El Exilio de La Justicia en Agustín de Hipona
El Exilio de La Justicia en Agustín de Hipona
El Exilio de La Justicia en Agustín de Hipona
Comenzaré estas palabras haciéndome eco de la propuesta que dio origen a esta
jornada de reflexión titulada: Políticas del Exilio. Orígenes, permanencias y presencia de
un concepto. A tal propósito, me valdré de una anécdota que protagonizó Popper cuando
fue invitado a un congreso internacional acerca del tema de la muerte. El célebre
epistemólogo nos comenta que en un comienzo pensó: ¿Qué podré decir yo acerca de la
muerte? Luego, habló de la muerte de las teorías.
Sabemos que la categoría de justicia ha sido una de las nociones constitutivas, por
no decir la noción esencial, que articuló tanto la teoría política clásica como las corrientes
judeo-cristianas de la Antigüedad y el Medievo.
Por otro lado, es también claro que el eje que articuló la filosofía y teoría política
clásica, ha sido el vínculo entre ética y política. De ahí que la categoría de justicia como
nexo de ambas dimensiones haya sido fundamental; y que suela presentarse a Maquiavelo
como el primer pensador político moderno, en tanto pone énfasis en la escisión entre la
política y la moral. Aunque en este escrito, parto del supuesto que tal escisión ya se
encuentra presente en Agustín. Sin embargo, no es que Agustín no le interese el plano ético,
sino que para él la ética puede constituir un terreno meta político, cuando no exhortativo de
la política y sus prácticas, pero no una dimensión intrínseca, dos caras de una misa moneda,
como es en los casos de Platón, Aristóteles y Cicerón. En tal sentido, puede pensarse a
2
Agustín, aunque no sólo por este rasgo, como una de las figuras que extiende un certificado
de muerte a la antigüedad clásica.
Desde la teoría política clásica, pero esta vez bajo la matriz republicana, un paso
obligado es el de la impronta ciceroniana, más que central para la hermenéutica
agustiniana. Cicerón nos recuerda que la justicia, pensada desde la matriz del derecho
natural, con fuerte influencia estoica es, junto con la categoría de sociabilidad, principios
fundamentales de la propia existencia de la república. Así, para la tradición republicana
pensar repúblicas injustas es una contradicción es sus propios términos, pues la condición
de posibilidad de toda república que se precie de tal es la justicia. Aquí valdría la pena
trazar una posible analogía entre los principios republicanos ciceronianos y los principios a
priori kantianos que fundamentan el Estado como Estado de Derecho. Pues ambos
pensadores sostienen que estos principios son fundamentos del Estado, anteriores al Estado
(república).
El propio término República significa cosa pública. Por tanto, Agustín se hace
cargo, siguiendo a Cicerón, que el sujeto de toda república como realidad existente, no es
otro que la existencia de un pueblo, a la par que un pueblo no se reduce meramente a ser la
sumatoria de átomos individuales, da ahí la cualitativa diferenciación entre pueblo y
multitud. Con respecto a la justicia, se ve claramente en la cita precedente lo que ya fue
explicitado, sin justicia no hay república. Por último, el concepto de ‘comunidad de
intereses` es constituyente del espíritu romano en lo que respecta a pensar la política. Desde
esta perspectiva es sugerente el comentario de Wolin:
“La importancia asumida por el interés en la práctica y pensamiento político romanos sumaba un
nuevo matiz de significado a la actividad política, y realzaba el carácter específico de la acción política. Los
romanos habían advertido instintivamente que la legitimación del interés no sólo ocasionaba una forma
limitada de acción, una especie de diplomacia interna, sino que también la multiplicidad de intereses
presuponía el carácter incompleto de las soluciones para las cuestiones políticas. Si la actividad política se
centraba alrededor de los intereses, los problemas concomitantes debían ser resueltos sobre la misma base; es
decir, sobre la base de exigencias que divergían precisamente porque cada una poseía una determinada
particularidad que la diferenciaba de las otras”.2
1
San Agustín. La Ciudad de Dios, Madrid: BAC, 1958, LII, 21.
2
Wolin, Sheldon. Política y perspectiva, Bs.As.: Amorrortu, 1993, p.98.
3
CD, LII, 21.
4
Agustín siguiendo a Cicerón dice que la pérdida del bien común implica la muerte
de la república y el mayor tipo de injusticia en cuanto instauración del terreno de lo
arbitrario o particular, como por ejemplo son las tiranías o las facciones. Con respecto a
este aspecto es muy interesante la observación de Adams4 en tanto enfatiza -siguiendo
fielmente a Agustín- que ni el mismo pópulus es más pueblo si es injusto, ya que en tal caso
no es una multitud unida en hermandad por un derecho de sentido común y un interés
comunitario. Incluso, para un pueblo injusto, o mejor dicho una multitud, dicho
comentarista continúa argumentando que Agustín no encontró otro término actual para usar
más que el término griego de tirano. Dicha observación nos interesa porque de alguna
manera anuncia lo que en términos teórico-políticos modernos suele denominarse la tensión
entre república y democracia. Pues al tratar al pueblo como tirano, Agustín hace referencia
implícita a la idea de populacho, es decir, si bien una multitud, pero orientada a un interés
particular, de una facción.
