CUENTOS Autoestima
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AUTOESTIMA
“La tarde de Plata”. El derecho a disfrutar de la vida
Cuentan las olas del mar la historia de un pequeño rey, de nombre Samuel,
que no sabía jugar ni reír. Vivía en un maravilloso palacio azul situado al borde
de los acantilados de la isla de la luz. Y eran tantos sus deberes que no le
permitían ser un niño. En su vida, sólo existía un único placer: escapar a la playa
para mirar el océano que lo llamaba como si quisiera desvelarle sus secretos.
Cuentan las olas que Samuel deseaba ser un delfín para sumergirse en el
mar y recorrer todos los países acuáticos, donde las aguas- según le habían
dicho- eran de bellísimos colores. Un día, su deseo era tan grande, tan grande,
que despertó a la diosa del océano de su sueño de siglos. Lamar apareció antes
sus ojos con un hermoso traje de espuma y le dijo que le concedería un deseo,
pero que tenía que esperar a la tarde de plata, el único momento en el que los
humanos podían convertirse en delfines.
También lo instruyeron sobre los peligros del mar, pero lo que nunca pudo
imaginar el niño delfín era que su peor enemigo eran los humanos. Pronto pudo
comprobarlo, al tener que huir de las redes de unos pescadores para salvar su
vida. Fueron muchas las aventuras que vivió Samuel en el fondo marino, sin
embargo, una de las más asombrosas le sucedió un día de tempestad. El mar
quería alcanzar el cielo y en su arrebato, hizo naufragar un barco. Sin él
esperarlo, sus amigos los delfines mostraron en sus lomos a los supervivientes
para rescatarlos de una muerte segura.
El agua se volvió cada vez más fría, así que busco cobijo en una gruta de
donde salían unas burbujas enormes. Penetró en la cueva hasta el fondo, sin
saber lo que le podía esperar. No supo que era la guarida de un tiburón gigante
hasta que vio sus fauces avanzando hacia él para comérselo. El miedo a la
muerte le hizo reaccionar, recordando las estrategias de los delfines ante tal
crueles enemigos. Pasó por debajo del monstruo y le asestó un fuerte golpe en
la barriga con su morro. El tiburón se alejó dolorido por el embate de su presa.
Todos los niños respetaban a Juana, la que jugaba sola. Hasta que un día
los mayores no encontraban nada con qué jugar...El recreo era sagrado para la
pintora que exploraba la tierra con sus grandes ojos, buscando hormigas,
bichitos de luz y piedras de mágicos colores. La niña no esperaba aquel tirón de
pelo, pero menos aún sus compañeros esperaban esa respuesta. Juana
comenzó a chillar y a patalear hasta conseguir que todos se arremolinaran a su
alrededor. Después habló y habló por los codos para que nadie volviera a
meterse con ella.
Lo cierto es que Juana se dio cuenta de que decir palabras tenía resultado
e intentó pintarlas. Con una facilidad impresionante fue pintándolas en colores y
dándoles forma. Lo malo era que nadie entendía lo que escribía. Ella se había
inventado solita un nuevo lenguaje. Juana se había hecho con un nuevo
lenguaje. Juana se había hecho inventora de palabras.
Ahora sí que le gustaba hablar, y ,sobre todo, cuando quería regalar sus
palabras. Porque Juana le regaló a cada niño y a cada niña un nuevo nombre;
hasta ella cambió el suyo. Y era tan divertido llamarse otra cosa, que la maestra
le pidió por favor que le dijera un secreto para que los niños le hicieran caso.
A Juana, esto de ser inventora de palabras la hizo archifamosa en su
clase: todos los niños querían ponerse con ella en la mesa. Además seguían a
la pintora en el recreo para que les regalara un nuevo nombre para su perro,
para su gato, para su hermano... Así es cómo Juana llegó a la conclusión de que
era tan importante y tan divertido hablar como pintar, sobre todo, si las palabras
y los dibujos se los inventaba ella misma.
“Niña sandía”. En brazos de la vida.
Niña Sandía se sintió tan feliz cuando escuchó a su madre que le dijo
entusiasmada: - Mamaíta, mamaíta, ¿sabes una cosa? ¡ Que te quiero mucho!
Después se dieron un gran abrazo de sandías .
El niño exclamó:
La persona salió con esfuerzo. Primero, sacó una pierna, luego la otra,
después los brazos... Y se quedó encogida en el lavabo. El niño,
riéndose le dijo:
Esta le respondió:
Cuando bajó, los dos se abrazaron muy fuerte. Y de los dos desapareció el
miedo. Pues se tenían el uno al otro para siempre.
Así que, agarrados de la mano, caminaron juntos por la vida, con paso seguro.
“La princesa pintora”. Crear, para aprender a crear nuestra
propia vida.
Su palacio parecía una enorme paleta de pintor. Tenía siete bañeras cada
una de un color, y se iba metiendo en ellas según le apetecía.
