El Feminismo Ilustrado o El Complejo de Diana

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El feminismo ilustrado

o el complejo de Diana
Gilles Dauvé
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana
1ra ed., Rosario, Lazo Negro, 2018
124 p., 206×146 mm

ISBN 978–987–46966–0–1

Traducción de El feminismo ilustrado o el complejo de Diana y Cuarenta


años más tarde… conversación con Constance: Barbaria.
barbaria.net

Traducción del Prólogo y Sobre la “cuestión de la mujer”: Lazo Ediciones

Primera edición: octubre de 2018


Lazo Negro Ediciones
Rosario, Argentina
[email protected] – www.lazoediciones.tumblr.com
El feminismo ilustrado
o el complejo de Diana

Gilles Dauvé
Prólogo

Imágenes del feminismo, de 1974 a 2018

Al volver la vista hacia el momento en que se publicó por primera vez


en francés El feminismo ilustrado… (1974) y al comparar ese momento
con los primeros años del siglo XXI, uno tiene la impresión de que la
escena ha cambiado por completo. El “movimiento de liberación de las
mujeres” combatía entonces unas costumbre y normas patriarcales que
hoy son cuestionados abiertamente, y las feministas hacían frente a unas
estructuras familiares que no han tenido más alternativa que adaptarse
o colapsar. En Norteamérica, Australia y Europa Occidental (el resto del
mundo es otro asunto), vivimos una era de mujeres dirigiendo empresas
y Estados, de familias reconstituidas, matrimonios entre personas del
mismo sexo, homoparentalidad, enseñanza del género en las aulas, grupos
LGBT en la mayoría de las ciudades, marchas anuales del Orgullo Gay
en las capitales… es decir: una era en que la vida sexual está bastante en
desacuerdo con las creencias, actitudes y leyes del pasado. Los “derechos
de las mujeres” han pasado a formar parte del consenso político, inte-
lectual, mediático y cultural, y se han convertido en parte de los valores
democráticos del siglo XXI: el venerable principio de “un hombre, un
voto” ahora se complementa con el de “mujer = hombre”.
No obstante todo esto, seguimos viviendo en una sociedad que es
básicamente desigual, y en consecuencia la igualdad de género es tan
real e irreal como lo es la democracia en general. Entre el discurso y la
8  |  Gilles Dauvé

realidad sigue habiendo un mundo de diferencia. Las mujeres representan


al menos el 40% de la fuerza de trabajo mundial (según las cifras oficiales,
que se quedan cortas cuando consideramos el trabajo informal), y glo-
balmente ganan un 25% menos que los hombres por el mismo tipo de
labor. Si consideramos una de las principales problemáticas feministas,
resulta que El feminismo ilustrado… apareció apenas un año después de
la despenalización del aborto en Estados Unidos (1973). Hoy en día, si
bien el aborto a petición es legal, en muchos Estados la legislación vigente
hace que sea extremadamente difícil de obtener. En Mississippi no hay
más que un hospital público y una clínica privada que realizan abortos,
y solo un establecimiento en Kentucky.1 Esto nos hace preguntarnos si
movimientos tales como la campaña #MeToo, sean cuales sean sus méritos,
están acertando al plantearse sus prioridades feministas.
Lo que sin duda ha cambiado desde que “Constance” escribió este
texto en 1974, es el derrumbe de los llamados “países socialistas”, y el
simultáneo deslizamiento de la ultraizquierda hacia unos cada vez más
laxos programas de redistribución del tipo Share our Wealth. En Francia,
por ejemplo, esta tendencia permite a los ex trotskistas celebrar reunio-
nes conjuntas con el antiguo PC estalinista. La palabra “revolución” ha
pasado a ser un eslogan publicitario, formando parte de las letras de los
videos que se escuchan en YouTube; o bien, cuando es tomada en serio,
se la descarta de inmediato como “marxismo de la vieja escuela”.
La mayoría de los radicales de hoy en día han renunciado a la “clase
trabajadora” tal como ésta fue entendida por Marx, Rosa Luxemburgo,
Pannekoek, Bordiga o Debord. Normlamente muestran cierto interés por
lo que sucede en las fábricas asiáticas, pero desdeñan a los trabajadores
occidentales como simple “basura blanca” en extinción, o pasiva, o reac-
cionaria, o las tres cosas al mismo tiempo. Actualmente el trabajo/empleo
es teorizado como un elemento no esencial, o cada vez más marginal, en
una economía neo o poscapitalista. Los trabajadores manuales productivos
solían ser descritos como la sal de la tierra, como los humildes destinados
a heredar y rehacer el mundo. Ya no: la producción está pasada de moda
y se supone que el futuro pertenece a quienes reproducen la sociedad, es

1  Al momento de redactar esta nota, el Senado Argentino sigue bloqueando la moción


legislativa que despenalizaría el aborto.
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decir, a algo así como el 99% de la sociedad. Mientras que la cuestión del
“fin del trabajo” sigue vigente, de modo muy llamativo cobran una gran
difusión conceptos tales como “trabajo sexual” y “trabajo erótico”, en
tanto que el “trabajo reproductivo” femenino en el hogar es presentado
como una de las principales causas del ascenso del capitalismo y de su
perpetuación.2
Sería un despropósito ponernos a moralizar. No hay nadie a quien
culpar excepto a las deficiencias del movimiento social, del que por cierto
también nosotros formamos parte. Si creemos que “la humanidad solo
se plantea problemas que es capaz de resolver”,3 la verdad histórica es
que hasta ahora ningún esfuerzo proletario ha llegado a plantearse los
fundamentos del capitalismo: de ahí las limitaciones de la teoría crítica,
que se reflejan en las numerosas deficiencias intelectuales y en los tenaces
obstáculos que enfrentamos en la actualidad.
En la tradición marxista (diversa y contradictoria, sin duda), el “análisis
de clase” a menudo consistía —y con frecuencia sigue consistiendo— en
escritos artificiosos y formulistas donde todo se reduce a la contradicción
entre burguesía y proletariado: en tal esquema las mujeres solo importan
en la medida en que son burguesas o de clase trabajadora.
Pero tal visión reduccinista ha sido sustituida (y en versiones más
sutiles, complementada) por una mentalidad que se limita a yuxtaponer
contradicciones. En lo relativo al “género”, no se niega la división bur-
guesía/proletariado, sino que se la complementa con la contradicción
hombre/mujer. Los marxistas solían reinterpretar los últimos siglos a la
luz del incremento e intensificación del antagonismo de clase. El nuevo
pensamiento crítico interpreta el pasado como una suma de luchas
antidominación, particularmente las luchas de las mujeres contra su
subordinación a los hombres.
Contra la historia predominantemente masculina y principalmente
eurocéntrica, en las últimas décadas han surgido contra–narrativas que
buscan enfoques más inclusivos. Desalojar de su posición hegemónica
a las visiones conservadoras es sin duda muy positivo, excepto que esto
ha dado lugar a un nuevo consenso engañoso. La afirmación de que la

2  Para una crítica de este concepto, ver: On the “woman question”, nota 3.
3  Marx, Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, 1859: goo.gl/XAEn7P
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clase y al género son igualmente predominantes o comparten el mismo


estatus no está respaldada por ningún hecho histórico.4
Antes hubo y hoy sigue habiendo conflictos entre lo que llamamos (a
falta de palabras mejores) grupos étnicos, clanes, razas, naciones, Estados,
religiones… categorías que frecuentemente se entremezclan con antago-
nismos de clase. Y ha habido asimismo muchas luchas llevadas a cabo por
mujeres. Pero, en sentido literal, los movimientos de mujeres en cuanto
tales nunca han hecho historia de la misma manera en que los clanes,
grupos étnicos, razas, naciones, Estados o religiones han llegado a alterar
el curso de las cosas. La acción y el impacto de las mujeres dependen de
otros factores y nunca son un motor histórico primordial.
Dado que sin duda las feministas objetarán esta afirmación como una
típica expresión de sexismo masculino, echemos un vistazo rápido a la
historia.
Partamos con ejemplo político. En comparación con las movilizaciones
masivas acontecidas en el siglo XIX y principios del XX en pos del sufragio
universal (masculino, como sabemos), o con la campaña por los Derechos
Civiles en Estados Unidos en los años 1950 y 1960, las sufragistas siempre
constituyeron un sector activo pero minoritario. Nos guste o no, lo que
socialmente tiene relevancia es el derecho a voto otorgado a “el pueblo”;
durante mucho tiempo el hecho de que “el pueblo” fuese solo masculino
no le preocupó más que a una minoría, y tampoco surgió una fuerza
política significativa de mujeres que pusiese el tema sobre la mesa. Si las
mujeres finalmente ganaron el derecho a votar esto fue consecuencia de
otros factores, más decisivos y de mayor alcance.
En segundo lugar, una problemática más directamente social. La brecha
salarial de género siempre ha sido un rasgo distintivo del capitalismo,
presentándose bajo formas solapadas en las economías “modernas” y más
descaradamente en el resto del mundo. Sin embargo, en comparación
con las grandes y multiformes luchas del pasado y de hoy en pos de
aumentos salariales, la demanda de igualdad salarial solo convoca a un
muy limitado número de trabajadoras. Afortunadamente hay muchas
excepciones, en Occidente como se muestra en la película We Want Sex

4  Sobre el uso y mal uso de la noción y el vocablo “género”, ver On the “woman question”,
nota 12.
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Equality, y en fábricas asiáticas también. Sin embargo, la lucha contra


la discriminación sexual sigue transcurriendo en los márgenes de las
luchas laborales. Aunque las huelgas y revueltas llevadas a cabo por tra-
bajadoras a veces resultan exitosas por sí mismas, en general la mejoría
(o empeoramiento) de su condición depende de la presencia o ausencia
del movimiento proletario en general (tanto masculino como femenino).
Estos ejemplos indican que la “clase” es una constante, mientras que
el “género” es una variable. Lo cual debiera ser suficiente para hacernos
pensar dos veces acerca de las teorías que describen la historia como
impulsada por las cuestiones de clase Y por las de género.5
Dado que no está en condiciones de poder negar estos hechos básicos,
el feminismo contemporáneo se fija objetivos abiertamente reformistas
(sobre todo concernientes a la equidad de género); o bien, cuando quiere
ser radical, busca la solución asociándose con pequeñas o grandes minorías
oprimidas por su raza, orientación sexual, etc. Desafortunadamente, la
intersección de tales grupos rara vez les ayuda a converger: en el mejor de
los casos se limitan a interactuar mientras persiguen objetivos limitados,
solo para volver a separarse después, volviendo cada “sección” a su propia
identidad particular. A continuación, el feminismo radical enmascara
su fracaso adoptando un elevado estándar moral desde el cual racusa a
los demás (incluidas las mujeres disidentes) de ser sexistas: “criticas al
feminismo, entonces eres sexista” (en los viejos tiempos los militantes del
Partido Comunista solían decir: “criticas al Partido Comunista, entonces
estás a sueldo de la burguesía”).
Lo que “Constance Chatterley” no pudo prever en 1974 es hasta qué
punto el feminismo terminaría convirtiéndose en parte de la política
identitaria. Desde la década de 1970, un rasgo subyacente tanto del femi-
nismo radical como del feminismo predominante ha sido su tendencia a
replegarse en la problemática de la identidad (a menudo, paradójicamente,
en nombre de una crítica de la identidad, con el argumento repetido de
que “la mujer” no existe, pues sería “una construcción social”).
En pocas palabras: 44 años después de que Le Fléau Social publicase El
feminismo ilustrado…, no nos hallamos ante un panorama particularmente

5  Para una crítica de la teoría de la contradicción doble/dual (clase + género), tal como
ha sido propuesta por el grupo francés Théorie Communiste, ver On the “woman
question”, nota 7
alentador. La despolitización de lo general (aquello en lo que la sociedad
está basada) se combina con la ultrapolitización de lo particular (los di-
versos componentes separados del todo). En la actualidad el capitalismo
es visto como una suma de dominaciones.
En fin, lo mejor es hacer un balance de la situación tal como es. Y
como dice Constance hacia el final de su entrevista: la historia nos tiene
reservadas algunas sorpresas, y no todas son desagradables.

Gilles Dauve, 2018


El feminismo ilustrado
o el complejo de Diana

Constance Chatterley1
Le fléau social, nro. 5–6, 1974

Introducción

Decís que la sociedad debe integrar a los homosexuales,


yo digo que os homosexuales deben desintegrar la sociedad.
Françoise d'Eaubonne

El Front Homosexuel d'Action Révolutionnaire (FHAR) va a nacer al


interior del Mouvement de Libération de Femmes (MLF).2 Algunas lesbia-
nas que huían o habían sido excluidas del club Arcadie (asociación cheta
homófila) se unieron en el MLF e invitaron a sus compañeros maricas a
algunas reuniones. El acto fundacional que se recuerda generalmente es
la alteración de la emisión de radio de Ménie Grégoire consagrada a la
homosexualidad el 10 de marzo de 1971. Tras esta acción impulsada por
el MLF se constituirá el FHAR. Entonces se hará evidente la alianza entre
mujeres y homosexuales contra esta Francia falócrata, reaccionaria y casposa.

1  Pseudónimo de Gilles Dauvé, también conocido Jean Barrot. El texto fue recuperado,
editado y publicado por Blast & Meor. [N. de T.]
2  Respectivamente, Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y Movimiento de
Liberación de las Mujeres. [N. de T.]
14  |  Gilles Dauvé

En abril un dossier publicado en el periódico Tout (número inédito)


parodia el manifiesto feminista: «Somos más de 343 zorras, nos han dado
por culo árabes y estamos orgullosos de ello». El primero de mayo, detrás
del cortejo del MLF, una cincuentena de homosexuales se manifiestan en
París con pancartas como ¡Abajo la dictadura de los normales! o Macho,
hembra, ¡estamos hartos!. Como les seguía detrás el Comité d'Action
Lycéen,3 uno de los eslóganes era ¡Qué monos son los estudiantes!. El
mismo año publican en la editorial Champ Libre el mítico panfleto
Informe sobre la normalidad.
El modo de funcionamiento del FHAR se copia del MLF, teniendo
como única estructura asambleas generales informales en Bellas Artes.
Pero esto «de facto da el poder a las celebridades. El caluroso entusiasmo
del principio pronto deja lugar a la agresividad, que se vuelve un modo
de funcionamiento» (Girard). De una treintena al principio (sobre todo
mujeres) el número de participantes podrá alcanzar en algunos momentos
hasta 600 personas (sobre todo hombres). Hay que decir también que el
lugar es famoso por el ligoteo y las orgías.
Excesos y provocaciones están en el programa de acciones, como en
los obsequios de Pierre Overney en 1972 —que fue quizá la causa de la
marcha del trotskista libertario Daniel Guérin.
Teóricamente, el FHAR está enfangado entre la afirmación y la crítica
de una identidad homosexual. Sociológicamente, reagrupa mayoritaria-
mente estudiantes, profesores e intelectuales; la mayoría de los militantes
provienen de grupos de extrema izquierda trotskistas o maoístas.
1972 es un año de transición para un FHAR joven y ya en crisis, «como
los otros grupúsculos izquierdistas», admitirá el más guapo de sus líderes,
Guy Hocquenghem, que añadía: «se nos atrapó en el juego de la vergüenza,
que habíamos convertido en el juego del orgullo. Nunca fue otra cosa
que dorar los barrotes de nuestra jaula. No somos homosexuales libres
y orgullosos de serlo». Con el fin de mayo, cansadas por la misoginia de
los hombres, algunas lesbianas constituyen las Gouines Rouges (Tortas
Rojas) y se alejan progresivamente del FHAR. En junio, el grupo 5 del
FHAR publica el primer número de su periódico, Le fléau social (contra
la familia, las organizaciones políticas «en el pozo de purines»); fuerte-

3  Comité de Acción de Estudiantes de Secundaria. [N. de T.]


El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  15

mente influenciado por los situacionistas (sin que se pueda resumir en


eso). Encontramos en este periódico las firmas de Françoise d'Eaubonne,
Pierre Hahn y Alain Fleig. Este último será el principal animador del
grupo y denunciará en particular el ghetto comercial homosexual (aún
no gay), que comienza a instaurarse y que, para él, no es más que «la
sumisión de la libido a la ley del valor».
Pero Le fléau es también la crítica radical del izquierdismo y del mili-
tantismo. En desacuerdo con esto, una parte del grupo 5 se une con el
11 y comienza la publicación de L'antinorm, periódico que se acercará a
los trotskistas de la LCR. Respecto a la extrema izquierda, el FHAR deja
«escapar dos corrientes, la de la rabia y la de la sumisión, respectivamente
Le fléau social y L'antinorm» (Girard).
A partir del nro. 3, Le fléau toma distancia crítica con el FHAR y el MLF
y va dejando progresivamente de hablar de homosexualidad.
El fin de la historia llega rápido, a partir de 1974, con el último número
de Le fléau. En febrero, la policía toma Bellas Artes, abandonada desde
hace ya tiempo.
Es difícil llenar el vacío dejado por un meteorito enfurecido. Lo intentan
los grupos de liberación homosexuales (GLH), creados al principio por
antiguos miembros de Arcadie y jóvenes del FHAR. Los GLH conocen
numerosas escisiones, pero se multiplican fuera de la capital. El estilo es
bastante distinto: abandono de toda pretensión revolucionaria, reivindi-
caciones específicas razonables (contra las discriminaciones), voluntad de
dirigirse a todos los homosexuales, estrategia asumida de contracultura
comunitarista, búsqueda de reconocimiento. Los GLH aportaron una idea
nueva y fundamental: «el militantismo político homosexual trasciende la
pertenencia a una clase social, a una ideología o a un partido» (Girard).
Al tener como objetivo desestabilizar la sociedad y abolir la normalidad
sexual, el FHAR queda atrapado entre la apología del sujeto homosexual y
su crítica: después de haber reconstituido el ghetto que había denunciado,
sólo puede desembocar en una normalidad homosexual.
El artículo que sigue a continuación fue publicado en el último número
de Le fléau social en 1974.

C. M. (para Blast & Meor)


16  |  Gilles Dauvé

Sobre el FHAR y Le fléau social

— Jacques Girard, Le Mouvement homosexuel en France, 1945–1980, Syros,


1981 (¡muy recomendable!)

— FHAR, Rapport contre la normalité, Champ libre, 1971 (reeditado por


Gaykitschcamp en 2013)

— Alain Fleig, Lutte de con et piège à classe, Stock, 1977

— Frédéric Martel, Le Rose et le noir. Les homosexuels en France depuis 1968,


Seuil, 2008

— Massimo Prearo, Le Moment politique de l’homosexualité. Mouvements,


identités et communautés en France, Presses universitaires de Lyon, 2014
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  17

El feminismo ilustrado o el complejo de Diana

Los «revolucionarios marxistas» se garantizan el apoyo de las mujeres.


La opresión de la mujer es real, una de las peores. Pero no es más que
un aspecto de una realidad más amplia. Las mujeres deben unirse al
movimiento revolucionario proletario.
El «movimiento de liberación de la mujer» se garantiza el apoyo de
los revolucionarios. La opresión del proletario es real, una de las peores.
Pero no es más que un aspecto de una realidad más amplia. Las mujeres
tienen en cuenta su especificidad y se organizan de forma separada.
Según el punto de vista que escoja, cada uno/a tendrá razón eterna-
mente en este debate, en el que se trata ante todo de no cuestionar sus
bases. Ninguno de los protagonistas se pregunta en efecto la validez
de los datos de partida: ¿qué es el «proletariado»? y ¿qué es la «mujer»?
¿Existe un «hombre»? Todo el mundo sale ganando. Sobre todo, a cada
bando le costaría bastante no criticar las ideas del otro, sino explicar
su función social, ya que estaría obligado a preguntarse sobre la suya
propia. El «marxismo» de las organizaciones «revolucionarias» es el
comunismo teórico transformado en ideología. Su «proletariado» no
es el movimiento colectivo de negación de la sociedad mercantil, sino
el de los trabajadores que instauran su democracia, representados por
supuesto por sus organizaciones. El «Marxismo» ya rechazado en su
día por Marx es hoy parte integrante de la ideología dominante, que
lo recorta y no mantiene más que la parte descriptiva, de análisis de las
contradicciones, para resolverlas mejor, y rechaza lo demás, visión del
movimiento hacia la comunidad humana, que es el que da el sentido
revolucionario al resto. Si los «revolucionarios» se reivindican así no es
ni un azar ni un error. No hablemos ya de los PC oficiales, rechazados
por todo el mundo: pero ¿quién comprende en el fondo su rol contrarre-
volucionario, y que la revolución deberá destruir? A menudo no se les ve
más que como una desviación. Pero las organizaciones «revolucionarias»
(grandes o pequeñas, burocráticas o informales, poco importa) son lo
mismo que el PC, pero a su izquierda. Ayudan a la sociedad a bloquear
sus aspiraciones a un mundo nuevo, fijando su proceso en momentos
limitados.
18  |  Gilles Dauvé

La burguesía modernista quiere Por ejemplo, los obreros


liberar las fuerzas del deseo (Guattari– de LIP4 no eran revoluciona-
Deleuze), utilizar la tendencia a la rios (cf. Le fléau, nro. 4). Sólo
comunidad como supo hacerlo el utilizaban medios radicales
nazismo, pero de forma más flexible para defender su lugar en el
y diversificada, contra la burguesía
capital, lo cual, en algunos
tradicionalista aterrorizada por el
casos, precisamente puede re-
declive de las estructuras represivas y
temerosa de los aprendices de brujo. ventar el capital, cuando éste
De hecho, la represión hace juego con no puede concederles dicho
la sociedad «permisiva» y se refuerza lugar. El izquierdismo expli-
paralelamente con ella. Nos vamos ca a aquellos obreros que la
hundiendo cada vez más en el reino verdadera solución a su pro-
de la tolerancia represiva. La inmensa blema no es la abolición del
mayoría de los que reivindican un salariado, sino salvaguardar
cambio en una cuestión particular
su empleo salariado.
concerniente a su propio caso,
encontrarán una relativa satisfacción
incluso mistificada, al menos mientras No ver el comunismo
el capital no se encuentre en una
crisis económica seria. Rechazan Es impactante ver hasta
seguir siendo rechazados. Tras 1871 qué punto es parcial la crí-
el capital dejó de tratar a los obreros tica a los grupos llamados
como bárbaros. Continúa hoy el revolucionarios del mlf
mismo procedimiento en el plano
(designamos con mlf el mo-
de la vida cotidiana, integrando
todas las categorías cuya diferencia
vimiento en sentido amplio,
admite. El mlf es por tanto coherente no la organización llamada
con la perspectiva capitalista. MLF). Les reprocha no ocu-
parse de las mujeres. Como
el mlf no encuentra su lugar en el izquierdismo, lo rechaza. Igualmente,
el mlf, tan predispuesto a denunciar las tendencias antimujeres en las
posiciones «marxistas», toma finalmente este mismo marxismo de forma
literal, incapaz de diferenciar entre él y el verdadero comunismo teórico.
El mlf rechaza el movimiento revolucionario tradicional, sin ver como
revolucionario nada más que este mismo movimiento. Critica el marxismo

4  Fábrica de relojes del este de Francia que, en 1973, luego de años de conflictividad fue
ocupada y luego gestionada por sus trabajadores.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  19

sin ver que su extinción como teoría revolucionaria ha producido, como


reacción, otras posiciones auténticamente subversivas: la izquierda comu-
nista después de 1917, por ejemplo (Bordiga, Pannekoek, Gorter, Sylvia
Pankhurst, que va por cierto del feminismo al comunismo y víctima del
silencio y de las falsificaciones tanto del mlf como de los «marxistas», etc.).
Porque también el mlf tiene necesidad de no ver el movimiento social
comunista que se ha manifestado a lo largo de la historia y que reaparece.
El mlf es a las mujeres lo que la política «revolucionaria» es al proletaria-
do en general: una organización (= de numerosas organizaciones) que
asume algunas reivindicaciones y lleva luchas, pero encerrando siempre
a aquellos/as que encuadra en una esfera limitada. Rechazado, el mlf se
formó aparte de los grupos políticos (incluida la extrema izquierda). Pero,
igual que para ellos, su lógica es la de juntar a la gente para convertirse
en un poder dentro de esta sociedad.
Puesto que se funda sobre una serie de reivindicaciones mínimas des-
de hace tiempo o desde siempre desatendidas por la política clásica (no
rentaba lo suficiente), toma más bien el aspecto de un grupo de presión
(también aquí, con diversas organizaciones).
Si no fuera más que un nuevo reformismo, sin embargo, no tendríamos
nada en contra, todo lo contrario.
Al contrario del radicalismo… infantil, la posición revolucionaria
consiste en apoyar toda lucha que tienda efectivamente a modificar las
condiciones de existencia. Pero el problema no se detiene ahí, porque este
neosindicalismo o lobbismo, como el viejo, juega un rol perfectamente
conservador, ayudando a mejorar determinadas condiciones de vida al
precio de reforzar la integración material e ideológica. Como lo ilustra
el artículo sobre la sexualidad en este mismo número,5 la «liberación»
sexual coexiste con la alienación completa, puesto que se lleva a cabo una
emancipación puramente limitada a un dominio separado de los otros,
y por tanto desprovisto de sentido y de universalidad. El intercambio
de mujeres en EEUU (wife swaping) crea la pseudocomunidad sexual
limitada donde «la mujer se vuelve una propiedad colectiva y ordinaria»
(Manuscritos de 1844).

5  Abel Bonard, La danse de mort du sexe autour des couteaux glacés de l’ennui,
págs. 15–19. [N. de E.]
20  |  Gilles Dauvé

El reformismo saldrá siempre adelante manteniendo que él quería


«más» que eso, que habrá que reivindicar aún más cosas, ir más lejos,
etc. Pero en la medida en que no plantea e incluso oculta la verdadera
emancipación, es forzoso considerar sus declaraciones como justificacio-
nes. «Mañana nos afeitaremos gratis» permite no clarificar las cuestiones
fundamentales y no prepararse para resolverlas. El mlf pertenece al viejo
mundo como el resto de reformismos organizados. Como ellos, está
obligado a oponerse a la revolución.

