don de la fe. Los principios resumidos
anteriormente preparan al creyente para responder a cualquier oposición a la fe, independientemente de la
forma o circunstancia en que aparezca. Toda situación apologética se caracteriza por estos hechos: La
revelación de Dios está en la base necesaria para el conocimiento de cualquier tipo, todos los incrédulos no
tienen excusa ya que poseen y suprimen el conocimiento de Dios, y el cristiano se caracteriza por la entrega
incondicional a Cristo en todas las cosas. Estos hechos no sólo nos guían en cuanto a cómo debemos
defender la fe, sino que también garantizan que podemos conducir al corazón de cualquier variedad de
oposición, desenmascararla, y exponer las excelentes afirmaciones de Cristo (2 Cor. 10:4-5). Con Cristo
"apartado como Señor en tu corazón", el creyente está "preparado" para cualquier desafío a la fe; puede
tener una esperanza genuina o confianza en la defensa de "la esperanza que hay en ti". Como dice la
Escritura: "El que en él cree, no será avergonzado"—no tendrá ocasión de avergonzarse de su confianza y
huir de la desilusión (Ro. 9:33, 1 Pedro 2:6).
Sección Cinco: Respuestas A Desafíos De La
Apologética
Una ola de acuerdo piadoso me superó la primera vez que oí a alguien afirmar con confianza que "La palabra
de Dios no necesita más defensa que un león en una jaula". "¡Deja al león suelto, y se cuidará solo!" Parecía
que había algo muy correcto en ese sentimiento. Casi parecía irreverente no estar de acuerdo con ello.
Bueno, hay algo en esa afirmación que es cierto. Dios ciertamente no tiene necesidad de nada—y mucho
menos de los esfuerzos insignificantes de un hombre o una mujer en particular para defender Su palabra.
Él es el Creador del cielo y de la tierra, todopoderoso en poder y soberano en el control de todas las cosas.
El Apóstol Pablo, al razonar con los filósofos atenienses, hizo esta misma observación: declaró que Dios no
es adorado con las manos de los hombres "como si necesitara algo, puesto que da a todos la vida, el aliento
y todas las cosas" (Hch 17,24). Si Dios tuviera hambre, por ejemplo, no necesitaría decírnoslo ya que la
plenitud de toda la creación es Suya (Salmo 50:12)! Él no depende de nada fuera de sí mismo, y todo lo que
está fuera de él depende de él para su existencia, cualidades, habilidades, logros y bendiciones. "En él
vivimos, y nos movemos, y somos" (Hechos 17:28).
Así que es obvio que Dios no necesita nuestro razonamiento inadecuado y nuestros débiles intentos de
defender su palabra. Sin embargo, la observación piadosa con la que empezamos sigue siendo errónea.
Sugiere que no debemos preocuparnos por los esfuerzos de la apologética porque Dios mismo se encargará
directamente de tales asuntos. La observación es tan errónea como decir que Dios no nos necesita como
evangelistas (Él podría incluso hacer que las piedras gritaran, ¿no?) —y por lo tanto los esfuerzos en el
testimonio evangelístico no son importantes. O bien, una persona podría pensar equivocadamente que,
debido a que Dios tiene el poder y la habilidad de proveer a su familia con comida y ropa sin "nuestra
ayuda", no necesita ir a trabajar mañana.
Pensar así no es bíblico. Confunde lo que Dios mismo necesita de nosotros y lo que Dios requiere de
nosotros. Asume que Dios ordena fines, pero no medios para esos fines (o al menos no la instrumentalidad
de los medios creados). No hay necesidad de que Dios use nuestro testimonio evangelístico, nuestro trabajo
diario por un cheque de pago, o nuestra defensa de la fe—pero Él elige hacerlo así, y nos llama a dedicarnos
a ellos. La Biblia nos dirige a trabajar, aunque Dios podría proveer para nuestras familias de otras maneras.
La Biblia nos dirige a evangelizar, aunque Dios podría usar otros medios para llamar a los pecadores a Sí
mismo. Y la Biblia también nos dirige a defender la fe—no porque Dios estaría indefenso sin nosotros, sino
porque este es uno de Sus medios ordenados para glorificarse a Sí mismo y vindicar Su verdad.
Cristo habla a la iglesia como un todo a través de Judas, ordenándonos a "luchar fervientemente por la fe
que fue entregada de una vez a los santos" (Judas 3). Las enseñanzas falsas y heréticas amenazaban a la
iglesia y su comprensión de la verdad del evangelio. Judas sabía muy bien que Dios estaba en control
soberano, y en verdad que Dios con el tiempo trataría directamente con maestros malvados, relegándolos a
la condenación eterna. Aun así, Judas también instó a sus lectores a que lidiaran con el error de las falsas
enseñanzas, sin sentarse a esperar que Dios simplemente se ocupara de ello Él mismo.
Pablo le escribió a Tito que los supervisores (pastores y ancianos) en la iglesia deben ser especialmente
expertos en refutar a aquellos que se oponen a la verdad de Dios (Tito 1:9). Sin embargo, esta no es
simplemente la tarea asignada a los hombres ordenados. A todos los creyentes se les ordena que se
comprometan en ella también. Dirigiéndose a todos los miembros de la congregación, Pedro escribió el
siguiente mandato: "sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para
presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que
hay en vosotros" (1 Pedro 3:15). Es Dios mismo, hablando a través de las palabras inspiradas de Pedro, quien
nos llama como creyentes—a todos y cada uno de nosotros—a estar preparados para defender la fe frente a
los desafíos y preguntas que vienen de los incrédulos—a cualquiera de ellos.
La necesidad de la apologética no es una necesidad divina: Dios seguramente puede hacer Su obra sin
nosotros. La necesidad de la apologética es una necesidad moral: Dios ha escogido hacer Su obra a través
de nosotros y nos ha llamado a ello. La apologética es el talento especial de algunos creyentes, y el
pasatiempo interesado de otros; pero es la responsabilidad ordenada por Dios de todos los creyentes.
Lo Que No Es
Debemos mirar de nuevo 1 Pedro 3:15 y notar algunas cosas que no dice.
1. No dice que los creyentes deben tomar la iniciativa y comenzar discusiones arrogantes con los no
creyentes, diciéndoles que tenemos todas las respuestas. No tenemos que salir a buscar pelea.
Ciertamente, no debemos lucir ni fomentar un espíritu de "te lo demostraré", una actitud que gusta
de la refutación. El texto indica que ofrezcamos una defensa razonada en respuesta a aquellos que
nos lo piden, ya sea como un desafío abierto a la integridad de la palabra de Dios o como la respuesta
natural a nuestro testimonio evangelístico.
El texto también indica que el espíritu con el que ofrecemos nuestra respuesta apologética es de
"gentileza y respeto". No es pugnaz y defensiva. No es un espíritu de superioridad intelectual. La
tarea de la apologética comienza con humildad. Después de todo, el temor del Señor es el punto de
partida de todo conocimiento (Prov. 1:7). Además, la apologética es perseguida en el servicio al
Señor, y "el siervo del Señor no debe esforzarse, sino ser manso con todos, apto para enseñar" (2
Tim. 2:24). La apologética no es un lugar para la flexión vana de nuestros músculos intelectuales.
2. Otra cosa que 1 Pedro 3:15 no dice es que los creyentes son responsables de persuadir a cualquiera
que desafíe o cuestione su fe. Podemos ofrecer razones sólidas al incrédulo, pero no podemos hacer
que él o ella crea subjetivamente esas razones. Podemos refutar la pobre argumentación del
incrédulo, pero aún así no podemos persuadirlo. Podemos cerrar la boca del crítico, pero sólo Dios
puede abrir el corazón. No está en nuestra habilidad, ni en nuestra responsabilidad, regenerar el
corazón muerto y dar vista a los ojos ciegos de los incrédulos. Esa es la obra de gracia de Dios.
Es Dios quien debe iluminar los ojos del entendimiento (Efesios 1:18). "el hombre natural no percibe
las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque
se han de discernir espiritualmente" (1 Co. 2:14). Hasta que Dios en Su gracia soberana cambie al
pecador desde adentro, no verá el reino de Dios ni se someterá al Rey. Jesús se lo enseñó a Nicodemo,
recordándole que "el viento [la misma palabra griega que el "Espíritu"] sopla donde quiere.... Así es
todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3:8). Nuestra tarea es presentar un testimonio y una
defensa fiel y sólida. La tarea de persuasión es de Dios. Es por eso por lo que los apologistas no deben
evaluar su éxito o ajustar su mensaje sobre la base de si el incrédulo finalmente llega a estar de
acuerdo con ellos o no.
3. Otra cosa que 1 Pedro 3:15 no dice es que defender la fe tiene una autoridad final diferente a la tarea
de exponer la fe. Es un error común entre los evangélicos imaginar que la autoridad de Dios y Su
palabra es la base de su teología y predicación, pero la autoridad para defender esta fe debe ser algo
más que Dios y Su palabra; de lo contrario, estaríamos apelando a una petición de principio
presentada por los incrédulos. Por consiguiente, los creyentes a veces se verán inducidos a pensar
que todo lo que toman como norma última en el pensamiento apologético debe ser neutral y estar
concertado entre creyentes e incrédulos por igual; y a partir de aquí cometen el segundo error de
pensar que algo así como la "razón" es una norma tan comúnmente comprendida y aceptada.
Sin embargo, es obvio que estas ideas no concuerdan con la enseñanza bíblica. ¿Tiene la apologética
una autoridad epistemológica5 diferente a la de exponer la teología? Nuestra teología se basa en la
autoridad de Cristo, hablando por su Espíritu en las palabras de la Escritura. 1 Pedro 3:15 nos enseña
que la precondición para presentar una defensa de la fe (apologética) es también que "santifiquemos
[apartemos] a Cristo como Señor en nuestros corazones". Sería un error imaginar que Pedro está
hablando del "corazón" aquí como si fuera nuestro centro de emociones frente a la mente con la que
pensamos. En la terminología bíblica, el "corazón" es la ubicación de nuestro razonamiento (Ro.
1:21), meditación (Sal. 19:14), comprensión (Prov. 8:5), pensamiento (Dt. 7:17; 8:5) y creencia (Ro.
10:10). Es justo aquí—en el centro de nuestro pensamiento y razonamiento—donde Cristo debe ser
consagrado como Señor, cuando entablamos una discusión apologética con los incrédulos
inquisitivos. Así, la teología y la apologética tienen la misma autoridad epistemológica—el mismo
Señor sobre todos.
Razón Y Razonamiento
Los creyentes que pretenden defender su fe cometen un grave error cuando se imaginan, que algo como la
"razón" debe desplazar a Cristo como la autoridad última (Señor) en su pensamiento y argumentación.
También caen en un pensamiento muy negligente y confuso debido a un malentendido sobre la palabra
"razón".
Los cristianos a menudo se confunden sobre la "razón", sin saber si es algo que hay que abrazar o que hay
que evitar. Esto se debe generalmente a que no señalan con precisión la forma en que se está usando la
palabra. Puede que sea la palabra más ambigua y oscura en el campo de la filosofía. Por un lado, la razón
puede ser considerada como una herramienta—la capacidad intelectual o mental del hombre. Tomada en
5
"Epistemología" se refiere a la propia teoría del conocimiento (su naturaleza, fuentes, límites). Cuando preguntamos "¿Cómo
sabes que eso es verdad? (¿o cómo podrías justificar esa afirmación?)," estamos haciendo una pregunta epistemológica.
este sentido, la razón es un don de Dios al hombre, que forma parte de la imagen divina. Cuando Dios
ordena a su pueblo "Venid y razonemos juntos" (Isa. 1,18), vemos que nosotros, como Dios, somos capaces
de un pensamiento y una comunicación racional. Dios nos ha dado nuestras habilidades mentales para
servirle y glorificarle. Es parte del mandamiento más grande de la ley que debemos "amar al Señor tu Dios...
con toda tu mente" (Mat. 22:37).
La Razón No Es Definitiva
Por otro lado, la razón puede ser pensada como una autoridad o estándar último e independiente por el cual
el hombre juzga todas las afirmaciones de la verdad, incluso la de Dios. En este sentido, la razón es una ley
en sí misma, como si la mente del hombre fuera autosuficiente, sin la necesidad de la revelación divina. Esta
actitud comúnmente lleva a la gente a pensar que están en posición de pensar independientemente, de
gobernar sus propias vidas, y de juzgar la credibilidad de la palabra de Dios basada en su propia visión y
autoridad; más dramáticamente, esta actitud endiosó a la Razón como la diosa de la Revolución Francesa.
"Profesando ser sabios, se hicieron necios," como dijo Pablo (Rom. 1:22). Esta visión de la razón no reconoce
que Dios es la fuente y la condición previa de las capacidades intelectuales del hombre—que la razón no
tiene sentido aparte de la perspectiva de la revelación de Dios. No reconoce el carácter soberano y
trascendente del pensamiento de Dios: "Porque como los cielos son más altos que la tierra, así son. . . Mis
pensamientos son más altos que los vuestros" (Isaías 55:9).
¿Deberían los cristianos apoyar el uso de la razón? Dos errores iguales pero opuestos son posibles al
responder a esa pregunta. (1) Los creyentes pueden reconocer la conveniencia de usar la razón, tomada
como su facultad intelectual, pero luego se deslizan hacia la aprobación de la razón como autonomía
intelectual. (2) Los creyentes pueden reconocer lo inapropiado de la razón como autonomía intelectual, pero
luego piensan erróneamente que esto implica rechazar la razón como facultad intelectual. El primer grupo
honra el don de Dios al hombre de la habilidad de razonar, pero deshonra a Dios a través de su racionalismo.
El segundo grupo honra la autoridad última de Dios y la necesidad de obediencia en todos los aspectos de
la vida del hombre, pero deshonra a Dios a través del pietismo anti-intelectual.
Pablo contrarresta ambos errores en Colosenses 2. Escribe que "todos los tesoros de sabiduría y
conocimiento están depositados en Cristo" (v. 3). En consecuencia, debemos "Cuidarnos que nadie os
engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los
rudimentos del mundo, y no según Cristo" (v. 8). Esta exhortación no es una diatriba contra el uso de la
razón o el estudio de la filosofía.
Pablo deja claro que los creyentes tienen la ventaja del mejor razonamiento y filosofía porque Cristo es la
fuente de todo conocimiento—todo conocimiento, no simplemente asuntos religiosos o sentimientos.
Además, si hay muchas filosofías que no son " según Cristo ", también hay una que sí lo es. El anti-
intelectualismo actúa con exceso de celo. Destruye la verdadera sabiduría en nombre de la resistencia a la
insensatez.
Por otra parte, es igualmente claro de Colosenses 2 que Pablo no respalda el razonamiento y la filosofía que
se niegan a honrar la autoridad última del Señor Jesucristo. Es en Cristo donde se debe encontrar la
sabiduría y el conocimiento. Cualquier supuesta sabiduría que siga las tradiciones de los hombres y los
principios elementales del mundo—en lugar de Cristo—debe ser rechazada por ser peligrosa y engañosa.
La Biblia nos enseña, por lo tanto, que la "razón" no debe ser tomada como una autoridad neutral en el
pensamiento del hombre. Es más bien la capacidad intelectual con la que Dios creó al hombre, una
herramienta para servir y glorificar la autoridad última de Dios mismo.
Afilando La Herramienta
La razón correctamente entendida (razonamiento) debe ser endosada por los creyentes en Cristo. En
particular, debe emplearse en la defensa de la fe cristiana. Esta es una de las cosas que Pedro nos comunica
cuando escribe que debemos estar siempre "dispuestos a dar razón de la esperanza que hay en nosotros" (1
Pedro 3,15). Se les debe ofrecer una explicación y defensa a aquellos que desafían la verdad de nuestra fe
cristiana. No debemos oscurecer la gloria y la veracidad de Dios respondiendo a los incrédulos con
llamamientos a la "fe ciega" o al compromiso irreflexivo. Debemos "derribar argumentos y toda altivez que
se levanta contra el conocimiento de Dios" (2 Co. 10:5), dándonos cuenta desde el principio de que no
podemos hacerlo a menos que nosotros mismos "llevemos cautivo todo pensamiento a la obediencia de
Cristo" (2 Co. 10:5).
En 1 Pedro 3:15 Pedro usa la expresión "siempre listo". Esto es significativo para aquellos que desean honrar
la necesidad Bíblica de involucrarse en la apologética. Lo que el Señor nos pide es que estemos preparados
para dar una respuesta en defensa de nuestra fe, siempre que alguien nos pida una razón. Debemos estar
"listos" para hacer esto—de hecho, "siempre listos". Y eso significa que es imperativo que reflexionemos
sobre las preguntas que los incrédulos probablemente se harán y los desafíos que comúnmente se plantean
al cristianismo. Debemos estudiar y prepararnos para dar razones de nuestra fe cuando los infieles nos lo
piden.
Los cristianos necesitan afilar la herramienta de su capacidad de razonamiento para glorificar a Dios y
vindicar las demandas del evangelio. Todos debemos dar nuestros mejores esfuerzos en el servicio de
nuestro Salvador, quien se llamó a sí mismo "la Verdad" (Juan 14:6). Cada creyente quiere ver la verdad de
Cristo creída y honrada por otros. Y es por eso por lo que necesitamos estar "listos para razonar" con los
incrédulos. Este estudio y los que siguen tienen por objeto ayudarnos a estar mejor preparados para esa
tarea necesaria.
26: El Meollo Del Asunto
Conociendo Y Creyendo
A los cristianos se les llama a menudo "creyentes", mientras que a los no cristianos se les llama "incrédulos".
La misma Escritura habla así: leemos que "los que creían en el Señor aumentaban más" (Hechos 5:14), y
que no debían ser "unidos en yugo desigual con los incrédulos" (2 Co 6:14). Hay obviamente dos clases de
personas que se distinguen por su creencia o no. Se puede decir con razón que lo que separa a los cristianos
de los no cristianos es la cuestión de la fe.
Los cristianos creen ciertas cosas que los no cristianos no creen. Los cristianos creen que las afirmaciones
de Cristo y las enseñanzas de la Biblia son verdaderas, pero los no cristianos no las creen. Los cristianos
tienen fe en Cristo y confían en Sus promesas; los no cristianos no creen en Él y dudan de Su palabra. Es
muy natural, entonces, que el evangelio pueda ser llamado "la palabra de fe" (Rom. 10:8). Convertirse en
cristiano implica que "creas en tu corazón que Dios Le levantó de entre los muertos" (v. 9); del mismo modo,
"porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan"
(Heb. 11:6). Los ejemplos podrían multiplicarse. Lo que diferencia a los cristianos de los no cristianos es la
cuestión de la creencia o la fe.
Sin embargo, la diferencia entre ellos es más que eso en un sentido importante, y necesitamos entender esto
si vamos a hacer un trabajo fiel en la defensa de la fe. El cristiano afirma "creer" las enseñanzas de la
Escritura o tener "fe" en la persona de Cristo6 porque el elemento de confianza es tan prominente en nuestra
relación con el Salvador. Pero el cristiano en realidad afirma más que simplemente creer que las
afirmaciones de Cristo son verdaderas. El cristiano también afirma que él o ella "sabe" que esas afirmaciones
son ciertas. Lo que está implicado en la fe salvadora es más que la esperanza (aunque esté presente) y más
que un compromiso de voluntad (aunque también esté presente). Job afirmó con confianza: "Conozco la
vida de mi Redentor" (Job 19:25). Juan indicó que escribió su primera epístola para que los "que crean en el
nombre del Hijo de Dios" "sepan que tenéis vida eterna" (1 Juan 5,13). Pablo declaró que Dios "ha dado fe"
de que Jesús juzgará al mundo (Hechos 17:31). Jesús prometió a sus discípulos que "conocerían la verdad, y
la verdad os hará libres" (Juan 8:32).
¿De qué manera el conocimiento va más allá de la creencia? El conocimiento incluye tener una justificación
o una buena razón para apoyar lo que sea que usted cree. Imagínese que yo creo que hay treinta y siete
millas cuadradas en una ciudad en particular, e imagínese también que sucede que esta afirmación es
exacta—pero imagínese también que yo simplemente obtuve esta respuesta por medio de conjeturas (en
lugar de hacer mediciones, matemáticas, o revisar un atlas, etc.). Creía en algo que resultó ser cierto, pero
no diríamos que tenía "conocimiento" en este caso porque no tenía justificación para lo que creía. Cuando
afirmamos saber que algo es cierto, estamos afirmando que tenemos pruebas adecuadas, pruebas o una
buena razón para ello.
6
Todo lo que se origina más allá de la experiencia temporal del hombre o excede esa experiencia finita se dice que
"trasciende" al hombre.
La diferencia entre el cristiano y el no cristiano no es simplemente que uno crea en la Biblia y el otro no.
Las creencias de la gente pueden ser frívolas, aleatorias o necias. El cristiano también afirma que hay
justificación para creer en lo que dice la Biblia. El no cristiano dice, por el contrario, que no hay justificación
(o justificación adecuada) para creer en las afirmaciones de la Biblia—o, en casos más fuertes, dice que hay
justificación para no creer en las afirmaciones de la Biblia. La apologética equivale a una investigación y un
debate sobre quién tiene razón en este asunto. Implica dar razones, ofrecer refutaciones y responder a las
objeciones.
Cosmovisiones en Conflicto
¿Qué perspectiva se justifica intelectualmente, la del cristiano o la del no cristiano? Muchos apologistas
cristianos en ciernes se acercan a la respuesta a esta pregunta de una manera muy simplista e ingenua,
pensando que todo lo que tenemos que hacer es ir a mirar la evidencia observable y ver de quién es la
hipótesis verificada. "Después de todo", se piensa, "así es como resolvemos los desacuerdos en nuestros
asuntos ordinarios, así como en la ciencia"7 Si surge una disputa sobre el precio de los huevos en la tienda,
podemos subirnos al coche, ir al mercado e ir a buscarnos a nosotros mismos al precio que figura en los
huevos. Si los científicos no están de acuerdo con la afirmación de que fumar causa cáncer, pueden realizar
pruebas, hacer comparaciones estadísticas, etc. En tales casos, parece que lo que hacemos, en la base, es
"mirar y ver" si una hipótesis o su opuesto es cierto. Por supuesto, los desacuerdos de este tipo pueden
resolverse fácilmente de esta manera sólo porque las dos personas que están en desacuerdo, sin embargo,
están de acuerdo en que se trata de suposiciones más básicas—como la fiabilidad de sus sentidos, la
uniformidad de los eventos naturales, la exactitud de los informes de datos, la honestidad de los
investigadores, etc.
Sin embargo, cuando la disputa es sobre asuntos más fundamentales, como lo es entre creyentes y no
creyentes, las simples apelaciones a la evidencia observacional no necesitan ser decisivas en absoluto. La
razón es que las creencias (o presuposiciones) más fundamentales de una persona determinan lo que
aceptará como evidencia y cómo se interpretará esa evidencia. Permítanme ilustrar. El naturalismo y el
sobrenaturalismo son puntos de vista contradictorios sobre el mundo en el que vivimos y el conocimiento
que el hombre tiene de él. El naturalista afirma que lo que estudia la ciencia empírica8 es todo lo que hay en
la realidad, y que todo acontecimiento puede (en principio) ser explicado sin recurrir a fuerzas fuera del
alcance de la experiencia del hombre o fuera del universo. El sobrenaturalismo cristiano, por otro lado, cree
que hay un Dios trascendente y todopoderoso que puede intervenir en el universo y realizar milagros que
no pueden ser explicados por los principios ordinarios de la experiencia natural del hombre. Ahora bien,
tener informes bien acreditados de un evento "milagroso" no es en sí mismo suficiente para que el
7
Esta visión es también imprecisa e ingenua con respecto a la experiencia ordinaria y la práctica de la ciencia, pero este no
es el lugar para entrar en una larga y detallada discusión de la naturaleza cargada de teoría de todo conocimiento humano.
Observar "hay una rosa en el jardín" en sí mismo presupone necesariamente un número de creencias adicionales que son
teóricas y no observacionales en la naturaleza.
8
"Empírico" es un término aplicado a aquello que es conocido por la experiencia, la observación o la percepción de los
sentidos. "El "empirismo" como escuela de pensamiento afirma audazmente que todo el conocimiento del hombre depende
de medios empíricos.
naturalista cambie de opinión, y con razón. Las presuposiciones del naturalista le exigirán disputar la
afirmación de que tal evento realmente ocurrió, o alternativamente, le llevarán a decir que el evento está
sujeto a una explicación natural una vez que aprendamos más acerca de él. La evidencia simple no tiene por
qué desalojar su enfoque naturalista de todas las cosas—cualquier otra cosa que la simple evidencia ocular
podría refutar en sí misma la convicción hindú de que todo lo que tiene que ver con la experiencia temporal
del hombre es Maya (ilusión). Nuestras suposiciones sobre la naturaleza de la realidad y el conocimiento
controlarán lo que aceptamos como evidencia y cómo lo vemos9.
Todo el mundo tiene lo que se puede llamar una "cosmovisión", una perspectiva en la que lo ve todo y
comprende sus percepciones y sentimientos. Una cosmovisión es una red de presuposiciones relacionadas
en términos de las cuales se interpretan todos los aspectos del conocimiento y la conciencia del hombre.
Esta cosmovisión, como se explicó anteriormente, no se deriva completamente de la experiencia humana,
ni puede ser verificada o refutada por los procedimientos de la ciencia natural. No todo el mundo reflexiona
explícitamente sobre el contenido de su visión del mundo o es consistente en mantenerla, pero todos tienen
una. La cosmovisión de una persona le da pistas sobre la naturaleza, la estructura y el origen de la realidad.
Le dice cuáles son los límites de la posibilidad. Implica una visión de la naturaleza, las fuentes y los límites
del conocimiento humano. Incluye convicciones fundamentales sobre el bien y el mal. La cosmovisión de
uno dice algo acerca de quién es el hombre, su lugar en el universo, y el significado de la vida, etc. Las
cosmovisiones determinan nuestra aceptación y comprensión de los acontecimientos en la experiencia
humana y, por lo tanto, desempeñan un papel crucial en nuestra interpretación de las pruebas o en las
disputas sobre creencias fundamentales en conflicto10.
Vimos arriba que la apologética, en la naturaleza del caso, involucra la argumentación sobre la justificación
de la creencia o el rechazo de la creencia. Lo que acabamos de observar es que el tratamiento que uno dé a
la cuestión de la justificación de la creencia se regirá por su cosmovisión subyacente o sus presuposiciones.
Una apologética eficaz nos lleva necesariamente a desafiar y debatir al incrédulo al nivel de sus compromisos
o suposiciones más básicas sobre la realidad, el conocimiento y la ética. Nuestro enfoque para defender la
9
Nos daríamos cuenta de esto si prestáramos atención a la historia registrada en la Biblia. Los israelitas vieron milagros de
primera mano en el desierto, pero aún así no creyeron y desobedecieron a Dios. ¡Los líderes judíos vieron a Jesús resucitar a
Lázaro de entre los muertos, y respondieron conspirando para matar a Jesús! Pagaron a los soldados para que mintieran
acerca de la propia resurrección del Señor. El Señor nos ha proporcionado mucha evidencia empírica de Su veracidad, pero
la forma en que se trata la evidencia está determinada por creencias y compromisos más fundamentales en la vida de una
persona. "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán si alguno resucita de entre los muertos" (Lucas
16:31).
10
Por ejemplo, alguien que rechaza la realidad de entidades abstractas (por ejemplo, un nominalista como David Hume) no
otorgará la legitimidad de la intuición en su teoría del conocimiento (por ejemplo, como lo hizo Platón al ver el conocimiento
como "recuerdo" de formas o ideas trascendentes). Alguien que considera los objetos del conocimiento como discretos y
claramente categorizables como verdaderos o falsos (por ejemplo, Hume de nuevo) tendrá dificultades para discutir
significativamente con alguien que piensa en la verdad como la totalidad de la realidad y en las proposiciones discretas como
nada más que aproximaciones (por ejemplo, Hegel). La teoría del conocimiento y la visión de la realidad de una persona se
afectan mutuamente.
fe es superficial e ineficaz si pensamos que el incrédulo simplemente carece de información o necesita que
se le dé evidencia observacional11.
La Biblia nos enseña que las perspectivas mentales y espirituales de creyentes y no creyentes difieren
radicalmente entre sí.
La Imposibilidad de lo Contrario
Si la manera en que la gente razona e interpreta la evidencia está determinada por su presupuesta
cosmovisión, y si la cosmovisión del creyente y del incrédulo está en principio completamente en desacuerdo
entre ellos, ¿cómo puede resolverse el desacuerdo entre ellos sobre la justificación de las afirmaciones
bíblicas? Podría parecer que toda la argumentación racional está excluida ya que las apelaciones a la
evidencia y a la lógica serán controladas por las respectivas y conflictivas cosmovisiones del creyente y del
incrédulo. Sin embargo, este no es el caso.
11
Por supuesto, hay algunos casos en los que lo que el incrédulo necesita es simplemente la evidencia que está a nuestra
disposición a favor de ciertas afirmaciones en la Biblia. Por ejemplo, una persona puede ser tan engañada por las voces
prejuiciosas y hostiles sobre la religión a su alrededor (desde el aula de la escuela hasta los medios de comunicación
populares) que tiene la impresión no estudiada de que absolutamente "ninguna persona pensante" ve ninguna credibilidad
en el creacionismo, la exactitud histórica o textual de la Biblia, etc. Su mente necesita ser despejada de tal malentendido.
Puede que se sorprenda al descubrir que científicos muy competentes, historiadores y otros eruditos pueden presentar
evidencia reflexiva a favor de las afirmaciones cristianas en la ciencia o la historia. Si eso es todo lo que necesita para dar una
lectura más abierta y honesta al mensaje de la Escritura, bien. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la resistencia de los
incrédulos a la evidencia está basada en principios y es más tenaz que esto.
12
Veremos pronto que el incrédulo no vive consistentemente de acuerdo con sus principios profesados. Hasta cierto punto,
esto también es cierto para el creyente. Por lo tanto, la antítesis entre ellos no es en realidad completa o absoluta, aunque
en principio lo sería.
Las diferentes cosmovisiones pueden ser comparadas entre sí en términos de la importante cuestión
filosófica sobre las "precondiciones de inteligibilidad" para suposiciones tan importantes como la
universalidad de las leyes lógicas, la uniformidad de la naturaleza, y la realidad de los absolutos morales.
Podemos examinar una cosmovisión y preguntarnos si su representación de la naturaleza, el hombre, el
conocimiento, etc., proporciona una perspectiva en términos de qué lógica, ciencia y ética pueden tener
sentido. No concuerda con las prácticas de las ciencias naturales creer que todos los eventos son aleatorios
e impredecibles, por ejemplo. No concuerda con la demanda de honestidad en la investigación científica, si
ningún principio moral expresa nada más que una preferencia o sentimiento personal. Además, si hay
contradicciones internas en la cosmovisión de una persona, no proporciona las condiciones previas para
dar sentido a la experiencia del hombre. Por ejemplo, si los dogmas políticos de uno respetan la dignidad
de los hombres para tomar sus propias decisiones, mientras que las teorías psicológicas de uno rechazan el
libre albedrío de los hombres, entonces hay un defecto interno en la visión del mundo de esa persona.
El cristiano sostiene que todas las cosmovisiones no cristianas están plagadas de contradicciones internas,
así como de creencias que no hacen inteligibles la lógica, la ciencia o la ética. Por otro lado, la cosmovisión
cristiana (tomada de la autorrevelación de Dios en la Escritura) exige nuestro compromiso intelectual
porque proporciona las condiciones previas de inteligibilidad para el razonamiento, la experiencia y la
dignidad del hombre.
En términos bíblicos, lo que el apologista cristiano hace es demostrar a los incrédulos que, debido a su
rechazo de la verdad revelada de Dios, "se han vuelto vanos en sus razonamientos" (Ro. 1:21). Por medio de
su insensata perspectiva terminan "oponiéndose a sí mismos" (2 Tim. 2:25). Ellos siguen una concepción
de conocimiento que no amerita el nombre (1 Tim. 6:20). Su filosofía y presuposiciones le roban a uno el
conocimiento (Col. 2:3, 8), dejándolo en la ignorancia (Ef. 4:17-18; Hechos 17:23). El objetivo del apologista
es derribar sus razonamientos (2 Co. 10:5) y desafiarlos en el espíritu de Pablo: "¿Dónde está el sabio?
¿Dónde está el contendiente de este mundo? ¿No ha hecho Dios insensata la sabiduría del mundo?" (1 Cor.
1: 20).
En varias formas, el argumento fundamental presentado por el apologista cristiano es que la cosmovisión
cristiana es verdadera debido a la imposibilidad de lo contrario. Cuando la perspectiva de la revelación de
Dios es rechazada, entonces el incrédulo queda en una ignorancia insensata porque su filosofía no provee
las precondiciones de conocimiento y experiencia significativa. Dicho de otro modo: la prueba de que el
cristianismo es verdadero es que, si no lo fuera, no podríamos probar nada.
Lo que el incrédulo necesita es nada menos que un cambio radical de la mente—arrepentimiento (Hechos
17:30). Él necesita cambiar su cosmovisión fundamental y someterse a la revelación de Dios para que
cualquier conocimiento o experiencia tenga sentido. Al mismo tiempo necesita arrepentirse de su rebelión
espiritual y pecar contra Dios. Debido a la condición de su corazón, no puede ver la verdad o conocer a Dios
de una manera salvadora.
Autoengaño
Hasta que el corazón del pecador sea regenerado y su perspectiva básica cambie, él continuará resistiendo
el conocimiento de Dios. Como acabamos de decir, dada su defectuosa visión del mundo y actitud espiritual,
el incrédulo no puede justificar ningún conocimiento en absoluto y no puede llegar a conocer a Dios de una
manera salvífica. Esto no significa, sin embargo, que los incrédulos no tengan ningún conocimiento, mucho
menos que no conozcan a Dios. Lo que dijimos es que no pueden justificar lo que conocen (en términos de
su cosmovisión incrédula), y no pueden conocer a Dios de una manera salvífica. La Biblia indica que los
incrédulos, sin embargo, conocen a Dios—pero es un conocimiento condenatorio, un conocimiento que les
permite conocer cosas acerca de sí mismos y del mundo que les rodea, aunque supriman la verdad de Dios
que hace posible tal conocimiento.
Según Romanos 1:18-21, los incrédulos realmente conocen a Dios en el centro de sus corazones (v. 21). En
efecto, lo que es conocido de Dios es evidente en ellos, de modo que no tienen excusa para su incredulidad
profesada (vv. 19-20). Puesto que Él no está lejos de ninguno de nosotros, ni siquiera los filósofos paganos
pueden escapar de conocerlo (Hechos 17:27-28). Lo que hacen los incrédulos es "suprimir la verdad con
injusticia" (Romanos 1:18). Son culpables de autoengaño. Aunque en cierto sentido niegan sinceramente
conocer a Dios o ser persuadidos por Su revelación, sin embargo están equivocados en esta negación. De
hecho ellos conocen a Dios, son persuadidos por Su revelación de Sí Mismo, y ahora están haciendo todo lo
que pueden para mantener esa verdad fuera de su vista y para evitar lidiar honestamente con su Hacedor y
Juez. La racionalización y cualquier número de juegos intelectuales serán alistados para convencerse a sí
mismos y a otros de que la revelación de Dios de sí mismo no debe ser creída. De esta manera los incrédulos,
quienes genuinamente conocen a Dios (en condenación), trabajan arduamente—aunque habitualmente (y
en ese sentido inconscientemente) —para engañarse a sí mismos y creer que no creen en Dios o en las
verdades reveladas acerca de Él.
Es el conocimiento de Dios que todos los incrédulos tienen ineludiblemente dentro de sí mismos lo que les
permite conocer otras cosas sobre sí mismos o sobre el mundo. Porque conocen a Dios, tienen un
fundamento para las leyes de la lógica, la uniformidad de la naturaleza, la dignidad del hombre y los
absolutos éticos. En consecuencia, pueden perseguir la ciencia y otros aspectos de la vida con cierto grado
de éxito—aunque no puedan dar cuenta de ese éxito (no pueden proporcionar las condiciones previas para
la inteligibilidad de la lógica, la ciencia o la ética). Por esta razón, cada parte del conocimiento del incrédulo
es una evidencia que apoya la verdad de la revelación de Dios, y una acusación adicional contra la
incredulidad en el día del juicio.
Los cristianos en el mundo antiguo sabían lo que era tener acusaciones y ridiculizaciones dirigidas a ellos
por sus convicciones y prácticas religiosas. El reporte de la resurrección de Jesús fue tomado como una
locura (Lucas 24:11), una mentira (Mateo 28:13-15), una imposibilidad (Hechos 26:8). Por predicarla, los
creyentes fueron arrestados por los judíos (Hechos 4:2-3) y burlados por los filósofos griegos (Hechos
17:32). El día de Pentecostés los discípulos fueron acusados de estar borrachos (Hechos 2:13). Esteban fue
acusado de oponerse a la revelación anterior (Hechos 6:11-14). Pablo fue acusado de introducir nuevos
dioses (Hechos 17:18-20). La iglesia fue acusada de insurrección política (Hechos 17:6-7). Los expertos
contradijeron abiertamente lo que los cristianos enseñaban (Hechos 13:45) y difamaron perjudicialmente a
sus personas (Hechos 14:2). Así que, por un lado, el mensaje cristiano era un tropezadero para los judíos y
una completa insensatez para los griegos (1 Co. 1:23).
Por otro lado, los primeros cristianos tuvieron que protegerse contra el tipo equivocado de aceptación
positiva de lo que proclamaban. Los apóstoles fueron confundidos con dioses por los defensores de la
religión pagana (Hechos 14:11-13), recibieron elogios no deseados de los adivinos (Hechos 16:16-18), y su
mensaje fue absorbido por los legalistas herejes (Hechos 15:1,5). Los creyentes del siglo XX pueden
simpatizar con sus hermanos del mundo antiguo. Nuestra fe cristiana sigue viendo la misma variedad de
intentos de oposición y socavamiento.
Hay un gran número de maneras en las que las afirmaciones de la verdad cristiana son atacadas hoy en día.
Se les desafía en cuanto a su significado. Se cuestiona la posibilidad de milagros, revelación y encarnación.
La duda se echa sobre la deidad de Cristo o la existencia de Dios. La exactitud histórica o científica de la
Biblia es atacada. La enseñanza bíblica es rechazada por no ser lógicamente coherente. La vida consciente
después de la muerte física, la condenación eterna y una futura resurrección no son aceptadas fácilmente.
El camino de la salvación es repugnante o innecesario. La naturaleza de Dios y el camino de la salvación son
falsificados por las escuelas heréticas de pensamiento. Los sistemas religiosos que compiten se oponen al
Cristianismo—o algunos tratan de asimilarlo en sus propias formas de pensamiento. La ética de la Escritura
es criticada. La idoneidad psicológica o política del cristianismo es despreciada.
Estas y muchas, muchas otras líneas de ataque están dirigidas contra el cristianismo bíblico. Es el trabajo
de la apologética refutarlos y demostrar la verdad de la proclamación y la cosmovisión cristianas—"derribar
los razonamientos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios" (2 Co. 10:5).
El Camino inferior
Estudiando las objeciones de los incrédulos y preparándonos para razonar con ellos, tomamos el camino de
la apologética, el camino de la obediencia a la dirección de nuestro Señor y Salvador. Su afirmación
categórica era "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6). El
apologista responde a las objeciones de los no creyentes de una manera que establece la verdad objetiva del
cristianismo y el carácter exclusivo del sistema. Él o ella ofrece razones para creer, reivindicando la
cosmovisión cristiana frente a sistemas de pensamiento y de vida que compiten entre sí.
No todos los creyentes (o cristianos profesantes) han escogido tomar ese camino. A menudo ha ocurrido
que los que hablan en nombre de la fe cristiana se conforman con mucho menos (sobre todo, pero no
exclusivamente, con el siglo actual). Se han conformado con mucho menos que la apologética al reducir el
compromiso cristiano con el subjetivismo. Es indudablemente cierto que el cristianismo nos trae un sentido
de paz personal y confianza ante Dios, y esta experiencia interior de que la fe es correcta y de que nosotros
mismos venimos a ser justos con Dios (cf. el testimonio del Espíritu, Romanos 8:16) no puede ser
comunicada adecuadamente con palabras. Sin embargo, las apelaciones a este sentimiento interior no
constituyen un argumento que deba persuadir a otros de la verdad del cristianismo.
Hay una diferencia importante entre confianza y certeza13, así como hay una diferencia importante entre
aceptabilidad subjetiva y verdad objetiva. La confianza es una propiedad psicológica, un sentimiento de
seguridad de que alguna proposición es cierta. Sin embargo, muchas personas se sienten bastante seguras
de cosas que resultan ser notoriamente falsas; sin embargo, la confianza de los demás resulta ser fiable. Así
que lo mejor que podemos decir es que la presencia de la seguridad psicológica no es un indicador adecuado
de quién posee la verdad y quién no. La certeza—a diferencia de la confianza—es técnicamente propiedad
de una proposición (o conjunto de proposiciones), no de una persona. La certeza de una proposición es la
propiedad que no puede dejar de ser cierta. La verdad del Cristianismo no es simplemente una cualidad
autobiográfica, que nos dice algo sobre su aceptabilidad para tal o cual persona. El apologista defiende la
verdad objetiva de la fe. Es decir, el apologista sostiene que su verdad tiene un carácter público, abierto a la
inspección, e independiente de lo que cualquiera piense o sienta al respecto (positiva o negativamente).
Otro camino bajo que algunos cristianos profesantes toman en respuesta a objeciones incrédulas a la fe es
el camino del relativismo. Esto está estrechamente relacionado con el subjetivismo en muchos casos, pero
constituye un error en sí mismo. El subjetivista suprime o niega la naturaleza pública de la verdad cristiana,
pero aún así distingue la verdad del error; cree que el cristianismo es verdadero—y basa esto en sentimientos
no argumentados—y, por otra parte, cree que el punto de vista no-cristiano es falso.
El relativismo, por otra parte, cree que todas las creencias y convicciones (o todas las creencias religiosas
de todos modos) están condicionadas por factores culturales y prejuicios individuales de tal manera que no
puede haber ninguna verdad absoluta (no cualificada). Si el Cristiano proclama que Dios es una persona,
pero los hindúes enseñan que la realidad suprema es impersonal, y si el Cristiano advierte que todos los
hombres responderán ante Dios por sus pecados algún día, pero el maestro de algún culto insiste en que
Dios nunca castigaría a nadie por las malas acciones—el relativista diría que estos desacuerdos no pueden
ser resueltos. Lo que es "verdadero para ti" no es necesariamente lo que es "verdadero para mí" 14 El
13
En el lenguaje popular inglés esta distinción se diluye fácilmente, por supuesto. Oímos a alguien decir que "confía" en que
su equipo ganará la Serie Mundial, y el mismo sentimiento es expresado por él cuando dice que "está seguro" de que ganará.
14
El lector no debe pasar por alto la perversión de la lengua inglesa que representa un lenguaje tan insidioso. La verdad no
es algo que sea pariente de la persona. Decir que alguna proposición es "verdadera para mí" es una forma engañosa de decir
simplemente que creo en esa proposición. El colapso de la verdad en la creencia tiene graves consecuencias para la teoría
del conocimiento de uno mismo.
relativismo es hipócrita o contradictorio. A veces la gente juega al relativismo, pero no lo dice en serio.
Cuando llega la hora de la verdad, quieren insistir en que algunas cosas son absolutamente ciertas, aunque
otras no lo sean—y por supuesto serán juzgados en cuanto a dónde tracen la línea, como si la verdad pudiera
ser una mera cuestión de conveniencia personal. Otras veces la gente se contradice a sí misma al insistir
absolutamente en que no hay una verdad absoluta—proporcionando así en lo que dicen la base misma para
rechazar lo que dicen.
El Cristianismo no pretende ser relativamente cierto, pero sí lo es absoluta y universalmente. Además, como
sistema religioso afirma ser exclusivamente cierto 15, lo cual es, naturalmente, bastante ofensivo en una
época pluralista y democrática. "Todo el mundo tiene derecho a creer en Dios lo que desee", se nos
recordará. Pero ese no es el punto. El derecho a creer algo no lo traduce en algo que es cierto. Algunas
perspectivas religiosas enseñan que hay una variedad de maneras de alcanzar a Dios o de servirle a Él (o a
Esto)—muchos caminos hacia la cima de la montaña. Sin embargo, el cristianismo no es uno de ellos. Los
enfoques eclécticos y de bufé de la religión pueden querer incorporar el cristianismo en sus opciones
religiosas (una más de muchas), pero en la naturaleza del caso el cristianismo no puede ser asimilado a su
punto de vista. El cristianismo afirma que sólo Cristo es el divino Salvador, afirma que sólo a través de Él
puede alguien estar bien con Dios, y afirma que lo que creemos acerca de Dios está restringido a lo que Él
revela acerca de Sí mismo (excluyendo así la imaginación humana).
