El Feminismo Ilustrado o El Complejo de Diana
El Feminismo Ilustrado o El Complejo de Diana
El Feminismo Ilustrado o El Complejo de Diana
o el complejo de Diana
Gilles Dauvé
El feminismo ilustrado o el complejo de Diana
1ra ed., Rosario, Lazo Negro, 2018
124 p., 206×146 mm
ISBN 978–987–46966–0–1
Gilles Dauvé
Prólogo
decir, a algo así como el 99% de la sociedad. Mientras que la cuestión del
“fin del trabajo” sigue vigente, de modo muy llamativo cobran una gran
difusión conceptos tales como “trabajo sexual” y “trabajo erótico”, en
tanto que el “trabajo reproductivo” femenino en el hogar es presentado
como una de las principales causas del ascenso del capitalismo y de su
perpetuación.2
Sería un despropósito ponernos a moralizar. No hay nadie a quien
culpar excepto a las deficiencias del movimiento social, del que por cierto
también nosotros formamos parte. Si creemos que “la humanidad solo
se plantea problemas que es capaz de resolver”,3 la verdad histórica es
que hasta ahora ningún esfuerzo proletario ha llegado a plantearse los
fundamentos del capitalismo: de ahí las limitaciones de la teoría crítica,
que se reflejan en las numerosas deficiencias intelectuales y en los tenaces
obstáculos que enfrentamos en la actualidad.
En la tradición marxista (diversa y contradictoria, sin duda), el “análisis
de clase” a menudo consistía —y con frecuencia sigue consistiendo— en
escritos artificiosos y formulistas donde todo se reduce a la contradicción
entre burguesía y proletariado: en tal esquema las mujeres solo importan
en la medida en que son burguesas o de clase trabajadora.
Pero tal visión reduccinista ha sido sustituida (y en versiones más
sutiles, complementada) por una mentalidad que se limita a yuxtaponer
contradicciones. En lo relativo al “género”, no se niega la división bur-
guesía/proletariado, sino que se la complementa con la contradicción
hombre/mujer. Los marxistas solían reinterpretar los últimos siglos a la
luz del incremento e intensificación del antagonismo de clase. El nuevo
pensamiento crítico interpreta el pasado como una suma de luchas
antidominación, particularmente las luchas de las mujeres contra su
subordinación a los hombres.
Contra la historia predominantemente masculina y principalmente
eurocéntrica, en las últimas décadas han surgido contra–narrativas que
buscan enfoques más inclusivos. Desalojar de su posición hegemónica
a las visiones conservadoras es sin duda muy positivo, excepto que esto
ha dado lugar a un nuevo consenso engañoso. La afirmación de que la
2 Para una crítica de este concepto, ver: On the “woman question”, nota 3.
3 Marx, Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, 1859: goo.gl/XAEn7P
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4 Sobre el uso y mal uso de la noción y el vocablo “género”, ver On the “woman question”,
nota 12.
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5 Para una crítica de la teoría de la contradicción doble/dual (clase + género), tal como
ha sido propuesta por el grupo francés Théorie Communiste, ver On the “woman
question”, nota 7
alentador. La despolitización de lo general (aquello en lo que la sociedad
está basada) se combina con la ultrapolitización de lo particular (los di-
versos componentes separados del todo). En la actualidad el capitalismo
es visto como una suma de dominaciones.
En fin, lo mejor es hacer un balance de la situación tal como es. Y
como dice Constance hacia el final de su entrevista: la historia nos tiene
reservadas algunas sorpresas, y no todas son desagradables.
Constance Chatterley1
Le fléau social, nro. 5–6, 1974
Introducción
1 Pseudónimo de Gilles Dauvé, también conocido Jean Barrot. El texto fue recuperado,
editado y publicado por Blast & Meor. [N. de T.]
2 Respectivamente, Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y Movimiento de
Liberación de las Mujeres. [N. de T.]
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4 Fábrica de relojes del este de Francia que, en 1973, luego de años de conflictividad fue
ocupada y luego gestionada por sus trabajadores.
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5 Abel Bonard, La danse de mort du sexe autour des couteaux glacés de l’ennui,
págs. 15–19. [N. de E.]
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Sociedad de ghetto
¿Liberación?
