Historia de Las Ideas en La Arg Oscar Teran
Historia de Las Ideas en La Arg Oscar Teran
Historia de Las Ideas en La Arg Oscar Teran
DE
LA GUERRA
Capítulo 1:
Estalla la Revolución 1.
Capítulo 2:
Primeros intentos de ir al frente 8.
Capítulo 3:
Ingreso en el Cuerpo de Carabineros 17.
Capítulo 4:
Retirada a Francia 36. ..
Capítulo 5:
Regreso del exilio francés 40.
Capítulo 6:
Destinado al parque móvil de Tarragona 45.
Capítulo 7:
En el frente 55.
Capítulo 8:
De permiso 66.
Capítulo 9:
En la retaguardia 71.
Capítulo 10:
Otra vez al frente 75.
Capítulo 11:
Prisionero de guerra....... 93.
Capítulo 12:
El martirio de San Marcos...! 96.
Capítulo 13: \ _^
Salida del infierno 130.
Capítulo 14:
Ya en Barcelona 137.
Capítulo 15:
Ingreso en el ejército nacional 154.
Capítulo 16:
Licenciado 225.
Capítulo 17:
Mi lucha antifascista 232.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
PRÓLOGO:
muertos y la suerte que corrimos muchos prisioneros de nuestra guerra civil. Nadie se ha
atrevido nunca a hacernos, ni siquiera un recordatorio, de lo que pasamos los prisioneros
españoles en los campos de concentración, en los batallones de trabajadores y las
cárceles. Yo y muchos como yo, nos sentimos marginados. Pienso que todos los que
contribuimos por aquella causa, y que dieron su vida por la
misma y por un mañana mejor, que hoy lo están disfrutando
nuestros hijos y nuestros nietos. No se nos ha valorado FOTO ACTUAL
3 }
5*6 Cm.
nuestro sacrificio y siempre hemos estado vivos. Pero al
mismo tiempo, metidos en el baúl de los recuerdos, ya 1995
Fotografía actual
Capítulo 1
BARCELONA
Recuerdo que la noche antes, hicimos planes para marcharnos al otro día muy
temprano. Mi madre aquella misma noche, dejó los paquetes de la comida preparados,
para salir de buena mañana para la playa.
Cuando a las cinco de la mañana, entró mi madre en la habitación y nos dijo:
- No levantarse, que ha estallado la Revolución.
Recuerdo que serían las seis de la mañana, oía el ruido de las sirenas de las
fabricas, me asomé al balcón de mi casa y entonces vi muchos hombres y mujeres que
se dirigían a los Sindicatos a recoger las armas para defender los derechos y la libertad
de los obreros.
Serían las ocho de la mañana, cuando salí a la puerta de la calle, fui caminando por
la calle Navas de Tolosa hacía abajo hasta llegar a la calle de Rivas, con dirección al
mercado del Clot. Al mismo tiempo llegó un coche con cinco personas, tres hombres y
dos mujeres, todos vestidos de milicianos, ó sea, con correajes, mono azul y pistola.
Cuando bajaron del coche, me llevé el primer susto, una de las dos milicianas tenía una
pistola en la mano y se le disparó. Ese fue el primer tiro que sentí, de una guerra que
duro tres años. En aquellos momentos, ya se empezaron a tomar decisiones, empezaron
a levantar los adoquines de la calle para construir un nido de ametralladoras.
Yo continué hacia la calle Navas de Tolosa, cuando iba caminando, me daba cuenta
de que de todas partes de Barcelona, salía mucho humo y es que estaban ardiendo todos
los conventos e iglesias que había en Barcelona.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Mientras seguía caminando, pasó un autocar lleno de gente que iba pidiendo
voluntarios, para ir al cuartel de San Andrés, porque los militares no querían rendirse,
entonces yo me subí al autocar.
Cuando llegamos a la Segrera, nos adelantó un motorista y nos paró, nos dijo que
detrás nuestro venía un autocar de la guardia civil. Nos bajamos rápidamente, nos
escondimos entre la maleza que había delante mismo de la estación del ferrocarril MZA.
Estuvimos unos quince minutos, viendo que no venían, volvimos a subir a el autocar.
Me encontré al mismo tiempo de subir, con un amigo. Cuando llegamos a los
cuarteles, había un tiroteo muy grande, nos escondimos como pudimos en una bóvila de
hacer ladrillos, que había delante del mismo cuartel, donde ahora hay una gasolinera.
Estuvimos más de una hora esperando a que los militares que se habían sublevado
contra la República se rindieran.
Entonces vimos aparecer un avión, pasando por encima del cuartel, dejando caer
unas cuantas bombas de mano y a los pocos minutos los militares sacaron la bandera
blanca, se rindieron. Dicho avión lo pilotaba Felipe Días Sandino. Salimos todos
corriendo, en dirección al cuartel y forzamos la puerta que daba a la carretera de Santa
Coloma.
Por fin pudimos entrar en el cuartel. Nosotros íbamos buscando las armas, nos
encontramos en un jardín donde había un fuego muy grande en el que estaban ardiendo
miles de pistolas. Fuimos a una nave que había muy grande y después de forzar la
puerta, entramos dentro y estaban las estanterías con miles de fusiles, por fin pudimos
lograr tener una arma. Mi amigo y yo salimos del cuartel con un fusil cada uno, cuando
escuchamos un tiroteo bastante fuerte y no paraban de pasar coches llenos de gente con
pañuelos de color rojo y negro, que pertenecía a la CNT y a la FAI. Al llegar nosotros a la
calle Concepción Arenal, vino un señor corriendo, nos paró y nos dice:
- Chavales, subir para Verdum que en la iglesia hay un tiroteo, porque no se querían
entregar.
Pero nosotros, hicimos ver que íbamos hacía ese lugar, se sentía tanto tiroteo, que
dimos la vuelta y cogimos la Avenida Meridiana y bajamos por la vía del tren, para llegar a
la calle Navas de Tolosa, que es donde vivíamos nosotros, ó sea, entre la calle Bofarull y
Mallorca.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Serían las dos de la tarde, subo a mi casa para comer llevando el fusil en la mano y
me mira mí padre y me dice:
- ¿ Qué es eso que llevas?
- Un fusil.
El enfurecido me contesta:
- ¡ Tira eso a la calle !
- No, no lo tiro, porque lo quiero para defender la Revolución.
- Bueno pues baja y déjalo detrás de la puerta de la escalera.
Así lo hice. Subí y me puse a comer. Estando comiendo, llega el novio de mi
hermana y dijo:
- ¿ De quién es el fusil que esta detrás de la puerta de la escalera?
- Es mío.
- ¿ Me lo dejas mientras comes?
- Si, pero termina enseguida.
Termino de comer y no aparece ni el fusil ni el novio de mi hermana, me marché
hacía la calle, cuando había caminado unos cuantos pasos, veo en todo el cielo de
Barcelona, la humareda, seguía más fuerte, por la quema de conventos e iglesias.
Anduve calle abajo, hasta llegar a la carretera de Rivas, y tuve una sorpresa y una
gran emoción al contemplar que junto a la cuneta y por en medio de la calle había dos
escopetas de caza, un sable y una pistola. Yo cogí una de las escopetas marchándome
hacia la escuela de Clave. Cuando llegué allí vi que la iglesia que existe allí también se
estaba quemando. En la misma carretera de Rivas, esquina con la calle Valencia, todos
los que estábamos allí empezamos a levantar los adoquines y formamos una barricada
delante del bar Roca y desde esta barricada no dejamos paso a los coches fantasmas (
estos coches se llamaban fantasmas, porque eran gente de la quinta columna que se
dedicaban a tirotear por la calle, para que nos rindiéramos).
Por la tarde, pasó un coche de los mencionados fantasmas y en la misma calle de
Rivas, esquina con la calle Espronceda, mataron a una muchacha que pasaba en aquel
momento. Aquella noche la pasamos de guardia sin movernos de allí.
A la mañana siguiente, día 20, me marché caminando hacia el centro de Barcelona,
observando como ardían todavía las iglesias. Me encontré con una que está situada en el
paseo de San Juan esquina a la calle Valencia. Tenía expuestos contra la pared, quince
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G. Monserrate Memorias de la guerra
o dieciséis esqueletos, entre ellos varios de niños que habían sido desenterrados dentro
de la misma iglesia. A continuación pasé por la Sagrada Familia y al entrar por la puerta
del jardín, había un ataúd de madera forrado de zinc. Estaba abierto y se veía el cadáver
embalsamado de la marquesa que regaló los terrenos para construir la Sagrada Familia.
Seguí caminando hacia el centro y no paraban de pasar coches patrullando y
tocando los clàxons. Estos coches todos llevaban en el techo un colchón de lana, para
reservarse un poco de los tiros desde los balcones, terrados y ventanas, porque había
mucha gente que se resistía y todos los coches llevaban las siglas a los laterales de la
CNT- FAI, porque en aquellos momentos este Sindicato controlaba la ciudad y no
paraban de patrullar buscando coches fantasmas. Cuando se encontraban con un coche
de estos, se formaba un tiroteo y siempre terminaban cogiéndolos presos o matándolos,
entonces le pegaban fuego al coche.
Bajaron del autocar los cuatro presos, pasaron delante mío y se colocaron de
espaldas al mar y de cara a nosotros. Eran cuatro muchachos, de unos 30 o 35 años.
Entonces el oficial que se cuidaba de dar las órdenes de disparar, se acercó con unos
pañuelos blancos en la mano y les dijo que si querían taparse los ojos y contestaron que
no. Entonces uno de los cuatro se adelantó y fueron abrazándose entre ellos. En ese
momento, cuando ya se habían abrazado, habían dieciocho milicianos delante de ellos.
Entonces el oficial les dio órdenes de posición. Se colocaron ocho de pie y ocho de
rodillas en tierra. Cuando vi que se colocaban en posición de disparar, quise marcharme,
pero como no se movía nadie me quedé en primera fila, entonces el oficial dijo:
- Carguen, apunten, ¡ fuego !
Cayeron tan rápidos como un abrir y cerrar de ojos. Cuando estaban en el suelo
muertos, se acercó el oficial con una pistola en la mano y le pegó un tiro a cada uno en la
cabeza. Entonces los cogieron y fueron poniéndolos a cada uno en un ataúd. Pero uno
de ellos cuando estaba dentro, todavía se movía, tuvieron que darle otro tiro en la cabeza
para rematarlo. Cerraron los ataúdes y los cargaron en un camión y se los llevaron al
cementerio. Aquel día fue tan triste para mí que ya no pensé en bañarme. Me fui muy
pensativo hacia mi casa por lo que había presenciado, pues todavía hoy, me parece un
sueño.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 2
Pero una mañana, me enteré que iba a salir un tren de voluntarios hacia el frente de
Aragón. Aquella mañana fue la ocasión para marcharme voluntario al frente. Nos
ajuntamos cinco amigos que también eran menores de edad y nos subimos al tren que
marchaba, aquella semana, hacia el frente.
Cuando llegó el tren a Lérida, nos esperaban unos autocares para trasladarnos
hacia las trincheras. Como nosotros no podíamos ir dentro del autocar, cuando iba a
arrancar nos subimos por una escalerilla que llevaba detrás, al techo, escondidos entre
los cascos, macutos y mochilas. Cada 25 o 30 kms. había un control de soldados.
Cuando veíamos que íbamos a llegar, yo les decía a mis amigos:
- ¡ Agacharse !
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G. Monserrate Memorias de la guerra
El autocar seguía adelante. Cuando llegamos al frente, bajamos del autocar sin que
nos viera nadie y vimos que era un pueblo que estaba abandonado, no recuerdo si se
llamaba Monteoscuro o Farlete.
Caminamos entre medio del pueblo y vimos a un soldado con un fusil en la puerta
de una casa. Fuimos derechos hacia él y nos hecho el alto.
- ¿ Vosotros que sois? - nos preguntó -.
- Somos del bando republicano - le dijimos nosotros -.
Bajo el fusil y nos dijo:
- ¿ A que compañía pertenecéis?
Le explicamos como habíamos llegado aquí. Dentro de esta casa había cinco o seis
soldados más, que salieron al ver que es lo que pasaba con nosotros, porque resulta que
la casa era una intendencia. Como ya era casi la una del mediodía, nos dieron unas
cuantas patatas y una docena de huevos y nos dijeron:
- Ahora vamos a cerrar, porque nos vamos a comer. Entrar en cualquier casa de
estas, que está abandonada y os hacéis la comida. Cuando terminéis de comer venir aquí
a la puerta que os apuntaremos para quedaros en este frente con nosotros.
Enseguida que terminamos de comer, nos marchamos hacia aquel lugar, estaba el
soldado en la puerta y nos dijo:
- Esperaros un rato que abran el despacho.
Serían las cuatro de la tarde, cuando nos llamaron.
- ¿ Quién son los dos mayores? - nos preguntaron -.
- Nosotros - dijimos otro y yo -.
- Bueno, venir los dos.
Y nos subieron en un coche, también subieron dos milicianos con un fusil cada uno.
Se sentaron uno a cada lado de nosotros y arrancó el coche en dirección al camino por el
que habíamos venido. Nosotros estábamos callados y muy asustados, no sabíamos lo
que nos pasaría. Nos llevaron al mismo sitio desde donde salimos por la mañana a las
oficinas del mando. Pararon el coche delante de las oficinas, salieron cuatro oficiales,
entre ellos también salió el jefe de aquel sector a quien nos dirigimos antes, ó sea, Pablo
Sants. Cuando nos vio que éramos nosotros, nos dijo:
- ¿ Pero no os he dicho esta mañana que os marcharais para Barcelona? Pues os
habéis librado de una buena, creíamos que erais de la parte fascista.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
En ese momento, llegaron los otros tres en otro coche, entonces les dijo Sants:
- ¡ Venga dos milicianos con fusil y acompañar a estos cinco chavales, hasta el
control y no dejarlos solos ni un momento hasta que se suban a un camión, mientras no
arranque el camión, no marcharse !
Así lo hicimos. Llegó un camión cargado de madera y nos subimos arriba. Cuando
arrancaba el camión, me fijo en uno de mis amigos, al cual le había dejado un casco de
hierro que era mío, y no lo llevaba.
- ¿ Donde está el casco? - le pregunté -.
- Ese del control me lo ha quitado.
Entonces dando un salto me bajo del camión y me acerco al control y le digo al que
se lo había quitado:
- ¡ Dámelo !
- No porque a ti no te hace falta.
- ¡ Si no me lo das, no me marcho !
- Pasa y cógelo.
Y al mismo tiempo, cargaba el fusil y me apuntaba a la cabeza, y le dije señalándole
las montañas donde estaba el frente:
- ¡ Allí tienes que ir a apuntar con el fusil, enchufado de mierda !
Me cogieron entre dos y a empujones me subieron al camión.
- Arranca y no pares hasta llegar a Barcelona - le dijeron al chófer -.
Cuando bajábamos por la carretera, me di cuenta que en los laterales de la
carretera, había varios cañones y milicianos. Cuando llegamos a Fraga nos dijeron que
no se podía pasar, porque en Barcelona había estallado una contrarrevolución, por eso
estaban esos cañones y milicianos, preparados para bajar hacia Barcelona. Se estaba
haciendo de noche y no teníamos donde dormir.
- Vamos a la orilla del río Zinca que pasa por en medio de Fraga y nos hacemos una
cabana para pasar la noche - pensamos todos -.
Cuando la estábamos haciendo, se acercó un señor.
- ¿ Qué estáis haciendo muchachos? - nos preguntó -.
Le contamos el caso que nos pasaba.
- Venir conmigo - nos dijo -.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Aquel señor tenía una serradora que estaba allí mismo cerca del río y nos llevó a
una torre muy bonita, y nos dijo:
- Pasar.
Entramos hacia dentro y le dijo a su señora que nos preparara la cena.
- Si queréis, allí tenéis un cuarto de baño. Podéis lavaros el que quiera - nos dijo él -.
Nos pusieron la cena, cuando terminamos de cenar, nos señaló:
- Mirar, allí tenéis tres habitaciones, repartírselas para los cinco.
Al otro día cuando nos levantamos, ya teníamos el desayuno en la mesa. Cuando
terminamos de desayunar, le dimos las gracias y nos marchamos hacia el puente.
Otra vez paramos el primer camión que pasó en dirección a Barcelona. Cuando
llegamos a Barcelona nos contaron lo que había pasado. Pues fue que la guardia de
asaltos y algunos Sindicatos tuvieron un tiroteo bastante fuerte. Murieron varias personas,
pero la lucha solo duró un día, mientras nuestra guerra seguía. Franco y sus fascistas
cada día que pasaba, tenían más fuerza, los alemanes continuaban mandándole
tanques, cañones y aviación. Mientras nosotros cada vez íbamos peor, porque habían
muchos partidos y todos querían mandar, por ese motivo no nos mandaban nada los
gobiernos extranjeros. Recuerdo que el primer barco que vino aquí a Barcelona, era ruso,
cargado de material de guerra. Todos los partidos se presentaron en el muelle y subieron
al barco. Empezaron a discutir que si el material es para mí y el otro partido diciendo lo
mismo.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
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Barcelona. Recuerdo que el proyectil hizo un boquete muy grande en un cine en la calle
Valencia, que se llamaba Trianon. A partir de aquella fecha, ya no paraban los
bombardeos. Yo continuaba con mí mal humor, porque no podía marcharme al frente.
Pero un día por la mañana que estaba yo en la cama, pican en la puerta y veo que era mi
primo Diego que me dice:
- ¿ Quieres venirte conmigo? Me he encontrado con tu madre, me ha contado como
estas estos días, que está aburrida contigo, pues mira, yo vengo para decirte que me
marcho voluntario a un batallón de fortificaciones.
- Me marcho contigo - le contesté -.
Entonces nos marchamos al cuartel que hay al principio de la Gran Vía, que se
llama cuartel Durruti. Desde allí salimos hacia el frente de Teruel. Nos llevaron hacia el
pueblo de Alcañiz y estuvimos un día. Al día siguiente nos trasladaron a un pueblo que se
llamaba Alcoriza. Cuando llegamos al pueblo dieron un pregón para todo aquel que
tuviera sitio para darnos alojamiento, que lo dijera. Mi primo y yo nos alojamos en una
casa de una familia que nos trato muy bien. El tiempo que estuvimos en Alcoriza, les
ayudamos en los trabajos del campo. A la semana siguiente vinieron unos camiones y
nos trasladaron pasando por el pueblo de Montalbán, siguiendo por las minas de Utrilla,
pasando por el pueblo de Baldeconejos y Sondelpuerto, hasta llegar al pueblo de Cervera
del rincón. Es un pueblo que tiene unas 15 casas. A nosotros nos alojaron en los pajares,
que eran muy grandes. En cada pajar cabríamos unos 30 soldados, el pajar solamente
era para dormir. Al día siguiente nos formaron y nos llevaron caminando hacia terreno de
nadie. Los ingenieros nos marcaron en la montaña las trincheras que teníamos que
hacer. Lo primero que hicimos fue un nido de ametralladoras muy grande, cubierto de
tierra, el cual nos servía de refugio para nosotros. Cada día por la noche, bajábamos al
pueblo a dormir, pero una mañana cuando nos despertamos, nos encontramos que había
nevado más de dos palmos. Hacía mucho frío y nos dijeron:
- Hoy nos vamos a otro lado del pueblo para hacer más trincheras.
Empezamos a caminar montaña hacia arriba, caminando sobre la nieve. Cuando
llegamos al punto de trabajo, el sargento pidió un voluntario para bajar al pueblo a buscar
el rancho.
- ¡ Yo iré ! - le dije -.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Tenía que caminar como una hora y media para bajar y lo mismo para subir.
Empecé a caminar para el pueblo y no paraba de nevar, como que no había carreteras y
estaba todo tan blanco, tenía que guiarme con el campanario de la iglesia que lo divisaba
desde muy lejos. Recuerdo que pasé por delante del cementerio, como nevaba mucho
descansé un momento en una salita que había, en el mismo cementerio, estuve como un
cuarto de hora. Cuando salí caminaba más ligero, porque desde allí hasta el pueblo había
un buen camino. Cuando llegué a la iglesia, que es donde estaban instaladas las cocinas,
me presenté. Me dieron dos depósitos vacíos de los que se emplean para la leche y me
dijeron:
Capítulo 3
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Ahora llegó mi ocasión, cumplí los 18 años, entonces ingresé voluntario en el cuerpo
de Carabineros, porque era la única manera que podía conseguir de llegar al frente y que
no me reclamaran mis padres porque a todos los frentes que iba, como antes tenía 17
años y era menor de edad, si me reclamaban tenía que volver siempre otra vez para
casa.
Cuando me hicieron el reconocimiento para ver si era útil para dicho cuerpo, tuve
una sorpresa. Me dijeron que no podía ir al frente, porque tenía los pies planos ( yo que
me apunté a este cuerpo para poder ir al frente) . Entonces me dijeron que iba al parque
de automovilismo y me dejaron en Barcelona y me destinaron para la requisa de todos los
coches civiles y militares que no tuvieran los papeles en regla en toda Cataluña. Estos
coches que yo requisaba, todos los mandaban al frente para el servicio de guerra. Tuve
muchos follones a la hora de pedir la documentación, cuando eran oficiales se negaban a
escucharme. Cuando me parecía paraba mi coche en medio de la Avenida Diagonal, al
otro lado de la plaza Macià viniendo de Pedralbes.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
esto se ha terminado, si queremos ganar esta guerra y que los gobiernos extranjeros nos
respeten, tenemos que organizar bien un ejército disciplinado.
- Tiene mucha razón, nos queda un poco de aquellos días de tanta libertad y no se
olvida en tan poco tiempo - le contestó uno de los cinco militares -.
Y en un plan más amistoso:
- Tenemos que colaborar todos unidos si queremos que triunfe la República.
En ese momento me mira mi capitán:
- Ya te puedes marchar Monserrate y te felicito por el servicio que has cumplido.
Cuando me doy la vuelta para marcharme, uno de los cinco militares me pone la
mano en el hombro y me dice:
- Compañero no ha pasado nada ¡ salud !
A continuación, me dan la mano los otros cuatro y me marcho. A los pocos días me
enteré que se solucionó bien, les hicieron un permiso para poder circular, ó sea, la
documentación del coche.
Otro caso que me pasó fue el siguiente.
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Seguí haciendo este servicio durante cuatro meses, ya no me quedaban coches que
requisar y pedí el traslado a la escuela para aprender mecánica. Esta escuela estaba en
el edificio de lo que era el casino de juego de Barcelona, al final de la Rabassada donde
tenía el final el tranvía. En esta escuela me puse al corriente para conducir camiones de
gran tonelaje. Me asignaron al garaje Mallorca que está situado en la calle Mallorca y me
destinaron un camión marca Ford. Me dijeron que fuera para el puerto y me presentará
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G. Monserrate Memorias de la guerra
en las oficinas. Entonces me mandaron a una nave que me cargaran el camión de trigo.
Lo cargaron y me dieron la dirección donde tenía que llevarlo. Entonces marché para la
calle de Rivas, donde estaba situada la harinera que tiene el nombre de la Merced, al
lado del paso a nivel del tren. Estuve todo el día haciendo viajes del muelle a dicha
harinera, aquel día lo pasé todo de esta manera. Al día siguiente volví al mismo trabajo,
hasta el mediodía cuando marché a casa a comer. Serían las cuatro de la tarde que me
fui para el garaje otra vez y me dijeron:
- De momento no hay nada para hacer pero quédate por si hubiera algún servicio.
Era un sábado por la tarde, entonces me dijeron:
- Mañana domingo por la mañana, debes ir con este camión ( un camión ruso que
le llamaban katiuska, la marca de este camión era 3 H C).
Al día siguiente, domingo, saqué el camión del garaje y me marché para el muelle,
me presenté en las oficinas y entonces me enviaron a cargar el camión del carbón de un
barco. Me lo cargaron para llevarlo a la compañía del gas, que está en la Barceloneta.
Mientras lo descargaban me puse a almorzar y cerré los cristales porqué hacían mucho
polvo al descargar pero conforme iban descargándolo, los trabajadores se tiraban
pedazos de carbón jugando. Pero una de las veces vi como salían corriendo y se ponen
debajo de unas tolvas y empiezan a hacerme señales con las manos. Yo no hacía caso
creyendo que seguían jugando, pero bajé el cristal y enseguida me di cuenta que tocaban
las sirenas porque la aviación venía a bombardear. Bajé rápidamente y me puse con
ellos, en aquel instante empezaron a caer las bombas de los aviones fascistas viniendo a
caer una de las bombas justo encima de las tres tolvas que estaban sobre nuestras
cabezas taladrando dos de las tolvas, explotando en la tercera que era la última, eso es lo
que nos libró de la muerte. De la explosión caímos todos al suelo, en ese momento creí
que ya no lo contaba. Cuando pasó el peligro y tocaron las sirenas de nuevo, miramos
por arriba y vimos las tolvas hechas pedazos.
Me llamaron de las oficinas del gas, y me dijeron que me marchara y que dijera que
mandarán un camión con volquete, que no descargaban más a mano. Me marché para el
garaje que está en la calle Mallorca y en el momento en que llegué tocaron otra vez las
sirenas, otra vez bombardeo y volvieron a descargar las bombas. Cuando acabó el
bombardeo me fui a mi casa a comer siguiendo la calle Mallorca. Al llegar a la esquina de
la Diagonal me encontré con la matanza que habían hecho los aviones fascistas de
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- ¿ Qué desean?
- ¿ Vive aquí fulano de tal?
Y me contesta todavía más nerviosa que antes:
- Si señor, pero está en el frente.
Entonces le dije:
- Señora ¿ podemos entrar y sentarnos?
La señora me dijo que si y le dije:
- Señora siéntese usted. Póngase tranquila mire yo se que su hijo no está en el
frente, está aquí en su casa escondido, dígame la verdad.
Mientras yo le hacía estas preguntas, salió un viejecito con un bastón que apenas
podía caminar y salía llorando, la señora también empezó a llorar yo les dije:
- Ya veo que su hijo está aquí con ustedes.
Entonces la señora un poco más tranquila me cuenta:
- Mire señor, nosotros tenemos un horno y cocemos el pan para los vecinos, pues
nosotros miré como estamos que no podemos movernos, si no fuera por la ayuda de esta
persona que ustedes buscan, nosotros ya estaríamos muertos, porque incluso algunos
días tiene que lavarnos mi hijo.
- Bueno, no siga señora, porque vamos a llorar nosotros también.
Entonces llamo a mi compañero y a parte le digo:
- ¿ Qué te parece la situación?
Y él me contesta:
- Mira por un soldado menos no se perderá la guerra.
Entonces me dirijo a la señora y le digo:
- Mire señora, nos marchamos y no sabemos nada de su hijo.
En aquel momento la señora cayó sentada en la mecedora llorando con mucho
desespero, el viejecito me dijo:
- Señores vengan mañana que mi hijo les hará una torta de azúcar para cada uno.
Le dije para que se quedara tranquilo:
- Mañana vendremos.
Les dimos la mano y la abuelita dijo:
- Déjeme que les de un beso como si fueran mis hijos.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Salimos camino de Caspe, ya se iba escondiendo el sol, pero cuando nos íbamos
acercando yo me daba cuenta que a un lado y otro de la carretera, debajo de los árboles,
estaban los tanques y los cañones con la tropa. Contra más entrábamos más material de
guerra se veía, pero ya era de noche. Había un silencio que no se oía ni el vuelo de una
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G. Monserrate Memorias de la guerra
mosca, seguimos adelante dejando detrás nuestro a todas las fuerzas que estaban por
allí acampadas, llegamos al pueblo. Nada más llegar la calle estaba llena de escombros,
no pudimos pasar para delante, entonces me dijo el compañero:
- Deja el camión aquí, iremos caminando.
Así lo hicimos, cuando íbamos caminando con aquel silencio y por encima de los
escombros imaginarse como llevaba el cuerpo por dentro, llegamos al Ayuntamiento que
también estaba medio destruido, entramos dentro como pudimos. Aquel señor empezó a
meter papeles en un saco que llevaba preparado, yo vi que había una máquina de
escribir portátil muy bonita, entonces le dije:
- Esta máquina me la llevo yo.
- Si porque se quedará aquí y la aprovecharan los fachas.
- ¿ Verdad que aquí en este pueblo hay una tabacalera?
-Si.
- Vamos a ver si hay tabaco.
Cuando íbamos caminando para la tabacalera, entrábamos en algunas casas, daba
lástima tener que abandonar todo aquello. Cuando llegamos a la tabacalera, veo que
estaba medio hundida, entro para dentro y al entrar me encuentro que está todo el suelo
con un palmo de agua y mucho tabaco por el suelo estaba todo mojado y flotaban por
encima del agua. No pude aprovechar nada dijimos:
- Vamonos ya.
Pasamos a recoger el saco con los archivos y la máquina de escribir que me aparté
para mí. Cuando íbamos saliendo para el camión, veo en medio de una plaza unas luces
muy pobres, le digo:
- Vamos a ver lo que es.
Nos acercamos y vimos que habían cuatro o cinco hombres, les preguntamos que
hacían allí, no nos comprendían eran extranjeros de las brigadas internacionales. Nos
hicieron señas si queríamos tomar café, entonces nos sentamos y nos pusieron el café,
todas las cajas que tenían alrededor estaban llenas de golosinas, así como caramelos,
galletas, muchas botellas de licor de todas clases y una caja de madera grande llena de
farias. Y les digo haciéndoles señas si podía coger un paquete, me contesta haciéndome
señas con la mano que si, cojo tres paquetes de veinticinco farias cada uno. Cuando voy
a marchar cojo cuatro paquetes más y nos despedimos, pero a todo esto eran las cinco
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G. Monserrate Memorias de la guerra
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Llegamos a Fraga y me bajo del camión, nada más que bajo del mismo pasa un
turismo, le hago el alto y para, dentro había un oficial del ejército el cual me pregunta:
- ¿ Para donde vas?
- A Graus.
- Yo voy a Barbastro.
- Ya me va bien.
Mientras íbamos hablando, yo le contaba todo lo que me había pasado, él me
escuchaba muy atentamente y me contesta:
- ¿ Te gustaría venir conmigo de chófer?
Yo le contesté si, que me gustaría, pero pertenecía al cuerpo de carabineros y no
puedo hacer lo que quiera, él me contesta:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Vosotros a buscar los fusiles que habéis tirado, que la guerra no termina aquí.
Y me dice a mí:
- Vamonos.
Llegamos a Barbastro y nos acercamos al puente y repite las mismas palabras que
en Fraga:
- Tenerlo todo preparado, porque esto toca el fin.
Mientras tanto, las carreteras iban llenas de gente que se marchaban de los
pueblos, porque ya se acercaban las fuerzas fascistas, nosotros vamos al puente de las
pilas para ver si estaba preparado y nos dicen que falta un poco, entonces le contesta mi
capitán levantando la voz un poco:
- ¿ De cuanto rato? Esto tendría que estar listo dentro de un par de horas. Cuando
vuelva quiero tenerlo acabado.
Luego nos marchamos para Fraga, otra vez. Me vi negro para circular por la
carretera, porque estaba llena de gente y de camiones que iban en retirada. Cuando
llegamos a Fraga, ya no se veía tanto movimiento yo me quedé un poco alejado del
puente. El capitán se marchó caminando hacia el puente, donde había un grupo de
oficiales reunidos. En aquellos momentos ya no pasaba nadie por el puente, cuando a
las dos o tres horas de estar allí parado viene y me dice:
- Vamonos para Barbastro.
En aquellos momentos las fuerzas fascistas estaban ya entrando en Fraga, cuando
se sintió una explosión muy grande, me dijo el capitán:
- El puente de Fraga a volado por los aires.
Llegamos a Barbastro y también me quedo un poco separado del puente. Estuve
tres o cuatro horas esperando en aquel lugar, ya no se veía movimiento de gente, ni de
camiones, había bastante tranquilidad. Estuve todo el día sin probar ni agua, ni comí, ni
merendé y ni cené. A las cuatro horas de estar esperando en el mismo lugar, pasan dos
coches con dirección al puente de Barbastro y veo que bajan siete o ocho oficiales y se
reúnen con el capitán. Al rato viene y me dice:
- Vamos para el puente de las Pilas.
A todo esto serían las nueve de la noche, llegamos y todavía no estaba preparado el
puente para volarlo, porque resulta que los que estaban preparándolo hicieron sabotaje y
se retraso, entonces como que no daba tiempo me dijo:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
porque la única salida que había era la de Lérida y ya la habían cortado los fascistas.
Nosotros abandonamos el coche y nos subimos en uno de esos camiones, aquella
caravana era imposible que fuera deprisa pues era una carretera muy mala y estrecha
con unos barrancos muy hondos a la derecha y el corte de la montaña a la izquierda,
íbamos avanzando muy despacio y de cuando en cuando se estropeaba algún camión,
entonces si llevaba gente, se repartían en los demás y entre unos cuantos, lo
echábamos al barranco para no interrumpir la caravana, esto nos pasó varias veces.
Mientras íbamos en el camino, pasó un avión por encima nuestro, entonces fue cuando
cundió el pánico. Las mujeres y los niños empezaron a gritar y a llorar pensándose que
los aviones volverían a bombardear, pero no volvieron.
Cuando llegamos a Benasque la carretera había llegado a su fin, ya no continuaba
hacia ningún sitio. Nos encontramos con una inmensa explanada donde iban aparcando
de cualquier manera los camiones que iban llegando. La gente iba bajando de los
camiones y cogiendo lo más preciso, porque no podían llevar ningún bulto debido al
camino que nos esperaba. Cuando llegó nuestro camión me quedé impresionado de ver
tantos cientos de camiones cargados de comida, de maletas, bultos, todo eso se quedo
ahí abandonado. Nosotros tres nos subimos a un camión que estaba cargado de quesos
de bola, , jamones y almendras peladas. Entonces conforme iba pasando la gente,
nosotros les dábamos lo primero que cogíamos. Cuando nos cansamos de repartir,
cogimos para nosotros, yo cogí un jamón y le corte un trozo de carne para metérmelo en
el macuto, un queso de bola y almendras. Nos bajamos del camión y nos fuimos
derechos hacia el camino que teníamos que seguir.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 4
- Si queréis marcharos, que yo no puedo más, estoy muy cansado, me da igual que
me cojan los fascistas.
Entonces ellos me dijeron:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
dándonos abrazos, entonces en este pueblo que es Bañeres de Luchón nos quedó un
recuerdo que nunca olvidaremos, nos llevaron a unos locales muy grandes que estaban
deshabitados, nos metieron en ellos y pusieron unas alambradas para tenernos
controlados, así estuvimos durante cuatro o cinco días. Uno de los días que estuvimos
allí se presentaron unos cuantos hombres y empezaron a hablarnos, nos dijeron si
queríamos ir a la zona franquista, todos contestamos que no, entonces dijeron:
- Los que quieran ir con Franco que levanten la mano.
Hubieron algunos que levantaron la mano, entonces se empezó una batalla de
puñetazos contra los que levantaron la mano, tuvieron que venir los gendarmes y poner
orden, entonces dijeron de hacerlo por votación secreta. Pusieron una mesa y tres
hombres presidiendo la mesa. Pasábamos de uno en uno y nos preguntaban:
- ¿ Con Franco o con La República?
Si decías con Franco te pasaban a un local que estaba al lado de la mesa, vigilado
por los gendarmes. Cada vez que pasaba uno con Franco, empezábamos todos
gritando:
- ¡ Fascista, hijo de puta, cabrón !
******************************************************
Lo que no he referido antes, es que nada más llegar a la frontera, perdí la pista de
los dos amigos míos, no se lo que les pasaría, yo creo que algún francés les preguntó
que oficio tenían y les interesó y se marcharon con él, lo digo porque en el campo que
estábamos concentrados se acercaban a las alambradas muchos franceses y te
preguntaban el oficio que tenías, si les interesaba te decían si querías quedarte, algunos
se quedaron. A los pocos días vinieron y nos dijeron:
- Prepararse que nos vamos.
Nos llevaron a la estación del tren, subimos a los vagones y salimos de Vañeres de
Luchón con dirección a La España Republicana, donde aún continuaba la guerra. Por
todos los pueblos que pasábamos en territorio francés, las estaciones estaban llenas de
gente que nos saludaban con el puño en alto y con banderas rojas, en algunas
estaciones paro el tren y la gente se subía al tren. Nos daban comida tabaco y algunas
botellas de vino, muchos españoles que residían en Francia nos abrazaban, a mí me
abrazo un señor que tenía bastante edad, que era español y me dijo llorando:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Hijo mío cuando llegues a España que Dios te de mucha suerte y si vas al frente
cuidado con las balas fascistas.
Aquel señor estaba arrancando el tren y tuve que ayudarlo para que se bajara y
siguió saludando con la mano en alto hasta perdernos de vista. Por todas las estaciones
seguía la gente esperando el paso del tren para saludarnos. Cuando llegamos a España,
yo noté en mí interior como una tristeza muy grande, como cuando entras en un velatorio
de una persona que has querido mucho, que nada más ves lágrimas y suspiros, ósea,
que no sabría como definir aquel momento tan triste, en fin no pensemos más y
volvamos a la realidad.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 5
- ¡ A mí no me lo han dado !
Y empezamos a discutir el pagador y yo. Y debido a los gritos que dábamos salió
un teniente del despacho de al lado y dijo:
- ¿ Qué son estos gritos?
El otro le contó por lo que era, entonces el teniente contesta:
- Si, este dinero está pagado, no quiero más discusiones.
Yo le contesto:
- A mí no se me ha pagado y por eso lo reclamo.
- Si sigues levantando la voz te formo un expediente.
- Si llego a saber lo que me esperaba aquí me quedo con Franco.
- ¿ Por qué dices que te quedabas con Franco?
Entonces le conté de donde venía y lo que me había pasado y contesta el teniente
muy tranquilo:
- ¡ Hombre ! Esto tiene una explicación, debido a los traslados que has hecho y la
retirada, el dinero lo debe de llevar el pagador.
Entonces le dijo al cajero que me pagara. Cuando me pagó, marché para el garaje
Citroen. Cuando llegué me presenté a un sargento y me dijo:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Mira, ahí tienes una cama, esta noche te quedas de guardia, por si hubiera algún
servicio.
Yo me acosté muy temprano, pero cuando era la una de la noche, me despierta el
carabinero que estaba de guardia en la puerta y me dice:
- Ves a la Comandancia y preséntate que te están esperando.
Llego a la Comandancia y me dicen:
- En la puerta tienes una rubia aparcada ( una rubia quería decir un coche Ford que
la carrocería era casi toda de madera muy bonita y nueva).
Me da la hoja de ruta y los vales para la gasolina y me dice:
- Ves a esta dirección, ya te dirán lo que tienes que hacer.
Me marcho para la Bonanova, llego a la dirección que me indicaron y llamo.
Estaban esperando abajo en la portería, sacan unas maletas y se sube un comandante,
dos tenientes y una señora que era la esposa del comandante. Cuando estábamos todos
arriba me dicen:
- Vamos para Valencia.
Cuando salíamos de Tarragona, empezaba a hacerse de día y me dicen:
- Ahora cuando se haga de día, si viene la aviación, no te pongas nervioso, paras y
nos bajamos y cuando pase el peligro seguiremos.
Tuvimos suerte que no vino la aviación. Cuando llegamos a Valencia me dice:
- Sigue para Manises.
Cuando llegamos vamos para su casa descargamos las maletas y me dice:
- Entra en casa y lávate un poco si quieres.
