15 Millones de Alemanes Salvador Borrego

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1944 - 1947

15 MILLONES DE ALEMANES
Arrojados de sus casas y su tierra
con lo que llevaban puesto
Alfred M. De Zayas

1944 - 1947
15 MILLONES DE ALEMANES
Arrojados de sus casas y su tierra
con lo que llevaban puesto

Después de haber transcurrido 67 años


de las trágicas expulsiones de 15 millones
de alemanes, es natural que muchos detalles
parezcan reiterativos o irrelevantes, y por eso
se han omitido en esta nueva edición.
Sin embargo, lo fundamental permanece.

HISTORIA XXI
NOTA DEL EDITOR

La sociedad contemporánea está siendo testigo de una cierta


homogeneización política y económica en todo el globo terrá-
queo. El interés por la diversidad como contrapartida, está
cada vez más arraigado en amplios sectores de la población. Y
a la diversidad en otros campos debe añadirse el derecho a la
diversidad intelectual. El derecho a la discrepancia. El investigar
o profundizar en aspectos poco conocidos u ocultos de nuestra
historia más próxima, es uno de los retos más apasionantes de
este siglo. El releer la historia al margen de tabúes políticos
impuestos por la moda del momento, es una de las asignaturas
pendientes de la historia contemporánea.
El objeto de este libro, y de la colección que lo enmarca,
es difundir entre el público aspectos poco conocidos, aunque
fundamentales, de la historia del siglo xx. El editor no pretende
exaltar régimen político alguno ni desenterrar del cementerio de
la historia movimientos fallecidos hace muchos años. Tampoco
es intención del editor hacer apología alguna de ninguna
ideología ni fomentar ningún tipo de discriminación.
Por el contrario, la finalidad del editor es dar a conocer las
nuevas corrientes del pensamiento al ciudadano y contribuir
a la formación de una opinión pública libre, fundamento del
orden democrático. Ante la gran demanda de información que
existe sobre estos temas, esta colección pretende hacer efectivo
el derecho a ser libremente informados.

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PRÓLOGO DEL EDITOR

La Segunda Guerra Mundial marcó una época. Se han publicado


muy buenos estudios sobre muchos aspectos de esta guerra. Pero
una de las mayores consecuencias de la guerra ha escapado, sin
embargo, a la atención que merece: la expulsión de 15 millones
de alemanes de sus hogares en Europa Central y Oriental. Un
movimiento que alteró radicalmente el mapa demográfico,
político y económico de Europa. Cuando se repasan las obras
globales que sobre la Segunda Guerra Mundial se exhiben en
las librerías españolas, no se encuentra ninguna referencia a este
fenómeno, aparte de un mapa –que casi todas ellas contienen–
donde una serie de flechas, acompañadas de cifras, marcan el
punto de origen y el de destino, así como el volumen de estas
deportaciones de población alemana. Esos mapas transforman
la tragedia de quince millones de personas, obligadas a dejar
sus hogares, en un mapa confuso, que por simple saturación de
datos resulta inasimilable, y que en todo caso no explica nada
sobre los orígenes, motivos ni formas de esas deportaciones
masivas.
Naturalmente, tampoco nos da a conocer los sufrimientos.
Unos dos millones de alemanes no sobrevivieron a esta invo-
luntaria emigración. Los millones restantes fueron amon-
tonados en una Alemania truncada, con una extensión muy
disminuida respecto a la de 1939, que había sido devastada,
hasta ser poco más que una masa de ruinas calcinadas, por

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los bombardeos aéreos anglo-norteamericanos, con una eco-
nomía productiva reducida a la nada, y que debía soportar
además de su población depauperada a cuatro Ejércitos de
Ocupación. Aunque los citados mapas no hablen de ello, las
miserias humanas que acompañaron este movimiento masivo,
especialmente en los años 1945-48, hacen de él uno de los epi-
sodios más deprimentes de la historia del siglo XX.
Por eso es sorprendente que, fuera de Alemania, se sepa
tan poco sobre esta desgraciada secuela de la guerra. En países
que, como España, fueron neutrales, lo ocurrido en esas fechas
en Alemania no ha despertado el más mínimo interés. Ahora
bien, como a la guerra caliente contra el III Reich sucedió, casi
sin solución de continuidad, la guerra fría contra la URSS, el
episodio de la deportación masiva, en crueles condiciones, de
millones de alemanes, en el caso de ser tratado, se presentaba
como una muestra más de la barbarie que acompañó (y por
tanto podía acompañar en el futuro) el avance del Ejército Rojo.
Aún menos es lo que se ha debatido sobre el papel que los
Estados Unidos y la Gran Bretaña tuvieron en la autorización
de las expulsiones. ¿Cómo llegó a producirse este extraordinario
hecho? ¿Era necesario para la paz en Europa? ¿Hasta qué punto
las potencias occidentales comparten la responsabilidad? Su
implicación en estos hechos, ¿era compatible con los principios
democráticos y humanitarios? Los historiadores británicos y
norteamericanos han eludido estos temas.
Las obras consagradas a este mismo tema por autores
alemanes oscilan entre las memorias individuales, extraor-
dinariamente elocuentes sobre los perfiles de la tragedia, pero
que no nos muestran un cuadro general del fenómeno, y vastas
obras de recopilación de datos, testimonios y estadísticas, que
por su extensión resultan inapropiadas para el lector, que en

