Transcultura y Hegemonia
Transcultura y Hegemonia
Transcultura y Hegemonia
TRANSCULTURA Y HEGEMONÍA
I De la “transculturación” a la colonialidad
De Andrade
Es curioso el relativo consenso (Podetti, 2004), (Vidal, 2005) frente a que la voz
“transcultura” fue utilizada por primera vez en el libro de Fernando Ortiz “Contrapunteo
cubano del tabaco y del azúcar (Advertencia de sus contrastes agrarios, económicos,
históricos y sociales, su etnografía y su transculturación)”, publicado en 1940 en Cuba. Este
texto es un ensayo histórico en el cual se señalan diversos aspectos de la cultura caribeña,
en especial, su proceso de mestizaje que fundió lo indígena, lo africano y lo europeo. El
autor utiliza la “transculturación” para referirse al mestizaje americano como un proceso de
mezcla que produjo etnias y culturas diferentes de las que le aportaron. El prólogo al libro
de Ortiz fue escrito por Bronislaw Mallinowski, quien por esa época fuera profesor de
antropología en Yale. En el texto, el antropólogo polaco sintetiza la transculturación como
un proceso del cual emerge una realidad compuesta e independiente que no implica el
dominio de alguna cultura, pues ambas se consideran contribuyentes y su resultado sería
“una nueva realidad de civilización”(Malinowski: 1999).
En los años treinta ocurrió un proceso paralelo con el término “cross-culture”, cuya
traducción coincide con “transcultura”. El vocablo emergió en la obra de Peter Murdock,
antropólogo del Instituto para las relaciones Humanas de la Universidad de Yale, quien
dirigió la célebre “Encuesta transcultural” (cross-cultural survey) (Goodenough, 1994:305).
El término “cross-culture” se utilizó en Estados Unidos en antropología y psicología,
extendiéndose con el tiempo a la pedagogía y los estudios culturales donde confluyó como
sinónimo de “transculture”. No obstante, en su origen el término no hizo referencia a la
mezcla cultural sino a la investigación comparada entre datos estadísticos obtenidos en
diferentes culturas. Los trabajos de Murdock son una pieza clave para comprender el
debate entre el relativismo cultural boasiano y el evolucionismo, tensión que se hallaba
vigente en la academia norteamericana de aquel momento.
Volviendo a Ortiz, este autor plasma en su obra un contexto donde los presupuestos para la
transculturalidad se observaban cotidianamente. Pero a la vez retoma una tradición
intelectual que concibió la mezcla mestiza no solo como un fenómeno cultural interesante
sino como un proyecto político de emancipación frente al orden colonial. Casi cincuenta
años antes el cubano José Martí publicó “Nuestra América”, un ensayo sobre la naturaleza
transcultural (aunque enunciada en otros términos) de un continente avocado a construir
sus proyectos sobre una identidad que no era negra, blanca o indígena, sino que era una
mezcla de todas ellas. Un territorio que no era europeo y que no podía asumir como propio
el modelo de sociedad eurocéctrico en el que se empecinaban sus elites. Martí llamaba
reivindicar con orgullo el mestizaje, dejando atrás las tensiones locales para unirse y hacer
frente a “la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo
mundos” (Martí:2003), figura que aludía los proyectos imperiales que se disputaban el
dominio sobre los países de la periferia económica Americana. Desde entonces, han
surgido numerosos intelectuales que han fortalecido este proyecto.
