Viaje A La Patagonia Austral
Viaje A La Patagonia Austral
Viaje A La Patagonia Austral
Francisco Moreno
1879
PATAGONIA AUSTRAL
(20 de octubre de 1876 a 8 de mayo de 1877)
POR
FRANCISCO P. MORENO
DOCTOR AD-HONOREM DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL-MIEMBRO DE
LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS DE LA REPÚBLICA ARGENTINA
- MIEMBRO ACADÉMICO DE LA FACULTAD DE CIENCIAS FÍSICO-
NATURALES DE BUENOS AIRES-MIEMBRO HONORARIO DEL CÍRCULO
MÉDICO ARGENTINO-MIEMBRO HONORARIO DE LA SOCIEDAD
ITALIANA DE ANTROPOLOGÍA Y ETNOLOGÍA-MIEMBRO
CORRESPONSAL DE LA SOCIEDAD DE ANTROPOLOGÍA DE PARÍS - DE LA
SOCIEDAD DE ANTROPOLOGÍA, ETNOLOGÍA, ETC., DE BERLÍN-DE LA
SOCIEDAD REAL DE CIENCIAS DE LIÉGE-Y DE LA SOCIEDAD MEJICANA
DE HISTORIA NATURAL.
. . . . Al
. . .lector
............................................ 3
. . . . Primeros
. . . . . . . . ensayos
....................................... 5
. . . . Preparativos—Partida—Llegada
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . al . . Chubut
.................. 11
. . . . Excursión
. . . . . . . . . a. la
. . .meseta
. . . . . .norte—Tumbas
. . . . . . . . . . . . .indias
............... 20
. . . . Puerto
. . . . . . Deseado.—Excursión
. . . . . . . . . . . . . . . . . . al . . interior
..................... 30
La bahía de Santa Cruz—Llegada a la isla
. . . . . . Pavón
............................................. 52
. . . . Excursión
. . . . . . . . . a. las
. . . Salinas
. . . . . . .y. a. .la. .isla
. . .de
. . Leones
................. 67
Una visita de indios patagones—Excursión a
Shehuien-Aikem—La toldería—Vista de los
. . . . . . Andes
............................................. 81
. . . . Ascención
. . . . . . . . . del
. . . río
. . . Santa
. . . . . Cruz
........................... 98
. . . . Llegada
. . . . . . . al
. . lago
...................................... 131
. . . . En
. . . el
. . lago
. . . . Argentino
...................................... 161
. . . . Excursión
. . . . . . . . . hacia
. . . . .el. .norte—Las
. . . . . . . . . tolderías
...................... 185
. . . . El
. . .lago
. . . .San
. . . Martín—El
. . . . . . . . . . lago
. . . . Viedma
....................... 193
Excursión al Oeste—Los Andes—Descenso del
Santa Cruz—Viaje a Punta Arenas—
. . . . . . Conclusión
............................................. 212
AL LECTOR:
El eco de ellas llegó a Buenos Aires, reforzado para mí, por los
consejos alentadores del profesor Pablo Broca, uno de los
sabios más modestos y eminentes de la Francia, que había
consagrado su poderoso talento al engrandecimiento y a la
divulgación de la nueva ciencia, la ANTROPOLOGÍA, que, puede
definirse como Historia de la formación y evolución del
hombre.
Sin embargo, creo que con algunos trabajos en el cauce del río,
y haciendo acequias que lleven las aguas hasta regar los
plantíos, como ya lo han hecho algunos colonos industriosos,
las cosechas serán más aseguradas. Deben asimismo, en vez de
destruir los pocos árboles con que la naturaleza ha adornado
esos parajes, hacer plantaciones de otros, tales como
eucalyptus, algunos coniferos, álamos y sauces, que si bien no
es cierto que su infuencia en el cambio de las condiciones
meteorológicas sea muy grande, proporcionarán maderas para
construcción, que hoy tienen que conducirse desde Buenos
Aires, o del Estrecho de Magallanes e Isla de los Estados.
