Historia de La Hermeneutica PDF
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El hilo conductor que me ha guiado para organizar estos materiales y argumentos parte de
la idea contemporánea de hermenéutica, y en panicular, de la monumental reconstrucción
de Hans Georg Gadamer en JWady m&tlo. Respecto a este modelo, he aportado dos variaciones
principales: la extensión del ámbito de exposición historiográfica (que en Gadamer-abarca
sólo la hermenéutica romántica) y, en el plano teórico, la atenuación de la antítesis entre
hermenéutica y epistemología, que Gadamer hereda de Heidegger. Además de esto, he
dedicado una atención especial al aparato bio-bibliográfico, con la esperanza de facilitar la
consulta y de suministrar una base para posteriores investigaciones.
Agradezco aquí a Elio Franzini, Tonino Griffero, Pietro Kobau, Giulia Raboni y Fede-
rico Vercellone por la valiosa y amable aportación que me han proporcionado en la discu-
sión y revisión del texto y en las investigaciones bibliográficas.
MAURIZIO FERRARIS
Milán, tficiorllm 1987
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ADVERTENCIA
La bibliografla final, organizada según el sistema autor-fecha, comprende los útulos cita-
dos en el texto o ·al menos aquellos de los cuales se ha hecho mención con mayor frecuen-
cia. Por otra parte, al término de cada capítulo, en correspondencia con los parágrafos
indicados con un asterisco, ha sido acopiada una bibliografia más amplia, a la que se aña-
dieron, cuando ha parecido necesario, profundizaciones y notas relativas a los argumentos
expuestos en el texto.
La conclusión del presente volumen ha aparecido ya, en forma distinta más amplia, en
el volumen colectivo, Cw che l1autore non sa. Ermmeutica, traJiC,onL, critica, Milán, Guerini 1988,
pp. 79-135. Lo mismo vale para los parágrafos dedicados a Luigi Pareyson (III 3.2), Eric D.
Hirsch (IV 4.2) y Peter Szondi {IV 4.3), publicados con algunas modificaciones en mi ensayo
·~petti dell'ermeneutica nel Novecento", en M. Ravera, Il pmsin-o mneneutico: Testi e male-
riali, Génova, Marietti 1986, pp. 207-277. Agradezco a los editores que me han permitido
su reproducción parcial en este volumen.
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PARTE!
DE LOS ORÍGENES A lA ILUSTRACIÓN
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Hermes, el mensajero de los dioses, ejercía una actividad de tipo práctico, Uevando y trayen-
do anuncios, amonestaciones, profecías. En sus origenes míticos, como más tarde en el resto
de su historia, la hermenéutica, en cuanto ejercicio transformativo y comunicativo, se con-
trapone a la teoria como contemplación de las esencias eternas, no alterables por parte del
observador. Es, ante todo, a esta dimensión práctica a la que la hermenéutica debe su tradi-
cional prestigio: hmneneuJiJrt üdw, an ~ /íimst der lnterprtttzJiml: arte de la interpre-
tación como transformación, y no teoria como contemplación.
Pero la procedencia a partir de Hermes es una reconstrucción a posteriori. Kerényi, que
se ha ocupado del asunto, lo aclara: "Hermmeia, la palabra y la cosa, está en la base de todas
las palabras derivadas de la mísma raíz y de todo lo que en ellas 'resuena': de hmnmeus,
htrm.meults, hermmeuJik. La raíz puede ser idéntica a la del latín smno. No tiene, en cambio,
ninguna relación lingüístico-semántica -5alvo por semejanza en el sonido- con Hermes, el
dios del que todavía toma nota August Boeckh en su present.&ción de la hermenéutica filoló-
gica (EnqclopiitJU, 1886, p. 78). ti demostró, sin embargo, '.a precisión de su griego al equipa-
rar Hmnmeia con elocutitJ y con vmtli1ullicñ 11111Chm. Fue raucho más lejos cuando equiparó la
ltmnmeiJJ con la~. con la función de los txtghdoi y con la explicación de las cosas sagra-
das. Tal función pertenece ya al campo de lo sagrado, del derecho sagrado, o simplemente
del derecho, es decir, a una especialización que restringe el sentido de ltmnmeüJ. Esta última
no es un desplegar, como lo es más bien hmnmewis (Pollux 5, 154), sino un pronunciar, una
función ante todo de la lengua, de laglotta en el primítivo significado del término [...]. En el
sentido originario de la palabra, ltmnmeiJJ es la eficacia de la expresión lingüística, que es
hoy con razón considerada como el alfa y el omega de la hermenéutica" (Kerényi 1963,
133-134). Por eso Heidegger y Gadamer, siguiendo la idea de lengua en las tradiciones del
Humanismo y del Romanticismo, relacionan la experiencia hermenéutica con el universo
del lenguaje y dellogos como verfJUm y como smno. Esto, por lo demás, está confirmado por
los usos de "interpretación" en el lenguaje cotidiano, que se refieren sistemáticamente a los
servicios lingüísticos, como indican las expresiones "hacerse intérprete de un sentimíento",
"ser intérprete" entre personas que hablan lenguas diversas, "interpretar con el violín una
sonata" (siempre que se entienda la música como un lenguaje), "interpretar un libro", "in-
terpretar un sueño".
En estos ejemplos -muy distantes de agotar el campo- resuena ante todo la duplicidad
de la interpretación vinculada con la función de la ptJtJ, que exige ya sea la comprensión o
la expresión de un significado. Expresar un significado es ya una función hermenéutica; por
otra parte, no se dan comprensiones tácitas, toda vez que el comprender se realiza sólo cuando
el sentido entendido se traduzca en logos-lenguaje. Como c:scribe Ebeling, "FJ significado del
vocablo es buscado en tres direcciones: aseverar (expresar), 'interpretar' (explicar) y traducir
(ser intérprete). No se trata de establecer cuál sea, lingüística e históricamente, el significado
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12 DE LOS ORíGENES A LA ILUSTRACIÓN
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l. ANI1GÜEDAD Y MEDIEVO
"'Herrrwu:unn' es ese exponer que lleva un anuncio, toda vez que es capaz de escuchar un
mensaje. De ahí que, la interpretación de lo dicho por Jos poetas -los cuales, según la pala-
bra de Sócrates, en el diálogo platónico Ion (534c) hermerus eisin ton lkon 'son mensajeros de
los dioses'- se conforma, precisamente, como un exponer de esa naturaleza [...] De todo
esto resulta claro que herrrwu:unn no significa primariamente interpretar sino, más bien, con-
ducir el mensaje y el anuncio" (Heidegger 1959, 105).
La hermenéutica, como se ha visto, no nace de una propuesta metódica de la interpreta-
ción, sino que se une, ante todo, a la experiencia de transferir mensajes (además del pasaje
dellon, este papel del intérprete se vuelve a encontrar en el Simposio, 202e, en el cual Eros es
caracterizado como hermeruuon, intérprete de los anuncios dh.inos entre los hombres). Dicho
de otro modo, no surge como una teoría de la recepción, sino precisamente como una prác-
tica de transmisión y mediación. Es de esta forma como ha sido entendida la hermenéutica
en Platón, el cual, sin embargo, justamente por este motivo, la devalúa; como observa Ke-
rényi (1963, 134), "el primero en hablar de la hermenndiA:e como de una Uc/w especial es-
hasta donde conozco- Platón. Allí habla, señala la esfera de lo sagrado, y [...) piensa casi
siempre en algo divino o más alto, a lo que sirve el hermmeuein". El intérprete, en efecto, es
portador de anuncios de los cuales no necesariamente ha comprendido el sentido, y cuya
validez, por eso, no sabe controlar. La hermenéutica, como ttdw, está así totalmente subor-
dinada a la episúm.t. En el Epirwmis, Platón sitúa el arte de la interpretación en la esfera infe-
rior de técnicas, Jo cual no impidió que, "por ser algunas de ellas absolutamente necesarias,
verdaderamente importantes, adquiriera allí sabiduría; pero, si bien al comienzo esto fue
considerado un momento de sapiencia, hoy, sin duda, ya no se aprecia como tal; por el con-
trario, con semejante sabiduria, se cubre más bien de ridículo" (974e). En este ámbito de
seudoconocimientos entran las artes de los artesanos, las artes intitativas y el arte del intér-
prete: "Y así la estructura de las casas, el arte arquitéctónico en toda su complejidad, la
construcción de todo tipo de enseres, el arte del artesano y el del que prepara los utensilios
para los forjadores, los modeladores, los tejedores, cualquier tipo de instrumento, todo esto
es útil para la sociedad, pero no tiene nada que ver cuando se habla de la virtud. Ni de la
caza, en general, no obstante su variedad y tecnicidad, se puede decir que, a un tiempo,
produzca grandeza de ánimo y sabiduría. Y ni siquiera de la dívinización ni, en general, del
arte de interpretar los oráculos, porque lo que se llega a saber se sabe sólo por ser dicho -si
es verdad-, no por ciencia" (ibid. 9751M:).
El recelo hacia la hermenéutica, en Platón, parece, pues, entrar en el marco de la sospe-
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14 DE LOS OJÚGENF.S A LA IUJS11tACIÓN
cha hacia aquellos que -como los sofistas- no poseen ningún saber verdadero, porque sus
palabras son imitaciones simples de la sabiduría, de la misma manera que el artesano imita
las ideas y los artistas copian las imitaciones de los ancsanos. Análogamente, el intérprete
transmite mensajes de los cuales no conoce la validez y los que, finalmente, no comprende.
"Ser htrmtneus, a la manera de Platón, significa siempre ocupar el segundo lugar o [...) sin
más, el tercero" (Kerényi 1963, 134). Esta clasificación de la hermenéutica, como próxima
a las artes miméticas y la retórica, estaba destinada a una gran fortuna. Desde este punto de
vista, parece confirmada la autocomprensión de la hermenéutica como téoüca secundaria
y marginal que, sólo en una época reciente, del Romanticismo en adelante, se ha ido recon-
siderando progresivamente en términos filosóficos; pero se trata de una verdad a medias.
Por una parte, en realidad, la hermenéutica adquirirá dignidad filosófica justamente en el
marco de una ligera reducción de las pretensiones de verdad, en sentido epistemológico, de
la filosofia -por lo cual, efectivamente, las artes, la retórica y la hermenéutica, han sido re-
habilitadas cuando su contraparte (la dialéctica y, en general, el discurso verdadero) declina;
pero, por otra pane, el efecto de esta declinación introduce, también, un largo proceso de
revaloración de las pretensiones de verdad de la retórica, de la hermenéutica y de la expe-
riencia estética. Este proceso data de mucho antes del Romanticismo y viene a identificarse
sustancialmente con toda la historia del problema hermenéutico.
Es todavía a una teoría de la txpusión hacia donde apunta Aristóteles en sus esporádicas
referencias a la hermenéutica. Aquí ésta no pone en contacto a los dioses con Jos hombres,
pero es, en su.,tancia, una función que media entre los pemamientos del alma y su expresión
lingüística. Es ésta la acepción con la cual el término hermenéutica (traducido al español,
por su papel contextual en Aristóteles, precisamente como "expresión'' ) aparece en Ptri psydw
(420b 15-20): "Por tanto la naturaleza se sirve del aire que respiramos para dos funciones,
como la lengua para el gusto y para el hablar, de los cuales el gusto es necesario (y por eso
pertenece a un mayor número de animales) mientras la expresión de los propios pcnsamien·
tos es para estar bien: así se sirve de la respiración como medio indispensable para regular el
calor interno (...) y para producir la voz, que es donde se hace realidad el estar bien". Esta
función es reiterada en el Ptri hermmeias, una pane del Organon (también en este caso el título
del tratado aristotélico es traducido como ("De la expresión", y no como "De la interpreta·
ción"): ·~ora bien, los sonidos de la voz son símbolos de las afecciones que tienen lugar en
el alma, y las letras escritas son símbolos de la voz. Del mismo modo, en fin, que las letras no
son las mismas para todos, así tampoco los sonidos son los mismos; con todo, los sonidos y
las letras resultan ser signos, ante todo, de las afecciones del alma, que son las mismas para
todos y constituyen las imágenes de los objetos, idénticos ya para todos" (16a 1·10). Aqul.,
como ha observado Lutz Geldsetzer (1983, 597), Aristóteles se opone a la teoría del sentido 1
múltiple, y, por tanto, ilimitado, de los textos y de las expresiones lingüísticas: en muchos
tipos de expresiones diferentes se pueden reconocer significados idénticos, estables y, preci-
l
'
samente por eso, comunicables. Pero, en resumen, el significado d e la hermenéutica en Aris-
tóteles está mucho más alejado de lo que entendemos por este término de lo que pudiera
estarlo la acepción platónica -(;On la cual, por otro lado, comparte el descrédito epistemoló-
gico de la actividad hermenéutica. "El Ptri hermmeias aristotélico (...) no es, del todo, una
hermenéutica, sino más bien una parte de la gramática lógica, que se ocupa de las estructu-
ANI1GOEIW> Y MEDIEVO 15
ras dellogos apofántico (del juicio), y de todas aquellas otras partes dellogos en las cuales no
se cuestiona aún la vm:lad" (Gadamer 1974, 1062) (y, como lo recuerda todavía Kerényi
[1963), el Prri htnrtmnas de Demetrio era un manual de estilistica, y la hmntnlubJr.e t!Jnomis
indicaba, en Luciano, "la capacidad estilistica que compete al historiador'~.
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16 DE LOS OIÚ.OENES 1\ LA ILUSTRACIÓN
Es, por este motivo, ante todo, que una protohistoria de la hermenéutica encuentra atisbos
signifi.cativos, más que en los sistemas filosóficos de la época clásica, en el nacimiento de la
filología de la época helenística. Ya aquí, in nuce e inconscientemente, se presenta el proble-
ma de la distancia temporal: en Grecia, el patrimonio literario, y especialmente los poemas
homéricos, tenían un valor canónico para la cultura y la sociedad. Pero con el venir a menos
del sistema de la poli.s, la cultura griega se extiende para influir en pueblos de distintos oríge-
nes como los semitas y los latinos; mientras tanto, la lengua de los poemas homéricos va
apareciendo cada vez más remota y desarraigada. Se presentan asi problemas que serán
sistemáticamente asociados a la sensibilidad hermenéutica que se desarrolla en la Europa
moderna: la necesidad de conservar, a través de la fJ.Iología, el patrimonio literario de la
antigüedad; la urgencia de hacerlo comprensible a poblaciones diversas, por estirpe y por
lengua y de adaptar los mitos arcaicos al contexto de una sociedad y de una ciencia más
adelantadas.
El papel predominante en la génesis de la filología en la época helenística lo desempeña
el Museo de Alejandría, una gran biblioteca que, según los testimonios antiguos, llegó a
poseer 200 000 o hasta 490 000 volúmenes (cf. Reynolds-Wúson 1968, 5 s.~.) -aunque cada
rollo sólo contuviese, en general, w1a tragedia ática o un diálogo de Platón de dimensiones
medias. Fundado por el diádoco Tolomeo Filadelfo alrededor del280 a.C., el Museo no era
sólo una biblioteca, sino que tenía en parte las caracterí~ticas de una academia filológica y
literaria. Entre los primeros bibliotecarios se cuentan los mayores literatos de la época hele-
nística como Zenodoto, Apolonio Rodio, Eratóstencs, Aristófanes de Bizancio y Aristarco
de Samotracia. La necesidad de recoger y corregir los manuscritos, de verificar, con la ma-
yor certeza, la versión original excluyendo interpolaciones y corrupciones, llevará al floreci-
miento y al perfeccionamiento del método histórico-gramatical. El más célebre exponente de
este método fue Aristarco de Samotracia (217 ca. - 143 ca. a.C.), quinto bibliotecario del
Museo, editor de Hesíodo, Arquíloco, Píndaro, Anacreonte, de los trágicos áticos y, sobre
todo, de.Homero. Y justamente en la corrección de los poemas homéricos, Aristarco elabo-
ró el principio bá.>ico del método histórico-gramatical, aquel según el cual, la mejor guía en
el uso y en la corrección de los textos transmitidos de un autor, es el arrpu.r de sus propios
escritos; de manera que, siempre que sea posible, las dificultades de comprensión encontra-
das en la lectura, deberán ser explicadas refiriéndose a otros pasajes del mismo autor (Home-
ron tx Homerou srifeniQin).
En Pérgamo, la otra gran escuela filológica de la antigüedad, prevalece, por el contrario,
el criterio opuesto, el de la interpretación alegórica. El método alegórico tiene orígenes an-
tiguos -:estaba ya en uso en la sofistica y después en el estoicismo- y responde a la exigencia
de adaptar, a la mentalidad de una época más consciente, los textos de la tradición.; o sea,
aquí también está en juego, implícitamente, el problema de la distancia temporal, pero las
vías para ponerle remedio son de otro tipo, lo que se explica por las circunstancias en las
cuales se generó el método alegórico, alrededor del 525 a.C., cuando Teagene di Reggio,
estimulado acaso por los ataques de Jenófanes en contra de la inmoralidad del Pantheon
homérico, había propuesto una lectura alegórica para justificar el comportamiento lujurio-
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ANTIGÜEDAD Y MEDIEVO 17
so e irascible de los dioses de la antigüedad. En Pérgamo (cuya biblioteca había sido funda-
da al comienzo del siglo III a.C.), el método alegórico fue desarrollado, sobre la base de la
filosofia estoica, sobre todo por Crates de Malo (200 ca. - 140 ca. a.C.), y partía de dos
requerimientos que encontraremos, frecuentemente, en el contexto de la hermenéutica reli-
giosa (v. in.fta, párr. 2.1 ., 4.3.1 del presente capítulo; y párr. 3.1.2.1, 3.1.2.3 del capítulo m):
por una parte acciona el motivo racionalista (y moralista), según el cual se trata de adaptar,
a una cultura y a una sensibilidad más modernas, los textos antiguos; pero, por otra parte,
que esos textos e..xijan una lectura alegórica significa que son considerados a pesar de todo
como relevantes y fidedignos y, por tanto, merecedores de justificación a través de un proce-
dimiento racional: (El ejemplo típico de esta perspectiva alegórica es la interpretación de los
dioses y de los héroes como pt>.rsonificaciones de fuerzas naturales o de conceptos abstrac-
tos: Agamenón es el éter, Aquiles el sol, París el aire, Héctor la luna, etc.; y hasta el dios
Cronos es identificado -en una interpretación cargada de consecuencia~- con el tiempo [chrorws]).
"El carácter ahistórico (en el sentido que se entiende modernamente el carácter: histórico
del conocimiento) inherente a la antigua hermenéutica, constituye un hed10 digno de aten-
ción porque en los dos propósitos que la han dominado desde el comienzo, la hermenéutica
está íntimamente vinculada al problema de la hi~-roricidad" (Szondi 1975, 17). Por una par-
te, el método histórico-gramatical (donde lo "histórico" se dice aquí sólo por analogía con
sus reformulaciones modernas) apunta a la confirmación del sensus litteralis, y el problema de
la distancia temporal no es tematizado abiertamente, justamente porque falta la noción de
una filosofia de la historia que le conferiría un sentido y un valor a tal distanciamiento; el
problema de la distancia temporal está, por así decir, naturali:~:ado, y se convierte en un puro
problema de transformación de usos lingüísticos. " El origen del propósito de determinar el
sensus litteralis está [...] en el fenómeno del cambio lingüístico, del envejecimiento de comuni-
caciones fyadas lingüísticamente. El sensus litteralis es el sensus f.rammlll:icus. .El hermeneuta es
un intérprete, un mediador que sobre la base de su conocimiento , lingüístico hace compren-
sible lo no comprendido, lo que ya no se acierta a comprender. El obtiene esto, sustituyendo
una palabra que ha dejado de ser clara por otra que corresponde al nivel lingüístico de sus
lectores. [...] No es el carácter lústórico especifico de la obra y la lengua homéricas el objeto
de tal operación y menos aún el examen del cambio en sí, de la distancia histórica: por el
contrario, ésta a través de la sustitución de palabras ahora incomprensibles por palabras
corrientes, es más bien eludida. La determinación del sensus litteralis como sensus grammaiicus
se debe a algo más que al deseo de hacer accesible lo incomprensible, y es precisamente al
propósito de recuperar en el presente, sustrayéndolo del aislamiento histórico, un texto ca-
nónico como era Homero para los atenienses de la época clásica y para los alejandrinos; de
hacer este texto no sólo comprensible, sino en cierto modo también presente; de mostrar su
validez inmutable, su carácter canónico ni más ni menos." (ibid., 18).
El problema de la distancia temporal que se presenta en los hechos a través del cambio
de los usos lingüísticos es, por consiguiente, presupuesto pero no llega a una concic,ncia re-
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18 DE LOS ORlGENES A lA IWS1'RACIÓN
flexiva -por cuanto que se rodea, en seguida, de una intención actualizante, que reitera el
carácter canónico y la validez del texto, sustituyendo las palabras que se han vuelto incom-
prensibles por otras de uso corriente. (Esto también planteará problemas a los filólogos clá-
sicos de la época moderna.: el nuevo término con el cual se comenta lo antiguo es usualmen-
te colocado en una glosa; pero generaciones de copistas acumulan errores y ellos mismos
llevan a efecto espontáneamente, casi como un lapsu.s ca/ami, este proceso de rectificación,
mientras por otra parte, tienden a unificar el texto y las glosas. De modo que, a menudo
resulta imposible ve.rificar en su integridad el vocabulario de la lengua homérica y distinguir
las interpolaciones posteriores).
Aún más patente es la intención actualizante y, retomando el término hegeliano usado
por S2ondi, la A'!fluhvnt. de la distancia histórica (en conjunto presupuesta y superada) pre-
sente en el método alegórico. "La interpretación gramatical apunta a lo que en un tiempo
se ha pretendido decir y quiere conservarlo o bien sustituyendo la expresión verbal-en tér-
minos lingüísticos: el sign~r devenida históricamente incomprensible por un signo nuevo, o
bien acotándola con una glosa. La interpretación alegórica, por el contrario, se alumbra al
contacto con el signo que ahora es impenetrable, al cual le asigna un nuevo significado que
deriva no de la esfera de ideas del texto sino de la de su exégeta" (ihid., 21 ). De modo que en
el método alegórico hasta el último vinculo con el pasado -el autor y su intención, que a
pesar de todo manifiesta una distancia temporal- es rodeado, o mejor, superado por el sur-
gimiento de una nueva intención, que no es ya la intmtib auctoris y su mundo espiritual, sino
la intmtib ltctoris, y el nuevo universo de sentido en el cual la obra transmitida es recontextua-
li2ada mediante la alegoria. Es asi que Crates "consideraba encontrar ya en Homero todos
los conocimientos naturalistas de su propio tiempo" (Friedrich 1965, 19). El alegorizar se
coloca inconscientemente en los antipodas del "épico olvido de sí", de la transferencia inte-
gral a una época y a una psicología pasadas que constituirá el propósto Gamás rt'alizado
plenamente porque es teórica y prácticamente irrt'alizable) del historicismo del siglo XIX.
Nuestra sensibilidad y nuestros prejuicios de modernos nos llevan a considerar el método
histórico-gramatical como más adecuado y racional para el conocimiento del pasado de
cuanto no lo es el alegórico. E.~to es lo que piensa Dilthey, quien define el nacimiento de la
filología alejandrina como "una de las últimas y más auténticas creaciones del espiritu grie-
go" (Dilthey 1900, l 0), mientras la alegoria se le presenta como "un arte tan indispensable
como inútil" (ihid., 11 ). Este juicio se basa en un presupuesto, según el cual los propósitos
que animan a la filología serian preponderantemente científicos, mientras la alegoria esta-
na orientada principalmente por problemas de tipo dogmático -por la necesidad de conser-
var la actualidad del mito o del dogma en épocas culturalmente diferentes. Y aún asi, no se
puede olvidar que justamente al alegorizar opera una secularización .mucho más intensa,
desde el momento en que la autoridad del mito es subordinada a la actualidad del presente
y a la intmtio ltcloris. Esto se confirma por el hecho de que el método alegórico no fmade
cronológicamente sino - prescindiendo del hecho anterior de Teagene de Reggi~r ~ la
imposición del método histórico-gramatical; es decir, constituye no el presupuesto mítico-
religioso de un saber que después se perfeccionará metodológica y filológicamente con la
verificación del smsus /iJUralis, sino aparece, antes bien, como la respuesta a las aporias de
éste y, en cierta medida, como una primera toma de conciencia de la fundamental opacidad
ted a~·
A.'lfllGOBDAD Y MEDIEVO 19
del pasado, que escapa a toda reconstrucción integral. La alegoría y la filología no son, pues,
fases sucesivas de un desarrollo histórico-<:ientífico -del mito al /Qgos metódico y a la epis~
, sino, más bien, ilustran "el doble propósito que está en los origenes de la hermenéutica, asi
como sus razones, a saber, la A'!fhebung o la eliminación de la distancia histórica entre el
texto y el lector. La historia de la hermenéutica no se puede entender como el decursar re-
gular predilecto de Dilthey sino, por lo menos en igual medida, como el conflicto entre estos
dos propósitos" (Szondi 1975, 21 ).
La cultura hebraica se posesionó prontó, en los últimos dos siglos antes de Cristo, de los
métodos fllológicos y del patrimonio cultural elaborados por la kainJ hele.nistica. Pero los
problemas planteados por la interpretación de la Biblia eran, al menos en parte, diferentes
de los estimulados por la lectura de los clásicos: presuponer la inspiración divina de los poe-
tas es un poco diferente a afrontar un texto que por dogma es dictado por Dios y cuyo valor
veritati\lo y no sólo cultural es superior al de la tradició.n literaria (por más que en el mundo
antiguo los poemas homéricos tuviesen un valor mucho más canónico que el de nuestra
literatura).
En la exégesis de la Sagrada Escritura, la interpretación tiene por fin, ante todo, la defi-
nición de un significado ID!Úioco: "se trataba", ha escrito Ebeling (1959, 53), "no obstante
algunos elementos míticos, de una historia en cuyo proceso se tomaba parte y cuya interpre-
tación debía recordarse. El punto focal consistía, pues, en la interpretación concreta, lo más
literal posible, de la L!y". El primer gran exponente de esta amalgama de ftlosofia griega y
tradición hebraica es F'tlón de Alejandria (20 ca. a.C. - 50 ca. d. C.): la interpretación de la
Biblia parte de un sentido literal e histórico para llegar a la determinación de un sentido
unívoco, que empero es de tipo alegórico. Aquí la alegoria se enlaza a la ftlolcgía, pero el
significado alegórico es accesible sólo al creyente, y requiere un esfuerzo que no es puramen-
te intelectual, sino más bien espiritual, es decir, pneumático (en cuanto inherente al alma
como pneuma): de modo que la ftlología y la teología se colocan en dos niveles diferentes -y
el sentido último, teológico, vale sólo en el marco de un acto de fe. (Igualmente, en el siglo U
d. C., Rabbi Ben Akiba, frente a un texto "profano" como el Cantico dei cantici, se encontraba
en la misma situación de Tacgene di Reggio frente a los homéricos, y adoptaba la misma
solución, viendo en el cántico la alegoria del amor entre Israel y Jehová).