Entre los puntos de vista más singulares que hay en esta corriente, encontramos el de José
Vasconcelos. En 1925, unos años antes de la publicación de Ortiz, este mexicano publicó el
libro “La raza cósmica” en el cual señaló que la historia terminaría por eclosionar los
conceptos de raza y nacionalidad (Vasconcelos, 1948). El prefacio comienza con las
siguientes palabras: “La tesis central del presente libro consiste en que las distintas razas
del mundo tienden a mezclarse cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano,
compuesto con la selección de cada uno de los pueblos existentes”… “Las circunstancias
actuales favorecen, en consecuencia, el desarrollo de las relaciones sexuales internacionales, lo
que presta apoyo inesperado a la tesis que, a falta de nombre mejor, titulé: de la Raza Cósmica
futura” (Vasconcelos, 1948). En el proyecto de Vasconcelos el mestizo transculturado sería el
sujeto histórico que liderara en el proceso de superación del etnocentrismo generando no solo
una cultura y una etnia verdaderamente universal. Los planteamientos genéticos, de los cuales
se alimentó el discurso de Vasconcelos perdieron eco después del Holocausto, pero su obra
dejó entrever la fuerza aglutinante del mestizaje como proyecto. En la actualidad, aunque la
etnicidad sigue siendo importante, esta ya no proporciona la base de la identidad colectiva,
entre otras cosas porque los lazos primordiales en que se fundamenta, pierden significado
cuando se separan de su contexto histórico. La raza importa pero ya casi no constituye
sentido (Castells, 1998:76).
Es importante resaltar que los autores mencionados no presentan el mestizaje como una
teoría de la cultura sino como un hecho tangible en la realidad del continente americano, la
cual es bautizada por Ortiz como “transculturación”. Sin embargo este elemento tiene
también una dimensión de proyecto político en la obra de Martí como en la de Vasconcelos.
Desde luego un orden social que no etnocéntrico debería tener, en principio, instituciones
diferentes a las del estado liberal que conocemos. Este proyecto es señalado por Martí
como una prioridad para transformar el rol subalterno que han tenido los países
empobrecidos de América, en donde se ha intentado transplantar las instituciones europeas
desconociendo el contexto transcultural. El filósofo cubano relata cómo este sujeto en
construcción reclama la autodeterminación negada por esquemas lineales que clasificaron
las culturas no occidentales como inferiores y exóticas.
La tensión entre los extremos etnocéntrico y transcultural bien podemos mirarla a la luz de
los estudios de la colonialidad. Como lo señala Castro-Gómez, el colonialismo fue un
fenómeno económico y político que tuvo una dimensión epistémica vinculada con el
nacimiento de las ciencias humanas, tanto en el centro como en la periferia. Los estudios en
mención han señalado cómo las humanidades y las ciencias sociales modernas crearon un
imaginario sobre el mundo social del «subalterno» (el oriental, el negro, el indio, el
campesino) que no solo sirvió para legitimar el poder imperial en un nivel económico y
político sino que también contribuyó a crear los paradigmas epistemológicos de estas
ciencias y a generar las identidades (personales y colectivas) de colonizadores y
colonizados. (Castro-Gómez, 2005:19,20). Asi las cosas, adquiere otra dimensión el trabajo
de Ortiz y de la corriente que representa, pues frente al discurso de la antropología clásica
proponen la transcultura como un espacio en que la metrópolis no mantuvo su hegemonía
sino que se diluyó en el crisol del tiempo generando un nuevo mundo caótico pero diferente.
En todo caso uno de sus méritos está en marcar una ruta de escape a la clasificación
mecánica que asocia los pueblos no europeos (por no decir no “occidentales”) con una
ubicación temporal pre moderna. La transculturalidad no solo desafía la interpretación del
papel de las culturas de la periferia como simples receptores de lo europeo sino que relata
cómo en la práctica el dialogo cultural ha generado otras identidades colectivas.
La transcultura como mestizaje estuvo claramente ligada desde un principio con los
proyectos anticoloniales, aspecto recurrente desde antes de Martí. El mestizaje actuó como
generador de un sujeto otro, transculturado, hijo del colonialismo pero resistente a ser
reducido a su lógica clasificatoria como subalterno. La vigencia de la relación entre
transcultura y estudios poscoloniales nos muestra entonces que las demandas políticas de
ese sujeto otro se han acumulado a través de las diferentes experiencias coloniales hasta
convertirse en un problema global en donde la razón colonial continúa desarrollando
mecanismos para mantener la hegemonía sobre la otredad.
Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago.