Sociedad de ghetto

El movimiento llamado revolucionario, con el pretexto de resituar el


problema femenino en la sociedad total, lo aplasta en un nivel en que
puede intervenir la política, búsqueda de poder. Se reduce la cuestión
de la mujer a la de la mujer asalariada, con el objetivo de colocarla en
el grupo de los «salariados» que, conjuntamente, verán desaparecer su
opresión por una sociedad democrática gestionada por ellos mismos. El
socialismo, según la ex–Liga,6 es «la automatización más los consejos
obreros». Ahora bien, lo que se le escapa al mlf es que esta forma de
liquidar el problema femenino, de absorber lo que tiene de subversivo,
se aplica igualmente al resto de cosas. Cada problema es asumido por los
movimientos obrero, sindical, revolucionario, etc., que se supone que lo
plantearán en términos generales. Pero no es más que una generalidad
política, no humana (cf. el artículo de Marx sobre El rey de Prusia y la
reforma social). Se razona a nivel de la sociedad presentada por encima
de todas las relaciones reales, sociedad que una organización diferente
del poder, de la forma de administrarlo, podría transformar. Se hace de
la totalidad una abstracción que se pretende modificar por una gestión
distinta. El salariado, la mujer, etc., se encuentra finalmente en el mismo
aislamiento. El mlf no ve que al reivindicar sin cesar la especificidad de
la mujer, perpetúa la separación mantenida de otro modo por los movi-
mientos tradicionales, fundados sobre lo «general» (ilusorio, como hemos
visto). El mlf basa todo sobre la particularidad, para quedarse en ella.

6  Se trata de la Liga comunista, organización trotskista disuelta en junio de 1973 y re-


constituida algunos meses más tarde con el nombre de Liga comunista revolucionaria
(organización autodisuelta en 2009 para dar a luz al NPA). [N. de E.]
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  21

Es la sociedad del ghetto: obrero – intelectual – loco – underground –


revolucionario – hombre – mujer – homosexual – cultural – estudiante
de secundaria – etc., ahora todas las categorías tienden al reconocimiento
capitalista en tanto que categorías separadas. El capital es capaz de aceptar
comportamientos y sistemas de valores diferentes en su seno, sabiendo
que su desarrollo se efectúa dentro de unos límites inofensivos para él.
Reivindicar su diferencia es a la vez querer ser lo que se es y también
continuar siéndolo y, por tanto continuar en un ghetto, rechazar la
comunidad humana por una comunidad restringida. El capital concede
esta diferencia puesto que nos autolimitamos a ella. Reformismo de
nuevo tipo: habiendo colonizado todo, el capital ve nacer por todas
partes reformismos, no ya solo el «obrero», sino en los aspectos de la
vida «cotidiana».
Al igual que los sindicatos reunían a los obreros para mejorar su condi-
ción separándolos (en oficio y después por industria, pero ello no significó
más que su organización por empresa y, por tanto, sobre el principio
mismo del capitalismo), igualmente los movimientos actuales reúnen a
las mujeres, negros, homosexuales, etc. aislándolos de los otros. En los
dos casos nos encontramos con una comunidad que se corta aún más
de la comunidad humana potencial. En los dos casos, eso va de la mano
con el desarrollo de la comunidad humana como ideología. No tenemos
más consideración por las profesiones de fe universalistas del mlf que
por las declaraciones internacionalistas de los socialistas de antes de 1914.

¿Liberación?

En el sentido estricto del término, una transformación radical de la vida


no es una «liberación». La liberación es el hecho de despojarse de una
constricción que pesaba sobre nosotros. El prisionero puede liberarse
sin destruir todo el sistema carcelario. Una revolución profunda hace
bastante más que liberarnos de las cadenas que nos obstaculizan, como
si no se tratará más que de existir sin esas cadenas, pero ya no de abolirlas.
Una revolución cambia todo y nos cambia a nosotros mismos. La noción
misma de liberación, «nacional» o de «mujeres», elimina un aspecto de
la sociedad guardando el resto, que finalmente cae sobre los «liberados»
con todo su peso.
22  |  Gilles Dauvé

Se habla de un mundo de hombres, pero ¿quién ha visto a un «hombre»?


No hay más hombre que la naturaleza humana. La relación hombre–mu-
jer es una relación doble, no unívoca, como la relación salariado–capital
en otro plano. La heroína de Richardson, Clarissa Harlowe, describe así
esta relación en el siglo XVIII: «la mitad de la humanidad que tortura
a la otra mitad y que está torturada por esta tortura». Igualmente Dé-
jacque en 1857: «¿Acaso no es el ser humano ser humano en plural y en
singular, en femenino y en masculino? Para evitar todo equívoco, habría
que hablar de la emancipación del ser humano. La mujer, sépase, es el
móvil del hombre, como el hombre es el móvil de la mujer». G. Greer, a
su vez, explica que la opresión familiar de la mujer es también opresiva
para el hombre.
Hacer que todo dependa de la sociedad masculina revela una actitud
mágica. No clarifica más que las perpetuas denuncias de los «capitalistas»,
incluso del «capitalismo», por las personas de izquierdas. La cuestión es la
siguiente: ¿una sociedad se funda en la forma en que produce sus condi-
ciones de vida, o sobre sus relaciones de dominación? Todo acredita que
la dominación y sus formas provienen de la forma en que la sociedad se
reproduce materialmente. No tenemos suficiente espacio aquí para tratar
el paso al patriarcado y a la propiedad privada, que marca el principio
de la esclavitud femenina. Los estudios de Morgan, Malinowski, etc., y
los comentarios de Engels o Reich muestran el vínculo con la aparición
de la sociedad mercantil.
No es el hombre el que oprime a la mujer. En última instancia, quien
la oprime es el capital a través del hombre. Igualmente, los niños no están
oprimidos por sus padres, que no sirven más que de representantes de la
estructura capitalista. ¿No oprime la mujer a sus hijos? En ese caso, habría
que hablar de una yuxtaposición de movimientos de «liberación» de unos
y de otros. Pero precisamente se trata del deseo de esta sociedad de ence-
rrar a cada cual en su estatus (cf. los «buscadores de estatus» estudiados
por Vance Packart). ¿Y los ancianos, cuya condición es tan atroz como
la de las mujeres? Se estima que cada año en Gran Bretaña por falta de
calefacción, 500.000 viejos sufren una enfermedad caracterizada por una
temperatura insuficiente del cuerpo, que es la principal causa de muerte
de 50.000 de ellos. Con este razonamiento, cada uno oprime al otro.
Oprimo al parado al que le quito el trabajo. La perspectiva revolucionaria
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  23

consiste precisamente en mostrar en esto un efecto de la competencia


y del aislamiento impuestos por el salariado y el intercambio, y no en
dirigir un grupo contra los otros. La afirmación, correcta, de que no se
puede ser revolucionario aceptando e interiorizando los roles impuestos
por el capital, se vuelve absurda si se plantea como que previamente
cada uno debe liberarse al interior de su propio engranaje, y luego (o en
todo caso, al mismo tiempo) cambiaremos juntos la sociedad. Esta es la
justificación de la separación.

Nostalgia de la familia

La revolución burguesa ha liberado el trabajo. Liberar a la mujer, sin


más, sólo puede significar hacer de ella una completa mercancía. El
arcaísmo de la situación femenina, como muchos otros, es que para el
capital, la mujer no se presenta todavía como una inmensa acumulación
de mercancías. Sin embargo se va convirtiendo en eso cada día. Fourier

La idea de Marx, que veía en el propio capitalismo el destructor de


la familia, y por esa vía de la moral burguesa, sólo podía darse en
la medida en que el capital producía realmente a la sociedad según
sus propias leyes (Capital, I, XV). La ideología alemana mostraba
que la familia persistía bajo el capitalismo al mismo tiempo
que iba desapareciendo como «vínculo interno» (I, III, H). La
insuficiencia de Reich, por el contrario, es no haber comprendido
nunca en el fondo el movimiento del capital (y por tanto del
proletariado). Reich considera que la familia es indispensable
al capital, porque ignora dónde reside la fuerza real del capital.
Ciertamente, éste tiene necesidad de estructuras represivas, pero
sobre todo garantiza su defensa con su propio dinamismo, con la
mercantilización de toda vida social. Su flexibilidad permite tolerar
una relativa adaptación de la familia. No es su desarrollo, sino la
insuficiencia de este desarrollo, el que impide la liquidación total
de la familia (que no es apenas factible actualmente). El capital
no sólo ha integrado al movimiento revolucionario después de
1917 por la fuerza de las instituciones, sino también desarrollando
una producción de masas que ha proporcionado los medios a la
mercancía de penetrar en todas las manifestaciones de la vida.
24  |  Gilles Dauvé

describía el amor burgués como un intercambio (cf. citas en La Sagrada


Familia). Ahora la sexualidad y en particular la mujer también son una
mercancía en concepto de imágenes. Cuando el capital dominaba la
sociedad sin haberla conquistado completamente, la familia de tipo
pequeñoburgués seguía siendo uno de los pilares ideológicos esencia-
les que se intentaba que compartieran los obreros, al menos una parte
privilegiada de ellos (ya que un gran número en el siglo XIX vivían al
margen del matrimonio y no conocían realmente una vida familiar),
como expone Reich. La dominación total del capital sobre la sociedad
mediante la generalización del consumo de mercancías, es también el
hundimiento de la antigua pequeña burguesía y la aparición de la familia
nuclear (padre + madre + hijos), en lugar de la familia extensa de la que
se encuentran ejemplos todavía en las zonas atrasadas de Europa (cf. G.
Greer sobre Italia). Este nuevo tipo de familia está penetrada desde el
interior por el intercambio. Cuando se paga al hijo por un servicio que
ha realizado, la familia lo toma un poco como un juego, pero también
está claro para todo el mundo que así el niño aprende que todo se paga.
La reivindicación del trabajo doméstico pagado, como el resto de trabajos,
lanzada por una parte del mlf, intenta hacer reconocer una producción
que debe ser remunerada como el resto. Al contrario de lo que se dice,
la «crisis» actual de la familia no proviene de que se habría vuelto más
opresiva, o que se sentiría más opresiva, sino de su hundimiento como
comunidad protectora. Esto es incluso una de las causas de existencia
del mlf, cuya explicación no puede reducirse a las reivindicaciones
económicas o políticas. La familia nuclear, destruida como marco vital
por el intercambio y el salariado modernos, ya no ofrece el necesario
refugio como compensación a la atomización social (la misma evolución
transcurre en la pareja).
En todo el discurso antifamilia, hay que leer la nostalgia de la «verda-
dera» familia. Nos esforzamos en encontrar familias de sustitución en los
diferentes ghettos evocados más arriba: por ejemplo, el medio «jóvenes»,
en diferentes estratos separados, pero unidos en el mismo consumo
mercantil. La mujer también se ve tentada (por la constricción de la
necesidad de relaciones con los otros) por la comunidad de mujeres. Se
busca una nueva comunidad cuando las otras han quebrado, a excepción
de aquellas toleradas, es decir organizadas, por el capital.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  25

Ningún movimiento, sea cual sea el horror de la opresión que lo hizo


nacer, puede ser revolucionario si actúa y piensa en la perspectiva de una
comunidad limitada. El judío no se emancipa en tanto judío, incluso si
pretende inscribir como tal su movimiento en un movimiento general, y
aún menos si pretende jugar un papel de motor: el mesianismo no tiene
nada que ver con el comunismo.
Al menos en EEUU, esta evolución ha coincidido con una degradación
del lugar de la mujer en la vida activa. Entre 1870 y 1950 la posición rela-
tiva de la mujer se había elevado en la vida profesional, sobre todo hasta
1920. La circulación del valor creaba posibilidades de empleo e incluso
una promoción para las mujeres en las nuevas capas medias. De 1950 a
1970 se produjo un relativo declive del lugar de las mujeres, cuyo estatus
profesional cayó al de 1920 (American Journal of Economics and Sociology,
julio de 1973). Los dos factores se juntan en los comienzos del mlf.
La búsqueda de una identidad comienza por el contacto con aquellos/
as que se nos parecen. Pero si se queda en este estadio, no se encuentra
más que a sí misma, su propio reflejo. No es casual si la práctica de la
discusión entre mujeres ha tomado en el mlf una importancia desme-
surada. Siendo al principio un medio de superarse, de romper una serie
de mecanismos de autorrepresión, se acaba volviendo un medio de
dar vueltas y vueltas. Cada mujer es para la otra un mero espejo que le
devuelve sus propios problemas, sin afrontar la raíz de la cuestión. El
movimiento social es más que una intersubjetividad. Este recurso a la
comunicación no es específico de las mujeres. Los medios underground,
descompuestos, «revolucionarios», hacen el mayor uso de ella. Cuando
se está aislado, no se puede hacer nada más que «conversar». A menudo
el mlf hace también otras cosas, pero la «toma de conciencia» pesa con
fuerza en su práctica. En nuestra época se trata cada vez más de «decirse»,
del «discurso del cuerpo», etc., todas ellas fórmulas que expresan una parte
de una realidad y de un proceso necesarios para la revolución, pero que
también muestran un encerrarse en el lenguaje. La representación toma
el lugar de la transformación.
Nuestro tiempo está apasionado por el lenguaje, porque experimenta
la dificultad de hacer lo que dice. Sólo es posible una identidad en la co-
munidad humana. Para tomar otro ejemplo, la opresión de las regiones y
nacionalidades es real, y el comunismo no es universal en el sentido de la
26  |  Gilles Dauvé

uniformidad. Pero esta opresión sólo terminará mediante un movimiento


que supere las regiones y las naciones, y no mediante su afirmación y
constitución en esferas autónomas «liberadas». No se puede colocar uno
después de otro una serie de movimientos cuya totalidad constituiría la
«revolución». El movimiento comunista es otra cosa.
Los revolucionarios hacen gala efectivamente de «chovinismo mas-
culino» cuando reprochan a las mujeres que se organicen entre ellas, e
incluso que no permitan la entrada de hombres a sus reuniones y grupos.
Esta voluntad de retirarse es en un primer momento, dado el desprecio
que se profesa en realidad a las mujeres, una necesidad imperiosa, con-
dición de la actividad. Cuando tenemos en cuenta hasta qué punto los
grupos «revolucionarios» reproducen a su interior la represión de estos
sujetos, es normal que al principio las mujeres se organicen a parte (igual
que los negros). El problema es saber si esta separación existe solamente
en la organización (y por tanto es provisional), o es por principio, en la
perspectiva de una solución femenina a la cuestión de la mujer. En este
último caso, lo que se hace es perennizar el aislamiento de las mujeres,
organizado por el capital e intensificado por el mlf.

Proletaria y mujer

El comunismo teórico no es la teoría ni de la alienación, ni de la explota-


ción de los obreros, sino del movimiento que permite acabar con esto. La
posibilidad positiva de la emancipación humana reside en la formación
de recuperar una clase que sea «la pérdida total del hombre y por tanto,
sólo recuperándolo totalmente ha de ganarse a sí mismo» (Crítica de
la Filosofía del Derecho de Hegel). Marx insistía sobre los «obreros» (hoy
habría que extender esta noción a los nuevos sectores productivos) sólo
porque únicamente el trabajo asociado, colectivo, creación del capital,
da los medios para emanciparse. El comunismo no es un asunto de la
industrialización, aunque sí supone un umbral en que el trabajo se ha
vuelto suficientemente común para que se pueda suprimir la «economía
separada» (Marx). La revolución sólo es un problema «obrero» (emplea-
mos aquí el término con las susodichas reservas) porque los obreros son,
por su función, el medio central para llevarla a cabo, y no porque en sí
el obrero estaría más alienado o constituiría un ideal social.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  27

El obrero no está más «alienado» que, por ejemplo, la madre de


familia. Si su actividad le lleva a volverse extranjero de sí mismo, tam-
bién lo es para la madre. La noción de trabajo, salvo si se razona en
términos capitalistas y se la toma en su sentido mercantil, recubre toda
actividad que modifica el entorno y a uno mismo. Tener un niño es,
en ese sentido, un trabajo. Por cierto que en el comunismo, el amor,
los niños, la cocina, etc., estarán entre los «trabajos» más importantes.
Ahora bien, en este momento tener y criar un hijo se convierte en una
operación comercial: se calcula lo que costaría y beneficiaría el hecho
de quedarse en casa o el de ir a trabajar. En el cuidado del hijo entra
una preocupación mercantil, en la que se escoge lo más rentable. Por
añadidura, se cría al hijo en la perspectiva de una promoción social de
los padres a través de él. Se forma una fuerza de trabajo de la que se
espera que se venda bien, y que los padres se beneficiarán de la imagen
de esta fructífera operación. Como el obrero, la madre trabaja por tanto
para algo distinto a su propia actividad. A su vez, su hijo hará lo mismo.
Siempre hacemos algo por otra cosa: alienación. Se ve aquí cuál es el
sentido de los «derechos» conquistados bajo el capitalismo. El control
natal permite tener hijos cuando se quiera, pero ¿qué es «querer»? Si no
es la libertad de elegir en una alternativa capitalista en la que se sufrirá
de todas formas la relación mercantil.
Sólo hemos obtenido la libertad de adaptarnos lo mejor posible a
una vida mercantil que se ha vuelto más flexible, y por tanto más eficaz.
Antes invertíamos en nosotros mismos al tener hijos capaces de cuida-
ros en la vejez. Hoy, se invierte para que los hijos se conformen en una
imagen de éxito social. El comunismo teórico no dice que la mujer y el
obrero están en un mismo plano, ni que la mujer debe apoyar la lucha
del obrero, sino que la emancipación del uno y del otro tiene un centro
de gravedad que gira en torno al obrero: pero no en tanto que obrero,
simplemente en tanto que su función le da unos medios indispensables
que la mujer no tiene.
La fuerza del comunismo teórico no está en que describe mejor el ho-
rror del mundo, conocido por todos, incluso por San Francisco de Asís,
sino en mostrar el mecanismo de la emancipación. La emancipación de
la mujer será obra del proletariado, siendo éste a la vez más y menos que
los famosos «obreros». Más, porque el proletario no se define de forma
28  |  Gilles Dauvé

sociológica, sino dinámica: está obligado de destruirlo todo porque él


no es nada, para existir. En este sentido, hay proletarios más allá de los
«trabajadores», pero sólo los proletarios productivos pueden darse los
medios de la lucha. Menos, porque una parte de los obreros se opondrá
a la revolución. Sólo puede plantearse el problema en estas bases, no
buscando a los/as más oprimidos/as. Es verdad que todas las mujeres
están oprimidas: igual que todos los niños, todos los no–blancos, todos
los viejos, etc. El capital engendra desigualdad. Pero las burguesas no se
desharán de su opresión por una acción dirigida específicamente contra
esta opresión, sino por una revolución comunista que resolverá su situa-
ción de burguesa al liquidar la burguesía. No decimos que esta liquidación
hará desaparecer automáticamente la opresión de la burguesa en tanto
que mujer. Sólo el marxismo vulgar sostiene que el cambio de «econo-
mía» conlleva el resto de cambios, cuando en realidad hay que destruir
precisamente la economía en tanto que «economía». Pero la liquidación
de la relación mercantil y el salariado es la condición indispensable para
lo demás. De todas formas, pocas burguesas son y serán revolucionarias.
Como para el «proletariado», la cuestión no está solo en comprender lo
que sufren las mujeres, sino la manera en que lo sufren, y las condiciones
que permiten luchar para acabar con ello.

Neoleninismo

Al contrario, si se considera que «la dominación de la mujer es a la vez el


eslabón más complejo y el más fundamental» de las cadenas de la esclavi-
tud, entonces queda permitido el chantaje más horrible (S. Rowbotham
en The body politic, de próxima publicación en francés). La demagogia
feminista se ha vuelto tan repugnante como el resto (excepto la dema-
gogia obrera, fuera de toda comparación). Con justificaciones diferentes,
el izquierdismo feminista se acaba asemejando al izquierdismo habitual.
El texto mismo, poco conocido pero que provee de una base teórica a
todo el mlf con pretensiones radicales, sostiene que «los movimientos
se desarrollan en el proceso de su comunicación» y que «las formas de
comunicación definen así considerablemente su forma y su dirección».
Se tendría que haber ligado la expresión a la naturaleza del movimiento:
para empezar, ¿qué es nuestra sociedad?
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  29

El problema de la expresión se vuelve esencial precisamente cuando el


movimiento es débil o decae: movimiento revolucionario integrado tras
1871, o movimiento de «todo el mundo» o «todo el pueblo» actualmente.
El lenguaje plantea problemas cuando ya no hay comunicación porque
los individuos están separados. No se resuelve el problema encontran-
do un medio de comunicación, sino suprimiendo la raíz misma de la
separación. Poner por encima la cuestión de la expresión es caer en la
trampa de la sociedad, que favorece la sustitución de la expresión frente
a la transformación real. Al contrario, el movimiento comunista es aquel
que abole las condiciones de existencia, actualmente el que las ataca.
Hacer de la expresión el problema número 1 es el objetivo de la II
Internacional: Lenin, después de Kautsky, quiere remplazar la ideo-
logía burguesa por la ideología obrera socialista. Se justifica así una
organización exterior al proletariado. Paradójicamente, los izquierdistas
supuestamente «liberados» de leninismo, pero que razonan siempre en
los mismos términos de toma de conciencia, van a dar con el mismo
efecto que los burócratas, igual que el izquierdismo feminista, cuando
justifica un mlf separado en nombre de una toma de conciencia específica
y de una liberación de la expresión. Para los leninistas tradicionales, la
organización separada proporciona la conciencia. Para los otros, deja
intacto y autónomo el proletariado (o aquí: las mujeres), le tiende el
micro, le da la palabra. Se hace hablar / se deja hablar: las dos caras de
la misma moneda. Pero llegue la palabra a los/as interesados/as o salga
de ellos/as, está siempre el mismo factor supuestamente esencial de una
palabra para expresar: se imponga el intelectual (colectivo [= partido] o
individuos «autónomos») o se limite a ponerse como intermediario, en
cualquier caso justifica así su rol, y como rol primordial: por la palabra se
define el movimiento. Se le reduce así a un movimiento de la conciencia,
ya se tome la conciencia desde el exterior, ya necesite este movimiento
que se exprese su conciencia para que pueda existir.
Querer revelar lo que se mantiene «escondido en la historia» (título de
una obra de Rowbotham) sólo es útil si no se busca una conciencia NECE-
SARIA para actuar. La ignorancia no es más opresiva que el saber como
ideología. El educacionismo es tan reaccionario como el oscurantismo.
Sufrimos la «dictadura de las Luces». Poner como principio la necesidad
de un desvío por el conocimiento, o la decisión como momento privi-
30  |  Gilles Dauvé

legiado (democracia), participa en el mismo error: inevitablemente, los


que entienden la educación o la autoeducación como algo fundamental,
hablan también siempre en términos de tomar un PODER.
Es la idea de siempre del intelectual que viene a ayudar; después de los
obreros, las mujeres. Se reinventa el leninismo, esta vez democratizado.
Todos pueden expresarse, la gran mayoría habla de manera igualitaria,
la minoría consciente maneja los periódicos del movimiento y escribe
los libros. Se invierte totalmente la relación social. Finalmente, ya no es
ni siquiera la clase (aquí las mujeres) las que se expresan a través de estos
nuevos mediadores, es la intervención de éstos la que les hace expresarse.
Visión del profesor. Por cierto, podría mostrarse cómo los teóricos de la
expresión, cuando se «expresan», no dicen lo esencial. Incluso los extre-
mistas del mlf inglés hablan del comunismo de izquierdas en Inglaterra (S.
Pankhurst) para no decir nada (cf. Rowbotham, Feminism and revolution).
Quieren hacerse la voz del silencio y no se dice nada. Sin duda, existe
una «escuela feminista de la falsificación».

Derechos y deberes

De todas formas, nada es más falso que ver en el movimiento femenino


u obrero un factor en sí de emancipación humana. En Inglaterra, por
ejemplo, el feminismo ha producido en 1917–1924 uno de los mejores
componentes del movimiento comunista inglés. Pero, proveniente como
S. Pankhurst del sufragismo, la otra ala del feminismo ha producido uno
de los mejores aspectos de la contrarrevolución, enrolando a los obreros al
nacionalismo en 1914 y denunciando a los revolucionarios. Especialmente
el sufragismo ha vehiculado la ideología democrática, la cual comenzamos
a comprender que fue el gran enterrador de la aspiración revolucionaria
que siguió a 1917 (y sobre todo en su centro: Alemania). Es totalmente
antihistórico hacer del mlf un movimiento inherentemente radical. Sólo
se vuelve radical si sale de sí mismo, de su ghetto.
Luchar por los «derechos» de la mujer no es en sí subversivo. La pro-
pia noción de derechos/deberes supone una sociedad que no es capaz
de cuestionarse a sí misma. Tampoco la conquista de derechos es más
revolucionaria que imponer a la burguesía «deberes», como quería hacer
el viejo movimiento obrero de antes de 1914: estos deberes se aplicaron
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  31

enseguida a los obreros (si la sociedad es solidaria y debe tratar bien a


los obreros, ellos deben ser solidarios a su vez).
Igual ocurre con los derechos: la igualdad hombre/mujer, como la
solidaridad burgués–obrero, implican derechos y deberes recíprocos en
la propia sociedad.
Acabamos en una situación en que el Estado impone sacrificios a la
vez a los burgueses y a los obreros, a los hombres y a las mujeres, mante-
niendo a la vez una opresión agravada (por ejemplo, de la Alemania nazi).
En una época en que el capital domina todo, reivindicar para la mujer
la liberación (la responsabilidad social) de las tareas domésticas, se parece
a contentarse con limitar el tiempo de trabajo, puesto que el capital ha
conquistado todo, trabajo y placer, tiempo «libre» y no libre. Con la
prolongación de la vida y la reducción del número de hijos, la mujer
consagra menos del 10% de su vida al nacimiento y al cuidado de los
hijos jóvenes en lugar del tercio de su vida que dedicaba antes. De ahí la
reivindicación de una liberación del tiempo que ahora está disponible:
pero no hay «liberación» del tiempo en el mundo del capital. El ser hu-
mano no se emancipará de la dictadura del tiempo fragmentario hasta
que se emancipe del capital.