A diferencia de los caminos inferiores del subjetivismo, el relativismo y el eclecticismo, las páginas del Nuevo
Testamento nos muestran a los cristianos que respondieron a las objeciones y desafíos de los incrédulos con
argumentos apologéticos para la verdad de la fe. El mismo término "apologético" (encontrado en 1 Pedro
3:15) fue usado en el mundo antiguo para la defensa que una persona acusada ofrecía en una corte de
justicia. El subjetivismo y el relativismo y el eclecticismo no le harían ningún bien al acusado en vindicar su
inocencia. Los primeros cristianos insistieron en la verdad y pudieron defenderla, poniendo claramente la
verdad de Cristo en antítesis a las ideas erróneas que la contradicen. Y lo hicieron, ya fueran pescadores,
recaudadores de impuestos o estudiantes de derecho.
Note cómo el Nuevo Testamento describe la proclamación y defensa de la fe cristiana por sus primeros
seguidores.
Pedro proclamó: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros
crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." (Hechos 2:36).
Pero Saulo mucho más se esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que
Jesús era el Cristo (Hechos 9:22).
15
Esto no debe confundirse con decir que la verdad se limita al contenido del Cristianismo o a las palabras de la Biblia. Hay
muchas verdades además de las que se encuentran reveladas en las Escrituras (por ejemplo, la verdad de que el agua se
congela a 32 grados Fahrenheit). Sin embargo, no hay verdades que entren en conflicto o compitan con las que se encuentran
allí.
Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió (razonó) con ellos (Hechos 17:2).
Así que discutía (razonaba) en la sinagoga con los judíos y los griegos temerosos de Dios, así como 16 en las
plazas día a día con los que estaban allí,[incluyendo] ciertos filósofos epicúreos y estoicos (Hechos 17:17-
18).
Y discutía (razonaba) en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía a judíos y a griegos. (Hechos 18:4).
Pablo entró en la sinagoga y habló con valentía durante tres meses, argumentando persuasivamente sobre
el reino de Dios.... y [más tarde] razonando diariamente en la escuela de Tiranno (Hechos 19:8-9).
Ofrecer argumentos a favor de ciertas conclusiones no debe confundirse con ser "argumentativo" o
contencioso en la conducta propia. La Biblia nos exhorta a lo primero, mientras que prohíbe lo segundo.
Presentar una razón para la esperanza que está dentro de nosotros no exige que lo hagamos de una manera
ofensiva o arrogante17. Los Cristianos bien intencionados que dicen "no debemos discutir con la gente si
queremos ser como Cristo" tienen algo valioso que decir, pero no lo dicen clara y correctamente. Discutir
no es en sí mismo un error. Los apóstoles, obviamente, discutieron con los incrédulos. Sin embargo, los
apóstoles también conocían un temperamento y una forma de comunicación que deshonra al Señor. Podrían
hablar de "disputas perversas"—o, como dice una traducción, "fricción constante entre hombres de mente
corrupta" (1 Tim. 6:5). El mandato moral categórico para los que quieren ser maestros cristianos es que
"deben instruir gentilmente, con la esperanza de que Dios conceda el arrepentimiento[al adversario] que
lleve al conocimiento de la verdad" (2 Tim. 2:25). Por lo tanto, "el siervo del Señor no debe reñir" (v. 24).
Discutir por la fe cristiana puede y debe hacerse de una manera consistente con la piedad cristiana.
La respuesta apropiada a los críticos de la fe, entonces, es la de razonar con ellos, refutar objeciones, probar
conclusiones, ofrecer argumentos. Entendamos con mayor precisión lo que esto implica. La palabra griega
usada para " demostrar " en Hechos 9:22 se usa para "unir cosas ", como se hace con las inferencias o
demostrar las conclusiones de las premisas.
En un argumento, la verdad de una proposición se afirma sobre la base de la verdad de otras proposiciones
(premisas). Se dice que la conclusión se deduce que—las premisas ofrecidas—"se siguen". Esto no es lo
mismo que lo que se llama una declaración condicional, una en el formato "si…entonces". "Si Popeye es un
marinero, entonces es un borracho" es una declaración condicional, pero no un argumento—ya que no se
está afirmando ninguna proposición como consecuencia de la evidencia proporcionada en otra proposición
o conjunto de proposiciones. Pero si alguien afirma que "Popeye es un borracho porque es un marinero",
16
Note que la actividad de Pablo es la misma, ya sea que sus oyentes ya tengan un trasfondo y respeto por la Palabra de Dios
(Antiguo Testamento) o no. Razonó" con los judíos en la sinagoga y también con los filósofos griegos en la calle.
17
Esta advertencia es necesaria porque parece que muchos creyentes que se entregan a la apologética son propensos a la
falta de gentileza a la hora de presentar su caso. Por el bien de su propia santificación y la honra del Señor cuya palabra
defienden, todos los apologistas necesitan orar para que sus argumentos no se vuelvan polémicos, para que no se desvíen
de la defensa de su Señor y se defiendan a sí mismos. La humildad no es incompatible con la valentía.
entonces está avanzando un argumento (muy pobre), basando una conclusión en otras premisas (en este
caso, una de esas premisas se suprime o no se menciona).
También debe tenerse en cuenta aquí que un argumento no es lo mismo que una explicación. La presencia
de la palabra "porque" en la ilustración anterior puede ser engañosa si no tenemos cuidado. La palabra
"porque" a menudo afirma una conexión causal entre dos cosas o eventos, en lugar de dar una razón
(motivos para creer algo). "El pan no se fermentó porque Betty no agregó la levadura" es una explicación
causal, no un argumento. La proposición que sigue al "porque" no pretende establecer la verdad de la
proposición que la precede.
En apologética nuestra tarea es analizar los argumentos que los incrédulos presentan contra la verdad del
cristianismo y producir argumentos sólidos a favor de ella. Esto requerirá un entendimiento de cómo la
verdad de una proposición puede basarse en la verdad de los demás: un entendimiento de las relaciones
empíricas (evidencia) y conceptuales (lógica). Tomamos nuestra mejor habilidad santificada para razonar
y debatir, usando las herramientas empíricas y lógicas de razonamiento que Dios nos ha concedido, y
ofrecemos justificación para creer que el cristianismo es verdadero y rechazar la perspectiva conflictiva de
los no creyentes.
La última observación destaca el hecho de que la apologética es de naturaleza tanto defensiva como ofensiva;
no sólo responde a la crítica, sino que también presenta su propio desafío al pensamiento de los no
creyentes. De hecho, la apologética debería sacar a relucir la ironía del hecho de que aquellos que exigen
una defensa de Dios son, por lo tanto, los que al final están más necesitados de una defensa filosófica y
personal.
Los incrédulos dan por sentada su autonomía intelectual tanto que les cuesta creer que no están en posición,
epistemológica o moralmente, de estar cuestionando a Dios y a Su palabra revelada. Esto está bien descrito
por C. S. Lewis:
El juicio puede incluso terminar en la absolución de Dios. Pero lo importante es que el hombre es
juez y Dios está en el banquillo de los acusados.18
Dios, en su santa palabra, ha revelado la profanación de esta actitud. "No tentarás a Jehová tu Dios" (Deut.
6:16), como lo decretó Moisés. Cuando Satanás tentó a Jesús para que lo hiciera, para empujar a Dios a
ofrecer pruebas de la veracidad de su palabra (como la citó Satanás)—Jesús reprendió a Satanás, "el
acusador", con estas mismas palabras del Antiguo Testamento. Él declaró: "Escrito está también: No
tentarás al Señor tu Dios." (Mateo 4:7). No es Dios cuya integridad, veracidad y conocimiento estén de
alguna manera en sospecha, en realidad. Es la de aquellos que lo acusan y exigen pruebas para satisfacer su
propia manera de pensar o de vivir.
18
C.S. Lewis, Dios En El Banquillo De Los Acusados: Ensayos sobre Teología y Ética, ed. Walter Hooper (Grand Rapids:
Eerdmans, 1970), pág. 244.
Al responder a las objeciones de los incrédulos, el apologista no debe perder de vista esa profunda verdad.
Nos corresponde a nosotros ofrecer una defensa razonada al incrédulo, tratando las críticas que tiene de
una manera honesta y detallada. La apologética cristiana no está servida por el oscurantismo y las
generalidades. Sin embargo, al mismo tiempo, nuestros argumentos apologéticos deben servir para
demostrar que el incrédulo no tiene ningún fundamento intelectual sobre el cual oponerse a la revelación
de Dios. Nuestra argumentación debe terminar mostrando que las presuposiciones del incrédulo (visión del
mundo) consistentemente conducirían a la necedad y a la destrucción del conocimiento. En ese caso, y dado
el estilo de vida pecaminoso del incrédulo, es realmente el incrédulo—y no Dios—quien está después de todo
"en el banquillo de los acusados", tanto en lo epistemológico como en lo moral.
28: Herramientas De La Apologética
No se puede esperar que un ejército libere una batalla exitosa si sus soldados no están familiarizados con
las diversas armas que tienen a su disposición para tratar con el enemigo. Del mismo modo, un constructor
no puede construir o reparar una casa si no sabe qué tipos de herramientas de carpintería y plomería están
disponibles para él y cómo usarlas. Del mismo modo, los cristianos que quieren defender la fe deben
prepararse para responder a las críticas de los no creyentes familiarizándose con las "herramientas" de
razonamiento y argumentación que pueden ser utilizadas en la apologética.
"Dios no ha sido tan ahorrativo con los hombres para convertirlos en criaturas de dos patas, y se lo ha
dejado a Aristóteles para que lo hagan racional." Así escribió John Locke (1632-1704)19.
La broma se refiere a la famosa obra de Aristóteles sobre la lógica y el silogismo, Órganon ("El instrumento"
o "herramienta" del conocimiento), en la que el antiguo filósofo establece las reglas del razonamiento y
distingue entre formas correctas e incorrectas de argumentación. Locke no fue convencido del beneficio
epistemológico de la forma silogística de razonamiento (a saber, premisa mayor, premisa menor, conclusión
deducida) explorada por Aristóteles. Locke habría estado mucho más contento con el Novum Organum
("Nuevo instrumento") de Francis Bacon, publicado en 1620 y que exploraba las reglas del razonamiento
inductivo o científico—que más tarde fue mejorado por el System of Logic (Sistema de lógica) de John Stuart
Mill (1843), cuya propia comprensión de las herramientas de la racionalidad, a su vez, ha sido expandida y
mejorada por los estudios del siglo XX sobre la lógica, el argumento y el método.
Locke fue, por supuesto, el famoso filósofo sociopolítico inglés autor de Dos Tratados De Gobierno, así como
un estudiante del proceso de conocimiento humano que llegó a ser conocido como el padre del "empirismo
británico". Fue criado en un hogar puritano y vivió los eventos que llevaron a la Asamblea de Westminster.
Era contemporáneo de Milton, Newton y Boyle—y al igual que estos grandes hombres de letras, profesaba
abiertamente la fe cristiana, teniendo gran consideración por la Biblia:
La Sagrada Escritura es para mí, y siempre será, la guía constante de mi asentimiento; y siempre la
escucharé, como si contuviera la verdad infalible relativa a las cosas de mayor concertación..... Donde yo
quiero la evidencia de las cosas, hay suficiente base para que yo crea, porque Dios lo ha dicho; y yo condenaré
y abandonaré cualquier opinión mía, tan pronto como se me demuestre que es contraria a cualquier
revelación de las Sagradas Escrituras".20
19
An Essay Concerning Human Understanding, Libro IV, Capítulo XVII (New York: Dover Publications, 1959[1690]), vol. 2, p.
391.
20
Citado por el editor en la "Introducción" a John Locke, The Reasonableness of Christianity as Delivered in the Scriptures,
ed. (The Reasonableness of Christianity as Delivered in the Scriptures) George W. Ewing (Chicago: Gateway Edition, Henry
Regnery Co., 1964[1695]), pág. xi.
A la edad de sesenta y tres años, en el año 1695, Locke fue a la imprenta con un tratado titulado La
Razonabilidad del Cristianismo tal y como es Registrado en las Escrituras.21
Cinco años antes (1690) Locke había publicado su obra más conocida sobre la teoría del conocimiento, Un
Ensayo Con Respecto Al Entendimiento Humano. En ella lamentaba el hecho de que la palabra "razón" se
utilice a menudo como si se opusiera a "fe". Escribió que, en su opinión, la fe no debe darse a nada "sino a
una buena razón", prescindiendo así de cualquier tensión entre ellos. Locke insistía en que creer las cosas
arbitrariamente, aparte de la razón, era insultar a nuestro Creador. Siendo así, los Cristianos fueron
llamados a comprender, refinar y entrenar su facultad de razonar. Con esto debemos estar de acuerdo—
aunque no podamos seguir completamente la epistemología o las conclusiones teológicas de Locke.
Seguramente deberíamos dominar la diferencia entre maneras confiables y no confiables de razonar si
honramos a Cristo y nos volviéramos efectivos en Su servicio.
Dios desea que seamos racionales: que ejercitemos y mejoremos nuestra capacidad de razonamiento para
comprender, proponer y defender las verdades de la Escritura. Y como Locke observó, esta capacidad de
razonamiento no comienza o termina con la enseñanza de Aristóteles. Ser racional es un rasgo mucho más
amplio que el uso de silogismos (aunque ciertamente tienen su lugar). El tipo de racionalidad o
razonamiento que emplearemos en la defensa de la fe cristiana implica no sólo el estudio de la lógica formal
(patrones o formas abstractas de inferencia), sino también la atención a las falacias informales en el lenguaje
ordinario, el uso del razonamiento inductivo,22 el manejo de la evidencia empírica en la historia, la ciencia,
la lingüística, etc.,23 y, especialmente, la reflexión sobre las demandas de una visión adecuada del mundo en
términos en los que todo pensamiento tenga sentido24.
De hecho, Dios no ha estado "ahorrando" en su provisión de varias herramientas que los defensores de la
fe pueden usar para reexaminar las cosmovisiones opuestas y refutar la argumentación de aquellos que
desafían las Escrituras. Estas herramientas también son beneficiosas para formular y hacer avanzar de
manera convincente la cosmovisión cristiana, basada en la enseñanza de la Biblia. Al explorar estas
herramientas de racionalidad (o las maneras conspicuas en que son violadas) podemos mejorar nuestra
21
Locke explicó más tarde que el libro fue diseñado principalmente como una refutación a los deístas; sin embargo,
aplaudieron el énfasis de Locke sobre el lugar de la razón en la religión, lo que condujo a los eruditos secundarios a clasificar
a Locke como un deísta de manera muy precipitada. El calvinista inglés John Edwards (que no debe confundirse con el
estadounidense Jonathan Edwards) distorsionó aún más las intenciones de Locke, difamándolo con los epítetos del ateísmo
y el Socinianismo.
22
Para un texto útil sobre la lógica informal, formal e inductiva, véase Irving M. Copi, Introduction to Logic (Nueva York:
Macmillan Publishing Co., 1978[5ª ed.]).
23
Los lectores deben consultar aquí varios textos beneficiosos sobre las "evidencias" cristianas, pero también deben proseguir
las discusiones sobre el uso variable de los datos observacionales en la formación teórica y la argumentación: por ejemplo,
W. V. Quine y J. S. Ullian, The Web of Belief, 2ª edición. (Nueva York: Random House, 1978); Stephen Toulmin, The Uses of
Argument (Cambridge: University Press, 1969); Thomas S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions, 2ª ed. (en inglés).
(Chicago: University Press, 1970).
24
Ver aquí las obras de Cornelius Van Til (disponibles a través de Presbyterian and Reformed Publishing Co.): por ejemplo,
The Intellectual Challenge of the Gospel (1953), The Defense of the Faith (1955), A Survey of Christian Epistemology (1969).
habilidad para dar una respuesta a la esperanza que hay dentro de nosotros como creyentes, así como para
comprender los errores elementales en el razonamiento que a menudo cometen los no creyentes.
Conjetura Prejudicial
Con frecuencia uno encontrará que los incrédulos, tanto educados como no educados, toman la ofensiva
contra el cristianismo antes de que se hayan familiarizado con lo que están hablando. En lugar de la
investigación y la evaluación honesta de la evidencia disponible sobre algún aspecto de la Biblia, muchos
incrédulos han sustituido la conjetura personal sobre lo que "les parece probable".
Por ejemplo, puesto que se suponía que la Biblia estaba escrita hace tantos cientos de años, a muchos
incrédulos les "parece probable" que no podamos confiar en el texto de la Biblia que tenemos en nuestras
manos hoy en día. Seguramente los escribas han alterado y complementado tanto el texto original que no
podemos estar seguros de lo que realmente escribió Moisés, Jeremías, Juan o Pablo (si estos personajes
fueron de hecho los autores en primer lugar); por lo que sabemos, lo que leemos en nuestras Biblias
proviene de la pluma de algún monje en la "edad oscura"! Este tipo de crítica ignorante parece
intelectualmente sofisticada para algunos incrédulos. Después de todo, en nuestra experiencia humana
natural, los mensajes que se transmiten de un orador a otro suelen ser confusos, distorsionados o
aumentados, ¿no es así?
A los incrédulos que razonan de esta manera (sobre este o muchos otros temas relacionados con la Biblia),
no debemos cansarnos de señalar que se basan en conjeturas, no en la investigación. Puede "parecer
probable" que el texto bíblico ya no sea fiable o auténtico después de todos estos años, pero esa
"probabilidad" es una evaluación que se basa en el prejuicio. El primer prejuicio es la suposición de que el
texto bíblico no es diferente de cualquier otro documento escrito que encontremos en nuestra experiencia
humana natural a lo largo de la historia— ¡lo que, por supuesto, plantea la pregunta fundamental sobre la
cual el creyente y el incrédulo están discutiendo! Si la Biblia es, como dice, la palabra inspirada de Dios
Todopoderoso, entonces la historia de su transmisión textual puede ser muy diferente a la de otros
documentos humanos, ya que Dios habría ordenado que su texto fuera preservado con mayor integridad
que el de los libros ordinarios.
La segunda indicación de prejuicio es que el incrédulo no ofrece ninguna evidencia concreta de que
(digamos) algún monje medieval haya manipulado el texto que tenemos hoy ante nosotros. Este tipo de
observación se presenta de manera simple y arbitraria como una hipótesis que debe ser respaldada por su
"probabilidad", más que por sus credenciales empíricas. Si queremos jugar de esa manera, por supuesto,
podríamos—con igual arbitrariedad— ¡conjeturar que las palabras que nos llegaron como las de Pablo fueron
escritas realmente, no años después, sino años antes de los tiempos de Pablo! La arbitrariedad es un amigo
inconstante del erudito. Si nos liberáramos de cualquier demanda de pruebas, podríamos creer cualquier
cantidad de cosas contradictorias.
La tercera indicación de prejuicio en la crítica del incrédulo es que él o ella no ha tomado en cuenta la
evidencia real que está públicamente disponible con respecto al texto de las Escrituras. Si el crítico se
hubiera tomado el tiempo de investigar este tema, no habría ofrecido la extravagante evaluación de que el
texto bíblico no es confiable. Esto me impactó mucho después de tomar un curso avanzado sobre Platón en
la escuela superior, un curso que tenía en cuenta la crítica textual del corpus literario de las obras de Platón.
Nuestro primer manuscrito existente de una obra de Platón data de justo antes del año 900 D.C. ("Oxford
B.", encontrado en un monasterio de Patmos por E. B. Clarke), y debemos recordar que se cree que Platón
escribió aproximadamente 350 años antes de Cristo—lo que nos deja un vacío de más de doce siglos. Por el
contrario, los primeros fragmentos del Nuevo Testamento datan de menos de cincuenta años después de la
escritura original; la mayor parte de nuestros manuscritos existentes más importantes datan de 200-300
años después de la composición original. El texto del Nuevo Testamento es notablemente uniforme y bien
establecido. La fiabilidad del texto del Antiguo Testamento ha sido demostrada por el descubrimiento de los
rollos del Mar Muerto.
La autenticidad y exactitud general del texto bíblico es bien conocida por los eruditos. Frederick Kenyon
concluyó: "El Cristiano puede tomar toda la Biblia en su mano y decir sin temor ni vacilación que tiene en
ella la verdadera Palabra de Dios, transmitida sin pérdida esencial de generación en generación, a lo largo
de los siglos"25, lo que podría multiplicarse fácilmente—lo que sólo demuestra el prejuicio que se manifiesta
en el pensamiento de los incrédulos que critican irreflexivamente a la Biblia por el hecho de tener un texto
"muy probable" de carácter discutible.
Cuando defendemos nuestra fe Cristiana, debemos estar constantemente atentos al modo en que el
razonamiento de los incrédulos descansa sobre conjeturas prejuiciosas. Aparece repetidamente. Incluso he
escuchado a algunas personas decir la opinión radical de que "¡No tenemos una base literaria o histórica
para creer que Jesús de Nazaret haya vivido realmente"! ¿Puedes ver los indicios obvios de prejuicio aquí?
Tal crítica simplemente da por sentado que la Biblia misma no debe ser tomada de ninguna manera como
una fuente literaria de información histórica—contrariamente a la práctica general de los historiadores
incrédulos del mundo antiguo. Además, tales críticas no muestran familiaridad con las alusiones seculares
a Jesús en la literatura antigua, como la referencia del historiador romano Tácito a "Christus" que sufrió "la
pena extrema... a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato" (Anales 15:44), o la referencia del
historiador judío Josefo a Santiago "el hermano de Jesús, que se llama Cristo" (Antigüedades 20:9), etc.
Críticas como ésta suelen terminar diciéndonos más sobre el crítico (por ejemplo, sus prejuicios, lo que no
ha estado leyendo) que sobre el objeto de su crítica.
Hubo un tiempo en que los críticos del Antiguo Testamento lo ridiculizaron por mencionar a una tribu de
personas, los hititas, que eran (todavía) desconocidos fuera de la Biblia; tales presuntas fallas en el registro
bíblico fueron tomadas como algo que lo hacía inútil como documento histórico—hasta que los arqueólogos
comenzaron a descubrir en los alrededores artefactos y monumentos hititas—Karkemish, a partir de 1871.
¡La civilización hitita es hoy en día una de las culturas más conocidas del mundo antiguo!
25
Citado en Greg L. Bahnsen, "The Inerrancy of the Autographa", Inerrancy, ed. (inglés) Norman L. Geisler (Grand Rapids:
Zondervan Publishing House, 1980), pág. 187.
La arqueología ha demostrado una y otra vez ser el enemigo de los críticos bíblicos, desenterrando sus
prejuicios negativos y confirmando la exactitud de las Escrituras en los detalles históricos. H. M. Orlinsky
escribió:
"Cada vez más, la vieja opinión de que los datos bíblicos eran sospechosos e incluso probables de ser falsos,
a menos que sean corroborados por hechos extrabíblicos, está dando paso a uno que sostiene que, en general,
los relatos bíblicos tienen más probabilidades de ser verdaderos que falsos...."26.
Incluso un juez tan poco comprensivo como la revista Time, en un artículo titulado "¿Cuán cierta es la
Biblia?
"Después de más de dos siglos de enfrentarse a las armas científicas más pesadas que se pueden utilizar, la
Biblia ha sobrevivido—y tal vez sea mejor para el asedio. Incluso en los propios términos de los críticos—
hecho histórico—las Escrituras parecen más aceptables ahora que cuando los racionalistas comenzaron el
ataque"27.
La simple observación que quiero hacer aquí es que los apologistas necesitan estar preparados para exponer
las conjeturas perjudiciales de los incrédulos cuando se presenten. Muchas de las preconcepciones negativas
de aquellos que critican la Biblia o el cristianismo resultan ser arbitrarias o vergonzosas, cuando se las
presiona; tal presión debe ser aplicada con humildad pero con confianza. Hay un gran número de aquellos
que rechazan las Escrituras sobre la base de cosas, que después de todo, no les son familiares o no están
bien estudiadas. Debemos señalar cuán irrazonable es apoyarse en prejuicios y conjeturas en cualquier
área—pero especialmente en asuntos que abordan consecuencias eternas. Cuanta más gente llegue a
conocer "los hechos" sobre el texto de la Biblia y los informes históricos, menos probabilidades habrá de
que descarten el libro de plano.
Otra herramienta que el apologista puede usar para discutir con aquellos que son críticos del mensaje
bíblico es exponer los precompromisos filosóficos del crítico que han sido dados por sentados, en lugar de
ser argumentados y apoyados abiertamente. He aquí otro amplio indicador de cómo los incrédulos no llegan
a ser racionales en su enfoque.
Considere esto. Incluso si hubiera suficiente evidencia externa y corroborante de la crítica textual, la
arqueología y las ciencias relacionadas para autentificar todos los datos ordinarios (lingüísticos, culturales,
cronológicos, etc.) que encontramos en la literatura de la Escritura, seguirían existiendo características
importantes—de hecho, las más importantes—de la narrativa bíblica sobre las cuales los incrédulos
concienzudos tropezarían intelectualmente. No sólo leemos de hititas, lugares altos, casas, batallas militares,
migraciones y matrimonios en la Biblia, también nos encontramos con curaciones, cabezas de hacha que
flotan, carros de fuego, agua convertida en vino, nacimiento de una virgen y resurrecciones. Cuando los
26
El Antiguo Israel (Ítaca, Nueva York: Cornell University Press, 1954), pág. 6. Asimismo, W. F. Albright ha escrito que "los
datos arqueológicos e inscriptivos han establecido la historicidad de innumerables pasajes y declaraciones del Antiguo
Testamento" ("Archeology Confronts Biblical Criticism", The American Scholar, vol. 7[Spring, 1938], p. 181).
27
Edición del 30 de diciembre de 1974, p. 41.
incrédulos leen de eventos milagrosos en la Biblia, su primera inclinación es decir que tales cosas no pueden
suceder, por lo tanto no creen en el reporte escrito de ellos. "Todos sabemos que la gente no puede caminar
sobre el agua, así que esta historia debe ser inventada."
Cada uno de nosotros está familiarizado con esta línea de razonamiento. Lo hacemos nosotros mismos en
la caja del supermercado cuando vemos los fantásticos titulares de los periódicos sensacionalistas ("¡Mujer
da a luz a su propio padre!"). El argumento implícito es que tales cosas son imposibles, por lo tanto no
podrían haber ocurrido. Los incrédulos descartan de antemano la posibilidad de acontecimientos
milagrosos, y a la luz de esa premisa tácita, ponen en duda la narrativa bíblica. "Jesús no resucitó porque
todos sabemos que los muertos no resucitan." Los incrédulos asumen fácilmente que la gente que vive en
el siglo veinte iluminado y científico no puede aceptar las supersticiones, mitos y cuentos de hadas de la
Biblia. ¡Después de todo, hoy en día usamos refrigeradores y computadoras!
Sin embargo, para conducir su pensamiento de una manera completamente racional, los incrédulos que
dudan de la narración bíblica de los milagros deben hacer una pausa para reconocer y escudriñar su premisa
de control. "Sabemos que los milagros son imposibles." ¿Sabemos eso? Los incrédulos sienten que saben
que tales eventos no pueden ocurrir porque, teniendo una perspectiva científica, están convencidos de que
toda la naturaleza opera de una manera predecible y similar a la ley. "Los milagros irían en contra de las
regularidades de nuestra experiencia ordinaria, no serían predecibles", protestan—a lo que el astuto
apologista debería responder: "¿No es ese el punto? Si los milagros no fueran extraordinarios, no serían
milagros.
El sesgo del incrédulo en contra de los eventos extraordinarios necesita ser desafiado por sus fundamentos
racionales. ¿Sabe el incrédulo que toda la naturaleza opera como una ley? que nunca puede haber
excepciones? Eso es conocer mucho, ya que implica comprender la naturaleza misma de la realidad y los
límites metafísicos de la posibilidad. ¿Qué justificación tiene el incrédulo para sus puntos de vista aquí? Si
en cambio la cosmovisión cristiana es verdadera, los milagros no son un problema filosófico de antemano;
un Creador todopoderoso y Gobernador del mundo ciertamente podría hacer cosas que son fuera de lo
común y contrarias a las regularidades de la experiencia humana—como resucitar a los muertos. Rechazar
la Biblia por su relato de los milagros es, por lo tanto, filosóficamente apelar a una petición de principio.
La culpa no es que los críticos del cristianismo tengan presuposiciones filosóficas que ponen en evidencia y
utilizan en su razonamiento. Esto es inevitable para cualquier persona—ya sea incrédulo o creyente. La
noción de que podemos ser caracterizados por la neutralidad filosófica en la erudición y la argumentación
es ingenua y poco realista; de hecho, yo diría que es imposible. El problema no es que los incrédulos tengan
sus presuposiciones, sino que con frecuencia no reconocen esas presuposiciones por lo que son y no ofrecen
ninguna orden o defensa para ellos—especialmente en contra de las presuposiciones conflictivas de otros
(como los cristianos).
Obviamente los creyentes y no creyentes se acercan al registro bíblico de milagros con diferentes
suposiciones de control sobre lo que es posible, sobre la existencia y el poder de Dios, sobre la intervención
de Dios en el mundo, etc. Es parte de la tarea de la apologética revelar el carácter y la función de estas
presuposiciones conflictivas en el argumento entre cristianos y no cristianos. Por supuesto, el debate no
debe terminar en ese punto, como si nos quedáramos con un estancamiento intelectual irresoluble entre las
últimas perspectivas filosóficas. El siguiente paso consiste en argumentar y comparar las presuposiciones
(o cosmovisiones) opuestas del creyente y del incrédulo, acercándonos así al corazón de la apologética
filosófica, tal y como se ha discutido en estudios anteriores. Sólo la cosmovisión cristiana tiene sentido a
partir de la lógica, la ciencia, la moralidad, etc. a la que apelan ambas partes en la disputa, por no mencionar
que sólo esto tiene sentido a partir del proceso mismo de razonar y argumentar en absoluto.
Al utilizar tales dispositivos, el apologista busca descubrir las "presuposiciones" del incrédulo que
determinan (involuntariamente o a veces de forma autoconsciente) las conclusiones a las que llegará.
Estamos constantemente en busca de suposiciones cruciales e indiscutibles.
En otras ocasiones, el apologista necesita desafiar no sólo la naturaleza de las presuposiciones del incrédulo,
sino también el hecho de que esas presuposiciones son arbitrarias o inconsistentes. De hecho, estos son
precisamente los dos pecados clave para cualquier erudito: la arbitrariedad en su pensamiento o la
incoherencia entre los diferentes aspectos de su pensamiento (y de su vida). Los defensores de la fe no deben
cansarse nunca de señalar esto
Si a la gente se le permite creer cualquier cosa que desee creer por conveniencia, tradición o prejuicio, han
abandonado el curso de la racionalidad, que exige tener una buena razón para las cosas que creemos y
hacemos. Por otra parte, si se permite a la gente afirmar (o confiar en) ciertas premisas, sólo para luego
abandonar o contradecir esas mismas premisas, entonces han violado los requisitos fundamentales para un
razonamiento sólido. En ambos casos, el pensamiento y las creencias de una persona se vuelven
impredecibles y poco fiables.
Acabamos de mencionar las leyes de la lógica (y cómo el materialismo las excluiría).28 Debido a que las
leyes de la lógica son tan importantes para la argumentación y el razonamiento—precisamente de eso trata
toda la apologética, como dijimos antes—deberíamos hacer una pausa para familiarizarnos con algunas de
28
La inmaterialidad de las leyes (de la lógica, de la moral, etc.), en efecto, la inmaterialidad de los conceptos, de la justicia,
del amor, etc., no plantea ningún problema filosófico automático para la cosmovisión cristiana. Las leyes de la lógica son un
reflejo humano de la mente de Dios y del pensamiento de Dios con respecto a las relaciones conceptuales y/o probatorias
entre las verdades (o conjuntos de verdades). Las leyes lógicas son elaboraciones sobre el hecho de que Dios no se contradice
a sí mismo (Su palabra no es sí y no, 2 Cor. 1:18) y que le es imposible mentir (Heb. 6:18).
las más comunes de esas pautas para el razonamiento. Una defensa efectiva de la fe requerirá el uso hábil
de la lógica para enfrentar los desafíos de los incrédulos y refutar sus argumentos, así como para hacer una
crítica interna del propio punto de vista básico del incrédulo.
La lógica es el estudio de líneas de razonamiento o argumentación correcta (fiable) e incorrecta (no fiable).
El lógico se preocupa por aprender en qué (a) tipos de premisas o (b) patrones de inferencia se puede confiar
para conducir a la verdad en las propias conclusiones. Cuando consideramos el tipo de premisas que se
utilizan en un argumento formulado en una conversación ordinaria (en " idiomas naturales " como el inglés,
el alemán, el chino, etc.), se dice que se trata de una lógica informal—no porque sea de alguna manera
casual, sino porque no se refiere a lenguajes " formales " (sistemas de símbolos, conectores, etc.). La lógica
formal, como su nombre indica, se refiere a formas de argumentación o patrones de razonamiento (donde
los predicados o premisas han sido despojados de un contenido particular y convertidos en abstractos al
asignárseles un símbolo o ficha formal, como se hace en álgebra).
Las falacias informales señalan la falta de fiabilidad de ciertos tipos de premisas para asegurar la veracidad
de las conclusiones que se infieren de ellas. Algunas de las falacias informales más frecuentes en el
razonamiento serían las siguientes:
1. Fundamentar una conclusión sobre una apelación al sentimiento popular
2. Fundamentar una conclusión sobre una apelación a la emoción (piedad, miedo, etc.)
3. Fundamentar una conclusión sobre una apelación en contra ("o a favor") de la persona, autoridad,
circunstancias o historia de alguien que presenta una tesis en particular.
4. Fundamentar una conclusión sobre una apelación a premisas que prueben (si es que prueban) algo
totalmente distinto.
5. Fundamentar una conclusión sobre una apelación a la ausencia (o la ignorancia) de premisas que
prueben lo contrario.
En cada uno de los tipos precedentes de razonamiento falaz (1-5), la verdad de la premisa (o premisas)
utilizada en un argumento es irrelevante para la verdad de la conclusión propuesta. Incluso concediendo
la(s) premisa(s), la conclusión no necesita ser seguida; en consecuencia, tales líneas de pensamiento no son
confiables. En otras formas de razonamiento falaz (6-10), la verdad de la conclusión no se desprende de
manera fiable de la premisa o premisas debido al pensamiento ambiguo o confuso. Aquí hay algunos
ejemplos comunes:
6. Fundamentar una conclusión al apelar a una premisa (o premisas) donde los términos no están
siendo usados en el mismo sentido, o donde cuestiones de gramática o énfasis hacen que el sentido
(y por lo tanto la verdad) de la premisa(s) sea incierto.
7. Fundamentar una conclusión al apelar a una premisa que es meramente la reafirmación de la
conclusión o que la da por sentada.
8. Fundamentar una conclusión al apelar a una premisa que se establece de manera demasiado general
(que no reconoce calificaciones importantes, o que se sabe que es cierta sólo en un número limitado
o en un conjunto atípico de casos).
9. Fundamentar una conclusión al apelar a una premisa (o premisas) de tal manera que se confundan
los atributos de las "partes" de algo con los atributos del " todo ".
10. Fundamentar una conclusión al apelar a una premisa (o premisas) de tal manera que se confundan
las conexiones causales y temporales entre eventos, se confundan diferentes tipos de "causalidad" o
se pase por alto la complejidad de las causas de algo.
Por último, hay tipos de falacias informales en el razonamiento (11-15) que traicionan ya sea una injusticia
de la mente y el método de la persona que propone el argumento en cuestión o una distorsión de los hechos.
Algunos ejemplos de esto son:
11. Fundamentar una conclusión sobre la incapacidad de alguien para ofrecer una respuesta única,
simple o clara a una pregunta compleja (que plantee más de un problema), una pregunta engañosa
(cargada emocionalmente) o una pregunta (mal) dirigida (que cree una impresión falsa o desvíe la
atención del problema específico).
12. Fundamentar una conclusión sobre una elección forzada entre dos alternativas que se presentan
erróneamente como las únicas opciones.
13. Fundamentar una conclusión en una línea de razonamiento que evidencie el uso de un alegato de
doble estándar o especial.
14. Fundamentar una conclusión en una comparación errónea entre dos cosas (que se parecen entre sí,
pero de manera irrelevante o insignificante).
15. Fundamentar una conclusión sobre el error de tratar atributos concretos o series de eventos
particulares como si fueran una entidad en sí mismos (hipostatización metafórica o abstracción).
Además de los quince tipos de falacias informales en el razonamiento, los cristianos que deseen defender la
fe eficazmente deben estar familiarizados con las falacias formales comunes que se cometen en el
razonamiento, así como con las líneas de argumentación positiva más eficaces o frecuentes que están
disponibles. Por ejemplo:
16. La falacia de afirmar el consecuente se comete cuando alguien afirma una premisa condicional (Si
P, entonces Q), entonces afirma lo que se implica (Q), y concluye que esto prueba lo que lo implicó
(P). Este tipo de razonamiento no es fiable, como podemos ver en los ejemplos: "Si Milton escribió
Hamlet, entonces Milton es un gran autor. Pero Milton es un gran autor. Por eso escribió Hamlet."
17. La falacia de negar el antecedente se comete cuando alguien afirma una premisa condicional (Si P,
entonces Q), luego niega la premisa de la cual se extrae la implicación (P), y concluye que lo que se
dijo que estaba implícito (Q), no debe ser el caso. Tal patrón de razonamiento es tan poco fiable
como el que acabamos de examinar. Tomemos un ejemplo: "Si Castro le disparó a Kennedy,
entonces Castro es un sinvergüenza. Pero Castro no le disparó a Kennedy. Por lo tanto, no es un
sinvergüenza."
18. Una forma muy valiosa de argumentación, conocida como "silogismo disyuntivo", se desarrolla de
la siguiente manera: primero se establece la premisa de que (al menos) una de las dos proposiciones
es cierta: P o Q. A continuación, usted demuestra que una de estas proposiciones no es cierta (es
decir, establecer no-Q). De estas dos premisas, se puede deducir válidamente que la proposición P
debe ser verdadera. Ejemplo: "Samantha envenenó el té, o su marido se suicidó. Pero Samantha no
envenenó el té. Por lo tanto, su marido debe haberse suicidado."
19. Otra línea de razonamiento persuasivo (cuando se usa con cautela) se conoce como argumentar "a
fortiori"—es decir, argumentar desde el caso menor hasta el mayor. Si alguien entiende
correctamente la naturaleza de la grandeza que se dice que ha aumentado, el razonamiento desde
el caso menor hasta el mayor puede ser muy perspicaz. "Si Dios responsabiliza a los que nunca han
oído el evangelio, cuánto más juzgará con severidad a los que han oído el evangelio y lo repudian
abiertamente."
20. Quizás la herramienta de refutación más poderosa que los apologistas pueden usar es la línea
argumental conocida como "reductio ad absurdum"—el proyecto de reducir la premisa particular de
su oponente o su posición general al absurdo. Al utilizar este tipo de argumento, su objetivo es
demostrar que la premisa del oponente implica una conclusión que se sabe que es falsa. Puesto que
lo hace, la premisa en cuestión también debe ser falsa. (Esta es una regla en la lógica formal conocida
como "modus tollens": a partir de "Si P, entonces Q" y la adición de "no-Q", la conclusión "no-P"
necesariamente se sigue. Aquí hay un ejemplo: "Si no hay principios morales universales (como
sostiene el relativista), entonces es inválido que una cultura condene las actividades de otra cultura.
Pero seguramente es moralmente apropiado que condenemos en Alemania las atrocidades nazis
contra los judíos (o en la India la incineración forzada de una viuda en la pira funeraria de su marido,
etc.). Por lo tanto, el relativismo no es cierto".
Por último, para poner de relieve un instrumento útil y necesario para los apologistas cristianos, hay que
decir que no es un signo de racionalidad que una persona afirme una cosa, sino que luego viva en contra de
ella. Esto puede ser considerado una especie de hipocresía moral, pero es igualmente una forma de
irracionalidad o inconsistencia o tensión dentro del razonamiento de uno—ya que una creencia está en
acción cuando afirma lingüísticamente una posición, pero una creencia conflictiva es evidente cuando se
comporta de una manera contraria a esa posición.
La vida del incrédulo está plagada de tal inconsistencia. Presupondrá la dignidad humana y asistirá a un
funeral para honrar a un amigo o pariente muerto, a pesar de que anteriormente argumentó que el hombre,
en principio, no es diferente de cualquier otro producto de la evolución como un caballo o un perro. El
incrédulo insistirá en que el hombre no es más que un complejo de factores bioquímicos controlados por
las leyes de la física—y luego besará a su esposa e hijos cuando se vaya a casa, como si compartieran amor
entre sí.
Argumentará que en las relaciones sexuales "todo vale" (no hay absolutos morales) —pero luego condenará
con indignación a los pedófilos o repudiará moralmente la necrofilia. Sugerirá que las cosas que suceden en
el universo suceden al azar—por "casualidad"—pero luego se dan la vuelta y buscan regularidades,
explicaciones de los acontecimientos como las de la leyes, y uniformidad o previsibilidad en las cosas
estudiadas por la ciencia natural. El no cristiano no tiene una cosmovisión funcional, y exhibe su debilidad
en cada aspecto de su vida.
Recapitulación
Dios no ha estado "ahorrando" en su provisión de una variedad de herramientas efectivas para responder
a las críticas de los incrédulos y refutar los reclamos de sus visiones conflictivas del mundo. Al tratar con el
incrédulo, el cristiano debe estar alerta para señalar los siguientes puntos del crítico.
1) Conjeturas perjudiciales,
2) Sesgo filosófico no argumentado,
3) Las presuposiciones que no son compatibles entre sí,
4) Falacias lógicas, y
5) Conducta que contradice sus creencias profesadas.
Para ello, realizamos una de las tareas clave de la apologética: refutar los desafíos y ofrecer una crítica
interna de la posición de la que surgen esas críticas.
29: La Apologética En La Práctica
Es hora de proporcionar una ilustración concreta o una aplicación práctica de los principios y herramientas
para defender la fe Cristiana que se han discutido en nuestros estudios anteriores. Los manuales de
formación en materia de lucha contra incendios no apagan los incendios, sino que lo hace la propia lucha
contra los incendios. Y al fin y al cabo, no es la teoría de la apologética la que defiende la fe y detiene las
bocas de los críticos. Sólo la práctica de la apologética puede hacer eso.
Revisión
Resumamos lo que se ha dicho hasta aquí sobre cómo abordar la tarea de la apologética.
1) Participar en la apologética es una necesidad moral para cada creyente; debemos estar "siempre listos"
para ofrecer una respuesta para la esperanza que hay dentro de nosotros (1 Pedro 3:15).
2) Para evitar malentendidos, observamos que la apologética no es:
a) pugnaz,
b) una cuestión de persuasión, o
c) basado en una autoridad final diferente a la teología.
3) Para el cristiano, la "razón" debe ser usada como una herramienta, no como la máxima autoridad, en
nuestro pensamiento.
4) Nuestra afirmación ante el mundo es que los creyentes "conocen" que la Biblia es verdadera—tenemos
una justificación adecuada para creer en sus afirmaciones.
5) El conflicto entre creyentes y no creyentes es, en última instancia, sobre sus diferentes cosmovisiones—
redes de presuposiciones en términos de las cuales se interpreta toda la experiencia y se guía el
razonamiento.
6) En consecuencia, necesitamos argumentar desde "la imposibilidad de lo contrario", mostrando que sólo
el Cristianismo proporciona las condiciones previas de inteligibilidad para la experiencia y el
razonamiento del hombre. Si el Cristianismo no fuera verdadero, el incrédulo no podría probar o
entender nada.
7) Los incrédulos se engañan a sí mismos: conocen la verdad acerca de Dios, pero la reprimen
(racionalizando la evidencia clara dentro de ellos y alrededor de ellos).
8) El verdadero acusado, intelectual y moralmente, es el incrédulo—no Dios.
9) Hay una gran variedad de diferentes tipos de ataques contra el Cristianismo, y no pueden ser tratados
adecuadamente con defensas sobre las que descansan:
a) el subjetivismo,
b) el relativismo, o
c) eclecticismo.