Con el cristianismo se imponen problemas hermenéuticos aún nuevos. Primero, el de la
ruptura introducida por el Nuevo Testamento respecto al Antiguo, o sea, el hecho de que la
predicación de Cristo sea una Novedad, la cual empero, es anticipada (esto es, justificada)
por las profecías del Antiguo Testamento. Así, muy pronto, Pablo (p. ej. 1 Corinlios 1O, 1-11)
introduce el principio de la interpretación alegórica del Antiguo Testamento como proJecia
del Nuevo y la justificación de Cristo frente a los hebreos. Se trata de la así llamada interpre-
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20 DE LOS ORÍO ENES A LA ILUSTRACIÓN
tación tifK!Mgica (aunque el término es mucho más tardío que el método y aparece hacia el
siglo XVUI), del cual encontram os un ejemplo en el capítulo cuarto de la Carta a los gálalns:
"Decidme, los q ue queréis estar baj o la ley: ¿no habéis oído la ley? Porque está escrito que
Abraham ruvo dos hijos; lltlO de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació
según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alego ria, pues estas mqjeres
son los dos pactos; el uno proviene del monte Sínaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es
Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la J erusalén actual, pues
ésta, junto con stL~ hijos, está en esclavitud. Mas la J erusalén de arriba, la cual es madre de
todos nosotros, es libre. Porque está escrito:
Regocija te, oh estél'il, tú que no das a luz; Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de
pano; ]>orque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido. A~i que, hermanos, noso-
tros, como Isaac, somos hijos de la promesa. l'cro como entonces el que había nacido según la carne j
perseguía al que había nacido según el Espírim, así también ahora. Mas ¿qué dice la Escrilllra? Echa ,
fuera a la esclava y a su ltijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De 1
manera, hermanos, que no somos hijos de la esclav-a, sino de la libre. (4, 21-31). 1
1
Aquí dos frguras del Antiguo Testamento son vistas como personificaciones, dentro del
Antiguo, con respecto a éste ~a esclava) y del Nuevo ~a libre), de manera que la superación
del viejo pacto está ya compre ndida y prescrita en el texto transmitido. Tanto más porque la
exigencia de un a actualización no hace más que prolongar el magisterio de Cristo. "En efecto,
uno de los aspecros de este magisterio consiste j ustamente en ser una exégesis del Antiguo
Testamento. La primera homilía midrashica cristiana es la exégesis dada por Jesús de Is. 6 1,
1-2, en la sinagoga de Nazareth [...) El mé todo hermenéutico [...) no aparece como un
fenómeno secundario, como un hecho cultural, que habria sido sustituido por la exégesis 1
cientifica. Al contrario, la exégesis cristológica del Antiguo Testamento aparece a los ojos 1
del cristianismo primitivo como auténtica exégesis y, más bien, como la única exégesis au-
téntica. H aber sido intérpret.e del Antiguo Testamento es un aspecto constitutivo de Cristo" 1
(Daniélou 1963, 260-261). i
Pronto se tratará, pues, de extender el método alegórico al mismo Nuevo Testamento,
que 110 es entendido simplemente corno el relato de la vida de C risto, sino además como la
legitimación de la Iglesia y de la j erarquía eclesiástica y como el anwtcio del destino de la
humanidad. Esta pe rspectiva actualizante se volverá a proponer en muchas ocasiones en la
historia de la hermenéutica bíblica, hasta Rudolf Bultmann en el siglo XX; la "moderni-
dad" con pa1·ecidas perspectivas es subrayada por Ebeling: "Se nos podria preguntar, en
resumida.~ cuentas, qué de ella, de la interpretación, está aún aqui, si el Antiguo Testamento
110 es tomado en si mismo, sino que es interpretado a través del Nuevo, aparecido con jesu- 1
cristo. Con todo, justamente aq tú sale a la luz, con extraordinaria agudeza y con importan- '
1
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A!lfllGOl\DAD Y MEDIEVO 21
de Alejandria y Pérgamo en d campo filológico y profano. Alejandría se dispondrá ahora a
la alegoría, o más precisamente por una integración enrre la exégesis del sensus littemlis y la
del sensus spiritualis, mientras los representantes del método histórico-gramatical se unen en
torno a la escuela de Antioquía.
El principal exponente de la nueva escuela alejandrina fi1c Orígenes ( 185 ca.-253 ca.
d.C.), y sus posiciones se reconocen especialmente en la~ tesis del Peri arclum, IV. Ligado al
platonismo medio, Otígcnes estaba dividido entre la necesidad de ver en la Biblia una ale-
goría que justificase la llegada de Cristo, y la de proporcionar cánones para la alegoria taJes
que im pidieran una hermenéutica ilimitada. De aquí, la idea de encontrar más niveles de
sentido en el texto bíblico (un sentido literal, que se presta a un análisis histórico-gramatical;
un sentido moral y, en fin, un sentido alegórico, que Origenes llama también "anagógico").
A estos tres niveles les corresponde una tripartición de la reaHdad, que se divide en Usica,
psíquica y espiritual (o pneumática). Estos órdenes son sancionados por la Biblia, porque
"en toda la Escritura existe una diferencia entre el alma y el espíritu" y Orígenes, obsenra de
Lubac (1959-1964, 351), "por efecto de una atrevida analogía", aplica esta división a la
Escritura misma: "Como el hombre, dice éJ, ella tiene un cuerpo, un alma y un espíritu; por
esto, los nombres de sentido corporal para la hi~toria, de sentido psíquico para la moral y de
sentido espiritual para la alegoría (o anagogía). Existe aquí una tran~posición de la vieja
analogía, por lo den1ás cnicada por él, entre el microcosmos y el macrocosmos".
De manera que "la esencia de la Sagrada Escritura y de la revelación en ella contenida,
corresponde a la estructura esencial de la realidad, y por ésta, a su vez, es determinada la
estructura de la comprensión: Así la alegoría no aparece como explicación arbitraria, sino
como orientada hacia la esencia de la cosa misma" (Ebeling 1959, 55-56). La hermenéutica
se alia a la ontología, interpretar es defi.nir los modos de ser y la sustancia de la realidad. Es
precisamente w1a de las primeras formulaciones de la teoría del sentido múltiple de la escri-
tura ~iteral, moral, alegórico y anagógico) la que predominará durante todo el medievo.
En el cuarto libro del Peri archQII leemos: "He aquí lo que nos parece ser el criterio según
el cual se deben seguir las Escrituras y comprender allí su significado, un criterio sac.ado de
las propias palabras de la Escritura. En los ProverhúJs de Salomón encontramos este concepto
sobre los pensamientos divinos confiados a lo escrito. '¿No te he escrito tres veces en conse-
jos y en ciencia, para hacerte saber la certidumbre de las palabrdS de verdad, a fin de que
vuelvas a llevar palabras de verdad a los que te enviaron?' (Prov., 22, 20 ss.). Por eso, tres
veces es necesario registrar en la propia alma los conceptos de las Sagradas E.~riturdS: asi,
lo simple encuentra edificación, por así decir, en la carne de la Escritura -señalamos a~í el
sentido que está más a la man<r; aquel que ha progresado un poco encuentra edificación en
el alma de la Escritura; el perfecto y el que es parecido a aquellos de los cuales dice el após-
tol: ' Hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduria, no de este siglo,
ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio,
la sabiduria oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria' (1 Cor., 2,
6 ss.), encuentran ~os perfectos] edificación en la ley espiritual, la cual conúene la sombra
de los bienes futuros (Rom., i , 14; Hb., 10, 1). En efecto, como el hombre está formado de
cuerpo, alma y espíritu, lo mismo debemos pensar de la Escritura que Dios ha decidido dar
para la salvación de los hombres" (Orígenes, ed. Simonetti 1968, 501 ss.).
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22 DE LOS ORIGEN&S 1\ lA IWSTRACIÓN
Como se ha dicho, la escuela de Antioquía, que tuvo como líder a Diódoro de Tarso (330
ca. - 395 d.C.), autor, en particular de la obra Tu diaplwra tJuorias km allegorias, que no nos ha
llegado -como todas las obras de la escuela de Antioquía-, perseguía, por el contrario, una
interpretación exclusivamente histórica de la Biblia, y Contra alkgoricos se intitulaba progra-
máticamente el escrito -perdido- de Teodoro de Mopsuestia (secc. IV-V), el cual no omitió
enunciar Jos problemas, principalmente porque, si la alegoria podía desembocar en posicio-
nes libres y heréticas, por otro lado, la interpretación histórico-gramatical se aventuraba en
significados que contrastaban con el sentido común eclesiástico tradicionalmente aceptado.
En Occidente, la elaboración del problema exegético fue, por mucho tiempo, más sumaria
que la desarrollada en Oriente. Un momento significativo es el representado por la activi-
dad de Tertuliano (160 ca. - 220 ca. d. C.), abogado de formación (y, por lo tanto, en contac-
to con el formalismo y con el positivismo caracteristicos de la retórica), el cual apona cáno-
nes de gran refinamiento para la recta comprensión de los textos sagrados, pero sin elaborar
un sistema teológico capaz de justificar el aparato metódico. Sólo con Agustin se asistirá a la
confluencia - más allá que entre la tradición oriental y occidental- entre las tendencias his-
tórico-gramaticales de los de Antioquía y de Tertuliano, y las perspectivas alegóricas y neo-
platótúcas de los alejandrinos.
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.~GOEDAD Y MEDIEVO 23
palabras son signos auditivos. Si se me hubiese preguntado qué es un muro, puedo respon-
der indicando un muro con un dedo; y este modo de significar se extiende aún más allá del
campo de las cosas visibles, las más fáciles para ser designadas. Un mudo habla, por asi
decir, con la ayuda de los gestos; pregunta, responde, hace saber a los demás lo que quiere,
más o menos. En fin, cuando se trata de significar una acción que no se quiere o no se puede
describir con la ayuda de palabras, queda siempre un recurso, el de llevarla a cabo. Si se me
pregunta qué es andar, basta con andar" (Gilson 1969, 88). Esta concepción puede parecer
orientada por una desvalorización del lenguaje frente al pensamiento o a la referencia; pero
la perspectiva agustiniana se basa en la omnipotencia y la inefabilidad del Verbum-Dios. Y
surge, más bien, de una desvalorización de la palabra externa respecto a la palabra interior
en la que tiene lugar la revelación. "El hecho de que en cualquier lenguaje el verbum sea
expresado de modo distinto significa [...] que él no puede mostrarse en su verdadero ser en
la lengua humana[...]. La palabra 'verdadera', el uerbum rordis, es completamente indepen-
diente de esta apariencia" (Gadamer 1960, 482).
Pero, ¿qué se aprende a través de los signos y a través de ese subconjunto suyo que es el
lenguaje verbal? En el diálogo, nosotros no podemos jamás tener la certeza del hecho de
que nuestro interlocutor haya comprendido todo lo que pretendemos decir; las expresiones
que usamos tienen un cierto significado para nosotros, pero pueden tener un sentido del
todo diferente para quien nos escucha. El problema que se presenta es el del rrwlmtmdidfJ.
')\gustin ha [...] visto muy bien cómo las conversaciones se reducen muchas veces a monó-
logos paralelos; se cree intercambiar idea~ y se tiene sólo un intercambio de palabras, y las
palabras percibidas no nos comunican las ideas de los que nos las ofrecen, descubren en
nosotros sólo las nuestras; no nos es jamás dado sino lo que ya teníamos. Se nos objetará
que se trata, en este caso, de malentendidos y que, a pesar de todo, el malentendido no es la
ley del lenguaje, ni la regla normal de la conversación. Agustín lo reconoce: comprender de
modo correcto las palabras de las cuales se conoce el significado quiere decir, por principio,
conocer el pensamiento de quien las ha pronunciado; sólo que, una vez concedido esto, el
problema suscitado permanece tal cual. Dado que hemos constatado, en algunos casos, una
disociación manifiesta del lenguaje y del pensamiento, puede suceder que, en los demás ca-
sos, su unión no sea tan estrecha como se imagina" (Gilson 1969, 89).
No la palabra externa, sino el toerbum cordis, es la garantía de nue~tra inteligencia. "En lo
externo del alma se pueden y se deben tener informadores, monitores o signos que la invitan
a entrar en sí misma para consultar allí la verdad, pero su espontaneidad específica perma-
nece inviolable puesto que, si bien se apropia de estos signos para interpretarlos, es siempre
desde dentro de donde extrae la sustancia misma de todo lo que parece recibir" (ibid., 91-
92).
Otro aspecto de la contribución de Agustin a la protohistoria de la hermenéutica no está
relacionado con su gnoseología; es con Agustín con quien se bosqueja la primera filosofía de
la historia, o mejor, con él (y más sistemáticamente con su discípulo Orosio, en los Historia-
rum advmus paganos libri VII) con quien se aclara la diferencia entre la concepción pagana del
tiempo como retorno circular de lo mismo y la concepción cristiana, que ve en el tiempo un
desarrollo lineal, que tiene un comienzo, con la Creación, y un fin, con la Resurrección. Los
paganos atribuyen al mundo lo que es de Dios, es decir, la eternidad. Ahora bien, como ha
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24 DE LOS ORiGENES A LA ILUSTRACIÓN
advertido LOwith ( 1949, 216), "la cosmología griega [es] teóricamente irrefutable desde la
fe cristiana", desde el momento en que el desarrollo de la providencia no se apoya en una
evidencia sensible, sino se basa en la fe de lo que está dicho en la Escritura, según la cual, en
principio, Dios creó el cielo y la tierra. "El argumento decisivo en contra de la concepción
clásica del tiempo es, pues, de carácter moral: la teoría pagana está privada de esperanza,
porque la esperanza y la le están por esencia ligadas al futuro y no puede haber allí un ver-
dadero futuro si los tiempos pasados y venideros son concebidos como fases equivalentes
dcmro de wta recurrencia cíclica sin principio ni fm" (ibid., 219). De aquí, según LOwith, el
hecho de que la filosofía de la historia en Agustín sea esencialmente teológica. "Exigir del
autor de las Cotifesiones una c1itica histórica de los hechos empíricos, estaria, tan fuera de
l.ugar como esperar, de un historiador moderno, un interés por el problema de la resurrec-
ción de la carne, al cual Agustín le dedica todo el último libro De ciuitau Dez" (ibid., 213).
Inventando el futuro, el cristianismo inventa igualmente el pasado, y construyen así un hori-
zonte conceptual para aquello que los antiguos jamás habían tematizado -el alejarse del
pasado y caer en el olvido y en la incomprensibilidad de sus testimonios literarios y monu-
mentales.
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AN'flGOf.DAD Y MEOIIi.VO 25
.
deramente 'pía', si la relación de la tropología con la alegoría y con la historia no es sólida,
si el contexto no es respetado, si han s.ido establecidas relaciones entre cosas dema.~iado dis-
crepantes" (de Lubac 1959-1964, 69). F..s así como la interpretación de la Escritura deviene
el punto de apoyo de una paideia compendiada, que resume en sí todos los conocimientos
del hombre medieval. Escribe nuevamente de Lubac (ibid., 115): "La subordinación de las
disciplinas humanas a la sabiduria divina no es necesariamente aniquiladora de toda cultu-
ra desinteresada". Y más arriba: "esta inteligencia de la Escritura obtenida gracias a la do-
ble cultura, literaria y científica, no constituía propiamente un 'o~jeto limitado'. Estaba in-
definida, porque daba acceso a las profundidades de Dios. No se trataba sólo de la explicación
de un texto, sino de una ex-ploración de los misterios" (ibid., 11 3). De modo que cuando
Hugo de San Víctor (1096 ca. - 1141) formaliza un sistema de erudiJ:iones (histórica, alegóri-
ca, moral, anagógíca: en este orden, que constituye, por lo tanto, un curso de estudios) pro-
pedéuticas para la comprensión de los textos sagrados, concluye toda la cultura humana en
la interpretación de la Escritura -pero, por otra parte, no marca un auténtico antagonismo
entre cultura religíosa y cultura secular, impensable en el medievo: si todos los conocimien-
tos, aun los profanos, son fnno de la Revelación, entonces el estudio de la Escritura tiene un
valor propiamente enciclopédico.
De modo que las mismas investigaciones naturalistas se modelan en forma de comenta-
rio a un texto -e.l libro de l,a naturaleza. Se trata aquí de un caso típico de interprelatio tu~turae,
justificado por la analog.ia entre Mundo y Libro y por la subordinación del primero al se-
gundo. En el origen de esta perspectiva, según Hans Blumenberg (1981 ), está la polémica de
Agustín contra la gnosis y contra la posíbilidad de un conocimiento puramente humano del
cosmos. Blumenberg escribe: "De los sistemas de los gnósticos se puede decir [...] que man-
tienen al menos una premisa platónica: la objetiva visibilidad ideal del cosmos. Vis10 con los
ojos del pensador cristiano, el mundo de las ideas platónicas habria sido la alienación del
misterio cósmico del creador divino. La autononúa del cosmos de las ideas, su objetividad,
implicaba, sin embargo, que aun extraños no autorizados habrían podido contemplar el
plano de construcción del universo (...) Esta premisa platónica de la universal accesibilidad
de las ideas cm inconciliable con el dogma de la creación, si Dios debía haber irwenUido el
mundo en la profundidad de su espiritu y si ningún ser inferior y rival debía disputárselo. Si
el mundo había sido creado de la nada con un orden sólo existía una garantía absoluta: en
este aspecto ningún demiurgo demoniaco era capaz de competir, porque no podía actuar
sin una materia preexistente. Con la definición de lo que significa paternidad absoluta del
mundo -es decir, con el refmamiento consecuente de la rreatio ex nihilo, cuyas suóle7A'lS extre-
mas darán qué hacer a(m en todo el medievo-, al principio cósmico de la gnosis le habría
sido arrebatado su origen metafisico. Al mismo tiempo además, el hombre, en cuanto inda-
gador de la naturaleza, está limitado a lo que el Creador, imaginado como celoso, estaba
dispuesto a revelar de su secreto [de modo que], el mundo está sometido, en principio, a una
factualidad que ya no e~ posible examinar desde fuera" (Blumenberg 1981, 46). Una vez
excluida la creatio ex nihilo, se justifica la asimilación del cosmos a un libro escrito por Dios: el
conocimiento de la Escritura y su interpretación vienen a identificarse con el conocimiento
en general, no habiendo allí puntos de referencia externos respecto a la creación divina y a
la revelación a través de la Biblia. "El mundo total de los fenómenos [...] es un libro escrito
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26 DE WS OIÚCENES A l.A ILUSTRACIÓN
por la mano de Dios, y las criaturas singulares son como signos y palabras en este libro, no
inventadas por el arbitrio humano sino instituidas por decreto divino para manifestar la
sabiduria invisible de Dios. Si alguien que no supiese leer estuviese frente al libro, veria,
ciertamente, los signos pero no los reconocería como letras. Igualmente necio es el hombre
no espiritual, el cual no discierne en las criaturas visibles lo que es de Dios, porque observa
allí el aspecto externo; pero no reconoce el sentido interior. El hombre espiritual, por el
contrario, que puede juzgar todas las cosas, vislumbrarla en la belleza exterior de la obra la
admirable sabiduria interior de su creador'' (Wid., 48).
De modo que el libro de la naturaleza no es completamente inteligible si no para el hom·
bre espiritual, de la misma forma que un texto es incomprensible para quien no sepa leer.
Aun aquí encontramos, de nuevo, la perspectiva de Agustín, la intelligmtia spirituaiis como
lihertas chri.stúma, que retoma la distinción paolina entre letra y espíritu (cf. de Lubac 1959-
1964, 64() ss.), lo que no significa solamente que es menester ser creyentes para comprender
el significado auténtico de la Escritura y de la Naturaleza como libro, sino que sólo las inter-
pretaciones acreditadas por la Escritura son las transmitidas por la tradición de la fe, por la
"Tradición de los Apóstoles", como única garantía contra los malentendidos de la letra na-
cidos de un malentendido del espíritu, o sea, por una especie de analfabetismo teológico. De
aquí el papel de la Iglesia presentada como tutela para la comprensión de la Escritura: "en
este concepto tradicional de la Escritura, se trataba siempre de ella 'in 6de catholica tracta-
ta': la lectura de Jos libros santos debía ser una 'lectura auténtica', esto es, se necesitaba leer
los libros con sus glosas tradicionales, garantizadas por la autoridad de Dios en la Iglesia"
(de Lubac 1959-1964, 98).
Esta disposición fundamental en la confrontación de la Escritura no es un patrimonio
exclusivo del cristianismo, pero vale para toda la cultura medieval, incluido el pensamiento
hebraico, ya sea en la ortodoxia teológica, o en la mística. En particular, en el Midrash -la
exégesis rabínica de la Escritura- se repite el papel de la tradición en la interpretación de la
Biblia que h_emos obscJVado en el ámbito cristiano (un papel que, análogamente a cuanto
acontece en el cristianismo, será progresivamente atenuado por el ingreso, primero, de mo-
tivos antitradicionalistas y, después, por elementos puramente racionalistas, como ocurrirá
con los principios de interpretación de la Escritura según Spinoza [v. injra, 3.2]; pero ya en
Rashi de Troyes, que vivió entre 1040 y 11 05, se observan tendencias antitradicionalistas,
como la de contraponer a la exégesis rabínica -que es un comentario de comentarios- el
peshat, o sea, una exégesis que recurre a breves y simples anotaciones que completan sintácti-
camente el texto bíblico, clarificando allí el significado). De manera semejante a la exégesis
cristiana, el Mulrash hebraico colocaba, por encima del significado literal, el reconocimiento de
los sentidos morales y anagógicos, como se observa en el MuJrasJ¡ halaclúco, que defme la con-
ducta y la ley (hal¡JJroh) a partir de la Escritura, y en el Midrash aggadico, que indica el sentido
de la historia salvadora, actualizándolo en el anuncio homilético (aggadoil).
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2. EL HUMANISMO YLA REFORMA
(27]
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28 DE LOS ORÍOt:NES A lA ILUSTRACIÓN
mo, la crítica a la ciencia de las 'escuelas' va adquiriendo crédito y se modifica con el cam-
bio de sus adversarios. Originalmente, en la critica humanista se revivían motivos antiguos.
El entusiasmo con el cual los humanista~ se dedicaban a la lengua griega y prodamabaJJ la
necesidad de la erudición era mucho más que una pa~ión por lo antiguo. El despertar de las
lenguas clásicas llevaba consigo una nueva valoración de la retórica que tenía sus enemigos
en las 'escuelas', a sabe•; en la ciencia escolástica, y defendía un ideal de sabiduria humana
que las escuelas no sabian exponer [...]. Frente al nuevo conocimiento metodológico de las
ciencias natw·ales del siglo XVU, este problema estaba destinado a precisarse ulteriormente.
En comra de las pretensiones exclusivas de esta nueva ciencia, se planteaba con más apre-
miante urgencia el problema de si el concepto humanista de cultura contenía o no wta liten-
te de verdad diferente y autónoma. De hecho, se verá que justamente de la sobrevivencia del
concepto humanista de cultura ganarán vida, sin confesarlo, las ciencias del espú·itu del si-
glo XIX" (G adamer 1960, 41 ).
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EL HUMANISMO Y LA REFORMA 29
las polis griegas y de la república romana. Es así como la civilidad humanista se autocom-
prende como una mediación entre la situación histórica presente y las formas político-cultu-
rales de la antigüedad. El interés prácrico señala aquí el resurgimiento de un ámbito comu-
nicativo, de gestión civil de las contiendas y las deliberaciones políticas y de nuevo vínculo
con la tradición, que Habermas ha reconocido como el interés específico de la hermenéuti-
ca en tanto que sistemática de las ciencias del espíritu del Romanticismo. "La relación prác-
tico-viral de la hermenéutica no deduce solament.e de la estructura del comprender. Las ciencias
del espíritu han surgido, también , de categorías del saber profesional que sistematizan el
interpretar como una particular capacidad artistica. [...) L...:1S ciencias del espíritu no se han
desarrollado a partir de disciplina~ de trabajo manual ni de profesiones en las que se requie-
re el saber técnico, sino de los ámbitos del obrar profesionalizado que exigen un sentido
práctico" (Habermas 1968, 177-178).
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30 DE LOS OIÚGENt:S A lA IWSTRACIÓN
ideales del rescate de la cultura clásica, va afinando los instrumentos técnicos y conceptuales
cada vez más apropiados. De este desarrollo es testimonio elocuente la obra de Leonardo
Bruni (1374 ca.-1444), el cual, como Coluccio Salutati (1331-1406) y los otros primerísimos
humanistas, polemiza con la inaccesibilidad lingüistica de la terminología escolástica -con-
traponiéndola a la restauración de la pureza del smno latinus; esta polémica se construye
sobre la conciencia de la distancia temporal: la decadencia lingüística del medievo es el sig-
no tangible de un largo periodo de oscuridad, que testimonia la lejanía entre la situación
actual y los modelos clásicos de los cuales el Occidente ha perdido la memoria y a los cuales
es necesario remontarse con un trabajo que se autocomprende en términos filológicos. Así,
en las HislllfioejlmtnJinj populi, Bruni toma distancia de las leyendas medievales, reconstruye,
con ayuda de Jos autores clásicos, los orígenes históricos, y no míticos, de la ciudad de Florencia,
y somete todo lo que es tradicionalmente transmitido a un análisis propiamente critico; y en
el De r«la inlerprtttJJÜme (¿1420?) se propone para la Ética nicCITIUU[IIM una "traducción filológi-
ca" que se ajuste totalmente no a la letra sino más bien a todo el contexto lingüístico-históri-
co del texto aristotélico" (Vasoli 1964, 26). En esta restauración, el intérprete desempeña
una actividad artística y, en general, llega a una especie de olvido de sí transponiéndose al
modelo del pasado. ·~quí se afirma un ideal hermenéutico que seguirá siendo normativo
hasta Schleiermacher, Ranke y Dilthey. Lo pondrá seriamente en tela de juicio sólo la ela-
boración existencial analítica de la temporalidad y la historicidad del 'sujeto' que lo com-
prende." (Apel 1963, 233).
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EL HUMANISMO Y LA REFORMA 31
Pero el nexo filosofia-filología-poesía se expone en todas sus pan.es al riesgo del aletarga·
miento: la filología puede hacer estéril volviéndose puro método y técnica o practicando la
mera imitación de cánones clásicos, así como la poesía y la elocuencia pueden recaer en
aquel formalismo que constituía una tentación constante para la ideología del orador griego
y romano. Así, mientras en Lorenzo Valla (1407-1457) se expone la mejor vena espiritual
del humanismo -gracias al cual los problemas fdosóficos y teológicos están integrados en
una perspectiva filológica y critico-histórica, pero la filología tiene como finalidad (filosófi-
ca) la verificación de la cosa (res) y no simplemente el reconocimiento formal de la palabra
(M"bum)- ya Agnolo Poliziano (1 454-1494), que conserva la perspectiva de Valla aun renun-
ciando al nombre demasiado ambicioso de filósofo para declararse exclusivamente filólogo,
se encuentra empeñado en una polémica sobre la imitación que lo opone a Paolo Cortese.
Poliziano, partiendo del reconocimiento de la distancia temporal, excluye que los modelos
clásicos (y en particular Cicerón) puedan ser integralmente restaurados con un comporta·
miento imitativo: "Tú me dice.s", escribe Poliziano, "que después de haber estudiado a Ci·
cerón no me expreso como Cicerón. Pero yo no soy Cicerón y justamente por Cicerón he
aprendido a ser yo mismo"; por su parte, Cortese (que, por lo demás, quiere que los huma·
nistas sean parecidos a Cicerón "no como el simio al hombre, sino como el hijo al padre")
manifiesta una involución de la ideología humanista, que tiende ahora a canonizar los mo-
delos clásicos y a estilizar una dependencia imitativa que constituirá por mucho tiempo el
aspecto más francamente conservador de la hermenéutica filológica.