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realidad debe familiarizarse aún con los datos fundamentales
del problema. Por esta razón hemos elegido para su publicación
una obra como la de Alfred M. de Zayas que, por su extensión
parece más apropiada para nuestro público, sin dejar de ser una
sólida obra de investigación y síntesis, escrita desde una más
que notable base jurídica.
Vamos a revisar brevemente qué es lo que ocurrió. En
octubre de 1944 el Ejército Rojo avanzó a través de Prusia
Oriental e hizo estallar una huida masiva de civiles alemanes
hacia el Oeste. Entre 4 y 5 millones de personas huyeron por
tierra o por mar desde Prusia Oriental, Pomerania, Silesia y
Brandenburgo oriental. Unos 4 millones de personas más no
pudieron ser evacuadas a tiempo, o rechazaron el abandonar
sus casas, pese a los peligros que suponía la ocupación militar
enemiga. Otros millones de alemanes permanecieron en la
región de los Sudetes, zona bajo soberanía checa entre 1919 y
1938, pero que había sido anexionado por el Reich mediante
los Pactos de Munich de 1938. Un gran número de enclaves
de población alemana, con orígenes que se remontaban a la
Edad Media en muchos casos, permanecieron en otras partes
de Polonia (en sus fronteras de la preguerra), en Hungría, en
Rumania y en Yugoslavia. Sin embargo, en los dos últimos
años de la guerra se había ido diseñando una política Aliada de
gran envergadura que pretendía realizar grandes amputaciones
territoriales al Reich, así como una extirpación radical de los
habitantes alemanes de Europa Central y Oriental. Cuando
concluyó la Conferencia de Postdam (17 de julio a 2 de agosto
de 1945) se anunció un Protocolo, cuyo artículo XIII° autoriza-
ba el traslado de los alemanes del Este hacia lo que quedaba del
Reich.
¿Existía algún fenómeno histórico paralelo, o algún pre-
cedente para un transvase de población de esta envergadura?
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En la Antigüedad, las deportaciones masivas de poblaciones
vencidas habían sido practicadas, incluso a veces con el carácter
de operación rutinaria, por pueblos como los Asirios. Durante
la Edad Media, algunos de los pueblos que llegaron hasta los
límites de Europa procedentes del Asia Central, como los
Avaros, siguieron prácticas análogas. La práctica de trasladar
a las poblaciones vencidas de los territorios conquistados fue
abandonada en Europa, si se trataba de pueblos cristianos o
susceptibles de ser cristianizados. En este caso, el territorio
de los vencidos podía ser anexionado y dividido, pero las po-
blaciones eran autorizadas a permanecer en sus países, trans-
formándose automáticamente en súbditos de los nuevos
soberanos. La España Cristiana medieval dio un ejemplo de
deportaciones masivas, al expulsar a la población musulmana
conforme avanzaba la Reconquista –al menos en el territorio
de Castilla–, porque se consideraba que no era susceptible de
convertirse al cristianismo, mientras que en cambio nunca se
pensó en deportar en masa a las poblaciones indígenas de la
América española, ya en la Edad Moderna. Sin embargo, en el
mismo Nuevo Mundo, la política norteamericana del Destino
Manifiesto provocó el gradual desplazamiento de los Indios de
las Praderas hacia el Oeste, concluyendo con la deportación de
las tribus restantes hacia reservas establecidas por el Gobierno,
durante el siglo XIX. Por desgracia, había demasiados prece-
dentes históricos.
Después de la 1ª Guerra Mundial el principio de despla-
zamientos masivos obligatorios de población ganó en aceptación
internacional, algo a primera vista sorprendente, teniendo en
cuenta que se suponía que el mundo debía haber progresado
moralmente. El tratado de intercambio de poblaciones entre
Turquía y Grecia, que afectó a unos dos millones de personas,
tuvo una significación internacional única, ya que fue aprobado

