El Cuerpo en Dante Corregido
El Cuerpo en Dante Corregido
El Cuerpo en Dante Corregido
La labor de buscar entre los escritos de Dante Alighieri una definición de “cuerpo”, es
difícil no solo por lo meticuloso y adornado de sus versos –que dicho sea de paso, en
toscano son una verdadera delicia-, mas no nos indica nada que sea imposible el hecho de
hallarla.
En el Ars Magna de Dante: La Divina Comedia, obra que le tomó 12 años finalizar,
refiere indirectamente a un concepto, que es el que goza o sufre en la misma obra: el cuerpo.
Es sumamente importante el que tengamos en cuenta ello, puesto que desde el comienzo de
la obra, poco después de que el poeta Virgilio aparezca para salvarlo, se denota que no hay
otro tipo de paga después que la muerte, que no sea atribuida al cuerpo.
La importancia de este concepto en Dante, es siempre constante, desde el canto III en
el cual dónde se les menciona a los muertos como Sombras, o espíritus, tienen castigos
siempre aplicados a los cuerpos, y algunos castigos hacen parecer que es realmente el
cuerpo que poseyeron en vida el que en el infierno llevan. En este punto entra Dante al
Infierno y contempla a los que, en tanto tal, no merecen un “castigo” en todo el sentido de la
palabra como lo son hombres “sin pena ni gloria” y ángeles fieles a sí mismos, cuyo castigo
es: “iban desnudos y azuzados siempre de moscones y avispas que allí había. Éstos de
sangre el rostro les bañaban, que, mezclada con llanto, repugnantes gusanos a sus pies la
recogían” (Cántico primero, canto III).
Más adelante llega al Limbo, donde se hallan los que pecado alguno no cometieron
mas por no haber recibido el agua del bautismo no alcanzan la gloria de Dios, y por tanto no
merecen un castigo, sino estar solamente por el resto de la eternidad encerrados, y entre
ellos hay muchísimos hombres ilustres y célebres, como el tan admirado por Dante,
Aristóteles, los mismos Platón y Sócrates, Homero, Virgilio por supuesto, Heráclito, Zenón, y
muchísimos más (Ibíd. Canto cuarto).
Acto seguido entra al primer foso, donde, curiosamente, se hallan en el menor de los
castigos, los lujuriosos, y esto ha de importarnos mucho, puesto que, al parecer en la vida de
Dante, a lo que más propenso podía ser en tanto que pecador, sería la lujuria, y es por eso
de notar, que los menos castigados, sean los lujuriosos; pues no hemos de olvidar que
aunque estaba casado con otra mujer, aún seguía amando en enorme grado a Beatriz, quien
es su guía en el paraíso.
De este foso se menciona: “La tromba infernal, que no se detiene nunca, envuelve en
su torbellino a los espíritus; les hacer dar vueltas continuamente, y los agita y les
molesta.”(Ibíd. Canto V). Como se puede notar, no hay un castigo al cuerpo, para los que,
curiosamente, ambicionaron el cuerpo. Lo anterior nos puede hacer reparar en lo importante
que es éste para Dante, quien, a lo largo del infierno, plantea solamente castigos físicos, por
lo que podrían incluso ser pecados menores, otros mencionados más adelante, que los
acometidos por los lujuriosos que en este círculo se mencionan.
Poco después se llega al círculo de los golosos, a quienes una lluvia eterna con
granizo y nieve “desciende en turbión a través de las tinieblas; la tierra, al recibirlos, exhala
un olor pestífero” (Ibíd. Canto VI). Si hay una constante en el infierno, en cuanto a la
condición de los pecadores condenados, es que todos ellos se hallan desnudos, esto, al
parecer, es para que los castigos sean más severos y se resientan aún más sobre el cuerpo
del condenado. Además de que siempre se presentan los lugares infernales, como pestíferos
e irritantes, 2 cosas que son sumamente desagradables al cuerpo.
En este caso una lluvia oscura, densa y copiosa acompañada de nieve y granizo
condena de por vida a los afectos a la gula, aquí, parece que el cuerpo sufre más de lo que
merecería, en comparación a los lujuriosos, que en la Biblia son mencionados mayor número
de veces, que los glotones, haciendo relucir de nuevo el cuerpo, mientras devela ligeramente
qué podría significarle a Dante este importante concepto.
Los irascibles no tienen un verdugo que les castigue, como en otros círculos los hay, y
en ellos quien más castiga, son ellos mismos. De ellos se dice que están “encenagados en el
pantano. Se golpean, no solo con las manos, sino con la cabeza, con el pecho, con los pies,
arrancándose la carne a pedazos con los dientes” (Ibíd. Canto VIII). Aquí vemos un castigo
con mayor fuerza, dónde el daño es infringido directamente al cuerpo, y por el mismo
pecador, sin ayuda de fuerzas externas a él. En este caso es muy importante el que se
arrancan “la carne a pedazos con los dientes”.