Asimismo, en la polémica que en 1485 opuso al noble veneciano Ermolao Barbaro (1453-
1493) y a Giovanni Pico della Mirandola (1463-1493), se replantea la alte.rnativa entre Cor-
tese y Poliziano: mientras Pico, teniendo como finalidad la comprensión de la res y no de los
verbo, no excluía ni siquiera los comentarios aristotélicos de Averroes, que no pertenecían
aún al mundo lingüístico greco-romano, Ermolao Barbaro "no vacilaba en sacrificar la fi.
delidad y el valor objetivo de la interpretación textual a las exigencias de un discurso perfec-
tamente obediente a las reglas de la retórica" (Vasoli 1964, 44).
El nexo entre filología y filosofia se afloja, y la quere/k tks aru:ims et des modernes prefigurada
por la disputa sobre la imitación se resuelve - por lo menos en Italia- con ventaja para los
antiguos; así es como la ftlología pierde alcance filosófico y se repliega a cánones retóricos,
técnicos y puramente literarios. Es en este marco como se asiste, a principios del siglo XVI, a
la labor de drástica estilización y reducción del canon literario clásico que lleva a cabo Pie·
tro Bembo (1 470-1547), plenamente expuesta en la epístola Dt imitaliont (1512) de Giovan
Francesco Pico. De hecho, Bembo no sólo sostiene la insuperabilidad del canon clásico, sino
efectúa un "corte claro y profundo con la tradición clásica" (Dionisotti 1966, 39) -reducida,
en resumidas cuentas, a Cicerón en cuanto a la prosa y a Vu-gilio en cuanto a la épica, con la
ausencia de modelos áureos de la lírica. Y la ideología lingüística del literato se despoja de
cualquier implicación especulativa, o aun simplemente inventiva: "La tarea [...) del escritor
era, para el Bembo, no arriesgarse al azar en campos no suyos, sino gobernar su propio
terreno eligiendo la más alta tradición lingüística y literaria que el pasado le ofreciese e in-
sertándose en ella" (ibid., 38).
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32 DE LOS OR.IGF.NES A L,\ ILUSTRACIÓN
Los métodos y - al menos en parte- Jos ideales humanistas, revelaron pronto una fuerte ten-
dencia expansiva, permeando progresivamente a toda la cultura eumpca, no sólo en los
ámbitos literarios palaciegos {en los cuales se ejerció el inlhuo del petrarquismo), sino en los
mismos baluartes tradicionales de la escolástica.
Oxford adoptó pronto métodos filológicos prestados por la tradición humanista que se
desarrollaron ampliamente en la generación de Tomás Moro ( 14 78-1535). Aún más siste-
•
mática es la difusión del humani.srno en Francia: Lefevre d'Etaples {1450-1536) prepara en
la Sorbona un corpus aristotélico apoyándose en principios y en métodos filológicos; un fuer-
ie componente de cu.ltura humanista está presente en Guillaume Budé {1467-1540), amor,
entre otras cosas,de los Commmtarii Lmguae graecae (1529) y del diálogo De phi/Qlogica (1530); en
la cultura cortesana, un impulso seguro en este sentido viene de Francisco I, el cual fundó en
1531 el College des lecteurs royaux, del que sw-girá el College de France. Y al finalizar el
siglo XV Rodolfo Agrícola (1443-1.485) diflmde en Flandes los métodos y la cultura apren-
didos en lt.alia.
En estas condiciones, la figura que sobresale por su mayor relieve es la de Erasmo de
Rotterdam ( 14·66 ca. - 1536), a quien se debe una larga actividad de edición 61ológica de
textos dás.icos (entre los cuales asume un papel de época la publicación del texto griego del
Nuevo Testamento, 1516), así como una específica actividad teolÓ!,>ica (ETichindi()ll miliJi.s Christiani,
1502; Ratio verae theologiae, 1518; Ecclesiastes sive concionator eJxwgelicus, 1535). Erasmo permane-
ce indemne ame la involución que se observa en el humanismo italiano tardío: la filología
no se separa formalmente de la filosofia, y está allí más bien íntimamente relacionada, en
general, "con el ejercicio perenne de la Phiwsopl!ia Ch.risti y con la observancia de una inflexi-
ble seriedad moral" (Vasolí 1964, 50). La importancia de las implicaciones ético-religiosas
para la cultura filológica, como también la aplicación de más seguros métodos histórico-
gramat'icales en el estudio de los textos sagrados, no conlleva inicial.mente comportamientos
antagónicos ante la exégesis transmitida por la tradición católico-romana. "Con el cuidado
de las lenguas bíblicas y de las ediciones del texto, con el comentario filológicamente correc-
tO y la formulación de observaciones críticas, se adjudica al 'sensus literalis' una insospecha-
da exactitud filológica. Esto no estaba necesa1iamente en contraposición con la 'inr.erpreta-
ción' tradicional, a pesar de la decadencia del esquematismo escolástico y del dominio de
un estilo científico más libre, que podía dar lugar a conflictos" (Ebeling, 1959: 60).
Por una parte, pues, La filología de tradición humanista parece seguir, en el mundo ale-
mán y noreumpco en general, un decurso homologable a aquel observado en Italia. Se de-
sarrolla así, bajo el influjo de modelos italianos (y en particular del De nrú critica SÚJe ratWne
corrig1111di antiquorum lihros di..rputatw, 155 7, de Francesco Robortcllo), una hermenéutica de los
textos profanos que se caracteriza como Ars critica. Ejemplos de esta tendencia son el De
ratione itúeTpret(uuii {Basel 1559) de Laurentius Humphredus (o Humphrc..-y), en el cual se te-
matiza la traducción como imitación de modelos clásicos; el De auctoribus iruerpretandi sive dt
exercitationB (Amberes 1581) de Franciscus Sanctius Brocensis, caracterizado también por pro-
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F.L HUMANISMO Y LA REJo'OR.\tA 33
¿Cómo se explica esta caracterlsúca reversión de los problemas y los ideales humanistas?
Karl Otto Apel (1963) destaca la especificidad de la situación y de la ideología lingüística en
los países alemanes. Por un lado, la cultura humanista en Alemania está considerada como
un fenómeno de impottación occidental-europea. Faltan, por tanto, los elementos que están
en la base de la retóri.ca humanista de los países latinos y sobre todo en Italia (a partir de la
perspectiva ideal del renacimiento de la cultura clásica en los lugares que aún conservan los
vestigios materiales y lingüísticos de la tradición romana); "En Italia -a pesar de cualquier
tensión entre el latín y la lengua vulgar, así como entre letrados y ciencia de la escolástica
tardía- el humanismo lingüístico es la base programático-teó.rica, más bien, la expresión
irracional de la apertura cultural de la nación, la ideología literaria del renacimiento enten-
dido como 'revolución' italiana. La lengua es sentida y concebida como forma altamente
estilizada de la sociedad secularizada, de la vida pública urbana. En Francia, el humanismo
lingüístico desempeña una función parecida al contribuir a formar la época clásica de la
cultura palaciega y de salón [...) En Alemania, por el contrario, el primer petrarquismo, el
de la cancillerla de Praga, gracias al humanismo de los traductores y gramáticos de la época
de la Reforma, Opitz, Schottel y Leibniz hasta Gottsched, con el humanismo lingüistico, sí
concluyó un trabajo preparatorio estimulador y sobre todo necesario, de disciplina y regla-
mentación, pero no se alcanzó una ruptura auténtica ni una reafirmación creativa del espí-
ritu" (Apell963, 318-319). Sin embargo, junto a estas condiciones exteriores, y puramente
negativas, Apel recuerda que en la cultura alemana -en una tradición que desde el Maestro
Eckhart llega a Lutero, a BOhme, hasta Klopstock y a Hamann- el problema de la lengua
sufre una elaboración autónoma, primero respecto al nominalismo de la escolástica y des-
pués en las confrontaciones de la ideología humanista; esta reflexión sobre el lenguaje tiene
un fundamen.to esencialmente místico, y conlleva un desarrollo peculiar del problema de la
lengua materna y del genio lingüístico nacional, orientando desde el comienzo la discusión
de los problemas lingüístico-hermenéuticos hacia una tematización de cuestiones eminente-
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F..L HUMANISMO Y U\ REFORMA 37
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38 DE LOS ORIGENE.'\ A LA ILUSTRACIÓN
de la conexión objetiva", un presupuesto que de hecho funciona bien más allá del horizonte
religioso; cualquier intérprete, de cualquier época y en cualquier campo, parte del postula-
do de que su comprensión está conectada, por una continuidad espiritual y cultural, con el
mundo histórico y de ideas que se manifiesta en el texto.
Junto al principio religioso, Fiado propone dos principios racionales, uno de tipo grama-
tical y el otro psicológico. El gramatical reitera la exclusión luterana de los procedimientos
alegóricos o figurativos. Fiado escribe en la C/mM: "Esté feliz el lector al hallar el sentido
simple y genuino de la Sagrada Escritura [...]: no vaya en busca de sombras ni se vuelva
esclavo de sueños alegóricos o anagógicos, a menos que se trate manifiestamente de una
alegoría y el sentido literal sea inútil o absurdo" (Fiacius, 1567: 26).
El tercer principio, el psicológico, es, sin embargo, el más novedoso y el más importante
para la complementaria historia ulterior de la hermenéutica, ya que en él Flacio ilustra el
círculo hermenéutico: se pueden comprender verdaderamente las partes de un texto sólo cuan-
do se tenga. una precomprensión de él que se refuerza y completa a través de la sucesiva
intelección de las partes singulares. Flacio escribe de nuevo: "Cuando te dil.-pongas a leer un
libro, siempre que sea posible, hazlo desde el comienzo, de modo tal que est.é claro y sea
conocido, ante todo, el punto de "ista, el fin o la dirección del escrito completo: cosas todas
que son como su principio o su rostro, que pueden ser indicadas con pocas palabras y que
no pocas veces están ya expresadas en el titulo[...] Trabaja, en segundo lugar, con el fm de
tener bien presente el argumento completo así como su resumen y su compendio. Uamo
argumento al más amplio concepto del enfoque y al bosquejo de todo el corpus, en el cual, a
menudo, se indica también necesariamente el motivo del escrito [...] En tercer lugar, debes
tener en cuenta la construcción y la articulación de la obra en su conjunto, y debes observar
muy acuciosamente dónde están (por así decir) la cabeza, el pecho, las manos, los pies, etc.
Asl pues, podrías, con mucho cuidado, considerar cómo está constituido ese cuerpo, cómo
comprende en si a todos los miembros y de qué modo tantas panes o miembros constituyen
en conjunto este cuerpo único, cómo se corresponden, la armonía y la proporción de los
miembros singulares ya sea entre ellos o respecto al cuerpo entero y, particularmente, res-
pecto a la cabeza [...) Será infinitamente útil hacer un registro de todo este análisis anatómi-
co, de esta disección del cuerpo único en miembros tan diferentes, de modo que puedas,
más fácilmente, aprehender con el espíritu y comprender esa obra, e impregnarla en tu memoria
visualizando todo ya sea sinópticamente o desde un aspecto particular". Trátase de una anatomla
del comprender que se basa en una dialéctica entre el todo y las partes: "el enfoque y el
conjunto en su totalidad arrojan una gran luz sobre los enunciados, sobre las frases y las
palabras, de suerte que puedas ver del modo más claro cuál es y cuál no es el sentido propio.
Todo lo que, por el contrario, parece oponerse por completo a este enfoque y a este argu-
mento, o, al conjunto, es ciertamente ajeno y falso" {ibid., 27).
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EL HUMANISMO Y Lo\ R.EJo"'ORMA 39
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3. EL SIGLO XVTI COMO ÉPOCA DEL PENSAMIENTO AUTÓNOMO
A partir de la segunda mitad del siglo XVI, aunque con cronologías y con acentos diversos
según las áreas lingüístico-culturales, se asiste a un progresivo agotamiento de la ideología
humanista. La primera señal de transformación concreta resulta, como se ha visto, de dejar
de considerar de manera dogmática la tradición, y por consiguiente, de la decadencia de la
ideología ftl.ológica en cuanto a la insuperabilidad de los modelos clásicos. Esto está ya claro
en la obra de Pietro Ramo (Pierre de la Ramée, 1515-1572), el cual realiza una 'critica sin
prejuicios' de la lógica de Aristóteles (Ariswttlicae animadver.siorus, 1543); aquí el wpos humanis-
ta de la dignidad del hombre es utilizado para una reivindicación que, finalmente se opone
a los ideales del humanismo, de la autonomía de la razón frente a la tradición. En la Dialec-
tique (1555), escrita en francés como signo de una emancipación a ultranza del canon, lee-
mos: "L'homme a en soy natu.rellement la puissance de cognoistre toutes les choses". Frente
a la "Souve.raine lumierc de la rai~n", se resquebra,ja, eu buena parte, el prestigio de la
tradición, y se abre más bien para la hermenéutica un largo periodo que durará hasta el ro-
manticismo, en el cual, los problemas interpretativos de los textos transmitidos pasan a segundo
plano, justamente porque contradicen el ideal de una razón privada de presupuestos.
Esto se hace aún más evidente cuando del problema de la relación con la tradición se nos
desplaza al ámbito de los ideales epistemológicos influyentes. Los humanistas conciben la
lengua como algo trascendental que orienta el conocimiento humano, y que da estilo a com-
portamientos y formas de vida, por lo tanto, como un horizonte ya insuperable y, sobre
todo, no objetivable. Ahora bien, aun en este punto encontramos transformaciones carga-
das de significado. Entre la segunda mitad del siglo XVI y el comienzo del siglo XVD surge la
idea de que la lengua no es tanto algo trascendental de tipo retórico y poético, ~mo más bien
un objeto digno de una investigación comparativa (con lo cual se reduce el prestigio institu-
cional del griego y del latín) y de un examen epistemológico. Estamos en los albores de la
lingüística científica y, siguiendo a Apel (1963, 35 7 ss.), podemos encontrar ya atisbos de
transformación en los títulos de las obras dedicadas, en el Renacimiento tardío, a asuntos
lingüísticos. Si Lorenzo Valla pudo escribir el De ekgantii.s linguae latinat, sus herederos Giulio
Cesare Scaligero y Franciscus Sanctius publican, respectivamente, el De causis lingulu latintU
libri Xl/1 (1 540) y el Minerva seu tk causis linguae lati:ruu commmtarius (1587). Ya sin trascendencia
poética, las lenguas son investigadas ahora como objetos intramundanos: "de la profesión
de fe dogmática en la belleza formal y en la sabiduría argumentística de una universal len-
gua formativa entendida como autoridad tradicional, ha nacido la voluntad filosófica de
conocer la naturaleza o sta, la ratio, que emerge de la comparación como algo universal por
ser común a todas las lenguas, o por lo menos a sus vínculos de parentesco y origen históri-
[42]
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F.L SI.G W XVU COMO EPOCA DEL PENSAMIF.J'I;1'0 AIJTÓNOMO 43
camente universales. Sin duda hay aquí un enfrentamiento al primer planteamiento del
humanismo italiano, de sentido dogmático, antropológico-cultural, que desplazó a su anta-
gonista principal, el eternismo fllosófico-natural de la escolástica, en especial a los averroís-
tas de Padua, retomando, en gran parte, por la reflexión científica 'libre de presupuestos'
propia de la 'Ilustración' aristotélica de la alta Edad Media" (Apel 1963, 359).
Se afirma aquí el ideal de una luumonia linguarum en el marco de un sistema natural de la
lengua, que supera el canon clásico y va más allá de él, al remontarse a los orígenes del
lenguaje hasta la lengua que consideraron como la más antigua: el hebreo. Pero la implica-
ción más precisa de esta ideología no consiste tanto en la sustitución de antiquísima lengua
original por los modelos poético-contendistas del griego y el latín, sino más bien en la idea,
también en este caso exponente de un florecimiento de la Ilustración medieval, según la
cual el lenguaje no tiene un papel constitutivo respecto al pensamiento. Son, en suma, posi-
bles intuiciones y reflexiones tácitas que en un segundo momento asumen un ropaje lingüís-
tico con fines comunicativos; justamente por eso la lengua, separada de la razón, resulta tan
objetivable como cualquier otro ente intramundano. Es esta empresa, ya enteramente post-
humanista, la que mancomuna los dos grandes sistemas hegemónicos a partir del siglo XVII:
el racionalismo (que en el plano lingüístico persigue el ideal de una 'lengua de cálculo' for-
mal, según el proyecto de una tnathesis unwersali.s) y el empiris"llo, que re.~taura el nominalis-
mo lingüístico que había estado unido en su apogeo a la <".colástica tardía, con Ocham. El
reflorecimiento tardío del humanismo (Vico} o la conti1~uidad de la tradición de la mística
alemana del !JJgos no tendrán, entre el siglo xvn y el sir,lo XVIII, un prestigio cultural compa-
rable con la 1TUJtJusis unwmalis y el nominalismo; garantizarán, antes bien, la continuación
de una tradición ya latente que será rehabilitada sólo a partir de Herder.
La consideración epistemológico-objetivante de la lengua se inscribe, por otra parte, en
un más amplio proceso de valorización de las investigaciones naturales que anuncian remo-
tamente la ciencia moderna, mientras se reenlazan a la escolástica. Son ideales reasumidos
por la figura del lord canciUer de Inglaterra, Francis Bacon {1561-1626), que en el plano
epistemológico proyecta las investigaciones sobre el libro de la naturaleza, mientras en el de
la filosofia del lenguaje retoma el nominalismo, afloja, pues, la relación entre pensamiento y
lenguaje y se separa del ideal de una lengua histórica con precisos vínculos de contenido.
Así, en el De dignilote ti augmtnlis scimtíarum (1623, 286) Bacon escribe: "Vemos (...] que aun
pueblos de diferente lengua comercian entre ellos a través de gestos; y se puede ver a algu-
nos sordomudos de nacimiento, pero no carentes de inteligencia, en sorprendentes colo- ·
quíos entre sí o con los amigos que han aprendido su modo de hablar con gestos". La len-
gua se configura como un dispositivo artificial, distinto del pensamiento y el razonamiento,
que puede ser perfeccionado no conformándose según los cánones clásicos, sino mediante
una investigación empírico-comparativa que extrae las expresiones más apropiadas de entre
las diversas lenguas, vivas o muertas. '~imismo, las lenguas podrían enriquecerse en el co-
mercio recíproco y las mejores expresiones de cada una podrian proveer imágenes beHisi-
mas al discurso y modelos magníficos, semejantes a la Venus de Apeles, por medio de los
cuales cada uno expresaría convenientemente su sentimiento" (ibid., 290).
La pérdída de importancia de la tradición y la rehabilitación del pensamiento libre de
presupuestos, la consideración del lenguaje como ente intramundano digno de objetivación
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44 DE !.OS OlliGENES A LA IUJSTRACIÓN
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48 DE l.OS ORIGF.NES A LA ILUSTRACIÓN
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EL SJGW XVII COMO FJ'OCA DFJ. PENSMQE."'"TO AUTÓNOMO 49
simple sistema de signos inventado para indicar la totalidad de los objetos. La palabra no es
sólo signo. En un cierto sentido muy dificil de encontrar, es algo así como una imagen. [...]
La palabra tiene en si, de modo ciertamente enigmático, una ligazón con lo que ella 'repre-
senta'; pertenece, de algún modo, al ser de la cosa que representa. Y esto es fundamental; no
sólo porque, por ejemplo, la relación mimética tenga siempre una cierta parte en el naci-
miento del lenguaje" (Gadamer 1960, 478).
Junto a esta postura, que introduce una complementariedad entre la mística dellogos y el
ideal de una lengua de cálculo, se manifiesta en Leibniz el intento de conciliar la herencia
humanista con las ciencias exactas. El formalismo lingüístico-matemático no constituye el
único modo de funcionamiento plausible del lenguaje; hasta en lo interno de un mundo
edificado racionalmente se puede justificar la posibilidad y la utilidad de formas discursivas
(como la elocuencia, la poesía, etc.) que se remontan a los modelos literarios de la tradición
humanista. "Ciertos ornamentos de la elocuencia son como lo.s .vasos egipcios, que podían
servir para el culto del verdadero Dios. Es el mismo caso de la pintura y la música, de las
cuales se abusa, representando en una fantasías grotescas y a menudo nociva~, y dirigiendo
la otra a ablandar el corazón, y ambas a divertir inútilmente; las dos, sin embargo, pueden
ser usadas útilmente, una, para hacer más clara la verdad; la otra, para hacerla más conmo-
vedora, efecto éste que es común a la poesía, la cual participa de la retórica y la música"
(Leibniz 1705, 484). La apología humanista de las artes se continúa, aunque ciertamente en
forma provisional e inmediata, en el mareo de la constitución lógica del mundo; y sin em-
bargo, esta rehabilitación no seria ni siquiera concebible si la cosmología de la ma!hesis uni-
versalis mantuviese con el lenguaje relaciones puramente nominalistas -y no fuese asumido,
por el contrario, al menos en forma implícita, el parentesco profundo entre ellogos histórico
de las lenguas naturales y la lógica matemática orientada al estudio de la naturaleza.
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4. EL SIGW XVlli Y LA ILUSTRACIÓN
En el plano específico de la exégesis bíblica, las primeras décadas del siglo XVIII presentan
una hermenéutica caracterizada por preocupaciones de otro tipo respecto a las universalis-
tas. Es dominante la influencia del pietismo, un movimiento religioso nacido en el seno del
luteranismo y no contrastante con un planteamiento racionalista (valga para todos el caso
de Kant, que se forma en un ambiente pietista), pero que reivindicaba la necesidad de un
cristianismo animado por el fervor moral (por la pietas), en contra del endurecimiento de la
Reforma en los modos in,titucionales e intelectuales. Este clima espiritual se trasluce en obras
como las Prad.tctiones hermmeuticae..•de A. H. Francke, publicadas en Halle en 1717, las lnstitu-
tUmes hermeneuticae socrae dejohannjakob Rambach (Jena 1723), donde no se pone en tela de
juico la verdad de la Escritura, la cual se presupone como perfecta porque está inspir.lda en
el amor de Dios. Pero su perfección es, antes de todo, moral; y el intérprete no está llamado
tanto a verificar la congruencia histórica de las namlciones bíblicas, como a reconocer en el
texto sagrado la acción de la cólera o del amor divinos y la mentalidad de los escritores
espirituales. Es decir, se trata de aclarar los sentimientos l¡lffikte) que actúan en la Biblia y en
los Evangelios, elaborando una "patologia sagrada" que reconozca en el amor de Dios ha-
cia el hombre, las razones del obrar moral en los espíritus religiosos. Respecto al momento
de búsqueda de la investigación histórica, gramatical y racional aplicada a los textos sagra-
dos, predomina el aspecto dogmático-aplicativo, gracias al cual los creyentes encuentran en
las Escrituras el símbolo de su comportamiento moral. Pero, precisamente, este comporta-
miento no se contradice con el racionalismo del siglo anterior ni siquiera con la Dustración
que se desarrollará algo dc~-pués; antes bien, se configura como un resultado del primero y
como una premisa del otro: que la Escritura exista para ser entendida ante todo en un sen-
tido moral y en el marco de una patología sagrada, significa que ya no se nos conduce a eUa
para encontrar informaciones cienúficas y positivas.
Nacido en Halle, Rambach en~cñó teología en Jena y en su ciudad natal. Además de las
1ntitu1Wnes, el corpus de textos hermenéuticos de Rambach comprende la DisurtaiW theologica de
idonto socrarum literarum interprtú (1 730) y las Erliiuteruncm übtr seint eigtntn lntilutionts htrmmtuli-
cae sacrae, aus der eigmm Handschrifl des seligen Verfassm (póstumas, 1738).
La hermenéutica de los afectos desarrollada por Rambach recorre aspectos centrales de
la psicología del autor en la hermenéutica del romanticismo. Rambach eseñbe: "no se pue-
den comprender e interpretar perfectamente las palabras si no se sabe de qué afecto han
(SO)
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NOTt\S Y BIBUOGilAFtA 83
matúm bis~~ Nc:unkirchen, Neunkirchener Verlag 1956, 2a ed. 1969, el cual parte de la
Reforma para concen~ más tarde, especílicamente, en los desarrollos de la hermenéutica en la
época de la Dustración. Cf., además, H. Kimmerle, "Typologie der Grundformen des Ventehens von
der Reformatíon bis zu Schleiermacher", en {jitschtifl.fiir TlttoiDgU rmd líinhe, 67 (1970), pp. 162-182.
Para una reconstrucción del horizonte espiritual y cienófico de la época de la Reforma, cf., en fin,
Dilthey 1891- 1900.
Obras de Lutero: I..MJJrm Gcomme/Je Wer.te (Wtimam Au.sgabe), + sec. (Wnk4 TudJmlen, Die Dnd.sdle
Bibt~ Britft), 66 vol., Wcimar, BOhlaus 1883 ss.
Sobre Lutero, bibliografia en Heinrichs 1972, 1+2-1++. Cf., además:
Obras generales sobre Lutero y su tiempo: H. Bornkamm, LuJhn im Spiegel dtr tlmtschm Gtistesgesdri-
dlk, Heidelberg 1955: H. Stephan, LuJhn in Jer WGildlung seiner líinhe, Berlín 1951; A. Pincherle, LA
.for~ Ji l...uJmJ egli iní.d del/a Riforma ptolesllmle in Germania, Roma 1961-1962; l. Salvatorelli, "Lute-
ro e l'Umanesimo", en La n~ilurtl, marzo 1930; E. Seeberg, I..MJJrm 11letJIDgie, Motive rmd ldtm, Gotinga-
Stuttg".ut 1929-1937; E. Hirsch, Luihn-studim, 2 vols., Gütersloh 1954; R. Hermano, GcommeiJe Slu-
dim ~ 'Tlr6J1Dgie ÚlÚins rmtl dtr JldormatUm; Gotinga-Zúrich 1960; J. E. Spenlé, Lll petu1e a/JmuJtuJt de
LuJhn d .Núl(.s~ Paris 1934; G. Riuer, l..uJM. Gtstalt rmd TtJJ, Gütersloh 1962; j. Walter, Die ~
ÚIÚins, Gütersloh 194Q; H. Strohl, LA petu1e de la~. Neuchatel-Paris 1951; W. Von Loewenícb,
Der Moderru. KiJJJWkismu.r, Wittenberg 1956; L Chestov, Sola.foiL LuJhn d l'~liu. Paris 1957.
Sobre la hermenéutica teológica de Lutero, cf., además de las obras citadas en la bíbliografia so-
bre la Reforma, F. Rosenzweig, Die Schtifl rmd Luihn, Berlín 1926; Th. Pahl, ~ DI I..MJJrm
PS4immiibmttzyng, Berlín, 1931; F. Hahn, "Luthers Auslegutl8$gnllldsatze und ihre theologische Vo-
raussetzungen", en ZeiJschriflfiir ~slmultische Tltto/DgU, 1934-1935, pp. 165-218; K. HoU, I..MJJrm &deu-
bmgjiir dm Fortsdtrifl dtr Ausltgungslomst, Tubinga, 1932; H. Bomkamm, LuJhn rmtl das A/Je Testammt,
Tubinga 19+8; G. Ebeling, "Die Anfiinge von Luthers Hermeneutik", en ZeiJsduifl.fiir ~ rmtl
Kmlu, 1951, pp. 172-230; ídem., l..uJM. E:itifiJlrnmt in .rein .Dmkm, Tubinga, 1954; lllthmluliint, vol. 1, ivi
1971; P. Meínhold, I..MJJrm Spradtplrilosoplrie, Berlín, 1958; R. Hermann, Wm dtr K1arhtil det heiJigen Sdlrifl.