Me lavé un poco la cara y las manos y cuando ya estaba listo le digo si deseaba
alguna cosa más entonces le dice a una señora que estaba allí:
- Prepárele a este muchacho algo que comer.
Y me dice la señora:
- ¿ Le gustan las morcillas de arroz?
Yo no había probado nunca esas morcillas, me las comí a la fuerza, porque no
dijeran que las despreciaba, pero me sentaron como un tiro. Cuando terminé me
presenté otra vez y me dijo:
- ¿ Ya has comido?
-Si.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Como me venía de paso le dije que bueno. Cuando me señala con la mano y me
dice:
Esa es mi casa.
Era una masía muy grande, llegamos y se baja y me dice:
- Baje un momento.
Me presenta a la familia y les cuenta de la manera que ha podido venir hasta aquí
y me dicen:
- Quédese a comer.
Yo les digo que no que:
- Tengo prisa.
Entonces cogen un conejo vivo y un pan redondo muy grande y me lo dan, no
paraban de darme las gracias y ya nos despedimos.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 6
- Una bomba.
Y él rápidamente tira la cuerda y me dice:
- ¡ Anda y que te den morcilla !
Y sale corriendo y me quedo solo otra vez. Entonces cojo un montón de piedras, las
pongo alrededor de la bomba y empiezo a tirar de la cuerda, la levanto un poco y con el
pie empujo la piedra cayendo en el fondo. Dejaba caer la bomba y descansaba, volvía a
coger la cuerda y hacía la misma operación. Cuando conseguí llenar todo el agujero, la
bomba se quedó tumbada en el suelo. Me costó mucho pero lo conseguí, entonces voy
para el garaje y cojo una carretilla que había allí. Me marcho para el colegio y pruebo a
levantarla y no podía, me voy al garaje otra vez y le digo a mi amigo Soria:
- Vente que ya la tengo fuera.
No podía convencerlo, le dije:
- Mira que eres cobarde.
- ¡ Vamos !
La cogemos entre los dos, la ponemos en la carretilla y me la llevo para el garaje.
Cuando entro por la puerta del garaje, el que estaba de guardia en la puerta me dice:
- ¡ La madre que te parió !
Y se aparta pegando un salto para atrás, yo sigo para dentro al local de al lado que
también estaba destruido por las bombas. Mi amigo Soria ya no tenía tanto miedo.
Cuando llegué a la otra nave, la descargamos, entre los dos la pusimos en el suelo y le
dije:
- ¿ La desmontamos?
- Bueno.
- Voy a buscar una llave inglesa.
Vuelvo con la llave y empezamos a desmontar la bomba. La bomba tenía una tapa
redonda con siete u ocho tornillos, en medio de la tapa, recuerdo que tenía un agujero
que se le había roto alguna pieza, porque tenía un muelle pequeñito con serrín.
Empezamos a quitar los tornillos, yo estaba sentado encima de la bomba. Cuando faltaba
un tornillo por sacar, me dice mi compañero:
- Me voy al water.
Yo pensé:
- Mientras no esté aquí, no lo saco.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Pero una tarde, se presenta un carabinero con el camión en el garaje y dijo que
venía a pedir el relevo, porque tenía que ir a Barcelona a sacarse una muela. Este
hombre tenía unos treinta y tres años de edad y según me contaba tenía tres hijos y que
el trabajo que estaba haciendo, era muy peligroso, entonces yo le pregunté:
- ¿ Qué trabajo estas haciendo?
Y me dijo:
- Voy a la estación con el camión y me cargan de munición, proyectiles, fusiles y de
todo tipo de armamento que haya, ya te digo, como que tengo tres hijos, tengo miedo de
que me pase algo.
Cuando le dijo al teniente que tenía que ir a sacarse la muela a Barcelona, ó sea,
que necesitaba unos días de permiso. Como el teniente ya lo tenía un poco fichado,
porque le había hablado varias veces para que lo trasladara de lugar y le dijo que no, que
se sacase la muela en Tarragona.
El hombre salió con aspecto de preocupación, entonces le dije:
- ¿ Quieres qué le diga al teniente que yo me presto voluntario para ocupar tú sitio?
Entonces me dijo que bueno, bueno. Me voy a ver al teniente y le digo que si quiere
iré yo en el sitio de él y me contesta el teniente enérgicamente:
Y contesta el teniente:
- Bien, te lo concedo, pero te aseguro que te arrepentirás, ó sea, que mañana ya
puedes coger el camión y vas con él y ya te explicará lo que tienes que hacer.
Al día siguiente nos fuimos con dirección a Reus. Al llegar a las afueras, había una
masía muy grande donde criaban pollos y conejos, tenía el nombre del " Mas Vendrell " .
Entramos dentro de la masía y me indica donde tenía que dormir y guardar mis cosas.
Era un gallinero muy grande que tenía un cuartillo a continuación que es donde habían
dormido los pollos. Estaba muy limpio y muy emblanquinado. Entonces me dice:
- Aquí en estos campos podrás traer el camión y aparcarlo cada día cuando
termines el servicio.
Me presentó a quince o veinte soldados que habían allí para el cuidado del material
que allí se encontraba y del cuidado de la masía. Entonces llama a los soldados y les
dice:
- Yo me marcho, el trabajo que hacíais conmigo tendréis que hacerlo ahora con este
hombre.
Y contestan:
- Muy bien.
Entonces el dice:
- Yo me marcho, ¡ salud !
Y luego me dio las gracias.
Por la tarde, nos tocaba empezar a trabajar. Vienen seis soldados hacia mí y dicen:
- Cuando quiera empezamos.
Se suben cinco en la caja del camión y el otro conmigo en la cabina. Salimos para la
estación del tren que había por allí muy cercana. Entramos en la estación donde todos
eran militares y me dice el soldado que venía conmigo:
- Vaya a esa ventanilla y ya le darán detalles.
Llego a la ventanilla y me presento y al hacerlo me dicen:
- ¡ Hombre ! El Luis ya ha conseguido lo que quería, bueno, pues mira aquí tienes
estas hojas de ruta, ahora te cargarán el camión y ya te irán explicando estos soldados
que ellos ya saben de que va.
Entonces viene uno de ellos con una lista en la mano. Arrimo el camión a un andén
que había y me fueron cargando en el camión el material que ponía en la lista: cajas de
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G. Monserrate Memorias de la guerra
balas, de bombas de mano, proyectiles y munición de mortero. Una vez cargado nos
fuimos y me iba guiando el soldado que iba a mi lado. Recuerdo que cuando llevábamos
bastantes kilómetros hechos, había una zanja honda en la carretera, entonces me dice:
- Pare aquí. Nosotros nos bajaremos y pasaremos a pie y nos espera otra vez al
otro lado.
Y así lo hicimos. Entonces cuando los volví a recoger les pregunté:
- ¿ Por qué habéis pasado caminando?
Dijeron:
- Porqué aquí hay unos trescientos metros que lo dominan ellos.
Seguimos carretera adelante y me desvían hacia una montaña que era un polvorín.
Desde encima de aquella montaña se veía el río Ebro. Allí mismo me descargaron el
camión y volvimos para la base. Mi trabajo consistía en ir llevando material a los
polvorines que me indicaban. Una vez iba para Balaguer y nos salió la aviación por la
carretera. Los soldados se tiraron en marcha y el que iba a mi lado me dijo que parase
enseguida, nos bajamos y era una explanada que no había ningún árbol. Entonces
nosotros nos pusimos a correr sin parar, cada uno en una dirección. El avión dio dos
vueltas y se marchó. Volvimos al camión y seguimos nuestro camino hasta descargar en
el polvorín y esta era la rutina de cada día.
Recuerdo que una tarde que llegamos pronto a la base, ó sea, a la masía, empecé
a curiosear por dentro de la masía y al entrar, delante de una puerta en el suelo había
una losa muy grande con una anilla acoplada en el centro y llamo a un soldado y le digo:
- Oye ven, mira lo que hay aquí.
Y me contesta:
- Si, ya lo hemos visto.
- ¿ Levantamos la losa esta?
- ¡ Uy ! No se como, con lo que pesa.
- Espérate que traeré el camión.
Aculo el camión hacia la puerta y saco una cadena que tenía y por un extremo la
engancho al camión y por el otro a la anilla de la losa. Entonces, al ver lo que estábamos
haciendo, acudieron más soldados y ayudaron ha hacer el trabajo. Yo muevo el camión y
se levantaba unos dos dedos la losa. Al ver que ya no podía levantarla más, cogimos
unas barras de hierro y las utilizamos para hacer palanca. Una vez levantada la losa,
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había una escalera que hacía rampa hasta el fondo del sótano. Estaba todo lleno de
telarañas. Una vez abajo con unas linternas empezamos a mirar y todo lo que era la
masía. Por debajo era un subterráneo y estaba a un lado y al otro lleno de barriles de
vino, había más de sesenta y grandes. Empezamos a mirar y estaban todos llenos según
la fecha que había apuntada en el barril. Había vino de más de treinta años. Tenían en
las grietas, como si fuera azúcar. El grifo, para que el vino saliese por allí, teníamos que
meterle un alambre, pues se habían hecho tapones de azúcar en la boca del grifo.
Enseguida corrió la noticia del hallazgo que habíamos hecho y venían muchos coches
militares, incluso vinieron militares de Madrid a buscar vino, se lo llevaban a garrafas. Yo
solo me quedé una garrafa de ocho litros y una bota de vino de dos litros, pero mis
compañeros si que se quedaron hartos de vino.
*******************************************************
Yo seguía con mi trabajo durante un mes y medio. Por aquellas fechas la guerra se
estaba poniendo muy mal para nosotros y a los conductores más jóvenes nos llamaron
para incorporarnos al frente, porque hacía falta mucha gente. A mí me mandaron una
nota que me decía que tenía que presentarme en Camprodon.
Me dirigí hacia allí y me presenté en unas casitas que estaban puestas como si
fuese una colonia y nos sirvieron a nosotros como cuartel. Aquella base servía nada más
que para renovar los batallones, cuando tenían bajas en el frente los iban substituyendo
por los que estábamos allí, ó sea, que se formaban compañías para mandar al frente.
Recuerdo que una tarde, estaba en la montaña y oí una explosión muy fuerte y al
fijarme vi que empezó a salir mucho humo de Camprodon. Bajé corriendo y al llegar al
lugar me di cuenta de que había sido un avión que había tirado una bomba en una fábrica
de tejidos, que al lado mismo había un depósito de gasolina refinada para la aviación.
Empezó a arder y entonces nosotros los carabineros que habíamos allí empezamos a
sacar todo lo que pudimos del despacho. Una de las veces que yo bajaba por las
escaleras del despacho, miré hacia la derecha por unos ventanales muy grandes que
había, me fijo en el fuego y vi que había un señor tendido en el suelo que le había caído
una columna de ladrillos encima y estaba muerto. Vi que el fuego se le estaba comiendo
la piel de la cabeza y ya se le veía el cráneo. Entonces le dije al teniente que había visto
a un hombre muerto que podíamos sacarlo y al mismo tiempo oí a una señora mayor y a
una muchacha que gritaban y decían en catalán:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
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Capítulo 7
A los dos días nos dan el aviso que tenemos que marchar para el frente. Vinieron
cuatro camiones, nos subimos arriba de los camiones con todo el equipo y nos
marchamos.
Cuando íbamos por la carretera, en cada camión iban dos oficiales con el chófer en
la cabina. Eran unos oficiales muy jóvenes, tendrían entre veintiséis o veintisiete años.
Empezaron a pasarse los camiones como si hicieran carreras y los oficiales animaban a
los conductores para ser los primeros. Yo veía que aquello que estaban haciendo estaba
prohibido, porque cuando se va en caravana no se puede pasar uno al otro. Y así
seguían divirtiéndose por el camino. Hubo un momento que al avanzarse uno al otro para
dejarle paso, se arrimó demasiado a la cuneta y no se dio cuenta el chófer de que había
una hilera de árboles de los que les llaman moreras, que son bastante bajos y que
cuando los podan les dejan las ramas que parecen brazos. Pues al acercarse tanto a la
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G. Monserrate Memorias de la guerra
cuneta, todos los carabineros que iban de pie y cantando en el lado derecho, no se dieron
cuenta de los árboles, cuando veo que empiezan a saltar los hombres por los aires,
porque los árboles los despedían. El camión empezó a hacer eses de un lado para el otro
de la carretera hasta que el chófer se pudo hacer con el camión antes de que parara del
todo. Me bajo yo, me voy derecho a la cabina, abro la puerta y cojo al conductor por el
brazo y lo arrastro fuera del camión y chillando como un loco le señalo para la carretera,
le digo:
- ¡ Mira hijo de puta cabrón lo que has hecho !
Entonces el oficial que iba a su lado se baja derecho hacia mí con la pistola en la
mano y me dice:
- ¿ A ti qué te pasa?
Le digo:
- Mira, criminales lo que habéis hecho.
Y mira para la carretera y se pone la mano en la cabeza. Vamos para donde
estaban los cuerpos de los carabineros muertos. Fueron cinco, parece que los esté
viendo, tenían la cabeza hundida a otros les faltaba media cara, tenían los ojos abiertos
llenos de polvo. Alguno que todavía respiraba se quedaba mirando como si quisiera
hablarte. Los demás carabineros que lograron salvarse, estaban en silencio sentados por
la cuneta. En ese momento, pasa un señor con un coche y se para. Entonces uno de los
oficiales le dice a aquel señor:
- Hágase cargo de estos cinco muertos, que nosotros vamos para el frente y no
podemos perder más tiempo.
Aquel señor le contesta que ni pensarlo, que el no quería saber nada. Entonces el
oficial lo amenazó y se quedo allí. Nosotros nos marchamos para los camiones. Yo en
aquel momento le digo al oficial:
- Como se haga un juicio diré que tuviste la culpa, vosotros los oficiales.
Él me contesta:
- ¡ Tú te callas y sube al camión !
Me subo al camión y no sube nadie más. Los demás se repartieron por los otros
camiones, ó sea, que en aquel camión iba yo solo, porque los demás le cogieron miedo.
Cuando me tranquilicé un poco, empecé a pensar:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Ahora, como que vamos para el frente tendré que tener cuidado, porque tendré el
enemigo delante y detrás, porque con lo que les dije a los oficiales que si había algún
juicio diría la verdad. Estos cuando puedan me pegan un tiro por detrás y se queda todo
tapado.
Llegamos a Artesa del Segre. Nos reparten por los pajares y algunas casas que
estaban abandonadas. Al día siguiente, salimos a una explanada que había muy grande
para hacer ejercicios militares.
Al poco rato de estar allí, aparecen tres aviones y empiezan a bombardear. Salimos
todos corriendo para escondernos. Recuerdo que había un agujero en una roca que nada
más cabía una persona encogida. Me coloqué como pude y otro compañero que también
quería colocarse y no podía, pues me servía de parapeto.
Se marchan los aviones y salimos fuera. Pero no pasan cinco minutos y vienen tres
aviones más, bombardeaban todos los alrededores del pueblo. Yo salgo corriendo otra
vez y me escondo debajo de un carro. Aquella mañana vinieron cinco o seis veces de tres
en tres. Cuando volvimos al pajar donde dormíamos, vimos que estaba hundido por las
bombas. Enseguida preguntamos por el que se quedó de guardia en la puerta, que
precisamente era un muchacho que estaba muy enfermo y estaba esperando que lo
evacuaran, por eso se quedaba de guardia y no hacía servicio. Tuvo la desgracia que le
cayera una pared del pajar encima y se quedó enterrado. Nosotros rápidamente
empezamos a quitarle la tierra de encima, pero cuando lo sacamos ya estaba asfixiado.
Estuvimos cuatro días en este pueblo y el último día nos dicen:
- Prepararos que mañana salimos por la mañana.
***********************************
Cogimos la carretera hacia Lérida, lloviendo por todo el camino. Después de estar
caminando muchas horas llegamos a la casa Cros, que es una industria química muy
importante que había allí y estaba medio destruida por los bombardeos. No había
absolutamente nadie y nos dijeron que pasaríamos allí la noche, que cada uno se
buscara un sitio para poder dormir. Entonces me subí a un despacho que había medio
desmontado y que el suelo era de madera. Me quité toda la ropa y la puse a secar y me
lié con la manta y me acosté en el suelo. Entonces me puse el macuto por cabecera, pero
entre que la artillería empezó a disparar y que las ratas querían comerse la comida que
llevaba en el macuto, no pude pegar ojo en toda la noche.
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Cuando se hizo de día, cogí la ropa que todavía estaba mojada y me la puse.
Cuando el día ya era completo, miré a los alrededores y vi que habían campos de
almendros. Entonces me marcho para la mitad de los campos y en esos momentos viene
un avión muy bajo. Ya no sabía donde esconderme, porque los árboles no tenían hojas y
menos mal que no me vio. Salí corriendo otra vez para la fábrica donde dormimos. Al
llegar allí me dicen dos o tres:
- Vamos a ver aquellas casas que hay allí abajo al lado del río.
Y que en el otro lado estaban los fascistas. Entonces entramos en las casas y como
que estaban abandonadas había de todo. Recuerdo que entramos en una fábrica de
medias de mujer que también estaba abandonada y había medias por toda la fábrica.
Después de dar unas cuantas vueltas por allí, nos marchamos para donde pasamos la
noche. Cuando llegamos, empezaba a llover y nos dicen:
- Recogerlo todo que nos marchamos.
Seguía lloviendo. Emprendimos la marcha hacia la izquierda de Lérida. Seguíamos
caminando y cada vez llovía más. Por el camino encontramos un cementerio, que
teníamos que cruzarlo por dentro, para no ser tan vistos por el enemigo. Cuando
estábamos atravesando el cementerio, nos dicen:
- Descansar un poco.
Y seguía lloviendo a cántaros. Ya no nos protegíamos de la lluvia, porque íbamos
empapados de agua. Hubo alguno que para hacer broma se metía dentro de un nicho y
sacaba la cabeza y decía:
- Yo no me mojo.
Estuvimos bastante rato en el cementerio, porque teníamos que hacer un relevo y el
lugar que teníamos que hacerlo tenía que ser de noche casi a la hora de estar allí nos
dicen:
- En marcha.
Y seguía lloviendo. Cuando llevábamos otro rato caminando, empezaba a
oscurecer. Veo que los que iban delante de mí entraban en una masía. Yo pensé:
- Cuando llegue yo, ya no cabrán más y tendré que quedarme fuera.
Pero llego a la puerta y pienso:
- Pues si que cabe gente en esta casa.
Pasma 59
G. Monserrate Memorias de la guerra
Cual fue mi sorpresa cuando entro, la cruzamos y salimos al patio, allí empezaba la
trinchera que tenía que llevarnos a primera línea. Bajamos para entrar en ella y estaba
con dos palmos de agua y lloviendo. Sigo caminando por la trinchera con un barro que
había de aquel colorado que resbala tanto y dice el sargento:
- Silencio y esconder los platos que no reflejen.
Cuando yo pego un patinazo con el barro y me caigo de espaldas en suelo y pego
un grito y digo:
- ¡ Me cago en la guerra y en la madre que la parió !
Viene el sargento corriendo y pregunta :
- ¿ Quién ha sido el que ha gritado?
Y yo le contesto con mala leche:
-Yo.
- Si te vuelvo a oír, te pego un tiro en la cabeza.
- Si me caigo otra vez, vuelvo a gritar.
Entonces me cogen entre dos, uno por cada brazo y me llevaban que casi no tocaba
el suelo. Ya llegamos a primera línea de noche. Entonces nuestro sargento, con el
sargento que veníamos a relevar, empezaron chabola por chabola, ha avisar que se
prepararan, que había venido el relevo. Se prepararon con mucho silencio y se
marcharon. Nosotros ocupamos las chabolas. Cuando entro, teníamos que agacharnos,
porque tenía el techo muy bajo, tenías que entrar de rodillas y dije:
- ¡ Por fin ya no me mojo !
Éramos cuatro los que teníamos que dormir en la misma chabola. Empiezo a
quitarme la ropa para descansar, cuando viene el cabo y en voz baja dice:
- Gabriel Monserrate.
Contesto:
-Yo.
Me dice:
- Prepárate que entras de escucha.
- Pero si acabamos de llegar y ya me toca a mí.
Y me contesta:
- Si, tenéis que hacer dos horas cada uno. Coge el fusil y dos bombas y seguirme.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Él ya traía a otro que también entraba de escucha. Lo seguimos y yo veo que sale
de la trinchera y le digo:
- ¡ Eh donde vas !
Y me dice:
- Calla y seguirme.
Entonces empieza a meterse por las alambradas haciendo eses. Cuando pasa al
otro lado de la alambrada, caminamos hacia el río que es el Segre. Antes de llegar, se
para y da una consigna y le contesta:
-Adelante.
Llegamos a la misma orilla del río y estaba el carabinero que yo tenía que relevar.
Le pregunta el sargento:
- ¿ Se ve algún movimiento por aquí?
Y le dice señalando con el dedo el otro lado del río:
- Ves aquella luz, allí tienen una ametralladora, cuando les parece disparan alguna
ráfaga.
Entonces me señala y me dice:
- Mira, te sientas aquí.
Había una silla pequeña de mimbre y con las piedra del río tenía como un poco de
trinchera, que sentado me cubría medio cuerpo y me dice el sargento:
- No te duermas, porque si vienen y no te das cuenta te quitarán el fusil y te
matarán.
Se marcharon con el otro muchacho para hacer el otro relevo. Yo me quedé solo.
Me senté en la silla y cogí la correa del fusil y me la pasé por dentro de la pierna y con
una bomba de mano también la tenía empuñada. Yo pensaba:
- No me dormiré por si acaso.
Porque entre el ruido del río y el movimiento de las cañas, me cogía sueño.
Seguía lloviendo y pensar que si tenía que salir corriendo yo no conocía la salida,
entre las alambradas, imagínate los momentos que estaba pasando entre los dos frentes
y allí solo. Cuando hacía más de una hora que estaba allí y seguía lloviendo aunque el
agua ya no la notaba. De pronto, en aquel silencio, empiezan por detrás de mí a pegar
cañonazos, que los proyectiles pasaban tan bajos que silbaban de mala manera. Me creí
que ya estaba liada, cuando en ese momento viene corriendo el sargento y me dice:
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Recuerdo que una tarde, serían las siete y venían dos con el rancho para cenar.
Llevaban una caldera uno de cada asa y les cayó un mortero encima. A uno le voló la
cabeza y al otro le corto la mano y le lleno la cara de metralla. Aquella noche nos
quedamos sin cenar pero aunque hubiéramos tenido comida, tampoco hubiéramos
comido, porque se nos fueron las ganas viendo aquel espectáculo. A la media hora
vinieron los camilleros y se los llevaron a los dos.
Aquella noche me tocaba hacer la escucha y me tocaba de tres a cinco. Viene un
cabo a despertarme y me dice:
- Monserrate arriba.
Me levanto y salgo fuera y le digo al cabo:
- ¿ Cómo es que no viene el sargento?
- Ahora me cuidaré yo de hacer los relevos.
Y nos dice a mí y otro muchacho que se llamaba Pablo:
- Vamos para allá.
Salimos de la trinchera, como siempre y llegamos al punto de escucha y nos dice:
- Tener cuidado y no dormirse, porque de vosotros depende la vida de los demás.
A mí me deja en mi sitio y se marcha con el otro para dejarlo también. Cuando
serían las cuatro y media de la mañana, se presenta el cabo y me dice:
- ¿ Como va todo?
Yo le contesto muy flojito:
- Sin novedad.
Se marcha para el otro puesto y a los seis o siete minutos, oigo unos gritos de
socorro y el cabo que decía:
- ¡ Pablo, Pablo que soy yo !
Aquel muchacho, sin pensárselo, empieza a saltar las alambradas gritando derecho
a las trincheras. Pasa el cabo por delante de mí corriendo y yo estaba escondido entre
unas cañas que habían a la orilla del río. Yo que veo que pasa el cabo corriendo, salgo
de entre las cañas y me voy detrás de él, yo corría más que él. Pasamos las alambradas,
cuando llegamos a la trinchera y estaban todas las fuerzas levantadas con el fusil
preparado. Creían que era un ataque del enemigo. Entonces le preguntan al cabo y a mí:
- ¿ Qué pasa?
Yo les digo:
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- Yo no se nada, que he oído muchos gritos y creí que ya estaban aquí los fascistas.
Entonces el cabo pregunta:
- ¿ Donde está el Pablo?
Le dicen:
- Está en aquel nido de ametralladoras, que lo están curando, que está hecho un
santo Cristo echando sangre portadas partes.
Entonces el cabo le dijo al sargento lo que había sucedido:
- Mire, cuando he ido a revisar los puestos, me he encontrado con el centinela
durmiendo, entonces me he puesto agachado delante de él y empecé a tirarle piedrecitas.
Se ha levantado de la silla, ha dado media vuelta y ha empezado a saltar las alambradas
gritando " ¡ socorro socorro ! " . Yo lo he llamado " ¡ Pablo Pablo ! " pero él a seguido
chillando y corriendo.
El cabo estaba muy asustado. Nos vamos los tres para el nido de ametralladoras y
estaba Pablo tendido en un colchón. Tenía los ojos como dos manchas de sangre todo
vendado parecía una momia. Le preguntó el cabo a uno de los que le habían curado:
- ¿ Qué dice?
Le contesta:
- Le hemos hecho preguntas y no contesta, parece como si no oyera.
Mientras el cabo se daba golpes en la frente con la mano y decía:
- ¡ Si se muere este muchacho me fusilan !
Al rato llegaron dos camilleros y se lo llevaron para el hospital. Aquella mañana ya
no me acosté y había una niebla muy espesa, no se veían ni las casas ni el río. Entonces
les digo a mis compañeros:
- ¿ Aprovechamos la niebla y salimos a coger las habas?
Vamos, salimos de la trinchera y buscamos donde estaban. Llevábamos unas
bolsas y empezamos a coger las habas. Cuando hacía un cuarto de hora que estábamos
cogiendo, nos pegan unos tiros. Miramos y es que la niebla se había marchado y no nos
dimos cuenta. Nos tiramos al suelo y arrastrando la barriga llegamos a la masía que
había allí cerca, que estaba abandonada y nos quedamos un rato. Entonces salimos por
otro lado y empezamos a caminar. Cuando todavía no habíamos caminado ni veinte
pasos, empiezan a disparar de nuevo. Volvemos para atrás corriendo otra vez a la masía.
Entonces pensamos como salir de esta, porque a las doce les tocaba entrar de servicio a
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los dos y tenían que estar en su sitio. Delante de la masía había una noria y como un
canal para conducir el agua para regar los campos. Nos pusimos barriga en tierra dentro
de aquel canal y arrastras fuimos a parar cerca de un cañizar. Salimos corriendo hacia él
y todavía nos dispararon, se ve que nos seguían. Cuando estuvimos a salvo, tuvimos que
dar una vuelta muy grande para encontrar la trinchera.
Ya se hacía tarde y tuvimos que correr por dentro de las trincheras, pero llegamos
con tiempo. Cuando terminamos de comer me dice uno de los que dormíamos juntos:
- Monserrate, hoy tendrías que ir ha buscar sábanas para la cama que no tenemos y
las que hay puestas están muy sucias.
Entonces me marcho por la trinchera caminando y llego a un lugar que habían
varias torrecitas abandonadas. Entro en una de las torres y sigo para el jardín. Bajo dos
escaleras y estaba todo el jardín con un palmo de hojas secas. Les pego una patada y
me salen cuatro o cinco peras de esas que les llaman de agua. Estaban un poco
arrugadas pero parecían miel de dulces que estaban. Entré en una habitación, abrí el
armario y cogí siete sábanas que habían y unas cuantas almohadas. Salí al jardín otra
vez y empecé ha buscar las peras entre las hojas. Conforme iba encontrando las metía
dentro de una almohada. Cuando tenía media almohada de peras, cogí la ropa y me
marché.
Estas sábanas que nosotros cogíamos de las casas estaban en zona de guerra, ó
sea, que sus propietarios no podían recuperarlas nunca y para que se perdieran, las
aprovechábamos nosotros para dormir.
Cuando llevaba unos diez días en aquel mismo lugar, amaneció lloviendo a
cántaros de improviso empiezan los fascistas a disparar con unas armas que nosotros les
llamábamos " la loca" porque empezaban a disparar y no paraba. Pero esos disparos no
eran para nosotros, pasaban por encima nuestro y iban lejos. Pero al momento
empezaron con los morteros, esos si que eran peligrosos, porque no lo oías venir y
cuando tocaba en el suelo pegaba una explosión muy fuerte. Cuando más mal lo estaba
pasando llegó un carabinero tapado con un chubasquero preguntando:
- ¿ Gabriel Monserrate?
Contesto:
-Yo.
- Recoge todo lo que tengas, que te vas con permiso.
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Lo recojo todo y nos marchamos por la trinchera hasta llegar a las oficinas del
mando. Cuando me presento, sale aquel oficial que le dije si podría conseguir un permiso
para mí. Me entregó el permiso y no me dijo ni una palabra. Dejé el fusil, la munición y las
dos bombas. Tomaron nota y me dijeron:
- Ya puedes marcharte.
Entonces me dice el chófer de la ambulancia:
- Vamonos.
Y cuando subo, veo que llevaba a un muchacho tendido en la camilla y le pregunto:
- ¿ Es qué está herido?
Me dice:
- No, pero está muy grave lo llevo al hospital Clínico a Barcelona que lo tienen que
operar rápido.
Y le digo:
- Mira, a mí me viene al pelo, porque yo también voy a Barcelona.
- Ya lo sé, por eso me han mandado a buscarte, para aprovechar el viaje.
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Capítulo 8
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Yo le dije que si, porque allí se estaba más tranquilo. Ella vivía en las casas baratas
de San Adrián y además vendía de estraperto, ó sea, que la comida la tuve segura. Los
dos días que estuve allí, me dijo que me quedara otro día más, pero me daba un poco de
reparo, porque la comida iba muy cara y le dije que no. Le di las gracias, me dio un
abrazo y muchos besos y me dijo:
- Que tengas mucha suerte, adiós.
Me marché para mi casa. Cuando llegué, estaba mi madre barriendo la puerta de
casa y me dijo:
- ¿ Ya estas aquí?
- Si, lo he pasado muy bien, pero pienso marcharme mañana.
Y me contesta:
- ¿ Como es que te quieres marchar mañana si todavía no se te ha acabado el
permiso?
- Porque me encuentro más a gusto en el frente con mis compañeros, porque aquí,
entre los bombardeos y sin nada que comer se pasa bastante mal.
Al día siguiente me levanto y me dice mi madre:
- ¿ No será verdad que te marchas?
Yo le contesto que si. Entonces se le saltan las lágrimas y me dice:
- Bueno, pues tú mismo.
Me espero un momento a que vengan mi padre y mi hermana. Me despido de ellos y
me marcho para la estación del Norte. Esperé que saliera el tren para Lérida y me subí en
el.
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Cuando llegué a un pueblo antes de la estación de Lérida, nos bajamos del tren,
porque unos kilómetros más adelante empezaba la zona de guerra. Me salí de la estación
y me fui hacia la carretera. Paré un camión y le pregunté si iba a Lérida y me contesto
que si, me dejó subir y nos marchamos. Cuando llegamos al puente de Lérida, que ya era
el frente, me dice:
- Yo ahora me marcho hacia la derecha, ¿ tú para donde vas?
- Yo al contrario, a la izquierda.
Me bajé del camión y se marchó. Yo tenía que volver al mismo sitio que estaba
antes de marcharme, con permiso para incorporarme a mi compañía. Pero pasaban más
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de tres horas y no pasaba nadie por aquel lugar, recuerdo que estaba parado en la puerta
de un bar, apoyado en un abrevadero que había servido para beber agua los caballos.
Alrededor de mí todo estaba derrumbado, los postes de la luz tendidos por el suelo y las
paredes de las casas derrumbadas, aquello parecía que hubieran pasado por allí los
marcianos. Cuando hacia más de tres horas y media que estaba allí, desesperado sin
saber para donde tirar, veo que viene un señor de unos cincuenta años montado en una
bicicleta y me dice en catalán que estoy esperando aquí y yo le contesto:
- A ver si pasa algún camión para que me lleve a donde tengo que ir.
- Por aquí no pasan ni coches ni camiones, el único que pasa por aquí soy yo que
tengo una casa aquí y de cuando en cuando vengo a ver si todavía está en pie, vivo en
una masía a las afueras del pueblo.
Y me dice:
- Ven conmigo, te indicaré donde puedes coger un camión que te llevará donde
quieres ir.
Fuimos caminando y salimos a una carretera, me dijo:
- Verás como aquí no tarda en pasar algún coche o camión.
Y así fue, viene un camión y lo paro, le digo:
¿ Para donde vas?
- Voy a llevar el suministro a tal sitio.
- ¡ Estupendo ! yo voy a ese lugar, donde tengo mi compañía y tengo que
incorporarme, porque vengo de cumplir un permiso.
Cuando llegamos me presento en las oficinas del mando y me dicen:
- ¿ A qué compañía perteneces?
- A la cuarta.
Entonces él mira unos papeles y me contesta:
- Esta compañía la relevaron ayer, ya no está aquí.
Le pregunto:
- ¿ Donde puedo encontrarla?
- Esto no lo sabemos, nosotros solo podemos decirte que está en algún
campamento de descanso, lo único que puedes hacer es marcharte con este camión que
va repartiendo el suministro por los campamentos.
- ¿ Le digo al chófer si me deja ir con él?
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-Si.
Entonces a la hora de marcharnos le digo al que esta en la oficina que me diera un
fusil, el correaje y la munición porque lo había dejado aquí cuando me marché con
permiso, y empezó a buscarla y me dice:
- Aquí nada más veo los fusiles que nos pertenecen a nosotros.
- Mira el fichero y verás como tiene mi nombre con la entrada de este fusil.
Mientras hablaba con él, me fijo que a mi derecha había una percha de esas de pie
con capote y una gorra colgados, estaba en un rincón, voy y miro detrás del capote y
estaban el fusil con el correaje apoyado en el cañón y me dice:
- ¿ Como sabes que es tuyo?
- Porque llevan mi nombre escrito.
Miramos la culata del fusil y tiene las letras G. M. entonces me dice:
- Conforme.
Cojo el fusil y el correaje y me marcho para el camión, cuando llego me dice el
chófer:
- Tendría que haberte dejado por el tiempo que me has hecho perder.
Le conté lo que había pasado y me contesto:
- Si es otro, no te hubiera esperado.
- Hombre muchas gracias por esperarme.
Nos marchamos hacia el próximo campamento. Cuando llegamos, mientras
descargaban el suministro, empecé por el campamento a informarme si sabían donde se
encontraba la cuarta compañía y me dijeron que no. Entonces nos marchamos para el
último lugar que le quedaba que repartir, que también era un campamento de descanso
que estaba todo rodeado de olivos y tenía muchas chabolas. Era muy tarde y yo veía que
se iba a hacer de noche y que el camión se marchaba hacia su base, entonces me dirigí
para el jefe de campamento y le conté mi caso, y contestó que podía quedarme y me dijo:
- Como que aquí tenemos bastantes bajas, yo mañana haré los trámites para hacer
saber que te encuentras aquí con nosotros. Ves a ver el cabo para que te diga donde
tienes que dormir.
Me voy derecho hacia el cabo, me presento y me dice:
- Hombre bienvenido a nuestra mansión.
Se veía un muchacho muy alegre que me dice:
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Capítulo 9
Desde aquel momento me cayeron bien los dos muchachos, ellos tenían
aproximadamente mi misma edad, uno era de Albacete y el otro de Toledo, recuerdo que
el de Albacete tenía la boca un poco desviada y el labio de la parte inferior hacia dentro
de la boca y fue porque le pegaron un tiro en el frente, el otro que era de Toledo también
recuerdo su fisonomía pues tenía el pelo rizado muy negro y tenía bastantes entradas, las
cejas las tenía muy pobladas, cuando te miraba parecía como si tuviera la vista distraída,
tenía algo en los ojos que no se como explicar, la cara recuerdo que cuando estaba dos o
tres días sin afeitarse era muy cerrado de barba y el pelo le llegaba casi a los ojos, de
esta manera recuerdo a mis amigos. Llegó la hora de cenar, nos dieron el rancho, cuando
acabamos de cenar era muy oscuro y como que no se podían encender luces, a las
nueve ya estábamos acostados. Al otro día nos levantamos muy temprano, cuando
salimos de la chabola hacía un poco de frío, menos mal que salió el sol. Tomamos el
desayuno, café con pan, seguidamente empezamos un poco de gimnasia y corrimos
alrededor de los olivos, también saltamos unos muros que estaban preparados para
hacer ejercicios cuando a las dos horas nos dijeron que podíamos descansar, decidimos
los tres coger una cantimplora para cada uno y nos fuimos caminando bastante lejos.
Encontramos una masía, nos acercamos y vivían unos payeses, les dijimos si nos
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venderían vino y nos dijeron que si pero que este vino no tenía ningún grado, porque
terminaban de prensarlo. Les dijimos que era igual, para quitar la sed ya estaba bien.
También nos dijeron si queríamos almendras y les dijimos que si, nos prepararon un
paquete con almendras y le preguntamos que le debíamos y nos dijo que nada. Nosotros
le dimos trescientas pesetas y se pusieron muy contentos. Seguidamente nos
marchamos para el campamento, cuando llegamos era la hora de comer, nos dan el
rancho, cuando comimos algunos nos marchamos a hacer la siesta otros se entretenían
jugando a cartas, pero ya duraba demasiado la tranquilidad, cuando sentimos ruido de
aviones y dice uno:
- j No correr que son nuestros !
Pasa de largo y vuelve a dar la vuelta pasando mucho más bajo, empezando a
ametrallar. Los que estábamos haciendo la siesta no nos movimos porque estábamos
dentro de chabolas, pero los que estaban por fuera se las pelaban corriendo para
esconderse debajo de los olivos, después de dar tres pasadas el avión se marchó,
entonces salimos todos de debajo de los olivos y de las chabolas y vimos un compañero
que le sangraba la mano, acudimos todos para ver que es lo que tenía, comprobamos
que le habían tocado con un tiro y le había atravesado la muñeca de lado a lado, los
sanitarios le cortaron la hemorragia y le liaron la muñeca y cuando vino el camión del
suministro se marchó con él, para el hospital. Mientras, nosotros empezamos a hacer
broma con aquel compañero que cuando vino el avión decía:
- No correr que es nuestro.
Le pusieron el mote de es nuestro, cuando lo llamábamos alguno siempre le
decíamos:
- ¡ Es nuestro !
Y el respondía a la llamada, en el campamento lo conocíamos por el nuestro. Esa
misma tarde vino el teniente pagador, les pago a todos y yo le conté mi caso para que me
pagara, él me contestó que no podía mientras no lo autorizaran:
- El dinero no lo llevo aquí, pero puedo pagarte el mes que viene los dos meses.
Yo le contesté:
- Me da igual, porque aquí tampoco tengo donde gastarlo.
