Trastornos Psicológicos
Trastornos Psicológicos
Trastornos Psicológicos
¿Qué tan comunes son los trastornos psicológicos? ¿Están aumentando o disminuyendo
con el paso del tiempo? ¿Son algunos grupos de población más propensos a esos
trastornos que otros?
Esas preguntas son de interés para los psicólogos y los expertos en salud pública, quienes
están interesados en la prevalencia y la incidencia de los problemas de salud mental. La
prevalencia se refiere a la frecuencia con que ocurre un determinado trastorno en un
momento determinado. Si se dieron 100 casos de depresión en una población de 1,000
personas, la prevalencia de la depresión sería del 10 por ciento. La incidencia de un
trastorno se refiere al número de casos nuevos que surgen en un período determinado.
Los trastornos mentales más comunes fueron los trastornos de ansiedad, seguidos por las
fobias y los trastornos del estado de ánimo. Se encontró que la esquizofrenia, un trastorno
mental severo que a menudo requiere de hospitalización, aflige al 1 por ciento de la
población, es decir, a más de dos millones de personas. Se encontraron problemas de abuso
de sustancias en el 6 por ciento de la población; el abuso del alcohol fue tres veces más
prevalente que el abuso de todas las otras drogas combinadas. Quizá en los próximos años
los epidemiólogos (los científicos que estudian la distribución de los problemas de salud)
determinarán si la prevalencia del 15 por ciento de trastornos mentales en Estados Unidos
es típica para el resto del mundo.
Depresión
El trastorno más común del estado de ánimo es la depresión, un estado en que la persona
se siente abrumada por la tristeza, pierde interés en las actividades y muestra otros
síntomas como culpa excesiva o sentimientos de minusvalía. Las personas que sufren
depresión son incapaces de experimentar placer en las actividades que alguna vez
disfrutaron. Están cansadas y apáticas, en ocasiones al extremo de no poder tomar las
decisiones cotidianas más simples. Pueden sentir que han fracasado por completo en la vida
y tienden a culparse por sus problemas. La gente gravemente deprimida a menudo sufre
insomnio y pierde el interés en la comida y el sexo. Con frecuencia tienen problemas para
pensar o concentrarse, incluso al extremo de encontrar difícil leer el periódico.
En efecto, algunas investigaciones indican que los primeros signos del inicio de la depresión
suelen ser la dificultad para concentrarse y cambios sutiles en la memoria de corto plazo
(Williams et al., 2000). En casos muy serios, la gente deprimida se ve atormentada por
pensamientos suicidas e incluso puede intentar suicidarse (Cicchetti y Toth, 1998). Es
importante distinguir entre la depresión clínica y el tipo “normal” de depresión que toda la
gente experimenta de vez en cuando. Es absolutamente normal sentirse triste cuando
muere un ser querido, cuando termina una relación romántica, cuando se tienen problemas
en el trabajo o en la escuela, e incluso cuando el clima es malo o cuando no se tiene una
cita para la noche del sábado. La mayor parte de la gente psicológicamente saludable
también se “pone triste” ocasionalmente sin razón aparente. Incluso se ha sugerido que la
depresión en algunos casos es una respuesta adaptativa que ayudó a nuestros antepasados
a sobrevivir en períodos de penurias (Nesse, 2000). Pero en todos esos casos, la
perturbación del estado de ánimo es una reacción normal a problemas del “mundo real”
(por ejemplo, el duelo) o pasa con rapidez.
La depresión solo se clasifica como un trastorno del estado de ánimo cuando es seria,
prolongada y cuando va mucho más allá de la reacción característica a un evento estresante
de la vida (APA, 2000); vea Aplicación de la psicología: Reconocimiento de la depresión. El
DSM-IV-RT distingue entre dos formas de depresión. El trastorno depresivo mayor es un
episodio de tristeza intensa que puede durar varios meses; en contraste, la distimia es una
tristeza menos intensa (y síntomas relacionados), pero que persiste con poco alivio por un
período de dos años o más. Algunas depresiones se tornan tan intensas que la gente se
vuelve psicótica, es decir, pierde el contacto con la realidad. Por ejemplo, considere el caso
de una viuda deprimida de 50 años que fue transferida al centro médico de un centro
comunitario de salud mental. Esta mujer creía que sus vecinos estaban en su contra, que
habían envenenado su café y que la habían embrujado para castigarla por su maldad
(Spitzer, Skodal, Gibbon y Williams, 1981).
Los niños y los adolescentes también pueden sufrir de depresión. En los niños muy
pequeños a veces es muy difícil diagnosticar la depresión porque los síntomas, por lo
regular, son diferentes a los que se observan en los adultos. Por ejemplo, en los bebés o los
niños pequeños, la depresión puede manifestarse como una “incapacidad para prosperar”
o ganar peso, o como una demora en el habla o el desarrollo motor. En los niños en edad
escolar, la depresión puede manifestarse como conducta antisocial, preocupaciones
excesivas, perturbaciones del sueño o fatiga no justificada. Un trastorno que a menudo se
confunde con la depresión en ocasiones ocurre después de una lesión en la cabeza, la cual
puede ser resultado de un accidente automovilístico o una sacudida repentina. Los
síntomas, que incluyen fatiga, dolor de cabeza, pérdida de la pulsión sexual, apatía y
sentimientos de desamparo, por lo general duran unos cuantos días, aunque pueden
persistir por un par de meses. Cuando esos síntomas se presentan después de un
traumatismo repentino en el encéfalo, es más probable que se diagnostiquen como lesión
encefálica traumática leve (LETL) que como depresión (Rabasca, 1999b; Rapoport,
McCullagh, Streiner y Feinstein, 2003).
El DSM-IV-RT advierte que deben estar presentes al menos cinco de los siguientes síntomas,
incluyendo al menos uno de los dos primeros:
1. Estado de ánimo depresivo. ¿Se siente la persona triste o vacía la mayor parte del día,
casi todos los días o los otros observan esos síntomas?
2. Pérdida de interés en el placer. ¿Ha perdido la persona el interés en realizar actividades
normales como trabajar o asistir a eventos sociales? ¿La persona parece “pasar por la
rutina” de la vida diaria sin experimentar ningún placer por ello?
3. Pérdida o aumento significativo de peso. ¿Ha aumentado o perdido más del 5 por ciento
de su peso corporal en un mes? ¿Ha perdido interés en la comida o se queja de que la
comida ha perdido su sabor?
4. Perturbaciones del sueño. ¿La persona tiene problemas para dormir? O, por el contrario,
¿está durmiendo demasiado?
5. Perturbaciones en las actividades motoras. ¿Advierten los demás un cambio en el nivel
de actividad de la persona? ¿Se queda la persona “inactiva” o su conducta refleja agitación
o inquietud inusual?