Los indios, al pasar por ese punto, colocaban antes, sobre las
tumbas, una piedra que aumentaba la altura u ocupaba el sitio
de las que el tiempo desmorona; luego se contentaron con
cortar ramas de los arbustos cercanos y ponerlas sobre las
piedras, y ya en el momento de mi viaje, se limitaban a
depositar, respetuosamente, y en silencio, ramitas pequeñas e
hilos de los ponchos desflecados por las espinas.
Lo mismo hice con los del cacique Sapo y su mujer, que habían
fallecido en ese punto, en años anteriores, en una de las
estadías de las tolderías. Ambos habían sido enterrados en
cementerio cristiano, conservando, sin embargo, las prácticas
indígenas en la colocación sentada de los cadáveres. Al lado
del cacique encontramos un hacha de hierro, de construcción
inglesa, quizás la prenda más estimada del pobre jefe y de
quien ni la muerte le separaba; al costado de la mujer,
mezclados con algunas de sus alhajas, recogimos huesos de un
pelado, infeliz sacrificado al cariño casi maternal que las
tehuelches tienen por esa clase de perros. Con estos objetos y
los anteriores quedé satisfecho sobre este punto importante de
mi viaje.
Cada vez que el viajero, lejos del hogar, encuentra algo que le
sugiera un recuerdo de él, experimenta un bienestar indefinible,
y con sentimiento se aleja de donde su espíritu lo trasporta a
puntos queridos.
Los unos cargados con el herbario, los otros con bolsas llenas
de muestras de rocas, tenemos que descansar unos momentos al
reparo de una piedra, que intercepta el rayo del sol y el humo.
Diciembre 16. — Dos horas después, una brisa del oeste nos
despierta, y apenas aclara el día, emprendemos la vuelta al
fondeadero de la «Santa Cruz». Venciendo la corriente
contraria, poco después nos ponemos en frente de las islas
donde, a nuestra ida, abundaban las aves.
Todos los que han viajado por el sur han pagado un tributo de
admiración a esta inmensa y simpática planta, el organismo
gigante que revela la lujosa fuerza de la vegetación marina, y
ciertamente bien la merece. Es una enmarañada pradera en el
mar, que flota lozana y tranquila en medio de las tempestades y
conserva la calma en los sitios que cubre su ramazón
bienhechora. ¡Qué grandes historias podría contarnos esta alga
que vive sobre las siempre inquietas aguas australes,
arraigando en las inmóviles peñas del fondo de ese océano!
Los patos vapores, las gaviotas, los grandes patos y los ostreros
cruzan y recruzan mientras tanto sobre nuestras cabezas, unos
silenciosos, y otros haciendo oír fuertes chillidos, y ruidos
metálicos, producidos por el movimiento rápido de sus alas.
Raros son los días, de esta clase, que he pasado lejos de las
personas que quiero. Mis pocos años han transcurrido en el
seno de la familia, hasta que mis inclinaciones me han alejado
de ese centro, y lejos, en estas soledades australes, acaricio
recuerdos.
Los lagos, las montañas, y los campos del interior del país, los
ríos que hay allí, y la posibilidad de visitarlos, es el principal
objeto de la conferencia, y como sea satisfactorio el resultado,
propóngoles alquilarles caballos para mi expedición, con la
condición de que iré personalmente a buscarlos a sus toldos. La
noticia de que voy a subir en bote el Santa Cruz, no les parece
creíble.
Chora, otra hija de María, colocó delante del toldo, sobre las
brasas del fuego, que se alimenta casi perpetuamente, un
asador conteniendo un gran trozo de carne de caballo, de
apariencia espléndida y cuya vista era un deleite para indios y
cristianos. María se encargó de hacer un puchero de avestruz,
en un tarro de pintura vacío, que había destinado para olla.
Para hacer esas visitas a los otros toldos, para llegar a los
cuales, aunque no distan, el más cercano, dos metros del de
Conchingan, hay que hacer un peligroso viaje, pues el arribo a
ellos es casi imposible sin serio peligro; a causa de los perros
centinelas, tengo que envolverme en un quillango. De otra
manera, los citados animales, que no conocen los deberes de la
hospitalidad, hubieran dado pronto cuenta de mis pantorrillas.
