La Guerra Justa. Walter Klaasen
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LA GUERRA JUSTA
UN RESUMEN
WALTER KLAASSEN
Primera edición en idioma inglés: The Just War : A summary
Walter Klaassen , Canadian Peace Research Institute,Oakville,
Ontario, Cañada, 1978, (Peace research Reviews, Vol. VII, 6)
^73
KCc>3j ^'
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CLARA SEMILLA
Apartado aereo 57-527 Apdo. 371-1
Bogotá 2, 2:ona7, ciudad de Guatemala
Colombia Guatemala
1991
CONTENIDO
I. Introducción. 9
IV. Constantino. 15
3
XIV. Teorías de la guerra justa a la
sombra de la bomba atómica. 46
1. Perspectivas protestantes. 46
2. Perspectivas católicas. 50
3. La teoría marxista. 52
4. La revolución justa. 53
5. Intención. 57
XV. Resumen. 58
CITAS. 60
4
PROLOGO
5
disimulo. Porque hay en la violencia una especie de mecanismo de
simulación, y develarlo significa descubrir la clave para compren¬
der su lugar y papel en el interior de la experiencia humana.
6
en las sociedades humanas. Reafirmó el no matarás, y enseñó
nuevas formas de relación entre los hombres contenidas en sus
propuestas: amarás a tu prójimo, amarás a tu enemigo, pondrás
la otra mejilla. Jesús censuró enérgicamente el gesto violento y
la espada de Pedro dirigidos contra un ser humano, aceptando
morir en violenta cruz pero negándose a reclamar el mismo camino
para quienes lo sacrificaban.
7
WALTER KLAASSEN
8
LA DOCTRINA DE LA GUERRA JUSTA
EN OCCIDENTE: UN RESUMEN
I. Introducción
9
Latina sostienen que lo hacen por causas justas. Sus voceros,
tanto marxistas como cristianos, los apoyan argumentando que
se trata de guerras justas. Aun los gobernantes de las grandes
potencias se sienten inclinados a justificar sus acciones militares
en el mundo, siendo los casos más obvios los de Francia en
Indochina y Argel, de los Estados Unidos en Vietnam, y de la Unión
Soviética en Hungría y Checoslovaquia.
10
muchas veces se mataba a toda la población de una ciudad y a sus
animales, incendiándose además sus propiedades, como un sacri¬
ficio ofrecido en honor de Yavé. La oposición a los propósitos de
Yavé podía ser vencida solamente exterminando completamente
a sus enemigos. Así fue como Elias y Eliseo, ambos profetas de los
primeros tiempos, iniciaron los baños de sangre de pueblos que
eran devotos de Baal, el dios cananeo de la fertilidad. Estos
profetas, que eran figuras muy influyentes en la sociedad israelita,
fueron los principales portadores e instigadores del concepto de la
guerra santa.
11
Siervo de Yavé. De quién se trata realmente, y si es una personi¬
ficación de Israel o de alguna persona, es un misterio y posible¬
mente no importe mucho. Escuchemos estas palabras:
12
la que el agredido tiene dos opciones en lugar de una: devolver el
golpe o contenerse. Si se contiene, el ciclo de violencia se rompe y
tiene lugar algo más constructivo. Si, en cambio, devuelve el golpe,
la lesión pasa a fortalecer la confianza en que éste es el camino que
conduce a la humanidad hacia la paz.^ Al final Jesús murió sin
resistirse, y orando por sus enemigos.
13
Nosotros que estábamos llenos de guerra, matándonos
los unos a los otros y haciendo toda clase de
perversidades, cada uno de nosotros en todo el mundo
hemos cambiado nuestras armas de guerra...en arados y
nuestras lanzas en instrumentos para la agricultura.*®
Nosotros, que no solamente no hacemos más la guerra a nuestros
enemigos, sino que como no nos permitimos mentir
o engañar a nuestros jueces, con gusto morimos
confesando a Cristo.**
parecidas:
14
cristiana en los ejércitos romanos a partir del año 170 d.C. Parece
haber una relación directa entre este fenómeno y el cambio de
actitud dentro de la iglesia hacia el imperio. Había habido tensión
acerca de este punto desde el principio, segiin lo indican Romanos
13:1-6 y Apocalipsis 13:1-8, ya que encontramos en Romanos una
postura muy positiva hacia el imperio y en Apocalipsis ima muy
negativa. Parece, sin embargo, que la postura negativa era la
norma durante el primer siglo, particularmente porque estaba
fundada en las palabras de Jesús que decían que su reino no es de
este mundo. Además, hasta mediados del segundo siglo había una
gran expectativa de su pronto retorno. En consecuencia, no tenía
sentido ofrecer una adhesión seria a los reinos de este mundo.
Por lo tanto, aunque hasta finales del siglo tercero no hay trazas de
una doctrina cristiana de la guerra justa, gradualmente fueron
creándose las condiciones para que ésta pudiera surgir.