6. Fatiga. ¿Se queja la persona de estar constantemente cansada y de no tener energía?
7. Sentimientos de minusvalía o de culpa excesiva. ¿Expresa la persona sentimientos como
“Estarías mejor sin mí” o “Soy malvado y lo arruino todo para la gente que amo”?
8. Incapacidad para concentrarse. ¿Se queja la persona de problemas de memoria (“No
puedo recordar nada más”) o de la incapacidad para concentrar la atención en tareas
simples, como leer un periódico?
9. Pensamientos recurrentes de muerte. ¿Habla la persona acerca de cometer suicidio o
expresa el deseo de estar muerta? Cuando se presentan estos síntomas y no se deben a
otras condiciones médicas, el resultado suele ser un diagnóstico de depresión mayor, y es
conveniente prescribir un tratamiento apropiado.
Fuente: Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fourth Edition, Text Revision. Washington, DC,
American Psychiatric Association, 2000. Reproducido con autorización de Diagnostic and Statistical Manual of
Mental Disorders, Fourth Edition. Copyright 1994 American Psychiatric Association.
Algunas personas insisten en que los trastornos del estado de ánimo son causados
únicamente por la naturaleza o por la crianza. Por ejemplo, tal vez haya escuchado que la
depresión es resultado de un “desequilibrio químico en el encéfalo” o de un “duelo no
resuelto”. Sin embargo, en congruencia con el modelo biopsicosocial, la mayoría de los
psicólogos ahora creen que los trastornos del estado de ánimo son resultado de una
combinación de factores de riesgo. Aunque podemos identificar muchos de los factores
causales, todavía no sabemos con precisión cómo interactúan para provocar un trastorno
del estado de ánimo.
Factores biológicos:
Existe evidencia consistente de que los factores genéticos desempeñan un papel
importante en el desarrollo de la depresión (Mineka, Watson y Clark, 1998), en particular,
como hemos mencionado, en el trastorno bipolar (Badner, 2003; Katz y McGuffin, 1993). La
evidencia más sólida proviene de estudios de gemelos. Si un gemelo idéntico sufre
depresión clínica, es más probable que el otro gemelo (que es genéticamente idéntico)
también la sufra. Entre los gemelos fraternos (que comparten solo la mitad de sus genes),
si un gemelo está clínicamente deprimido, la probabilidad de que el segundo gemelo
también lo esté es mucho menor (McGuffin, Katz, Watkins y Rutherford, 1996). Pero, ¿qué
es lo que algunas personas parecen heredar que las predispone a un trastorno del estado
de ánimo? Algunas investigaciones prometedoras han vinculado los trastornos del estado
de ánimo con ciertos desequilibrios químicos dentro del encéfalo, sobre todo con los niveles
altos y bajos de ciertos neurotransmisores, las sustancias químicas implicadas en la
transmisión de los impulsos nerviosos de una célula a otra (Kato, 2001).
Factores psicológicos:
Aunque se cree que varios factores psicológicos participan en la causalidad de la depresión
severa, en los años recientes la investigación se ha concentrado en la contribución de las
distorsiones cognoscitivas inadaptadas. De acuerdo con Aaron Beck (1967, 1976, 1984,
2002), durante la niñez y la adolescencia algunas personas pasan por experiencias
desgarradoras como la pérdida de un padre, dificultades graves para obtener la aprobación
social o de los padres o críticas humillantes de los maestros y otros adultos. Una respuesta
a esa experiencia es desarrollar un autoconcepto negativo, que se define como un
sentimiento de incompetencia o falta de valor que tiene poco que ver con la realidad, pero
que persiste por una interpretación distorsionada e ilógica de los eventos reales. Cuando
surge una nueva situación que se parece a la situación en que se aprendió el autoconcepto,
se activan los mismos sentimientos de minusvalía e incompetencia, lo que produce la
depresión. Una cantidad considerable de investigaciones apoyan la visión que Beck tiene de
la depresión (Alloy, Abramson, Whitehouse, Hogan, Tashman, Steinberg, Rose y Donovan,
1999; Alloy, Abramson y Francis, 1999).
Por ejemplo, Lauren Alloy y sus colegas encontraron que los estudiantes universitarios con
estilos cognoscitivos negativos corren un riesgo considerablemente mayor de desarrollar
depresión que los estudiantes con estilos cognoscitivos más positivos. En comparación con
la gente que no está deprimida, las personas deprimidas también parecen percibir y
recordar la información en términos más negativos (Roth y Rehm, 1980; Watkins, Vache,
Verney, Mathews y Muller, 1996). Los críticos de la teoría de Beck han señalado que dichas
respuestas negativas pueden ser el resultado de la depresión más que su causa (Hammen,
1985). Sin embargo, estudios prospectivos (que analizan los estilos cognoscitivos de la gente
cuando no está deprimida y luego monitorean al mismo grupo a lo largo del tiempo)
sugieren que el estilo cognoscitivo tiene valor predictivo (Alloy, Abramson y Francis, 1999;
Kwon y Oei, 2003). Como veremos en el siguiente capítulo, la terapia basada en las teorías
de Beck ha demostrado ser bastante útil en el tratamiento de la depresión.
Factores sociales:
Muchos factores sociales se han relacionado con los trastornos del estado de ánimo, en
particular las dificultades en las relaciones interpersonales. Freud consideraba que la
depresión era el resultado de un duelo excesivo e irracional por una pérdida “simbólica”. La
visión de Freud de la forma en que “el duelo no resuelto” se transforma en depresión es
compleja y no existe evidencia actual que la apoye (Crook y Eliot, 1980). Sin embargo, varios
teóricos fructíferos han retomado la analogía que Freud estableció entre el duelo y la
depresión, de modo que existe mucha investigación que vincula la depresión con problemas
en las relaciones cercanas (Monroe y Simons, 1991). De hecho, algunos teóricos han
sugerido que el vínculo entre la depresión y las relaciones problemáticas explica el hecho
de que la depresión es de dos a tres veces más prevalente en las mujeres que en los
hombres (Culbertson, 1997; Weissman y Olfson, 1995), ya que en nuestra sociedad las
mujeres suelen orientarse a las relaciones más que los hombres (Gilligan, 1982). Sin
embargo, no todos los que experimentan una relación problemática se deprimen. Tal como
anticiparía el enfoque de sistemas, parece que se requiere una predisposición genética o
distorsión cognoscitiva para que las dificultades en una relación cercana u otro estresor
significativo de la vida produzcan un trastorno del estado de ánimo.
Temas de interés permanente. Persona-situación
¿El huevo o la gallina?