Al poco rato nos llaman para la cena, nos daban el rancho a las seis de la tarde,
porque teníamos que aprovechar la luz del día, porque durante la noche no podías ni
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encender el cigarro, si querías fumar, tenías que esconderte para que no se viera ni la luz
del cigarro, porque el enemigo estaba muy cerca de allí y cuando veían la más mínima
señal, enseguida empezaban a tirar con la loca y por la noche es cuando a ellos les iba
mejor, porque veían el punto donde tenían que disparar y si sabían que estábamos de
descanso, todavía tiraban con más fe, para no dejarnos descansar ni un momento y
desmoralizarnos. Estos casos se daban bastantes veces en los campamentos que
descansábamos. Cuando terminábamos de cenar nombraron los que tenían servicio, le
tocó a mi compañero de chabola Ibañez, los demás nos marchamos a dormir pero
aquella noche hacía un frío que no se podía aguantar y le digo a mi compañero:
- ¿ Qué te parece si voy a la cocina y me traigo unas cuantas brasas de fuego y las
metemos en ese rincón para que se caliente esto un poco?
- Buena idea.
- ¿ Y como las traigo?
- Pues tienes razón.
- Yo ya tengo la solución, con la cazuela que tenemos de barro allí fuera que
hacemos servir de cenicero.
- Pues si, ya no me acordaba.
Cojo el capote y el pasamontañas, me los pongo, salgo fuera y cojo la cazuela. Me
marcho para la cocina que estaba un poco retirada detrás de un montículo de tierra para
que el enemigo no pudiera descubrirla. Cuando llego, me acerco a las brasas, cogí dos
tejas y se las puse encima para que no se viera el fuego por el camino y tuve que ponerle
otra debajo porque quemaba mucho.
Llego a la chabola y me dice mi compañero:
- Ponía en ese rincón al entrar a la izquierda.
Como estaba muy oscuro la puse donde el me dijo, echamos la cortina y nos
pusimos a dormir. A las dos o tres horas entra el compañero que había estado de guardia
y dice:
- ¡ Que caliente se está aquí !
Dejó el fusil y el correaje y se puso a dormir.
Cuando estábamos durmiendo empieza un tiroteo dentro de la chabola y salimos
como una flecha para fuera. Tratamos de saber lo que pasaba, entonces nos dimos
cuenta que nosotros poníamos los fusiles atravesados en ese rincón de un lado al otro de
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la pared, casi tocando en el techo y encima poníamos los correajes. Como pusimos las
brasas del fuego en ese rincón, sin pensar ni ver lo que podía pasar porque estaba a
oscuras, resulta que cuando llegó el compañero de terminar la guardia, colocó el fusil en
el rincón de siempre y el correaje encima, pero puso el correaje mal puesto y se quedó
colgando casi tocando el fuego. Como que los correajes eran de lona empezó a arder por
un bolsillo donde llevaba la munición y empezaron a explotar las balas y tuvimos suerte
que no se quemó el bolsillo donde llevaba las bombas de mano porque si hubieran
explotado ahora no podría contarlo; los demás compañeros al sentir las explosiones
acudieron rápidamente para ver lo que pasaba, cuando vieron lo que había pasado, nos
dijeron:
- ¡ Menos mal que ha sido esto porque nosotros al sentir los tiros pensamos que nos
atacaban por sorpresa los fachas !
El jefe del campamento nos dio una repulsa muy grande y nos dijo dirigiéndose a
todos los que estábamos allí presentes:
- ¡ El día que pase otro caso como este mando fusilar a los culpables ! No solo
peligraba nuestras vidas, sino que corría peligro la vida de todos los que estábamos en el
campamento, porque la explosión habría provocado un incendio y el enemigo hubiera
aprovechado la ocasión para disparar sobre nosotros con el peligro de causar un gran
número de bajas, por eso os aviso a todos que si tenéis frío aguantarse que es la guerra,
yo también lo tengo y me aguanto y ahora los que estén de servicio a sus puestos y los
demás a dormir que mañana tenemos que madrugar.
A las seis de la mañana pasan despertándonos a todos diciéndonos :
- ¡ Coger todo lo que tengáis que dentro de media hora nos marchamos !
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Capítulo 10
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Todo el camino que íbamos haciendo, era zona de guerra, por eso teníamos que ir
con mucho cuidado. Nos pusimos a comer los tres juntos, abrimos los botes de carne y
sacamos el pan y empezamos a comer y cuando nos parecía, trago de vino, para postres
las almendras.
Terminamos de comer y nos dicen:
- ¡ En marcha otra vez !
Seguimos caminando y cuando serían las cinco de la tarde, nos comunican:
- Procurar guardar silencio que ahora nos dirigimos hacia el río para hacer relevo.
Llegamos donde estaban los que teníamos que relevar y les preguntamos:
- ¿ Qué tal se pasa aquí?
- No se esta mal, nosotros hablamos mucho con ellos, si cogéis confianza incluso
podréis lavar la ropa en el río.
En aquel momento uno de los que estaba allí con nosotros da un grito y dice:
- ¡ Fulano que nos marchamos, tenéis gente nueva, son buenos compañeros !
Entonces se marcharon y desde el otro lado del río se oye una voz que pregunta:
- ¿ Qué sois?
Y le contesta un muchacho que era malagueño:
- ¡ Somos carabineros !
- Oye ¿ tú eres andaluz?
- ¡ Si !
- Te lo he notado enseguida por el acento y ¿ de que parte eres?
- Soy de Málaga.
- ¡ Yo también soy malagueño ! ¿ de que barrio eres?
- De tal barrio.
¡ Yo también ! Y vivo en la calle tal.
- Entonces tú me tienes que conocer, porque yo vivo en esa misma calle, ¿ como te
llamas?
Le dice el nombre y le contesta el otro:
- Mi nombre es tal.
- Si hombre, si estamos hartos de jugar juntos, tú tienes otro hermano menor que tú
¿ como está? ¿ también esta en el frente?
- No, está en casa, oye tú debes de conocer a mi familia.
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Entonces nos avisaron para la cena, nos dieron otro pote de carne en conserva y
preguntaban:
- ¿ Qué lo quieres al baño María o como esta, frío?
Yo le dije:
- Lo quiero caliente.
Sacaron un pote de dentro de una olla que estaba llena de agua caliente y me lo
dieron con dos chuscos, la carne estaba más jugosa que la que me comí al mediodía.
Me marché para la chabola, porque me estaban esperando mis amigos para cenar.
Cuando llego me dicen:
- ¿ Tú has cogido la carne caliente?
Les digo que si y me dicen:
- Pues tráelo que lo mezclaremos con estos dos.
Abrimos los tres potes y los pusimos en un plato y empezamos a cenar, con nuestro
vino trago va y trago viene, nos bebimos una cantimplora llena de vino, pero era tan flojo
que parecía que estabas bebiendo agua, pero acompañaba en la comida.
Cuando nos íbamos ha acostar viene el cabo y me dice:
- Monserrate te toca la primera guardia.
Y pensé:
- ¿ Yo? ¡ Pues si que tengo suerte, en la otra compañía que estaba antes, también
me tocó la primera guardia !
Pero luego pensé:
- Menos mal que esto ya lo conozco un poco, como que llegamos de día conocía los
puestos de guardia y tampoco habían alambradas, ósea, que el ambiente me gustaba
más, no veía tanto peligro, como cuando estuve en Lérida.
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Un día vi una masía que estaba muy cerca de aquí y como me gustaba mucho
curiosear, decidí ir a verla. Mientras caminaba por entre los olivares, me daba cuenta que
el suelo estaba cubierto de muchas olivas negras. Llego a la masía y estaba medio
derrumbada, porque la habían bombardeado. Entro en los lugares en que se mantenía en
pie y me tropiezo con la cocina, estaban todos los utensilios de la cocina repartidos por el
suelo, había de todo: platos, tazas, vasos, ollas, cazuelas y cubos de hierro para el agua.
Di un vistazo y me marché, cuando iba caminando de regreso para el campamento y veía
tantas olivas por el suelo, me vino una ¡dea, pensé:
- Voy a hacer aceite y al mismo tiempo pasaré el rato distraído.
Cuando llego al campamento, me voy a un nido de ametralladoras donde había un
montón de sacos de los que se emplean para llenar de tierra para hacer trincheras, cojo
dos sacos que eran nuevos y me marcho a recoger olivas. Cuando tenía más de medio
saco, me voy al campamento y busco a ver donde encontraba una roca que fuera llana.
Encontré una que me fue muy bien, entonces cogía un puñado de olivas, lo ponía encima
de la roca y con una piedra las chafaba bien chafadas, les rompía hasta el piñón de la
oliva y se convertía en una masa muy espesa. Cuando tenía unas cuantas machacadas,
las ponía en el otro saco y así continúe unas horas, cuando terminé de machacarlas
pensé:
- Ahora tengo que calentar agua para hervirlas.
Cojo el saco con las olivas machacadas y me marcho para la masía. Llego y me
dirijo a la cocina, cogí una olla que había muy grande y en la misma chimenea que
empleaban para hacer la comida cuando vivían los dueños, empiezo a preparar el fuego,
cuando voy a encenderlo, me encontré con un problema que voy a coger agua y la cocina
no tenía ni grifo, porque se lo habían arrancado. Me salgo fuera y empiezo a mirar por
todo alrededor y encuentro un pozo, pero no tenía la cuerda para sacar el agua. Tiré unas
cuantas piedras al fondo y comprobé que tenía bastante agua, pero no podía sacarla,
entonces cojo los cubos y me marcho para el río que estaba bastante retirado, cuando iba
caminando pensaba:
- Pues si que me va a salir caro este aceite.
Pero como no tenía nada que hacer, me servía de entretenimiento, otros pasaban
todo el día jugando a las cartas, se jugaban los relojes y los anillos y cuando venía el
pagador, se jugaban la mensualidad, bueno, cuando llego al río, lleno los dos cubos de
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agua y haciendo varías paradas llegué a la masía con el agua, pero se estaba haciendo
de noche y pensé:
- Mañana seguiré.
Me marché para el campamento y cuando llegué, terminaban de repartir el rancho.
Me encuentro con mis amigos y me dicen:
- ¿ Donde te metes, que casi no te hemos visto en todo el día? Menos mal que te
hemos cogido la cena, sino no cenas esta noche.
Les conté que estaba haciendo aceite y me contesta uno:
- Todo el aceite que hagas, me lo bebo crudo.
Estuvimos hablando un rato en la puerta de la chabola y luego nos fuimos a dormir.
Al día siguiente, cuando nos levantamos, nos dieron el café, después de tomarlo, me
esperé
un ratito que asignaran los servicios. Como que no me nombran les digo a mis
compañeros:
- Me marcho para mi trabajo, veis donde está aquella masía, allí tengo mi
laboratorio.
Y me contestan:
- ¡ A ver si vas a salir volando !
Me marcho hacia allí, cuando llego pongo el agua en la caldera y enciendo el fuego.
Empieza a calentarse el agua y cuando empezaba a hervir, le pongo el saco con las
olivas machacadas dentro. Las tuve hirviendo más de media hora, entonces las saqué de
la cubeta y con el saco bien atado lo puse dentro de un cubo. Apagué bien el fuego y me
marché hacia el campamento con el cubo y el saco dentro. Cuando llego al campamento,
me voy para la roca donde había estado machacando las olivas, cojo el saco y lo pongo
encima de aquella roca y me fijo para donde tenía la caída del líquido. Entonces pongo el
cubo por donde caía el chorrito del líquido. Cogí unas piedras que pesaban bastante y se
las puse encima del saco y empezó a salir un chorro continuo. Cuando aflojaba el chorro,
le ponía más piedras encima y continuaba cayendo, entonces me puse encima de las
piedras hasta que termino de salir el líquido. Miré en el cubo y tenía más de medio palmo
de líquido, que por encima estaba muy negro, con una cuchara iba sacando poco a poco
toda aquella capa negra y por debajo se quedaba el aceite. Cuando saqué toda la parte
negra que pude, con la misma cuchara, cogía el aceite y lo iba depositando en una
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botella, pero tenía que ir con mucho cuidado, porque debajo del aceite se encontraba el
agua y si metía muy al fondo la cuchara, entonces sacaba agua. Cuando conseguí sacar
todo el aceite en el fondo, se quedo el agua, saqué más de un cuarto de litro de aceite.
Estaba un poco áspero, pero con el pan no se notaba.
Cuando lo vieron mis compañeros, no se lo creían y me dijeron:
- Ya tenemos aceite para ponerle al pan por las mañanas.
Pero no teníamos sal, sin sal también estaba bueno. Cuando terminé con el aceite,
no sabía que hacer, estaba aburrido de tanto silencio y tanta tranquilidad, no se oía ni un
tiro, ni se veía ningún avión, pero nosotros hacíamos comentarios y decíamos que aquel
silencio no era bueno, que alguna cosa estaban preparando los fascistas, ó sea, que
aquel lugar era muy tranquilo, pero a nosotros no nos convencía.
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Yo contaba que aquel lugar era muy tranquilo, pero no nos convencía tanto silencio,
pero ya se comentaba que la guerra la teníamos perdida. Cuando venía el camión del
suministro, siempre le preguntábamos:
- ¿ Qué se dice por los lugares que tú pasas?
Y aquellos días nos decía:
- Lo veo muy negro, me parece que esto está llegando al fin.
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las basuras y la paja, buscaba y siempre me encontraba alguna judía o algún garbanzo.
Durante toda la mañana corría a varios corrales y así conseguía recoger algo, entonces
cogía un puchero de barro y me marchaba para el campamento. Encendía un fuego y
ponía a hervir los garbanzos y judías, pero era tan grande el hambre que tenía, que
empezaba a probarlos y cuando venían a estar cocidos, ya no quedaban, porque me los
comía antes de cocerse. Al día siguiente vino el suministro, pero nada más nos trajo
comida, para el mediodía un pote de carne y un chusco. Yo me marché a hacer el
recorrido, otra vez, por los corrales, porque veía que al día siguiente nos íbamos a
encontrar otra vez sin comida.
Pero cual fue mi sorpresa cuando voy a entrar en una casa y oigo voces que
estaban hablando. Me quedé si hacer ruido y no entendía lo que hablaban, pero me doy
cuenta a través de la luz del pasillo, que llevaban bata larga y pensé:
- ¡ La madre que los parió, si son moros !
Entonces se me corto hasta la respiración, iban cuatro, yo no me movía, porque me
hubieran visto. Me quedé debajo del hueco de la escalera sentado en la oscuridad, que
estaba llena de arañas, porque notaba la cara llena de telarañas, pero en aquellos
momentos era igual, no me molestaban. Salen para la calle los cuatro moros cargados
con unos bultos muy grandes y se marchan. Entonces me levanté como pude, porque las
piernas se me doblaban del susto que tenía el cuerpo y aquel día se terminó el recorrido
por los corrales.
Cuando llego al campamento cuento lo que me había sucedido y me dicen:
- ¿ Tú no sabes que ellos tienen unas barcas en la orilla del río y pasan cuando
quieren, a saquear el pueblo?
Entonces pensé:
- Prefiero morirme de hambre antes que me pillen los moros.
Aquel día también vino el suministro, pero nada más la comida del mediodía. Pero
en aquellos momentos siento que me llaman:
- Gabriel Monserrate.
Y me entregan un paquete que me lo mandaban de mi casa, porque aquellas fechas
se acercaban las Navidades. Cuando abro el paquete, veo que contenía como un kilo de
avellanas y un pote de leche condensada, entonces les digo a mis dos compañeros:
- ¡ Mirar que bien nos viene, con el hambre que estamos pasando estos días !
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Coger los picos y las palas, que vamos a la orilla del río a hacer trincheras.
Cuando llegamos al río, nos marcan en la misma orilla una líneas en el suelo y nos
dicen:
- Ya podéis empezar a hacer las trincheras.
Pero nosotros procurábamos no hacer mucho ruido, porque ellos estaban al otro
lado del río, pero vino un oficial nuestro y nos dice:
- Ya podéis hacer ruido, que os oigan que estamos haciendo trincheras.
Nosotros enseguida comprendimos porque lo dijo: el enemigo tenía pensado hacer
la ofensiva final por aquellos alrededores y no paraban de entrar material de guerra y
tropas. Se venían los tanques y cañones que estaban preparando y nosotros en aquel
sector nada más disponíamos de un fusil cada uno y seis o siete ametralladoras, picos y
palas. Aquella noche continuamos haciendo trincheras, pero cuando llevábamos un par
de palmos de profundidad, no paraba de salir agua, era imposible continuar, entre el frío
que hacía y los pies dentro de el agua, aquello no se podía aguantar. Entonces nos
dijeron que cogiéramos las piedras más grandes y que fuéramos formando una trinchera
y cuando serían las cuatro de la mañana, viene el cabo y llama:
- Gabriel Monserrate, te toca de guardia arriba en la posición.
Cojo el fusil y la manta, salgo para fuera y nos marchamos quince o veinte hombres
con el cabo, para hacer el relevo. Cuando llegamos, desde aquel punto se veía al
enemigo como estaba preparando todo para la ofensiva. Cuando hacía un rato que esta
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G. Monserrate Memorias de la guerra
allí, pasó el cabo pidiendo dos voluntarios para ir a buscar el suministro, porque hacía dos
días que no venía, entonces le digo al cabo:
- ¿ Es que por allí abajo no hay nadie que quiera ir? ¿ qué tienes que venir a buscar
a los que estamos de guardia?
Y me dice:
- Ya lo he preguntado y no sale nadie.
Y le digo:
- Cuenta conmigo.
Y otro muchacho que era de la Barceloneta contesta:
- Y conmigo.
Pero antes de marcharnos le digo al compañero que estaba de guardia:
- Cuando termines la guardia, coges mi fusil y el de éste y te los bajas para abajo.
Se los puse a su lado, entonces fuimos a hablar con el teniente y nos dijo por donde
teníamos que pasar para llegar al mando de aquel sector, que es donde salían los
suministros.
Nos marchamos los dos caminando subiendo y bajando montañas por unos
senderos que ya estaban marcados de haber pasado otras personas. Llevábamos más
de dos horas caminando y no llegábamos al lugar que nos indicaron. Nosotros pensamos
que nos habíamos perdido, pero seguimos caminando. Entonces divisamos como un
barracón de madera y fuimos hacia él y por los alrededores nosotros ya vimos que todo
aquel lugar estaba lleno de señales de que habían estado bombardeando la aviación.
Nos acercamos al barracón y lo primero que vimos fue un caballo muerto que se ve que
murió en el bombardeo. En la puerta había un soldado de guardia y nos preguntó que es
lo que queríamos, le dijimos de lo que se trataba y nos dijo que pasáramos. Nos dirigimos
a un mostrador y nos atendió un soldado, entonces salió un teniente y nos dijo:
- Sentarse un momento.
Pero nosotros estando allí sentados se estaba haciendo de noche y nadie nos decía
nada, pero nos damos cuenta que allí dentro estaba lleno de oficiales, había
comandantes, capitanes y comisarios, por lo menos había más de veinte y no paraban de
ir de un despacho a el otro, se notaba mucho nerviosismo y nosotros seguíamos allí
sentados sin que nadie nos dijera nada. Pero serían las diez de la noche que entra un
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Y me contesta:
- No me ha dado tiempo de recogerlos.
Entonces me dirijo al teniente y le digo:
- Mire, que nosotros somos los dos voluntarios que hemos ido para buscar el
suministro y se han dejado nuestros fusiles en la trinchera.
Y nos contesta.
- Cuando se haga de día, formaré la compañía y el que no tenga el arma, lo fusilo.
Entonces le digo yo al otro muchacho:
- Tenemos que ir a buscarlo.
Nos vamos camino para abajo. Cuando llegamos al campamento había un silencio
que no se sentía ni una mosca, pero al pasar por delante de una mina para subir a la
trinchera a coger los fusiles oímos que nos llaman y miramos para dentro y vimos que
tenían un fuego encendido. Me llama uno:
- ¡ Monserrate !
Entramos para dentro y habían cuatro muchachos de nuestra compañía, que los
cuatro eran de la Barceloneta y les pregunto:
- ¿ Qué hacéis aquí?
- Mira, la guerra ya la tenemos perdida, nosotros nos quedamos aquí y cuando
pasen los fascistas, nos entregamos y nos mandarán a un campo de concentración y
mientras se terminará la guerra y así todavía podremos salvar el pellejo.
Entonces pensé:
- ¡ Vaya cuatro cabrones !
Mi pensamiento era marcharme de allí con mis compañeros, pero pensé:
- Si les digo que no me quedo, son capaces de pegarnos un tiro.
Entonces les dije:
- Sabes que, nos quedaremos con vosotros, pero vamos a recoger el fusil que está
en la trinchera y volvemos aquí para quedarnos.
Salimos fuera y le digo al compañero:
- Ahora cuando cojamos el fusil, pasaremos sin hacer ruido y nos marcharemos con
nuestra compañía, yo no me quedo con estos fachas.
Cuando empezamos a subir la montaña para recoger el fusil, parecía que nos
estaban esperando, pegaron un cañonazo delante de nosotros que nos cayeron un
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G. Monserrate Memorias de la guerra
montón de piedras por el cuerpo y por la cabeza. Vaya susto con el silencio que había.
Salimos corriendo y nos metimos otra vez en la mina por si seguían tirando. Cuando
entramos, nos preguntaron:
- ¿ Qué ha sido eso?
Les dijimos:
- Que han tirado un cañonazo.
Y dijeron:
- Eso es el aviso que van a empezar a pasar para este lado.
Había pasado un momento y no tiraban más entonces yo les digo:
- Voy a ver ahora que no tiran, si podemos coger los fusiles.
Cuando salimos estaba toda aquella explanada al otro lado del río que parecía la
noche de San Juan de los fuegos que tenían encendidos. Nosotros subimos para arriba,
cogimos los fusiles y nos marchamos pasando por delante de la mina sin que nos vieran
aquellos cuatro. Seguimos caminando por aquel sendero, se estaba haciendo de día,
entonces vimos en un montículo de una montaña que estaba nuestra compañía. Cuando
llegamos, estaba el teniente diciendo:
- ¡ Juntaros de dos en dos y hacerse un poco de trinchera, que esta mañana, desde
aquí, nos vamos a hinchar de matar moros.
Cuando termina de decirlo, aparecen por nuestra izquierda nueve aviones, todos de
bombardeo, pasan por encima nuestro y cuando llegan a Seros, que estaba a la derecha,
empiezan a descargar. Se marchan y a continuación vienen otros nueve y se dirigen al
mismo sitio, mientras descargaban las bombas también tiraban con la artillería, todo aquel
sector era una nube de humo de todos los colores. Mientras, el enemigo estaba
preparando unas barcas para pasar el río y los aviones seguían viniendo, empezaban a
descargar antes de llegar donde estábamos nosotros y seguían tirando hasta llegar a
Seros. Aquello no se podía resistir, se iban unos y al momento aparecían otros. Yo me
refugie en una vaguada, que habían unas rocas que hacían un poco de cueva. Mientras
estaba allí esperando que pasara el bombardeo, se presentan aquellos cuatro que se
quedaron en la mina y me preguntaron si había contado algo de lo que habían dicho, yo
les dije que no y me dijeron que no se lo contara, que fue un mal pensamiento, entonces
me dieron en un pote de beber agua, unos cuantos garbanzos con un pedazo de bacalao
cocido y me lo tragué sin mascar, porque hacía más de dos días que no comía nada
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G. Monserrate Memorias de la guerra
mientras el bombardeo seguía en Seros y era un infierno. Serían las dos del mediodía y
empiezan a correr voces de sálvese quien pueda. Entonces nos reunimos los tres
amigos, que siempre íbamos juntos y salimos corriendo fuera de aquel infierno. Ya no
llevábamos fusil, ni correaje. Mientras íbamos caminando, teníamos tanta hambre, que
cogíamos las olivas y nos las comíamos, se nos ponía la boca y la lengua como un
zapato.
Recuerdo que llegamos a un pajar, entramos dentro y me fijé en una ventana,
donde había un pote de lata. Lo cojo y miro haber lo que tenía dentro. Estaba lleno de
telarañas, le pasé el dedo y se las quité, dentro tenía unos cuantos garbanzos cocidos
con un poco de agua. Los cogimos y los repartimos entre los tres. Aquellos garbanzos,
nos pareció que nos estábamos comiendo un pollo, eso que nada más tocábamos a seis
o siete a cada uno, pero teníamos tanta hambre que después de dos días sin comer, yo
todavía podía aguantar un poco, porque me había comido los garbanzos y el bacalao que
me trajeron aquellos cuatro que se quedaban en la mina. Nosotros nada más
pensábamos encontrar un pueblo que estuviera abandonado, para conseguir un poco de
comida y seguir caminando para conseguir llegar hasta la frontera. Seguíamos por toda la
orilla del río, cuando llegamos a un camino de carros, pensamos:
- Este camino tiene que llevarnos a algún caserío.
Seguimos caminando por el camino y salimos a un pueblo que se llama Almatret,
pensamos:
- Ahora es la nuestra.
No se veía a nadie, pero al entrar, en la primera travesía, nos salen un puñado de
moros y nosotros nos quedamos parados, vienen corriendo hacia nosotros y empiezan a
gritar y a saltar, dándonos empujones, al momento llega un alférez español y les dice
estas palabras:
- ¡ Ya era hora que los carabineros se pasaran !
Y les dice a los moros:
- ¡ Cantar el cara al sol, que los europeos os oigan !
Empezaron a cantar y yo también movía los labios, para que se pensaran que
también cantaba. Allí fue la primera vez que oí cantar el cara al sol.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 11
Nos cogieron presos y nos llevaron a la plaza del pueblo, y allí tenían más
prisioneros, nos hicieron formar y nos llevaron a todos a unas cuadras muy grandes, pero
voy a contar un caso que pasó yendo hacia las cuadras.
íbamos caminando en formación, el preso que iba delante de mí, llevaba en el
macuto unas alpargatas nuevas que asomaban un poco, entonces se acercó un moro y le
pegó un tirón y se las quitó, pero un poquito más adelante, otro moro estaba observando
lo que pasaba. Entonces, cuando se marchó el moro que le quitó las alpargatas, el preso
empezó a protestar diciendo:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
verdad. Nos acostamos como pudimos en el suelo sin manta ni nada por encima de la
tierra. Por la mañana nos levantamos y salimos a la calle y estaban esperándonos dos
camiones muy grandes, que los conducían unos chófers que eran italianos, los cuales,
nos trasladaron al castillo de Fraga. Recuerdo que eran las fiestas de Navidad y muchas
personas venían a vernos y nos traían comida y los soldados no dejaban que nos dieran
nada, entonces nos tiraban la comida desde lejos y los soldados la pisaban o le pegaban
patadas para que no pudiéramos aprovecharla. Estuvimos dos días en el castillo,
entonces nos subieron en unos camiones y nos llevaron a unas explanadas donde había
cientos de prisioneros. Nos formaron a todos y marchamos caminando por la carretera
custodiados por los moros. Nosotros íbamos para la retaguardia y el enemigo se nos
cruzaba al mismo tiempo en direccción al frente y cuando pasaban por donde estaba yo,
sentía voces que decían:
- No bonito.
Entonces le volví a repetir:
- Ponerse negro no quitar.
- Entonces el moro me dijo:
- Ser malo no quitar.
Y se marchó, entonces aquel muchacho me dio las gracias y me dijo:
- Si no es por ti, seguro que me corta el dedo, porque esta gente por un gramo de
oro, matan a su padre.
Después de caminar más de cuatro horas, llegamos a San Juan de Mozarrife. Nos
llevan a unas naves que estaban vacías, que en sus tiempos fue una harinera. A mí me
tocó en la planta de arriba, tenía muchas ventanas y no tenían cristales y hacía un frío
que no se podía resistir. Aquel día nos dieron un lata de sardinas y un chusco, era lo que
comíamos durante el día, no había ni desayuno ni cena, por la noche dormíamos encima
de los ladrillos pelados. Por la mañana cuando nos levantamos, nos dolía todo el cuerpo
y no parábamos de toser, estuvimos tres días en aquel lugar. Salimos de allí y nos llevan
para la estación que estaba muy cerca. Ya tenían preparado un tren con vagones de
esos que llevan borregos. Nos subimos en ellos y al rato, arranca el tren, pasemos parte
de la tarde y toda la noche parando por todas las estaciones. Para orinar, meábamos
desde la puerta cuando el tren estaba en marcha. A las nueve de la mañana, llegamos al
punto más negro de todas mis memorias, LEÓN.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 12
- Ahora pasareis para dentro y en unos coves que veréis, vais dejando la
documentación y el dinero que lleváis.
Empezamos a entrar y nos quitaban la cartera de las manos y la depositaban dentro
de los coves. Por la tarde, como que no cabíamos todos dentro de aquella nave, nos
llevaron a un patio que pertenece al hostal San Marcos. Este patio está rodeado de unos
arcos y tiene una placeta con un surtidor en medio, el suelo esta cubierto con piedras de
río puestas de canto. Pues aquella noche nos dieron una manta y tuvimos que dormir en
medio del patio y encima de las piedras. Cuando me desperté y saqué la cabeza, era
todo el patio una manta de nieve encima de nosotros, había estado nevando toda la
noche, os hago saber que todo lo que relato es la pura verdad del trato que nos dieron en
el campo de concentración de San Marcos. Cuando nos levantamos por la mañana,
quedaban dos bultos en el suelo, eran dos prisioneros que no pudieron aguantar el frío de
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G. Monserrate Memorias de la guerra
aquella noche y murieron, los cogieron entre cuatro en una manta y se los llevaron.
Entonces a nosotros nos llevaron a la sala que se nombraba el picadero que de pies
cabíamos justos, pero de noche si no te espabilabas a coger sitio, tenías que dormir
sentado en el suelo apoyado contra la pared. Cuando llegamos a esta nave, nos dieron
un saco con un poco de paja y otra manta para dormir, pero no podías emplearlo, porque
no había sitio para colocarlo, si tenías suerte de noche y podías dormir tendido dormías
como las sardinas en la lata, para darte la vuelta tenías que decirle al que estaba a tu
lado que también se diera la vuelta, porque si no te echaba toda la respiración en la cara.
Si una vez acostado tenías que ir al servicio, no podías, tenías que aguantarte o hacerlo
encima, porque el suelo era una manta de carne humana, no quedaba ni un solo hueco
para colocar ni un pie. Una noche estaba dormido y siento caerme una cosa en la cara y
me fijo, había uno de pie con una botella en la mano que estaba meando en la botella y
se meaba fuera y me caía a mí en la cara, empecé a chillarle y le dije:
- ¡ Mañana te parto la cara !
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Por las mañanas venían los de sanidad, que se componía de los mismos presos y
en un rincón de la nave, acudían los que estaban enfermos o heridos, allí no daban ni
pastillas, ni medicinas de ninguna clase, nada más curaban heridas. Recuerdo que
habían muchos que los pobres estaban llenos de sarna, los hacían desnudarse del todo y
el cuerpo era, desde el cuello a los tobillos de los pies, una corteza de pupas. Entonces
los sanitarios cogían unas espátulas de madera y empezaban, desde el cuello,
levantando todas las cortezas hasta llegar a los tobillos. Cuando terminaban, parecía que
les habían pintado de rojo todo el cuerpo de ensangrentado que les quedaba. Llevaban
un cubo lleno de azufre preparado como una pomada, entonces, con la misma espátula
les embarraban todo el cuerpo de azufre y a continuación, con unas vendas, los liaban
como si fueran una momia y se ponían la misma ropa que llevaban sucia y llena de
piojos. A los pocos días, ya no quedaba ninguno, se morían infectados.
a la basura, nos los tiraban a nosotros y nos pegábamos por cogerlos, para quitarnos un
poco el hambre. Y los iban tirando de uno en uno y al mismo tiempo había un falangista
con una manguera de agua en la mano que nos iba mojando. Entonces ellos se reían y
nosotros nos quedábamos con toda la ropa mojada, pero si lograbas coger un rabo de
cebolla, te ponías un poco contento, pero si no cogías nada, te quedabas mojado y
pelado de frío y pensabas:
- ¡ Me cago en la madre que os parió falangistas !
Aquel día también lo aprovechamos para lavarnos un poco la cara. En aquel recinto
fuera de la nave, había unos abrevaderos que servían para beber agua los caballos de
aquel mismo cuartel, pero ya no se usaban, entonces nosotros nos lavábamos un poco la
cara pero solo una vez a la semana. Otros nos dedicábamos a quitarnos unos cuantos
piojos, nos bajábamos los pantalones y con las uñas rascábamos por las costuras que
estaban llenas de huevos y de piojos, corrían como las hormigas, los tirábamos al suelo,
digo que los tirábamos, porque era imposible matar tanto bicho, pero nos descargábamos
un poco. Cuando llegaba la hora de entrar en la nave, nos poníamos todos delante de la
puerta y los cabos de vara, con los bastones en alto, amenazando para que no entrara
nadie hasta que dieran la señal para entrar, Entonces se formaba una desbandada para
coger sitio, no cabíamos todos tendidos y tenías que espabilarte, si no, te tocaba dormir
sentado apoyado contra la pared toda la noche.
Ahora os explico la misión que tenían los cabos de vara que he mencionado antes.
Estos eran hombres como nosotros, prisioneros de guerra, pero si tenían alguna
recomendación de la parte fascista, los llamaban y les nombraban cabos de vara, les
daban un gallato y les decían:
- Cuantos más palos peguéis, más bien mirados seréis.
Y a pesar de que estuvieron luchando con nosotros, no se quedaban cortos
pegando palos. Dentro de la misma nave tenían unas separaciones con unas vallas que
les permitía estar a sus anchas, incluso tenían su servicio, cuatro maricones que les
lavaban la ropa y siempre lo tenían todo muy limpio, mientras nosotros dormíamos
encima de la basura. Recuerdo que una vez entró en la nave un sargento de la legión
que le faltaba el brazo derecho, entonces nos piden que guardáramos silencio. Cuando
estábamos callados, el sargento se dirige a nosotros y pregunta:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- ¿ Alguno de vosotros se encontraba en tal fecha, tal día en un combate que había
en el Ebro?
Salieron cinco o seis y contestaron:
-Yo.
Entonces el sargento cogió el bastón del cabo de vara que tenía más cerca y
empezó a pegarles garrotazos repitiendo:
- ¡ Hijos de puta, vosotros sois los culpables de que a mí me falte el brazo !
Y al mismo tiempo les decía a los cabos de vara:
- Venga, vosotros también repartir leña, tenemos que exterminar a los rojos.
Aquel día hubo unos cuantos heridos, porque se encontraban que estaban enfermos
sentados en el suelo y al huir nosotros de los palos, pasaron pisándolos portadas partes.
Estas carreras sucedían muy continuo, porque siempre venía alguno a desahogarse con
nosotros. Otra vez viene un alférez que tenía la cara que parecía un monstruo también de
las heridas de la guerra. Nos mandó callar y cuando le vimos la cara que tenía pensamos:
- Éste viene como el sargento de la legión a repartir leña.
Pero éste ya llevaba un látigo muy disimulado escondido y empieza a hacer
preguntas parecidas al otro que vino antes. Entonces nosotros ya nos dimos cuenta de
las intenciones que traía y empezamos a recular para atrás, nadie quería ser el primero y,
mi faena lo mismo que todos era esconderte para no recibir el primero. Cuando él vio que
no queríamos saber nada, desenvolvió el látigo y empezó a pegar latigazos, no fallaba ni
un latigazo, se ve que era pastor y tenía mucha práctica con los corderos y así nos
consideró, menos mal que, como siempre, llevábamos la manta encima tapándonos la
cara y la cabeza, y nos reservó bastante de los latigazos. Cuando se canso de pegar dijo
la misma frase que nos decían todos:
- ¡ Los hijos de puta rojos !
Y se marchó para otra nave, para repetir la misma operación. Corría todo el campo
de concentración y así sacaban todo el veneno que tenían dentro del cuerpo. Otra vez
vino un cura y también nos mandaron silencio. El cura subió en un altillo, que era el techo
de un cuartito donde se guardaban los trastos de barrer y empezó diciendo algo así:
- j Vosotros tenéis el demonio dentro de vuestro cuerpo, porque habéis ofendido a la
iglesia y el que ofende a la iglesia, ofende a Dios, por eso os digo que para quedar bien
con Dios, debéis confesaros y decir toda la verdad, por muy dura que sea, pensar que la
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G. Monserrate Memorias de la guerra
confesión es un secreto que debe morir con el confesor, por eso os pido que, si alguno de
vosotros tiene el remordimiento de haber matado o haber denunciado alguna persona en
vuestro pueblo durante estos años de guerra, que se confiese y quedará libre de pecado !
Dentro de unos días vendremos para que cumpláis con Dios.
A los pocos días, empezaron a entrar unos cajones de madera y a repartirlos por
toda la sala. A continuación, vienen por lo menos veinte curas y se sientan cada uno en
un cajón. Los cabos de vara nos iban controlando para que no se escapase ni uno sin
confesar. Cuando me toca, me voy hacia el cura, me arrodillo lo mismo que todos, y me
pregunta:
- ¿ Tú conoces alguna persona que haya denunciado o que hubiera matado a
alguien que tuviera las ¡deas contrarias a los marxistas?
Yo contesto:
- No padre.
- Ves y reza un padre nuestro.
Y no me acuerdo cuantos aves marías, la cuestión, que estuve un momento de cara
a la pared y cuando me pareció, me marché. Cuando terminaron de confesar, a todos nos
piden silencio y sube el mismo cura otra vez al altillo y nos dice:
- ¡ Tenéis las ideas como sangre, rojos, ninguno habéis matado ni denunciado a
nadie, no os merecéis ni estar aquí rojos marxistas asesinos !
Y dio media vuelta y se marchó.
Ahora os explicaré el menú que teníamos para comer. Por la mañana no
probábamos ni el agua, para el mediodía nos daban un cazo de agua que le ponían una
clase de bacalao, que teñía el agua de colorado, a veces ponían alguna judía, pero si te
tocaba alguna, estabas de suerte. El agua que hacían servir para hacer el caldo, si se le
puede dar el nombre de caldo, la cogían del río que pasaba cerca de donde estaban las
cocinas y cuando repartían lo que ellos llamaban rancho, si te tocaba el fondo de la
caldera, nada más te daban arena y alguna piedra del río. A la hora de coger el caldo,
siempre habían dos cabos con un bastón, uno a cada lado de la caldera, porque al
momento de coger el caldo, tenías que descubrirte, si no lo hacías te pegaban un palo en
la cabeza. La mayoría no nos acordábamos, porque nos dominaba tanto el hambre, que
nada más pensábamos en llegar a la caldera. Algunos nos arrastraba la manta y cuando
pasábamos para recoger el caldo, las puntas de las mantas también se metían dentro de
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G. Monserrate Memorias de la guerra
la caldera, ó sea, que todo era mierda. Cuando repartían el pan, nos arrinconaban a
todos hacia un lateral de la nave y se quedaba la otra mitad libre, entonces se ponían seis
o siete con un saco cada uno lleno de pan y íbamos pasando de uno en uno para el otro
lado, al mismo tiempo recogíamos el pan. Este era el momento más esperado cada día,
cuando llegaba a mis manos, empezaba enseguida a comérmelo, lo mismo que los
demás que formaban unos grupos que se jugaban la ración de pan, apostaban de la
siguiente manera:
Señalaban una cantidad de minutos para comértelo, si te pasabas de los minutos
que habían acordado, el que perdía tenía que darle el pan suyo durante tres días al otro
que ganaba, este pan era del tamaño como la palma de mi mano abierta y grueso como
un dedo de canto. Me pasó un caso que me jugué una paliza de muerte. Un día cuando
estaban repartiendo el pan, paso y recojo mi ración, pero tenía tanta hambre que pensé:
- Si pudiera colarme, cogería otra ración de pan.