De esta forma, Agustín introduce la noción de ‘verdadera justicia’. Cae de suyo que
la dimensión teológica se sitúa solamente en Agustín y al introducir dicha categoría como
fundamento de la república, maximiza su polémica con los paganos de su tiempo. Por esta
razón introduce la cuestión idolátrica que era ajena a Cicerón como el motivo principal de
la decadencia de Roma. Al respecto, Marshall5 sostiene que Agustín acepta la
interpretación ciceroniana de iuris consensus como justicia. Pero enfatiza que el hiponense
rechaza el concepto de justicia como un factor integrante del Estado romano; esto explica la
ausencia de la frase ‘iuris consensus’. El mismo autor afirma, también, que la conexión
entre ius y iustitia, puede ser también ciceroniana, pero no cabe duda -y nosotros
4
Cfr. Adams, Jeremy DuQuesnay. “The populus of Agustine and Jerome”. A Study in the Patristic Sense of
community, New Haven, London: Yale University Press, 1971.
5
Cfr. Marshall, R. T., Studies in the Political and Socio-Religious Terminology of the Civitate Dei,
Washington: Catholic University of América Press, 1952. Cfr. Cancelli, F. “Iurus consensu nella definizione
ciceroniana di ‘res publica’”, en: Rivista di Cultura clásica e Medioevale, XIV, 3 (1972).
5
acordamos en ello- que cuando iustitia es especificada como ‘verdadera justicia’ la única
firma posible es la de Agustín.
“[...], donde no hay verdadera justicia no puede darse verdadero derecho. Como lo que se hace
con derecho se hace justamente, es imposible que se haga con derecho lo que se hace injustamente.
En efecto, no deben llamarse derecho las constituciones injustas de los hombres, puesto que ellos
mismos dicen que el derecho mana de la fuente de la justicia y que es falsa la opinión de quienes
sostienen torcidamente que es derecho lo que es útil al más fuerte. Por tanto, donde no existe
verdadera justicia no puede existir comunidad de hombres fundado sobre derechos reconocidos, y,
por tanto, tampoco pueblo, según la definición de Escipión o de Cicerón. Y si no puede existir el
pueblo, tampoco la cosa del pueblo, sino la de un conjunto de seres que no merece el nombre de
pueblo. Por consiguiente, si la república es la cosa del pueblo y no existe pueblo [...] síguese que
donde no hay justicia no hay república.”6
de vista que considera que Agustín redefine dicho imaginario espiritualizando las virtudes
cívicas de los romanos como legado civilizatorio para la humanidad. De todos modos, hay
certeza de que el libro XIX, a diferencia del primer cuerpo de la obra, va mucho más allá de
una intención meramente apologética y que de él se desprende tanto una teología de la
historia como así también lo que en la actualidad podríamos denominar algo cercano a una
teoría sociológica.
“Este es precisamente el lugar propio para decir, lo más concisa y claramente que pueda, lo que
prometí en el libro II de esta obra. Y es mostrar que, según las definiciones de que Escipión se
sirve en los libros Sobre la república de Cicerón, no ha existido nunca la república romana”.8
Esta cita no hace sino más que reforzar todo lo que vinimos argumentando
anteriormente. Agustín se vale del concepto de justicia tal como fue recepcionado por la
tradición neoplatónica; sobre todo a partir de la hermenéutica del Platón de La República.
Recordemos que Platón definía a la justicia no sólo como hacer lo que corresponde por
naturaleza, sino, también, dar a cada uno lo que corresponde por naturaleza. Obviamente
que Agustín se apropia de dicha lectura imprimiéndole su sesgo propio:
“Ahora bien, la justicia es la virtud que da a cada uno lo suyo. ¿Qué justicia es esta que aparta al
hombre del Dios verdadero y lo somete a los inmundos demonios? ¿Es acaso dar a cada uno lo
suyo? ¿O es que quien quita la heredad a quien la compró y la da a quien no tiene derecho a ella,
es injusto; y quien se quita a sí mismo al Dios dominador y creador suyo y sirve a los espíritus
malignos, es justo?”9
“Cuando habla de una ciudad humana, Agustín piensa ante todo en Roma y en su historia, tal
como se la habían enseñado los escritores latinos. Si ha podido refutar el cargo dirigido contra la
iglesia, de haber causado la ruina de Roma, es porque -según vimos- el mismo Salustio10 había
tenido a Roma como arruinada por sus propios vicios desde antes del nacimiento de Cristo.