Untmvcltungm iiher ÚlÚins úlrrt wn dtr Schtifl, Tubinga, 1958; F. Beisser, CÚlriJ4s smpturae bei Martin Lu-
ther, Gotinga, 1966; G. Krause, Stutlim DI Luthm Auslegrmg det Kleinm l"mpprdm, Tubinga, 1962.
Sobre los criterios adoptados por Lutero en su traducción de la Biblia, e( H. B1um, Martin Üdher,
CmJIWe Trtl1Ulator, St. Louis Missouri, 1965, y sobre todo, L Miuner, "Lutero Ill La versione della
Bibbia", en ü/em., Slbriit del/4 IL/JeraJura kdesul, vol. l. Dai primqrdi pagani all' etd baroaa, Turin, Einaudi
1977, pp. 617-621. Sobre la Reforma luterana y el problema de la lengua, cf. W. Kohlschnüdt, "Lu-
ther und ensere Sprachc", en ZeiJschrifl.fiír IXuiJchlr.unde; A.E. Berger, "Luther und die neuhochdeutsche
Schriftsprache", en Fes/Jdrrijl.fiir AlfoJ GotQ, Berlín, 1943. Otras noticias bibliográficas sobre el pro-
blema histórico y teórico de la traducción, en Heinrichs 1972, 289-292 (traducción de la Biblia), 323-
328 (problema de la traducción).
Sobre Melanchton, cf. F. Delbrück, PhiJjpp Melanc.llllm, dtr Galubmslekm, Bonn 1826; F. Galle, Vmv-
ch tiner GwaJ.:teristik Melanchtons a/s 'T!r6Jioge rmtl tiner EntwúkJunt stines Lthrbegrifft, Halle 1840; Dilthey
1891-1900, 207 ss¡ Q Breen, "The Subordination of Philosophy to Rhet.oric in Melanchton", en
ArchWfiir Reji!TfiiQJÚm XUll, 1952; H. Sich, "Melanchton als Ausleger des Alteo Testaments", enBnlrii·
ge <.ur Ge.schicllü der bibüschm Hermmmlilc, núm. 2 (1959).
Sobre Erasmo d: C. Dolfen, Die Stellung Erasmus ~ sclwlasti.schm Metlwde, Múnich 1936 1936; K.A.
Meissinger, Erosmu.s von Rotlml.om, Zürich 1942; G. Coppola, /.LJ critica tuOiestammtoria di..ErasmD da Rol-
tmlam, Bolonia, Zanichclli 1943; Bori 1987, 111 ss.; S. Seidel Menchl, Era.rmo in Jfll/ia 1570-1580,
1\uin, Bolla ti Boringhieri 1987.
Sobre Calvíno y su Zwingli: J. Mck.innon, Cok:inand th4 Re.formatúm, Londres, 1936; E. Nagel, Zwin-
glis Sfelhmg l.UT Scluij/, 1896.
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EL SIOW XIX Y lA GESTACIÓN DE lAS CIENCIAS DEL ESPIRJTU 101
Nacido en Postdam en 1767 y fallecido en Tegel en 1835, Humboldt desarrolla, por la vía
de una lingüística comparada y de una etnolingüística, el nexo entre lenguaje, razón y hu-
manidad que hemos visto en acció.n en Hamann y en Herder. Habiéndose formado en el
ambiente de la Dustración Berlinesa, junto con su hermano Alexander (el cual se convierte
en un célebre explorador y naturalista), Willlelm von Humboldt estudió jurisprudencia en
Frankfurt y en Gotinga, donde entró en relación conjacobi. Después de trasladado ajena
en 1794, publicó sus primeras obras de importancia: Pfmw de una antropologúz Wfii/JaTaliva y El
sigw XYI/1 en 1797, y, al año siguiente, Eruqyos estiticos so/m el "Htrm01111y Dorotea" de Goetlle. Los
intereses historiográficos, antropológicos y lingüísticos de Humboldt se precisaron ulterior-
mente tanto en ocasión de dos viajes a España (en 1799 y en 1801, que dieron por resulta-
do, en 1801, el estudio Los vascos, caracterizado ya por la notable presencia de observaciones
lingüísticas), como durante su estancia en Roma, a partir de 1802, en calidad de ''residente"
prusiano en la Santa Sede (de este periodo es testimonio preeminente lA.do o Hélode, es decir,
observaciontS sobre la onJigiJuJatJ cláJica, 1806, donde se manifiesta el clasicismo humboldtiano,
según el cual la historia del mundo no es más que la decadencia respecto a la perfección
greco-romana). De regreso a su patria en 1809, Humboldt se ocupó de la reforma de la
universidad Bérlínesa. Los principios elaborados en esta ocasión y, en particular, el vínculo
entre docencia e investigación, van mucho más allá de lo contingente y defmen los caracte-
res de la universidad moderna. La última fase de la actividad humboldtiana está completa-
mente dedicada al ahondamiento de problemáticas históricas, lingüísticas y antropológicas:
ObstrVIICÍontS so/m historia U11Ü!erral, 1818; Sobre iiJs estudiJJs cqmparalivos del ~ 1820; Sobre tl
urigen de lasformas gramaticalesy m injlumcia sobre las úlms, 1822; Sobre la díjtrtni:ÜJ de la esiTuctura
lingütstica del hombrey so/m m injlumcia m el desarrolúJ tspirilulll del género hunumo, que es la impor·
tante introducción téorica a la obra (incompleta) Sobre la /mgua kawi de la isla de Java (1834-
1835).
La reflexión de Humboldt parte de focalizar el ideal de humanidad al cual había llegado
la llustración alemana tardía es en nombre de este ideal que Humboldt criticó, después de
una estancia juvenil en París, la Revolución francesa, en la cual reconoció la imposición de
una legalidad puramente abstracta; aunque (con una actitud en la cual vuelve a resonar la
critica hamanniana del estatismo prusiano) Humboldt contrapone la idea <te nación como
totalidad orgánica y viviente a la del estado, que ha visto más bien como tu• mal necesario,
incapaz de encarnar hasta el fondo la vida histórica y política de un pueblo. Análogamente,
el lenguaje en la perspectiva humboldtiana, no es el resultado de una actividad voluntaria e
intelectualísta, sino de una espontánea producción del pensamiento, en la cual se arraigan
las formas históricas de la humanidad; de modo que toda lengua posee una innere Spradiform,
una forma interna, que expresa la peculiar visión del mundo propia del pueblo en el cual se
ha originado. la lingüística comparada se desvanece así, sin solución de continuidad, en la
antropología y en la reflexión históricas, justamente en la medida en que constituye la vía
privilegiada de acceso a las diversas ~ltanschmnmgm de las naciones.
"Gracias a la recíproca dependencia del pensamiento y de la palabra parece evidente",
escribe Humboldt, "que las lenguas no son propiamente medios para representar la verdad
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EL SIGLO XIX Y LA GESTACIÓN DE LAS CIENCIAS DEL F.'>l'fRrru 109
a la comprensión del mundo histórico [...JFederico Schlegel fue el que condujo a Schleier-
macher al arte de la fdología. Los conceptos que inspiraron sus espléndidos trabajos sobre la
poesía griega, sobre Goethe y sobre Boccaccio fueron los de forma interna de la obra, el de
historia del desarroUo del autor y el de literatura como un todo articulado. Detrás de esas
realizaciones particulares del arte de la reconstrucción filológica estaba, para él, el plano de
una ciencia de la critica, de un ars crítica que debía estar fundada sobre una teoría de la
facultad de creación literaria: este plano se aproximaba mucho a la hermenéutica y a la
critica de Schleiermacher. [...) Pe.ro a tal virtuosisimo filológico se unió, en ocasiones, por
primera vez en el espíritu de Schleiermacher, el genio filosófico: genio que se había formado
en la escuela de filosofia trascendental, la cual ofreció los medios idóneos para una elabora-
ción y una solución universales del problema hermenéutico; brotó asi, entonces, la ciencia y
la teoría universales de la exégesis" (Dilthey 1900, 19-20).
¿Cuáles son los motivos del papel que Dilthey le otorga a Schleiermacher? Por un lado, el
proyecto filosófico schleiermacheriano perfecciona tendencias presentes ya en Ast Primero,
porque para Ast, la hermenéutica no se ejercita ya sobre singulares pasajes oscuros, sino se
configura como un proceso di.rigido a la comprensión del texto en su conjunto, lo que con-
lleva un cambio de estatus, más que de campo: el fin de la hermenéutica no es tanto el
ejercicio pedagógico de la subtilitas explicandi, de la capacidad (ligada a la explicación de pa-
sajes no nítidos) de explicar el texto a un auditorio no preparado, sino má.~ bien, el de recu-
rrir a la subtilitas inulligtndi, o sea, a la capacidad del intérprete para entender, sobre todo, la
totalidad del texto en sí mismo, colocándose en relación con la génesis de la motivación
psicológica que anima al autor que interpreta. Y ésta es una comprensión en la cual el mo-
mento psicológico se integra con el gramatical, dos funciones que se proponen "compren-
der el discurso como extraído de la lengua (gramatical) y comprenderlo como un dato del
sujeto pensante (psicológico)" (80, ed. Kúnmerle). La subtilitas intelligendi engloba a la subtili-
tas explicandi porque no existe un momento tácito, prelingüístico, del comprender: los límites
de la hermenéutica no son pedagógicos, sino vienen más bien a coincidir con los límites del
lenguaje. La hermenéutica entra en juego cuando se presenta cualquier dificultad comuni-
cativa, vale decir, en cualquier ocasión en que se encuentre frente a un mensaje trascenden-
te, sea oral o escrito. De aquí, una primera base para la universalización de la hermenéuti-
ca: no relegada ya a la explicación de pasos independientes oscuros, tampoco se presenta
como técnica subsidiaria. Hay en esto un modo hermeneútico de comprender que, en rigor,
no tiene nada que irradiar hacia los presupuestos de la teología, del de.recho ni de la filolo-
gía -aun cuando Schleiermacher no abandonará nunca completamente la teología como
fin último de su hermenéutica. La perspectiva schleiermacheriana está llena de consecuen-
cias: si la comprensión es un acto dirigido a penetrar la génesis del discurso en la psicología
del autor, hay en ello entonces una praxis hermenéutica no sólo en la "comprensión solita~
ria de un escrito aislado", sino en la comprensión de cualquier tipo de discurso, antiguo o
moderno, escrito u oral. En el primer Aktu/emimrede Schleiermacher escribe (ed. Kimmerie
1959, 129): "la hermenéutica no es limitarse simplemente a las producciones escritas, ya
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FJ.. SIGW XlX Y LA GESTACIÓN DE LAS CIEl'IICIAS DFJ.. ESPIRITU 117
inductiva y ésta entonces sería deductiva" (ibid., 165). 4] La inttrprtloci6n indivitJu¡Jl, que es
"una interpretación sobre la base del carácter peculiar del escritor", puesto que "duo QD7I
dicunt itlem, n011 est itlem" (ibid. , 166). 5) La interprttoa6n his16rica, que responde a la pregunta
"¿en qué tiempo, o sea en qué condiciones históricas, está esc.rita esta o aqueUa frase?" (ibid.,
167).
Pero, en la cima de estas cinco modalidades interpretativas y, al mismo tiempo, al inte-
rior de cada una de eUas (como condición de su perfección y felicidad) está la interprttoa6n
psicobígica, entendida como interpretación abarcadora. Consiste en "penetrar en el mecanis-
mo del espíritu del escritor'' (ibid., 168) y, como se ha mencionado, no es tanto una modali-
dad entre otras, sino más bien su presupuesto y su fin últimos: la interpretación psicológica
"no tiene lugar particular alguno para su obrar: es omnipresente en el filólogo informado y
es en ella donde éste obtiene siempre lo máximo, en algún tipo de interpretación, en alguna
construcción del saber filológico o en alguna forma de la critica, ella siempre es la que le
confiere a la acción un carácter eminentemente científico" (ibid., 169).
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2. POSITIVISMO, PRAGMATISMO, HISTORICISMO
!111
2.0 DE lA TEORÍA DF.L CONOCJMIFl\110 A lA TEORÍA DE lA CIENCIA
"
1 Esfumada la promesa de una totalidad orgánica del conocimiento estructurada enciclopédi-
camente (la jerarquía de los conocimientos, justificada por el idealismo trascendental), cae
la primacía de lo especulativo sobre lo positivo; y las que pasan a primer plano son en este
caso, justamente, las ciencias de la naturaleza, avaladas por su actuación en el plano instru-
lj mental. "Frente a un saber absoluto, el conocimiento científico debe parecer necesariamen-
te como limitado; permanece como tarea única la disolució.n crítica de los limites del saber
positivo. Por otra parte, donde falta absolutamente un concepto del conocer que trascienda
el conocimiento "igente, la crítica del conocimiento se resigna a ser teoria de la ciencia; ésta
se limita a la reglamentación seudonormativa de la investigación ya constituida" (Haber-
mas 1968, 8).
Desde este punto de vista, no hay nada parti.c ularmente cientifico en la remisión a la
ciencia operada por el positivismo del siglo XIX. Para el positivista la ciencia es asu.mida en
forma sustancialmente acritica, como modelo ab.'IOiut.o de un conocimiento que, por lo de-
má~, se quiere relativo y contingente (esto en polémica con las pretensiones de absolutidad y
las tonalidades quimérica~ de las metáfisicas del pa.~do). No hay por qué extrañarse, pues,
por el hecho de que los mayores teóricos del positivismo, como Comte y J\,fill, hayan hecho
esca.~ contribuciones al desarroUo efectivo de las ciencias (distinto es el caso de Mach, el
cual, sin embargo, es ante todo un letrado y sólo, en segunda instancia, se viste de filósofo).
En efecto, el positivismo no marca el ingreso de la ciencia en la fdosofia, o el ingreso de la
fuosofia en el estadio positivo, sino al contrario, se presenta -y en esto reside su grandisimo
acierto- como la justificación ideológica de la pretensión de validez de las ciencias.
Justamente, en la medida en que el positivismo se ocupa de la necesidad de legitimar la
ciencia como camino incondicionadamente válido, los problemas y los ideales positivistas
representan toda una época. El caso más evidente de esto está dado precisamente por las
ciencia~ del espíritu, las cuales, después del romanticismo, argumentan su propio antagonis-
mo en las confrontaciones con las ciencias de la naturaleza en términos positivistas -para
confirmar así una subordinación, en general, en la comparación con las No.Jurwissm.scha.flen,
de las cuales quieren diferenciarse. "La toma de conciencia lógica que acompaña, en el siglo
XIX, la constitución de las ciencias del espíritu está dominada completamente por el modelo
de las ciencias de la naturaleza. [...] Las ciencias del espíritu se autocomprenden sobre la
base de la analogía con las ciencias de la naturaleza, y esto de modo tan evidente que la
repercusión idealista presente en el concepto de espíritu y de ciencia del espíritu pasa, por
completo, a segundo plano" (Gadamer 1960, 25; y sobre esto, cf. Rothacker 1920 y 1927).
Cuando la escuela histórica y Dilthey tematizan la peculiaridad de las Gtisteswissmsclwjtm, lo
hacen a partir de un ideal de ciencia que se acoge mucho menos a la WusmseJuglslthrt~ como
[118]
EL SIGW XIX Y L\ GESTACIÓN DE L\S CIENCIAS DEL F;SPI.Rl11J 119
temía ftlosófica del conocimiento, que a la te01ía de la ciencia elaborada por el positivismo.
Esto está probado, ante todo, por el hecho de que la ~uela histórica, no menos que los
positivistas, aspira a llevar a cabo un análisis de la historia iuxta propria principin, es decir,
descargado de cualquier hipoteca especulativa (exento por consiguiente, ante todo de la idea
hegeliana de la historia universal); la especulación de las G4sttswissmcha.ftm historicistas se
autocomprende como reflexión de una práctica cientifica sobre sí misma; es, pues, la cienti-
ficidad la que, como en todo positivismo, coordina y subordina lo especulativo. La propia
expresión "ciencias del espíritu" ~a cual se modela sobre el molde de las ciencia.~ de la natu-
raleza) tiene un origen positivista. Esto resulta de la historia del concepto, que aparece por
primera vez en la traducción alemana del ~stem of I.Áigic, Ratiocinati11t and lnductWe (1863) de
John Stuan Mill (d. el libro VI "Lógica de las ciencias del espíritu o de las ciencias mora-
les"): GeisfMwissen.sduJ.ftm, es la expresión con la cual el historicismo quiere salvaguardar la
propia legitimidad frente al positivismo, es la traducción de un concepto positivista.
Pero, la parábola del positivismo testimonia la imposibilidad de una ciencia unificada
incapaz de incluir, además, el ámbito histórico y social. "[...] el verdadero problema de las
ciencias del espíritu es justamente éste: que su esencia no se deja aprehender por quienes las
miden sobre la base del criterio de la creación constante de leyes generales. La experiencia
del mundo histórico-social no se deja elevar al nivel de ciencia mediante el procedimiento
inductivo de las ciencias de la naturaleza. Cualquiera que sea el significado de 'ciencia' y
aunque en todo conocimiento histórico esté implicita la aplicación de una experi.encia gene-
ral al objeto singular de investigación, el conocimiento histórico no apunta a registrar el
fenómeno concreto como caso particular de una regla general. El acontecimiento singular
no sirve simplemente para convalidar una ley que volviendo al fin a la práctica, haga posible
la predicción. El ideal de este conocimiento es, por el contrario, más bien el de entender el
fenómeno mismo en su irrepetible e histórico positivismo" (Gadamer !960, 26-?.7). Dicho
de otro modo, las ciencias del espíritu, aun cuando tiendan a una homologación con las
ciencias de la naturaleza, deben recurrir, en cualquier caso, a procedimientos diferentes: la
comprmsión hermenéutica como identificación entre sujeto y objeto para· fines de expresión,
en lugar de la explúación científica, como distanciamiento critico-objetivante entre sujeto y
objeto. Aun cuando, la explicación se modela, al menos idealmente, sobre la forma deljuicW
tÜimninlmJe, que subsume lo particular bajo la ley general (y garantiza asi la previsibilidad de
los fenómenos con base en leyes regulares), la comprensión hermenéutica se apoya en el
juicW reúdivo, que arranca de lo particular (un cieno acontecimiento históricc., por ejemplo) y
busca un universal que le corresponda, y no que necesariamente haya existido con anterio-
ridad.
Esta diferencia de funciones y métodos se arraiga en una diversidad de tradiciones. Si el
historicismo experimenta el et/ws del positivismo por razones de época, sobra decir, no obs-
tante, que el modelo de conocimiento histórico-filológico resulta de la tradición humanista
y de su canonización en el ámbito del clasicismo y del romanticismo alemanes, de modo
que, aun en la plenitud del positivismo, "las ciencias del espíritu están muy alejadas de sen-
tirse simplemente inferiores a las ciencias de la naturaleza. En el clima espiritual instaurado
por el clasicismo alemán, antes bien, ellas desarrollaron con orgullo la conciencia de ser las
verdaderas depositarias de los valores del humanismo. [...] Fue sobre todo Herder el que,
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120 POSITIVL'>MO, PRAOMKn'iMO, HlS'l'OitJCISMO
2.1 EL POSITMSMO
-Después de formarse en la Escuela Politécnica, Augusto Comte enseñó allí en los años trein-
ta del siglo XlX, cuando desarrolló su obra mayor, destinada a adquírir un valor canónico
para el positivi.\mo: el Cours de phiiMophie positivt (6 vol\., 1830-1842).Junto al curso, son re-
1 cordadas otras obra~ como el Sistime de politú¡ut positive, instituant Jo rtligion de l'lumumiJé (4 vols.,
1851-1854), el CaiJckisme positiviste (1852) y el Calmdrier posilivisle (1860, póstumo).
La filosofia de la historia de la humanidad entendida como afirmación del espiritu posiJit'O,
que Comte elabora bajo la influencia de las filosofias de la historia de Condorcet y de Saint
Simon (con el cual había entrado en relación en la Escuela Politécnica), barrunta un desa-
rrollo a través de tres estadios fundamentales. El primero es el eslilliio teológico o ficticio que
marca el tránsito de la naturaleza a la cultura; las explicaciones del mundo elaboradas en
esta fase están dominadas por la fantasía y organizadas sobre bases antropomórficas (según
un discurso interno que describe tres momentos de la visión fantástico-teológica del mundo:
el fetichismo, el politeismo y el monoteísmo). El segundo estadio es definido por Comte
como mttafisico o abstracw y se presenta como una reacción puramente negativa, critico-des-
tructiva, respecto al anterior. .La superación de lo negativo es lo que caracteriza precisam.en-
te al tercer estadio, cimtffoo o positivo, el cual se abre con Bacon, Galileo y Descanes (y que se
trata ahora de extender sistemáticamente a todo ámbito de acción y a toda esfera de interés
de la humanidad Característico de esta fase, normal por mucho tiempo para la fisica, es el
recurso a leyes que no a~piran a explicar metaftsicamente las causas de un fenómeno, el por
qué de su ocurrir, sino más bien sus modos de funcionamiento y de recursividad, el c6mo)
volviéndolo así previsible: "el auténtico espíritu positivo consiste, primordialmente, en ver
para prever, en estudiar lo que está por llegar a ser lo que será, en base al dogma general de la
invariabilidad de las leyes naturales" (Comte 1844, parte 1, secc. 3).
El devenir de las épocas tiene un pmdant en el devenir de las ciencias. En efecto, son las
ciencias más simples y abstractas, las que llegan anticipadamente al estadio positivo, mien-
tras el camino del saber en su conjunto está caracterizado por la extensión del espíritu posi-
tivo aun a ciencias más complicadas y aparentemente aleatorias -pero que sin razón se con-
siderarían irreductibles a un paradigma científico en sentido riguroso. Si, por consiguiente,
en los últimos siglos lafisica inorgáni&a, que se ocupa de los "cu::rpos feos", ha llegado a la
positividad (según un desarrollo abordado inicialmente por la astronomia, para pasar des-
EL SIGLO XIX Y LA GESTACIÓN DE LAS CIENCIAS DEL ESPÍIU11J 121
pués también a la física propiamente dicha y a la química), esto a lo que se asiste en la pre-
sente fase histórica es precisamente la extensión del espíritu positivo a lajlsi&a orgánica, que se
ocupa de los "cuerpos organizados". La fiSica orgánica comprende, como es obvio, la biolo-
gía; pero incluye asimismo -y éste es, en cierto sentido, la inquietud del monismo positivis-
ta-la sociJJWgia o fisica social. Aquí, en el ámbito de las ciencias del espíritu, el positivismo es
directamente productivo, en el sentido de que crea ex novo saberes, ni más ni menos como la
sociología que, aun perteneciendo al canon de las GÑIMwisstnScha.ftm, se autocomprenderán
inicialmente en forma rígidamente cientista.
La sociología se subdivide a su vez en est4Jica y dinámica (el cuerpo social se modela aquí
según el estudio del cuerpo individual, distribuido en anatomia y fisiología): la estática con-
sidera la sociedad bajo la categoría del orden, de las ideas comunes, de los hábitos, de las
instituciones; la dinámica se ocupa, por el contrario, de la sociedad abarcándola en la cate-
goría del progreso, que se verifica cuando una crisis (entendida a la manera de las crisis que
abordan a un organismo viviente) hace vacilar el orden preexistente. La misma política,
entonces, es sustraída del ámbito retórico-humanista para inscribirse dentro de este hori-
zonte general, en forma de una scitnce politi.qw.
"Es necesario", escribe Comte en el Systbne de politiqut positive, "considerar la ciencia polí-
tica como una fisica partícula¡; fundada en la observación directa de los fenómenos relativos
al desarrollo colectivo de la especie humana y que tiene por objeto de estudio la coordina-
ción del pasado social y da como resultado la determinación del sistema de tendencia que
tiene el camino de la civilización.
"F..sta fisica social es evidentemente tan positiva como cualquier otro tipo de observación.
Su certeza interna es igualmente real. Las leyes que descubre para abarcar el conjunto de
fenómenos observados y su aplicación son dignas de completa confianza.
"Como todas las otras, esta ciencia posee, además incluso a pesar de su necesaria rela-
ción con la fiSiología, los medios generales de verifi.cación. Estos medios están fundados en
el hecho de que, en el presente estado de la especie humana, considerada en su totalidad, los
diversos grados de civilización coexisten en los distintos puntos del globo, desde el de los
salv~es de Nueva Zelanda hasta el de los franceses e ingleses. De modo que la concatena-
ción establecida por la sucesión de los tiempos puede ser verificada a través de la compara-
ción de lugares.
"En un primer momento, esta nueva ciencia parece reducirse a la simple observación,
privada por completo del auxilio de la experiencia, lo que no le impedirla de ser positiva,
como es~ comprobado por la astronomía. Pero, en fisiología, independientemente de Jos
experimentos sobre los animales, los casos patológicos son, en realidad, un equivalente de
los experimentos directos en el hombre, porque alteran el orden habitual de los fenómenos.
Análogamente y por un motivo similar, las múltiples épocas en las cuales las circunstancias
políticas han tendido más o menos a bloquear el desarrollo de la civilización, deben ser
consideradas como si suministrasen a la fisica social los verdaderos experimentos propios,
aun más idóneos que la mera observación para descubrir o para confirmar las leyes natura-
les que presiden el camino colectivo de la especie humana" (cit. en Arnaud 1969, 141 ).
Frente a las condiciones progresivas anunciadas por el positivismo existe como contra-
partida una serie de onerosas mutilaciones a la teoría clásica del conocimiento. Al mismo
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122 POSmVISMO, PRAGMATISMO. HISTORICISMO
tiempo, ya no tenemos que ver con el intento de conducir la temia del conocimiento al nivel
de claridad y actuación de la ftsica -como en el caso del trascendentalismo kantiano- por-
que ya no se está interesado en la posibilidad de juicios sintéticos a J!tWri, sino más bien, esta
posibilidad es sustituida por la realidad del conocimiento científico efectivo. La ciencia es
hipostasiada dogmáticamente como modelo conclusivo de verdad y no se cuestiona ulterio-
mente en sus presupuestos. junto a lo trascendental, es marginado también el papel del suje-
to cognoscente. "La teoría de la ciencia [...] se desembaraza del problema del sujeto cognos-
cente y se orienta directamente a las ciencias que se estructuran como sistemas de proposiciones
y de modos de proceder; o, dicho de otro modo: como complejos de reglas según las cuales
las teorias se construyen y verifican. Para una teoria del conocimiento reducida a metodolo-
gía, los sujetos que actúan según estas reglas pierden importancia: los hechos y los destinos
pertenecen, al parecer, a la psicología de los sujetos del conocimiento, reducidos a peFSOnas
empíricas; para la explicación inmanente del proceso de conocimiento no les corresponde a
ellos peso alguno. La otra cara de esta restricción es la autonomía de la lógíca y de la mate-
mática como ciencias formales, de modo que sus problemas de fondo ya no son discutidos
en relación con el problema del conocimiento. Como metodología de la investigación, la
teoría de la ciencia presupone la validez de la lógíca formal y de la matemática. Éstas a su
vez son, como ciencias autóctonas, separadas por una dimensión en la cual pueda ser tema-
tizada la génesis de sus operaciones fundan tes" (Habermas 1968, 70-71 ).