Otro cambio había tenido lugar en esta época. Como parte ya de los
escritos que llegaron a constituir el Nuevo Testamento, apareció
la declaración de que el cristianismo representaba la única verdad,
y que todas las otras religiones y filosofías eran falsas y conducían
a desviar de la verdad a la humanidad. Cuando esta actitud se
combinó con el poder del estado en el siglo cuarto, encontramos las
primeras evidencias de lo que ha llegado a llamarse cruzada, que es
la forma más virulenta de la guerra justa.
rV. Constantino
15
cristiano por prudencia, consideró las guerras que peleó contra
Maxencio y Licinio como guerras santas. Aparentemente, en res¬
puesta a una visión colocó el signo de la cruz en sus estandartes, y
de esa forma hizo del Dios cristiano su protector y aliado. Ganó la
batalla y se hizo emperador único. La naturaleza religiosa de la
guerra fue reconocida por los cristianos y Constantino fue por los
voceros cristianos alabado en los términos más extravagantes. Se
creía que en este “nuevo y admirable emperador” Dios había
cumplido lo que ya antes los cristianos habían percibido, es decir,
la natural afinidad entre la cristiandad y el imperio, pero ahora
fundidos en una verdadera unidad. El imperio único y su único
emperador tenían su paralelo en el único reino de Dios y su único
Dios.*® Constantino había restaurado la pax romana. La paz de
Dios y la paz del imperio se daban la mano. Los líderes cristianos
vieron todo esto como el cumplimiento de la profecía de Isaías,
en cuanto a transformar espadas en arados y lanzas en hoces. Esta
conversión del emperador al cristianismo fue también el cumpli¬
miento del sueño de Juan de Patmos, cuando escribió: “Los reinos
del mundo se han transformado en reinos de nuestro Dios y de su
Cristo. Y él reinará por siempre y siempre."(Ap. 11:15) El mimdo
entero obedecía a Cristo el Señor; ¡el milenio había llegado! Que
Constantino hubiera logrado esta hazaña por métodos contrarios
a los del Príncipe de Paz parece, por un lado, estar justificado por el
fin. Pero hay otra manera de explicar esta anomalía. El pasaje de
Apocalipsis citado antes, y que proclamó el milenio, no puede
separarse del relato de la guerra mediante la cual éste finalmente
se alcanza. He aquí su descripción:
16
El próximo paso fue la expansión de la guerra santa para poner de
rodillas a todos los enemigos de Dios y para transformar el milenio
en una realidad empírica. Los primeros objetores fueron los
donatistas, disidentes dentro de la iglesia, quienes protestaron por
la secularización delaiglesiay adoptaron sus propias medidas para
combatirla. Constantino expresó, acerca de su papel de líder en la
guerra contra los disidentes religiosos: “¿Qué otra cosa puedo
hacer, en base a mi oficio y deber como emperador, sino disipar el
error, erradicar toda imprudencia, y establecer que todos se
ajusten a la verdadera religión y sirvan debidamente al todopoder¬
oso Dios en unidad y armenia?”^® “El subyuga y castiga a los
adversarios de la verdad de acuerdo con las usanzas de la guerra...”
escribió Eusebio, haciendo obvia referencia a la guerra santa de
Constantino contra los herejes.^’ La disidencia no tenía derechos.
En consecuencia, los líderes del grupo disidente eran exiliados y
sus iglesias les eran confiscadas. En el 326 Constantino emitió el
siguiente decreto:
17
emitido varios decretos en contra del paganismo, en el 341 y el 342.
Luego, en el 346 apareció el llamado Manual de Intolerancia de
Firmico Materno:
18
V. Agustín: La formulación clásica de la doctrina de la
guerra justa
Para Ambrosio, que era antes que todo un hombre de acción, las
cosas eran relativamente simples. No así para Agustín, que fue una
19
de las mentes más brillantes de la antigüedad. En primer lugar,
Agustín eranorafricano, y como tal poseía el profundo sentido de
la injusticia romana. Esto le daba una perspectiva totalmente
distinta a la de Ambrosio y otros cristianos, en cuanto a las
guerras imperiales de Roma. Rechazaba la idea del milenio y de
que la pax romana fuera el cumplimiento de la transformación de
las espadas en arados. La paz no era algo alcanzable en esta tierra;
la humanidad estaba destinada a luchary a hacer guerra. No tenía
esperanzas de que se alcanzara la perfección en la tierra, y expe¬
rimentaba una profunda tensión entre la incurable corrupción
del hombre que observaba en la historia y la enseñanza del Sermón
del Monte, que, como lo expresa Bainton, “se había grabado
profundamente en su alma”. Sin esperanzas de paz sobre la tierra,
y bajo la influencia del platonismo, Agustín espiritualizó e
internalizó la noción de paz. La paz, escribió, es lo que Dios da
al alma redimida, y podrá experimentarse totalmente sólo en el
cielo. No consideraba que la vida en el cuerpo fuera de extrema im¬
portancia. Por lo tanto matar el cuerpo era más fácilmente acep¬
tado. Puesto que la paz perfecta nunca podría ser alcanzada en este
mundo, aun los cristianos tendrían que adaptarse a una situación
menos perfecta. Los supuestos teológicos y fílosóficos básicos de
Agustín prepararon el camino para su doctrina de la guerra justa.