Nostalgia de la familia
Proletaria y mujer
Neoleninismo
Derechos y deberes
Reformismo y tragedia
De hecho los periódicos del mlf traducen o traicionan una cierta lucidez
ante estas realidades, por su emoción, su tono patético e incluso trágico
(en el sentido de una contradicción sin solución —por ahora), y esta afir-
mación repetida de que hace falta más que palabras, que hay que actuar.
Sin hacer conjeturas sobre el futuro, donde la evolución del mlf está y
estará determinada por algo que no será ella, no podemos evitar pensar
en aquellas mujeres, como S. Pankhurst u otras, más atrás en el tiempo,
en una época en que no se esperaba ninguna revolución, animadas por
una pasión que se quema a sí misma, devorando su sujeto por no llegar
a su objeto, y luego sin saber dónde existir: ella era… Las organizacio-
nes del mlf (el MLF por ejemplo) escapan de ello ideologizándose y
volviéndose reformistas progresivamente. Terminan por mantener con
«la revolución» la misma relación mistificada que la extrema izquierda
contra la que habían aparecido. Unas veces entran en el reformismo
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Era inevitable que la gran mayoría del mlf evolucionara en este sen-
tido, en ausencia de un impulso revolucionario. Las que rechazan el
reformismo sólo pueden romper con él abandonando las organizaciones
oficiales del mlf, sin cesar por ello de intervenir como puedan, inclusive
en el plano inmediato. El mlf opone el particular al todo: el movimiento
revolucionario no opone el todo a lo particular. No luchamos contra «el
capitalismo» en general. El comunismo no es un maximalismo. No hace
profesión de radicalidad. Teniendo como único enemigo «el capital»,
estas mujeres caerían en la falsa generalidad (política o teórica —por la
abstracción). El capital también es las instituciones y la «vida» a nuestro
lado. Pero la lucha por reformas no tiene sentido revolucionario más que
como experiencia, no por la concesión efímera que arranca.
Con dos guerras mundiales y unas cuantas más, y el totalitarismo en
ascenso, sabemos que el único realismo es la revolución; y que encerrán-
dose en la conquista de reformas cada vez más PLANIFICADAS por el
capital, se refuerza el Estado y las estructuras de encuadramiento (sindi-
catos, partidos, etc.). Vamos a medir la eficacia del «realismo» reformista
comparándolo por ejemplo con los programas del Women Liberation
Workshop en 1970 y de la Women's Emancipation Union en… 1892: tras
80 años de reformismo, todavía estamos esperando la satisfacción de las
reivindicaciones más elementales. El capital concede de todo… excepto
lo que le refuerza en su control social.
¿Y las necesidades inmediatas?, se preguntará. Por todas partes hay
mujeres oprimidas luchando: ¿qué hacer con/por ellas? No se puede dejar
todo al «mañana de la revolución» (Kautsky). Es verdad. Pero la cuestión
de la distancia entre la emancipación real (incluida la emancipación per-
sonal) y la acción que se puede llevar a cabo hoy no sólo se le plantea a las
mujeres. Un nuevo militantismo (en el que esta vez las mujeres lucharían
por la verdadera causa, por la revolución, pero la buena) que disocie la
actividad de los problemas inmediatos, sería tan reaccionario como el
antiguo. La actividad actual supone romper tanto con el militantismo
como con la pasividad complaciente (que esconde un sufrimiento real
bajo una máscara teórica y/o agresiva).
A las mujeres que responden: todo esto está bien, pero ¿qué proponéis?
Sólo se les puede decir: vuestra reacción muestra que para vosotras, una
vez más, el mlf —como otros movimientos para otras personas— ha sido
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Masculino–femenino
En tiempos de Le fléau
Blast & Meor: ¿Entonces fue usted quien escribió en 1974 El complejo
de Diana, el artículo aparecido en el último número del periódico Le
fléau social? ¿Participaba habitualmente en este periódico y en el grupo
que lo animaba, originariamente el grupo 5 del FHAR?8
Constance: Yo no era miembro del FHAR, pero conocía a Alain Fleig, que
era el animador del periódico. Proveniente del FHAR, Fleig posicionaba
con lo que calificaremos, a falta de algo mejor, como la ultraizquierda.
