Hist de La Iglesia - Herejías, Cismas y Controversias
Hist de La Iglesia - Herejías, Cismas y Controversias
Hist de La Iglesia - Herejías, Cismas y Controversias
1
principio supremo, los grupos de eones, etc.; d) diversos elementos del
cristianismo tomados de la Sagrada Escritura y acomodando a sus
concepciones con atrevidas alegorías demasiado fantasiosas.
Este gnosticismo, anterior al cristianismo, proponía a sus
seguidores un conocimiento más profundo de la divinidad, un camino
seguro para liberarse del pecado mediante la enseñanza de las
revelaciones divinas, la iniciación en los misterios, la solución al
problema del mal (Dualismo) y de la creación (el Demiurgo). Esta etapa
del gnosticismo no fue creación de un personaje concreto, sino un
sincretismo elaborado a lo largo del siglo primero antes de Cristo, que
tuvo múltiples manifestaciones y muchos representantes de diferentes
tendencias.
La primera infiltración del gnosticismo en el cristianismo se dio en
las comunidades cristianas fundadas por San Pablo, quien las previene
contra la falsa gnosis (cf. Col 2, 2). Pero, fue hasta el siglo II cuando el
gnosticismo penetró ampliamente en las restantes comunidades
cristianas por obra de los filósofos convertidos al cristianismo, pues
algunos de ellos, de buena fe, quisieron introducir las verdades de la fe
en el ámbito de las especulaciones filosófico-religiosas del gnosticismo,
con la intención de elevar el cristianismo del plano inferior dela fe al
plano superior de la gnosis (ciencia), y dar así al cristianismo una mayor
fuerza de expresión y propagación en los ambientes intelectuales
helenísticos de ese tiempo.
El gnosticismo, emparentado con el neoplatonismo, el más
significativo de las nuevas corrientes paganas que intentaban resucitar la
filosofía antigua con sus variadas manifestaciones y cantidad de
representantes. El neoplatonismo era una corriente pagana y el
gnosticismo se presentaba como cristiano; por lo mismo, era más
peligroso para el cristianismo, pues constituía una terrible amenaza
contra la doctrina cristiana. El peligro del gnosticismo era más grave aún
por el hecho de presentarse como gnosis, es decir, conocimiento o
ciencia, cuyos representantes, hombres excepcionales supieron elaborar
diferentes sistemas de pensamiento, y presentaron con atracción
seductora sus ideas.
Los diferentes sistemas gnósticos tienen en común algunos
puntos básicos. El primero es la oposición fundamental y eterna entre el
Dios trascendental e inaccesible, el abismo inescrutable, Ser supremo, y
por otro lado la materia informe, concebida como principio y origen del
mal. Es lo que conocemos como Dualismo. El segundo es la doctrina
sobre los seres intermediarios, una serie de criaturas producidas
generalmente por emanación del Ser supremo, los llamados eones, o
principios eternos, porque en realidad debían haber sido producidos
desde la eternidad.
2
Todos esos eones debían estar entrelazados de un modo especial,
distinto en los diversos sistemas, y, junto con el Ser supremo, formaban
el reino de la luz. Estos eones o emanaciones iban generalmente por
parejas, y eran menos perfectos en la medida en que se alejaban del Ser
supremo. De todos modos, aun el eón inferior poseía una partícula de
divinidad, que imposibilitaba la creación de la materia. Por otra parte, al
efectuarse estas emanaciones, algunas partecitas de la divinidad cayeron
en medio dela materia y allí se hallaban como desterradas entre un
elemento contrario.
Todo esto iba encaminado a explicar el problema del mal. La
explicación de los gnósticos se basaba en el dualismo persa y en la teoría
de los eones, emparentada con las ideas platónicas. Según esta teoría,
uno de los eones, participante de la divinidad, pretendió ascender en su
posición y aun llegar al grado de Ser supremo, y se rebeló contra aquel.
Arrojado del reino de la luz este eón, que llama Demiurgo, crea el mundo
material y el hombre, entablándose con esto la lucha constante entre el
hombre y Dios. Algunos gnósticos identificaban el demiurgo,
contrincante de Dios, con el Dios del Antiguo Testamento. Las almas de
los hombres, espirituales y puras, son partecitas de luz encerradas en la
materia, de la que esperan ser rescatadas.
En el problema de cómo se lleva a cabo la redención los gnósticos
lo basan en sus mismas concepciones. Para redimir al alma humana,
encerrada en la materia, vino otro eón, fiel al Señor supremo, el eón
Cristo. Este comunicó a las almas el conocimiento de su verdadero
origen y les enseñó el modo de liberarse de la materia, que es
precisamente por el conocimiento superior, la gnosis, no por las buenas
obras. Por otra parte, este eón divino, el Cristo de la filosofía gnóstica,
no toma verdadero cuerpo, pues en su concepción esto es imposible, ya
que la materia es esencialmente mala. Además, y por eso mismo, no
redime por medio del sacrificio y la cruz, sino enseñando el
conocimiento verdadero con su ejemplo. Se destruye, pues, la verdadera
redención. Sin cuerpo verdadero, Cristo no podía sufrir ni, por tanto,
merecer.