Entonces me apoyé en la pared y, poco a poco pasé otra vez al otro lado. Cuando
llego para recoger el pan por segunda vez, alargo la mano y me pegan con un palo en la
cabeza, en aquel instante no sé como no me caí al suelo del golpe y pensé:
- Eso es que me han visto.
Y levanto la cabeza mirando al que me dio el golpe y me dice:
- ¿ No sabes que tienes que descubrirte?
Pero todavía di gracias, porque si me descubren, me mandan a la carbonera. La
carbonera era un sótano que había servido para almacenar carbón para el consumo del
hostal de San Marcos. Allí dentro no había luz, nada más que la que entraba por la
ventana, y el suelo estaba lleno de agua. El que entraba allí, cuando lo sacaban, salía
muerto, la mayoría que entraban en la carbonera era porque les llegaba alguna denuncia
de su tierra, porque eran contrarios al régimen de Franco o mataron a alguna persona
que pertenecía a la quinta columna o si veían algún preso que repetía de comida,
también lo mandaban a la carbonera, por eso el día que repetí de pan, tuve aquel susto
tan grande cuando me pegaron con el palo en la cabeza.
Ahora voy a explicar lo que nos daban para la cena. Nos hacían formar en filas de
uno hasta cincuenta por fila. Entonces al primero de la fila le daban una lata grande de
conserva de chicharros en vinagre, cogía dos y le pasaba la lata al siguiente y así hasta
que llegaba al último de la fila. Pero pasaba una cosa, que en las primeras filas, se
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repartía en orden, porque estaban los cabos de vara delante vigilando, pero en las filas
de en medio, había quien metía la mano dentro de la lata y cogía cinco o seis y no
llegaban para los últimos. Entonces empezaban las peleas, los cabos de vara empezaban
a pegar palos a todo el que pillaban por delante y las latas y los chicharros corrían por el
suelo. Cuando se calmaba el jaleo, mirábamos de aprovechar para recoger los que
estaban por el suelo tirados. Pero a la semana siguiente cambió el panorama, casi nadie
quería comer chicharros, sobraban latas enteras. Explicaré el motivo. Como que llevaban
mucho vinagre, nos daban mucho dolor de vientre y cuando ibas al servicio, nada más
que hacías sangre, los bidones del servicio estaban llenos de sangre, había muchos que
se les escapaba y se lo hacían encima y si se sentaban en el suelo, entre el líquido y la
tierra se les ponía todo el pantalón lleno de barro. Por las mañanas cuando nos
levantábamos, veíamos que cada vez aumentaba más la cantidad de muertos. Al
principio morían cuatro o seis cada día, pero ahora eran hasta días de veinte, se notaba
porque a la hora de dormir tenías más sitio. Cuando venían a recoger los muertos, los
echaban uno encima del otro, este sistema me recuerda mucho cuando veo un reportaje
de los alemanes que también lo hacían, los alemanes aprendieron mucho de los campos
de concentración españoles, pero los alemanes luchaban contra países extranjeros, pero
nosotros éramos todos españoles y la lucha era entre nosotros y era tan grande el odio
que nos tenían, que continuaban todas las noches con el mismo plan de los chicharros.
Como que no nos los comíamos, dejaban las latas apiladas en un rincón de la nave, la
noche siguiente nos decían:
Pero el otro era alto y delgado, tendría unos treinta años, con una mirada de mala
leche que, nada más que te miraba ya salías corriendo. Éste todo su afán era pasearse
por todo el campo para ver a quien pillaba comiendo. Llevaba siempre un bastón en la
mano y cuando pillaba a alguno lo molía a palos. Este guardia civil la tenía tomada con
los falangistas que estaban en aquel recinto, aquellos que nos tiraban los rabos de las
cebollas y los soldados que hacían guardia en las puertas de las naves. Para que no
saliéramos fuera, estos falangistas y los soldados, como que entraban y salían cada vez
que querían del campo de concentración, eran los que entraban el estraperlo y ganaban
todo el dinero que querían. Si un pan valía en la calle una peseta, dentro del campo te
cobraban quince pesetas, el chocolate te cobraban una tableta a cinco pesetas, fuera del
campo valía treinta o cuarenta céntimos, la mantequilla también era muy barata y todo lo
que entraban, se ganaban lo que querían. Si alguno de los que estábamos allí recibía
algún giro de la familia, nada más que fuera de cincuenta pesetas le servía para comprar
dos panes de medio kilo y tres o cuatro tabletas de chocolate. Si comparáis los precios
que valían en la calle, os daréis cuenta de lo que ganaban y todavía te hacían un favor,
porque era tan grande el hambre que se pasaba que cuando tenías a tu lado alguno que
estaba comiendo pan con chocolate o mantequilla, te daban ganas de quitárselo de las
manos, Pero el guardia civil no la tenía tomada con los soldados y los falangistas por lo
que ganaban, era porque nos alimentaban a nosotros.
podías esconderte, porque por todas partes tenían que verte uno o otros. No sentamos
en el suelo y pusimos ocho o diez sardinas en el pote, que nos servía de plato, sacamos
el pan y empezamos a mojar y cada vez acudía más gente, yo pensaba:
- Ya verás como se tiraran y nos lo quitarán, todo porque pienso que si yo me
encontrara como ellos, hubiera mirado de quitar algo, pero cuando nos habíamos comido
las sardinas que pusimos en el pote y más de medio pan, nos quedamos un poco
empachados. Mientras tanto, continuábamos rodeados de gente y a mí me daba mucha
lástima de ver aquellas personas mirando mientras nosotros comíamos. Entonces le digo
a mi compañero:
- ¿ Qué te parece si les damos lo que queda, que se lo coman?
Como que era un muchacho que tenía buen corazón, me contestó:
- Por mí si.
Cuando les dijimos que íbamos a repartir lo que quedaba, se agruparon sobre
nosotros y desapareció el macuto, el pan y lata de las sardinas y a nosotros casi nos tiran
por el suelo.
Al día siguiente me dice mi amigo:
- Hoy ¡remos a apuntarnos para el batallón de trabajo.
Salimos para la puerta y les decimos a los soldados que estaban de guardia que si
podíamos salir para ir al despacho para apuntarnos a un batallón de trabajo. Consultó con
el cabo de guardia y nos dijo:
- Cuando volváis presentarse a mí y no tardéis.
Salimos de la nave y nos dirigimos por un pasillo que venía a salir al patio en el que
estuve durmiendo la primera noche. Nos acercamos y vimos que habían muchos
prisioneros debajo de los arcos, que estaban pelando patatas sentados en unos cajones,
pero alrededor de ellos habían varios presos que se paseaban vigilando que los que
pelaban no se las comieran. Tuvieron que poner esa vigilancia, porque desaparecían
muchos kilos. Recuerdo que en un rincón, había montones de sacos de patatas, pero
nosotros ni las catábamos, ni eran para los que tenían cargos y enchufes, estos tenían
una cocina aparte. Seguimos adelante y salimos a un patio que mediría unos seis metros
cuadrados, que le llamaban el patio de la bandera, porque había una bandera española
muy grande que sobresalía de la pared y habían tres presos, uno a la derecha, otro a la
izquierda y otro en medio de cara a la bandera. Llevaban una manta con un agujero en
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G. Monserrate Memorias de la guerra
medio, pasaban la cabeza y les quedaba como un capote y tenían la mano en alto,
haciendo el saludo fascista, parecían estatuas. Mientras caía el poco de lluvia
preguntamos por allí por qué estaban de esa manera y nos dijeron que esos estaban
condenados a muerte, los tenían allí hasta que caían al suelo desmayados. Entonces los
cogían los devolvían a la carbonera y ponían otro, aquel lugar siempre tenía guardia de
día y de noche.
Cuando llegamos al despacho dijimos que nos apuntaran para el batallón de trabajo.
Apuntan a mi amigo y le digo.
- Yo también quiero ir.
Y me mira y me dice:
- ¿ Pero donde quieres ir tú a trabajar con el cuerpo que tienes y los ojos en el
cogote? .
- Hombre es que he estado un poco enfermo, pero yo tengo fuerza.
- Mira, te voy a apuntar pero no te extrañe que te tiren del tren antes de llegar al
lugar que te destinen, es una broma, pero tú lo que estas es para llevarte a un hospital.
Me quedo mirándolo y pensé:
- ¿ Qué le contesto?
Era un buen muchacho, también era prisionero y estaba enchufado en las oficinas.
Cuando salimos para fuera leo un letrero que decía correo y estaba cerrado, le pregunto
al mismo muchacho:
¿ Para reclamar una carta que vino a mi nombre y no la recogí, qué tengo que
hacer?
- ¿ Cuantos días hace?
- Unos cuatro días.
- Entonces ya están quemadas.
No pude saber quien me mandó la carta que me salvo la vida, si no hubiera sido
porque mi amigo Juanito oyó mi nombre y se dedicó a buscarme, hasta que me encontró,
hoy no estaría contándolo.
Nos marchamos para nuestro lugar y nos presentamos al cabo y le decimos:
- Ya estamos aquí.
En aquel momento empezó mi pesadilla, nos dice el cabo:
- Entrar allí que esos soldados os quieren hacer unas preguntas.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Entramos dentro y nos enseñan las cosas que tenía para vender de comida, allí
había de todo. Yo retirándome les digo:
- j Si no tengo ni cinco céntimos !
Le digo a mi compañero:
- Vamonos.
Y nos salimos del cuerpo de guardia, pero cuando estábamos por allí caminando me
dice:
- Sabes que con el dinero que tengo podríamos pasarlo bien, podemos comprar y
vender y así no pasaremos hambre.
Yo le contesté:
- Viniste para salvarme y ahora ¿ quieres que nos maten metiéndonos en este
follón? Tú ya lo llevabas de cabeza esto del estraperlo, pero yo no quiero saber nada.
Entonces me contestó:
- Bueno, dejémoslo correr.
Era la hora de repartir el rancho. Cuando lo cogimos, después de comerlo me dice:
- Vamos a llevar un perol de estos vacíos a la cocina y podremos repelar el fondo de
todas las que haya allí.
Cogimos el perol, uno de cada asa y nos fuimos para la cocina. Cuando llegamos,
no había nadie y habían unos cuantos peroles que ya las habían devuelto sucias de
haber tenido comida. Empezamos con la cuchara a escarbar el fondo y había como un
poco de puré, pero tenía mucha arena y casi no podías comerlo. Cuando estábamos más
interesados buscando, vemos que por aquel lugar aparece un sargento del ejército,
tendría unos cuarenta años, con un gallato en la mano. Nosotros seguimos agachados
mirando de reojo el movimiento del sargento. Viene derecho a nosotros y nos pregunta:
- ¿ Qué hacéis aquí?
Y le contestamos:
- Hemos traído la perol sucio.
- ¿ Vosotros sois del servicio de cocina?
Y contestamos que no. Coge el gallato y empieza a pegarnos, salimos corriendo y
nos dejamos el macuto y la manta en el suelo, entonces pensamos:
- Estaremos al tanto y cuando se marche iremos a recogerlos.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Se marchó enseguida, entonces nosotros fuimos otra vez, pero nada más que para
recoger el macuto y la manta, cuando damos la vuelta para marcharnos y vemos que
viene otra vez, por en medio del paseo derecho a por nosotros. Yo entonces le digo a mi
amigo:
- Vamos derechos a él y cuando falten unos dos metros, nos separamos corriendo,
uno para cada lado y así no nos pillará.
Y así lo hicimos, salimos corriendo, él no se lo esperaba y no sabía a quien pillar,
pero me tiro el gallato a los pies y tropecé, estuve a punto de caerme al suelo.
Rápidamente nos fuimos para la nave y nos metimos entre todos, por si venía que no nos
encontrara. Este fue uno de los follones en que me metió este amigo, era una buena
persona, pero cuando se le metía en la cabeza alguna idea, no paraba hasta conseguirla
y yo, como que de pequeños siempre estuvimos juntos como si fuéramos hermanos,
también lo seguía en todo lo que me decía.
Una mañana me dice:
- ¿ Quieres que probemos a escaparnos de aquí dentro?
Yo le dije:
- ¿ Estas loco?
- Mira tengo un plan.
- Mira, tus planes siempre nos salen mal y este que piensas es el peor de todos,
olvídate.
Y me insiste:
- Escúchame, mira nos apuntamos voluntarios con estos que hacen la limpieza y
arreglan los jardines, nosotros cogemos entre los dos un bidón de aquellos que llevan
una asa a cada lado que lo emplean para traer grava de la orilla del río para arreglar los
jardines. Cuando estemos en la orilla, miramos que no haya nadie y pasamos al otro lado
del río.
Y yo le contesté riéndome:
- Y cuando lleguemos al otro lado, estarán esperándonos con un esmoquin para
cada uno, ¿ donde quieres ir con la ropa que llevamos llena de piojos, rota y con más
mierda que el palo de un gallinero?
Pero él insistía y me decía:
- Vamos para comprobar, para ver si es fácil.
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Yo, por no tener que hacerle la contra y que se desengañara de una le digo:
- Venga coge el palo.
Lo pasamos por las dos asas, lo cargamos al hombro y salimos por una puerta
pequeña que daba al río. El río estaba allí mismo a unos sesenta metros de distancia,
pero había mucha niebla, no se veía ni el agua del río y me dice:
- Ves, ahora mismo pasas el río y no te ve nadie atravesarlo.
Entonces le dije:
- Venga, carguemos esto, que aquí hace mucho frío y no se puede estar.
Pusimos tres o cuatro paladas de grava y dicen los que estaban destendiéndolo por
el suelo tocándome la frente:
- Estaréis sudando con la cantidad que habéis traído.
Y yo le contesto:
- Tócame los huevos haber si me sudan, después que te pagan dándote un
garrotazo, cuando les da la gana y te matan de hambre, trabaja burro trabaja.
Cuando pasaron una tres horas, mirábamos por encima de la pared y me dice mi
amigo:
- Mira, parece que se ha ¡do la niebla, vamos a curiosear.
Cogemos el bidón, salimos otra vez por la puerta y estaba todo el río despejado de
la niebla y al otro lado del río habían muchas mujeres que estaban lavando la ropa y
miramos a la izquierda y había un puente que pasaba la carretera y encima del puente
habían soldados haciendo guardia, para que no se escapara nadie y le digo a mi
compañero:
- ¿ Qué te parece lo fácil que es escaparse de aquí?
Entonces me dice:
- Coge el palo, pásalo por las asas.
- Espera que carguemos.
- Que venga y cargue Franco con los cuernos.
Cogemos y nos vamos para dentro. Cuando llegamos al sitio les dice mi amigo a los
que estaban por allí regando los jardines:
- ¿ Donde lo vaciamos?
Y nos señalan aquí y les dice:
- Toma, vacíalo tú.
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- Vosotros sois los culpables de que entre comida aquí para los presos. Pero
procurar que yo no os pille un día a uno, porque vais a saber quien soy yo y no hago aquí
ahora mismo un registro, porque se trata de un cuerpo de guardia del ejército, pero yo
daré parte a vuestros superiores para que esto se termine de una vez.
Ahora hacerse una idea de lo que estaba pasando en aquel momento, tendido en el
banco y el guardia civil a dos palmos de mí, yo esperando de un momento a otro que
levantara la manta, pero como siempre parece que me proteja algún ángel, pude salvar
otra vez el pellejo. Cuando se marchó, pegué un salto, tiré la manta y salí corriendo de el
cuerpo de guardia.
Cuando vino Juanito derecho a mí y me dice:
- ¿ Ya lo tienes todo?
Y yo le contesto:
- Ya sabía yo que tarde o temprano nos iban a dar un disgusto.
- ¿ Qué pasa?
Entonces se lo conté y me contestó:
- Hostia si te pilla.
Entonces, yo bastante cabreado le dije:
- Mira, cuando quieras hacer alguna cosa, te lo pido por favor, ni me lo nombres, haz
lo que te de la gana y déjame tranquilo.
Desde aquel momento se acabó el estraperlo.
Pasaron uno días y teníamos un hambre que eras capaz de comerte los piojos. Por
la noche, desde aquella pelea que tuvimos, ya no nos daban nada para cenar y me dice
Juanito aquella misma noche:
- ¿ Quieres que vallamos donde están los sacos de patatas y si no hay nadie
cogeremos?
Era casi la hora de acostarnos y salimos para la puerta y le decimos al soldado que
ya nos conocía:
- Mira, vamos a la nave de al lado a visitar a un amigo que esta muy mal, venimos
enseguida.
- Bueno no tardar.
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Entonces nos vamos donde estaban los sacos de patatas y no había nadie.
Sacamos una lata que nos servía de cuchillo y cortamos el saco, llenamos medio macuto
y salimos deprisa, más bien corriendo. Cuando llegamos a la nave le digo al soldado:
- Ya estamos aquí.
Entonces los demás estaban acostándose. Nosotros cogimos un sitio para dormir y
nos sentamos, sacamos una patata cada uno y empezamos a pelarla con la lata que
teníamos como cuchillo y el que tenía a mi lado me dice en catalán:
- ¿ Què mengeu?
Y yo le digo:
- Pera.
- Donem una mica.
Le doy un poco y me dice:
- ¡ Collons ! Si això és patata, donem una mica més.
Aquella noche cenamos, menos mal que esta vez nos salió bien lo de las patatas. Al
día siguiente nos dicen:
- Hoy, se pondrán en el patio unos fuegos con unas calderas con agua hirviendo,
saldréis fuera y cada uno hervirá su ropa.
Salimos fuera al patio y tenían preparados seis fuegos con seis bidones de hierro,
llenos de agua hirviendo y al lado mismo tenían un montón de ropa vieja, que ninguna
pieza tenía ni botones y la mitad estaba rota por alguna parte. Pero ya estaba hervida y
nada más tenía piojos y huevos de piojos muertos. Todas las costuras estaban llenas,
entonces nos quedábamos en pelotas y nos liábamos con la manta. Cogíamos la ropa
con unos palos largos que ya tenían preparados. Poníamos la ropa en la punta del palo y
la metíamos tres o cuatro veces dentro del agua hirviendo y cuando nos parecía que
estaban bien muertos, entonces la llevábamos a donde estaba el montón de la ropa seca
y te daban otra camisa y otro pantalón, que a lo mejor estaba peor que el que tú dejabas.
Yo salí ganando, porque después de llevar tres meses la misma camisa que estaba rota a
tiras, me puse una de color marrón que no tenía ni un botón, pero que estaba un poco
mejor que la mía. Juanito también aprovechó para tirar la sotana que llevaba y se puso
otra camisa. La ropa que nosotros entregábamos hervida, la ponían en unos bidones y la
secaban y al otro día iban a otra nave y hacían la misma operación que hicieron con
nosotros, les daban la ropa que nosotros dejamos. Pero el bienestar se terminaba cuando
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nos tapábamos otra vez con la manta, los piojos picaban con más rabia, pero no podías
abandonar la manta por el frío que hacía allí.
Nos hacen pasar para dentro y estaban los barberos y le digo a Juanito:
- ¿ Si qué es raro que estén los barberos si faltan seis días?
Nos pelaron como siempre, nos pasaron la máquina por la cabeza y por la cara y así
también nos quedábamos afeitados.
Cuando entramos a la nave, yo me di cuenta que las vallas que nos separaban de
los cabos de vara, las habían retirado y había un grupo que se dedicaban a limpiar las
paredes y otros estaban enblanquinando los servicios. Todo aquello era muy raro pero la
sorpresa fue cuando a la hora de repartir el rancho, nos dimos cuenta que las calderas
estaban llenas de patatas con caldo. Aquel día si que comimos un poco más, hubo
alguno que fue listo y repitió otra vez, entonces yo le dije a Juanito:
- ¿ No te parece raro este cambio?
Y riéndome le digo:
- ¡ Esto es que estamos ganando la guerra y quieren quedar bien !
Entramos para dentro y estaban poniendo encima del cuarto de la limpieza, unas
vallas que ocupaban todo el cuadro del techo y alrededor de la valla, la bandera española
y al otro lado, enfrente mismo, estaba el cuerpo de guardia en otra habitación. Igual que
en la otra, también pusieron las vallas en el techo y las rodearon con la bandera, les
acoplaron unas escaleras de madera a los lados y subieron veinte o treinta sillas.
Nosotros, cada uno hacía su comentario, unos decían:
- Esta noche viene Franco.
El otro si era maño decía:
- No, que van a cantar jotas.
Ya estaba preparado. Aquella noche nos mandan formar en filas de uno y empiezan
a entrar sacos de pan y cajas de chocolate y nos dan a cada uno, un pedazo de pan de
unos cuatro dedos de ancho y dos piezas de chocolate para cada uno. Nosotros
pensábamos:
- ¡ Esto ya ha cambiado, veremos lo que dura !
Serían las diez de la noche y nosotros allí esperando que nos dijeran algo o a ver
que pasaba. Al momento empiezan a entrar oficiales, entre ellos el comandante que nos
quitó la manta y la cena, también entraban unas cuantas señoras que serían las esposas
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de los oficiales, que por cierto nos miraban y hacían comentarios. Enseguida llegaron
jnos señores vestidos de paisano y empezaron a subir las escaleras y mientras ellos
subían las escaleras, por el otro lado subían unos músicos y varios presos que habían
formado un coro, entre los que cantaban habían cantantes profesionales y antes de
empezar estaban los de una emisora de radio, que empezaron a hablar para toda España
diciendo que iban a oír el festival que se estaba celebrando en el campo de concentración
de San Marcos. Empezaron cantando primero los solistas, acompañados por la banda de
música que tocaban muy bien, luego cantaban otros dos o tres más, mientras, los de la
radio explicaban las canciones que tenían que cantar y hacían sus comentarios, como si
allí estuviéramos nosotros dándonos la gran fiesta y estábamos cagándonos en la madre
que los parió, porque eran las doce y aquello seguía. Los cantantes cada vez se
animaban más, cuando terminaba alguno de cantar, nosotros no aplaudíamos, pero los
que estaban arriba en el otro lado que eran aquella gentuza, se partían las manos
aplaudiendo, entonces los de la radio acercaban los micros a ellos y decían:
- ¡ Oigan los aplausos ! Y se encuentran entre nosotros los señores. . .
Y los nombres que dio eran ingleses y franceses, en total cinco. Recuerdo que la
última canción que cantó todo el coro, dando vueltas por encima de aquel cuarto, con la
bandera española, es aquella que dice:
« Banderita tú eres roja,
banderita tú eres gualda. . . »
Y por fin se acabó la fiesta y nos dejaron tranquilos, pero era casi la una y media de
la noche. Toda aquella comedia era para hacer ver a aquellos extranjeros que nos
trataban muy bien, pero al día siguiente todo volvía a ser igual que antes. Empezaron la
misma noche poniendo otra vez las vallas que nos separaban de los cabos de vara. Nos
acostamos a las dos, cansados de estar toda la noche contemplando a aquellas personas
que estaban dando una falsa imagen de lo que estaba pasando dentro de aquel infierno,
tanto a la radio como los medios de información que se encontraban en aquel lugar. Lo
único que conseguimos fue que por las noches nos volvieran a dar el chocolate, porque
era lo más fácil de repartir.
Al día siguiente saltó la sorpresa cuando oímos que nombraban varios nombres y
entre ellos el de mi amigo " Juan López Ramírez". Entonces él preguntó para que era y el
que cantaba los nombres le contestó.
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Una mayoría salimos corriendo para apuntarnos y cuando llegué, había una cola
que llegaba desde el primer piso, hasta el portal de la escalera. A mí, me tocó en el
mismo portal de la calle y pensaba:
- Ya he llegado tarde, con los que hay aquí, no me llegará a mí.
Y cuando estaba pensando, veo bajar toda la escalera llena de gente corriendo,
unos pegando unos saltos, otros se caían dando volteretas. Yo, como que estaba en la
puerta, ó sea, en la calle, no me moví, me retiré un poco y pensé:
- Si corro me pegarán algún palo y de esta manera se creerán que yo no tenía nada
que ver con el intercambio.
Cuando terminan de bajar todos, sale un capitán de la guardia civil, con látigo en la
mano y dice:
- Venir otra vez a apuntarse, que os mandaremos con los rojos, para que matéis
nuestras familias, ¡ asesinos !
Mientras, yo no me movía, pero pensaba:
- Como le dé por pegarme, salgo volando.
Me miró una vez y se ve que vio la cara que yo ponía de lástima y dio media vuelta y
se subió arriba de la escalera.
Esto fue una de las tantas putadas que nos hacían para pegarnos y descargar la
rabia que nos tenían.
Cuando me marché para mi nave, entre en la iglesia de San Marcos, que también
estaba llena de prisioneros. Esta iglesia no tenía ningún santo, nada más tenía cuatro
paredes peladas, estaban casi a oscuras, pero lo que me causó más lástima fue que en
todo el suelo de un lado al otro, tenían un dedo de agua. Me fijé y vi que salía
continuamente de la pared del altar, a ras de suelo, un chorro de agua. Entonces pensé:
- Y estoy mal en la nave que me ha tocado, pero comparado con esto, es el Hotel
Ritz.
Tenían que estar siempre con los pies pisando el agua, si querían sentarse, tenían
que sentarse en el agua. Comprobé con mis ojos, que habían bastantes enfermos
sentados en el suelo encima del agua y nada más se oían toser. Allí nadie hablaba, todo
estaba en silencio, como si estuvieran esperando la muerte. Yo salía para afuera para
volver a mi sitio y me dice el soldado que estaba en la puerta:
- ¿ Tú donde vas?
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Yo le dije que no pertenecía a esta sala, que había venido a ver a un amigo que
estaba enfermo y me dice:
- Déjate de historias y pasa para dentro.
Yo le dije:
- Cuando he entrado, el soldado que había en la puerta no me a dicho nada.
- Aquí el que quiere entrar, entra, pero ya no sale.
Y me da un empujón y al mismo tiempo, me da con la culata del fusil en el culo.
Ya me tienes a mí metido en aquella ratonera y yo pensaba:
- Esto me pasa por curioso.
Entonces yo le cuento a uno de los que estaban allí dentro lo que me había pasado
y me dice:
- Pues estas arreglado, entré tal día y desde entonces no sé el color que tiene la
calle.
Yo le pregunté:
- ¿ Cómo es qué estáis aquí en estas condiciones tan malas?
- Esta iglesia esta así, porque se ve que cuando estalló el movimiento del 19 de
Julio de 1936, le pegaron fuego y ahora en venganza, nos tienen aquí, a nosotros, para
que paguemos el castigo. Por eso tienen el agua que sale continuamente, con la
inquisición los mataban con la gota de agua en la cabeza y a nosotros nos matan con el
agua en los pies.
Yo no estaba tranquilo, no me creía lo que me estaba pasando, me parecía que no
podía ser verdad. Aquella noche no pude dormir de frío. Me quité las botas y tenía las
plantas de los pies arrugadas y blancas, como si fueran los pies de un muerto. Yo, para
no tener los pies tanto tiempo pisando el agua, aquella noche cogí el pote que me servía
para comer, lo puse en el suelo y me subía encima de pie y aguantaba hasta que se me
clavaba el bordón y tenía que bajarme, porque me dolían los pies del mismo peso mío.
Aquella noche ya digo que no podía dormir, los demás ya estaban acostumbrados y
dormían algo, alguno hasta roncaba. Así pasé la noche. Al otro día, empecé a caminar
por dentro de aquella piscina de agua pensando como me pude meterme yo allí. Pero el
ángel que digo que me salvo muchas veces del peligro, me salvó otra vez, porque cuando
pasaba mirando por la puerta de la calle, me fijé en el soldado que había de guardia en la
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Se pasaba el tiempo y aquel hijo de su madre no venía, nos dan la orden de entrar
para dentro. Entraron todos y yo seguía en la puerta de entrada al campo que daba a la
calle, no paraba de mirar entre la puerta y la pared que tenía una separación, que podías
ver la calle desde allí dentro. Cuando estaba mirando a ver si venía, me pegan un palo en
la cabeza y me dicen:
- ¿ Tú que haces aquí?
Y me vuelvo para salir corriendo y me doy cuenta que era el cabo vara aquel que
tuvimos una pelea y le digo:
- Te dije que si salías conmigo el día que saliera en libertad, te tendría que tirar del
tren.
- Perdona, pero tapado con la manta no sabía que fueras tú.
Aquel día comprendí que yo tenía la culpa, porque todos estaban en misa y yo
esperando aquel falangista mal nacido, no me daba cuenta y seguía allí, como lo he dicho
antes, como un gilipollas, todavía estoy esperando que me traiga el pan y la leche. Que
tonto fui aquel día, siempre lo recordaré, ¡ mira que darle el dinero, sin conocerlo de nada
i
A los pocos días, llegó el día más esperado, me llaman para decirme:
- Coge todo lo que tengas, y pasa a la sala, para salir mañana.
En esta sala tenía que dormir aquella noche y por la mañana, antes de salir,
pasaban lista y sino te nombraban, era porque te había venido una denuncia y ya no
salías. Mira por donde pasan lista y a mí no me nombran. Me salgo de la sala con unos
nervios y un susto que no había quien me parara. Entonces, había unos de una sala que
estaban fuera en el patio, porque estaban limpiando, y yo me mezclé entre ellos y me
senté en el suelo pensando que podría haber pasado. Y al momento de estar allí, oigo
una voz que decía:
- ¡ Gabriel Monserrate !
Y yo no me atrevía a contestar, pero se va más adelante y vuelve a repetir mi
nombre, entonces pensé:
- Salga lo que salga.
Y digo:
-Yo.
Y me contesta:
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Capítulo 13
Y por fin, fuera de aquél infierno, aquel amigo de las muelas de oro, me dijo:
- A ver donde podemos vender las muelas.
Y en la misma plaza de la catedral vimos un banco. Nos dirigimos a él y entramos.
Las personas que estaban allí dentro, nos miraban, porque llevábamos la misma ropa del
campo de concentración, con más piojos que una pava enferma. Nos acercamos a una
ventanilla y el empleado que había allí nos pregunta:
- ¿ Qué desean?
Entonces le decimos:
- Mire, que venimos para vender este oro.
Y sonriendo nos dice:
- Aquí no compramos oro, esto tenéis que ir a un sitio que ya se dedican a comprar
estas cosas.
Yo le dije:
- ¿ Podría indicarnos algún sitio, por qué nosotros no somos de aquí y no
conocemos León?
- Sí, os diré donde podéis venderlo, pero me parece que no os lo comprarán, porque
no tenéis ningún justificante de como os pertenece a vosotros.
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Lo que más nos llamó la atención fueron los plátanos. Compró una docena y media,
a mi seis y el otros seis. Empezamos a comerlos y nos comimos los seis cada uno y me
dice:
¿ Compramos más?
Y yo le dije:
- Como quieras.
Compró otra docena y lo repartió, mitad para cada uno. También lo comimos, pero
al rato nos entran ganas de ir al servicio y tuvimos que salir corriendo a los wàters de la
estación con unas cagarrinas que cogimos, que me duraron más de un mes. Aborrecí los
plátanos, estuve muchísimo tiempo sin probarlos.
Aquel mismo día, nos reunimos todos en la estación del tren a la hora que nos
dijeron y nos subieron en unos vagones del tren de los que emplean para llevar borregos
y los cerdos. Antes de arrancar, nos dijeron;
- Cuando lleguéis a Aranda de Duero, os bajáis de este tren y de aquella estación
salen trenes para todas partes, podéis coger el que os vaya bien para volver a vuestra
casa y cuando subáis a los trenes y os pidan el billete, enseñáis el sobre que os han dado
a la salida del campo de concentración, pero no lo entreguéis, nada más enseñarlo, que
eso es una contraseña que os sirve de billete. Sobretodo no perder el sobre, porque
tenéis que entregarlo cuando lleguéis, inmediatamente en el cuartel de la guardia civil.
Cuando nos dieron todas estas explicaciones, se puso el tren en marcha y pensé:
- Menos mal que me marcho de León, si alguna vez me pierdo, que no me busquen
aquí.
Mira si me quedó recuerdo.
Hoy, cuando hablo con alguna persona y me dice que es de León, se me pone la
carne de gallina, no porque desprecie aquella persona, porque los leoneses se portaron
muy bien con los presos de San Marcos y les estoy muy agradecido.
Recuerdo que cuando salimos de León, con el tren, en el viaje casi todos hacíamos
bromas. Uno explicaba chistes y otros cantaban. Se hizo de noche y seguía la broma,
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pero estaba tan oscuro que seguíamos riéndonos, pero sin vernos la cara. Se me ocurrió
a mí explicar un chiste de maricas y cuando estaba imitando al marica, oigo una voz que
dice:
- Qué bien lo haces, me parece que tú lo eres.
Y yo siguiendo la broma le contesté:
- Ven para aquí, que nos juntaremos los dos.
- ¡ Me cago en la madre que te parió !
Enciende una linterna y se dirige a mí, diciéndome:
- Te voy a pegar un tiro que te voy a saltar los sesos cabrón.
Y al mismo tiempo hacía la operación de cargar el fusil y el compañero que iba con
él le decía:
- Déjalo, que si hubiera sabido que eras tú no te hubiera contestado.
Y yo también le decía:
- Perdone, pero yo no sabía que ustedes venían aquí con nosotros y como que esta
tan oscuro, yo creía que era uno de los nuestros, porque si me doy cuenta de que era un
soldado y que vienen de escolta, ya comprenderá que no le hubiera contestado.
Menos mal que, entre el amigo y yo que le pedí perdón varias veces, pudimos
calmarlo.
Entonces le dije al otro soldado:
- No se como no me he dado cuenta en todo el viaje, que ustedes venían con
nosotros en este vagón.
Y él me dijo:
Cuando ha parado el tren, en la última estación, que ha estado más de dos horas
esperando para darle paso a otro tren, nos han destinado a dos soldados a cada vagón,
porque de noche tenéis que estar más vigilados.
- Por eso no me di cuenta que estabais aquí, porque subisteis de noche y a oscuras
no se ve nada aquí dentro.
Después de parar en todas las estaciones, durante toda la noche, por la mañana a
las ocho, llegamos a la estación de Aranda de Duero. Bajamos del tren y entonces si que
pensé:
- Ahora si que estoy libre del todo.
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En esta estación nos encontramos siete que teníamos que ir hacia Barcelona.
Preguntamos a que hora pasaba el tren y nos dijeron que hasta las doce no pasaba
ningún tren hacia Barcelona.
Entonces dijimos:
- Son las ocho y media, no vamos a estar aquí hasta las doce, podemos ir a dar un
paseo por el pueblo y cuando sea la hora nos venimos para aquí.
Entonces nos marchamos, salimos de la estación y seguimos la calle hacía abajo,
hasta llegar al puente del río. Nos quedamos un ratito apoyados en la barandilla del
puente y algunas personas que pasaban, se quedaban mirándonos. Se acercó un señor
que tendría unos cincuenta años y nos dijo:
- ¿ Verdad que venís del campo de concentración de Astorga?
Y le dijimos:
- No, venimos de San Marcos,
él nos contestó:
- No me contéis nada, porque sabemos de sobras todo lo que pasa allí dentro,
además, mirando la cara que tenéis y las ropas tan sucias y rotas que lleváis, es muestra
de lo que tenéis que haber pasado allí dentro. Si no fuera porque sois varios, yo os daría
ropa para que la gente no os mirara como si fueras gitanos.
Mientras hablábamos con aquel señor, algunas personas se paraban a escuchar lo
que estábamos hablando. Cuando se marcharon, seguimos por encima del puente y al
llegar al final, entrando al pueblo, habían dos falangistas vestidos de azul con boina roja y
nos llaman.
Vamos para donde estaban ellos y nos dicen:
- ¿ Dónde vais por aquí?
Nosotros les dijimos:
- Es que tenemos que marchar con el tren hacia Barcelona.
- Así, ¿ ¡ Vosotros sois catalanes ! ? ¿ Cómo os han dejado salir del campo de
concentración?
Entonces uno les dice:
- Nosotros vivimos en Barcelona, pero no somos catalanes.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Es igual, pero todos los que estáis allí sois comunistas, y además os voy a decir
una cosa, no intentéis pasar para el pueblo como vais vestidos si no queréis volver de
donde habéis salido.
Entonces nosotros le dijimos:
- No se preocupen, que nos vamos a la estación.
Y nos contestan:
¡ Ojalá descarrile el tren, antes de que lleguéis a vuestro destino !
Y nosotros como si fuéramos mudos, nos marchamos para la estación sin volver la
cabeza para atrás.
Cuando llegamos a la estación, hicimos el comentario y decíamos:
- Estos son los que nos van a humillar el resto de nuestras vidas.
Serían las doce y media cuando llegó el tren que teníamos que coger. Nosotros
subimos al tren y venía bastante lleno. Cuando pasábamos por los pasillos buscando sitio
para sentarnos, la gente nos dejaban pasar y se apartaban, como si tuviéramos sarna,
pero en parte tenían razón, porque llevábamos la ropa tan sucia y los piojos todavía los
teníamos encima. Pero nosotros estábamos tan acostumbrados, que no nos dábamos
cuenta que aquellas personas les daba miedo de acercarse a nosotros. Cuando
encontramos un departamento que podíamos sentarnos todos, entramos para dentro y
habían dos matrimonios sentados. Cuando nos vieron entrar, se levantaron y sin decir
nada, se marcharon. Nos quedó el departamento para nosotros solos, la gente prefería ir
de pies que sentarse a nuestro lado. Al rato, se presenta un hombre que tendría unos
treinta y cinco años, con una borrachera que no se podía aguantar de pies. Y se pone a
mirar por la ventanilla del tren y empieza a hacer señales con la manos. Entonces yo
también miro por la ventanilla y veo dos vagones más atrás, que iban muchos soldados, y
sacaban una bota de vino por la ventanilla, para que la viera aquel hombre. Se ve que ya
venían en el viaje dándole vino y se iban riendo con él. Pero veo que se sube a la
ventanilla y empieza a sacar el cuerpo y las piernas. Se sale del tren y se baja al estribo y
empieza a pasearse de un vagón al otro. Pero con el tren en marcha, yo no quería ni
mirar, porque pensaba:
- Éste se va a matar.
Cuando miro otra vez y veo que los soldados lo estaban cogiendo por la ventanilla
para meterlo dentro. Entonces pensé:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 14
Cuando ya entramos en Barcelona. Teníamos que pasar con el tren por delante de
mi casa, porque yo vivía en la Avenida de la Meridiana y en aquellos tiempos el tren
pasaba por la misma Meridiana. Cuando pasé por delante de mi casa estaba mi padre
sentado en una silla en la puerta y le hice señales con las manos y se dio cuenta que era
yo. Se levantó y salió corriendo hacia el apeadero que había en el Clot, que paraban
todos los trenes. Yo me bajé y cuando iba por la calle para mi casa, todas las mujeres
que me encontraban me preguntaban:
- ¿ Verdad que vienes de un campo de concentración?
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- Ya puedes desnudarte que el agua está preparada, pon la ropa que te quitas en
este cubo, que tú padre se la llevará al campo y la quemará.
Cuando terminé de lavarme, me puse la muda limpia y me quedé como si tuviera el
cuerpo dormido de a gusto que me encontraba, después de llevar la misma ropa lo
menos siete meses, y sin poderme duchar.
Por la noche cené como una persona, sentado en la mesa. Recuerdo que comí dos
huevos fritos con un poco de pan, aquello fue para mi, un banquetazo. No comí más
porque mi madre me dijo que tuvo que comprarlo de estraperlo y que no tenía dinero para
comprar nada más. Y le dije:
- Esto que termino de comerme, para mí ha sido un lujo, porque ya estaba
acostumbrado a no cenar nada más que chocolate.
