Yasunari Kawabata

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Yasunari Kawabata

Estaba hospedado en el Kahala Hilton Hotel desde hacía dos meses y me


preguntaba cuántas veces me había impresionado, en la mañana, la belleza del
conjunto de vasos brillantes a la luz del sol matutino, colocados sobre una mesa
larga en una esquina de la terraza que daba a la playa. No he visto nunca vasos de
brillo tan fulgurante, ni en Niza o Cannes en la costa sur de Francia, ni en la playa
de la península de Sorrento, al sur de Italia, donde el sol brilla igualmente y el color
del mar es también vívido. Es probable que retenga en mi corazón, durante el resto
de mi vida, la imagen del sol matutino reflejado en los vasos de la terraza del Hotel
Kahala como emblema de este Hawai reputado como la tierra del eterno verano, o
como símbolo de la brillantez del sol de Honolulú, de la luz del cielo, del color del
mar y el verdor de los árboles.

Todos estos vasos están alineados cuidadosamente en perfecto orden como si se


aprestaran a iniciar la marcha, pero todos están boca abajo; algunos agrupados de
dos en dos o de tres en tres; algunos son grandes y otros pequeños, y se hallan tan
apiñados que sus superficies se topan. Esto no significa que toda la superficie de
estos vasos brille con el sol matutino, pues sólo los bordes inferiores mismos
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emiten una luz blanca, fulgente, y relumbran como brillantes. Me pregunto cuántos
vasos habrá —quizá doscientos o trescientos. No todos sus bordes resplandecen de
la misma forma pero la mayoría de los vasos emiten la luz de estrellas fulgurantes
en los mismos lugares de sus bordes. De tal manera que el desfile de vasos crea
líneas netas de puntos brillantes de luz.

Mientras miraba fijamente los bordes brillantes de estos vasos, empecé a notar que
la luz del sol matutino también se posaba en un determinado lugar al costado de
cada vaso. Éste no era un fulgor intenso como el de los bordes sino, más bien, una
luz suave y desmayada. Quizá la palabra «desmayada» (honoka) en el sentido
japonés del término se aplique a este caso, pero la luz de los costados de los vasos,
a diferencia de la de los bordes que fulguraba en ciertos puntos, se dispersaba
suavemente sobre la superficie redondeada de los mismos. Cada una de estas dos
clases de luz, a su manera, era de una belleza pura extremada. La razón puede
haber sido el espléndido y brillante sol de Hawai y la refrescante y clara atmósfera.
Después de descubrir y sentir este tipo de luz del sol matutino sobre los vasos
colocados en la mesa, miré a mi alrededor en el restaurante de la terraza como
para descansar la vista y noté que sobre la superficie de los vasos colocados en las
mesas listas para los comensales y llenos de agua con hielo, e igualmente en el agua
y hielo de los mismos también brillaba y se movía el sol matutino, produciendo una
sutil y variada oscilación. Esta luz era de tal naturaleza que uno no la notaría a
menos que se le prestara atención, pero también creaba una belleza pura.
Algunos pensarán que no sólo en la playa de Honolulú brillan tan bellamente los
vasos a la luz del sol matutino. Quizá también en las playas del sur de Francia o en
las del sur de Italia, o aun en la costa sur del Japón el espléndido sol pueda moverse
brillantemente sobre la superficie de vasos tal como lo hace en el restaurante del
Kahala Hilton Hotel. Además, en lugar de encontrar un símbolo vívido del
esplendor del sol de Honolulú, de la luz del cielo, del color del mar y del verdor de
los árboles en cosas tan comunes e insignificantes como son los vasos, podría yo,
por supuesto, haber encontrado un número de cosas sorprendentes, difíciles de
hallar en otro lugar, para simbolizar la belleza de Hawai. Existe, sin lugar a dudas,
la belleza de diversas flores de matices brillantes, de gráciles árboles de follaje
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lujuriante y también vistas tan extrañas como, por ejemplo, un arco iris vertical
que aparece cuando llueve sólo en un lugar en el mar abierto, espectáculo que aún
no he tenido la suerte de ver, o un arco iris circular que rodea a la luna como un
halo.