En ocasiones es difícil separar la contribución relativa de las tendencias biológicas o
cognoscitivas de la persona y la situación social. Las personas con ciertas tendencias
genéticas o cognoscitivas hacia la depresión pueden estar más predispuestas que otros a
encontrar eventos estresantes en la vida en virtud de su personalidad y conducta. Por
ejemplo, los estudios demuestran que las personas deprimidas tienden a evocar ansiedad
e incluso hostilidad en los demás, en parte porque requieren mayor apoyo emocional del
que la gente puede brindar con comodidad. Como resultado, la gente tiende a evitar a
quienes están deprimidos y este rechazo intensificará la depresión. En resumen, la gente
deprimida y proclive a la depresión puede quedar atrapada en un círculo vicioso que, al
menos parcialmente, es de su propia creación (Coyne y Whiffen, 1995).
Suicidio
En Estados Unidos, cada año se suicidan más de 29,000 personas, lo que convierte al
suicidio en la undécima causa de muerte. De hecho, los suicidios superan a los homicidios
por 5 a 3 en Estados Unidos, donde también dos veces más personas mueren por suicidio
que por el VIH/SIDA (NIMH, 2000). Más mujeres que hombres intentan suicidarse, pero son
más los hombres que tienen éxito, en parte porque los hombres eligen con más frecuencia
medios violentos y letales como las armas. Aunque el mayor número de suicidios ocurre
entre varones blancos mayores, desde la década de 1960 la tasa de intentos de suicidio ha
estado aumentando entre los adolescentes y los adultos jóvenes. De hecho, los
adolescentes representan el 12 por ciento de todos los intentos de suicidio en Estados
Unidos, y el suicidio es la tercera causa de muerte en ese grupo de edad (Centers for Disease
Control and Prevention, 1999; Hoyert, Kochanek y Murphy, 1999). Sin embargo, no se ha
ofrecido explicación convincente de este incremento, aunque en esta época parecen ser
particularmente fuertes las presiones de dejar el hogar, satisfacer las exigencias de la
universidad o la profesión y sobrevivir a la soledad o a la ruptura de apegos románticos. Los
problemas externos como el desempleo, los costos financieros de asistir a la universidad y
el temor de que el futuro se vea amenazado por una declinación económica también
pueden aumentar los problemas personales. Sin embargo, la conducta suicida es más
común entre los adolescentes que tienen problemas psicológicos.
Las personas que consideran el suicidio están abrumadas por la desesperanza. Sienten que
las cosas no pueden mejorar y no ven salida a sus dificultades. Esta es una depresión
extrema y no es un estado mental al que se llegue con facilidad. De nada sirve decirle a una
persona suicida que las cosas en realidad no son tan malas, pues ella solo lo tomará como
evidencia de que nadie entiende su sufrimiento. Pero la mayoría de los suicidas desean
ayuda, a pesar de su poca esperanza de obtenerla. Si un amigo o un familiar parecen
suicidas, es urgente obtener ayuda profesional. Un buen lugar para empezar es el centro
comunitario de salud mental de la localidad. También puede ser útil llamar a una de las
líneas de emergencia para la prevención del suicidio.
Trastornos de ansiedad
¿En qué momento un temor normal se convierte en fobia?
Aunque todos sentimos miedo de vez en cuando, por lo general sabemos a qué le tememos:
nuestro temor es causado por algo apropiado e identificable y pasa con el tiempo. Pero en
el caso de los trastornos de ansiedad, la persona no sabe por qué tiene miedo o la ansiedad
es inapropiada a las circunstancias. En cualquier caso, el temor y la ansiedad de la persona
no parecen tener sentido. Los principales tipos de trastornos de ansiedad que
consideraremos son las fobias específicas, el trastorno de pánico, el trastorno de ansiedad
generalizada y el trastorno obsesivo-compulsivo.
Fobias específicas
Una encuesta nacional realizada en Estados Unidos encontró que los trastornos de ansiedad
son más comunes que cualquier otra forma de trastorno mental (Kessler et al., 1994). Los
trastornos de ansiedad se subdividen en categorías de diagnóstico más específicas. Un
subtipo familiar de trastorno de ansiedad es la fobia específica. Una fobia específica es un
temor intenso y paralizante de algo que quizá infunde temor, pero este es excesivo e
irracional. De hecho, en una fobia específica, el temor es tan grande que lleva a la persona
a evitar actividades rutinarias o adaptativas y por ende, interfiere con el funcionamiento de
la vida. Por ejemplo, no es inapropiado sentir un poco de miedo cuando un avión despega
o aterriza, pero es inapropiado tener tanto miedo de volar que la persona se niega a subirse
o incluso a acercarse a un avión, en particular si la carrera exige que se viaje con frecuencia.
Otras fobias comunes se concentran en los animales, las alturas, los lugares cerrados, la
sangre, las agujas o las lesiones. Es normal y común sentir algo de temor a esos objetos o
situaciones, pero el temor excesivo, intenso o paralizante es una señal de una fobia
específica. Las estimaciones indican que en Estados Unidos una de cada 10 personas sufre
al menos una fobia específica.
Otro subtipo importante de fobia es la fobia social, que se refiere a los temores excesivos
e inapropiados relacionados con ciertas situaciones sociales o con los desempeños en
presencia de otras personas. El temor intenso a hablar en público es una forma común de
fobia social. En otros casos, el solo hecho de hablar con la gente o de comer en público
ocasiona una ansiedad tan severa que la persona fóbica recorrerá grandes distancias para
evitar esas situaciones. Al igual que con las fobias específicas, es normal experimentar un
temor moderado o incertidumbre en muchas situaciones sociales. Esos temores solo se
consideran fobias sociales cuando son tan exagerados como para interferir de manera
significativa con el funcionamiento de la vida.
La agorafobia es un tipo mucho más debilitante de trastorno de ansiedad que las fobias
sociales. Agorafobia es un término formado por vocablos griegos y latinos que literalmente
significan “temor al mercado”, pero el trastorno por lo general implica temores múltiples e
intensos como el temor a estar en lugares públicos de los cuales puede ser difícil escapar,
de estar inmerso en multitudes, de estar solo, de viajar en automóvil, de pasar a través de
túneles o puentes. El elemento común en todas esas situaciones parece ser un gran temor
a separarse de las fuentes de seguridad.