10) Los apologistas deben usar la argumentación. La argumentación santificada no necesita ser contenciosa;
encontramos que la argumentación santificada con los no creyentes está justificada por el ejemplo
bíblico.
11) Un argumento afirma la verdad de una proposición en base a otras.
12) La racionalidad en la argumentación es más amplia que el simple uso de las reglas de la deducción
silogística.
13) Dios desea que dominemos las herramientas de la racionalidad en la defensa de la fe. Es nuestra tarea
refutar los desafíos de los no creyentes y ofrecer una crítica interna de la posición desde la cual surgen
esos desafíos.
14) Los dos pecados intelectuales clave que son cometidos por las personas son
a) la incoherencia y
b) la arbitrariedad.
15) Al tratar con el incrédulo, el Cristiano debe estar alerta para señalar del crítico lo siguiente:
a) conjeturas perjudiciales,
b) un sesgo filosófico no argumentado,
c) las presuposiciones que no se corresponden entre sí,
d) falacias lógicas, y conducta que contradice sus creencias profesadas.
Sería instructivo y útil para los lectores si pudiéramos adoptar el enfoque de la apologética que se ha
avanzado anteriormente y ponerlo en práctica en un caso concreto. Necesitamos apagar un incendio,
siguiendo las directrices de nuestro anterior manual de lucha contra incendios.
Una excelente oportunidad para practicar nuestra defensa de la fe cristiana es proporcionada por uno de
los filósofos británicos más notables del siglo XX: Bertrand Russell. Russell nos ha ofrecido un claro y agudo
ejemplo de un desafío intelectual a la veracidad de la fe Cristiana al escribir un artículo que específicamente
apuntaba a mostrar que el Cristianismo no debe ser creído. El título de su famoso ensayo era "Por Qué No
Soy Cristiano"29 Bertrand Russell (1872-1970) estudió matemáticas y filosofía en la Universidad de
Cambridge y comenzó su carrera docente allí. Escribió obras respetables como filósofo (sobre Leibniz, sobre
la filosofía de las matemáticas y la teoría de conjuntos, sobre la metafísica de la mente y la materia, sobre
problemas epistemológicos) e influyó en los desarrollos del siglo XX en la filosofía del lenguaje. También
escribió extensamente en una vena más popular sobre literatura, educación y política. La polémica lo
rodeaba. Fue despedido por el Trinity College por actividades pacifistas en 1916; fue encarcelado en 1961 en
relación con una campaña de desarme nuclear. Sus puntos de vista sobre la moralidad sexual contribuyeron
a la anulación de su nombramiento para enseñar en la City University de Nueva York en 1940. Sin embargo,
Russell era muy respetado como erudito. En 1944 volvió a enseñar en Cambridge y en 1950 recibió el Premio
Nobel de Literatura.
A pesar de su talla como filósofo, no se puede decir que Russell estuviera seguro de sí mismo y fuera
coherente en sus puntos de vista sobre la realidad o el conocimiento. En sus primeros años adoptó el
idealismo hegeliano enseñado por F. H. Bradley. Influenciado por G. E. Moore, cambió a una teoría Platónica
de las ideas. Desafiado por Ludwig Wittgenstein de que las matemáticas no son más que tautologías,
29
El artículo se encuentra en Bertrand Russell, Why I Am Not a Christian, And Other Essays on Religion and Related Subjects,
ed. Paul Edwards (Nueva York: Simon y Schuster, Clarion, 1957), págs. 3-23.
recurrió al atomismo metafísico y lingüístico. Adoptó el realismo extremo de Alexius Meinong, pero más
tarde se volvió hacia el construccionismo lógico. Luego, siguiendo el ejemplo de William James, Russell
abandonó el dualismo mente-materia por la teoría del monismo neutral. Finalmente Russell propuso el
materialismo con fervor, a pesar de que su insatisfacción con su anterior atomismo lógico lo dejó sin un
análisis metafísico alternativo del objeto de nuestras experiencias empíricas. Luchando con problemas
filosóficos no muy diferentes a los que obstaculizaron a David Hume, Russell admitió en sus últimos años
que la búsqueda de la certeza es un fracaso.
Esta breve historia de la evolución filosófica de Russell es ensayada para que el lector pueda apreciar
correctamente la fuerza y autoridad de la plataforma intelectual desde la cual Russell se atrevería a criticar
la fe Cristiana. La brillantez de Russell no está en duda; era un hombre talentoso e inteligente. Pero, ¿para
qué sirve? Al criticar a los Cristianos por su visión de la realidad última, de cómo sabemos lo que sabemos,
y de cómo debemos vivir nuestras vidas, ¿tenía Bertrand Russell una alternativa defendible desde la cual
lanzar sus ataques? No, en absoluto. No podía dar cuenta de la realidad y saber cuál—basándose en su propio
razonamiento autónomo—era convincente, razonable y seguro. No podía decir con certeza lo que era cierto
sobre la realidad y el conocimiento, ¡pero estaba firmemente convencido de que el Cristianismo era falso!
Russell estaba disparando un arma descargada. Bertrand Russell no ocultaba el hecho de que desdeñaba
intelectual y personalmente la religión en general y el Cristianismo en particular. En el prefacio del libro de
sus ensayos críticos sobre el tema de la religión escribió: "Estoy tan firmemente convencido de que las
religiones hacen daño como de que son falsas."30 y repetidamente acusa de una manera u otra de que un
hombre libre que ejerce su capacidad de razonamiento no puede someterse al dogma religioso. Argumentó
que la religión era un obstáculo para el avance de la civilización, que no puede curar nuestros problemas y
que no sobrevivimos a la muerte.
Se nos presenta una expresión desafiante del materialismo metafísico—quizás el ensayo más notorio de
Russell para una audiencia de lectura popular—en el artículo (publicado por primera vez en 1903) titulado
"A Free Man's Worship". Concluyó allí: "Breve e impotente es la vida del hombre; sobre él y sobre toda su
raza la lenta y segura perdición cae sin piedad y en tinieblas. Es ciega al bien y al mal, imprudente de la
destrucción, la materia omnipotente avanza a su paso despiadado". Frente a este nihilismo y subjetivismo
ético, Russell, sin embargo, llamó a los hombres a la revitalización del culto del hombre libre: "para adorar
el santuario que sus propias manos han construido; sin desanimarse por el imperio de la casualidad....".31
Esperemos que la descarada contradicción en la filosofía de la vida de Russell ya sea evidente para el lector.
Él afirma que nuestros ideales y valores no son objetivos ni están respaldados por la naturaleza de la
realidad, sino que son fugaces y están condenados a la destrucción. Por otro lado, muy al contrario, Russell
nos anima a afirmar nuestros valores autónomos frente a un universo sin valor—para actuar como si
realmente fueran algo que vale la pena, fueran racionales y no simplemente el resultado del azar. Pero
después de todo, ¿qué sentido podría esperar Russell de un valor inmaterial (un ideal) frente a una "materia
omnipotente" que es ciega a los valores? Russell sólo logró dispararse a sí mismo en el pie.
30
Ibídem, p. vi.
31
Ibídem, pp. 115-16
Por qué Russell Dijo que No Podía Ser Cristiano
El ensayo "Por qué no soy Cristiano" es el texto de una conferencia que Russell dio a la Sociedad Secular
Nacional en Londres el 6 de marzo de 1927. Es justo reconocer, como Russell comentó, que las limitaciones
de tiempo le impidieron entrar en gran detalle o decir todo lo que quisiera sobre los asuntos que plantea en
la conferencia. Sin embargo, dice bastante con el fin de encontrar fallas.
1. La Iglesia Católica Romana se equivoca al decir que la existencia de Dios puede ser probada por
medio de la razón por sí sola;
2. Serios defectos en el carácter y la enseñanza de Jesús muestran que él no era el mejor y más sabio
de los hombres, sino moralmente inferior a Buda y Sócrates;
3. La gente acepta la religión por motivos emocionales, particularmente por el miedo, que "no es digno
de los seres humanos que se respetan a sí mismos";
4. La religión cristiana "ha sido y sigue siendo el principal enemigo del progreso moral en el mundo".
Tensiones Internas
Ahora bien, si Russell hubiera estado razonando y hablando en términos de la cosmovisión Cristiana, su
intento de evaluar la sabiduría moral, el valor humano y el progreso moral—así como juzgar adversamente
las deficiencias en estos asuntos—sería comprensible y esperado. Los Cristianos tienen una norma moral
universal, objetiva y absoluta en la palabra revelada de Dios. Pero obviamente Russell no quería hablar como
si hubiera adoptado las premisas y perspectivas Cristianas! ¿Sobre qué base, entonces, podría Russell emitir
sus evaluaciones y juicios morales? ¿En términos de qué visión de la realidad y del conocimiento asumió
que había algo así como un criterio objetivo de moralidad por el cual se podía ver lo que le faltaba a Cristo,
a los cristianos y la iglesia?
Russell fue vergonzosamente arbitrario en este sentido. Simplemente daba por sentado, como un prejuicio
filosófico no argumentado, que había una norma moral que aplicar, y que podía presumir de ser el portavoz
y juez que la aplica. Uno podría fácilmente contrarrestar a Russell diciendo simplemente que había elegido
arbitrariamente el estándar incorrecto de moralidad. Para ser justos, a los oponentes de Russell se les debe
conceder la misma arbitrariedad en la elección de un estándar moral, y luego pueden elegir uno diferente
del suyo. Y ahí va su argumento derribado. Al asumir la prerrogativa de emitir un juicio moral, Russell
evidenció que sus propias presuposiciones no son compatibles entre sí. Al ofrecer un juicio de valor
condenatorio contra el Cristianismo, Russell se involucró en una conducta que contradecía sus creencias
profesadas en otros ámbitos. En su conferencia, Russell afirmó que este era un mundo casual que no
muestra evidencia de diseño, y donde las "leyes" no son más que promedios estadísticos que describen lo
que ha sucedido. Afirmó que el mundo físico puede haber existido siempre, y que la vida humana y la
inteligencia surgieron de la manera explicada por Darwin (selección natural evolutiva). Nuestros valores y
esperanzas son lo que "nuestra inteligencia puede crear". El hecho es que, según "las leyes ordinarias de la
ciencia, hay que suponer que la vida humana... en este planeta se extinguirá a su debido tiempo".
Esto es simplemente decir que los valores humanos son subjetivos, fugaces y autocreados. En resumen, son
relativos. Sosteniendo este tipo de visión de los valores morales, Russell era totalmente inconsistente al
actuar como si pudiera asumir un tipo completamente diferente de visión de los valores, declarando una
evaluación moral absoluta de Cristo o de los Cristianos. Un aspecto de la red de creencias de Russell hizo
que otro aspecto de su conjunto de creencias fuera ininteligible.
El mismo tipo de tensión interna dentro de las creencias de Russell es evidente anteriormente en lo que él
tenía que decir sobre las "leyes" de la ciencia. Por un lado, estas leyes no son más que descripciones de lo
que ha ocurrido en el pasado, dice Russell. Por otro lado, Russell habló de las leyes de la ciencia como base
para proyectar lo que sucederá en el futuro, es decir, la decadencia del sistema solar. Este tipo de danza
dialéctica entre puntos de vista contradictorios de la ley científica (para hablar epistemológicamente) o entre
puntos de vista contradictorios de la naturaleza del cosmos físico (para hablar metafísicamente) es
característica del pensamiento incrédulo. Tal pensamiento no está en armonía consigo mismo y por lo tanto
es irracional.
En la primera razón dada por Russell para explicar por qué no era Cristiano, aludió al dogma de la Iglesia
Católica Romana de que "la existencia de Dios puede ser probada por la sola razón",32 y luego recurre a
algunos de los argumentos más populares que se presentan para la existencia de Dios, que están
(supuestamente) basados en esta "sola razón", y que fácilmente encuentran que son deficientes. No hace
falta decir, por supuesto, que Russell pensó que estaba derrotando estos argumentos de la sola razón por
medio de su propia sola razón (superior). Russell no estaba en desacuerdo con Roma en que el hombre
puede probar cosas con su "razón natural" (aparte de la obra sobrenatural de la gracia). De hecho, al final
de su conferencia, invitó a sus oyentes a "una visión intrépida y una inteligencia libre". Russell simplemente
32
En su conferencia Russell muestra un curioso y caprichoso cambio en torno a la norma que define el contenido de las
creencias "Cristianas". Aquí asume arbitrariamente que lo que dice el magisterio romano es la norma de la fe Cristiana. Sin
embargo, en el párrafo inmediatamente anterior, Russell afirmó que la doctrina del infierno no era esencial para la creencia
cristiana porque el Consejo Privado del Parlamento Inglés así lo había decretado (sobre el desacuerdo de los Arzobispos de
Canterbury y York). En otra parte Russell se aparta de este criterio del cristianismo y vitupera la enseñanza de Jesús, basada
en la Biblia, de que los que no se arrepienten se enfrentan a la condenación eterna. Russell no tenía ningún interés en ser
consistente o justo al tratar con el Cristianismo como su oponente. Cuando le fue conveniente definió la fe de acuerdo con la
Biblia, pero cuando le fue más conveniente para sus propósitos polémicos cambió a definir la fe de acuerdo con el Parlamento
Inglés o la Iglesia Católica Romana.
no estaba de acuerdo en que la sola razón lleva a uno a Dios. De diferentes maneras, y con diferentes
conclusiones, tanto la iglesia romana como Russell animaron a los hombres a ejercer su capacidad de
razonamiento de manera autónoma—independientemente de los fundamentos y las limitaciones de la
revelación divina.
El apologista Cristiano no debe dejar de exponer este compromiso a la "sola razón" por el prejuicio filosófico
no argumentado en que consiste. A lo largo de su conferencia Russell simplemente da por sentado que la
razón autónoma permite al hombre conocer las cosas. Habla libremente de su "conocimiento de lo que
realmente hacen los átomos", de lo que "la ciencia puede enseñarnos" y de "ciertas falacias muy concretas"
cometidas en los argumentos Cristianos, etc. Pero esto simplemente no es suficiente. Como filósofo, Russell
aquí se aprovechó de la situación; hipócritamente falló en ser tan autocrítico en su razonamiento como
suplicó a otros que fuesen consigo mismos.
El problema persistente que Russell simplemente no enfrentó es que, sobre la base del razonamiento
autónomo, el hombre no puede dar una explicación adecuada y racional del conocimiento que obtenemos a
través de la ciencia y la lógica. El procedimiento científico asume que el mundo natural opera de manera
uniforme, en cuyo caso nuestro conocimiento observacional de casos pasados proporciona una base para
predecir lo que sucederá en casos futuros. Sin embargo, la razón autónoma no tiene ninguna base para
creer que el mundo natural operará de manera uniforme. El propio Russell (a veces) afirmó que este es un
universo de azar. Nunca pudo reconciliar esta visión de la naturaleza siendo aleatoria con su visión de que
la naturaleza es uniforme (para que la "ciencia" nos pueda enseñar).
Así es con el conocimiento y uso de las leyes de la lógica (en términos de lo cual Russell insistió
definitivamente en que se eviten las falacias). Las leyes de la lógica no son objetos físicos en el mundo
natural; no son observadas por los sentidos del hombre. Además, las leyes de la lógica son universales e
invariables—o bien se reducen a preferencias relativistas de pensamiento, en lugar de requisitos
prescriptivos. Sin embargo, el razonamiento autónomo de Russell no podía explicar o justificar estas
características de las leyes lógicas. La sola razón de un individuo está limitada en el alcance de su uso y
experiencias, en cuyo caso no puede pronunciarse sobre lo que es universalmente cierto (descriptivamente).
Por otro lado, la sola razón de un individuo no está en posición de dictar (prescriptivamente) leyes
universales de pensamiento o de asegurarnos que estas estipulaciones para la mente de alguna manera
resultarán aplicables al mundo del pensamiento o de la materia fuera de la mente del individuo33.
La cosmovisión de Russell, incluso aparte de sus tensiones internas, no podía proporcionar una base para
la inteligibilidad de la ciencia o la lógica. Su "sola" razón no podía explicar el conocimiento que los hombres
obtienen con facilidad en el universo de Dios, un universo controlado soberanamente (para que sea
uniforme) e interpretado a la luz de la mente revelada del Creador (para que haya leyes inmateriales del
pensamiento que sean universales).
33
Aquellos familiarizados con el trabajo detallado (y notable, seminal) de Russell en filosofía señalarían que, a pesar de su
brillantez, la "la sola razón" de Russell nunca podría resolver ciertas paradojas semánticas y lógicas que surgen en su relato
de la lógica, las matemáticas y el lenguaje. Sus seguidores más reverentes reconocen que las teorías de Russell están sujetas
a críticas.
Conjeturas Prejudiciales y Falacias Lógicas
Debemos notar, finalmente, que el caso de Russell en contra de ser Cristiano está sujeto a críticas por su
confianza en conjeturas prejuiciosas y falacias lógicas. Siendo así, no se puede pensar que haya establecido
sus conclusiones o que se le haya dado una buena razón para rechazar el Cristianismo.
Uno se queda asombrado, por ejemplo, de que el mismo Russell que podría ridiculizar a los cristianos del
pasado por su ignorancia y falta de erudición, pudiera salir y decir algo tan inculto e inexacto como esto:
"Históricamente es muy dudoso que Cristo haya existido alguna vez, y si lo hizo, no sabemos nada de él."
Aun olvidando las referencias seculares a Cristo en el mundo antiguo, el comentario de Russell simplemente
ignora los documentos del Nuevo Testamento como testigos tempranos y auténticos de la persona histórica
de Jesús. Dadas las fechas relativamente tempranas de estos documentos y el número relativamente grande
de ellos, si Russell "dudaba" de la existencia de Jesucristo, debió haber aplicado un conspicuo doble estándar
en su razonamiento histórico, o haber sido un agnóstico acerca de prácticamente toda la historia antigua.
De cualquier manera, se nos da una idea de la naturaleza prejuiciosa del pensamiento de Russell cuando se
trata de considerar la religión Cristiana.
Tal vez la falacia lógica más obvia evidente en la conferencia de Russell se manifiesta en la forma en que él
cambia fácilmente de una evaluación de las creencias Cristianas a una crítica de los creyentes Cristianos. Y
él debería haberlo sabido mejor. Al principio de su conferencia, Russell dijo: "No me refiero a una persona
Cristiana que trate de vivir decentemente y de acuerdo a sus luces. Creo que debes tener una cierta cantidad
de creencias definidas antes de tener el derecho de llamarte Cristiano." Es decir, el objeto de la crítica de
Russell debería ser, por su propio testimonio, no el estilo de vida de los individuos, sino las afirmaciones
doctrinales que son esenciales para el Cristianismo como un sistema de pensamiento. La apertura de su
conferencia se centra en su insatisfacción con esas creencias (la existencia de Dios, la inmortalidad, Cristo
como el mejor de los hombres).
Sin embargo, hacia el final de su conferencia, la discusión de Russell gira en la dirección de argumentar
falazmente en contra de los defectos personales de los Cristianos (haciendo cumplir reglas estrechas
contrarias a la felicidad humana) y la supuesta génesis psicológica de sus creencias (en la emoción y el
miedo). Es decir, se permite la falacia de argumentar ad hominem. Incluso si lo que Russell tenía que decir
en estos asuntos fuese justo y exacto (no lo es), el hecho es que Russell ha descendido al nivel de argumentar
en contra de una afirmación de la verdad sobre la base de su antipatía y psicologización personal hacia
aquellos que personalmente profesan esa afirmación. En otros contextos, el filósofo Russell habría sido el
primero en criticar a un estudiante por hacer algo así. Es nada menos que una vergonzosa falacia lógica.
Observe brevemente otros defectos en la línea de pensamiento de Russell aquí. Presumía conocer la
motivación de una persona para convertirse al Cristianismo—aunque la epistemología de Russell no le daba
ninguna razón para pensar que podía discernir tales cosas (especialmente fácilmente y a distancia). Además,
presumía conocer la motivación de toda una clase de personas (incluidas las que vivieron hace mucho
tiempo), basándose en un muestreo muy, muy pequeño de su propia experiencia actual. Estas son poco más
que generalizaciones apresuradas e infundadas, que nos dicen (si acaso) sólo sobre el estado de la mente y
los sentimientos de Russell en su obvia antipatía emocional hacia los Cristianos.
Pero entonces esto nos deja cara a cara con una falacia final y devastadora en el caso de Russell contra el
Cristianismo—el uso de un doble estándar (y una petición especial implícita) en su razonamiento. Russell
deseaba culpar a los Cristianos por el factor emocional en su compromiso de fe, y sin embargo el mismo
Russell evidenció un factor emocional similar en su propio compromiso personal anticristiano. De hecho,
Russell apeló abiertamente a los sentimientos emocionales de coraje, orgullo, libertad y estima de sí mismo
como base para que su audiencia se abstuviera de ser Cristiana.
De manera similar, Russell trató de reprender a los cristianos por su "maldad" (como si pudiera haber algo
así dentro de la cosmovisión de Russell)—por su crueldad, guerras, inquisiciones, etc. Sin embargo, Russell
no se detuvo ni por un momento para reflexionar sobre la crueldad y la violencia de los no Cristianos a lo
largo de la historia. !Genghis Khan, Vlad el empalador, el marqués de Sade y todo un elenco de otros
carniceros no eran conocidos en la historia por sus profesiones Cristianas, después de todo! Todo esto es
convenientemente barrido bajo la alfombra en el hipócrita desprecio de Russell por los errores morales de
la iglesia Cristiana.
El ensayo de Russell "Por Qué No Soy Cristiano" nos revela que incluso la élite intelectual de este mundo es
refutada por sus propios errores al oponerse a la verdad de la fe Cristiana. No hay credibilidad en un desafío
al Cristianismo que evidencie conjeturas prejuiciosas, falacias lógicas, prejuicios filosóficos, conductas que
traicionan las creencias profesadas, y presuposiciones que no concuerdan entre sí. ¿Por qué Russell no era
Cristiano? Dado su débil esfuerzo de crítica, habría que concluir que no fue por razones intelectuales.
30: El Problema Del Mal
Queremos pasar ahora a examinar algunas de las objeciones recurrentes y más básicas que se plantean
contra la fe Cristiana por parte de aquellos que no están de acuerdo con la cosmovisión Bíblica—ya sean sus
antagonistas intelectuales, despreciadores cultos o religiones en competencia. Nuestro objetivo será sugerir
cómo un método presuposicional de apologética respondería a este tipo de argumentos contra el
Cristianismo (o alternativas al mismo) como filosofía de vida, conocimiento y realidad.
Quizás el desafío más intenso, doloroso y persistente que los creyentes escuchan acerca de la verdad del
mensaje Cristiano viene en la forma de lo que se llama "el problema del mal". El sufrimiento y el mal que
vemos a nuestro alrededor parece gritar contra la existencia de Dios—al menos un Dios que es a la vez
benevolente y todopoderoso. Muchos piensan que éste es el más difícil de todos los problemas a los que se
enfrentan los apologistas, no sólo por la aparente dificultad lógica dentro de la perspectiva Cristiana, sino
también por la perplejidad personal que cualquier ser humano sensible sentirá cuando se enfrente a la
terrible miseria y a la maldad que se puede encontrar en el mundo. La inhumanidad del hombre hacia el
hombre es notoria en todas las épocas de la historia y en todas las naciones del mundo. Hay una larga
historia de opresión, humillación, crueldad, tortura y tiranía. Encontramos guerra y asesinato, codicia y
lujuria, deshonestidad y mentiras. Nos encontramos con el miedo y el odio, la infidelidad y la crueldad, la
pobreza y la hostilidad racial. Además, incluso en el mundo natural nos encontramos con tanto sufrimiento
y dolor aparentemente innecesario y defectos congénitos, parásitos, ataques de animales violentos,
mutaciones radioactivas, enfermedades debilitantes, cáncer mortal, inanición, lesiones discapacitantes,
tifones, terremotos, y otros desastres naturales.
Cuando el incrédulo mira este infeliz "valle de lágrimas", siente que hay una fuerte razón para dudar de la
bondad de Dios. ¿Por qué debería haber tanta miseria? ¿Por qué debería distribuirse de una manera tan
aparentemente injusta? ¿Es esto lo que usted permitiría, si fuese Dios y pudiera evitarlo?
Es importante para el Cristiano que reconozca—de hecho, que insista—la realidad y la seria naturaleza del
mal. El tema del mal no es simplemente un juego intelectual de salón, un asunto frío, una decisión antojadiza
o relativista de ver las cosas de cierta manera. El mal es real. El mal es horrible.
Solo cuando llegamos a estar emocionalmente cargados e intelectualmente apasionados con respecto a la
existencia del mal podemos apreciar la profundidad del problema que los no creyentes tienen con la
cosmovisión Cristiana—pero, de igual manera, nos damos cuenta porqué el problema del mal termina
confirmando la perspectiva Cristiana, en lugar de debilitarla. Cuando hablamos acerca del mal con los no
creyentes, es crucial que ambos bandos "jueguen con aplomo." El mal debe ser tomado con seriedad, "como
mal." Un pasaje bien conocido de la pluma del novelista Ruso, Fyodor Dostoievski, inmediatamente sacude
nuestras emociones y nos hace ser insistentes con respecto a la maldad de los hombres, por ejemplo los
hombres que son crueles con los niños pequeños.
Se encuentra en su novela, Los Hermanos Karamazov.34 Iván le presenta su queja a Alyosha:
"La gente habla algunas veces de crueldad bestial, pero eso es un gran insulto y una gran injusticia para las
bestias; una bestia nunca puede ser tan cruel como un hombre, tan artísticamente cruel...
He reunido mucha, mucha información con respecto a los niños rusos, Alyosha. Hubo una pequeña niña de
cinco años que era odiada por su padre y su madre...
Como ves, debo repetirlo una vez más, es una característica peculiar de mucha gente, este encanto por
torturar a los niños, y solamente a los niños... Es justamente su indefensión lo que tienta al torturador, justo
la confianza angelical del niño que no tiene refugio ni atractivo lo que enciende el fuego en su sangre vil. Esta
pobre niña de cinco años se hallaba sujeta a toda tortura posible por aquellos padres estudiados. La golpean,
la azotan, le dan de puntapiés sin ninguna razón hasta que su cuerpo queda todo magullado. Luego, recurrían
a mayores refinamientos de crueldad—la encerraban toda la noche en el frío retrete casi congelado, y para
que no molestara durante la noche—quizá para que no pidiera ser sacada de allí en mitad de la noche…le
embadurnaban el rostro y le llenaban la boca con excremento, y era su madre, era su madre la que hacía esto.
Y aquella madre podía dormir, ¡oyendo los gemidos de esta pobre niña! ¿Puedes entender por qué una
pequeña criatura, que ni siquiera puede entender lo que se le ha hecho, golpeaba su pequeño corazón
adolorido con su pequeño puño en medio de la oscuridad y el frío, y desahogaba sus mansas lágrimas, libres
de resentimiento, ante el Dios bondadoso para que la protegiera? ... ¿Entiendes por qué esta infamia debe
suceder así y ser permitida? ¡Vaya, todo el mundo de conocimiento no vale la oración de aquella pequeña
niña de 'querido y amoroso Dios'!
Imagine que está creando una estructura de destino humano con el objeto de hacer felices a los hombres al
final de la carrera, dándoles paz y reposo al fin, pero que fuese esencial e inevitable torturar hasta la muerte
sólo a una pequeña criatura— aquella niña que golpea su pecho con su puño, por ejemplo—y fundamentar
aquel edificio sobre sus lágrimas no vengadas, ¿Consentirías tú en ser el arquitecto con esas condiciones?
Dime, y di la verdad."
Incidentes y soliloquios como este podrían multiplicarse una y otra vez. Ellos provocan una indignación
moral en nuestro interior. También provocan una indignación moral en el no creyente—y ese hecho no debe
ser despreciado por el apologista.
Una vez, mientras estaba haciendo un programa de radio con llamadas al aire, un oyente se tornó
sumamente malicioso cuando dije que debíamos adorar y alabar a Dios. El oyente que llamaba quería saber
cómo alguien podría adorar a un Dios que permitía el abuso sexual y la mutilación de un bebé, tal como el
niño que el oyente había visto en ciertas fotografías presentadas en una corte judicial en el juicio de algún
espécimen horrible de la humanidad. La descripción era escalofriante y seguramente evocaba repulsión en
cualquiera que la escuchara. Sabía que el oyente tenía el propósito de presionar fuertemente su hostilidad
contra el Cristianismo, pero en realidad yo estaba muy contento de que el oyente estuviese tan airado. Él
34
Trans. C. Garnett (New York: Modern Library, Random House, 1950), del libro V, capítulo 4. La cita aquí es tomada de la
selección encontrada en Dios y el Mal: Lecturas sobre el Problema Teológico del Mal, ed.Nelson Pike (Englewood Cliffs, New
Jersey: Prentice-Hall, 1964).
estaba tomando el mal con seriedad. Su condena del abuso de aquel niño no era para él simplemente un
asunto de preferencia personal. Por esa razón, me di cuenta que no sería difícil mostrar porqué el problema
del mal no es realmente un problema para el creyente— sino más bien para el no creyente. Tocaré este tema
un poco más adelante.
El “problema” del mal no siempre ha sido entendido apropiadamente por los apologistas Cristianos. Algunas
veces han reducido la dificultad del desafío del no creyente al Cristianismo concibiendo el problema del mal
como simplemente una enfadada presentación de evidencia contraria a la supuesta bondad de Dios. Es como
si los creyentes profesaran la bondad de Dios, pero luego los no creyentes tienen su contra-ejemplos. ¿Quién
presenta el mejor caso a partir de los hechos a nuestro alrededor? El problema se presenta (de manera
imprecisa) como un asunto de quién tiene la evidencia más fuerte de su lado en contra del desacuerdo. Por
ejemplo, leemos a un apologista popular decir esto con respecto al problema del mal:
“Pero, en el análisis final, la evidencia a favor de la existencia del bien (Dios) no se ve viciada por la
anormalidad del mal.” ¿Y por qué no? “El mal sigue siendo un problema desconcertante, pero la fuerza del
misterio no es suficiente como para demandar que desechemos la evidencia positiva a favor de Dios, de la
realidad del bien... Aunque no podemos explicar la existencia del mal, esa no es razón para que desechemos
la evidencia positiva a favor de Dios.”35 Esto minimiza seriamente la naturaleza del problema del mal. No
es simplemente asunto de sopesar la evidencia positiva en contra de la evidencia negativa a favor de la
bondad en el mundo de Dios o en el plan de Dios (digamos, la redención, etc.). El problema del mal es un
reto mucho más serio que ése a la fe Cristiana. El problema del mal asciende hasta convertirse en la
acusación de que existe una incoherencia lógica en la perspectiva Cristiana—sin importar cuánto mal haya
en el universo comparado con cuánta bondad puede encontrarse. Si el Cristianismo es lógicamente
incoherente, ninguna cantidad de evidencia positiva, y basada en los hechos, puede salvar su verdad. La
inconsistencia interna haría, por sí misma, que la fe Cristiana llegara a ser intelectualmente inaceptable,
aún aceptando que podría haber una gran cantidad de indicadores o evidencia en nuestra experiencia a
favor de la existencia de la bondad o de Dios, considerados de otra manera.
El filósofo del siglo dieciocho, David Hume, expresó el problema del mal de una manera fuerte y desafiante:
«¿Está [Dios] dispuesto a impedir el mal, ¿pero no es capaz?, entonces es impotente. ¿Es capaz, pero no
está dispuesto?, entonces es malévolo. ¿Es capaz y al mismo tiempo está dispuesto?, ¿De dónde, entonces,
viene el mal?”»36
Lo que Hume estaba argumentando es que el Cristiano no puede aceptar de manera lógica estas tres
premisas:
Dios es todo poderoso, Dios es absolutamente bueno, y sin embargo, el mal existe en el mundo. Si Dios es
todopoderoso, entonces debe ser capaz de impedir o eliminar el mal, si lo desea. Si Dios es absolutamente
35
R. C. Sproul, Objeciones Contestadas (Glendale, CA: Regal Books, G/L Publications, 1978), pp. 128, 129.
36
Diálogos con Respecto a la Religión Natural, ed. Nelson Pike (Indianapolis: Bobbs-Merrill Publications, 1981), p. 88.
bueno, entonces ciertamente desea impedir o eliminar el mal. Sin embargo, es innegable que el mal existe.
George Smith declara el problema de esta manera en su libro, Ateísmo: El Caso en Contra de Dios:37
“Brevemente, el problema del mal es este... Si Dios sabe que hay mal pero no puede impedirlo, entonces no
es omnipotente. Si Dios sabe que hay mal y puede impedirlo pero no desea hacerlo, no es omni-benévolo.”
Smith piensa que los Cristianos no pueden, de manera lógica, tener ambas cosas: Dios es completamente
bueno, lo mismo que completamente poderoso. Por lo tanto, la acusación que los no creyentes hacen es que
la cosmovisión Cristiana es incoherente; adopta premisas que son inconsistentes unas con otras, dado el
problema del mal en este mundo. El no creyente argumenta que, incluso si aceptara las premisas de la
teología Cristiana (sin importar la evidencia a favor o en contra de ellas individualmente), esas premisas no
coordinan unas con otras. El problema del Cristianismo es un problema interno—un defecto lógico que
incluso el creyente debe reconocer, en tanto que de manera realista admita la presencia del mal en el mundo.
Se piensa que este mal es incompatible ya sea con la bondad de Dios o con el poder de Dios.
Debiese ser obvio, después de un poco de reflexión, que no puede haber un “problema del mal” que
presionar en contra de los creyentes Cristianos a menos que uno pueda legítimamente afirmar la existencia
del mal en este mundo. Ni siquiera hay un problema evidentemente lógico en tanto que tengamos solamente
estas dos premisas con las cuales tratar:
Estas dos premisas, en sí mismas, no crean ninguna contradicción. El problema surge únicamente cuando
añadimos la premisa:
Por consiguiente, es crucial, para el caso del no creyente en contra del Cristianismo, hallarse en posición de
afirmar que hay mal en el mundo—para señalar hacia algo y tener el derecho a evaluarlo como un ejemplo
del mal. Si fuese el caso que ningún mal existe o sucede jamás—es decir, lo que la gente inicialmente cree
que es mal no puede ser considerado “mal” de manera razonable—entonces no hay nada inconsistente con
la teología Cristiana que requiera una respuesta. ¿Qué quiere dar a entender el no creyente cuando habla
de “bien,” o por cuál estándar determina el no creyente lo que puede aceptarse como “bueno” (de modo que
el “mal” sea definido o identificado consecuentemente)? ¿Cuáles son las presuposiciones en términos de las
cuales el no creyente hace algún juicio moral cualquiera que éste sea? Quizás el no creyente asuma como
“bueno” cualquier cosa que reciba la aprobación pública. Sin embargo, sobre tal base la declaración “La
vasta mayoría de la comunidad aprobó efusivamente el hecho malvado y se unió a él” nunca podría tener
sentido. El hecho que una gran cantidad de personas se sienta de una cierta manera no convence a nadie (o
no debiese ser así racionalmente) de que este sentimiento (acerca de la bondad o maldad de algo) sea
correcto. Después de todo la ética no se reduce a una cuestión de estadística. De manera ordinaria, la gente
37
Buffalo, New York: Prometheus Books, 1979.
piensa con respecto a la bondad de algo como provocando su aprobación—¡en lugar de que su aprobación
se constituya en su bondad! Aún los no creyentes hablan y actúan como si hubiese rasgos, acciones o cosas
personales que poseen la propiedad de bondad (o maldad) independientemente de las actitudes, creencias
o sentimientos que la gente tenga con respecto a estos rasgos, acciones o cosas.38
Hay incluso más problemas con tomar el “bien” como si fuese cualquier cosa que evoque la aprobación del
individuo (más bien que el público en general.) Esto no solamente se reduce al subjetivismo, implica de
manera absurda que no hay dos individuos que puedan hacer juicios éticos idénticos. Cuando William dice
que “ayudar a los huérfanos es algo bueno,” no estaría diciendo lo mismo que cuando Ted dice “ayudar a
los huérfanos es algo bueno.” La declaración de William significa “ayudar a los huérfanos produce la
aprobación de William,” mientras que la de Ted significaría “ayudar a los huérfanos evoca la aprobación de
Ted”—que son dos cosas totalmente diferentes. Esta perspectiva no solamente haría imposible que dos
personas hicieran juicios éticos idénticos, de igual manera implicaría (de forma absurda) que los propios
juicios éticos de una persona nunca podrían estar errados, ¡A menos que sucediera que él mismo
malinterpretara sus propios sentimientos!39
38
El intuicionismo sugerirá que la bondad es una propiedad indefinible (básica o simple) que no llegamos a conocer
empíricamente o a través de la naturaleza, sino “intuitivamente.” Sin embargo, ¿qué es una “propiedad no natural” a menos
que estemos hablando de una propiedad “sobrenatural” (la misma cosa en disputa por parte del no creyente)? Además, el
intuicionismo no puede proveer una base para saber que nuestras intuiciones son correctas: no solo debemos intuir la bondad
de la caridad, también se nos deja que intuyamos que esta intuición es verdadera. Es un hecho bien sabido, y vergonzoso,
que no todas las gentes (o todas las culturas) tienen idénticas intuiciones respecto al bien y el mal. Estas intuiciones en
conflicto no pueden ser resueltas racionalmente en el marco de la cosmovisión del no creyente.
39
Similares dificultades acompañan la noción de que los términos éticos no funcionan y no se usan para describir ninguna
cosa en lo absoluto, sino simplemente para dar expresión a las emociones de uno. La teoría asociada (preformativa) del
lenguaje ético conocida como “prescriptivismo” sostiene que las declaraciones morales no funcionan para describir las cosas
como buenas o malas, sino simplemente para hacer que nuestros oyentes se comporten o se sientan de cierta manera. Según
esta teoría, ninguna actitud o acción es buena o mala en sí misma, y uno se queda sin ninguna explicación de porqué la gente
andan por allí “dirigiendo” a otros con imperativos superfluos y velados como “ayudar a los huérfanos es algo bueno.”
que sus juicios respecto a la existencia del mal son significativos – que es precisamente lo que su cosmovisión
incrédula es incapaz de hacer.
Los no creyentes se quejan de que ciertos hechos llanos respecto a la experiencia humana son inconsistentes
con las creencias teológicas Cristianas acerca de la bondad y el poder de Dios. Tal queja requiere que el no
Cristiano afirme la existencia del mal en este mundo. Sin embargo, ¿qué es lo que en realidad se ha
propuesto aquí?
Tanto el creyente como el no creyente querrán insistir en que ciertas cosas son malas, por ejemplo, los casos
de abuso infantil (como aquellos ya mencionados.) Y hablarán como si tomasen con seriedad tales juicios
morales, no simplemente como expresiones de gusto, preferencia u opinión subjetiva personal. Insistirán
en que tales cosas son verdaderamente—objetivamente, intrínsecamente—malas. Incluso los no creyentes
pueden ser sacudidos de sus fáciles y simplistas posiciones de relativismo ante atrocidades morales como la
guerra, la violación y la tortura.
Pero la pregunta, lógicamente hablando, es cómo el no creyente puede hablar y actuar con sentido al tomar
el mal con seriedad—no simplemente como algo inconveniente, o desagradable, o como algo contrario a sus
deseos. ¿Qué filosofía del valor o la moralidad puede ofrecer el no creyente que haga significativa la condena
de tal atrocidad como algo objetivamente malo? La indignación moral que expresan los no creyentes cuando
se encuentran con las cosas malas que transpiran en este mundo no se articula con las teorías éticas que los
no creyentes exponen, teorías que prueban ser arbitrarias, subjetivas o meramente utilitaristas o relativistas
en carácter. En la cosmovisión del no creyente no hay una buena razón para decir que algo es malo por
naturaleza, sino solamente por decisión o sentimiento personal.
Esa es la razón por la cual me animo cuando veo a los no creyentes indignarse mucho con alguna acción
mala como un asunto de principio. Tal indignación requiere recurrir al carácter absoluto, inmutable y bueno
de Dios para que el asunto tenga sentido filosófico. La expresión de indignación moral no es si no evidencia
personal de que los no creyentes conocen a este Dios en lo más profundo de sus corazones. Se rehúsan a
dejar que los juicios respecto al mal se vean reducidos al subjetivismo.
Cuando el creyente reta al no creyente sobre este punto, probablemente el no creyente cambie de dirección
y trate de argumentar que el mal se basa, en última instancia, en el razonamiento o en las decisiones
humanas - siendo así relativo al individuo o a la cultura. Y en ese punto el creyente debe enfatizar con fuerza
la incoherencia lógica en el conjunto de creencias del no creyente. Por un lado, cree y habla como si alguna
actividad (e.g., el abuso infantil) es algo equivocado en sí mismo, pero por otro lado cree y habla como si
esa actividad es errónea solamente si el individuo (o la cultura) escoge algún valor que es inconsistente con
ella (e.g., placer, la mayor felicidad para la mayor cantidad de personas, la libertad). Cuando el incrédulo
profesa que las personas determinan los valores éticos por ellos mismos, el no creyente sostiene
implícitamente que aquellos que cometen mal en realidad no están haciendo nada malo, dados los valores
que han escogido para ellos mismos. De esta manera, el no creyente, quien está indignado por la maldad
suple las premisas mismas que filosóficamente aprueban y permiten tal conducta, aún cuando al mismo
tiempo el no creyente desea insistir en que tal conducta no es permitida—que es “mala”.
De modo que, el problema del mal es un problema lógico para el no creyente, en lugar de serlo para el
creyente. Como Cristiano puedo presentar mi caso de manera significativa por mi repugnancia y
condenación moral del abuso infantil. El no Cristiano no puede hacer esto. Esto no quiere decir que puedo
explicar por qué Dios hace todo lo que hace al planear la miseria y la maldad en este mundo. Significa
simplemente que la indignación moral es consistente con la cosmovisión del Cristiano, sus presuposiciones
básicas con respecto a la realidad, el conocimiento y la ética. Al final, la cosmovisión del no Cristiano (de
cualquier variedad) no puede explicar tal indignación moral. No puede explicar el objetivo y la naturaleza
inmutable de nociones morales como el bien y el mal. De modo que el problema del mal es precisamente un
problema filosófico para el no creyente. A los no creyentes se les requerirá que apelen a la misma cosa
contra la cual argumentan (un sentido divino y trascendente de ética) con el objetivo de justificar su
argumento.
El no creyente podría protestar en este punto que, incluso si él como un no Cristiano no puede explicar
significativamente la visión de que el mal existe objetivamente, sin embargo, todavía queda una paradoja
en el conjunto de creencias que constituyen la propia cosmovisión del Cristiano. Dada su filosofía y
compromisos básicos, el Cristiano ciertamente puede afirmar, y en verdad así lo hace, que el mal es real, y
no obstante el Cristiano también cree cosas acerca del carácter de Dios que juntas parecen incompatibles
con la existencia del mal. El no creyente podría argumentar que, independientemente de la incapacidad
ética de su propia cosmovisión, el Cristiano todavía se halla—en los propios términos del Cristiano—
encerrado en una posición lógicamente incoherente al mantener las tres proposiciones siguientes:
4. Dios tiene una razón moralmente suficiente para el mal que existe.
Cuando se sostienen todas estas cuatro premisas no se encuentra una contradicción lógica, ni siquiera una
aparente. Es precisamente parte del caminar de fe del Cristiano, y de su crecimiento en la santificación,
derivar la proposición número 4 como la conclusión de las proposiciones 1, 2 y 3. Piense en Abraham cuando
Dios le ordenó que sacrificara a su único hijo. Piense en Job cuando perdió todo lo que le daba a su vida
felicidad y placer. En cada caso Dios tuvo una razón perfectamente buena para la miseria humana
involucrada. Para ellos, fue una marca distintiva o un logro de fe el no flaquear en su convicción respecto a
la bondad de Dios, a pesar de no ser capaces de ver o entender por qué Él les estaba haciendo lo que les
hacía. De hecho, incluso en el caso del crimen más grande de toda la historia—la crucifixión del Señor de
gloria—el Cristiano profesa que la bondad de Dios no fue inconsistente con lo que llevaron a cabo las manos
de hombres impíos. ¿Fue una maldad la muerte de Cristo? Ciertamente. ¿Tuvo Dios una razón moralmente
suficiente para ello? Igualmente, cierto. Con Abraham declaramos, "El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer
lo que es justo?" (Gén. 18:25). Y esta bondad de Dios está más allá de todo desafío: "Antes bien sea Dios
veraz, y todo hombre mentiroso" (Rom. 3:4).
