Terapia Familiar Con Adolescentes PDF

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TERAPIA FAMILIAR CON ADOLECENTES1

El enfoque de terapia familiar para el tratamiento de los adolescentes con problemas creado
por Fishman tiene gran vigencia dentro de la sociedad occidental actual en la cual la etapa de la
adolescencia presenta una duración imprecisa, ya que la educación más larga y una maduración
sexual temprana han dado lugar a una fase prolongada de madurez física asociada a una
dependencia económica y psicosocial.

Fishman (1990) estima que la terapia familiar sistémica es un enfoque adecuado para
ayudar a los adolescentes y a sus familias a superar los problemas que entraña enfrentarse a una
difícil etapa del ciclo vital como es la adolescencia. La familia es el principal contexto en el que se
desarrolla el adolescente, si este contexto cambia, cada miembro del sistema familiar podrá
―desplegar‖ nuevas pautas de conducta más funcionales. Por consiguiente, este enfoque terapéutico
no contempla a la familia como un estorbo externo de que el terapeuta deba desembarazarse, sino
como un recurso que es preciso potenciar para facilitar el restablecimiento del adolescente.

PROBLEMAS QUE SE ENFRENTAN EN LA ADOLESCENCIA

La búsqueda de la propia identidad, el logro de una adecuada competencia social, la


renuncia al narcisismo y la separación paulatina de su familia son los principales problemas que
debe afrontar el sujeto durante la adolescencia (Fishman 1990).

A. TERAPIA FAMILIAR CON ADOLESCENTES

A.1. BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD


El adolescente busca su identidad dentro de un contexto familiar —y social— en el que los
demás miembros de la familia también están adaptándose a una nueva etapa de su ciclo vital. A
diferencia de las concepciones tradicionales, para las que la adolescencia implica la ruptura del
vínculo padre-hijo, la terapia familiar sistémica promueve una gradual renegociación de ese vínculo
desde la autoridad ―asimétrica‖ de la niñez hacia una reciprocidad en la edad adulta. La meta
terapéutica no es que el chico huya del hogar, sino que salga de él y que al hacerlo mantenga una
relación adecuadamente protectora para ambas generaciones (Grotevant y Cooper, 1985). Por esta
razón, en el tratamiento de un adolescente con problemas, el terapeuta observa las interacciones
familiares que se manifiesten en la sesión y afianza el proceso de formación de la identidad de los
integrantes de la familia, fomentando la negociación entre la generación de los padres y la
generación de los hijos para crear relaciones flexibles.

A.2. COMPETENCIA SOCIAL


La familia permite aprender y mantener reglas de interacción social adecuadas o
inadecuadas, que se generalizan más tarde a las situaciones externas. Sin embargo, también los
sistemas sociales que rodean a la familia-colegio, amigos, comunidad y lugar de trabajo —pueden

1 Inmaculada Ochoa de Alda (1995). Enfoques en terapia familiar sistémica. Barcelona. Editorial Herder. Cap. 9. págs.
contribuir a generar o mantener pautas conductuales funcionales o no funcionales. En consecuencia,
ante la presencia de un síntoma en un adolescente conviene abordar —siempre que se crea
necesario— no sólo los patrones familiares de interacción, sino también los sociales, interviniendo
en el medio externo para corregir patrones disfuncionales que a su vez afectan al sistema familiar.

A.3. NARCISISMO ADOLESCENTE


El adolescente se caracteriza por considerarse el centro de atención familiar. Cuando
presenta conductas problemáticas, el narcisismo propio de esta edad le hace sentirse omnipotente,
de tal forma que juzga innecesario adaptarse a las realidades sociales. El muchacho únicamente se
ve obligado a cambiar cuando experimenta la necesidad de valerse por sí mismo, sin el constante
apoyo de sus progenitores que refuerzan así inadvertidamente sus conductas inadecuadas. Por ello,
para lograr que madure es imprescindible hacerle abandonar ese narcisismo, creando una crisis
existencial mediante la experiencia de distanciamiento de sus padres.

A.4. SEPARACIÓN
El terapeuta debe ayudar a todos los integrantes de la familia a conseguir una separación
sin alienación, para lo cual primero deben alejarse gradualmente y luego volver a conectarse a partir
de un nuevo tipo de relación más igualitaria.

B. EVALUACIÓN
La evaluación recoge los presupuestos básicos de la terapia estructural (véase capitulo 8),
cuya gestación también ha contribuido el propio Fishman en colaboración directa con Minuchin de
quien se considera discípulo. Lógicamente al centrarse en los problemas ocasionados en o por
sujetos adolescentes, dichos presupuestos se aplican al momento evolutivo en que los hijos
comienzan a emanciparse del hogar paterno.

B.1. ELEMENTOS DE EVALUACIÓN


Las principales variables que se tienen en cuenta son: el grado de adaptación a la etapa del
ciclo evolutivo en la que los hijos empiezan a alejarse de sus padres, la historia individual y familiar,
la estructura de la familia, los patrones de interacción familiar disfuncionales, así como las relaciones
con el grupo de amigos y con las instituciones.

B.1.2. HISTORIA INDIVIDUAL Y FAMILIAR


Los antecedentes históricos permiten conocer la cronicidad y gravedad del problema.
Primeramente, se debe recoger información sobre acontecimientos importantes en la historia familiar
como la muerte, divorcio, o enfermedad de alguno de sus miembros, quiebras económicas, etc. En
segundo lugar, se pregunta en torno al problema que motiva la consulta: en qué consiste, cuándo y
cómo surgió, y de qué forma han tratado de resorberlo. Finalmente, antes de comenzar el
tratamiento psicológico se debe investigar la posible presencia de factores biológicos. Por otro lado,
no conviene olvidar que la historia relatada por la familia refleja una realidad selectiva, ya que se
evocan hechos del pasado conectados con preocupaciones y problemas actuales. En cualquier
caso, una vez evaluada la gravedad y cronicidad de la conducta problemática, el tratamiento se
orientará a trabajar sobre el momento presente, es decir, sobre el aquí y ahora.