Cuando me acosté en la cama, no podía quedarme dormido de rara que me
encontraba la almohada, tuve que quitármela porque me molestaba para dormir. Estaba
acostumbrado que en el campo de concentración me ponía el pote por la almohada y
ahora me encontraba que me falta algo duro. Por las noches para quedarme dormido, me
arrimaba a la orilla de la cama y acercaba la mesita de noche y me quedaba dormido.
Estuve mucho tiempo durmiendo así, estando casado, mi señora algunas veces me
despertaba y me decía:
- ¿ Qué haces con la cabeza encima de la mesita de noche? ¡ Todavía no has
perdido la costumbre !
Cuando me desperté el primer día que había estado durmiendo en la cama, me
levanté y no podía ponerme derecho, del dolor que tenía en todo el cuerpo, se ve que de
estar tanto tiempo durmiendo en el suelo, ya tenía el cuerpo acostumbrado a dormir duro
y cuando he cambiado a dormir en una cama, ha sido la causa que tenga estas
molestias.
Recuerdo que por la mañana, cuando salí a la calle, que era domingo, me quedé un
poco sorprendido al ver que por la Meridiana venían desfilando un grupo de falangistas
que se componía de todas las edades: desde seis años, hasta veinticinco o treinta y
todos con uniforme con boina roja y con una banda de música. El que iba delante llevaba
la bandera española y mientras desfilaban, se paraba todo el tránsito y las personas que
se encontraban por aquel lugar, tenían que estar, mientras durara el desfile, con el brazo
en alto, y la mano abierta en posición de firme.
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- No se como no te pego dos hostias, pero ven, ponte aquí delante de la bandera
con el brazo en alto y así te acordarás como se saluda.
Entraron todos y me tuvo unos cinco minutos más. Entonces salió, cogió la bandera
y me dijo:
- Ya te puedes marchar.
Este fue el primer encuentro que tuve después de salir en libertad del campo de
concentración.
Pasaban los días y cada vez me encontraba como si hubiera perdido toda mi
personalidad. No teníamos, ni comida, el único sitio que íbamos a pasar un rato, era un
bar que teníamos cerca de casa y nos sentábamos en la puerta a pasar el rato. Recuerdo
que un día, estando sentados en la puerta del bar, llegó un gitano que era muy popular
en el Clot que se llamaba Carrasco. No estaba muy bien de la cabeza y siempre que le
decíamos:
- Carrasco, ¿ de qué partido eres?
El contestaba:
- Pus tos sumos de la FAI.
Aquella tarde venía un cura por la acera, nosotros estábamos sentados y cuando
estaba delante nuestro, mi amigo Juanita, el que estuvo conmigo en el campo de
concentración, el del estraperto, le dice al gitano:
- Carrasco, ¿ de que partido eres?
Y contesta el gitano:
- Pus tos somos de la FAI.
El cura que lo oyó, volvió la cabeza y se quedó mirándonos. Pero mira por donde,
un poco más adelante, habían dos soldados de los que iban de vigilancia por las calles. Y
se puso a hablar con ellos y con el dedo señalaba hacia donde estábamos nosotros.
Entonces nos levantamos de las sillas y nos metimos para dentro del bar. Mientras, los
soldados caminando despacio, vinieron hacia el bar y se quedaron en la puerta mirando
para dentro, y nosotros seguíamos sentados sin decir nada y el gitano estaba en la
puerta, al lado de los soldados. Uno de los soldados, se dirige a nosotros y nos dice:
- ¿ Qué le habéis dicho al cura que acaba de pasar por aquí?
Y nosotros le dijimos:
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- No hemos dicho nada, ha sido el gitano, que no está muy bien de la cabeza y no
sabe lo que dice, pregúntele de que partido es y verá lo que contesta.
Y le dice el soldado:
- ¿ De qué partido eres?
Y contesta el gitano:
- Yo no lo sé.
Entonces dijimos nosotros:
- Anda ¡ Y lo teníamos por tonto, mira como sabe que no se puede decir que es de
la FAI !
Seguimos hablando con los soldados y nos insinuaron que les importaba un pito lo
que les dijo el cura y se marcharon, ó sea, que demostraron que no eran muy franquistas.
Pasaron unos días y una tarde, estando yo en el bar, entró un señor que era
corredor y representaba una marca de vermut que se llamaba Vermut Blanco. Estuvo
hablando con la dueña del bar, entonces me llamó a mí. Y me presento a aquel señor,
fuimos para dentro y en el comedor de la casa me dijo:
- Siéntate, mira, hace muchos años que te conozco y te vamos a proponer un
asunto que es delicadísimo. Se están organizando en Francia el ejército republicano
antifascista para luchar contra Franco y nosotros desde aquí, dentro de España, tenemos
que organizamos para hacer sabotajes y cuando llegue la hora, pillarlos entre dos fuegos.
Le dije que me lo pensaría y ya le daría la respuesta, entonces él me dijo:
- Aquí no tienes que dar nombre y direcciones, nada más una contraseña, ó sea, un
número, el jueves volveré a pasar y ya me dirás algo, pero sobretodo, de lo que hemos
hablado aquí, que no lo sepan ni tus padres y aquí lo que interesa es que seamos pocos
y de confianza, bueno hasta el jueves.
Cuando se marchó yo le dije a la dueña del bar:
- Este señor ¿ Lo conoce usted muy bien?
Y me contestó:
- Tú ya sabes que yo soy de Lérida, mi padre quedó viudo y se casó de segundas,
pues mi segunda madre antes de casarse con mi padre, ya tenía este hijo, que nos
criamos juntos, ó sea, que es como si fuera mi hermano, mira si le tengo confianza.
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- Bueno, cuando vengan el jueves le diré que sí, que cuente conmigo, pero pensar
que nos jugamos el pellejo porque hace tres meses ha terminado la guerra y esta gente
tiene confidentes por todas partes y con muchas ganas de matar.
- No te preocupes, que como está organizado, no nos pueden pillar.
Al jueves siguiente, cuando vino, me llamaron otra vez y me dijo:
- Ya he estado hablando con la Carmeta y me ha informado de que estas conforme,
tú nada más responderás. . .
Y le dice a la dueña del bar:
- Salte un momento Carmeta.
Y me repite:
- Responderás por tres ceros, será tú consigna, pero si no estoy yo delante, no
tienes que contestar a nadie, pero a nadie, tenlo en cuenta.
Entonces llamó otra vez a la Carmeta y le dijo:
- Ya estamos de acuerdo y le he puesto al corriente, vosotros dos como si no
supierais nada, no hagáis comentarios, ni entre vosotros dos, yo, cuando tenga noticias,
ya os diré algo, ahora de momento nada más me interesa reclutar personas que estén
dispuestas para luchar cuando llegue la hora.
Me dijo:
- Yo me marcho, hasta otra.
Me dio la mano y le dio un beso a la Carmeta y se marchó.
Pasaban los días y yo y mis compañeros lo pasábamos muy mal, no trabajábamos y
no teníamos ni cinco céntimos, no podíamos ni fumar. Cuando alguno traía un cigarro, lo
pasábamos de uno al otro, una chupada cada uno, era la única distracción que teníamos.
Nos marchábamos para el muelle a pasear o por las Ramblas, pero tampoco ibas
tranquilo, porque a cada momento te encontrabas con desfiles de falangistas y tenías que
pararte y levantar la mano haciendo el saludo fascista hasta que terminara el desfile. Y si
te pillaban por la calle, cuando empezaban a dar las noticias, siempre, antes de empezar
tocaban el himno nacional. En el mismo momento en que lo tocaban tenía que pararse
todo el mundo, los tranvías, los taxis, en aquel momento la ciudad quedaba muerta,
saludando con el brazo en alto, incluso los falangistas se subían a los tranvías, mientras
tocaban el himno, para comprobar que todos estuvieran de pie y saludando. Como
pillaran alguna persona que no estuviera saludando, se lo llevaban detenido. Cuando
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terminaba el himno, se movía toda la ciudad, como si en aquel momento nos hubieran
dado cuerda y salimos corriendo cada uno para nuestro lado. Nada más oías comentarios
que decían:
- ¡ La madre que los parió ! Que voy a llegar tarde al compromiso que tengo¡ Con
el rato que me tienen saludando !
Pero lo malo era que tocaban el himno tres veces al día y te encontrabas por la calle
con algún amigo que iba deprisa y le querías decir algo y contestaba:
- No me paro que van a tocar el himno y me va a pillar en la calle.
Luego, por si fuera poco, sacaron la moda de poner la chapa. Pasaban los crios
vestidos de falangistas con unas huchas y te ponían una chapa y tenías que echarles
dinero y si decías que no tenías, te registraban los bolsillos, si era verdad que no llevabas
dinero, no te ponían la chapa, pero si te encontraban dinero, según la cantidad que
llevabas, te ponían de chapas, algunos le ponían todo el pecho lleno de chapas, hasta
treinta o cuarenta. Y lo seguían bastante rato para que no se las quitara. Si te
encontrabas por el camino, que a lo mejor ibas a comprar alguna cosa y llevabas el
dinero justo y te encontrabas con estos que ponían la chapa, tenías que darles a la
fuerza, aunque les dijeras que tenías el dinero justo para coger el pan de racionamiento.
Era tanto el miedo que nos habían metido que no te atrevías ni a hablarles, porque a
veces las mujeres les plantaban cara y los falangistas les pegaban empujones y algunas
bofetadas y si alguna mujer se volvía contra ellos, se la llevaban detenida y la pelaban a
cero y le hacían beber aceite de reciño.
En todos los cines de Barcelona, cuando más emocionado estabas viendo una
película, encendían las luces y salía la fotografía de Franco en la pantalla y empezaban a
tocar el himno nacional. Teníamos que ponernos todos de pie, saludando con el brazo en
alto, hasta que terminara el himno. En todos los cines había seis o siete chiquillos
vestidos de falangistas, que daban vueltas por todo el cine a la hora de tocar el himno y si
alguno no levantaba el brazo, lo sacaban de la butaca y lo echaban a la calle. A mí me
pasó un caso.
Estando en el cine Martinense, en la calle Montaña, cuando llegó la hora de tocar el
himno, no me levanté muy rápido, estaban todos de pie y yo empezaba a levantarme. Me
vio un crío de los que estaban al tanto y entra por la fila que yo estaba y cuando llega a
mí, alarga la mano y sin decirme nada, me coge del jersey y tira de mí para fuera. Pero al
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cogerlo metió la mano en el bolsillo y del tirón que dio, me arrancó el bolsillo. Cuando vi
el bolsillo roto, me voy derecho a él y le pego un empujón diciéndole:
- ¡ La madre que te parió !
Y se cayó sentado en el suelo, mientras seguía tocando el himno nacional. Cuando
terminó el himno, no apagan las luces y todas las personas estaban pendientes de lo que
estaba pasando, pero al momento veo que vienen derechos a mí dos hombres y desde el
pasillo del cine me hacen una señal con la mano para que saliera. Pensé:
¡ Ahora si que me la cargo, me van a pegar una paliza que me van a moler los
huesos!
Cuando me acerco donde estaban ellos, yo ya estaba preparado para recibir el
primer palo, pero me cogieron por el brazo y me empujaron hacia la salida y ellos con
aquel falangista, salimos a la calle y me dicen:
- Ven para aquí.
Y encima mismo del cine estaba la comisaría. Subimos hacia arriba y entro en un
despacho donde estaba el comisario y también entró el falangista y le pregunta:
- ¿ Qué ha pasado?
Y le contesta aquel crío:
- Este rojo. . .
Cuando dijo este rojo, el comisario le siseo con la boca ssssst, como diciéndole que
se callara. Entonces me preguntó:
- ¿ Tú que tienes que decir? Y en aquel momento me vino una ¡dea para poderme
defender, le digo:
- Me quedé dormido en el cine y estaban tocando el himno nacional y me despertó
una señora que tenía a mi lado y enseguida me levanté saludando con el brazo en alto, a
continuación vino este chico y sin decirme nada entró en la fila y me pegó un tirón del
jersey y me arrancó el bolsillo, mírelo aquí lo tengo.
Entonces el chaval le decía:
- ¡ No estaba durmiendo, porque yo ya lo estaba viendo con los ojos abiertos !
Entonces yo le dije al comisario:
- ¿ Usted cree que si tocan el himno nacional, no voy a cumplir con mi deber como
español?
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Yo no sabía como hacerle la pelota para que no me pegaran una paliza. Entonces le
dijo al chaval:
- Tú ya te puedes marchar.
Y llamó a un policía y le dijo:
- Tómale los datos a éste.
Se puso en la misma mesa donde había una máquina de escribir y empezó a
preguntarme que es lo que había pasado. Yo le conté lo mismo que le había contado al
comisario, le dije como me llamaba, la edad que tenía y donde vivía. Cuando terminó, me
hizo poner las huellas dactilares en el papel. Entonces el comisario me dijo:
- Siéntate en el banco que hay afuera y a la una, que habrá terminado el cine, ya te
dirán algo.
Desde las seis de la tarde que entraba en la comisaría, estuve hasta la una y media
de la noche. Entonces había otro comisario que había entrado de relevo y me dice:
- Márchate y que no te vea más por aquí, porque si te vuelvo a ver no vas a salir tan
bien como esta vez. Me marché hacia mi casa. Cuando llegué, mi familia estaba despierta
y mi madre se tiró a mi cuello y me dijo:
- ¡ Creí que ya no te vería más ! Me han contado lo que pasó.
Como yo vivía cerca del cine, se ve que algún vecino que estaba allí vio lo que pasó
y se lo dijo a mi madre. Pasaron unos días y una mañana salgo de casa y me dirijo hacia
el bar. Cuando llegó la dueña del bar, me dice muy nerviosa:
- Gabriel, ahora mismo ha estado aquí la policía preguntando por ti, seguramente
que te los has cruzado en el camino porque iban a tu casa, márchate y no vayas hacia tu
casa.
Entonces sin entretenerle le digo:
- Dígale a mi madre que estoy en casa de mí prima en las casas baratas.
Me marché sin pensarlo. Cuando llegué a casa de mi prima, le conté lo que me
pasaba y me dijo:
- Tienes que marcharte de Barcelona, porque también vendrán a buscarte, puedes
marcharte donde está mi marido trabajando, que está en Valls.
Aquel mismo día me marché. Mi prima me dio cincuenta pesetas y me dijo:
- Toma, de momento ya tienes para el tren y pasar unos días mientras arreglas algo.
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ó sea, doce horas seguidas trabajando, parábamos quince minutos para comer el
bocadillo. Cuando yo llegaba a dormir, algunos días todavía estaba la cama caliente del
que terminaba de levantarse. En aquellas camas pasaban hasta quince días sin
cambiarse las sábanas, estaban tan negras, que no sabías lo que era manta o la sábana,
porque en la cama siempre estábamos alguno durmiendo. A los cuatro o cinco días de
estar trabajando, se me pusieron los dedos de las manos agarrotados y las manos llenas
de grietas del cemento y la única medicina que empleaba para curármelas era que cada
vez que iba a orinar, me las meaba y eso me las curaba bastante.
Cuando pasó una semana, mi primo aprovechó el domingo para marchar a
Barcelona, a su casa. Entonces yo le dije que pasara por mí casa y que se informara de
como estaba mi caso, para ver si podía regresar. Yo, cuando vino por la noche, estaba
esperándole para que me diera noticias de mi casa, entonces me dijo:
- No te acerques por Barcelona, porque la guardia civil ha estado varias veces en tu
casa preguntando por ti y unas de las veces que fueron preguntando, tu madre les dijo
que porque venían a buscarte y uno de los guardias civiles le dijo, me parece que es
porque tenía que entregar un sobre que contenía la ficha que te hicieron cuando saliste
del campo de concentración y le dijo:
- Mire señora, si usted ve a su hijo, dígale que esté una temporada sin aparecer,
hasta que se pase un poco de tiempo, a ver si se normaliza estas ganas de venganza,
que ya no tendrían que existir entre españoles que somos todos.
Entonces yo le dije a mi primo:
- ¿ No te ha dado nada para mí, mi madre?
Y me contestó:
- Si, que no me acordaba, te traigo dos mudas, calcetines y cuatro pañuelos, tu
madre ha dicho que si escribes, que preguntes si aquel muchacho puede ir a su casa. Y
te voy a decir una cosa que me han dicho que no te la diga: tu padre esta ingresado en el
Hospital Clínico, está bastante mal de la bronquitis que tiene. Te lo digo, porque me
sabría muy mal que pasara algo y que no lo supieras. Pero pase lo que pase, no debes,
de momento, ir a Barcelona hasta que te lo digan, porque el asunto no está muy claro y si
te pillan no sabemos lo que te puede pasar.
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Seguí trabajando como siempre, pero con el mal que tenía pensando en mi padre y
que yo por haber sido carabinero y voluntario, tenía que estar escondido, debajo de este
puente, trabajando todas las noches, aunque lloviera o hiciera frío, que hacía bastante.
Pasaron quince días y mi primo volvió a Barcelona, yo le dije:
- Pregunta si aquel muchacho ( que era yo) ya puede volver a su casa.
Aquel día que era domingo, estaba dando un paseo por el pueblo y me paré en un
quiosco de periódicos para mirar un poco a ver lo que decían y leo que pedían la quinta
del cuarenta, que era la mía y la del treinta y seis y treinta y siete, porque no habían
servido con Franco y les obligaban a hacer el servicio militar. Estas tres quintas fuimos los
primeros soldados que ingresamos en el ejército nacional, después de terminarse la
guerra. Entonces yo pensé:
- Ahora yo me presento de los primeros y de esta manera, cuando este en el
ejército, ya no se acuerdan de mí.
Cuando vino mí primo, por la noche, yo lo esperaba muy contento para decirle lo de
mí quinta y lo vi que no se alegraba mucho, estaba muy pensativo y me dice:
- Te tengo que dar una mala noticia.
Yo pensé que sería que no podía ir a Barcelona y me dice:
- Tu padre se murió el jueves pasado.
Entonces yo le dije:
- Mañana me marcho hacia Barcelona y pase lo que pase, ya estoy harto de esta
gentuza.
- Piénsatelo bien, ya no tiene remedio, tu padre ya esta enterrado y tu madre me ha
dicho que no vayas todavía.
- Esta es la última noche que paso aquí y no me lo pienso más.
- Bueno, si te marchas mañana, te vas a mí casa, que allí no te buscarán y mientras,
prepara lo de tú quinta.
- Ya veré lo que hago, porque ahora mismo estoy completamente hundido.
Nos marchamos a dormir y al otro día, serían las siete de la mañana, se despierta el
compañero y yo le digo:
- Este domingo, ha sido el último domingo que te he molestado para dormir.
Y me dice:
- ¿ Porqué?
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Cuando llegué a la casa de prima, me encontré que estaba mi madre allí, porque mi
prima había mandado a su hijo a mi casa para decirle que yo estaba en su casa. Cuando
me vio mi madre me dijo:
- ¿ Pero tú ya sabes lo qué vas a hacer? Marcharte otra vez otros tres años,
además no puedes ir, porque ahora eres hijo de viuda.
Yo le dije:
- Mire, todo esto ya lo tengo pensado, a mí lo que me interesa, de momento, es que
se olviden de mí, porque esto pronto cambiará y entonces ya veremos lo que pasa.
Necesito algún papel que acredite que soy yo.
- Me parece que no tengo ninguno porque cuando entraron los nacionales, cogí tu
pistola y todos tus carnets que tenías, los lié en un pañuelo y los tiré al pozo que está en
el huerto.
- Mire de marchar hacia casa y busque bien, a ver si encuentra algún documento
mío para poderme marchar. La espero por la mañana temprano, que quiero arreglarlo
pronto.
Al otro día, por la mañana, a las ocho ya estaba allí y me dice:
- Mira, lo único que tengo es esto que lo he sacado del cuadro que tenía de cuando
naciste.
Y me deslía un papel que ponía como me llamaba y el día que nací. Yo entonces le
dije:
- ¿ Cómo quieres qué me presente yo con esta cartulina para qué me arreglen los
papeles?
Me contestó:
- Yo no encuentro nada más hijo mío.
- Bueno ya me las arreglaré.
Cogí el papel y les dije:
- Voy a ver lo que pasa.
Y me dicen:
- Antes de irte, almuerza un poco.
Y saliendo por la puerta les digo:
- No tengo hambre.
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Yo le dije que ya tenía bastante, porque no sabía que mi madre tenía que ir de
faenas y lavar la ropa de la vecina de al lado de casa, y que le pagaban cada día y con lo
que cobraba, compraba estraperlo para poder comer cada día. Entonces mi madre me
dijo:
- Yo me marcho que tengo que estar en casa de la señora Marina, mañana vendré a
las nueve a prepararles el desayuno.
La señora Marina era donde mi madre hacía las faenas. Antes de irse le dije:
- Mire, no me traiga nada porque tengo siete duros que me quedaron de donde
estuve trabajando y ya tengo bastante.
Entonces mi madre, cuando se marchaba me dijo:
- Hasta mañana por la tarde no vendré.
Y se marchó. Entonces yo le dije a mi prima:
Necesitaría comprarme calzado, porque mira como tengo este.
Le enseñé las botas que llevaba, por debajo de la suela tenían un agujero cada una
y se me clavaban las piedras de la calle en el pie y mi prima me dijo:
- Vamos al zapatero y que te ponga medias suelas.
Fuimos al zapatero y tenía algunos pares de botas que estaban usadas, pero se
veían casi nuevas, me probé unas que me fueron bien y le dije:
- ¿ Cuánto quiere?
- Dame seis pesetas.
- Son muy caras.
- En estos tiempos no hay nada caro.
La cuestión, que me las quedé. Cuando íbamos por el camino, le dije a mi prima:
- Mira, me quedan cinco duros, te daré dinero y me compras tres o cuatro huevos y
unas cuantas patatas y me haces una tortilla, compraremos pan y ya tendré para el viaje.
Pasemos por casa de una vecina, que vendía estraperlo y compramos las patatas,
los huevos y el pan. Me gasté veinte pesetas, y me quedaron cinco pesetas y pensé:
- Ya tengo bastante para el viaje, lo tengo todo pagado y cuando llegue al cuartel,
tendré comida, no necesito más.
Mi prima me preparó la tortilla, entre el pan.
Y al día siguiente, cuando me levanté a las siete de la mañana, me estaba lavando
la cara y me dijo mi prima:
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- ¿ No se te hará tarde?
Y yo le dije:
- Por si de caso se me escapa el tren.
Al rato llegó mi madre y me traía seis plátanos y un chusco pequeño de pan y me
daba cinco pesetas, yo le dije:
- No, ya tengo, solo déme una peseta para los tranvías.
Ella insistía que las cogiera y le dije:
- Que no, que no me hacen falta.
- Te acompañaré a la estación.
Yo le dije que no, que ya iría yo solo. Y a las ocho, me despedí de ellas y me
marché hacia la estación.
Capítulo 15
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Entonces me dijeron que no tendría que haber comprado nada. Pero yo ya estaba
un poco más tranquilo, porque aunque fue poca cosa, ya vieron que también colaboré
con algo.
Ya cogí un poco de confianza y durante el viaje, hablaba con alguno. Si se
explicaban algún chiste, también tomaba parte y me reía, si alguno sacaba tabaco o
alguna golosina, siempre me daban. Pero yo estaba deseando de llegar a Madrid, para
no estar tan cortado, porque a mí nada más me quedaban dos pesetas y no quería que
se enteraran del dinero que yo tenía a pesar de que se estaban portando muy bien todo
el viaje.
Cuando llegamos a Madrid y paró el tren, esperé que bajaran todos, entonces yo me
bajé y me metí entre la gente y pensaba:
- Son buenos amigos, pero no puedo ir con ellos de gorra a donde vayan.
Entonces salía de la estación tan confiado creyendo que ya estaba libre y a la salida
de la estación, me estaban esperando, pensé:
- Otra vez con ellos.
Y me dicen:
- ¿ Dónde te has metido?
- Es que he ido al servicio.
- Podías avisar, que te hubiéramos esperado.
Yo me daba cuenta del interés que tenían por mí, es que se daban cuenta que yo no
disponía de dinero, les caí bien y no querían dejarme solo en un sitio que yo no había
estado nunca.
Salimos hacia fuera de la estación y nos dirigimos a la calle Atocha. Nos paramos
delante del cine del mismo nombre de la calle y uno dijo:
- ¿ Sabéis lo que podemos hacer? Mirar de buscar un sitio que nos podamos lavar
y guardar las maletas y darnos un paseo y más tarde nos presentamos en el cuartel.
Mientras estaban haciendo planes, recuerdo que pasaron unas muchachas muy
jóvenes y nos oyeron que estábamos hablando en catalán y dijeron entre ellas:
- ¿ Qué estarán ladrando estos perros?
Lo oímos todos y uno se dirige a ellas y les dijo en voz alta:
- ¡ Me cago en la madre que os parió malas putas !
Encogieron la cabeza y se marcharon sin decir nada.
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Entonces allí cerca, encontraron el sitio para dejar las maletas y lavarse un poco. Yo
ya estaba otra vez en un compromiso, porque con dos pesetas no podía pagar nada,
entonces les dije:
- Mirar, yo no tengo maleta ni ningún paquete que guardar ¿ Sabéis lo que voy a
hacer? Marcharme a ver si encuentro el cuartel.
Y me dicen:
- Tú te subes con nosotros y al mismo tiempo comeremos algo.
A pesar de que yo no quería quedarme, me insistieron y tuve que quedarme.
Cuando nos lavamos un poco, sacaron los paquetes de la comida que les quedaba
y empezaron a comer y yo no me decidía a coger nada y me dicen:
- Como no te espabiles, no comerás nada.
Entonces, por seguirle la corriente, también los acompañé comiendo un poco, pero
me estaba sentando mal, porque yo no ponía nada, solamente iba a remolque de ellos.
Cuando terminamos de comer, bajamos a la calle y el cine estaba enfrente mismo y
dijeron:
- Podemos entrar al cine.
Yo les dije:
- Mientras estáis en el cine, yo me voy a dar una vuelta, que quiero conocer un bar
que le llaman " Bar Zaragoza" que tiene mucha fama, porque los que estuvieron en
Madrid, cuando estábamos en guerra, siempre hablaban del" Bar Zaragoza".
Entonces me dijeron:
- Son las cuatro, a las siete y media nos encontraremos aquí mismo.
Ellos entraron el cine y yo me marché en busca del Bar Zaragoza. Seguí la calle
Atocha hacia arriba y lo encontré, enseguida vi que era un bar con un local parecido al "
Sol y Sombra" que teníamos en Barcelona. Y la fama que tenía era porque se
despachaba mucha cerveza y era el punto de encuentro de muchas personas.
Cuando ya había cumplido mi deseo de conocer dicho bar, me marché para conocer
la Puerta del Sol.
Cuando llegué, yo pensaba encontrarme con una plaza ajardinada, con sus bancos
para estar tranquilo sentado, pero vi que tenía mucho tránsito, se cruzaban los tranvías y
algunos coches, de tranquilidad nada, al contrario, por allí pasaba casi todo el tránsito de
la capital, para todas las direcciones. Seguí dándome un paseo.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Todo esto esta muy bien, pero no tenemos tenedores para comer y al menos
danos un poco de pan.
- ¿ Pan? os daré dos chuscos y lo repartís y tenedores tengo el mío y alguno más
que debe haber por aquí.
Y nos dio otro que le faltaba la mitad y dijo:
- Arreglarse con esto por esta noche.
Y nos preguntó:
- Vosotros sois catalanes ¿ verdad?
Y le contestamos que si y el nos dijo:
- Os estoy atendiendo, porque ya me lo pensaba que erais catalanes y los catalanes
me caen bien. Yo soy vasco y por aquí no nos tienen mucha simpatía, ni a vosotros ni a
nosotros.
Entonces le contamos lo que nos pasó con aquellas muchachas que nos trataron de
perros y nos dijo:
- Aquí en la mili, todavía os dirán palabras peores, tendréis que aguantaros, hasta
se meterán con vuestra familia. No pensemos más, os voy a traer un poco de vino.
Y nos trajo dos potes de aluminio llenos de vino y nos dice:
- La mitad es agua, pero para que baje la comida ya esta bien.
Cuando terminamos de cenar, nos fuimos a dormir, procurando de no hacer ruido
porque los demás, ya hacía un rato que se habían acostado.
Cuando llegamos a las habitaciones que nos habían asignado, nos encontramos
con el soldado que estaba de imaginaría paseándose por el pasillo y nos dijo:
- ¿ Vosotros habéis llegado hoy?
Y le dijimos que si.
Cuando nos iba a contestar, nos dice:
- Marcharos que viene el sargento de guardia.
Nosotros nos marchamos hacia nuestras habitaciones y cuando estábamos dentro,
llegó el sargento y nos dijo:
- ¿ Vosotros qué hacéis que estáis levantados a esta hora y todavía tenéis las
camas sin hacer?
Entonces le dijimos:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Mire sargento, nosotros somos los que usted a dado orden al cocinero para que
nos preparase. . .
Y sin terminar de hablar nos dice:
- Mal empezáis.
Y levantando la voz nos dice:
- ¡ Venga a dormir y que no os oiga !
Nos hicimos la cama y nos acostamos.
Al día siguiente, por la mañana temprano, oímos una corneta que tocaba diana,
enseguida nos levantamos y nos vestimos. Fuimos a los lavabos y nos lavamos un poco
y cuando salimos de los lavabos, estaban repartiendo el café. Pero nosotros no teníamos
plato ni cuchara, entonces fuimos al almacén y nos dieron el plato, la cuchara, el tenedor
y un pote de aluminio. Y nos dijeron:
- Cuando os marchéis, devolverlo todo aquí otra vez.
Tomamos el café, que aquello no tenía sabor de café, nada más tenía gusto de
agua hervida.
Al momento tocan a formar. Cuando estábamos formados en el patio, nos dijeron:
- En su lugar, descansen.
Entonces el sargento dijo:
- Los que sepan conducir que salgan de la fila.
Y salimos de nosotros ocho dos, y siete u ocho más de los que se encontraban allí.
En total éramos diez y nos dice el sargento:
- Entregar todo lo que os han dado aquí en el almacén y a las diez os quiero aquí,
tenéis que marcharos.
Entonces nos reunimos los ocho amigos y hacíamos comentarios y decíamos:
- Con lo bien que lo hubiéramos pasado todos juntos y tenéis que marcharos los
dos, pero ya nos escribiremos para tener noticias.
A las diez, nos presentamos en el lugar convenido y había un camión cerrado de los
que servían de taller para cuando se va de caravana, por si se presenta alguna avería,
repararla sobre la marcha.
Se presenta el sargento y nos dice:
- Os marcháis con este camión que va a Santoña y cuando lleguéis, el chófer ya os
dirá lo que tenéis que hacer.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Antes de subir, nos despedimos de los compañeros, nos dimos la mano y entonces
ya nos marchamos.
Cuando íbamos en ruta, llegamos a Burgos, nos paramos un rato y aprovechamos
para visitarlo. Estuvimos en la catedral, que estaba en la misma carretera que teníamos
que pasar por delante mismo. Me quedaban dos pesetas y me las gasté comprándome
pan y queso. Al rato volvimos a subir al camión y seguimos la ruta. Subiendo por la ruta
del Escudo, atravesando varios pueblecitos, hasta llegar a Santoña. Antes de llegar, nos
encontramos con el penal del Dueso, que por aquellas fechas estaba lleno de presos de
nuestra guerra, la mayoría estaban condenados a muerte.
Cuando me tocó a mí coger el rancho, me dieron un cazo de arroz un poco, revuelto con
lentejas que estaban muy buenas y de segundo plato, cuatro sardinas muy grandes de
aquellas que le llaman lachas, que estaban muy frescas y pan no me dieron, porque el
pan lo repartían. Al mediodía , daban dos chuscos, uno para el mediodía y otro para la
cena. Cuando terminé de cenar, pensé:
- Menos mal que aquí, a pesar de todo, lo voy a pasar bastante bien.
Después de cenar, estuve por el patio dándome un paseo y me encontré con el
amigo que vinimos juntos desde Barcelona y me dijo:
- Si no me llamas tú, no te hubiera reconocido vestido de azul.
Le pregunté que tal le parecía aquello y me contestó:
- Hombre, a mí no me hace ninguna gracia, de momento, hasta que no me
acostumbre, echaré de menos mi casa.
Entonces yo le pregunté:
- ¿ Es qué tú no estuviste en la guerra?
Y me contestó que no, que durante la guerra estuvo en Francia, en casa de unos
tíos suyos y que ahora había venido para cumplir con el servicio militar. Entonces yo
pensé:
- Por eso se encuentra tan incómodo aquí, cuando a mí me parece que estoy en la
gloría, después de haber pasado unos ratos malos.
Nos marchamos hacia la compañía, porque ya era la hora de acostarse. Estábamos
sentados encima de mi cama hablando de nuestras cosas y en aquel momento tocan
silencio, se pone de pies mi compañero y dice:
- ¡ Hostia que tocan silencio y todavía estoy aquí, me marcho antes de que me
metan un paquete, hasta mañana !
Al día siguiente tocaron diana, me levanté en cuerpo de camisa y fui a los servicios,
me lavé un poco, marché a la compañía y terminé de vestirme. Me bajé hacia abajo y me
puse en al cola para que me dieran el café. Después de tomar el café, tocaron a formar.
Cuando ya habíamos formado, nos llevaron hacia afuera del cuartel, en una explanada
que había a la orilla del puerto, que era donde hacían la instrucción y la gimnasia y
delante mismo había otra explanada con mil camiones de la marca Chevrolet, todos
nuevos sin estrenar. Entonces, mientras estábamos descansando, un oficial se dirigió a
los que habíamos venido el día anterior y nos dijo:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Cada soldado de los que estáis aquí, os haréis responsables de tres camiones
cada uno, porque no hay bastantes conductores y tienen que estar siempre limpios y
preparados para cuando tengamos que salir de convoy. Saldremos cada vez con uno
diferente y así tendrán el mismo desgaste, sobretodo os pido que los cuidéis como si
fueran de vuestra propiedad, al más mínimo abandono, pagareis con el calabozo.
A continuación empezamos a hacer un poco de instrucción y casi todos la hacíamos
bien, porque la aprendimos durante la guerra, nada más habían seis o siete que no la
sabían hacer y cada mañana, cuando íbamos a la instrucción, nosotros, los que ya lo
sabíamos hacer, nos dedicábamos a hacer gimnasia y los otros mientras aprendían la
instrucción.
******************************************************
Ahora, como que ya tenía una dirección fija para poder mandar noticias mías a mi
familia, les escribí diciéndoles como me encontraba y como lo estaba pasando y al
mismo tiempo que me dijeran si todavía iban preguntando por mí. Mandé recuerdos para
mí prima, le conté algunas cosas, más no recuerdo y les mandé mi primera carta desde
Santoña. A los días de estar en el cuartel, nos llaman a mi compañía y nos dicen que
formáramos en el patio. Cuando estábamos formados, viene un sargento vestido de
falangista y se presenta como sargento de nuestra compañía. Era un hombre bastante
alto y se veía que era de construcción fuerte, pero tenía una cara de mala leche, que
cuando lo miraba, me recordaba el guardia civil del campo de concentración, aquel que
repartía tanta leña.
Nos llevó formados donde estaban los camiones y cuando llegamos, nos explicó
casi lo mismo que nos explicó el otro oficial y a continuación nos dijo cuales serían los
camiones que pertenecían a nuestra compañía y los tres que estarían a cargo de cada
uno de nosotros, por orden de matrícula. Cuando me hice cargo de los tres míos, me di
cuenta que habían dos que no tenían el tapón de gasolina y se lo comuniqué al sargento
y me dijo:
- De momento haz un tapón de trapos para cada uno, que ya lo solucionaremos.
Y así lo hice. Revisamos cada una de las herramientas, para ver si estaban
completas, nos dio las llaves a cada uno y nos dijo:
- Subir para arriba y poner los camiones en marcha y cuando yo toque el pito, paráis
el camión y bajáis a tierra y cuando toque el pito, otra vez, pasáis al segundo camión y
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G. Monserrate Memorias de la guerra
haréis la misma operación y lo mismo en el tercero y cada tres día haremos la misma
operación, para evitar que se descarguen las baterías y que el motor no se duerma.
Y así lo hacíamos, pero algunos días, cuando llegábamos a los camiones, nos
encontrábamos que la marea del puerto había crecido mucho y se salía del puerto y nos
encontrábamos con medio palmo de agua que cubría toda aquella explanada donde
estaban aparcados los camiones. Teníamos que llegar a ellos pisando el agua y teníamos
que moverlos un palmo y medio para que el agua no estropeara los neumáticos por el
mismo lado. Esta operación nos encontrábamos que la teníamos que hacer muy
continuamente, porque allí la marea cuando menos te lo esperabas, subía y llenaba de
agua todo el paseo, algunas veces si la marea bajaba mucho, los barcos de pesca, que
eran bastante grandes, se quedaban volcados sobre la arena. Yo algunas veces bajaba a
la arena y escarbaba en la misma y encontraba almejas, navajas y cangrejos, si cogía
mucha cantidad, me marchaba para la cocina y como que tenía bastante confianza con el
cocinero, lo llevaba allí y cuando se terminaba de repartir el rancho, cogíamos todo lo que
yo había encontrado en el mar y él preparaba una buena fritada. Primero nos comíamos
el primer plato y luego de segundo lo que yo había cogido. Esto lo hacíamos muchas
veces.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Mira, si tú pones la comida, yo conseguiré que no nos falte el marisco cada día,
pero tiene que ser la comida en crudo, ó sea, garbanzos o judías, lo que tengas, yo me
cuido de lo demás.
Y así lo hicimos, yo cambiaba la comida, por toda clase de pescado recién sacado
del mar. Dinero no tenía, porque solamente cobraba veinticinco céntimos diarios y a la
hora de cobrar, que siempre era a final de mes, te descontaban un tanto por la ropa y te
quedaban cinco pesetas para pasar el mes. Pero yo me hartaba de comer pescado
fresco, sin costarme ni cinco céntimos.
A los quince días, recibí la primera carta de mí casa, en la cual me decían, entre
otras cosas, que ya no preguntaba la policía por mí y que también me mandaban
recuerdos de la Carmeta, la del bar y también me dijo:
- "Que te diga de parte de ella, que aquel señor que era representante del vermut
blanco, lo mataron, que tú ya sabes de que va".
Yo si sabía quien era, porque anteriormente ya explicaba yo que este señor era el
que estaba reclutando personas de confianza, para hacer sabotajes contra el régimen del
general Franco. Y seguramente que lo fusilaron. Por aquellos tiempos, habían muchos
confidentes de los fascistas. Yo tenía un amigo que le llamábamos Gallet, que durante la
guerra, se dedicó a luchar contra Franco y cuando entraron las fuerzas nacionales en
Barcelona, lo detuvieron y lo hicieron policía, pero con la condición que tenía que
denunciar a todos los que tuvieran antecedentes republicanos y tenía la obligación de
presentar, por lo menos uno diariamente. Todo el barrio le tenía miedo, porque él conocía
las ideas de todos los vecinos y pensábamos:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Leonor, mi hijo ya sabes el mal que ha hecho, pero él lo hizo por ver si podía
salvarse, pero llegó un momento que no quiso denunciar a nadie más y lo cogieron y sin
hacerle juicio ni decirnos nada a nosotros, lo fusilaron en el campo de la Bota, solamente
me avisaron por si quería recoger el cadáver, y no me presenté.