Precisamente por la importancia que se da al conocimiento o
gnosis, se dividen los hombres en tres clases o castas: los espirituales o
gnósticos, esto es, los que han conseguido el pleno conocimiento; éstos
no necesitan nada más, ni tiene que preocuparse de ninguna clase de
prescripciones ni de normas de ninguna de moral. Su conocimiento los
salva y les basta. A los gnósticos siguen los psíquicos, los simples
cristianos, que no tienen capacidad para llegar a la verdadera gnosis, y,
finalmente, los materiales, que son los paganos, que no tienen
esperanza ninguna de salvación. Esta división está evidentemente
inspirada en la teoría tricotómica de Platón, que distingue en el hombre
el triple principio: espíritu, alma sensible y cuerpo.
3
A estas excentricidades, rarezas y audacias se llegó con el afán de
fundir en uno lo que daban de sí la filosofía griega, las especulaciones
orientales y la doctrina más pura del cristianismo. El resultado fue un
verdadero peligro de asfixia y estrangulamiento para éste. Por esto
podemos afirmar que los esfuerzos de la filosofía pagana por medio de
los neopitagóricos y neoplatónicos, y al mismo tiempo con todo el
conjunto de sistemas gnósticos, pusieron al cristianismo en mucho
mayor peligro que las persecuciones de los emperadores romanos.
Desde fines del siglo I aparecieron los primeros asomos del
espíritu gnóstico. Estos se manifiestaron con la idea de un cuerpo
aparente en Cristo, que tan claramente resurgiría después en los grandes
sistemas gnósticos. Esta doctrina recibió el nombre de docetismo, y en
las diversas formas en que se presentó se reducía a la idea de que Cristo
no tomó un cuerpo verdadero, ya que para el gnosticismo la materia es
algo intrinsecamente malo, sino un cuerpo aparente.
Entre los diferentes jefes de los sistemas gnósticos podemos
mencionar, en primer lugar a Simón Mago, considerado como el
precursor de los gnósticos, y a quien sus seguidores consideraban un
verdadero eón superior, el demiurgo de los gnósticos, una emanación de
Dios. Otro fue Cerinto, hombre de gran talento especulativo y verdadero
precursor de los gnósticos propiamente tales y otros herejes de los siglos
IV y V. Cerinto suponía la existencia de un ser mediador, el demiurgo,
creador del mundo, el cual dio la ley a Moisés. Saturnilo enseñó en
Antioquía hacia el año 125, teniendo como base el dualismo persa: el
Dios de la luz y Satán, el principio del bien y el principio del mal.
Basilides, que enseñó en Alejandría, distingue tres mundos. En el
primero, que está por encima de todo lo creado, reside el Señor
supremo. En el segundo, como intermediario, están instaladas las 365
regiones suprasensibles. El tercero es el mundo sublunar, habitado por
espíritus o ángeles, que crearon el mundo. Pero, fue Valentín quien llevó
a su apogeo la gnosis alejandrina. Valentín es quien más claramente
presenta la distinción entre las tres clases de hombres. Los espirituales o
gnósticos, que ni siquiera necesitan redención. Esta es necesaria para los
psíquicos o simples cristianos, y es efectuada por el demiurgo con un
cuerpo aparente. En el bautismo baja sobre él el eón Jesús Salvador,
quien lo abandona en la muerte.
Íntimamente relacionado con el gnosticismo está Marción, que
tiene una doble tendencia. La primera, típica de los gnósticos, de infiltrar
en el cristianismo las ideas exóticas de la filosofía griega y religiones
orientales; la segunda, la impugnación directa de ciertos principios o
verdades católicas y la rebelión contra la legítima jerarquía, en lo cual
participa más bien de los rasgos de los cismáticos. Todo el sistema de
Marción estaba basado en la oposición irreductible entre el Dios del
Antiguo Testamento, el demiurgo severo e intransigente de los
4
gnósticos, y el Cristo del Nuevo Testamento, el Dios del amor y la
misericordia, el cual sin intervención de María, apareció en el mundo con
un cuerpo aparente y enseñó la verdadera doctrina, opuesta a la del
demiurgo del Antiguo Testamento.