20
que vengar un agravio sea considerado defensa propia. Aquél que
rehúse ofrecer compensación, o niegue el paso, puede ser forzado
ahacerlo. 3) La guerra justa debe ser justa en su disposición. Debe
ser llevada a cabo en amor, de manera que el mandamiento de
amar al enemigo no sea quebrantado, pero amar no excluye la
posibilidad de matar. 4) La guerra debe ser justa en cuanto a sus
promotores, es decir, sólo se realizará bajo la autoridad del
gobernante. El gobernante es responsable, y no es preciso que
el soldado común asuma la responsabilidad por matar. Todo
lo que hace es obedecer. 5) La conducción de la guerra debe ser
justa. Violencia desenfrenada, masacre, venganza y represalias no
están permitidas.
21
estableció. Pero precisamente poner límites ha sido el constante
problema tanto de la guerra justa como de la cruzada.
22
Papa León III.
23
Las palabras que pronunciara el papa Urbano II en el Concilio de
Clermont, en 1095, describen el lugar de las cruzadas en el pensa¬
miento de ese tiempo. Después de describir la desesperada
situación de los cristianos bizantinos, a causa de la agresión de los
“turcos y árabes”, dijo:
24
dad constituida, la iglesia papal. Pero ahora no escuchamos nada
acerca del amor. Además, las restricciones con respecto a la
violencia están ahora casi totalmente ausentes. Descripciones de
los hechos cuentan de atrocidades, masacres, destrucción desen¬
frenada, sacrilegios, en verdasd, cada uno de los excesos a los
cuales la guerra está sujeta. El modelo fue la guerra santa de los
primeros tiempos del Antiguo Testamento, la opción que Jesús, a
quien los cruzados decían seguir, había rechazado por estar total¬
mente opuesta a la voluntad de Dios.
Fueron tres las condiciones enunciadas por él, que hacen que una
guerra pueda ser considerada justa: autoridad legítima, causa
25
suficiente, e intenciones correctas.^® También justificó la perse¬
cución de herejes, dando así aprobación a la guerra santa. Cuatro
años después del nacimiento de Tomás de Aquino, los Albi-genses,
una secta disidente del sur de Francia, habían sido erradicados en
una cruzada militar que duró 20 años. Fue en ese momento
cuando surgió la Inquisición, ese siniestro instrumento de la
guerra santa que durante siglos ensombreció a Europa.'*®
26
Aparte de los casos citados más arriba, y de un breve
resurgimiento de estipulaciones y reglamentos acerca de la guerra
justa entre las ciudades-estados italianas a finales del Siglo XV,
este segmento de la historia de la guerra justa es relativamente
fimesto. Aunque Agustín sinceramente esperaba que sus
enunciados fueran empleados para reducir los conflictos letales y
establecer por lo menos una relativa paz, cumplieron esa función
muy escasamente. El problema mayor fue que Agustín, que quería
ser realista, fue en realidad un idealista. Dio por sentado que los
líderes escogerían la paz, en lugar del enriquecimiento o el en-
gradecimiento propios. Asumió que, si un hombre era cristiano, sus
motivaciones serían esencialmente diferentes. Asumió que era
posible amar y matar al mismo tiempo. Estos errores de cálculo
fueron puestos de manifiesto especialmente en las guerras santas,
pero aparecen en cualquier conflicto letal. Pocos mortales son tan
altruistas y están tan totalmente en control de sí mismos en un
conflicto armado, como para poder matar al enemigo y amarlo al
mismo tiempo. Como un intento de reducir el nivel de violencia
en el mundo, el concepto de guerra justa fue un paso hacia la
proscripción de la guerra. Su idealismo lo transformó en algo
relativamente ineficaz.
27
LA GUERRA JUSTA DESDE EL
RENACIMIENTO HASTA EL PRESENTE
28
Felipe Mornay escribió en 1579 que un príncipe constituido puede
ser depuesto por oficiales legítimos del estado, si quebranta el
contrato hecho entre él y el pueblo. Por otra parte, los tiranos que
usurpan y gobiernan sin un contrato pueden ser rechazados y
depuestos por cualquiera.®^ Esta teoría ha revivido en nuestros
propios días para justificar las revoluciones, especialmente en
América Latina.
29
Pero ciertamente ambos lados justificaron sus acciones militares en
base a la doctrina tradicional.
30
mejor justificación para la atrocidad que jamás se haya inventado.