De_Andrade
Parece ser que el término “transcultura” cayó en desuso desde la segunda posguerra hasta
los años setenta del siglo pasado cuando fue retomado por el uruguayo Angel Rama. Este
renacimiento se debió en parte al auge de los estudios culturales y al “Boom
latinoamericano”, cuyo contenido precisaba criterios de análisis que dieran cuenta de la
problemática cultural que planteaban sus narraciones. En este marco, Rama resaltó el
papel de los “transculturadores narrativos” como los escritores que no se limitaban a copiar
o a difundir la cultura hegemónica, la cultura extranjera, o las vanguardias literarias, ni a
reproducir la cultura tradicional regional o local, sino que realizaban un proceso de
selección, descarte, rescate, descubrimiento, combinación y síntesis de elementos de la
cultura ajena tanto como de la propia (Remedi, 1997). Sus últimos libros Transculturación
narrativa en América Latina (1982) y La ciudad letrada (1984) dan cuenta de este aporte,
que pasa de la propuesta analítica para la narrativa transcultural al examen del papel
transculturador de las culturas urbanas.
El tránsito que evidencia Rama, agrega otro elemento para pensar la transculturación
contemporánea, se trata de la espacialidad del proceso, pues si bien es cierto que éste se
vale de ciertos niveles virtuales, estos tienen un anclaje ineludible en la materialidad de la
ciudad. Remedi (1997) nos hace pensar en esa materialidad como el “soporte” donde todo
eso ocurre y se registra. Este término remite a la territorialización-desterritorializacion del
espacio virtual e informático “soportado” por la ciudad como espacio físico, pero también
nos recuerda la materialidad de los actores económicos y políticos que intervienen en ella.
En la década de los noventa, García Canclini desarrolla la relación entre el espacio físico de
la ciudad y la interacción cultural utilizando el concepto de “hibridación”. Explica este rótulo
señalando que si bien existen otros términos como mestizaje o sincretismo, la hibridación
abarcaría diversas mezclas interculturales –no solo las raciales a las que suele limitarse el
“mestizaje”- y porque permite incluir las formas modernas de hibridación mejor que
“sincretismo”, fórmula casi siempre referida a fusiones religiosas o de movimientos
simbólicos tradicionales (García, 1995:15). García se enfoca en mezcla entre lo tradicional y
lo moderno como signo de la incertidumbre de lo contemporáneo, pero también relaciona
este concepto con una interpretación critica de la modernización latinoamericana en la cual
ésta no se ve como “una fuerza ajena y dominante, que operaría por sustitución de lo
tradicional y lo propio, sino como los intentos de renovación con que los diversos sectores
se hacen cargo de la heterogeneidad multitemporal de cada nación” (García, 1995:14). La
reflexión que realiza García aborda varias aristas de esta caótica mezcla, insistiendo como
Rama en la materialidad urbana de la hibridación, aspecto que realza el graffiti y el videoclip
como algunas manifestaciones específicas en las que se puede observar la hibridación.
Estas expresiones contienen el cruzamiento fragmentado de diferentes relatos y
temporalidades
Otro autor que hace referencia a la transcultura es el ruso Mikhail Epstein, profesor de
teoría cultural en la Universidad de Emory, en Atlanta, EU. Epstein ha venido profundizando
en el tema desde finales de los años ochenta en Rusia y luego en EU. Los textos en los que
comenzó a presentar su punto de vista sobre la cuestión transcultural fueron “To Speak the
Language of All Cultures” y “After the Future: The Paradoxes of Postmodernism and
Contemporary Russian Culture”. Epstein plantea un sentido emancipador de la transcultura
en un modo muy peculiar:
Si partimos de que las personas que nunca tienen experiencias de vida en culturas
diferentes a la “propia” (del lugar donde nacen o son socializados), son de algún modo,
prisioneros de ese marco de significados, se puede concluir que las personas que tienen
esta múltiple experiencia, se ven “liberados” de la pertenencia a una cultura. Esta libertad
no es algo que pueda ser proclamado o establecido “jurídicamente” porque es una
circunstancia de hecho que se funda en la vivencia de “las propias transmutaciones
culturales”. (Epstein, 2007). En el mismo sentido, hace referencia a Merab Mamardashvilli
filosofo de la antigua Unión sovietica, quien reivindicó “el derecho a independizarse de su
propia cultura”.