Trastorno de pánico
Otro tipo de trastorno de ansiedad es el trastorno de pánico, un problema caracterizado
por ataques de pánico recurrentes. Un ataque de pánico es una experiencia súbita,
impredecible y abrumadora de temor intenso o terror sin que exista alguna causa
razonable. Durante un ataque de pánico, la persona puede experimentar sentimientos de
muerte inminente, dolor de pecho, mareo o desmayo, transpiración, dificultad para respirar
y temor de perder el control o de morir. Un ataque de pánico por lo regular dura apenas
unos cuantos minutos, pero dichos ataques pueden repetirse sin razón aparente. Los
ataques de pánico no solo ocasionan un tremendo temor mientras están sucediendo, sino
que también dejan a la persona con el temor de sufrir otro ataque de pánico durante días
o incluso semanas. Este temor en ocasiones es tan abrumador que puede conducir al
desarrollo de la agorafobia: en sus esfuerzos por impedir la recurrencia, algunas personas
evitan cualquier circunstancia que provoque ansiedad y se aferran a las personas o
situaciones que las ayuden a mantener la calma. En otras palabras, su agorafobia se
desarrolla a partir de sus intentos por evitar otros ataques de pánico.
Las conductas compulsivas pueden ser igualmente agobiantes para la persona que se siente
impulsada a realizarlas. A menudo adoptan la forma de lavarse o limpiarse, como si la
conducta compulsiva fuera el intento de la persona por “eliminar” los pensamientos
impuros. Otro tipo común de compulsión es la verificación: realizar reiteradamente cierto
tipo de conducta para asegurarse de que algo fue hecho o no de cierta manera. Por ejemplo,
tal vez una persona se sienta obligada a revisar docenas de veces que las puertas estén
cerradas antes de irse a la cama. Cualquiera puede experimentar en ocasiones obsesiones
o compulsiones moderadas. En ocasiones no hemos podido borrar de la cabeza la letra de
una canción o hemos sentido que tenemos que caminar de forma que evitemos pisar las
grietas de la banqueta.
Pero en el TOC los pensamientos obsesivos y la conducta compulsiva son de una naturaleza
más seria. Por ejemplo, un hombre que ve el reloj cada cinco minutos cuando su esposa
está demorada manifiesta una ansiedad normal. Pero estará mostrando signos de un
trastorno obsesivo-compulsivo si siente que tiene que ir por la casa cada hora verificando
la exactitud de los relojes, aunque sepa que no hay razón para hacerlo. Como la gente que
experimenta obsesiones y compulsiones a menudo no parece particularmente ansiosa, el
lector se preguntará por qué se considera que este es un trastorno de ansiedad. La
respuesta es que esa gente experimenta ansiedad severa si trata de detener su conducta
irracional o si alguien más trata de detenerla. En otras palabras, la conducta obsesiva-
compulsiva parece mantener controlada la ansiedad. Por último, hay dos tipos de
trastornos de ansiedad que son claramente causados por algún evento específico muy
estresante. Algunas personas que han sobrevivido a incendios, inundaciones, tornados o
accidentes aéreos experimentan episodios repetidos de temor y terror después de que ha
pasado el hecho. Si la reacción de ansiedad ocurre poco después del suceso, el diagnóstico
es trastorno de estrés agudo; si ocurre mucho tiempo después de que ha pasado el evento,
es probable que el diagnóstico sea trastorno de estrés postraumático, examinado en el
capítulo anterior (Oltmanns y Emery, 2001).
Desde una perspectiva cognoscitiva, la gente que siente que no tiene control sobre los
eventos estresantes de su vida es más propensa a experimentar ansiedad que quienes creen
tener control sobre dichos acontecimientos. Un ejemplo de la vida real de esta situación es
que los afroamericanos que viven en áreas de alta criminalidad presentan una incidencia
más alta de trastornos de ansiedad que otros estadounidenses (Neal y Turner, 1991). No
obstante, en la misma situación algunas personas desarrollan temores poco realistas
mientras que otras no lo hacen. ¿Por qué?
Trastornos psicosomáticos
Las cefaleas por tensión son un ejemplo de un trastorno psicosomático. Son causadas por
contracciones musculares generadas por el estrés. La cefalea es real, pero se le llama
“psicosomática” porque factores psicológicos (como el estrés y la ansiedad) parecen jugar
un papel importante en la aparición de los síntomas. A la gente que sufre de cefaleas por
tensión a menudo se le enseñan técnicas de relajación que alivian el estrés y disminuyen la
tensión muscular. Los científicos solían creer que los factores psicológicos contribuían al
desarrollo de algunas enfermedades físicas, principalmente dolores de cabeza, alergias,
asma y presión sanguínea alta, pero no al de otras, como las enfermedades infecciosas. En
la actualidad, la medicina moderna se inclina a pensar que todas las dolencias físicas son en
cierto grado “psicosomáticas”, en el sentido de que el estrés, la ansiedad y varios estados
de activación emocional alteran la química corporal, el funcionamiento de los órganos
corporales y el sistema inmunológico del cuerpo (que es vital en el combate de las
infecciones). Ahora reconocemos que el estrés y las presiones psicológicas pueden alterar
la conducta hacia la salud, lo que incluye acciones positivas, como llevar una dieta
balanceada y hacer ejercicio y actividades negativas, como fumar cigarrillos y consumir
alcohol en exceso. Como mencionamos antes en este capítulo, en la actualidad se considera
que las enfermedades físicas y mentales son “enfermedades del estilo de vida” y que sus
causas obedecen a una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales.
Trastornos somatoformes
Las personas que sufren de trastornos somatoformes no buscan conscientemente engañar
a otros acerca de su condición física. Los síntomas son reales para ellas, no son fingidos ni
están bajo control voluntario (APA, 2000). Por ejemplo, en un tipo de trastorno
somatoforme, el trastorno de somatización, la persona experimenta síntomas físicos vagos
y recurrentes para los cuales se ha buscado atención médica de manera reiterada sin
encontrar causa orgánica. Las quejas comunes son dolores de espalda, mareos, parálisis
parcial, dolores abdominales y en ocasiones ansiedad y depresión. El siguiente caso es
típico:
Después de descartar cualquier causa física del problema, el terapeuta descubrió que
estaba casada con un hombre tiránico que poco después de llegar a casa del trabajo por la
tarde la sometía a abusos verbales, criticando su labor como ama de casa, la comida que
preparaba, etcétera. Su malestar psicológico era convertido inconscientemente en
síntomas físicos que le servían para evadir esta situación dolorosa (Spitzer et al., 1981).
Freud creía que al desarrollar inconscientemente un impedimento, las personas logran dos
cosas. Primero, se impiden la realización de deseos prohibidos o la repetición de conductas
prohibidas; Freud llamó a esto la ganancia primaria del síntoma. Segundo, los síntomas a
menudo permiten a la persona evitar una actividad, persona o situación desagradable;
Freud llamó a esto la ganancia secundaria. Las teorías cognoscitivas conductuales de los
trastornos somatoformes se concentran en la idea freudiana de la ganancia secundaria, es
decir, buscan formas en que se esté recompensando a la conducta sintomática. Por
ejemplo, tal vez una persona aprendió en el pasado que las molestias y los dolores pueden
usarse para evitar las situaciones desagradables (las cefaleas y los dolores de estómago
oportunos han “resuelto” muchos problemas a lo largo de los años). Más adelante, esta
persona se vale de los síntomas somáticos para evitar enfrentarse a situaciones
desagradables o estresantes. Además, las personas que están enfermas a menudo reciben
mucha atención, apoyo y cuidado, lo que constituye una recompensa indirecta. Regresemos
ahora a la perspectiva biológica. La investigación ha demostrado que al menos algunos
trastornos diagnosticados como somatoformes pueden ser enfermedades físicas reales que
fueron pasadas por alto o mal diagnosticadas.