31
marcha atrás el rumbo que lleve a salvar la vida y
mantener la libertad de la madre patria.®*
32
Si la gente común fuera consultada, en cuyo caso el bien común
pesaría en la decisión, entonces no habría guerra.®* Que haya
concordia y paz es la ley natural.®* La concordia y la paz fueron la
voluntad y la intención de Cristo, comúnmente reconocido como
líder y príncipe de todo.®^ Si los hombres dicen en serio que Dios
es Padre, deben reconocer que todos los hombres son hermanos y
que la guerra niega ambas cosas.®® Repetidamente vuelve a
señalar las ventajas de la paz y las desventajas de la guerra para
la sociedad humana. La guerra solamente conduce a la guerra, la
venganza genera venganza. Igualmente, la bondad produce a su
vez bondad.®®
33
"Si la guerra es inevitable, entonces debe ser con¬
ducida de tal manera que las desgracias que de ella
resulten recaigan sobre aquellos que la ocasiona¬
ron. En la mayoría de las guerras, la protección
de las cabezas de gobierno queda asegurada y sus
capitanes llevan las de ganar. Son el pobre campe¬
sino y la gente común los que soportan el peor
embate de destrucción, aun cuando casi no tengan
ningún interés en el asunto y por cierto no lo hayan
provocado".’^®
En uno o dos pasajes parece admitir que pueda haber una guerra
justa, una guerra contra “invasiones bárbaras o para defender el
bien común.”'^^ Sin embargo, en el contexto de su argumento total,
este argumento es tan débil que resulta insignificante.
34
anabautistas no tenían esperanzas en cuanto a la sociedad contem¬
poránea. Veían la realidad en términos de una lucha masiva entre
el reino de Dios y el reino de Satanás, y a los estados con su poder
y violencia, colocados de parte de Satanás. Aunque los anabautis¬
tas increpaban valientemente a los poderes de su tiempo, en
realidad no trataban de reformarlos, sino que concentraban sus
energías en la formación de una nueva comunidad, en la cual las
reglas fueran el amor, la paciencia, el perdón y la no violencia, en
lugar de la coacción, la venganza y las matanzas, como en el estado.
Su solución era la de propiciar una nueva sociedad, en la cual
morara la justicia, y dejar que la vieja sociedad corrupta se
destruyera a sí misma. Para ellos, por lo tanto, la doctrina de la
guerra justa era parte de la corrupción del mundo, un compromiso
con el mal en el cual ellos no podían participar. En cierto sentido,
compartían el optimismo de Erasmo acerca del ser humano porque
asumían que, puesto que Cristo había invitado a todos a seguirlo, tal
cosa era posible. Y bajo su liderazgo podrían concretar el reino de
Dios en el cual mora la justicia.’^
35
Este es al mismo tiempo un completo rechazo de la guerra justa y de
la guerra santa. Sin embargo, los cuáqueros no eran pesimistas
como los anabautistas acerca de la sociedad más amplia y sus
instituciones. En ese punto estaban más cerca de Erasmo. Distin¬
guían entre una ética cristiana y una ética subcristiana, con lo
cual justificaban tanto su propio rechazo de la guerra como la
participación de otros en la coacción y la matanza. A ellos les
resultó un poco más fácil que a los anabautistas apelar a las
naciones en nombre de la justicia y el sentido humano. Insistieron
en que la guerra, como método, “no era apropiada para el logro de la
paz.”’^
36
á
Grocio escribió su clásico sobre la guerra justa, De Jure Belli ac
Pacis (De los Derechos de la Guerra y la Paz) en 1625, siete años
después de haber comenzado la Guerra de los Treinta Años. En
los Prolegómenos de su obra identifica la razón de su tratado:
37
puramente por pillaje es un pecado...y que en otra obra dice:
38
Estas reglas, tanto para la iniciación de las guerras como para su
conducción, están basadas en la ley natural. Eso significa que toda
la humanidad puede reconocerlas y aceptarlas. Esta ley rige, dice
Grocio, aun si no hay Dios o si los asuntos de los humanos no tienen
importancia para El.®’ En detalle, las reglas son simplemente una
reformulación de las leyes redactadas primeramente por los griegos
y romanos, y luego adoptadas por Agustín. Lo que es diferente es
la nueva situación política, en la que los estados soberanos tienen
cada uno sus propias leyes e intereses.
Grocio reconoció que aun en una guerra justa tendría que perecer
gente inocente. “Por tanto”, dice, “los hombres pueden tener que
bombardear un barco lleno de piratas o una casa llena de ladrones,
aunque en el barco o en la casa haya niños, mujeres u otras personas
inocentes, que puedan así quedar expuestas al peligro.”®^
Finalmente, el vencido debe ser siempre tratado con magnanimi¬
dad.®®
39
no teniendo excusa alguna que el castigo sea infligido con menos
precisión porque.de manera imaginaria, el enemigo sea con¬
cebido como formando un cuerpo.”®®
Joan Tooke hace notar que Grocio escribió en una época en que “la
concepción jerárquica de la sociedad estaba dando paso a la
contractual”, que pone más énfasis en lo individual.®’
40
i
buir a la destrucción de la humanidad.®* Nef sugiere que, además
de las muchas dificultades técnicas conque se tropezaba para el
desarrollo de máquinas destructivas, tampoco se quiso hacerlo por
considerarlo impropio.^*®
41
religiosas desde hacía mucho tiempo. Ahora estaban dejando de
matar por cuestiones políticas.