El planteamiento se distancia del multiculturalismo en tanto éste preconiza la pertenencia
biológica y biográfica del individuo a una cultura que debe ser “respetada en su diferencia”.
De modo opuesto, en la transcultura no prima el principio de diferencia sino el de
“interferencia” de los valores simbólicos. Define la transcultura como una forma de expandir
los límites de la identidad étnica, profesional, lingüística, etc. a nuevos niveles de
indeterminación y virtualidad. La transcultura construye nuevas identidades en la zona de
confusión e interferencia retando las configuraciones asociadas con la nación, la raza y
otras que son solidificadas antes que dispersadas por la política multiculturalista de la
identidad (Epstein, 2007) .
En la visión de Fernando Ortiz hay una obvia influencia de la antropología funcionalista, que
se nota en la enunciación mecánica del proceso aculturación-desculturación-
transculturación. Esta influencia convive con el aliento emancipatorio martiano. En la versión
de Malinowski igualmente se advierte en la descripción esencializada de una “nueva
realidad cultural”. Pese a su carácter esencialista y funcional, para la época representaba
una ruptura conceptual que se oponía a la idea de aculturación etnocéntrica concebida
como la victoria de la civilización occidental sobre otras culturas menores. Esta construcción
conceptual constituía una especie de doble mensaje: Uno dirigido al contexto
latinoamericano en el cual se aportan elementos de la antropología y la etnografía a la
corriente cubana que venía afirmando la cultura mestiza desde los campos literario y
ensayístico; y otro mensaje dirigido a la sociedad norteamericana, y particularmente a la
academia que había invisibilizado la influencia de las colonias en las culturas colonizadoras
y la generación de un nuevo colectivo étnico y cultural.
Ahora bien, el aporte de Angel Rama tiene como marco una época atravesada por el exilio
de una masa de intelectuales expulsados en ultima instancia por una doctrina de seguridad
hemisférica que demonizó la critica por juzgarla cercana de la sombra soviética. También es
una época influenciada por el proceso revolucionario cubano y por los diversos intentos de
reinterpretar la realidad latinoamericana desde marcos no eurocéntricos que posibilitaran
nuevos proyectos políticos (teología de la liberación, teoría de la dependencia, ciencia
popular, etc.). A propósito, es clara la cercanía de los “transculturadores narrativos” con los
lideres de los procesos en mención (Por ejemplo García Márquez y Fidel Castro o Cortazar
y el Frente Sandinista). Así mismo quedaban trazas de la ofensiva desarrollista comenzada
por la Alianza para el Progreso, lo cual estimuló indirectamente la búsqueda de otros
referentes políticos no coloniales. La transcultura en este contexto retoma la idea identitaria
de Ortiz pero es liberada cada vez más de elementos étnicos hasta centrarse en el campo
literario.
En cuanto a los aportes más recientes (García y Epstein) lo étnico tiene, desde luego,
menos fuerza. Y aunque en el fondo el tema es el mismo, hay una diferencia muy grande:
García quiere estudiar la tensión entre lo tradicional y lo moderno, la manera como se
funden en lo contemporáneo, mientras que Epstein nos habla de la “liberación de la propia
cultura”.
II La dimensión analítica
De Andrade
El siglo XX y lo que llevamos del XXI se han caracterizado por la hegemonía de los Estados
Unidos de América, cuya consecuencia ha sido la irradiación dominante de su cultura. Esta
tendencia, también llamada “Globalismo” o “Panamericanismo” (Epstein, 2007) o
“americanización del mundo” (De Sousa, 2007) constituye otra fase de la colonialidad
occidental. En palabras de De Sousa, es el “tercer acto de la obra teatral milenaria de la
supremacía de Occidente. El primer acto lo constituyeron las cruzadas; el segundo consistió
en los descubrimientos y la expansión europea. Desde ese punto de vista, el siglo de la
América europea no es algo nuevo, sólo es otro siglo europeo, los Estados Unidos son la
última versión de una Europa dominante” (De Sousa, 2003: 81).