Preguntándose en qué momento de su historia mereció el nombre de ciudad, también entonces
apela a una definición pagana de la ciudad. Así juzgando a la sociedad pagana en nombre de las
normas que ella misma había poseído, se inspira en reglas que ella no podría recusar”11
12
Gilson, E. Op. Cit., p.52.
13
Cfr. Rossi, Miguel Ángel. “Agustín: el pensador político” en: Atilio Borón (compilador). Filosofía Política
Clásica, Buenos Aires: Luxemburg, 2009.
8
Gilson interpreta dicha cita en los siguientes términos: “No es difícil ver en qué
sociedad piensa ante todo Agustín, cuando trata de definirlas a todas. Si se trata de saber
qué asociación de seres racionales se ha fundado, ante todo, sobre su amor común a la
misma cosa - En qué otra habría de pensarse sino en la ecclesia de Cristo”15.
Pero tanto en un caso como en el otro, lo que constituye a las ciudades y los
respectivos ciudadanos es la categoría de amor. Claro que el tipo de amor de los ciudadanos
de la Ciudad Terrena carecerá de la dignidad de amor de la celestial. Este es un punto clave,
porque justamente por este motivo, Agustín argumentará la existencia sin contradicción
alguna de repúblicas injustas, de repúblicas que tienen como única finalidad el interés
común del disfrute y absolutización de los bienes temporales. Curiosamente será Agustín el
que termine por desvincular, como anteriormente hicimos referencia, el ámbito de la ética
del ámbito de la política. Pero vayamos a su definición:
“Pero no por eso diré que no es pueblo, ni que su asunto primario no es la República, entretanto
que se conservare cualquiera congregación organizada y compuesta de muchas personas, unida
entre sí con la comunión y concordia de las cosas que ama. Lo que he dicho de este pueblo y de
esta República, entiéndase de los atenienses, o de otra cualquiera de los griegos, y lo mismo la de
los egipcios, y de aquella primera Babilonia de los asirios, cuando en sus Repúblicas estuvieron
sus imperios grandes o pequeños, y eso mismo de otra cualquiera de las demás naciones”.18
Por último, habría otro tipo de exilio, no menos importante, vinculado al exilio de la
justicia. Explicitemos tal cuestión, aunque sea imposible el desarrollo de la misma en esta
oportunidad.
Si bien Agustín habla de dos tipos de ciudadanos y dos tipos de ciudadanía, no le está
permitido al hombre saber a ciencia cierta cuáles son los móviles íntimos de su propio
querer, pues podemos pensar que somos ciudadanos de la ciudad de Dios, y sin embargo
movernos por un oculto móvil que escapa estructuralmente a nuestra propia mirada. Así, el
interesante, dado que encuentra, utilizando su propia terminología, “diferentes formas fundamentales del
amor”. Estas son: amor cariño, que lo ejemplifica en la relación de Agustín con su madre; amor amistad; amor
ágape; amor al orden; amor Eros. Rivera de Ventosa argumenta -y nosotros coincidimos- que de estas formas
mencionadas, sólo las tres últimas juegan un papel central en La Ciudad de Dios. Cfr. Cfr. Rivera De
Ventosa, Enrique. “La Estructura de la Ciudad de Dios, a la luz de las formas fundamentales del Amor”.
Agustinus, XII, 196.
17
Dicha cosmovisión ya estará presente en Agustín en sus escritos tempranos, como es por caso, El libre
arbitrio: “Ag. Es evidente que unos hombres aman las cosas eternas y otros las temporales; y que, según antes
hemos visto, existen dos leyes, una eterna, y temporal otra. Dime, pues, si tienes idea de la justicia, ¿Quiénes
de estos piensas tú que han de ser sujetos de la ley eterna y quiénes de la ley temporal? Ev. Me parece que no
es difícil contestar a lo que preguntas, pues aquellos a quien el amor de las cosas eternas hacen felices, viven a
mi modo de ver, según los dictados de la ley eterna; mientras que a los infelices se les impone el yugo de la
ley temporal.” San Agustín. Del Libre Albedrío. Madrid: BAC, 1958, I, 106.
18
CD, XIX, 24.
10
hombre devendrá un exiliado de sus propias intenciones. Mientras el hombre antiguo era el
agente supremo de su accionar, Agustín captará dramáticamente la escisión de un querer
que al mismo tiempo no puede. La legitimación de tal afirmación, supone, entre otras
cuestiones, la referencia a una metafísica de la infinitud. Es decir, la constitución de un
sujeto que internalizó una otredad infinita y para decirlo en términos agustinianos: se
convierte en una preocupación para sí mismo .Un hombre anclado en la intimidad y en
fuga hacia la trascendencia, cuestión que hubiese escandalizado a un griego.