Le fléau social trataba evidentemente de la sexualidad y la homosexuali-
dad, pero a su manera, en un tono que no dejaba de chocar, que era lo
que se buscaba. Se difundieron algunos números con más de diez mil
ejemplares, pero aquello no duró. Cuando salió del FHAR, Alain Fleig
era un aislado. Lo que expresaba Le fléau social era demasiado compli-
cado para la gente.
Su artículo era muy crítico con el MLF, pero sin embargo fue publicado
en un periódico fundado por el FHAR. Hoy esto sorprendería a muchos.
Sí, sin el MLF el FHAR sin duda no habría existido, y sin el FHAR
ciertamente tampoco habría existido Le fléau social, que se separó del
movimiento homosexual que Alain Fleig cnosdieraba demasiado po-
larizado sobre la cuestión sexual… u homosexual. Le fléau se negaba
a considerar al conjunto de «homos» como una comunidad específica
cuyos miembros tendrían intereses comunes y por tanto reivindicaciones
políticas particulares —y de hecho separadas del conjunto del programa
revolucionario, un programa que para Alain Fleig tenía que ser aún
precisado, como por cierto también para mí.
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10 Referencia al libro de Marie-Joseph Bonnet, Adieu les rebelles! [¡Adiós a los rebeldes!]
(publicado en Flammarion en 2014). La autora, antigua miembro del MLF, FHAR y
Gouines Rouges (Tortas Rojas), ha sido atacada por militantes LGTB por sus posiciones
sobre el matrimonio gay y la gestiación subrogada.
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Nadie es más inteligente que su época. Engels dice cosas sobre la homo-
sexualidad que ningún comunista escribiría hoy. En el episodio adúltero
de Marx con su amante Helen Demuth, lo peor sin duda es que su hijo
Frederick jamás fue criado con el resto de hijos de la familia. Algunos
surrealistas no ocultaban que frecuentaban los burdeles. Un siglo más
tarde, se ha vuelto impensable un comportamiento semejante en la gente
que tiene una mínima pretensión de radicalidad. Pero no nos creamos
superiores a ellos. Es absurdo juzgar las prácticas de una época según los
valores que se han convertido en un consenso en la época siguiente. Si
nuestra mirada ha cambiado sobre la sexualidad, la familia y la prostitu-
ción, eso tiene menos que ver con las luchas o con la maduración de las
conciencias que con el declive de la respetabilidad familiar, debido a la
evolución de la familia y de la sociedad. Eso no quiere decir que antes
socialistas, comunistas y anarquistas ignoraran estas cuestiones, pero sólo
un sector, generalmente libertario, comprendía su importancia.
Hoy
Sí, y esa película está basada en hechos reales. Lo que no dice, es que a
cambio de un aumento salarial los obreros tuvieron que aceptar un au-
mento de los ritmos, el trabajo obligatorio en domingo, etc. ¡La obrera
gana el derecho a sufrir lo que sufre el obrero! En Francia, la mitad de
la población llamada activa es femenina. Por supuesto que quiero luchar
por la igualdad, pero jamás será un avance para las mujeres ser tratadas
tan mal como los hombres. El feminismo que yo atacaba en 1974 era el
que tiene como objetivo para las mujeres «corregir la brecha», acceder a
la condición masculina en lo peor que tiene. Y el feminismo que predo-
mina en 2015 apenas hace otra cosa.
Para usted quizá: «a igual trabajo, igual salario»… Yo sigo estando por
la abolición del salariado.
11 We want sex equality: película de Nigel Cole que salió en 2010. [N. de T.]
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12 La manif pour tous, “la manifestación para todos”, es el nombre del conjunto de asociacio-
nes en Francia que organizaron a partir de 2012 una serie de manifestaciones masivas
contra el matrimonio homosexual y la adopción por parte de parejas homosexuales.
Está ligada a organizaciones de derecha y ultraderecha, siendo un abrevadero para el
Frente Nacional con Marine Le Pen. [N. de T.]
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Yo más bien diría que hoy ese es el único tema que moviliza por la causa
de las mujeres. Al ser el feminismo mayoritariamente un movimiento
por la igualdad, una vez que las mujeres se convirtieron en electoras,
directoras de empresa y jefes de Estado, ya no queda más que el aborto
para movilizar aún a la multitud de mujeres (y de hombres) cuando se
ve amenazado, como recientemente en España. Pero yo constato que las
manifestaciones de apoyo en Francia no han desplazado a mucha gente.