Y, sin embargo, descubrí, por medio de la luz matinal, la belleza de los vasos en un
restaurante. Vi esta belleza con toda claridad. Me encontré con ella, por primera
vez. Pensé que nunca la había visto hasta ese momento. ¿No es precisamente este
tipo de encuentro la esencia misma de la literatura y también de la vida humana? Si
digo esto, ¿estoy yendo muy lejos, estoy exagerando mucho? Quizá sea así, pero
también quizá no. En mis setenta años de vida es aquí donde por primera vez
descubrí y fui consciente de esta suerte de luz que producen los vasos.

Con toda seguridad el personal del hotel no colocó esos vasos con la intención de
que refulgieran y produjeran ese efecto estético. Seguramente, ellos tampoco
sabían que yo los consideraba bellos. Además, cuanto yo mismo más persisto en la
contemplación de esta belleza y, cogido en el hábito mental de preguntarme cómo
aparecerán esos vasos en una mañana determinada, procedo a mirarlos en forma
demasiado intencionada, me doy cuenta de que todo se ha echado a perder. Por
cierto, noto muchos detalles más. Afirmé que en un punto del borde inferior de
cada uno de los vasos había una estrella fulgurante, pero luego, al mirarlos
repetidas veces, vi que, según la hora y el ángulo de visión, había no sólo una
estrella de luz en cada uno sino, más bien, muchas. Igualmente, había estrellas de
luz no sólo en los bordes inferiores de los vasos sino también en los costados.
¿Significa esto que yo había cometido un error de observación o que estaba
equivocado al considerar que sólo había una estrella en el borde inferior de cada
vaso? No. A veces había sólo una estrella. El resplandor de muchas estrellas puede
parecer más bello que el de una sola, pero, en lo que me concierne, la belleza que
percibí la primera vez que vi sólo una estrella es mucho mayor. Sin duda, esto es
verdad tanto en la literatura como en la vida.

No obstante, aunque se suponía que empezara mi charla con una referencia a La


historia de Genji, he comenzado a hablar sobre unos vasos en un restaurante. Sin
embargo, aun cuando he estado hablando de vasos, siempre, tenía en mente La
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historia de Genji. Esto es verdad, aunque algunos no comprendan lo que digo o yo