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y supervisado por la Sociedad de Naciones. Fue un preludio
ominoso de lo que estaba por llegar.
Pero, en términos humanos, ¿qué significa la deportación
de 15 millones de personas al acabar la guerra? ¿Eran todos
jerarcas nazis y criminales de guerra? ¿O eran en su mayoría
gente normal: agricultores, trabajadores industriales, hombres
y mujeres de todo tipo y condición? No se trata de considerar
lo sucedido como una simple estadística de algo que les ha
ocurrido a algunas personas en alguna parte del mundo. Para
entender su importancia es necesario imaginarse detrás de los
números a personas concretas, que tienen la gran desgracia de
perder la tierra en la que han nacido y sobre la que han crecido,
en la que sus antepasados vivieron y prosperaron durante
generaciones. No es posible comprender lo que significan
15.000.000 de personas expulsadas de sus casas sin visualizar la
imagen de una madre medio muerta arrastrando a su hijo, o la de
un anciano con ojos vacíos que arrastra sus pobres pertenencias.
Pero no se trató de un caso o de dos. Fueron millones de casos
como este. Es eso lo que debe comprenderse, para preguntarse si
la suma total de tantas tragedias equilibraba el valor de alcalizar
los objetivos políticos que se suponía iban a lograrse mediante
la expulsión de estos alemanes hacia el Oeste.
Incluso asumiendo que el principio de deportación forzosa
está de acuerdo con los principios de la humanidad civilizada,
algo más que dudoso, la ejecución de tales deportaciones debe
realizarse bajo una estrecha supervisión, para minimizar las
muertes y sufrimientos. El texto del Artículo XIII° del Protocolo
de Postdam impone a las Potencias Signatarias la obligación
de controlar que los términos del acuerdo sean observados,
para asegurar que las deportaciones fueran realizadas en
forma gradual y humana. En la medida en que las Potencias

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Signatarias fueron "incapaces" de tomar las precauciones para
impedir que las deportaciones degeneraran en expulsiones
salvajes, esas Potencias son co-responsables de los abusos que
acompañaron la implementación de este acuerdo sobre los
traslados de población.
¿Cómo se llevaron a cabo esas deportaciones? Los ale-
manes, ¿fueron simplemente trasladados hacia el Oeste o
también fueron masacrados en ese proceso? En el prólogo a la
edición norteamericana de su libro, Alfred De Zayas escribía:
Para un americano, que solo habla de "crímenes nazis", es una
experiencia atroz el descubrir los excesos que acompañaron estas
expulsiones. Estudiar los informes y declaraciones juradas relativas
a este tema no es una tarea agradable. Entrevistas personales con
testigos que no eran de nacionalidad alemana, así como a centenares
de supervivientes alemanes de estas expulsiones, me confirmaron esta
terrible crónica de inhumanidades. Se realizaron actos de increíble
crueldad y sadismo. Civiles indefensos echados de sus casas con porras,
mujeres violadas, hombres deportados para ejercer como trabajadores
esclavos, miles de personas internadas en campos, en espera de su
expulsión. Saber sobre todas estas atrocidades abate el ánimo. Uno
se pregunta si las Democracias habían combatido la guerra contra
Hitler solo para permitir la edificación de otros Buchenwald y otros
Bergen-Belsen, para autorizar una política de deportaciones que iba
a suponer centenares de miles de víctimas inocentes. ¿Qué quedaba
del humanismo, de aquello que el Presidente Wilson había llamado
‘la conciencia iluminada de la humanidad’?
No es extraño que sobre un episodio tan dantesco, y cuya
realización contradice en grado sumo los ideales por los que
decía combatir la coalición anti-hitleriana, se haya corrido
un tupido velo. Queda fuera de nuestras posibilidades el
analizar por qué los hechos relativos a estas expulsiones han

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permanecido largamente ignorados por el público del mundo.
Parece como si, una vez ganada la guerra, los vencedores no
sintieran la necesidad de reexaminar los principios por los que
habían combatido, ni verificar si esos principios estaban siendo
observados. Sólo unas pocas personas públicas elevaron su voz
de protesta mientras se desarrollaba aquella tragedia. Y sus
palabras fueron pronto olvidadas.
Del otro lado, el pueblo alemán, habiendo sobrevivido al
trauma de la capitulación incondicional, al desmembramien-
to de su país y a las deportaciones, no podía escapar a la
necesidad de hacer una nueva valoración de su historia.
Habían perdido en la Guerra Total y debían sufrir la suerte
del derrotado. Es difícil explicar a quien no esté familiarizado
con las tradiciones alemanas el sentido emocional que tuvo la
pérdida de los territorios al Este de la Línea Oder-Neisse, en
la que se encontraban las tierras natales de Immanuel Kant y
Johann Gottfried Herder (Prusia Oriental), Joseph Freiherr
von Eichendorff y Gerhart Hauptmann (Silesia), Edwald von
Kleist (Pomerania) y Arthur Schopenhauer (Danzig), por citar
sólo unos pocos. La pérdida de estas provincias históricas, que
constituían una cuarta parte del territorio del Reich, aparece
hoy como un fenómeno irreversible, pero muchos alemanes no
han dejado de sufrir el dolor de su pérdida. Hay que decir a
su favor que han renunciado a recuperarlas por irredentismo y
medios violentos. Cuando muchos de los expulsados han vuelto
a sus regiones de origen, ha sido de manera pacífica y amistosa,
aunque en realidad muy pocos han pretendido establecerse de
nuevo en Silesia, Pomerania o Prusia Oriental, incluso después
de la caída de los regímenes comunistas. Por esta razón, la mayo-
ría de los expulsados han acabado integrándose en la Alemania
que restó después de concluir la Segunda Guerra Mundial (en
la Occidental o en la Oriental) y lo que pudo haber sido una

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