Aquí ya se deja ver que el cuerpo, es algo que tiene un dejo de pureza, o que al
menos, él debe de ser conservado en un estado puro, pues el sufrimiento del pecador llega
al grado, de que destroza su impuro cuerpo, pues al estar eternamente condenado al
infierno, el mismo pierde tanto valor, que el pecador destroza su cuerpo sin piedad, cual si no
valiere nada.
Pero mientras tanto analicemos casos posteriores.
En el séptimo foso, donde los centauros disparan incansablemente flechas a los
condenados, se hallan los que fueron violentos en 3 formas distintas: contra el prójimo,
contra sí mismos y contra Dios. Los primeros están sumergidos en Sangre Hirviente por toda
la eternidad, lo cual refleja que fue tomado del ejemplo de crueldad de Atila, quien hervía a
sus enemigos, y a quien ahora se le tiene hirviendo en la sangre de los que asesinó, para
toda la eternidad. En este caso el dolor no parece tan enorme como auto desgarrarse, pero
se nota como el trato al cuerpo es tal, como si sus cuerpos tuvieran tan poco valor que
pueden deshacerse hirviendo eternamente, del modo en que las bacterias se desintegran en
el hervor del agua.
En una oscura y densa selva se hallan los que fueron violentos contra sí mismos, más
claramente: los suicidas. A ellos les ha sido vetado su cuerpo, y ahora “están convertidos en
árboles” a los cuales las Arpías, “les arrancan todas sus hojas” y les molestan de continuo,
además de que cada que algo les es arrancado, sangran copiosamente mientras se quejan
(Ibíd. Cantos XV, XVI). En este caso, tan poco valor dieron los condenados a su cuerpo, que
ahora no son cuerpos humanos, sino árboles. Esto nos hace pensar en lo santo que puede
llegar a ser el cuerpo para Dante, a un grado tal, que a los que acabaron con el suyo, les
ponga en una posición en la cual son indignos de llevarlo para sufrir sus condenas, y dónde
de hallen en cuerpos sin movimiento que no pueden siquiera tratar de protegerse de su
eterna condena.
Más adelante, en medio de la selva, hay un desierto con arena ardiente, donde “caen
copos de fuego, como caen en los Alpes” (Ibíd. Canto XVII) para castigar a los violentos
contra Dios, estos, no tiene forma de huir de su castigo, si bien algunos otros, con suerte, no
están segundo a segundo siendo torturados; los que contra Dios pecan, sin embargo,
aunque estén tan solo de pie, o si dieren saltos para evitar la arena ardiente, los copos les
quemarían los cuerpos sin piedad. Por lo tanto el cuerpo debe de servir, no solo para portar
el alma mientras se vive, sino además, y más importante aún: para dar adoración a Dios, por
eso a los que fueron, (y algunos aún en el infierno lo siguen siendo) violentos contra Dios, su
eterno castigo no se detendrá ni un instante jamás.
A los engañadores y seductores, se los tiene caminando de prisa por miedo a ser
latigados cruelmente en la espalda. Este castigo, si bien no aparenta ser algo muy severo,
enseña que el engaño y las mentiras que son consideradas tan poca cosa en tanto que
pecados, demuestran en este caso que no es así, al menos para Dante, quien coloca su
castigo en la fosa llamada Malebolge, destroza la carne de los castigados cada que aflojan el
paso o pasan frente a los demonios encargados de su castigo, por lo cual, deja ver que las
mentiras se pagan caras al cuerpo, al igual que la seducción, tal es el caso de Jasón, quien
por obtener algo, sedujo y engañó, y ahora su cuerpo, será rasgado sin compasión en la
eternidad (Ibíd. Canto XVIII).
A los adivinos y los magos, se les castiga de una forma harto severa, puesto que “por
haber querido ver demasiado hacia adelante ahora mira(n) hacia atrás y llevan un camino
retrogrado”. A estos que hicieron mal uso de su vida teniendo contacto con demonios de
adivinación, se les convierten en pechos las espaldas, y andan hacía atrás, y es que han sido
estos los que un trato menos humano han llevado en su vida, pues han tratado con espíritus
inicuos, y por tanto su cuerpo, no será latigado, hervido, quemado, hundido en el fango, ni
nada semejante, sino que simplemente dejará de ser un cuerpo normal, un cuerpo humano
como debe de ser, en toda la extensión de la palabra.