Reformismo y tragedia

De hecho los periódicos del mlf traducen o traicionan una cierta lucidez
ante estas realidades, por su emoción, su tono patético e incluso trágico
(en el sentido de una contradicción sin solución —por ahora), y esta afir-
mación repetida de que hace falta más que palabras, que hay que actuar.
Sin hacer conjeturas sobre el futuro, donde la evolución del mlf está y
estará determinada por algo que no será ella, no podemos evitar pensar
en aquellas mujeres, como S. Pankhurst u otras, más atrás en el tiempo,
en una época en que no se esperaba ninguna revolución, animadas por
una pasión que se quema a sí misma, devorando su sujeto por no llegar
a su objeto, y luego sin saber dónde existir: ella era… Las organizacio-
nes del mlf (el MLF por ejemplo) escapan de ello ideologizándose y
volviéndose reformistas progresivamente. Terminan por mantener con
«la revolución» la misma relación mistificada que la extrema izquierda
contra la que habían aparecido. Unas veces entran en el reformismo
32  |  Gilles Dauvé

tradicional, otras se integran al izquierdismo (NOW en EEUU, Choisir


en Francia, MLF). El mlf formal e informal reacciona mediante una
agresividad que es todavía una fachada, un truco para aguantar y evitar
cambiar, profundizar, cambiarse.
Las protestas, incluso violentas, refuerzan el capital si no atacan sus
fundamentos: le indican las contradicciones que debe organizar, y le per-
miten ganar a aquellos a quien conceda privilegios (movimiento obrero
«duro» antes de 1914). Las sufragistas son la prueba de que se puede ser
violento y no revolucionario. El vigor de la actividad de las sufragistas
testimonia algo más que los objetivos que afirmaba, una insatisfacción
profunda, una aspiración a algo distinto. Pero la actividad y el militan-
tismo tenían como función social agotar esta energía, hacerla gastar sin
riesgo para el orden establecido.

Reorganización del capital

El capital ha entrado hoy no en descomposición, sino en una gigantesca


reorganización, y dispone de buenas bazas para salir vencedor una vez más.
Aunque puedan estallar dentro de unas semanas movimientos re-
volucionarios, la mejor forma de prepararse no es esperar que estallen
obligatoriamente en este plazo. Es tan inútil, en este contexto, abdicar
de todo punto de vista crítico con el mlf, como odioso es prolongar en
el movimiento subversivo el desprecio de la mujer latente en la sociedad.
El mlf parte de reivindicaciones particulares, como todo movimiento
social. Nadie se alborota por lo universal. Pero ya ha alcanzado la fase
de la transformación de sus organizaciones en grupos de presión reple-
gados sobre su problema y que reaccionan como competidores de los
otros. Dispone aún de vitalidad, quizá para largo, pero aunque en él se
den tantos actos subversivos como el resto del izquierdismo, no por ello
tiene un rol menos integrador. La presencia en su interior de elementos
radicales y activos constituye una prueba de su carácter revolucionario
tanto como la de Luxemburgo en el SPD7 antes de 1914. En este dominio,
sólo es decisiva la función global de la organización.

7  Partido Socialdemócrata de Alemania. Rosa Luxemburgo animaba entonces el ala


izquierda, que se convertirá en el Partido comunista en 1919. [N. de E.]
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  33

Era inevitable que la gran mayoría del mlf evolucionara en este sen-
tido, en ausencia de un impulso revolucionario. Las que rechazan el
reformismo sólo pueden romper con él abandonando las organizaciones
oficiales del mlf, sin cesar por ello de intervenir como puedan, inclusive
en el plano inmediato. El mlf opone el particular al todo: el movimiento
revolucionario no opone el todo a lo particular. No luchamos contra «el
capitalismo» en general. El comunismo no es un maximalismo. No hace
profesión de radicalidad. Teniendo como único enemigo «el capital»,
estas mujeres caerían en la falsa generalidad (política o teórica —por la
abstracción). El capital también es las instituciones y la «vida» a nuestro
lado. Pero la lucha por reformas no tiene sentido revolucionario más que
como experiencia, no por la concesión efímera que arranca.
Con dos guerras mundiales y unas cuantas más, y el totalitarismo en
ascenso, sabemos que el único realismo es la revolución; y que encerrán-
dose en la conquista de reformas cada vez más PLANIFICADAS por el
capital, se refuerza el Estado y las estructuras de encuadramiento (sindi-
catos, partidos, etc.). Vamos a medir la eficacia del «realismo» reformista
comparándolo por ejemplo con los programas del Women Liberation
Workshop en 1970 y de la Women's Emancipation Union en… 1892: tras
80 años de reformismo, todavía estamos esperando la satisfacción de las
reivindicaciones más elementales. El capital concede de todo… excepto
lo que le refuerza en su control social.
¿Y las necesidades inmediatas?, se preguntará. Por todas partes hay
mujeres oprimidas luchando: ¿qué hacer con/por ellas? No se puede dejar
todo al «mañana de la revolución» (Kautsky). Es verdad. Pero la cuestión
de la distancia entre la emancipación real (incluida la emancipación per-
sonal) y la acción que se puede llevar a cabo hoy no sólo se le plantea a las
mujeres. Un nuevo militantismo (en el que esta vez las mujeres lucharían
por la verdadera causa, por la revolución, pero la buena) que disocie la
actividad de los problemas inmediatos, sería tan reaccionario como el
antiguo. La actividad actual supone romper tanto con el militantismo
como con la pasividad complaciente (que esconde un sufrimiento real
bajo una máscara teórica y/o agresiva).
A las mujeres que responden: todo esto está bien, pero ¿qué proponéis?
Sólo se les puede decir: vuestra reacción muestra que para vosotras, una
vez más, el mlf —como otros movimientos para otras personas— ha sido
34  |  Gilles Dauvé

un refugio, una solución fácil, una nueva familia de la que esperabais


todo. Justamente: la cuestión de la actividad «revolucionaria» es muy
simple si se la aborda correctamente. Es un misterio si se espera todo de
un movimiento colectivo sin ser uno mismo un elemento que interviene y
se ve modificado. No hay solución a las contradicciones sociales, incluida
a la existencia de estos seres llamados revolucionarios en ausencia de la
revolución. Más bien, la solución es la propia revolución. No hay atajos.
Los y las que exigen desde ahora un certificado de éxito pueden olvidarse
de ello. En cualquier caso, un proletariado que hoy no luchara contra las
«usurpaciones del capital» (Marx) dejaría escéptico sobre su capacidad
de hacer una revolución.
No se trata de que la mujer olvide que es mujer, abandonando su pro-
blema y sus exigencias para participar en el movimiento revolucionario.
¿Por qué teme tanto verse estafada? S. de Beauvoir no ha sido «timada»
más que porque se ha lanzado a la política, y a veces la más despreciable.
Esta obsesión por la «recuperación» es una prueba todavía de debilidad.
La mujer no ha sido más traicionada por los movimientos anteriores que
los «hombres» al perder de vista sus problemas al integrarse al capital.
Habiendo empezado con la lucha contra sus condiciones de existencia, los
proletarios han acabado por arreglarlas, por defender el Estado y el capital.
No es el movimiento revolucionario masculino el que ha absorbido al
femenino, es la sociedad capitalista la que les ha absorbido a ambos. Los
movimientos anteriores no han fracasado por haber ignorado a las mujeres.
Han ignorado a las mujeres —y al resto— porque estos movimientos han
fracasado. Las mujeres no han sido las únicas engañadas. Han servido de
masa de maniobra para algo que no era su emancipación, exactamente
como el proletariado en su conjunto. Y es lo que se reproducirá para los
unos y las otras, si los proletarios no atacan las bases de la sociedad en
los próximos movimientos. El mlf hace un pobre favor a las mujeres al
contribuir a oscurecer la perspectiva comunista.

Masculino–femenino

En los fracasos precedentes tiene su parte la subestimación de la cuestión


femenina, pero no es la causa. Pongamos las cosas en su sitio. En lugar
de distinguir, como Proudhon, los aspectos «buenos» de los «malos» en
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  35

la condición femenina en la China actual (Feminism and revolution), más


valdría comprender qué es China: un país capitalista con un desarrollo
original (como otros).
Algunas constricciones sobre las mujeres allí son menores, otras
bastante peores que aquí. Es interesante, pero en el fondo normal, ver
al izquierdismo feminista encontrar en la condición femenina china
aspectos positivos que denunciaría como «fascista» si un político osara
sugerirlos en Occidente.
El feminismo no podía faltar entre los que caen en todos los carteles
del izquierdismo, extasiándose ante la guardería modelo, la democracia
directa, las asambleas obreras, cuando el Estado es el de los «trabajadores».
Lo más grave es que al final el mlf no apoya los países llamados socialistas,
lo cual permitiría al menos atacarlo en este punto. Los acepta, simple-
mente, como experiencias, como otros aceptan otras cosas.
Este movimiento que se inició para clarificar y poner las cosas en su sitio,
no resuelve nada decisivo, sino que mejora. También acepta por completo
«la revolución» y «el socialismo», incluso está a favor, sin profundizar en
ello, a condición de que se le deje luchar por su lado, paralelamente al
«proletariado», por supuesto (ya sabemos dónde se cortan las paralelas).
Que cada uno luche y la unificación se terminará dando. Se actúa como
si el movimiento revolucionario fuera la adición de una serie de luchas
diferentes, que no pueden más que chocarse las unas con las otras, no
concordar entre sí ni apoyarse.
Regodearse con la condición femenina es tan reaccionario como
regodearse con la condición obrera. Ni la igualdad ni el control sobre
nuestra vida son revolucionarios, ya que se trata de transformar estas
condiciones de vida.
Asistimos desde hace algunos años al nacimiento de un montón de
interpretaciones del mundo a partir de un solo punto de vista: visión ho-
mosexual, femenina, joven, tercermundista, etc. Igualmente, después de
1871 en el movimiento socialista se reinterpretó ampliamente la historia
a la luz de los trabajadores y del trabajo, hasta entonces pasados por alto.
En los dos casos, no se trata de ir al fondo para ver el camino de una
emancipación total, sino de dar a los trabajadores – mujeres – coloniales…
un lugar más amplio que el que les es dado en la misma sociedad, en el
mismo mundo, encadenándoles a él aún más.
Hemos visto por qué el comunismo teórico insiste en aquellos que
pueden disponer de los medios de producción: no porque tengan un
derecho especial o una virtud original, ni porque el comunismo sea el
trabajo generalizado. En ningún caso se debe ceder al chantaje de la con-
dición obrera, femenina, homosexual, tercermundista o cualquier otra.
No tenemos por qué recibir de nadie lecciones de sufrimiento. La miseria
no es para nosotros un dato cuantificable que medir para determinar al
más oprimido, y por tanto al potencialmente más revolucionario. No
somos sociólogos de la miseria. Allí donde se imponen distinciones, es
con el fin de demostrar el «cómo» de la revolución futura. Es más, el/la
que cae víctima de este chantaje de la máxima explotación, o quien ejerce
una demagogia semejante, muestra que todavía necesita una justificación
o una garantía. Su necesidad de revolución debe de ser bastante débil: la
glorificación del obrero en tanto que obrero, de la mujer en tanto que
mujer, del homosexual en tanto que homosexual…, tantos medios para
romper la aspiración a una comunidad humana.
Cuarenta años más tarde…
conversación con Constance

Encontrar a Constance Chatterley no fue muy complicado. Los azares de


la vida y los «círculos» nos ayudaron cuando nos estábamos preparando
para reeditar su artículo. Observaciones recogidas en un bar de Ménil-
montant una tarde glacial de enero de 2015.

En tiempos de Le fléau

Blast & Meor: ¿Entonces fue usted quien escribió en 1974 El complejo
de Diana, el artículo aparecido en el último número del periódico Le
fléau social? ¿Participaba habitualmente en este periódico y en el grupo
que lo animaba, originariamente el grupo 5 del FHAR?8

Constance: Yo no era miembro del FHAR, pero conocía a Alain Fleig, que
era el animador del periódico. Proveniente del FHAR, Fleig posicionaba
con lo que calificaremos, a falta de algo mejor, como la ultraizquierda.
Le fléau social trataba evidentemente de la sexualidad y la homosexuali-
dad, pero a su manera, en un tono que no dejaba de chocar, que era lo
que se buscaba. Se difundieron algunos números con más de diez mil

8  Grupo 5: grupo del FHAR del V Departamento de París. [N. de E.]


38  |  Gilles Dauvé

ejemplares, pero aquello no duró. Cuando salió del FHAR, Alain Fleig
era un aislado. Lo que expresaba Le fléau social era demasiado compli-
cado para la gente.

En la efervescencia de ideas y grupos de la época, ¿qué distinguía al


FHAR?

El hecho de intentar hacer un puente entre la revolución «sexual» y «social».


Otros se dedicaron a eso en los años 20 y 30, Reich especialmente, con
mérito pero sin éxito. La derrota de la revolución social hacía el fracaso
inevitable, tanto antes de la guerra como en 1970.

Le fléau social era pretendidamente agresivo y provocador. Su artículo


tiene como objetivo la crítica al feminismo, pero también a la extrema
izquierda. ¿Qué es lo que le diferenciaba de ellos y qué le permitía esta
crítica?

Las personas como yo se oponían a dos corrientes fuertemente im-


plantadas en aquel tiempo, y por cierto en concurrencia, como eran el
izquierdismo y el feminismo «burgués», sobre todo el norteamericano: el
primero se pretendía el portavoz de los obreros, el otro el representante
de las mujeres, cada uno para construir a partir de ellos su organización
y su poder.
Alrededor de los grupúsculos,9 como se decía entonces, se agitaba un
izquierdismo difuso, muy presente en los medios de comunicación, en
la universidad y en los institutos. Intelectuales, periodistas y profesores
citaban a Marx, hablaban de la clase obrera, del socialismo, y debatían
de una alternativa a la sociedad capitalista.
Del marxismo, la mayor parte de las feministas de 1970 sólo conocían
sus versiones osificadas, la del PC, opuesto durante mucho tiempo al
aborto, aquellas igualmente limitadas del izquierdismo, que rechazaba
claramente la cuestión de las mujeres o la disolvían dialécticamente en
«la clase». Por reacción, o por elección, el movimiento de las mujeres se

9  Grupúsculo: término peyorativo que designaba las organizaciones de extrema izquierda


(trotskistas y maoístas), muy numerosas en la época. Los más conocidos eran la Ligue
Communiste (LC) o la Gauche Prolétarienne. [N. de E.]
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  39

mantenía ajeno a Marx y al marxismo. Hay que decir que la ultraizquierda


de entonces contribuía a ello, puesto que la mayor parte de sus grupos
eran indiferentes o incluso hostiles no sólo al feminismo organizado, sino
incluso a la «cuestión de las mujeres». No recuerdo que la Internacional
Situacionista hubiera abordado estas cuestiones, pero era anterior al mlf,
sin o con mayúsculas.

Se ha dicho a menudo que lo que caracterizaba a Le fléau social, lo


que lo diferenciaba de un periódico como por ejemplo L'antinorm,
era precisamente la influencia de la ultraizquierda en sus análisis. No
perdonaban nada, ni siquiera la lucha de Lip.

No me arrepiento en absoluto de lo que decía sobre Lip, que hoy en día


está casi santificado. Si hoy volviera a escribir ese artículo, no cambiaría
gran cosa, especialmente sobre las mujeres, pero hablaría de otra forma
sobre el trabajo. Es una cuestión nominal, y más que nominal. Al dar
al «trabajo» el sentido de actividad (genérica), como en el joven Marx,
haciendo como si hubiera que dar un sentido comunista al trabajo, estaba
reproduciendo una confusión. El trabajo es una actividad alienada. No
hay que liberar el trabajo, sino liberarse de él.

Su artículo era muy crítico con el MLF, pero sin embargo fue publicado
en un periódico fundado por el FHAR. Hoy esto sorprendería a muchos.

Sí, sin el MLF el FHAR sin duda no habría existido, y sin el FHAR
ciertamente tampoco habría existido Le fléau social, que se separó del
movimiento homosexual que Alain Fleig cnosdieraba demasiado po-
larizado sobre la cuestión sexual… u homosexual. Le fléau se negaba
a considerar al conjunto de «homos» como una comunidad específica
cuyos miembros tendrían intereses comunes y por tanto reivindicaciones
políticas particulares —y de hecho separadas del conjunto del programa
revolucionario, un programa que para Alain Fleig tenía que ser aún
precisado, como por cierto también para mí.
40  |  Gilles Dauvé

No llegamos a imaginar bien un texto como el suyo escrito en nuestros


días. ¡Su autor sería inmediatamente acusado de defender el patriarcado!

En aquel tiempo, no teníamos miedo de criticar nada, incluido el MLF.


Quizá entonces era más fácil escoger un bando, al menos sobre las cues-
tiones sexuales. Hacia 1970, en materia de costumbres, los conservadores,
por no decir los fascistas, aunque cada vez más recibían una mayor res-
puesta, aún dominaban los espíritus y los comportamientos. Cuarenta
años después, en un país como Francia la desigualdad hombre/mujer
ha retrocedido y es posible vivir cada vez más una sexualidad «minorita-
ria». El matrimonio homosexual finalmente ha sido autorizado, cuando
la sociedad ha comprendido que la homosexualidad no era ninguna
amenaza para el matrimonio, ni para nada por cierto, excepto para los
valores innecesarios al capitalismo democrático moderno (que no reina
en todo el planeta, eso está claro). Evidentemente, sigue siendo muy
difícil ser homosexual en una ciudad pequeña o en algunos círculos,
sean burgueses o populares. Pese a todo, el discurso oficial e incluso el
gubernamental, así como la mayor parte de los medios de comunicación,
celebran la igualdad, la apertura y las normas y el respeto a las diferen-
cias. De pronto, son «los fachos», diferentes a los de 1970 pero activos e
influyentes, los que se hacen los inconformistas. Las personas como yo
se encuentran atrapadas entre el obligatorio respeto de lo políticamente
correcto, convertido en ideología dominante, y su cuestionamiento por
los defensores de la familia «papá + mamá». No tengo ganas de escoger
uno de los dos. Qué se le va a hacer si eso me supone incompresión y
calumnias. Hoy en día, como los homosexuales recurren a la reproducción
asistida y la gestación subrogada, si uno no reivindica el derecho a ellas
parece un homófobo. Como dice Marie–Jo Bonnet, con el matrimonio
para todos el matrimonio se ha vuelto de izquierdas.10 Eso no es para mí.

La crítica al militantismo (en este caso, militantismo feminista) enton-


ces era habitual en los círculos más radicales. El tono que empleaba,

10  Referencia al libro de Marie-Joseph Bonnet, Adieu les rebelles! [¡Adiós a los rebeldes!]
(publicado en Flammarion en 2014). La autora, antigua miembro del MLF, FHAR y
Gouines Rouges (Tortas Rojas), ha sido atacada por militantes LGTB por sus posiciones
sobre el matrimonio gay y la gestiación subrogada.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  41

sin embargo, era muy diferente del resto de la ultraizquierda. ¿Qué le


distinguía de ellos?

Simplemente mi interés por la relación hombre/mujer como una cuestión


de fondo. La mayoría de los grupos de ultraizquierda criticaban al mlf o
al MLF sin tomar seriamente aquello de lo que se ocupaba el feminismo.
Con el pretexto de situar el problema de las mujeres en un problema
general, de poner la parte en el todo, simplemente la disolvían: pero es
que sin esa parte, el todo ya no tenía realidad ni sentido. Es la eterna
tendencia a reducir a las mujeres a asalariadas. Se negaban a admitir que
la opresión de las mujeres no es una consecuencia de la lucha de clases,
sino que data de mucho antes. Pero en el mundo capitalista en que vi-
vimos, la opresión de las mujeres es reproducida por el capitalismo. La
dificultad está en mantener los dos aspectos a la vez.

Pero usted le da la prioridad a la lucha de clases.

¡No! La lucha de clases no es más que un medio, el terreno en el que


estamos obligados a ser y actuar. Mi objetivo (que también es nuestro
problema) no es señalar o alentar la lucha de clases, sino que la revolución
comunista ponga fin a esta lucha. Son los profesionales de la negociación
entre las clases quienes necesitan una lucha de clases eterna. El Nuevo
Partido Anticapitalista y la Confederación Nacional del Trabajo tienen
necesidad de la lucha de clases, viven de ella, pero yo no.

Pero eso es volver a reducir la cuestión de las mujeres a la cuestión de


las asalariadas, como en general han hecho los marxistas…

Es verdad que los anarquistas lo han hecho menos, porque la anarquía


está más cerca de lo inmediato, más sensible a las condiciones de vida, a
las opresiones específicas, y por tanto también a la de las mujeres. Pero
siendo así, hay más puntos en común entre el marxismo y el anarquismo
de lo que se cree: todo irá mejor cuando nos deshagamos del salariado
(para los marxistas) y de la autoridad (para los anarcos). Entonces, ya no
habrá ni dominación ni opresión: será la armonía, incluida la armonía
hombre/mujer.
42  |  Gilles Dauvé

En los revolucionarios, marxistas o anarquistas, esta ceguera mezclada


con desprecio solamente comenzó a atenuarse a partir de los años 70,
cuando la cuestión del comunismo comenzó a plantearse socialmente (por
minorías, se entiende), y con ella la cuestión de la dominación masculina.

¿A partir de los años 70, no antes?

Nadie es más inteligente que su época. Engels dice cosas sobre la homo-
sexualidad que ningún comunista escribiría hoy. En el episodio adúltero
de Marx con su amante Helen Demuth, lo peor sin duda es que su hijo
Frederick jamás fue criado con el resto de hijos de la familia. Algunos
surrealistas no ocultaban que frecuentaban los burdeles. Un siglo más
tarde, se ha vuelto impensable un comportamiento semejante en la gente
que tiene una mínima pretensión de radicalidad. Pero no nos creamos
superiores a ellos. Es absurdo juzgar las prácticas de una época según los
valores que se han convertido en un consenso en la época siguiente. Si
nuestra mirada ha cambiado sobre la sexualidad, la familia y la prostitu-
ción, eso tiene menos que ver con las luchas o con la maduración de las
conciencias que con el declive de la respetabilidad familiar, debido a la
evolución de la familia y de la sociedad. Eso no quiere decir que antes
socialistas, comunistas y anarquistas ignoraran estas cuestiones, pero sólo
un sector, generalmente libertario, comprendía su importancia.

Hoy

Pero ya no es el caso. No se puede negar una evolución.

Salvo que la evolución concierne sobre todo al discurso, en particular a


los que viven del discurso. Cualquier grupo de extrema izquierda debe
inscribir un párrafo antisexista en su programa, al mismo título que el
antirracismo, la antihomofobia, la antiislamofobia, y por supuesto la
ecología. Ni siquiera la propaganda electoral del Partido Socialista olvida
a las mujeres, no menos que a los discapacitados o a la selva amazónica
en riesgo. La causa de las mujeres es a partir de ahora un tema oficial y
gubernamental.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  43

No todo es discurso. La desigualdad entre el hombre y la mujer retro-


cede, realmente…

¿Está pensando en el salario? Si confiamos en las estadísticas, a jornada


completa los franceses ganan «solamente» un 16% más que las francesas.
Y en general, juntando todos los tipos de jornada, los franceses cobran
un 31% más, porque hay mucho trabajo a tiempo parcial entre las mu-
jeres. Un 31% es mucho, pero menos que hace cuarenta años. Son cifras
de 2013. Qué apostamos a que en 2050, si el salariado existe todavía, la
brecha se reducirá al 15%. ¡Tremenda conquista!

Pero estas diferencias salariales se deben principalmente a los trabajos


que ejercen las mujeres, a menudo menos cualificados y por tanto
menos pagados. Hoy, para un mismo puesto de trabajo, la diferencia
es bastante menor. Y además la lucha tiene efectos. Eso me recuerda
a We want sex equality, una película que sin duda conoce usted y que
trata de una huelga victoriosa de obreras en Ford que reivindicaban
salarios iguales a los hombres. Esto ocurría en 1969.11

Sí, y esa película está basada en hechos reales. Lo que no dice, es que a
cambio de un aumento salarial los obreros tuvieron que aceptar un au-
mento de los ritmos, el trabajo obligatorio en domingo, etc. ¡La obrera
gana el derecho a sufrir lo que sufre el obrero! En Francia, la mitad de
la población llamada activa es femenina. Por supuesto que quiero luchar
por la igualdad, pero jamás será un avance para las mujeres ser tratadas
tan mal como los hombres. El feminismo que yo atacaba en 1974 era el
que tiene como objetivo para las mujeres «corregir la brecha», acceder a
la condición masculina en lo peor que tiene. Y el feminismo que predo-
mina en 2015 apenas hace otra cosa.

¡Eso no estaría tan mal!

Para usted quizá: «a igual trabajo, igual salario»… Yo sigo estando por
la abolición del salariado.

11  We want sex equality: película de Nigel Cole que salió en 2010. [N. de T.]
44  |  Gilles Dauvé

En todo caso, la persistencia de la desigualdad salarial no quiere decir


que no haya cambiado nada. No sólo está el mundo del trabajo. Los roles
sexuales o sexuados parecen estar en crisis, debe de alegrarse por ello.

En crisis, pero ¿qué obtenemos de ello? La sociedad occidental puede


presumir de pelearse con las barreras del género, pero está muy lejos
de una circulación libre o fluida del que ha nacido con un pene y de la
que ha nacido con una vagina, entre las actividades, comportamientos,
imágenes que dejarían de ser el privilegio forzado de uno y otra. Segui-
mos atrapados en los respectivos roles obligados que nos definen, pese a
nosotros mismos, a uno como hombre y a otra como mujer.
A veces me pregunto en qué mundo estoy. Si escucho la radio, si leo
alguna revista, todo está hecho para persuadirme de que tengo la suerte
de vivir una época cada vez más luminosa y emancipada, en un país
en vías de liberarse de una diferenciación sexual de la que su propia
escuela enseña que hay que desprenderse. Se puede leer en el manual
escolar Belin: «Cada uno aprende a volverse hombre o mujer según su
entorno y la educación recibida. Hay otro aspecto aún más personal de
la sexualidad: la orientación sexual. Puedo ser un hombre atraído por
mujeres. Pero me puedo sentir también 100% viril y sentirme atraído
por los hombres».
Por otro lado, si miro a mi alrededor la diferenciación «tradicional» de
los sexos es más que visible. Al salir de una clase políticamente correcta
sobre el género, el estudiante de secundaria mira a unas chicas desnudas
en su iPhone. En la calle, pasa delante de anuncios con modelos sin ropa.
En su casa, tendrá a su disposición una infinidad de cuerpos femeninos
virtuales. En cambio, la inmensa mayoría de las imágenes que verá de
hombres serán cuerpos en lucha (reportajes de guerra, películas violentas,
videojuegos) o en competición deportiva. ¡No está muerto el estereotipo!
La jerarquía sexual va por delante constantemente, al mismo tiempo que
se niega en el discurso público y oficial. El siglo XXI denuncia la pedofilia
y pone en escena (y sobre el escenario en el caso de los concursos) niñas
hipersexualidazadas. Vivimos en una esquizofrenia permanente.