Por ejemplo, un conjunto de estudios de seguimiento indicó que algunos casos del
“trastorno de conversión” a la larga demostraron ser problemas neurológicos no
diagnosticados como epilepsia o esclerosis múltiple (Shalev y Munitz, 1986). Sin embargo,
la mayoría de los casos del trastorno de conversión no encuentran explicación por parte de
la ciencia médica actual. Esos casos suponen en la actualidad un desafío teórico tan grande
como lo hicieron cuando atrajeron la atención de Freud hace más de un siglo.
Trastornos disociativos
La mayoría de los pacientes con personalidades múltiples experimentaron abuso en la
niñez. ¿Cierto o falso?
Los trastornos disociativos se encuentran entre las formas más desconcertantes de los
trastornos mentales, tanto para el observador como para quienes los sufren. “Disociación”
significa que parte de la personalidad de un individuo está separada, o disociada, del resto,
y que por alguna razón la persona no puede rearmar las piezas. Es común que exista pérdida
de la memoria y un cambio completo de identidad, aunque por lo regular de forma
temporal. Es raro el caso en que varias personalidades distintas estén presentes en una
persona.
Amnesia disociativa
La pérdida de la memoria sin causa orgánica puede ser una reacción a experiencias
intolerables. La gente a menudo borra un evento o un período de su vida que ha sido
extremadamente estresante. Durante la Segunda Guerra Mundial, algunos soldados
hospitalizados no podían recordar sus nombres, dónde vivían, dónde habían nacido o cómo
habían llegado a la batalla. Pero la guerra y sus horrores no son las únicas causas de la
amnesia disociativa. El hombre que traiciona a un amigo para cerrar un negocio o la mujer
que ha sido violada también pueden olvidar (selectivamente) lo que sucedió.
En ocasiones, una víctima de amnesia deja su hogar y asume una nueva identidad, aunque
este fenómeno, conocido como fuga disociativa, es bastante inusual. La amnesia total, en
la que la gente se olvida de todo, es bastante rara, a pesar de su popularidad en novelas y
películas. En un caso inusual de fuga, la policía arrestó a un hombre de 42 años luego de
que participó en una pelea con un cliente en la cafetería donde trabajaba. El hombre
informó que no tenía recuerdo de su vida antes de su llegada a esa ciudad unas semanas
antes. A la larga, las autoridades descubrieron que coincidía con la descripción de una
persona perdida que se había extraviado de su hogar situado a 300 kilómetros de distancia.
Justo antes de que desapareciera había fracasado en su intento por obtener una promoción
en el trabajo y había sostenido una discusión violenta con su hijo adolescente (Spitzer et al.,
1981).
Este caso es típico en el sentido de que las personalidades difieren en forma notable. Es
como si las dos (y en ocasiones más) personalidades representaran aspectos diferentes de
una sola persona: una el lado más aceptable y “agradable” socialmente de la persona, la
otra el lado más oscuro, inhibido o “malo”. Los orígenes del trastorno disociativo de la
identidad han desconcertado a los investigadores y clínicos. Una sugerencia común es que
se desarrolla como respuesta al abuso infantil. El niño aprende a afrontar el abuso mediante
un proceso de disociación, asignando el abuso a “alguien más”, es decir, a una personalidad
que no es consciente la mayor parte del tiempo (Putnam, Guroff, Silberman, Barban y Post,
1986).
El hecho de que una o más de las personalidades múltiples sea en casi todos los casos un
niño (aun cuando el paciente sea un adulto) parece apoyar esta idea y los clínicos informan
de una historia de abuso infantil en más de tres cuartas partes de los casos del trastorno
disociativo de la identidad (Ross, Norton y Wozney, 1989). Otros clínicos sugieren que el
trastorno disociativo de la identidad no es un verdadero trastorno sino un tipo elaborado
de representación de roles que al principio es fingido y que luego el paciente llega a creer
genuinamente (Lilienfeld y Lynn, 2003; Mersky, 1992; Rieber, 1998). Sin embargo, algunos
datos biológicos sorprendentes revelan que al menos en ciertos pacientes con el trastorno
disociativo de la identidad, las diversas personalidades son diferentes en cuanto a lecturas
de la presión sanguínea, respuesta a los medicamentos, alergias, problemas de visión (cada
personalidad necesita un tipo particular de anteojos) y preferencias manuales, todo lo cual
es difícil de fingir. Cada personalidad puede exhibir también patrones de ondas encefálicas
claramente diferentes (Putnam, 1984).
Trastorno de despersonalización
Un trastorno disociativo mucho menos dramático (y mucho más común) es el trastorno de
despersonalización. Su característica esencial es que la persona de repente se siente
cambiada o diferente de una manera extraña. Algunas personas sienten que han
abandonado su cuerpo, otras que sus acciones de repente se han vuelto mecánicas o
irreales. Es común la sensación de perder el control sobre la propia conducta al igual que
imaginar cambios en el ambiente. Este tipo de sentimiento es especialmente común
durante la adolescencia y la juventud, cuando el sentido que tenemos de nosotros mismos
y de nuestras interacciones con los demás cambia con rapidez. Esto se clasifica como un
trastorno disociativo solo cuando la sensación de despersonalización se vuelve un problema
crónico o de largo plazo o cuando la enajenación deteriora el funcionamiento social normal
(APA, 2000).
Trastornos sexuales
¿Qué se considera una conducta sexual anormal?
Disfunción sexual
La disfunción sexual es la pérdida o deterioro de las respuestas físicas ordinarias de la
función sexual. En los hombres, esto puede adoptar la forma de un trastorno eréctil o
disfunción eréctil (DE), que es la incapacidad para alcanzar o mantener una erección. En las
mujeres, esto suele adoptar la forma de un trastorno de excitación sexual femenina, la
incapacidad para excitarse sexualmente o para alcanzar el orgasmo (estas condiciones
alguna vez se conocieron como “impotencia” y “frigidez” respectivamente, pero los
profesionales del campo han rechazado esos términos por su carácter negativo y
sentencioso.) Es común que se presenten problemas ocasionales para lograr o mantener
una erección en los hombres, o bien de lubricación o para alcanzar un orgasmo en las
mujeres.