B.1.3. ESTRUCTURA
La estructura comprende pautas transaccionales relativamente duraderas. Dichas pautas
ordenan y organizan los subsistemas familiares en relaciones más menos constantes —alianzas y
coaliciones— que cambian paulatinamente según la etapa evolutiva que atraviesa el sistema
familiar. Con objeto de conocer la estructura el terapeuta evalúa: las habilidades de los integrantes
del grupo familiar para enfrentar las correspondientes tareas del inicio de la emancipación; las
transacciones que manifiestan en su presencia; el tipo de limites entre los subsistemas; el reparto
del poder; la disponibilidad familiar para el cambio; los factores generadores de estrés; así como las
fuentes de apoyo y recursos intra y extrafamiliares.

B.1.4. PROCESO
El término ―proceso‖ designa una secuencia de conductas discreta y limitada en tiempo, que
constituye una transacción. Por ejemplo, en un proceso de decisión familiar, el terapeuta puede
observar que el padre hace determinada propuesta, el hijo mayor se opone y la madre se pronuncia
en apoyo de su hijo. Un acuerdo madre-hijo de este tipo puede tener suficiente fuerza y suscitarse
de forma reiterada. Cuando un proceso perdura en el tiempo, adquiere el estatuto de estructura de
forma que el ejemplo anterior ilustraría una estructura de coalición madre-hijo en contra del padre y
no sólo un proceso ocasional (Fishman, 1990).

Antes de evaluar cuáles son los patrones disfuncionales que caracterizan a la familia que
acude a consulta, el terapeuta debe identificar qué individuos o fuerzas sociales están manteniendo
la conducta sintomática.

Con objeto de evaluar el sistema familiar, el terapeuta ―coparticipa‖ con la familia


experimentando los patrones de interacción que despliegan sus miembros en la propia entrevista,
tras lo cual debe ―desligarse‖. Es de vital importancia que no se deje atrapar por la dinámica familiar
y recupere su capacidad terapéutica, así introducir un cambio en la estructura de la familia. Los
patrones conductuales que conllevan una patología pueden clasificarse en las categorías de
evitación del conflicto, cismogénesis simétrica o complementaria, intrincación, rigidez y
sobreprotección (Fishman, 1990). Sin embargo, las mencionadas categorías no son mutuamente
excluyentes. Muchas familias que exhiben patrones de intrincación, rigidez y sobreprotección
tampoco enfrentan directamente el conflicto, siendo incapaces de confrontar diferencias y negociar
soluciones satisfactorias a sus problemas. Seguidamente descubrimos en qué consiste cada uno de
los patrones disfuncionales:

Evitación del conflicto. Las familias con un miembro sintomático normalmente toman
medidas que les permitan ―esquivar‖ la confrontación, evitando reconocer el conflicto. La evitación
difiere dela dispersión en que el segundo término se utiliza para describir para describir lo que
realmente puede suceder durante una sesión, es decir, que cuando crece la tensión entre dos
personas, una tercera actúa para reducir esa tensión desviando el enfrentamiento.
Cismogénesis simétrica y complementaria. La cismogénesis simétrica se refiere a las
secuencias de interacciones en escalada, basadas en la competitividad, que conducen a un cisma.
En su forma complementaria, este patrón aparece como una serie de conductas recíprocamente
ajustadas, en las que una persona adopta siempre una posición superior y la otra una posición
siempre inferior.
Intrincación. El patrón de intrincación familiar se caracteriza fundamentalmente por una
extrema proximidad e intensidad en las interacciones, es decir, por unos límites insuficientemente
diferenciados entre los miembros de la familia que conducen a una falta de distinciones apropiadas
en las percepciones que tienen uno de otros y de sí mismos. Esta involucración extrema dificulta
notablemente no sólo el proceso de formación de identidad individual y familiar, sino también el logro
de una adecuada emancipación del joven con respecto a su familia de origen.
Rigidez. Consiste en la incapacidad del sistema familiar para abandonar el statu que cuando
las circunstancias parecen indicar la necesidad de un cambio y, por tanto, conduce al estancamiento
del desarrollo evolutivo. La rigidez hace que la familia se ancle en antiguos patrones, que eran
adecuados para etapas anteriores del ciclo, pero no para la que ha de ―atravesar‖ en el momento
presente.
Sobreprotección. El patrón disfuncional de sobreprotección se observa cuando existe una
preocupación exagerada de los integrantes de la familia entre sí, lo cual impide que el adolescente
desarro0.lle su competencia y autonomía para satisfacer las necesidades propias de su edad.

C. TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
Nuevamente los recursos técnicos para promover el cambio corresponden a la modalidad de
intervención del enfoque de terapia estructural, y se apoyan en la estrategia descrita por la terapia
estratégica de Haley (véase capítulos 10 y 11) de unir a los progenitores para que ayuden a su hijo a
superar el problema. Se trata de conseguir un cambio ―in situ‖, durante la propia entrevista,
fundamentalmente a través de: técnicas reestructurantes como la fijación de límites y el desequilibrio
de las jerarquías familiares, y técnicas cognitivas como el reencuadre y la connotación positiva,
dirigida a resaltar los aspectos positivos y componentes de los integrantes del grupo familiar. Por
otro lado, es esencial que el mensaje que el terapeuta transmite a la familia cobre la suficiente
intensidad para alertar las pautas disfuncionales y promover otras nuevas más adecuadas.

C.1. ESCENIFICACIÓN
La escenificación se desarrolla en tres pasos. En primer lugar, el terapeuta observa las
transacciones espontáneas de la familia y decide en qué aspectos disfuncionales se va centrar.
Después, hace que los miembros de grupo familiar representen el proceso ―patológico‖ en su
presencia. Posteriormente, cuestiona mediante el desafío los patrones disfuncionales —y si es
necesario los intensifica— hasta que emergen otros más funcionales, activando así el cambio
terapéutico.

C.2. ESTABLECIMIENTO DE LÍMITES


Deben establecerse límites claros entre el subsistema parental y el subsistema filial, que
además sea lo bastante flexible para facilitar el crecimiento del adolescente. Cuando los límites sean
demasiado rígidos el terapeuta deberá hacerlos más permeables, de manera que los padres aporten
el apoyo necesario para que el muchacho se vaya independizando de un marco de cierta seguridad.
La finalidad de la terapia es reemplazar los patrones disfuncionales por otros más apropiados que
permitan la emancipación del hijo. Para ello, el terapeuta impide la vigencia de patrones triangulares
basados en coaliciones intergeneracionales o en la utilización del muchacho como ―chivo expiatorio‖
de los problemas de sus progenitores, de forma que desaparezca el patrón de evitación del posible
conflicto conyugal a través del adolescente sintomático. La instauración de límites normales evita la
presencia de la intrincación y sobreprotección excesivas que caracterizan a los límites porosos.

