La Ciencia Politica
La Ciencia Politica
La Ciencia Politica
FECHA: 13-06-2018
MONTERREY NL
Definición de Ciencias Políticas
La Ciencia política (menos frecuentemente llamada también politología) es la ciencia social que
estudia empíricamente la política en sus diversas dimensiones. Por tanto, el estudio de la política
es lo observable, no está referido a lo que debería ser la política como tipo ideal o conducta
deseada, dicho rol lo cumple la filosofía política. Tampoco es el estudio de los elementos formales
de la política como lo son las leyes, su formación y las intenciones de éstas, tarea de la
jurisprudencia. La ciencia política tiene en cuenta el comportamiento político efectivo y observable
de las personas y las sociedades.
* la autoridad y su legitimidad
* la gestión pública
La ciencia política (conocida también como politología) es una ciencia social que desarrolla su
campo de estudio tanto en la teoría como en la práctica de políticas y la descripción y análisis de
sistemas y comportamientos políticos, de la sociedad con el Estado. Significa no abandonarse a la
creencia del vulgo y no lanzar juicios de valor sobre la base de datos no atinados. En una palabra,
remitirse a la prueba de los hechos; es decir, estudiar la repetición de fenómenos en el terreno de
la política, a semejanza de lo que ocurre en las ciencias numéricas. Por tanto, el estudio de la
política es lo observable. En general no está referido a lo que debería ser la política como tipo ideal
o conducta deseada; esa área dentro de la teoría política es característica de la filosofía política.
Tampoco es el estudio de los elementos formales de la política como lo son las leyes, su formación
y las intenciones de éstas, tarea de la jurisprudencia. La ciencia política tiene en cuenta el
comportamiento político efectivo y observable de las personas y las sociedades, así como de sus
estructuras y procesos. Sus niveles de teorización son el descriptivo, el explicativo y el
interpretativo.
Durante la Revolución Industrial y las revoluciones liberales del siglo XIX, se creó la necesidad de
efectuar una crítica social a fin de evaluar los cambios sociales y políticos que se sucedían, así
como su impacto en la sociedad y los motivos que los habían producido. La preocupación por el
cambio social, combinada con el desarrollo que las ciencias naturales estaban logrando gracias al
desarrollo del método científico, impulsó la fusión de ambas, dando lugar a las ciencias sociales.
Así surgiría la sociología, y más adelante la ciencia política, asociada al estudio de la
jurisprudencia y de la filosofía política.
Así pues, la ciencia política es una disciplina relativamente reciente, cuyo nacimiento (al menos en
lo que concierne a la ciencia política moderna) algunos sitúan en el siglo XVI con Nicolás
Maquiavelo (separación de la moral y de la política). Sin embargo, ya en la Antigüedad existen
formas de organización política: la polis (donde nació la palabra 'política', y que significa ciudad) en
la democracia griega, la Res Publica (cosa pública) que instauró la igualdad en cuanto a los
derechos políticos en la Antigua Roma, a excepción de los esclavos. En el Pensamiento chino de
Marcel Granet, el arte político databa de las «escuelas confucianas». La administración pública
china es la más antigua, comenzando el «mandarinato» en esta época.
La anglofonía distingue entre political scientist (científico político o politólogo) y political analyst
(analista político).
El término ciencia política fue acuñado en 1880 por Herbert Baxter Adams, profesor de historia de
la Universidad Johns Hopkins. Aunque su verdadero desarrollo como disciplina científica es
posterior a la Segunda Guerra Mundial, antes de dicho periodo se asociaba al estudio de la
jurisprudencia y la filosofía política. Otros autores afirman que el término Ciencia Política es
propuesto por Paul Janet, quien lo utiliza por primera vez en su obra Historia de la Ciencia Política
y sus relaciones con la Moral escrita a mediados del siglo XIX.
Democracia
En sentido estricto la democracia es una forma de gobierno, de organización del Estado, en la cual
las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación
directa o indirecta que le confieren legitimidad a los representantes. En sentido amplio, democracia
es una forma de convivencia social en la que todos sus habitantes son libres e iguales ante la ley y
las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales.