Trasformado en tehuelche de una manera tan exacta que mis
enemigos no conocen el disfraz, consigo, en el toldo de Bera
(otro indio gigante), dos caballos más, al mismo precio que los
otros.
Agua 989.55
Carbonato sódico 10.19
Cloruro de sodio 0.26
1.000.00)
Como se ve, humildes son los recursos con que cuento, pero el
valiente y alentador adelante! lacónica frase que nos sirve de
proclama para el combate que vamos a librar contra la
«Llanura Misteriosa», lo acalla todo y aleja los presentimientos
funestos.
En los parajes por donde hemos cruzado hoy, el fondo del río lo
componen unas veces capas de cascajo, esto es, cuando el hilo
de la creciente los baña, pero cuando, a la inversa, forma
remansos, se ve arena mezclada con arcilla muy fangosa. En
este lugar, el ancho del río mide 300 metros más o menos y no
varía visiblemente, donde las costas son bastante elevadas, para
que la inundación no las cubra; en los bajos el ancho es
sumamente variable.
Las mesetas inmediatas se aproximan, enangostando el valle;
el gran bajo, que se extiende al N. O. de la isla Pavón,
desaparece gradualmente, y en el lado este, la primera meseta
que se desprenda, desde más al sur de dicha isla, se ha unido
con la que se divisa en frente de ella, y forma un primer
escalón bastante elevado, que hace que cese la diferencia que
se notaba, en la altura de ambas costas. El suelo es arenoso,
arcilloso, y cubierto casi completamente de cascajo; grandes
cantidades de arbustos de hojas de colores distintos, armonizan
el paisaje, y entre ellos, manchones con pasto amarillento de
penachos plateados le dan cierta apariencia metálica que alegra
el suelo. Este está surcado por infinidad de pequeñas sendas de
guanacos, que facilitan la marcha a pie, pues los Cactus, las
espinas de los arbustos y la fabulosa cantidad de cuevas de
Ctenomys, cansan y maltratan cruelmente al caminante.
Enero 20.— ¡Qué mal día se prepara hoy! He pasado una mala
noche! El trabajo de ayer ha extenuado mi gente, sobre todo en
el último momento, al pasar una muralla perpendicular
cubierta de médanos y en los cuales nos ha costado trabajo
hacer pie para sirgar el bote. Tenemos las manos quemadas por
la soga y las piernas y pies ulcerados por las piedras y las
espinas.
Hacemos media milla sin serias dificultades pues ya no lo van
siendo para nosotros los arbustos que incomodaban tanto al
salir de Pavón; la costumbre y el encuentro de otras mucho más
grandes las hacen olvidar y no nos causa extrañeza ni mucha
pena, el encontrarnos de un momento a otro, arañado el rostro
por una rama atrevida de berberis, o casi cruzado el pie por una
espina de cactus. En los barriales, que están tan sueltos que no
se puede emplear el caballo, pues desaparecería entre ellos, nos
hundimos algunas veces hasta cerca de la cintura y, para
adelantar camino, hay que hacer dos trabajos: remolcar y
arrancarnos de una arcilla pegajosa que parece querer
absorbernos. Nuestras caras parecen brotar sangre; el calor de
la mañana y la excitación nerviosa, nos tienen agitados, y la
perspectiva de una inmensa meseta a pique, en un recodo del
río, nos pone casi fuera de nosotros. Trabajamos como
fanáticos y no nos fijamos en obstáculos. La corriente ha
aumentado y los rápidos van siendo más frecuentes; llega un
momento en que parece imposible adelantar; las orillas del sur
son a pique, y no nos dejan paso; la del norte, por la cual
vamos, presenta aún mayores dificultades; las vueltas del río se
hacen más seguidas y las aguas, al costearlas, forman
remolinos que mantienen el bote en continua oscilación. Al
pasar un rápido, el pobre Patricio se asusta:—con grandes
esfuerzos hemos ido tirando los tres por dentro del agua, pero
el miedo se apodera de él, y creyendo ahogarse, se lanza dentro
del bote. Este suceso, casi nos lleva a una perdida segura.