Este relato me lo contó mi madre, cuando yo estaba licenciado. Pero este tal Gallet,
fue muy amigo mío.
Ahora continuo con el servicio militar. Un día por la tarde nos dan la orden de que
preparáramos los camiones, porque por la noche teníamos que salir de maniobras por
aquellos montes. Entonces nos marchamos para donde estaban aparcados los camiones,
para tenerlos a punto. A la hora de la salir, cuando llego, me fijo y no tenía tapón del
depósito de la gasolina en ninguno de los tres camiones, en dos ya sabía que me
faltaban, pero me quitaron el otro. Entonces cogí uno del camión que estaba a mi lado y
al mismo tiempo que lo cogía, llegó el que lo tenía a su cargo y me dijo:
- Tú, deja ese tapón en su sitio.
Yo le dije:
- Déjamelo, que cuando volvamos de las maniobras, te lo devolveré.
Él me dijo que no empezáramos a discutir y el sargento que estaba por allí cerca,
oyó como discutíamos y vino hacia nosotros y preguntó que es lo que pasaba. El otro
contesto enseguida:
- Que el Monserrate me quiere robar un tapón del camión.
El sargento, sin decir nada, levantó la mano y me pegó una hostia, que me saltó el
gorro de la cabeza por lo menos a dos metros de distancia. Pero yo no me moví y me lo
quedé mirando, como si quisiera desafiarlo y me dice:
- Ves y recoge el gorro.
Y mientras yo recogía el gorro, oigo que le dice al otro:
-Tú, ven.
Y cuando lo tenía delante de él, le dice:
- La palabra de robo, en el ejército no existe.
Y al mismo tiempo que se lo decía, levanta la mano y le pegó una hostia que valió
por dos de la mía. Y yo pensé:
- Jódete, por chivato.
Y el sargento le dijo:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
momento tocaban otra vez el pito y teníamos que subir rápidamente y poner los camiones
otra vez en marcha. Seguidamente repetíamos durante la marcha, varias veces, la misma
operación. Lo pasábamos bastante mal, porque cuando teníamos que coger una curva y
con la luz apagada, tenías que poner mucha atención si no querías caerte por un
barranco de los que hay por allí y menos mal que por aquellos tiempos no se encontraba
ningún coche ni camión por las carreteras, porque habían muy pocos y por aquellos
lugares menos.
Estuvimos haciendo estas maniobras una vez a la semana, durante tres meses.
Cada día salía una compañía diferente. Cuando volvíamos al cuartel, siempre eran las
dos de la noche.
Al día siguiente, recuerdo que estando en el cine por la tarde, pararon y encendieron
las luces y pidieron silencio y salió un soldado al escenario y dijo estas palabras:
- Aprovechando estos momentos en que se están trasladando los restos mortales de
José Antonio Primo de Ribera, desde Alicante al valle de los Caídos, el poeta Pascual
Cantos Mira, le dedicará una poesía compuesta por él mismo.
Cuando terminó la poesía, no aplaudió casi nadie, porque en aquel pueblo, el
régimen de Franco hizo mucho daño y tenían mucho odio a todo lo que se relacionara
con aquel régimen.
Ahora voy a contar una anécdota que me pasó una tarde que paseaba por el puerto.
Estaban descargando un barco de pescado y yo me quedé un rato mirando como
descargaban y mientras seguía mirando, un señor de los que estaban descargando el
pescado, me hace una señal y desde arriba del barco me lanza un pescado bastante
grande, que yo lo tomé en el aire. Pesaba más de un kilo, el pescado era un chicharro. Y
pensé llevarlo a la cocina del cuartel para que el cocinero lo friera, pero cuando iba
caminando, pasé por delante de un bar que servían comidas y pensé:
- Voy a preguntar en este bar, a ver si podían hacerme el pescado al horno.
Yo llevaba dos pesetas, y pensé:
- Preguntaré cuanto me costaría y si tengo bastante, que me lo hagan.
Entre dentro del bar y le pregunté a un camarero que estaba allí en la barra. Le
expliqué lo que quería y me dijo:
- Se lo preguntaré a la dueña.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Entró para dentro y salió una señora y mientras venía hacia mí, iba sonriendo. Era
una señora bastante gordita, no muy alta, con un delantal blanco muy limpio, que le
rodeaba toda la cadera y un peto, también blanco, con unas flores muy grandes
bordadas. Tenía la cara de ser muy buena señora, me dice:
- ¿ Qué es lo que quieres?
Yo le dije:
- Si no me costara mucho dinero, me gustaría comerme este pescado, que me lo
han regalado en le puerto, pero que fuera guisado al horno.
Entonces, la señora, riéndose me puso la mano en el hombro y me dijo:
- Por ser a ti, te voy a cobrar cinco pagas de las que tú cobras cada día en el
ejército, ¿ Qué te parece cinco reales?
- Muy bien.
Y me dijo:
- Márchate a pasear y dentro de una hora ya puedes venir, que te vas a chupar los
dedos.
Yo me marché a pasear y mientras pensaba:
- Me quedan tres reales, todavía tengo para el pan y un vaso de vino.
Cuando pasaba más de la hora, me marché hacia el bar. Entré dentro y estuve
mirando el rincón que estuviera más escondido, porque a mí no me gustaba que la gente
me viera comer, porque de esta manera comía a mis anchas. Estuve esperando unos
veinte minutos, por fin llegó el momento, la misma señora me trajo la bandeja. Cuando la
puso encima de la mesa me quedé cortado, no sabía que decir al ver aquella señora con
la alegría que me servía y el aroma que desprendía aquel plato, cargado de piñones y de
rodajas de limón. Empecé a comérmelo y tenía un sabor, que hoy todavía, después de
cincuenta y tantos años que han pasado, cuando me acuerdo, me viene el sabor al
paladar y no será porque desde entonces no coma buenas comidas, porque me casé con
mi señora que para cocinar, habrá buenas cocineras, pero para mí es la mejor cocinando,
tiene mucha gracia, pero a pesar de todo, no he podido olvidar el sabor de aquel
chicharro y la amabilidad de aquella señora del bar de Santoña.
Pasaron tres meses y nos dieron la noticia de que teníamos que marcharnos de
Santoña, porque los camiones se estaban estropeando con el salitre del agua del mar y
cuando subía la marea, aquello parecía un lago, no podíamos llegar a los camiones
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G. Monserrate Memorias de la guerra
mientras no bajara la marea. Y cada día subía la marea para un día o dos, se
estropeaban todas las ruedas, por eso pensaron trasladarnos a otro lugar. En aquellos
momentos, cuando yo oí los rumores del traslado, escribí a mi casa diciéndoles que no
me escribieran, porque nos iban a trasladar, que yo ya les mandaría la nueva dirección. A
los pocos días, ya nos dieron la noticia, teníamos que trasladarnos todo el batallón a
Madrid, entonces, a partir de aquel momento ya empezaron a informarnos de que manera
se tendría que hacer el traslado. Lo teníamos que hacer de la siguiente manera:
En tres viajes, en cada viaje tenían que ir hacia Madrid cien camiones. Cuando
volvíamos a Santoña por los demás camiones, nos traían dentro de los camiones que
hacían el servicio de taller, íbamos veinte por cada camión y cuando llegábamos a
Santoña, de nuevo, volvíamos otra vez con otro camión hacia Madrid. Pero lo peor de
estos viajes era que teníamos que pasar todo el puerto del Escudo completamente
nevado y en cada viaje siempre ocurría algún accidente, debido a la nieve. En el último
viaje que hicimos, que íbamos hacia Santoña, dentro del camión taller, pasó una
anécdota muy curiosa. Uno de los madrileños, que también iba allí dentro con nosotros,
sin decir ni una palabra con nadie, se dirige a un muchacho de los que íbamos allí dentro
y le dice sin pensárselo:
- A la próxima parada que hagamos, me voy a dar el capricho de pegarte dos tortas.
Y le contesta el otro:
- Eso ¿ a qué viene?
- Te he dicho que es un capricho, a ver si me puedes ganar.
Este muchacho era de Gerona y se llamaba Pablo Iglesias y tenía una cara de
pocos amigos, pero él nunca le faltaba el respeto a nadie.
Cuando estábamos llegando a Burgos, siempre antes de entrar, nos parábamos un
ratito y bajábamos del camión para estirar las piernas un poco. Cuando terminábamos de
bajar, se dirige el madrileño a Pablo y le dice:
- Venga, vente conmigo.
Y Pablo le contesta:
- ¿ Pero es verdad qué me quieres pegar?
Y sin ponerse nervioso, muy tranquilo le dice:
- Escoge el lugar.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Se marcharon a unos descampados que habían allí cerca, que no los viera nadie. Y
cuando ya estábamos subidos en los camiones, aparecieron los dos juntos, el madrileño
tenía los ojos que parecían dos tomates partidos e hinchados que casi no podía abrirlos.
Pero la sorpresa fue que delante de nosotros le dio la mano y dijo:
- Me ha podido ganar.
Nosotros nos quedamos pensando:
- Este tío está loco, después de haberle pegado una paliza, todavía le da la mano.
Se puso el camión en marcha y nos marchamos hacia Santoña.
Cuando llegamos al cuartel, nos dijeron:
- Recoger todo lo que tengáis, porque este será el último viaje y saldremos mañana
muy temprano.
Al día siguiente, tocan diana a las seis de la mañana. Nos levantamos y nos dieron
el café y cuando lo bebimos, empezamos cada uno a cargar cada uno sus cosas en el
camión que le pertenecía. Y nos dicen:
- Ahora llevareis con vosotros, un soldado cada uno.
Estos soldados eran de los que pertenecían a las oficinas y servicios sanitarios. A
mí me tocó llevar conmigo un muchacho que estaba de telefonista, que también era
catalán.
Recuerdo que en el muelle, a un metro de mi camión había muchas cajas de
conservas que estaban allí para cargarlas en un barco aquel mismo día.
Nos marchamos hacia Madrid. Cuando llegamos cerca del puerto del Escudo,
estaba cayendo una nevada que el limpia parabrisas no le daba tiempo de limpiar el
cristal. Era muy difícil circular, pero no podías parar, tenías que seguir al que tenías
delante de ti, para que no se parara el convoy. Pero hubo un momento que nos paramos
todos y estuvimos un rato parados. Y la nieve seguía cayendo cada vez más, yo no había
visto nunca tanta nieve, según en que sitios, no podías abrir la puerta del camión, porque
tropezaba con la nieve. A la media hora de estar parados, pasó una máquina quitanieves
y fue haciendo un poco de paso. Y al rato nos pusimos otra vez en marcha. Pero al cuarto
de hora, nos paramos otra vez. Estando parados, se corrió el rumor de que uno de los
camiones que hacían servicio de taller de reparaciones, se había salido de la carretera,
cayendo por un barranco y dentro llevaba seis soldados. Pero por suerte solamente
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G. Monserrate Memorias de la guerra
recibieron algunos golpes y algunas rozaduras, tuvieron mucha suerte, porque podían
haberse matado.
Cuando emprendimos la marcha de nuevo. Pasé por delante del camión que se
cayó al barranco y me quedé sorprendido de la altura que cayó y que no se matara nadie
de los que iban dentro.
Cuando terminamos de pasar el puerto del Escudo, ya no caía tanta nieve.
Llegamos a Burgos y a la salida de la ciudad, paramos de nuevo para recuperar un poco
de fuerzas. Mientras estábamos allí parados, me dice el compañero que llevaba conmigo
en la cabina del camión:
- Mira en la caja del camión verás lo que llevamos.
Me subí a la rueda y miré y lo único que vi es que estaba lleno de nieve y me dice:
- Asómate ahora.
Entonces me subí otra vez a la rueda del camión y vi una caja de madera que
estaba llena de latas en conservas y le digo:
- ¿ Cómo ha venido a parar esta caja aquí?
Y me contesta:
- Recuerdas que cuando salimos de Santoña, en el puerto estaba lleno de estas
cajas.
Yo pensé:
- Si cojo una, no lo notarán y a nosotros nos irá bien, porque no tenemos ni cinco
céntimos en el bolsillo y de esta manera, cuando llegamos a Madrid, si podemos
venderlo, ya dispondremos de alguna peseta.
Entonces volví a pensar:
- Bueno ya está hecho, veremos a ver lo que pasa, no vamos a tirarla.
Pero le dije:
- Si alguna vez subes a este camión llevándolo yo, que no se te ocurra nunca más
de cargar nada que sea robado, porque daré parte al sargento Campano y ya sabes
como las gasta, acuérdate lo que me pasó a mí con el tapón de la gasolina, sin tener
ningún motivo para que me pegara a mí y al otro, pero se la guardó como pueda, esta me
la pagará, porque cada vez que lo veo me duele el lado de la cara donde me pegó la
bofetada.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Y así pasó, nos dieron la orden para que fuéramos entrando de uno en uno y
colocamos en filas de uno por compañías de frente a la carretera. Los camiones estaban
a cinco metros de la misma carretera que sigue hacia Andalucía.
Cuando ya estaban los camiones aparcados, nos mandan formar y que
recogiéramos todo lo que tuviéramos. Y una vez formados, que ya era de noche, nos
dicen:
- j Marchen !
Cruzamos la carretera y nos dirigimos a un edificio que había, muy grande, encima
de una explanada, que tenía las formas de haber sido algún convento.
Cuando entramos para dentro, ya me di cuenta que le faltaban todas las puertas, ó
sea, que no tenía puertas porque las habían roto. Ni ventanos ni cristales en las
ventanas, pero la obra del edificio se veía bastante nueva, estaba abandonado por
completo, pero ya lo tenían preparado para nosotros.
En las naves que habían, ya tenían puestas las camas para dormir. Nos repartieron
por compañías y aquella noche nos dieron para cenar, un pote de carne en conserva,
pasado por el baño María y un chusco de pan pequeño. Cuando terminamos de cenar,
subimos para la compañía. El cabo nos mandó formar, entonces aviso al sargento
Campano. Me gustaba nombrarlo por su nombre, porque me acordaba de lo que me pasó
en Santoña con él, que no lo he podido olvidarlo nunca más.
Cuando vino el sargento, pasó lista y nombró las imaginarias. Tocaron silencio y nos
acostamos a dormir. Pero allí no podía dormir nadie, parecía que estábamos en medio de
la montaña, con el aire que entraba por las ventanas y por las puertas, hacía un frío que
pelaba.
Yo no dormí en toda la noche, pensando que se hiciera de día para levantarme y
caminar un poco, a ver si entraba en calor.
Al día siguiente, tocaron diana y todos decíamos lo mismo:
- ¡ Esto es una nevera, aquí no hay quién duerma !
Pero en aquellos tiempos, no podías protestar, porque te daban dos hostias y al
calabozo, tenías que aguantar todo lo que viniera.
Bajamos a la cocina y nos reparten el café, que era agua sucia y nos dan un chusco
para mojar. Cuando terminamos, nos llaman a formar y nos dicen:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Ahora tenemos que ir a buscar el resto de los camiones que dejamos aparcados a
la entrada de Madrid.
Nos llevaron al nuevo aparcamiento y subimos unos cuantos en cada camión y
salimos a buscar los primeros camiones que trajimos, que los tuvimos que dejar allí
aparcados, porque se ve que todavía no tenían seguro el lugar donde se quedaría el
batallón.
Estuvimos dos días trasladando los camiones.
Cuando llegué del último viaje, me estaba esperando aquel muchacho que vino
conmigo en el camión de Santoña y me dice:
- Las latas que hemos traído de conservas, no las compra nadie porque son
anchoas con la raspa y con sal.
Y yo le dije:
- ¿ Pero no te las compran por ningún precio?
Y me dijo que no. Entonces cogí una lata, que eran de las más grandes que había y
le digo:
- Vente conmigo.
Cuando estábamos por el centro del pueblo, veo un bar que tenía unos bocadillos
dentro de una vitrina. Me meto dentro del bar y pregunto por el dueño. Cuando sale, le
digo:
- Mire, ¿ a usted le interesaría comprar anchoas?
Y me dice:
- Como son, ¿ en aceite?
Y le enseñé la lata y le dije:
- Son estas en sal muela.
Entonces él me contestó:
- No, porque tiene mucho trabajo, tienes que quitarles la espina y lavarlas muy bien
y te hacen perder el tiempo, no me interesa.
Y yo pensé:
- Tendremos que tirarlas.
Y le propuse un trato, le dije:
- Mira, nos da un bocadillo de esos que tiene en la vitrina de queso y dos pesetas a
cada uno y le damos las diez latas como esta.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Y él contestó que no. Pero cuando nos marchamos, nos llama y nos dice:
- Mira, tráemelas, ya veré lo que hago con ellas, porque veo que tenéis ganas de
merendar y el bocadillo os sentará bien.
Fuimos al aparcamiento y cogimos las latas para llevárselas. Cuando las
entregamos al dueño, ya estaba haciendo tratos con un señor para venderlas, porque
cuando entramos en el bar, nos dijo aquel señor:
- ¿ Estas son las latas de anchoas que vendéis?
Yo le dije:
- No, que son para este señor.
Entramos para dentro del bar y las dejamos en una de las mesas. Entonces el
dueño del bar me dio las cuatro pesetas y nos dice:
- Sentarse en una mesa, que os traeré los bocadillos.
Yo le dije:
- No hace falta, los comeremos por la calle.
Entonces él me contestó:
- Sentarse que os pondré un cuarto de vino y unas aceitunas.
Entonces nos sentamos en la mesa y nos puso lo dicho y nnerendamos un poco.
Cuando terminamos, nos marchamos hacia la calle y busqué un estanco para
comprar sobres, papel para escribir a mi casa, una paquetilla de tabaco y un librito de
papel para liar los cigarros. Recuerdo que el papel era de la marca smoking.
Seguidamente nos marchamos para el cuartel. Cuando llegamos, subimos a la
compañía, que no se podía estar allí dentro del aire que corría. Aquello, en vez de ser un
cuartel, parecía un colador, porque entraba el aire por todas partes.
Cogí el tintero y la pluma y me bajé para abajo. Busqué un rincón donde no pasara
mucho aire y me puse a escribir a mi casa, para que supieran de mí y al mismo tiempo de
mi nuevo domicilio. Terminé de escribir y al momento, tocaron para cenar.
Recuerdo la cena que nos dieron, se componía de repollo sin aceite, porque el
aceite iba a precio de oro, pero le ponían un chorro de vinagre y también nos dieron una
lata de atún con un chusquito de pan. Yo por lo que vi aquella noche pensaba:
- Aquí voy a pasar mucha hambre.
Y así fue, porque el repollo no faltaba en ninguna comida de día y de noche y
siempre acompañado del vinagre. Cuando cogíamos la comida, teníamos que pasar por
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G. Monserrate Memorias de la guerra
un pasillo que había muy largo, pues estaba todo el suelo que no se podía pasar, porque
todos tirábamos el repollo en aquel pasillo, pero lo más bonito era que te obligaban a
cogerlo.
Formábamos por compañías y los cabos estaban a la alerta de que no faltara
ninguno de su escuadra, y si faltaba alguno, a la hora de coger el rancho, le ponían una
imaginaria o limpieza, ó sea, que tenías que cogerlo aunque lo tiraras. Lo único que
aprovechabas era el segundo plato, que cogías el chusco y a veces una ensalada de
tomate con sal y vinagre, con una sardina en escabeche. Casi todos los días era lo
mismo. El domingo cambiaban, hacían arroz con mejillones y almejas, pero siempre
estaba o crudo o le faltaba sal. Aquellas comidas no valían nada. A las horas de comer y
de acostarme, no podía olvidarme de lo bien que lo pasé estando en Santoña, con
aquellos mariscos y los platos de lentejas con arroz o garbanzos que yo me comía y
ahora tenerlo que pasar tan mal. Yo no podía soportar aquella manera de vivir, pero tenía
que aguantarme, nada más pensaba en cuando podía licenciarme y me faltaban todavía
dos años y medio.
Recuerdo que una vez estuvo lloviendo cuatro días y por la noche, cuando nos
acostábamos, teníamos que correr las camas para el centro de la sala, porque entraba
agua y te mojabas. Y si hacía aire, aunque te pusieras en el centro, también te salpicaba
el agua de la lluvia. Y tenías que aguantarte, porque no pensaban darle ninguna solución,
porque la mayoría de los que estábamos allí, habíamos pertenecido a la zona roja y nos
tenían manía. Mira si nos tenían manía que pidieron para hacer oposiciones para cabos y
yo estaba comentando con un compañero si él se presentaba para cabo y al mismo
tiempo que hacíamos el comentario, pasaba un muchacho que era de Cuenca y escucho
el comentario y se volvió y nos dijo:
- ¡ No hacerse ilusiones, que vosotros no podéis ser cabos, porque sois rojos !
Y yo sin pensarlo le contesté:
- ¡ Y vosotros hijos de puta !
El muy cabrón se marchó al despacho del sargento Campano y le explicó lo que
había pasado. Sale con el sargento del despacho y se vienen derechos a mí y se quedó
un poco parado como diciendo:
- ¡ Éste es el que le pegué la torta !
Y me pregunta:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
preguntó que de dónde era y yo le dije que de Barcelona. Entonces ella se quedó un
poco sorprendida y con la voz muy lánguida me contestó:
- ¿ Tú eres catalán?
Y yo, sin darle importancia le contesté que si. Terminamos de bailar y cuando
empieza el baile nuevo, me dirijo hacia ella otra vez para bailar y me dice que estaba
cansada. Entonces me voy a otra muchacha de las conocidas y le pido para bailar y me
dice lo mismo, que estaba cansada. Pero, al momento las veo que estaban bailando con
otro. Y pensé:
- ¿ No se lo que habrá pasado? Si estábamos muy contentos hace un momento.
Y me di unas vueltas por el baile y comprendí que yo estaba de más allí y me
marché pensando:
- ¿ Qué es lo que habré hecho mal para que me desprecien de esta manera si todos
se reían conmigo de ver las bromas que yo hacía durante el baile?
Esa misma tarde me marché para el cuartel y cuando llegué, subí para la compañía,
con el mal humor que llevaba y me dice el soldado que estaba de cuartel:
- ¿ Cómo es qué estas aquí a esta hora? ¿ Es qué no has ido al baile hoy?
Le expliqué lo que me había pasado y me dijo:
- No hagas caso, mira, al Flamarich y al Bosch también les pasó un caso parecido al
tuyo en ese mismo baile.
Estuve pendiente para cuando viniera uno de los dos, comentar lo que me pasó.
Vino primero el Flamarich, que era muy amigo mío, también era catalán, nacido en la
barriada de Horta. Le expliqué mi caso y me dijo:
- El Bosch y yo estábamos hablando en catalán en ese mismo baile y todavía fue
peor que a ti, empezaron a abuchearnos y a decirnos:
- ¡ Fuera, fuera !
Pero nosotros contestamos en catalán:
- ¡ Què us donguin pel cul a tots !
Y nos marchamos.
Cuando terminó de darme esta explicación, me di cuenta del porque me
despreciaban, porque me vino a la memoria que me preguntó aquella muchacha de
dónde era y yo le dije que de Barcelona. Solamente por ser catalán tuve que marcharme,
porque todos me despreciaban. En aquellos momentos en que yo analizaba aquel caso,
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G. Monserrate Memorias de la guerra
me dio tal rabia que yo nunca había sido racista y en la actualidad, sigo sin ser racista.
Me di cuenta de lo que fue el separatismo. Ellos fueron los que me despreciaron, yo
siempre fui partidario de la cordialidad entre todos los españoles y lo sigo siendo, porque,
yo siendo catalán, cuando estoy hablando con otro catalán y viene un castellano y sé que
no entiende el catalán, cambio al castellano, para que pueda participar en la
conversación.
Pero a pesar de todo, aquel día me despreciaron, me vi tan solo que me invadió un
momento de rabia que en mi mente se reflejaba desde tan lejos, aquel pedazo de
Cataluña que entró dentro de mí, como si lo hubiera recogido y depositado en una copa
para beberlo y tenerlo siempre cerca de mi corazón. Y a pesar de todo, respeto a todas
las banderas de este país y considero que todos somos amigos, siempre que respeten mi
bandera, porque si delante de mí oigo ofender a Cataluña, no puedo decir lo que yo
haría. Pero no creo que me quedara con las manos cruzadas, porque cuando se ama a
un país, de verdad se ama hasta la muerte. El día que me hicieron aquel deprecio en el
baile, me hicieron un favor, porque me di cuenta de lo que apreciaba a mi tierra, a pesar
de tenemos con la boca tapada durante toda la dictadura franquista. Este relato que
termino de escribir, ha sido para quedarme tranquilo, porque lo llevaba mucho tiempo
dentro de mí y ahora que ya soy mayor, no quiero llevármelo a la tumba conmigo, quiero
que por lo menos mis nietos y los hijos de mis nietos, si este libro se conserva, cuando
nombren a su abuelo, que tengan un recuerdo de como era yo.
Ahora continuo. Estando en el servicio militar, a los seis meses de estar en aquel
cuartel, nos dan la orden de trasladarnos a otro edificio que estaba en el centro del
pueblo, que desde el día antes, había servido para alojar un batallón de trabajadores, que
eran prisioneros de guerra y que los mandaban para construir el valle de los caídos. Nada
más marcharse ellos, nos llevaron a nosotros a aquel edificio, que por dentro era todo de
madera. Este tenía ventanos y puertas, pero también estaba lleno de miseria. El suelo
todavía estaba lleno de la paja y sin limpiarlo. Colocamos las camas y como ya era muy
tarde, nos dijeron:
- Mañana dedicaremos todo el día para hacer zafarrancho.
Al día siguiente, cuando nos levantamos, teníamos varias escobas y un depósito
lleno de zotal. Y nos dedicamos a barrer y los otros a tirar el zotal. Aquellas naves
estaban llenas de miseria. Yo creo que, hasta en las bombillas tenían chinches. Aquella
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G. Monserrate Memorias de la guerra
noche no pudimos dormir de la peste que había allí dentro del zotal, tuvimos que dormir
con las ventanas abiertas toda la noche para que se marchara aquella peste. Menos mal
que era verano.
Al día siguiente, cuando nos levantamos, tenían preparado unos depósitos llenos de
cal en líquido y varias brochas. Empezamos a emblanquinar toda la nave, tuvimos que
darle cuatro pasadas. Estuvimos cinco días emblanquinando y después de tantas
pasadas, se quedó como aquel dicho que dice:
" Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. "
Pero al menos le liquidamos todos los microbios que tenía y olía a limpio. Cuando
terminamos ya serían las once de la mañana y nos llamaron a formar en el patio. Y
íbamos llenos de cal y cuando estábamos en formación nos dice el sargento:
- Ahora os darán un mono nuevo y unas alpargatas también nuevas, y como aquí no
os podréis lavar bien, nos marcharemos al río, nos bañaremos y al mismo tiempo os
quedaréis más limpios.
Nos dieron el mono y las alpargatas y en formación, nos marchamos para el río, que
está a las afueras de Aranjuez. Recuerdo que encima del río, en la misma orilla del
puente, había como una especie de restaurante que le llamaban " La Rana Verde" . Este
río pasa rozando los jardines del palacio de Aranjuez. Cuando llegamos al río,
empezamos a quitarnos la ropa. Y hacía un día de sol muy bueno. Dentro del agua se
estaba muy bien. Estuvimos tres cuartos de hora bañándonos. Nos dieron la orden de
vestirnos y una vez vestidos, nos formaron y pasaron lista y faltaba uno. Entonces el
sargento dijo:
- Seguramente se ha marchado para el cuartel.
Y contestó un soldado:
- No puede haberse marchado, porque ha estado bañándose conmigo hasta hace
un momento.
Entonces el sargento ya se puso un poco nervioso y dijo:
- No puede haberse ahogado, porque este río no tiene ningún peligro, pero le
daremos un repaso.
Y pidió voluntarios que supieran bucear y salieron diez o doce voluntarios. Y el
sargento les dijo:
- Con la mitad ya tengo bastante.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Y le dijo al cabo:
- Tú márchate con los demás para el cuartel, que yo ya iré cuando le demos una
mirada al río, por si estuviera en el fondo.
Cuando llegamos al cuartel, ya era la hora de la comida. Aquel día si que comimos
bien. Me acuerdo que fueron patatas con carne muy espesas y le dije al cabo que estaba
sentado al lado de mí:
- ¡ Esto si que es comer!
Y me contestó:
- Este mes comeremos bien, porque el oficial que ha entrado de cocina, viene de
una familia que tiene muchos millones y no necesita robar del presupuesto de la cocina.
A las tres horas llegaron los que se quedaron en el río para ver si lo encontraban,
pero no lo encontraron dentro del río. Entonces empezaron a hacer comentarios que a lo
mejor es que había desertado, ya lo daban, porque se marchó del ejército. Pero pasaron
unos días y se presenta uno de los soldados de aquellos que estuvo buceando y le dice
al oficial que estaba de guardia en la puerta:
- ¡ He encontrado el cadáver del soldado, está en el río !
Y le preguntó:
- ¿ Cómo ha sido que lo has encontrado?
- Es que yo tenía manía de que tenía que estar allí y todos los ratos que tenía libres,
me dedicaba a buscarlo por el río y lo he encontrado cogido entre unas raíces de unas
plantas de río.
Fueron tres de los que sabían bucear y lo vieron metido entre las raíces. Cuando lo
sacaron, estaba completamente hinchado, a punto de reventar. Rápidamente avisaron a
la familia, que era de Barcelona y los trajeron con un coche militar. Vinieron el padre, la
madre y una hermana con el marido. Cuando llegaron, ya los estaban esperando varios
oficiales, algunos venidos de Madrid, habían comandantes y un general. Les dieron el
pésame y fueron para la iglesia. La iglesia pertenecía al palacio de Aranjuez. La puerta
estaba llena de gente del mismo pueblo y todo el batallón nuestro y también había una
banda de música que pertenecía al cuartel de infantería que también estaban en
Aranjuez. Cuando entraron los familiares a la iglesia, la madre y el padre se lanzaron
sobre la caja del hijo y la madre se desmayó, se cayó al suelo. La recogieron y tuvieron
que hacerle aire. Al momento volvió en si y no paraba de llorar. Cuando ya estaba más
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G. Monserrate Memorias de la guerra
calmada, pidió que trasladaran el cadáver a Barcelona y le dijeron que sí, pero que
tendrían que esperar, por lo menos, un par de días, porque el cuerpo estaba bastante
descompuesto y tenían que llevárselo a Madrid para prepararlo para poder trasladarlo a
Barcelona.
Cuando terminaron los funerales, y ya estaban un poco más tranquilos, la familia
quiso conocer el soldado que había encontrado el cuerpo en el río. Lo llamaron y lo
presentaron a la familia. La madre le dio unos besos llorando y las gracias y el padre
también le dio la mano y al mismo tiempo, le dio cincuenta pesetas y le dijo:
- Ten, como agradecimiento.
Él no las quería, pero un oficial de los que estaban presentes dijo que las cogiera.
Aquella misma noche, se marcharon en un coche militar de regreso a Barcelona.
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decía, le pidió el sable al oficial de guardia que también estaba encima del tablado y sin
desenfundarlo, empezó a pegarle golpes por la cabeza. Parecía que se había vuelto loco
pegándole. Yo pensaba:
- ¡ Vaya cura !
Con la mala leche, le pegó un empujón y lo tiró de arriba a bajo del tablado y dio la
orden que lo llevaran al calabozo y que pusieran una guardia continua. Y cuando terminó,
se dirigió a nosotros y dijo:
- Ya se que aquí hay varios que pensáis lo mismo que ese, pero conforme los vaya
descubriendo, os iré poniendo en forma como pienso poner a éste, ya podéis romper
filas.
El calabozo estaba en el mismo patio y la puerta era de rejas. Desde fuera se podía
ver los que estaban dentro. Cuando había algún amigo arrestado, si querías hablar con
él, o te pedía que le compraras alguna cosa de la cantina, no decían nada, porque no
tenían nadie vigilando. Pero cuando entró aquel pobre muchacho, pusieron dos soldados
de guardia, uno a cada lado de la puerta y no dejaban que se arrimara nadie, para que no
pudieran hablar con los presos.
Aquel día formaron un poco de fiesta y también dieron la comida, bastante buena y
también nos dieron un poco de vino en la comida. Cuando terminamos de comer, nos
marchamos de paseo por el pueblo toda la tarde. Pero a mí no se me olvidaba aquel
muchacho que estaba en el calabozo y pensaba:
- A ver que castigo le pondrán ahora.
Cuando terminé el paseo, lo primero que hice fue ir al patio para ver si podía verlo. Y
me di cuenta que ya no estaban los dos soldados de guardia en el calabozo. Me acerqué
a la reja y les pregunté a los que estaban allí dentro:
- ¿ Dónde está aquel muchacho?
Y me dijeron que se lo habían llevado en un coche y ya no supimos nada más de él.
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Voy a explicar otra anécdota que pasó un día, estando yo de guardia en la puerta
principal. Habían dos soldados de la quinta del treinta y seis que también les tocaba
guardia aquel día conmigo. Uno de ellos estaba de guardia en la puerta. Cuando me di
cuenta que se acercaba un señor que pasaba por allí, paseándose y se dirige al soldado
que estaba allí de guardia y se le queda mirando y le dice:
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- ¡ Aquí estas tú !
El soldado aquel no le contestó y se quedó muy nervioso mirándolo. Entonces aquel
hombre le dijo:
- Te has metido en la jaula tú mismo, ya sabes por lo que te lo digo ¿ verdad?
El soldado no le contestaba. Aquel hombre se marchó. Entonces le pregunté al
soldado:
- ¿ Qué te pasa con ese hombre?
Y me dijo:
- Es un vecino de mi pueblo y me parece que me he jugado el pellejo, porque
durante la guerra, estaba allí en el pueblo y era un fascista que nadie lo queríamos y yo
pertenecía a las juventudes libertarias y tomé parte en la liberación de mi pueblo.
Al momento llamó al cabo de guardia y le dijo que necesitaba ir al servicio un
momento. Entonces lo relevo y me puse yo mientras no venía. Pero pasaba el tiempo y
no volvía. Entonces, el cabo, viendo que el soldado no se presentaba, dio parte al oficial
de guardia y vinieron al cuerpo de guardia, el cabo y el teniente y me quedé sorprendido
cuando vi que el hombre que había estado hablando hacía un momento con el soldado,
también venía con el teniente. Seguramente que en aquel momento estaba poniéndole
alguna denuncia. Empezaron a buscarlo por todo el cuartel y no lo encontraron. Pero al
día siguiente, llegó la noticia al cuartel de que habían encontrado un soldado muerto en la
vía del tren, cerca de la cuesta de la Reina y comprobaron que era él. Seguramente que
durante la guerra se destacó en el pueblo en algo importante y aquel facha lo sabía y
debió pensar:
- Ahora me denuncia y no tengo salvación.
Y en aquellos momentos de miedo que tendría, debió de pensar:
- Lo mejor es tirarme al tren.
Y así lo hizo, para que no lo cogieran.
Pasaron dos meses y empezaron a dar permisos y recuerdo que el primer permiso
que dieron, fue para el soldado aquel que encontró en el río al que se ahogó. Le dieron
dos meses y a los demás nos dieron quince días. Cuando me tocó a mí, no marchaba
muy contento, porque no sabía lo que podía esperarme en Barcelona, después de tanto
tiempo y de haber salido huyendo de la policía, pero pensé:
- Ya no se acordarán de mí y siendo militar, no pueden arrestarme.
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La carta era más larga, pero no la recuerdo, solo me llamó la atención que al final
ponía:
" Se le considera adicto al régimen".
En aquel momento, si me pinchan con una aguja, no me sacan ni una gota de
sangre. Mira si reaccioné y me dio tanta rabia que la cogí con las manos y cuando la
tenía para romperla, me retuve y pensé:
- No la rompo porque me va a servir para hacerles la puñeta a ellos mismos.
Recuerdo que el mismo día que leí la carta, vino a mi casa un primo mío que todavía
estaba vivo, que se llama Antonio y cuando vio la carta, se encaró conmigo muy
enfadado y me dijo:
- Nunca pensé que tú tuvieras estas ideas.
Le aclaré lo que pasó y me dijo:
- ¿ Cómo podría yo conseguir un volante cómo el tuyo para poder, al menos, circular
tranquilo por la calle?
Y yo en broma le dije:
- Vente conmigo a la mili y te lo darán.
Cogí la carta y me la guardé en el bolsillo y pensé:
- Ya me servirá para algún caso que se me presente.
Yo seguía con la idea de marcharme aquel mismo día por la tarde y mi madre me
dijo:
- Te prepararé algo de comer para el viaje.
Y le dije que no, que en unas horas estaría en el cuartel y allí ya comería.
Cuando llegó la hora de marcharme, tenía preparado dos panecillos con una tortilla
de alcachofas repartida entre los dos panecillos y me supo muy mal, porque sabía que
aquello era la comida de ellos para aquel día. Recuerdo que mi madre me dijo antes de
marcharme si tenía dinero para el viaje y me dijo:
- Porque si no tienes, iré a la señora Marina, que me adelante un poco de dinero.
Entonces le dije que sí llevaba, para que no le pidiera, pero yo no llevaba ni cinco
céntimos en el bolsillo, porque pensaba:
- El viaje no me cuesta nada, ya me arreglaré hasta que llegué al cuartel. Me
marché para la estación. Cuando llego y voy a entrar en el andén, tenía que pagar para
entrar y me encuentro que no tenía dinero. Entonces ya me puse nervioso y empecé a
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Después de muchas horas de tren, llegamos a Madrid. Serían las once de la noche,
y pensé:
- A estas horas estará todo cerrado y por la calle no habrá nadie, me quedaré aquí
en el vagón y al menos no pasaré frío. Y mañana, cuando sea de día ya me marcharé
para el cuartel.
Pero cuando estaba casi durmiéndome, pasan unos hombres limpiando los vagones
y me dicen que aquí no podía quedarme, que estaba prohibido. Les expliqué mi caso y
me dijeron que no, que tenía que salir de la estación. Entonces salí de la estación y no se
veía un alma por la calle, pero vi la entrada del metro y pensé:
- Estoy salvado para pasar la noche.
Cuando empiezo a bajar las primeras escaleras me doy cuenta que las puertas
estaban cerradas, y que al final de las escaleras habían cuatro o cinco muchachos que
tenían un fuego encendido y estaban pasando allí la noche. Tenían cara de maleantes.
Cuando me vinieron a mí, me dijo uno de ellos sin levantarse del escalón que estaba
sentado:
- Oye militar, ¿ buscas habitación?
Y yo le contesté que no, porque no tenía dinero. Entonces él me dijo:
- Alguna peseta llevarás.
- El único dinero que tengo es una moneda de dos reales.
Y él me dijo:
- ¿ Y comida llevas?
- Mira, llevo dos panecillos con tortilla.
- Ya es bastante.
Se levantó y me dijo:
-Vente conmigo.
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A todo esto ya serían la una de la noche. Me llevó a una casa que había cerca de
allí y bajamos al sótano. Habían seis o siete personas durmiendo y me señala un catre
con un colchón muy viejo y me dice:
- Ya puedes dormir allí.
Le di los dos reales y los dos bocadillos y se marchó.
Pero yo no dormí porque pensaba:
- Si me quedo durmiendo, algún fulano de estos me va a quitar el macuto.