Resulta ser que el problema del mal no es una dificultad lógica después de todo. Si Dios tiene una razón
moralmente suficiente para el mal que existe, como la Biblia enseña, entonces Su bondad y poder no se ven
desafiados por la realidad de eventos y cosas de maldad en la experiencia humana. El único problema lógico
que surge en relación con las discusiones del mal es la incapacidad filosófica del no creyente para dar razón
de la objetividad de sus juicios morales. El problema que los hombres tienen con Dios cuando se enfrentan
cara a cara con el mal en el mundo no es un problema lógico o filosófico, sino más bien un problema
psicológico. Podemos encontrar emocionalmente muy fuerte el tener fe en Dios y confiar en Su bondad y
poder cuando no se nos da la razón por la cual nos suceden cosas malas a nosotros y a otros. Instintivamente
pensamos en nuestros adentros, "¿por qué sucedió eso tan terrible?" Los no creyentes también claman
internamente por una respuesta a tal pregunta. Pero Dios no siempre les provee (de hecho, muy raras veces)
a los seres humanos una explicación para el mal que experimentan u observan. "Las cosas secretas
pertenecen a Jehová nuestro Dios" (Deut. 29:29). Puede ser que no seamos capaces de entender los caminos
sabios y misteriosos de Dios, incluso si Él nos lo contara (cf. Isa. 55:9). Sin embargo, permanece el hecho
que no nos ha contado porqué la miseria, el sufrimiento y la injusticia son parte de Su plan para la historia
y para nuestras vidas individuales.
De modo que, la Biblia nos llama a confiar en que Dios tiene una razón moralmente suficiente para el mal
que se encuentra en el mundo, pero no nos dice cuál es esa razón suficiente. El creyente a menudo batalla
con esta situación, caminando por fe en lugar de caminar por vista. Sin embargo, el no creyente encuentra
esta situación intolerable para su orgullo, sentimientos o racionalidad. Se rehúsa a confiar en Dios.
No va a creer que Dios tiene una razón moralmente suficiente para el mal que existe, a menos que al no
creyente se le dé esa razón para su propio examen y evaluación. Para decirlo en pocas palabras, el no
creyente no va a confiar en Dios a menos que Dios se subordine a la autoridad intelectual y a la evaluación
moral del no creyente—a menos que Dios acepte en cambiar de lugar con el pecador.
El problema del mal se reduce a la pregunta de si una persona debiese tener fe en Dios y Su palabra o más
bien colocar la fe en su propio pensamiento y valores humanos. Finalmente se convierte en una cuestión de
autoridad última en la vida de una persona. Y en ese sentido, la manera en que los no creyentes batallan
con el problema del mal no es sino un testimonio continuado de la manera en que el mal entró a la historia
humana en primer lugar. La Biblia indica que el pecado, y todas sus miserias acompañantes, entraron a este
mundo por medio de la primera transgresión de Adán y Eva. Y la cuestión con la que Adán y Eva fueron
confrontados entonces fue precisamente la cuestión que los no creyentes enfrentan hoy: ¿debiésemos tener
fe en la palabra de Dios simplemente porque Él así lo dijo, o debiésemos evaluar a Dios y Su palabra sobre
la base de nuestra propia autoridad intelectual y moral última?
Dios les ordenó a Adán y Eva que no comieran de cierto árbol, probándoles para ver si intentarían definir
el bien y el mal por ellos mismos. Satanás se acercó y desafió la bondad y veracidad de Dios, sugiriendo que
tenía motivos impuros para impedirles a Adán y Eva el disfrute del árbol. Y en ese punto el curso total de la
historia humana dependió de si Adán y Eva confiarían y presupondrían la bondad de Dios. Puesto que no lo
hicieron la raza humana ha sido visitada con demasiados tormentos demasiado dolorosos para ser
enumerados. Cuando los no creyentes se rehúsan a aceptar la bondad de Dios sobre la base de Su propia
auto-revelación, simplemente perpetúan la fuente de todas las aflicciones humanas. En lugar de resolver el
problema del mal resultan ser parte del problema. Por lo tanto, no se debiese pensar que "el problema del
mal" es algo como una base intelectual para una falta de fe en Dios. Es más bien simplemente la expresión
personal de tal carencia de fe. Lo que descubrimos es que los no creyentes que desafían la fe Cristiana
terminan razonando en círculos. Debido a que carecen de fe en Dios, comienzan a argumentar que el mal
es incompatible con la bondad y el poder de Dios. Cuando se les presenta con una solución lógicamente
adecuada y bíblica respaldada al problema del mal (viz., Dios tiene una razón moralmente suficiente, aunque
no revelada, para el mal que existe), se rehúsan a aceptarla, una vez más debido a su falta de fe en Dios.
Preferirán quedarse con la incapacidad de dar una explicación de cualquier juicio moral de cualquier índole
(sobre si las cosas son buenas o malas) en lugar de someterse a la autoridad moral, última e inmutable, de
Dios. Ése es un precio demasiado alto que pagar, tanto filosófica como personalmente.
31: El Problema De Conocer Lo "Sobrenatural"
La fe Cristiana, tal como la define la revelación Bíblica, enseña un número de cosas que no se limitan al
ámbito de la experiencia temporal del hombre—cosas acerca de un Dios invisible, Su naturaleza trina, el
origen del universo, la regularidad del orden creado, los ángeles, los milagros, la vida después de la muerte,
etc. Este es precisamente el tipo de afirmaciones que los incrédulos encuentran más a menudo objetables.
La objeción es que tales afirmaciones se refieren a asuntos trascendentes—cosas que van más allá de la
experiencia humana cotidiana. El Creador Trino existe más allá del orden temporal; la vida después de la
muerte no es parte de nuestras observaciones ordinarias en este mundo, etc. Si el incrédulo está
acostumbrado a pensar que la gente sólo puede saber cosas basadas en el "aquí y ahora", entonces las
afirmaciones del Cristiano acerca de lo trascendente son un reproche intelectual.
El Acercamiento De Lo Trascendente
Aquellos que no son Cristianos a menudo asumen que el mundo natural es todo lo que hay, en cuyo caso
nadie puede saber cosas sobre lo "sobrenatural" (lo que supera los límites de la naturaleza). En los círculos
filosóficos, las discusiones y debates sobre cuestiones de este tipo entran dentro del área de estudio conocida
como "metafísica". Como es de esperar, esta división de la investigación filosófica es generalmente un
semillero de controversia entre escuelas de pensamiento en conflicto. Más recientemente, toda la tarea de
la metafísica se ha convertido en un foco de controversia.
En los últimos dos siglos se ha desarrollado una mentalidad hostil hacia cualquier afirmación filosófica de
carácter metafísico. Está claro para la mayoría de los estudiantes que la antipatía hacia la fe Cristiana ha
sido el factor principal y motivador en tales ataques. Sin embargo, tal crítica se ha generalizado en un
antagonismo generalizado hacia cualquier afirmación que sea igualmente "metafísica". Esta actitud
antimetafísica ha sido uno de los ingredientes cruciales que han moldeado la cultura y la historia durante
los últimos doscientos años. Ha alterado los puntos de vista comunes sobre el hombre y la ética, ha generado
una reformulación radical de las creencias religiosas y ha afectado significativamente a perspectivas que
van desde la política hasta la pedagogía. Consecuentemente, un gran número de preguntas o desafíos
escépticos dirigidos contra la fe Cristiana están arraigados en, o teñidos por, este espíritu negativo con
respecto a la metafísica.
La Definición De Metafísica
Antes de que podamos elaborar sobre los argumentos antimetafísicos que se oyen comúnmente hoy en día,
ayudaría a entender mejor lo que se entiende por "metafísica". Esta es una palabra técnica que rara vez se
usa fuera de los círculos académicos; ni siquiera será parte del vocabulario de la mayoría de los Cristianos.
Sin embargo, la concepción de la metafísica y la reacción que se puede encontrar en los círculos académicos
tocarán y tendrán un impacto en la vida del creyente—ya sea en términos de los ataques populares a la fe
que él o ella debe responder, o incluso en términos de la manera en que la religión Cristiana es retratada y
presentada en el púlpito.
A menudo se dice que la metafísica es el estudio del "ser". Sería más esclarecedor si escribiéramos que la
metafísica estudia el "ser"—es decir, las preguntas sobre la existencia ("ser o no ser"). La metafísica se
pregunta, ¿qué es lo que existe? Y, ¿qué tipo de cosas existen? Por lo tanto, el metafísico está interesado en
conocer las distinciones fundamentales (es decir, las clases básicas de cosas que existen) y las similitudes
importantes (es decir, la naturaleza esencial de los miembros de estas clases). Busca las causas últimas o
explicaciones de la existencia y naturaleza de las cosas. Quiere entender los límites de la realidad posible,
los modos de existir y las interrelaciones de las cosas existentes.
Debería ser obvio, entonces, aunque sólo sea de una manera elemental, que el Cristianismo propone una
serie de afirmaciones metafísicas definitivas.
Distinciones Fundamentales
La Escritura nos enseña que "hay un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas... y un solo Señor,
Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas" (1 Co. 8:6). Todas las cosas, de todo tipo, fueron creadas
por Él (Juan 1:3; Col. 1:16). Pero Él es antes de todas las cosas, y por medio de Él todas las cosas se mantienen
unidas o cohesivas (Juan 1:1; Col. 1:17). Él lleva consigo o sostiene todas las cosas por la palabra de Su poder
(Hebreos 1:3). Por lo tanto, existir es ser divino o creado. En Dios vivimos, nos movemos y somos (Hechos
17:28). Él, sin embargo, tiene vida en sí mismo (Juan 5:26; Éxodo 3:14). El Dios vivo y verdadero da la
unidad distinguible o naturalezas comunes a las cosas (Génesis 2:19), categorizando las cosas al poner Su
interpretación en ellas (por ejemplo, Génesis 1:5, 8, 10, 17; 2:9). Es Él quien también hace que las cosas
difieran entre sí (1 Co. 4:7; Ex. 11:7; Ro. 9:21; 1 Co. 12:4-6; 15:38-41). La semejanza y la distinción, entonces,
resultan de Su trabajo creativo y providencial. Tanto la existencia como la naturaleza de las cosas
encuentran su explicación en Él—ya sea casual (Ef. 1:11) o teleológica (Ef. 1:11). Dios es la fuente de toda
posibilidad (Isaías 43:10; 44:6; 65:11) y así establece los límites de la realidad posible por Su propia voluntad
y decreto.
La "metafísica" también puede ser vista como un intento de expresar todo el esquema de la realidad—de
todas las cosas existentes. El metafísico debe resolver los relatos contradictorios sobre la verdadera
naturaleza del mundo (frente a las meras apariencias), y lo hace en términos de un marco conceptual último.
La metafísica trata de dar sentido al mundo como un todo articulando y aplicando un conjunto de
paradigmas centrales, regulatorios, organizativos y distintivos. Estos principios gobiernan o guían la
manera en que una persona interrelaciona e interpreta las diferentes partes de su vida y experiencia. Todo
el mundo utiliza algún sistema de generalidades últimas sobre la realidad, los criterios evaluativos y la
estructuración de las relaciones. No podríamos pensar ni dar sentido a nada sin una visión coherente de la
naturaleza general y la estructura de la realidad.
La Metafísica Cristiana
La fe Cristiana comprende un sistema metafísico también por este motivo. La Escritura enseña que todas
las cosas son de Dios, por medio de Dios, y para Dios (Rom. 11:36). Debemos pensar Sus pensamientos
después que Él (Prov. 22:17-21; Juan 8:31-32). De esta manera podemos entender e interpretar el mundo
como un todo. La palabra de Dios nos da luz (Salmo 119, 130), y Cristo mismo es la luz vivificante de los
hombres (Juan 1:4), en quienes están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento (Colosenses
2:3). Así, pues, podemos discernir la verdadera naturaleza de la realidad en términos de la palabra de Cristo:
"En tu luz veremos la luz" (Salmo 36:9).
La Biblia establece un esquema metafísico definido. Comienza con Dios que es un espíritu personal,
infinitamente perfecto y puro (Ex. 15:11; Mal. 2:10; Juan 4:24). El Dios trino (2 Corintios 13:14) es único en
Su naturaleza y obras (Salmo 86:9), autoexistente (Ex. 3:14; Juan 5:26; Gál. 4:8-9), eterno (Salmo 90:2),
inmutable (Mal. 3:6), y omnipresente (Salmo 139:7-10). Todo lo demás que existe ha sido creado de la nada
(Colosenses 1:16-17; Hebreos 11:3), ya sea el mundo material (Génesis 1:1; Éxodo 20:11), el mundo espiritual
(Salmos 148:2, 5), o el hombre. El hombre fue creado a imagen de Dios (Génesis 1:27), un ser que exhibe
un carácter material e inmaterial (Mat. 10:28), que sobrevive a la muerte corporal (Ecl. 12:7; Rom. 2:7) con
conciencia personal de Dios (2 Cor. 5:8), y que espera la resurrección corporal (1 Cor. 6:14; 15:42-44).
En la creación Dios hizo todas las cosas de acuerdo con Su inescrutable sabiduría (Salmo 104:24; Isaías
40:28), asignando a todas las cosas sus caracteres definidos (Isaías 40:26; 46:9-10). Dios también determina
todas las cosas por Su sabiduría (Ef. 1:11) —conservando (Neh. 9:6), gobernando (Sal. 103:19), y
predeterminando la naturaleza y el curso de todas las cosas, siendo así capaz de hacer milagros (Sal. 72:18).
El decreto por el cual Dios providencialmente ordena los eventos históricos es eterno, eficaz, incondicional,
inmutable y comprensivo (por ejemplo, Isaías 46:10; Hechos 2:23; Efesios 3:9-11).
Estas verdades son paradigmáticas para el creyente; son principios últimos de la realidad objetiva, que
deben distinguirse de los engaños establecidos en las visiones contrarias del mundo. Lo que el mundo
incrédulo ve como sabiduría es realmente necio (1 Co. 1:18-25).
Puesto que las mentes de los incrédulos están cegadas (2 Cor. 4:4), se equivocan de acuerdo con la fe descrita
anteriormente, teniendo así sólo lo "falsamente llamado ciencia" (1 Tim. 6:20-21). Por ejemplo, descansando
en la apariencia de una regularidad total, una metafísica incrédula no enseña que Cristo vendrá de nuevo a
intervenir en el proceso cósmico para juzgar a los hombres y determinar sus destinos eternos (cf. 2 Pedro
3:3-7).
Así pues, la "metafísica" estudia preguntas o cuestiones como la naturaleza de la existencia, el tipo de cosas
que existen, las clases de cosas existentes, los límites de la posibilidad, el esquema último de las cosas, la
realidad frente a la apariencia, y el marco conceptual global utilizado para dar sentido al mundo en su
conjunto. No es difícil entender, entonces, cómo el término "metafísica" ha llegado a connotar el estudio de
lo que está "más allá del reino físico". La simple inspección ocular de situaciones aisladas y particulares en
el mundo físico no puede responder a preguntas metafísicas como las que se acaban de enumerar. La
limitada experiencia personal de un individuo no puede justificar un marco integral que abarque todo tipo
de información existente. La experiencia empírica simplemente nos da una apariencia de las cosas; la
experiencia empírica no puede en sí misma corregir ilusiones o llevarnos más allá de la apariencia a
cualquier mundo o reino de la realidad que yace más allá. Tampoco puede determinar los límites de lo
posible. Una experiencia particular del mundo físico no trata del mundo en su totalidad. La naturaleza de la
existencia tampoco se manifiesta en la percepción en sentido simple de cualquier objeto físico o conjunto
de ellos.
Realidad Suprasensible
Por supuesto, la antipatía a la metafísica es aún más pronunciada en el caso del Cristianismo porque sus
afirmaciones sobre todo el esquema de las cosas incluyen declaraciones sobre la existencia y el carácter de
Dios, el origen y la naturaleza del mundo, así como la naturaleza y el destino del hombre. Tales enseñanzas
40
Antony Flew escribe: "No es sorprendente que muchos críticos hayan argumentado que el logro de algunos de estos
objetivos[metafísicos] es en principio imposible. Por lo tanto, se ha sostenido que la mente humana no tiene medios para
descubrir hechos fuera del ámbito de la experiencia de los sentidos...... Otra crítica es que como ninguna experiencia
concebible nos permite decidir entre, por ejemplo, las afirmaciones de que la realidad consiste en una sola sustancia (el
monismo) o en infinitamente muchas (la monadología), ninguna de ellas sirve para nada en la economía de nuestro
pensamiento sobre el mundo, y no son verdaderas ni falsas, pero no tienen sentido" ("metafísica" en A Dictionary of
Philosophy, rev. 2ª ed., Nueva York): Martin's Press, 1984, págs. 229-230).
no provienen de la experiencia directa del mundo físico a través de los ojos, sino que trascienden sensaciones
particulares y derivan de la revelación divina. No se verifican empíricamente punto por punto. Las
Escrituras hacen declaraciones absolutas sobre la naturaleza del mundo real como un todo. La doctrina
bíblica presenta verdades que no están circunscritas o limitadas por la experiencia personal y que no están
cualificadas o relativizadas por la propia manera de ver las cosas de un individuo. Tales afirmaciones
autoritarias sobre asuntos tan difíciles y de tan amplio alcance son ofensivas para el estado de ánimo
escéptico y los prejuicios religiosos de nuestros días. La edad moderna tiene un espíritu contrario con
respecto a las afirmaciones filosóficas (especialmente religiosas) que hablan de cualquier cosa sobrenatural,
de cualquier cosa "más allá de lo físico", de cualquier cosa metafísica.
¿Motivos Puros?
Sería provechoso hacer una pausa y reflexionar sobre un comentario perspicaz de un escritor reciente en el
área de la metafísica filosófica. W. H. Walsh ha escrito: "Debe permitirse que la reacción contra
la[metafísica] haya sido tan violenta que sugiera que los temas involucrados en la controversia deben ser
algo más que académicos"41 Precisamente. Los temas son, en efecto, más que académicos. Son un asunto de
vida o muerte—de vida o muerte eterna. Cristo dijo: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único
Dios verdadero, y al que tú enviaste" (Juan 17:3). Sin embargo, si el incrédulo puede sostener la afirmación
de que tal Dios no puede ser conocido porque nada que trascienda lo físico (nada "metafísico") puede ser
conocido, entonces el asunto del destino eterno no se plantea. Por consiguiente, los hombres pueden pensar
y hacer lo que les plazca, sin distraer la atención sobre su naturaleza y destino.
Los hombres, por así decirlo, construirán un techo donde cobijarse con la esperanza de evitar cualquier
revelación angustiosa de un Dios trascendente. La perspectiva antimetafísica de la era moderna funciona
como un techo ideológico protector para los no creyentes.
El hecho es que no se pueden evitar los compromisos metafísicos. La negación misma de la posibilidad de
que el conocimiento trascienda la experiencia es en sí mismo un juicio metafísico. Por lo tanto, la cuestión
no es si uno debe tener creencias metafísicas, sino que se reduce a la cuestión de qué tipo de metafísica se
debe afirmar. Al considerar esta cuestión, recordemos la observación sincera de Friedrich Nietzsche:
Lo que nos incita a mirar a todos los filósofos con una mirada a medias desconfiada y a medias sarcástica, es
el hecho de [que] todos ellos simulan haber descubierto y alcanzado sus opiniones propias mediante el
autodesarrollo de una dialéctica fría, pura, divinamente despreocupada...;mientras que, en el fondo, es una
tesis adoptada de antemano, una ocurrencia, una “inspiración”—casi siempre un deseo íntimo vuelto
abstracto—y pasado por la criba lo que ellos defienden con razones buscadas posteriormente. Todos ellos son
abogados que no quieren llamarse así, y en la mayoría de los casos son incluso [pícaros abogados] de sus
prejuicios, a los que bautizan con el nombre de “verdades”…… Poco a poco se me ha ido manifestando qué es
lo que ha sido hasta ahora toda gran filosofía, a saber: la autoconfesión de su autor y una especie de memorias
41
Metafísica (Nueva York: Harcourt, Brace, & World, 1963), p. 12.
no queridas y no advertidas; asimismo, que las intenciones morales (o inmorales) han constituido en toda
filosofía el auténtico germen vital del que ha brotado siempre la planta entera.42.
El apóstol Pablo nos enseña que todos los incrédulos (incluyendo a Nietzsche) "suprimen la verdad con
injusticia" (Rom. 1:18); intentan ocultar la verdad sobre Dios de sí mismos debido a sus vidas inmorales.
"La mente carnal es enemistad contra Dios" (Rom. 8:7) y "las cosas terrenales de la mente" (Fil. 3:18-19).
Aquellos que son enemigos en sus mentes debido a malas obras (Col. 1:21), y son insensatos en su
razonamiento (Rom. 1:21-22; 1 Cor. 1:20), son conducidos en particular a una metafísica antibíblica (por
ejemplo, "dice el necio en su corazón no hay Dios", Sal. 10:4)—camuflada en general como una postura
antimetafísica.
La razón filosófica más común presentada por los incrédulos, desde Kant hasta los Positivistas Lógicos de
nuestro siglo, para el antagonismo a las afirmaciones metafísicas es simplemente la alegación de que la
"razón pura", aparte de la experiencia sensorial, no puede proporcionarnos por sí misma el conocimiento
de los hechos. Las declaraciones metafísicas hablan de una realidad suprasensible que no es directamente
experimentada o verificada por la ciencia natural; podría decirse, entonces, que la metafísica es una especie
de "noticias de la nada". Los antagonistas de la metafísica argumentan que todas las afirmaciones
informativas o fácticas sobre el mundo objetivo deben derivarse empíricamente (basadas en la experiencia,
la observación, la sensación), y por lo tanto el conocimiento humano no puede trascender la experiencia
física particular o la apariencia de los sentidos.
Según Kant, las discusiones metafísicas se basan en definiciones puramente verbales y sus implicaciones
lógicas; por lo tanto, son arbitrarias, están suspendidas en el cielo y dan lugar a desacuerdos irresolubles.
Las declaraciones metafísicas no tienen ningún significado real. Por naturaleza, el conocimiento humano
depende de los sentidos, y por lo tanto el razonamiento nunca puede llevar a uno a conclusiones que se
apliquen fuera del reino empírico.
El Positivismo Lógico
Los Positivistas Lógicos intensificaron la crítica de Kant. Para ellos las afirmaciones metafísicas no eran
simplemente definiciones vacías sin significado (sin referentes existenciales), eran literalmente sin sentido.
Debido a que las afirmaciones metafísicas no podían ser llevadas a la prueba crítica de la experiencia
sensorial, se concluyó que no tenían sentido.
Así pues, los opositores de la metafísica (y por lo tanto de la teología de la Biblia) ven el razonamiento
metafísico como en conflicto con la ciencia empírica como la única manera de adquirir conocimiento.
Mientras que el científico llega a verdades contingentes sobre la forma en que las cosas aparecen a nuestros
sentidos, el metafísico apunta a verdades absolutas o necesarias sobre la realidad que de alguna manera
yace detrás de esas apariencias. Se plantea un abismo entre las verdades de los hechos empíricos (a los que
42
Más Allá del Bien y del Mal, "Sobre el Prejuicio de los Filósofos", trans. Walter Kaufmann (Nueva York: Vintage Books, 1966),
págs. 12 y 13.
se llega a partir de la información de los sentidos) y las verdades de la razón especulativa (que sólo podrían
ser convenciones verbales arbitrarias u organizar conceptos que son inaplicables fuera de la esfera de la
experiencia). En ese caso, según el dogma moderno, todas las declaraciones significativas e informativas
sobre el mundo eran consideradas por su naturaleza empírica.
El caso contra las afirmaciones metafísicas, entonces, puede resumirse de esta manera:
En resumen, sólo podemos saber lo que podemos experimentar directamente con nuestros sentidos—lo que
anula el significado de las afirmaciones metafísicas y la posibilidad del conocimiento metafísico.
Podemos comenzar nuestra respuesta considerando (2) lo anterior. Primero debemos preguntarnos por
qué los metafísicos (y teólogos) no deben razonar desde lo que se conoce en la experiencia de los sentidos
hacia algo que yace más allá de las sensaciones. Después de todo, ¿no es esto precisamente lo que los
científicos empíricos hacen día a día? Ellos continuamente razonan de lo visto a lo no visto (por ejemplo,
hablando de partículas subatómicas, calculando las fuerzas gravitacionales, advirtiendo contra la radiación
simplemente en base a sus efectos, recetando medicamentos para una infección no vista en base a una fiebre
observada, etc.) ¡Ciertamente, parece caprichoso que aquellos que tienen inclinaciones antimetafísicas
prohíban al teólogo hacer lo que se le permite al científico! Tal inconsistencia contradice a una mente que
se ha formado con antelación contra ciertos tipos de conclusiones sobre la realidad. Se espera que todos
jueguen con las mismas reglas.
Además, es importante notar que (2) lo anterior no es realmente relevante para hacer un caso contra la
metafísica bíblica. El Cristianismo no ve sus afirmaciones metafísicas (teológicas, sobrenaturales) como
intentos no guiados o arbitrarios de razonar desde el mundo visto al mundo invisible—proyecciones
injustificadas de la naturaleza hacia lo que está más allá de ella. En primer lugar, el Cristiano afirma que
Dios creó este mundo para reflejar su gloria y para ser un testimonio constante de Él y de Su carácter. Dios
también creó al hombre a Su propia imagen, determinó la manera en que el hombre pensaría y conocería
el mundo, y coordinó la mente del hombre y el mundo objetivo para que el hombre conociera
inevitablemente al Creador sobrenatural a través del conducto del mundo creado.
Dios mismo quiso e ineludiblemente hizo que el hombre aprendiera sobre el Creador a través del mundo
que le rodeaba. Esto equivale a que Dios viene al hombre a través del orden temporal y empírico, no a tientas
hacia Dios. Esto equivale a decir que el mundo natural no es en sí mismo aleatorio y sin pistas en cuanto a
su significado último, dejando al hombre a especulaciones arbitrarias y proyecciones metafísicas.
Además, dados los efectos intelectualmente corruptores de la caída del hombre en el pecado y la rebelión
contra Dios, la mente del hombre no ha sido dejada para conocer a Dios sobre la base de su propia
experiencia e interpretación del mundo sin ayuda. Dios se ha comprometido a darse a conocer al hombre
por medio de la revelación verbal, usando palabras (elegidas por Dios) que son exactamente apropiadas
para que la mente del hombre (creada por Dios) llegue a conclusiones correctas acerca de su Creador, Juez
y Redentor.
Esta petición de principio es a veces ocultada por el incrédulo por su tendencia a reformular la naturaleza
de la verdad teológica como centrada en el hombre y arraigada inicialmente en la experiencia humana y
empírica. Sin embargo, el punto en disputa entre el creyente y el incrédulo se reduce a la afirmación de que
la enseñanza Cristiana está enraizada en la auto-revelación de la verdad de Dios tal como se encuentra en
el mundo que nos rodea y en la palabra escrita. No hay razón para pensar que la teología tendría que ser
construida intelectualmente sobre la base de la experiencia de los sentidos humanos, a menos que alguien
presuponga de antemano que todo el conocimiento debe derivar en última instancia de procedimientos
empíricos. Pero esa es la cuestión que nos ocupa. La polémica antimetafísica no es una razón de apoyo para
rechazar el Cristianismo; es simplemente una nueva formulación de ese rechazo en sí mismo.
El Autoengaño Filosófico
Somos llevados, entonces, al número (1) antes mencionado, el primer y fundacional paso en el caso contra
la metafísica. ¿Qué debemos hacer con la afirmación de que "todo conocimiento significativo sobre el mundo
objetivo es de naturaleza empírica"? La respuesta más obvia y filosóficamente significativa sería que si la
afirmación anterior fuera cierta, entonces—sobre la base de su afirmación—nunca podríamos saber si es
cierta. ¿Por qué? Simplemente porque la declaración en cuestión no es en sí misma conocida como resultado
de pruebas empíricas y experiencia. Por lo tanto, de acuerdo con sus propios y estrictos estándares, la
declaración no puede equivaler a un conocimiento significativo sobre el mundo objetivo. Simplemente
refleja el sesgo subjetivo (¡quizás sin sentido!) de quien lo declara. Por lo tanto, el antimetafísico no sólo
tiene sus propias conclusiones preconcebidas (presuposiciones), sino que resulta que no puede vivir de
acuerdo con ellas (cf. Ro. 2:1). Sobre la base de sus propias suposiciones, se refuta a sí mismo (cf. 2 Tim.
2:25). Como Pablo dijo sobre los que suprimen la verdad de Dios con injusticia: "Se volvieron inútiles en
sus especulaciones" (Rom. 1:21)!
Dificultades Adicionales
Hay otras dificultades con la posición expresada en el punto (1) también. Podemos ver fácilmente que
equivale a una presuposición para el incrédulo. ¿Qué base o evidencia racional existe para la posición de
que todo el conocimiento debe ser empírico en su naturaleza? Esa no es una conclusión apoyada por otro
razonamiento, y la premisa no admite la verificación empírica ya que trata de lo que es universal o
necesariamente el caso (no una verdad histórica o contingente). Además, la propia declaración excluye
cualquier otro tipo de verificación o apoyo que no sean órdenes o pruebas empíricas. Así pues, el opositor
antimetafísico de la fe Cristiana se aferra a este dogma de una manera presuposicional—como algo que
controla la indagación, en lugar de ser el resultado de la indagación.
Esa presuposición antimetafísica, sin embargo, tiene ciertos resultados devastadores. Note que si todo el
conocimiento debe ser empírico en naturaleza, entonces la uniformidad de la naturaleza no puede ser
conocida como verdadera. Y sin el conocimiento y la seguridad de que el futuro será como el pasado (por
ejemplo, si la sal se disuelve en agua el miércoles, hará lo mismo y no explotará en agua el viernes) no
podríamos hacer generalizaciones y proyecciones empíricas—en cuyo caso toda la labor de las ciencias
naturales se vería socavada de inmediato.
No Previsibilidad
Los científicos no podían llegar ni siquiera a una conclusión confiable y racionalmente justificada sobre las
futuras interacciones químicas, la rotación de la tierra, la estabilidad de un puente, los efectos medicinales
de un medicamento o cualquier otra cosa. Todas y cada una de las premisas que entraron en su
razonamiento sobre una situación particular en un momento y lugar particular necesitarían ser confirmadas
individualmente de una manera empírica.
Nada de lo que se ha experimentado en el pasado puede convertirse en la base de las expectativas sobre
cómo podrían suceder las cosas en el presente o en el futuro. Sin ciertas creencias sobre la naturaleza de la
realidad y de la historia—las creencias de carácter supra-empírico—el proceso de aprendizaje empírico y de
razonamiento sería imposible.
En este punto podemos presionar aún más, argumentando que si uno presupone que todo el conocimiento
debe ser de naturaleza empírica, entonces no sólo ha socavado la ciencia y se ha refutado a sí mismo, sino
que en realidad ha echado por la borda toda la argumentación y el razonamiento. Participar en la evaluación
de los argumentos es reconocer y utilizar proposiciones, criterios, relaciones lógicas y reglas, etc. Sin
embargo, estas cosas (proposiciones, relaciones, reglas) no son entidades empíricas que puedan ser
descubiertas por uno de los cinco sentidos.
Según el dogma del empirismo, no tendría sentido hablar de tales cosas—no tendría sentido, por ejemplo,
hablar de validez e invalidez en un argumento, ni siquiera hablar de premisas y conclusiones. Todo lo que
tendrías sería un evento electroquímico contingente en el cerebro físico de un erudito seguido
contingentemente por otro.
Si se piensa que estos eventos siguen un patrón, debemos (de nuevo) notar que por razones empíricas, uno
no tiene una justificación para hablar de tal "patrón"; sólo se experimentan u observan eventos particulares.
Además, incluso si hubiera un patrón dentro de los eventos electroquímicos del cerebro de uno mismo, sería
accidental y no una cuestión de atender a las reglas de la lógica. En efecto, las "reglas de la lógica" serían,
en el mejor de los casos, imperativos personales expresados como la preferencia subjetiva de una persona
sobre otra. En tal caso, no tiene sentido discutir y razonar en absoluto. Un evento electroquímico en el
cerebro no puede decirse que sea "válido" o "inválido".
Ya se ha dicho lo suficiente como para dejar en claro qué tipo de situación tenemos cuando un no creyente
argumenta en contra de la pretensión del Cristiano de conocer lo "sobrenatural"—cuando el no creyente
toma una postura antimetafísica en contra de la fe. El Creyente sostiene, sobre la base de la revelación
infalible del Creador trascendente, ciertas cosas acerca de la realidad invisible (por ejemplo, la existencia de
Dios, la providencia, la vida después de la muerte, etc.). El conocimiento de tales asuntos no es problemático
dentro de la cosmovisión del Cristiano: Dios sabe todas las cosas, habiendo creado todo de acuerdo a Su
propio sabio consejo y determinando las naturalezas individuales de cada cosa; además creó al hombre a
Su propia imagen, capaz de seguir Sus pensamientos de acuerdo a Él sobre la base de la revelación, tanto
en general (en la naturaleza) como en especial (en la Escritura). Así pues, el hombre tiene la capacidad
racional y espiritual de aprender y comprender verdades sobre la realidad que trascienden su experiencia
temporal y empírica—verdades que son reveladas por su Creador. Es evidente que el Cristiano defiende la
posibilidad del conocimiento metafísico, por lo tanto, apelando a ciertas verdades metafísicas sobre Dios, el
hombre y el mundo. Razona presuposicionalmente, argumentando sobre la base de las mismas premisas
metafísicas que los no creyentes afirman que son imposibles de conocer en virtud de su naturaleza
metafísica.
Sin embargo, el incrédulo antimetafísico tiene sus propios compromisos metafísicos a los que está
comprometido presuposicionalmente y a los que recurre en sus argumentos (por ejemplo, sólo existen
individuos o particulares sensibles). Su materialismo, naturalismo y ateísmo es tomado como una verdad
final sobre la realidad, caracterizando universalmente la naturaleza de la existencia, dirigiéndonos a
distinguir la apariencia de la realidad, y apoyándonos en consideraciones intelectuales que nos llevan más
allá de la simple observación o experiencia sensorial. La perspectiva mundana del incrédulo es tan metafísica
como el punto de vista "del otro mundo" que él atribuye al Cristiano.
Lo que es notoriamente obvio, entonces, es que el incrédulo descansa y apela a una posición metafísica para
probar que no puede haber una posición metafísica que se sepa que sea verdadera. ¡Irónica e
inconsistentemente sostiene que nadie puede conocer las verdades metafísicas, y sin embargo él mismo
tiene suficiente conocimiento metafísico para declarar que el Cristianismo está equivocado!
Resulta que dos filosofías presuposicionales completas se enfrentan cuando el anti-metafísico discute con el
Cristiano. Las afirmaciones metafísicas del Cristianismo se basan en la autorrevelación de Dios. Además,
son consistentes con las suposiciones de la ciencia, el razonamiento lógico y la inteligibilidad de la
experiencia humana. Por otro lado, el incrédulo que reclama conocimiento metafísico es un razonamiento
imposible sobre la base de presuposiciones que se aplican arbitrariamente, se refutan a sí mismas, son
incapaces de pasar sus propios requisitos estrictos, y los cuales socavan la ciencia y la argumentación—¡de
hecho, socavan la utilidad de esos mismos procedimientos empíricos que se convierten en el fundamento
de todo el conocimiento!
Solo quiere decir que la posición antimetafísica tiene como resultado la abrogación total, no sólo del
conocimiento metafísico, sino de todo el conocimiento. Para argumentar en contra de la fe, el incrédulo
debe cometer suicidio intelectual—¡ destruyendo el mismo razonamiento que pretendía usar en contra de
la verdad de Dios. Este es un precio personal y filosófico demasiado alto para pagar por los prejuicios y las
presuposiciones que uno espera que puedan formar un techo para protegerlo de la revelación de Dios.
32: El Problema De La Fe
Según un viejo chiste humorístico: "La fe es creer que lo que sabes no es verdad." No es difícil entender por
qué se dice esto. La tendencia de la gente—ya sea que crean afirmaciones fantásticas sobre visitantes de
OVNIS o afirmaciones patéticas sobre el honor de un político desacreditado—quienes tienen poca evidencia
o razonamiento para apoyar sus convicciones personales, es recurrir fácilmente a la afirmación de que
"simplemente tienen fe" en que lo que creen es verdad,43 a pesar de que a los demás les parece que hay
muchas buenas razones para no creerlo. La gente debería saber que lo que está diciendo no es verdad, y sin
embargo persisten en creerlo de todos modos—en nombre de la "fe".
Esta concepción de la fe como un compromiso personal ciego es uno de los principales obstáculos que se
interponen en el camino de los incrédulos para que el Cristianismo sea escuchado honestamente. Tienen
una dificultad feroz y fundamental para llegar a ser Cristianos, imaginan, porque la fe religiosa les exigiría
sacrificar la razón por completo y confiar ciegamente en alguna supuesta revelación de una manera
arbitraria y sin discernimiento.
En su Diccionario de Filosofía, Peter Angeles ofrece dos definiciones de "fe", entre otras: " Creer en algo a
pesar de la evidencia en su contra" y" Creer en algo a pesar de la ausencia de evidencia para ello"44. "Dada
cualquiera de estas interpretaciones populares del término—en las que la llamada Cristiana a la "fe" se
concibe como contraria a la razón o, al menos sin razones—el Cristianismo sí que parece bastante irracional.
La "fe" se convierte en un cliché para sacar de marcha a tu intelecto, suspendiendo una actitud cautelosa y
crítica hacia las cosas, y adoptando un compromiso personal sin pruebas sólidas.
43
La gente que habla de esta manera parece ignorar el carácter trivial o tautológico de tal afirmación. Tener fe" en que algo
es verdad (por ejemplo, que Elvis está vivo y reside en Idaho) es lo mismo que "creer" que la afirmación en cuestión es cierta;
estas son diferentes formas semánticas de expresar la misma cosa. En consecuencia, cuando una persona dice que "cree"
algo "simplemente por fe" (sin especificar más), simplemente nos ha dicho que "cree porque cree".
No ignoro que muchas personas religiosas, incluidos los filósofos que reflexionan sobre cuestiones religiosas, piensan que la
"fe" está en otra categoría que la de "creer". La primera se supone que es una cuestión personal de confianza o compromiso,
mientras que la segunda es una cuestión de intelecto. Por ejemplo, en un ensayo titulado "Fe y Creencia", el filósofo de
Oxford, H. H. Price, afirmó: "La fe, entonces, es algo muy distinto de creer “que “y ciertamente no es reducible a ella ni
definible en términos de ella"......". Seguramente cuando una persona está realmente en la actitud de fe, nunca diría que cree
que Dios le ama. Es más bien que él siente el amor de Dios para él..... No parece ser una cuestión de creer en lo absoluto"
(Faith and the Philosophers, ed. (La fe y los filósofos). John Hick[New York: St. Martin's Press, 1964], p. 11). Tales
estipulaciones verbales pueden ser hechas y a menudo lo son, me doy cuenta, pero se requeriría un esfuerzo heroico para
poner tal distinción conceptual en conformidad verbal con el uso en el Nuevo Testamento del verbo griego "pisteuo" y del
sustantivo "pistis".
44
Peter A. Angeles, Dictionary of Philosophy (Nueva York: Barnes & Noble, 1981), p. 94.
Variedades del irracionalismo
El Cristianismo está cargado de irracionalidad por mucha gente, pero no todos los críticos se refieren a lo
mismo. En aras de la claridad, es preciso hacer algunas distinciones.
Algunas personas colocan la fe cristiana contra la razón porque sienten que las enseñanzas de la Biblia son
irracionales. Por ejemplo, algunas personas ven la idea de que Dios se hace hombre (la encarnación) como
una noción contradictoria; para ellos, el concepto de Dios-hombre es incoherente, una violación
(supuestamente) de algunas leyes lógicas elementales que todos los hombres reconocen. Cuando acusan al
cristianismo de ser irracional, quieren decir que sus dogmas son ilógicos en este sentido.
Otras personas creen que no hay ninguna prueba empírica (observacional) para ciertas magníficas
afirmaciones históricas que se encuentran en la Biblia: por ejemplo, que el sol se detuvo, que Jesús multiplicó
los panes, o que los hombres se han levantado de entre los muertos. Si la fe Cristiana exige que se afirmen
este tipo de cosas irreales (tal como las ven), la gente las considerará contrarias a la razón.
Los dos tipos anteriores de críticos han querido acusar al Cristianismo de irracionalidad debido a
imperfecciones intelectuales específicas dentro del conjunto de proposiciones que los creyentes afirman—
ya sea imperfección lógica o imperfección empírica. Este tipo de ataques a los detalles bíblicos requieren
que los apologistas ofrezcan respuestas enfocadas que aborden los detalles de cada uno de los diferentes
desafíos—por lo menos que lo hagan al momento de responder a tales acusaciones por parte de los
incrédulos. (En última instancia, los asuntos presuposicionales tendrán que ser discutidos y tratados, por
supuesto.) Pero nuestra preocupación actual se centra en una versión más devastadora que la afirmación
de que el Cristianismo es irracional.
Afirmar lo absurdo
Mucha más viciosa intelectualmente es la clase de críticos que juzgan la fe Cristiana como irracional porque
conciben a los cristianos como dedicados a creer en lo absurdo (por su absurdidad). Como ellos lo ven, los
creyentes religiosos se glorían en el hecho de que el objeto de su fe no tiene un apoyo racional, es
evidentemente falso, y debe ser respaldado ante el sentido común y las razones contrarias. A algunos
incrédulos se les ha dado la impresión—no sin la condenable "ayuda" de muchos teólogos modernos—de
que el cristianismo es indiferente a la lógica, la ciencia, la evidencia o (incluso) la verdad.
Algunas personas han sido tan engañadas que sienten que los cristianos realmente elevan el valor de la fe
personal en proporción directa al grado en que debe ser dudosa, ciega o mística45 De la misma manera, se
piensa que los creyentes degradan el valor de la fe en la medida en que concuerda con una buena razón. En
El Anticristo: Intento de Crítica al Cristianismo (1895), Friederich Nietzsche expresó su burla hacia esta
actitud diciendo: "'Fe' significa no querer saber lo que es verdad."
45
“La duda, como el lado oscuro del aspecto cognitivo de la fe, es un ingrediente esencial de la fe...." Una mente viva
permanece en Angustia en la encrucijada diariamente, y diariamente toma una decisión, haciéndola, como diría
Kierkegaard, 'con temor y temblor". Geddes MacGregor, Philosophical Issues in Religious Thought (Boston: Houghton
Mifflin, 1973), p. 239.
Sin embargo, todas las críticas en este sentido se derivan de un error fundamental en cuanto a la naturaleza
de la fe Cristiana. Como J. Gresham Machen, en su libro ¿Qué es la fe?, "creemos que el Cristianismo no
florece en las tinieblas, sino en la luz". Machen escribió que "uno de los medios que el Espíritu utilizará"
para traer un renacimiento de la religión Cristiana "es un despertar del intelecto". Resistió fervientemente
"la oposición falsa y desastrosa que se ha establecido entre el conocimiento y la fe", argumentando que "en
ningún momento la fe es independiente del conocimiento sobre el cual se basa de forma lógica".
Reflexionando sobre la famosa observación bíblica acerca de la fe en Hebreos 11:1 ("la evidencia de cosas
que no se ven"), Machen declaró: "La fe no tiene por qué ser demasiado humilde ni disculparse
excesivamente ante el tribunal de la razón; la fe cristiana es algo completamente razonable"46.
Independientemente de lo que algunos voceros equivocados puedan decir—ya sean entusiastas, místicos,
emocionalistas, voluntaristas o fideistas—la Biblia misma (el compendio y la norma del cristianismo) no es
indiferente a los errores lógicos o a los errores de hecho. La religión cristiana no enfrenta la "fe" con la
razón, la evidencia o (sobre todo) la verdad.
Fue sólo para reivindicar la verdad de sus afirmaciones y concepciones religiosas que Moisés desafió a los
hechiceros de la corte del Faraón, y que Elías compitió y se burló de los sacerdotes de Baal en el Monte
Carmelo. Los profetas del Antiguo Testamento sabían que sus palabras serían demostradas como
verdaderas cuando sus pronósticos o predicciones se cumplieran en la historia para que todos las vieran.
Cuando Cristo apareció, ¡Él mismo afirmó ser "la Verdad"! Su resurrección fue una señal poderosa y de
asombro, proveyendo evidencia de la veracidad de sus afirmaciones y del mensaje apostólico. A pesar de lo
que los judíos y los griegos puedan pensar de sí mismos, escribió Pablo, el evangelio es de hecho la misma
sabiduría de Dios que destruye la arrogancia de la filosofía mundana (1 Co. 1:18-25). Dijo que los que se
oponen al evangelio son los que sólo tienen una " falsamente llamada ciencia" (1 Tim. 6:20).