Es dentro de este horizonte general como se diseña, como resultado, la absolutización
del hecho y de lo dado. También en este caso, el positivismo continúa moviéndose dentro de
oposiciones binarias heredadas de la tradición, como la contraposición entre esencia y fenó-
meno, que la teoría de la ciencia asume incondicionadamente, aunque poniendo el acento
sobre el fenómeno. De ella, en fm, deriva una larga cadena de dualismos: lo contingente es
contrapuesto a lo absoluto, lo real a lo quimérico, lo preciso a lo vago. Esta pertenencia a la
metafisica es sistemática; su resultado último es, precisamente, el recurrir a lo dado como
instancia conclusiva. El carácter de verdad fundamental, anulado en las esencias por la tra-
dición, es ahora otorgado al fenómeno, el cual es, por otra parte, caracterizado de la misma
manera que las esencias.
EnJohn Stuart Mili (Londres, 1806; Avignon, 1873) se observa una radicalización del posi-
tivismo en sentido fenoménico. El horizonte general de la investigación de Mili representa
una reelaboración orgánica de la tradición inglesa, ya sea como empirismo gnoseológíco o
como liberalismo político-económico (d. Princi.pWs de ecoTIOTTIÚI poliJUa, 2 vols., 1848; Sobre úz
liherúuJ, 1859; Consúkraciorw sobre el gobierno rtpresetzltúivo, 1861; Utililarimw, 1865; &lm la liber-
tad de la rruger, 1869; Tres lfiSI!)'QS sobre la religi6n, 1874, póstumo). Tanto para Comte, como
para Mili de lo que se trata es de elaborar una ciencia de los fenómenos humanos modelada
sobre la fiSica, sobre la base de principios de regularidad y de previsibilidad (a Jos cuales
Mili, a diferencia de Comte, agrega además la explicación causal). El origen más seguro de
este proyecto, previo al positivismo comtiano, es, por consiguiente -como lo recuerda Gad-
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EL SIGLO XIX Y LA GESlM:IÓN DE LAS CIENCIAS DEL ESPIBrrt.J 123
amer- el Teotri.se on Human Naturt (1739-l 74<l) de Hume. También en la naturaleza humana
y en las Moral Scimces que se abordan, se requerirla alcanzar ese grado de uniformidad y
recursividad que caracteriza a la naturaleza en general. Por lo demás, en el estudio de la
naturaleza se observan asimismo diversos grados de aproximación: la liSÍca, que se ocupa de
los principios más elementales y que necesita causas menos complejas, resulta, en mayor
medida, predictiva de todo lo que no sea la meteorología, pero esto no excluye ni una pro-
fundización en el sistema de causas relativas a la meteorología ni el abandono de un proyec-
to de Moral Scimces concerniente a la natu.raleza humana: "Se puede decir que la ciencia de
la naturaleza humana existe en proporción a la posibilidad de que las verdades aproximati-
vas, que integran todo conocimiento práctico de los hombres, se presenten como corolarios
de las leyes universales de la naturaleza humana sobre la cual se fundan" (Milll843, 357).
Pero aquí como en Comte, el que la naturaleza humana pueda ser con~iderada como un
campo empírico de estudio en la misma medida que el resto de la naturaleza, conlleva la
exclusión del papel trascendental del sujeto en el proceso cognoscitivo; y la consabida conti-
nuidad con la tradición empírica, dentro de la que se encuentra Mili, reitera la ontología de
lo factual patente ya en el enfoque de Comte.
La expresión extrema de esta ontología se encuentra en el fmommismo de Ernst Mach
(furas, Moravia, 1838; Haar, Baviera, 1916). Profesor en Praga desde 1867 y en Viena en-
tre 1895 y 1901, donde enseñó historia y teoría de las ciencias inductivas, Mach se distingue
de los otros positivistas, por haber desarrollado un efectivo trabajo científico en campos como
la mecánica, la acústica, la electrólisis, la óptica, la psicología de la percepción. Su magístt.'-
rio tuvo una extensa aceptación (ba~te considerar que el Círculo de Viena, fundado en 1922
por Moritz Schlick y que fue el centro del neopositivismo, se intitulaba '~iación Erost
Mach"); entre sus obras filosóficas principales, recuérdense la Historia crftica dtl dt..rarrollo dt la
mecánica (1883), Análi.ris dt las sm.saciones (1886) y Conodrnimtoy mor (1905).
El fenomenismo machiano propone una reducción de los conceptos de sustancia y de
causa, que aparecen como presupuestos metafisicos carentes de un alcance heurístico efecti-
vo. El mismo yo, coherentemente con las formulaciones positivistas, es reducido a fenóme-
no empírico que puede ser estudiado deseriptivamente en el ámbito de la psicología, pero
que no puede arrogarse ningún papel trascendental en la conformación de los procesos cog-
noscitivos. "La doctrina de los elementos de Ernst Mach es un ejemplo excelente del intento
del positivismo por justificar el ámbito del objeto de estudio de las ciencias como única esfe-
ra a la que puede ser remitida la realidad. El concepto positivista del dato fáctico posee,
empero, dignidad ontológíca solamente porque le es impuesto el p<'.SO de la prueba critica
en contra de un mundo alejado: el de la apariencia metafiSica. Por una parte, el ámbito en el
cual habían sido identificadas formas sustanciales y estructuras puras, la esencia de las cosas
mismas, debe ser recompuesto y reducido a la esfera de los fenómenos. Al mismo tiempo,
sin embargo, esta esfera de lo mudable y de lo casual puede ser caracterizada como la verda-
dera, propia y exclusiva realidad sólo con la ayuda de categorias que han sido excluidas. El
dilema se expresa en el concepto de factualidad, de facticidad, en el cual se concentra el
significado simple de lo inmediatamente dado o el sentido enfático del ser verdadero, frente
al cual lo que una vez había sido entendido como es'encia se disuelve y queda como aparien-
cia vacía. Esto que comienza en el Schelling tardio y en Kie!Xegaard es lo que, como de-
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124 POSmVISMO, PRAGMATISMO, HISTORJCISMO
manda de la 'existencia' del hombre histórico, descubre en el positivismo una variante que
pasa inadvertida; según una frase de Moritz Schlick, discípulo de Mach, existe sólo una rea-
lidad 'y ésta es siempre esencia'. En el concepto positivista de hecho la existencia de lo que
está inmediatamente dado es afirmada como lo esencial. La doctrina de los elementos de
Mach constituye un intento de explicar el mundo como conjunto de hechos y, al mismo
tiempo, a los hechos como esencia de la realidad" (Habermas 1968, 62).
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FJ.. SIGLO XIX Y LA GESTACIÓN DE LAS CIENCIAS DFJ.. ESP!RrrU 125
eso hacen suyo el motivo de las filosofias de la vida y de la existencia, sucede, por primera
vez, que los lógicos (¡Peirce, Wutgm.rtein, Husserl, y aun el primer Heidegger, pues son los
lógicos del lenguaje!) dan un impulso al problema del significado (no aquel, digamos, de la
representación psicológica), incluyendo el problema de sus idealizaciones científicas, y, así,
el del significado de 'idea' e 'idealización', sobre la base de la constitución del sentido en el
marco del originario 'mundo vital' o bien de la praxis vital y de sus )uegos lingüísticos' [...];
en semejante autotrascendencia de la lógica lingüística tradicional podría expresarse una
ratificación de la aversión ideológica que, desde Cicerón hasta Vico, tuvo el humanismo
lingüístico (caracterizado retóricamente) tuvo por la lógica lingüística (o bien mathesis univer-
salis}" (Apel 1963, 65-66).
La relación vertical de la semántica se transforma en una relación horizontal, según la
cual el significado de una proposición es su uso (Wittgenstein}. Justamente esta perspectiva
hace posible que Peirce supere los planteamientos del positivismo, hasta planteándose ini-
cialmente problemas análogos. También Peirce, reconoce, en efecto, en la teoría de la cien-
cia, la forma más segura de la teoría del conocimiento, o mejor, considera que la única for-
ma posible de teoría del conocimiento pasa a través de una autorreflexión de la lógica de la
ciencia. Pero, a partir de este planteamiento, Peirce obtiene lo que el positivismo no supo
concluir jamás, es decir, que el examen de la ciencia debe •.er, ante todo, reflexivo, en lugar
de partir de una hipostación dogmática de la metodologí::. científica. "Tanto en el viejo como
en el moderno positivismo, Peirce distingue la idea de 'lue la metodología debe aclarar no la
construcción lógica de las teorías científicas, sino la lógica de los procedimientos con cuya
ayuda obtmtmos teorías científicas. LLamamos científicas a las info.rmaciones solamente cuando
su validez puede haber obtenido no un consenso definitivo sino, con la perspectiva del acuerdo
resolutivo, un consenso sin restricciones y estable. El resultado auténtico de la ciencia mo-
derna no consiste, primeramente, en formular aserciones verdaderas y, por lo tanto correc-
tas y válidas, sobre lo que llamamos realidad; antes bien, la ciencia se distingue de las cate-
gorías tradicionales del saber gracias a un método para alcanzar tal consenso, libre y durable,
sobre nuestras concepciones" (Habermas 1968, 91}.
La /Qgica fk 14 investigación cienJ{/ica se impone en el primer plano, oscureciendo la fetichiza-
ción de los resultados positivos de, las ciencias. La pregunta de Peirce es trascendental. ¿Cómo
es que estamos en capacidad de desarrollar teorías cientificas? La formulación de la teoría
del conocimiento culmina aquí con la justificación de un procedimiento inferencia! tal que
posibilita no sólo confirmar analíticamente nuestro saber (como ocurre en la deducción y
en la inducción), sino sobre todo difundirlo de manera sintética. Ahora bien este aspecto
trascendental se define aposteriori en la lógica de la investigación científica, para conceptuar-
se como algo trascendental pragmático, a lo que Peirce llama abduccWn.
Con este término, Peirce indica la tercera forma de la inferencia, después de la deduc-
ción y la inducción, la cual -a diferencia de las dos primeras- permite la formulación de
juicios sintéticos, esto es, admite una extensión científica del conocer desde el campo de lo
ya conocido. "Pei.rce reitera el problema de Kant, pero no en el sistema de referencia kanúa·
no. Él no se interesa en la posibilidad de los juicios sintéticos a priori, sino más bien en la
posibilidad del pensamiento sintético en general. Kant supone que Jos juicios sintéticos, con
los cuales indaga cómo es posible el conocimiento en sentido trascendental, tienen el mismo
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126 P05111VISMO, PRAGMATISMO, HISTORICJSMO
valor asociativo que los juicios analíticos. Peirce dice solamente que las inferencias sintéticas
deben ntcesarianr.enk tener validez de hecho, cuando es posible un proceso de investigación
contingente en su complejidad" (Habermas, 1968, 118-119). Las condiciones trascendenta-
les de la realidad son las condiciones de la investigación científica, la cual puede muy bien
ser relativa y contingente (según la autocomprensión científica de la ciencia), pero no deja
de ser trascendental por esto, en la medida en que define nuestro modo de relacionarnos
con la realidad, que se caracteriza como la suma de las aserciones verdaderas (verdaderas en
la medida de la ciencia, según los estándares y los límites).
Es en este sentido que se ha entendido el valor de la abducción, que no es un juicio sinté-
tico a prWri porque resulte constitutiva de una forma de la realidad en general, sino es más
bien un juicio 'originario' en cuanto puede abrir, sintéticamente, un ámbito de realidad que
no existía con anterioridad (sin que por esto tal realidad tenga pretensiones de validez con-
elusiva; su verdad es precisamente la pragmática, la de la lógica del conocimiento científi-
co). "Un argumento originario, o ahduccilm, es un argumento que presenta en su premisa
hechos que muestran una similitud con el hecho afirmado en la conclusión, pero que po-
drian muy bien ser verdaderos sin que la conclusión lo sea; antes bien, sin que ella sea si-
quiera reconocida. De modo que no se nos lleva a afirmar con seguridad la conclusión, sino
estamos únicamente dispuestos a admitirla como representante de un hecho del cual los
hechos de la premio;a constituyen un icono. Por ejemplo Kepler, en una fase de su reflexión
cienófica, que seguirá siendo eternamente un modelo, encontró que las longitudes observa-
das en Mane y que él por mucho tiempo había intentado en vano adaptar a una órbita,
eran (dentro de los márgenes de error posibles en las observaciones) aquellas que habrian
sido si Marte hubie.ra adquirido su impulso a lo largo de una elipse. Por lo tanto, los hechos
observados en cuanto tales, constituyen una semejanza de los hechos hipotéticos propios del
movimient.o a lo largo de una órbita elíptica. Kepler, siguiendo esa semejanza no concluyen
que la órbita fuese necesariamente una elipsis, sino que fue la semblanza la que propició la
idea, de decidirse a indagar si las previsiones virtuales sobre las latitudes y los paralajes basa-
dos en esta hipótesis se podrían verificar o no. Asumir esto como prueba de la hipótesis era
una abducción. Una abducción es originaria puesto que es el único tipo de argumento que
da origen a una nueva idea" (Peirce 1902, 105-106).
No obstante, que la realidad sea el correlato de la totalidad de las aseveraciones científi-
cas verdaderas, es una actitud que corrige la unilateralidad del positivismo sin restaurar por
lo demás una teoría fllosófica del conocimiento. Por una parte, Peirce no llega jamás a te-
matizar algo como la diferencia entre ser y ente, la cual también es deducible pragmática-
mente como lo ha mostrado la reflexión heideggeriana. O sea, Peirce no distingue el ente
instrumental-manipulable, objeto de la lógica de la investigación científica, con relación al
ser; y al borrar esta diferencia, termina por desatender el papel trascendental de la reflexión
para recaer en el objetivismo. Por otra parte, la lógica de la investigación, justamente en la
medida en que se autocomprende y se tematiza como tal, no puede alcanzar pretensiones
de absoluta y definirse como la medida última de la realidad, que impone la propia ontolo-
gización -por la cual la reflexión metodológica deviene una construcción ontológica de lo
real.
Como ha subrayado Habermas, Peirce reduce así todo tipo de procedimiento al procedí-
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EL SIGLO XJX Y U GESTACIÓN DE LAS CIENCIAS DEL ESPÍRTI1J 127
miento instrumental; esta actitud tiene un correlato importante en la exclusión de la subjeti-
vidad del conocimiento: los sujetos como tales se hacen relevantes sólo cuando cometen
errores; cuando están en lo cierto vuelven a una raz~n universal, y no requieren, por lo
tanto, ser tematizados como sujetos. Pero, como ha observado Habermas, ¿se puede reducir
la subjetividad a mero error con el fin de que no mngrese en la generalidad del conocimien-
to científico? La experiencia que -de Schleiermacher a Dilthey- antepone la universalidad
del problema hermenéutico, consiste en la explicitación de que el individuo es en el fondo
inexpresable y que el esfuerzo para comprender lejos de limitar el error y lo negativo a lo
que aún no está expresado, reside precisamente en reducir esta inexpresabilidad de princi-
pio. "La hermenéutica puede constituirse por un modo de proceder explícito sólo cuando
acierta a explicar la estructura del lenguaje corriente en una modalidad tal que le sea permi-
tido, justamente, aqueUo que la sintaxis de un lenguaje puro [el de la lógica de la investiga-
ción) prohíbe: hacer comunicable, aunque indirectamente, lo individual inexpresable" (Ha-
bermas 1968, 165). Ante todo el concepto de un Yo individual, cuando no es entendido
como simple negación y error, hace vacilar la absolutización del procedimiento instrumen-
tal. Los propios investigadores, en el momento que dialogan en el marco de una lógica de la
investigación, apelan a un procedimiento comunicativo que no se oculta en la actuación
instrumental de la ÚJgic of Scimce. "La comunicación de los investigadores exige [...) un uso
del lenguaje que no esté sujeto a los límites de las disposiciones técnicas sobre procesos natu-
ral.es objetivados sino que se desarroUe por interacciones, a través de símbolos entre sujetos
socializados que se reconocen recíprocamente como individuos no intercambiables. Este
proctdimimw comunicativo es un sistema de referencia que no se deja retrotraer al procedimiento
instrumenkll.
"Esto se revela en la categoría del Yo o del sí mismo. Peirce aporta con coherencia admi-
rable la prueba de que el hombre puede comprenderse únicamente de modo privativo, en
tanto que reserva su identidad sólo al acierto o al fracaso del proceder instrumental" (ibid.,
140).
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128 POSrilVISMO, PRAGMATISMO, HISTORICISMO
Pero, por otra parte, ya el solo hecho de remitirse a la historia como última instancia de
cualquier producción espiritual implica la constituición, más o menos explicita, de una filo-
softa de la historia. Cuando se confi.ere un papel trascendental al conocimiento histórico,
este último es, a todas luces, una noción filosófica. Escribe de nuevo Gadamer: "La historia
universal es mucho más que un problema marginal o secundario del conocimiento históri-
co; antes bien, representa en él el núcleo más profundo. Asimismo, la 'escuela histórica'
sabía que en el fondo no hay historia que no sea historia universal, ya que sólo con base en
el todo, se define lo particular en su significado. [...) El rec/uv::P dt la construccién aprünista dt la
hi.rlbria repmmta tambiin el acta de nacimimlo dt tal construccién. La escuela histórica sostiene que
no es la filosofta especulativa, sino sólo la investigación historiográfica, la que pueda condu-
cir a una visión de la hi.~toria universal" (ibi.d., 241; las cursivas son mías).
Justamente, esto permite la solidaridad entre el historicismo y el positi'vi.~mo. Si este últi-
mo se j ustifica, como se ha visto, sobre la base de una filosofia de la hi.~toria, el historicismo,
por su parte, persigue la idea de una historicidad alejada de hipotecas universalistas y capaz
de desarrollar una autorreflexión metodológica del mismo modo que las ciencias de la natu-
raleza. Que en la idea de la historia estén presentes también estos dos polos dificiles de con-
ciliar -la tensión hacia lo universal y la tematización de las historias particulares- es un
problema inmanente al papel de la historicidad en el siglo XIX. Aquí, como ha observado
Foucault, la historia deviene el horizonte global dentro del cual encuentran una nueva siste-
matización todos los fenómenos particulares, así que, desde el comienzo, ella "se halla subdivi-
dida, por una ambigüedad a la cual es ciertamente imposible poner fin, en una ciencia em-
pírica de los acontecimientos y en el radical modo de ser que prescribe el destino de todos
los seres empíricos y de los seres singulares que somos nosotros" (Foucault 1966, 231 ). No
obstante, es esta duplicidad la que preserva al historicismo de la plena identificación con el
positivismo. En efecto, la escuela histórica, en la propia autorreflexión metodológica, tiene
siempre presente también la polaridad entre lo particular y lo universal, entre lo empírico y
lo trascendental. El alejamiento de la historia universal lleva al positivismo a la fetichización
del dato en la teoóa de la ciencia; el estatus problemático del conocimiento histórico, en el
historicismo, es lo que, por el contrario, rige la dimensión hermenéutica de la historia.
2.3.2 L.eopold oon Rank (1795-1886)y Jolumn Gwtav ~sen (1808-1884) (*)
El primer gran exponente de la escuela histórica es Leopold von Ranke, autor, entre otras
obras, de una Hislbria universal de la cual alcanzó a publicar, entre 1880 y 1885, seis volúme-
nes. Es constitutiva, en Ranke, la ambivalente relación del historicismo con el idealismo.
Por una parte, en efecto, Ranke excluye en contra de Hegel, que se pueda considerar la
historia partiendo de principios que la trasciendan, como los presentes nada menos que en
una teleología racional-ideal. Se trata de valorar la historicidad iuxta propri.a princi¡Jia, a través 1
de la documentación y la critica comparada de las fuentes. Pero esta inmanentización está 1
muy lejos de carecer de presupuestos. Toda vez que a través de la historia, se puede adquirir
un saber autónomo, se exige el ideal de una historia universal. En fin, Ranke tratando de
dar autonomía al curso histórico, reconoce en él la expresión de una}imz.a que apresura los
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EL SIGW XlX Y Li\ GESTACIÓN DE LAS CIENCL>\5 DEL ESPiRrru 129
acontecimientos sin que, por lo demás, pueda ser prevista y preordenada teleológicamente.
Con esta perspectiva, Ranke desarroUa una actitud que ya Humboldt había hecho valer en
contra de la interpretación ilustrada de la historia como el desenvolvimiento progresivo de
la Razón: la historia es el resultado de fuerzas que no son racionales de por sí. Pero, por otra
parte, en Ranke no menos que en Humboldt, "la fuerza que da forma a la hist01ia no es un
acto mecánico" (Gadamer 1960, 247): es la realización de ideas espirituales y versa en torno
a la constitución de un orden moral. Asimismo, por esta via, un principio especulativo y
reflexivo entra en forma explícita en una valoración científica de la historicidad. No son,
por lo tanto, ni la idea de la historia universal ni la noción de fuerza, principios inmanentes;
pero menos aún Jo es la justificación final de la investigación histórica, cuyo objetivo es lle-
gar a la plena transparencia y a la ceneza en torno a los acontecimientos estudiados.
En cft."t:to, el conocimiento histórico asume aquí el papel que en la 6losofia de Hegel era
ocupado por el saber absoluto: "Es aún la perfecta autotransparencia del ser, la que Hegel
piensa realizada en el saber absoluto de la fllosofia, aquella sobre cuya base Ranke justifica
su trabajo histórico, puesto que, explícitamente, rechaza las pretensiones de la filosofía especu-
lativa" (Gadamer 1960, 253). La historia universal, como absoluto, constituye para Ranke,
también, un ideal hi.rtórico y no l6gico: es lo que se presenta como tal a uuestra conciencia histó-
rica (y que está etnocéntricamente) determinado y no un universal lógico-abstracto. "La
' histo.ria universal' -según escribe [...] Ranke- no se distingue en el modo de representar los
objetos particulares, y así lo ha querido, por lo demás, su autor. Al contrario, él ha estado
convencido [...] de que, 'en último análisis, no se puede escribir nada más que la historia
universal' y, en todo caso, la ' hist01ia universal' ha nacido, en Ranke, del trabajo científico
particular, sin la adición de un nuevo principio. Para nosotros es [.. .], importante sobre todo,
considerar qué es lo que Ranke, como historiador, entiende por 'mundo' histórico, es decir,
por la totalidad de la cual él trata. En w1 pasaje dice que el impulso al conocimiento se deja
Uevar para abarcar todo el ámbito de los siglos y de los imperios con la convicción de que
nada humano le es distante y ajeno. Pero, de hecho, Ranke está muy lejos de tratar en su
historia universal todos los siglos y todos los imperios y no lo habria hecho tampoco si hu-
biese estado decidido a llevar a término su obra. Él mismo lo señala cuando dice que, si la
vocación de Alejandro no hubiese sido la de atravesar el Indo y descubrir la parte oriental
de Asia, esta región 'durante siglos no habría entrado a formar pane del ámbito de la histo-
ria universal'. El 'universo' de Ranke puede ser determinado solamente como una parte de
la historia de la humanidad conocida por nosotros, y no como la totalidad histórica última
más abarcadora en sentido lógico. (...) Ranke no solamente no ha intentado jamás estable-
cer de hecho, conceptualmente, el universo histórico, sino ni siquiera podía intentarlo, si
quería seguir siendo un historiador" (Rickert 1904-1905, 403-404).
La relación entre la escuela histórica y la hermenéutica se explicita en la obra dejohann
Gustav Droysen (1808-1884), historiador y hombre político, discípulo en Berlín de August
Boeckh y de Hegel, y profesor más tarde en Kiel,Jena y, finalmente, en Berlín. En el Sumario
tú his1tnia (1868) y en los cuadernos póstumos publicados en 1937, bajo el título de Historia,
Droysen pone en claro el estatus de las ciencias históricas respecto a las ciencias de la natu-
raleza. La diferencia principal del conocimiento histórico respecto a la investigación natural
reside en que, en el primero, lo universal del conocimiento se realiza solamente en lo indivi-
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130 POSfilVJSl'dO, PRAGMKI1SMO, fllS'I'ORICJS.'dO
dual: los acontecinUentos históricos singulares constituyen la historia universal, pero de modo
muy distinto de como los experimentos justifican un saber sobre la naturaleza; estos últi-
mos, en realidad, son infinitamente repetibles y su cientificidad está estrechamente vincula-
da a su repetibilidad. En el caso de la historia, nos las tenemos que ver con acontecinllentos
singulares que no se pueden explicar (erldiirm) según leyes universales, sin.o que se trata de
compmuierlos (vmtehtn) en su singularidad a través de métodos específicos de los estudios his-
tóricos. El fin de semejante comprensión consiste en llegar a ilu.nUnar el presente mediante
el conocimiento del pasado. Una finalidad no puramente teórica, sino política y práctica:
"El sujeto trascendental de la historia es, al nUsmo tiempo, J1!iero dt la ética. La espontaneidad
de la comprensión del mundo histórico presupone, en la esfcrd del obrar humano, la liberl4d
dtl valt!r, o bien, la liberaci6n dt la causo.lúlad Mtural. Como las dos se unen, esto significa ade-
más: que, de algún modo, la ética y .la hermenéutica son interdependientes; en Droysen,
(como, por lo demás, también en Dilthey) esto permanece oscuro -aunque, justamente por
esta razón, representa el auténtico motivo de su crítica al positivismo" (Riedel 1978, 123).
Un papel central en el fenómeno del comprender lo desempeña el lenguaje y, en general,
todas las manifestaciones del espíritu, que son los vehiculos a través de los cuales las singula-
ridades y los movimientos interiores subyacentes al proceso histórico se manifiestan y se co-
munican. E.~ribe Gadamer: "Comprender significa comprender una expresión. En la ex-
presión, algo interior se hace inmediatamente presente. Es, sin embargo, lo interno, 'la esencia
interior' la primera y auténtica realidad. Droysen se coloca así en una perspectiva que posee
fundamentos cartesianos y que continúa a Kant y a Wdhelm von Humboldt. El yo indivi-
dual es como un punto aislado en el mundo de los fenómenos. Pero en sus mruúfestaciones
-esto es, ante todo, en el lenguaje y, sustancialmente, en cualquier otra forma en la que se
exprese- no es ya un punto ais.lado. Entra a formar parte del mundo de la comprensión"
(Gadamer 1960, 254). La mediación lingüística que lleva al indi"iduo a participar en una
comunidad pernUte a~í que la historia se ocupe, primero, de los movimientos secretos de los
sujetos -<¡ue en cuanto tales permanecen inaccesibles- más bien, de los comportamientos
mundanos; así que la investigación histórica se define sobre la base de una polaridad entre
lo particular y lo universal, entre el nUSterio psicológico de los individuos y Jos universales
éticos con los cuales ellos, en su dimensión pública, relacionan su propio obrar. "El indivi-
duo singular en la causalidad de sus movinUentos y de sus fines particulares no es como tal
un momento de la historia, sino se convierte en eso sólo en la medida en que se eleva al
plano de la comunidad ética y participa de ésta. En el movinUento de estas potencias éticas,
que es producido por el trabajo común de los hombres, consiste el curso de las cosas" (ibid.,
256).