¿Esquizofrenia? ¿No se trata en realidad del signo de un conflicto? ¿Una


fuerte tendencia que provoca reacciones y resistencias? Como por
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  45

ejemplo el matrimonio gay. Sólo se recuerda la amplitud de la Manif


pour tous,12 pero parece que se olvida que el matrimonio homosexual ha
sido votado favorablemente y que una mayoría de franceses lo aceptan.

Estas desoladoras manifestaciones testimonian un movimiento profundo,


como en Estados Unidos la fuerza de la derecha moral conservadora.
Expresan y explotan una angustia sobreactuada pero real: la familia es
lo que queda cuando la mercancía ha conquistado todo. Al menos es
lo que quieren creer: en los hechos, el dinero siempre ha penetrado y
regido la vida familiar. La escenificación de estos miedos aún no ha de-
jado de sacar a la calle a un montón de gente. Esto no quita que se trate
de una resistencia que tampoco invertirá el curso de lo que usted llama
precisamente una tendencia fuerte. Más de la mitad de los americanos
ya tienen acceso al matrimonio homosexual. En Francia, la Manif pour
tous se oponía a una ley que finalmente fue votada y que no podrá poner
en cuestión un regreso de la derecha al poder. Los «fachas» no triunfan
donde creemos: en 2014, el mismo día, los electores suizos decidieron
limitar la inmigración y rechazaron hacer más difícil el aborto. Hay que
ser un izquierdista para ver un «regreso del orden moral» en Europa o
en Estados Unidos. Las recientes elecciones para el ayuntamiento de
Nueva York han enfrentado a una lesbiana declarada con un candidato
casado con una negra orgullosa de su pasado lésbico. Cada vez más
personalidades políticas y grandes empresarios están haciendo y harán
su coming out [salida del armario]. Lo que antes era infamatorio se está
convirtiendo en una prueba de apertura, un buen punto democrático.
Evidentemente, esto sería impensable en Rusia, en el África negra y en
los países musulmanes, y durante un tiempo seguirá siendo más fácil
organizar una Gay Pride en Berlín que en Sarajevo. Pero la reacción está
a la altura de la amplitud de las evoluciones.

12  La manif pour tous, “la manifestación para todos”, es el nombre del conjunto de asociacio-
nes en Francia que organizaron a partir de 2012 una serie de manifestaciones masivas
contra el matrimonio homosexual y la adopción por parte de parejas homosexuales.
Está ligada a organizaciones de derecha y ultraderecha, siendo un abrevadero para el
Frente Nacional con Marine Le Pen. [N. de T.]
46  |  Gilles Dauvé

Sí, y en España se ha visto recular al gobierno con su proyecto de poner


en cuestión el derecho al aborto, en particular ante la movilización
de las mujeres.

Yo más bien diría que hoy ese es el único tema que moviliza por la causa
de las mujeres. Al ser el feminismo mayoritariamente un movimiento
por la igualdad, una vez que las mujeres se convirtieron en electoras,
directoras de empresa y jefes de Estado, ya no queda más que el aborto
para movilizar aún a la multitud de mujeres (y de hombres) cuando se
ve amenazado, como recientemente en España. Pero yo constato que las
manifestaciones de apoyo en Francia no han desplazado a mucha gente.
Sólo hay un mlf activo (sin mayúsculas) allí donde los derechos de las
mujeres son pisoteados, por supuesto a condición de que puedan luchar,
lo que por cierto es casi imposible en muchos países.
Pero allí donde se han conquistado derechos, o al menos lo parece, en
Francia o en Estados Unidos por ejemplo, parece que un movimiento de
mujeres específico no tiene sentido: como si el éxito aparente del feminis-
mo lo agotara. Son sus victorias, sus conquistas (como se dice hoy), las que
causan su debilidad. Las sucesivas satisfacciones de sus reivindicaciones
le hurta su dinámica, de ahí su despolitización.

Pero no se trata sólo de derecho o de una igualdad formal. No puede


negar la enorme diferencia entre la vida actual de las mujeres y la que
tenían por ejemplo en los años 1950.

La comparación no tiene apenas más sentido que preguntarse si un


obrero francés «vive mejor» en 2015 que en 1950. Una mejor salud,
una mayor esperanza de vida, ciertamente, pero también una mayor
productividad de unos proletarios mejor «mantenidos». Si el obrero (o
la obrera) francés de 2014 produce más riquezas que el de 1950, de creer
la medida de la productividad horaria, eso se debe a la eficacia de las
máquinas, pero también al hecho de que el trabajo esté mejor tratado.
Para mantenernos en las mujeres, se encuentran —relativamente— li-
beradas de las constricciones de la maternidad, y eso está bien, pero
quiere decir que se encuentran libres de ir a trabajar fuera del hogar.
¿Acaso el trabajo libera?
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  47

No vayamos tan rápido. Sé que usted está a favor de una sociedad sin
trabajo, acaba de decirlo, y llegaremos a ello. Pero las mujeres de 2015
están menos encerradas en un rol que en 1950, en Francia.

Todo depende de qué estemos hablamos.


Una conquista (relativa) del feminismo de los años 60–70 fue dejar
de definir —o definir menos— a las mujeres como madres, al mismo
tiempo que las mujeres adquirían una libertad incontestable gracias a la
contracepción. Cincuenta años después, la opinión dominante estima
que a la mujer sin hijos le falta algo, mientras hace como si ya no fuera
así, como si las mujeres fueran libres para elegir. La evolución de la
familia, el declive de la figura paterna y la igualación de principio entre
los sexos no han mermado el lugar siempre central de la maternidad.
Simbólicamente, ésta toma quizá incluso una mayor importancia. Al dejar
de ser obligatoria, se vive como una «elección», y el niño se convierte
en algo todavía más preciado, el objeto de atención que da sentido a
la familia. Ese era por cierto el objetivo de los promotores oficiales de
la libertad de contracepción, Planning Familial13 e izquierdistas ilumi-
nados como Lucien Neuwirth. La reproducción asistida, la gestación
subrogada y la voluntad de un gran número de lesbianas (o en todo
caso, de las organizaciones que hablan en su nombre) de tener hijos
hoy en día, significan un regreso a la definición de «la mujer» mediante
la maternidad. En los años 70, las lesbianas feministas se oponían —lo
cual va de suyo— al hecho de que la maternidad se impusiera a las mu-
jeres (en particular, pero no únicamente, a la prohibición del aborto
que duró hasta 1975), pero también al hecho de considerar (y de que
las propias mujeres llegaran a considerar) que no se es verdaderamente
mujer hasta que se crían hijos, sea cual sea su origen: concepción y na-
cimiento «tradicionales», fecundación in vitro, reproducción asistida,
gestación subrogada, incluso adopción. Ahora el deseo de tener niños
parece evidente y cada uno debería tener el derecho de satisfacerlo, y
el simple hecho de sorprenderse por ello hace que te traten como a un
facho. Políticamente, es un retroceso.

13  «Planificación Familiar», organización civil que nace en Francia en 1956 con el fin de
despenalizar el aborto y que continúa existiendo en la actualidad. [N. de T.]
48  |  Gilles Dauvé

En los hechos, el «matrimonio para todos» es en primer lugar el ma-


trimonio gay, un matrimonio homosexual masculino.

Todo será siempre más fácil para los hombres. La homosexual no será
nunca «la igual» del homosexual. Una mujer que viva en pareja con
otra mujer será socialmente aceptada a condición de que dé a luz o de
que adopte a un niño. Si no lo hace, no será una mujer «como las otras».
Conozco a padres abiertos, tolerantes y de izquierdas que no tienen
ningún problema con la homosexualidad de su hijo o hija, pero que
desearían nietos, sobre todo de su hija. De hecho, la familia ejerce sobre
la hija lesbiana una presión implícita, pero fuerte. La madre ya no le dice
a su hija que su destino es encontrar un marido: la empuja a rechazar
el no tener un hijo. La culpabilidad siempre está ahí, simplemente ha
cambiado su objeto. Con el fin del patriarcado, la constricción sexual
se vuelve indirecta e insidiosa. La verdadera cuestión nunca ha sido con
quién se hace el amor. La cuestión es la familia.

¿La familia va tan mal como cuando usted escribía sobre ella en 1974?

Es cierto que hay un regreso de la familia, pero ¿es que había desaparecido?
Vivir en concubinato o divorciarse no abole el modelo «papá + mamá +
dos hijos». Se puede apostar que una buena proporción de manifestantes
en la Manif pour tous se divorciarán antes o después: eso no les impide
salir en masa a la calle. Anticuados pero numerosos. «Trabajo, familia,
patria» hacía reír en 1974, pero por cómo se ve el estado del mundo, y
el ascenso de las religiones y del nacionalismo, yo hoy sonreiría menos.
En los progresistas, la tendencia dominante no es suprimir la familia,
sino vivirla de otra forma, con flexibilidad, la familia zen. En eso no hay
divergencias entre mainstream y radicales, conformistas y desfasados. Si
piensa en los años 60–70, esta gente dice: «¡Hemos ganado! La familia
opresiva heteronormativa y patriarcal ha quedado atrás. Viva la familia
reconstituida, homosexual, abierta, etc.»

Por cierto, la crítica de la familia casi ha desaparecido actualmente en


los círculos más radicales. Incluso quizá sea vista por algunos pensadores
como uno de los últimos obstáculos a la mercantilización del mundo.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  49

Pienso en personas como Jean–Claude Michéa o Christopher Lasch,


de moda ahora en la extrema izquierda… y en la extrema derecha.

Lo que permite la recuperación de Michéa y de Lasch es su ambigüedad


sobre la relación entre pasado y presente, el tropismo del ¡«Las cosas
eran mejor antes» o «menos malas»! Yo nunca he sido un nostálgico
de las comunidades precapitalistas, aunque solo sea porque eran y son
patriarcales.
Una de las razones de la dificultad de una crítica radical del mundo es
que debe atacar a la vez a sus formas y fuerzas conservadoras (o reacciona-
rias) y, al mismo tiempo, a las más progresistas y modernizadoras, ya que
ambas tendencias se combinan oponiéndose la una a la otra. Por ejemplo,
nuestra crítica sólo tiene sentido si tiene en cuenta tanto el ascenso (o el
resurgimiento) de repliegues identitarios y étnicos, como la promoción
del antirracismo como ideología dominante, con un discurso oficial de
tolerancia y diversidad.
En cuestión de costumbres y de sexualidad, ante el neoconservadu-
rismo, muy fuerte en Estados Unidos, y ante la pujanza religiosa casi
universal, se erige la reivindicación de una libertad total y del derecho
de cada uno de construirse a su gusto. La utopía de la liberación sexual
de los años 70 a menudo era irrisoria, a veces imbécil, pero expresaba
una aspiración colectiva… raramente acompañado de un comienzo de
práctica. Lo que domina ahora es el espejismo del individuo soberano,
capaz de vivir sus fantasmas al menos en la pantalla, si no con prótesis
tecnológicas, y lo que sueña con realizar debe ser plano, limpio y final-
mente sin enjundia. Por mi parte, sin añorar las constricciones de antaño
(que no han desaparecido, ¡nada más lejos!), no me sumo a aquello que
hace parte de la ilusión capitalista de un individuo autocreado: «no hay
nada natural, todo es cultura, todo es posible, y todo lo que trastorna la
tradición es subversivo…» Por ejemplo, intervenir en el propio cuerpo
mediante la cirugía o la química supone técnicas, saberes y tecnología
de punta: ¿cómo conciliarlas con la crítica al poder médico? Sólo planteo
la pregunta.

La respuesta es que por desgracia cada uno se consagra a una crítica


particular, separada. Uno se especializa en la denuncia de la tecnología
50  |  Gilles Dauvé

y de la ciencia, otro en las cuestiones de sexualidad, otro en la defensa


de los sin papeles, etc.

A sabiendas de que entre los adeptos de una transhumanidad y los defen-


sores de la tradición, no hay una tercera vía viable: no se supera jamás
dos errores tomando un poco lo bueno de cada uno.

Respecto a la mercantilización de la familia, en el Manifiesto comunista


describía su evolución hacia «simples relaciones monetarias», ¡en 1848!

Dicho en esos términos, eso no es verdad. La familia es más bien un lugar,


un vínculo, y más aún en un período de crisis donde provee al individuo
una protección, un refugio que difícilmente encontrará en otro sitio. Es
una paradoja inevitable: cuanto más se pide a la familia, más contradic-
ciones se le imponen… sin embargo, consigue mantenerse.
En 1897 chocaba un poco la frase de Gide de «Familias, os aborrezco»:
hoy en 2015 ni siquiera se tomaría en serio. Constato una regresión. En
1970 Barbara Loden realiza su única película, Wanda, donde interpreta el
papel de una madre de familia casada con un minero, que desatiende a
sus hijos, se lanza a la carretera y va encontrando hombres de azar. De su
pasado, sus motivaciones, su punto de llegada, no se sabe nada, su marido
parece más bien un tipo valiente pero desarmado. Ella se va y eso es todo,
y lo que le ocurre no es ni alegre ni triste. Una película semejante tendría
una mala recepción hoy en día. Al público le gustan las mujeres en lucha,
a condición de que sea por una buena causa, fácilmente identificable: un
marido odioso, un padre incestuoso, un patrón explotador… O al me-
nos que sea divertido para el espectador: pero Wanda no es ni trágica ni
divertida. Que una madre simplemente y sin un motivo explícito tenga
ganas de salir de ese rol, de «desconectar», sigue siendo una de las cosas
más difíciles de admitir.
¿Haría Louis Malle en 2015 El soplo al corazón (1971), donde un
adolescente se acuesta con su madre sin que ninguno de los dos quede
desequilibrado o sea infeliz? El Día del Orgullo Gay una pareja homo-
sexual es libre de pasearse con ropa sadomasoquista en París y después
ir a casarse, pero hay películas que mejor no hacerlas, ideas que se des-
aconseja pensar…
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  51

Pero, ¿son compatibles para usted capitalismo y patriarcado? Y, por


otro lado, ¿utiliza los términos «patriarcado» y «dominación masculina»
como sinónimos?

El capitalismo socava al patriarcado y reproduce la dominación masculina.


Se basa en la igualdad de las mercancías, y por tanto también entre la
igualdad entre los seres humanos cuya mercancía es el trabajo. Tiende a
transformar todo (cosas y seres humanos) en elementos intercambiables
cuando se respeta la igualdad entre dos equivalentes, de cuyo portador en
principio es indiferente si es blanco o negro, hombre o mujer, cristiano,
mahometano o ateo, virtuoso o libertino. Cuando todo debe ser llevado
a cabo como si pudiera ser intercambiado por cualquier otro producto
(objeto o servicio, felación o corte de pelo), cualquier comprador o com-
pradora debe poder tratar libremente con cualquier vendedor o vendedora.
Si el capitalismo no fuera nada más que eso, nos podríamos permitir
no hacer ninguna diferencia entre un asalariado y una asalariada, entre
un burgués y una burguesa. Pero el capitalismo no es un modelo «puro»,
funciona como una sociedad, en un mundo que transforma sin reducir-
lo nunca a un simple intercambio mercantil ni siquiera a una simple
relación trabajo asalariado / capital. El capitalismo saca provecho de las
diferencias: a veces ocurre que un jefe contrata a una directora de recursos
humanos no para pagarle menos, sino para beneficiarse de sus supuestas
«cualidades naturales», o que una empresa apueste por la «comunidad
gay» como mercado y escaparate.
El capitalismo supone que toda su sociedad se reproduzca mediante la
propiedad privada, y en primer lugar la de los medios de producción: los
que los detentan hacen trabajar en su beneficios los que no los detentan.
Algunos de sus lectores dirán que el marxismo está ya viejo: sin embargo,
es tan verdadero y fundamental en 2015 como en 1848, de ahí el rol de la
familia. Y quien dice familia, dice apropiación de las mujeres, debido a su
papel en la reproducción social: la de los hijos y también la de la transmi-
sión del patrimonio. Por supuesto, el propietario de una fábrica privada
ha desaparecido en favor de la sociedad de acciones y del «capitalismo
colectivo». Ya no estamos en el siglo XIX. Uno de los aspectos del fin del
patriarcado es que el jefe de una empresa ya no transmite su hilandería
o su acería a su hijo (preferentemente su hijo mayor). El patrimonio
52  |  Gilles Dauvé

legado no es una fábrica, ni siquiera una empresa, sino capital financiero,


móvil, transnacional, que ya no está ligado a una producción particular.
Sin embargo, la burguesía no ha desaparecido, ni la necesidad de
transmitir el capital en las mejores condiciones para los burgueses. El
capital no está ni suspendido en el aire ni virtualizado.
Vivimos como en Un mundo feliz de Huxley, donde la reproducción se
desarrolla en una fábrica–laboratorio, donde los niños son fabricados y
después condicionados. Incluso nuestro contemporáneo más capitalizado
no vive como un átomo ni separado hasta tal punto de los otros que sólo
iniciaría relaciones con los otros mediante el intercambio mercantil con
el dinero como mediador de todo, incluidas las relaciones afectivas, amo-
rosas, conyugales y parentales. Dejemos a la ciencia ficción imaginar un
mundo del individuo absoluto. El liberal–libertario es muy favorable a
la despenalización de las drogas, pero raramente lo es a la supresión de la
herencia. La familia asegura la custodia y la transmisión de la propiedad
privada. No hay nada sorprendente en que el derecho a heredar dinero y
bienes sea una de las grandes cuestiones de los contratos de unión civil y
de los matrimonios homosexuales. Si el patriarcado cae, el patrimonio
seguirá estando aquí.

Explica muchas cosas por la transmisión del patrimonio, pero la mayor


parte de la gente no tiene valores que legar a nadie.

Es verdad, pero el rol de la propiedad privada no se detiene ahí. El con-


trol de los medios de producción por parte de la clase burguesa funda
la división de clases. La propiedad privada estructura nuestra sociedad e
impone su lógica a todos. Incluso aquellos —muy numerosos, se lo con-
cedo— cuya fortuna se resume a 1.000€ en una libreta de ahorros, viven
en general dentro de una unidad social que les protege y les encierra, la
familia, donde 1.000€ son tanto más preciosos si el grupo no dispone
de otras reservas, y cuya existencia gira en torno al mantenimiento y la
educación de los hijos. No es porque lleven los niños al mundo que las
mujeres están constreñidas a un papel subordinado, sino porque este
hecho (la maternidad) se produce en el marco enclaustrado y enclaus-
trante de la familia, que las especializa por la fuerza en tareas específicas,
indispensables y subestimadas. Que en América del Norte y en Europa
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  53

la desigualdad en el hogar sea menos la regla que antes, con las tareas
domésticas y el cuidado de los hijos mejor repartidos entre los hombres
y las mujeres, cambia muchas cosas pero nada de fondo: las mujeres
continúan atrapadas en su función tradicional de madre, y ven todavía
cómo se les impone un rol dominado y a los hombres… un rol domina-
dor. Mientras que la familia sea la unidad social de base, la dominación
masculina persistirá… atenuada, en el mejor de los casos.

¿Minimiza usted la importancia de la


reproducción de la fuerza de trabajo?

Esa importancia no es contradictoria con lo que acabo de decir. Toda


sociedad debe controlar la reproducción de sus miembros. Hasta ahora,
casi todas lo han hecho obligando a las mujeres a un rol de sumisión.
En una sociedad regida por el trabajo en el sentido moderno, el trabajo
asalariado, es la reproducción de la fuerza de trabajo la que organiza la
dominación masculina. Desde hace mucho tiempo el marido ha sido el
instrumento de esta apropiación del cuerpo femenino: hoy esta apropia-
ción ha pasado de ser individual a colectiva y socializada en gran medida.
Una parte de las tareas femeninas se llevan a cabo mediante guarderías,
escuelas, comedores, servicios sociales, etc. El capitalismo no suprime el
rol de la familia, pero el capital garantiza globalmente al menos tanto
como ésta la renovación de la fuerza de trabajo.

¿Es o no necesaria la familia para el capitalismo?

No. Pero como está ahí, como resultado de milenios de historia humana,
se acomoda a ella, se aprovecha de ella, la mantiene y la remodela a su
manera.

¿Entonces el capitalismo jamás conllevará la igualdad entre los sexos?

No. Para eso habría que imaginar una sociedad compuesta por un flujo
circulante de valores sin soporte material, que habría reducido a los
seres humanos a individuos únicamente intercambistas, un capitalismo
impensable hoy, si no es en la abstracción teórica… o en la ciencia ficción.
54  |  Gilles Dauvé

No sólo la multiplicación de divorcios, la descomposición y recom-


posición familiares, el PACS,14 el matrimonio homosexual, sin olvidar
la reproducción asistida o la gestación subrogada, etc., no afectan a la
persistencia de la «célula familiar», sino que en mi opinión la consolidan.

Exit Foucault

Su análisis es a veces un poco simplista. Parecería que para usted, las


obras de Foucault no han existido nunca…

En el momento en que escribía en Le fléau social, estaba naciendo la


biopolítica: parte de constataciones justas e importantes, pero que no
son nuevas más que en relación a un marxismo esterilizado, el único
que Foucault y sus amigos conocían.
Las obras de Foucault muestran que a partir del siglo XVII el poder se
ejerce mediante un control sobre la población, el cuerpo y el modo de
vida. Uno de los momentos clave en Francia sería el que teoriza como «el
gran encierro» de delincuentes, locos, enfermos, vagabundos… grupos
susceptibles de obstaculizar la instauración del orden burgués. Desde
entonces, cuanto más social se hace el Estado, más interviene en nuestra
vida cotidiana, en la salud, en la intimidad. Es completamente correcto.
El aburrimiento está en rescribir dos o tres siglos de capitalismo a la
luz de un análisis que pone el control y sus mecanismos en el centro de
todo. La vulgata marxista explicaba la totalidad de la historia, desde la
Edad Media al siglo XIX, por el ascenso de la burguesía y del capitalismo.
En Foucault, «el gran encierro» funciona como una causa de la que el
capitalismo sería un efecto.
Para él ya no es el trabajo asalariado (y su control, y los conflictos que
nacen de ello) el que determina la evolución social, sino el conjunto de
los dispositivos de control. Cuando estas teorías se interesan por el trabajo
es para decir que ya no es explotado esencialmente en la empresa, sino en
todos sitios, operándose producción y reproducción en todo lugar, explo-

14  Pacte Civil de Solidarité, contrato que formaliza desde 1999 en Francia los derechos y
obligaciones de las parejas de hecho. [N. de T.]
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  55

tando ahora el capitalismo (si el término aún sirve) menos el trabajo que
el conjunto de nuestra vida, nuestra afectividad, nuestra energía. Contra
este condicionamiento universal, la solución pasaría por una revuelta un
poco por todos lados: en lugar de una revolución, millones de subversiones.
Estas tesis están aún a la moda cuarenta años después. La derrota de los
proletarios de los años 60–70 ha favorecido por un lado un repliegue sobre
la esfera privada, el consumo individual, el cuerpo, el desarrollo personal,
etc., y por otro lado la búsqueda de nuevas comunidades potencialmente
capaces de cambiar el mundo, gradualmente y con suavidad. Este es el
caldo de cultivo de las filosofías posmodernas. Por escoger, prefiero la
inocente «revolución sexual» de 1970. Nos ponemos exquisitos con Reich,
pero era más claro, es decir: más visiblemente ilusorio.

Exit Foucault… pero hay cuando menos dominantes y dominados, ¿no?

He acabado por hartarme de oír hablar de dominación. A parte de los


sádicos, nadie domina por el simple placer de dominar: hace falta aún
que ese placer se alimente de beneficios concretos, entre otros, materiales.
La dominación masculina sólo ha sido instaurada y sólo perdura porque
produce algo, y no sólo niños. No se puede comprender la división del
trabajo si no se incluye la división sexual del trabajo: pero esta última
sólo se comprende por su rol en el conjunto de la división del trabajo.
La cuestión que se plantea aquí, raramente planteada por el feminismo,
es la de las relaciones de producción, sabiendo que en ellas se incluye la
dominación y la explotación.
Desligada de la producción, la dominación parece crearse y perpetuarse
ella sola. Se la percibía en el binomio jefe/empleado, ciertamente, pero
tanto como en los binomios blanco/negro, orientación sexual mayorita-
ria/minoritaria, profesor/alumno, médico/paciente, viejo/joven, Norte/
Sur, cultura elitista/popular, padre/hijo, válido/minusválido, y desde
luego hombre/mujer, estando obligado cada uno de nosotros a ocupar
sucesivamente varias de esas posiciones. En un día, la misma persona
será dominada por su marido en casa, su jefe en el trabajo y un policía
en la calle, y dominante ante un subalterno en la oficina y a su hijo de
regreso a casa. La dominación sólo tiene sentido si actúa en todos sitios,
y la fuerza del concepto tiende a su dilución.
56  |  Gilles Dauvé

Las teorías de la dominación han llegado a un primer plano cuando


entró en crisis la crítica del Estado, incluida la crítica «reformista», que
intentaba conquistar posiciones dentro de las instituciones. A partir
de entonces, el problema ya no sería tomar el poder central, y todavía
menos destruirlo, sino actuar conjuntamente sobre el conjunto de los
comportamientos cotidianos y de las prácticas de control o de gestión.

¡Estaba muy a la moda hace algunos años, en particular con el libro de


John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder!

… pero sin destruirlo tampoco, según Holloway. Creyendo enriquecerse,


la perspectiva revienta. Al ver el capitalismo, el poder y el Estado por todos
sitios y en ninguno, se pierde de vista sus centros y, por ello, los focos de
las contradicciones esenciales. El reformismo de la vida cotidiana que se
anunciaba en el ’68 se ha agravado desde entonces. Se comienza diciendo
que el capitalismo es omnipresente y capilar (teoría de la fábrica social),
y puesto que está por todas partes se deduce que ningún ámbito ni lugar
es más importante que otro.

Y ese «por todas partes» se reduce a menudo a la vida cotidiana, a la esfera


privada, a lo inmediato, al cuerpo, a cuestiones de comportamiento o
de sexualidad, concebidas como elecciones libremente realizadas. Uno
se repliega a la esfera privada, donde se imagina tener cierto control.