C.3. DESEQUILIBRIO
El terapeuta cuestiona y cambia la organización familiar incorporándose al sistema y
actuando en apoyo de un sólo individuo o subsistema. Esta técnica requiere una gran habilidad de
parte terapeuta quien tiene que moverse en los dos bandos, aliándose alternativamente con el chico
y con los padres, sin desautorizar a los últimos. De este modo, los miembros de la familia pueden
explorar nuevas posibilidades de funcionamiento personal e interpersonal, al ampliar el repertorio
conductual con patrones más funcionales, resolver el problema.

C.4. REENCUADRE
Se enmarcan de forma diferente las experiencias individuales e interpersonales de los
componentes de la familia. El objetivo es producir no sólo un cambio cognitivo sino también patrones
interacciónales diferentes, es decir, un cambio conductual. La terapia no se fundamenta en el mero
hecho de hablar de los problemas, sino en promover nuevas formas de actuación dentro de la
entrevista, que luego se intentan consolidar a través de tareas para realizar fuera de la sesión. En
este sentido, el cambio cognitivo se considera una ayuda necesaria para producir el cambio
conductual.

C.5. INTENSIDAD
Con objeto de provocar un cambio, el terapeuta debe transmitir su mensaje de forma que el
sistema lo comprenda, y únicamente puede estar seguro de que los integrantes de la familia lo ha
recibido cuando manifiestan patrones conductuales diferentes. La exageración y ridiculización de las
pautas disfuncionales, así como la repetición de los mensajes terapéuticos son recursos necesarios
para romper la homeostasis familiar y lograr el cambio.

A partir de este punto y hasta el final del capítulo describiremos el tratamiento aconsejado en
casos de delincuencia, fuga del hogar, violencia familiar, incesto, intentos de suicidio, discapacidad
mental o física y problemas de adolescentes que viven en una familia uniparental. El procedimiento
se basa en la utilización de técnicas provenientes de la terapia estructural (véase capítulo 8) y del
tratamiento recomendado por Haley para adolescentes con problemas de esquizofrenia,
delincuencia y drogadicción (véase capítulo 11). Al igual que este último, Fishman emplea en
algunos de los problemas una estrategia consistente en otorgar el poder a los padres, que deben
establecer conjuntamente las reglas que van a regir la vida del adolescente en el hogar, y en facilitar
una adecuada negociación posterior entre los progenitores y el hijo.
TRATAMIENTO DEL ADOLESCENTE DELINCUENTE
En los últimos treinta años, la familia se ha convertido en una institución inestable y como
consecuencia el adolescente recurre más a sus amigos y hermanos, estando muy influido por
ambos. En este sentido se ha constatado que en las familias con hijos delincuentes se produce una
renuncia a la autoridad parental y el subsistema fraterno se vuelve más poderoso Minuchin y cols.,
1967). A menudo, los padres son ineficaces no porque se sientan incómodos al ejercer su
autoridad, sino porque hay un patrón crónico de desacuerdo entre ellos que debilita su poder
ejecutivo. La división también puede darse entre un progenitor y un abuelo, o entre el organismo de
asistencia social y tribunal de justicia que están a cargo del adolescente (Fishman 1990). El objetivo
terapéutico es cambiar las relaciones perturbadas entre los progenitores y el hijo y abordar los
efectos de un sistema extremo que contribuye a mantener la conducta delictiva.

D.1. Objetivos terapéuticos


Mediante el tratamiento del delincuente y de su familia se trata de eliminar el narcisismo del
adolescente y de devolver el poder a los padres para que controlen eficazmente el problema de su
hijo.

D.1.1. Eliminar el narcisismo del adolescente


El delincuente no asume la responsabilidad de su conducta delictiva. Si lo cogen cometiendo
alguna infracción, se limita a decirse a sí mismo: ―Salió mal, pero la próxima vez no me atraparán‖
(Fishman 1990). Por otro lado, se observa con frecuencia que las figuras parentales mantienen el
comportamiento reprobable del adolescente al desculpabilizarlo en mayor o menor medida. Sin
embargo, no hay que olvidar que las personas sólo se vuelven competentes cuando se cuestiona y
se destruye su narcisismo infantil, que les dice que siempre serán protegidos. Por esta razón la meta
terapéutica es crear una crisis existencial en el muchacho, para hacerle comprender que él es
responsable de su vida y que para salir adelante deberá apoyarse exclusivamente en su propio
esfuerzo.

D.1.2. Fortalecer la jerarquía del sistema parental


Desde un principio se debe incluir a todos los miembros significativos del sistema que
envuelve al delincuente. El mundo de sus amigos puede poner al descubierto la vitalidad y las
emociones que obtiene el adolescente de la delincuencia. Dicho contexto exterior actúa
negativamente manteniendo y potenciando la conducta delictiva, pero también puede ser el medio
donde el muchacho despliega ciertas facetas positivas que habrá que introducir en el sistema
familiar.

La intervención intentará fortalecer la jerarquía parental para contrarrestar y regular la


influencia de los amigos. En este sentido, es importante que los padres ayuden a su hijo a encontrar
un contexto extrafamiliar que refuerce las facetas no delincuentes, impidiendo el contacto con
aquellos sectores que favorezcan el comportamiento delictivo. Asimismo, no se les permite que
utilicen la conducta problemática del hijo para evitar sus conflictos como parejas. Por ello, es preciso
disipar la creencia paterna de que la firmeza por separado es la respuesta del problema ya que en
realidad, la delincuencia se fomenta por la tendencia a tomar decisiones de forma independiente. La
verdadera solución radica en que ambos estrechen filas y se muestren fuertes como pareja para
conseguir que su hijo se comporte de forma responsable y acate las reglas familiares y
extrafamiliares (Fishman, 1990). Por consiguiente, se debe instar a los progenitores a que valoren la
gravedad de las conductas delictivas y a que ninguno reaccione ante ellas de forma benévola o
transigente.