Sólo hay un mlf activo (sin mayúsculas) allí donde los derechos de las
mujeres son pisoteados, por supuesto a condición de que puedan luchar,
lo que por cierto es casi imposible en muchos países.
Pero allí donde se han conquistado derechos, o al menos lo parece, en
Francia o en Estados Unidos por ejemplo, parece que un movimiento de
mujeres específico no tiene sentido: como si el éxito aparente del feminis-
mo lo agotara. Son sus victorias, sus conquistas (como se dice hoy), las que
causan su debilidad. Las sucesivas satisfacciones de sus reivindicaciones
le hurta su dinámica, de ahí su despolitización.
No vayamos tan rápido. Sé que usted está a favor de una sociedad sin
trabajo, acaba de decirlo, y llegaremos a ello. Pero las mujeres de 2015
están menos encerradas en un rol que en 1950, en Francia.
13 «Planificación Familiar», organización civil que nace en Francia en 1956 con el fin de
despenalizar el aborto y que continúa existiendo en la actualidad. [N. de T.]
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Todo será siempre más fácil para los hombres. La homosexual no será
nunca «la igual» del homosexual. Una mujer que viva en pareja con
otra mujer será socialmente aceptada a condición de que dé a luz o de
que adopte a un niño. Si no lo hace, no será una mujer «como las otras».
Conozco a padres abiertos, tolerantes y de izquierdas que no tienen
ningún problema con la homosexualidad de su hijo o hija, pero que
desearían nietos, sobre todo de su hija. De hecho, la familia ejerce sobre
la hija lesbiana una presión implícita, pero fuerte. La madre ya no le dice
a su hija que su destino es encontrar un marido: la empuja a rechazar
el no tener un hijo. La culpabilidad siempre está ahí, simplemente ha
cambiado su objeto. Con el fin del patriarcado, la constricción sexual
se vuelve indirecta e insidiosa. La verdadera cuestión nunca ha sido con
quién se hace el amor. La cuestión es la familia.
¿La familia va tan mal como cuando usted escribía sobre ella en 1974?
Es cierto que hay un regreso de la familia, pero ¿es que había desaparecido?
Vivir en concubinato o divorciarse no abole el modelo «papá + mamá +
dos hijos». Se puede apostar que una buena proporción de manifestantes
en la Manif pour tous se divorciarán antes o después: eso no les impide
salir en masa a la calle. Anticuados pero numerosos. «Trabajo, familia,
patria» hacía reír en 1974, pero por cómo se ve el estado del mundo, y
el ascenso de las religiones y del nacionalismo, yo hoy sonreiría menos.
En los progresistas, la tendencia dominante no es suprimir la familia,
sino vivirla de otra forma, con flexibilidad, la familia zen. En eso no hay
divergencias entre mainstream y radicales, conformistas y desfasados. Si
piensa en los años 60–70, esta gente dice: «¡Hemos ganado! La familia
opresiva heteronormativa y patriarcal ha quedado atrás. Viva la familia
reconstituida, homosexual, abierta, etc.»
la desigualdad en el hogar sea menos la regla que antes, con las tareas
domésticas y el cuidado de los hijos mejor repartidos entre los hombres
y las mujeres, cambia muchas cosas pero nada de fondo: las mujeres
continúan atrapadas en su función tradicional de madre, y ven todavía
cómo se les impone un rol dominado y a los hombres… un rol domina-
dor. Mientras que la familia sea la unidad social de base, la dominación
masculina persistirá… atenuada, en el mejor de los casos.
No. Pero como está ahí, como resultado de milenios de historia humana,
se acomoda a ella, se aprovecha de ella, la mantiene y la remodela a su
manera.
No. Para eso habría que imaginar una sociedad compuesta por un flujo
circulante de valores sin soporte material, que habría reducido a los
seres humanos a individuos únicamente intercambistas, un capitalismo
impensable hoy, si no es en la abstracción teórica… o en la ciencia ficción.
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Exit Foucault
14 Pacte Civil de Solidarité, contrato que formaliza desde 1999 en Francia los derechos y
obligaciones de las parejas de hecho. [N. de T.]