Un cuerpo que avanza al revés y que jamás podrá volver a mirar al frente demuestra
que para Dante, el cuerpo debía de jamás desviarse, ni “a la izquierda ni a la derecha”, y
tampoco debería de encargarse de asuntos que solo pertenezcan a Dios, en este caso de la
videncia y adivinación, pues en tal caso, lo distintivo como humano se habrá de perder en el
cuerpo. Entre otras cosas, el hombre debe solo de encargarse de asuntos humanos, como lo
es la adoración divina, en lugar de la adivinación, que no le corresponde en lo más mínimo.
A continuación se muestran a los estafadores, quienes arden sumergidos en una pez,
y quienes, cada que se asoman, son desgarrados por los demonios voladores que están
destinados a ello (Ibíd. Cantos XXI y XXII). Estos desgraciados, no solo sufren un tormento,
sino dos, pues primeramente arden sus cuerpos cuales langostas hirvientes, y al salir por la
falta de aire o el calor tan insoportable de la hirviente pez, son todavía desarmados por los
demonios y sus aguijones, siendo aún peor, que sus cuerpos sanarán para volver a sufrir el
mismo castigo durante toda la eternidad.
En este caso, a aquellos que abusaron de la confianza ajena se les tiene entre los
pecadores de graves pecados, y este castigo no es nada quedo pues por donde sea visto, al
igual que los violentos contra Dios, se les da un castigo del cual no hay un instante de
descanso. Y aquí Dante muestra la importancia que cumplimiento de la palabra tiene para él,
puesto que Dios no defrauda. Además de que hace ver en este castigo que, si bien el cuerpo
puede sufrir sin parar, y regenerarse para volver a sufrir en el infierno, en la vida real debe de
ser todo lo contrario, pues si a uno le cortaren un brazo, como los demonios hacen en la
Comedia, a éste no le sanará jamás ni se le regenerará, sino que lo perderá completamente,
y esta cruel manera de mostrar el castigo deja ver que el cuerpo debe de ser cuidado, pues
es un regalo de Dios, y por lo tanto, no se le debe de poner en peligro; pues es obvio que
nadie por placer se meterá en agua hirviendo, puesto que terminará sin piel o morirá. Aquí,
probablemente el agua hirviente se haga como alegoría de una purificación, que si bien, no
purificará a los pecadores para ascender al paraíso, muestra que la pureza en el hombre es
importante, tanto como el cuidado del cuerpo, lejos a lo que los caballeros hacían en los
juegos de la época medieval.
A los hipócritas, se los tiene andado eternamente mientras cargan una pesadísima
túnica con capucha semejante a la de los frailes, que por fuera es de oro, y por dentro de
plomo pesadísimo, tanto que “a cada paso que dábamos (Dante y Virgilio) cambiábamos de
compañero”. Y hay aún un hipócrita de castigo mayor en el recinto, que es el Sumo
Sacerdote del templo de Jerusalén que incitó a los judíos a dar muerte a Jesucristo, y ese
desnudo y crucificado está en el centro, y todos los condenados a andar con las túnicas de
plomo, han de pasar por encima de él eternamente (Ibíd. Canto XXIII).
En este caso, la hipocresía les pesa literalmente, puesto que han de cargar con el
peso de ella por la eternidad, y más aún al que debe soportar el peso de las hipocresías
ajenas sobre su cuerpo. Si bien son las únicas almas que no andan desnudas en el infierno,
su falta de desnudes no indica que el cuerpo no sufra pena alguna, y es justamente esta
pena, una muestra del –otra vez- cuidado del cuerpo, que en Dante se presenta con
constancia, pues que peor situación habría en vida que llevar cargas excesivamente
pesadas, como los Hebreos siendo esclavos en Egipto, y obviamente Dante demuestra que a
Dios ello disgustaba en demasía, por eso, si se le hizo un sufrimiento enorme para los
hombres justos del pueblo de Israel, sería un Castigo perfecto para los que lejos de ser
justos, son Hipócritas y falaces.
A continuación, en el séptimo recinto, se hallan los ladrones, quienes son atados y
torturados por serpientes, quienes al ser mordidos por ellas, son reducidos a cenizas, y de
nuevo, vuelven a resurgir, para ser nuevamente mordidos por toda la eternidad, mientras que
otros son deformados y unidos con serpientes, hasta dejar de ser cuerpos humanos, sino
deformes híbridos mitad hombre, mitad serpiente (Ibíd. Canto XXIV XXV).