El terapeuta debe tener en cuenta la habilidad del adolescente para manipular a los padres,
amenazándoles con no volver a casa si se muestran firmes al imponer formas de conducta.
Entonces invertirá la amenaza planteando que el hijo podrá regresar al hogar sólo cuando se
comporte de forma apropiada e impedirá que asuma el control, pero cuidando de no cerrarle todas
las puertas. El propósito no es meramente devolver la autoridad a los padres, sino hacerlo de tal
modo que impulsen a su hijo a ganarse el derecho de volver la familia. Al suministrar los medios de
enmendarse –obedeciendo las reglas formuladas por los progenitores- se promueve el proceso de
expiación, ya que el adolescente tiene que negociar el precio de pertenecer al sistema familiar
cumpliendo las normas acordadas (Fishman, 1990).

TRATAMIENTO DE ADOLESCENTE FUGITIVO


Las familias de los adolescentes fugitivos muestran un gran número de rupturas y
situaciones angustiosas como muerte, divorcio y separación. Los chicos que huyen del hogar suelen
ser víctimas de castigos físicos, progenitores alcohólicos, peleas recurrentes entre padres separados
o divorciados, y han tenido que sufrir la experiencia negativa del desempleo prolongado del padre.

El terapeuta tiene que distinguir los problemas parentales de los del adolescente, ya que en
estas familias se suele observar un patrón de evitación del conflicto a través del hijo sintomático. Su
cometido es mantener a los progenitores en la posición directiva que les corresponde –evitando que
triangulen con el chico- y al mismo tiempo capacitarlos para que ofrezcan opciones al hijo. Si los
padres creen que la solución estriba únicamente en ponerse severos, la terapia será improductiva.
El objetivo terapéutico es ayudarles a adquirir firmeza y simultáneamente a suministrar nuevas
posibilidades.

E.1. Objetivos terapéuticos


Las metas del tratamiento de la familia cuyo hijo se ha fugado de casa son: generar
opciones en el sistema familiar y entrenar a los progenitores en habilidades parentales y en
habilidades de negociación. Con ello se consigue flexibilizar la autoridad paterna, de modo que los
padres sean firmes y al mismo tiempo tengan en cuenta las peticiones del muchacho.

E.1.1. Crear opciones


El adolescente que huye de su hogar no ve otra solución que escaparse de un sistema
familiar rígido e inflexible. Por consiguiente, se hace preciso iniciar una terapia de negociación para
proporcionar opciones que permitan al chico y a sus padres encarar los problemas del desarrollo
individual y familiar. Únicamente a través de una negociación entre los progenitores y el
adolescente, en la cual el terapeuta necesariamente tendrá que apoyar a las dos partes, se
resolverán aspectos disfuncionales del sistema que impiden el crecimiento del adolescente dentro
de su seno. El objetivo primordial es dotar al hijo de un ambiente adecuado que no lleve a huir, sino
que lo capacite para una emancipación que proteja adecuadamente a ambas generaciones. Para
lograrlo, inicialmente el terapeuta debe abordar los recelos existentes en la familia, ya que por una
parte, el temor de lo que pueda hacer el chico incapacita a sus progenitores y los vuelve ineficaces
y, por otra, el miedo a los actos parentales frustra o atemoriza al hijo obligándole a huir.
E.1.2. Ayudar a los padres a ser directivos y hacer participar al adolescente
En este tipo de problemáticas se observa que los padres suelen turnarse en la
sobreprotección del adolescente, reaccionando alternativamente con firmeza y con condescendencia
ante su fuga. La meta terapéutica es que los progenitores se vuelvan directivos –firmes y flexibles-
de tal modo que ejerzan su autoridad de una forma más equilibrada. Para ello, el terapeuta inicia
una negociación que incluye dos fases. La primera consiste en ayudar a los adultos a negociar entre
sí, en presencia de los hijos, hasta que lleguen a un acuerdo sobre los criterios que adoptarán con el
adolescente. La segunda fase comprende una negociación entre los dos padres –que ahora tomarán
conjuntamente las decisiones- y su hijo. Cualquier confusión respecto a esta secuencia de
negociación puede paralizar la terapia (Fishman, 1990).

En ocasiones, el trabajo con la familia de un adolescente fugitivo puede ser engañoso, ya


que aunque los participantes hablen como si quisieran negociar, es posible que lo que realmente
intente cada uno es que se le reconozca como el ―buen‖ negociador.

TRATAMIENTO DE LA FAMILIA VIOLENTA


Se considera que uno de los principales desencadenantes del maltrato es la tensión
existente dentro de la familia y en comunidad circundante (Mrazek y Mrazek, 1985). Además en los
sistemas familiares violentos suele suceder que quienes cometen los actos de violencia se ven a sí
mismos como víctima de la agresión (Minunchin, 1984).

Los episodios de violencia se pueden conceptuar como un problema de invasión de límites.


Por tanto, el terapeuta ha de reorganizar las reglas familiares en torno a límites claros y flexibles,
que posibiliten el crecimiento y una relación sana entre los componentes de la familia.

F.1. Objetivos terapéuticos


El tratamiento de las familias violentas exige primeramente que el terapeuta sea cauto y no
se precipite a cambiar determinados patrones que por momentos son adaptativos. En segundo
lugar, debe insistir en la necesidad de cambios conductuales y proteger a los miembros maltratados
en caso de que los episodios de violencia no hayan desaparecido. Los cambios tienen que alterar
las coaliciones intergeneracionales que a lo largo plazo conducen a una tensión y a un conflicto
mayores, y los patrones de cismogénesis simétrica o complementaria. Finalmente, es necesario
conseguir que aparezca una mayor consideración y respeto entre los miembros del sistema familiar,
lo cual será posible a medida que los límites entre los subsistemas se hagan más precisos y los
padres se apoyen entre sí.