La princesa pintora era superfeliz. Su alegría era infinita por que siempre
estaba descubriendo colores nuevos y cosas que pintar; su alma estaba llena
de poesía, que ella iba plasmando. Además siempre, siempre, disfrutaba ya
que todo lo pintaba con mucho gusto y cantando.
La princesa no era del todo feliz, pues le faltaba un color. Se dio cuenta
de ello un día en el jardín al ver un pájaro muy raro, de un color extrañísimo.
Andrea se quedó tan maravillada de su resplandor que le preguntó:
A una princesa de tan portentosa imaginación le fue muy fácil idear una
forma de llamarlo. Dispuso las hermosas pinturas que había hecho de Yazid
alrededor de su jardín y, mirando la cumbre, comenzó a cantar una bella
cancioncilla:
Pajarito, pajarito,
no hay nadie como tú,
vuelve pronto a mi jardín,
sin tu resplandor de oro,
me es imposible vivir.
May, orejas largas, era el perro más juguetón del lugar, le encantaba jugar
con los demás animales. Pero le ocurría algo terrible: cuando comenzaba a jugar
sacaba sus garras y arañaba y hería, incluso tiraba bocados de verdad. El no
sabía que hacía mucho daño. Lo cierto es que los demás animales comenzaron
a alejarse de él y se quedó muy sólo sin saber por qué.
Como nadie quería jugar con él, se fue al campo, se escondió entre los
matorrales y decidió que si nadie quería se convertiría en un perro rabioso que
asustaría a todo el mundo. Desde luego nadie se atrevía a pisar el campo, pues
todos le temían. Aquella situación no podía durar mucho tiempo, ya que no tenían
que comer. Por este motivo los animales se reunieron y decidieron mandar a
Quila Tranquila para que hablara con él. ¿Qué quién era ella?. Pues era el único
animal a quien el perro no podía morder: Quila tranquila era una tortuga.
Quila sacó una lista que le habían dado los animales y fue enumerando todas
las agresiones que ellos habían recibido:
- Pegar patadas, arañar, tirar bocados, pelear a puñetazos...Eso es violencia y
hace mucho daño a las criaturas. Por eso todos huyen de ti, porque no sabes
jugar.
- Entonces, ¿ qué es jugar?- preguntó el perrillo con la cabeza baja y el rabo
entre las patas.
A lo que la tortuga respondió: “jugar es disfrutar, sin hacer daño a los demás”.
May se quedó muy pensativo por todo lo que había oído y comenzó a
comprender por qué nadie quería jugar con él; cómo era muy listo decidió
que cambiaría su forma de jugar. Y desde aquel día, las cosas fueron muy
distintas para aquella comunidad de animales.
Habían recuperado a un amigo. Ahora sí que podían disfrutar, porque May
dejó de pelear y se convirtió en el perrillo más divertido de los alrededores.
“Flor tímida”. Florecer
Érase una vez una florecilla que estuvo cerrada durante
mucho tiempo. Temía abrirse y que la vinieran por dentro.
Queridos niños, no os podéis imaginar el temor que
sentía tan sólo con pensar que la verían sus hermanas,
ellas que eran tan hermosas.
Pero los rayos del sol anunciaban que ya había
acabado el invierno. Muy pronto comenzaron a llamar a
la puerta cada flor: “Pom, pom, pom,.. Diciendo: -
Despierta, despierta, ábrete preciosa, ya se ha acabado
el sueño de invierno.
Nuestra florecilla también recibió la llamada del rey del cielo , sus rayos la
acariciaron haciéndole cosquillas, y no tuvo más remedio que desperezarse.
Quiso abrirse para agradar al sol, pero cuando estaba intentándolo recordó su
miedo y volvió a cerrarse.
El sol que conocía muy bien al despertar de las flores, tuvo más
paciencia con ella que con ninguna. Cada ratito le susurraba:
En ese momento, el sol alumbrado, descubrió que estaba llena de lágrimas por
dentro.
Un resplandor dorado secó las gotitas desprendidas del capullo, que con
estas palabras fue aliviado por la luz solar:
- Todas las flores padecen el mismo miedo que ti: desde la más grande a la
más pequeñita teme abrirse al mundo, le asusta abrirse al mundo, le asusta
crecer.
Sin embargo, cuando la Diosa Primavera que se aposenta en su seno le pide
que se abran y alegren a todas las criaturas, todas abren sus pétalos para cantar
la canción del existir, y todas son bellísimas porque dan lo que tienen.
Entonces la florecilla se atrevió a mirarse por dentro, y escuchó la
voz de la primavera que le latía muy hondo:
La flor así lo hizo, en un abrir de hojas pasó del miedo a la alegría , siendo otra
bella flor del maravilloso tapiz que ese año tejió Madre Naturaleza.
“El camaleón”
¿No sabes admirar la belleza del arco iris?-Dijo un pequeño pajarillo que estaba
en la rama de un árbol cercano.
Los colores del arco iris te enseñan a vivir, te muestran los sentimientos.
El pajarillo le dijo: ¡Si no tratas de descubrirlos, nunca sabrás lo que puedes sentir
a través de ellos!.