Estos condenados, ladrones en su mayoría, son ahora privados de su humanidad, que
cabe recalcar, en el infierno, son solo sombras, y aun siendo solo sombras, lo humano que
tenían se les quita. En este caso a los ladrones Dante los toma por faltos de castidad, pues
no es casto el robo, y es por ello que su castigo es ni más ni menos que ser privados de ser
hombres, mientras que a los otros se les consume a cenizas eternamente, una y otra vez,
siendo el cuerpo del pecador de tan poco valor que el mismo puede ser desintegrado a
placer. Si en el infierno, el cuerpo humano es para Dante de un valor tan ínfimo como para
quitarle lo que lo hace humano, el cuerpo en vida no debe de hacer nada sino lo que permita
que siga siendo lo más humano posible, es decir que el cuerpo, es para él carnalmente algo
muy valioso, y quizás esto tenga conexión con el quedo castigo aplicado a los lujuriosos,
quienes, si bien le dieron importancia al cuerpo, esa importancia fue torcida, por lo que el
cuerpo, si no debe ser visto por Dante como solo un deseo carnal (al cual él mismo no
castiga mucho), debe de tenérsele en la estima debida como regalo divino.
A los que sembraron discordia, hay un demonio, que cada que dan la vuelta a su fosa,
les corta con una afilada espalda dónde quiera que el golpe caiga, sea su cabeza, su pecho
o algún miembro, y cada que terminen de dar la vuelta a la fosa, sus heridas se cierran para,
de nuevo, ser cortados por la espada (Ibíd. Canto XXVIII). En este caso el cuerpo es cortado
sin piedad una y otra vez, volviéndose a regenerar cada que debe volver a ser cortado. El
cuerpo del pecador es tan degradado, que se le puede mutilar por toda la eternidad, contrario
a lo que en vida, parece correcto. Dante en esta ocasión deja ver al cuerpo como algo que
debe conservarse como dice la biblia “como sacrificio acepto”. Probablemente eso tenga
comparación con los sacrificios animales que se practicaban en Israel, donde el animal debía
de estar en perfectas condiciones, sin enfermedades ni lisiado. Por lo tanto, el cuerpo, en
semejanza con esos sacrificios que ya no eran válidos en los días de Dante, debe ser
presentado a Dios completo y en condiciones óptimas, caso contrario en el infierno, donde
nada de malo hay ya, en que el cuerpo pecaminoso sea destazado completamente.
A Los Falsos y falsificadores les corresponde un castigo terrible, el primero que tanto
tuvo en vida, se ve ahora privado de una sola gota de agua y su cuerpo está deformado por
la hidropesía, mientras, sediento hasta más no poder, y encadenado, tiene enfrente de sí un
río que fluye constantemente, mientras a los falsos los consume un dolor de cabeza y una
fiebre insoportables, al grado de despedir un vaho cual si hubiere hielo y ellos transpiraren
(Ibíd. Canto XXX).
En el primer caso, el falsificador, tiene un tormento por muchos, pues no solo está
deformado por la enfermedad, sino que muere de sed, al tiempo que su enfermedad no es
más que retención de agua. En este caso Dante critica aunque algo indirectamente, los
excesos al cuerpo, pues castiga en un hombre que retiene líquidos una eterna sed, el mismo
que tuvo en abundancia y solo desea una gota de agua. Es decir, que Dante, como lo hace
en un principio con los golosos, no permite en modo alguno dentro de su concepción del
cuidado del cuerpo los excesos de tipo alguno, pues la Biblia condena a los que beben y
comen en exceso.
Al final del infierno Dante llega a donde los condenados están congelados del cuello
para abajo, morados, y sonando los dientes del modo en que las cigüeñas hacen con sus
picos. Ellos al igual que los violentos contra Dios, tiene un sufrimiento que no puede
aminorarse en modo alguno, si bien otros pecadores pueden huir de que el castigo sea más
severo. Y son ellos los que están completamente imposibilitados de movimiento alguno, cual
si estuvieren muertos, además de estar en una temperatura en la cual, si estuvieren vivos,
les sería imposible sobrevivir. Como en otras ocasiones, el castigo que Dante pone a los
traidores, es una vez más una advertencia al cuidado del cuerpo, el cual debe de ser tratado
cuidadosamente, nunca expuesto a nada extremo, en este caso a la temperatura.
El análisis que del Infierno se presenta en estas páginas, es muchas veces reincidente
en ciertos puntos, puesto que al parecer, desde el principio de la lectura Dante demuestra
que para él no es el cuerpo algo de tan poco valor como en todo el medioevo se hizo creer,
al punto que el cuerpo en vida, era castigado, desde la ropa usada, hasta el sitio donde se
dormía.
Dante, como buen Renacentista y siendo uno de los primeros precursores del
modernismo, viene haciendo algo más moderno con el concepto del cuerpo, al cual le da la
importancia que el medioevo le quita, y que más adelante artistas y escritores retomarán.