F.1.1. No hacer daño


En estas familias el terapeuta corre el riesgo de desactivar involuntariamente un patrón
aparentemente disfuncional, que en realidad es funcional en algunas ocasiones. Se debe proceder
con cuidado y buscar un cambio paulatino en algunos aspectos. Más tarde, cuando se haya logrado
una estructura mejor adaptada, el terapeuta intervendrá para volverlo más normal. Por ejemplo,
puede existir una coalición entre madre e hijo en contra de un padre violento que es necesario
atenuar, pero hay momentos en que la madre requiere contar con la ayuda de su hijo para
defenderse del padre (Fishman, 1990). Lo correcto sería animar a la madre para que apoyara al
padre; uniendo a los progenitores se traza un límite preciso entre el subsistema parental y filial que
evita la triangulación. Se supone que si el progenitor violento percibe que su cónyuge lo apoya y no
se alía en contra suya con el hijo, no necesitará recurrir a la violencia.

F.1.2. Crear una terapia basada en la experiencia


Una vez iniciado el tratamiento, el terapeuta debe verificar la existencia de nuevos patrones
de interacción que no incluyan la violencia. Si esas nuevas conductas no se ponen de manifiesto o
si se reafirman los antiguos patrones, es necesario que tome las medidas oportunas para garantizar
la seguridad de los integrantes de la familia.

F.1.3. Desarrollar una valoración positiva en la familia


Se intenta crear un contexto de mayor afecto y menor tensión, ya que la reducción de la
violencia conlleva cambios en otros aspectos. La terapia debe enfrentar y anular la degradación
existente, fomentando la autovaloración y creando una atmósfera de respeto, de manera que
puedan emerger aspectos más positivos entre los integrantes del sistema familiar. En este sentido
el terapeuta puede redefinir las atribuciones negativas a intenciones hostiles como intentos de
acercamiento afectivo, aunque realizados con gran torpeza.

El objetivo terapéutico no consiste únicamente en establecer una jerarquía que puede fijar
reglas y hacerlas cumplir. Los padres deben ser una autoridad que negocie con los adolescentes,
de modo que éstos se sientan respetados y libres. El remedio requerido, pero rara vez empleado en
las familias con tendencia a la violencia es ofrecer disculpas, reparar ofensas y pedir perdón
(Fishman, 1990).

TRATAMIENTO DE LA FAMILIA EN LA QUE SURGE EL INCESTO


El abuso sexual que hace un padre —u otro miembro adulto— de alguno/s de sus hijos—o
familiares— se considera la violación máxima de los límites familiares. Es más frecuente que el
incesto se dirija hacia las niñas, en quienes produce permanente y profundo sentimientos de
vergüenza, impotencia y culpabilidad. Normalmente ante estas situaciones, las madres se muestran
inseguras y desvalidas y parecen no percatarse de la existencia del abuso (Finklelhor, 1979).

G.1. Objetivos terapéuticos


En un problema tan grave, delicado y heterogéneo como es el incesto el terapeuta debe
diseñar intervenciones adecuadas a cada familia. Sin embargo, existe una serie de consideraciones
comunes que siempre conviene seguir. Lo primero que ha de lograr es la denuncia del problema,
porque únicamente se impide que el incesto se mantenga revelando el secreto de su existencia.

La principal preocupación terapéutica es proteger al menor y conseguir que la familia se


motive para colaborar en la superación del problema. Generalmente, son necesarias entrevistas
individuales para prestar ayuda a la víctima y a la madre. Tras una primera fase tendente a
proteger al menor y evitar que quien comete el abuso repita su delito con otros menores, el terapeuta
centrará su intervención en el establecimiento de límites claros y firmes, desalentando falsas
esperanzas y poniendo a prueba el sistema para el cambio.

G.1.1. Proteger al muchacho


Es prioritario asegurarse de que la conducta incestuosa no se repita, protegiendo a la
víctima y a los miembros de la familia que puedan resultar maltratados, y sólo posteriormente se
intentará transformar el sistema familiar. Conviene trabajar en estrecha colaboración con las
autoridades legales, tanto para incrementar la fuerza en favor del cambio como para proteger al
menor durante las fases iniciales del tratamiento.

En numerosas ocasiones es inevitable que una institución o una familia sustituta se hagan
cargo del niño, temporal o permanentemente. El incesto supone la violación total de los límites
familiares y la terapia debe dirigirse más a establecer límites que a mantener intacta la unidad
familiar. Esto es así porque la terapia familiar sistémica concibe la familia como un sistema de
relaciones cuyo propósito es promover el crecimiento y bienestar de quienes lo componen; si el
sistema de relaciones no cumple ese propósito, la prioridad es el individuo.

G.1.2. Conseguir la iniciativa familiar


La familia debe comprender que el problema reside en su seno y que es ella quien debe
actuara para resolverlo, tomando la iniciativa y luchando por el cambio. El trabajo de motivación es
arduo, ya que en el sistema predomina el miedo a desvelar un secreto celosamente guardado. Sin
embargo, revelar la existencia del incesto supone un primer paso en el establecimiento de los límites
intrafamiliares. Posteriormente el terapeuta insistirá en que son los componentes de la familia los
que deben lograr un cambio, desestimando falsas expectativas con respecto a que los sistemas
externos conseguirán solucionar el problema sin su implicación.

G.1.3. Sacar a la luz los puntos secretos y sombríos


De forma individual hay que ayudar a la víctima a elaborar su experiencia traumática. Puede
ser necesario tratar individualmente a otros miembros de la familia, en especial a la madre. Ésta
debe comprender que tiene otras opciones distintas al silencio coaccionado y necesita aprender a
dar prioridad al bienestar de sus hijos, evitando por todos los medios que el incesto se repita.
Asimismo, el terapeuta tendrá que examinar el contexto que rodea a la madre para determinar qué
factores le hacen sentirse incompetente e impotente, con el propósito de contrarrestarlos.

G.1.4. Estar alerta ante el peligro para el contexto exterior


El equipo terapéutico ha de mantenerse alerta porque, aun cuando se disgregue el sistema
familiar, el transgresor podría mudarse a otra parte y abusar allí de más menores. Por lo tanto, es
conveniente realizar seguimientos periódicos que informen del comportamiento y condiciones de
vida de la persona que ha cometido el incesto. Esto supone un elevado compromiso ético y social
por parte de los profesionales implicados en el tratamiento.