no pueda lograr que me crean. Además, he hablado demasiado y tediosamente
acerca de estos vasos. Esto también es un signo de la crudeza de mi literatura y mi
vida, y muy característico en mí. Por tanto, hubiera sido realmente mejor si
hubiera empezado con La historia de Genji. Hubiera sido mejor si yo hubiera
captado el resplandor de los vasos en unas pocas palabras: en un haiku de
diecisiete sílabas o en una tanka de treinta y una sílabas. Pero también tenía el
deseo intenso de plasmar ahora, con mis propias palabras, mi descubrimiento y
experiencia de la belleza de unos vasos resplandeciendo a la luz matinal. Por cierto,
puede muy bien haber una belleza similar a la de los vasos en cualquier otro lugar,
en otra tierra o en otro tiempo y, sin embargo, ¿no podría ser también cierto que
en otra tierra y en otro tiempo quizá no haya una belleza precisamente como ésta?
Por lo menos, como yo no la había visto hasta ahora, quizá podría decir que era «un
encuentro único en mi vida» (ichigo ichie).
Me he enterado de japoneses que componen haikus aquí en Hawai sobre la belleza
de un arco iris que se eleva verticalmente en un punto, en alta mar, o de un arco
iris circular que rodea a la luna como un halo. Parece que en Hawai también ha
habido el proyecto de compilar un saijiki (clasificación de haikus por temas
referentes a las estaciones), y que estos dos extraños arco iris estarían clasificados
bajo el rubro de verano. Parece que se refieren a ellos, por el momento, como
«lluvia en el mar» (oki no ame) y «arco iris nocturno» (yoru no niji), pero tal vez
haya términos más apropiados. He oído que en Hawai también existe el tema de
«verde invernal» (fuyu midori). Cuando me enteré de esto, me vino el recuerdo de
un haiku que compuse para mi placer:
todo es verde
y mientras permanece verde
el año pasado se vuelve este año
[…] El «kozo kotoshi» [el año pasado (se vuelve) este año] del haiku sobre el
«verde invernal» es un tema de estación para el año nuevo y significa simplemente
que reflexionamos sobre el año viejo que acaba de pasar y que recibimos el año
nuevo con esperanza, pero el motivo por el cual usé dicha frase fue que tenía en
mente un haiku de Takahama Kyoshi (1874-1959):
el año pasado se vuelve este año…
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algo como
una varilla penetrante
El hogar de este gran poeta está situado cerca de Kamakura, y cuando después de
la guerra escribí un elogio del cuento de Kyoshi «Niji» (El arco iris), me sentí
abrumado al ver aparecer en mi puerta a este venerable sensei solo. Había venido a
agradecerme. Por cierto, estaba vestido con hakama formal y kimono, pero
también calzaba la geta alta, y me sorprendió ver que llevaba un tansaku (una larga
hoja de papel que se usa para escribir poemas) a la espalda, que sostenía enhiesto,
en forma ligeramente diagonal, y que sobresalía detrás de su cuello. En
este tansaku había escrito su propio haiku para ofrecérmelo. Ésta era la primera
vez que me enteraba de tal práctica entre poetas de haiku.
En la estación de tren de Kamakura, desde fin de año hasta después de año nuevo,
existe la costumbre de pegar los tanka y haiku escritos por los poetas que viven en
la ciudad y, un año a fines de diciembre, me conmovió ver el verso kozo kotoshi (el
año pasado, este año) pegado en la estación. Me sorprendió e impresionó
profundamente el verso tsuranuku bô no gotoki mono (algo como una varilla
penetrante). Es una expresión tan extraordinaria que me sentí como si hubiera
sido acometido por el atronador grito Zen de katsu (grito que barre de la mente
todo pensamiento dualístico y egocéntrico). A propósito, de acuerdo a la
cronología de Kyoshi, este haiku en particular fue compuesto en 1950.
Aunque Kyoshi, famoso como editor de la revista literaria Hototogisu (El cuclillo)
parece haber compuesto un buen número de poemas serenos, libre o casualmente,
como si estuviera conversando o hablándose a sí mismo; también, algunos de sus
haikus son incomparablemente grandes, pasmosos, sublimes y profundos:
Aunque decimos que es
una peonía blanca,
hay un leve rastro carmesí
¿No hay aún
un cierto no sé qué
en un crisantemo marchito?
Un leve
aroma en el cielo…
el amable clima de otoño
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El año
simplemente pasa
¡Oh, tan silenciosamente!
El último haiku que comienza con toshi wa tada (el año simplemente) se parece en
cierta forma al poema kozo kotoshi (el año pasado, este año). Recuerdo que en un
ensayo para un año nuevo cité el haiku de Rankô:
Es el día de año nuevo…
y con este espíritu
quiero habitar en el mundo
Un amigo me pidió que escribiera este haiku formalmente como un kakemono de
año nuevo. Según como se interprete, se lo puede considerar simple o elevado,
popular o puro, pero como temía que pudiera achacársele un sentido didáctico
rutinario, dudé en escribir sólo éste y añadí otros […]:
¡Qué bello!
El cielo en la noche
del último día del año
(Issa)

En el cielo del día de año nuevo…


una fantasía
de mil cigüeñas danzantes
(Yasunari)

Por cierto que mi propio haiku no era sino un extravagante apéndice escrito como
una atención para mi amigo.