De aquí la infinitud de la tarea hermenéutica renUtida a lo histórico. Por una parte, se
comunica, por simpatíá, con las con~trucciones históricas de la humanidad, sobre la base
del principio del verumfactum. Por otra parte, empero, eso con lo que se mide no es jamás
algo inmediato de lo cual se pueda extraer una evidencia apodíctica, sino, al contrario, es
siempre el resultado de una mediación entre la inefabilidad del individuo y sus expresiones
mundanas, como lo son, precisamente, la moralidad y el lenguaje. El fin de la hermenéuti-
ca, que -junto con la heuristiUI y la crltica- constituye para Droysen la metódica de la histo-
riografia, consiste ju.~tamente en desentrañar los condicionamientos y las mediaciones sub-
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EL SIGLO XIX Y LA GFSfACIÓN DE LAS CIENCIAS DEL ESPÍRITU 131
yacentes a las acciones de los hombres históricos, para prevenir así la pretensión de conclu-
sividad de la investigación historiográfica ''Ni la critica busca los comienzos" ~be Droysen-
ni la interpretación los exige. En el mundo moral no existe nada inmediato. La investiga-
ción histórica no quiere explicar, o sea, no quiere derivar lo posterior de lo anterior, no quie-
re derivar necesariamente los fenómenos de las leyes, como simples efectos y desarrollos.
"Si la necesidad lógica de lo que acontece después es la misma que en lo que ha aconte·
cido antes, en vez del mundo moral tendremos una analogía eterna de la materia y del re-
cambio orgánico.
"Si la vida histórica fuese siempre solamente una nueva generación de lo eternamente
idéntico, estaría sin libertad ni responsabilidad, sin contenido moral, seria sólo naturaleza
orgánica.
"La esencia de la interpretación es ver, en los acontecimientos transcurridos, las realida-
des con toda la riqueza de condicionamientos y circunstancias que promoverán la realiza-
ción y la concreción de esas mismas realidades" (Droysen 1864, 151-152).
La reconstrucción histórica así entendida, conlleva el ejercicio· de cuatro tipos de inter-
pretación: 1] La interpretocWn pragmática, que es el modo de organizar los materiales dispues-
tos por la critica, "para reconstruir la marcha del proceso objetivo que en su tiempo fue
real" (ihid., 152). 2] La interpretocWn de las condiciones espaciales, temporales y hasta ético-ideo-
lógicas -condiciones que ''estaban idealmente contenidas en la situación que de hecho en su
tiempo fue real, la cual llega a ser posible a través de ellas y de esta manera llega a ser" (ibid.,
152-153). 3) La intrrprelocWn psicol6gica, que "busca en el estado de hecho los actos volitivos
que lo produjeron" (ihid., 153) (y que no puede ser jamás enteramente desarrollada justa-
mente por la inefabilidad del individuo). 4] La interprttocWn de las ideos, es decir, de las fuerzas
ética~ en las cuales se encaman, reconocen e historizan las voluntades individuales, de tal
suerte que, este tipo de interpretación, está llamado a llenar "la laguna dejada por la inter-
pretación psicológica" (ihid., 154).
2.3.3 Di/Jhey (1833-1911) y lA hermmlutica como fundación de las ciencias del espírilu (*)
Nacido en Biebrich, Renania, Wllhelm Dilthey estudió, primero, en Heidelberg (donde fue
discípulo del historiador de la ftlosofia, Kuno Fischer) y después en Berlín, con Boeckh, el
geógrafo Karl Ritter y con Ranke. Habiendo obtenido su doctorado en Berlín, enseñó en
Basilea (1867), Kiel (1868) y Breslavia (1871, aqu.í conoció al conde Paul Yon::k von Warten-
burg: la correspondencia con el conde Yon::k constituye unos de los testimonios más impor-
tantes del historicismo alemán). En 1882 fue llamado para suceder a Hermano Lotze en la
Universidad de Berlín, donde enseñó basta 1906. Entre sus nuemerosísimas obras sobre la
formación de las ciencias del espíritu, sobre .su historia y sobre la psicología como exposi-
ción de "la realidad plena del hombre", se pueden mencionar la disertación de doctorado
Dt principiis ~thics Schkiemuuheri (Berlín 1864); la Ltben Schlrimruuhm (vol. 1, Berlín, Rainer
1867-1870; vol. 11, Berlín, de Gruyter 1966); el !Jri4Wechsel QDischen Wúllelm Diltkty rmd dem
Grafen Pau/ Yorck von Wartmburg (Halle 1923); la Einleibmg in die GtislesU!issmsd"!ffm (1883). Y
los escritos recogidos y traducidos por Pietro Rossi con el título general de: Crili&a de/14 ragüme
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132 POSfnVJSMO, PII.AGMX11SMO, HISTORICISMO
stmica, Turin, Einaudi 1954; la silogística comprende los "Studien zur Grundlegung der Geis-
teswissen~haften" ( 1905-191 O); "Der Aufbau der Geschichrlichen Welt in den Geisteswis-
senschaften" (1910); "Plan der Fortzsetzung zum Aufbau der Geschichrlichen Welt in den
Geisteswissenschaften" (apuntes manuscritos de los años 1910-1911); y "Das Wesen der Phi-
losophie" ( 1907). La edición completa de las obras (no concluida aún) es: Wllhelm Dilthey,
Gesmnmelte Sc/rriftt:n, Lcipzig und Berlín, Teubner 1914-1936, en 12 vols. Después de la se-
gunda guerra mundial han sido reimpresos por el editor Vandenhoeck u.nd Ruprecht, de
Gotinga, con la adición de nuevos volúmenes.
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EL SIGLO XIX Y LA O ESTACIÓN DE LAS CIENCIAS DEl, F.SPIRITU 133
La fundación diltheyeana de las ciencias del espíritu polemiza tanto con el positivismo como
con el idealismo. En contra del primero, Dilthey excluye que se pueda dar a las ciencias del
espíritu una fundación prestada por las ciencias de la naturaleza, porque entre los ámbitos
del espíritu y de la naturaleza existe una inconciliable diferencia como objetos de estudio, y
por tanto, de método. Tal fundación es, por lo tanto, investigada, en la vida y en la historia,
como hechos intrínsecamente hermenéuticos. Por otra parte, la peculiaridad de las Geis·
teswissmscluifim consiste en que ellas no están subo.rdinadas, por lo menos en principio, a
algún saber especulativo -<J sea, están apartadas del "intelectualismo" que Dilthey repro-
chará a Hegel. Y aquí el positivismo vuelve a entrar en juego, tratando de poner fm a una
lógica de la ciencia autónoma, inmanente a los propios objetos; la filosofia y el proyecto de
un saber absoluto no constituyen el momento final de transparencia del espíritu, sino son
expresiones y objetivaciones del espíritu, de la misma manera (aunque a un diferente nivel)
que cualquier otra expresión histórico-lingüística. Para Hegel, existían las formas de objeti-
vación del espíritu históricamente determinadas y, por lo tanto, incapaces de llegar a una
plena transparencia para sí, a saber, a una perspectiva absoluta: como lo eran las institucio-
nes -la familia, la sociedad civil y el estado; en ellas estaban las formas del saber absoluto, es
decir, el arte, la religión y la filosofi.a, en las cuales el espíritu arribaba a una creciente auto-
rreflexión, desvinculándose de los condicionamientos históricos, para culminar con el pun-
to de vista filosófico, plenamente transparente y, por eso, capaz de explicar las formas prece-
dentes del espíritu absoluto (el arte y la religión) y del espíritu objetivo (las instituciones históricas).
Dilthey lleva a cabo la polémica de la escuela histórica en contra de la fdosofia hegeliana.
La historia y no la filosofia, constituye la estructura última de validación, no existe forma de
conocimiento que no sea expresión de una situación histórica determinada, por consiguien-
te, no existe conocimiento más alto que el comprender historiográfico. Aquí Dilthey ex-
tiende el dominio del espíritu objetivo de las instituciones hasta las formas del espíritu abso-
luto hegeliano; estas últimas no son el momento en que se llega a la claridad especulativa,
pero, no menos que las instituciones, constituyen una exprtsi6n histórica. Comprender esa
expresión es la tarea de la hermenéutica. Dilthey escribe: "los presupuestos sobre los cuales
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134 POS01VlS.\f0, PRAGMATISMO, HISTORICJSMO
Hegel ha fundado este concepto [el del espíritu objetivo] ya no pueden sostenerse hoy. Él ha
construido las comunidades sobre la base de la voluntad universal de la razón: en el presen·
te, nosotros debemos partir de la realidad de la vida. Hegel ha construido metaflsicamente;
nosotros analizando lo dado. Y el análisis actual de la existencia humana suscita en todos no-
sotros la conciencia de la fragilidad, de la fuerza del impulso oscuro, del sufrimiento que deri·
va de las tinieblas y de las ilusiones, de la finitud presente en todo lo que es vida, aun de
donde derivan de ella las supremas formas de la vida de la comunidad. No podemos, por lo
tanto, entender el espíritu objetivo sobre la base de la razón, sino debemos restablecer allí la
conexión estructural de las unidades vivientes que se continúa en las comunidades. Y no
podemos subordinar el espíritu objetivo a una construcción ideal, sino debemos, más bien,
fundar su realidad en la historia. Tratamos de entender y representar con conceptos ade·
cuados esta realidad. Y en cuanto el espíritu objetivo es así liberado de su fundamento uni·
lateral en la razón universal, y liberado también de la construcción ideal, expresamente la
esencia del espíritu del mundo, se hace entonces posible un nuevo concepto de él, en el cual
el lenguaje, la costumbre, cualquier tipo de forma de vida y de estilo de vida son comprendi·
dos al nivel de la familia, de la sociedad civil, del estado y del derecho. A~í ocurre con lo que
Hegel ha distinguido, respecto al espíritu objetivo, como espíritu absoluto: el arte, la religión
y la filosofia vuelven a entrar en este concepto, puesto que, justamente en ellas, el individuo
creador se muestra, al mismo tiempo, como representante de la realización de la comuni·
dad, mientras el espíritu se objetiva propiamente en tales formas presentes, y puede ser reco-
nocido en ellas " (Dilthey 1905, 10, 239-240).
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EL SIGLO XIX Y lA GF•.STACIÓN DE lAS CIENCJAS DEL E!IPIRrn.J 135
La voluntad de transponerse en un psiquismo extraño cierra el sentido más radical de la
historicidad; esto no consiste tanto -si seguimos el argumento que Gadamer hace valer si-
guiendo a Hegel- en dar vida a las sombras del pasado, sino más bien en tematizar el pasa-
do en cuanto tal y consecuentemente, en poner en primer plano nuestra posición de media-
dores entre el pasado y el presente, sin pretender el olvido de sí que constituye el elemento
más típicamente antihistórico del historicismo.
2. Ilustración histmiográjica. El psicologismo y el vitalismo de Dilthey, prosigue Gadamer
(1960, 282), tienen un correlato antitético, esto es, un "cartesiani~mo no resuelto'' (ihid.).
Como los ilustrados, Dilthey ve en la vida un mundo oscuro y pulsional, pero no considera
que la razón pueda esclarecerlo directamente; esto sólo puede ocurrir retrospectivamente, a
través del conocimiento histórico, el cual arroja una luz científica allí donde no había más
que vida (de aqui, por ejemplo, el papel central otorgado por Dilthey a la autobiogr.1.fia). El
sujeto que, olvidado de sus propios intereses, se dirige al pasado, adquiere certeza científica.
Estigmatizando e.~ta dim4rthe, Habermas ha podido reconocer en Dilthey la expresíón típica
de la vinculación del historicismo y el positivismo, en cuanto el ideal diltheyeano del conoci-
miento histórico presupone un sujeto teóricamente puro, privado de interés por los instru-
mentos, prácticos o emancipatorios (un sujeto, pues, extraño a la historia y al prejuicio en el
momento mismo en que, vitalmente, rematiza a una y a otro}. "En esta relación de contra-
posición entre vida práctica y objetividad científica se afirma en Dilthey un positivismo oculto.
Dilthey desearla sustraer el comprender hermenéutico de la conexión de intereses, en los
que él, a pesar de todos, se coloca en un plano trascendental y apartarlo según el ideal de la
descripción pura hacia un plano contemplativo. Como Peirce, también Dilthey sigue prisio-
nero del positivismo ha~ta el final, en la medida que interrumpe su autorreflexión sobre las
ciencias del espíritu justamente en el punto en que el interés práctico del conocimiento se
toma como fundamento del conocimiento hermenéutico posible y no como su corrupción,
recayendo con esto en el objetivismo" (Habermas 1968, 179).
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136 I'OSTOVISMO, PRAGMATISMO, HISTORICISMO
extendida para resucitar el pasado y el positivismo por el cual el pasado es colocado como
objeto frente a un sujeto que es el obseJVador puramente téorico -así que la historicidad no
asume jamás verdaderamente el acto del comprender. Ahora bien, escribe Yorck: "El filólo-
go puro concibe la historia como un gabinete de antigüedades. Donde no existe nada palpa-
ble, donde sólo una viva tran.sposición psíquica está en capacidad de conducirnos alli donde
los señores no van [...] Cualquier realidad se trueca en fantasma si se examina como 'cosa
en sí', si no es objeto de experiencia vivida" (Yorck 1877-1897, 162). A la mera tr1111Sposici6n
que resucita sólo en apariencia el pasado, proponiéndolo como cosa en sí y relegándolo al
estatus inerte de objeto, Yorck contrapropone el proyecto de un conocimiento histórico que,
tematizando la implicación del sujeto cognoscente en el objeto conocido, define la historici-
dad como pmenencia: "El punto central de la historicidad es que toda la referencia a lo dado
no es, sino vive. Y una autorreflexión que no está dirigida a un yo abstracto sino a la pleni-
tud del Sí propio, me encontrará históricamente determinado tal y como la mica me reco-
noce cósmicamente determinado. Como es la naturaleza así también es la historia y en un
sentido así tan radical tiene que entenderse lo dicho por Goethe de haber vivido por lo me-
nos tres mil años" (Yorck 1956, 49).
Sobre la base de la diferenciación entre tr1111Sposici6n y pmmmcia, Yorck instituye las dos
categorías de lo óntico y lo hist6rico. Óntico es lo que, extraído del pasado con la transposi-
ción, es asumido como cosa en sí, como objeto determinado que no interfiere, efectivamen-
te, en los procesos vitales del sujeto cognoscente. Lo óntico resucita el pasado como simple
presencia, como una objetividad muda, como mera alteridad. Lo histórico, por el contrario,
constituye lo que es extraído del pasado no como una objetividad concluida, sino más bien
como una virtualidad que debe aún realizarse plenamente, a través de su eficacia sobre el
objeto que comprende; la historicidad en sentido propio es, pues, diferente de la simple pre-
sencia y se configura, mas bien, como un proceso, como una transmisión o un destino. (Yorck,
contrapone así a lo óntico como simple presencia, lo histórico como diferencia, como lo que
no está jamás plena y 'objetivamente' presente y que instituye una relación de retorno, de
aplazamiento: una virtualidad que exige ser actualizada por el sujeto que comprende.) "Toda
materia histórica debe ser verificada a través de la investigación empírica y debe ser condu-
cida al grado máximo de seguridad, o sea, a la verosimilitud total. Esto históricamente ónti-
co debe ser reanimado históricamente a través del movimiento de transposición viva del
sujeto que comprende. Hasta aquí la historiografia como arte. El análisis psicológico que se
une, por así decir entretejido, le confiere dignidad a la ciencia. La materia ante todo óntica
debe considerarse de modo puramente empírico. Su cualidad histórica, tan pronto como es
superado el umbral de lo registrable, lo crítico-diplomático le da salida a su eficacia como
algo que le pertenece (...) La apropiación es, al mismo tiempo, una evidencia que produce
ensanchamiento, un proceso superior de la historización del hombre. El órgano de conoci-
miento, es, sin embargo, y sobra decirlo, el hombre y los medios de conocimiento están con-
tenidos en el capital psíquico de la vida estructurada. Si para poder entender se separa el
proceso viviente, entonces las categorías psíquicas terminan por inclinarse de un solo lado y
de ellas se podría decir que se han acercado a la materia, si la materia no fuese, justamente,
carne y sangre" (Yorck 1877, 97, 173).
H~toriadores como Ranke son, para Yorck, de los grandes "testimotúos": ellos retoman
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t:L SIGI.O XIX Y lA GF.STACIÓN m: lAS CIENCIAS DEl. ESPIRITU 137
Jo óntico-empírico a través de una reconstrucción del pasado que trata de delinear estética-
mente las formas, esta morfología reconoce el pasado a la objetividad de la simple presen-
cia. Pero éste no es más que un momento del comprender histórico, que sigue estéril si no es
integrado (o mejor superpuesto) a la apropiación por la cual, abandonando el reconoci-
miento sólo empírico-ocular de las formas históricas, el sujeto que comprende instituye con
ellas una relación vital. Esto implica la puesta en juego de la historicidad del sujeto, el cual
no se califica ya en términos simplemente teórico-observativos, sino al contrario, en un sen-
tido práctico-hermenéutico. Yorck, escribe Heidegger, buscó "en oposición a lo óntico (ocu-
lar) comprender y determinar categorialmente el contenido de la historiografia, y por eso,
conducir la 'vida' sobre un plano adecuado de comprensión cientifica" (Heidegger 1927a,
5 73). Esto se hizo posible por el hecho de que, contrariamente a la Dustración historiográfi-
ca, "Yorck llegó a la comprensión plena de los caracteres fundamentales de la historia como
'virtualidad', partiendo del conocimiento del carácter del Estar-ahí humano mismo; por con-
siguiente, no mediante una consideración gnoseológíca del objeto de la ciencia histórica"
(ihid.' 572).
Según Gadamer, lo que reaparece aquí es el punto de vista especulativo. Como en la
Fetwmmowgúz del espíritu hegeliana, la autoconciencia se dirige, reflexivamente, hacia atrás y
sabe, en general, que lo que ha conocido y ella misma corresponden estructuralmente a la
vida. Por un lado, pues, la comprensión de lo que es otro respecto a la conciencia y que es
asimilado por esta última, no es jamás una simple relación entre un sujeto teórico y un obje-
to presente e inerte -puesto que el 'sujeto' y el 'objeto' se dan ya en el espacio vital de la
autoconciencia; por otro lado, justamente esta íntima compenetración entre vida y conoci-
miento sustrae lo vital y lo histórico del ámbito de lo puramente expresivo, a donde lo relega
la teoría objetivista. "El carácter primario y exclusivo de Jo dado es la autoconciencia; ella
aun cuando sea distinta en uno mismo y en otro, alma y cuerpo, yo y mundo, interior y
exterior, es unidad articulada de opuestos. Sin embargo, la autoconciencia se sabe por expe-
riencia, en el juego dialéctico de sus elementos constitutivos, esto es, como algo vivo. La vida
es la estructura fundamental en cuya base están los momentos del ser (el ser es el resultado
de la vida) y de la fuerza. Esta actitud vital es el modelo de cualquier experimento que sea
una proyección artística y esté provisto de de una intencionalidad especifica del propio com-
portamiento primario. Tamhién la dualidad de los factores experimentales surge de la esci-
sión de la conciencia. Espontaneidad y dependencia son los caracteres con.,titutivos funda-
mentales de la conciencia en el ámbito de la articulación somática y psíquica. No existiría
un ver ni un sentir corpóreo ni un representar o un querer o un percibir sin objetividad.
Nuestro pensamiento se mueve en el ámbito de resultados de conciencia" (Yorck 1956, 49-
50).
La tarea del comprender es dar especulativamente un paso hacia atrás, recorrer, como en
la Fmommologfa hegeliana, las fases de este proceso de separación, para reconocer la unidad
fundamental de la conciencia detrás de la escisión entre sujeto y objeto. "Debemos repetir
en dirección opuesta, aun cuando contemplativamente, la experiencia de la vida para llegar
a conocer las relaciones que condicionan los resultados de la vida" (ihid., 50). Una operación
parecida presupone la originariedad del comprender, en la medida que "el carácter prima-
río y exclusivo de lo dado es la autoconciencia" (ihid.)
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138 POSmVISMO, PRAGMATISMO, HlSTORICISMO
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EL SIGW XIX Y lA G.F.'ITACIÓN DE lAS CIENCIAS DF.L ESPIRrru 139
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140 POSmVISMO, PRAGMATISMO, HISTORICISMO
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EL SIGW XIX Y lA GESl:>\CIÓN DE lAS CIENCIAS DEL ESPIRnlJ 14-1
~F la r~di~rui~D~ón d~l hinortEilmo. lii en f~lE mMCO donde JC Jirúnn liL' úlómM obrM de
Rickert, corno IAfi!Mofia de la vida, 1920, en abierta polémica con el relativismo de la i.Lbms·
philruophie de Nietzsche, Dilthey, Simmel, Spengler et aL; y los Problmw.s .fondammtaies de lo
.filosqfta, 1934, en la cual Rickert, siguiendo a Heidegger y Haronann, pretende dar un fun·
damento ontológico a la fdosofia de los valores. Pero el desarrollo más significativo de esta
perspectiva de las ciencias del espíritu no debía venir del neokantismo de Heidelberg, sino
más bien, del de Marburgo, con la FÚIJsofia de las formas simMlicas (1923} de Cassirer -que
desplazará el problema de la fundamentación de las Gei.steswissmsdwjlen de la conciencia al
lenguaje (v. injra, IV, 1.3).
La disputa sobre la ambigua categoría de valor continuará para ocupar un puesto cen·
tral en el debate interno del historicismo: mientras Oswald Spengler (1880-1936} radicali-
zará la tendencia relativista, Ernst Troeltsch (1865-1923) y Friedrich Meinecke (1862-1954}
representan un contramovimiento que prosigue las tendencias de la filosofia de los valores.
Troeltsch, dedicado a estudios de religión y teología, justificará el problema de los valores
concibiéndolos no como elementos metaltistóricos, sino como datos inmanentes a las indi-
vualidades singulares -<le modo que, sobre el concluir de la parábola del historicismo, se
representa la categoría de individualidad del Romanticismo como depósito de significados
que no se pueden consumar totalmente en la generalidad de la dimensión pública e históri·
ca. "De tal modo", escribe Troeltsch, "el concepto central de la doctrina de los valores se
convierte en el de la individualidad, en el sentido de una unificación de lo factual y lo ideal,
de lo dado naturalmente y de conformidad con las circusntancias y, al mismo tiempo, de lo
éticamente impuesto. En este sentido, el concepto de individualidad coincide con el de la
re.latividad fundamental de los valores. Pero relatividad de los valores no quiere decir relati-
vismo, anarquía, azar o arbitrio, sino más bien, designa un vínculo siempre móvil y creativo
y por eso jamás determinable, atemporal y universalmente, por lo que existe de hecho y por
lo que debe ser'' (frocltsch 1922, 869). Y, análogamente Meinecke, que con Troeltsch en-
carna el momento final de autorreflexión del iUr ftlosófico de la escuela histórica (cf., en
particular, Meinecke 1936), reivindica -remitiéndose a Goethe y a Ranke-la posibilidad de
considerar cualquier ·época como comunicadora de valores absolutos. "La disposición de
los valores culturales en un orden progresivo puede efectuarse, en general, solamente de
modo sumario: lo exige su carácter individual, que concuerda con un criterio general univo-
co. Como todos los valores culturales son concebidos como individualidades, se nos hace
notar que en ellos está presente en mayor o menor medida el poder espiritual o el vínculo
natural, pero sin poder valorarlo con precisión. Bastan para impedirlo ya aquellas impene-
trables zonas intermedias entre naturaleza y cultu.ra. Individuum est in4fabik. La fascinación
infinita del mundo histórico consiste, precisamente, en el hecho de que él produce, de modo
integral, mi.,terioso y manifiesto, siempre nuevas entidades espirituales, sin ordenarlas, no
obstante, en una serie progresiva de sucesión ascendente. En efecto, toda época, como ense-
ñaba Ranke, está en relación inmediata con Dios" (Meinecke 1927-1928, 949).
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142 POSfi1VlSMO, PRAGMA'llSMO, HJSTORJCISMO
La sociología, con Comte, representa la pointe extrema de una reducción de las ciencias del
espíritu a un modelo positivista. Semejante c!)mportamiento no d'eja de condicionar la conti-
nuación de la elaboración del método sociológico que encuentra una ulterior formulación
'
positivista en Emile Durkheim (1858-1917). Las investigaciones de Georg Simmel y de Max
Weber, aunque recíprocamente antitéticas, constituyen la tentativa de definir la autonomía
metodológica de las ciencias sociales ya sea respecto a sus matrices positivistas o al modelo
de las ciencias históricas. La sociología, en la perspectiva de Simmel, se ubica en la intersec-
ción entre psicología, ciencias sociales e historia; las categorías que presiden la elaboración
conceptual de la investigación sociológica no constituyen los a priori ni de tipo epistemológi-
co (como en la idea positivista de una ciencia unificada) ni de tipo axiológico (como lo era
en los asuntos de la filosofia de los valores). Es así como, inscribiéndose en el marco de las
fllosofias de la vida, Simmel radicaliza el relath-ismo. P.4ra Simmel, no se trata solamente de
reivindicar la variabilidad -y, por consiguiente, la anomia- de los valores; sino también de
explicitar la autonomía metodológica de la sociología respecto a las otras formas del conoci-
miento histórico: mientras las diferentes ciencias morales, como la política y la economía,
aislan a.~pectos determinados de la acción social, la sociología estudia el fenómeno de la
sociedad consider.ula en su complejidad. Esta perspectiva es expuesta en la Sor;iologi¿ (1908).
"Frente a los hechos", escribe Simmel, "de la sociedad histórica, mientras más complicados
son, menos absolutamente coordinables bajo un único punto de vista científico; los concep-
tos de la política, de la economía, de la cultura, etc., producen [...) series cognoscitivas ya
sea reuniendo cienas partes de aquellos hechos -con exclusión o con el concurso accidental
de los demás- en procesos históricos singulares o individualizando los reagrupamientos de
elementos que, independientemente del específico 'aquí' y 'ahora', conllevan una conexión
atemporalmente necesaria. Si tiene que haber en ellos una sociología como ciencia particu-
lar, es menester, por lo tanto, que el concepto de sociedad en cuanto tal, someta los datos
histórico-sociales - más allá de la compilación extrin.~eca de los fenómenos- a un nuevo pro-
ceso de abstracción y de coordinac.ión, de modo que ciertas determinaciones de los mísmos,
consideradas antes en otras múltiples relaciones, sean reconocidas como recíprocamente vin-
culadas y, por lo tanto, como objetos de una ciencia único" (Simmel 1908, 469).
Esta tendencia a dar autonomía al papel y al ámbito de la sociología respecto de las cien-
cias históricas es reafirmada en Max Weber. En obras como Ober ~ Kategorim der verstehm-
dm &<.iologi¿ (1913) y Wutscha.ft und Gtsellsclw.ft (póstuma, 1922), Weber individualiza en la
sociologia no un moment.o abstracto dentro de una investigación orientada historiográfica-
mente, sino más bien, la ciencia que estudia los aspectos uniformes del comportamiento
humano, independientemente de sus determinaciones históricas. Esta definición de la so-
ciología es, en Weber, estrechamente dependiente de una rellexión de tipo metodológico,
como la desarrollada en obras como Die "Objt/diviliit" soCalwissmscha.fllid¡er und sozilpolitiker
Erkmntnis (1904) y Kritisdu Studim auf dtm GtbieJ der KulbDwisstnscJw.fllid¡er Logik (1906). Los
presupuestos de la objetividad (es decir, de la cientificidad) de las ciencias sociales se arrai-
gan en dos principios: el de la volorabilidad y el de la explicoei6n cau.sal.