Debido a esta actitud, Pablo estaba ansioso de "razonar" (discutir, debatir) diariamente en las plazas con los
filósofos en Atenas (Hechos 17:17-18). No dudó en argumentar su caso ante el tribunal ateniense que juzgaba
a los nuevos y polémicos maestros, declarando que "Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien
yo os anuncio." (v. 23). ¡Claramente no estaba promoviendo el valor de lo absurdo! De hecho, si las
afirmaciones cardinales de la fe fueran demostrablemente falsas, Pablo se habría visto obligado a admitir
que nuestra fe religiosa es errónea y vana (p. ej., 1 Co. 15:14).
La actitud de Pedro, aun siendo un pescador inculto, se hizo inequívocamente clara cuando afirmó con
confianza: "No hemos seguido fábulas artificiosas" (2 Pedro 1:16)—así como cuando exigió que cada creyente
estuviera dispuesto a presentar una defensa razonada de la esperanza que había en él (1 Pedro 3:15). Jesús
enseñó de forma categórica la palabra de Dios en las Escrituras: "Tu palabra es verdad" (Juan 17:17). La
perspectiva valiente de la Biblia mantiene que en el gran y último día del juicio, la razón por la que los
hombres serán condenados por Dios es porque prefirieron creer "una mentira" (Romanos 1:25), en lugar
de confiar en las afirmaciones del propio Hijo de Dios.
46
J. Gresham Machen, ¿Qué es la fe? (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing, 1925), págs. 18, 26, 94, 243.
Consecuentemente, cuando los incrédulos repudian al Cristianismo por su supuesta finalidad de
irracionalidad religiosa, el apologista debe corregir con firmeza esa concepción errónea. La fe Cristiana no
pretende afirmar lo que es absurdo, deleitándose en la irracionalidad. Tal pensamiento malinterpreta la
naturaleza de la fe tal como la presenta la Biblia. La noción Cristiana de fe—a diferencia de la mayoría de
las otras religiones—no es un salto arbitrario de emoción, una puñalada ciega de compromiso, una puesta
en suspenso del intelecto. Para el Cristiano, la fe (o la creencia) está bien fundamentada. En efecto, como
cristianos afirmamos que el contenido de nuestra fe es lo que cualquier hombre razonable debería apoyar,
no sólo porque concuerda completamente con la lógica y los hechos (cuando se les ve correctamente), sino
también porque sin la cosmovisión cristiana la "razón" misma se vuelve arbitraria o sin sentido—se vuelve
ininteligible.
Otros oponentes de la fe cristiana, como una clase más de críticos además de los considerados en nuestro
último estudio, protestan contra la presencia de cualquier actitud de fe (o confianza) en el sistema de
pensamiento de una persona. Mantienen, con arrogancia por no decir ingenuamente, que no creerán nada
que no se les haya demostrado antes. ¡Ellos son guiados por la prueba, no por la fe!
Les gusta pensar que el suyo es el espíritu de René Descartes (1596-1650), el erudito y teórico francés del
conocimiento que se convirtió en el filósofo principal de "la Era de la Razón".47 Según el modo de pensar de
Descartes, este método sería el de dudar y criticar todo lo que pudiera, sin aceptar nada como verdadero
que no haya sido claramente reconocido como tal (cosas que son evidentes por sí mismas) o que no haya
sido completamente apoyado por otras verdades claras y distintas, fundamentales.
Descartes trató de dudar de cada pensamiento que le venía a la mente (por ejemplo, ¿está realmente
comiendo una manzana o sólo soñando que así es?) hasta que se encontrara con algo que era indudable. La
duda sistemática le abriría la puerta a la certeza definitiva48, pero Descartes reconoció que al final no podía
dudar de todo. Lo indubitable resultaría ser el punto de detención de su método—y el punto de partida
teórico para todos los demás razonamientos.
Los simios modernos de Descartes que afirman que dudarán absolutamente de todo y no aceptarán nada
excepto por las pruebas actúan o hablan como necios arrogantes. Nadie puede dudar de todo. Nadie. Si una
persona realmente dudara de todo—su memoria de las experiencias pasadas, sus sensaciones presentes, las
"conexiones" entre experiencias, los significados de sus palabras, los principios por los que razona—no
47
¿Qué hay de sus creencias sobre el método apropiado, entonces? ¿Se llega a estas creencias también por medio de ese
método apropiado? ¡Si es así, no tienen ninguna autoridad o fundamento independiente (no petición de principio)! De no
ser así, entonces lo que se ha considerado como el método apropiado para llegar a las creencias no es fundamental,
después de todo.
48
Descartes sintió que su método le llevó finalmente a la verdad indudable y fundamental de que él mismo existía. Aunque
todo lo demás que creía era una ilusión, al menos necesitaba existir para poder dudar en primer lugar. De ahí el famoso
dicho: "Pienso, luego existo". Pero Descartes no era lo suficientemente escrupuloso como filósofo. Al tomar como premisa
"Pienso", ya había apelado a una petición de principio sobre la cuestión de su existencia (afirmando el "pienso"). Esto no
fue de mucha ayuda, en realidad, que argumentar: "Apesto, luego existo." Descartes debería haber asumido con mayor
rigor que "El pensar está ocurriendo" — de lo cual no se sigue lógicamente que "Yo existo"
estaría "pensando" en absoluto (y mucho menos dudando), y no habría "él" para pensar o no pensar. Un
conjunto fundamental (lógicamente básico) de creencias—una fe—es ineludible para cualquiera.
Los hombres sólo logran engañarse a sí mismos cuando dicen que no aceptarán nada sin pruebas o
demostraciones—que no permiten ningún lugar para la "fe" en su punto de vista o en la vida de sus vidas.
Por consiguiente, estos incrédulos que critican a los cristianos por apelar a la "fe" son hipócritas
intelectuales—hombres que no pueden y no viven según sus propias normas expresadas de razonamiento.
La actitud que finge que no debe haber ningún elemento dentro del compromiso cristiano que no haya sido
probado de forma independiente es ilustrada en la afirmación de C. Gore: "Me parece que el camino correcto
para cualquiera que no pueda aceptar la mera voz de la autoridad, sino que siente la obligación imperativa
de "hacer frente a los argumentos" y de pensar libremente, es comenzar por el principio y ver hasta qué
punto puede reconstruir sus creencias religiosas etapa por etapa sobre una base segura, en la medida de lo
posible sin suposiciones preliminares.... "49 Aquí se nos dice que examinemos la hipótesis religiosa desde el
principio sin suposiciones preliminares—sin presuposiciones.
Por supuesto, esto es literalmente imposible. No se puede dar una demostración completa de cada una de
nuestras creencias por medio de otras creencias independientes. Cuando demuestro la verdad de que el
hielo se derrite a temperatura ambiente, pongo a prueba ciertos estándares y procedimientos de
demostración. Pero se puede plantear la pregunta de si he elegido los criterios correctos para demostrar mi
conclusión. Además, ¿puedo estar seguro de que he utilizado correctamente los procedimientos y normas
seleccionadas? Para poder proceder "sin suposiciones", tendría que demostrar que mis métodos de
demostración son los correctos y que mi ejecución de estos métodos fue sin errores. Pero eso requerirá más
argumentación o pruebas sobre la prueba usada para la veracidad y validez de mi demostración original. Y
así seguiríamos una y otra vez.
Si no puede haber un punto de partida asumido para una demostración, entonces ninguna demostración
puede comenzar—o terminar, dependiendo de cómo se mire.
Si un no creyente considera que el Cristianismo es irracional simplemente porque permite que algo sea
aceptado sin demostración independiente, entonces el no creyente en cuestión es irrealista y debe ser
presionado para ver que termina refutándose a sí mismo (no simplemente a los Cristianos) en términos de
tales valores y demandas. Así, su actitud incrédula resulta ser la actitud verdaderamente irracional, pues
requiere inconsistentemente algo de sus oponentes que no es capaz de cumplir por sí misma. Tal actitud
haría que el conocimiento de cualquier cosa fuera imposible para las criaturas finitas y falibles—y por lo
tanto se mostraría como algo sumamente irrazonable.
49
C. Gore, Belief in God (Nueva York: Penguin, 1939), pág. 12.
El Tipo De Evidencia En La Que Se Basa La Fe
El problema con la fe cristiana, por tanto, no puede ser que implique compromisos presuposicionales. Así
que pasamos a considerar una última categoría de incrédulos que critican la "fe" cristiana como irracional.
Estos críticos reconocen que los creyentes tienen evidencia y razonamiento que apoyan sus creencias, y
admiten que nadie—ni siquiera los escépticos religiosos—pueden proceder intelectualmente sin suposiciones
ni probar todo lo que creen por medio de consideraciones independientes. Lo que objetan, sin embargo, es
el tipo de evidencia a la que apelan los Cristianos y el tipo de presuposiciones en términos de las cuales
razonan. Para decirlo brevemente: se oponen a la idea de creer algo sobre la base de la autoridad personal
de Dios, en lugar de basarse en normas impersonales y universalmente aceptadas de observación, lógica,
utilidad, etc.
Los Cristianos pueden tener evidencia de su fe, pero es una evidencia completamente equivocada, dice el
incrédulo. Por ejemplo, en su libro titulado cándidamente Religión sin Revelación, Julian Huxley dice: "Creo
firmemente que el método científico, aunque lento y sin pretender nunca llevar a la verdad completa, es el
único método que a la larga dará bases satisfactorias para las creencias", y "con toda seguridad en la
actualidad no sabemos nada más allá de este mundo y de la experiencia natural"50. Para Huxley, la fe
cristiana no debe basarse en la autoridad revelada (puesto que todo el conocimiento metafísico está excluido
por decreto), sino en la autoridad de la ciencia natural.
Lo que Huxley muestra abiertamente aquí es su propio compromiso de fe con sus prejuicios contra el
cristianismo. Dicho esto, por un lado, que el método científico no puede dar la verdad completa, por otro
lado, cambió de opinión y, se basó en la autoridad del supuesto método científico, ¡Descartando por
completo el conocimiento de todo lo que se encuentre más allá del mundo natural! ¿Por qué Huxley excluye
el tipo de evidencia ofrecida por los Cristianos para su fe (revelación de Dios)? Por su propia fe y devoción
a las ciencias naturales.
En Dios y la Filosofía, Anthony Flew también expresa la misma crítica de los incrédulos hacia la fe Cristiana
por basarse en la autoridad. "No se puede permitir que una apelación a la autoridad sea definitiva y
fundamental. Porque lo que está en cuestión es precisamente el estatus y la autoridad de todas las
autoridades religiosas...... [Es] intrínsecamente imposible que la fe o la autoridad sirvan como credenciales
últimas de la revelación"51 La enseñanza de la Escritura no puede ser aceptada sobre la base de la autoridad
de Dios que habla en ella, dice Flew, porque es precisamente esa autoridad la que está siendo cuestionada
por el incrédulo"
Esto sólo puede significar, entonces, que Flew ha determinado de antemano que Dios no puede ser la
autoridad última. Para él, siempre debe haber algo independiente de Dios que sea más autoritativo y en
términos de lo cual la autoridad de Dios pueda ser aceptada. La autoridad de Dios tampoco puede ser
50
Julian Huxley, Religion without Revelation (Nueva York: Mentor, 1957), pp. 15, 17.
51
Antony Flew, God and Philosophy (Nueva York: Harcourt, Brace and World, 1966), pp. 159, 161.
ineludible y autoevidente, según Flew: "el filósofo que examina un concepto no es él mismo quien lo emplea
en ese momento, por mucho que lo desee y necesite hacerlo en otras ocasiones"52.
¿Flew realmente pretende que él mismo, como filósofo, se adhiere estricta y puramente a este prerrequisito
general—que no podemos examinar algo mientras lo empleamos simultáneamente? Esto simplemente no
es así, y Flew debería saberlo mejor. Aquellos que examinan y discuten sobre la lógica simultáneamente
emplean esa misma lógica en sus análisis. Aquellos que examinan y evalúan los poderes y la confiabilidad
del globo ocular simultáneamente usan sus globos oculares. Omitir y excluir automáticamente la posibilidad
de que los cristianos puedan examinar y discutir sobre la autoridad de la revelación de Dios mientras que
simultáneamente emplean (asumen, aplican) la autoridad de la revelación de Dios es poco más que un
prejuicio arbitrario por parte de Flew.
Dios no puede tener este tipo de autoridad final para Flew, sino sólo una autoridad que será autorizada
primero por el razonamiento del hombre. A la larga, Anthony Flew y otros incrédulos insisten en que el
hombre no debe ser reducido a someterse en una dependencia absoluta de su Creador como la autoridad
final. Pueden haber otras autoridades autoverificables reconocidas o consideradas como una posibilidad,
pero no Dios. Ellos tolerarán al Creador en su pensamiento sólo en los términos dictados por la criatura—
¡Notoriamente que Él nunca confronta a los hombres con la inexorabilidad racional y la autoridad última
de su Creador!
Como observa Van Til: «El hombre natural asume entonces que tiene el criterio final de la verdad dentro
de sí mismo. Toda forma de autoridad que se le presenta debe justificarse según las normas inherentes al
hombre, al margen de la autoridad que habla»54 En otro lugar había señalado que «Si debemos determinar
los fundamentos de la autoridad, ya no aceptamos la autoridad sobre la autoridad»55. Esto es sólo para decir
que a Dios no se le puede permitir ser y hablar como Dios por parte de los incrédulos—ser la autoridad
última y que se auto autentica así misma. Tal posición y privilegio será asignada por el incrédulo a otra cosa,
5252
Ibídem, p. 26
53
Parte del carácter autovalidante (autoautenticador) de esa revelación autoritativa es que sin ella, el razonamiento y la
ciencia y la ética se vuelven ininteligibles, filosóficamente hablando. La autoridad de Dios es necesaria para la autoridad
intelectual (subordinada) y la utilidad de esos mismos principios que los incrédulos proponen usar para probar la autoridad
de Dios. Nadie puede utilizar el razonamiento sin simultáneamente, aunque sea implícitamente y sin reconocerlo, emplear
la perspectiva de la revelación de Dios. Por lo tanto, las afirmaciones Cristianas sobre el carácter autoverificable de la
revelación de Dios no son meramente un testimonio subjetivo o más allá de la discusión o demostración racional.
54
Cornelius Van Til, The Defense of the Faith (Filadelfia: Presbyterian and Reformed, 1955), pp. 145.
55
Ibídem, pág. 49.
algo que es parte de la creación (como el razonamiento del hombre, su experiencia)56 y por lo tanto es
implícitamente tratado como un ídolo. "Ellos adoraban y servían a la criatura antes que al Creador"
(Romanos 1:25).
La conclusión, entonces, es que la crítica de la irracional "fe" del Cristiano no es otra cosa que expresar una
fe religiosa diferente—una fe que de una manera u otra adopta la autoridad última y la autosuficiencia de la
mente y el razonamiento del hombre. Esa es una "fe" irracional, dada la triste experiencia y la historia de la
humanidad—así como las tensiones racionales no resueltas dentro de la ciencia y la filosofía autónoma.
56
Nótese bien que la "razón" es aquí criticada como una autoridad o norma (que está por encima de Dios en juicio), pero no
como una herramienta o instrumento (que se usa bajo Dios para su gloria). Por supuesto, el incrédulo debe usar su
capacidad de razonamiento para escuchar, sopesar y (quizás) adoptar los reclamos de la palabra de Dios. Esto no significa
que la norma de control por la que utiliza su razonamiento deba ser la razón misma. (En tales discusiones, sería bueno
preguntarse exactamente qué se entiende por "razón".
33: El Problema Del Lenguaje Religioso
En los círculos filosóficos durante gran parte del siglo XX, dos temas que han dominado las discusiones en
la filosofía de la religión—y por lo tanto dos de las polémicas más populares contra la credibilidad intelectual
del compromiso Cristiano—se han centrado en el significado del discurso religioso.
El desafío planteado por muchos filósofos modernos ha sido que el discurso de este tipo no es realmente
significativo (en ningún sentido cognitivo), incluso si tiene la apariencia engañosa de serlo así. Por años y
años puede haber parecido que cuando los Cristianos usaban lenguaje sobre Dios y la salvación, era posible
darle sentido a lo que decían. No todos creían que lo que los Cristianos pronunciarían era cierto, por
supuesto, pero se pensaba que el discurso sobre Dios de los creyentes al menos hacía (o implicaba)
afirmaciones que tenían un significado racionalmente inteligible, y también espiritualmente intoxicante.
Pero no es así, según muchos filósofos de reciente aparición.
La magnitud de la acusación que se ha hecho contra la inteligibilidad del cristianismo debe ser apreciada
por los creyentes. Cuando los filósofos afirman que hablar de Dios no tiene sentido, están diciendo algo
mucho más fuerte y devastador que hablar de Dios es falso. Su crítica es que las expresiones religiosas ni
siquiera califican para ser falsas (o verdaderas) porque no equivalen a una conversación que tenga sentido
cognitivo—que tenga como objetivo transmitir información—en primer lugar. (Piénselo de esta manera: una
cosa es criticar a los Cachorros de Chicago por no haber ganado el banderín de 1991, y otra muy distinta
acusar a los Cachorros de que ni siquiera eran un equipo de béisbol para empezar).
Por lo tanto, el lenguaje religioso, según muchos, no tiene sentido. "Nevó en Dallas el verano pasado" es una
frase significativa, pero falsa. Hace una afirmación cognitivamente significativa que resulta ser un error.
Sin embargo, "Vera pasada dallies nevar" no hace ninguna afirmación inteligible en absoluto, sino que
simplemente no tiene sentido (en cualquier lectura ordinaria), y no transmite nada que pueda ser verdadero
o falso.
Muchos críticos del Cristianismo afirman que sus declaraciones, de manera similar, no están sujetas a ser
verdaderas o falsas. No hacen afirmaciones significativas sobre el mundo (o sobre el mundo de la
experiencia humana en todo caso). Por lo tanto, no tienen sentido cognitivo, de alguna de las siguientes
maneras.
La pronunciación de una exclamación como "¡Ay! no es verdadera ni falsa (no pretende que sea así), sino
que es meramente expresiva en la función lingüística. Muchos han sostenido que el lenguaje religioso debe
ser interpretado de la misma manera, como una charla emotiva en lugar de informativa.
Otros han ido más lejos. Para ellos, hablar de Dios no hace absolutamente ninguna diferencia práctica en
las observaciones de una persona o en sus operaciones en el mundo físico. Es decir, las afirmaciones de los
creyentes religiosos y las contrademandas de sus oponentes no tienen un valor en efectivo distinto y
contradictorio en el dominio público. Los creyentes y los incrédulos perciben y hacen las mismas cosas. En
consecuencia, sus respectivas interpretaciones o explicaciones de lo que perciben y hacen son tomadas como
algo sin sentido—una diferencia que "no hace ninguna diferencia". Discurso vacío.
Otros han ido aún más lejos. El discurso religioso es para ellos simplemente ininteligible, como galimatías
supersticiosas que no se puede traducir racionalmente. Cuando la gente habla de Dios, de la vida después
de la muerte, de los milagros o de la salvación, están participando en una especie de ritual lingüístico que
se aprende por imitación y se transmite sin comprensión cognitiva. Eso explica por qué los no iniciados—
los no creyentes—no pueden hacer que las expresiones religiosas "se pongan en su propio idioma", no se
"capta", no se sienten intelectualmente compelidos a afirmar lo que los creyentes dicen, y de hecho les
importa muy poco de todos modos. Es parloteo sin sentido.
(1) Verificacionismo
Como se indicó anteriormente, el significado del lenguaje religioso ha sido atacado en los círculos filosóficos
de dos maneras durante este siglo. Tenemos que mirar a cada uno de ellos. El primero puede ser designado
como el desafío "verificacionista" para el discurso religioso, y el segundo como el desafío "falsificacionista".
Ninguno de los dos ha tenido éxito.
En la primera parte de este siglo, una escuela de pensamiento conocida como positivismo lógico promovió
celosamente la ciencia empírica y desacreditó cualquier tipo de metafísica. Según los positivistas, cualquier
proposición podría ser probada en cuanto a su significado si se le aplicara el "principio de verificación".
El positivismo lógico reconocía dos tipos diferentes de oraciones significativas. Ciertas frases en un idioma
serán conocidas como verdaderas simplemente por medio de analizarlas lógica y lingüísticamente (por
ejemplo: "todos los solteros son solteros" puede ser verificado por referencia a las leyes de la lógica y las
definiciones semánticas). Sin embargo, tales verdades (llamadas "analíticas") carecen de información
significativa sobre el mundo de la experiencia o de la observación, y por lo tanto son triviales. Para que una
frase nos diga algo interesante o tenga un componente fáctico, su verdad debe ser verificable mirando más
allá de la lógica y el significado de las propias observaciones o experiencias en el mundo. Por lo tanto, una
oración significativa (no trivial) es significativa, según el verificador, sólo si puede ser confirmada
empíricamente; su verdad o falsedad marcaría una diferencia en nuestra experiencia del mundo. Las
oraciones significativas deben ser traducibles en términos de observación solamente (descripciones de la
experiencia inmediata) o en un procedimiento utilizado para confirmar la oración empíricamente.
El efecto de aplicar el principio de verificación, concluyeron los positivistas, sería el rechazo de todas las
alegaciones metafísicas (incluida la teología) y todas las alegaciones éticas por no tener sentido desde un
punto de vista científico. Puesto que el lenguaje religioso de los cristianos está lleno de términos que no se
toman de la observación (por ejemplo, Dios, omnipotencia, pecado, expiación) y afirmaciones para las cuales
no hay medios empíricos de confirmación (por ejemplo, Dios es trino, Jesús intercede por los santos), el
principio de verificación del positivismo lógico parecería descartar la significación de lo que decían los
Cristianos.
Sin embargo, resulta que el efecto de aplicar el principio de verificación de la significación fue muy diferente
de lo que los positivistas lógicos habían previsto y pretendido. El resultado de aplicar el criterio de
verificación de forma generalizada fue, de hecho, más que vergonzoso para los críticos del lenguaje religioso.
El positivista lógico—al igual que el Cristiano—tiene una visión particular del mundo, del hombre y de la
realidad como un todo. Y este punto de vista lleva al positivista lógico—igual que al Cristiano—a avalar y
seguir ciertas normas o reglas para la conducta y el razonamiento humano. Para el positivista lógico, no hay
realidad sobrenatural, y el hombre es simplemente un componente aleatorio más del mundo físico (aunque
asombrosamente—¡Casi de forma milagrosa!—complejo). Dada esta perspectiva, los hombres están
obligados a vivir y hablar de cierta manera. Hablar de personas, cosas o eventos que trascienden el mundo
físico debe ser prohibido; tal conversación ni siquiera debe ser considerada como significativa.
Por otro lado, el Cristiano—como hemos indicado—también tiene convicciones sobre la naturaleza de la
realidad (por ejemplo, Dios es un espíritu que creó el mundo) en términos de la cual los hombres están
obligados a vivir y hablar de cierta manera (por ejemplo, alabando a su Creador por todas las cosas, no
hablando como si hubiera algo más certero o autoritativo que Él, etc.).
Tanto el positivista lógico como el Cristiano tienen una cosmovisión, en pocas palabras. Ahora, ¿Es posible
que el principio de verificación pueda descalificar la significación de la cosmovisión Cristiana como
cosmovisión y no hacer el mismo daño a la cosmovisión positivista como cosmovisión también? No, en
absoluto. Tan estrictamente empírico como el positivista lógico quiera ser (apegado a los detalles
observacionales), incluso él no puede escapar usando nociones filosóficas o principios abstractos en su
razonamiento y teorización.
El componente clave en el desafío verificacionista al lenguaje religioso fue, naturalmente, el principio mismo
de la verificación. Esta norma o regla era crucial para la cosmovisión del positivista lógico. Por consiguiente,
el apologista cristiano debe preguntarse si el principio de verificación en sí mismo es (1) una verdad trivial
de lógica y semántica, o (2) una frase que puede ser confirmada empíricamente. Claramente, la respuesta
es no a ambas opciones—en cuyo caso, el desafío verificacionista al cristianismo se socava a sí mismo (si es
que socava algo).
Esta respuesta al principio de verificación, utilizado como arma contra el lenguaje religioso y la
inteligibilidad del cristianismo en particular, revela que el verificacionismo no era más que una
racionalización de los prejuicios religiosos. Y este prejuicio contra el discurso de Dios fue tan abiertamente
necio que se autodestruyó; descartó su propia significación en el proceso.
A pesar de toda su hostilidad intelectual hacia la religión y el cristianismo, el verificacionista era claramente
tan "religioso" en su devoción a sus presuposiciones subyacentes como lo era cualquier devoto del
Cristianismo.
Para el positivismo lógico, la práctica de las ciencias naturales, con sus impresionantes resultados, fue
perfectamente aceptable tal como es; su autoridad y supremacía se dieron por sentadas—de la misma
manera que el Cristiano da por sentada la autoridad suprema de la Biblia. Las ciencias naturales no llamaban
a una evaluación crítica y a una posible corrección o reforma, como tampoco el cristiano piensa que la Biblia
tiene errores que rectificar. En cambio, según el positivismo lógico, lo único que requería la ciencia natural
era tener su base empírica dilucidada—lo que el principio de verificación intentaba hacer. De la misma
manera, el cristiano simplemente siente que la Biblia necesita ser dilucidada y explicada, ya que su valor y
verdad deben ser obvios para cualquier oyente honesto.
El positivismo lógico era, irónicamente, muy parecido a una fe religiosa—una fe en la ciencia natural (que
podría llamarse "cientificismo"). Esto se hizo muy evidente cuando el intento positivista de dilucidar el
fundamento estrictamente empírico de las ciencias naturales se vio truncado por el carácter
autorrefutatorio del principio de verificación. Cuando la elucidación falló, el positivista lógico no renunció
en absoluto a su fe original en las ciencias naturales. Actuó como un "verdadero creyente". Se aferró a ese
compromiso con la ciencia, independientemente de sus problemas filosóficos.
Por supuesto, esta fe devota del positivista lógico en la ciencia natural no había sido adquirida a través de
la aplicación rigurosa de algo como el método científico. El compromiso con la máxima autoridad de las
ciencias naturales no estaba científicamente fundamentado. Fue un acto de fe personal.
La otra cosa vergonzosa de usar el principio de verificación para cuestionar el significado de cualquier
lenguaje sobre metafísica, teología o ética fue que el principio era simultáneamente demasiado estrecho ¡y,
sin embargo, demasiado amplio!
En primer lugar, era demasiado estrecho o restrictivo porque excluía las frases que cualquier hombre
razonable, incluso los positivistas, estarían dispuestos a hacer valer como significativas (como "Hay un
pasado", "Toda persona tiene una madre").
Además, el principio de verificación habría resultado en juzgar que el resultado deseado de la ciencia
natural— ¡El favorito de los positivistas lógicos!—no tiene sentido. Es característico de la ciencia natural
tratar de hacer afirmaciones universalmente cuantificadas (tales como "Todas las ballenas son mamíferos")
o de generalizar leyes de carácter igualmente universal (como "En todos los casos, el agua se expande al
congelarse"). Sin embargo, debido a su carácter universal, ninguna persona finita o grupo finito de
investigadores puede verificar plenamente tal afirmación. En ese caso, las generalizaciones científicas
caerían en el limbo del sinsentido.
También resultó imposible para los positivistas lógicos devotos reducir con éxito incluso las frases de
observación más simples completamente a informes de datos sensoriales. "Una manzana está sobre la
mesa" se convirtió en algo parecido a "Un conjunto de cualidades[a, b, c...] está en x;y;z[especificaciones
tridimensionales] en t[especificaciones temporales]". Incluso los famosos esfuerzos de Rudolf Carnap por
realizar este tipo de traducción reduccionista se vieron obstaculizados por el lenguaje de la lógica y las
matemáticas (por ejemplo, "sets") y el lenguaje sobre la ubicación (por ejemplo, "esta en"), que eran
expresiones indefinidas y extrañas que no expresaban los datos sensoriales.
Por lo tanto, el principio de verificación no resultó al final amistoso para quienes lo defendían, ya que excluía
expresiones y generalizaciones que hubieran querido conservar como significativas. Los positivistas lógicos
tienen una fe devota en las ciencias naturales y, sin embargo, su propio principio de verificación habría
dejado sin sentido el programa, los procedimientos y los resultados de las ciencias naturales. De manera
conspicua, el principio de verificación se volvió irrazonablemente restrictivo para el positivista.
Por otra parte, sin embargo, hubo un sentido en el que el principio de verificación resultó ser
vergonzosamente abierto, lo que permitió que demasiadas expresiones tuvieran el estatus privilegiado de
calificar como significativo. Esto lo hizo irrazonablemente inclusivo.
A. J. Ayer era quizás el positivista lógico más conocido en el mundo inglés. En la primera edición de su
famoso libro, Language, Truth and Logic, Ayer sostenía que una frase es significativa cuando, junto con
otras premisas, se puede deducir una declaración de observación que no podría haber sido derivada sólo de
las otras premisas57, lo que resultaba totalmente inútil. Con un poco de imaginación, un lógico podría usar
este criterio y mostrar que cualquier declaración puede pasar la prueba58—¡En cuyo caso el criterio de
verificabilidad de Ayer permite que todas las declaraciones cuenten como significativas!
Tener Fe
No sorprenderá al lector que Ayer haya intentado remediar esta situación revisando el criterio de
verificabilidad en la segunda edición de su famoso libro. Esta maniobra revela que Ayer no era un erudito
57
A. J. Ayer, Language, Truth and Logic (Nueva York: Dover Press, 2ª ed. 1952), pág. 39.
58
Cualquier afirmación de prueba, cualquiera que sea (T), puede combinarse con la premisa "Si T, entonces O" (donde O
representa una declaración de observación). Obsérvese que la premisa que se acaba de exponer no implica por sí misma
lógicamente la afirmación de observación (O); ni la afirmación de observación se desprende directamente de la afirmación
de prueba (T). Sin embargo, cuando se toma T con la premisa sugerida aquí, se puede deducir efectivamente la afirmación
de observación (O).
desinteresado, que buscaba de alguna manera neutral seguir la evidencia a donde sea que condujera. Él tuvo
una conclusión particular en mente desde el principio, deseando así dar forma y revisar sus principios
propugnados hasta que probaran (con suerte) lo que él quería originalmente. Los incrédulos no son muy
sutiles en cuanto a dejar que sus propios prejuicios religiosos o presuposiciones se manifiesten. ¡Ellos
también "Tienen fe"!
Ayer ahora permitía que las declaraciones fueran verificadas directa o indirectamente. Pero lo que es más
importante, prescribió además que las premisas que están unidas a cualquier declaración de prueba para
deducir una declaración de observación adicional deben incluir sólo declaraciones de observación, verdades
analíticas o declaraciones verificables de forma independiente59, lo cual no ayudó. En el enfoque revisado
de Ayer, un lógico inteligente puede mostrar que cualquier declaración de prueba o su negación es
verificable (directa o indirectamente)60—haciendo que todas las declaraciones vuelvan a ser significativas.
(2) Falsacionismo
La segunda forma en que los filósofos incrédulos han intentado criticar el significado del lenguaje religioso
en el siglo XX puede llamarse "falsacionismo". Los falsacionistas estaban dedicados a la autoridad de la
ciencia natural, al igual que los positivistas lógicos. Sin embargo, los falsacionistas estaban muy conscientes
del fracaso de los positivistas lógicos para formular de manera convincente, o para salvarse de la aplicación
fatal del principio de verificación del significado.
Sin embargo, querían proteger la posición honorífica de la ciencia natural y distinguirla claramente de las
formas de pensar de dudosa reputación, como la superstición, la magia, la metafísica y la religión. El
lenguaje de la religión (etc.), según el falsacionista, no pertenece al dominio de la "ciencia genuina".
La ciencia está ligada a una base empírica o compromiso de procedimiento que no caracteriza a la religión.
Tras el análisis, dijo el falsacionista, el discurso religioso de los creyentes no tenía sentido en última
instancia.
Para el falsacionista, lo que hace que la ciencia genuina sea "científica" es que las teorías que ésta afirmará
son en principio falsables por medio de métodos empíricos. Esta es una condición necesaria para un enfoque
verdaderamente científico de lo que los hombres racionales creerán. Por consiguiente, si alguna teoría o
59
Language, Truth and Logic (2ª ed.), p. 13.
60
Alonzo Church lo demostró de manera breve pero devastadora en su reseña de la segunda edición del libro de Ayer
(Journal of Symbolic Logic v. 14[1949], p. 53). Donde On representa una afirmación de observación, cualquier afirmación de
prueba, cualquiera que sea (T), puede ser combinada con cualquier afirmación de observación (O1) y la siguiente premisa
compleja: [(no O1 y O2) o (O3 y no-T). Cuando lo hacemos, no-T pasa la prueba de ser directamente verificable (por
silogismo disyuntivo), mientras que T puede unirse a la compleja premisa dada aquí para pasar la prueba de Ayer de ser
indirectamente verificable.
afirmación no es empíricamente falsable, este defecto por sí solo es suficiente para descartarla como no
significativa desde el punto de vista cognitivo. Una afirmación significativa en la ciencia debe ser, según el
falsacionista, objeto de refutación (en teoría). Esto no significa que las afirmaciones científicas deban ser
refutadas para ser "científicas" (¡Lo que haría que todas las afirmaciones científicas fueran falsas por
definición!),—sino que deben ser empíricamente refutables en alguna circunstancia concebible.
La gran ventaja de adoptar este enfoque, si se aboga por la supremacía de las ciencias naturales y sus
procedimientos, es que las generalizaciones a las que aspira el científico (por ejemplo, "todos los planetas
giran alrededor de un eje") no se descartan por carecer de sentido en virtud de que no son plenamente
verificables. Las generalizaciones de las ciencias naturales, incluso las que son verdaderas, siempre estarán
abiertas a refutación o falseamiento (por ejemplo, por si alguna vez encontramos un planeta que no gira
alrededor de un eje). El carácter incompleto de la inducción ya no es un ataque contra el significado o el
carácter científico de una generalización empírica sobre el mundo natural.
Quizás la crítica más conocida al lenguaje religioso en la segunda mitad del siglo XX vino de la pluma
ingeniosa del filósofo inglés Antony Flew, y atacó el significado del discurso religioso desde la perspectiva
del falsacionismo. Flew expuso su punto de vista mediante el ensayo de una parábola que una vez fue
contada por John Wisdom, y luego comentó sobre el defecto de las expresiones teológicas que la parábola
ilustraba:
Había una vez dos exploradores que se encontraron con un claro en la selva. En el claro crecían muchas flores
y muchas malas hierbas. Un explorador dice: "Algún jardinero debe ocuparse de esta parcela". El otro no está
de acuerdo: "No hay jardinero". Así que arman sus tiendas y ponen un reloj. Ningún jardinero es visto. Pero
quizás es un jardinero invisible. Así que instalaron una cerca de alambre de púas. Lo electrifican. Patrullan
con sabuesos…. Pero ningún grito sugiere que algún intruso haya recibido una descarga. Ningún movimiento
del alambre delata a un trepador invisible. Los sabuesos nunca dan un ladrido. Sin embargo, el Creyente
todavía no está convencido. Pero hay un jardinero, invisible, intangible, insensible a las descargas eléctricas,
un jardinero que no tiene olor y no hace ruido, un jardinero que viene en secreto a cuidar el jardín que ama.
El escéptico finalmente se desespera: "Pero ¿qué queda de su afirmación original? ¿En qué se diferencia lo
que ustedes llaman un jardinero invisible, intangible y eternamente escurridizo de un jardinero imaginario
o incluso de ningún jardinero en absoluto?61
Habiendo contado la historia, Flew continuó con su comentario con una fuerte crítica al lenguaje religioso:
Alguien puede disipar completamente su afirmación sin darse cuenta de que lo ha hecho. Una hipótesis fina
y temeraria puede entonces ser eliminada por centímetros, la muerte por mil calificaciones.
Porque si la expresión es en efecto una afirmación, equivaldrá necesariamente a una negación de la negación
de esa afirmación. Y cualquier cosa que cuente en contra de la afirmación, o que induzca al orador a retirarla
61
Ver Karl Popper, The Logic of Scientific Discovery (Londres: Hutchinson, University Library, 1959[original en alemán,
1935]).
y a admitir que ha sido errónea, debe formar parte (o del conjunto) del significado de la negación de esa
afirmación…. Y si no hay nada que una afirmación putativa niegue, entonces tampoco hay nada que la
afirme; y, por lo tanto, no es realmente una afirmación.62
Flew desconfiaba del discurso religioso porque se dio cuenta de que los creyentes tienden a aferrarse con
seguridad a sus convicciones, incluso cuando son conscientes de la aparente evidencia contraria a esas
creencias. Ellos califican y defienden, luego califican y defienden un poco más. Empieza a parecer que ellos
resguardan sus afirmaciones teológicas en contra de cualquier objeción o refutación. Pero si es así, eso haría
que las convicciones religiosas fuesen inmunes a la falsabilidad —y haría que el lenguaje religioso fuese
compatible con cualquier situación concebible en el mundo. Puesto que hablar de Dios no equivaldría a
negar nada, no habría nada intelectualmente en juego en las expresiones teológicas. Y, por lo tanto, al ser
no falsables, no equivaldrían a afirmaciones genuinas o significativas para empezar, señaló Flew. Este es el
problema con el lenguaje religioso.
Muchos escritores posteriores que han reflexionado sobre la crítica de Flew a la significación del discurso
religioso han observado de una manera u otra que él no distinguió adecuadamente entre una proposición
que resiste lógicamente la falsabilidad y la persona que cree que esa proposición se resiste psicológicamente
a su falsabilidad.
Una proposición o reivindicación lingüística que sea lógicamente compatible con todos los estados de cosas
puede, en efecto, ser considerada resistente a la falsabilidad; como bien observó Flew, en teoría, nada podría
entonces contradecir la proposición. Debería juzgarse que es vacua. Pero una persona puede resistirse a ser
persuadida de que su creencia ha sido falsada por pruebas que la contradicen, incluso cuando la proposición
que cree contradice (descarta) lógicamente ciertos estados de cosas. Debería ser juzgado simplemente por
ser tenaz.
Flew confundió una característica de la conducta humana (defender diligentemente las creencias de uno
mismo) con una característica conceptual de algunas expresiones lingüísticas (lógicamente sin necesidad
de defensa). Y al hacerlo, aparentemente no se dio cuenta de que su polémica contra el discurso "religioso"
era de hecho una polémica contra todo el discurso "comprometido"—las declaraciones y las respuestas
lingüísticas de personas que mantienen ciertas creencias de manera dogmática.
Si lo pensamos por un momento, es obvio que la gente puede tener y de hecho tiene fuertes convicciones
sobre una serie de cosas, no sólo sobre temas religiosos (entendidos en sentido estricto). A veces las
creencias sobre los acontecimientos históricos se proponen y defienden fervientemente (por ejemplo, que
Lee Harvey Oswald no actuó solo en el asesinato del presidente Kennedy). A veces se defienden celosamente
las creencias sobre cuestiones científicas (por ejemplo, que los implantes mamarios de silicona no causan
cáncer, etc.). Casi cualquier tipo de creencia puede ser sostenida tenazmente y defendida en gran medida—
62
Antony Flew, "Theology and Falsification," New Essays in Philosophical Theology, eds. Antony Flew & Alasdair MacIntyre
(Nueva York: Macmillan Co., 1964[1955]), págs. 96, 97, 98.
desde la mecánica automotriz hasta el honor de la familia. Parte de lo que significa decir que las personas
sostienen sus convicciones "fuertemente" es precisamente que se resisten a que esas convicciones sean
refutadas. ¿Significa eso que la condena debe ser no cognitiva?
Ahora bien, los científicos a menudo muestran empecinamiento intelectual con respecto a sus teorías sobre
el mundo natural. Pueden estar muy comprometidos con las conclusiones a las que han llegado y publicado.
Cuando la evidencia o el razonamiento se insta en contra de sus puntos de vista, defienden o califican esos
puntos de vista, y muchas veces "averiguan a fondo" contra las refutaciones63, lo cual no suele tomarse
como una señal de que sus teorías científicas deben estar vacías de cualquier afirmación significativa sobre
el mundo—por lo tanto, carecen de sentido cognitivo. Por lo general, sólo se toma como una indicación de
una creencia profundamente arraigada sobre la cual están fuertemente persuadidos (o al menos motivados
personalmente). El estado lógico de la creencia en cuestión no se ve afectado por la conducta personal del
individuo que la propone o defiende (es decir, el grado de su disposición a abandonar la creencia).
Dado que los científicos de las ciencias naturales—y cualquiera que tenga fuertes convicciones sobre
cualquier cosa—se comportan de la misma manera que los creyentes religiosos, entonces la crítica de Flew
a la significación cognitiva del lenguaje religioso tendría que aplicarse también, en justicia, al lenguaje de
las ciencias naturales. El discurso científico que se resiste a la refutación, como a menudo lo hace, se vería
relegado al estado de insignificancia cognitiva. ¡Eso no es lo que Flew pretendía lograr! De hecho, en
términos de cualquier tema, el único discurso "significativo", según la línea de pensamiento de Flew, sería
el discurso de aquellos que son tímidos, dudosos o inseguros de sí mismos—lo cual es seguramente una
evaluación irrazonable.
El comentario de Antony Flew sobre la parábola del jardinero invisible obtiene su persuasión del mito a
partir de que las creencias sostenidas por la gente son aceptadas o rechazadas en contra de la evidencia
empírica de una manera individualizada. Es decir, se piensa (erróneamente) que probamos
observacionalmente y evaluamos racionalmente sólo una creencia individual a la vez. Supuestamente, el
erudito dirigido científicamente toma una sola proposición como aislada de cualquier otra proposición que
afirme ser verdadera, y luego la compara con la evidencia empírica que está disponible (como si la relevancia
y la fuerza de dicha evidencia se establecieran de antemano de manera independiente e indiscutible).
Sin embargo, esto no es en absoluto una descripción exacta de la forma en que la gente llega a creer o pone
a prueba sus creencias contra la evidencia empírica. Además, desde un punto de vista conceptual, la idea de
un escrutinio individualizado de las creencias en busca de falsabilidades empíricas es totalmente artificial e
imposible.
Las creencias que las personas tienen siempre están conectadas con otras creencias por medio de relaciones
que pertenecen al significado lingüístico, al orden lógico, a la dependencia de la evidencia, a la explicación
causal, a las concepciones indizadas y autoconceptuales, etc. Afirmar "Veo una mariquita en la rosa" es
63
Cf. Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions, 2nd rev. ed. (Chicago: University of Chicago Press, 1970[1962]).
afirmar y asumir una serie de cosas simultáneamente—algunas bastante obvias (por ejemplo, sobre el uso
de palabras en inglés, la identidad personal, un evento perceptivo, categorías de bichos y flores, relaciones
físicas), otras más sutiles (por ejemplo...), sobre la competencia lingüística, entomológica y botánica de uno,
la normalidad de los ojos y el tronco cerebral, las teorías de la refracción de la luz, la gramática y la semántica
compartida, la realidad del mundo exterior, las leyes de la lógica, etc.).
La red de todas estas creencias juntas se encuentra con el tribunal de cualquier experiencia empírica.64
Cuando se detecta un conflicto entre esta red de creencias y la experiencia empírica, todo lo que sabemos
es que será necesario hacer algún tipo de ajuste en las propias creencias para restaurar el orden o la
coherencia. Pero no hay manera de determinar de antemano qué cambio específico elegirá una persona
para eliminar el conflicto dentro de su pensamiento.
Si Sam dice que vio una mariquita sobre la rosa, pero todos sus amigos dicen que no vieron ninguna
mariquita, ¿a cuál de sus creencias se rendirá? Hay un sinfín de posibilidades. Tal vez sus amigos no saben
la diferencia entre pulgones y mariquitas. Tal vez había una mancha en sus gafas. Tal vez la iluminación no
era la correcta. Tal vez no entienda el uso de la palabra inglesa "rose". Tal vez sus amigos estén drogados.
Tal vez estaban mirando una rosa diferente. Tal vez la mariquita voló rápidamente. Tal vez está soñando.