El montanismo era parte importante de las tendencias rigoristas
de la segunda mitad del siglo II; surgió en el seno del cristianismo y se
distinguió por no querer nada que no fuera la más pura doctrina de
Cristo; se presentaba como el ideal de perfección del mismo Jesús;
trataba de corregir las supuestas desviaciones del verdadero espíritu
cristiano. Mucho mejor que Marción, el montanismo aspiraba a reformar
la Iglesia católica y preparar así un nuevo e inminente reino de Dios; se
enfrentaba a la autoridad legítima; su fanatismo exagerado los conducía
a creerse poco menos que infalibles, de donde fácilmente se pasaba a
una libertad exagerada; y ante la menor dificultad, declaraban una
guerra violenta contra la verdadera Iglesia católica, exactamente como
los paganos y los enemigos exteriores. El peligro, por tanto, fue muy
grande, y tenía especial importancia por venirle de su mismo interior, de
enemigos solapados que albergaba en su seno, y que, so capa de
perfección y reforma e insinuándose en muchas almas bien
intencionadas, le hacían una guerra enconada.
Montano era un sacerdote pagano de Cibeles. Hacia el año 172,
siendo neófito comenzó de repente a profetizar en la población de
Ardabán, en Frigia. Afirmaba que el mundo acabaría pronto y que la
nueva Jerusalén debía reunirse en el llano de Pepuza. Pronto se le
unieron dos mujeres, Maximila y Priscila, que se dieron a la tarea de
predicar la más rigurosa penitencia. Para darse más autoridad, Montano
se presentaba como el Espíritu Paráclito prometido por Cristo en la
última cena. Toda su predicación se caracterizaba por un rigorismo
exagerado; pero lo grave era que lo presentaba como inspirado de Dios,
ya que en su sistema esta inspiración divina entraba en la providencia
ordinaria. Los preceptos de Montano pueden compendiarse de este
modo:
En primer lugar, apartarse de las costumbres introducidas en las
comunidades cristianas y aun sancionadas por la autoridad eclesiástica y
ejercitarse en una mortificación intensa de sí mismos, y más
concretamente, con la renuncia al matrimonio y el ejercicio de un
riguroso ayuno. Como suponía a la Iglesia separada del verdadero ideal,
trabajaba, según él, en su reforma. La renuncia al matrimonio debía ser
absoluta, no sólo a segundas nupcias. Los ayunos eran algo característico
del Montanismo, ya que según Montano, el poco tiempo que faltaba
para la venida de Cristo debía pasarse en un ayuno lo más riguroso
posible.
En segundo lugar, debían estar dispuestos siempre al martirio y
aun desearlo ardientemente. En particular se prohibía el huir o
5
esconderse durante la persecución. No debían esperar el perdón de los
pecados. Este punto es el más característico del rigorismo montanista y
fue siempre como su distintivo. El error consistía en suponer que los
pecados mayores no podían ser perdonados y que la Iglesia no tenía
poder para hacerlo. A estos pecados mayores que no podían ser
perdonados se los llamaba pecados capitales, y eran: apostasía,
homicidio y adulterio. Además, añadían otros preceptos secundarios:
prohibición de ornato en las mujeres, aceptar cargos públicos, el uso de
la pintura, la escultura y las ciencias profanas.
El efecto de esta supuesta campaña de reforma y rigorismo
deprimente resultó arrollador. Montano exigía e imponía todas sus
reformas con el fin de volver al estado de perfección y pureza del
cristianismo apostólico, y como todos los cristianos del tiempo
profesaban una gran estima a de ideal primitivo, se sintieron muy
atraídos por el montanismo. Pero lo que dio su sello característico al
montanismo, junto con el rigorismo, fue su oposición declarada a la
Iglesia organizada y sistematizada, que le quitaba la libertad para seguir
sus veleidades. Por esto no reconocía a la autoridad eclesiástica y la
substituía por el espíritu individual de profecía e inspiración directa.
Pronto, el montanismo se extendió y llegó a occidente, calando
sobre todo en el norte de África e hizo su presa a Tertuliano, quien por
su espíritu ardoroso encontró cierto descanso en esta secta de
exaltados. Durante algún tiempo Tertuliano confió en atraer a esta
ideología a toda la comunidad de Cartago; pero, al ver que no sucedía
esto, en el 207 pasó pasó definitivamente al montanismo acomodándolo
de esta forma: Limó las asperezas del sistema montanista frente a la
tradición de la Iglesia. Según Tertuliano, no se rechazaban las
instituciones de la Iglesia como opuestas al espíritu de Cristo, sino
porque ha pasado su tiempo, pues el cristianismo debía pasar por
diferentes etapas de perfección, y la Iglesia debía entrar en el de la
nueva doctrina.
Pero también asienta y sostiene la doctrina fundamental
montanista: sostiene que es reprobable el esconderse en la persecución;
insiste en la observancia de los ayunos; mantiene con particular ahínco
la doctrina sobre la penitencia, propugnando con su habitual
vehemencia que no se pueden perdonar los llamados pecados capitales.