Me pasé toda la noche escuchando ronquidos y mirando una ventana pequeña que
tenía arras del techo, que daba a la calle, esperando que se hiciera de día para salir de
aquel sótano. Cuando vi que ya amanecía, subí para arriba y salí a la calle y ya se notaba
mucho movimiento.
Me fui a la esquina de la calle Atocha y esperé que pasara algún camión que fuera
por la carretera de Aranjuez. Paré varios camiones y ninguno iba para allí. Cuando
llevaba más de dos horas esperando, pasó un camión que venía de Valencia y lo paré. Le
pregunté si pasaba por Aranjuez y me dijo que si. Entonces pensé:
- Menos mal que he encontrado uno que va hacia allí.
Le dije si podía llevarme y me dijo:
- Si, pero tardaremos bastante rato en llegar, porque estoy haciendo el reparto y
tengo que pararme en algunos pueblos a descargar material.
- Me es igual a la hora que llegué, porque estoy de permiso.
Al primer pueblo que paró para descargar, yo también me bajé del camión, y me
subí por la parte de atrás. Le iba dando el material que él me señalaba con la mano. Todo
lo que llevaba en el camión eran azulejos de varios colores y dibujos que servían para
adornar las paredes. Paramos en algunos pueblos, en los que tenía que desviarse de la
carretera general. Cuando terminó el último pueblo, que ya íbamos para Aranjuez,
pasamos cerca del cerro de los Ángeles y en un merendero que había en la misma
carretera, paró el camión y me dijo:
- Bájate que vamos a refrescarnos un poco.
Y nos sentamos en una de las mesas que tenían en la puerta y me dice el chófer:
- ¿ Qué quieres tomar?
Le dije que no quería tomar nada y él me contestó:
- Tómate algo que te lo has ganado descargando.
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Le dije:
- Bueno, tomaré lo que tome usted.
Recuerdo que pidió un plato de caracoles que picaban que no se podían comer. Nos
pusieron un poco de pan y medio litro de vino. Cuando terminamos de comer, me dice:
- Ahora ya te llevo al cuartel y yo sigo repartiendo mientras me quede material.
Entonces le dije:
- Si quiere me marcho con usted y le ayudo, porque estoy con permiso y me es lo
mismo estar en el cuartel que estar ayudándole a usted.
- Ya me gustaría, pero cuando termine el reparto tengo que regresar por otra ruta
para aprovechar el viaje y cargar material de nuevo.
Cuando llegamos a Aranjuez, se paró en la gasolinera para repostar de gasolina y le
señalé con la mano donde teníamos el cuartel. Le di las gracias por haberme traído y me
contestó:
- Ya me gustaría encontrarme cada vez que salgo de reparto alguien que me
ayudara como lo has hecho tú. Yo soy el que tengo que darte las gracias a ti, por tu
trabajo.
Nos dimos la mano y le dije:
- Hasta otra, si nos encontramos, adiós.
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que me marchaba, que era muy tarde y me quedaría sin cenar. Entonces, el Anguera me
cogió por el brazo y me dijo:
- Hoy no te vas a marchar, entra con nosotros.
Y yo empecé a hacer fuerza para que no me sujetara, pero entre los cuatro me
entraron para dentro. Ya no quise resistirme más y me senté con ellos. Nos sentamos en
una mesa de las que habían de mármol, alargadas. Yo me senté en una punta de la
mesa y ellos, dos a cada lado de la misma.
Cuando viene el dueño para preguntar lo que íbamos a comer, les dice:
- ¡ Hombre, hoy traéis un invitado !
Nada más me faltó que dijera aquella palabra el dueño del bar, para ponerme más
nervioso. Nos pregunta:
- ¿ Qué vais a comer?
Le contesto el Anguera:
- Lo mismo que anoche, judías secas.
Nos trae las judías en un plato para cada uno y empezamos a comerlas. Y estaban
riquísimas, tenían un poco de caldo y pedacitos de chorizo. El caldo estaba muy colorado
y picaban una barbaridad, pero con vino pasaban muy bien. Terminamos el plato y piden
otra ración para cada uno y más vino. Yo ya me empecé a entonar, me puse un poco
alegre y ellos también. Empezamos a tatarear una canción y seguimos cantando. Como
siempre, todas las canciones que cantan los de Bilbao. Mientras cantábamos, no
parábamos de beber vino. Pillamos una torta que la faena fue nuestra para llegar al
cuartel. Tuvimos suerte que no encontramos a los que van de vigilancia por la calle,
porque si nos llegan a ver, aquella noche hubiéramos dormido en el calabozo.
Al día siguiente, cuando me desperté, me di cuenta que estaba vestido. Nada más
me faltaban las botas, que las tenía en la puerta de la entrada de la compañía, ó sea, que
me acosté vestido. Menuda torta pillamos. Pero lo pasamos muy bien.
Desde aquella noche, me invitaron muchas veces, porque me decían que yo les
animaba a pasarlo bien. Y a ellos no les faltaba dinero para pagar. Pasamos muy buenos
ratos los cinco.
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Una mañana, cuando tocaron diana, me desperté y miré por la ventana y estaba
todo blanco de nieve. Había estado nevando toda la noche y seguía nevando todo el día.
En las calles no se podía transitar de tanta nieve que caía.
Al día siguiente nos formaron en la compañía y nos dijeron que nos preparamos,
que teníamos que salir con los camiones para hacer un servicio. Aquella misma mañana
nos dieron rancho en frío y salimos para el aparcamiento. Cuando llegamos, todo estaba
cubierto de nieve, los camiones parecían montañas cubiertas de nieve. Empezamos a
quitar la nieve de los camiones como pudimos y a ponerlos en marcha. Algunos se
ponían en marcha y otros no podíamos, porque los motores estaban helados. Los
camiones que logramos poner en marcha, los aparcábamos en la carretera. Cuando
conseguimos tener unos cien camiones en marcha, todos alineados, entonces pasó la
cuba de la gasolina llenando los depósitos de la misma. Nos formaron de nuevo y nos
dieron las órdenes de lo que teníamos que hacer.
Aquella mañana hacía un frío que no se podía resistir, pero yo estaba sudando de
hacer tantos esfuerzos para ayudar a sacar los camiones de aquella mole de nieve, que
había en todo el aparcamiento.
En aquel momento nos dieron la orden de subir a los camiones y seguía nevando.
Subimos cada uno a su camión. Entonces pasó el teniente con su coche dándonos la
orden de marcha. Empezamos a salir por la carretera, en dirección a Madrid. Aquello
parecía la procesión de Sevilla, de lentos que íbamos. Estuvimos mucho rato que
teníamos que parar y volver a arrancar y ya hubo un momento que salimos con bastante
marcha.
Cuando llegamos a Madrid, tomamos la carretera que nos conducía a Segòvia. Por
allí se iba un poco mejor, pero cuando llegamos a Alto de los Leones, había una cantidad
enorme de nieve, se hacía imposible poder circular. Y menos mal que yo iba entre medio
del convoy y los llevaba por delante de mí. Me hacían paso con sus ruedas.
Cuando llegamos a Segòvia, atravesamos por debajo del acueducto y a las afueras,
muy cerca de allí, nos paramos en la carretera. Y había unas naves muy grandes que
estaban llenas de paja. Entonces empezaron a cargarnos los camiones de paja. Y
mientras nos cargaban, recuerdo que estábamos parados y vino un cura, que
seguramente sería algún obispo, porque llevaba un casquete en la cabeza y un fajín todo
de color de rosa y dos monaguillos. Y empezaron a pasar por delante de cada camión. Se
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paraban y hacían la misma operación que hacen en los entierros, bendecirlos. Cuando
nos iban cargando, teníamos que marcharnos por el centro de Segòvia y salimos a las
afueras, esperando que estuvieran todos cargados.
Cuando terminaron de cargar, salimos otra vez para Madrid. Pero el regreso,
todavía fue peor, porque nos cargaron los camiones que sobresalía la carga de paja un
metro de la caja del camión. Te veías negro para poder dominarlo. Cuando cogías una
curva, parecía que te se volcaba. Y todavía seguía nevando.
Recuerdo que durante el viaje me encontré, por lo menos, cuatro camiones volcados
por la carretera.
Cuando llegamos a Madrid, nos dirigimos a la estación del tren y empezaron a
descargarnos la paja y a cargarlos en los vagones del tren. Conforme nos iban
descargando, nos mandaban, de veinte en veinte, con un cabo para el cuartel, ó sea, otra
vez para Aranjuez.
Cuando llegamos al aparcamiento, veo otra fila de camiones preparados para salir
en la carretera. Entramos en el aparcamiento y dejamos el camión.
Y ya serian, por lo menos, las doce de la noche cuando llegamos y nos dicen:
- Derechos para el cuartel, que os darán la cena y enseguida que cenéis, a dormir,
que mañana tenéis que madrugar para repetir el viaje otra vez al mismo lugar.
Aquella noche, cuando estaba en la cama, tenía una mala leche de pensar el día
que pasamos, tan malo, con el peligro de volcar y matarte y tener que repetirlo.
Al día siguiente, a las siete, tocan diana y como que nada más habíamos unos
ciento treinta chófers en el batallón, tuvimos que repetir los mismos el viaje. Nos dieron el
rancho en frío y otra vez para el aparcamiento. Menos mal que ya no nevaba, pero nada
más habíamos dormido unas cinco horas y estábamos bastante agotados del dia anterior.
Como que ya estaban los camiones preparados en la carretera, nos mandaron subir y
otra vez camino de Segòvia.
Esta vez la carretera estaba un poco mejor, pero el Alto de los Leones seguía lo
mismo. Aquel lugar ya era peligroso sin nieve, pues teniendo nieve era más peligroso.
Cuando llegamos a Segòvia nos dirigimos al mismo lugar que cargamos ayer, pero
esta vez nos cargaron los camiones con alfalfa seca y hacíamos lo mismo del día
anterior: Cuando estábamos cargados, pasábamos por el centro de Segòvia y
aparcábamos a las afueras.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Pero cuando hacía una media hora que estábamos acostados, entró el sargento en
la compañía y nos mandó levantarnos de la cama a todos, nos hizo formar en
calzoncillos. Y nos dijo:
- Seguirme.
Nos bajó al patio y nos dijo:
- Mientras no aparezca el reloj vais a estar corriendo sin parar ni un minuto.
Empezamos a correr alrededor de un pino muy alto y muy recio que había en medio
del patio. Aquella noche hacía bastante frío y mientras no empezamos a correr, no
parábamos de tiritar de frío. Cuando llevábamos más de dos horas corriendo ya se cayó
uno al suelo, porque no podía aguantar más. Nosotros, cuando vimos que caía al suelo,
fuimos a socorrerlo y el sargento dijo:
- ¡ Dejarlo y seguir corriendo !
Nosotros seguimos corriendo y él se quedó tendido en el suelo y cuando
pasábamos cerca de él le teníamos que saltar por encima o esquivarle. Serían las dos de
la noche y por lo menos habían catorce o quince tendidos en el suelo, los que todavía
aguantábamos, ya no corríamos íbamos casi caminando. Y cada vez aumentaban los que
se caían al suelo. Yo pensaba:
- Si esto dura más, yo me tiro al suelo también.
Porque aquello no se podía aguantar más.
Serían las tres de la mañana, cuando el cabrito del sargento nos dice que podíamos
marcharnos a dormir. Ayudamos a levantar algunos del suelo que les costaba caminar. Y
cuando llegamos a la compañía, nos tiramos encima de la cama y nos quedamos
durmiendo.
Al día siguiente, cuando tocaron diana, de nuestra compañía casi nadie no podía
levantase, del dolor que teníamos en las piernas. Te ponías de pie y tenías que sentarte,
porque te caías al suelo. Viendo que la gente no se levantaba, entró el sargento en la
compañía y empezó a dar gritos para que nos levantáramos. Y cuando se dio cuenta de
lo que pasaba, mandó llamar a los enfermeros para que nos dieran una mirada. Vinieron
dos enfermeros y nos estuvieron tocando por las piernas y comprobaron que no
mentíamos. Entonces nos dijeron que aquel día no saliéramos de la compañía, que
reposáramos. Pero a media mañana vino el capitán médico, que se cuidaba de la
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G. Monserrate Memorias de la guerra
enfermería del cuartel y subió a la compañía. Entró y estuvo comprobando lo que nos
pasaba y se marchó sin decir nada, ni hacer una pregunta.
Aquel día nos subieron el rancho y lo repartieron en la compañía. Y al sargento no le
pasó nada, pero se le veía que estaba muy preocupado.
Este relato lo escribo para que os hagáis una idea de lo que nos pasó, porque
desapareció un reloj, si no se descubre el robo de las ruedas y las cajas de herramientas,
en aquel momento lo hubiéramos pagado todos y yo creo que hubieran sido capaz hasta
de mandarnos a un batallón de trabajadores.
Siguiendo con los viajes de Segòvia, cuando cumplimos con estos viajes y
después de dejar los camiones aparcados en su lugar, nos marchamos para el cuartel.
Cenamos y fuimos a la cama.
Al día siguiente, cuando nos levantamos, estaba muy nublado y nos dejaron en el
cuartel, sin hacer ninguna clase de servicios. Por la tarde quería salir un rato de paseo y
empezó a caer otra vez nieve. Ya no salí. Me subí a la compañía, me eché encima de la
cama y me quedé dormido toda la tarde. Cuando me asomé a la ventana, comprobé que
la calle estaba llena de nieve otra vez.
Por la noche, cuando pasaron lista, nos dice el sargento:
- Prepararse, que mañana tenemos otra vez viaje.
En aquel momento ya empezaba a ponerme de mal humor, porque sabía que tenía
que volver a pasarlo mal por la nieve.
Aquella noche estuvo nevando, no caía mucha cantidad, pero no paró de caer.
Por la mañana, cuando tocaron diana, nos levantamos y después de tomar el café,
tocan a formar y nos dan el mismo rancho: una lata de carne en conserva y dos chuscos.
Y nos dicen que cogiéramos una manta y el macuto. Subimos a la compañía y cogimos
las dos cosas que nos dijeron. Inmediatamente tocan a formar de nuevo y salimos hacia
el aparcamiento.
En aquel momento no nevaba, pero las calles tenían más de un palmo de nieve.
Cuando llegamos, ya teníamos los camiones colocados en la carretera con los
motores en marcha. Y antes de subir a los camiones, nos dicen:
- Procurar no separarse uno del otro, porque hoy cogeremos otra ruta y podríais
perderos y desviar el convoy.
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lateral de la carretera, se paró el camión. Menos mal, porque me parece que aquel día
hasta me meé encima del susto. Y cuando ya me vi salvado, rasqué el cristal de nuevo y
seguí mi camino.
Pero por la carretera me encontré varios camiones volcados. Aquel servicio que
nosotros estábamos cumpliendo aquellos días, no creo que fueran necesarios, si no es
en el caso de una guerra o de una fuerza mayor . Pero si que existía esa fuerza mayor,
porque de nosotros dependía que al día siguiente no faltara la ración del pan en Madrid,
porque los trenes, que era el único medio que tenían para traer la harina, no podían
circular debido a las grandes nevadas que estaban cayendo aquellos días. Por ese
motivo tenían que movilizar al ejército y costara lo que costara, no podía faltar el pan en
la capital.
Yo y otros pudimos llegar al punto de carga, que fue en la provincia de Soria, en el
pueblo de Burgo de Osma, en una harinera que estaba tocando en las orillas del río
Avión. Allí nos cargaron veinticinco sacos de harina en el camión y nos íbamos
marchando de diez en diez de regreso para Madrid.
Recuerdo que serían las cuatro de la tarde y ya hacía un rato que dejó de nevar,
incluso salió un momento el sol. La carretera estaba en mejores condiciones, porque
nosotros mismos cuando pasamos por arriba con el pasó de los camiones, marcamos la
carretera y tenías una guía.
Empezó a oscurecer y nosotros encendimos los faros sin parar. Seguimos a una
velocidad de unos veinticinco kilómetros, bastante separados unos de los otros por si
tenías que frenar, que no te pegaras el golpe con el de delante tuyo.
De noche, con los faros encendidos, podías divisar mejor la carretera y despacio
ibas tirando como podías. Durante la noche nos cruzamos con uno de los camiones que
estaba volcado en la cuneta y tenían los sacos de harina tirados por la nieve.
Cuando llegué enfrente del mismo, me hicieron el alto y me dijeron que tenían que
cargarme un saco de aquellos, porque estaban repartiendo la carga entre todo el convoy .
Cuando me cargaron, emprendí la marcha. De nuevo pasé toda la noche conduciendo.
Cuando llegamos cerca de Madrid empezaba a hacerse de día. En llegar a la
capital, nos indicaron donde teníamos que aparcar. Era junto unas naves que habían muy
grandes. Cuando aparcamos todavía no era la hora de empezar a trabajar. Entonces me
lié en la manta y dormí más de una hora metido en la cabina del camión.
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En aquel momento nos llaman a formar para pasar lista. Nosotros ya esperábamos
que nos dijeran otra vez que nos preparáramos para salir de viaje, pero no fue así.
Pasaron lista, rompimos filas y no dijeron nada.
Mientras nos quitábamos la ropa para acostarnos, empezamos ha hacer un poco de
broma. Entre todos nos tirábamos las almohadas y las botas, pero yo tuve la desgracia
que le tiré una bota a uno, que se marcho corriendo para que no le diera y salió por la
puerta de la compañía. Y al mismo tiempo entraba el sargento y le di con la bota en la
cara. Me quedé firme y él me miró con cara de mala leche. La compañía se quedó en
silencio. Entonces llamó al cabo y le dijo que porque consentía aquel jaleo. El cabo no
contestó y el sargento le dice:
- Mañana preséntese a mí y a Monserrate póngale toda la semana la imaginaria de
las dos a las cuatro y que empiece hoy mismo.
Dio la vuelta y se marchó. Entonces el cabo nos dijo:
- La culpa es mía, por ser demasiado bueno, pero de ahora en adelante vais a saber
quien soy yo.
Llamó a los imaginarias y les dijo:
- El que tenga la imaginaria de doce a dos, que llame a Monserrate y a continuación
seguís el turno.
Nos acostamos a dormir y a las dos me despiertan para empezar mis dos horas de
imaginaria. Me levanto y empiezo a pasearme de un lado al otro de la compañía para no
dormirme.
Pero serían las tres y aparece el sargento por la puerta de la compañía. Me voy
derecho a él y le digo:
- Sin novedad en la compañía.
No me dijo nada y se marchó.
Pero él vino para ver si me pillaba durmiendo. Y entonces me hubiera podido
mandar al calabozo.
Cuando terminé mi imaginaria, desperté al siguiente y me acosté de nuevo otra vez.
Al día siguiente, cuando nos levantamos, seguía estando muy nublado. Parecía que
tenía que llover.
Tomamos el café y cuando terminamos nos llaman a formar y el cabo nos dice:
- Prepararse que tenemos que hacer zafarrancho.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Esto era una venganza por lo que pasó la noche anterior, porque el cabo dijo que
era orden del sargento.
Empezamos a levantar las camas, quitamos la manta y las sábanas y apartamos
todas las camas a un lado y barrimos toda la compañía. Preparamos los cubos con agua
y zotal y empezamos a echarles a las camas. Pero cuando serían las doce del día sube el
cabo y nos dice:
- Dejar de limpiar y colocar las camas cada una en su sitio, pero rápido que tenemos
que formar.
Terminamos enseguida de colocarlas. Nos forman y nos dicen:
- Tenemos que salir otra vez de viaje, pero esta vez llevaréis un ayudante cada uno.
Pero los ayudantes eran de los que estaban aprendiendo a conducir, que cada día
hacían prácticas con un camión.
Nos dieron el rancho doble, porque teníamos que cenar.
Cuando salimos para el aparcamiento, se acerca a mí aquel que cogió la caja de
anchoas en Santoña y me dice:
- ¿ Quieres que yo vaya contigo de ayudante?
Le dije:
- Bueno
Se lo dijo al cabo y éste también le dijo que estaba de acuerdo.
Ya teníamos los camiones preparados en la carretera y nos dicen:
- El viaje será al mismo lugar que este último.
Nos ponemos cada uno firmes delante de la puerta del camión y cuando dan la
señal con el pito, subimos cada uno por su puerta y nos sentamos en el mismo. Entonces
pasó el teniente con su coche, dando la señal de la salida.
Aquel día me gustó un poco más el viaje, porque la carretera estaba más limpia, la
nieve estaba a los lados de la misma.
Cuando llegamos a Madrid, empezó a llover un poco, pero no molestaba, al
contrario, porque el agua derretía la nieve y limpiaba la carretera.
Aquel día lo pasaba mejor porque llevaba compañía y tenía con quien hablar. Y el
camino se me hacía más corto.
Pero cuando empezamos a entrar en la provincia de Soria, estaba cayendo una
nevada de miedo. La carretera estaba peor que la otra vez y el frío fuera del camión no se
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G. Monserrate Memorias de la guerra
podía aguantar. El ayudante no abría la boca ni para respirar, llevaba los ojos muy
abiertos y no dejaba de mirar a la carretera. Y cuando venía algún barranco a su lado, se
venía hacía mí. Yo tenía que decirle:
- j Hazte para allá cono, que estas encima mío y no me dejas trabajar bien !
Empezó otra vez la nieve a helarse en el cristal y me impedía ver la carretera.
Entonces le di el destornillador al ayudante y le dije que se meara y que al mismo
tiempo rascara en cristal. Y me hizo gracia porque me dijo:
- Si salgo fuera, con el frío que hace y me saco la pi. . . se me queda tiesa para el
resto de mi vida.
Y le dije:
- No tengas miedo que no pasa nada.
Lo convencí y salió y lo limpio un poco.
Volvimos a ponernos en marcha y me dice:
- Yo no sabía este truco para quitar la nieve.
Al rato me tocó salir a mí y hacer la misma operación para quitar el hielo del cristal
Y entre mea y mea, empezaba a hacerse un poco oscuro y enciendo los faros para
probar como iban y no se encienden. Entonces comencé a caminar muy despacio, tan
despacio que se acerca el teniente con el coche y me dice:
- ¿ Qué te pasa que llevas al convoy casi parado?
Le dije que no tenía la luz de los faros.
Entonces el teniente me dice:
- Te pondré un camión delante y con el de atrás te servirán de guía. El ayudante que
suba en la caja del camión de delante y que le haga señales picándole encima de la
cabina por si tienen que parar.
Lo hicimos así, pero el camión de delante salió pitando y el de atrás, como la caja de
mi camión me tapaba no veía la luz y tampoco la carretera. Cuando llegué a una
explanada que había muy grande y todo era de nieve, no distinguía bien la carretera y
cuando quise darme cuenta, venía una curva y yo seguí recto y me empotre en la nieve.
Incluso se me caló el motor, que lo puse rápidamente en marcha antes de que se
congelara el agua del motor.
Cuando me quedé allí empotrado en la nieve, el que venía detrás de mí, cuando vio
lo que me pasaba, me dijo:
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- Yo sigo adelante, porque llevo todo el convoy detrás de mí y nos hemos retrasado
mucho.
Pasaron todos y también vino el teniente con su coche. Me preguntó qué es lo que
me había pasado. Le di la explicación y me dijo:
- Si logras sacarlo de aquí, en el primer pueblo que encuentres, te paras y cuando
se haga de día, tú te vienes que ya sabes donde cargamos.
Y le dije al teniente:
- ¿ El camión taller no lleva lámparas de repuesto?
Y contestó que no venía con nosotros, que nada más venía la grúa y tres
mecánicos. Pero tenían trabajo más atrás por la carretera.
Cuando me quedé solo, empecé a mover el camión, a ver si podía sacarlo. Pero le
patinaban las ruedas y no se movía.
Y a unos dos cientos metros de donde estaba, detrás mío, veía una luz cerca de la
carretera. Empecé a caminar por la carretera para no tener que pisar mucha nieve,
siguiendo el rastro que dejaban los camiones. Cuando llego a donde estaba la luz, era
una casa de peón caminero. Piqué en la puerta y salió un hombre que me preguntó:
- ¿ Qué haces tú por aquí militar?
Le dije lo que me había pasado y me dijo:
- Pasa y caliéntate un poco.
Y le contesté:
- Me calentaré, pero me marcho enseguida, el motivo por el que he venido aquí ha
sido para ver si tenía una pala para dejármela.
- Una pala, mira sal fuera y allí en eses cuartillo, mira a ver si encuentras alguna.
Entré dentro del cuarto y había entre palas, picos y capazos para llenar medio
camión. Cogí una pala y cuando me marchaba, en la puerta tenía un montón de aliagas
secas. Le dije si podía coger unas cuantas y me dijo que si. Me quité el capote, lo puse
encima de la nieve y le cargué todas las cosas que pude. Puse la pala encima y cogí de
un puñado el capote. Y me marché donde tenía el camión.
Cuando llegué, tenía los pies que no me los notaba de fríos. Pensé encender un
fuego con las aliagas, pero no me entretuve, cogí la pala y empecé a quitar la nieve y
dejar las ruedas libres. Volví otra vez a quererlo sacar pero seguían patinando las ruedas.
Entonces cogí la manta que llevaba y el capote y lo puse en el suelo, tocando las ruedas
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G. Monserrate Memorias de la guerra
de atrás. Me subí en el camión y probé otra vez de sacarlo. Cuando las ruedas hicieron
contacto con la manta y el capote, se salió un poco, pero las ruedas al dar las vueltas,
despedían la manta y el capote y volvían a patinar. Cogí la pala de nuevo y le quité más
nieve. Volví a poner el capote y la manta. Cogí las aliagas que me traje y las repartí a
continuación de la manta y del capote. Me subí otra vez a la cabina y tiré para atrás.
Conseguí sacarlo más de medio metro. Me volví a bajar, limpié otra vez de nieve y recogí
el capote y la manta y lo puse otra vez en el suelo. Las aliagas ya no pude ponerlas,
porque se destrozaron y no pude aprovecharlas. Yo ya no sentía el frío, pero los pies ya
no me los notaba. Cuando lo tuve todo preparado, volví a subir a la cabina, tiré marcha
atrás y pisando el acelerador hasta el fondo. Entonces si que conseguí sacarlo hasta la
carretera.
Recogí lo que quedó del capote y la manta y me quedé mirando a lo lejos, que
bastante retirado de allí se veía unas luces y pensaba:
- Si pudiera llegar hasta allí, pasaría el resto de la noche acompañado.
Me pongo a caminar unos treinta metros y miro como estaba la carretera. Me vuelvo
al camión y me subo arriba y muy despacio sigo para delante.
Cuando había caminado aproximadamente la distancia que yo había comprobado,
paraba, me bajaba otra vez y volvía a caminar unos cuantos metros y me subía otra vez y
los adelantaba. Cuando llevaba más de tres cuartos de hora haciendo esta operación,
veo unas luces que se acercan a mí y cuando para, era un camión de los nuestros.
Entonces me pregunta:
- ¿ Qué te ha pasado?
Le dije que no tenía luz en los faros y lo que me había pasado y él me dice:
- Pues a mí acaban de sacarme con la grúa que también me he ido a la cuneta.
¿Ahora como hacemos para que pase?
- No te queda otro remedio que ponerte detrás de mí y hacerme luz, hasta aquellas
luces que se ven allí a lo lejos.
Entonces me contesta:
- Esto esta hecho enseguida, súbete a tu camión y cuando estés preparado,
arranca, que yo te sigo.
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Pensé en que caería algo, pero no pasaba nada. Llevaba un rato sentado, que
aproveché para secar los calcetines y las botas. Aquel señor continuaba sentado delante
de mí y no abría la boca. Y dos o tres mujeres que habían, yo veía que no paraban de
pasar de un lado al otro muy ligeras. Y a mí nadie me decía nada, estaba allí como un
gilipollas nada más que observando los movimientos de aquellas señoras, que no
paraban de pasar. Cuando serían las tres de la mañana, yo pensaba:
- Esta gente se ve que no duermen.
Me dirijo a aquel señor y le digo:
- Mire, me marcho al camión que me lo podrían robar.
Y me dice:
- Como quiera.
Salí para fuera y me senté en la cabina, que estaba muy caliente de tener el motor
en marcha toda la noche. Y me quedé durmiendo. Cuando se hizo de día, me pican otra
vez en los cristales y era la misma muchacha de la noche y me dice:
- Pase para dentro que se tomará un tazón de leche con unos terroncitos, entre para
dentro.
Y me senté en el mismo sitio de la noche y enseguida me sacó el tazón con leche y
al mismo tiempo, que me lo estaba dando, me dice:
- Perdona que anoche no te dijéramos nada, pero es que estaba muñéndose la
abuela y no podíamos estar por ti.
Entonces le dije:
- Ya notaba algo raro, pero no pensaba que fuera esa la causa.
Les di el pésame y cuando terminé de tomar la leche, me salía otra vez para la calle.
Y en frente mío, vi dentro de una habitación, en el suelo, los pies con los zapatos
puestos, de la señora que murió.
Aquel día hacía un día de sol estupendo y pensé:
- Yo ya no voy para donde están cargando, estaré al tanto y cuando pasen de
regreso, les diré que no he podido poner el coche en marcha.
******************************************************
Aquel día empecé a pensar los días que estaba pasando tan malos con aquellos
viajes y pensaba:
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- Cuando regrese al cuartel, voy a preguntar si puedo licenciarme por ser hijo de
viuda y si me dicen que si, sin pensarlo dos veces me licencio.
Yo también estaba preocupado, porque los alemanes estaban entrando en guerra y
ya empezaban a pedir ayuda a sus aliados y sabiendo que Franco era aliado y cualquier
día nos mandaba con los alemanes a la guerra. Por eso pensaba licenciarme, porque
nada más me faltaba tener que ir otra vez a la guerra a favorecer a los que fueron mis
mayores enemigos y de la República de España. Por este motivo, yo ahora mi
pensamiento solamente lo tenía en dejar de ser militar.
******************************************************
Me quedé mirándola sin saber que decirle. Creo que me puse de todos los colores.
En aquel momento me hubiera fundido me parecía que estaba recibiendo órdenes del
sargento Campano. Yo sin decir palabra, me bajé del camión y subí las escaleras.
Cuando llego arriba, entré en el comedor y vi que la casa parecía de pueblo, estaba
limpia y muy moderna. Me fijé en la pared de enfrente y vi un cuadro grande con un
guardia civil vestido de gala y pesé:
i Jo. . . lo que me faltaba. !
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Me dice la señora:
- ¿ Quieres lavarte las manos?
Fui al lavabo para lavarme y vi también mucha limpieza y muchos perfumes que me
llamaron la atención, porque en aquellos tiempos era raro la casa que disponía de tantos
lujos y cuarto de baño.
Salgo al comedor y ya tenía en la mesa un huevo frito con patatas y pan. Me siento
en la mesa a comer y la muchacha se marchó hacia dentro, pero la señora coge una silla
y se sienta enfrente de mí. Pensé:
- Esta señora me da hoy la comida, lo que me faltaba.
Tenía el cuadro del guardia civil de frente y la señora también empezó a hablar
mientras yo comía. Y me dice:
- Yo soy la maestra de los niños de este caserío.
Y pensé:
- Pues a mí me ha tomado por un niño, de la manera que me trata.
Y me pregunta:
- ¿ Tú donde vives?
- En Barcelona.
- ¿ Tú eres catalán?
- No, vivo allí pero soy murciano.
Si le digo que era catalán, me hace que devuelva la comida. Entonces me dice:
- Los catalanes son muy rojos, no pueden ver a Franco.
Y yo le seguía la corriente y le decía:
- Tiene razón.
Y me dice:
- Yo también tengo un hijo por esos mundos cumpliendo con su deber.
Y me señala con la mano el cuadro y dice:
- Es ese.
Y yo seguía haciéndole la pelota en todo lo que decía. Y oigo que llama la hija:
- ¡ Mariana ! Ponle un vasito de vino.
Y me dice:
- ¿ Quieres otro huevo frito?
Le dije que no.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
explicó de donde era, le dijo que no quería saber nada con los militares. Mi ayudante
insistió ofreciéndole la harina por cien pesetas y le contestó:
- ¡ He dicho que no quiero saber nada con los militares.
Volvió a insistir y le dice:
- Mire, denos aunque sea cinco duros, que podamos cenar un poco.
Nos dice:
- Si es para que podáis cenar, esta noche traerlo, pero no quiero compromisos.
Fuimos y yo me subí al camión, que estaba cerca del horno. Me lo llevé a la puerta
del mismo, lo descargamos y nos dio cinco duros. Y yo aparqué otra vez el camión en el
mismo lugar que estaba, ó sea, que le dimos cien kilos de harina por cinco duros. Pero a
nosotros nos solucionó la cena.
Cuando ya teníamos el dinero, entramos en la bodega y casi todos habían
terminado de comer. Pedimos dos huevos fritos con tocino y patatas para cada uno y
vino. Cuando estábamos comiendo, todas las miradas se dirigían a nosotros como
diciendo: ¡ Si que disponen estos de dinero, dos huevos cada uno ! . Nosotros seguíamos
comiendo sin darle importancia, pero se acerca un cabo que era gallego y nos dice:
- ¿ Puedo beber un trago de vino?
Y yo le dije:
- Sí hombre sí.
Y a los que estaban en la mesa de al lado les digo:
- Beber vosotros también. Pido otra botella de vino.
Y el cabo me dice:
- No traigas más vino, que esta noche tenemos que conducir.
Estuvimos hasta las doce, porque el dueño de la bodega dijo que tenía que cerrar.
Cada uno se marchó para su camión y nos quedamos durmiendo. Y seguía nevando.
Serían las tres de la mañana y pasan picando por los cristales para que nos pusiéramos
en marcha. Enseguida empezaron a caminar los camiones siguiendo la carretera en
dirección hacia Madrid. Cuando llegamos a la capital, todavía era de noche y nos
dirigimos al mismo lugar que el viaje anterior. Como teníamos que esperar la hora para
descargarnos, me volví a quedar dormido. Cuando fue la hora, nos descargaron y
salíamos rápidamente para el cuartel. Cuando llegué al aparcamiento, dejé el camión,
cogí el macuto y me marché para el cuartel.
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Cuando llegué ai cuartel, lo primero que hice fue dirigirme al despacho del teniente y
pedir permiso para hablar con él. Me recibió y me preguntó que es lo que quería. Le
pregunté sobre el decreto que hablaba de hijos de viudas, que se libraban del servicio
militar, para saber si a mí también me podía beneficiar. Y me contestó:
- Se que hay algo, pero mañana ven que te informaré bien de todo.
Seguidamente me marché hacia el almacén de la ropa, para pedir una manta y un
capote, ya que el que tenía lo estropeé para sacar el camión de la nieve. Cuando lo pedí,
me preguntaron que donde tenía el que me dieron. Yo les conté el caso y me dijeron que
tenía que haberlos traído aunque hubieran estado rotos, porque igual podía haberlos
vendido. Yo comprendía que tenían razón, porque por aquellos tiempos acostumbraban
algunos soldados a quitar la ropa de los demás y la vendían. Por eso no se fiaban de mí.
Después de discutir mucho, me dijeron que no me la daban. Yo no sabía como podía
justificar que era verdad lo que yo decía. Pero me vino a la memoria, que el teniente que
dirigía el convoy, me vio cuando me quedé empotrado en la nieve. Procuré buscar al
teniente y cuando lo encontré, le dije lo que me pasaba y me contestó:
- ¿ Cómo quieres que me acuerde de tu caso, si fueron tantos los que tuvimos que
atender?
Le dije:
- Acuérdese que tuvieron que recogerme al día siguiente y mientras poníamos mi
camión en marcha, usted se subió a calentarse en casa de la maestra de aquel caserío.
- ¿ Tú fuiste el que se quedó sin luz en el camino?
-Sí.
- Hombre, me vienes muy bien, porque ahora te voy a meter en el calabozo por no
haber revisado las luces antes de salir!
- Es que se estropearon en el camino y además, fue tan rápida la salida, que no dio
tiempo a repasar nada.
- Bueno, por esta vez no te pondré ningún castigo, pero cuando subas al camión,
quiero que compruebes hasta el último tornillo, antes de salir el convoy. Ya te puedes
marchar.
Doy media vuelta y empiezo a caminar. Pero en aquel momento me acuerdo que yo
lo que quería era que me solucionara el caso de la manta y el capote. Y antes de que se
marchara, me dirijo a él y le digo:
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- Perdone mi teniente que lo moleste otra vez, pero a mí lo que me interesa es que
me solucione a ver si pueden darme una manta y el capote que estropeé ayer en el viaje.
- Vente conmigo.
Fuimos hacia el almacén y le dio la orden al cabo, para que me lo dieran y se
marchó. El cabo del almacén me pidió explicación del motivo del porque me lo tenia que
dar yo le expliqué el caso. Mientras tomaba nota en un papel, me dijo:
- Firma.
Cuando firmé, me dio las dos cosas, la manta y el capote. Menos mal que me
acordé del teniente, sino, me hubiera tocado quitárselo a otro soldado, aunque no era
muy fácil quitárselo a otro, porque todos lo teníamos marcados:
Me marché para arriba a la compañía y lo primero que hice, fue marcar las dos
piezas, para conocerlas. Me eché encima de la cama y me quedé dormido.
A la hora del rancho, me levanté y bajé para abajo a coger la comida. Por la tarde
estábamos sentados encima de las camas y dice uno de los que acostumbrábamos a
salir juntos:
- Vamos a merendar un poco.
Y yo, como siempre callado y mirando como si no estuviera. Y dicen:
- Si vamos.
Y el Anguera me dice:
- Tú también Monserrate, te vienes con nosotros.
Ya hacía unos días, que debido a los viajes que estábamos haciendo, no podíamos
reunimos los cuatro juntos. Cuando salimos del cuartel, a la calle, para dirigirnos al bar
donde solíamos pasar algunos ratos y luego cenar las judías secas picantes, con un poco
de caldo, que estaban riquísimas, acompañadas con un buen vino negro. En aquellos
tiempos de tanta hambre, aquella cena era un manjar de reyes. Cuando terminamos de
cenar y de hacer un poco de tertulia, nos marchamos para el cuartel, porque se acercaba
la hora de pasar lista. Subimos a la compañía y al momento pasaron lista. Cuando
estábamos desnudándonos para acostarnos, hacíamos comentarios diciendo:
- Parece que el tiempo ha cambiado y esto es bueno para nosotros, haber si así se
terminan los viajes de la nieve.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Pasaron unos días y el tiempo ya mejoró mucho. Las calles ya estaban limpias de
nieve y de agua y los viajes ya se terminaron. Estuvimos unos días sin hacer nada.
Recuerdo que uno de aquellos días empezaron a llegar camiones con soldados. Por lo
menos eran doscientos y venían vestidos de caqui. Y es que venían de varios cuarteles
que habían solicitado para ingresar en automovilismo. Ya éramos más de cuatrocientos
hombres en aquel cuartel. Pero todavía faltaban más para cubrir las plazas, porque
habían mil camiones. Como el cuartel no tenia capacidad para tanta gente, tuvimos que
poner el doble de camas en cada compañía. Aquello cada vez se ponía peor para poder
acostarte. Tenías que subirte por el lado de los pies, porque no quedaba pasillo para
pasar. Cuando te levantabas, algunos días tenías que esperarte hasta media mañana
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G. Monserrate Memorias de la guerra
para lavarte la cara, porque siempre estaba ocupado. Una mañana nos llaman a formar
en el patio y cuando estábamos en formación, nos dicen:
- A partir de este momento, nos vamos a dedicar todo el personal, a poner otra vez
los camiones en condiciones, como si no hubieran trabajado nunca. Cada uno se cuidará
del material que tiene asignado y el personal nuevo, se dedicará a aprender como se
debe de tratar y conservar el material. Y al mismo tiempo, ayudar para que todo quede
limpio y ordenado.