Conocía el haiku de Kobayashi Issa (1763-1827) al encontrarlo en una tienda de


antigüedades en Kamakura, escrito por el mismo Issa en un kakemono. Aún no he
investigado dónde y cuándo fue escrito, si después del regreso a su hogar en
Kashiwabara en las márgenes del lago Nojiri —que está en el límite entre el nevoso
Echigo y Shinano y al pie de las montañas Togakushi, Izuna y Myôkô—; a la sazón
el cielo nocturno era alto y extremadamente claro, como si se hubiera congelado, y
podemos pensar que lucía innumerables estrellas que parecían caer en brillantes
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cascadas. También debemos recordar que su tierra podría ser el lugar descrito en
un famoso haiku:
¿Es ésta después de todo
mi última morada?
Cinco pies de nieve.
Además, era medianoche, el último día del año. Por lo tanto, en las comunes
palabras utsukushi ya(¡Qué bello!), Issa descubrió y creó una gran belleza.
También en la atrevida e incomparable expresión de Kyoshi que la persona
promedio nunca podrá entender, es decir «algo como una varilla penetrante» ¿no
hay profundidad y grandeza y fuerza? Aun en un haiku como el que comienza
con toshi wa tada (el año simplemente) es difícil para un poeta usar una expresión
como mokumoku to shite (¡Oh, tan silenciosamente!). Sin embargo, en El libro de la
almohada de Sei Shônagon (las fechas de su nacimiento y muerte son inciertas
pero probablemente vivió entre 996 y 1016 —fecha del último documento que la
menciona) se encuentra el siguiente pasaje:
Cosas que simplemente pasan: un velero; los años en la vida de una persona; la
primavera, el verano, el otoño y el invierno.
El haiku de Kyoshi «el año simplemente pasa ¡oh, tan silenciosamente!» me
recordó el pasaje de El libro de la almohada intitulado «Cosas que simplemente
pasan». Ambos, Sei Shônagon y Kyoshi hacen que la palabra tada (simplemente)
cobre vida. Quizá con una distancia en el tiempo de 950 años, el sentido y
significado de la palabra puede diferir en algo, pero pienso que la diferencia es
leve. Por cierto que Kyoshi probablemente había leído El libro de la almohada, pero
cuando escribió su poema no sé si tenía el pasaje «cosas que simplemente pasan»
en mente y lo estaba usando como una alusión elegante o honkadori. Aunque lo
hubiera usado en esa forma, ciertamente eso no dañaba su propio haiku. Además,
podemos pensar que Kyoshi hizo que la palabra tada (simplemente) cobrara más
vida que la que le había dado Sei Shônagon.
[…] Escribo principalmente novelas pero me pregunto si la novela es todavía la
forma literaria o artística más adecuada a la época y, también, si la era de la novela
y hasta de la literatura misma no estará llegando a su fin. Aun cuando observo la
novela occidental moderna, me entran dudas al respecto. En el Japón, casi un siglo
después de la importación de literatura occidental, nada ha alcanzado las alturas
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del tipo de literatura japonesa representado por Murasaki Shikibu del periodo
Heian o por Bashô del periodo Tokugawa, y la literatura está probablemente
declinando y debilitándose. […] Aun después de comienzos del periodo Meiji, en
1868, aparecieron grandes hombres de letras al mismo tiempo que el surgimiento
del Japón moderno, pero aquéllos, en su juventud, tuvieron que emplear su tiempo
y energía en el estudio e introducción de la literatura occidental. Entonces, tiendo a
pensar que fueron víctimas de su época. Fueron diferentes a Bashô, quien dijo:

Sin conocer lo inmutable no se pueden construir los cimientos, y sin conocer lo


mudable el estilo no puede renovarse.
Bashô estaba viviendo en una época cuyo destino era favorable al florecimiento y
desarrollo de su talento. Era respetado y admirado por muchos distinguidos
discípulos y reconocido y adorado por el mundo. Sin embargo, aun él
frecuentemente hacía declaraciones como cuando se disponía a realizar un viaje
sobre el que escribió en Sendas de Oku:
Moriré en el camino. Éste el destino que el cielo me ha dispensado.
y durante su último viaje escribió:

Por este camino


nadie pasa…
tarde de otoño
Avanzado el otoño…
y mi vecino,
¿qué estará haciendo?
Su poema premonitorio compuesto durante su último viaje dice así:

Enfermo en un viaje
mis sueños vagan
por desolados campos
[…] La nueva línea de Tokaido bien puede tener los trenes más rápidos del mundo
pero a esa velocidad se pierde enormemente el efecto encantador del paisaje visto
desde el tren. Por ejemplo, como en el caso de las plantaciones de té de la
Prefectura de Shizuoka, desde la ventana del tren de la vieja línea, a la velocidad de
antaño, había varias vistas que me llamaban la atención e invitaban a la reflexión.
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Entre ellas, la que me dio la Impresión más vívida y me conmovió más


profundamente era el paisaje de la región Ômi, a medida que el tren de Tokio
ingresaba a la Prefectura de Shiga.

Lamentamos la partida
de la primavera
junto con los hombres de Ômi
Éste es el Ômi que Bashô mencionó en el haiku que acabo de citar. Cada vez que
voy a la región de Ômi en primavera siempre recuerdo este haiku, y como mis
propios sentimientos también parecen estar inmersos en este poema, me asombra
el descubrimiento de la belleza por parte de Bashô.