Además puedes compartirlos con los demás como hace el arco iris con su
belleza.
Los colores del arco iris se posaron sobre los dos, haciéndoles cosquillas en sus
cuerpecitos.
El primero en acercarse fue el color rojo, subió por sus pies y de repente estaban
rodeados de manzanos, de rosas rojas y anocheceres.
Al verde siguió el azul oscuro, el camaleón sintió dentro la profundidad del mar,
peces, delfines y corales le rodeaban.
Una nube dejó caer sus gotas de lluvia y se mojaron, pero estaban contentos de
sentir el frescor del agua.
Por primera vez, el camaleón sentía que compartía algo y comprendió la amistad
que le ofrecía el pajarillo.
Cuando estaban más relajados, apareció el color añil, y de los ojos del camaleón
cayeron unas lagrimitas. Estaba arrepentido de haber sido tan orgulloso y de no
valorar aquello que era realmente hermoso.
Pidió perdón al pajarillo y a los demás animales y desde aquel día se volvió mas
humilde.
“Púas el erizo “
Un día, estaba tejiendo Doña Gatita un jersey muy lindo para su bebé gatito y
Púas se acercó a curiosear.
La gata, había comprado en la tienda del pueblo, una gran canasta de madejas
de colores y quería hacerle el jersey cuanto antes, para que no pasara frío.
Doña Gatita, le decía a su pequeñín: ¡Que guapo vas a estar!, ¡Eres el gatito más
lindo de toda la vecindad!.
Púas, se había escondido detrás del sillón. Los colores de las madejas, llamaron
su atención y al inclinar la cabecita para verlas mejor, se cayó dentro de la
canasta.
El erizo, se metió, entre las madejas y no podía salir. El hilo se había enganchado
en sus púas y lo había enredado todo.
Púas, se sintió muy avergonzado y pidió perdón a la gatita, pero el hilo estaba
destrozado y ya no servía para hacer el jersey.
¡No tienes que ser tan travieso!. ¡Has de tener más cuidado!.
Púas no sabía remediarlo, era tan inquieto, que volvió a meter la pata, bueno
mejor dicho las púas.
La Señora Coneja, acababa de tener crías. Estaban todas allí, muy juntitas.
Todavía eran demasiado pequeñas para salir.
El erizo iba de un lado para otro, sin darse cuenta que según se movía iba
pinchando a las crías.
Púas, estaba triste, el no quería hacer daño, pero siempre le salía todo al revés.
Pensando y pensando, encontró la forma de hacer algo bueno y práctico con sus
púas.
¡Ya sé!. ¡Limpiaré las alfombrillas de las casitas de los animales!. Dijo Púas,
convencido de que había encontrado la solución.
¡Esta vez, tengo que hacerlo bien y estar preparado para trabajar!.
Los animales, estaban muy contentos de que por fin, hiciera algo que le gustara
y no molestara a los demás.
Siempre estaba solo. Paseaba por el huerto vestido con un chaleco gris y un
sombrero negro.
Al salir los primeros rayos del sol, abría la ventana y ensayaba con su trompeta.
¡Si, era trompetista!
Poco a poco la trompeta parecía estar viva, pues sus notas sonaban cada vez
mejor.
Llegó el día del concurso, todos sus amigos se pusieron sus mejores ropas. ¡Que
guapos estaban!
Eran tan hermosas sus melodías que todo el mundo escuchaba con atención.
En una casita, en lo alto de una montaña, vivía hace tiempo una viejecita muy
buena y cariñosa.
Tenía el pelo blanco y la piel de su cara era tan clara como los rayos del sol.
Lo único que poseía era un viejo baúl y la compañía de una arañita muy
trabajadora, que siempre le acompañaba cuando tejía y hacía labores.
La pequeña araña, conocía muy bien cuando la viejecita era feliz y cuando no.
Desde muy pequeña la observaba y había aprendido tanto de ella que pensó
que sería buena idea intentar que bajara al pueblo para hablar con los demás.
Así aprenderían todo lo que ella podía enseñarles.
Ella les enseñaría a ser valientes cuando estén solos, a ser fuertes para vencer
los problemas de cada día y algo muy, muy importante, a crear ilusiones, sueños,
fantasías.
La viejecita, apenas podías sostener las madejas y los hilos en sus brazos.
¡Qué cansada me siento!, ¡Me pesan mucho estas agujas!. Decía la ancianita.
Iban admirando el paisaje, los árboles, las flores y los pequeños animalitos que
veían por el camino.
La gente les compró todo lo que llevaban. ¡Además hicieron buenos amigos!.
Enseguida, los demás, se dieron cuenta de la gran persona que era la viejecita
y le pedían consejo sobre sus problemillas.
Ella también aprendió ese día, que las cosas que sentimos en el corazón,
debemos sacarlas fuera, quizá los otros puedan aprovecharlas para su vida.
¡Un amigo, es más valioso que joyas y riquezas, llora y ríe contigo y también
sueña!