La investigación ha demostrado incluso la efectividad del Viagra para ayudar a los hombres
con lesión en la médula espinal a recuperar una vida sexual normal (Derry et al., 1998).
Aunque el Viagra parece ayudar a la mayor parte de los pacientes a superar la DE, es de
poco valor a menos que el hombre experimente primero excitación sexual. Por desgracia,
algunos hombres y mujeres encuentran difícil o imposible experimentar cualquier deseo de
actividad sexual.
Los trastornos del deseo sexual implican la falta de interés en el sexo o quizá una aversión
por el mismo. La falta de deseo sexual es más común entre las mujeres que entre los
hombres y participa posiblemente en el 40 por ciento de todas las disfunciones sexuales
(Southern y Gayle, 1982). La medida y las causas de este trastorno tanto en los hombres
como en las mujeres es difícil de analizar, ya que algunas personas simplemente tienen una
escasa motivación para la actividad sexual; el poco interés por el sexo es normal para ellos
y no necesariamente refleja algún trastorno sexual (Beck, 1995). Otras personas, aunque
no informan de ansiedad o aversión hacia el sexo, exhiben indicadores fisiológicos de
inhibición del deseo (Wincze, Hoon y Hoon, 1978).
Entre los otros problemas que pueden ocurrir durante el ciclo de respuesta sexual se
encuentran la eyaculación precoz, un trastorno bastante común que el DSM-IV-RT define
como la incapacidad del hombre para inhibir el orgasmo tanto tiempo como se desee y el
vaginismo, espasmos musculares involuntarios en la parte exterior de la vagina durante la
excitación sexual que hace imposible la relación sexual. Una vez más, la experiencia
ocasional de dichos problemas es común; el DSM-IV-RT los considera disfunciones solo si
son “persistentes y recurrentes”.
Parafilias
Un segundo grupo de trastornos sexuales, conocidos como parafilias, implican el uso de
objetos o situaciones sexuales poco convencionales para obtener excitación sexual. La
mayoría de la gente tiene en ocasiones fantasías sexuales poco convencionales, las cuales
resultan un estimulante saludable del disfrute sexual normal. Sin embargo, el uso repetido
de un objeto no humano (por ejemplo, un zapato o una prenda íntima) como el método
preferido o exclusivo para alcanzar excitación sexual se considera un trastorno sexual
conocido como fetichismo. Los fetiches son por lo general prendas femeninas de vestir, o
artículos hechos de caucho o cuero (Junginger, 1997; Mason, 1997). Las personas con
fetichismos son casi siempre varones y el fetiche frecuentemente empieza durante la
adolescencia. Al menos un teórico ha sugerido que los fetiches se derivan de experiencias
de aprendizaje inusual: a medida que su pulsión sexual se desarrolla durante la
adolescencia, algunos muchachos aprenden a asociar la excitación con objetos inanimados,
quizá como resultado de la exploración sexual temprana mientras se masturbaban o a causa
de dificultades en las relaciones sociales (Bertolini, 2001; Wilson, 1987).
Una de las parafilias más graves es la pedofilia, que se define técnicamente como “fantasías
recurrentes e intensas sexualmente excitantes, impulsos o conductas sexuales que implican
actividad sexual con un niño prepúber” (APA, 1994, p. 528). Se ha encontrado que el abuso
sexual infantil es terriblemente común en Estados Unidos. Más aún, la evidencia indica que
en la mayoría de los casos la persona que comete el abuso es alguien cercano al niño, no un
desconocido. De acuerdo con una encuesta, el 5 por ciento de las mujeres que vivían en el
área de San Francisco informaron que habían sido obligadas por su padre, padrastro o
hermano a tener relaciones orales, anales o genitales durante su niñez (Russell, 1986). Otros
estudios sugieren que la frecuencia del abuso sexual de niños de ambos sexos es mucho
mayor que esto (Finkelhor, Hotaling, Lewis y Smith, 1990).
Los pedófilos son casi siempre varones menores de 40 años (Barbaree y Seto, 1997). Aunque
no existe una causa única de la pedofilia, las explicaciones más comunes son: los pedófilos
no pueden ajustarse al papel sexual de un varón adulto y desde la adolescencia han estado
interesados exclusivamente en los niños como objetos sexuales; recurren a los niños como
objetos sexuales en respuesta al estrés en las relaciones adultas en que se sienten
inadecuados; tienen registros de ajuste social inestable y por lo general cometen ofensas
sexuales contra los niños en respuesta a un estado de ánimo temporalmente agresivo. Los
estudios también indican que la mayoría de los pedófilos tienen historias de frustración y
fracaso sexual, tienden a percibirse como inmaduros y son dependientes, poco asertivos,
solitarios e inseguros (Cohen y Galynker, 2002).
Trastornos de la identidad de género
Los trastornos de la identidad de género implican el deseo de convertirse en un individuo
del otro sexo biológico o la insistencia en que en realidad ya se es. Algunos niños pequeños,
por ejemplo, prefieren ser niñas. Rechazan las ropas de varón, desean usar los vestidos de
las hermanas y juegan solo con niñas y con juguetes que se consideran “femeninos”. En
esos casos, el diagnóstico es un trastorno de la identidad de género en los niños. Lo mismo
sucede en el caso de las niñas que usan ropa de varón y que solo juegan con niños y con
“juguetes masculinos”. En todos esos casos, los niños se sienten incómodos con el hecho
de ser hombre o mujer y no están dispuestos a aceptarse como tales.
Trastornos de la personalidad
Los psicólogos saben relativamente poco acerca de las causas de la mayoría de los
trastornos de personalidad, pero algunos de estos se entienden mejor que otros. Uno de
ellos es el trastorno de la personalidad limítrofe, que se caracteriza por una marcada
inestabilidad, tanto en la autoimagen como en el estado de ánimo y las relaciones
interpersonales. Los individuos con este trastorno de la personalidad tienden a actuar de
manera impulsiva y a menudo autodestructiva. Se sienten incómodos estando solos y a
menudo manipulan sus impulsos autodestructivos en un esfuerzo por controlar o solidificar
sus relaciones personales. Esas conductas autodestructivas incluyen la promiscuidad, el
abuso de drogas y alcohol y las amenazas de suicidio (Gunderson, 1984, 1994).
Por otro lado, estudios de familias demuestran que los familiares de personas
diagnosticadas como individuos limítrofes tienen una probabilidad mucho mayor de ser
tratados por este mismo trastorno que por otros trastornos de la personalidad. Este
hallazgo apoya la posición de que el trastorno limítrofe es una categoría legítima de
trastorno de la personalidad.