Como autoriza la teoría de la dominación: si la relación dominante/


dominado es determinante, no hay jerarquía sino continuidad y comple-
mentariedad entre la dominación ejercida por un jefe sobre su empleado y
la dominación de las normas sexuales sobre mi sexualidad o de la disciplina
escolar sobre el cuerpo del alumno. Sólo hay una maraña de relaciones
de poder sostenidas las unas por las otras. No tengo nada en contra del
concepto de dominación, que identifica una realidad. Pero la teoría de
la dominación es algo distinto, una visión de conjunto que pretende
explicar el mundo, y también un programa político. Luchar «contra la
dominación» sólo puede tener un sentido: quitar poder o incluso todo el
poder a los que lo acaparan, para devolvérselo a aquellas y aquellos que
están privados de él, en lo concerniente a las mujeres: crear una igualdad
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  57

hombre/mujer. Y mientras subsista la dominación masculina, igualar sólo


puede ser un sinónimo de legalizar. Por ejemplo, reivindicar la paridad.

«La mujer es el proletario del proletariado», escribía Engels. Para usted,


¿se puede decir que el marido explota a su mujer y que, colectivamente,
todos los hombres se aprovechan de la explotación de las mujeres?

De hecho Engels tomó prestada la frase a Peregrinaciones de un paria de


Flora Tristan. Estoy de acuerdo con decir que en la familia el marido
explota a la mujer, a condición de precisar lo que significa aquí el verbo
explotar. Es abusivo describir la familia como lugar de una explotación
donde el jefe de familia haría las veces de patrón: incluso si «explota» a su
mujer, el marido no es un patrón. Saca una ventaja material que podría
evaluarse en dinero, pero no valoriza un capital que compite con otros
capitales y que produce una mercancía que se pone en venta en el mer-
cado. Al extender hasta ese punto el concepto de explotación, se disuelve
la especificidad del concepto de capital. Así proceden la mayoría de las
teorías que retoman a Marx para evacuarlo. Se absorbe la explotación en
la dominación, en este caso, de un sexo sobre el otro. Todo se convierte
en trabajo, todo se convierte en explotación, todo se convierte en repro-
ducción social: resultado, ya no se sabe sobre qué se funda la sociedad.
Cuando la explotación capitalista (digo capitalista, ya que el capitalismo
reina en Túnez como en Shanghai) se extiende sobre el planeta como
nunca antes, en ese momento su concepto está en riesgo de disolución.
Curioso, ¿no?

Género, palabra y concepto

Acaba de hablar de dominación «de un sexo sobre el otro». Ya había


notado la ausencia de género en su artículo de 1974. Es lógico para la
época, y por cierto tengo la impresión de que es una de las raras cosas
que usted modificaría en ese texto, en cierta forma para actualizarlo.

No lo creo. Para eso la palabra —el concepto— tendría que aportar algo…
pero confieso aquí mi perplejidad.
58  |  Gilles Dauvé

¡¿Cómo?!

Para empezar, me sorprende que unas feministas tan predispuestas a des-


cubrir los signos de sexismo o de posición antimujer hayan acogido con
los brazos abiertos una noción defendida por la mayoría de los poderes,
incluidos los poderes masculinos. Me sorprende también que se le con-
ceda tanto crédito a algo que es en realidad una producción universitaria.
¿Desde cuándo los pupitres de la facultad y los coloquios de sabios son
focos de subversión social, o incluso de un feminismo radical? No tengo
nada contra los investigadores y las investigadoras, hay formas peores de
ganarse la vida, pero cuando la universidad promueve un concepto o una
teoría, por fuerza es para atenuar su crítica punzante.
¿Cómo es que el género ahora hace parte del consenso culto y que lo
leemos tanto en Elle como en los manuales escolares y en las octavillas
de los partidos de izquierda? Incluso la OMS, célebre por su persistencia
en tratar la homosexualidad como una enfermedad, ha terminado por
unirse al coro. En cuarenta años, oponer la identidad social sexuada («el
género») a la diferencia biológica («el sexo») casi se ha vuelto un hábito,
si no una obligación, en el discurso dominante, en política, en los me-
dios de comunicación, en la universidad y la escuela, casi incluso en la
calle, y cada vez más en los círculos radicales. Consenso y crítica social
raramente encajan bien.

¿Qué prueba eso? El concepto de clase también ha sido utilizado por


Stalin y por universitarios… Eso no le impide a usted retomarlo.

Para empezar, clase y lucha de clases son palabras y nociones cargadas


de ambigüedad. Le remito a lo que decía de ello al principio de nuestra
entrevista. Pero no pongo en el mismo plano clase y género. Que Stalin
se haya reivindicado de la lucha de clases, que la noción de clase sirve
habitualmente de herramienta sociológica despojada de todo alcance
revolucionario, es algo evidente. Eso no quita nada a la potencia del
concepto, indispensable para una comprensión del mundo.
¿Es el caso del género? No soy el único en plantear la cuestión. Hay
que señalar que este concepto, el género, se ha impuesto con dificultad
en Francia. Sólo es omnipresente desde hace una década, y sólo muy
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  59

progresivamente los gender studies han remplazado a los feminist o women’s


studies, haciendo desparecer la palabra «mujeres». Un buen número de
investigadoras y teóricas feministas han expresado al menos sus reservas
sobre su utilización y su banalización. Pienso por ejemplo en Geneviève
Fraisse, Françoise Colin o Nicole–Claude Mathieu. Algunas feministas
veían en ello una forma de disolver la cuestión de las mujeres en el género
creyendo fundarla y ampliarla, y yo estaría de acuerdo con ellas.

Su reticencia me sorprende. ¡Admita que la diferencia entre sexo


biológico y género social, iluminar y conceptualizar esta distinción,
es importante! Nos permite pensar la posibilidad de salir de los roles
impuestos. Es inimaginable en esta sociedad, pero la cuestión se plantea
para la revolución. ¿A veces se habla de esta «abolición de los géneros»
como el quid de la cuestión? Basta con hacer de ello un concepto útil,
incluso necesario diría.

Para estar seguros, tendría que demostrarse lo que añade de esencial


a esa frase tan potente de Simone de Beauvoir: «No se nace mujer, se
llega a serlo». El feminismo radical ha estado de acuerdo durante mucho
tiempo con esto, sin utilizar por ello la palabra «género». Lo que ésta
designa —el sexo social— ha sido pensado mucho antes de que llegue
la palabra. Pero si una palabra se impone, y con ella una percepción
del mundo, es porque responde a una necesidad. Nuestra época ha
producido el concepto de género para racionalizar un problema que es
incapaz de afrontar. El patriarcado correspondía a una sociedad donde
la familia (padre + madre + hijos) era la célula socioeconómica de base
(campesina o artesanal) donde el hombre (el padre) era la cabeza de
familia. El hombre dirigía la familia por su posición dirigente en la
granja o en la tienda. En menos de dos siglos, el capitalismo industrial
ha cambiado todo.
La novedad no es el trabajo de las mujeres (que a menudo trabajan
incluso más, en tanto que asalariadas y amas de casa), sino el hecho
de que su trabajo ya no está ligado a la actividad del hogar. Tienden
también a ejercer las mismas profesiones que los hombres, lo que no
era el caso de las sociedades agrícolas, ni en la fábrica hace un siglo.
El salariado crea una sociedad infinitamente más fluida y móvil con
60  |  Gilles Dauvé

un derecho y una tendencia neta a la igualdad entre sexos, hasta en la


policía y el ejército.
Sin embargo, la división sexual del trabajo persiste. Puede ver muje-
res conduciendo un autobús, pero raramente al volante de un camión.
Elección de oficio, imagen, salario, posición de mando… la jerarquía
sexual no ha muerto.
Es ahí donde la noción de género encuentra una utilidad social muy
poco subversiva. Los roles sexuales del mundo preindustrial obedecían a
unas normas rígidas, a las que a menudo se daba la vuelta, pero que eran
conocidas y reconocidas. Estas normas ya no funcionan, o funcionan mal.
Muchos niños tienen un padre «natural» y viven bajo la autoridad de un
hombre que ocupa el lugar de padre social, de segundo padre. Una alta
funcionaria puede mandar en su lugar de trabajo, incluso mandar sobre
hombres, pero se la trata en inferioridad en la calle o quizá en casa. Esta
contradicción crea un desdoblamiento mental entre un factor biológi-
co innegable (llamado sexo) y una realidad histórico–social (llamada
género desde los años 70). De ahí la distinción entre un sexo natural y
un género social.
La noción de género es lo que ayuda a la sociedad, es decir, un poco a
todo el mundo, desde el periodista hasta el profesor de instituto pasan-
do por la madre de familia, a pensar la relación hombre/mujer cuando
dejan de parecer naturales, fijos, o dadas por hecho. Antes se hablaba de
«naturaleza» para resignarse a la desigualdad de sexos, ahora se habla de
«género» para creer que se la puede reducir.
Finalmente, lo que dice el concepto de género es que no hay naturaleza
humana, por tanto tampoco naturaleza masculina ni femenina. Franca-
mente, yo ya lo sabía, y usted también.

Pero si el «género» es un argumento de orador sin contenido, ¿por qué


esforzarse tanto en demolerlo? A riesgo de pasar por alguien peligro-
samente reaccionario…

Porque dar prioridad al género desvía la atención de lo que puede llevar


la sociedad a la revolución. ¿Es por azar si el impulso de los estudios de
género coincide con el declive de las referencias a las clases? No es neutral
referirse al «género». Un concepto reúne elementos separándolos de otros,
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  61

inevitablemente aminorados. Por ejemplo, hablar de clase es atribuir


un rol secundario a individuo, estrato, categoría, etnia, etc. Hablar de
género es considerar prioritaria una actividad social a partir del criterio
sexual (impuesto o escogido) y entonces poner en un segundo plano las
relaciones de producción.

Si el género no aportara nada, como usted pretende, no suscitaría


tanta hostilidad.

Si la noción de género sirve para vivir menos mal el trastorno de la mo-


ral contemporánea y en particular la crisis de la familia, ello no quiere
decir que resuelva todo ni para todo el mundo. A veces ayuda. A veces
también perturba. Cambiar por completo los roles asignados parece
poner en peligro una familia que aparece como el último refugio. Por
supuesto, no es el matrimonio homosexual o la teoría del género lo que
hace tambalearse a la familia, sino el conjunto de las condiciones de vida,
la precarización, el paro, «la crisis»… Pero enfrentarse con las causas
supondría hacerlo con el capitalismo, lo que no es un asunto menor. Es
más fácil denunciar la mercantilización de nuestras existencias en un solo
ámbito, la familia, e inventar un peligro imaginario que la amenazaría,
por ejemplo el matrimonio homosexual. En el fondo, los enemigos del
concepto de género tienen un punto en común con sus defensores: la
ilusión de que así se puede cambiar la sociedad en profundidad, los fachos
para rechazarlo y los progresistas para fomentarlo.

Una fortaleza de la teoría del género es integrar a las mujeres en un


conjunto.

En todo caso se presenta como un medio de refundar el feminismo supe-


rándolo, lo cual explica su éxito público. Al parecer absurda una solución
meramente femenina a la cuestión de las mujeres, nos esforzamos en
resituar a las mujeres entre otros grupos dominados o inferiorizados:
por supuesto el mundo del trabajo, al igual que las minorías de color,
de edad, de estado (enfermedad o minusvalía), de religión, de etnia, de
orientación sexual, etc. Como se hace difícil hacer converger situaciones
tan diferentes, el género tiene la ventaja de hacer el vínculo, ya que nos
62  |  Gilles Dauvé

concierte a todos. Queda por ver qué conjunto se reúne de esta forma.
Y ahí, yo soy escéptico. Hace 40 años me negaba a disolver el problema
de las mujeres en el de las asalariadas. Ahora temo que se hunda a las
mujeres en el género creyendo defenderlas. Es una ilusión creer que el
reconocimiento público u oficial del género beneficiaría por fuerza a la
causa de las mujeres. La sociedad india no es famosa por ser favorable a las
mujeres, y sin embargo se acaba de dar un estatuto legal a los transgénero,
que a partir de ahora no son ni masculinas ni femeninas. Ciertamente,
un progreso para las personas concernidas, pero algo perfectamente
compatible con la dominación masculina.

¿Femino–marxismo?

Pero ¿no está usted confundiendo la crítica de un concepto con la co-


rriente política que da una prioridad a los géneros? Un concepto que
permite por cierto enriquecer el análisis marxista.

Yo no soy quien está confuso. Usted conoce por supuesto a Christine


Delphy, una de las fundadoras de lo que yo llamaría el femino–marxis-
mo. Muchos se inspiran en ella, tomando distancia con su tesis sobre un
modo de producción doméstico que coexiste con el modo de producción
capitalista. Lo que se nos propone aquí es desdoblar la teoría marxista:
al modo de producción capitalista se le añade otro; a la clase de los pro-
letarios, se añade una clase o un grupo de mujeres.
Comprendo el atractivo que ejercen los esfuerzos de construir una
teoría feminista racional donde Marx ya no sería ni rechazado ni re-
futado, sino rebajado y calcado. Pero ¿era necesario todo este lío para
darnos cuenta de que se combinan dos explotaciones y que la salariada
está doblemente explotada? Sobre todo si la conclusión política es que el
grupo de los proletarios lucha contra el grupo de capitalistas para abolir
el capitalismo, y el grupo de las mujeres contra el grupo de hombres para
abolir el patriarcado. Queda saber cómo harán las mujeres proletarias
para enfrentar dos enemigos diferentes y dos luchas separadas.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  63

Nadie se arriesga a explicárnoslo.

Eso supondría barricadas por todos los lados… A las teorías que critico les
inspira una voluntad por completo legítima de integrar la reproducción
de los seres humanos en el mecanismo general de la reproducción social.
Queda saber cómo articular ambas.
Ahora bien, la reproducción de la especie humana se hace al interior
de la reproducción social. Una mujer que da a luz no es solo eso, sino
también una madre, con todo lo que impone la maternidad según el país
y la época (muy diferente por ejemplo en Suecia y en Yemen). El acto
biológico de dar a luz es tan social como natural. La reproducción social
determina las condiciones de la reproducción de los seres humanos, lo
cual no quiere decir que la condicione totalmente, ni que la segunda fuera
un simple efecto de la primera. Por tanto, lo que estructura la sociedad
capitalista es la división capital/trabajo asalariado, no la división (real,
por cierto) hombre/mujer.
Si se decide definir las clases con respecto a la reproducción de la especie
humana (por tanto a la reproducción de todo ser humano, sea burgués,
proletario u otra cosa), entonces hay lógicamente una clase de mujeres
y una clase de hombres: al garantizar las mujeres un trabajo (manteni-
miento del hogar, de los hijos, etc.) gratuito del que están exentos los
hombres, aquéllas forman un grupo asimilable a una clase, puesto que
juega un rol específico en la reproducción social. En mi opinión, es a lo
que conduce la revista Lies.15 Si al contrario, como yo pienso, las clases
derivan de relaciones de producción, no hay clase de mujeres, al poder ser
ocupada la función de burgués o de proletario por un hombre o una mujer.

«Clase» o no clase… es una cuestión de vocabulario, una discusión


bizantina.

Pues no. Lo que está en juego es comprender la sociedad donde vivimos


y su revolución posible. En el fondo, para los que mantienen la tesis de
una «clase» de mujeres, dominación prima sobre explotación.

15  Publicación de origen estadounidense que compila textos de la corriente denominada


feminista materialista.
64  |  Gilles Dauvé

Yo no niego que un grupo (los hombres) domina sobre otro, ni que los
proletarios hombres sacan provecho de ello. La gran burguesa siempre será
discriminada como mujer. Pero no todo tiene el mismo peso en lo que
hace funcionar una sociedad, ni en su revolución. Sólo «emancipándose»
la gran burguesa de su burguesía podrá el comunismo emanciparla del
machismo, y eso no será posible más que mediante la acción de proleta-
rios hombres y mujeres.

Pero ¿lo que usted llama «femino–marxismo» pone de alguna ma-


nera en pie de igualdad géneros y clases, como dos explotaciones…
entremezcladas?

«Femino–marxistas», ¿lo encuentra usted insultante? Si hablo de femino–


marxismo, es porque el feminismo tiene allí su parte. Es legítimo calificar
como feminista una posición que pone en primer plano la cuestión de
las mujeres, y claramente este es el caso.
Aunque sigue estando ligado al feminismo, el femino–marxismo quiere
distinguirse de él: considera como primordial la división hombre/mujer
(aquí vemos el punto común con el marxismo), pero tratándola como
la división en clases (y aquí la diferencia). Cuidado, como no quiere
decir aquí que se establece obligatoriamente un signo = entre las dos
divisiones. La proporción entre género y clase varía según se incline
hacia el feminismo o el marxismo. Pero todos los partidarios del femi-
no–marxismo se ponen de acuerdo sobre una base común: género y clase,
los dos, determinan la historia. Ya no es la relación trabajo asalariado/
capital lo que está en el centro del mundo moderno, sino una mezcla
de relaciones de producción y de relaciones de género. Todo el arte del
teórico consiste entonces en encontrar un equilibrio creíble entre los dos.
No se preocupe, al contrario que el funambulista, el dialéctico raramente
se hace daño al caer.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  65

El interés de su posición es cuando menos partir de lo que hay en común


entre todas las mujeres porque mujeres, sea cual sea su posición social.

Sí, y es ahí donde se patina. Sheryl Sandberg es Directora de Operaciones


de Facebook. Su fortuna —estimada en mil millones de dólares— no le
impide ser discriminada a veces como mujer. Tiene por eso un interés
común con todas las mujeres en luchar contra una dominación mascu-
lina, que también pesa sobre ella. Es decir, en obtener la igualdad entre
hombre y mujer, sea cual sea su posición social, como dice usted.
Ahora bien, incluso en este marco, los intereses divergen. Cuando
el combate por la igualdad refiere al salario, S. Sandberg, en tanto que
burguesa, tiene necesidad de la desigualdad de salarios entre hombre y
mujer, así como entre permanente y precario, nacional y extranjero, etc.
La lucha por la igualdad choca con un límite de clase. De suponer que
una perfecta igualdad salarial entre hombres y mujeres exista en Facebook,
lo que por cierto sería excelente para la imagen de la empresa, sólo se
aplicaría al personal de Facebook stricto sensu, no a la mujer de la limpieza
de una empresa subcontratada que limpia las oficinas. Una clase dirigente
siempre tiene necesidad de dividir a los que domina.
Para creer en la realidad de un «grupo de mujeres», habría que creer
que S. Sandberg y esta mujer de la limpieza tienen más en común —su
opresión innegable en tanto que mujeres— que lo que las diferencia e
incluso las opone. Los hechos nos muestran lo contrario, pero el femi-
nismo está convencido.
El femino–marxismo también: se sitúa bien en una problemática femi-
nista, y ahí añadir «materialista» no cambia nada, puesto que constituye
a las mujeres como un conjunto social al que se le supone dotado de una
coherencia y capaz de una acción histórica específica, conjunto llamado
clase (en C. Delphy por ejemplo) o grupo de mujeres (en otros).
Francamente, me aburren las discusiones que intentan saber lo que
habría que privilegiar o adicionar: ¿clase?, ¿género?, incluso ¿raza? No se
trata de escoger entre los obreros y las mujeres. No pongo “la clase” antes
o después del género, lo repito, no estoy a favor de la lucha de clases, sino
de que termine. Creer que el mundo en que vivimos está estructurado
por la relación capital/trabajo, y por tanto la lucha de clases, no quiere
decir ni que las clases sean la única realidad de este mundo, ni siquiera
66  |  Gilles Dauvé

que la lucha de clases sea el aspecto más importante de una revolución


que tendería al contrario a superar las clases.

¿Las investigaciones que enriquecen a Marx mediante el análisis de la


reproducción social y del trabajo de las mujeres no tienen entonces
interés para usted?

¿En qué investigaciones piensa usted? No estoy de acuerdo con todo


lo que escribe Paola Tabet, pero su aportación es considerable cuando
desmonta la desigualdad sexual y analiza lo que llama el intercambio
económico–sexual. Para un montón de otros trabajos, no tengo ningún
desprecio, pero a lo largo de esas miles de páginas, pese a las observacio-
nes pertinentes y los rechazos que comparto, me ocurre a menudo no
saber de qué me están hablando. La cuestión no es añadir una dosis de
feminismo para hacer una teoría menos coja o más sexy.

Me pregunto qué parte hay de provocación en su propuesta.

La provocación al menos tiene el mérito de dejarnos descansar de lo Po-


líticamente Correcto. Figúrese que he sido testigo de una discusión sobre
la falda y la minifalda para decidir cuál de las dos era la más machista.
Eso me recuerda a una vieja película italiana que distinguía entre lo que
era la derecha (el baño) y la izquierda (la ducha). No sonría. La teoría
también tiene su lado Políticamente Correcto.
Virginie Despentes, por ejemplo, no se pretende una teórica, pero
me ayuda a reflexionar. Cuando leo la Teoría King Kong, encuentro una
forma directa de abordar las cuestiones.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  67

Identidad obrera e identidad gay

Usted quiere una revolución que se apoya sobre la lucha de clases para
superar las clases. Sin embargo, algunos dicen que ya se ha terminado
con la identidad de clase ¡y que es mucho mejor!

Soy tan crítico de la identidad obrera como de la identidad «mujer». En


1974, muchos camaradas creían hacer entrar la identidad femenina en
la identidad obrera, asalariada, proletaria. El esquema era simple: un
grupo, la clase obrera, tenía la capacidad de revolucionar la sociedad y de
emancipar a la humanidad: cuando todo el mundo se hiciera trabajador,
el trabajo dejaría de ser un trabajo, cuando ya no quede una sola clase ya
no habrá clase, ni capital, eliminando ipso facto todas las opresiones, entre
ellas la de las mujeres. El comunismo será el poder de los trabajadores
asociados. Visión que se puede llamar «clasista».

La cuestión de la opresión de las mujeres debía, en ese esquema, resol-


verse tras la victoria del proletariado…

Sí, como una simple consecuencia, lo cual vendría solo. Hoy, si el cla-
sismo está de capa caída es en parte porque los proletarios comenzaron
a hacer la crítica del trabajo en los años 70. Es también, y por desgracia
sobre todo, debido a la evolución del capitalismo: nuestra sociedad da
más que nunca al trabajo asalariado un lugar central, siendo incapaz al
mismo tiempo de asalariar a millones de seres humanos. Es una de las
causas mayores de la crisis del movimiento obrero. Ahora bien, antes
la identidad obrera polarizaba a su alrededor un conjunto de intereses
y de combates específicos, especialmente de mujeres, no sin conflictos,
rechazos y menosprecios por supuesto. El estallido de la identidad ligada
al trabajo, en particular obrero, tuvo como efecto liberar identidades que
han cesado de depender del mundo del trabajo y de deber definirse en
relación al él, incluso contra él. Nuestro tiempo es el de la competición
y del crecimiento de identidades huérfanas del eje central en torno al
cual se suponía que gravitaban. Cada uno se repliega sobre un grupo que
sirve de comunidad de sustitución.
68  |  Gilles Dauvé

Pero la comunidad gay es bien real. Igual que, de forma muy minori-
taria también, un real movimiento LGTB…

Hay homosexuales, y en los círculos más diversos. Hay también lo que


aspira a ser una comunidad gay visible y afirmada, que sólo reagrupa
una minoría de homosexuales masculinos, generalmente blancos y más
bien de clase media: eso es un hecho. Pero ¿hay una real comunidad gay
y lesbiana? Lo dudo mucho, y si es así la parte lésbica no tiene ni la visi-
bilidad, ni el peso de la de los gays. Eso dice mucho de la persistencia de
la dominación masculina… Pasemos a lo siguiente. No basta con ir una
vez al año al Día del Orgullo Gay. Por el contrario, no existe ninguna
comunidad LGTB, sólo militantes y grupos LGTB.
La contradicción de lo que recubre el siglo LGTB es quererse a la vez
visible e invisible. Es sin duda un efecto de la sociedad actual, pero lo que
me sorprende es que el que busca escaparse de las normas opresivas pide
el reconocimiento público de su diferencia, ¡reivindicando a la vez dejar
de ser tratado de forma diferente al resto de miembros de la sociedad!
Esto tiene dos consecuencias. En primer lugar, una carrera permanen-
te a la redefinición. Constantemente se tiene que subdividir y volver a
destacar, con neologismos sin fin: FtM, M+F, MtF, MtN, etc.,16 como si
delimitar una categoría fuera a proteger una forma de vivir. La «Q» añadida
a menudo a «LGTB» y que significa queer para unos y questioning (la
categoría fuera de toda categoría) para otros, obliga a desarrollar LGTB
en LGTBTTQQIAA, para no olvidar a nadie.
Como segunda consecuencia está una necesidad de protección que
obliga a descubrir sin cesar nuevas discriminaciones que sancionar: a
imagen de la legislación antirracista y antisexista, se exigen leyes contra
la homofobia, ahora la transfobia y la lesbofobia, y verá usted cómo la
lista se prolonga al infinito. En democracia, hay siempre una minoría
maltratada. Estos grupos se relacionan como extraños, a veces solidarios,
tan rivales como aliados. Cada conjunto se define menos por lo que es
que por el hecho de ser «el otro» del conjunto de al lado.

16  Female to Male, Male + Female, Male to Female, Male to Neutrois [N. de T.]
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  69

¿Estas cuestiones de identidad le parecen hoy tan problemáticas?

Conozco gays y lesbianas que tratan al o a la bi como un aliado un poco


sospechoso, considerando que no ha hecho más que la mitad del camino,
sin atreverse a romper completamente con el modelo hetero. Un poco
como el obrerista tiene tendencia a ver un «pequeño–burgués» en el profe
que milita en su mismo grupo, sobre todo el día en que un desacuerdo
estalla entre ellos.
Por cierto, ¿qué es un homosexual? Una vez encontré a un gay al que le
costaba reconocer como a uno de sus semejantes a un chico atraído por
los hombres pero que nunca pasaba a la acción. Sin embargo, el mismo
gay no dudaba en clasificar entre los heteros a un adolescente atraído por
las chicas que aún no se había acostado con ninguna. ¡Los criterios se
vuelven exigentes cuando se trata de delimitar comunidades! En algunos
grupos que aspiran a ser los más radicales, hay una nueva tendencia que
parece rechazar a los bi, y remplazar la sigla LGTB por la de TPT o TTP
(Trans Puto Torta o Trans Torta Puto). Sin duda alguna es una reacción
a la institucionalización creciente de las asociaciones LGTB.

¿Qué hacer?

Usted critica todo, pero ¿qué propone? ¿Ve un cambio posible, y cómo?