Como cada hombre tiene su lugar señalado en el trabajo, basta
que uno falte para que este se modifique y la menor alteración
en él, aquí, puede perdernos. El señor Moyano ha sido
encargado de llevar la punta de la cuerda por tierra, para
enredarla en alguna mata en caso de que la fuerza de la
corriente arrastre la embarcación y a los hombres que la
remolcamos; Francisco Gómez sigue llevando la cuerda a la
chincha, y cinco metros más atrás le sigo yo, haciendo el
mismo trabajo dentro del agua, y Patricio, al costado del bote,
trata de que este conserve la proa a la corriente; Estrella dirige
el timón. Con la falta de Patricio, la embarcación, que se siente
libre, se inclina y presenta su flanco al rápido, el agua la asalta
y ya la imagino así perdida; me lanzo al agua, pero pierdo pie;
una poderosa fuerza de absorción me arrastra hacia el fondo del
torrente y pareciendo que me hace girar, me vuelve a la
superficie; creo que he trazado con mi cuerpo una espiral en
medio del cauce del Santa Cruz. Felizmente, al ascender al
nivel, puedo apoderarme de la cuerda que Francisco hace
esfuerzos para no largar, arrastrándose en el suelo. Es tal la
velocidad del agua que me cuesta trabajo sujetarme.
Cada uno hace campamento aparte para pasar el día con las
mayores comodidades posibles; las matas abundan, y con
paciencia, las convertimos en palacios provisorios. La que he
elegido yo, antigua guarida de pumas, es magnífica, y
habiéndola despojado de sus ramas espinosas y de las espinas y
huesos que abundan a su alrededor, restos de feroces festines,
construyo un resguardo donde sólo me incomoda la arena
menuda que levanta el viento y donde con la lectura, dejo
transcurrir, echado sobre el cascajo, las horas del día. Es
imposible hacer nada para comer; la arena lo convierte todo «a
la milanesa» y los granos de cuarzo platean y doran el asado.
Los remolinos elevan columnas de arena y si nos alejamos de
nuestras respectivas cavernas vegetales, el polvo no nos deja
respirar, ni mirar. En este paraje, el valle es más ancho y ya
abundan mucho los fragmentos pequeños de basalto, que
venimos encontrando de tiempo en tiempo desde el Atlántico.
Una loma que sirva de reparo al viento, una mata que brinde
protección, las boleadoras y las flechas para los guanacos y
avestruces, las pequeñas puntas de flecha para el pescado, que
la claridad del agua permite distinguir, cuando hay calma,
nadando en los remansos, bastaron al antiguo patagón para
llevar una vida que, quizás, lo hizo feliz. Se comprende
fácilmente que ellos eligieran estos rincones, porque no
teniendo caballos, la caza en los despoblados abiertos hubiera
sido imposible, y sólo en los bajos, con lomadas y arbustos,
pudieron encontrar emboscadas fáciles y provechosas.
Estos sitios son los preferidos por los pumas y los cóndores;
sobre todo, en las dos mesetas basálticas que dominan las
márgenes del río, borrando su vista, la alegría que comunican
los fértiles matorrales. Entre las peñas blanqueadas por sus
escrementos, se ven los gigantes del aire chillando
lúgubremente, persiguiendo a veces algunos loros incautos
mientras no se le ofrece a su aguda vista otra presa más
importante. En la llanura, donde los avestruces y los guanacos
vienen a solazarse en estos oasis, situados en el centro de tanta
desolación, los pumas huyen de nuestro tropel y de nuestros
cuatro perros. Miran asombrados la tropilla; que un momento
creyeron ser de guanacos y dando grandes saltos se alejan a
buscar refugio entre los peñascos y los tupidos matorrales.
Este punto era en otro tiempo uno de los preferidos por los
indios para efectuar el paso del río y en sus márgenes he
encontrado pedazos de palos de toldos. Le llaman «Yaten-
huajen»; conjeturo que haya sido elegido por la facilidad que
presenta el menor ancho del río, su corriente menos veloz a
causa de la pila poco pendiente, los buenos pastos para los
caballos cuando llegó el tiempo que los indígenas los tuvieran,
y por la abundancia de caza en los manantiales, cuando cazaban
a pie.