G.1.5. Establecer y mantener límites


Se deben establecer límites excepcionalmente firmes, si es necesario con la ayuda de las
autoridades, lo que implica quebrantar la expectativa cultural de que la familia se mantenga unida
(Fishman, 1990). La meta del tratamiento es reestructurar el sistema familiar para que los padres
cumplan su función de educar y proteger a sus hijos, pero si éstos son víctimas de nuevos abusos o
de maltrato, la obligación del equipo terapéutico es protegerlos por encima de todo.

G.1.6. Desalentar las falsas esperanzas


El terapeuta ha de formatear la cólera y la indignación de los familiares contra la persona
que ha cometido el incesto. Ambos aspectos son necesarios para motivar un verdadero cambio
basado en hechos reales y no en falsas expectativas. Únicamente así será posible crear y mantener
los límites familiares y exigir que el trasgresor asuma la responsabilidad por su conducta incestuosa,
sin que otras personas disculpen su proceder.

G.1.7. Poner a prueba el sistema


Es importante preguntar al trasgresor cuándo comenzó a considerar al menor como una
potencial pareja sexual. Al poner en evidencia esos incidentes, el cónyuge quizá comience a
advertir su propio rol y a asumir cierta responsabilidad. Esto puede abrir un camino para abordar los
posibles problemas conyugales, que en ocasiones pueden estar manteniendo la conducta
incestuosa (Fishman, 1990).

TRATAMIENTO DEL ADOLESCENTE SUICIDA


La depresión se considera una variable necesaria, pero no suficiente en os intentos de
suicidio de adolescentes (Carlson, 1981). Del mismo modo, a pesar que los problemas principales
se encuentren en el contexto más amplio, la familia refleja y a menudo exacerba las presiones
externas existentes en el mundo del adolescente (Dykeman,1984).

Uno de los patrones más frecuentes en el seno familiar a de un adolescente suicida es la


triangulación, la presencia de lealtades divididas que fuerzan al muchacho a tomar partido por uno u
otro de los padres, provocándole una enorme tensión. Esto genera intensos sentimientos de culpa
en el hijo, quien siente que siempre traiciona a uno de sus progenitores, reduciendo así su
autoestima. Además cuando el adolescente vive en una familia caracterizada por una constante
triangulación, rechazo y culpa, el rechazo del contexto social más amplio se torna intolerablemente
amenazador, puesto que el muchacho no cuenta con un hogar seguro y acogedor que le brinde
apoyo.

También puede suceder que el sistema familiar se encuentre prematuramente desligado, lo


cual hace que el chico se sienta expulsado a una edad en que todavía no está en condiciones de
emanciparse totalmente. Ante las dificultades del medio externo, no acude a su familia porque
siente que en ella se le desvaloriza y rechaza. Una situación de este tipo aumenta su vulnerabilidad,
propiciando que vuelque la agresividad hacia sí mismo en un acto que conduce al suicidio. La tarea
del terapeuta con familias de estas características es lograr una mayor organización del sistema
familiar, que suele estar muy desestructurado, de forma que pueda satisfacer las necesidades que
faciliten el crecimiento del muchacho. En general, todos los sistemas familiares de adolescentes
suicidad son extremadamente rígidos, caracterizándose por una falta de adaptación a los nuevos
requerimientos evolutivos de sus miembros. Un ejemplo claro lo brindan las familias que insten en la
perfección, creando con ello un clima muy opresivo para los hijos. El síntoma suicida se puede
interpretar como un intento desesperado de producir un cambio en el sistema.

H.1. Objetivos terapéuticos

El problema del suicidio hace necesario que la terapia se encamine a la consecución de las
metas siguientes: cambiar la estructura familiar; modular la tolerancia al estrés: ayudar al
muchacho a asumir la realidad existencial: evitar que los padres adopten una actitud excesivamente
protectora o excesivamente inconmovible hacia el adolescente, y tener en cuenta la influencia del
contexto exterior a la familia.
H.1.1. Cambiar la estructura y la comunicación afectiva familiar

En primer lugar, el terapeuta debe cambiar la estructura familiar, impidiendo la triangulación,


ya sea debida a coaliciones intergeneracionales permanentes o a la utilización del muchacho como
―chivo expiatorio‖ delos problemas de los padres. Una vez corregidos los aspectos organizativos, la
terapia debe ayudar al adolescente a sentirse valorado, es decir, no sólo a ser tolerado sino también
a tener voz, destacando sus aspectos más positivos y competentes. Por consiguiente, la labor del
terapeuta es fijar límites flexibles que permitan una relación positiva entre los componentes de la
familia, de forma que se favorezca el crecimiento del adolescente y el apoyo necesario para el
mismo.

H.1.2. Modular el sistema impulsivo


Estas familias se rigen por la complacencia inmediata y la incapacidad para tolerar la
contrariedad y el sufrimiento, haciendo que el adolescente no esté preparado para soportar las
inevitables frustraciones vitales.

Para cambiar esta situación el terapeuta debe evaluar previamente cuál es el grado de
impulsividad del contexto familiar, averiguando si alguno de los padres debe en exceso, si hay
miembros manifiestamente entrometidos en la familia, si confluyen factores como pobreza o
enfermedad.

H.1.3. Evitar que la familia forme un chico vulnerable


Con posterioridad a un intento de suicidio, hay ocasiones en que la familia se vuelve
excesivamente protectora y en otras en las que hace caso omiso dela gravedad del intento. En el
primer caso, el terapeuta debe abordar el sentimiento de culpa de los padres que les lleva a
sobreproteger a un chico que consideran totalmente vulnerable. El objetivo es conseguir que
estimulen y apoyen a su hijo para que asuma las responsabilidades y tareas correspondientes a su
edad.

En este segundo caso, cuando el sistema de muestra inconmovible, el terapeuta impedirá


que el adolescente sea desvalorizado por los progenitores, quienes restan importancia a la conducta
suicida o reaccionan considerando a su hijo como un loco(Fishman,1990). Tratará de destacar las
facetas competentes del muchacho, pero si los padres continúan indiferentes, recomendará que una
familia sustituta se haga cargo del chico, al menos temporalmente.