La democracia se define también a partir de la clásica clasificación de las formas de gobierno
realizada por Platón primero y Aristóteles después, en tres tipos básicos: monarquía (gobierno de
uno), aristocracia (gobierno de pocos), democracia (gobierno de la multitud para Platón y "de los
más", para Aristóteles).
Hay democracia directa cuando la decisión es adoptada directamente por los miembros del pueblo.
Hay democracia indirecta o representativa cuando la decisión es adoptada por personas
reconocidas por el pueblo como sus representantes. Por último, hay democracia participativa
cuando se aplica un modelo político que facilita a los ciudadanos su capacidad de asociarse y
organizarse de tal modo que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones públicas o
cuando se facilita a la ciudadanía amplios mecanismos plebiscitarios. Estas tres formas no son
excluyentes y suelen integrarse como mecanismos complementarios.
1 INTRODUCCIÓN
Democracia (del griego, demos, ‘pueblo’ y kratein, ‘gobernar’), sistema político por el que el pueblo
de un Estado ejerce su soberanía mediante cualquier forma de gobierno que haya decidido
establecer. En las democracias modernas, la autoridad suprema la ejercen en su mayor parte los
representantes elegidos por sufragio popular en reconocimiento de la soberanía nacional. Dichos
representantes pueden ser sustituidos por el electorado de acuerdo con los procedimientos legales
de destitución y referéndum y son, al menos en principio, responsables de su gestión de los
asuntos públicos ante el electorado. En muchos sistemas democráticos, éste elige tanto al jefe del
poder ejecutivo como al cuerpo responsable del legislativo. En las monarquías constitucionales
típicas, como puede ser el caso de Gran Bretaña, España y Noruega, sólo se eligen a los
parlamentarios, de cuyas filas saldrá el primer ministro, quien a su vez nombrará un gabinete.
El gobierno del pueblo tuvo un importante papel en las democracias de la era precristiana. A
diferencia de las democracias actuales, las democracias de las ciudades Estado de la Grecia
clásica y de la República de Roma eran democracias directas, donde todos los ciudadanos tenían
voz y voto en sus respectivos órganos asamblearios. No se conocía el gobierno representativo,
innecesario debido a las pequeñas dimensiones de las ciudades Estado (que no sobrepasaban
casi nunca los 10.000 habitantes). La primigenia democracia de estas primeras civilizaciones
europeas no presuponía la igualdad de todos los individuos, ya que la mayor parte del pueblo, que
estaba constituido por esclavos y mujeres, no tenía reconocidos derechos políticos. Atenas, la
mayor de las ciudades Estado griegas regida por un sistema democrático, restringía el derecho al
voto a aquellos ciudadanos que hubieran nacido en la ciudad. La democracia romana era similar a
la ateniense, aunque concediese a veces la ciudadanía a quienes no eran de origen romano. El
estoicismo romano, que definía a la especie humana como parte de un principio divino, y las
religiones judía y cristiana, que defendían los derechos de los menos privilegiados y la igualdad de
todos ante Dios, contribuyeron a desarrollar la teoría democrática moderna.
La República romana degeneró en el despotismo del Imperio. Las ciudades libres de las actuales
Italia, Alemania y Países Bajos siguieron aplicando algunos principios democráticos durante la
edad media, en especial, en el autogobierno del pueblo a través de las instituciones municipales.
Los esclavos dejaron de constituir una parte mayoritaria de las poblaciones nacionales. A medida
que el feudalismo desaparecía, surgía, a su vez, una clase media comercial y rica que disponía de
los recursos y tiempo necesarios para participar en los asuntos de gobierno. Resultado de esto fue
el resurgimiento de un espíritu de libertad basado en los antiguos principios griegos y romanos. Los
conceptos de igualdad de derechos políticos y sociales se definieron aún más durante el
renacimiento, en el que se vio potenciado el desarrollo del humanismo, y más tarde durante la
Reforma protestante en la lucha por la libertad religiosa.
