Mecanismos de Cohesion Textual
Mecanismos de Cohesion Textual
Mecanismos de Cohesion Textual
Se entiende por coherencia la propiedad fundamental inherente al texto que hace
que pueda ser percibido como una unidad comunicativa y no, como una sucesión de
enunciados inconexos. Gracias a la coherencia, las partes del texto aparecen
relacionadas entre sí en función de la totalidad, y el conjunto se percibe como adecuado
al contexto en el que se produce la comunicación.
Ejemplo de texto coherente: Un niño llamado Pepito estaba jugando en el patio de
su casa. Su madre le mandó entrar y le dijo que se pusiera a hacer los deberes, pero a
él no le dio la gana. Entonces le castigó sin ver la televisión.
Ejemplo de texto incoherente: Un niño llamado Pepito estaba jugando en el patio
de su casa. Su hija le mandó entrar. El portero dijo que las apagara pero él tenía
hambre. Entonces se examinó de latín.
2.1 La deixis
La “deixis” (término procedente del griego que significa “mostrar”, “señalar”) es
la función representada por ciertos elementos lingüísticos, que consiste precisamente en
señalar o designar algo presente entre los hablantes (deixis extratextual) o en el propio
enunciado (deixis textual).
Hablamos de deixis extratextual cuando un elemento de la lengua hace
referencia directa a algún elemento de la situación comunicativa: a los participantes del
acto comunicativo, o a las circunstancias espacio-temporales en que se produce.
Los pronombres personales, los demostrativos, los posesivos y algunos
adverbios designan los objetos señalándolos y situándolos en relación a las personas que
intervienen en el discurso.
Por ejemplo, para entender adecuadamente la oración “Tú, dame eso
inmediatamente y ven aquí ahora mismo”, debemos conocer la situación en que se ha
emitido, pues “tú” señala al receptor, “eso” sitúa un determinado objeto a una
determinada distancia del emisor (ni muy cerca ni muy lejos), “aquí” señala el espacio
que corresponde a quien habla, mientras que “ahora” indica el momento de la
comunicación entre los interlocutores, etc.
Cuando los elementos deícticos remiten a las personas que participan en la
comunicación, hay autores que hablan de deixis social.
Sin embargo, también hay elementos lingüísticos que no se refieren directamente
a los objetos de la realidad, sino a otros elementos o fragmentos de discurso que están
dentro del propio texto. En este caso, hablamos de deixis textual.
En el mensaje “Juan tiró un papel al suelo. La profesora le dijo que fuera a su
despacho inmediatamente. Él la s iguió y al rato salió muy cabizbajo de a llí”,
conocemos la referencia del pronombre “le” (a Juan), del determinante “su” (el de la
profesora), del adverbio “allí” (el despacho)… porque todas ellas están dentro del
propio discurso.
En todas las lenguas existen determinadas formas que sirven para hacer
referencia a los diferentes elementos que aparecen en una situación. En español, por
ejemplo, esto se realiza a través de unos elementos denominados deícticos, que pueden
ser pronombres personales, demostrativos o posesivos, e incluso adverbios de lugar y de
tiempo. Los deícticos se usan con mucha frecuencia, tanto en el discurso oral como en
el escrito, de manera que aparecen en más del 90% de las oraciones de cualquier lengua.
MARCADORES TEXTUALES
Adición
(suma de ideas a otras
anteriores)
Suma de ideas: y, además, también…
Intensificación: es más, más aún…
Culminación: incluso, para colmo, hasta, encima…
Comparación: igualmente, análogamente, del mismo modo…
Oposición
(introduce relaciones de
contraste o contradicción
entre los enunciados)
Adversación: sin embargo, ahora bien, en cambio, no obstante…
Concesión: con todo, aun así, de todas formas…
Restricción: si acaso, salvo que, al menos, en todo caso, excepto…
Exclusión: al contrario, antes bien, más bien, muy al contrario, antes al
contrario
Causalidad
(conecta los enunciados
estableciendo relaciones de
causa-efecto)
Causa: pues, porque, dado que, y es que…
Consecuencia: Por tanto/consiguiente, en consecuencia, entonces, así pues, de
ahí…
Condición: en tal/este caso, siendo así, puestas así las cosas…
Reformulación
(se enuncia nuevamente el
contenido de uno o varios
enunciantes anteriores)
Explicación: es decir, o sea, en otras palabras…
Corrección: mejor dicho, quiero decir, mejor aún, o sea…
Resumen: En suma / resumen, en conclusión, resumiendo…
Ejemplificación: por ejemplo, así, a saber, pongamos por caso, tal como, verbigracia,
concretamente…
Orden del discurso
Enumeración: en primer lugar, en segundo lugar, por último, por un lado, por el
otro…
Cierre: en fin, para finalizar, para acabar…
PAN Y CINE
No se puede vivir sin comida, claro. ¿Y sin fábulas? Quizá tampoco. Los
periódicos llevan hablando con auténtica alarma de la huelga de guionistas que comenzó
el lunes pasado en EE UU. Se refieren a ella como si fuera a provocar la falta de un
producto esencial para la vida cotidiana. Algunos, para explicar su magnitud, recuerdan
la de 1988, que duró veintidós semanas y costó a la industria norteamericana 350
millones de euros. La actual podría duplicar esa cifra. Pero los números siempre
esconden, o disimulan, un pánico moral. ¿Qué ocurriría si esa panda de locos -los
guionistas- se pasaran un año sin inventar historias? ¿En qué nos afectaría a usted y a
mí? ¿Será verdad que esta gente, al urdir los argumentos de las series de televisión,
escribe también, sin que seamos conscientes de ello, el argumento de nuestra vida? ¿Es
imaginable un mundo sin ficción?