En cambio, suaviza la prohibición del matrimonio, limitándolo a las
segundas nupcias.
El milenarismo consiste en la esperanza de que, hacia el fin del
mundo, Cristo, después de vencer por completo al anticristo, aparecerá
corporalmente e instaurará en la tierra un reinado de mil años junto con
todos los justos ya resucitados. Solamente después de esos mil años de
reinado glorioso de Cristo en la tierra tendrá lugar la resurrección y el
juicio universal. Esta doctrina en su forma moderada está reflejada en la
6
Epístola de San Bernabé, en Papías y en San Justino. Los montanistas, en
sus sueños de una próxima venida de Cristo, proclamaron igualmente el
reino milenario.
La ocasión inmediata que se da como fundamento histórico de
esta creencia fue, además de la inminente venida del Mesías, la
impresión que se tenía de que la opresión constante de la Iglesia de
parte de las autoridades terrenas parecía exigir una purificación
universal en este mundo, es decir, que al fin acabaría Cristo con todos
sus enemigos e instauraría su reino. Pero no eran sólo estas razones, los
partidarios del milenarismo aducían a su favor algunos pasajes de la
Escritura, como 2Pe 3, 15, donde, según ellos, la tierra misma, campo de
tantas humillaciones de Cristo, debía tener lugar su reino de mil años
con su presencia corporal. Pero es sobre todo Ap 20, 1, que habla de la
derrota definitiva de la bestia y el reino de mil años. Esta derrota no ha
tenido lugar todavía, como tampoco el reino aquí prometido. Por tanto,
debe realizarse antes del fin del mundo.
7
Ya en el siglo III, pero de forma independiente resurgieron las
mismas ideas, promovidas ahora por Pablo de Samosata, nominado
obispo de Antioquía en el 260. Comenzó a difundir una doctrina según la
cual Cristo era mero hombre, pero en él habitaba el Logos impersonal, la
virtud de Dios, de una manera más especial que en los profetas. Cristo,
según este autor, sufrió según la naturaleza, pero según otra fuerza o
gracia obró milagros. En una palabra, Cristo no era propiamente Dios,
sino puro hombre, levantado o adoptado por una fuerza superior; fue
por esto que esta doctrina se llamó adopcionismo o dinamismo. Pero, los
grupos heréticos no cesaban.
En Roma, al mismo tiempo que se debatía sobre el adopcionismo,
surgió otra herejía mucho más peligrosa, el llamado monarquianismo, y
más tarde también el sabelianismo. El adopcionismo se estrellaba contra
el sentimiento cristiano, que amaba y adoraba a Cristo; en cambio, el
nomarquianismo aparentemente salvaba los dos grandes dogmas, la
divinidad de Cristo y la unidad de Dios; por eso mismo presentaba un
aspecto de grandiosidad y ciencia; pero en realidad destruía la
redención.
Los monarquianos pretendían dar una solución al problema de
compaginar los dogmas de la unidad de Dios y de la divinidad e Cristo. Su
explicación era la siguiente: Se parte de la base inconmovible de la
unidad de Dios. Pero, por otro lado querían defender la divinidad de
Cristo, y como no entendían cómo podía conservarse la unidad divina
con la distinción de personas, sacrificaban ésta, afirmando que en
verdad Cristo era Dios, pero que era el mismo Padre con una forma o
modalidad especial. El Hijo no es, según ellos, persona distinta del Padre,
sino la misma divinidad que con una forma o modalidad es el Padre y con
otra el Hijo. El Padre con otra modalidad, fue quien descendió al seno de
María; Él fue quien padeció y murió en la cruz. Por todo lo cual estos
herejes recibieron el nombre de modalistas, patripasianos y, más tarde,
también el de sabelianos. Esta doctrina fue presentada por primera vez
en Oriente por Noeto de Esmirna, por lo que también se llegó a dar a
estos herejes el nombre de noecianos.
En Roma esta doctirna causó gran revuelo y uno de los que más
se distinguió en la propagación de esta herejía fue Sabelio, quien pronto
se puso al frente del movimiento y amplió la misma concepción,
aplicándola al Espíritu Santo, tratando con ello de defender la Trinidad,
pero no en la misma esencia de Dios, sino en sus relaciones con el
mundo. Es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo eran para Sabelio tres
formas diversas, que él llamaba “prósopa”, rostros o aspectos de una
sola persona.
Toda esta concepción trató Sabelio de fundamentarla mejor con
especulaciones sacadas de la filosofía pagana. El resultado era siempre
una unidad personal absoluta de Dios, que se extiende o toma aspectos
8
diversos: como Padre en la creación, como Hijo en la encarnación, como
Espíritu Santo en la santificación. Precisamente por el prestigio que
alcanzó Sabelio en el desarrollo ulterior de esta herejía, fue llamada
sabelianismo.