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tando ahora el capitalismo (si el término aún sirve) menos el trabajo que
el conjunto de nuestra vida, nuestra afectividad, nuestra energía. Contra
este condicionamiento universal, la solución pasaría por una revuelta un
poco por todos lados: en lugar de una revolución, millones de subversiones.
Estas tesis están aún a la moda cuarenta años después. La derrota de los
proletarios de los años 60–70 ha favorecido por un lado un repliegue sobre
la esfera privada, el consumo individual, el cuerpo, el desarrollo personal,
etc., y por otro lado la búsqueda de nuevas comunidades potencialmente
capaces de cambiar el mundo, gradualmente y con suavidad. Este es el
caldo de cultivo de las filosofías posmodernas. Por escoger, prefiero la
inocente «revolución sexual» de 1970. Nos ponemos exquisitos con Reich,
pero era más claro, es decir: más visiblemente ilusorio.
No lo creo. Para eso la palabra —el concepto— tendría que aportar algo…
pero confieso aquí mi perplejidad.
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¡¿Cómo?!
concierte a todos. Queda por ver qué conjunto se reúne de esta forma.
Y ahí, yo soy escéptico. Hace 40 años me negaba a disolver el problema
de las mujeres en el de las asalariadas. Ahora temo que se hunda a las
mujeres en el género creyendo defenderlas. Es una ilusión creer que el
reconocimiento público u oficial del género beneficiaría por fuerza a la
causa de las mujeres. La sociedad india no es famosa por ser favorable a las
mujeres, y sin embargo se acaba de dar un estatuto legal a los transgénero,
que a partir de ahora no son ni masculinas ni femeninas. Ciertamente,
un progreso para las personas concernidas, pero algo perfectamente
compatible con la dominación masculina.
¿Femino–marxismo?
Eso supondría barricadas por todos los lados… A las teorías que critico les
inspira una voluntad por completo legítima de integrar la reproducción
de los seres humanos en el mecanismo general de la reproducción social.
Queda saber cómo articular ambas.
Ahora bien, la reproducción de la especie humana se hace al interior
de la reproducción social. Una mujer que da a luz no es solo eso, sino
también una madre, con todo lo que impone la maternidad según el país
y la época (muy diferente por ejemplo en Suecia y en Yemen). El acto
biológico de dar a luz es tan social como natural. La reproducción social
determina las condiciones de la reproducción de los seres humanos, lo
cual no quiere decir que la condicione totalmente, ni que la segunda fuera
un simple efecto de la primera. Por tanto, lo que estructura la sociedad
capitalista es la división capital/trabajo asalariado, no la división (real,
por cierto) hombre/mujer.
Si se decide definir las clases con respecto a la reproducción de la especie
humana (por tanto a la reproducción de todo ser humano, sea burgués,
proletario u otra cosa), entonces hay lógicamente una clase de mujeres
y una clase de hombres: al garantizar las mujeres un trabajo (manteni-
miento del hogar, de los hijos, etc.) gratuito del que están exentos los
hombres, aquéllas forman un grupo asimilable a una clase, puesto que
juega un rol específico en la reproducción social. En mi opinión, es a lo
que conduce la revista Lies.15 Si al contrario, como yo pienso, las clases
derivan de relaciones de producción, no hay clase de mujeres, al poder ser
ocupada la función de burgués o de proletario por un hombre o una mujer.
Yo no niego que un grupo (los hombres) domina sobre otro, ni que los
proletarios hombres sacan provecho de ello. La gran burguesa siempre será
discriminada como mujer. Pero no todo tiene el mismo peso en lo que
hace funcionar una sociedad, ni en su revolución. Sólo «emancipándose»
la gran burguesa de su burguesía podrá el comunismo emanciparla del
machismo, y eso no será posible más que mediante la acción de proleta-
rios hombres y mujeres.
Usted quiere una revolución que se apoya sobre la lucha de clases para
superar las clases. Sin embargo, algunos dicen que ya se ha terminado
con la identidad de clase ¡y que es mucho mejor!