Ante todo, estas dos orientaciones metodológicas parecen remitirse a un marco de refe-
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EL SIGLO XIX Y LA GESTACIÓN DE lAS CIENCIAS DEL ESPIRJTU 143
rencia positivista. De hecho, las cosas son muy distintas: la valorabilidad y la explicación
causal satisfacen la función fundamental de la ciencia, la clmidad, que responde al interés
cognoscitivo. Ellas no excluyen, sin embargo, el papel de los valores y no equivalen, por eso,
a una simple transposición de los métodos de las ciencias de la naturaleza a las ciencias
sociales. La valorabilidad, en efecto, quiere diferenciar a las ciencias sociales de actividades
como la política (que apunta a la elaboración directa de juicios de valor) y constituye el
presupuesto de una ciencia que pueda tener un papel cognoscitivo aun para los que no com-
partiesen nuestro universo de valores y de cultura. "Y sobra decir que es verdadero, en rea-
lidad", escribe Weber en Die "OfYektioiliit'~ .., "que una demostración científica metódicamente
correcta en el campo de las ciencias sociales debe ser reconocida como justa, cuando ella
baya conseguido realmente su propio fin, aunque lo haya logrado un chino. Lo que se quie-
re decir con mayor precisión es que ella debe en cualquier caso, aJpirar a este fin, a pesar de
que tal vez no sea siempre plenamente factible por la insuficiencia de material, y que el
análisis lógico de un ideal, considerado en su contenido y en sus a.xiomas últimos, así como la
indicación de las consecuencias que lógica y prácticamente derivan de su realización, deben
ser válidos para cualquiera, aun para un chino, una vez que ésta se ha alcanzado. Y esto
debe ser así aunque a él le pueda faltar 'sensibilidad' para nuestros imperativos éticos y aun-
que pueda rechazar y ciertamente lo rechazará a menudo ese ideal y las valoraciones concre-
tas que de alli se desprenden, sin menoscabar así el valor científico del análisis conceptual"
(Weber 1904, 565).
La exclusión del juicio de valor no conlleva, sin embargo, el rechazo a una relaci6n. con w.r
valom. .En efecto, son los valores los que orientan la selección de los datos empíricos en las
ciencias sociales y, por consiguiente, constituyen ya un principio operante en el plano meto-
dológico. Prescindir de esto sería un autoengaño epistemológico; pero no por este ideal del
investigador debe suspenderse la valorabilidad para transponerse al ámbito exclusivamente
práctico de la formulación de juicios de valor. Lo mismo puede decirse para la explicación
causal. También aquí, el investigador de ciencias sociales sabe que no puede recurrir al principio
de causalidad por el mismo motivo y la misma satisfacción que, por ejemplo, el fisico; esto
es, sabe que la causalidad en las ciencias sociales oscila entre los dos casos-límite: el de la
causación adecuada y el de la causación accidental. Más si:n embargo, es lícito adentrarse en
las aporías conceptuales y prácticas de un saber puramente idiográfico. Recurrir a leyes, en
las ciencias sociales, busca, precisamente, superar la probkmática de lo ideográfico, sin caer
por eso en lo nomotético; la sujeción a leyes de los acontecimientos sociales tiene, en reali-
dad, una naturaleza puramente instrumental y propedéutica en el reconocimiento de lo in-
dividual: "el conocimiento de las leyes de la causalidad puede ser no ya el.fin, sino sólo el
medúJ de la investigación. Ella hace más manejable la imputación causal de los elementos de
fenómenos, culturalmente significativos en su individualidad, en sus causa.~ concretas. Por
cuanto y sólo por cuanto ella sirve a este fin, tiene valor para el conocimiento de las co-
nexiones individuales. Cuanto·más 'generales' son las leyes, o sea, abstractas, tanto menos
sirven para las necesidades del condicionamiento causal de los fenómenos indiuidutúts, y por
lo tanto, indirectamente, para la comprensión del significado de los procesos culturales" (ibid.,
588-589). (Para los desarrollos de .las aporías del modelo nomológico en las ciencias del es-
píritu, v. infta, IV, 3.2.)
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3. El\i'ERGÉTICA Y HERMENÉUTICA EN lA "ESCUELA DE lA SOSPECIM'
El objetivo de la autorreflexión metodológica de las ciencias del espíritu en el siglo XIX -un
objetivo apenas entrevisto y nunca tematizado plenamente- es el papel hermenéutico del
sujeto en el conocimiento de los objetos de las Geisteswi.ssenschajkn. Por esta vía, la teoría po-
sitivista de la ciencia es revocada, sospechosamente, a través de la restauración de temáticas
propias de la teoóa clásica del conocimiento. Pero, el modo en el cual el sujeto es reintegra-
do dentrO de las p roblemáticas del conocimiento no se perfila como una simple restaura-
ción. El sujeto modifica hermenéuticamente los objetos conocidos; pero, ¿es legítimo consi-
derar la subjetividad como un 'dato' a la vez simple y evidente, según la tradición de la
merafi.~ica moderna inaugurada por el cogito cartesiano? ¿O no se trata, por el contrario, de
someter la subjetividad a una critica análoga a aquella que la hermenéutica emprende con-
tra la pretensión de objetividad del positivismo? Es éste, en sus rasgos más generales, el tema
característico de la "escuela de la sospecha".
Con e.~ta expresión, P.dul R.icreur (l965, 46 ss.) ha indicado las implicaciones hermenéu-
ticas de la reflexión de Nietzsche, de Frcud y de Marx: " Bajo esta fórmula negativa, 'la ver-
dad como mentira' se podrían proponer estos tres ejercicios de la sospecha [...] Si nos re-
montamos a su intención común, encontramos en ella la decisión de considerar, primeramente,
la conciencia, en su conjunto, como 'falsa' conciencia. Con esto, retoman, cada uno con un
diferente registrO, el problema de la duda cartesiana, pero lo llevan al corazón mismo del
lado fuerte cartesiano. El filósofo educado en la escuela de· Descartes sabe que las cosas son
inciertas, que no son como parecen; pero no duda que la conciencia no sea así como apare-
ce; en ella, sentido y conciencia del sentido coinciden; de esto, después de Marx, Nietzsche y
Freud, nosotros dudamos. Después de la duda sobre la cosa, es el momento para nosotrOs de
la duda sobre la conciencia" (ibid., 47).
De modo no distinto a R.icreur, Habermas (1968) ha presentado una integración de la
hermenéutica de la tradición, representada por la autorreflexión de las ciencias del espíritu
(que rige el interés por la comunicación) con las instancias de la crítica de la ideología, anti-
cipadas por Nietzsche, Marx y Freud, que harían valer, frente a la hermenéutica de la tradi-
ción, las razones de un interés por la emancipación, ya sea en las confrontaciones con la
tradición y con sus prejuicios, o en las de las autocomprensiones ideológicamente distorsio-
nadas del sujeto cognoscente; de modo que la hermenéutica de la sospecha introduciría lo
que, para Habermas, parece constitutivamente ausente en el horizonte de la hermenéutica
de la tradición: a saber, la critica. La hermeneútica no aspira ya, persiguiendo el simple
interés por la comunicación, a reenlazar los hilos que le permitan reconectarse con el pasa·
do, superando la distancia temporal y la ruptura revolucionaria; ni pretende -siempre con
el interés por la comunicación- simplemente, poner un puente entre el intérprete y su inter-
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EL SIGLO XIX Y LA GESTACIÓN DE LAS CIENCIAS DEL ESPIRrt1J 145
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148 E.IIIERGÉTICA Y HERME."<t1.111CA EN lA "ESCUElA DE LA SOSPECHA"
Bien vista, la posición extrema del último Nietzsche está ya comprendida en la Segunda
Intempestiva. Si el fin último de la historia es ponerse al servicio de la vida, el historicismo
se disuelve en sí, ahondando en sus propias instancias más auténticas. A saber, no se trata de
querer narrar como vivo un pasado ya desaparecido, olvidándome de mi mismo en el inten-
to por delinear 'ocularmente' la moñología, sino más bien, de leer el pasado a partir del
presente, para poner así aquél al servicio de éste. Hay aquí una segura consonancia entre la
Intempestiva niet7.scbeana y la distinción entre óntico e histórico en el conde Yorck: la histo-
ricidad más radical no es más que la objetiva, por un secreto positivismo: el pasado como
simple presencia, como objeto -<:iertarnente, aquella que, apuntando a lo posihlt, busca en el
pasado los modelos para la vida presente. De modo que está en el destino de la historicidad,
si se considera en su alcance hermenéutico, su defmición, ante todo, como superación del
pasado inerte-objetivo. Las tres categorias a las cuales recurre Nietzsche en la Segunda In-
tempestiva -la historia monumtntal, ll1llicumia y &TUic~ son, por consiguiente, la antítesis de lo
que en el historicismo se alía con el positivismo. "La historia le acontece, primeramente, al
activo y al poderoso, a aquel que combate en una gran batalla, que tiene necesidad de mo-
delos, maestros y quien lo consuele y que no puede encontrarlos entre sus compañeros y en
el presente" (Nietzsche 1874, 272). "En segundo lugar, de la historia tiene necesidad aquel
que cuída de algo y lo venera -aquel que mira hacia atrás con fidelidad y amor, hacia el
lugar de donde proviene, de donde ha vuelto; con esta piedad, él por así decir paga la deuda
de reconocimiento por su existencia. Cultivando con mano atenta lo que perdura desde la
antigüedad, quiere preservar las condiciones en las cuales ha nacido para los que vendrán
después de él y así sirve a la vida" (ibid., 280). Pero, justamente, en la medida en que tam-
bién, la historia antigua no conserva el pasado como pasado, sino más bien como condición
para lo posible y para la vida, "se hace claro cómo el hombre tiene, muy a menudo, necesi-
dad, junto al modo monumental y antiguo de considerar el pasado, de un tercer modo, el
&TUico: y éste también para servir a la vida. Él debe tener, y de tiempo en tiempo emplear, la
fuerza de infringir y de disolver el pasado para poder vivir, lo cual logra trayendo aquel
pasado frente a un tribunal, interrogándolo minuciosamente y finalmente condenándolo.
Cualquier pasado merece, en verdad, ser condenado (...) No es !ajusticia la que se sienta
aquí a juicio, 'menos aún la demencia', sino solamente la vida, aquella fuerza oscura y apre-
miante, insaciablemente ávida de sí misma" (ibid., 284).
En la historia están, pues, ya depositados los motivos de la superación de la enfermedad
histórica. La vida, que se nutre de historicidad, es también lo que, afianzándose, pone fm al
patrimonio de la historia universal. En Basilea, Nietzsche había tenido manera de seguir las
lecciones de Burckhardt (las &Jiexim¡M sobrt hi.storitJ univmai que serian publicadas póstuma-
mente en 1905 por su descendiente y discípulo jakob Oeri); la tesis burckhardiana era que,
si en un momento tkterminadJJ se menospreci.ara la continuidad de la tradición de la cultura
europea, se disolvería, para siempre, la historia universal, que justamente en la tradición
europea había encontrado sus propias razones y la propia materia. Un sentimiento de este
tipo, por ejemplo, experimentó Nietzsche cuando, en 1870, se propagó en Alemania, la fal-
sa noticia del incendio del Louvre, como quema de una entera tradición artística y del pasa-
do cultural. Y precisamente la modernidad del siglo XIX para Nietzsche desempeña el papel
de destrucción de la continuidad histórico-cultural europea. Con el mundo moderno, escri-
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EL SIGLO XIX Y Lo\ Gf..lil:'\CIÓN DE lAS CIENCIAS DEI. ESPIRrru 155
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F.L SIGLO XIX Y lA GESTACIÓN DE lAS ClE."'CIAS DEL ESI'fRrru 159
1.1.1 JoMnn Ctorg HatniJ1111 (173()-1788)
Obras completas: Hamanns Siimt/Wre Wtrke, de J. Nadler, Viena, 1949-1957. &tá en curso desde 1956,
una edición comentada de los escrito~ principales: J G. Htl111111111S Hauptsclujftm Erldiirt, Gütersloh, 1956
SS.
Sobre Hamann e(: R. Unger, Hl111Ul1111S Spocltllreom im .?_~ seiMs .Dmkms, Múnich 1905,
E. Metzke,JG. Hamanns SUI/ung in der PltiJIJSIJphie tks 18. Jahrlruruitrts, Halle-Saale 1934;J. Nadler, JG.
Hamann, der .?_euge tks Cmpus M.Jsti&um, Salzburg 1949;J.C. O'Fiaherty, Uni9 and ~·A sJudy in tJu
Philosophy ofJG. Hamt11111, Chapel Hilll952; V. Vcrra, "Hamann e l'incontro di lempo, poesía e filo.~
lia", en Fílosqfo, 1954, pp. 593-639, e ibú/. , 1966; N. Acco1ti Gil Vitale, úzgiooinewz di Hamt11111, Varese
1956; F. B.lanke ·J. Gründcr • L. Schreincr, Die Hamt~~~~~-Forsdrung (EUgiilrrung-Geschidrte der DtuJungm -
IJiJJ&Jgraphie), Güten1oh 1956; F. Blanke, Hamt11111-Stu&n, Zúrich 1956; H.A. Salmoby, JG. HDIIIImiiS
mekllailisd!e PhiJIJsophie, Zollinkon 1958; G. Baudler, "/m Ufn-te &km". Das SpacMmlrmJG. H011lt11111S,
Bonn 1970; H. Herde, JG. HQ1'111J1111. Zur TMorie der Spod!e, Bonn 197 1; Weimar 1975,66-87 (y bibl.
162-164).
Sobre todo en Alemania se ha reabierto, recientemente, el debate sobre la nueva mitología en el
Romanticismo: cr. Philosop/lie und lvfydws. Ein Colloquium, de H. Poser, Berlín-Nueva York, de Gruyter
1979; Myúro.f und Modtrne. Begriff und Bild n- Relcon.struktúm, de K. H. Bohrer, Frankfurt/M. Suhrkamp;
H. B1umen· Berg. Atbeil am Mytiws, ivi 1981; Frank 1982; M. Cometa, /duna. MikJlogí4 túlúJ rogitme,
Palermo, Edizioni Novecento 1984.
Obras: Htrdm Siimtliche Wtrke, de J. Suphan, 33 vols., Berlín 1877-1913 (reprod. Hildesheim 1967-
1968); asimismo,J.G. Hetder, Wtrke in.fiinf /Jiinrlm, de R. Otto, Berlín u. Weimar, Aulbau 1978.
Para una bib1iografia 1916-1953, cr. el volumen por los ciento cincuenta añ.os de la muerte de
Hetder, /m Grute Htrdm, de G. Kcyser, Kitzingen, Holzner 1953; cr. además, la serie de los Htrtier-
Siudim, de W. Wiora (1 960 ss.). Entre los estudios principales: R . Haym, Herder noch seinm úben und
seinm Wn*m, 2 \!Ois,, Berlín 1877-1885 (reimpreso, ivi, Aulbau Verlag 1954), G. Jacoby, Hmlm tmd
Kants Astiutik, Leipzig 1907; M. Dorne, Die ReligWn in Htrdm Gtsdtithl.sphiklsophie, Leipzig, E Meiner
1927; W. Olsner, 1Xt &griff "Kkzs.siuh" bei Herder, Wünburg 1939; M. Rouché, Úl philosophiL tú l'lrisfqjre
tú Herder, Paris, Les Bell~ Lettres 1940 (con una bibliografia razonada); H.G. Gadamer, J.V/k und Gts-
chichte im Denkm Hmlm, Frankfurt/M. 1942 (e ilrid. , posfacio aj.G. Herder, Auch eine Philosophie r.ur
Bi/Jung der Mensdw:it, ivi 1967); R.T. Clarke, Herder, Berkeley 1955; H. Begenau, Gnmdzyge dtr Astiutik
Htrdm, Weimar 1956; V. Yerra, " Herder e il linguaggio come organo della ragíone", en ibú/., Dopo
Kant. ll criticismo ndl'elll pmomantica, Turin, Ed. di "F'tlosotia" 1957, pp. 153-242, e ilrid. , 1966; G. fi.
chera, Linguaggio e umanilll nel pensim¡ di Htrder, Catania 1966;J.K. Fugate, 77u Psychblogical &uis of Her-
der Aesthetics, La Haya 1966; Weimar 1975, 66-87 (y bibl. 162-164).
Obras: Gtsammelk Sckriflm, de la "Konigliche Preussi.schc Akademie dcr Wissenschaten" (de A. Leitz-
mann-B. Geb- Hardt-W.· Richter), 17 vols., Berlín 1903-1936 (reimpresión 1967-1970).
Sobre Humboldt cf. F. Meinecke, mllbürgtrtum und NaJúmal-sltult, Múnich-Berlín 1908; L. EWen,
"Die Entwicklungder Geschichtsphilosophie W'alhelm von Humboldts", enArchiDfiirGeschidrk der ~.
núm. 24 (1911), pp. 51 y ss.; Cassirer 1923 ss.; Wach 1926, 227-266; G. Marco\!aldi, "D pensiero
estetico di \-Y. von Humboldt", introducción a W. Von Humboldt, Scriitici di estetica, cit.; P. Bimwanger,
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166 NOTAS Y BlBIJOORAFiA
( 1954}, pp. 131- 148; en una perspectiva mayonnente simpatética hacia el historicismo se mueve E.
Rothacker, Die dogmJJJi.rchL Dmlifórm in t!m GeisWwi.sSLII.SCÑ!ftDI un tl4s Probltm des HisJ«ismus, Wtesbaden,
Stciner 1954.
Para la literatura ex1ra11jera más reciente, ténganse presentes los siguientes estudios: Rossi 1956, e
ibid. , Storitl t storici.mw rulla filo$0fo cOtlt.nrrporanuJ, Milán 1960; I.S. Kon, Die Gt.sckiclus~ des 20.
}allrhwulerts, Berlín, Akademie-Verlag 1964; G.G. Iggers, The C.erman Ctmaptitm of Hislbry: The NtúVmal
Tra&ititm of Hi.ttoricnl Tltttu¡¡lrJfmm Herder w fusenJ, Middletown, Conn. 1968, F. Tessitore, Dimmrioni
dLI/o storici.mw, Nápoles, Morano 1971; ibid., "Lo storicismo", en St.orin del/e idee politidte, teot~omiche t so-
ci.a/i, Turín, vol. IV, 1972 , pp. 27-126; ibid. , St.oricistrw epm.si.ero politico, Milán-Nápoles, Ricciardi 1974;
H. Schniidelbach, ~.schirJúr~ noch HegeL .Die PtoiJleme des Historismw, Freiburg-Múnich, Alber
1974; Bianco 19 74.
Lo.~ escritos de Ranke están recogidos en Gtsll1TiliiLite Wml:e, 54 vols., Berlín 1867- 1890; desde 1925
C$tá en curso de p reparación una n ueva edición al cuidado de la "Deutsche Akademie der
Wissemchaften.Sobre Ranke cf. G. Masur, llanJu.r &gri.JJ der Wtllgtsdtichte, Múnich-Berlín 1926; R.
Simon, Ranke und Hegel, Múnich-Berlín 1928; Wach 1925-1932, 89 ss.; F. Meinecke, "J.G. Droysen, iJ
suo epistolario e la .sua stori.ograf~a" (1930), ahora en ihid., R4gione storicn ejilosofoJ del/a storitl, de G. Di
Costanzo, Nápoles 1984; ibid. 1936; T. Steinbüchel, "Rankesldee der Universalgeschichte und ihr
Verhattnis zur H egelschen Geschichtsphilosophie", en]tJ!tru betidrt der Corrts-Gtsellsdll!ft, Colonia, 1939,
pp. 20-H; B. Croce, iA storitl come pm.si.ero t come IIZÍOM, 4a. ed., Bari 1943, pp. 75-92; E. Fueter, St.orin
titila s~ modmut, 1, Nápoles, 1944, pp. 165-180; O. Vossler, L'idetJ di nazioru dnl ~al Rank.l,
Florencia 1949, pp. 140-148; H.R. Von Srbik, (~út und Gesclridde 110111 deuJsclten HumlllfÍJmus, Múnich
1951 , pp. 239 ss. y 360 ss.; C. Hinrichs, RmJce und dU Gts&hichtstheoiDgi¿ der Goe!M.Qit , Gotinga 1954; E.
Kessel, "Rankes Idee der Universalhistorie" , en Histotilche <:_eiJschrijl, 1954, pp. 269-308; E.. Cassirer,
Storitl lkllnfi/.osojin, lV, Turín 1964, pp. 358-375; L. Krieger, Ranlr.l. The Mttlltinc of Histmy, Chicago-
Londres 1977.
Obras principales dej.G. Droyssen: C,sdrichlt fks Hellmismus, 2a. ed. , Gotha 1877- 1878; Gesdrichlt
der preussisriltft PolitiJc, 2. vols, incompleta, Leipzig 1855-1856. Es póstuma la edición critica de los es-
critos recogidos bajo el título de H"astorilc· M>rk.swrgtn über ~ und MetllotiJJWgi¿ der G-hichte, de R.
H übner, Olden burg 1937 (2a. ed. ivi 1955). Sobre Droyssen cf. C.D. Pflaum,JG. Drrtyssm Hi.Wrilc in
ihrtr &t.ltutungfiir dU modmre Caclrichtswissmsd"!ft, Gotba 1907; Rothacker 1970, 169-178; L. Becker,
Drrtysms ~Mhichtsm!lftJSSWif., dis., Hcidelberg 1929, 134-188; B. Croce, Cmwtrsazionj criJicÑ, serie IV, Bari
1932 (2a. ed. 1951), pp. 131- 134; Wach 1933, 134-188; C. Antoni, Omsiderazionisu He~ltMIII'X, Nápoles
1946, pp. 118-125; F. Mcinecke, Schtrjftnder S¡Mgel, Stuttgan, 1948; H.R. Von Srbik, Geist und Cadtichte
"""' fkutsdu Humani.mws, cit.; G. C acciatore, "Dilthey e la storiografia tcdesca del'Ottoccnto" , en Studi
storici, 24 ( 1983), núm. 1-2, pp. 55-89; G. Cantillo, "Conoscenza storica e teoría deUa storia: Dilthey e
Droyssen" ibid., pp. 9 1- 126.
Para las obras de Dilthey, cf. las indicaciones suministradas en el texto. Una bibliografia general, pri-
maria y secundaria, está en U. Hermano, Bibliogrnphie W!lhelm DiJJMy. Qyel1m und l.iJmzJur, Wtenheim-
Berlín-Basilca, Beltz 1960. Para temas especllicamcme hermenéuticos, cf. Heinrichs 1972, 7-1 O, pero,
sobre todo, la sección "scienze dello spirito e ermeneutica" en la bibliograf~a razonada íncluida en F.
Bianco, Roma-Bari, Laterza 1985, pp. 2 19-223. El volumen de Bianco se recomienda, además, en
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176 DE lA FENOMENOLOGÍA A lA HERMEl'IÉUTICA
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180 DE J..\ n:NOMENOLOG1A A U HERMENtlJllCA
cuestiona. Lo que buscamos está en una dirección completamente distinta. Para nosotros
todo el mundo, como viene conformado por su componamiento natural, tal como efectiva-
mente se nos ofrece totalmente 'libre de juicio' y claramente se acusa en la conexión de las
experiencias, previa eliminación de las apariencias, carece ahora de validez: no ha sido pro-
bado ni tampoco impugnado; está puesto entre paréntesis. De la misma manera, todas las
teorías y ciencias, por buenas que sean, tengan un fundamento positivista o no por cuanto
se refieren a este mundo, sucumben al mismo destino" (Husserl, 1950-1952: 66-67).
No sólo el 'objeto', sino también el 'sujeto' es puesto entre paréntesis, suspendido respecto a
su efectividad. '~í, la esfera pura de la conciencia sigue siendo, con todo lo que de ella no
puede ser separado (entre otras cosas, el 'yo puro') como un 'residuo fenomenológico', como
una región, por principio, peculiar del ser que, como tal, puede devenir campo de una cien-
cía de la conciencia en un sentido a su vez nuevo -por principio- en el campo de la fenome-
nología.
'1\sí se responde a la cuestión [...] de qué es lo que queda si la t¡xxhJ fenomenológica
interrumpe la validez del universo [...]: la totalidad de lo que es en general. Queda precisa-
mente o mejor, se abre por primera vez a través de la e¡xxhJ la esfera de la subjetividad abso-
luta o 'trascendental'" (ibid., 70-71). Se reproduce aquí el tránsito -examinado aún 'objeti-
vamente' en las lrwestigacÚJnes 1/Jgicas- de la intuición empírica a la intuición categorial. La
epochi ha reducido el fenómeno a la esfera de los actos puros de la conciencia; pero esto es
posible en cuanto la conciencia, como flujo de experiencias individuales, puede ser reducida
a conciencia pura mediante la rtducei6n túlética. Es el tránsito platónico de la rúJ:xa al túlos (y,
como veremos, justamente sobre el idealismo husserliana se concentrarán las criticas por
parte de la hermenéutica). Dejando de lado lo anterior, Husserl concibe esta transición como
el encuentro con las cosas mismas desde el distanciamiento empírico o -lo que es lo mismo-
, subjetivo.
"Todo campo de la experiencia posible concluido en sí, permite, eo ipso, pasar universal-
mente de lo factual a lo esencial (tidos). Lo mismo ocurre en nuestro caso. Si lo factual feno-
menológico deviene irrelevante; si sirve soúzmenle de ejemplo y de sopone para una libre pero
intuitiva transformación de la psique individual-factual y de sus rasgos comunes en un a
prúni pensable; si, en fin, la consideración teórica se dirige hacia lo que en la variación per-
manece necesariamente invariante, se desarrollará entonces, procediendo de modo sistemá-
tico, un original reino del 'apriori'. Se manifiesta así lo formal esencial y necesario (el tidos)
que debe permanecer, a través de todo ser psíquico, en lo singular, en las asociaciones sinté-
ticas y en las totalidades concluidas. Si en general es 'pensable', el túlos debe poder ser tam-
bién representable desde el punto de vista intuitivo. De este modo, la fenomenología psico-
lógica debe ser, sin más, fundada como Jenomerwwgúz túlilica' porque está, en efecto, dirigida
exclusivamente a las formas esenciales invariantes. Así, por ejemplo, la fenomenología de la
percepción corpórea no designa un ámbito situado más allá de las percepciones que se rea-
lizan de hecho o que pueden verificarse, sino evidencia un sistema estructural invariante, sin
el cual seria impensable ya sea la percepción de un cuerpo o una variedad sintéticamente
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HE.RME.li!ÉUTIC... V Ol'<TOLOGIA 191
versalización del círculo hermenéutico: todo es. interpretación, por consiguiente, la circula-
ridad está presente aun en las ciencias de la naturaleza; sólo que, en estas últimas es menos
evidente, porque ellas están más restringidas "en cuanto al ámbito de los fundamentos exis-
tenciales".- La matemática, por ejemplo, no es más universal, sino, de hecho, más particu-
lar y especial que la historia. Sin embargo, la circularidad constitutiva de la comprensión no
arriba a resultados escépticos; la primacía de la interpretación no desvanece la posibilidad
de acceder a la verdad, sino más bien, sitúa esta misma posibilidad como subordinada al
proceso hermenéutico (que, por lo tanto, se revela positivamente como condición de posibi-
lidad de la a~ración). Cualquier aseveración, es decir, cualquier frase en la cual se dice
que cierta cosa es de un modo determinado, que existe o no, etc., incluye en la cópula "es"
una interpretación, que no por esto es arbitraria o hace menos verdadeJ'a la aseveración,
sino simplemente la hace posible, en la medida en que "la 'lógica' del I..ogosestá arraigada en
la analítica del Dastin".