42
que pueda con autoridad” pronunciar si una guerra es justa o
injusta. Además, “nunca habría paz, ya que los resultados de una
guerra siempre podrían ser acusados de ilegalidad y, por lo tanto, no
ser acatados por la otra parte, o por terceras partes.Asíes que
escritores posteriores de los Siglos XVIII y XIX llegaron a la
conclusión casi unánime de que “la única fuente de derecho
internacional se encuentra en los tratados y en la práctica real de
los estados”.^®® Dionisio Anzilotti, juez de la Corte Internacional de
Justicia de La Haya, escribió en 1914 que la guerra estaba fuera de
los parámetros del derecho internacional, y que en realidad era una
manera de crear un nuevo derecho mediante el uso de la fuerza.'®*
Hasta la Segunda Guerra Mundial, escribe Arturo Nussbaum, la
mayoría de los escritores modernos sobre derecho internacional
más destacados no consideró que la doctrina de la guerra justa fuera
parte del derecho internacional.
43
Inmediatamente después de la guerra, los victoriosos aliados se
dedicaron a establecer una maquinaria internacional de justicia, en
la creencia de que la misma era indispensable para asegurarla paz.
La Liga de las Nacionesyla Corte Internacional de Justicia fueron
creadas para proveer jueces supranacionales en disputas
internacionales. El Tratado de Versalles había dictaminado
culpabilidad de guerra, lo que en esencia era un juicio en contra
de los imperios de los Habsburgo y Hohenzollem, por haber pro¬
movido una guerra injusta. El establecimiento de la Liga de las
Naciones, y más tarde el de las Naciones Unidas, escribe Lynn
Miller, fueron intentos “de colocar la doctrina de la guerra justa en
un marco legal.
r
44
del Teniente Calley, hace varios años, después de que la prensa
hiciera público el crimen de Mai Lai. Si este principio fuera
realmente tomado en serio, y el de Calley no hubiera sido un caso
convincente, podría funcionar como freno a decisiones precipita¬
das de los estados para entrar en un conflicto.
45
1953-66) que el verdadero problema moral “es el de la tortura y
la innecesaria brutalidad hacia los combatientes y civiles por
igual”, y acusó a ambas partes de “crasas y constantes violaciones
de las reglas de la guerra.”^
1. Perspectivas protestantes
46
Ramsey se declara total e inalterablemente opuesto al esfuerzo de
declarar a la guerra fuera de la ley. El, argumenta, que esto es así
porque nunca podrá haber un mundo sin guerra.
47
apuntar a depósitos de municiones, líneas de suministro, puentes,
etc.**^ Los no combatientes no están inmunes “a todo daño, sino
solamente al ataque intencionado y directo. La importancia de
los daños indirectos no intencionados y colaterales, puede ser
muy grande.”^**
48
una guerra nuclear pueda ser justa. Me parece que ha roto la
tensión entre lo ideal y lo real, condicionando la moralidad cris¬
tiana a la estrategia.
49
tiente, pero admite una “disuasión dirigida discriminadamente”.
“El nuevo rol de la teoría de la guerra justa es el de mostrarnos
cómo emplear los convenios en cuanto al uso del poder nuclear
para que las armas nucleares se mantengan bajo control”.^®®
2. Perspectivas católicas
Los católicos en conjunto han estado menos seguros que gente como
Ramsey, de la utilidad moderna de la teoría de la guerra justa.
Deseo referirme brevemente a tres afirmaciones sobre la guerra
justa.
50
exigencias estrictas de la defensa”.^*’ En otras palabras, la guerra
justa es únicamente una guerra de defensa y, aún así, sólo en el caso
más extremo.
No puedo resumir todas las parte de la encíclica que tienen que ver
con las relaciones entre las naciones. Deseo dirigir mi atención
hacia dos puntos únicamente. El primero es el énfasis de Juan
XXIII en la gran necesidad de autoridades públicas de dimensiones
mundiales, “con una amplitud de poderes, estructura y medios de
iguales proporciones”. Tal autoridad debe establecerse por consen¬
timiento mutuo, y no impuesta por la fuerza. Esta autoridad
supranacional es necesariaparalapazy la seguridad mundiales.^®®
Hace sólo una referencia a la guerra justa.
51
protestantes. La paz es posible, y la guerra puede ser proscrita.'^*
Sin embargo, las guerras son endémicas y es necesario ocuparse de
ellas mientras tanto. Pero la guerra moderna debe evaluarse con
una actitud enteramente nueva, puesto que las naciones poseen
armas de destructividad extrema. En primer lugar, como “no hay
autoridad competente y suficientemente poderosa a nivel inter¬
nacional” para ocuparse de conflictos entre naciones, “ a los
gobiernos no se les puede negar el derecho de legítima defensa, una
vez que otro medio de arreglo específico haya sido agotado.” Sin
embargo, los efectos del empleo de armas ABC puede sobrepasar
en grado sumo los límites de legítima defensa. El Concilio se
preocupó especialmente de condenar la guerra total:
3. La teoría marxista
52
guerras emancipadoras y de liberación nacional.^'^Toda guerra es
injusta. Sin embargo, una guerra no ha de ser considerada justa
simplemente porque un país socialista esté empeñado en ella. Aun
los países socialistas deben emplear la guerra solamente como
último recurso, aunque la causa sea justa. Kardelj puntualiza
especialmente la importancia de la proporcionalidad.^^’ Hasta una
guerra justa puede obrar en contra del socialismo, en el “complejo
total de los acontecimientos internacionales”. Por eso los resultados
de una guerra deben pesar más que el costo.^'** En consecuencia,
puede ser necesario abstenerse de pelear una guerra justa. La
doctrina marxista, por lo tanto, no contribuye nada nuevo a lo que
hemos estado discutiendo. Sin embargo, nos conduce directamente
al tema de la revolución justa, porque aun los apologistas
cristianos invocan los argumentos marxistas.