Tal vez nuestros sentidos nos engañan. Tal vez sólo los "puros de corazón" pueden ver mariquitas gentiles,
y sus amigos son perversos…. Existen muchas posibilidades para corregir suposiciones previas, que van
desde lo que parece razonable hasta lo que parece ser fanático o extremo. El punto es simplemente que es
ambiguo o poco claro lo que la contraevidencia de la afirmación de Sam resultará ser para falsar.
Recuerda la historia del psiquiatra que estaba tratando a un hombre que creía que estaba muerto. Aconsejar
al pobre hombre sobre su neurosis parecía no llegar a ninguna parte. Finalmente, un día el psiquiatra
decidió utilizar una prueba empírica para convencer al paciente de su error. Preguntó al hombre si los
hombres muertos sangran, a lo que el hombre dijo que no. En ese momento el psiquiatra le pinchó el dedo
con un alfiler y le dijo que mirara y viera: estaba sangrando, así que no podía estar muerto. A esto el paciente
respondió que, entonces, debe haber estado equivocado: ¡los muertos sangran después de todo! El
psiquiatra en esta broma pensó erróneamente que el dedo sangrante sería una prueba contraria que falsaría
una creencia particular del paciente (a saber, que estaba muerto), cuando en realidad era igualmente posible
que falsara una creencia relacionada (a saber, que los hombres muertos no sangran).
Dado que la experiencia empírica o la evidencia nunca falsan de manera decisiva ninguna creencia en
particular dentro de la red de convicciones de una persona, resulta que es posible (incluso si a otros les
parece irrazonable) que una persona pueda optar por tratar cualquiera de sus creencias—acerca de cualquier
cosa—como convicciones centrales relativas a las cuales cualquier otra creencia debería ser abandonada
primero al momento de la presentación de la contraevidencia. Esto es, dado el hecho de que toda una red
de creencias, en lugar de creencias individuales aisladas, cumplen con la prueba de evidencia observacional,
64
“Nuestras afirmaciones sobre el mundo externo se enfrentan al tribunal de la experiencia de los sentidos, no
individualmente, sino como una entidad corporativa.” Esto fue observado y discutido por Willard Van Orman Quine en
"Two Dogmas of Empiricism" (Dos Dogmas del Empirismo), From a Logical Point of View, 2ª edición. (Nueva York: Harper
Torchbooks, 1961), pág. 41.
entonces cualquier creencia puede ser tratada como no falsable. Esta es una característica de todas las
creencias. La falsabilidad no es inherentemente una característica de una creencia específica o una creencia
sobre un tema específico. Es tan cierto para las creencias "religiosas" (entendidas en sentido estricto) como
para las creencias sobre el mundo natural.
El falsacionista no puede relegar con éxito el lenguaje religioso a la desgracia del sinsentido, a menos que
sea a costa de relegar a todo el discurso a la misma desgracia. Aunque puede haber algo malo o fanático en
la manera particular en que un creyente protege sus convicciones de la refutación, ese hecho todavía no
impugna la significación de su lenguaje religioso. Es simplemente el lenguaje de una convicción fuerte y una
creencia firmemente arraigada—el lenguaje de la presuposición.
Cada pensador otorga un estatus preferencial a algunas de sus creencias y a las afirmaciones lingüísticas
que las expresan. Estas convicciones privilegiadas son "centrales" para su "red de creencias", siendo
tratadas como inmunes a la revisión—hasta que la red de convicciones en sí misma sea alterada.65 Estas
creencias centrales tienen un significado cognitivo (es decir, no son simplemente verdades estipuladas en
virtud de las definiciones y la lógica), y sin embargo se resisten a la falsación empírica en un grado u otro
(dependiendo de cuán fijas y centrales sean en el sistema).66 La realidad de la naturaleza y de la conducta
humana debe ser reconocida: nuestros pensamientos, razonamientos y conductas están regidos por
convicciones presuposicionales que son asuntos de profunda preocupación personal, que están lejos de ser
vacíos o triviales, y a los que pretendemos aferrarnos y defender intelectualmente "hasta el fin".
Por irreligioso que sea Anthony Flew como persona, él también tiene compromisos fundamentales a los que
"religiosamente" se adhiere. Intenta alinear su pensamiento y su vida con estas presuposiciones
personales—lo que significa que, ante lo que parece ser una evidencia contraria, calificará y defenderá el
lenguaje con el que expresa esas presuposiciones. ¡Él trata las expresiones acerca de ellos como algo que no
se puede falsar! Como lo señaló John Frame, "tanto Flew como el cristiano están en el mismo barco". Cada
uno tiene sus presuposiciones para las cuales cree que hay evidencia extensa, y cada uno haría cambios
extensivos dentro de sus respectivos sistemas de pensamiento para proteger esas presuposiciones—esos
compromisos del corazón y convicciones que gobiernan la vida—de la refutación.
Frame lo ilustra con una parodia ingeniosa que invierte el sentido de la famosa parábola de Flew:
Había una vez dos exploradores que se encontraron con un claro en la selva. Un hombre estaba allí, quitando
malas hierbas, aplicando fertilizante, podando ramas. El hombre se volvió hacia los exploradores y se
presentó como el jardinero real. Un explorador le dio la mano e intercambió cumplidos. El otro ignoró al
65
Esto no implica que la teoría del conocimiento sea, en última instancia, relativista o voluntarista. Señala la necesidad de
una argumentación trascendental en la apologética—mostrando cómo las presuposiciones del Cristiano proveen las
precondiciones de inteligibilidad (en la ciencia, la lógica, la ética, etc.) y haciendo una crítica interna de las filosofías de vida
que compiten entre sí para demostrar que ellas no las proveen.
66
Las presuposiciones no son el único factor en el desarrollo del propio sistema de creencias. Debido a diferentes
compromisos secundarios, influencias sociales, experiencias personales, criterios de racionalidad, habilidades intelectuales
(etc.), dos personas con presuposiciones compartidas pueden, sin embargo, generar diferentes "redes" de creencias.
jardinero y se dio la vuelta: "No puede haber jardinero en esta parte de la jungla," dijo; "esto debe ser un
truco." Acamparon. Todos los días el jardinero llega, atiende la parcela. Pronto la trama está repleta de flores
perfectamente organizadas. "Sólo lo hace porque estamos aquí—para engañarnos y hacernos creer que esto
es un jardín real." El jardinero los lleva a un palacio real, presenta a los exploradores a una veintena de
funcionarios que verifican el estado del jardinero. Entonces el escéptico intenta un último recurso: "Nuestros
sentidos nos engañan. No hay jardinero, ni flores, ni palacio, ni funcionarios. ¡Sigue siendo un engaño!"
Finalmente, el creyente se desespera: "Pero, ¿qué queda de su afirmación original? ¿En qué se diferencia este
espejismo, como usted lo llama, de un jardinero de verdad?"67.
Al igual que el desafío de los positivistas lógicos, el desafío falsacionista de Flew a la significación cognitiva
del lenguaje religioso fue un fracaso. Al intentar desacreditar la visión del mundo de la fe cristiana, él (como
los positivistas) terminó desacreditando el significado de todo el lenguaje, incluyendo el lenguaje de la
ciencia y el discurso sobre sus propias convicciones más preciadas. La autorrefutación es la más dolorosa
de todas.
Así que podemos concluir nuestra respuesta. La alegación de "problemas" con la significación del lenguaje
religioso que han planteado tanto los verificacionista como los falsacionistas en este siglo ha revelado, más
bien, los prejuicios religiosos y las inconsistencias de los críticos del Cristianismo.
67
John M. Frame, "Dios y el Lenguaje Bíblico," La Palabra Inerrante de Dios, Ed. J. W. Montgomery (Minneapolis: Bethany
Fellowship, 1974), p. 171.
34: El Problema De Los Milagros
La mayoría de las veces la mente moderna encuentra abominable la ocurrencia—o incluso la posibilidad—
de los milagros. Los milagros perturbarían nuestra visión simplista (e impersonalista) de la previsibilidad
y uniformidad del mundo que nos rodea. Los milagros indicarían que hay un reino de misterio inescrutable
para la (pretendida) autonomía de la mente del hombre. Los milagros testificarían de un Poder trascendente
y autoconsciente en el universo que los incrédulos encuentran desconcertante. Así que en lugar de examinar
si los milagros han ocurrido de hecho o tomar en serio sus informes y significado, es mejor, piensa el
incrédulo, descartar su posibilidad de antemano.
Así que oiremos a los críticos del Cristianismo decir cosas como: "¿Cómo puede alguien con un poco de
ciencia de colegio secundario creer que una virgen puede concebir un hijo, que un hombre puede caminar
sobre el agua, que una tormenta puede calmarse cuando se le ordena, que los ciegos o cojos pueden ser
curados instantáneamente, o que un cadáver muerto puede resucitar? ¡El mundo moderno sabe mejor que
nadie! Las afirmaciones milagrosas del cristianismo son prueba de su irracionalidad y carácter
supersticioso". Frente a tal ridiculización y desafío, los cristianos a veces se acobardan en silencio, cuando
en realidad debería ser el crítico quien debería estar intelectualmente avergonzado—avergonzado por su
ignorancia histórica, así como por los defectos lógicos de su pensamiento.
Calumniando El Pasado
Usted notará en el hipotético desafío a la credibilidad del Cristianismo que se expresa anteriormente (con
la intención de ser representativo de la mentalidad negativa actual y de los comentarios de los incrédulos
con los que nos encontramos), hay una suposición incuestionable y arrogante de que una mentalidad crítica
sobre los milagros es propiedad exclusiva del "mundo moderno". El filósofo David Hume comentó
sarcásticamente que constituye una fuerte presunción contra todas las relaciones sobrenaturales y
milagrosas que se observa que abundan principalmente entre las naciones ignorantes y bárbaras; o si un
pueblo civilizado alguna vez ha admitido a alguno de ellos, se descubrirá que el pueblo los ha recibido de
antepasados ignorantes y bárbaros....68.
Una y otra vez encontrarás a no cristianos que simplemente dan por sentado que la gente en el mundo
antiguo creía que los milagros ocurrían, para ser francos, porque: (a) Ellos eran demasiado estúpidos
científicamente para saber mejor, (b) Ellos eran incautos e ingenuos, y/o (c) Ellos estaban fascinados y
ansiosos de encontrar cualquier lugar donde pudieran encontrar rastros de magia en su experiencia.
Por supuesto, en esos tres aspectos deberíamos preguntarnos si el mundo moderno iluminado tiene
realmente algún motivo de orgullo. Hoy en día no es ni siquiera muy difícil localizar a personas
científicamente estúpidas, incluso a graduados universitarios. Obsérvelos tratar de "arreglar" las cosas con
un martillo, lidiar con una cucaracha indeseada o racionalizar su hábito de fumar; escuche sus remedios
caseros para la resaca. ¡Y en cuanto a la ingenuidad y la magia! En nuestro mundo "moderno" tan
68
David Hume, "Of Miracles" en An Inquiry Concerning Human Understanding, ed. Charles W. Hendel (Indianápolis: Boobs-
Merrill Co.,[1748] 1955), pág. 126
inteligente, ¿has oído hablar alguna vez de los planes de inversión para hacerse rico rápidamente, las modas
de las dietas, la fiebre de la lotería o la maravilla de los cristales (o las pirámides, etc.)?
O escuchar a todos los artistas respetados en los programas de entrevistas de televisión que cuentan a un
público numeroso y atento sobre sus "vidas anteriores", o sobre el poder curativo de la meditación, o sobre
el "karma social" y la "madre tierra", o sobre el "rostro humano" de la tiranía comunista en nuestro siglo,
etcétera, etcétera. Estas no son evidencias de una mente crítica o de una racionalidad superior.
Las personas que piensan con claridad deben tener cuidado con las generalizaciones negligentes y egoístas
acerca de, o las comparaciones entre, una edad (o cultura) y otra.
Más aún, deben abstenerse de manifestar el tipo de ignorancia histórica que cree que la gente que vivió
antes de nuestra era moderna e iluminada nunca tuvo una mentalidad crítica o fue fácilmente engañada (o
más fácilmente de lo que nosotros tendríamos) para aceptar cuentos sobre los milagros. Después de todo,
¿cuál es la fuente de la expresión que todavía se usa ocasionalmente en nuestros días "él es sólo un Tomás
incrédulo"? ¿Recuerdan a Tomás, llamado Dídimo (el “Gemelo”), del evangelio del relato de Juan sobre la
resurrección de Cristo (Juan 20:24-29)? A lo largo de la historia subsiguiente ha llegado a llamarse "Tomás
el Dudoso" sólo por su mentalidad escéptica respecto a uno de los milagros más grandes de la Biblia. Tomás
no aceptaría fácilmente el testimonio de los otros apóstoles de que habían visto al Salvador resucitado.
Y no estaba solo en ese espíritu de incredulidad. Incluso aquellos que se encontraron personalmente con
Cristo después de que Él resucitó de entre los muertos no estaban esperando o saltando con entusiasmo la
oportunidad de creer que había ocurrido una maravilla. Dos discípulos en el Camino a Emaús (Lucas 24:13-
31) así como María Magdalena (Juan 20:1, 11-16) estaban tan reacios a creer tal milagro que ni siquiera
reconocieron a Jesús cuando lo vieron. (La psicología Gestalt nos ayuda a entender ese tipo de experiencia
que todos hemos tenido al "ver" a alguien que conocemos, pero sin reconocerlo "fuera de contexto" o en un
entorno inesperado). Mateo relata que aun en la presencia del Señor resucitado y sabiendo quién se suponía
que era, "algunos dudaron" (Mateo 28:17).
Cuando el evangelio del Salvador resucitado fue llevado al mundo antiguo, hubo entonces—incluso ahora—
un antagonismo general a la credibilidad de tales afirmaciones. Pablo proclamó la resurrección de Cristo
ante el Concilio de Areópago en Atenas, pero el poeta griego Esquilo muchos años antes había relatado, en
la historia misma de la fundación del Areópago, que allí fue donde se declaró que, una vez que un hombre
ha muerto, "no hay resurrección". El mundo antiguo conocía su parte de escepticismo y de denuncia de
milagros. Lucas escribe que cuando el discurso de Pablo al Areópago lo llevó a la afirmación de la
resurrección de Cristo, su audiencia difícilmente pudo ser caracterizada por una ingenuidad general y una
predisposición a afirmar el milagro. En vez de eso: "cuando oyeron de la resurrección de los muertos,
algunos se burlaron", y otros más educadamente aplazaron a Pablo para otro momento (Hechos 17:32). El
ridículo de los milagros no comenzó en el mundo moderno de la ciencia iluminada.
Al igual que nuestra propia cultura de hoy, el mundo antiguo era una mezcla intelectual. Al igual que
nosotros, tenía su parte de gente supersticiosa y mística; al igual que nosotros, tenía gente cuyo pensamiento
era ignorante, mal informado, perezoso, necio, ilógico y absurdo. Pero también como en nuestra época, el
mundo antiguo tenía mucha gente escéptica y cínica. (¡De hecho, esos eran incluso los nombres de dos
escuelas prominentes de la filosofía griega antigua en el período del Nuevo Testamento! Mucha gente en el
mundo antiguo tenía una mentalidad crítica sobre los informes de maravillas naturales y poderes mágicos.
Muchos no sólo dudaban de las afirmaciones de milagros y las encontraban increíbles, sino que incluso
excluían la posibilidad misma de que tales cosas pudieran ocurrir.
Esto fue tan así que notarán que el apóstol Pedro sintió la necesidad de hacer esta declaración en su segunda
epístola general: "Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo
siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad" (2 Pedro
1:16). Pedro sabía que sería fácil para la gente "descartar" las afirmaciones de los cristianos como si fuesen
meras habladurías y cuentos; sabía que la gente de su propia generación había desestimado la proclamación
de la iglesia acerca de Jesús porque no creerían tales afirmaciones con respecto a los milagros. Lejos de ser
estúpidos y crédulos, los contemporáneos de Pedro tenían que estar seguros de que los relatos apostólicos
de Jesús no eran fábulas artificiosas, sino la verdad de los testigos.
Era importante para el testimonio cristiano en medio de una cultura incrédula que los seguidores de Jesús
tuvieran la reputación de no "prestar atención a fábulas" (1 Timoteo 1:4) o de entretener "fábulas de viejas"
(1 Timoteo 4:7)—es decir, relatos ficticios que son lo opuesto a la "verdad" del cristianismo (2 Timoteo 4:4).
El mundo hostil de los hombres no regenerados descartaría con mucho gusto las afirmaciones de la
narrativa evangélica como de la misma naturaleza mítica—fabulosa, poco fiable, exagerada.
El punto aquí, muy simplemente, es que los críticos contemporáneos de la fe cristiana que automáticamente
descartan y ridiculizan las afirmaciones de milagros de la Biblia debido a la supuesta ignorancia
generalizada y la ingenuidad del mundo antiguo, sólo se avergüenzan a sí mismos por sus propios prejuicios
ignominiosos y por sus generalizaciones injustificadas. Al igual que hoy, los defensores de la fe en el mundo
antiguo se encontraron con una oposición y una negatividad significativas sobre la supuesta ocurrencia de
milagros—hostilidad que va desde repudios filosóficos sofisticados hasta burlas a nivel visceral. Si la gente
que vivía en aquellos días llegó a creer que Jesús nació de una virgen, caminó sobre el agua, sanó a los
enfermos y resucitó de entre los muertos, no fue porque fueran categóricamente unos tontos de mente débil
e ignorantes, dispuestos a creer en todas y cada una de las fábulas que se les presentaron.
El incrédulo que rechaza de antemano el relato bíblico de los milagros no sólo debería avergonzarse de su
arrogante calumnia contra la supuesta ignorancia y ingenuidad del mundo antiguo, sino que también
debería avergonzarse por el carácter lógicamente falaz de su "razonamiento". Considere de nuevo nuestra
afirmación anterior de un hipotético no creyente, resumiendo los comentarios reales que escuchamos de
los no cristianos: "¿Cómo puede alguien con un poco de ciencia en la escuela secundaria creer que una
virgen puede concebir un hijo, que un hombre puede caminar sobre el agua, que una tormenta puede
calmarse cuando se le ordena, que un ciego o un cojo puede ser curado instantáneamente, o que un cadáver
puede resucitar? ¡El mundo moderno sabe mejor que nadie! Las afirmaciones milagrosas del cristianismo
son prueba de su irracionalidad y carácter supersticioso".
Los incrédulos que hablan de esta manera generalmente no son conscientes del carácter fatuo y falaz de lo
que están diciendo y sugiriendo. Con frecuencia creen que están considerando los milagros de la Biblia como
evidencia independiente de que la cosmovisión cristiana es racionalmente inaceptable. Su razonamiento es
algo así: ya sabemos que los milagros no ocurren ("Cómo podría alguien creer..."), y puesto que el
cristianismo afirma que tales cosas imposibles ocurrieron (por ejemplo, el nacimiento virginal, la
resurrección), podemos sacar la conclusión de que el cristianismo debe ser falso. Pero esa conclusión no se
"extrae" tanto como se da por sentada desde el principio. La negación de la posibilidad misma de los
milagros no es una pieza de evidencia para rechazar la cosmovisión cristiana, sino simplemente una
manifestación específica de ese mismo rechazo.
Sólo si la cosmovisión Cristiana es falsa, la posibilidad de milagros puede ser excluida de manera
convincente. Según el relato de la Escritura, Dios es el Creador trascendente y todopoderoso del cielo y de
la tierra. Todo le debe su existencia y carácter a Su poder creativo y definición (Génesis 1; Neh. 9:6;
Colosenses 1:16-17). Él hace las cosas como son y determina que funcionen como lo hacen. "Su
entendimiento es infinito" (Salmo 147:5). Además, Dios gobierna soberanamente cada evento que sucede,
determinando qué, cuándo, dónde y cómo ocurre cualquier cosa—desde el movimiento de los planetas hasta
los decretos de los reyes y los cabellos de nuestras cabezas (Efesios 1:11). Según la Biblia, Él es omnipotente
y tiene el control total del universo. Isaías 40 celebra en famosa fraseología la creación, delineación,
dirección, providencia y poder de Jehová (vv. 12, 22-28). Él tiene la libertad y el control sobre el orden
creado que el alfarero tiene sobre el barro (Ro. 9:21). Como afirma el salmista, "Nuestro Dios está en los
cielos; ha hecho todo lo que ha querido" (Salmo 115:3).
Fe Vs. Fe
De forma muy sencilla, según el testimonio bíblico: "el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina" (Apoc.
19:6). Por lo tanto, en términos de la cosmovisión Cristiana, no hay nada "demasiado difícil" que Dios no
pueda hacer de acuerdo con Su propia y santa voluntad (Génesis 18:14). Por lo que Él es, "con Dios todo es
posible" (Mat. 19:26; cf. Marcos 14:36). Nada puede detener su mano ni impedir que cumpla lo que desea.
Ahora bien, si este Dios representado en las páginas de la Biblia realmente existe, entonces sería absurdo
tratar de descartar la posibilidad de milagros. Dios podía hacer cualquier cosa—desde separar el Mar Rojo
hasta resucitar a los muertos. Es importante tener esto en mente cuando nos encontremos con incrédulos
que rechazan con confianza el Cristianismo y ridiculizan su credibilidad sobre la base de sus fantásticas
afirmaciones sobre los milagros que han tenido lugar en la historia. Declarar de antemano que los milagros
narrados en la Biblia no ocurrieron porque tales milagros no pudieron ocurrir, y que "por lo tanto" el
cristianismo es falso, es simplemente "apelar a una petición de principio" que separa a los creyentes de los
no creyentes. Es dar por sentado lo que el incrédulo necesita probar—que la cosmovisión cristiana no es
verdadera.
Así que, dado el ridículo común de los incrédulos acerca de la incredulidad de los milagros, el supuesto
problema con tales eventos se reduce a nada más que los prejuicios personales de los incrédulos que se
disfrazan de "racionalidad moderna". El incrédulo que, de manera descarada y retórica, pregunta "mostrar
cómo alguien con una educación moderna puede creer en los milagros", repudiando así la respetabilidad
intelectual del Cristianismo, no ha afirmado más que esto, según el análisis: "A menos que la cosmovisión
Cristiana sea verdadera, la presencia de afirmaciones de milagros en la Biblia es evidencia de que la
cosmovisión cristiana no es verdadera." Eso es muy trivial.
Lo que usualmente encontramos, entonces, es que los incrédulos que rechazan los relatos de los milagros
en la Biblia están simplemente dando expresión a sus propios prejuicios filosóficos—su compromiso
presuposicional a una comprensión únicamente naturalista del mundo en el que vivimos. Este previo
compromiso filosófico hostil no se ha demostrado que sea verdadero, sino que simplemente se da por
sentado de manera acrítica.
La naturaleza presuposicional de la disputa sobre los milagros se vuelve muy clara una vez que nos
detenemos y analizamos lo que queremos decir al hablar de un "milagro".
El Concepto De Lo "Milagroso".
La palabra "milagro" no aparece en el texto de la Escritura. Los acontecimientos registrados en la Biblia que
nos inclinaríamos a calificar de "milagros" se llaman más bien en el Antiguo y Nuevo Testamento "señales",
"prodigios", "obras/actos[de Dios]", "lo que es maravilloso, asombroso", "presagios" o "poderes". Las
palabras bíblicas, por lo tanto, ponen énfasis en una o más de estas características:
1. El carácter asombroso y extraordinario de los acontecimientos que se describen (llenos de asombro, que
evocan asombro),
2. La dificultad de estos eventos que exceden la habilidad humana normal (llena de poder, un acto de fuerza
divina), y/o
3. El propósito de tales eventos que apuntan más allá de sí mismos a alguna lección teológica especial o
verdad (signos, presagios).
Lo que es interesante para nuestros propósitos es que, aunque lo insinuemos, estas características no
equivalen en sí mismas al concepto completo de un milagro, tal como se discute en los círculos religiosos y
filosóficos. El énfasis connotativo de las palabras bíblicas es algo diferente (aunque no contrario) a lo que
se acentúa en la palabra moderna inglesa "miracle".
Hay acontecimientos que van claramente más allá de la fuerza o capacidad humana ordinaria (cf. 2); sin
embargo, tampoco se les llamaría verdaderamente "milagros" (aparte de la expresión retórica, una vez
más). Un huracán es mucho más fuerte que un hombre, y ningún hombre tiene la capacidad de generar o
frustrar un huracán. Pero los huracanes no son eventos milagrosos en sí mismos. De hecho, hay algunos
meteorólogos que pueden explicar en detalle los factores naturales que provocan los huracanes, pueden dar
cuenta de cómo operan y se disipan, e incluso pueden hacer un trabajo razonablemente preciso para
predecir cuándo ocurrirán y qué curso tomarán. Pero ningún meteorólogo puede dar un relato causal de
Jesús calmando la furiosa tormenta en el mar con una simple orden verbal.
Debemos observar, también, que los seres humanos están expuestos a cosas y eventos naturales—como la
belleza del mar o la grandeza de las estrellas—que apuntan más allá de sí mismos hacia la maravilla teológica
y la gloria de Dios el Creador, según el Salmo 19 y Romanos 1. Sin embargo, en nuestro discurso ordinario
no hablamos de que el mar o los planetas en órbita sean "milagros". Son signos, incluso signos que nos
dejan con una sensación de asombro. Pero también son bastante "naturales". No es como convertir el agua
en vino o resucitar a los muertos.
Lo que llamamos "milagros" son más que acontecimientos asombrosos, más que acontecimientos
poderosos, más que lecciones teológicas parabólicas. Lo que distingue al acontecimiento "milagroso" de
todas estas otras grandes cosas que suceden es su carácter específicamente sobrenatural. El milagro es un
acontecimiento extraordinario e inspirador que en su carácter (o a veces en su momento) no puede ser
explicado por principios naturales conocidos o controlado por meros seres humanos. Esa es su cualidad
sobrenatural.
A veces se piensa que los milagros son sobrenaturales porque equivalen a intrusiones divinas en las
operaciones ordinarias y predecibles de un dominio de la "naturaleza" que de otro modo serían "cerrados"
y se autoperpetuarían. Las metáforas mecánicas se usan a menudo para dar una imagen de este orden
natural, por ejemplo, la metáfora de un reloj bien diseñado que Dios inventó, dio cuerda, del que se apartó,
y que ahora funciona por sí solo—excepto en aquellas raras ocasiones en las que el relojero interfiere en la
forma en que Él pretendía que funcionara el reloj.
La forma más filosóficamente sofisticada de describir esta situación es hablar de la " ley natural". Los
acontecimientos que ocurren en el universo, ya sean monumentales o minúsculos, se consideran inevitables
y predecibles según los factores causales que, en teoría, pueden describirse en principios sistemáticos y
similares a los de la ley. Muchos filósofos griegos antiguos (por ejemplo, Heráclito, los estoicos) concibieron
un eterno e impersonal "logos" o "razón" que gobierna o fluye a través del reino de la materia, organizando
así todo movimiento o actividad en un orden racional.
La versión religiosa de esta noción de que existen "leyes de la naturaleza" postula a un Dios personal como
el origen del mundo material y de los principios causales por los cuales opera, pero este Dios (y el ejercicio
libre o arbitrario de Su voluntad todopoderosa) está sin embargo "separado" de los funcionamientos
ordinarios y continuos del mundo que Él hizo. Dios ha escogido no gobernar directamente cada detalle en
el mundo creado en cada momento, y así la "naturaleza" tiene leyes inherentes que determinan cómo son
las cosas y cómo suceden. Las variaciones en esta concepción del mundo de Dios como gobernado por leyes
naturales impersonales se encuentran en una amplia gama de profesiones cristianas, desde el Deísmo al
Tomismo (catolicismo romano) y al Arminianismo evangélico.
Dios creó en persona y ahora dirige personalmente todos los asuntos del mundo. Así, pues, el sustento de
toda la vida animal y la renovación de las plantas en este mundo es obra del Espíritu de Dios (Isa. 63:14;
Sal. 104: 29-30); el Espíritu de Jehová está íntimamente involucrado en los procesos del mundo creado,
desde el marchitamiento de las flores hasta el arrastre de los arroyos (Isa. 40:7; 59:19). La voluntad
decretada de Dios gobierna todas las cosas que suceden, desde el cambio de las estaciones (Génesis 8:22)
hasta los cabellos de nuestra cabeza (Mateo 10:30). Aun los eventos aparentemente fortuitos en esta vida
son planeados y llevados a cabo por Su voluntad soberana (Prov. 16:33; 1 Reyes 22:28, 34). Pablo declara
que Dios "todo lo hace según el consejo de Su voluntad" (Ef. 1,11). Es decir, Él hace que todo lo que sucede
suceda. No existe ningún dominio semiautónomo y automático de la "naturaleza" cuyas leyes impersonales
son ocasionalmente "violadas" por el Dios que se revela en las páginas de la Biblia. Nada es independiente
de Él y de Su voluntad soberana, inmanente y personal.
Otro concepto erróneo de la cualidad sobrenatural de los acontecimientos milagrosos sostiene que, mientras
que Dios planea y causa todo lo que sucede en el mundo, a veces Él lleva a cabo Sus elecciones por medio
de un poder más "directo" o "inmediato", en lugar de que lo haga a través de los medios ordinarios de Su
providencia, que actúa en forma personal en el mundo natural. Como ejemplo de la diferencia, podríamos
pensar en la manera en que Dios usualmente ejerce Su providencia para llevar pan al mundo—cultivar y
cosechar el trigo con el paso del tiempo, trabajar en la cocina con una receta, hornear la masa, sacarla del
horno, etc. En cambio, se piensa que Dios puede producir "milagrosamente" el mismo efecto, pero sin
utilizar los medios normales dentro del mundo creado. Él puede "inmediatamente" traer panes a la
existencia, como hizo Jesús con la multiplicación de cinco panes para alimentar a cinco mil personas (Mat.
14:19-21). Un milagro viene, pues, a ser visto como una "extraordinaria providencia", un acontecimiento
insólito producido por el poder "inmediato" de Dios.
Esta generalización no está clara. ¿Por qué no se dice que la cocción del pan es realizada por el poder
"inmediato" de Dios? Porque utiliza los medios de calor producidos por la quema de madera. Entonces, ¿por
qué no se dice que la quema de madera (o las interacciones químicas involucradas, etc.) es realizada por el
poder "inmediato" de Dios? Parece que los ejercicios mediatos e inmediatos de la voluntad de Dios sólo se
distinguen relativamente (o subjetivamente) por la forma en que elegimos ver el proceso involucrado. La
generalización que estamos considerando es también precipitada y falaz. No todos los "milagros" bíblicos
pueden clasificarse fácilmente como actos "inmediatos" del poder de Dios. La separación del Mar Rojo para
el escape de los hebreos de Egipto fue una de las maravillas más grandes y recordadas del Antiguo
Testamento. Sin embargo, el Éxodo nos dice que Dios lo logró por medio del fenómeno natural de un fuerte
viento del este. Un día Jesús sanó a un ciego a través de los medios naturales de aplicar barro (saliva y
suciedad) a sus ojos. Cuando Jesús calmó la tormenta en el lago, utilizó los medios naturales de su voz
humana para reprender las olas. La noción de que un milagro es sobrenatural porque es un acto "directo"
de Dios que interviene en el funcionamiento ordinario del mundo crea más dolores de cabeza conceptuales
de los que resuelve.
En el día del juicio habrá personas que han hecho obras poderosas, aun echando fuera demonios, que no
tendrán la aprobación o aceptación de Dios (Mat. 7, 22-23). Cuando Moisés hizo milagros por el poder de
Dios ante el Faraón, la Escritura nos dice que los hechiceros de la corte fueron capaces de replicar algunos
de ellos, obviamente por el malvado poder de Satanás (por ejemplo, Ex. 7:11-12). Los falsos profetas
(Deuteronomio 13:1-2) y los falsos mesías (Mateo 24:24) son reconocidos en la palabra de Dios como los
que tienen el poder de hacer milagros. Un líder bestial en Apocalipsis 13:13-15 le ha atribuido la realización
de grandes milagros, como hacer descender fuego del cielo y hacer hablar a una estatua. ¿Por qué los
hombres malvados realizan tales hechos milagrosos? Para engañar a los hombres y conducirlos al error
teológico, para atraerlos a la mentira (Deuteronomio 13:2; Apocalipsis 13:14). Por consiguiente, la Biblia
puede describir estos milagros malvados como "prodigios mentirosos" (2 Tesalonicenses 2:9) porque son
eventos asombrosos que mienten acerca de Dios y engañan a Su pueblo—no (como algunos intérpretes
hacen ilegítimamente con el texto) porque son "pseudo" milagros (falsos, ficticios e ilusorios). Son
verdaderas maravillas que desvían a la gente de la verdad.
Y así, el "poder sobrenatural" detrás de la realización de un milagro puede ser el Dios vivo y verdadero a
quien la gente debe adorar y obedecer, pero también puede ser el Príncipe de las Tinieblas, el Diablo, que
desea engañar a los hombres y conducirlos hacia el error de la condenación de sus almas. (Por supuesto,
como nos enseña el libro de Job, incluso las obras de Satanás tienen lugar bajo la dirección soberana de
Dios. Satanás no posee un poder genuinamente autónomo en el universo.
Apéndice: El Encuentro De Jerusalén Con Atenas
Este capítulo fue publicado por primera vez en el Boletín Teológico de Ashland XIII:1 (primavera de 1980).
¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué concordancia hay entre la Academia y la Iglesia? Nuestras
instrucciones vienen del "pórtico de Salomón”…. ¡Lejos de todos los intentos de producir un cristianismo
manchado de composición estoica, platónica y dialéctica! !No queremos ninguna disputa extraña después
de poseer a Cristo Jesús...!
Así dijo Tertuliano en su Prescripción contra los Herejes (VII). La pregunta de Tertuliano, ¿qué tiene que
ver Atenas con Jerusalén? expresa dramáticamente uno de los temas perennes del pensamiento cristiano—
un problema al que no puede escapar ningún intérprete, teólogo o apologista bíblico. Todos operamos sobre
la base de alguna respuesta a esa pregunta, ya sea que le demos o no una atención explícita y reflexiva. No
se trata de que si responderemos a la pregunta, sino sólo de cuán bien lo haremos.
¿Qué dice la pregunta de Tertuliano? Se investiga la relación adecuada entre Atenas, el principal ejemplo
de aprendizaje secular, y Jerusalén, el símbolo del compromiso y el pensamiento cristiano. ¿Cómo se
relaciona el anuncio de la Iglesia con la enseñanza de la Academia filosófica? De una manera u otra, esta
pregunta ha estado constantemente ante la mente de la iglesia. ¿Cómo deben interactuar la fe y la filosofía?
¿Quién tiene autoridad de control sobre el otro? ¿Cómo debe responder el creyente a los supuestos conflictos
entre la verdad revelada y la instrucción extrabíblica (en la historia, la ciencia o lo que sea)? ¿Cuál es la
relación adecuada entre razón y revelación, entre opinión secular y fe, entre lo que se enseña fuera de la
iglesia y lo que se predica dentro?
Este asunto es particularmente serio para el apologista cristiano. Cuando un creyente ofrece una defensa
razonada de la esperanza cristiana que está dentro de él (en obediencia a 1 Pedro 3:15), la mayoría de las
veces se expone ante una perspectiva conflictiva. Al evangelizar a los incrédulos en nuestra cultura, rara vez
se aferran a la autoridad de la Biblia y se someten a ella desde el principio. La razón por la cual la mayoría
de nuestros amigos y vecinos necesitan un testimonio evangelístico es que tienen una perspectiva diferente
de la vida, una filosofía diferente, una autoridad diferente para su pensamiento. Entonces, ¿cómo responde
el apologista a los puntos de vista contradictorios y a las fuentes de verdad a las que se adhieren aquellos
de los que él testifica? ¿Qué debería pensar él con respecto a la relación que "Atenas" tiene con "Jerusalén"
precisamente aquí?
Los Cristianos han estado en desacuerdo por mucho tiempo sobre la estrategia apropiada que un creyente
debe asumir frente a opiniones de incredulidad o de erudición. Algunos renuncian completamente al
aprendizaje extrabíblico ("Jerusalén contra Atenas"). Otros rechazan la enseñanza bíblica cuando entra en
conflicto con el pensamiento secular ("Atenas contra Jerusalén"). Algunos tratan de apaciguar a ambas
partes, diciendo que la Biblia y la razón tienen sus propios dominios separados ("Jerusalén segregada de
Atenas"). Otros intentan mezclar las dos, sosteniendo que podemos encontrar elementos aislados de verdad
de apoyo en el aprendizaje extrabíblico ("Jerusalén integrada con Atenas"). Otros sostienen que el
razonamiento extrabíblico sólo puede proceder correctamente sobre la base de la verdad bíblica ("Jerusalén,
la capital de Atenas").
El Ejemplo Bíblico
Ahora resulta que la Biblia no nos ha dejado en las tinieblas para responder a la importante pregunta de
Tertuliano. El relato de Lucas de la iglesia primitiva, Los Hechos de los Apóstoles, ofrece un encuentro
clásico entre el compromiso bíblico y el pensamiento secular. Y, con razón, este encuentro tiene lugar entre
un magnífico representante de "Jerusalén" —el apóstol Pablo—y los intelectuales de Atenas. El encuentro
ejemplar entre los dos se presenta en Hechos 17.
A lo largo del libro de Hechos Lucas nos muestra cómo el Cristo ascendido estableció Su iglesia a través de
los apóstoles. Se nos da un recuento selectivo de los principales eventos y sermones que exhiben la poderosa
y ejemplar obra de los siervos de Cristo. Nos han dejado un patrón a seguir con respecto a nuestro mensaje
y método para hoy. Por lo tanto, es muy instructivo para los apologistas contemporáneos estudiar la manera
en que los apóstoles, como Pablo, razonaron y apoyaron su mensaje de esperanza (cf. 1 Pedro 3:15).
Pablo fue un experto en adaptar su enfoque a cada desafío único, por lo que la manera en que confrontó a
los incrédulos atenienses que no profesaban sumisión a las Escrituras del Antiguo Testamento—como la
mayoría de los incrédulos en nuestra propia cultura—será digna de mención para nosotros.
Sabemos que el acercamiento de Pablo a estos paganos—por ejemplo, los de Tesalónica, donde había estado
poco antes de venir a Atenas—era para llamarlos a dejar los ídolos y servir al Dios vivo y verdadero y esperar
a su Hijo resucitado que juzgará al mundo en la consumación (cf. 1 Tesalonicenses 1:1-10). Al predicar a los
que estaban dedicados a los ídolos, Pablo naturalmente tuvo que comprometerse en un razonamiento
apologético. La proclamación era inseparable de la defensa, como observa F. F. Bruce:
Aunque el reporte en Hechos 17 es condensado, Lucas ha resumido los puntos principales del mensaje y el
método de Pablo.
69
F.F. Bruce, The Defence of the Gospel in the New Testament (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1959), p.18.
Pero, ¿Está Pablo En Su Mejor Momento?
Algunos intérpretes bíblicos no han concedido que Hechos 17 sea un ejemplo para el encuentro apropiado
de Jerusalén con Atenas. Entre ellos hay algunos que dudan de que Pablo fuera genuinamente el autor del
discurso registrado en este capítulo, mientras que otros piensan que Pablo realmente pronunció este
discurso pero repudiaron su enfoque cuando se dirigió a ministrar en Corinto. Ambos grupos, según parece,
basan sus opiniones en motivos insuficientes.
Una actitud no evangélica hacia la Escritura permite a algunos eruditos una supuesta libertad para criticar
la autenticidad o exactitud de su contenido, a pesar de que la propia Biblia afirma una perfección impecable
en lo que se refiere a la verdad.
En Hechos 17:22 Lucas identifica al orador del discurso del Areópago como el apóstol Pablo, y la precisión
histórica habitual de Lucas ya es bien conocida entre los eruditos del Nuevo Testamento. (Curiosamente,
los clasicistas han estado en general más satisfechos con la autenticidad paulina de este discurso que los
teólogos modernistas). Sin embargo, algunos escritores aseguran discernir una diferencia radical entre el
Pablo de Areópago y el Pablo de las epístolas del Nuevo Testamento. Según el punto de vista crítico, el
Areópago se centra en la historia del mundo más que en la historia de la salvación de las cartas de Pablo, y
el orador de Areópago enseña que todos los hombres están en Dios por naturaleza, en contraste con el
énfasis paulino de que los hombres están en Cristo por gracia.70
Estos juicios se basan en una percepción excesivamente estrecha de los escritos y la teología de Pablo. El
Apóstol entendió a su audiencia en Atenas: ellos habrían tenido que aprender de Dios como el Creador y de
Su divina retribución contra el pecado (así como los judíos conocían estas cosas del Antiguo Testamento)
antes de que el mensaje de gracia pudiera tener sentido. Por lo tanto, el alcance de la discusión teológica de
Pablo sería necesariamente más amplio que el que se encuentra normalmente en sus epístolas a las iglesias
cristianas. Además, como veremos a medida que avanza este estudio, hay similitudes conspicuas entre los
temas del discurso del Areópago y lo que Pablo escribió en otras partes de sus cartas (especialmente en los
capítulos iniciales de Romanos). Johannes Munch dijo del sermón: "su doctrina es una reelaboración de los
pensamientos en Romanos transformados en impulso misionero.71 Finalmente, incluso dada la perspectiva
más amplia de la historia que se encuentra en el discurso de Hechos 17, no podemos pasar por alto el hecho
de que, en perfecta armonía con la más restringida historia de la salvación de Pablo en otra parte, se
encuentra encasillada por la creación y el juicio final, y que encuentra su punto culminante en el Cristo
resucitado". El discurso ante el Areópago fue una " defensa de la doctrina judía de Dios, y del énfasis
específicamente cristiano de la doctrina del juicio del “Hijo del Hombre”72 (no una " escena idealizada " que
70
E.g., H. Conzelmann, “The Address of Paul on the Areopagus,” Studies in Luke-Acts, ed. L. E. Keck and J. L. Martyn
(Nashville: Abingdon, 1966), pp. 217ff. A. Schweitzer, The Mysticism of Paul the Apostle (New York: H. Holt, 1931), pp. 6ff
71
Johannes Munck, The Anchor Bible: The Acts of the Apostles, revised by W. F. Albright and C. S. Mann (Garden City, New
York: Doubleday & Co., 1967), p. 173; cf. Adolf Harnack, The Mission and Expansion of Christianity (New York: Harper and
Brothers, 1961), p. 383.
72
Kirsopp Lake and Henry J. Cadbury, The Acts of the Apostles, vol. 4 (Translation and Commentary) in The Beginnings of
Christianity, Part 1, ed. F. J. Roakes Jackson and Kirsopp Lake (Grand Rapids: Baker Book House, 1965 [1932]), pp. 208-209.
imprime un mensaje sobre la [supuesta] relación dialéctica del hombre con Dios")73 El Pablo del Areópago
es claramente el mismo Pablo que escribe en las epístolas del Nuevo Testamento.
¿Pablo cambió repentinamente su estrategia apologética después de dejar Atenas? A veces se ha pensado
que cuando Pablo fue de Atenas a Corinto y allí determinó no saber nada entre el pueblo excepto Cristo
crucificado, repudiando la excelencia de la sabiduría (1 Corintios 2:1-2), confesó que sus tácticas filosóficas
en Atenas habían sido muy poco sabias. Desilusionado con sus pequeños resultados en Atenas, Pablo dejó
prematuramente la ciudad, se nos dice, y luego llegó a Corinto y se absorbió en la palabra de Dios (Hechos
18:5), para no volver a usar nunca más el estilo filosófico74 Esta perspectiva, aunque intrigante, consiste en
hacer más especulaciones y precipitarse en sacar conclusiones a la ligera en lugar de pruebas contundentes.
En primer lugar, Pablo es retratado aquí como un novato en el evangelismo de los Gentiles en Atenas,
experimentando con esta y aquella táctica con el fin de encontrar un método efectivo. Esto no concuerda
con los hechos. Durante varios años Pablo ya había sido un evangelista exitoso en el mundo del pensamiento
pagano; además, no tenía una mentalidad experimental, y en otros lugares dejó claro que los resultados
favorables no eran el barómetro de la predicación fiel. Además, en Atenas sus resultados no fueron
completamente desalentadores (17:34). Y de una salida prematura de Atenas el texto no dice nada. Después
de salir de Atenas, difícilmente se puede decir que Pablo haya abandonado la disputa o el " diálogo " por el
que se dio a conocer en Atenas (cf. 17:17); continuó en Corinto (18:4), Éfeso (18:19) y Troas (20:6-7)—siendo
un trabajo diario que se desarrolló por espacio de dos años en la escuela de Tiranno (19:8-9). Es aún más
inexacto proyectar un contraste entre el Pablo post-Atenas, inmerso en la palabra, y el Pablo Ateniense,
absorbido en el pensamiento extrabíblico. Algunos textos griegos de Hechos 17:24-29 (por ejemplo, el de
Nestlé) enumeran hasta 22 alusiones al Antiguo Testamento en el margen, ¡Mostrando así todo menos una
negligencia de la palabra de las Escrituras en la predicación ateniense de Pablo!