Sí, como una simple consecuencia, lo cual vendría solo. Hoy, si el cla-
sismo está de capa caída es en parte porque los proletarios comenzaron
a hacer la crítica del trabajo en los años 70. Es también, y por desgracia
sobre todo, debido a la evolución del capitalismo: nuestra sociedad da
más que nunca al trabajo asalariado un lugar central, siendo incapaz al
mismo tiempo de asalariar a millones de seres humanos. Es una de las
causas mayores de la crisis del movimiento obrero. Ahora bien, antes
la identidad obrera polarizaba a su alrededor un conjunto de intereses
y de combates específicos, especialmente de mujeres, no sin conflictos,
rechazos y menosprecios por supuesto. El estallido de la identidad ligada
al trabajo, en particular obrero, tuvo como efecto liberar identidades que
han cesado de depender del mundo del trabajo y de deber definirse en
relación al él, incluso contra él. Nuestro tiempo es el de la competición
y del crecimiento de identidades huérfanas del eje central en torno al
cual se suponía que gravitaban. Cada uno se repliega sobre un grupo que
sirve de comunidad de sustitución.
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Pero la comunidad gay es bien real. Igual que, de forma muy minori-
taria también, un real movimiento LGTB…
16 Female to Male, Male + Female, Male to Female, Male to Neutrois [N. de T.]
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¿Qué hacer?
Usted critica todo, pero ¿qué propone? ¿Ve un cambio posible, y cómo?
17 Lanzacohetes de origen soviético habitualmente usado por los kurdos en su lucha
armada [N. de T.]
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Así es.
ese momento sólo puede ser provisional. Hacer de ello un hábito (o peor
aún, un principio) sería perpetuar la separación.
El paralelismo que se hace a menudo con el movimiento negro para
justificar el carácter no–mixto se vuelve en favor de lo mixto. Cuando
se organizaron y actuaron únicamente entre negros, los negros dieron
prioridad a las actividades que concernían a la cuestión negro/blanco. Era
previsible, y por cierto deseado por una parte de los negros: queriendo
preservar su especificidad, se perpetúa una barrera. Aplicada por mujeres,
lo no–mixto se cree la mejor forma de escapar a la posición dominante
de opresores masculinos que, en un grupo mixto, mantendrían a pesar de
ellos su poder sobre las mujeres, pese a ellas, inferiorizadas. El hombre es
considerado como un enemigo… susceptible de volverse un aliado. Lo
pienso a la inversa: lo que hombres y mujeres comparten como interés,
acción y proyecto, es más importante que lo que las mujeres tienen en
común entre ellas, y los hombres en común entre ellos. Las mujeres
no serán emancipadas por los hombres, pero tampoco por fuera de los
hombres, solamente con ellos y al mismo tiempo que ellos.
Regularmente, con la organización de debates, discusiones o manifes-
taciones no–mixtas, se plantea la cuestión de las categorías «admitidas».
Los trans hacen parte de ellas, pero no siempre, ¿por qué? Eso nos lleva
a demasiadas demarcaciones sutiles entre categorías, lo que acabamos de
hablar. Lo que voy a decir parecerá cruel: si las personas que aspiran a ser
radicales no se sienten ya capaces de evitar hoy, en sus propias reuniones,
que los hombres no se impongan, me pregunto cómo pueden esperar
hacerlo mañana en una revolución. ¿Llevar puntualmente un FAMAS18
hará el debate más fácil?
En cuanto a una futura revolución, necesitará una autoorganización
de mujeres tal que cuesta imaginar que se mantengan indefinidamente
separadas, paralelas a los hombres proletarios, como si las mujeres tuvieran
que encontrarse mucho tiempo entre ellas, reforzarse, a la manera de una
deportista que ganara músculo antes de afrontar al adversario. Eso supone
reducir la supresión de la dominación masculina al enfrentamiento entre
dos bloques. Por cierto, de su lado, dejados a sí mismos, ¿no correrían el
18 Fusil de asalto del ejército francés, denominado por el acrónimo de Fusil d'Assaut de
la Manufacture d'Armes de St-Étienne.
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Tenemos que ser claros. Hasta que llegue un nuevo orden, y probablemente
durante un buen tiempo, una parte de los seres humanos (llamémosles
las mujeres) nacen con un útero que les da la posibilidad de llevar y dar
a luz a niños. Otros (llamémosles los hombres) nacen sin esta posibili-
dad. Sé que está mal, pero hagamos abstracción unos segundos de los
hermafroditas y de los trans. Entre lo que llamo, por simplificar, hombres
y mujeres, hay una diferencia digamos biológica, que evita la palabra
«natural». Sobre esta diferencia, hasta ahora y un poco por todas partes,
han construido las sociedades la dominación masculina. Toda la cuestión
reside en saber si esta diferencia supone obligatoriamente una jerarquía.