Volviendo a nuestro planteamiento, esta hegemonía que parece inexorable, vista “desde
abajo” tiene el rostro del “Fascismo social”, por el cual masas de la población son
expulsadas de cualquier tipo de contrato social, son los inmigrantes indocumentados, los
trabajadores del postindustrialismo. Las personas incluidas viven en zonas civilizadas y las
excluidas en territorios salvajes, son necesarias cercas y muros para mantenerlas alejadas
(De Sousa, 2003: 84), es preciso el control fronterizo, los muros y las iniciativas como “the
minuteman proyect”. Desde el punto de vista de las clases medias la cosa no es más
alentadora porque habiéndose superado parcialmente el modelo disciplinario foucaultiano
de encierro del cuerpo, pasamos a una modulación del individuo a través del deseo
consumista y el crédito bancario. El hombre y la mujer parecen moverse libremente, pero
están condicionados por los servicios que exige el mercado y por sus hábitos de consumo
“El hombre ya no está encerrado sino endeudado”(Castro-Gómez, 2009: 71-92). Estos
elementos se presentan como naturales y ahistóricos, a pesar de que hacen parte del
localismo globalizado de la estructura de significados (cultura) construida a partir de los
actores dominantes en el mercado mundial. Presentar ese localismo como una cultura
global es un rasgo propio de la colonialidad.
Intentaré mencionar algunas aristas que, juzgando por el recorrido histórico término,
deberían tenerse en cuenta en el momento de pensar una definición estática de la
transculturalidad. Se trata de una tarea problemática porque este concepto muta
constantemente, asumiendo nuevas determinaciones en su contenido y definirlo es como
agarrar un pájaro al vuelo. En todo caso subyace la absoluta certeza de que esta es solo
una propuesta provisional sobre los elementos más sobresalientes de su contenido.
Cuantos más marcos de sentido o fragmentos de estos sean apropiados por una
comunidad de vida, habrá un mayor arsenal de herramientas para desenvolverse en
diferentes ámbitos, y por tanto la cultura será más compleja y más rica. En este punto es
importante señalar el locus de donde se realiza esta afirmación, pues en los procesos
típicos de la colonialidad/modernidad, los colonizadores omiten la valoración del marco de
sentido de los colonizados, entre otras cosas por un discurso dominante que sitúa sus
culturas en un pasado salvaje que necesita la resignificación civilizatoria (europea). En la
actualidad los fenóminos migratorios dan cuenta de este proceso, pues la población sigue el
flujo de riqueza desde la periferia económica a los centros en donde la intercultura y
transcultura no es una opción sino una necesidad adaptativa. En los centros suele
reproducirse la colonialidad en tanto que discurso etnocéntrico ligado con la marginación de
estos colectivos pero también con su administración como excedente de mano de obra por
lo general no calificada. Esto nos remite a la relación que hay entre migración periférica y
sociedad de control , donde se ubica de manera clara el fascismo social. Esta problemática
es el fundamento para plantear el locus de este trabajo desde la perspectiva de las
comunidades de sentido no dominantes, la perspectiva de la “globalización desde abajo”.
Miquel Rodrígo (2003) señala otros factores a tener en cuenta para la comunicación
intercultural, entre otros, la autocrítica frente a los prejuicios de la cultura otra, la superación
de la creencia de que nuestra cultura es “normal”, la metacomunicación, la crítica sobre los
estereotipos y las generalizaciones, la desterritorialización de la cultura y la crítica de la
tendencia de universalizar a partir de la cultura dominante. En relación con éste último
aspecto sería útil tener en cuenta la asimetría de la interacción cuando media un proceso
histórico concreto de construcción del otro como subalterno y del nosotros como dominante:
la diferencia colonial. Este aspecto halla su dimensión práctica en elementos como la
marginación del otro frente a los derechos de ciudadanía (en el caso de la migración).