4. La Revolución Justa
a) Autoridad legítima
53
Pero los calvinistas y puritanos proporcionaron otro argumento,
mucho más prominente en los apologistas cristianos de la revolu¬
ción justa: la apelación a la ley divina, es decir, que la autoridad
de Dios estápor encima de la autoridad de cualquier gobierno, aun
de gobiernos electos. Por lo tanto, para llevar el asunto un paso más
adelante, los derechos básicos del humano que la ley divina consa¬
gra están por encima de los derechos del gobierno.
b) La causa justa
54
i
nazas, o resistencia no violenta. Por el contrario, estas
autoridades, sean políticas, económicas o militares, ejercen
violencia sobre el pueblo,
c) Proporción
55
sitio la revolución se justifica más que en otro. Los escritos
están llenos de simplificaciones y generalizaciones. ¿Cómo decide
uno que en Brasil el mal de la guerra civil es menor que el mal de la
represión? ¿En la India? ¿En Haití? Simplemente se da por
sentado. Este es un juicio más ideológico que científico.
d) Conducta Justa
En esta lucha de los pobres contra los ricos, escribe Meló, “el fin
que se busca debe tomar precedencia sobre el medio empleado.
Esta es la doctrina cínica de que el fin justifica los medios, e indica
que, para este autor por lo menos, toda discriminación cristiana
y humanitaria se ha perdido. Esta clase de declaración parece
natural, una vez que se permite el derecho a la violencia en una
situación en la que, como en América Latina, las posibilidades de
éxito para cualquier revolución al presente son mínimas.
56
horrendos. En otras palabras, no hay límite. Pierde todo sentido
hablar de medios justos, porque no se hace ninguna discrimi¬
nación. La guerra crea su propia ley.
5. Intención
57
tomados en serio.
XV. Resumen
58
concepto legal que ha servido de manto al esta¬
tismo. Queda abierta la cuestión de si las teorías
de la guerra justa han limitado más guerras de las
que han alentado.
59
CITAS
60
8
Véase por ejemplo C. J. Cadoux, The Early Christian Attitude
to War (London, 1919); R. H. Bainton, Christian Altitudes to
War and Peace (New York and Nashville: Abingdon, 1960);
JoanTooke, The Just War in Aquinas and Grotius (London: S.
P. C. K, 1965).
9
Véase Bainton, op. cit, pp. 77-78, para encontrar citas de los
Padres.
10
Dialogue with Trypho, p. 110.
11
I Apology, XXXIX.
12
Corona Militis, XI.
13
Contra Celsum, V, p. 33.
14
Ibid, P. 75.
15
C. N. Cochrane, Christianity and Classical Culture (New
York: Oxford University Press, 1957), p. 185.
16
Citado en Walter Dignath, Kirche Krieg Kriegsdienst (Ham-
burg-Volksdorf: Herbert Reich. Evangelischer Verlag G. m. b.
H., 1951), p. 39.
17
Cochrane, op. cit., p. 186.
18
ANewEusebiused. J. Stevenson, (London: S. P. C. K, 1963,
p. 4.
19
Creed, Councils and Controversias, ed. J. Stevenson, S. P.
C. K., 1966, p.4.
20
Ibid., pp. 2-3.
21
Dignath, pp. cit., p. 40.
22
Ibid, pp. 40-41.
23
Bainton, op. cit., pp. 36-38.
61
24
Podría elaborarse una doctrina de la guerra justa con los
comentarios hechos por Livio en su Ab Urbe Condita comen¬
zada en el año 27 a. C. Véase Livy, Rome and the
Mediterranean, transí, by Henry Bettenson, Harmondsworth,
1976, pp. 49, 399, 422, 427, 508, 525, 531, y otras.
25
Ibid., pp. 90-91.
26
Esta sección sobre Agustín es esencialmente im resumen de
Bainton, op. cit., pp. 91-99.
27
Creeds, Councils and Controversies, pp. 211-212.
28
Ibid., p. 213.
29
Paul Ramsey, The Just War: Forcé and Political Responsa-
bility (New York: Charles Scribner’s Sons, 1968), p. 142.
30
Dignath, op. cit., pp. 42-43.
31
Ibid., p. 43.
32
Bainton, op. cit., pp. 110-111.
33
Ray C. Petry, A History of Christianity (Englewood ClifFs; N.
J.: Prentice-Hall, Inc., 1962), p. 243.