Se puede volver a mencionar la armonía iluminadora que existe entre los escritos de Pablo, por ejemplo en
Romanos 1 y 1 Corintios 1, y su discurso en Hechos 17. Los pasajes de las epístolas nos ayudan a entender el
impulso apologético del discurso del Areópago, en lugar de contradecirlo—como lo indicará el estudio
subsiguiente. Finalmente, es muy difícil imaginar que Pablo, quien había declarado previamente "Lejos esté
de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gálatas 6:14), y quien enseñó incisivamente
la intersignificancia de la muerte y resurrección de Cristo (por ejemplo, Romanos 4:25), proclamaría a
Cristo como el resucitado en Atenas sin explicar que Él era también el único crucificado—solo para luego
(en Corinto) determinar no descuidar la crucifixión de nuevo. Debemos concluir que no existe evidencia
sólida de un cambio dramático en la mentalidad apologética de Pablo.
Lo que Lucas nos presenta a modo de resumen en Hechos 17:16-34 puede ser tomado como un discurso del
apóstol Pablo, un discurso que reflejaba su inspirado acercamiento a los gentiles sin la Biblia, un discurso
consistente con sus enseñanzas anteriores y posteriores en las epístolas. Su enfoque es realmente ejemplar
73
Ernst Haenchen, The Acts of the Apostles, a Commentary (Philadelphia: Westminster Press, 1971 [German, 1965]), pp.
528, 529.
74
E.g., W. M. Ramsay, St. Paul the Traveller and the Roman Citizen (New York: G. P. Putnam’s Sons, 1896), p. 252; cf. P.
Vielhauer, “On the ‘Paulinism’ of Acts,” Studies in Luke-Acts, ed. Keck and Martyn, pp. 36-37.
para nosotros. Esto fue especialmente seleccionado por Lucas para incluirlo en su resumen de la historia de
la iglesia apostólica primitiva. "Aparte del breve resumen del discurso de Listra..., el discurso de Atenas es
la única prueba del acercamiento directo del apóstol a una audiencia pagana" 75 Con respecto a la
composición del autor de los Hechos, Martín Dibelius argumenta: "Al dar un solo sermón dirigido a los
gentiles por el gran apóstol de los gentiles, a saber, el discurso del Areópago en Atenas, su propósito
primordial es dar un ejemplo de cómo el misionero cristiano debe acercarse a los gentiles cultos"76 Y en su
largo estudio, El Discurso del Areópago y el Apocalipsis Natural, Gartner formula correctamente esta
pregunta retórica: "¿Cómo explicar las muchas similitudes entre el discurso de Areópago y las Epístolas si
el discurso no ejemplificaba los sermones habituales de Pablo a los gentiles?77 En el encuentro de Jerusalén
con Atenas, tal como se encuentra en el discurso de Areópago de Pablo, encontramos que era genuinamente
Pablo quien hablaba, y que Pablo estaba en su mejor momento. La Escritura quiere que nos esforcemos,
entonces, por emular su método.
Antecedentes Intelectuales
Antes de ver Hechos 17 en sí mismo, un breve trasfondo histórico y filosófico para el orador y los oyentes,
el discurso del Areópago sería de gran ayuda.
Pablo era un ciudadano de Tarso, que no era una ciudad oscura o insignificante (Hechos 21:39). Era la
ciudad líder de Cilicia y famosa por ser una ciudad de aprendizaje. Además de la educación general, Tarso
se destacó por sus escuelas dedicadas a la retórica y la filosofía. Algunos de sus filósofos ganaron
reputaciones significativas, especialmente los líderes estoicos Zeno de Tarso (que puso en duda la idea de
una conflagración universal), Antipater de Tarso (que abordó un famoso argumento contra el escepticismo
de Carneade), Heráclidos de Tarso (que abandonó el punto de vista de que "todos los errores son iguales"),
y Atenodoro el Estoico (que fue un maestro de Augusto); Néstor el Académico siguió a Atenodoro,
evidenciando de esta manera la variedad de perspectivas filosóficas en Tarso. La ciudad ejerció seguramente
una influencia académica sobre Pablo, influencia que se habría ampliado más tarde en la vida de Pablo
cuando éste volvió a entrar en contacto con su cultura durante unos ocho años más o menos, tres años
después de su conversión. En sus primeros años Pablo también fue educado por Gamaliel en Jerusalén
(Hechos 22:3), donde sobresalió como estudiante (Gálatas 1:14). Su curso de estudio habría incluido cursos
críticos de cultura y filosofía griega (como lo indica la evidencia del Talmud). Cuando añadimos a esto, el
extenso conocimiento de la literatura y cultura griega que se refleja en sus cartas, es evidente que Pablo no
era ni ingenuo ni oscurantista cuando se trataba de un conocimiento de la filosofía y el pensamiento gentil.
Dados sus antecedentes, entrenamiento y experiencia en teología bíblica, Pablo fue el representante ideal
para la clásica confrontación entre Jerusalén y Atenas.
75
Ned B. Stonehouse, Paul Before the Areopagus and Other New Testament Studies (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans,
1957), pp. 9-10.
76
Martin Dielius, Studies in the Acts of the Apostles (New York: Charles Scribner’s Sons, 1956), p. 79.
77
Bertil Gartner, The Areopagus Speech and Natural Revelation (Uppsala: C. W. K. Gleerup, 1955), p. 52.
Atenas, el centro filosófico del mundo antiguo, era famosa por sus cuatro grandes escuelas: La Academia
(fundada hacia 287 A.C.) de Platón, el Liceo (335 A.C.) de Aristóteles, el Jardín (306 A.C.) de Epicuro y el
Pórtico Pintado (300 A.C.) de Zeno.
La perspectiva de la Academia fue radicalmente alterada por Arcesilaus y Carneades en los siglos III y II
antes de Cristo; respectivamente, movieron la escuela hacia el escepticismo absoluto y luego hacia el
probabilismo. Carnéades relegó la noción de dios a un misterio impenetrable. Cuando Antíoco de Ascalón
afirmó restaurar la "antigua Academia" en el siglo I A.C., en realidad introdujo un dogmatismo sincrético
que veía al estoicismo como el verdadero sucesor de Platón. La tradición platónica es recordada por la visión
de que el alma del hombre está prisionera en el cuerpo; al morir el hombre es sanado, así como su alma es
liberada de su tumba.
Este énfasis antimaterialista fue algo cuestionado por la escuela peripatética de Aristóteles, que negó la
posibilidad de la inmortalidad e invirtió mucho tiempo en el estudio empírico especializado y en la
clasificación de los compartimentos del conocimiento. La influencia de esta escuela se había debilitado
mucho en el tiempo del Nuevo Testamento. Sin embargo, su propensión materialista fue paralela al
atomismo del Epicureísmo.
Demócrito había enseñado anteriormente que el universo consistía en átomos eternos de materia que caían
siempre por el espacio; el cambio de combinaciones y configuraciones de estos átomos descendentes se
explicaba por referencia al azar (un "desvío" irracional en la caída de ciertos átomos). Esta metafísica, en
combinación con una epistemología que sostenía que todo el conocimiento provenía de la percepción de los
sentidos, llevó a los seguidores epicúreos del atomismo a creer que se podía y se debía dar una explicación
naturalista de todos los eventos. Por su doctrina de naturalismo autoexplicativo, los epicúreos negaron la
inmortalidad, declarando así que no había necesidad de temer a la muerte. Además, cualesquiera que sean
los dioses que puedan existir no harían ninguna diferencia para los hombres y sus asuntos. Epicuro enseñó
que el placer duradero era la meta del comportamiento y la vida humana. Puesto que no se esperaba vida
después de la muerte (al morir los átomos de una persona se dispersan en un espacio infinito), los deseos
humanos deben centrarse sólo en esta vida. Y en esta vida, el único placer genuino a largo plazo era el de la
tranquilidad—liberarse de pasiones, dolores o miedos perturbadores. Para obtener tal tranquilidad, uno
debe aislarse de las perturbaciones en su vida (por ejemplo, las luchas interpersonales, las enfermedades),
concentrarse en los placeres simples (por ejemplo, un poco de queso y vino, conversaciones con amigos) y
lograr la serenidad a través de la creencia de que los dioses nunca intervienen en el mundo para castigar el
comportamiento desobediente. De hecho, cualesquiera que sean los seres celestiales que existan, fueron
tomados meramente como imágenes oníricas que—de manera deísta—no se preocupan por la vida de los
hombres. Así escribió Filodemo: "No hay nada que temer en dios. No hay nada de qué alarmarse en la
muerte". Los epicúreos eran, como es evidente aquí, antagónicos a la teología. Epicuro les había enseñado
a apelar a la razón correcta contra la superstición.
En consecuencia, Lucrecio negó toda necesidad de recurrir a "dioses desconocidos" para explicar la plaga
de Atenas o su alivio.
Zeno, el fundador de la escuela Estoica, estuvo de acuerdo en que la sensación era el único origen del
conocimiento, y que la mente del hombre era una tabula rasa al nacer. Sin embargo, contra el materialismo
epicúreo, enseñó que la razón gobierna la materia tanto en el hombre como en el mundo, haciendo del
hombre un microcosmos del macrocosmos universal. El hombre era visto como integrado con la
naturaleza—la razón del hombre era vista como una pieza con el fuego siempre vivo que se encuentra en el
orden mundial. Este era el "Logos" de los estoicos. Como una especie de materia refinada que impregna
activamente todas las cosas y determina lo que sucederá, el Logos fue el plan racional inmutable del cambio
histórico. La expresión más alta de la naturaleza, entonces, era la razón o el mundo-alma, siendo
personificada eventualmente como dios. Además de este enfoque panteísta, Zeno expuso una visión cíclica
de la historia (pasando por secuencias de regeneración y conflagración) que impedía la inmortalidad
individual. Al estar subordinado a fuerzas inmanentes (el alma-mundo divino y el determinismo histórico)
se le exhortaba al individuo a "vivir en armonía con la naturaleza", sin preocuparse de asuntos que
estuvieran fuera de su control. Si la vida debía ser conducida "conforme a la naturaleza", y la razón era la
expresión básica de la naturaleza, entonces la virtud para el hombre era vivir en armonía con la razón. El
elemento racional en el hombre debía ser superior al emocional. Epicteto escribió que los hombres no
pueden controlar los eventos, pero pueden controlar su actitud hacia los eventos. Así que todo lo que está
fuera de la razón, ya sea el placer, el dolor o incluso la muerte, debía ser visto como algo indiferente. El
estoicismo dio lugar a una actitud seria, resignación en el sufrimiento, individualismo severo y
autosuficiencia social. A su vez, estos logros produjeron orgullo. Aratus y Cleanthes, dos estoicos panteístas
de mediados del siglo III A.C., consideraban a Zeus como una personificación del destino inevitable que rige
la vida del hombre. Más tarde, los estoicos abandonaron o modificaron gran parte de las enseñanzas de
Zenón. Por ejemplo, un siglo después de Cleanthes, Panaetius se convirtió esencialmente en un humanista
que veía la teología como nimiedades; y un siglo después de Panaetius, otro líder estoico, Posidonio
(instructor de Cicerón), optó por una visión platónica del alma, de la eternidad del mundo (en contra de la
idea de la conflagración), y de la continuidad dinámica de la naturaleza bajo el destino. El famoso estoico
romano, Séneca, era contemporáneo de Pablo.
Una última línea de pensamiento que influyó en la Atenas de los tiempos de Pablo (mediados del siglo I
D.C.) fue la de los neopitagóricos. A finales del siglo VI A.C. Pitágoras había enseñado una base matemática
para el cosmos, la transmigración de las almas y un régimen de pureza. Mezclado con el pensamiento de
Platón, los peripatéticos y el estoicismo, su pensamiento reapareció en el siglo I A.C. con los neopitagóricos,
quienes enfatizaron una teología exotérica y mística que se interesó mucho por los números y las estrellas.
Los neopitagóricos influyeron en la comunidad esenia, así como en los otros contemporáneos filosóficos de
Filo—Pablo78.
En los días de Pablo, la vida intelectual ateniense se había caracterizado por la confusión y la incertidumbre.
El escepticismo había hecho grandes incursiones, que a su vez fomentaron varias reacciones—
especialmente: la interacción entre las principales escuelas de pensamiento, el eclecticismo generalizado, el
interés nostálgico por los fundadores de las escuelas en el pasado, el misticismo religioso y la dimisión ante
78
For further details on the philosophical schools of the Hellenic and Roman periods the reader can consult with profit the
standard historical studies of Guthrie, Brehier, and Copleston.
el hedonismo-. Los hombres se volvían por todas partes en busca de la verdad y de seguridad. Por otra
parte, más de cuatrocientos años de disputa filosófica con sus conflictos, repeticiones e insuficiencias habían
dejado a muchos atenienses aburridos y sedientos de nuevos esquemas de pensamiento. Así, pues, se puede
comprender que Lucas, en Hechos 17:21, "Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en
ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo.". La curiosidad de los atenienses era
realmente proverbial. Anteriormente, Demóstenes había reprochado a los atenienses por estar consumidos
por un ansia de "noticias frescas". El historiador griego Tucídides nos dice que Cleón declaró una vez:
"Ustedes son los mejores para ser engañados por algo nuevo que se dice". Con este trasfondo, examinemos
ahora la apologética de Pablo a los intelectuales seculares.
(16) Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría.
(17) Así que discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían.
(18) Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá
decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio
de Jesús, y de la resurrección.
(19) Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que
hablas?
(20) Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto.
(21) (Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino
en decir o en oír algo nuevo.)
A principios de los años 50 del siglo I, Pablo estaba en una especie de "permiso misionero", esperando en
Atenas a Silas y Timoteo (el ensayo de Lucas de esta situación, Hechos 17:14-16, es confirmado por el propio
relato de Pablo en 1 Tesalonicenses 3: 1-2). Sin embargo, su breve alivio se desvaneció cuando fue enardecido
internamente por la idolatría de la ciudad, recordando de nuevo la perversidad del incrédulo que suprime
la clara verdad de Dios y adora a la criatura en vez de al Creador (Hechos 17:16; cf. Ro. 1:25). El amor de
Pablo por Dios y Sus normas significaba que tenía un odio correspondiente por lo que era ofensivo para el
Señor. La idolatría de Atenas produjo una fuerte y aguda perturbación emocional dentro de él, una de
exasperada indignación. La palabra griega para "enardecerse" es la misma que se usa en el Antiguo
Testamento para referirse a la ira de Dios contra la idolatría de Israel (por ejemplo, en el Sinaí). La
prohibición de la ley mosaica contra la idolatría era obviamente vinculante fuera del Israel del Antiguo
Testamento, a juzgar por la actitud de Pablo hacia la sociedad idólatra de Atenas. Pablo estaba siguiendo los
pensamientos de Dios según Él, y se generó una fuerte emoción por el hecho de que esta "ciudad llena de
ídolos" está "sin excusa" por su rebelión (Ro. 1:20)—como lo había sido también en la antigüedad el Israel
de antaño.
El derrochador escritor satírico romano, Petronio, dijo una vez que era más fácil encontrar un dios en Atenas
que un hombre; la ciudad simplemente estaba repleta de ídolos. Los visitantes a Atenas y los escritores (por
ejemplo, Sófocles, Livio, Pausanius, Estrabón, Josefo) comentaron con frecuencia sobre la abundancia de
estatuas religiosas en Atenas. Según uno, Atenas tenía más ídolos que el resto de Grecia combinada. Había
el altar de Eumenides (diosas oscuras que asesinan por venganza) y los hermes (estatuas con atributos
fálicos, que se erigen en cada entrada de la ciudad como talismanes protectores). Allí estaba el altar de los
Doce Dioses, el Templo de Ares (o "Marte", dios de la guerra), el Templo de Apolo Patroos. Pablo vio la
imagen de Neptuno a caballo, el santuario de Baco, la estatua de Atenea de 40 pies de altura, la diosa madre
de la ciudad. Las formas esculpidas de las Musas y de los dioses de la mitología griega se presentaban en
todas partes alrededor de Pablo79, lo que hoy en día es tomado por los turistas como un campo fértil de
apreciación estética—los artefactos que quedaron de la antigua adoración ateniense de las deidades
paganas—y que no representaban para Pablo el arte, sino la religión despreciable y vulgar. La lealtad
religiosa y las consideraciones morales excluyen los elogios artísticos. Estos ídolos no eran "meramente una
cuestión académica" para Pablo. Ellos lo provocaron. Mientras Pablo miraba el Templo Dórico de la diosa
protectora Atenea, el Partenón, de pie en la cima de la Acrópolis, y mientras escudriñaba el Templo de Marte
en el Areópago, no sólo quedó impresionado con la naturaleza religiosa inalienable del hombre (v.22), sino
también indignado por la forma en que el hombre caído cambia la gloria del Dios incorruptible por ídolos
(Ro. 1:23).
Así, pues, Pablo no pudo guardar silencio. Comenzó a razonar diariamente con los judíos en la sinagoga, y
con cualquiera que lo escuchara en el ágora, en el fondo de la Acrópolis, el centro de la vida y los negocios
atenienses (donde años antes Sócrates se había reunido con hombres con quienes discutir cuestiones
filosóficas) (v.17). El método evangelístico de Pablo siempre se adaptó a las condiciones locales—y Lucas lo
describió con precisión histórica. En Efeso Pablo enseñaba en la "escuela de Tirano", pero en Atenas su
acercamiento directo a los paganos se hacía en el mercado. Pablo ya se había acercado a los judíos incrédulos
y a los gentiles temerosos de Dios en la sinagoga de Atenas. Ahora entró en el mercado de las ideas para
"razonar" con los que lo conocieron allí. La palabra griega para la actividad de Pablo evoca los "diálogos" de
Platón en los que Sócrates discute temas de importancia filosófica; es la misma palabra utilizada por
Plutarco para los métodos de enseñanza de un filósofo peripatético. Pablo no se limitó a anunciar su punto
de vista; lo discutió abiertamente y le dio una defensa razonable. Su objetivo era educar a su audiencia, no
hacer causa religiosa común con la ignorancia pecaminosa de éstos.
Pablo estaba muy consciente del clima filosófico de su tiempo. Por consiguiente, no intentó utilizar premisas
consensuadas con los filósofos, y luego siguió un método "neutral" de argumentación para trasladarlos del
círculo de sus creencias al círculo de sus propias convicciones. Cuando disputaba con los filósofos, ellos no
encontraban ningún motivo para estar de acuerdo con Pablo en ningún nivel de sus conversaciones. Más
bien, lo despreciaron totalmente como un "recolector de semillas", un término de la jerga (aplicado
originalmente a los gorriones de alcantarilla) para un vendedor ambulante de retazos de seudo-filosofía de
segunda mano—un carroñero intelectual (v. 18). La palabra de la cruz fue para ellos locura (1 Cor. 1:18), y
79
Cf. Oscar Broneer, “Athens: City of Idol Worship,” The Biblical Archaeologist 21 (February, 1958):4-6.
en su seudo-sabiduría no conocieron a Dios (1 Cor. 1:20-21). Por lo tanto, Pablo no consintió en usar su
"sabiduría" verbal en su apologética, para que la cruz de Cristo no sea vana (1 Cor. 1:17).
Pablo rechazó las suposiciones de los filósofos para poder educarlos en la verdad de Dios. No intentó
encontrar creencias comunes que sirvieran de punto de partida para una búsqueda sin compromiso de
"cualquier dios que pueda existir". Sus oyentes ciertamente no reconocieron lo común con el razonamiento
de Pablo; ellos no podían discernir un eco de su propio pensamiento en la argumentación de Pablo. En
cambio, ellos vieron a Pablo como alguien que les traía una enseñanza nueva y extraña (vv. 18-20).
Aparentemente veían a Pablo como proclamador de una nueva pareja divina: "Jesús" (una forma masculina
que suena como el griego iasis) y "Resurrección" (una forma femenina), siendo los poderes personificados
de "sanación" y "restauración". Estas "extrañas deidades" equivalían a una "nueva enseñanza" a los ojos de
los atenienses. Acusar a Pablo de ser propagandista de nuevas deidades era un eco de la acusación casi
idéntica que se había presentado contra Sócrates cuatro siglos y medio antes 80 y que seguramente resultó
ser una acusación más amenazante que el nombre de "recolector de semillas". Al introducir dioses
extranjeros, Pablo no podía simplemente ser despreciado; también era una amenaza para el bienestar de
Atenas. Y es precisamente por eso que Pablo terminó ante el concilio de Areópago.
En el mercado, Pablo había proclamado apologéticamente el kerigma fundamental y apostólico que entró
en Jesús y en la resurrección (Hechos 17:18; cf. Hechos 4:2). Esto resumió la decisiva obra salvadora de Dios
en la historia para su pueblo: Cristo se había entregado por los pecados de ellos, pero Dios Lo levantó para
su justificación (Ro. 4:25) y así lo constituyó como el Hijo de Dios con poder (es decir, el Señor exaltado;
Ro. 1:4). Como se mencionó anteriormente, el acercamiento de Pablo a aquellos que estaban sin las
Escrituras era para desafiarlos a que se volvieran de su idolatría y sirvieran al Dios viviente, cuyo Hijo
resucitado finalmente juzgaría al mundo (cf. 1 Tesalonicenses 1:9-10). Esta era la carga del mensaje de Pablo
en Atenas.
Pablo estaba decidido a no saber nada entre los hombres excepto Jesucristo y a Él crucificado....en Su
resurrección por el poder del Creador, se presentó ante los hombres la evidencia más clara que se podía dar
de que aquellos que todavía continuaran sirviendo y adorando a la criatura serían condenados finalmente
por el Creador y luego se convertiría en su Juez (Hechos 17:31)....Nadie puede ser confrontado con el hecho
de Cristo y de su resurrección y no hacer que su propia conciencia le diga que está cara a cara con su Juez81.
Lucas nos dice que Pablo fue "llevado ante el Areópago" (v. 19). El Areios pagos significa literalmente "'la
colina de Ares' (o 'colina de Marte'); sin embargo, su referente no es probablemente una característica
geográfica en el entorno local del ágora. El Consejo del Areópago fue una venerable comisión de los
80
For a comparison of the apologetical methods of Socrates and Paul see G. L. Bahnsen, “Socrates or Christ: The
Reformation of Christian Apologetics,” in Foundations of Christian Scholarship, ed. Gary North (Vallecito, CA: Ross House
Books, 1976).
81
Cornelius Van Til, Paul at Athens (Phillipsburg, New Jersey: L. J. Grotenhuis, n.d.), pp. 2, 3.
exmagistrados que tomó su nombre de la colina donde originalmente se reunían. En el lenguaje popular su
título se acortaba simplemente a "el Areópago", y en el siglo I había trasladado su ubicación a la Stoa
Basileios (o "Pórtico Real") en el mercado de la ciudad—donde los diálogos platónicos nos dicen que
Euthyphro fue a juzgar a su padre por impiedad y donde Sócrates había sido juzgado por corromper a los
jóvenes con deidades extranjeras. Aparentemente, el Consejo se reunió en la colina de Marte en tiempos de
Pablo sólo para juzgar casos de homicidio. Que Pablo "puesto en pie en medio del Areópago" (v. 22) y "Y así
Pablo salió de en medio de ellos" (v. 33) es mucho más fácil de entender en términos de su comparecencia
ante el Concilio que en el monte (cf. Hechos 4:7)82.
El Consejo era un órgano pequeño pero poderoso (probablemente una treintena de miembros), cuyos
miembros pertenecían a los que habían ocupado anteriormente cargos en Atenas, que (debido a los gastos
que conllevaban) sólo estaban abiertos a la aristocracia ateniense. Este Consejo era actualmente el factor
dominante en la política ateniense, y tenía una reputación a lo largo y ancho del planeta. Cicerón escribió
que la asamblea de Areópago gobernaba los asuntos de estado de Atenas. Ejercían jurisdicción sobre asuntos
de religión y moral, preocupándose por los profesores y conferenciantes públicos en Atenas (y así Cicerón
indujo una vez al Areópago a invitar a un filósofo peripatético a dar una conferencia en Atenas). Existe una
disputa sobre la cuestión de si el Areópago tenía un subcomité educativo ante el cual Pablo probablemente
habría aparecido83 Pero de una manera u otra, el Concilio habría encontrado necesario mantener el orden
y ejercer algún control sobre los conferencistas en el ágora. Puesto que Pablo estaba creando algo de
perturbación, fue "llevado ante el Areópago" para una explicación (aunque no para un examen específico
para la emisión de una licencia de enseñanza). La mención del "Areópago" es uno de los muchos indicadores
de la exactitud de Lucas como historiador.
"Según los Hechos, por lo tanto, así como Pablo es llevado ante los strategoi en Filipos, el politarchai en
Tesalónica, los anthupatos en Corinto, así también en Atenas se enfrenta al Areópago. El nombre local de la
autoridad suprema es diferente y exacto en cada caso"84.
Pablo compareció ante el Consejo del Areópago por una razón que probablemente se encuentra entre la de
simplemente suministrar la información solicitada y la de responder a las acusaciones formales. Después
de indicar las preguntas y peticiones dirigidas a Pablo ante el Areópago, Lucas parece ofrecer la motivación
para esta línea de interrogación en el versículo 21—la proverbial curiosidad de los atenienses. Y sin embargo,
el lenguaje utilizado cuando Lucas dice en el versículo 19 que "le tomaron" es el que se usa más a menudo
en Hechos en el sentido de arrestar a alguien (16:19; 18:17; 21:30—aunque no siempre, como en 9:27, 23:19).
Debemos recordar que Lucas escribió el libro de Hechos mientras Pablo había estado esperando juicio en
Roma por dos años (Hechos 28:30-31). Su esperanza con respecto al veredicto romano fue seguramente
expresada en las palabras finales de su libro—que Pablo continuaba predicando a Cristo, "sin impedimento".
Un tema importante perseguido por Lucas en el libro de los Hechos es que Pablo estaba apareciendo
continuamente ante un tribunal, pero nunca con un veredicto de culpabilidad en su contra. Es muy probable
82
Contrary to Haenchen, Acts Commentary, pp. 518-519, 520.
83
For the affirmative position see Gartner, Areopagus Speech, pp. 64-65; for the negative see Haenchen, Acts Commentary,
p. 519.
84
Lake and Cadbury, Acts of the Apostles, p. 213.
que en Hechos 17 Pablo sea retratado por Lucas como apareciendo de nuevo ante un tribunal sin sentencia.
Si hubiera habido la formalidad legal de los cargos contra Pablo, es inconcebible que Lucas no los hubiera
mencionado o el veredicto formal al final del juicio. Por lo tanto, la comparecencia de Pablo ante el Consejo
del Areópago se entiende mejor como una audiencia exploratoria informal con el propósito de determinar
si se deben formular cargos formales y presionar en su contra. Al final, ninguno de ellos lo fue.
En la misma ciudad que había probado Anaxágoras, Protágoras y Sócrates introducir "nuevas deidades",
Pablo estaba bajo examinación por presentar "nuevos dioses" (vv. 18-20). El tipo de apologética para la
resurrección que él presentó es un paradigma para todos los apologistas cristianos. Pronto será evidente
que él reconoció que el hecho de la resurrección necesitaba ser aceptado e interpretado en un contexto
filosófico más amplio, y que el sistema de pensamiento del no regenerado debía ser puesto en contraste
antitético con el del cristiano. Aunque los filósofos habían usado insultos desdeñosos al considerar a Pablo
en el mercado (v. 18), los versículos 19-20 los muestran expresándose en un lenguaje más refinado ante el
Concilio. Pidieron amablemente que se les aclarara un mensaje que les parecía incomprensible. Pidieron
que se les diera a conocer la nueva y extraña enseñanza de Pablo y que se les explicara su significado. Dadas
sus presuposiciones y mentalidad filosóficas, la enseñanza de Pablo ni siquiera podía integrarse lo suficiente
en su pensamiento para ser entendida. Esto en sí mismo revela el hecho subyacente de que se había
producido un choque de paradigmas conceptuales entre ellos y Pablo. Dada la propia cosmovisión de cada
uno de ellos, los filósofos no creían que el punto de vista de Pablo tuviera sentido. Mientras Pablo estaba de
pie en medio del prestigioso Concilio del Areópago, con una gran audiencia reunida en torno al mercado, se
dispuso a defender su fe. Pasemos ahora a examinar su propio discurso.
(22) Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que
sois muy religiosos (margen: algo supersticiosos).
(23) porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta
inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.
(24) El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita
en templos hechos por manos humanas
(25) ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y
aliento y todas las cosas.
(26) Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra;
y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación;
(27) para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está
lejos de cada uno de nosotros.
(28) Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han
dicho: Porque linaje suyo somos.
(29) Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra,
escultura de arte y de imaginación de hombres.
(30) Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres
en todo lugar, que se arrepientan;
(31) por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien
designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.
Primero debe notarse que la manera en que Pablo se dirigía a su audiencia era respetuosa y gentil. La
valentía de su apologética no se convirtió en arrogancia. Pablo "permaneció" en medio del Concilio, lo que
habría sido la actitud habitual de un orador. Y comenzó su discurso formalmente, con una forma educada
de expresión: "Varones atenienses". La carta magna de la apologética cristiana, 1 Pedro 3:15, nos recuerda
que cuando ofrecemos una defensa razonada de la esperanza dentro de nosotros, debemos hacerlo "con
mansedumbre y respeto". El ridículo, la ira, el sarcasmo y los insultos son armas inapropiadas de defensa
apologética. Un apologista lleno del Espíritu evidenciará los frutos del Espíritu en su acercamiento a los
demás.
Después vemos que el enfoque de Pablo fue hablar en términos de perspectivas filosóficas básicas. Los
atenienses habían preguntado específicamente sobre la resurrección, pero no tenemos ninguna pista de que
Pablo haya respondido examinando varias teorías alternativas (por ejemplo, Jesús simplemente se desmayó
en la cruz, los discípulos robaron el cuerpo, etc.) y luego contrarrestando con varias evidencias (por ejemplo,
una víctima débil de crucifixión no podría haber movido la piedra; los mentirosos no se convierten en
mártires; etc.) a fin de llegar a la conclusión de que Jesús resucitó "con mucha probabilidad". No, nada de
eso aparece aquí. En cambio, Pablo sentó las bases para aceptar la palabra autoritativa de Dios, que era la
fuente y el contexto de las buenas nuevas sobre la resurrección de Cristo. Van Til comenta:
Se toma el hecho de la resurrección para ver su marco apropiado y se toma el marco para ver el hecho de la
resurrección; los dos son aceptados por la autoridad de la Escritura solamente y por la obra regeneradora del
Espíritu85.
Sin el contexto teológico apropiado, la resurrección sería simplemente una monstruosidad o un fenómeno
de la naturaleza, la resucitación irracional de un cadáver. Tal interpretación sería lo mejor que los filósofos
atenienses podrían hacer del hecho. Sin embargo, dado el monismo, o el determinismo, o el materialismo,
o la filosofía de la historia que los filósofos de Atenas tenían en mente, podían encontrar suficientes motivos,
si así lo deseaban, para disputar incluso el hecho de la resurrección. Entonces, habría sido inútil que Pablo
discutiera sobre los hechos, sin desafiar la filosofía de hecho de los incrédulos.86
85
Van Til, Paul at Athens, p. 14.
86
Cornelius Van Til, A Christian Theory of Knowledge (Nutley, New Jersey: Presbyterian and Reformed, 1969), p. 293
Los versículos 24-31 de Hechos 17 indican el reconocimiento de Pablo de que entre sus oyentes y él mismo
había dos sistemas completos de pensamiento en conflicto. Cualquier hecho alegado o evidencia particular
que se introdujera en la discusión se vería de diversas maneras a la luz de los diferentes sistemas de
pensamiento. Por consiguiente, la apologética del Apóstol tenía que adaptarse a una crítica filosófica de la
perspectiva del incrédulo y a una defensa filosófica de la posición del creyente. Se le pidió que presentara
su apologética con respecto a las cosmovisiones que estaban en colisión. Los atenienses tuvieron que ser
desafiados, no sólo a añadir un poco más de información (digamos, sobre un evento histórico) a su
pensamiento anterior, sino a renunciar a sus pensamientos anteriores y experimentar un profundo cambio
de mentalidad. Necesitaban ser convertidos en su perspectiva total en cuanto a la vida, el hombre, el mundo
y Dios. Por lo tanto, Pablo razonó con ellos de una manera presuposicional.
1. Pablo entendió que la mentalidad y filosofía del incrédulo sería sistémicamente contraria a la del
creyente—que los dos representan en principio un choque de actitud total y presuposiciones
básicas. Él enseñó en Efesios 4:17-24 que los gentiles "andan en la vanidad de su mente, teniendo
el entendimiento entenebrecido" debido a su "ignorancia y la dureza de sus corazones", mientras
que una condición epistémica completamente diferente caracteriza al cristiano, uno que ha sido
"renovado en el espíritu de su mente" y ha "aprendido de Cristo" (porque "la verdad está en
Jesús"). La "sabiduría del mundo" evalúa la sabiduría de Dios como locura, mientras que el
creyente entiende que la sabiduría mundana "se ha vuelto insensata" (1 Co. 1:17-25; 3:18-20). Los
compromisos básicos del creyente y del incrédulo son fundamentalmente opuestos entre sí.
2. Pablo entendió además que los compromisos básicos del incrédulo sólo producían ignorancia e
insensatez, permitiendo una crítica interna efectiva de su hostil cosmovisión. La ignorancia de las
presuposiciones no cristianas debe ser expuesta. Así, pues, Pablo se refiere al pensamiento que se
opone a la fe como "cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia" (1 Tim. 6:20),
e insiste en que los sabios contendientes de este tiempo han sido hechos insensatos y han sido
avergonzados por lo llamado "necio" (1 Cor. 1:20, 27). Los incrédulos se vuelven "vanos en sus
razonamientos"; "profesando ser sabios, se hicieron necios" (Rom. 1:21-22).
3. En contraste, el cristiano toma la autoridad reveladora como su punto de partida y factor de
control en todo razonamiento. En Colosenses 2:3 Pablo explica que "todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento" están depositados en Cristo—en cuyo caso debemos estar alerta
contra la filosofía que "no sigue a Cristo", para que no nos robe este tesoro epistémico (v. 8). El
proverbio del Antiguo Testamento lo había dicho así: "Principio de la sabiduría es el temor de
Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza." (Prov. 1:7). Por consiguiente, si el
apologista va a derribar "argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios",
primero debe llevar "todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo" (2 Cor. 10:5), haciendo a
Cristo preeminente en todas las cosas (Col. 1:18). Sobre la plataforma de la verdad revelada de
Dios, el creyente puede declarar con autoridad las riquezas del conocimiento a los creyentes.
4. Los escritos de Pablo también establecen que, debido a que todos los hombres tienen un
conocimiento claro de Dios por revelación general, la supresión de la verdad por parte del
incrédulo resulta en ignorancia culpable. Los hombres tienen un conocimiento natural e ineludible
de Dios, porque Él se lo ha manifestado, haciendo que su naturaleza divina sea percibida a través
del orden creado, de modo que todos los hombres "no tienen excusa" (Ro. 1:19-20). Este
conocimiento es "suprimido con injusticia" (v. 18), poniendo a los hombres bajo la ira de Dios,
porque "conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios" (v. 21). La ignorancia que caracteriza
al pensamiento incrédulo es algo por lo que el incrédulo es moralmente responsable.
5. Dadas las condiciones anteriores, lo apropiado para el apologista es poner su cosmovisión con sus
presuposiciones escriturales y autoridad en contraste antitético con la(s) cosmovisión(es) del
incrédulo, explicando que en principio esta última destruye la posibilidad de conocimiento (es
decir, haciendo una crítica interna del sistema para demostrar su necedad e ignorancia) e
indicando cómo la perspectiva bíblica por sí sola da cuenta del conocimiento que el incrédulo usa
pecaminosamente. Al poner en contraste las dos perspectivas y mostrar "la imposibilidad de lo
contrario" al punto de vista cristiano, el apologista busca exponer la supresión del creyente de su
conocimiento de Dios y así llamarlo al arrepentimiento, un cambio en su modo de pensar y sus
convicciones. Razonar de esta manera presuposicional—negándose a volverse intelectualmente
neutral y a discutir sobre las bases autónomas del incrédulo—evita que nuestros "sentidos sean
de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo" y contrarresta la filosofía seductora
usada por la serpiente para atrapar a Eva (2 Co. 11:3). Ante los desafíos del necio hacia la fe
cristiana, Pablo quiere que los creyentes "con mansedumbre corrija a los que se oponen"—
poniendo la instrucción bíblica en contra de la perspectiva de la incredulidad—y mostrando la
necesidad del "arrepentimiento para el conocimiento de la verdad" (2 Tim. 2:25)87.
Al examinar más a fondo el discurso de Pablo ante los filósofos de Areópago, encontraremos que su línea de
pensamiento incorporó los elementos precedentes del razonamiento bíblicamente presuposicional. Siguió
un patrón de argumentación que era completamente congruente con sus otras enseñanzas relevantes del
Nuevo Testamento. Ellos virtualmente le dictaron su método.
Cuando Pablo comenzó su apologética en el Areópago, comenzó por llamar la atención sobre la naturaleza
del hombre como un ser inherentemente religioso (Hechos 17:22; cf. Romanos 1:19; 2:15). El término
utilizado para describir a los atenienses en el verso 22 (literalmente "temerosos de los espíritus
sobrenaturales") es a veces traducido como "muy religioso" y a veces "algo supersticioso". No existe un
equivalente satisfactorio en inglés. "Muy religioso" es demasiado halagador; Pablo no era propenso a los
halagos, y según Luciano, estaba prohibido usar halagos ante el Areópago en un esfuerzo por ganar su buena
voluntad. "Algo supersticioso" es quizás demasiado crítico en cuanto al enfoque. Aunque el término podía
ser usado a veces entre los paganos como un cumplido, usualmente denotaba un exceso de extraña piedad.
Por consiguiente, en Hechos 25:19 Festo se refiere al judaísmo, usando este término como un leve reproche
por su religiosidad. No está más allá de toda posibilidad que Pablo eligió inteligentemente este término
87
Para la discusión extensa del método del presuposicional, refiérase a los capítulos más tempranos de este libro.
precisamente por su ambigüedad. Sus lectores se preguntarían si el buen o el mal sentido estaba siendo
enfatizado por Pablo, y Pablo daría un doble golpe: los hombres no pueden erradicar un impulso religioso
dentro de sí mismos (como lo demuestran los atenienses), y sin embargo este buen impulso ha sido
degradado por la rebelión contra el Dios vivo y verdadero (como lo demuestran también los atenienses).
Aunque los hombres no lo reconocen, son conscientes de su relación y responsabilidad con el Dios vivo y
verdadero que los creó. Pero en vez de llegar a un acuerdo con Él y Su ira contra su pecado (cf. Romanos
1:18), ellos pervierten la verdad. Y en esto se vuelven ignorantes y necios (Rom. 1, 21-22).
Así, Pablo pudo presentar su punto haciendo una ilustración del altar dedicado "A un Dios desconocido".
Pablo testificó que al "observar" los "objetos de culto" atenienses, encontró un altar con una inscripción
apropiada. El verbo utilizado en la actividad de Pablo no es una mera mirada, sino una inspección
sistemática y un escrutinio intencionado (el término inglés 'theorize' es cognado). Entre sus "objetos de
devoción religiosa" (lenguaje que se refiere a la adoración de los ídolos sin aprobación alguna), Pablo
finalmente encontró uno que contenía "un texto de lo que tenía que decir"88, y sobre la base de la admisión
de los propios atenienses, Pablo podía fácilmente acusarlos de ignorancia de su adoración—es decir, de
cualquier adoración que fuera contraria a la Palabra de Dios (cf. Juan 4:22). Los atenienses habían llevado
a Pablo ante el Areópago con el deseo de "saber" lo que les faltaba en la filosofía religiosa (vv. 19, 20), y
Pablo inmediatamente señala que hasta entonces su adoración era sin duda de lo "desconocido" (v. 23).
Pablo no intentó complementar o construir sobre una base común de teología natural con los filósofos
griegos aquí presentes. Comenzó, más bien, con su propia expresión de insuficiencia teológica y deficiencia.
Subrayó su ignorancia y procedió a partir de ese punto epistemológico significativo.
La presencia de altares "a dioses desconocidos" en Atenas fue atestiguada por escritores como Pausanias y
Filóstrato. Según Diógenes Laercio, estos altares fueron erigidos como una fuente anónima de bendición.
Por ejemplo, una vez (ca. 550 A.C.), cuando una plaga afligió a Atenas sin previo aviso y no pudo ser mitigada
por la medicina o el sacrificio, Epimenides aconsejó a los atenienses que soltaran ovejas blancas y negras en
el Areópago, y que luego erigieran altares dondequiera que las ovejas llegaran a descansar. Sin conocer la
fuente específica de la eliminación de la plaga, los atenienses construyeron varios altares a dioses
desconocidos. Este tipo de cosas eran aparentemente comunes en el mundo antiguo. La excavación de 1910
en Pérgamo desenterró evidencia de que un portador de antorchas que se sentía en cierta obligación con
dioses cuyos nombres le eran desconocidos, expresó su gratitud erigiendo un altar anónimo para ellos. La
conclusión de Deissmann merece ser reiterada:
En la Antigua Grecia no eran raros los casos en los que se erigían altares "anónimos" "a dioses desconocidos"
o "al dios que corresponda" cuando la gente estaba convencida, por ejemplo, después de experimentar
alguna liberación, de que una deidad había sido clemente con ellos, pero no estaba segura del nombre de la
deidad89.
88
F. F. Bruce, el Comentario en el Libro de Hechos, en el Nuevo Comentario Internacional en el Nuevo Testamento (Grand
Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1955), p. 356.
89
Adolf Deissman, Paul,: Un Estudio en la Historia Social y Religiosa (Londres: Hodder y Stroughton, 1926), pp. 287-291.
Los atenienses tenían varios de estos altares sólo en la colina de Marte. Esto fue un testimonio de la
convicción ateniense de que estaban dominados por fuerzas misteriosas y desconocidas.
Sin embargo, estos altares también eran evidencia de que ellos asumieron suficiente conocimiento de estas
fuerzas para adorarlos, y adorarlos de una manera particular. Había así un elemento de crítica sutil e interna
en la mención de Pablo del culto ateniense a aquello que ellos reconocían como desconocido (v. 23). Además,
Pablo estaba notando la esquizofrenia básica en el pensamiento incrédulo cuando describió en los atenienses
tanto la conciencia sobre Dios (v. 22) como la ignorancia sobre Dios (v. 23). La misma condición se expone
en Romanos 1:18-25. Berkouwer señala: "Existe un pleno acuerdo entre la caracterización de Pablo de que
el paganismo es ignorante de Dios y su discurso sobre el Areópago. Siempre con Pablo, la llamada a la fe es
una cuestión de conversión radical de la ignorancia de Dios"90 Conociendo a Dios, el no regenerado, sin
embargo, suprime la verdad y sigue una mentira en su lugar, ganando así una mente entenebrecida.
Comentando sobre nuestro pasaje en Hechos 17, Munck dijo:
Lo que sigue revela que Dios era desconocido sólo porque los atenienses no habían querido conocerlo. Así
que Pablo no estaba introduciendo dioses ajenos, sino a Dios que era a la vez conocido, como lo demuestra
este altar, y sin embargo desconocido.91
El incrédulo es totalmente responsable de su estado mental, y éste es un estado de ignorancia culpable. Eso
explica por qué Pablo hizo un llamado al arrepentimiento a los atenienses (v. 30); su mentalidad ignorante
era inmoral.
Habiendo aludido a un altar de un dios desconocido, Pablo dijo: "Lo que adoráis, reconociendo abiertamente
vuestra ignorancia, os lo proclamo". Hay dos elementos cruciales de su enfoque apologético que se pueden
discernir aquí. Pablo comenzó con un énfasis en la ignorancia de sus oyentes y de allí pasó a declarar con
autoridad la verdad de Dios. Su ignorancia se hizo para oponerse a su autoridad única y a su capacidad de
exponer la verdad. Pablo estableció el Cristianismo como lo únicamente razonable y verdadero, y su punto
de partida último fue la autoridad de la revelación de Cristo. No era raro que Pablo enfatizara que los gentiles
eran ignorantes, no conociendo a Dios. (por ejemplo, 1 Corintios 1:20; Gálatas 4:8; Efesios 4:18; 1
Tesalonicenses 4:5; 2 Tesalonicenses 1:8). En contraste diametral a ellos estaba el creyente que poseía un
conocimiento de Dios (por ejemplo, Gálatas 4:9; Efesios 4:20). Esta antítesis fue fundamental para el
pensamiento de Pablo, y fue claramente elaborada en Atenas.