Comenzando con la primera rebelión popular contra la monarquía, que tuvo lugar durante la
Guerra Civil inglesa (1642-1649), llevada a su punto culminante con la ejecución del propio rey
Carlos I, las acciones políticas y revolucionarias contra los gobiernos autocráticos europeos dieron
como resultado el establecimiento de gobiernos republicanos, algunos autocráticos, aunque con
una tendencia creciente hacia la democracia. Este tipo de acciones estuvieron inspiradas y guiadas
en gran parte por filósofos políticos, sobre todo por los franceses Charles-Louis de Montesquieu y
Jean-Jacques Rousseau, y por los estadistas estadounidenses Thomas Jefferson y James
Madison. Antes de que finalizase el siglo XIX las monarquías más significativas de Europa
occidental habían adoptado una constitución que limitaba el poder de la corona y entregaba una
parte considerable del poder político al pueblo. En muchos de estos países se instituyó un cuerpo
legislativo representativo creado a semejanza del Parlamento británico. Es posible que la política
británica ejerciese pues la mayor influencia en la universalización de la democracia, aunque el
influjo de la Revolución Francesa fue de igual forma poderoso. Más tarde, el éxito de la
consolidación de las instituciones democráticas en Estados Unidos sirvió como modelo para
muchos pueblos.
Hacia mediados del siglo XX todos los países independientes del mundo, a excepción de un
pequeño número de ellos, contaban con un gobierno que, en su forma si no en la práctica,
encarnaba algunos de los principios democráticos. Aunque los ideales de la democracia han sido
puestos en práctica, su ejercicio y realización han variado en muchos países.
4 LATINOAMÉRICA
El predominio del caudillismo, las presiones de los caciques y las oligarquías, los enfrentamientos
ideológicos y la dependencia económica externa, fueron algunos de los factores que provocaron la
inestabilidad, la lucha de multitud de facciones, el subdesarrollo y el estancamiento generalizado,
que se convirtieron en rasgos característicos de la política latinoamericana.
Se sucedieron épocas de libertad y democracia con otras en las que se generalizaron los
regímenes autoritarios y las dictaduras militares.
Al iniciarse la década de 1980, Latinoamérica vivía un auténtico renacer de la democracia, que se
ha extendido, a partir de los cambios ocurridos en Perú y Ecuador, a los demás países. En casi
todos ellos se manifiesta un fuerte apego a las constituciones, que consagran los contenidos del
Estado de Derecho. Quienes propugnan el desarrollo democrático en Latinoamérica luchan, sin
embargo, contra una cultura política en la que el autoritarismo ha jugado un papel muy significativo
a lo largo de su historia. No obstante, el consenso en que la lucha por generalizar la democracia
debería ser la principal misión de los gobiernos latinoamericanos fue la principal conclusión
extraída por los jefes de Estado de la zona reunidos en Chile durante la VI Cumbre Iberoamericana
celebrada en 1996.
MAQUIAVELO
El príncipe, principal obra escrita por Nicolás Maquiavelo y uno de los más influyentes tratados en
el posterior desarrollo de la teoría o ciencia política. Redactado en 1513, no fue publicado hasta
1532, cinco años después de haber muerto su autor. Además de su interés histórico, constituye un
interesante ejemplo de la prosa escrita en italiano durante el siglo XVI.
A lo largo de sus 26 capítulos, Maquiavelo propuso las condiciones que habían de caracterizar a
un príncipe, entendida esta figura como la cabeza o jefe del Estado. Pese a que en el fondo es un
escrito acerca del Estado mismo (Maquiavelo llegó a pensar en titularlo El principado), las tesis que
en él desarrollaría el escritor italiano hicieron que finalmente prevaleciera la identificación de los
conceptos Estado y príncipe, en tanto que, de existir entre ambos alguna relación de
subordinación, ésta favorecería al alto dignatario antes que a la entidad política. Ésa es la principal
idea postulada en la obra: debe ser el príncipe quien, con su actuación, modele la esencia de su
principado.