Esa es la cuestión fundamental. Es innegable que hasta el presente, la do-


minación masculina se ha perpetuado en las revoluciones, o las tentativas
de revolución proletaria: después de haber tomado parte en la acción, a
menudo tanto como los hombres, tarde o temprano las mujeres dejan
el campo de batalla, es decir, se les obliga a dejarlo para regresar a sus
tareas sexuadas. En la España de 1936–1937 no hizo falta mucho tiempo
para que fueran excluidas de las filas combatientes y devueltas a las tareas
tradicionalmente femeninas, como por ejemplo enfermeras.
Por supuesto, si muy pocas mujeres participaran en la lucha armada,
no se podría hablar ni siquiera de revolución comunista. Pero tampoco
una participación femenina masiva garantizaría nada.
70  |  Gilles Dauvé

En la región kurda, por ejemplo, existe una larga tradición de organiza-


ción femenina, a veces feminista, a veces incluso autónoma, y las mujeres
han sido obligadas a llevar luchas en su vida cotidiana a menudo tanto
como las mujeres en los países llamados modernos. Es por ello que las
mujeres kurdas combaten frecuentemente, con las armas en la mano, en
unidades específicas o al lado de los hombres. Por otro lado, eso no basta
para suprimir la dominación masculina en la sociedad kurda: aún hay que
romper el marco estatal y capitalista en su conjunto. Nada menos que una
revolución social, que dudo que esté en marcha en el Kurdistán. Hasta
entonces, incluso armadas de un RPG,17 las mujeres no se emanciparán
más como mujeres que como cuando van a la fábrica o a la oficina. Mi
ideal es un mundo sin ejército y no la paridad en los ejércitos.
La diferencia entre las insurrecciones pasadas y la insurrección comu-
nista es que ésta romperá con el trabajo en tanto que trabajo. Ahora bien,
la división social del trabajo incluye la división sexual del trabajo, que va
bien más allá del lugar de trabajo asalariado.
La insurrección comunista es a la vez abolición del salariado y de la
dominación masculina, lo cual no se realizará en unas semanas o meses,
pero habrá de comenzar ya en los primeros días. El fin del trabajo asa-
lariado no es una causa cuya consecuencia sería el fin de la dominación
masculina. Éste es un aspecto necesario de aquél, una de sus condiciones.
Los dos tendrán lugar al mismo tiempo, o no tendrán lugar.
La separación entre el espacio–tiempo del trabajo asalariado y el resto
de la vida es uno de los fundamentos del capitalismo: productividad y
beneficio exigen que el tiempo trabajado sea distinto y esté separado
de otros momentos, para controlarlo y medirlo con el fin de reducir el
coste del trabajo.
Uno de los elementos de esta separación es la dualidad vida pública/
vida privada que lleva a las mujeres a ocupar un rol de mujer, un rol
familiar: incluso si trabajan fuera de casa, «en su casa» son primero ellas
las que «mantienen la casa», cocinan, se ocupan de los hijos, etc. Y esta
especialización forzada concierne mucho más que al hogar familiar: limita
a las mujeres a un conjunto de tareas y de funciones, de la enseñanza

17  Lanzacohetes de origen soviético habitualmente usado por los kurdos en su lucha
armada [N. de T.]
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  71

a la sanidad pasando por el voluntariado, las asociaciones, el cuidado a


los mayores, todo lo que resume la palabra care [cuidado], que tiene que
ver con la proximidad y la afectividad, tareas para las cuales las mujeres
tendrían una vocación «natural» que se derivaría, como es debido, de
la maternidad.
Desmantelar la dualidad público/privado es la condición para que los
hombres sean llevados a compartir y a tomar a su cargo actividades que
a partir de entonces se reparten entre hombres y mujeres ya no según
un criterio sexual, sino de competencia o de gusto. Se verá a las mujeres
preferir disparar un fusil, y a hombres escoger ocuparse de los hijos.
Las mujeres ya no actuarán como mujeres de proletarios, sino como
proletarias mujeres. Si no es así, se encontrarán cuidando a los heridos
mientras que los hombres afrontan los soldados del Estado y las bandas
contrarrevolucionarias.
Por volver a la España de 1936–1937, incluso siendo diez veces más
numerosas las mujeres más radicales, especialmente las Mujeres Libres
anarquistas, ellas solas no habrían podido invertir el curso de la contrarre-
volución. Porque después del levantamiento victorioso contra los militares
en julio del 36, los revolucionarios, hombres y mujeres, aceptaron luchar
contra el fascismo bajo la dirección del Estado democrático, por ello,
perdieron el control de su propio movimiento. Porque los proletarios
no iniciaron una transformación de la actividad productiva, porque no
pusieron fin a la separación entre el lugar de trabajo y el resto del espacio
social, ellos y ellas dejaron que se reinstaurara el conjunto de los funda-
mentos del capitalismo, incluida la jerarquía entre los sexos. La exclusión
de mujeres de las filas de combatientes coincidió con la transformación
de las milicias en ejército regular.

Estoy de acuerdo, pero eso no se hará solo. Habrá conflictos entre


algunos hombres y algunas mujeres, sobre el reparto y la asunción de
actividades.

Sí, por supuesto. Se cita a menudo la experiencia de los piqueteros, pero


la de Oaxaca o México es igual de instructiva. Durante los seis meses
que duró la insurrección de esta ciudad en 2006, a las mujeres les costó
que se las aceptara como combatientes. Sin embargo, había barricadas
72  |  Gilles Dauvé

mantenidas únicamente por mujeres, y fueron mujeres las que ocuparon


por la fuerza la estación de televisión y organizaron la defensa del edificio.
Pese a eso, como explicaba una insurgente, debían luchar a la vez contra
el sistema, y contra los hombres al interior mismo del movimiento.
Los conflictos hombres/mujeres son inevitables. Pero si prevalecieran
sobre la contradicción capitalismo/comunismo, sería una muy mala señal.
Abolición del trabajo y abolición de la familia irán de la mano.
La revolución no está ni causada ni movida por la contradicción entre
sexos, pero sólo tendrá éxito si afronta y resuelve esta contradicción. La
dificultad está en comprender la relación entre las partes y el todo. El
feminismo, incluido el radical, hace de la parte de las «mujeres» el todo.
El marxismo habitual ahoga la parte en el todo. En mi caso, yo no sabría
decirlo mejor que La ideología alemana: «que la supresión de la economía
aparte no puede separarse de la supresión de la familia, es algo evidente
por sí mismo».

Si he comprendido bien, la emancipación de las mujeres no es una


simple consecuencia de la revolución, sino que la lucha de las mujeres
es una condición de la revolución. ¿Estamos de acuerdo?

Así es.

Lo que no impide que, para usted, la revolución es un producto de la


lucha de clases.

Sí. A condición de añadir que esta lucha de clases es también la lucha


de una clase por su propia abolición y, a través de ello, por la abolición
de todas las clases.

Pero, para volver al conflicto hombres/mujeres en la revolución, ¿cómo


se resuelve? ¿Tienen que organizarse las mujeres entre ellas, de forma
separada, al menos durante un tiempo?

Sí, pero autoorganización no quiere decir separación, y aún menos


separación duradera. Si algunas mujeres sienten un necesidad legítima
de encontrarse entre ellas para plantear mejor sus problemas específicos,
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  73

ese momento sólo puede ser provisional. Hacer de ello un hábito (o peor
aún, un principio) sería perpetuar la separación.
El paralelismo que se hace a menudo con el movimiento negro para
justificar el carácter no–mixto se vuelve en favor de lo mixto. Cuando
se organizaron y actuaron únicamente entre negros, los negros dieron
prioridad a las actividades que concernían a la cuestión negro/blanco. Era
previsible, y por cierto deseado por una parte de los negros: queriendo
preservar su especificidad, se perpetúa una barrera. Aplicada por mujeres,
lo no–mixto se cree la mejor forma de escapar a la posición dominante
de opresores masculinos que, en un grupo mixto, mantendrían a pesar de
ellos su poder sobre las mujeres, pese a ellas, inferiorizadas. El hombre es
considerado como un enemigo… susceptible de volverse un aliado. Lo
pienso a la inversa: lo que hombres y mujeres comparten como interés,
acción y proyecto, es más importante que lo que las mujeres tienen en
común entre ellas, y los hombres en común entre ellos. Las mujeres
no serán emancipadas por los hombres, pero tampoco por fuera de los
hombres, solamente con ellos y al mismo tiempo que ellos.
Regularmente, con la organización de debates, discusiones o manifes-
taciones no–mixtas, se plantea la cuestión de las categorías «admitidas».
Los trans hacen parte de ellas, pero no siempre, ¿por qué? Eso nos lleva
a demasiadas demarcaciones sutiles entre categorías, lo que acabamos de
hablar. Lo que voy a decir parecerá cruel: si las personas que aspiran a ser
radicales no se sienten ya capaces de evitar hoy, en sus propias reuniones,
que los hombres no se impongan, me pregunto cómo pueden esperar
hacerlo mañana en una revolución. ¿Llevar puntualmente un FAMAS18
hará el debate más fácil?
En cuanto a una futura revolución, necesitará una autoorganización
de mujeres tal que cuesta imaginar que se mantengan indefinidamente
separadas, paralelas a los hombres proletarios, como si las mujeres tuvieran
que encontrarse mucho tiempo entre ellas, reforzarse, a la manera de una
deportista que ganara músculo antes de afrontar al adversario. Eso supone
reducir la supresión de la dominación masculina al enfrentamiento entre
dos bloques. Por cierto, de su lado, dejados a sí mismos, ¿no correrían el

18  Fusil de asalto del ejército francés, denominado por el acrónimo de Fusil d'Assaut de
la Manufacture d'Armes de St-Étienne.
74  |  Gilles Dauvé

riesgo los hombres de reafirmarse también ellos en su particularidad, de


animar las tendencias virilistas y machistas? ¡El final del combate sería
cuanto menos dudoso!
Desde 1970 en Francia, una de las características del MLF era el carácter
no mixto de las reuniones y las acciones. En esta voluntad de repliegue
sobre sí, veo la necesidad de una protección finalmente tan poco eficaz
como cualquier frontera. Tratar durante mucho tiempo a los hombres
como extraños no es el mejor medio para las mujeres de no estar sometidas
a ellos. En la misma época, otras personas, hombres y mujeres entre los
que yo me encontraba, intentaban encontrarse y rencontrarse en tanto
que proletarios. La palabra le hará sonreír a más de uno hoy, una sonrisa
triste, pero hasta los peores días tienen un final.

Y en el comunismo, ¿existirán aún «hombres» y «mujeres»? Si es así,


¿no conllevará por fuerza una desigualdad y una jerarquía? Por tanto,
y vuelvo a ello, ¿cuál es el quid de la abolición de los géneros?

Tenemos que ser claros. Hasta que llegue un nuevo orden, y probablemente
durante un buen tiempo, una parte de los seres humanos (llamémosles
las mujeres) nacen con un útero que les da la posibilidad de llevar y dar
a luz a niños. Otros (llamémosles los hombres) nacen sin esta posibili-
dad. Sé que está mal, pero hagamos abstracción unos segundos de los
hermafroditas y de los trans. Entre lo que llamo, por simplificar, hombres
y mujeres, hay una diferencia digamos biológica, que evita la palabra
«natural». Sobre esta diferencia, hasta ahora y un poco por todas partes,
han construido las sociedades la dominación masculina. Toda la cuestión
reside en saber si esta diferencia supone obligatoriamente una jerarquía.
Algunas feministas ven la causa de la dominación masculina en el hecho
de tener hijos o de poder tenerlos. La inferiorización de la mujer derivaría
de la maternidad, con todo lo que la acompaña. Si fuera verdad, la mujer
estaría abocada a una eterna sumisión. Como en la Biblia: los hombres
están condenados a trabajar y las mujer a dar a luz con dolor a sus hijos,
es bien conocido, pero se olvida que Dios agrega: «tu deseo será para tu
marido, y él tendrá dominio sobre ti».
Conclusión: o bien habría que resignarse, o las mujeres no deberían
volver a ser madres. El día en que la técnica permitiera que los hijos ya
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  75

no salgan de una mujer, y sólo ese día, podría cesar la dominación mas-
culina. Terminada la maternidad, todo sucedería en el laboratorio… ¡No
hay palabras suficientemente duras! Y tenemos razón contra el culto a la
ciencia, la huida hacia adelante tecnológica, el poder de los expertos, la ar-
tificialización de la vida, el control del cuerpo femenino por la medicina…
y se espera la solución de una prestación Hi–Tech quirúrgico–química.
Me aflige que el feminismo, y el más radical también, pueda llegar a eso.

Y usted, la maternidad, los hijos, ¿qué haría de ello en el comunismo?

La biología no es un destino. No hay nada de eterno en el instinto maternal,


los historiadores nos lo enseñan, nada tampoco de eterno en la condición
materna, ni en la condición infantil por cierto. En el comunismo, los
niños nacerán de diversas formas, sin duda, no pregunte cuáles, y no serán
la propiedad de nadie, ni siquiera de sus padres, biológicos o no. ¿Qué
relaciones vivirán con el conjunto de lo que se llama hoy los adultos? ¿Y
con sus padres, biológicos o no? Ni una relación de indiferencia, ni de
posesión, yo imagino al menos una relación privilegiada, pero quizá lo
imagino mal, y nadie lo sabe tampoco.

¿Y mientras tanto?

¿Y hasta entonces? ¿Esperamos? ¿No participamos en las luchas?

¿Cuáles? Con los medios que tengo a mi alcance, participo en formas de


resistencia que se podrá calificar de cotidianas, elementales, incluso de
reformistas, por ejemplo contra los ataques al aborto. No soy adepto del
«todo o nada».
De lo que no soy del todo partidario, en todo caso, es del activismo
teórico en torno a lo que llamo femino–marxismo, que sólo sirve para
alimentar la actividad de especialistas en teoría. Como había que imitar
el marxismo en lo que de peor tiene, creyendo elevar por fin el feminis-
mo al nivel de una visión total y científica de la evolución humana, y
mejor aún, superar el marxismo en el terreno en que parece imbatible,
el primado materialista.
76  |  Gilles Dauvé

Se deduce de ello una teoría complicada pero sin profundidad. Supongo


que algunos y algunas tienen una absoluta necesidad de ello. Los unos,
porque viven de ello: tanto su oficio como su pasatiempo, es producir
ideas y textos. Las otras, porque una doctrina de apariencia rigurosa debe
hacerles sentir mejor.

Está siendo muy vago y no cita los nombres de los grupos y autores
que critica. Ellos se reconocerán en lo que dice, sin duda, pero al lector
le costará algo más. ¡En 1974 era más polémico!

Hay gente que ya no leo. Estarían muy contentos de ser citados, y si


bien no les quiero ningún mal, no tengo tampoco ninguna razón para
darles el gusto.

Aún me cuesta situarle, Constance. Pienso por ejemplo en aquellos


llamados comunizadores de los que parece estar cerca por determina-
dos puntos, pero también con discrepancias, en particular sobre lo que
han podido escribir sobre el género. El concepto de comunización, por
cierto, apareció en los años 70 en los círculos que usted frecuentaba.
¿Qué piensa de esto?

¿Sabe usted que en Estados Unidos la comunización se enseña en la


universidad? Preferiría seguir la línea de François Villon o Marceline
Desbordes–Valmore.

Pero ¿entonces qué?

Llevo una hora hablando de la comunización. La comunización es el


proceso mismo de la revolución. Ocurre que no he empleado la palabra,
y seguramente será eso lo que me reprochen. ¡Pero ahora ya está hecho!

Precisamente, ¿cómo piensa usted que esta entrevista será recibida?

Como demasiado marxista para las feministas y demasiado feminista


para los marxistas.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  77

Y desde la escritura de este artículo en 1974, ¿qué ha hecho usted? ¿Ha


continuado militando?

Desde entonces he hecho diversas cosas, eligiendo una cierta discreción.


Yo no milito.

Entonces, ¿qué hace hoy en día?

Ahora mismo, escribo sobre el comunismo.

¿Y es el momento?

Tanto como en los años 70, pero de otra forma.

Sin embargo, le siento pesimista.

Los optimistas permanentes me cansan, es cierto. Pero sólo sería pesimista


si el curso del mundo me persuadiera del declive tanto del feminismo
como del conjunto del movimiento social.
Ahora bien, veo un poco en todas partes gente, proletarios, hombres
y mujeres, que se rebelan. Ciertamente, muy poco en el sentido (perdón
por la palabra) «revolucionario». Pero ¿qué sabemos nosotros? Nunca
he fundado mi vida sobre previsiones. La historia nos reserva sorpresas,
y no todas desagradables.

Le imagino leyendo y escribiendo sin cesar, sin salir más que raramente
de su despacho, delante de un ordenador, en medio de pilas de libros
llenas de polvo.

No, paseo. Principalmente paseo.

¡Y también ve películas! Cita bastante más que obras teóricas.

Nuestra época se expresa al menos tanto en las pantallas que en sus ela-
boraciones teóricas. La Internacional Situacionista lo comprendía bien.
Para permanecer en el tema de la entrevista, lo que muestra el cine es que
no solo a nuestro tiempo le cuesta afrontar la sexualidad, eso es evidente,
sino que también le cuesta representársela.

No sé si puedo permitírmelo, pero… algo me dice que usted no se


llama Constance Chatterley.

Sí, pero no todos los días. Los artículos de Le fléau social estaban firmados
con pseudónimos extravagantes o provocadores. Mi elección fue más
literaria, y el azar tuvo su parte. Acababa de leer D. H. Lawrence, un
personaje no muy simpático por cierto. En el libro, el nombre se abrevia
en «Connie»: Constance me pareció más bonito. Si hubiera leído un poco
antes Violette Leduc o Unica Zürn… Hoy escogería quizá Zoë Lund.
Debo de sentir una atracción hacia la mujer enérgica de vida medio rota,
algo que yo mismo no soy.

Decididamente, con usted nada es sencillo…


Sobre la
“cuestión de la mujer”

Si, como Marx escribió en 1844, siguiendo un ejemplo de Fourier, la


relación entre los sexos nos permite juzgar el “nivel de desarrollo” de la
humanidad, con esta relación también podemos juzgar el nivel de desa-
rrollo del movimiento revolucionario. De acuerdo con este criterio, las
insurrecciones pasadas no han sido satisfactorias, ya que generalmente
han dejado prevalecer la dominación masculina.
Cuando se enfrenta a este hecho indiscutible, el pensamiento más
radical rara vez enfrenta el desafío.I
En el pasado, el anarquismo no trató esta cuestión como una cuestión
específica: la emancipación de la especie humana emanciparía tanto a
las mujeres como a los hombres. Últimamente, desde los años setenta y
el crecimiento de un movimiento feminista, muchos grupos anarquistas
han llegado a considerar a las mujeres como una categoría oprimida im-
portante (y desde hace mucho tiempo pasada por alto) que debe agregarse
a la lista de las principales categorías potencialmente revolucionarias.
En cuanto a los Marxistas, a menudo parten de la suposición perfec-
tamente válida de que la parte de la “cuestión de la mujer” sólo puede
resolverse a través del todo «proletario» y con la igualmente válida ne-
cesidad de diferenciar entre las mujeres burguesas y las proletarias, pero
terminan disolviendo la cuestión de la mujer en la cuestión de la clase.
El problema es que, sin esta parte, el todo no existe.II
80  |  Gilles Dauvé

A diferencia de la mayoría de los anarquistas y Marxistas, pensamos


que la emancipación de las mujeres no es una mera consecuencia de la
emancipación humana en general: es uno de sus componentes clave
indispensables.

¿Malas intenciones?

La “cuestión sexual” es uno de los dilemas que han estado rondando sobre
el pensamiento radical durante más de un siglo. Como sólo queremos
sugerir un marco teórico, quedarán excluidos bastantes aspectos. Entre
otras cosas, no vamos a investigar los orígenes ni el pasado de las rela-
ciones hombre–mujer, sino en lo que se han convertido en el modo de
producción capitalista, y nos centraremos en sus formas más “modernas”.
Aunque el capitalismo no es ciertamente la causa de la subordinación de
las mujeres —que la precede por milenios— hoy es el sistema capitalista
el que perpetúa esta sujeción, que sólo puede ser abordada y combatida
en su forma capitalista, es decir, reproducida por el trabajo asalariado y
la propiedad privada.
Como se desprende de este ensayo, no consideramos la relación entre
los sexos como el motor de la historia, ni pensamos que la “cuestión de
la mujer” podría traer la revelación tan esperada, la pieza faltante del
rompecabezas revolucionario teórico (y práctico).

Reproducción y propiedad privada

La “reproducción” se ha convertido en una palabra clave que mezcla la


reproducción de las condiciones de vida naturales en la Tierra y de la espe-
cie humana, el nacimiento y el cuidado de los niños, la reproducción del
capital a través de sus ciclos, de ahí toda la reproducción de la sociedad.III
De hecho, la relación hombre–mujer es parte de esa reproducción
social, pero lo esencial es comprender el vínculo entre la división social
del trabajo y la división sexual de la sociedad.
Tener hijos es mucho más que dar a luz y criar a los niños. Aunque no
todos los capitalistas son “herederos”, cuando un niño nace en una familia
burguesa, sus padres no pueden dejar de pensar en la transmisión de los
bienes familiares. Los burgueses son muy conscientes del imperativo de
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  81

transmitir su fortuna, de salvaguardar sus intereses personales y colectivos


y de perpetuarse como clase.
Como todas las sociedades, la sociedad capitalista debe dominar su re-
producción, y en su caso eso significa mantener uno de sus fundamentos:
la propiedad privada.
En nuestra sociedad, el papel fundamental de la propiedad privada
va mucho más allá del hecho obvio de que la mayoría de la gente po-
see al menos algo pequeño. Los burgueses son los propietarios de lo
esencial (los medios de producción, es decir, los medios de subsistencia
de la inmensa mayoría), y hay un océano de diferencia entre ser un
accionista del 5% de Toyota y poseer el apartamento donde uno vive
(de 10 hogares en el Reino Unido, 7 están ocupados por el propietario).
Una palabra mejor para esa diferencia es clase. Sólo el análisis de clase
explica quién tiene las riendas reales del poder. Y la división de clase se
reproduce a sí misma. Por supuesto, de una generación a la siguiente,
todos los niños burgueses no se convierten en burgueses, pero la clase
burguesa sigue siendo una estructura significativa, particularmente a
través de la familia. No vivimos en un mundo atomizado de burgueses
individuales y proletarios nacidos de la nada que no se preocupan por
lo que sucederá después de su muerte. Sólo un excéntrico empresario
autorealizado que vive como un recluso no muestra interés en el futuro
de su capital cuando él / ella se ha ido.
Sin embargo, la familia no es sólo la institución a través de la cual los
ricos legan su propiedad. Una sociedad en la que el mantenimiento y el
cuidado de los niños fuera completamente administrado por las autori-
dades públicas sigue siendo pura ciencia–ficción. Por lo tanto, tanto para
los proletarios como para los burgueses, la familia ofrece un lugar de vida
que proporciona un mínimo de apoyo y solidaridad, que a menudo se
extiende mucho más allá de los años de la adolescencia.
Aunque el modelo casado “hombre + mujer” está en declive, la insti-
tución familiar se asienta —en todas las clases y aún más en tiempos de
crisis— cuando proporciona a los marginados una protección que rara vez
encontrarían en otra parte. Cuanto más profunda es la crisis social, más
gente pide de los lazos familiares, más contradicciones tiene la familia,
y sin embargo, más indispensable es. No es de extrañar que siga siendo
un caldo de cultivo de comportamiento de amor y odio.
82  |  Gilles Dauvé

Una familia no es una pareja. En cuanto padres e hijos viven juntos,


podemos hablar de una familia, aunque en diferentes formas con respecto
al pasado, por ejemplo, el hogar monoparental (donde vive el 27% de los
niños estadounidenses) y la familia con hijos de uniones previas o la familia
política (casi un tercio de los hogares estadounidenses). Cada vez más parejas
homosexuales viven con niños (según el censo estadounidense, más del 15%
de las parejas del mismo sexo). Las palabras lo dicen todo: el vocabulario
se está moviendo del estado conyugal a la conyugalidad, y del padre a la
crianza (“padres” significaba originalmente a los que engendran y dan a
luz): la abstracción de los términos significa la imposibilidad de reducir la
familia contemporánea a un modelo fijo. “Padres” ya no es sinónimo de
madre y padre biológicos: se refiere a quien desempeña un papel de padre.
Independientemente de cuán largo alcance sea esta forma de despla-
zamiento, la familia del siglo XXI pierde la apariencia y la mentalidad
de la familia tradicional manteniendo su función, y es natural que deba
reclamar sus preocupaciones y prácticas. Con o sin hijos, y más aún si
se trata de criar a un hijo, una pareja casada del mismo sexo tiene que
ocuparse de la salvaguardia y transmisión de sus bienes: actúa como
una familia, es decir, un lugar donde la propiedad privada se mantiene
y es transmitido. Uno de los hechos históricos más sorprendentes es la
resistencia de la unidad familiar, su capacidad para soportar la prueba
del tiempo absorbiendo la mayoría de sus factores disolventes.

Las mujeres como criadoras

Si la familia juega un papel tan fundamental, la pregunta inquietante es


por qué viene junto con la subyugación de las mujeres.
Una de las causas principales es porque el capitalismo es la primacía
de la producción. Para evitar cualquier malentendido, seamos claros
sobre lo que queremos decir con eso. Cualquier sociedad se basa en la
(re) producción de sus condiciones de vida. Sin embargo, el capitalismo
es la regla del imperativo de producir, no por el bien de la producción,
sino por producir cada vez más valor. Si este sistema fabrica (y destruye)
tanto, no es para almacenar objetos, sino para crear y acumular valor. Por
lo tanto, está obligado a tratar cualquier cosa material o ser vivo como
un instrumento potencial de producción.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  83

En lo que respecta a las mujeres, esto supone un estatus diferente e


inferior al de los hombres.
Es un hecho biológico que sólo las mujeres tienen la capacidad de llevar
a un niño o niña dentro de sus cuerpos, darlo o darla a luz, amamantarlo
o amamantarla: una sociedad donde todo el mundo existe primero como
medio de producción no puede dejar de especializar a las mujeres en este
papel forzado que se convierte en una limitación.
A pesar de miles de excepciones, y en muy diversos grados, incluso
hoy en día, una mujer es considerada como destinada a ser una madre
y, aunque ya no limitada a una existencia de criar y alimentar, todavía
se la anima a pasar mucho más tiempo en el ámbito doméstico que a
los hombres. Esto también se puede encontrar entre los medios sociales
con una orientación sexual minoritaria: una lesbiana no será igual a
un gay. Los padres y familiares más abiertos no esperan lo mismo de
una hija que de un hijo. Incluso en los círculos progresistas, muchas
mujeres son abierta o insidiosamente sometidas a la presión social,
explícita o no, para tener hijos, y la vida como pareja (casada o no)
alienta la maternidad.