La palabra griega para "proclamar" ("enunciar") en el versículo 23 se refiere a una declaración solemne que
se hace con autoridad. Por ejemplo, en el Papiro Griego se usa para anunciar el nombramiento de un
representante legal92. Podría parecer que tal declaración autorizada de Pablo sería apropiada sólo cuando
se trata de judíos que ya han aceptado las Escrituras; sin embargo, ya sea que se trate de judíos o de filósofos
90
G. C. Berkouwer, la Revelación General (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1955), pág. 145.
91
Munck, la Biblia del Ancla,: Hechos, pág. 171.
92
J. H. Moulton y George Milligan, El Vocabulario del Nuevo Testamento griego (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1950),
pág. 324.
seculares, la plataforma epistemológica de Pablo sigue siendo la misma, de modo que incluso en Atenas
"proclamó" la palabra de Dios. El verbo se usa frecuentemente en Hechos y en las epístolas paulinas para la
proclamación apostólica del evangelio, que tenía autoridad divina directa (p. ej., Hechos 3:18; 1 Co. 9:14; cf.
Gál. 1:11-12). Por lo tanto, vemos que Pablo, aunque ridiculizado como un charlatán filosófico, presumía una
autoridad única para proveer a los filósofos atenienses con el conocimiento que les faltaba sobre Dios. Esto
estaba lejos de enfatizar las ideas y creencias comunes. ¡Cuán ofensiva debe haber sido para ellos la antítesis
paulina entre su ignorancia y la autoridad que Dios le dio!
Estaban seguros de que un Dios como Pablo predicaba no existía y no podía existir. Por lo tanto, estaban
seguros de que Pablo no podía "declararles" a ellos este Dios. Nadie podía conocer a un Dios en el que Pablo
creyera.93
Pablo intentaba mostrar a su audiencia que su ignorancia ya no sería tolerada; en vez de eso, Dios ordenó a
todos los hombres que pasaran por un cambio radical de mente (v. 30). De principio a fin la ignorancia del
incrédulo fue enfatizada en la apologética de Pablo, siendo puesta en contra del conocimiento revelacional
de Dios.
Pablo razonó sobre la base de presuposiciones antitéticas, un punto de partida y una autoridad distinta.
También enfatizó la culpabilidad de sus oyentes por esa ignorancia que resultó de su incredulidad. La
revelación natural ciertamente jugó un papel en su convicción de esta verdad. Sin embargo, no hay ninguna
insinuación en las palabras de Pablo de que esta revelación había sido manejada apropiadamente o que
estableció una interpretación común entre el creyente y el incrédulo. Más bien, las referencias de Pablo a la
revelación natural fueron hechas con el mismo propósito de condenar las creencias propugnadas de su
audiencia.
Su alusión a su naturaleza religiosa ya ha sido discutida. Además, los versículos 26-27 muestran que Pablo
enseñó que el gobierno providencial de la historia de Dios estaba calculado para traer a los hombres a Él;
ellos deberían haberlo conocido por sus obras. La apelación de Pablo a la providencia también fue conspicua
en Listra (Hechos 14:17). La bondad de Dios debe llevar a los hombres al arrepentimiento (cf. Romanos 2:4).
Hechos 17:27 indica que el gobierno providencial de Dios en la historia debe llevar a los hombres a buscar
a Dios, "si en alguna manera" puedan palparle. La cláusula subordinada aquí expresa una contingencia
improbable.94 La búsqueda y el hallazgo de Dios por parte del hombre natural no puede darse por sentada.
Citando el Salmo 14:2-3 en Romanos 3:11-12, Pablo dijo claramente: "No hay nadie que busque a Dios; Todos
se desviaron, a una se hicieron inútiles." Volviendo a Hechos 17:27, aunque el no regenerado intentara
encontrar a Dios, en el mejor de los casos "se acercará a tientas" a Él. Este verbo es el mismo verbo que es
utilizado por Homero para el tanteo de los cíclopes ciegos. Platón usó la palabra para referirse a una
suposición amateur de la verdad. Lejos de mostrar lo que Lightfoot pensaba que era "una clara apreciación
93
Van Til, Pablo en Atenas, pág. 5
94
Henry Alford, El Nuevo Testamento griego (Boston: Lee y Pastor Publishers, 1872), 2:198.
de los elementos de verdad contenidos en su filosofía"95 en Atenas, Pablo enseñó que los ojos del incrédulo
habían sido cegados a la luz de la revelación de Dios.
Los paganos no interpretan correctamente la revelación natural, yendo hacia la luz de la verdad por aquí y
por allá; andan a tientas en las tinieblas. Por lo tanto, Pablo veía a los hombres como culpables por no
aferrarse al conocimiento de Dios que venía a ellos en la creación y la providencia. Los rebeldes son dejados
sin excusa debido a la revelación general de Dios (Ro. 1:19-23).
La antítesis se hace grande en cada encuentro con el paganismo. Se dirige, sin embargo, contra la calumnia
que el paganismo hace a la verdad revelada de Dios en la naturaleza y llama a la conversión a la revelación
de Dios en Cristo96.
Así es como Pablo apela a la función de revelación general para señalar la culpabilidad del incrédulo
mientras el mismo incrédulo maneja mal la verdad de Dios. Él es responsable porque posee la verdad, pero
es culpable de lo que hace con la verdad. Ambos aspectos de la relación del incrédulo con la revelación
natural deben ser tenidos en cuenta. Cuando se encuentra evidencia de conocimiento del incrédulo de la
verdad de la revelación de Dios en su entorno y dentro de él, Pablo la usa como un indicador de la
culpabilidad del incrédulo, y el apóstol muestra que necesita ser entendida e interpretada en términos de la
revelación especial que es traída por el representante comisionado de Cristo. Donde la revelación natural
juega un papel en la apologética cristiana, esa revelación debe ser "leída a través de los anteojos" de la
revelación especial.
En Hechos 17:27, se dice que los filósofos paganos, en el mejor de los casos, andan a tientas en las tinieblas
en pos de Dios. Este tanteo inepto no se debe a ninguna deficiencia en Dios o en Su revelación. Los filósofos
andan a tientas, "aunque Dios no está lejos de cada uno de nosotros". El versículo 28 comienza con la palabra
"para", y por lo tanto ofrece una aclaración o ilustración de la afirmación de que Dios está muy cerca, incluso
para los pensadores paganos cegados. El fracaso del incrédulo en encontrar a Dios y su reconocida
ignorancia no es un asunto ingenuo, y Pablo demuestra esto citando a dos poetas paganos. La extraña idea
de que estas citas son "prueba de la misma forma en que las citas bíblicas lo son en los otros discursos de
Hechos"97 no sólo es contraria al énfasis decidido de Pablo en su teología sobre la autoridad única de la
Palabra de Dios, sino que simplemente no concuerda con el contexto del discurso del Areópago en el que se
declara enérgicamente la ignorancia a tientas y no arrepentida de la religiosidad pagana. Pablo cita a los
escritores paganos para manifestar la culpabilidad de estos.
95
J. B. Lightfoot, "St. Paul y Seneca", St. la Epístola de Paul al Phillipians (Grand Rapids: La Editora de Zondervan, 1953), pág.
304.
96
Berkouwer, la Revelación General, pág. 145.
97
Haenchen, el Comentario de los Hechos, pág. 525.
Puesto que Dios está cerca de todos los hombres, puesto que su revelación los afecta continuamente, no
pueden escapar al conocimiento de su Creador y Sustentador. No tienen excusa para pervertir la verdad.
Pablo señala que aun los paganos, contrariamente a su disposición espiritual (1 Co. 2:14), poseen un
conocimiento de Dios que, aunque suprimido, los hace culpables ante el Señor (Ro. 1:18ss.).
Pablo apoya este punto ante el Areópago mostrando que incluso los estoicos panteístas están conscientes
de, y expresan oblicuamente, la cercanía de Dios y la dependencia del hombre hacia Él. Epimenides el
cretense es citado de una cuarteta en un discurso a Zeus: "en él vivimos, y nos movemos, y somos" (Hechos
17:28a; curiosamente, Pablo cita otra línea de esta misma cuarteta en Tito 1:12). La frase "en él" habría
denotado en el griego idiomático del primer siglo (especialmente en los círculos judíos) el pensamiento de
"en su poder" o "por él". Esta declaración—"Por él vivimos..."— no es en absoluto paralela a la teología de
Pablo sobre la unión mística del creyente con Cristo, expresada a menudo en términos de nuestro ser "en
Cristo". Más bien, Hechos 17:28 está más cerca de la enseñanza de Colosenses 1:15-17, "en él fueron creadas
todas las cosas... y todas las cosas en él subsisten". El énfasis recae en "la absoluta dependencia del hombre
en Dios para su existencia"98, a pesar de que el escrito original que Pablo citó tenía por objeto probar que
Zeus no estaba muerto por el hecho de que los hombres vivan—el orden de los cuales el pensamiento se
invierte por completo en el pensamiento de Pablo (a saber, los hombres viven porque Dios vive). La segunda
cita de Pablo se introduce con las palabras, "como algunos de vuestros propios poetas también han dicho".
Su uso del plural es una prueba más de su bien informada familiaridad con el pensamiento griego, ya que,
de hecho, la afirmación que se cita puede encontrarse en más de un escritor. Pablo cita a su compañero
Cilicio, Aratus, diciendo "porque nosotros también somos sus hijos" (del poema "Fenómenos Naturales",
que también resuena en el "Himno a Zeus" de Cleantes). Pablo podría estar de acuerdo con la declaración
formal de que somos la "descendencia" de Dios. Sin embargo, él ciertamente habría dicho a modo de
calificación lo que los estoicos no dijeron, es decir, que somos hijos de Dios meramente en un sentido natural
y no en un sentido sobrenatural (Juan 1:12), y aun así somos naturalmente "hijos de la ira" (Efesios 2:3).
!Sí, podemos ser llamados los hijos de Dios, pero ciertamente no en el sentido panteísta de Aratus o Cleantes!
Conociendo el contexto histórico y filosófico en el que Pablo habló, y observando las polémicas tendencias
del discurso del Areópago, no podemos aceptar el pronunciamiento apresurado de cualquier intérprete en
el sentido de que Pablo "cita estas enseñanzas con aprobación incondicional, aludiendo a un "marco de
referencia totalmente diferente""99. Aquellos que hacen tales observaciones, eventualmente se ven obligados
a reconocer la calificación de todas formas: por ej.: "Pablo no elogia la doctrina estoica" y "no reducía las
categorías de su doctrina a las de ellos.100
Berkouwer tiene razón cuando dice: "No hay aquí ningún indicio de un punto de contacto en el sentido de
una preparación para la gracia, como si los atenienses ya estuvieran en camino hacia el verdadero
conocimiento de Dios"101; Pablo estaba lo suficientemente bien informado como para saber, y era lo
suficientemente capaz como para leer las declaraciones en su contexto como para darse cuenta de que no
98
Gartner, el Discurso de Areopagus, pág. 188.
99
Gordon R. Lewis, la "Misión a los atenienses" parte IV, Serie de Estudio de Seminario (Denver: el Seminario Teológico
bautista Conservador, noviembre, 1964),
100
Ibid., parta III, pág. 2,; parta IV, pág. 6.
101
Berkouwer, la Revelación General, pág. 143.
estaba de acuerdo con el significado que se pretendía dar a estos poetas. Ciertamente no estaba diciendo
que estos filósofos habían llegado de alguna manera a elementos no calificados y aislados de la verdad—
¡Que el Zeus del panteísmo estoico era un paso conceptual hacia el verdadero Dios!
Esto debe ser explicado solamente en conexión con el hecho de que los poetas paganos han distorsionado la
verdad de Dios...... Sin esta verdad no habría falsa religiosidad. Esto no debe confundirse con la idea de que
la religión falsa contiene elementos de verdad y obtiene su fuerza de esos elementos. Este tipo de análisis
cuantitativo descuida la naturaleza de la distorsión provocada por la religión falsa. La pseudo-religión es
testigo de la verdad de Dios en su apostasía102.
Dentro del contexto ideológico del estoicismo y el panteísmo, por supuesto, las declaraciones de los filósofos
paganos sobre Dios no eran ciertas. Y Pablo seguramente no estaba cometiendo la falacia lógica del equívoco
al usar premisas concebidas panteísticamente para apoyar una conclusión bíblica teísta. Más bien, Pablo
apeló a las enseñanzas distorsionadas de los autores paganos como evidencia de que el proceso de distorsión
teológica no puede librar completamente a los hombres de su conocimiento natural de Dios. Ciertas
expresiones de los paganos manifiestan este conocimiento como suprimido. En el contexto filosófico
propugnado por el escritor impío, las expresiones fueron puestas a un falso uso. Dentro del marco de la
revelación de Dios—una revelación claramente recibida por todos los hombres pero obstaculizada en la
injusticia, una revelación renovada por escrito en las Escrituras que poseía Pablo—estas expresiones
expresaban apropiadamente una verdad de Dios. Pablo no utilizó ideas paganas en su discurso de Areópago.
Usó expresiones paganas para demostrar que los pensadores impíos no han erradicado toda idea, aunque
suprimida y distorsionada, del Dios vivo y verdadero. Comentarios de F. F. Bruce:
Epimenides y Aratus no son invocados como autoridades por derecho propio; sin embargo, ciertas cosas que
dijeron, pueden ser entendidas como apuntando al conocimiento de Dios. Pero el conocimiento de Dios
presentado en el discurso no es concebido ni establecido racionalmente; es el conocimiento de Dios enseñado
por los profetas y sabios hebreos. Está arraigada en el temor de Dios; pertenece al mismo orden que la verdad,
la bondad y el pacto de amor; por falta de ella los hombres y las mujeres perecen; en el día venidero de Dios,
la tierra se llenará `como las aguas cubren el mar' (Is. 11, 9). Las 'alusiones finamente ajustadas' a los
principios estoicos y epicúreos que se han discernido en el discurso, como las citas de poetas paganos, tienen
su lugar como puntos de contacto con el público, pero no comprometen al orador a la aquiescencia en el reino
de las ideas a las que originalmente pertenecen.103
Pablo demostró que aun en su abuso de la verdad los paganos no pueden evitar la verdad de Dios; primero
deben tenerla para poder distorsionarla. Como observó Ned B. Stonehouse;
El apóstol Pablo, reflexionando sobre su condición de criatura, y sobre su fe y práctica religiosa, pudo
descubrir en su religiosidad pagana evidencias de que los poetas paganos, en el acto mismo de suprimir y
pervertir la verdad, presuponían una medida de conciencia de ella.104
102
Ibid., pág. 144.
103
F. F. Bruce, "Pablo y los atenienses", Los Times 88 Explicativos (octubre, 1976): 11.
104
Stonehouse, Pablo Ante el Areopagus, pág. 30.
Sus propias declaraciones sin querer convencieron a los paganos de su conocimiento de Dios, suprimidas
en injusticia. Sobre las citas paganas, Van Til observa:
Sólo podían decir esto accidentalmente. Es decir, coincidiría con lo que en el fondo de sus corazones sabían
que era verdad a pesar de sus sistemas. Fue esa verdad que buscaron ocultar por medio de sus sistemas
profesados, la cual les permitió descubrir la verdad como filósofos y científicos.105
Los hombres se ven envueltos por la clara revelación de Dios; por más que intenten, la verdad que poseen
en el corazón de sus corazones no puede ser eludida, e inadvertidamente llega a su expresión. No lo
entienden explícitamente de manera adecuada; sin embargo, estas expresiones son un testimonio de su
convicción interna y su culpabilidad. Por consiguiente, Pablo podía aprovechar las citas paganas, no como
un terreno acordado para erigir el mensaje del evangelio, sino como una base para llamar a los incrédulos
al arrepentimiento por su huida de Dios. "Pablo apeló al corazón del hombre natural, sea cual sea la máscara
que use."106
En Hechos 17:24-31 el lenguaje de Pablo se basa principalmente en el Antiguo Testamento. Hay poca
justificación para la afirmación de Lake y Cadbury de que este discurso usaba un estilo secular de hablar,
omitiendo citas del Antiguo Testamento107 La utilización de Pablo de los materiales del Antiguo Testamento
es bastante conspicua. Por ejemplo, podemos ver claramente a Isaías 42:5 expresándose en Hechos 17:24-
25, como lo indica esta comparación:
Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos;
el que da aliento al pueblo que mora sobre ella... (Isaías 42:5). E El Dios que hizo el mundo y todas las cosas
que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra... da a todos vida y aliento y todas las cosas (Hechos 17:24-
25).
En la perícopa de Isaías, el profeta continúa indicando que los gentiles pueden ser comparados con hombres
ciegos en una prisión oscura (42:7), y en el discurso de Areópago Pablo continúa diciendo que si los hombres
buscan a Dios, es como si estuvieran a tientas en la oscuridad (es decir, el sentido de la frase griega " tantear
en pos de Él " (17:27)). El desarrollo del pensamiento de Isaías continúa con la declaración de que la alabanza
de Dios no debe ser dada a las imágenes esculpidas (42:8), mientras que el discurso de Pablo avanza a la
declaración de que "no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, esculturas
de arte y de imaginación de hombres (17:29). Seguramente parece como si el modelo profético de
pensamiento estuviera en la parte posterior de la mente del apóstol. F. F. Bruce comenta correctamente el
método de argumentación de Pablo ante el Areópago:
Él no argumenta a partir de la clase de "primeros principios" que formaron la base de las diversas escuelas
de filosofía griega; su exposición y defensa de su mensaje se basan en la revelación bíblica de Dios…. A
diferencia de algunos apologistas posteriores que siguieron sus pasos, Pablo no deja de ser fundamentalmente
105
Van Til, Paul en Atenas, pág. 12.
106
Ibid., pág. 2.
107
Lake y Cadbury, los Hechos de los Apóstoles, pág. 209.
bíblico en su acercamiento a los griegos, incluso cuando (como en esta ocasión) su énfasis bíblico podría
parecer que destruye sus posibilidades de éxito108.
Aquellos que han sido entrenados para pensar que el apologista debe ajustar su autoridad epistemológica o
método en términos de la mentalidad de sus oyentes, encontrarán que el discurso del Areópago es bastante
sorprendente a este respecto. Aunque Pablo se dirige a una audiencia que no está comprometida o ni
siquiera predispuesta a las Escrituras reveladas, es decir, a los gentiles educados, ¡Su discurso es sin
embargo una polémica típicamente judía con respecto a Dios, la idolatría y el juicio! Usando el lenguaje y
los conceptos del Antiguo Testamento, Pablo declaró que Dios es el Creador, un Espíritu que no habita en
templos hechos por manos humanas (v. 24). Dios es autosuficiente, y todos los hombres dependen de Él (v.
25). Él creó a todos los hombres a partir de un antepasado común y es el Señor de la historia (v. 26). Pablo
continuó enseñando la reprobación de Dios hacia la idolatría (v. 29), Su demanda de arrepentimiento (v.
30), y Su señalamiento de un día final de juicio (v. 31). En este sentido, Pablo no dijo nada que un profeta
del Antiguo Testamento no pudiera haber dirigido a los judíos. Como el Señor Creador (Isaías 42:5), Dios
no habita en templos hechos a mano—el mismo punto hablado ante los judíos por Esteban en su defensa
con respecto a las declaraciones sobre el templo de Jerusalén que Dios mismo mandó construir (Hechos
7:48). Tanto Pablo como Esteban se remontan al Antiguo Testamento, donde se enseñó que los cielos no
pueden contener a Dios, y tampoco una casa hecha por el hombre (1 Reyes 8:27; Isaías 66:1). Y si Dios no
está limitado por una casa erigida por los hombres, tampoco es servido por los sacrificios llevados a tales
templos (Hechos 17:25). Pablo recordaba sin duda las palabras de Dios a través del salmista: " Si yo tuviese
hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y su plenitud. ¿He de comer yo carne de toros, O de
beber sangre de machos cabríos?" (Salmo 50:12-13). El discurso de Areópago subraya el hecho de que la
"vida" viene de Dios (v. 25), en quien "vivimos" (v. 28); tales afirmaciones pueden haber sido sutiles
alusiones a la etimología del nombre de Zeus (zao en griego, que significa "vivir") —el dios exaltado en la
poesía de Arato y Epimenides. El verdadero Señor de la vida era Jehová, el Creador, que en muchos aspectos
era autosuficiente y muy diferente del Zeus de la mitología popular o de la especulación panteísta. Dios ha
establecido las diferentes épocas y los límites de los hombres (Hechos 17:26)— tal como escribió el salmista:
" Tú fijaste todos los términos de la tierra; El verano y el invierno tú los formaste." (Salmo 74:17). La
mención de Pablo de las "estaciones señaladas" se refería a las estaciones regulares del año (como en Hechos
14:17, "tiempos fructíferos") o a los períodos señalados para la existencia y prominencia de cada nación109
De cualquier manera, su doctrina estaba arraigada en el Antiguo Testamento—el pacto de Noé (Génesis
8:22) o la interpretación de Daniel de los sueños (Daniel 2:36-45).
Otro punto de contacto entre la apologética del Areópago y el Antiguo Testamento es obvio en Hechos 17:29.
Pablo indicó que nada de lo que es producido por el hombre (es decir, cualquier obra de arte) puede ser
considerado como el productor del hombre. Aquí la polémica de Pablo es tomada directamente de los
profetas del Antiguo Testamento (por ejemplo, Isaías 40:18-20). Ningún ídolo puede ser semejante a Dios
ni ser considerado a Su imagen. La imagen de Dios se encuentra en otra parte, en la obra de sus propias
108
F. F. Bruce, La Defensa del Evangelio en el Nuevo Testamento, el pp. 38, 46-47.
109
Compare Gartner, el Discurso de Areopagus, el pp. 147-152, con Haenchen, el Comentario de Hechos, pág. 523.
manos (cf. Génesis 1:27), y por lo tanto prohibió la realización de otras seudoimágenes de Sí mismo ("No te
harás imagen..", Ex. 20:4). El razonamiento de Pablo estaba impregnado de la revelación especial de Dios.
Consistente con su enseñanza en las epístolas, entonces, Pablo permaneció en terreno cristiano sólido
cuando disputó con los filósofos. Razonó a partir de las Escrituras, refutando así cualquier supuesta
dicotomía en su método apologético entre su acercamiento a los judíos y su acercamiento a los gentiles. En
todos y cada uno de los encuentros apologéticos Pablo comenzó y terminó con Dios. " Él mismo no fue
neutral en ningún momento".110 "Al igual que la misma revelación bíblica, su discurso comienza con Dios
creador de todo, continúa con Dios sustentador de todo, y concluye con Dios juez de todo"111 Él había
establecido previamente la ignorancia de sus oyentes; por lo tanto, no estaban en condiciones de generar
refutaciones informadas de la posición de Pablo. También había indicado su autoridad para declarar la
verdad; esto ahora se veía reforzado por su apelación a la autoridad autoevidente de la revelación de Dios
en las Escrituras del Antiguo Testamento. Finalmente, había establecido el conocimiento y la
responsabilidad de su audiencia hacia la verdad de Dios en la revelación natural. Pablo ahora provee el
contexto interpretativo de la revelación especial para rectificar el manejo distorsionado de la revelación
natural previa y para complementar su enseñanza con el camino de la redención.
Presionando la Antítesis
Los temas del discurso de Pablo en Hechos 17 son paralelos a los de Romanos 1: creación, providencia,
dependencia del hombre, pecado del hombre, juicio futuro. Pablo establece con audacia la perspectiva
reveladora frente a los temas de la filosofía ateniense. Las declaraciones del discurso de Areópago de Pablo
difícilmente podrían haber sido mejor calculadas para reflejar la teología Bíblica mientras contradicen las
doctrinas de la filosofía pagana. Pablo no apeló a las doctrinas estoicas para dividir a su audiencia (una
estratagema usada en Hechos 23:6)112, sino que ofendió filosóficamente tanto a los filósofos epicúreos como
a los estoicos en su audiencia, insistiendo en una enseñanza que era directamente antitética a sus distintivos.
Contra el monismo de los filósofos, Pablo enseñó que Dios había creado todas las cosas (v. 24; cf. Ex. 20:11;
Sal. 146:6; Is. 37:16; 42:5). Esto excluyó el materialismo de los epicúreos y el panteísmo de los estoicos.
Contra los puntos de vista naturalistas e inmanentistas, Pablo proclamó la trascendencia sobrenatural.
Mientras sus oyentes miraban el Partenón, Pablo declaró que Dios no habita en templos hechos con manos
(1 Reyes 8:27; Isaías 66:1-2).
Dios no necesita nada del hombre; por el contrario, el hombre depende de Dios para todo (v. 25; cf. Salmo
50:9-12; Isaías 42:5). Los filósofos de Atenas deben hacer así todas las cosas para la gloria de Dios—lo que
incluye llevar cautivo a Él todo pensamiento, renunciando así a su supuesta autonomía. La enseñanza de
Pablo sobre la unidad de la raza humana (v. 26a) fue un duro golpe para el orgullo de los atenienses de ser
autóctonos de la tierra de Ática, y atacó su gran sentimiento de superioridad sobre los "bárbaros". La
insistencia de Pablo de que Dios no estaba lejos de ninguno desinflaría el orgullo del estoico en su
110
Berkouwer, la Revelación General, el pp. 142-143.
111
F. F. Bruce, "Pablo y los atenienses", pág. 9.
112
Contrariamente a E. M. Blaiklock, Los Hechos de los Apóstoles, Un Comentario Histórico, en el Tyndale los Nuevos
Comentarios del Testamento, el ed. R. V. G. Tasker (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1959), pp. 140-141.
conocimiento elitista de Dios (v. 27b). Frente a un compromiso uniforme con el concepto del destino, Pablo
expuso la doctrina bíblica de la providencia de Dios (v. 26b; cf. Deut. 32:8); Dios no está alejado del mundo
de los hombres ni es indiferente a él.
Tras la legendaria fundación por Atenea de la corte de Areópago, Apolo había declarado (según Esquilo):
"Cuando el polvo bebe la sangre de un hombre, Una vez que ha muerto, no hay resurrección." Sin embargo,
el apóstol Pablo anunció con firmeza la resurrección de Jesucristo, un hecho que asegura a todos los hombres
que Él juzgará al mundo en la consumación (Salmo 9:8; 96:13; 98:9; Daniel 7:13; Juan 5:27; Romanos 2:16)—
una doctrina que contravenía los puntos de vista griegos de la historia cíclica y eterna. Los epicúreos fueron
engañados al pensar que al morir el cuerpo del hombre simplemente se descomponía, y que por lo tanto no
había temor al juicio; la resurrección refutó sus ideas, de la misma manera que refutó la noción de que el
cuerpo es una prisión desdeñosa. A lo largo del discurso de Pablo, el escepticismo común sobre el
conocimiento teológico que se encuentra en las escuelas filosóficas fue obviamente desafiado por la
pronunciada autoridad de Pablo y su habilidad para proclamar abiertamente la verdad final sobre Dios.
Uno difícilmente puede evitar la conclusión de que Pablo no estaba buscando áreas de acuerdo o nociones
comunes con sus oyentes. En cada punto puso su posición Bíblica en contraste antitético con las creencias
filosóficas de ellos, socavando sus suposiciones y exponiendo su ignorancia. Él no buscó añadir más
verdades a un fundamento pagano de verdad elemental. Pablo más bien desafió los fundamentos de la
filosofía pagana y llamó a los filósofos al arrepentimiento total (v. 30).
La nueva era que ha comenzado con el advenimiento y el ministerio de Jesucristo ha puesto fin a la visión
histórica de Dios sobre las naciones que vivieron en incredulidad. En Listra Pablo declaró que en
generaciones pasadas Dios "ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos" (Hechos 14:16),
aunque ahora los estaba llamando a que se volvieran de sus vanidades al Dios viviente (14:15).
Anteriormente, Dios también había mostrado paciencia hacia los pecados de los judíos (cf. Romanos 3:25).
Sin embargo, con el advenimiento de Cristo, ha habido un nuevo comienzo. Los pecados que una vez se
cometieron por la ignorancia culpable han sido incluso menos excusables por las realidades redentoras del
evangelio. Incluso en el pasado, la paciencia de Dios debería haber llevado a los hombres al arrepentimiento
(Romanos 2:4). Cuánto más, entonces, deberían los hombres responder ahora a su culpabilidad
arrepintiéndose ante Dios por sus pecados. La clemencia de Dios demuestra que su concentración de
esfuerzo es hacia la salvación más que hacia el juicio de los hombres (cf. Juan 3:17). Esta misericordia y
paciencia no deben ser despreciadas. A los hombres de todas partes se les exige ahora que se arrepientan.
En la perspectiva de Pablo sobre la historia de la redención, él puede simplemente decir a modo de resumen:
"He aquí ahora el tiempo aceptable" (2 Cor. 6:2). Tan culpable como habían sido los hombres en el pasado,
Dios había pasado por alto la confrontación con ellos. A diferencia de Israel, los mensajeros no habían venido
a reprender a los gentiles y a declarar el castigo que merecían. Dios había "pasado por alto" (no "se hizo de
la vista gorda" con sus connotaciones inapropiadas) los antiguos tiempos de ignorancia (Hechos 17:30).
Mientras que en el pasado había permitido a los paganos andar por sus propios caminos, ahora con la
revelación perfecta que ha venido en Jesucristo, Dios ordena el arrepentimiento (un "cambio de mente") de
todos los hombres y les envía mensajeros hacia ese fin. Pablo quería que los filósofos de Atenas no sólo
refinaran su pensamiento un poco más y le añadieran información que les faltaba, sino que más bien
abandonaran sus presuposiciones y cambiaran completamente de opinión, sometiéndose a la clara y
autoritativa revelación de Dios. Si no se arrepentían, sería una indicación de su amor a la ignorancia y el
odio al conocimiento genuino.
¿A quién tendrían que rendir cuentas? En este punto Pablo introdujo la "Escatología del Hijo del Hombre"
de los evangelios. El juicio se llevaría a cabo por un hombre (literalmente, un "varón") que había sido
ordenado para esta función por Dios. Este hombre es el "Hijo del Hombre" mencionado en Daniel 7:13. En
Juan 5:27, Cristo habló de sí mismo, diciendo que el Padre "le dio autoridad para hacer juicio, porque es el
Hijo del Hombre". Después de su resurrección, Cristo encargó a los apóstoles "que predicaran al pueblo y
dieran testimonio de que éste es el que ha sido ordenado por Dios para ser el Juez de los vivos y de los
muertos" (Hch 10:42). Pablo declaró esta verdad en su apologética del Areópago, indicando que Dios había
dado "certeza" o prueba del hecho de que Cristo sería el Juez final de la humanidad. Esta prueba fue provista
por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.
Para ser exactos, es importante para nosotros notar que la resurrección fue evidencia en la argumentación
de Pablo, no fue la conclusión de su argumentación. Él estaba discutiendo, no por la resurrección, sino por
el juicio final por Cristo. La engañosa suposición hecha por muchos apologistas evangélicos populares es
que Pablo se dedicó aquí a un intento de prueba de la resurrección—aunque Lucas no menciona nada de
eso. La prueba por medio de la resurrección se ve erróneamente en el versículo 31 como prueba de la
resurrección113 Otros saben mejor que leer tal argumento en el texto y sostienen que la prueba detallada de
la resurrección fue interrumpida en la alocución de Pablo114 Se nos dice que habría proseguido con esta línea
de razonamiento si no hubiera sido interrumpido por sus oyentes que se burlaban de él. Sin embargo, una
vez más, esta interpretación gana toda la plausibilidad posible con un intérprete en términos de nociones
preconcebidas, más que en términos de apoyo textual. F. F. Bruce comenta, "No hay razón para suponer
que el escarnio con el que algunos de sus oyentes recibieron su referencia a la resurrección de Jesús
restringió seriamente el discurso que pretendía hacer"115 Haenchen dice: "No hay ningún indicio de que
Pablo se vea interrumpido", mientras que el discurso, tal y como aparece en los Hechos 17, "es
113
Por ejemplo, R. C. Sproul, cinta "Paul en la Colina Marte", en la serie los Exegetical Biblia Estudios: Los Hechos
(Pennsylvania: el Ligonier Valle Estudio Centro), cinta HACHA-13.
114
El ej., Blaiklock, los Hechos, el Comentario Histórico, pág. 142,; Everett F. Harrison, los Hechos,: La Iglesia Que ensancha
(Chicago: la Prensa Malhumorada, 1975), pág. 272
115
F. F. Bruce, el Libro de Los Hechos, pág. 362.
intrínsecamente algo muy completo"116, Pablo proclamó que Cristo fue nombrado el Juez final de la
humanidad, como lo evidenciaba su resurrección de entre los muertos. El Apóstol no proporcionó un
argumento empírico para la resurrección, sino que discutió teológicamente desde el hecho de la resurrección
hasta el juicio final. Para Pablo, aun en las disputas apologéticas ante filósofos incrédulos, no había autoridad
más última que la de Cristo. Esta actitud epistemológica era la más apropiada a la luz del hecho de que
Cristo sería el Juez último de cada pensamiento y creencia del hombre.
(32) Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te
oiremos acerca de esto otra vez.
(34) Mas algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer
llamada Dámaris, y otros con ellos.
Si Pablo hubiera hablado de la inmortalidad del alma, su mensaje podría haber parecido plausible al menos
para algunos de los filósofos en su audiencia. Sin embargo, todos desdeñaban la idea de la resucitación de
un cadáver. Cuando Pablo concluyó su discurso con referencia a la resurrección de Cristo, tal absurdo
aparente llevó a algunos oyentes a "burlarse" en una abierta mofa a Pablo. Hay algunas cuestiones en cuanto
a lo que debería hacerse con otra reacción mencionada por Lucas—a saber, que algunos dijeron que
escucharían a Pablo de nuevo sobre este asunto. Esto pudo haber sido una cortés postergación que sirvió
como una evasión,117 una indicación de que este segmento de la audiencia estaba confundida o
desconcertada con el mensaje,118 o evidencia de que algunos esperaban con nostalgia que la proclamación
de Pablo pudiera ser cierta.119 De una manera u otra, nadie en la audiencia de Pablo debería haber creído
imposible que Dios pudiera resucitar a los muertos (cf. Hechos 26:8), pero mientras esta suposición
filosófica controlara su pensamiento, los filósofos nunca se verían inducidos a aceptar el hecho de la
resurrección ni a permitir hacer un cambio en su punto de vista.
Hasta que el Espíritu Santo no regenere al pecador y lo lleve al arrepentimiento, sus presuposiciones
permanecerán inalteradas. Y mientras las presuposiciones del incrédulo no cambien, será imposible aceptar
y comprender adecuadamente las buenas nuevas de la resurrección histórica de Cristo. Los filósofos
atenienses habían pedido originalmente a Pablo un relato de su doctrina de la resurrección. Después de su
defensa razonada de la esperanza dentro de él y su desafío a las presuposiciones del filósofo, unos pocos
cambiaron su forma de pensar. Pero muchos se negaron a corregir sus presuposiciones, de modo que
cuando Pablo concluyó con la resurrección de Cristo, se burlaron y ridiculizaron.
116
Haenchen, el Comentario de Los Hechos, pág. 526.
117
Harrison, los Hechos, pág. 273.
118
Lake y Cadbury, los Actos de los Apóstoles, pág. 219.
119
J. S.Steward, Una Fe para Proclamar (Nueva York: Los Hijos de Charles Scribner, 1953), pág. 117.
La aceptación de los hechos se rige por las suposiciones más últimas de uno mismo, como bien sabía Pablo.
Pablo comenzó su apologética con Dios y Su revelación; concluyó su apologética con Dios y Su revelación.
Los filósofos atenienses comenzaron su disputa con Pablo en una actitud de incredulidad cínica sobre la
resurrección de Cristo; concluyeron la disputa en incredulidad cínica sobre la resurrección de Cristo. Sin
embargo, Pablo sabía y demostró que el "sistema cerrado" de los filósofos era una cuestión de
pseudosabiduría dialéctica e ignorancia. Su visión de que Dios moraba en un misterio impenetrable
socavaba sus enseñanzas detalladas sobre Él. Su visión de que la eventuación histórica era un asunto de
destino irracional fue infringida por su convicción de que todas las cosas están determinadas
mecánicamente, y así sucesivamente. En su "sabiduría" se habían vuelto totalmente ignorantes de la verdad
última.
Pablo sabía que la explicación de su hostilidad a la revelación de Dios (aunque evidenciaban una incapacidad
para escapar de su contundencia) se encontraba en su deseo de ejercer control sobre Dios (por ejemplo, v.
29) y evitar enfrentar el hecho de su merecido castigo ante el tribunal de Dios (v. 30). Secretamente
esperaban que la ignorancia fuese una dicha, y por eso preferían las tinieblas a la luz (Juan 3:19-20). Así que
Pablo "salió de entre ellos" (v. 33)—una aseveración que no expresa nada acerca de su apologética siendo
interrumpida, y que no da evidencia de que Pablo estuviera de alguna manera decepcionado con su esfuerzo.
Tales pensamientos deben ser leídos dentro del versículo.
Las mentes de los filósofos atenienses no podían cambiarse simplemente apelando a unos pocos hechos
particulares y debatidos, ya que sus presuposiciones filosóficas determinaban lo que ellos harían de los
hechos. Tampoco se les podía alterar la mente razonando con ellos sobre la base de sus propias suposiciones
fundamentales; hacer causa común con su filosofía habría sido simplemente confirmar su compromiso con
ella. Sus mentes sólo podrían ser cambiadas desafiando toda su manera de pensar con una visión
completamente diferente del evangelio, llamándolos a renunciar a la insensatez inherente de sus propias
perspectivas filosóficas y a arrepentirse por su supresión de la verdad acerca de Dios.
Una revolución mental tan completa, que permita un conocimiento de la verdad bien fundamentado y
filosóficamente defendible, puede ser llevada a cabo por la gracia de Dios (cf. 2 Tim. 2:25). Así, pues, Lucas
nos informa que, al salir Pablo de la audiencia del Areópago, "Mas algunos creyeron, juntándose con él" (v.
34). Hay una nota de triunfo en la observación de Lucas de que algunos dentro de la audiencia de Pablo se
hicieron creyentes como resultado de su presentación apologética. Menciona notoriamente que un miembro
del Consejo del Areópago, Dionisio, se convirtió al Cristianismo, así como una mujer que era lo bastante
conocida como para ser mencionada por su nombre, Damaris. Estos no eran más que algunos conversos
"entre otros". La tradición eclesiástica que data de alrededor del año 170 d.C. dice que Dionisio fue nombrado
por Pablo como el primer anciano en Atenas. (En el siglo V algunas obras seudepigráficas de carácter
neoplatónico utilizaron su nombre. Sin embargo, el mismo Lucas menciona que no se ha plantado ninguna
iglesia en Atenas, ya que habríamos esperado que un gentil educado mencionara si se había iniciado una
iglesia en Atenas. De hecho, una familia que residía en Corinto fue tomada por Pablo como las "primicias
eclesiásticas de Acaya" (1 Corintios 16:15). Aparentemente ninguna iglesia se desarrolló inmediatamente en
la ciudad de Atenas, a pesar de que los escritores patrísticos (especialmente Orígenes) mencionan que una
iglesia estaba en Atenas—al final, parece ser que se inició en algún momento después del ministerio de Pablo
allí. Los primeros apologistas post-apostólicos, Cuadrado y Arístides, escribieron durante la época del
emperador Adriano, y ambos eran de Atenas. Independientemente de cómo elijamos reconstruir la historia
eclesiástica de la ciudad, está claro que la obra de Pablo no fue inútil. Por la gracia de Dios vio el éxito, y su
método apologético puede ser una guía y un estímulo para nosotros hoy. Ojalá tuviéramos la valentía en un
entorno universitario orgulloso, que goza del más alto nivel de cultura de la época, proclamar claramente a
los filósofos eruditos, con sus grandes mentes, que en realidad son idólatras necios que deben arrepentirse
a la luz del juicio venidero por el Hijo resucitado de Dios.
Observaciones En Retrospectiva
(1) Se ha encontrado que el discurso del Areópago de Pablo en Hechos 17 establece un encuentro
clásico y ejemplar entre el compromiso Cristiano y el pensamiento secular—entre "Jerusalén y
Atenas". El método apologético del Apóstol para razonar con los incrédulos instruidos que no
reconocieron la autoridad bíblica resulta ser un modelo adecuado para nuestra defensa de la fe
hoy.
(2) A juzgar por el trato que Pablo daba a los filósofos atenienses, no estaba preparado para descartar
su aprendizaje, pero tampoco dejaba que éste ejerciera un control correctivo sobre su perspectiva
cristiana. Los dos reinos del pensamiento obviamente estaban tratando con preguntas comunes,
pero Pablo no trabajó para integrar elementos aparentemente de apoyo de la filosofía pagana en
su sistema de pensamiento Cristiano. Debido al carácter distorsionador de la verdad y generador
de ignorancia del pensamiento incrédulo, el desafío de Pablo fue que todo razonamiento se
ubicara dentro del contexto presuposicional de la verdad reveladora y el compromiso Cristiano.
La relación que debía mantener "Atenas" con "Jerusalén" era de dependencia necesaria.
(3) En lugar de tratar de construir una teología natural sobre la plataforma filosófica de sus
oponentes—asimilando el pensamiento autónomo—el enfoque de Pablo fue acentuar la antítesis
entre él y los filósofos. Nunca asumió una postura neutral, sabiendo que la teología natural de los
filósofos atenienses era inherentemente una idolatría natural. No podía argumentar desde sus
premisas incrédulas hasta las conclusiones bíblicas sin equivocarse en su comprensión. De este
modo, su propia perspectiva distintiva se situó en todo momento en contra de los compromisos
filosóficos de sus oyentes.
(4) Nada remotamente similar a lo que se llama en nuestros días el argumento histórico para la
resurrección de Cristo juega un papel en el razonamiento de Pablo con los filósofos. La declaración
de la resurrección histórica de Cristo fue crucial, por supuesto, para su presentación. Sin
embargo, no lo defendió de forma independiente por razones empíricas como un acontecimiento
histórico bruto—aunque milagroso—según una interpretación apostólica de entonces. La
argumentación acerca de un hecho en particular no forzaría un cambio en el marco
presuposicional de pensamiento del incrédulo. La preocupación de Pablo era esta perspectiva
básica y controladora o red de convicciones centrales por las que se sopesarían e interpretarían
los detalles de la historia.
(5) Al perseguir la antítesis presuposicional entre el compromiso cristiano y la filosofía secular, Pablo
consistentemente tomó como su máxima autoridad la palabra de Cristo y de Dios—no la
especulación y el razonamiento independiente, no los hechos de la experiencia ocular que
supuestamente son incuestionables, no la satisfacción o la paz que sentía dentro de su corazón.
La verdad revelacional de Dios—aprendida a través de sus sentidos, entendida con su mente,
consolando su corazón y proveyendo el contexto para toda la vida y el pensamiento—fue su punto
de partida autoevidente. Era la plataforma presuposicional para declarar con autoridad la verdad,
y fue presentada como la única opción razonable para que los hombres puedan elegir.
(6) El llamado de Pablo era al conocimiento ineludible de Dios que todos los hombres tienen en virtud
de ser imagen de Dios y en virtud de Su revelación a través de la naturaleza y de la historia. Un
punto de contacto se puede encontrar incluso en los filósofos paganos debido a su naturaleza
religiosa inalienable. Pablo indicó que los incrédulos son conspicuamente culpables de
distorsionar y suprimir la verdad de Dios.
(7) En motivación y dirección, la argumentación de Pablo con los filósofos atenienses era
presuposicional. Él puso dos cosmovisiones fundamentales en contraste, exhibiendo la ignorancia
que resulta de los compromisos del incrédulo, y presentando la precondición de todo
conocimiento—la revelación de Dios—como la única alternativa razonable. Su objetivo era
efectuar un cambio general en la perspectiva y la mentalidad, para llamar al incrédulo al
arrepentimiento, siguiendo el doble procedimiento de criticar internamente la posición del
incrédulo y presentar la necesidad de la verdad de la Escritura. A través de todo esto, también se
debe observar que Pablo se mantuvo firme. Su actitud mostró una muy humilde valentía.