La rápida vuelta del río hacia el sur y un gran bajo que sigue en
esa dirección, en este punto, fué la causa por la cual
suspendiera Fitz-Roy el trabajo de los botes para proseguir un
día más a pie, hacia el oeste. Al principiar esta vuelta, hay, en
el norte, una laguna bastante bonita, casi circular, la cual no fue
vista por Fitz-Roy, y que se alimenta con las aguas del río, que
penetran a ella por un pequeño canal.
Hemos tenido que tirar el bote a pie, durante casi todo el día, y
esto dentro del agua, a causa de los arbustos y de la inundación,
pero lo hacemos con gusto, deseando llegar cuanto antes al
famoso lago Viedma, que es donde, nos dicen, nace el Santa
Cruz. El valle está formado aquí por cascajo y arena traída por
los hielos; la cantidad de los trozos erráticos es inmensa y
vemos colinas de pedregullo, exclusivamente, a 200 pies sobre
el río.
Todo nos halaga: el día baña con luz nítida, las aguas tranquilas
o agitadas contra las rocas; el sol brilla en todo su esplendor
purpureando las quebradas lejanas y dorando las crestas con
sus rayos. La vista se recrea y el corazón se expande, y para
que el regocijo sea completo, encuentro bajo una hermosa mata
de calafate, de la cual cuelgan los más exquisitos frutos de esta
clase que he conocido, algunos cuchillos de piedra. El antiguo
patagón también ha tenido la suerte de admirar este majestuoso
panorama; sus cacerías han tenido lugar ante él.
Esta tarde, notando que la entrada del sol tras los picos andinos
enrojece unos y amarillea otros, entre nubes plomizas y
renegridas, anunciándonos un día nada bueno para mañana,
decido tentar la suerte, lanzándonos en las aguas intranquilas
del lago. Desde temprano hemos distinguido humos sobre las
montañas del noreste al pie del cerro inclinado, que me
anuncian la llegada de los indios a nuestro paradero en busca
de los víveres que les prometí llevarles a estos parajes; y más
tarde, en el punto donde ha quedado acampado Isidoro, vemos
grandes hogueras, que son la señal convenida para indicamos el
arribo de los tehuelches. La contesto encendiendo la falda
montuosa de un cerrito vecino, operación que en esta clase de
telégrafo patagónico, dice a mis lejanos compañeros—¡allá
vamos!
El gran peso del bote no nos permito sacarlo más afuera de las
aguas que continúan batiéndolo, y acompañado de Moyano
salgo, siguiendo la costa, en busca del campamento de Isidoro.
Encontramos que se halla muy cerca de nosotros, a 500 metros.
Esto me dice que si hubiera tardado algunos minutos más en
embicar, habríamos perecido todos.
Doy a los indios un poco del aguardiente que he traído para las
colecciones y tenemos fiesta. La madre de Losha, que goza de
renombre como gran bebedora, no está contenta con la porción
que le doy; incitada por el ardiente licor, quiere beber más; se
pone frenética, me ofrece todas sus riquezas, y por último, para
halagarme, pretende cederme, en matrimonio, a la novia de
Juan! La fueguina Ast'elche, repelente en extremo, decide
abandonar a su poco envidiado esposo Bera, pues quiere
quedarse con nosotros,—tenemos aguardiente. Estas infernales
brujas, repugnantes engendros, degradan la danza, saltando
borrachas alrededor del brasilero, que en el paroxismo del
terror, se ve rodeado por estas mujeres de caras pintadas de
negro y de melenas desgreñadas.
Hay que tener, para tratar con ellos, el mismo tino que para los
muchachos; hay que tentarlos. Así lo hago, después de agregar
al contenido de la damajuana igual cantidad de agua, y doy a
Collohue, que es el que más caballos tiene, una pequeña dosis
del licor bautizado. Le gusta, lo considera puro, fuerte y no
desagradable «como el que los chilenos le han vendido en el
Río Gallegos». Este que le doy no le produce dolor de cabeza,
«porque es verdadera lama, (bebida pura), sin agua!». Según él,
la que venden los comerciantes de Punta Arenas está muy
mezclada y enferma a los indios. Collohue me dice que no hay
peor cosa que el aguardiente impuro; puede matar a un hombre,
el puro sólo emborracha. Como todo es empezar, como lo dice
el adagio, pronto la bebida ejerce influencia, benéfica para
nosotros, en el cerebro de estos buenos amigos y poco a poco
piden más cantidad; satisfago sus deseos, pero cuando llega el
momento en que la necesidad imperiosa de beber más, se
apodera de ellos, guardo la damajuana. ¡No doy ahora, vendo! y
héteme aquí convertido en comerciante falsificador.