H.1.4. Ayudar al adolescente a asumir la realidad existencial


Una tarea clave del tratamiento reside en ayudar al adolescente a asumir la realidad
existencial de soledad, mortalidad y vulnerabilidad. En la lucha por aceptar esa experiencia, los
padres pueden aportar aliento y empatía, pero no deben intervenir para rescatar al hijo. Es
necesario que el muchacho luche y supere este desafío por sí mismo, aunque sintiendo que tiene
una familia que lo quiere y lo respalda.

H.1.5. Tener en cuenta el contexto más amplio


Se debe rechazar la idea de que el contexto del adolescente se reduce a los padres y que,
por tanto, la familia ha hecho algo que provocó la conducta suicida. Un supuesto de este tipo genera
sentimientos de culpa que no ayudan ni a los padres ni al tratamiento (Fishman, 1990).

La terapia debe intervenir tanto en el contexto familiar como en el social, si se considera


necesario, no para buscar responsables, sino para alentar aquellos factores que estén incidiendo en
el sentimiento de estructuras inadecuadas que favorecen los episodios de suicidio.

TRATAMIENTO DEL ADOLESCENTE DISCAPACITADO


Se denomina ―discapacidad‖ a cualquier condición, ya sea crónica o temporal, que
potencialmente perjudique el funcionamiento del individuo (Fishman, 1990). Aunque únicamente
una minoría de los niños y adolescentes con esta problemática experimenta dificultades graves en el
desarrollo de su personalidad, sin embargo se observa que el chico discapacitado es más vulnerable
durante la adolescencia que durante la infancia (Hausser, 1985).

Los resultados de las investigaciones sobre chicos discapacitados y sus familias permiten
afirmar que los factores que disminuyen la vulnerabilidad y aumentan la fortaleza del discapacitado
son: una elevada autoestima, la capacidad para controlar el medio, la competencia social y escolar,
la calidez en el hogar y una interacción familiar equilibrada (Fishman, 1990).

I.1. Objetivos terapéuticos


Las metas terapéuticas del tratamiento adolescente discapacitado y su contexto familiar
consisten fundamentalmente en: alterar las conductas de otros familiares que impiden al chico
aumentar su competencia; incrementar las expectativas con respecto a las posibilidades del
discapacitado; reconocer que durante la adolescencia la familia está sometida a un fuerte estrés;
emplear recursos externos que puedan aliviar a los familiares de la carga excesiva que supone el
adolescente, atender las consecuencias negativas que suelen sufrir los hermanos.

I.1.1. Cambiar las conductas que refuerzan la discapacidad


Conviene que el terapeuta desde la primera entrevista actúe con rapidez para cambiar los
patrones de interacción que refuerzan la discapacidad y los sustituya por otros que promueven una
mayor competencia. En este sentido, es fundamental que observe desde un principio posibles áreas
de competencia en el discapacitado que la familia haya pasado por alto, centrando la atención de
ellas para hacerlas patentes, ampliarlas e impedir los patrones de sobreprotección.

La finalidad del tratamiento, cuando el muchacho es menor de edad y no mantiene contacto


con ningún grupo de amigos, consiste en buscar un incentivo para que se supere a sí mismo o para
que se relaciones con otras personas de su edad. En el caso de un joven mayor, la meta reside en
preparar al discapacitado y a su familia para emancipación, si ésta es posible, o par el máximo grado
de independencia que la discapacidad permita.

I.1.2. Transformar las expectativas demasiado limitadas


Las familias perciben la discapacidad como un estado permanente e inmutable, sin
considerar que siempre hay un margen dentro del cual el muchacho puede mejorar. Como
consecuencia, esperan un funcionamiento disminuido en el discapacitado y no lo impulsan a
esforzarse y crecer. Por ello, el terapeuta evalúa hasta qué punto las limitaciones del adolescente
se deben a que el contexto familiar y social le trata como una persona con posibilidades muy
restringidas y trabaja para ampliar las expectativas de los familiares con respecto al discapacitado.

I.1.3. Reconocer que la vulnerabilidad es mayor en la adolescencia


En general, las familias presentan mayor tendencia a organizarse en torno a las limitaciones
del discapacitado en los períodos de vulnerabilidad más intensa, que abarcan cambios de trabajo,
crisis de madurez, muerte de algún miembro o problemas en la relación conyugal. Además, el
agravamiento de la enfermedad del adolescente puede elevar la vulnerabilidad del sistema,
creándose un círculo vicioso que es preciso romper.

Se debe observar si el déficit del adolescente estabiliza el funcionamiento del sistema al


evitar que los familiares enfrenten sus propios problemas. Si así sucede, el cambio hacia una mayor
competencia se vuelve amenazador y desemboca en la detención del proceso evolutivo de la familia,
que se organiza en torno a las necesidades de la persona que presenta la discapacidad. Ante una
situación de este tipo, el terapeuta ha de alentar a los integrantes del grupo familiar a que afronten
sus propios problemas y fomenten su propia autonomía.

Por consiguiente, en el caso de las familias con adolescentes discapacitados es necesario


atender especialmente a posibles factores de vulnerabilidad familiar, que pueden entorpecer los
progresos del adolescente. En este sentido la terapia intentará fomentar toda la independencia del
individuo discapacitado y el sistema pueden alcanzar. Como ya hemos mencionado previamente,
para lograr este objetivo es muy importante que durante la sesión se cree una oportunidad para que
la familia perciba al adolescente como una persona competente en alguna faceta que antes quizá
desconocían o no valoraban suficientemente.

I.1.4 Organizar un sistema de apoyo


En un problema de este tipo resulta adecuado que la familia se apoye en recursos
extrafamiliares, evitando presiones excesivas sobre cualquiera de sus miembros. La existencia de
―sobrecargas‖ en la persona o personas encargadas de cuidar al discapacitado no beneficia el
funcionamiento des sistema familiar. Por el contrario contribuye a crear un clima de malestar que
puede resultar muy negativo para todos.

I.1.5. Abordar las secuelas en el subsistema fraterno


Uno de los aspectos relacionados con el punto anterior es que el adolescente discapacitado
puede acaparar toda la atención paterna, lo que suele provocar sentimientos de abandono,
hostilidad o celos en sus hermanos. Con frecuencia los padres están sobrecargados y no pueden
dar más de sí por lo que se debe proporcionar al subsistema fraterno un sistema de apoyo externo.