Las influencias familiares también pueden impedir el aprendizaje normal de las reglas de
conducta en los años preescolares y escolares. Los teóricos consideran que es improbable
que un niño que ha sido rechazado por uno o ambos padres desarrolle conducta social
apropiada. También señalan la alta incidencia de conducta antisocial en personas con un
padre antisocial y sugieren que esta conducta es en parte aprendida y en parte heredada
de los padres. Una vez que el mal comportamiento empieza en la niñez, existe una
progresión casi predecible: la conducta del niño provocará el rechazo de los pares y el
fracaso en la escuela, seguido por la afiliación con otros niños que tienen problemas de
conducta. Para la niñez tardía o la adolescencia, ya están bien establecidos los patrones
desviados que más tarde se manifestarán en el trastorno de la personalidad antisocial (Hill,
2003; Patterson, DeBaryshe y Ramsey, 1989).
Los teóricos cognoscitivos enfatizan que además de la incapacidad para aprender reglas y
desarrollar autocontrol, el desarrollo moral puede detenerse entre los niños que son
emocionalmente rechazados e inadecuadamente disciplinados (Soyguet y Tuerkcapar,
2001). Por ejemplo, entre los 7 y los 11 años, todos los niños son propensos a responder al
tratamiento injusto comportándose de la misma manera con alguien vulnerable.
Aproximadamente a los 13 años, cuando son capaces de razonar en términos abstractos, la
mayoría de los niños empiezan a pensar más en términos de justicia que de revancha. Esto
parece ser especialmente cierto si las nuevas habilidades cognoscitivas y conceptos morales
son reforzados por los padres y los pares (Berkowitz y Gibbs, 1983).
Trastornos esquizofrénicos
¿Se refiere la esquizofrenia a la “personalidad escindida”?
Una idea errónea muy común es que la esquizofrenia significa una personalidad escindida.
Esto no es así. Como ya hemos visto, la personalidad escindida (o personalidad múltiple) es
en realidad un trastorno disociativo de la identidad. El malentendido empieza con la raíz
“esquizo”, que proviene del verbo griego que significa “dividir”. Pero lo que se divide en la
esquizofrenia no es tanto la personalidad, como las conexiones entre los pensamientos.
Por lo general, esos delirios son paranoides: las personas con esquizofrenia creen que
alguien trata de dañarlas. Tal vez piensen que un médico quiere matarlas o que están
recibiendo mensajes por radio de alienígenas que invaden el planeta; a menudo consideran
su propio cuerpo, así como al mundo exterior, como hostil y extraño. Esos pensamientos
distorsionados en ocasiones dan lugar a conductas autodestructivas, incrementando el
riesgo de suicidio (McGuire, 2000).
Como su mundo es diferente por completo al que habita la mayoría de la gente, las personas
con esquizofrenia por lo regular no pueden llevar una vida normal a menos que reciban un
tratamiento médico adecuado. A menudo son incapaces de comunicarse con los demás, ya
que cuando hablan sus palabras son incoherentes.
Durante muchos años [una viuda de 35 años] ha escuchado voces que la insultan y
que cuestionan su castidad (…) Las voces son muy distintas y en su opinión, son
transmitidas por telescopio o por una máquina desde su casa. Le dictan sus
pensamientos; la obligan a pensarlos y a escuchar cómo los repiten después.
Experimenta (…) todo tipo de sensaciones incómodas en su cuerpo, al que algo le
“hacen”. En particular le revuelven las “partes maternas” y le envían un dolor que
recorre su espalda, vierten agua helada en su corazón, aprietan su cuello, lastiman
su columna y la violan. También presenta alucinaciones visuales (ve figuras y
personas de aspecto alterado), pero son menos frecuentes… (Spitzer et al., 1981, pp.
308-309).
Existen varios tipos de trastornos esquizofrénicos, los cuales presentan diferentes síntomas
característicos.
La esquizofrenia paranoide:
Se caracteriza por la suspicacia extrema y los delirios complejos. Las personas con
esquizofrenia paranoide pueden creer que son Napoleón o la Virgen María, o insisten en
que espías rusos con armas láser los persiguen porque descubrieron un secreto importante.
Como es menos probable que parezcan incoherentes o “locos”, estos individuos parecen
más “normales” que las personas con otros trastornos esquizofrénicos si sus delirios son
compatibles con la vida cotidiana. Sin embargo, pueden volverse hostiles o agresivos hacia
cualquiera que cuestione sus ideas o que trate de contradecir sus delirios. Advierta que este
trastorno es mucho más grave que el de la personalidad paranoide, que no implica delirios
extraños ni falta de contacto con la realidad.
Causas de la esquizofrenia
La esquizofrenia es un trastorno muy grave y se ha realizado una cantidad considerable de
investigaciones para tratar de descubrir sus causas. Como vimos en el capítulo 2 (Bases
biológicas de la conducta), una amplia gama de estudios muestran con claridad que la
esquizofrenia tiene un componente genético (Gottesman, 1991). Las personas con
esquizofrenia tienen una probabilidad mayor que otras de tener hijos con este trastorno,
aunque sus hijos hayan vivido con padres adoptivos desde el inicio de su vida. Y si un gemelo
idéntico sufre de esquizofrenia, la probabilidad de que el otro gemelo también la desarrolle
es del 50 por ciento; pero si un gemelo fraterno tiene esquizofrenia, la probabilidad de que
el otro gemelo la desarrolle es de solo el 15 por ciento. Estos estudios indican que puede
heredarse una predisposición biológica a la esquizofrenia.
La investigación reciente sugiere que parte del problema se relaciona con una falla en la
regulación de la dopamina en el sistema nervioso central, lo que da por resultado la
acumulación excesiva de este neurotransmisor en regiones críticas del encéfalo (Koh et al.,
2003). Los medicamentos que alivian los síntomas esquizofrénicos también disminuyen la
cantidad de dopamina en el encéfalo y bloquean los receptores de este neurotransmisor.
Por otro lado, las anfetaminas aumentan la cantidad de dopamina en el encéfalo, por lo que
agravan los síntomas esquizofrénicos y, si se toman en exceso, dan lugar a lo que se conoce
como psicosis de las anfetaminas, un padecimiento muy similar a la esquizofrenia.
Otras investigaciones sugieren que la patología en diversas estructuras del encéfalo
participa en el inicio de la esquizofrenia (van Elst y Trimble, 2003; Weinberger,1997). Por
ejemplo, se ha demostrado que los pacientes con esquizofrenia tienen ventrículos
alargados, que son las cámaras del encéfalo que se llenan con líquido cerebroespinal
(Torrey, Bowler, Taylor y Gottesman, 1994; Yotsutsuji et al., 2003). Como los ventrículos
más grandes se observan por lo común en los casos crónicos o de largo plazo de
esquizofrenia, los investigadores suponen que los ventrículos se agrandan en el curso de la
enfermedad a medida que se degeneran las neuronas alrededor de esas cavidades
(Zipursky, Lambe, Kapur y Mikulis, 1998).