34
Ibid., p. 248.
35
Bainton, op. cit, pp. 116-117.
36
J. T. Johnson, Ideology, Reason, andtheLimitationofWar
(Princeton: 1975), pp. 36-37; J. Tooke, The Just War from
Aquinas to Grotius (London: 1965), pp. 13, 86.
37
Johnson, op. cit, pp. 37-38.
38
Joan Tooke dice lo contrario en Tooke, op. cit, pp. 26-27.
39
Summa Theologica Il-n, qu. 40, art. 1.
40
Ibid., Ha, Ilae, qu. 11, art. 3.
41
Ibid., I, qu. 81, art. 2, respuesta a obj. 2.
62
42
Ibid., n, n, qu. 91, art. 1.
43
Ibid., Ha, Ilae, qu. 42, arts. 2 y 3.
44
W. Ullmann, AHistory of Political Thought in the Middle
Ages (Harmondsworth: 1965), p. 204.
45
Bainton, op. cit., p. 123.
46
“Whether Soldiers, Too, Can be Saved”, J. M. Porter, Luther:
Selected Political Writings (Philadelphia: 1974), p. 102.
Véase también la discusión sobre este punto con citas por
Lucien Febvre, “Luther’s Destiny” in Early Modern Europe
1450-1659, ed. by N. F. Cantor and M. S. Werthman (New York:
1967), pp. 78-80.
47
‘Temporal Authority” y “Whether Soldiers, Too, Can by Saved”
in Porter. op. cit., pp. 66 y 104.
48
“Whether Soldiers, Too, Can be Saved”. in Porter, op. cit., pp.
113-114.
49
‘Temporal Authority” y “Whether Soldiers, Too, Can be Saved”,
Porter, op. cit., pp. 66 y 117.
50
Institutes rV, XX, pp. 11-12. Véase también W. K Smith,
Calvin’s Ethics of War (Annapolis, Md.: 1972), pp. 64-116.
51
Institutos rV, XX, p. 31; Smith, op. cit., pp. 50-52.
52
Christianity and Revolution, ed Lowell H. Zuck, (Philadel¬
phia: Temple University Press, 1975), pp. 174-176.
53
Huldreich Zwinglis Sámtliche Werke Bd. ni, ed. E. Egli et
al, (Leipzig, 1914), pp. 539-583.
54
Bainton, op. cit., p. 147.
55
Citado por Bainton, op. cit., p. 149. Véase también R. H.
Bainton “Congregationalism and the Puritan Revolution from
the Just War to the Crusade” en Studies on the Reformation
(Boston: 1963), pp. 254-274.
56
Bainton, op. cit., p. 150.
63
57
The Prince, XVin, citado en Bainton, op. cit., p. 125.
58
Ibid., XVn, citado en Bainton, op. cit., p. 125.
59
The Essential Erasmus eed. and transí, by John P. Dolan,
(New^ York: New American Library, 1964), p. 203.
60
Ibid., pp. 180, 189.
61
Ibid., pp. 185, 188, 193,196.
62
Ibid., pp' 195, 189.
63
Ibid., pp. 202-203.
64
Ibid.,pp. 203,183-184.
65
Ibid., pp. 185, 191.
66
Ibid., p. 203.
67
Ibid., p. 199
68
Ibid., p. 192. Subrayado mío.
69
Ibid., p. 195. Subrayado mío.
70
Ibid., p. 194.
71
Ibid., pp. 194.195.
72
Véase W. Klaasen, Entre la Iglesia del Estado y la Religión
Civil (Ediciones Semilla, Guatemala, 1988); pp 43-73. J. M.
Stayer, Anabaptista and the Sword (Lawrence, Kansas, 1972);
L. H. Zuck, ed. Christianity and Revolution (Philadelphia,
1975), pp. 107-132.
73
Geoñrey Hubbard, Quaker by Convincement (Harmond-
sworth, Middlesex: Penguin Books, Ltd., 1974), pp. 127-128.
64
76
Tooke, op. cit, pp. 189-190.
77
J. R. Jacob and M. C. Jacob, Peace Projects of the Seven-
teenth Century (New York and London: Garland Publishing,
Inc., 1972) p. 35.
78
Ibid., p. 30.
79
Ibid., p. 19-20.
80
Ibid., p. 31.
81
Ibid., p. 53.
82
Citado por Tooke, op. cit., p. 204.
83
Jacob, op. cit., pp. 55-56.
84
Ibid., pp. 57.
85
Ibid., pp. 34-35.
86
Ibid., p. 35.
87
Citado por ArthurNussbaum en “JustWar-A Legal Concept?”
Michigan Law Review XLII (Dec. 1943); 466.
88
Ibid., p. 37.
89
Tooke, op. cit., p. 219.
90
Ibid., p. 65.
91
Ibid., p. 55.
92
Ibid., p. 76.
93
Ibid., pp. 79-81.
94
Tooke, op. cit, p. p. 221.
95
Jacob, op. cit, p. 72.
96
Tooke, op. cit., p. 228.
65
97
Ibid., p. 228.