Algunas feministas ven la causa de la dominación masculina en el hecho
de tener hijos o de poder tenerlos. La inferiorización de la mujer derivaría
de la maternidad, con todo lo que la acompaña. Si fuera verdad, la mujer
estaría abocada a una eterna sumisión. Como en la Biblia: los hombres
están condenados a trabajar y las mujer a dar a luz con dolor a sus hijos,
es bien conocido, pero se olvida que Dios agrega: «tu deseo será para tu
marido, y él tendrá dominio sobre ti».
Conclusión: o bien habría que resignarse, o las mujeres no deberían
volver a ser madres. El día en que la técnica permitiera que los hijos ya
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no salgan de una mujer, y sólo ese día, podría cesar la dominación mas-
culina. Terminada la maternidad, todo sucedería en el laboratorio… ¡No
hay palabras suficientemente duras! Y tenemos razón contra el culto a la
ciencia, la huida hacia adelante tecnológica, el poder de los expertos, la ar-
tificialización de la vida, el control del cuerpo femenino por la medicina…
y se espera la solución de una prestación Hi–Tech quirúrgico–química.
Me aflige que el feminismo, y el más radical también, pueda llegar a eso.
¿Y mientras tanto?
Está siendo muy vago y no cita los nombres de los grupos y autores
que critica. Ellos se reconocerán en lo que dice, sin duda, pero al lector
le costará algo más. ¡En 1974 era más polémico!
¿Y es el momento?
Le imagino leyendo y escribiendo sin cesar, sin salir más que raramente
de su despacho, delante de un ordenador, en medio de pilas de libros
llenas de polvo.
Nuestra época se expresa al menos tanto en las pantallas que en sus ela-
boraciones teóricas. La Internacional Situacionista lo comprendía bien.
Para permanecer en el tema de la entrevista, lo que muestra el cine es que
no solo a nuestro tiempo le cuesta afrontar la sexualidad, eso es evidente,
sino que también le cuesta representársela.
Sí, pero no todos los días. Los artículos de Le fléau social estaban firmados
con pseudónimos extravagantes o provocadores. Mi elección fue más
literaria, y el azar tuvo su parte. Acababa de leer D. H. Lawrence, un
personaje no muy simpático por cierto. En el libro, el nombre se abrevia
en «Connie»: Constance me pareció más bonito. Si hubiera leído un poco
antes Violette Leduc o Unica Zürn… Hoy escogería quizá Zoë Lund.
Debo de sentir una atracción hacia la mujer enérgica de vida medio rota,
algo que yo mismo no soy.
¿Malas intenciones?
La “cuestión sexual” es uno de los dilemas que han estado rondando sobre
el pensamiento radical durante más de un siglo. Como sólo queremos
sugerir un marco teórico, quedarán excluidos bastantes aspectos. Entre
otras cosas, no vamos a investigar los orígenes ni el pasado de las rela-
ciones hombre–mujer, sino en lo que se han convertido en el modo de
producción capitalista, y nos centraremos en sus formas más “modernas”.
Aunque el capitalismo no es ciertamente la causa de la subordinación de
las mujeres —que la precede por milenios— hoy es el sistema capitalista
el que perpetúa esta sujeción, que sólo puede ser abordada y combatida
en su forma capitalista, es decir, reproducida por el trabajo asalariado y
la propiedad privada.
Como se desprende de este ensayo, no consideramos la relación entre
los sexos como el motor de la historia, ni pensamos que la “cuestión de
la mujer” podría traer la revelación tan esperada, la pieza faltante del
rompecabezas revolucionario teórico (y práctico).
Una sociedad gobernada por el trabajo tiende a priorizar a los seres huma-
nos según su posición en el mundo del trabajo, en la producción —más
concretamente en la producción que “cuenta”—, en ambos sentidos de
la palabra: es tomada en cuenta y socialmente privilegiada: produce valor
por el trabajo, mediante el trabajo asalariado.