Si bien la aproximación de Pratt se enfoca en los relatos literarios, Walsh (2007) advierte
sobre otra dimensión de la interculturalidad y nos cuenta cómo en Ecuador este concepto
está ligado con la resistencia de los indígenas y los negros y con sus proyectos políticos de
descolonización. En este punto de vista se aprecian dos partes constituyentes del concepto:
un plano simbólico y episemológico y otro plano vinculado con la acción política. En suma
diríamos que se trata de una praxis intercultural. La vinculación de este concepto con la
praxis se concreta en las rupturas en la hegemonía blanca-mestiza que los movimientos
indígenas andinos en Ecuador y Bolivia han generado en la última década y en el
posicionamiento local, regional y transnacional como actores políticos.
En el trabajo de los autores mencionados en la primera parte del artículo es claro el proceso
de desvinculación de lo étnico frente a lo cultural. Si nos remontamos al mestizaje de Martí
encontramos que esta dualidad es indiferenciada, mixtura que refuerza el poder de
convocatoria política para emprender el proyecto de independencia (Martí murió luchando
contra las tropas españolas en 1895). Cuando Ortiz retoma el hilo de la transcultura el
conflicto étnico es colocado en un segundo lugar, para ese momento se empieza a mirar el
entorno con el prisma de la antropología funcionalista, lente que rescata del panorama
poscolonial la cuestión cultural. Podría pensarse que este hecho representa una
despolitización del colonialismo, pero el caso es que la tensión continuó en el ámbito
académico e intelectual donde visibilizó la influencia de las culturas subordinadas en el
hegemón. Hasta entonces habían predominado los estudios sobre la aculturación vista
como la adopción de los marcos de sentido de la cultura colonial. A pesar de que en su obra
parece haber una visión esencializada y “monolítica” de la cultura que se expresa en la
descripción de la transculturación como resultado de las fases aculturación – deculturación
– neoculturación, esta secuencia es útil para comprender el proceso. Si bien la
secuenciación conlleva el riesgo de realizar un reduccionismo mecanicista, puede ser útil al
plantear una categorización típico ideal del camino hacia la transculturación.
En cuanto a los autores posteriores se advierte un acuerdo sobre la lejanía del argumento
racial y hay una progresiva complejización de los factores a tener en cuenta en el proceso.
Rama se enfoca en el relato literario transculturado resaltando su papel en la afirmación
cultural y política. El conjunto de “transculturadores narrativos” fue cercano a los diversos
movimientos revolucionarios desatados esta vez contra la hegemonía de EU sobre la
región. Cortazar, Ernesto Cardenal, Cesar Vallejo y García Marquez, entre otros, ilustran el
papel político de la transcultura narrativa.
A continuación, una tabla en la que se pretende ordenar los aportes relacionados con la
transcultura. Es importante mencionar las fases no ocurren de manera cronológica ni
acumulativa. Se trata solamente de un intento sistematizador.
Fase típico ideal Concepto empleado Autor Contexto
De acuerdo con la tabla, podrían plantearse tres categorías para agrupar los conceptos
mencionados: La primera sería la configuración de los interlocutores, la segunda el dialogo
o intercambio, que por supuesto suele ser asimétrico, y finalmente, la conformación de
nuevos marcos de sentido que, por lo visto, tienden a ser cada vez más volátiles.
Son diversos los elementos que se han acumulado para pretender reducirlos a una
definición estática de la transculturalidad, sin embargo a manera de conclusión podríamos
decir que la transcultura sería una fusión de significados, que ocurre como consecuencia
de un profundo y/o continuado proceso intercultural, que sintetiza elementos de las culturas
en contacto en un nuevo marco de sentido. Este proceso de síntesis se realiza en su fase
constitutiva a través de la vivencia intecultural. La transcultura trasciende un ethos cultural
conformado, es decir que en el nuevo marco de símbolos, estos ya no son deudores de una
cultura en particular. Adicionalmente, la estructuración del nuevo ethos está atravesada por
la ubicación geopolítica del proceso, es decir que de acuerdo con el locus de enunciación
en el contexto de la colonialidad/modernidad, la transcultura puede convertirse en un factor
de ruptura frente al etnocentrismo (globalización contrahegemónica)
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