Mujeres y relaciones de explotación

Una sociedad gobernada por el trabajo tiende a priorizar a los seres huma-
nos según su posición en el mundo del trabajo, en la producción —más
concretamente en la producción que “cuenta”—, en ambos sentidos de
la palabra: es tomada en cuenta y socialmente privilegiada: produce valor
por el trabajo, mediante el trabajo asalariado.
Como producción es el párrafo anterior, la palabra trabajo requiere
aclaración. Por “trabajo” no nos referimos al hecho de actuar sobre algo
para transformarlo: trabajando en el jardín, trabajando en una partitura
en el piano en la sala de estar, ejercitando (trabajando el cuerpo), traba-
jando en la madera por placer, etc. Tampoco definimos trabajo por el
hecho de que se hace bajo coacción. El trabajo asalariado es ciertamente
lo opuesto a una actividad libre: trabajamos porque nos vemos obligados
a ganar dinero como medio de vida, y cada hora que pasamos en el ta-
ller, al volante de un camión o en la oficina se desarrolla bajo el control
de un jefe. Pero esta sumisión tiene un propósito: asegura que nuestro
84  |  Gilles Dauvé

trabajo contribuya al crecimiento del capital, que produzca valor, que


valorice la empresa.
En el mundo laboral, el hombre y la mujer no están en la misma po-
sición. Desde el momento en que existe una diferencia social entre dos
grupos, entre los que trabajan y los que organizan el trabajo (incluso si a
veces trabajan también), las mujeres se encuentran en el lugar particular
de los trabajadores auxiliares o en cualquier caso no permanentes, debido
al embarazo y la lactancia. Por muy breve que sea este “fuera del trabajo”,
puede crear una diferencia. La función reproductiva de la mujer la obliga
a interrumpir regularmente el papel que desempeña en la reproducción
general de la sociedad. Mientras que el trabajo (explotación) es central en
la sociedad, el lugar de las mujeres en ella es necesariamente secundario.
Aunque en general las mujeres trabajan mucho, le queda a los hombres
ocupar un lugar predominante en la organización y el mando, y esas
tareas sólo pueden llevarse a cabo a tiempo completo. Por lo tanto, los
hombres asumen una mayor proporción de la riqueza social y un papel
privilegiado en la vida política, cultural y religiosa. Ya sean explotadores
o explotados, los hombres participan permanentemente de la relación
de explotación: explotadores o explotados, las mujeres no. Incluso en
Suecia, donde la tasa de empleo de las mujeres es la más alta del mundo,
la mayoría de las mujeres trabajan a tiempo parcial, especialmente en los
sectores público y sanitario. No es la maternidad como tal la que da a las
mujeres un estatus inferior, es el papel que desempeña la maternidad en
una sociedad regida por el trabajo.

Como conclusión de estos dos últimos apartados, la mejor hipótesis es


que la posición subordinada de la mujer está vinculada a la reproducción
social y a la familia: su inferioridad no es causada por la familia, pero ahí
es donde está enquistada. A pesar de la procreación médicamente asistida
y del alquiler de úteros, los niños todavía nacen y se crían en familias
que siguen siendo el principal lugar de formación de los roles sexuales
y de la subordinación femenina.
La división sexual de la sociedad es parte de la división social del
trabajo, lo cual no significa que la primera sea una mera reflexión, un
efecto secundario de ésta.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  85

Control socializado

El patriarcado es otro término para la familia paterna, cuando la familia


coincide con la unidad económica básica más común, y las mujeres y los
niños trabajan bajo la supervisión de un marido y padre. El patriarcado
es la regla de los jefes de familia.
El patriarcado y la propiedad marcharon mucho juntos. La filiación
y la transmisión de la riqueza estaban indisolublemente ligadas: el pater
familias tenía que estar seguro de que su heredero era su hijo.IV
El patriarcado está lejos de terminar. Todavía está presente agresiva-
mente incluso en el corazón de países supuestamente avanzados. Tanto en
Bruselas como en Milán, las mujeres son degradadas de muchas maneras,
burladas, despreciadas, infantilizadas y tratadas con condescendencia en
la cultura establecida.
El patriarcado, sin embargo, no es indispensable para el capitalismo.
La novedad del capitalismo con respecto a la asignación de roles entre
el hombre y la mujer no es el hecho de que las mujeres trabajen. Lo ha-
cían antes, en los huertos, en las granjas, en las tiendas o en la plaza del
mercado, pero siempre en relación con la casa de la familia. Ahora, con
trabajo asalariado, trabajan fuera del hogar. La mayoría de la mano de
obra femenina no es administrada por un marido, sino por un jefe (a veces
una jefa). Bajo el capitalismo, mientras que las relaciones hombre–mujer
ya no organizan directamente la producción, todavía juegan un papel
en la división del trabajo. El capitalismo mantiene la jerarquía sexual y
la opresión, pero las promueve a su manera particular.
La dominación masculina es un término engañoso si nos hace creer
que la subordinación actual de las mujeres se debe a los individuos
masculinos. Los hombres ahora actúan como vehículos, y no necesaria-
mente como los principales. El control sobre las mujeres ha dejado de
ser ejercido sobre todo por los padres y por los esposos: los individuos
varones están bajo supervisión colectiva. Cuando se trata de servicios
médicos y sociales, las mujeres son atendidas (“por su propio bien”) por
un personal tan femenino como masculino. Huelga decir que, después
de su turno, la mujer doctora o trabajadora social será sometida en casa
o en la calle a controles y restricciones sociales no muy diferentes de las
que estaba ejerciendo sobre otras mujeres un par de horas antes.
86  |  Gilles Dauvé

El “poder biomédico” se aplica a todos, pero mucho más a las mujeres,


que son médicamente controladas desde su adolescencia, tengan o no
hijos, por un ginecólogo, un obstetra, parteras, un pediatra para las visitas
posparto, y luego nuevamente por un ginecólogo.
Esa tutela suave es muy diferente del lavado de cerebro y la tortura
del Gran Hermano. El bienestar, la Seguridad Social y el Estado social
componen una serie de instituciones que ayudan y protegen a las muje-
res. Contrariamente a lo que ocurrió en el pasado, la autoridad pública
teóricamente y a veces realmente protege a las mujeres de sus parejas
masculinas. El Estado no previene la violencia doméstica y la brutalidad,
sino que las regula, cosa que establece ciertos límites. Se entromete en la
intimidad de la pareja y codifica lo que es un comportamiento apropia-
do e inapropiado, por ejemplo, criminalizando la violación marital (así
como los malos tratos a los niños). No podemos ser nostálgicos por un
tiempo en que el abuso sexual era una práctica estándar. Pero proteger
a las mujeres también es testimonio de su sometimiento: la Ley brinda
asistencia a seres supuestamente débiles incapaces de defenderse. Y a las
mujeres se les otorga protección a cambio de su aceptación de un papel
específico, el papel de una madre.V
Estamos pasando de la vieja sumisión directa y personal de la mujer a un
marido, a una dependencia indirecta, a una tutela que apenas se percibe
como restrictiva porque es impersonal, anónima y difusa. En el pasado,
las mujeres no tenían otra opción que dar a luz a 4 o 7 niños: ahora eligen
tener 1,58 (tasa de fecundidad promedio en la Unión Europea, 2014).

¿Democracia en la familia?

¿Podemos concebir un capitalismo que se reformara tan profundamente


como para mantener a la familia, pero que elimine el estatus inferior de
la mujer dentro de la estructura familiar?
La sabiduría común sugiere que esta utopía igualitaria ya está en ca-
mino. Se nos muestra a personas serenas de clase media que viven en un
vecindario seguro de Estocolmo, los adultos haciendo trabajos creativos
colaborativos para empresas u ONGs amigas–de–LGBT, el padre optando
por la licencia parental, los padres llamando a sus hijos por pronombres
neutros para evitar estereotipos sexuales, socializando con amigos de
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  87

similares antecedentes y comportamiento y, por supuesto, compartiendo


el cuidado de niños y los deberes del hogar. La pareja ideal, se podría
decir… siempre que logre permanecer aislada del mundo exterior… y
de las otras clases.
¿Es esto ciencia–ficción? No completamente. No se puede negar una
evolución hacia una mayor igualdad de género en la familia, y una
tendencia creciente hacia una distribución justa de tareas y decisiones
entre los cónyuges.
Por más que exista —dentro de los límites de ciertos países, ciertos
medios y probablemente no extensible a todos los 900.000 residentes de
Estocolmo— ese norte familiar no compenseará el peso de las realidades
de clase. Puesto que en general las mujeres reciben salarios más bajos (y
tienen un estatus social más bajo) debido a la maternidad, la mujer en el
extremo inferior de la escala sufrirá más de esta disparidad que la madre
de un ambiente privilegiado. La mujer abogada o jefe de departamento
puede echar las tareas duras o aburridas de la casa a otra mujer. Los hom-
bres y las mujeres pueden ser iguales ante la ley, pero el dinero paga por
la igualdad, no todas las mujeres son iguales ante el dinero, y el Minis-
terio Sueco para la Integración y la Igualdad de Género no puede hacer
mucho al respecto. Los pronombres son más fáciles de cambiar que las
diferencias de clase. Si la subordinación de las mujeres sigue siendo más
visible y más fuerte en los hogares de clase obrera, no es causada por la
persistencia de mentes y hábitos sexistas entre proletarios “reaccionarios”
iletrados, sino por las condiciones impuestas a los que viven justo arriba
de la línea de la pobreza. La iluminación viene más fácil con el dinero
en el banco y una mejor posición e imagen social.
La democracia doméstica no está a la vuelta de la esquina.

La igualdad bajo el capitalismo

A diferencia de otros sistemas explotadores que no pueden prescindir de


roles fijos e identidades usualmente determinados por el nacimiento, el
capitalismo se basa en el encuentro de ítems igualados. Tiende a tratar
a todo el mundo no de acuerdo con una “naturaleza” interior, sino a su
valor de mercado y su capacidad para obtener ganancias. La equipara-
ción formal y efectiva del hombre y la mujer es una tendencia histórica,
88  |  Gilles Dauvé

ilustrada por el estrechamiento de la brecha sexual entre los salarios, y la


creciente proporción de mujeres ejecutivas y jefas de gobierno. (Con un
alto porcentaje de altos jefes y administradores senior mujeres en Asia).
Teóricamente, un proletario calificado es intercambiable con cualquier
proletario cualificado, y cualquiera de los dos podría ser contratado y
pagado el mismo salario.VI
Teóricamente, es decir, porque la búsqueda del capital por la produc-
tividad conduce a la reducción de costos, y una forma de reducir los
costos laborales es “dividir y gobernar”. En el mundo real, las empresas
nunca son indiferentes al origen, a la raza o al sexo. Incluso con la
misma calificación, una fuerza de trabajo rara vez es igual a otra. La
sociedad capitalista divide tanto como reúne y compensa inequidades
mientras crea otras nuevas. Para dar sólo un ejemplo entre muchas de
las fronteras cambiantes de “raza”, a finales del siglo XIX, hubo mucho
debate en Estados Unidos sobre si los inmigrantes finlandeses debían
ser clasificados como “blancos” o “asiáticos”. La competencia establece
“nacional” contra trabajadores migrantes, y en primer lugar hombres
contra mujeres. Siempre que pueden, los jefes se aprovechan del esta-
tus tradicionalmente inferior de las mujeres, incluso en las partes más
“avanzadas” del mundo.
La desigualdad sexual se transforma, no se suprime: la mayoría de las
mujeres recibirán menos y se verán forzadas a trabajar en condiciones
más pobres.

Feminismo

Cualquiera sea la versión de feminismo a la que uno se refiera, siempre


habrá una/un feminista que señale que su crítica no se aplica a ella o a él.
El debate se complica aún más por el hecho de que una feminista radical
generalmente se niega a llamarse “feminista”, argumentando que el térmi-
no sólo es adecuado para las feministas burguesas, humanistas o liberales.
¡¿Cómo te atreves a comparar el feminismo liberal de mujeres de clase
media y el anarcofeminismo?! Por consiguiente, no deberíamos hablar
de “feminismo”, sino de un movimiento multifacético de la mujer. En
realidad, para diferenciarse del feminismo burgués, el feminismo radical
suele cuidarse de definirse con un complemento: feminismo de lucha de
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  89

clases, materialista, sexual radical, anticapitalista, lesbiano radical, queer,


libertario, marxista, interseccional, etc.
Cualquiera que sea la redacción, los indudablemente muchos rostros
del feminismo comparten un terreno común en la medida en que su
prioridad política es la cuestión de la mujer y la lucha contra la desigual-
dad sexual, a pesar de sus desacuerdos y oposiciones sobre cómo definir
la desigualdad. Cuando las feministas radicales rechazan el feminismo
de la igualdad como burgués y en cambio defienden la autoafirmación
de las mujeres, su principal preocupación sigue siendo las mujeres. La
diferencia es que el feminismo “burgués” trata a la igualdad como un
punto de llegada mientras que el feminismo radical lo trata como un
punto de partida. El feminismo radical parte de la condición de la mujer
y lo integra en una perspectiva social global, en una multitud de maneras.
Las variantes simples simplemente añaden las luchas de las mujeres a las
otras luchas. Las variantes sofisticadas recombinan el sexo y la clase, o el
sexo, la raza y la clase.VII En cualquier caso, ya que todos consideran que
el lugar de las mujeres en la historia es esencial, es legítimo considerar
estas posiciones y corrientes como feministas.
No hay nada despectivo al llamar feminista a una persona o a una
actividad. Para nosotros, resistir la subyugación y la opresión infligida
a las mujeres es una lucha necesaria. Sólo el defensor de la política de
“Todo o Nada” permanece inmóvil por lo que puede mejorar la vida de
las mujeres. Sobre esta base, tanto como otras formas de resistencia, el
feminismo es inseparable del movimiento general hacia la emancipación
humana. Sobre esa base también, al igual que otras formas de resistencia,
debemos evaluar su alcance y sus perspectivas.VIII

Victoria amarga

A pesar del hecho de que siempre ha habido resistencia entre las mujeres,
no fue hasta el capitalismo que surgió un movimiento feminista, porque
el sistema capitalista trae una contradicción hasta ahora desconocida:
Aunque la subordinación persistente de las mujeres permite que
muchas de ellas reciban menos remuneraciones y sean agrupadas en
empleos poco cualificados y subvalorados, su entrada masiva al merca-
do de trabajo las coloca junto a los asalariados masculinos y los alienta
90  |  Gilles Dauvé

a exigir la igualdad de los sexos en el mercado laboral (mismo trabajo,


misma remuneración) y en el resto de la vida (igualdad de los sexos en
el hogar, en lugares públicos, en la política, etc.). En 2014, el 55% de los
sindicalistas británicos eran mujeres. El estatus inferior continúa, pero
es cuestionado. Las mujeres siguen subyugadas pero viven una condi-
ción “unisex” como una jefa o una proletaria. En los países y zonas más
“progresistas”, son mucho menos desiguales a los hombres que antes,
especialmente en el trabajo, pero todavía tienen que asumir un papel de
progenitora y de niñera, y el mito del instinto maternal innato todavía
prevalece, aunque muy desafiado.
Mientras que un movimiento proletario —hecho de mujeres y hom-
bres— carezca de la capacidad de confrontar al capitalismo y acabar con
el capital y el trabajo, las feministas se verán obligadas a actuar dentro
de esta contradicción y luchar por que las mujeres sean tratadas como
iguales a los hombres, tanto en el mundo laboral como en otros lugares.
El feminismo es parte de las políticas de la igualdad humana.
Puesto que la igualdad está lejos de ser un objetivo alcanzable en un
sistema estructuralmente desigual, incluso en los países llamados mo-
dernos, podemos prever un futuro ajetreado y a menudo frustrado para
toda la gama de grupos feministas, moderados y radicales, cada variante
posicionándose como la defensora del feminismo “verdadero”. Y como
su esfuerzo se enfrenta a obstáculos que no puede superar por sí solo, es
inevitable que dé primacía a la Ley (la igualación implica la legalización),
la educación (la enseñanza de género en la escuela y en los medios de
comunicación, así como en el medio político), la academia (corrigiendo
la narrativa maestra de la historia y escudriñando la literatura para evi-
denciar el sesgo sexual), sin olvidar la corrección del lenguaje (desinfectar
y des–sexar el vocabulario). En esa medida, el feminismo se ha vuelto
norma (por supuesto mucho más en Nueva York que en el Cinturón
Bíblico, no mucho en Moscú, y apenas en Saná).

Fuera de la sala de parto

Las insurrecciones pasadas generalmente mostraron poca preocupación


por la sumisión de las mujeres. Cierto. Pero tampoco desafiaron realmente
el núcleo del sistema capitalista. No incluyeron la cuestión de la mujer en
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  91

su agenda porque estaban dirigidos por hombres sexistas (aunque hubo


muchas rebeliones), sino debido a las deficiencias de la propia agenda.
El programa era liberar mano de obra del capital y crear una comuni-
dad de productores iguales y asociados. Ambas limitaciones —sociales
y sexuales— iban de la mano. Los grupos (generalmente organizados
por mujeres) que intentaban atacar a la jerarquía basada en el sexo se
encontraban tan maltratados por todos los lados como los grupos que
trataban de presionar para la abolición del trabajo asalariado. En 1936–39,
tanto Mujeres Libres como Los Amigos de Durruti terminaron como
una minoría cada vez más reducida.IX
Esto no fue por falta de intenciones, y a veces por compromisos prácticos.
La crítica de la familia, por ejemplo, es un tema recurrente en la historia
del anarquismo y el comunismo, como lo demuestra la experiencia de
las comunidades libertarias en Europa, América y Asia. En los primeros
años después de 1917, la revolución Rusa generó esfuerzos para cambiar la
vida de las parejas con el fin de acabar con la opresión de las mujeres: los
jardines de infantes, los comedores y las lavanderías comunitarias debían
liberar a las mujeres de la carga doméstica y permitirles participar en las
actividades colectivas.X Era de arriba hacia abajo, controlado por el partido,
organizado con medios escasos, y el experimento fue interrumpido cuando
el régimen reimponía los valores familiares tradicionales, pero al menos
había localizado un punto de inflexión en la relación hombre/mujer.
Del mismo modo, Engels demuestra un compromiso genuino de
reemplazar a la familia. Una de las principales preocupaciones de Los
orígenes de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado es explicar cómo
surgió la familia monógama, cómo el capitalismo socava su fundamento
y cómo se disolverá bajo el socialismo.
De acuerdo con Engels, sin embargo, mientras que el desarrollo anterior
de las fuerzas productivas (agricultura e industria temprana) esclavizó a las
mujeres, la industrialización moderna liberaría a las mujeres del control
masculino forzándolas al trabajo asalariado junto con los hombres, y el
socialismo hará efectiva esta liberación.
Para él como para la gran mayoría de los comunistas hasta el último
cuarto del siglo XX, la revolución despojará a los capitalistas de sus bienes
y extenderá el trabajo autogestionado y planificado a todo el mundo, sin
mercado ni jefe.
92  |  Gilles Dauvé

Para resumir, casi todos los marxistas (y algunos anarquistas) esperaban


resolver la cuestión específica de la mujer de la misma manera que toda
la cuestión social, y la solución para los proletarios y las mujeres era la
misma: “una asociación libre e igualitaria de productores”, en palabras
de Engels. La igualación de los sexos resultaría del trabajo cooperativo
comunal.
Sin duda, no cabía esperar una crítica del trabajo y de la economía como
tal: a pesar de las excepciones y de las ideas iluminadoras, los proletarios
intentaban liberar el trabajo, no liberarse del trabajo. (Cuando se con-
templaba la abolición del trabajo, era generalmente de una manera que
pasaba por alto la cuestión, a menudo gracias a la tecnología: el trabajo
todavía existiría, sólo sería realizado por las máquinas).
La vida de una sociedad está determinada por la forma en que organiza
la producción de sus condiciones de existencia, es decir, sus relaciones so-
ciales, sus bases materiales y la renovación generacional. Por lo tanto, toda
sociedad debe regular su reproducción, incluyendo la reproducción de los
niños, y de nuevo sería inútil negar esta realidad imaginando transferir
la carga de la producción de las madres a las máquinas, teniendo bebés
nacidos en tubos de ensayo y niños atendidos por robots. La importante
es la parte tomada por la producción en nuestras vidas.
Dejemos aparte (en este ensayo al menos) las llamadas sociedades
primitivas y mundos precapitalistas. Desde la llegada del capitalismo
industrial, la producción de las condiciones materiales de la existencia
se ha convertido en esta abrumadora realidad llamada economía, cada
vez más autonomizada del resto de la vida, y ahora convertida en una
esfera separada, con una división entre el espacio temporal dedicado a
ganar dinero (trabajo) y las otras actividades. Cualquier acto productivo
sólo es productivo, es decir, productivo–de–valor. Los millones de horas
dedicadas al bricolaje en el hogar, la jardinería, la ayuda al vecino para
reparar su bicicleta o el voluntariado en el banco de alimentos local sólo
existen al margen del trabajo asalariado, la actividad central sin la cual
todas las demás actividades “gratuitas” serían imposibles.
Todos soportamos el peso de la división social del trabajo, pero pesa
aún más sobre las mujeres: debido a su capacidad de parir, se encuentran
especializadas en ese papel, aunque (como es cada vez más el caso) traba-
jan fuera el hogar. El lenguaje lo dice todo: en la unidad de maternidad,
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  93

el trabajo precede al parto. Mientras seamos dominados por la produc-


ción de nuestros medios de vida, que incluye la producción de niños,
la sociedad ejercerá un firme control sobre las mujeres y las obligará a
cumplir este papel específico (que no reemplaza a otros papeles sino que
sigue siendo forzado), y las mujeres seguirán siendo mantenidas en una
posición inferior.
La solución no consiste en que las máquinas–herramientas y las
impresoras 3D produzcan por nosotros, sino en la creación de una so-
ciedad donde un acto productivo no sea exclusivamente productivo, lo
que también se aplica a la “producción” de niños. ¿Los niños de quién,
por cierto? En el comunismo, incluso si un bebé sale del cuerpo de una
mujer, no tendrá que ser “suyo” con todas las presiones y obligaciones
que ahora se les da a los dos. En un mundo sin propiedad privada, nadie
será dueño del niño, ni siquiera sus padres, sus padres biológicos o no,
aunque podemos asumir con seguridad que él/ella tendrá una relación
especial con ellos. No hace falta insistir en que esta perspectiva parece
hoy tan lejana como la posibilidad de un mundo sin dinero y sin Estado:
sin embargo, las condiciones mutuas de la madre y el niño no son más
“hechos de la naturaleza” incuestionables que el instinto maternal.
La respuesta a la “cuestión de la mujer” no se encuentra en la relación
hombre/mujer: Sólo produciendo sin producción aplastando la sociedad,
podemos asegurar que las mujeres dejen de ser definidas por la función
reproductiva. Un niño todavía será ayudado a salir del vientre de una
mujer, pero este hecho ya no circunscribirá a las mujeres. Queda por ver
lo que definirá “hombres” y “mujeres”. En cualquier caso, la maternidad
ya no estará aparejada a la subordinación. La biología dejará de ser destino.

Sexo y revolución

En una futura revolución, todo dependerá de lo que hacen los hombres


y mujeres insurgentes.XI
La familia no es pareja: bloquea a la mujer en una función específica
porque la familia evoluciona alrededor de su propia reproducción, por lo
tanto alrededor de los niños y de la maternidad, y hasta ahora una mujer
es ante todo una madre, voluntaria o involuntariamente especializada
en “su” dominio. Una insurrección que rompa con la propiedad privada,
94  |  Gilles Dauvé

con el trabajo como tal, suspenderá y destruirá un papel “femenino” que


es en realidad un papel familiar.
Esto puede ser difícil de imaginar hoy, pero la historia no es un flujo
evolutivo pacífico: está marcada por profundas discontinuidades. “En el
espacio de una semana, hemos vivido un siglo”, comentó un participante
en los disturbios franceses de 1789 después de la toma de la Bastilla. Los
tiempos de insurrección empujan las formas y los hábitos: las personas
ya no comen o duermen “en casa”, los niños ya no pertenecen a “sus”
padres, los jóvenes a menudo evaden el control, y el cambio de la relación
niño/adulto afecta a la relación hombre/mujer. Confrontar el capital y
el Estado no disuelve automáticamente las otras opresiones, sino que
interrumpe los roles profundamente arraigados: la mujer insurgente deja
de actuar como auxiliar de apoyo del hombre, y la irrupción de los niños
en la escena pública desafía los grilletes de la convención.
Hasta ahora, en casi todos los levantamientos, las mujeres participantes
han actuado en su mayoría como esposas de proletarios: en la insurrec-
ción comunista, las mujeres participarán como proletarias. La mujer con
talento para las armas permanecerá en la calle en lugar de llevar a los
niños a casa, y el hombre con una fuerte disposición para cocinar seguirá
su inclinación, hasta que los papeles fluctúen, pero habrá mucho más.
Una mera reorganización de las tareas no eliminaría la subordinación de
las mujeres como tampoco la multitarea eliminaría el trabajo. Sólo nos
libraremos del trabajo y de la familia al mismo tiempo, o no lo haremos
en absoluto.
Por otro lado, si un movimiento permanece dentro de los confines de
la negociación trabajo/capital o de las demandas democráticas, incluso
por medios violentos, las mujeres no harán mucho más que los hombres y
serán finalmente devueltas al “lugar de la mujer”: el hogar, de una forma
u otra. El regreso a la vida doméstica podría tomar la etapa intermedia
de una cantina o un centro de cuidado infantil comunal sin lider pero
dirigida por una mujer. Las mujeres serían una vez más relegadas a una
esfera privada políticamente inocua.
La hegemonía masculina no se marchitará en un día o un mes. Tampoco
tendrá una muerte tranquila. Su proceso implicará igualmente conflictos
hombre/mujer y tensiones entre los proletarios radicales y reformistas
(hombres y mujeres) en general. Los piqueteros de América Latina y los
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  95

insurgentes de Oaxaca dieron ejemplos de la necesidad y dificultad de


resolver tales conflictos. Una revolución que no pueda hacer frente al
desafío tampoco podrá hacer el resto.
La forma en que la revolución asegurará su propia reproducción —y
la reproducción de sus participantes— determinará su futuro.
El hecho de que las relaciones entre capital y trabajo estructuran el
mundo actual, no significa que esta interrelación sea el único elemento
que mantiene el mundo unido. En esa relación la familia juega un papel
necesario, y el status secundario femenino es uno de los pilares del sis-
tema: por lo tanto tenemos que desafiarlo para deshacernos del capital
y del trabajo asalariado.XII

Ninguno de nosotros quiere estar en aguas


tranquilas durante toda nuestra vida.
Jane Austen, Persuasion, 1818

Gilles Dauvé, julio de 2016

Notas

I – Casi todos los artículos de Fléau Social fueron firmados bajo alias
imaginarios, y elegí “Constance Chatterley”. En aquellos días sin preo-
cupaciones, ningún hombre o mujer en el pequeño círculo de amigos
de la revista tenía objeciones a que un varón personificara a una mujer,
incluso para criticar al feminismo. Los tiempos han cambiado … Los
debates sobre el feminismo tienen lugar en una atmósfera muy cargada.
Nadie escapará a las campañas de apuntar y avergonzar. Por lo tanto,
“cuando estoy enojado me vuelvo muy tranquilo, y muy lúcido.” (Louise
Doughty, Dance With Me, 1996).