Definitivamente, no. Somos tan hijos de la carne y de la sangre como de las
caperucitas rojas, de las blancanieves, de las madrastras, de los pulgarcitos, de los gatos
con botas, pero también de las madames bovarys y de las anas ozores y de los
raskolnikofs y de los batlebys, por no hablar de los soprano y de los fraziers, de los
seinfelds, o de los doctores houses. Desde que el mundo es mundo, mientras unos
amasan el pan que comemos por la mañana, otros urden las historias que devoramos por
la noche. Estamos hechos de pan y de novelas.
El problema no son, pues, los millones de euros que podría perder la industria,
sino las disfunciones que en el cuerpo social provocaría un desplome brusco de la
ficción. Imaginen un mundo sin cine, sin novelas, sin cómics, si series de televisión, sin
culebrones; sólo realidad a palo seco, o sucedáneos de las fábulas como los que nos
sirven los políticos. Ese señor tan raro que se acuesta cuando usted se levanta es
guionista. Un respeto.
Juan José Millás, El País, 9 de noviembre de 2007
LENGUAS VIVAS
Cada idioma es un mundo. Cada idioma es el mundo, el universo entero, con su
geología y su botánica, con su catálogo completo de los cuerpos celestes, de las
pasiones humanas, de los nombres de los animales, de lo que está tan cerca que casi
bastaría con un indicarlas con un gesto y también lo más lejano y lo que no existe. Que
la tarea de Adán no terminó con el Edén y que las cosas están siendo nombradas de
nuevo a cada instante lo descubre quien ve a un niño que apenas empieza a hablar,
señala con el índice los objetos más cotidianos y pide saber cómo se llaman, y al repetir
con torpeza y fruición esa palabra, como si paladeara un sabor nuevo, está
aventurándose un paso más en su aprendizaje del mundo que no terminará con la
infancia, y ni siquiera con la vida, y que empieza cada vez que uno intenta aventurarse
en otra lengua […]
Los griegos llamaban bárbaro a quien no hablaba griego: parece ser que esa
misma palabra, bárbaro, es en su origen una onomatopeya, una alusión a lo que nos
parece el habla de un idioma ininteligible. Pero un bárbaro es más bien el que se
envanece de no hablar más que su lengua, considerándola tan importante, y a sí mismo
tan privilegiado por dominarla, que cualquier otra es inferior, y no merece el esfuerzo de
ser aprendida.
En un artículo reciente, que yo recomendaría traducir y repartir por las escuelas,
Daniel Barenboim, que nació en Argentina de padres judíos y rusos, se educó en Israel y
trabaja en Alemania, se pregunta cuál es su identidad, cuál de todas las patrias posibles
por las que ha transitado es más suya, y acaba diciendo que se siente alemán cuando
toca o dirige música alemana, e italiano en el que está haciendo música italiana. En
Madrid, el año pasado, se le vio dirigir prodigiosamente la más alemana de todas las
músicas, el Tristán de Wagner, y a las pocas semanas fue italiano mientras dirigía el
Don Giovanni, que es, por cierto, una ópera italiana escrita por el austriaco Mozart.
Cuando uno habita, aunque sea transitoriamente, otra lengua, es como si habitara otra
música, otro país, y el placer de hablarla, incluso el de leerla, es el de hacer un viaje y el
de cambiar de vida y de país.
ESE CHICO
Ese chico no se me va de la cabeza. Hablo del muchacho que presenció sin hacer
nada la agresión de la adolescente ecuatoriana en el tren. Hemos visto una y otra vez la
espeluznante escena y verificado su pasividad, la bochornosa y patética manera en que
se esforzaba en mirar para otro lado. Y digo bochornosa porque, al verlo, sentías
vergüenza ajena y piedad por él; y también la enorme inquietud de preguntarte qué
habrías hecho tú en su lugar.
Ese chico es otra víctima del energúmeno. En su miedo paralizador es probable
que influya su condición de inmigrante. Él mismo ha declarado que estos ataques
racistas son bastante comunes, y eso va creando un sentimiento de inseguridad, de
fragilidad. Va comiéndote por dentro y haciéndote más vulnerable a la intimidación,
más entregado a la derrota. A la propia humillación de tu cobardía. Pero es que, además,
sin duda era peligroso enfrentarse a ese tipo (yo tampoco entiendo por qué el juez no
encarceló a alguien tan feroz). Es peligroso oponerse a los violentos, de ahí el mérito de
quienes lo hacen.
Por una de esas elocuentes coincidencias del azar, el vídeo del ataque en el tren
se hizo público al mismo tiempo que la historia de Daniel Oliver, el héroe de 23 años
que murió de un golpe por socorrer a una chica. He aquí otro caso estremecedor que
vuelve a picotearte las entrañas: ¿serías capaz de actuar como Daniel?
Esa duda es inherente a la condición humana, la duda de los propios límites, la
incertidumbre sobre el fondo más extremo de uno mismo: allí, en lo más hondo, ¿qué
pesará más, el miedo o la propia dignidad? ¿Habrías escondido a un judío en la
Alemania de Hitler? Ojalá la vida no nos ponga en una de esas situaciones límite,
porque podemos reaccionar como el chico del tren. Y no sé si el pobre será capaz de
superarlo.