Como producción es el párrafo anterior, la palabra trabajo requiere
aclaración. Por “trabajo” no nos referimos al hecho de actuar sobre algo
para transformarlo: trabajando en el jardín, trabajando en una partitura
en el piano en la sala de estar, ejercitando (trabajando el cuerpo), traba-
jando en la madera por placer, etc. Tampoco definimos trabajo por el
hecho de que se hace bajo coacción. El trabajo asalariado es ciertamente
lo opuesto a una actividad libre: trabajamos porque nos vemos obligados
a ganar dinero como medio de vida, y cada hora que pasamos en el ta-
ller, al volante de un camión o en la oficina se desarrolla bajo el control
de un jefe. Pero esta sumisión tiene un propósito: asegura que nuestro
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Control socializado
¿Democracia en la familia?
Feminismo
Victoria amarga
A pesar del hecho de que siempre ha habido resistencia entre las mujeres,
no fue hasta el capitalismo que surgió un movimiento feminista, porque
el sistema capitalista trae una contradicción hasta ahora desconocida:
Aunque la subordinación persistente de las mujeres permite que
muchas de ellas reciban menos remuneraciones y sean agrupadas en
empleos poco cualificados y subvalorados, su entrada masiva al merca-
do de trabajo las coloca junto a los asalariados masculinos y los alienta
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Sexo y revolución
Notas
I – Casi todos los artículos de Fléau Social fueron firmados bajo alias
imaginarios, y elegí “Constance Chatterley”. En aquellos días sin preo-
cupaciones, ningún hombre o mujer en el pequeño círculo de amigos
de la revista tenía objeciones a que un varón personificara a una mujer,
incluso para criticar al feminismo. Los tiempos han cambiado … Los
debates sobre el feminismo tienen lugar en una atmósfera muy cargada.
Nadie escapará a las campañas de apuntar y avergonzar. Por lo tanto,
“cuando estoy enojado me vuelvo muy tranquilo, y muy lúcido.” (Louise
Doughty, Dance With Me, 1996).
VIII – Las sufragistas luchaban por derechos políticos iguales. Aquellos que,
como Sylvia Pankhurst, fueron más allá de las exigencias democráticas
y se volvieron radicales hasta el punto de llegar a ser comunistas, sólo lo
hicieron moviéndose a un terreno social y político diferente, por ejemplo,
oponiéndose a la unidad patriótica de clases en 1914. Para S. Pankhurst
y sus camaradas, la actividad democrática (lucha por el derecho de voto
de las mujeres) en el East End de Londres resultó en involucrarse cada
vez más en las luchas de la clase obrera, luego en unirse al movimiento
socialista y fundar el primer partido comunista de Gran Bretaña.
En la situación muy diferente de la agitación social de los años 70, las
mujeres trabajadoras que luchaban por la igualdad en el trabajo y en la
vida cotidiana cruzaron brevemente el camino con las mujeres de clase
media que luchaban contra la subordinación femenina. La convergencia
no sobrevivió al retroceso del movimiento, sino que da una idea de las
capacidades de una oleada social de gran alcance cuando comienza a
romper las barreras sociológicas.
XII – ¿No falta algo? ¿El género? «¡No dijiste una palabra sobre género!»,
algunos lectores objetaran. Es verdad, y esa ausencia será motivo suficiente
para anular muchas de estas ideas en ciertos círculos. No he seguido el
protócolo de conceptos.
El género se ha convertido sin duda en una palabra clave, pero la
cuestión es que puertas abre.
«Género» presenta una distinción. Sexo significa el pene o la vagina
como una realidad biológica causada desde el nacimiento. El género es
lo que la sociedad hace de ese pene o esa vagina. Hasta este momento,
en general, la sociedad ha forzado al del pene a vivir de cierta forma, y
al de la vagina en una completamente distinta. Ahora, según nos han
dicho, distinguir entre sexo y género nos permitirá escapar de los roles
prefijados. El género es el sexo social, restingido hoy, liberado mañana.
Considero que nuestra época ha inventado el concepto de género para
racionalizar un problema que es incapaz de abordar.
Como explicamos en este texto, la presión milenaria sobre las mujeres
para ser madres y vivir una vida doméstica esta fuera de sintonía con el
104 | Gilles Dauvé
Prólogo r 7
Introducción r 13
El feminismo ilustrado r 17
o el complejo de Diana