Se podria leer toda la última parte de la reflexión husserliana como una explicación de los
verdaderos intentos de la fenomenología frente a los malentendidos que, según Husserl, ha-
brian introducido sus primeros discípulos -principalmente Heidegger. Es en este marco como
se insertan obras como el Nadw.JOrt (1930), la ldu 1, las Meditacimus cartesianas (1931), y, sobre
todo, las conferencias impartidas en Viena y en Praga en 1935 bajo el título lA crisis dt lo
citncia europeay loftnoTTim()/ogúJ trascendental, que constituyen "una respuesta implícita a El sery
el tiempo" (Gadamer l963b, 28).
El LeitmotW de las criticas de Husserl a Heidegger es la imputación de antropologismo: la
analítica del Dastin, respecto al proyecto de una reducción fenomenológica, no sería más
que una concesión a las dimensiones de lo humano y lo psicológico, que revocan el sentido
trascendental del método fenomenológico: "Heidegger [...] no ha recogido el sentido total
del método de la reducción fenomenológica" (carta a Roman Ingarden del 26 de diciembre
de 1927); "Casi todos mis antiguos discipulos han procedido en forma incompleta bloqueándose
y han evitado el radicalismo que por esencia es necesario a la fenomenología [...). Casi to-
dos han recaído en el 'realismo' y en el antropologismo o en una fllosofia sistemática" (carta
a Dorion Cairns del 21 de marzo de !930); y aun en las anotaciones al margen de la propia
copia de El sery el tiempo: "Heidegger transfiere y desplaza, en el plano antropológico, la
explicación constitutivamente fenomenológica de todas las regiones del ente y de lo univer-
sal, por consiguiente, de la región 'mundo' en su totalidad. La problemática completa repre-
senta una traducción: al ego le corresponde el Ser-ahí, etc. Por este motivo, todo deviene
profundamente oscuro, y desde el punto de vista filosófico, pierde su valor" (cit. en Cristin,
1986, 48).
Y, sin embargo, la relación con Heidegger no se agota en términos puramente polémi-
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206 Ull&o\NIZACIÓN O RADICALI7..ACIÓN DE l.A HERENCIA HEIDEGGERIANA: GADA.\IER Y DERIUDA
tulo anterior (v. supra, U, 2.3.3.3) lo de las aporias del historicismo según Gadamer. En Ranke,
Droysen y Dilthey, se exigía del historiador un olvido épico de si. El proyecto era alcanzar
tal máxima objetivación del conocimiento histórico, que se le otorgara una dignidad episte-
mológica comparable a la de las cien.cias de la naturaleza. Ahora bien, aun aquí, para Gad-
amer, no se trata de conducir las ciencias históricas a la misma regla de precisión protocolar
que la de las ciencias de la naturaleza; sino más bien de mostrar cómo el máximo alcance
epistemológico de lo histórico consiste en activar un proceso integrativo, de interacción en-
tre el sujeto cognoscente y el objeto conocido, cuyo sentido va mucho más allá del objetivis-
mo de las ciencias de la naturaleza. Para Gadamer, se trata de ''ver en qué medida sea íntrin·
setll1Timle histórica la comprensión que el hombre tiene de sí mismo, y, al revés, en qué medida,
en el comprender mismo, el hombre modifica continua e ineluctablemente su propia com-
prensión de la historia" (Yerra 1976, 62).
Las ciencias del espíritu, en cuanto conocimientos con base histórica, no deben perseguir
un ideal metódico de objetiva.ción, sino más bien ir a la búsqueda de una comprensión liga-
da al modelo de integración, que no postule una polaridad radical entre sujeto y objeto y
que, por lo demás, se configure, más que como simple 'conocimiento', como una experien-
cia que transforma, a su vez, al sujeto cognoscente y al sujeto conocido. Aquí la historia
muestra las mismas características que el arte. Así como en este último el objeto no es elegi-
do fortutitamente, sino nos es transmitido con autoridad por una tradición, así, pues, en la
historia no nos hemos liberado frente al pasado, sino que éste nos condiciona y nos orienta
en el momento mismo en que lo tematizamos científicamente. Y, por otra parte, ya sea en el
arte o en la historia, el objeto es activamente modificado por nuestro conocer; un cieno
texto y un cieno acontecimiento históricos aumentan su propio significado en virtud de la
tradición exegética que se ha ejercido sobre ellos.
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21 0 UIUIANIZACIÓN O RAOlCAIJZACIÓN DE LA HEREl'.¡CJA HEIDEGOERJA.~ GADAMER Y DERRIDA
füosofia de la conciencia concede reconocer sus propios límites al admitirse como depen-
diente de la mosofia del lenguaje. "Es verdad que también la dialéctica especulativa prosi-
gue en realidad el espíritu especulativo del lenguaje, pero Hegel sólo se propone retomar,
desde el lenguaje, la relación de reflexividad de las determinaciones conceptuales y de con-
ducirla, a través de la mediación dialéctica a la totalidad del saber poseído, a la autocon-
ciencia del concepto. De tal modo que él se queda en la dimensión de la aserción y no alcan-
za la dimensión de la experiencia lingüística del mundo" (Gadamer 1960, 535).
La limitación de la dialéctica hegeliana conlleva la recuperación de la dimensión plató-
nica del diálogo. Aun en este caso, se trata, para Gadamer, de rehabilitar una tradición que
la fdosofia radical entre el siglo XIX y el siglo XX había desacreditado. La identidad entre
platonismo y metafisica en Nietzsche y en Heidegger, parece irrenunciable. Ahora bien, en-
tre diálogo y dialéctica por el contrario, existe una afinidad profunda: la constitución dialé-
ctica de la verdad es una construcción dialógica; la "repetición" del ideal dialógico de Pla-
tón representa, entonces, para Gadamer, otra fase de la revisión sumaria de la tradición
ftlosófica desplegada según el hilo conductor del valor constitutivo del lenguaje. En efecto,
el diálogo es la expresión más clara de una fusión de horizontes: para comprender al interlo-
cutor yo debo someter mi intención e integrarla con la del otro; se trata de una operación
eminentemente hermenéutico-lingüística, en la cual la razón sujeto-céntrica y monológica
de la metafisica se abre a la alteridad.
Aquí se pueden apuntar tres aspectos principales. El primero es el hecho de que justa-
mente la comprensiún de la esencia dialógica de la dialéctica permite sustraer esta última al
proyecto del saber absoluto que la define en la sistetnatización hegeliana. Hegel estaba consciente
del nexo diálogo-dialéctica; pero precisamente en cuanto dialógica, la dialéctica platónica
no está sujeta al úlos de un saber absoluto. En Platón, el diálogo arranca de un fundamental
no saber, caracteristico del fdósofo, que configura su propia actividad principalmente como
interrogación; y, en general, se afirma la primacía especulativa de la pregunta sobre la res-
puesta. La síntesis dialéctica es, pues, excluida con un movimiento que recuerda a la dialéc-
tica negativa. El diálogo inaugura una dialéctica de la interrogación que corrige el enciclo-
pedismo hegeliano y su tendencia a internarse monológicamente dentro de un espíritu absoluto
autoconsciente, esto es, autotransparente.
La revisión de la dialéctica hegeliana, por consiguiente, se encamina a través de la recu-
peración de la tradición. Pero, aún en ella, según un procedimiento integrativo, es necesario
redefinir el diálogo platónico a panir de los presupuestos actuales de la hermenéutica, o sea,
partiendo, ante todo, de la primacía del lenguaje sobre el concepto y la cosa. Para Platón el
acuerdo en el diálogo y la eficacia dialéctica, consistían en una trascendencia de la dimen-
sión lingüística: los dialogantes se ponian de acuerdo sobre algo que se reconoce más allá de
sus palabras, la dialéctica define las nervaduras de lo real. Afirmar la coincidencia entre el
sentido y la cosa, entre el lenguaje y la realidad, como lo hace Gadamer, no significa asumir
una posición idealista, sino al contrario, corregir el momento típicamente idealista de la
metafisica platónica, aquel sobre el cual se concentran las críticas de la filosofia radical: la
idea de una comprensión tácita, separada de la mediación lingüística.
'
Es así como se retoma una tradición en el mismo momento en que se supera. Este es el
tercer motivo de la recuperación del modelo dialógico. El arquetipo platónico, reactualiz.a-
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3. NUEVOS PROBLEMAS DE lA ONTOLOGÍA lAS HER.MENÉ:UTICAS
TEOLÓGICAS Y EL PERSONAlJSMO ONTOLÓGICO
También en el ámbito de la exégesis bíblica, la segunda mitad del siglo XIX, dominada por
el historicismo, había reducido el alcance del problema hermenéutico. La situación se ilus-
tra ostensiblemente ya por la aclaración de los comentarios; en 1927 Ernst von Dobschütz
escribe en Vom Auskgm des Neum TestamenJs: "En el periodo que va de 1720 a 1820 aparece
casi cada año una obra hermenéutica; ahora bien, después de la Bihlisdu HmnmeutiJc de J.
Chr. von Hofmann publicada póstumamente en 1880 no ha aparecido nada más que ame-
rite ser mencionado." En realidad, ya algún año antes de El m y el tiempo, el edificio de la
rthgionsgesdtichtliclu &hule (la escuela de historia de la religión) había comenzado a oscilar,
primero, por obra de Karl Barth (1886-1968), quien con el comentario a la Carta a los Roma·
nos de 1919 (2a. ed. ampliamente modificada, 192~) había sentado las bases para una reno-
vación del problema de la hermenéutica bíblica. En efecto, en la R.Dmer/r!üj, "el método his-
tórico-critico en sí no se rechaza, sino se relativiza en la misma preparación de la auténtica
tarea de la comprensión" (Ebeling 1959, 67); se trata, ha escrito Gadamer, de un verdadero
y preciso 'manifiesto hermenéutico', que revoluciona las premisas del mundo histórico-criti-
co, aunque sin rechazar sus aportaciones positivas. Para Barth en realidad el fin de la exége-
sis no es la objetivación del texto, aún por lograrse a través de la exclusión metóclica de la
historicidad del intérprete, sino consiste, más bien, en la reactualización del mensaje evan-
gélico, trasladado al lenguaje y a la problemática actuales, en esta traslaJW, la historicidad del
intérprete es central y no constituye ya un límite epistemológico, sino aparece, más bien,
como una condición positiva de la exégesis. El comentario a la Carta a los Romanos "no es una
hermenéutica, una teoria de la interpretación, sino más bien,[...] un comentario en el cual
el pemamiento de Pablo es traducido de manera 'radical', o sea, se vuelve a decir en el len-
[217)
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224 NUf:VOS PROBLE.\tAS DE LA ONl'OLOOIA
existe más metafisica en el sentido tradicional: valgan aquí las lecciones de Fichte, que no
sólo insiste en la incognoscibilidad objetiva de lo que funda y trasciende así la distinción
entre sujeto y objeto, sino además, se afana en diferentes y sucesivas exposiciones de la doc-
trina de la ciencia para hacer retroceder continuamente el principio, considerándolo de tiempo
en tiempo todavía muy limitado; y la admonición de Jaspers, quien atribuye el movimiento
de la UmgmfetiiÚ a la insatisfacción de encontrarse buscando el ser siempre y solamente fren-
te a un ente. Por su inobjetabilidad, el ser es inaprehensible como ser y todo intento por
atraparlo y definirlo no tiene más resultado que su retraso" (P..u-eyson 1985, 19).
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238 tiERMF."'ÉU'J1CA Y EPISTEMOI..üGIA
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HERMENtt.rriCA Y EI'ISTEMOLOOiA 261
"Para un examen retrospectivo", ha escrito también von Wrigth, "parece casi una ironía del
destino que la formulación más completa y lúcida de la teorla positivista de la explicación
haya·sido enunciada en relación con una disciplina, para cuyo análisis tal teoría es, porra-
zones obvias, menos adecuada, o sea, la historia." (von Wright 1971, 29). En los años veinte
y treinta, el positivismo lógico perseguía el ideal de una ciencia unificada; era, por lo tanto,
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HERMENÉlmCA Y EPISTEMOLOGIA 265
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272 DE LA EPISTEMOLOGIA A LA HERME!IJÉlJllC'..A
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HERMf.NÉUTICA Y EPJSTE!I•IOLOGIA 281
thes), marcaba el punto de partida en el área americana, para una nueva oleada de estudios
en el campo de la teo.ria de la literatura inspirados en el estructuralismo y, sobre todo, en el
así llamado postestructuralismo (v. infta, 4.5). Conjuntando las adquisiciones del estructura-
lismo europeo con la tradición del New Criticism anglo-americano, esta tendencia llevará el
debate sobre la teoria y la critica literaria en Estados Unidos hacia orientaciones en última
instancia antitéticas respecto a las auspiciadas por Hirsch (quien, en alguna medida, tiene
en cuenta la variada situación en 1M Aims of lnterpretation, 1976). Y esto, además, porque el
planteamiento hirschiano dejaba abiertos problemas muy amplios: ¿cómo se reconoce la
intención del autor en un texto? ¿Cómo se puede objetivar la circularidad intención-texto-
contexto? ¿Cuáles son los requisitos para la determinación de un contexto legitimo?
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HERME!'IIÉlTl1CA Y EPISTEll,fOLOOIA 285
el cual el texto ha sido tomado e interpretado siempre de distinto modo" (Ruschi, Introduc-
ción a ihid, comp., 1986, 34).
La propuesta de Jauss tiene, por ende, una importante implicación metodológica, a sa-
ber, la de admitir, al mismo tiempo, un análisis sincrónico del efecto estético (el de la obra
sobre su lector actual) y un análisis diacrónico de la historia de los efectos, para echar así un
puente entre la hermenéutica y el análisis estructural -una mediación que no se resuelva en
la simple tematización del papel intrascendible de la historicidad o en la unilateral referen-
cia al método. "Cuando en las viejas ciencias del espíritu se perfiló -frente a los resultados
internacionales del estructuralismo y al recientísimo triunfo de la antropología estructural-
un alejamiento de los paradigmas de la comprensión histórica, nosotros vislumbramos la
posibilidad de una nueva te01ía de la literatura, no en la superación de la historia, sino, al
contrario, en la validación de esa historicidad propia del arte y que caracteriza en él la com-
prensión. Lo que debía renovar el estudio de la literatura y conducirlo fuera de los callejones
sin salida de la historiografia se hundía en el positivismo, en la interpretación ahora sólo al
servício de sí misma o de una metafísica de la écrilure o bien de una amalgama que elevaba la
confrontación como fin en sí mismo, no era la panacea de taxonomías perfectas, sistemas
cerrados de signos ni modelos descriptivos formalistas, sino una ciencia histórica que partía
del trabajo producti.vo del comprender para interpretar la cbra a través de sus efectos y su
recepción, para comprender la historia de un arte como ¡Jroceso de comunicación entre el
autor y el público, el pasado y el presente." aauss 1982' 24-25).
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CONCWSJÓN. LA .HE.R.\tE.l'oi:ÍI.J"IlC.4. Y LA CR.tnCA DE LA IDEOLOGIA 315
1.1.3FmuioDi/Jhey
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fNDJCE ONOMÁSTICO
[353]
Copynghle<l • n 1
354 ÍNDICE ONOMÁSTICO
280, 287' 288, 292, 328, 330, 337 Fuchs, E., 2 17, 221-222
Descartes, R., ~ 53, 54, 120, 139, 144, 197, 198, Fubrmann, M., 282
203, 326
Dewey, J., 1.2!
Dilthey, w, 12, !.!!. ~ ~ ªº'
34, ~ 51, 57, 58, 59,
61, 62, 67, 108, 109, 110, 118, 127, 128, 130,
Gabler,J.P., 66
Gadamer, H.G., ~ ~
54,~.
~ ~ ~ ~ ~ 47, 1l!. 52,
68, 70, 72, 97, 102, 108, 111, l ~ l~
13 1-1 35, 138, 139, 141, 147, 150, 151,152, 156, 122-1 23, 127, 128, 129, 130, 133, 135, I.S, 152,
175, 176, 171,185, 188,189,190, 206, 224-, 237, 176, 178-179,184, 19 1, 195, 197,200,202-211,
240,241,242, 249,250,251, 275, 282,313, 31 5·, 212,215,216, 217, 220, 221,222,242,249,2!11,
317, 328, 331, 336 255,271,273,274,280,283,284,292,311,312,
Diódoro de Tarso, 22. 313, 315, 316,317, 319, 320, 321, 324, 325-327,
Dionisolti, c.. 11 329, 330, 331, 332, 333, 336
Dobocbütz, E. \'011, 2U Galiki, G., 113, 120, 261
Dray, w., 263-26t' 334 Gardiner, P., 262
Droy.rn,J.G., 34, 128, 129-1 31, 206, 275 Garfinkcl, .!::L. 192
Ducaasc:, c. -j , 262 Garin, E., 22
Dufrenne, M., 2.S Geblen, A., 292
Duns Scoto, G., 1.2! ~r, L., 14, 15, 40,68
Dwkbeim, E., 1.!2 Genctte, G., 330
Geo'll", S., 202
Ebeling. G., 1!... ~ 20•. 21, 32, 35, 57, 21 7, 221·222 Gérard, R., 113
Eclchart, J. (Meiscer Ec.kban), TI, 35 Gerolamo (san), :21
Eichhom, J.G., 62, 66, 67 Gessncr, S., 65
FJiot, T.S., 279 Gilson, E., ~ 23
F.menon, R.W., 151 GioYanni de Saliobury, 22
Enwno de Rotterdam, ~ 35 Goethe, J. W., 136, W.
Eratóstenes, JJi Gorgias, 282
Emesti,J.A., 60, 108 Górrcs,J., 112- 113
Erncsti, ].H., 45, 51 Gonb,J. A., 68
Euclides, 47 Gottsched, J.C., :U
Euripidc5, 97 Grassi, E., 27, :ID
Grüfero, T., 72, 274
nuerbach, L., 223 Grimm,J., 102, 112, 113-114, 116
F~ebte,J.G., 27, 111, 112, 223 Grimm, W., 112, 113-114
Focino, M., 21 Guzz.o, A., 222
Fogl,j., 150
Fílón de Alejandria, l.!! Habermas, J., ~ 95, 118, 122. 124, 125, 127, 133,
Fmk, E., 184 135, I H , .145, 146, 156, 157, 19t, 195, 202,203,
Fllb, S., 290-291 W.,208,209,215, 238, 243,244,245,287,311·
Fllber, K., 1.1.1 324, 325, 326, 327, 335, 336
FISice,J., 1.2! Hamacher, W., 292
Flacio lllirico (Fiacius lllyricus), M., 34, 36-38, 62 Hamann,J.G., ~ 34, 60-61, 96-97, 98, 100, 10 1,
roncer, V.W., 41 112
roucault., M., 102, 114, 128, 19t, 250, 292 Hardt, li '""' der, 45
Francke, A. .!:L. ~ Hanncr, T., 61
Frank, M., 97, 108, 110 Hartman, G., 289
Franlcd, c., 262 Hartmann, N., H l, 202, 275
Freg.; G., 178 Haruborne, C., l.2i
Frewt, S., 144, 145, I.S, 153-157, 224, 312, 3 15-3 16 Hegd, G.W.F., 27, 55, 56, 95, 97, 108, 115, 127, 128,
Frirdricb, W.H., lli 129, 133, 134, 139, 186, 197, 199, 203, 208, 209,
Fruchon, P., W. 2 10, 213, 223, 224, 261, 271, 311, 324
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INDICE ONOMÁS11CO 355
Heidega', M., 11, !..t 13, 22, 27, 135, 136, 137, 140, Klages, L., 1()4
141, 145, 152, 153, 175, 176, 182-191, 191-192, Klopolock, F.G., 33
195-201, 202,203, 204, 206, 207,208,209, 210, Komer,J., 103
211,212,213,215, 217, 218,219,220,221, 222, KD.ellcck, R.., 70
223, 238, 241,242,247,248,249,250,251 , 252, Kristellel; P.O., ~ 2B
253,254,271,273,274,275,276,277,279,284,
287, 292, 311, 313, 316, 317, 336, 337 lacan, J., 280
Heímtoetb, H., 202 Lanclgrebe, L., 184, 192
Hempd, C.G., 239, 262, 263, 264, 271, 334 ~ d'ttaples,J., 32
Hcrádico de Efao, 2:2 Leibniz, o.w., ~ 47-49, 54, 67, 71 , 124, 197
Herder,J.G.,34, ~ 52,63, 64,67,97-100, 10.1 , 112, LeW!as, E., 183
119-120 Linneo,I02
Hema, l l l.ipps, !!. 192, 241-243
Hermmann, F.W. von, 183 Lippa. T., 178
HerodoiO, 63 Lítt, T., 241
Heyne, C.G., 62, 65, 100 Locke, J., !l!. 71, l.l9
Hlnb, E.D., 279-281, 287 Lotze, H., ll1
Hoban, R.E., 262 LOwitb, K., ~ 152
Hofinann, J.C. ,-, 211 lDwth, ll, 63, 67
HOiderlin, F., 97, 104, 197, 211 Lubac, H. , 21, 2i, ~ 26.
Homero, !.§. !.1. !.!!. 95 I•Jciano de Samowa, J.í
HOrish, F., 292 Lück; F., 108
Hotomanus (o Houonw>Dus), F., 41 Lutero, M., ll. 34-36, 45, 59, 62
Hugo de San V'ICIOI; 2i L)'(lW'd,j.-F., 293
Humboldt, A. von, liD
Humboldt, K. W. von, 96, 10 1-102, 103, 105, 108, Mach, E., 118, 122, 1.23
113, 115, 129, 130, 195, 275, 292 Mallarmi, S., 329
Hume, D., l..2.i Man, P. de, 280, 289, 290
Hwnphredus, (Humphrey), L., 32 Marro Awdio, 151
Huuerl, E., 113, 124, 152, 175-182, 183, 184, 185, Marx, K., 144, 145, 146, 175, 203, 224, 312, 324
188, 189, 191-195, 197, 207, 211,212,242, 243, Matbesilanus Bonotúensis, 41
246, 247, 248, 250, 254, 319 Meier, G.F., 68, 71-73, 105, 106, 2R.1
Hyppolite, J., 280 Mrineck; F., l.i1
Mcister, j.G., 45
lngarden, ll, 191, 28.'i Melauchton, F., 34, 35, 36
ber, w, 282, 285-287 Merleau-Ponty, M., 183
Meager; M., 221
Jacom, F.H., liD Mio:hadis,J.D., 62-65, 67, 96, 100
james, w., 124, 288 Míll,J.S., 118, 122-123, 1.2!
jaspen, K., 152, 222 Miller, J.H., 289
Ja-. H .k., !.!!, 282-285, 287 Mink, L.O., 26!i
jen6fones, 1.6 Mítcb, G., 183
Juan Crisóstomo (san), 59 Montaignc, M. de, 151
Jung, C.G., 279 Montesquicu, C.-L., 53, 64
Moravia, S., 262
Kant, 1., 50, 95, 111, 112, 125, 130, 181, 199, 205, MOI'elti, G., 113
215, 252, 271, 282 Moro,T., 32
Kepler, G., L2!i Mura, G., 274
Kmnyi, K., !.!. !1. !1. 1.5
Kierlqaard, S., 123, 151, 175,223, 212 Nagd, E., 262
Kimmerle, !!. 108 Natorp, P., 202
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INDJCE ONOMÁSTICO 357
StJobn Green, N., 124
• • o
VICO¡ G.B., l!!¡ 43¡ 52-571631 711971991 ~
~. E., 210 , 2•1, 28.1 vusruo, l l
Sceinlhal, H., JI.> 117
Stime, K., 282 Wacb,j., 70
Storr, G.C., 67 Warning. R., 282
Strasser, S., 242 Weber; M., 142, 143, 259
Süasmllch,J.P., 99 Weierstrua, K., 175
Szondi., P., !L !.!!. U!. 71, 106, 281, 287, 329, 330 Weils,P., W
Wdlltein, JJ., 59
Teagme di Regio, !.§, !.!!, 1.9 Whicc, !i. 265, 334
Tcodoro de Mops~aria, 22 WJeDer, N., 262
Tertuliano, 22 Wilsoo, N.G., 1.6
llu"baut, A.-F.-G., ~ 114 Wmcb, P., 239, 319, 334
T~ T., 115 Wanclrdmann,JJ., 197
TOIIncr, j.G., 59 Wandelband, W., 138-140. 154, 237
Tolstoi, l.N., 151 Wlndisclunann, C.HJ, 103
Tomasius, C., 58 Wiugmsaein. L, 124, 253, 254, 200, 266, 269, 319
Tomás de Aquino (santo), 59, 203 ~FA, 62, 105, 106, 108, 115
Troclucb, E., W Wrigbt, e, w
Tugmdhat, E., 184 Wrigbt, G.H. von, 239, 261, 262, 263, 264
Tu=ttino, JA, 58 Wundt, w., 102, 178
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360 INDJCE
PAKI'ED
EL SIGW XIX Y LA GESTACIÓN DE LAS CIENCIAS DEL ESPiRITU
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íNDICE 361
118
PARTEIII
HERMENÉUTICA Y ONTOLOGIA
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362 IN.DICE
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a hermenéutica nace en Grecia como arte de los poetas y de
los oráculos que transportan (sin comprenderlos del todo) los
mensajes de los dioses, y se extiende pronto a la interpreta-
ción de los textos literarios que tienen un valor canónico para la
comunidad (Homero, Hesiodo). Entre tanto, la transmisión de los
mensajes divinos se volvió, en el hebraísmo helenizado y en el cris-
tianismo, exégesis bíblica: y como tal florecerá en la patrística y en
la escolástica. El humanismo, por su parte, con el perfeccionamien-
to de la filología y de la historia, pone honrosamente el problema
de la hermenéutica literaria y el del papel trascendental del len-
guaje en el cuadro de la formación retórico-práctica de la humani-
dad; es un hilo conductor que, desde el primer humanismo italiano,
nos conduce, a través de Vico, hasta el nacimiento y el desarrollo de
las ciencias románticas del espíritu (desde Herder y Humboldt hasta
Schleiermacher y Dilthey). En esta tradición confluye la aportación
de la Reforma protestante que, con Lutero y Flacio lllirico, revocó la
interpretación de la Escritura por parte de la autoridad, o sea, de la
jerarquía eclesiástica católico-romana, para remitirla al fuero inter-
no de cada uno de los creyentes. Heidegger piensa también en la
tradición luterana y en las ciencias románticas del espíritu cuando,
con El ser y el tiempo (1927), la hermenéutica asume explícitamen-
te una función filosófica. El resto es historia reciente que por un
lado desarrolla la herencia de Heidegger (Gadamer, Derrida) y, por
otro, extiende la hermenéutica hacia la epistemología (RicCEur,
Apel, Rorty) y hacia la crítica de la ideología (Habermas).
El presente volumen se propone exponer el desarrollo históri-
co de la hermenéutica, releyendo la historia antigua a la luz de los
resultados actuales, y dando gran espacio a los aparatos biblíográ-
ficos y documentales útiles para ulteriores profundizaciones.
alglo
))((J veintiuno
editores
C...opyngllted matenal