II – La cuestión de la mujer/sexo/género es lo suficientemente grande


para llenar una biblioteca infinita. Sólo mencionaremos un lector útil:
Feminismo Revolucionario, Clúster Comunista de Investigación, 2015:
communistresearchcluster.wordpress.com/2015/07/29/release-of-reader-
96  |  Gilles Dauvé

vol-3-on-revolutionary-feminism/. De Engels a Mariarosa Dalla Costa a


través de Emma Goldman y muchos otros, una antología no crítica pero
informativa.

III – Sobre la reproducción, no podemos evitar una breve discusión de


la idea del trabajo reproductivo.
El concepto apunta a darnos el nexo entre sexo y clase integrando la
subordinación de la mujer en la explotación capitalista. La noción fue
introducido en los años 30 y 40, más tarde se le dio mayor circulación,
y es ahora uno de los principios comunes a las feministas más radicales,
o incluso su teoría central.
Pero hay más. Aunque sus defensores pretenden llenar una laguna en
el análisis de Marx, ellos presentan nada menos que una nueva defini-
ción de la relación trabajo asalariado/capital. Es más que un concepto,
es una teoría por sí misma, y totalmente diferente a la de Marx, ya que
presenta el trabajo doméstico como fundamental para el capital. No hay
nada malo en disentir de Marx … siempre que la teoría sea correcta, lo
cual no es el caso.
El argumento es así. El trabajo doméstico (hecho por las mujeres) dis-
minuye el costo de la fuerza de trabajo: si el trabajador masculino tenía
que comer fuera o comprar comidas preenvasadas, llevar su lavado a la
lavandería, etc., gastaría más que si su pareja le cocinara y lavara para él.
Gracias a la actividad no remunerada de esa mujer, de acuerdo con la
tesis, el jefe ahorra dinero: se beneficia de este trabajo, ya que descarga
el costo de mantener y elevar a los trabajadores asalariados, en las muje-
res. Por lo tanto, el trabajo del hogar es una forma de trabajo de la que
el capitalista se beneficia sin pagarla y una de las fuentes permanentes
esenciales de la valorización del capital.
Lo que este análisis hace es extender la noción de excedente de trabajo
(la parte del día de trabajo que viene después de las horas cuando el tra-
bajador ha ganado su sustento, a saber, una parte “gratuita” y la fuente
de la ganancia del jefe) al trabajo doméstico no remunerado.
Ahora la tesis va mucho más lejos, sin intento de falsa modestia. No
sólo el trabajo doméstico se considera necesario para el capital como el
trabajo realizado en el lugar de trabajo, sino que se teoriza como aún
más necesario. Debido a que da a luz a los niños y los educa, el trabajo
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  97

en el hogar (en su mayoría realizado por mujeres) reproduce la fuerza


de trabajo, y porque sin ella no puede producirse otra producción, se
considera el trabajo más productivo en el capitalismo, trabajo esencial. En
resumen, como se afirma en el Manifiesto de Rivolta Femminile (1970):
«Identificamos en el trabajo doméstico no remunerado la ayuda que
permite que el capitalismo privado y el capitalismo de Estado sobreviva.»
(columbia.edu/itc/architecture/ockman/pdfs/feminism/manifesto.pdf)
Si esto fuera cierto, dado que un salario paga el costo de producción
de mano de obra, el trabajador masculino que viva por su cuenta costaría
más que su colega casado y debería pagársele más. En realidad, la misma
lógica se aplicaría a la trabajadora sola, y su jefe tendría que pagarle un
salario mejor que si viviera en una familia. Los hechos no confirman esto.
Por despreciable y opresivo que sea para muchos hombres ver televisión
mientras sus esposas cocinan la cena para ellos, una familia no es un taller
de fábrica. Podemos llamar al trabajo lo que queramos, pero el único tra-
bajo que reproduce el capital es el que se hace para una empresa. Aunque
la tarea puede preparar a un adolescente para un futuro papel productivo,
en el momento en que él/ella está estudiando matemáticas o alemán, este
adolescente no está reproduciendo ningún capital (todavía). Cuando un
marido “se beneficia” de su esposa, no es un beneficio de la empresa. El
trabajo doméstico no genera una mercancía vendida en un mercado ni
da lugar a un plusvalor. El salario paga el costo de reproducción de la
fuerza de trabajo, es decir, el mantenimiento del trabajador por sí mismo
y, si tiene familia, el mantenimiento de la familia.
Además, la teoría del trabajo “reproductivo” supone que vivir en una
pareja es la norma para los trabajadores: tampoco es cierto. Hay una
gran variedad de formas de vida para los asalariados. Algunos viven en
familias, otros son solteros, otros están alojados en grandes bloques de
pisos donde las parejas se mezclan con personas solteras, otros todavía en
dormitorios estilo barracón. Mientras que los mineros tradicionales tienen
una vida familiar cercana a sus fosos, la minería a cielo abierto tiene la
mano de obra que vive en alojamientos dispuestos lejos de casa durante
la duración del contrato de trabajo. Lo mismo se aplica al personal de
la plataforma petrolera. Millones de asiáticos, hombres y mujeres, dejan
a sus familias en busca de empleo en las obras de construcción o en el
sector de servicios en Oriente Medio, y tienen que conformarse con los
98  |  Gilles Dauvé

campamentos, los asentamientos de contenedores o, a veces, quedarse


en casa de su jefe.
Esta teoría se basa en la convicción de que el valor no sólo se crea (o
principalmente) en un lugar determinado por el trabajo productivo
en lo que comúnmente se conoce como lugar de trabajo (una línea de
ensamblaje, un taller textil, una oficina de correos, un buque de carga,
una fábrica de acero, un sitio de construcción, etc.), sino en todas partes,
tanto en la universidad como en una fábrica o un hospital, y sobre todo
en casa, porque la sociedad en su conjunto debe funcionar como una
“fábrica social ”.
Por lo tanto, en esta concepción, la reproducción engloba todo y todo,
el capital, las clases, la población, la fuerza de trabajo, los hombres y
mujeres burgueses, los hombres y mujeres proletarios, etc.: casi todo
crea valor y casi todo el mundo es un trabajador. Aunque algunos son
más trabajadores que otros, aquellos que dan a luz y crían a los niños.
Debido a que las mujeres producen hijos sin los cuales no habría socie-
dad ni capitalismo, la teoría del “trabajo reproductivo” les confiere un
papel determinante.
Esto equivale a una completa redefinición del trabajo, del valor y del
capitalismo, que es opuesta a la de Marx. Después de todo, ¿por qué no?
Si estaba equivocado, no hay necesidad de mostrarle un respeto indebido.
El problema es que los partidarios de esta perspectiva pretenden estar
enriqueciendo a Marx, no refutándole.
Proceden por duplicación. La clase explotada se desdobla en dos: la
clase obrera (proletarios masculinos y femeninos) y la categoría o grupo
de mujeres (la palabra clase es usualmente evitada), definida por el trabajo
reproductivo. Esto no es un juego intelectual. Lo que está en juego es
político: la necesidad de expandir un agente revolucionario supuestamente
demasiado estrecho. Como la “clase obrera” en el sentido tradicional ha
demostrado ser incapaz y/o no está dispuesta a cambiar el mundo, sólo
se extiende la noción de trabajo a grandes sectores de la población, y se
obtiene a la vez cantidad (las mujeres componen la mitad de los terrícolas)
y calidad (los movimientos de mujeres y de otras minorías implementa-
rán un cambio innovador real que los trabajadores de metal de antaño
fueron incapaces de llevar a cabo). De esta manera estás seguro de tener
un tema revolucionario amplio y profundo. Qué sencillo.
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  99

Para una muestra de textos sobre trabajo reproductivo: Cluster de


Investigación Comunista, Feminismo Revolucionario (ver nota anterior),
capítulos 5, 11, 12 y 14.
Para más información sobre el tema, por favor lea mi Federici v. Marx:
troploin.fr/node/85

IV – Hoy en día el niñ varón ha perdido el privilegio de heredar la totali-


dad del patrimonio de sus padres, y el ADN simplifica los problemas de
paternidad. El marido ya no necesita encerrar a su esposa para garantizar
el origen de su descendencia. Además, la maternidad subrogada permite
que alguien tenga “su” hijo o hija, con sus propios genes y no con los de
otra persona: la madre sustituta sólo tiene el futuro hijo, el embrión no
es suyo, y la pareja que hizo el encargo estará segura de que el niño fue
producido por ellos y les pertenecerá. La propiedad familiar es renovada
por Hi–Tech.
Por otra parte, la madre sustituta puede ser vista como un proveedor de
servicios, como trabajadora del sector de servicios: para aquellas mujeres
que pueden pagarla, la indisponibilidad física temporal (y por lo tanto
la inferioridad) causada por la maternidad se transfiere a las mujeres de
clase baja.

V – La normalización de las costumbres sociales sigue su curso: la vic-


timización de la violencia doméstica ahora toma en cuenta los actos
cometidos en las parejas del mismo sexo, y mientras que la golpiza a
la mujer sigue siendo por mucho la forma más común de violencia
de pareja, los abogados y los sociólogos actualmente discuten sobre la
golpiza al marido. Algunas estadísticas del Reino Unido sugieren que
dos de cada cinco víctimas de abuso de pareja son hombres. Cualquiera
que sea la relevancia de tales cifras, no muestran que la situación de las
mujeres está mejorando, sino que ambos sexos tienden a ser tratados y
tratarse igualmente mal.
Además, los derechos siempre vienen con deberes. Promover la igualdad
de las mujeres significa que las trabajadoras asalariadas se someten a las
mismas obligaciones que las de sus compañeros o compañeros de oficina.
La disminución de la discriminación sexual en el trabajo puede ser una
espada de doble filo, como en el año 2000, cuando el parlamento Francés
100  |  Gilles Dauvé

levantó la prohibición del trabajo nocturno femenino. La igualación


capitalista es igualdad dentro del marco de las relaciones capital/trabajo.
A menos que, por supuesto, los inconvenientes del estatus de igualdad
sexual sean compensados por medidas específicas para las mujeres, te-
niendo en cuenta la especificidad femenina, que vuelve a las mujeres a
un papel familiar, al papel de la madre.

VI – Ya que mencionamos la igualdad, una palabra rápida sobre un tema


estrechamente vinculado a la mujer y las cuestiones sexuales: personas
trans. En los Estados Unidos, se dice que 700.000 personas están en tran-
sición de una forma u otra. Algunos argumentan que “trans” es la nueva
frontera y tema de los derechos civiles de Estados Unidos o la siguiente.
Ver Jacqueline Rose, ¿Quién crees que eres?, London Review of Books, 5
de mayo de 2016: www.lrb.co.uk/v38/n09/jacqueline-rose/who-do-you-
think-you-are (con una breve pero útil bibliografía).

VII – En la mezcla de receta “clase + género”, la dosificación fina es esen-


cial. ¿Uno de los dos domina al otro y, si es así, cuál?
Esta es una pregunta falsa, dice Théorie Communiste: la historia se
mueve de hecho por dos contradicciones (clase y sexo), pero son impul-
sadas por una sola dinámica.
Una respuesta sofisticada, que equivale a decir que los dos coexisten.
Para demostrarlo, TC sostiene que “todas las sociedades de clase de-
penden del aumento de la población como fuerza productiva principal”.
¿Población? Las 180 millones de personas, incluidos los niños, que
componen la población Nigeriana, no pueden estar todos produciendo
valor para un capital. Entonces, ¿qué se nos está diciendo?
TC revoluciona el vocabulario. Cuando TC escribe población, no
significa población, sólo “fuerza productiva laboral”. Bastante justo: sin
hijos, no hay renovación de la fuerza de trabajo, ni capital. Pero entonces
¿por qué teorizar “la población”? ¿Por qué hacer que parezca que parir y
criar a los niños era en sí mismo productivo de valor? Esos chicos sólo
lo serán cuando y si son contratados por una empresa para valorizar su
capital, lo que por supuesto no será el caso de todos.
Pero aquí está la cosa. Aunque TC sabe que los proletarios son la
principal fuerza productiva, reemplazarlos por la población hace posible
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  101

introducir el “grupo de mujeres” (no el grupo de mujeres proletarias, sino


las mujeres en su conjunto) en la teoría del capital y del trabajo, puesto
que son las mujeres las que dan a luz a la población.
Como se ve en la nota 3, las feministas Marxistas consideran el trabajo
doméstico como un trabajo productor de valor (porque produce hijos, es
decir, futuros trabajadores) tal como el trabajo asalariado en una empresa.
Debido a que son feministas, teóricas como Silvia Federici desean probar
que las mujeres realizan el trabajo “más productivo” de todos, para pre-
sentar la subordinación de las mujeres como el fundamento último del
capitalismo. De modo que seleccionan en Marx lo que les conviene, y
dejan de lado lo que les contradice (nada menos que el análisis marxista
de la creación de valor al poner a la gente en el trabajo productivo). Las
feministas marxistas difícilmente podían prescindir del argumento del
“trabajo reproductivo”.
Es imperioso observar que Théorie Communiste retoma este argu-
mento cuando coloca a las mujeres (no sólo las mujeres proletarias, no,
las mujeres) en el centro de la historia. Esta diferencia que para TC es
central es lo suficientemente grande como para dar cabida tanto a las
mujeres como a los proletarios (tanto hombres como mujeres). Huelga
decir que, en vez de decir “mujeres”, que sería un vulgar humanismo
idealista, TC teoriza un “grupo de mujeres”.
TC se niega a hablar de una clase de mujeres: para los marxistas, eso
sería un paso demasiado lejos. En el pasado, las feministas semi–marxistas
como Christine Delphy o Colette Guillaumin no tenían inconveniente
en cruzar la línea. TC se preocupa: frena en seco en clase y sólo propone
un “grupo de mujeres”. Sea como fuere, a este grupo de no–clase se le da
tanta importancia como una clase: en un futuro proceso revolucionario,
TC espera que este grupo termine la jerarquía sexual, ciertamente una
tarea ardua, y una tarea que la clase proletaria (masculina y femenina)
se considera incapaz de, porque en ese momento esa clase seguirá bajo
la dominación masculina.
El feminismo da prioridad a las mujeres,. El feminismo marxista ha
ideado una doble prioridad. ¿Qué realidad se establece como prioridad
cuando hay dos prioridades en lugar de una? ¿Qué queda de la importan-
cia de la clase si el género es igualmente prominente? Pensamos que el
núcleo del capitalismo era la relación capital/trabajo (es decir, burguesa/
102  |  Gilles Dauvé

proletaria). Equivocado, explica TC, el capitalismo es una sociedad de


clases y una sociedad de género, ambas. ¿Es eso una contradicción? Sólo
para los no sofisticados. La sutileza arcana siempre ha sido parte de la
atracción fatal de TC. A veces el lector disfruta de encontrarse entumecido,
asombrado y consternado en igual medida.
Lo mejor es tomar nuestra licencia de TC en un toque positivo
final. Mientras Théorie Communiste señala que nadie entiende el
pensamiento revolucionario a menos que el género esté integrado en
él, y como este grupo descubrió el género entre 2008 y 2010, pode-
mos llevar con seguridad los primeros veintidós números de TC a la
tienda de caridad más cercana, y concentrar nuestra energía en seguir
el hilo de la dialéctica de clase/género ahora expuesta en esa revista.
libcom.org/library/gender-distinction-programmatism-communisation.
libcom.org/library/response-americans-gender-theorie-communiste.
Algunas personas podrían beneficiarse de tomarse menos en serio.

VIII – Las sufragistas luchaban por derechos políticos iguales. Aquellos que,
como Sylvia Pankhurst, fueron más allá de las exigencias democráticas
y se volvieron radicales hasta el punto de llegar a ser comunistas, sólo lo
hicieron moviéndose a un terreno social y político diferente, por ejemplo,
oponiéndose a la unidad patriótica de clases en 1914. Para S. Pankhurst
y sus camaradas, la actividad democrática (lucha por el derecho de voto
de las mujeres) en el East End de Londres resultó en involucrarse cada
vez más en las luchas de la clase obrera, luego en unirse al movimiento
socialista y fundar el primer partido comunista de Gran Bretaña.
En la situación muy diferente de la agitación social de los años 70, las
mujeres trabajadoras que luchaban por la igualdad en el trabajo y en la
vida cotidiana cruzaron brevemente el camino con las mujeres de clase
media que luchaban contra la subordinación femenina. La convergencia
no sobrevivió al retroceso del movimiento, sino que da una idea de las
capacidades de una oleada social de gran alcance cuando comienza a
romper las barreras sociológicas.

IX – En la década de 1930, Mujeres Libres era una organización de mujeres


anarquistas con hasta 30.000 miembros, quienes creían que la revolución
social era inseparable de la liberación de las mujeres. El grupo Los Amigos
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  103

de Durruti (1937–39) se originó en el movimiento anarquista como una


crítica de la línea de la CNT y de su participación en el gobierno.

X – En su novela política, Red Love, publicada en 1923, Alexandra Kollontai


señala que un niño no necesita y no debe ser una carga para la madre.
“Ella mostraría a las otras mujeres cómo criar a un niño a la manera
comunista. No había necesidad de una Cocina, de la vida familiar y de
todas esas tonterías. Lo que debía hacer era organizar una guardería, una
casa comunitaria autosuficiente”. (www.marxistsfr.org/archive/kollonta/
red-love/ch14.htm)

XI – Sobre el proceso revolucionario:


G. Dauvé: Comunización, 2011: troploin.fr/node/24
Un A a la Z de la comunización, 2016: troploin.fr/node/87
Y Bruno Astarian, Crisis, actividad y comunización, 2010: www.hicsalta-
communisation.com/english/crisis-activity-and-communisation
Estos dos últimos textos también están disponibles en papel: Everything
must go! The abolition of value, Little Black Cart Books, 2015.

XII – ¿No falta algo? ¿El género? «¡No dijiste una palabra sobre género!»,
algunos lectores objetaran. Es verdad, y esa ausencia será motivo suficiente
para anular muchas de estas ideas en ciertos círculos. No he seguido el
protócolo de conceptos.
El género se ha convertido sin duda en una palabra clave, pero la
cuestión es que puertas abre.
«Género» presenta una distinción. Sexo significa el pene o la vagina
como una realidad biológica causada desde el nacimiento. El género es
lo que la sociedad hace de ese pene o esa vagina. Hasta este momento,
en general, la sociedad ha forzado al del pene a vivir de cierta forma, y
al de la vagina en una completamente distinta. Ahora, según nos han
dicho, distinguir entre sexo y género nos permitirá escapar de los roles
prefijados. El género es el sexo social, restingido hoy, liberado mañana.
Considero que nuestra época ha inventado el concepto de género para
racionalizar un problema que es incapaz de abordar.
Como explicamos en este texto, la presión milenaria sobre las mujeres
para ser madres y vivir una vida doméstica esta fuera de sintonía con el
104  |  Gilles Dauvé

crecimiento del trabajo asalariado y la correspondiente evolución de las


normas sociales. La tendencia del capital es convertir todo en ganancia,
contratar a cualquiera que lo pueda valorizar, y vender todo aquello que
sea comprado. El manifiesto comunista no es el único texto que enfatiza
como el capitalismo socava los fundamentos de la tradición, la religión,
la moral, la cultura, las costumbres: solo podemos reprochar a Marx y a
Engels en adelantarse demasiado cuando declararon que «Las diferencias
de edad y sexo han dejado de tener alguna distintiva validez social para
la clase trabajadora» y que «Por la acción de la industria moderna, todos
los lazos familiares de los proletarios serán disueltos»
Un siglo y medio después, la sociedad capitalista tiene que lidiar con
las mujeres asalariadas luchando por igualdad: su lucha se extiende más
allá del lugar de trabajo hacia muchas otras esferas sociales, incluyendo
el hogar. Por ende, los partidos políticos, los medios, el sistema escolar,
las universidades, las leyes, etc. tienen que funcionar con un sistema
basado en el principio de igualdad (a diferencia de sistemas anteriores)
pero que descansa pesadamente en el tratamiento desigual de la mitad
de la población. Esta contradicción era ya un hecho en la época de las
sufragistas. Con el crecimiento del trabajo unisex, con la aparición de
las mujeres policías, soldados y clérigos, la contradicción se ha vuelto
flagrante pero aún así, intratable. La elección de una mujer presidente en
los EU no significaría un fín a la discriminación sexual, solo distorsionaría
las líneas demarcatorias.
Es aquí donde la noción de género encuentra su uso social. Las socie-
dades precapitalistas ordenaban los roles sexuales basandose en rigidos
patrones “naturales”. La subordinación de las mujeres en el pasado
puede encontrar cierta semblanza de justifiacación en el hecho de que
la mayoría de ellas no realizaba los mismos trabajos que los hombres,
por eso eran “diferentes”, y así inferiores. Pero como este no es ya el
caso, las viejas normas disfuncionan. Una mujer ejecutiva o profesora
universitaria estará al mando en su lugar de trabajo, posiblemente sobre
muchos hombres, solo para ser inferiorizada en la calle, y posiblemente
en su casa. Las mujeres tienen derecho a ser iguales, pero realmente no
pueden serlo. Esta discrepancia causa una esquizofrenia social, una brecha
mental que necesita ser puenteada. (De manera ideológica obviamente,
ya que el cambio real es imposible)
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana  |  105

Entonces, la dualidad lingüistica y legal ha llegado (ya que mucho de


esto ha sucedido en el mundo de las palabras y de las leyes): un hecho
biológico (llamado sexo) junto a su constructo histórico social (ahora
llamado género0. Con la distinción entre sexo natural y género social, una
nueva plataforma política nació: la demanda de que esta construcción
social ya no sea impuesta sino elegida.
Demandar libertad para que cada uno elija su propia vida en lugar
de obedecer los dictados de una supuesta “naturaleza” conlleva un
sentimiento de disenso y protesta que agrada a unos y preocupa a otros.
Hablar de género es un gesto de modernidad, una señal pública de
mente abierta que te pone del lado de la igualdad y la justicia. La palabra
género te ayuda a pensar que estas yendo contra la corriente cuando de
hecho estas nadando con la corriente prevaleciente. Es una tarjeta casi
obligatoria en esos ámbitos en los que la academia y el radicalismo se
interesectan: prueba las credenciales de personas que marcaron todas
las casillas correctas.
Por el contrario, mantenerse con la palabra sexo esta visto cono un reflejo
de conservadurismo y mente cerrada, fuera de sintonía con los tiempos
actuales. Siempre es el derechoso el que se basa en la “naturaleza humana”
y el progresista el que apoya la reforma porque las cosas son “sociales”,
por ende modificables. ¿Pero de que “social” estamos hablando? Oponer
“social” y “natural” solo nos lleva hacia delante si entendemos la sociedad
por lo que es, no una adición de actitudes, estilos de vida y elecciónes, sino
un sistema de vínculos determinados por las relaciones de producción.
Por el contrario, si el status de las mujeres depende de una construc-
ción social, pero si esta construcción simplemente emerge de prejuicios,
malos habitos, y un libre albedrío mal informado, la solución se en-
cuentra facilmente: necesitamos más y más educación reformadora y
desprejuiciada via las escuelas y los medios. El lenguaje de género se
ha vuelto mainstream debido a que es enormemente consistente con la
ideología liberal y democrática, que considera la igualdad posible en un
mundo desigual. La relevancia política de un concepto no es mide por
su consistencia intelectual, solo por como resuene con su tiempo y sea
capaz de movilizar a la gente.
Mientras que el discurso de género puede ayudar a minorías sexuales
reprimidas y a veces a mujeres a mejorar su condición, no podemos ignorar
de donde viene. Cuando la ola proletaria de los 70s fue derrotada, se volvió
cada vez más dificil mencionar la cuestión del trabajo, y por ende de las
relaciones de producción. La clase descendió cuando el género ascendió.
El género ciertamente es una construcción social, pero también lo es
el concepto de género. Priorizar el género (o, de forma más sofisticada,
combinarlo con clase) mueve el foco lejos de trabajadores asalariados vs.
capital hacia la teoría de la dominación. Los hombres, sin embargo, no
dominan a las mujeres por el mero placer de la dominación: ese placer
esta alimentado por realidades concretas. La cuestión es que intereses
están en juego. La dominación se instala y se perpetúa solo porque pro-
duce algo. Y no solo la subordinación familiar y femenina. Si creemos
que la estructura trabajo/capital determina la sociedad presente entonces
volvemos al primer casillero: clase. Y género no nos ayuda mucho.
Hablar de género es una afirmación política. Cualquier concepto
selecciona y conjuga un número de determinacions, relegando otros
a un lugar menor. Insistir en el concepto de clase significa darle un rol
secundario al individuo, estrato, categoria, grupo étnico, religión. Insistir
en el género es darle prioridad al sexo como criterio (más alla de cuan
bien afinado el constructo este), por ende minimizando las relaciones
de producción actual y su posible destrucción.
Índice

Prólogo r 7

Introducción r 13

El feminismo ilustrado r 17
o el complejo de Diana

Cuarenta años más tarde… r 37


Conversación con Constance

Sobre la“cuestión de la mujer” r 79


Este libro ha sido finalizado
en talleres propios
durante noviembre de 2018
en Rosario, Argentina

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