En el fondo del poniente está limitado este lago por una cadena
de montañas eruptivas, de elegantes contornos.
Por lo que he visto, puedo decir que este lago es mayor que el
«Argentino». Pasando el desagüe hay una sucesión de cerros
bajos que se interna en el lago, formando en su parte oeste un
abra prolongada; luego se adelantan otros cerros con varias
ensenadas entre ellos, hasta el gran ventisquero, el que parece
tener en su punto norte otra bahía cuyo fondo está ocultado por
un cerro pequeño que se ve delante; al N. O. hay otra abra.
Varios macizos montañosos preceden en esa dirección a los
picos nevados de los Andes. Al N. E. de la citada abra se ven
las mesetas cubiertas de basalto que continúan hacia el E. S. E.
y son las que hemos cruzado esta mañana. En el fondo sólo
distinguimos una pequeña cadena de cerros; el horizonte, sobre
ellos, está toldado de nubes plomizas y oculta las cordilleras,
pero en un momento en que se hace un claro entre los vapores
agolpados, vemos el negro cono del volcán y una ligera
columna de humo que se eleva de su cráter.
El río que Viedma creyó fuera el Santa Cruz, recibe por este
suceso, que poco ha faltado para ser trágico, el nombre de «Río
Leona», y luego de almorzar en su margen retrocedemos para
buscar a Isidoro.
Marzo 18.—Volando por sobre las aguas del río llegamos hasta
frente al punto donde había descubierto los fósiles, y a fuerza
de pico, extraigo gran parte del cráneo del gran paquidermo.
Varios restos de otros animales que recojo, me parecen
pertenecer a la capa superior del terciario inmediato a la
formación glacial.
La margen norte del río está ocupada por varios toldos, que no
conozco; el tiro de rifle, salva que anuncia nuestra presencia,
ha alarmado a sus habitantes. Grande debe ser el asombro de
los tehuelches que contemplan atónitos el curioso espectáculo
incomprensible para ellos, de la llegada de un bote tripulado,
que desciende con velocidad increíble desde la cordillera, pues
desde un recodo oculto los vemos ansiosos; los hombres
observan en la orilla y las mujeres frente a las pintarrajeadas
tiendas de pieles; los perros que presienten algo desconocido
ahullan: todo representa la barbarie estática ante la
civilización. De pronto el bote da vuelta a la pequeña isla y
aparece esta vez navegando gallardo a la vista de los toldos. Un
clamoreo salvaje contesta nuestros saludos de alegría. Los
hombres montan los potros en pelo y a todo correr,
prorrumpiendo en alaridos, tratan de acortar la distancia que
aun nos separa de sus primitivas moradas. Chesko les contesta
con estentórea voz, sacudiendo al aire su quillango y
descubriendo su bronceado cuerpo indígena. ¡Un indio en un
bote descendiendo el Santa Cruz! Verlo y correr a los toldos, y
armar una vocinglería infernal, es obra de un momento. Al
pasar frente a ellos, las muchachas que han formado un grupo
sobre la barranca, palmotean y vemos llegar a todo escape al
gigante Collohue que había apresurado a los indios
asombrados. Me saluda a gritos: ¡Coom'ant! ¡La incógnita se
ha despejado—es el comandante que llega de las «Aguas
grandes»!
En veinte y tres horas y media de navegación hemos desandado
el camino hecho en un mes, lo que demuestra la gran velocidad
de las aguas del Santa Cruz, y las dificultades con que se
tropieza para remontarlas.
Desde Coy Inlet a río Gallegos, los campos son aún mejores.
Ninovolador
Shooke
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