98
John U. Nef, Western Civilization Since the Renaissance:
Peace, War, Industry and the Arts (New York: Harper and
Row, 1963), pp. 254-255.
99
Ibid.,pp. 118, 122-123.
100
Ibid., p. 124.
101
Bruce Russett, “Short of Nuclear Madness, '"Worldview 15
(April, 1972): 32.
102
Nef, op. cit, p. 332.
103
Ibid., p. 335.
104
(Ibid. pp. 333
105
Bainton, op. cit., pp. 191-192.
106
Lynn H. Miller, ‘The Contemporary Signifícance of the Doc¬
trine of the Just War,” WorZdPo/i7/cs XV/(January, 1964): 257
107
Joachim von Elbe, ‘The Evolution of the Concept of the Just
War in International La w,” American Journal of International
Law 33 (October, 1939): 683.
108
Tooke, op. cit., p. 232. Véase también von Elbe, op. cit, p. 684.
109
von Elbe, op. cit., p. 685.
110
Miller, op. cit., pp. 258-259.
111
Ibid., p. 260.
112
Ibid., p. 262.
113
Asbjorn Eide, “International Law, Dominance, and the Use
oí F orce,” Journal of Peace Research XI, no. 1, 1974, pp. 1-20.
114
Vietnam: Vital Issues in the Great Debate, Published by
the Foreign Policy Association, New York, 1966, pp. 3-4.
66
115
Ibid., p. 3.
116
In the Ñame oíof Ami
America, Clergy and Laymen Concerned
About Vietnam, 1968.
117
Ramsey, op. cit., pp. 184-185.
118
Ibid., pp. 187, 236.
119
Ibid., p. 215.
120
Ibid., p. 146.
121
Ibid., p. 236.
122
Ibid., p. 243.
123
Ibid., pp. 145-146.
124
Ibid., pp. 250, 255-257.
125
Ibid., pp. 502-503.
126
Ibid., pp. 508-509.
127
Ibid., p. 187.
128
The Council on Religión and International Affairs, 1968.
129
Ibid., p. 10.
130
Ibid. p. 24,
131
Ibid., p. 26.
132
Ibid., pp. 30-31.
133
Ibid., pp. 31-32.
134
Ibid., pp. 32-33.
135
Ibid., pp. 34-35.
136
Ibid., p. 35
67
137
Anne Fremantle, The Social Teachings of the Church
(New York: New American Library, 1963), p. 175.
138
Ibid., pp. 306, 305.
139
Ibid., p. 303.
140
Citado por Ramsey, op. cit., p. 78.
141
Esto es así en cuanto a Ramsey, Niebuhr y otros. Véase Ramsy,
op. cit, p. 79nl0
142
Second Vatican Council: Constitution on the Church in the
Modem World, Washington, D. C.: National CatholicWelfare
Conference, 1966, pp. 85-86, 89. (Véase versión en castellano
“Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual” en
Documentos Completos del Vaticano II (Bilbao: Mensajero,
1966).
143
Ibid., p. 88.
144
Ibid., p. 86.
145
London, Methune and Co., 1961.
146
Ramsey, op. cit, p. 87; Kardelj, op. cit. p. 99.
147
Kardelj, op. cit, p. 103.
148
Ibid., p. 105.
149
J. G. Davies, Christians, Politics and Violent Revolution
(London, 1976), p. 169.
150
John Epstein, The Cult of Revolution in the Church
(New Rochelle, N. Y., 1974), p. 15.
151
De una declaración de 800 sacerdotes en IDOC Staff, “Latín
America-Land of Revolution” en When All Else Fails, ed.
IDOC, Philadelphia, 1970, p. 181.
152
Declaraciones de Torres y Melville en When All Else Fails,
pp. 159, 218.
68
153
Ibid., p. 221.
154
Ibid., p. 185.
155
Ibid., p. 38.
156
Ibid., p. 51.
157
Op. cit., pp. 168-187.
158
Ibid., p. 175.
159
When AII Else Fails, p. 222.
160
T. Roszak, “Dilemma ofthe Just War”, The Nation, April 14,
1962, p. 328.
161
Tooke, op. cit., p. 238.
162
Cambridge, 1975, p. 308. Véase también R. F. Drinan,
Vietnam and Armageddon (New York, 1970), p. 44.
163
“Proporciónality in War”, Worldview 16 (March, 1973) p. 44.
69
Comentarios del Editor. Interpretaciones opuestas acerca de la
legalidad de esta guerra pueden encontrarse en Peace Research
Abstracts Journal Reference Number 35846 y Reference Number
43767; más abajo se ofrece la segunda referencia. Lawyers Commit-
tee on American Policy Toward Vietnam.
70
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1970.
74
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iMiiiii: tema delicado y complejo como lo es el de la
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libro. La guerra justa, se puede apreciar como
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en la historia de la edad media hasta ahora, han
existido repetidos intentos de justificar la guerra.
A lo largo del desarrollo de la obra, el autor va
interpolando argumentos por los cuales el lector
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verá que el mensaje bíblico en sus contenidos
globales no justifica la guerra.
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