No obstante, he estado interpretando este poema en forma muy arbitraria. La


gente a menudo encara la poesía que le gusta (o aun la novela), la asimila
completamente y la aprecia a su manera. De hecho, en la apreciación de las obras
literarias, es corriente no preocuparse de la intención del autor, el origen de la
obra o los estudios y discusiones de eruditos y críticos, o evitarlos e ignorarlos.
Cuando el autor deja de lado su pincel de escribir, la obra ingresa al lector con vida
propia. Está en manos del lector que va a su encuentro mantenerla viva o
asesinarla y el autor no puede hacer nada al respecto. En cuanto a la declaración de
Bashô a ese efecto: «Cuando se retira algo de la mesa del escritor esto se convierte
en basura», el significado de esa frase al momento de escribirla Bashô y el que yo le
he dado al citarla aquí difieren considerablemente.

Por cierto que Bashô no fue a Ômi en tren, pero parece que este poema no fue
escrito cuando se dirigió a Ômi caminando por la vieja carretera de Tokaido sino
más bien cuando llegó a Ôtsu en Ômi desde Iga. En La capa pluvial de paja del
mono hay un kotobagaki (prefacio en prosa) al poema en chino: «mirando las aguas
del lago (Biwa) y lamentando la partida de la primavera» y me parece que había
otro kotobagaki de puño y letra de Bashô que dice así: «Navegamos en un bote en
Karasaki, Shiga, y la gente (de allí) habló de los vestigios de la primavera». Además,
parecería que Bashô tuviera alguna relación personal con los «hombres» sobre los
que escribió la frase «los hombres de Ômi». Sin embargo, si cito del trabajo crítico
de Yamamoto Kenkichi sólo el pasaje que me interesa ahora, sería el siguiente:
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Con respecto a este haiku, existe la siguiente historia en el Kyorai-shô


(Conversaciones con Kyorai) [Mukai Kyorai, 1651-1704]: «El maestro (Bashô) dijo:
“Shôkaku [Essa Shôkaku, 1650-1722] ha manifestado que el nombre del lugar
denominado Ômi bien podría haber sido Tamba y la época del año —el fin de la
primavera— podría haber sido el fin del año. ¿Cómo reacciona usted ante esto?”.
Kyorai contestó: “La crítica de Shôkaku no se justifica. Las brumosas aguas del lago
hacen de Ômi el lugar apropiado para lamentar la partida de la primavera. De hecho
fue así el día en que se escribió el poema”. El maestro dijo: “Tiene usted razón. El
amor a la primavera que sentían los antiguos pobladores de esta provincia no era de
ningún modo inferior al de los de la capital”. Kyorai respondió: “Estas palabras suyas
tocan mi corazón. Si uno se encuentra en Ômi a fin de año, ¿cómo puede surgir este
sentimiento? O si uno está en Tamba a fines de la primavera, por cierto que no se
sentirá lo mismo. Cuán cierto es aquello de que determinado paisaje en un
determinado momento conmueve a los hombres”. El maestro: “Usted, Kyorai, es una
persona con quien puedo hablar sobre lo elegante”, y se sintió especialmente
complacido».
También en Fukuru nikki (Diario de la lechuza) de Kagami Shikô (1665-1731), bajo
el rubro correspondiente al 12 de julio de 1698, de acuerdo al calendario lunar, en
la sección «Conversaciones vespertinas en el pabellón de las peonías», se
encuentra el mismo pasaje, y Shikô cita las siguientes palabras finales de Kyorai en
este episodio:
Lo elegante es lo que surge en circunstancias particulares.
Y Shikô mismo declara:

Los hechos de las circunstancias particulares son cosas que uno debe conocer.
Al descubrir lo elegante, es decir la belleza que existe, al sentir la belleza que uno
ha descubierto y hasta al crear la belleza que uno ha sentido, «las circunstancias
particulares» de «aquello que existe naturalmente en esas circunstancias» son muy
importantes y aun podemos decir que son la gracia del cielo; además, si podemos
«saber» que esas circunstancias particulares son realmente ellas, entonces
podemos decir que esto es un don del dios de la belleza. Puede parecer sólo un
simple haiku que trata del lamento por la partida de la primavera con la gente de
Ômi, pero de hecho el lugar es Ômi y la época del año es «la primavera que parte» y
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en ello yace el descubrimiento y la experiencia de la belleza por parte de Bashô. En


otro lugar como Tamba, por ejemplo, y en otra época como «el año que termina»,
no se experimentaría la emoción profunda que emana de este poema.

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