TRATAMIENTO DE LA FAMILIA UNIPARENTAL


Normalmente las familias uniparentales están formadas por un progenitor de sexo femenino
y sus hijos, aunque también se da el caso del progenitor varón, especialmente en los viudos (Hogan,
1983). Es un hecho constatable que cada día las familias uniparentales son más frecuentes, debido
al mayor índice de divorcios y de mujeres que deciden tener hijos sin convivir con una pareja
estable. Por otro lado, en los ambientes social y económicamente más desfavorecidos muchas
mujeres son abandonadas por sus maridos o compañeros, teniendo que enfrentarse solas a la
costosa tares de sacar adelante sus hijos. En esas circunstancias es más probable que tengan
mayores dificultades en desarrollar habilidades parentales, habilidades de comunicación y de
negociación para resolver con éxito los problemas de comunicación y de negociación para resolver
con éxito los problemas que plantean sus hijos en edad adolescente.

J.1. Objetivo terapéuticos


El terapeuta debe ayudar al progenitor único, hombre o mujer, a tener mayor confianza en sí
mismo para ejercer sus funciones como padre/madre y, en caso de que se vea desbordado en la
tarea de atender a sus hijos, animarle y orientarle para que busque ayude en sistemas externos. En
ningún momento debe sustituir a la madre en su función de ejercer autoridad sobre el subsistema
filial, sino que por el contrario debe apoyarla y reforzarla para que sea ella misma quien los haga
(Fishman, 1990).

J.1.1. Aumentar la autoconfianza del progenitor


En la etapa inicial de la terapia es prioritario centrarse en el progenitor como individuo, con
objeto de confirmar y fortalecer su autoconfianza. Una vez conseguido esto, se le ayuda a ejercer
una autoridad adecuada con sus hijos. Cuando se sienta abrumado y comience a dudar de su
propio criterio sobre lo que es correcto, el terapeuta le suministra apoyo y nuevas opciones
confirmando su visión de la realidad, ya que el progenitor único cuenta con menos posibilidades y
recursos que las parejas de padres.

J.1.2. Buscar apoyo en el contexto más amplio


La reorganización de los límites familiares no es meramente una cuestión de dependencia-
independencia, se trata de crear nuevas reglas que aseguren un espacio para el crecimiento de
todos. En ese sentido, también se debe proveer al progenitor de medios para su propio desarrollo,
que redunde en su mejor funcionamiento como individuo y como padre/madre. Cuando sea
necesario, deberá ponerse en contacto con sistemas de apoyo exteriores, ya sea la familia de
origen, los amigos, grupos de autoayuda o instituciones específicas, que le proporcionen los
recursos necesarios para sacar adelante su familia.

COMENTARIO
El enfoque terapéutico creado por Fishman para resolver para terminar los problemas más
relevantes a los que se ven más sometidas las familias con hijos adolescentes se fundamenta en
una combinación de la terapia estructural de Minuchin, en cuyo desarrollo ha participado el propio
Fishman, y el tratamiento de Haley para los problemas de emancipación, concretamente
esquizofrenia, delincuencia y drogadicción.

La adolescencia se considera una de las etapas del ciclo vital familiar que genera más
problemas, puesto que en ella concurren varios cambios evolutivos que afectan a tres generaciones.
Los abuelos pueden presentar un deterioro físico y/o mental más o menos grave que muchas veces
supone una presión excesiva para la familia nuclear. Los padres tienen que enfrentarse a las
exigencias para que un futuro más o menos lejano abandonen el hogar y funden su familia y/o
desarrollen un trabajo. El adolescente, por su parte debe encontrar una identidad propia, dejar a un
lado su narcisismo infantil, desarrollar habilidades de competencia socia y profesional e ir
distanciándose del sistema familiar para ser una vida cada vez más independiente.
Fishman defiende que la resolución satisfactoria de la transición a la emancipación requiere
que la familia tolere la separación e independencia de sus hijos, mientras mantiene la conexión y el
apoyo necesario para un mejor crecimiento: admita la diferenciación en la identidad de cada
miembro y acepte que sus hijos mantengan contactos emocionales intensos y estilos de vida
diferentes fuera de la familia inmediata.

Aunque el tratamiento propuesto para los problemas de delincuencia, fuga del hogar
paterno, violencia familiar, incesto, intento de suicidio, discapacidad mental o física y adolescentes
procedentes de una familia uniparental presenta ciertas peculiaridades sólo aplicables a cada una
de las categorías problema, existe una orientación común dirigida fundamentalmente a establecer
límites claros y flexibles y a otorgar a los padres una adecuada autoridad ejecutiva, basada en el
acuerdo de la pareja, que tenga en cuenta los criterios de los adolescentes. El terapeuta ayuda a los
progenitores a negociar primero entre sí y posteriormente con los hijos, siempre en un clima de
valoración y respeto mutuo. Esto exige una gran habilidad para proporcionar apoyo a los dos bandos
y a lograr la colaboración de ambos. Por otra parte, en aquellos problemas que no suponen una
intervención en crisis, el terapeuta primero tiene que desequilibrar el sistema para después poder
transformarlo. En ausencia de crisis los miembros de la familia no experimentan la necesidad de
alternativas, y si estas faltan no hay complejidad conductual y, por tanto, no existe crecimiento sino
estancamiento del desarrollo evolutivo.

La terapia tiene en cuenta el contexto familiar o social externo a la familia nuclear, tanto a la
hora de evaluar posibles fuentes de estrés, como a la hora de intervenir para dotar a las familias
que lo requieran de recursos adicionales. Esto último es especialmente conveniente en los sistemas
con un hijo discapacitado y en las familias uniparentales, en las que sistemas externos de apoyo
pueden aliviar a los miembros excesivamente abrumados. Asimismo, es necesario recurrir al
contexto exterior en aquellas situaciones en que la violencia física o sexual –dentro de la familia-
exige proteger a las víctimas y colocarlas en lugar seguro –temporal o indefinidamente- en
instituciones al efecto o en familias sustitutas. El terapeuta siempre dirige su esfuerzo a mantener la
unión familiar, por considerar que la función de la familia es ayudar al crecimiento psicosocial de sus
miembros. Cuando no es así y existe degradación o peligro para la vida de alguno de ellos, se opta
por salvar al individuo incluso a costa de la ruptura familiar.

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