En El príncipe quedaron establecidos algunos términos y doctrinas que, pese a las múltiples
críticas que posteriormente recibirían, han pasado a formar parte del vocabulario político más
común. Maquiavelo eximía a los gobernantes de la sujeción a principios o normas emanadas de la
moral o la ética. La justificación de los medios empleados para la consecución de los fines
deseados otorgaba a la ‘razón de Estado’ el carácter de principio de rango superior. La obra está
profundamente determinada por el contexto histórico en que fue concebida. La atomización política
que caracterizaba a la Italia del siglo XVI devino en la necesidad de requerir la actuación de
estadistas poderosos, que consolidaran un Estado fuerte y unificado. Por este motivo, Maquiavelo
reivindicaba al gobernante una política exterior agresiva; la guerra debía constituirse en
instrumento básico de su política exterior para la constitución de su principado. En este último
sentido, también reseñaba la importancia que, en la organización de un Estado, debía tener su
ejército, el cual, para ser efectivo, tendría que estar integrado por los propios ciudadanos, y nunca
por tropas mercenarias.
El príncipe, que tuvo en César Borgia y Fernando II el Católico sus modelos inspiradores, generó
una intensa influencia desde el mismo momento de su publicación, lo cual se comprende si se
tiene en cuenta que precedió al periodo histórico de formación de los respectivos estados
nacionales europeos. Ha sido traducido a gran número de lenguas.
Fragmento de El príncipe.
De Nicolás Maquiavelo.
Capítulo XV.
De aquellas cosas por las que los hombres y especialmente los príncipes son alabados o
vituperados
Nos queda ahora por ver cuáles deben ser el comportamiento y gobierno de un príncipe con
súbditos y amigos. Y como sé que muchos han escrito sobre esto, temo, al escribir yo también
sobre ello, ser tenido por presuntuoso, máxime al alejarme, hablando de esta materia, de los
métodos seguidos por los demás. Pero siendo mi intención escribir algo útil para quien lo lea, me
ha parecido más conveniente buscar la verdadera realidad de las cosas que la simple imaginación
de las mismas. Y muchos se han imaginado repúblicas y principados que nunca se han visto ni se
ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta diferencia de cómo se vive a cómo se debe
vivir, que quien deja lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende más bien su ruina que su
salvación: porque un hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno fracasará
necesariamente entre tantos que no lo son. De donde le es necesario al príncipe que quiera seguir
siéndolo aprender a poder no ser bueno y utilizar o no este conocimiento según lo necesite.
Dejando por lo tanto de lado todo lo imaginado acerca de un príncipe y razonando sobre lo que es
la realidad, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos —y sobre todo los príncipes por
su situación preeminente—, son juzgados por alguna de estas cualidades que les acarrean o
censura o alabanza: y así, uno es tenido por liberal, otro por mezquino (usando un término
toscano, ya que «avaro», en nuestra lengua es aquel que desea poseer por rapiña, mientras
llamamos «mezquino» al que se abstiene en demasía de utilizar lo propio); uno es considerado
generoso, otro rapaz; uno cruel, otro compasivo; uno desleal, otro fiel; uno afeminado y pusilánime,
otro feroz y atrevido; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno recto, otro astuto, uno
duro, otro flexible; uno ponderado, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo y así sucesivamente. Y
yo sé que todos admitirán que sería muy encomiable que en un príncipe se reunieran, de todas las
cualidades mencionadas, aquéllas que se consideran como buenas; pero puesto que no se pueden
tener todas ni observarlas plenamente, ya que las cosas de este mundo no lo consienten, tiene que
ser tan prudente que sepa evitar la infamia de aquellos vicios que le arrebatarían el estado y
guardarse, si le es posible, de aquéllos que no se lo quiten; pero si no fuera así que incurra en ellos
con pocos miramientos. Y aún más que no se preocupe de caer en la infamia de aquellos vicios sin
los cuales difícilmente podría salvar el estado, porque si consideramos todo cuidadosamente,
encontraremos algo que parecerá virtud, pero que si lo siguiese sería su ruina y algo que parecerá
vicio pero que, siguiéndolo, le proporcionará la seguridad y el bienestar propio.
Bibliografía