Cuando nos dieron las explicaciones, nos dirigimos todos para el aparcamiento.
Cuando llegamos, en la misma entrada, había un montón de sacos llenos de trapos
viejos, un bidón con petróleo y una caja con brochas de pintar. Pero antes de romper
filas, el sargento dijo:
- A ver, los planchistas que salgan aquí.
Cuando salieron, les dice:
- Vosotros os cuidaréis de reparar todos los golpes que tengan las carrocerías. Ahí
tenéis las herramientas para empezar a trabajar, si os hacen falta más, pedírmelas, que
se os darán. Pero pensar que sois responsables de las que se pierdan.
Cuando terminó les dijo:
- Ya podéis empezar vuestro trabajo y pienso pasar revista diariamente, para
comprobar el trabajo que realizáis.
Seguidamente llamó a los carpinteros y a los pintores y les repitió lo mismo que les
dijo a los que tenían que quitar los golpes.
Quedábamos nosotros y nos dice:
- Ahí tenéis trapos, petróleo y brochas. Quiero ver los motores de los camiones
como un espejo de limpios. Pensar que cuando todo este listo, pasaran una inspección
de capitanía y si me llaman la atención por alguna falta que encuentren en el material, el
responsable se va a acordar mientras viva. Este trabajo es muy importante para mí que
quede bien y como qué tenemos bastante tiempo para realizarlo, espero que no me
haréis quedar mal. Ya podéis empezar.
Desde aquel momento, aquello se convirtió en una industria. Parecía que
estábamos trabajando en una fábrica de camiones, entre los golpes que daban los
planchistas y los carpinteros. Menos mal que hacía un tiempo muy soleado y allí en
medio del campo, trabajábamos a gusto. Así estuvimos más de dos meses y medio.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Todas las mañanas, si llovía no salíamos y por las tardes las teníamos todas libres, para
poder ir de paseo donde quisieras.
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Voy a contar una anécdota que me pasó una tarde que salí de paseo. Me marché
caminando hacia las afueras de Aranjuez, con dirección a Madrid, por la carretera no se
veía ni un alma. Y a los lados todo era un desierto llano, como la palma de la mano.
Hacía un sol que calentaba un poco. Empecé a subir la cuesta de la Reina y cuando llego
arriba, iba caminando tranquilamente y de pronto, me sale un lagarto que medía más de
medio metro. Y se planta delante mío como desafiándome, levantando la cabeza. Yo lo
asustaba con la mano y él parecía que quería atacarme. Me acerqué a la cuneta, para
coger una piedra para tirársela y cuando vio que me agachaba para coger la piedra, salió
corriendo y se metió en un agujero. Miré de taparlo un poco con una piedra y seguí
caminando y pensaba en el susto que me dio. Pero cuando había caminado unos quince
metros, me sale otro igual que aquel y me hace el mismo movimiento, se planta delante
de mí desafiándome. Yo más decidido, cojo una rama y me voy derecho a él, y también
se mete en un agujero. Con la rama empecé a meterla y a deshacerle el nido. Pero en
aquel momento, venía un hombre montado en un carro, que fue la única persona que vi
por aquellos alrededores y me pregunta:
- ¿ Qué estas escarbando?
- Le dije lo que era y me dice:
- Espera un momento.
Cogió una forca de hierro y clavó los ganchos en la tierra encima del nido. Y cuando
arrancó la tierra, sacó el lagarto, atravesado por el cuerpo con un gancho. Yo le dije:
- Este no será el primero que usted saca de esta manera.
- Y me contesta:
- Si me dieran una perra chica por cada uno que he sacado de esta manera, sería
millonario. ¿ Dónde vas tú por aquí, si por aquí no encontrarás nada más que lagartos ? ¿
No ves que lo más cerca de aquí es el Cerro de los Ángeles y está a más de media hora
de camino ? Yo vengo de allí.
Le pregunté que hacia donde iba y me dijo que se dirigía hacia donde yo tenía el
cuartel. Y le dije:
- Pues ya no camino más, me marcho con usted hasta Aranjuez.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Cuando llegamos, me bajé del carro y seguí caminando hasta llegar al cuartel.
Cuando entré en el mismo, me daba cuenta que habían varios grupos de compañeros
haciendo comentarios en voz baja por todo el cuartel. Yo le pregunté a un amigo:
- ¿ Qué es lo que pasa que veo tantos grupos?
Y me dice:
- Que los alemanes están provocando la guerra y seguro que nos van a liar a
nosotros también, porque Franco le debe mucho a Alemania.
Mientras tanto, nosotros seguíamos trabajando en el aparcamiento, reparando los
camiones.
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Pasaron dos meses y medio y ya estaba todo preparado para pasar la revista. Se
había quedado todo el material como si fuera nuevo. Un dia nos dijeron:
- Hoy se pasará revista a los camiones.
Nos llevaron al aparcamiento. Cada uno formó al lado de su camión. Mientras
pasaban revista unos oficiales. Nos hacían abrir las dos puertas del camión y levantar la
tapa del capo, se quedaban mirándolo un momento y si estaba bien, seguían adelante.
Así estuvieron toda la mañana. Cuando terminaron la revista, nos formaron y nos dijeron
que todo estaba muy bien y que pensaban darnos una fiesta como premio, por el trabajo
que habíamos hecho meses atrás con el transporte de las balas de paja, y por el buen
resultado de las reparaciones de conservación de los camiones. La fiesta, consistiría en
una corrida de toros, con los toreros que seríamos nosotros mismos. Todo esto ya se
organizaría con tiempo y con la condición de que cuando terminara la corrida , el toro
que se matara se comería con patatas estofadas, acompañado de un buen vino.
Cuando salí, me senté en un banco que había allí. Y no me creía que aquel mismo
día, ya podía marcharme hacia mí casa. Después de estar sentado un momento en aquel
banco, hasta que me tranquilicé un poco de la alegría y el nerviosismo que tenía, porque
no terminaba de creerme que fuera verdad, que mi vida, en aquel momento, empezaba a
cambiar. Me levanté de aquel banco donde estaba sentado y muy tranquilo me marché
caminando hacia la compañía. Iba contento, pero al mismo tiempo me sabía mal de
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G. Monserrate Memorias de la guerra
perder la amistad de aquellos compañeros que tenía y con los que había pasado unos
buenos ratos. Cuando entré en la compañía, estaba de cuartel mí amigo Flamarich. Y sin
darle importancia, le doy el billete para el tren en la mano y le digo:
- Mira lo que acaban de darme ahora mismo.
Cuando terminó de leerlo, me mira y dice:
- ¿ Pero cómo es qué estás tan tranquilo?
Y mientras me lo decía, parecía que se le saltaban las lágrimas. Me decía:
- Dentro de la desgracia, has tenido suerte, porque a nosotros, si los alemanes
siguen con esta guerra, nos van a arrastrar con ellos al precipicio de la muerte.
Mientras seguíamos hablando, y tal como iban llegando más compañeros y se
enteraban de la noticia me felicitaban, pero con un poco de tristeza. Recogí la manta, las
sábanas, la almohada, el fusil, las cartucheras, el plato, un poco de munición, la
cantimplora y el tenedor. La cuchara no la devolví, porque no te la pedían, por si tenía
que comer en el viaje.
Cuando ya lo había devuelto todo, me dijeron que fuera a Intendencia, que me
darían suministro para el viaje. Me presenté en la misma y me dieron dos latas de
sardinas en escabeche, dos potes de carne congelada y seis chuscos de pan. Mientras
recogía todo aquello, me di cuenta de que en la puerta había un camión que estaba
descargando y le pregunté:
- Cuando termines de descargar ¿ Seguramente que volverás a Madrid?
Y me dice que si.
- Antes de que te marches, me puedes esperar un momento que voy a despedirme
de mis compañeros y estoy aquí enseguida para marchar contigo hacia Madrid.
Fui corriendo para darles el último adiós a todos mis compañeros y alguno hasta me
dio un beso de despedida. Seguidamente me marché para el camión y nos marchamos
en dirección a Madrid.
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porque cuando me despedí del cuartel, me abonaron seis pesetas que me debían de un
mes y medio que no me habían pagado. Me informe del horario de salida del tren para
Barcelona y salía a la una del medio día. Tuve que esperar media hora. Pero ya subido
en el tren. Al rato se puso en marcha y me sentí muy emocionado de pensar que al cabo
de unas horas, estaría al lado de mi familia y en mi tierra, de la que tanto tiempo había
estado lejos de mi Cataluña y ya era hora de que pisara mi Barcelona de nuevo. Pero mi
familia no sabían que yo ya estaba licenciado, y no me esperaban. Mientras, seguía el
viaje. Se estaba haciendo de noche. Me preparé un chusco con una lata de sardinas y
cené un poco. Después de mucho rato, me quedé dormido pero me despertaba de
cuando en cuando y al rato con el ruido del tren, me quedaba dormido otra vez. Hubo
algunas estaciones en que estuvimos bastante tiempo parados por la noche, porque los
trenes no circulaban bien. Te decían " A tal hora llegará el tren" y siempre llegaba con
tres o cuatro horas de retraso, ó sea, que sabías cuando salías, pero no cuando llegarías.
Serían las doce y cuarto de la noche, cuando paraba el tren en Barcelona, en la estación
de Francia.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 16
Cuando bajé del tren y salí hacia la calle, me encontré con una ciudad vacía, como
si no existiera nadie. Me marché caminando con dirección al Clot y en todo el camino, no
me encontré ni una persona. Imponía mucho aquel silencio y las calles estaban bastante
oscuras.
Cuando llegué a mi casa, ya era casi la una de la madrugada, piqué en la puerta y
desde dentro me contestó mi madre:
- ¿ Quién es?
Yo le dije:
- Su hijo.
No me respondió y pasaron unos minutos. Como que no abría la puerta, pico por
segunda vez. Entonces piqué muy fuerte y oí como mí madre abría una ventana que
daba a la calle. Y sin levantar la persiana me dijo:
- Si no te marchas, llamo a la policía.
Me acerqué a la ventana y le dije:
- Mama, si soy yo, el Gabriel.
Levantó la persiana y cuando me vio, se tiró para darme un abrazo.
Y le dije:
- Abra la puerta, que con la reja no puede dármelo.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
pregunté si es que trabajaba. Y me dijo que no, pero que cada mañana se marchaba a la
Estación del Norte y cuando llegaban los trenes que traían patatas o carbón, siempre
necesitaban gente para descargar los vagones y cargarlos en los carros. Yo le dije:
- Si yo voy también ¿ me darán trabajo?
- Tú ves quizás todos los días no tendrás la suerte de que te den trabajo, pero si
trabajas bien cuando te lo den, trabajo no te faltará , pero una cosa te voy a decir, dinero,
no verás ni cinco, te pagarán con género.
Y me enseña una bolsa que llevaba y me dice:
- Mira, esto son patatas que las he ganado descargando un vagón.
Y llevaba, por lo menos, cinco kilos. Le dije:
- ¿ A qué hora te marchas para la estación?
- A las siete de la mañana ya estoy allí.
- A las seis y media, ¿ te parece bien que nos encontremos aquí mañana?
- Bien, pero no te creas que va ha ser llegar y moler, que yo me paso muchas horas
mirando.
- No te preocupes, no tengo otra cosa que hacer.
Aquel día me lo pasé dando vueltas, pasando el tiempo hasta las siete de la tarde,
porque pensaba:
- Si hubiera ido al mediodía a mi casa, mi madre tendría que haberme puesto de
comer y de esta manera la comida me sirvió para la cena. Cuando llegué tan tarde, mi
madre me dijo que porque no había venido a comer. Le dije que un amigo me había
invitado. Se quedó conforme y me dijo:
- Mejor, así ya tenemos la cena para esta noche.
Y la cena eran nabos de aquellos redondos, hervidos sin aceite y un huevo duro con
sal. Yo me ponía de mal humor, pero miraba de disimular para que mi madre no lo notara,
porque bastante hacía con ponerme aquella comida.
Cuando terminamos de cenar le pregunté si tenía unos pantalones viejos y una
camisa y me dijo que si, que eran de mi padre. Yo le dije que era igual y me preguntó
para que los quería. Yo le expliqué lo de las patatas y el carbón y me dijo:
- Haber si tienes suerte.
Y le dije:
- Pero mañana me tiene que despertar a las seis.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
- Te voy a dejar que te lleves las patatas, pero mañana te vas al Sindicato y les
obligas a que te den trabajo. El Sindicato está en la Vía Laietana, número 16. Tú
preséntate, enseñas este papel y verás como te colocan en algún sitio.
Le di las gracias y me marché la mar de contento con mis patatas. Cuando llegué a
mi casa, no estaba mi madre. Preparé el fuego con un poco de leña que tenía y puse
agua en una olla de barro y la coloqué en el fuego. Le puse cinco patatas dentro y
cuando vino mi madre, ya las tenía cocidas. Entró en la cocina y me dijo:
- ¿ Qué haces con el fuego encendido?
Y le dije:
- Mire.
Levanté la tapadera de la olla y con un tenedor, pinché una patata y se la enseñé.
Se puso muy contenta y le dije:
- Mire dentro de aquel cajón.
Cuando vio tantas patatas dijo:
- ¡ Si aquí tenemos para comer, por lo menos, quince días !
Le expliqué todo lo que me había ocurrido y le dije:
- Suerte a este papel, si no me hubieran detenido.
También le expliqué lo del Sindicato y me dijo:
- Dios quiera que tengas suerte y te den algún trabajo mañana.
Aquella tarde ya me encontraba más tranquilo, porque tenía asegurada la comida,
por lo menos, una semana.
Al día siguiente, cuando me levanté, me marché para el Sindicato. Cuando llegué,
subí arriba y me dirigí a la primera ventanilla que vi. Había un hombre escribiendo y me
dice casi sin levantar la cabeza:
- ¿ Qué quieres?
Le dije que venía para encontrar un puesto de trabajo y levantando la cabeza me
mira y me dice:
- ¿ No sabes hablar el cristiano?
Me di cuenta que le estaba hablando en catalán y me puso de tan mala leche
cuando me dijo lo del cristiano, que lo dejé con la palabra en la boca y me marché él
siguió habiéndome, no se lo que diría, pero no volví más al Sindicato. Aquel día ya salí
cabreado de aquel lugar y cuando iba caminando por la calle para llegar a mi casa, me
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Capítulo 17
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Voy a contar una caso que nos pasó una noche, cuando bajábamos por la calle de
Pedro IV, de hacer unas pintadas. Recuerdo que poníamos: " Franco Asesino" . Cuando
llegamos a la calle de San Juan de Malta, seguimos para arriba, siempre separados uno
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G. Monserrate Memorias de la guerra
del otro unos cincuenta metros. Yo siempre llevaba el pote de la pintura, dentro de una
bolsa hecha de saco. Otro llevaba la brocha y los otros dos se cuidaban de la pintada.
Cuando ya nos retirábamos, subiendo la calle, pensamos hacer la última pintada. Y a la
mitad de la calle, recuerdo que había una pared delante de una fábrica muy grande del
ramo de agua. Y dijimos:
- En esta pared estará bien visible una pintada.
Empezamos a pintar y dice uno:
- ¡ Por allí se ven luces de un coche !
Enseguida pensamos:
- ¡ Será de policías !
Porque, de noche, nada más funcionaban ellos. Al lado nuestro había un pasaje y
nos escondimos, mientras pasaban. Pero cuando los teníamos cerca, vimos que era el
autocar de los grises. Empezamos a correr hacia dentro del pasaje, sin saber si tenía
salida. Y no tenía salida. Pero al llegar al final del mismo, vimos una escalera de madera
que servía para subir a una jaula, que estaba colocada encima de una de aquellas
casitas. Subimos por la escalera y corriendo por el tejado, pudimos saltar a los campos. Y
saltando las vallas de muchos campos, pudimos llegar a la calle Espronceda, con toda la
ropa destrozada y lleno de porquería. Aquella noche, cuando llegué a mí casa, tuve que
lavarme antes de acostarme, porque me olía toda la ropa.
Al día siguiente, cuando me levanté, le pedí a mí madre que me diera ropa para
cambiarme y me la dio. Cuando estuve vestido, me marché como cada mañana hacia el
trabajo.
Ya hacía tres meses que estaba trabajando en aquel lugar y yo nunca había
recibido ni un céntimo, solamente la comida del medio día, que se componía de boniatos
hervidos, sin pelar. Eso era casi cada día o un plato de col hervida sin aceite. De segundo
plato, un huevo duro o una sardina salada de barril. Yo ya empezaba a cansarme de
aquella comida, pero aguantaba, porque me convenía aprender el oficio. Pero un día, nos
pusimos a comer y cuando cogí un boniato para pelarlo, me di cuenta que tenía el papel,
o sea, la papelina que le dieron en la tienda para envolverlos, también lo había puesto en
la olla para hervirlos. Yo me callé por prudencia. Pero, al marido también le salió un
pedazo de papel. Y al verlo, le preguntó a su mujer que era aquello. Y ella le dijo:
- Será el envoltorio de los boniatos, que lo he puesto sin darme cuenta.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Por la noche, cuando llegué a mi casa, le conté a mí madre lo que había pasado en
el taller. Le dije que no volvería y me contestó:
- Me alegro, por miserables que son, de no darte ni dos pesetas para pasar el
domingo.
Y me repitió que no fuera más.
Pero, a continuación me pregunta:
- ¿ Qué es lo que hiciste anoche para destrozar toda la ropa de esta manera y
llenarme la cocina de agua por todo el suelo?
No le dije lo que nos había pasado la noche anterior, que tuvimos que salir
atravesando los campos. Le dije:
- Fue que me peleé con uno.
Y me contestó:
- Vaya pelea.
Mientras, yo salía ligero para que no se alargara la conversación, me marché a casa
del Anguera, para escuchar la pirinaica. Como cada noche, les expliqué lo del trabajo y
no le dieron importancia. Seguimos con lo nuestro, que era la radio. Hacía cuatro o cinco
noches que no paraban de darnos noticias de que estaba todo preparado para lanzar la
ofensiva, que estuviéramos alerta para cuando llegara la hora.
Muchas noches no podía quedarme durmiendo, nada más pensando en ese
momento. Pero no llegaba nunca. Nos dábamos cuenta de que Franco empezaba a
mandar el ejército y material de guerra hacia los Pirineos. Aquellos días no paraban de
pasar trenes cargados con tanques, cañones y soldados con dirección a la frontera.
Nosotros estábamos pendientes de que llegara la noche, para tener noticias y siempre
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nos decían lo mismo, que estuviéramos alerta, que estaba todo preparado. Yo, incluso
estaba tan seguro, que con algunos amigos hacía apuestas que la dictadura de Franco,
no duraría más de un mes, decía:
- ¡ Esto está acabando !
Nosotros, mientras, seguíamos con las pintadas. Salíamos por la noche y nos
encontrábamos en el apeadero del tren del Clot, que allí estaban los talleres donde
reparaban los trenes y allí era donde conseguíamos la pintura y las brochas. Me acercaba
a la entrada, por donde entraban los trenes para reparar y entre las hierbas, siempre
estaba la pintura y dos brochas. Lo recogía y la metía dentro de un saco pequeño y volvía
a pasar por delante de mis amigos. Y uno a uno, íbamos siguiéndonos siempre a una
distancia, nunca juntos. Cuando teníamos que hacer la pintada, uno se quedaba en la
esquina y otro se adelantaba unos cincuenta metros. Mientras yo aguantaba el pote de la
pintura, el otro hacía la pintada. Hacíamos tres o cuatro pintadas y nos marchábamos
para casa a dormir. Pero la sorpresa era, que por la mañana, antes de que se hiciera de
día, ya lo habían borrado con pintura de color gris o de color ocre.
De cuando en cuando dejábamos pasar una temporada, porque nos perseguían
muy de cerca y nos hubieran pillado.
Una tarde que estaba en casa, picó un hombre en la puerta y preguntó por mi
madre. Y le dije que no estaba. Entonces me pregunta si yo era su hijo. Le contesté que
si y me dijo:
- Es igual que no este ella, porque el recado es para ti. Voy a un taller que hay en
Pueblo Nuevo, a hacer horas y me han dicho si conozco un muchacho de confianza, para
trabajar en este taller. Y como tu madre me dijo un día que estabas parado y si
encontraba una cosa, que le avisara, ahora es la ocasión. Toma esta tarjeta y preséntate
mañana por la mañana en esta dirección.
Y así lo hice. Me presenté y hablé con el dueño. Y éste me dijo:
- He empezado con este taller hace cuatro meses, de momento somos cinco y yo
seis trabajando. Aquí todos hacemos el trabajo que se presente. Si te quedas, harás lo
mismo que todos. Si te interesa, ya puedes venir a trabajar mañana.
Y le contesté:
- Si, ¿ A que hora se empieza a trabajar?
- A las ocho de la mañana puedes venir.
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- Mira que se necesita tener huevos para tirarlas en pleno día. Si los pillan, van
derechos al Campo de la Bota.
Aquel día, cuando escuché aquellas palabras, sentía que había hecho un buen
trabajo para nuestra causa.
Cuando serían las doce y media del medio día, pensé:
- Ahora me marcho para mi casa y cuando coma, volveré otra vez al trabajo.
Y así lo hice. Cuando llegué de nuevo por la tarde al trabajo, todavía no era la hora
de empezar a trabajar. Y estaban haciendo comentarios sobre las hojas que había tirado
anteriormente. Y como si no supiera nada, le pregunté a uno:
- ¿ Qué pasa?
Y me contesta:
- Esta mañana han llenado la calle de Pedro IV de estas hojas.
Y me enseñó una que él había cogido. Y yo continuaba haciéndome el ignorante.
Solamente le dije:
- Esto va a durar poco tiempo.
En aquel instante, nos dieron la señal para empezar a trabajar. Y cuando hacía un
rato que estábamos trabajando, vino el encargado y me preguntó:
- ¿ Qué es lo que le ha pasado a tu madre?
Y le contesté:
- No ha sido nada de peligro, le dio un poco de mareo y se cayó al suelo.
- Me alegro que no sea nada de importancia.
Esa tarde, estaba pendiente de que se pasara pronto, para encontrarme con el
Anguera en su casa, como cada noche. Llegó el momento y le pregunté como le había
ido a él lanzar las hojas. Y me contestó que muy bien. Le explicaba como me fue a mí y
nos divertíamos explicando como la policía recogía las hojas que estaban tiradas por el
suelo. Esa noche, cuando oíamos la pirinaica, dieron la noticia de los compañeros que
habían fusilado, que eran los mismos que nosotros anunciábamos a través de las hojas
que lanzamos esa misma mañana. Recuerdo que faltaban pocos días para las Navidades
y nos decían por la pirinaica:
- Estas Navidades os daremos una alegría muy grande.
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Desde aquel momento, pensamos que ya llegaba el día tan esperado, para cambiar
el régimen de Franco. Pasaron unos días, y ya estábamos en las fiestas de Navidad. El
Anguera me dijo un día:
- Esta tarde tenemos que ir a la puerta principal del Hospital de San Pablo, que nos
tienen que dar un paquete.
Cuando salí del trabajo, me fui en busca del Anguera y nos marchamos caminando,
hacia el Hospital de San Pablo. Cuando llegamos a la puerta, me dice mí compañero:
- Aquel que está allí, nos tiene que dar el recado.
Y mi sorpresa fue, cuando lo vi y le dije:
- ¡ Pero si ese hombre es un tío mío !
- No me digas.
- Acerquémonos y lo verás.
Cuando llegamos y me vio, me dijo:
- ¿ Y tú que haces aquí?
- Lo mismo que usted.
Este tío mío, se llamaba Juan Porras. Pertenecía a la C. N. T. y antes de la guerra,
me había solucionado un caso en el que me había despedido de la fábrica donde
trabajaba, porque yo también era de la C. N. T. Al empezar estas memorias, me parece
recordar que, en algún caso, ya mencioné el nombre de este tío mío.
Y sigo con la entrega del paquete.
No alargamos mucho la conversación, solamente nos dijo:
- Toma, aquí tenéis unas setenta Solis, mirar de repartirlas antes de las fiestas,
porque estos días de Navidad, las fábricas no trabajan y os será difícil repartirlas.
Nos despedimos y me dio recuerdos para mi madre, porque eran primos hermanos.
Cuando llegamos a casa del Anguera, ya serían las diez de la noche y ya estaban
los otros dos amigos esperándonos. Empezamos a preparar el plan para repartir la
Solidaridad Obrera. Pero como que el siguiente día era noche buena, cada uno cogimos
unos cuantos y nos marchamos para repartirlos aquella misma noche. Cada uno se
marchó por un sitio diferente.
Recuerdo que me marché por la calle de Llacuna y tiré seis o siete en la puerta de la
fábrica de la lana. Seguí hacia la calle Pedro IV, que es donde yo trabajaba y en la misma
puerta de la fábrica, tiré otras cuantas Solis. Después me marché para casa, cuando
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acabé de repartirlas, serían las doce y media, subía por la calle de San Juan de Malta y
me encontré con el Anguera, que también terminaba de repartirlas. Y nos marchamos
para casa.
Al otro día, ya era noche buena y nos reunimos los cuatro en casa del Anguera. Y
estando los cuatro sentados, nos dice uno que se llamaba Antonio:
- Anoche no repartí las Solis.
Le preguntamos porque no las repartió anoche y nos contestó, que estos días de
fiesta, ya no tenía tiempo. Le metimos una bronca y le dijimos que esta no era la manera
de actuar con una cosa que nos comprometía a todos. Pero como las cosas, cuando
tienen que pasar, pasan, a partir de aquí, fue nuestro final.
Aquella noche pensamos que aquellas Solis que le quedaron al tal Antonio Ortega,
tenían que repartirse, contra antes mejor, para quitárnoslas de encima, porque eran un
peligro. Pensamos salir a divertirnos un poco y al mismo tiempo, aprovecharíamos para
repartir las Solis. Y así lo hicimos. Salimos a la calle y nos fuimos a la calle Valencia, con
dirección al centro de Barcelona. Y empezamos a depositar en algunas escaleras, la solí.
Y caminando llegamos al Paralelo. Entramos en la calle del Conde de Asalto y seguimos
en dirección a las Ramblas. Cuando llegamos a la última travesía, allí terminó todo, al
menos para mí. Me explicaré. Cuando llegamos a la última travesía, torcimos hacia la
derecha, para dirigirnos al barrio chino. Y en la misma esquina de la calle, se encontraban
cuatro personas, dos hombres y dos mujeres. Tenían cada uno una botella de licor en la
mano, y empezaban a celebrar la noche buena. A nosotros nos llamó la atención el verlos
allí, pero seguimos caminando. Al mismo tiempo, oímos un grito y miramos atrás y nos
damos cuenta de que, al amigo nuestro, el Antonio, lo tenían cogido por la muñeca.
Fuimos corriendo hacia donde estaban ellos y las dos mujeres salieron corriendo. Y al
mismo tiempo, uno de los dos se abalanzó sobre mí y me cogió por el pecho,
empujándome me llevó a la acera de enfrente, y sin soltarme, no paraba de decirme:
- ¡ Tú no sabes quien soy yo !
Yo le decía:
- ¡ Pero no se da cuenta de la paliza que le están dando a su compañero !
Mis amigos le pegaban para que soltara al Antonio y ese hombre decía:
- ¡ Comunista, repartiendo propaganda !
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Y fue que el Antonio, le quedaba una Soli y se le ocurrió, al pasar, dársela a uno de
esos dos hombres. El que me tenía cogido, me soltó y se fue a defender a su amigo. Yo
aproveché y me marché hacia la calle del Arco del Teatro. Y salí a las Ramblas,
quedándome allí, esperando que vinieran mis amigos. Pero mientras esperaba, se acercó
a mí un hombre y una mujer que habían visto la pelea y me dicen:
- Tus amigos, los han llevado a la comisaría, porque aquellos dos hombres son
policías.
En aquellos momentos me quedé sin saber lo que podía hacer. Pensé marcharme
para mi casa, pero dije:
- Será peor, porque los harán cantar y vendrán a buscarme.
Decidí ir a la comisaría y presentarme. Cuando llegué a la comisaría, en la calle
misma de Conde de Asalto, le pregunté al policía que había en la puerta de guardia, si
habían entrado tres muchachos. Y me contestó que si. Le dije si podía entrar, porque iba
con ellos y también me dijo que si. Cuando entré hacia dentro, estaban hablando de mí y
al verme entrar el Anguera se dirigió a mi señalándome y diciendo:
- Éste es el que dicen ustedes que faltaba.
El comisario se dirigió a mí y me dijo:
- ¿ Tú has visto la cartera de este compañero nuestro?
Y yo sin pensarlo le contesto:
- Yo no, porque no me he arrimado para nada a este señor, porque este policía,
dirigiéndome al otro amigo, me tenía cogido todo el rato.
El comisario le pregunta al que me tenía cogido durante la pelea:
- ¿ Tú eres policía?
Y le contesta:
- Lo era.
- Entonces tú también eres rojo.
Y el amigo de él, que si que era policía y no dejaba de sangrar por la ceja, y que
llevaba una borrachera que no se tenía de pies le dice al comisario:
- No te metas con él, que éste es amigo mío.
El comisario, viendo que no se aclaraba nada, le dijo:
- Mira fulano, ir a la otra comisaría y aclarar lo que sea, que yo tengo un trabajo muy
importante y que me urge.
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- Lávate.
- No hace falta que me lave, porque me va a seguir pegando.
Me cogió por detrás del cuello y me amorró a la pica y me decía apretándome la
cabeza contra la pica:
- Ahógate allí rojo, haber si te desangras de una vez.
Cuando me soltó me repitió de nuevo:
- Yo te haré que cantes.
Nos pusieron a los cuatro juntos en el pasillo y me di cuenta que mis amigos
ambién se les notaba en la cara, que les habían pegado. Pero no como a mí, no les
lieron tanta leña. Aquel comisario que me pegó tanto, era muy bajito, mediría un metro y
nedio. Y yo pensaba:
- Si te pillara en la calle, te comía vivo.
En aquel instante pasó algo curioso. El comisario señalo el Anguera y le dijo:
- Tú ya te puedes marchar para tu casa.
Y él, sin pensárselo, salió corriendo. Nunca pude saber porque lo dejó marchar y
osotros nos quedamos.
Estando en el pasillo, detrás nuestro habían dos puertas. Y abrieron una y nos
ijeron:
- Entrar para dentro.
Aquello eran los calabozos. Cuando entramos en ellos, había un banco de madera
rrimado a la pared de un lado al otro del calabozo. Nos sentamos en el y yo pensaba:
- Mira que si se enteran en el trabajo, me despedirán.
Pero de pronto, se abre la puerta del calabozo y entra un teniente joven. Recuerdo
ue llevaba unos pantalones de montar con polainas y en mangas de camisa. Y en el
echo llevaba las dos estrellas con un fondo negro, acompañado de dos policías como
os castillos de altos y robustos. El teniente llevaba en la mano una porra desenfundada,
me miraba levantando la porra, cogida con las dos manos, a la altura de su cabeza, la
oblaba en forma de arco, para arriba y para abajo y al mismo tiempo me decía:
- Esta es de las buenas, de antes de la guerra.
Y con cara de cachondeo me mira y me dice:
- A ver si eres buen muchacho y entre los tres me explicáis de donde sacáis la
"opaganda marxista.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
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Quise decirle que yo no había sido, pero sin dejarme hablar, me pegó una patada en
is partes, que tuve que agacharme hacia el suelo, del dolor que me dio. Y cuando
itaba agachado, me repitió con la rodilla en la frente. Abrió la puerta del calabozo y me
jo:
- Pasa para dentro.
Aquella noche terminó el drama, ya no me pegaron más. Y os diré una cosa, aunque
irezca mentira, a mis dos compañeros no les tocaron para nada, solamente lo que les
¡garon en el pasillo. Y que conste que todo lo que he escrito aquí, lo juro por lo más
grado que yo tenga, que es la pura verdad.
Esa noche ya era Navidad. Cuando serían las tres de la mañana, nos sacan para el
spacho y nos toman declaración. Nos preguntaron varias cosas, pero solo recuerdo
e, al final ponía:
" Como buenos españoles colaborarán con la causa nacional"
Y nos hicieron firmar. Nos tomaron las huellas dactilares y llamaron dos policías. Les
fon un sobre cerrado y les dijeron que nos condujeran al Palacio de Justicia.
Cuando íbamos caminando por la calle en dirección al Palacio de Justicia, yo le dije
no de los policías:
- Vaya paliza que me han pegado, no hay derecho.
Y el policía me contestó:
- Esto lo hacen para sacar la verdad.
Y yo, al mismo tiempo pensaba:
- Joderse, que conmigo no habéis podido.
Al llegar al Palacio de Justicia, nos cogen y nos meten en un calabozo de aquellos
i hay allí. Nos encierran y se marchan. Cuando serían las seis de la mañana, oímos
! se abría la puerta del calabozo y entra una señora con un cubo y una escoba en la
no. Era la señora que se cuidaba de limpiar los calabozos. Le pregunté:
- Señora ¿ aquí qué pasa con las personas que traen como nosotros?
Y me contestó:
- Ahora seguramente, dentro de un rato tendréis noticias. Si viene la guardia civil, os
aran a la modelo y si viene un señor de paisano, os mandarán para casa.
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G. Monserrate Memorias de la guerra
Me acerqué a la puerta, que tenía una ventanilla que se veía todo el pasillo y no
paraba de mirar hacia fuera. Y de pronto veo aparecer un guardia civil que venía en
dirección a nosotros. Enseguida me acerqué a mis compañeros y les dije:
- ¡ Viene un guardia civil !
Nos quedamos mudos, casi sin respirar. Pero pasan unos segundos y la puerta no
se abre. Entonces vuelvo a mirar y veo que el guardia civil había pasado de largo. Y
mientras seguía mirando, veo que viene un señor en mangas de camisa y abre el
calabozo, nos llama por nuestros nombres, le contestamos y nos dice:
- Ya podéis marcharos.
Cuando salimos a ¡a calle, pensé:
- Menos mal que esto ha terminado.
Pero a continuación empezaba otro drama, porque yo llevaba toda la cara llena de
morados y la camisa llena de sangre, con una nariz que parecía una patata y teníamos
que coger el tranvía para llegar a casa. Y a mí me daba vergüenza de que me viera la
gente con aquella cara y con la sangre de la camisa. Entonces nos marchamos
caminando. Cuando llegamos a mi casa, mí madre ya sabía que nos habían detenido,
porque el Anguera le había dado la noticia y ella ya había telefoneado a la comisaría,
para saber de mí. Pero cuando me vio, parecía que le daba un ataque, decía :
- ¡ Asesinos, qué habéis hecho con mi hijo, criminales !
Y me decía:
- Ya me esperaba yo que algún día te pasara algo así.
Y repetía otra vez:
- ¡ Criminales !
Y me dijo:
- Vamos a casa del señor González.
Que era el médico que nosotros teníamos. Cuando llegamos, al verme me dijo:
- ¿ Qué te ha pasado en la cara?
Le conté lo que fue, disfrazándolo un poco, porque no me interesaba decirle lo de la
Solidaridad Obrera. Y me dijo :
- Pues podrían haberte matado con los golpes que llevas.
Quería hacerme un volante para que hiciera una denuncia y le dije que no, que lo
que me interesaría es que me hiciera un volante para entregarlo en la fábrica, conforme
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taba enfermo, para dar tiempo a que se me deshinchara la cara, porque no podía ir a
bajar en aquel estado, ya que tendría que dar explicaciones de lo que me había
sado y me despedirían. La cuestión es que me hizo el volante justificando que tenía un
tarro muy fuerte, que me impedía asistir al trabajo en unos días.
Volvimos para casa y no salí a la calle durante unos días. Entonces se me metió la
mía de que yo tenía que matar al comisario aquel. Y estuve unos días pensando de la
mera que podía hacerlo. Pensaba conseguir una navaja de un tamaño grande y
rcharme cerca de la comisaría y estar al tanto, para cuando saliera seguirlo. Y si tenía
irte que se metiera en algún chiringuito de aquellos a tomar café, pegarle una
ialada y dejarlo allí tendido. Cuando me miraba al espejo y me veía aquella cara, es
ï se me encendía la sangre. En aquel momento, ya hubiera hecho lo que pensaba. Al
siguiente tuve una visita. Vino a verme mí tío Juan, aquel que nos dio la Solidaridad
rera en la puerta del Hospital de San Pablo y ya estaba enterado de todo. Entonces le
dique el plan que tenía para vengarme del comisario y me dijo:
- Eso ni pensarlo, porque podrías complicar las cosas y estropearlo todo. Mira,
otros de momento olvidaros de hacer nada más por el bien de la causa, porque
otros ya estáis fichados y ahora no dejaran de seguiros hasta que os puedan pillar en
) y complicarnos a todos. Sobretodo te pido que te olvides del comisario, que ya
drá la nuestra y tendrás tiempo de pillarlo.
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hombre que tendría treinta y cinco años y estaba al lado de un poste de la luz y tenía una
cuerda atada al poste a unos cinco metros de altura. Y en la mano tenía una bandera,
pero no se veía que bandera era. Entonces la desplegó un poco y me di cuenta que era
la bandera catalana y me dijo en catalán:
- ¿ Podrías echarme una mano? Nada más que me empujes de los pies para arriba,
porque me he subido al otro poste y no me quedan fuerzas para subir a éste.
Entonces cogí la cuerda y me la lié a la cintura y me subí a la altura de la otra y la
até en el poste. Me dejé caer rápidamente abrazado al poste y cuando bajaba, me noté
un pinchazo en la pantorrilla, pero no hice caso. Rápidamente aquel hombre me dio las
gracias y salió corriendo y yo también salí ligero hacia el trabajo. Aquella bandera estuvo
más de dos horas allí colgada hasta que fue la policía y la quitó. Pero dio tiempo a que
corriera la noticia por todo Barcelona que en Pueblo Nuevo había una bandera catalana
colgada en la calle.
Cuando llegué al trabajo, me notaba mucha molestia en la pierna. Me marché para
el botiquín y me bajé el pantalón y vi que tenía una astilla bastante grande clavada en la
pierna. Entonces llamé a uno que pasaba en aquel momento por allí y le dije si quería
hacer el favor de sacarla. Y miró de quitármela, pero no la sacó bien y a los cuatro o cinco
días se me había infectado. Y tuve que coger la baja, para ir a la mutua. Estuve quince
días de baja sin trabajar, fueron quince días de descanso como premio por ayudar a
poner la bandera aquella mañana.
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Todo esto que relato de mis memorias, me sucedieron desde el año 1936 al año
1946. Podría seguir escribiendo mucho más, pero la memoria ya me falla bastante y
tengo que hacer mucho esfuerzo para recordar.
Una cosa quiero decir y que me produjo mí mayor desilusión, fue cuando vino la
democracia en este país y ver que los que menos habían luchado por conseguirla, han
sido los que han sacado más provecho, que fueron los más listos que nada más con
dejarse la barba y ponerse un portafolios debajo del brazo, cogieron los mejores cargos
del país. Y los que estuvimos luchando siempre contra la dictadura del general Franco,
nos olvidaron porque nos consideraban un peligro para la joven democracia española.
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Espero no haberos aburrido con este relato y le doy las gracias al que haya tenido la
:iencia de llegar hasta el final.
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