Otros estudios se han concentrado en lo que parece ser un patrón anormal de conexiones
entre las células corticales de los pacientes con esquizofrenia. Como estas conexiones
corticales se establecen en su mayor parte durante el período prenatal, el hallazgo sugiere
que el inicio de la esquizofrenia, que por lo general ocurre en la adultez, podría remontarse
a alguna forma de perturbación prenatal temprana (Wolf y Weinberger, 1996). Sin
embargo, los científicos solo han encontrado diferencias promedio en la estructura y
química encefálicas entre personas con esquizofrenia y gente saludable (Noga, Bartley,
Jones, Torrey y Weinberger, 1996). De hecho, algunos estudios de gemelos idénticos en los
que solo uno de ellos sufre de esquizofrenia han encontrado más evidencia de
anormalidades encefálicas en el gemelo sano que en el enfermo. Este hallazgo nos lleva de
nuevo a la investigación sobre la genética y la esquizofrenia.
Aunque este punto suele pasarse por alto, los estudios de gemelos idénticos también sirven
para identificar la importancia del ambiente en la generación de la esquizofrenia. ¿Cómo?
Recuerde que la mitad de los gemelos idénticos de personas con esquizofrenia no desarrolla
el padecimiento. Como los gemelos idénticos son genéticamente idénticos, se ha llegado a
la conclusión de que este grave y desconcertante trastorno no solo es causado por factores
genéticos. En la determinación de si una persona desarrollará esquizofrenia también deben
figurar factores ambientales que van desde las relaciones familiares perturbadas al
consumo de drogas y al daño biológico a cualquier edad, incluso antes del nacimiento.
Algunos psicólogos consideran las relaciones familiares como un factor importante en el
desarrollo de la esquizofrenia. La evidencia concerniente a esta posición es mixta.
La investigación reciente ha descubierto que los pacientes con esquizofrenia cuyas familias
expresan altos niveles de emoción negativa muestran una tasa de rehospitalización dos
veces mayor que la tasa promedio para la gente con este trastorno (Kavanagh, 1992).
Además, los tratamientos diseñados para reducir la expresión de emoción negativa en las
familias de las personas con esquizofrenia han reducido las tasas de rehospitalización. La
investigación en esta área continúa, aunque todavía no queda claro si las variables
familiares, como la expresión de la emoción, se combinan con predisposiciones biológicas
o de qué forma se combinan para causar que algunas personas desarrollen esquizofrenia
(Subotnik, Goldstein, Nuechterlein, Woo y Mintz, 2002). Varios estudios han demostrado
una relación entre clase social y esquizofrenia (Neale y Oltmanns, 1980).
Los niños pueden sufrir muchas de las condiciones que hemos analizado (por ejemplo, la
depresión y los trastornos de ansiedad), pero otros trastornos son característicos de los
niños o se manifiestan en la niñez. El DSM-IV-RT incluye una larga lista de “trastornos que
generalmente se diagnostican en la infancia, la niñez o la adolescencia”. Dos de esos
padecimientos son el trastorno por déficit de atención con hiperactividad y el trastorno
autista.
El escenario del aula exige que los niños se sienten tranquilamente, presten atención a lo
que se enseña, sigan instrucciones e inhiban los impulsos de gritar y corretear; el niño con
el TDAH simplemente no puede ajustarse a esas demandas. Aunque no se entienden del
todo las causas del TDAH, la mayoría de los teóricos cree que en su desarrollo son
importantes factores biológicos como anomalías en el sistema nervioso central o en la
herencia. En congruencia con esta idea, los investigadores han identificado diferencias
pequeñas, pero significativas, en la estructura y el funcionamiento del encéfalo de niños
con el TDAH (Filipek et al., 1997; Vaidya et al., 1998). La interacción familiar y otras
experiencias sociales pueden ser más importantes para prevenir el trastorno que para
causarlo. Es decir, algunos padres excepcionalmente competentes y maestros pacientes y
tolerantes son capaces de enseñar a los niños “difíciles” a adecuar su conducta a las
demandas más bien estrictas del sistema escolar. Algunos psicólogos enseñan esas
habilidades de manejo a los padres de niños con el TDAH, pero el tratamiento más frecuente
para esos niños es un tipo de medicamento conocido como psicoestimulante.
Trastorno autista
Un trastorno muy diferente y sumamente serio que se hace evidente en la niñez es el
trastorno autista. El autismo está presente en uno de cada 500 niños, aproximadamente
(Filipek et al., 2000) y afecta de tres a cuatro veces más niños que niñas (Rodier, 2000). Los
niños autistas suelen ser identificados en los primeros años de vida. No logran establecer
apegos normales con los padres, permaneciendo distantes y aparentemente retraídos en
su mundo privado. Cuando bebés, incluso llegan a mostrar malestar cuando se les levanta
en brazos o se les abraza. Cuando crecen, a menudo no desarrollan el habla o desarrollan
un patrón peculiar de habla llamado ecolalia, que consiste en repetir las palabras que
escuchan. Los niños autistas por lo común presentan conducta motora extraña, como
repetir interminablemente movimientos corporales o caminar constantemente de
puntillas. Su juego no es como el de los niños normales. No son sociales y utilizan los
juguetes de maneras extrañas, como hacer girar de manera ininterrumpida las ruedas de
un camión o romper en tiras una hoja de papel.
Los niños autistas a menudo parecen tener retardo mental, pero es difícil probar su
capacidad mental porque con frecuencia no son verbales. Este trastorno se prolonga en la
adultez en la gran mayoría de los casos. Se desconoce la causa precisa del autismo, aunque
la mayoría de los teóricos creen que es resultado de condiciones biológicas casi en su
totalidad. Algunas causas del retardo mental, como el síndrome del X frágil, también
parecen incrementar el riesgo de sufrir el trastorno autista. Evidencia reciente sugiere que
el autismo es resultado del desarrollo fallido de las estructuras del tallo cerebral durante el
período prenatal temprano (Rodier, 2000). Hay evidencia considerable que indica que la
genética también desempeña un papel importante en la causalidad de este trastorno
(Bailey et al., 1995; Cook et al., 1998; Lamb, Moore, Bailey y Monaco, 2000; Rodier, 2000).
Las diferencias tienden a encontrarse en los trastornos sin un fuerte componente biológico,
es decir, los trastornos en que el aprendizaje y la experiencia juegan un papel más
importante. Por ejemplo, los hombres son más propensos que las mujeres a abusar de
sustancias tóxicas y a sufrir el trastorno de la personalidad antisocial. Por otro lado, es más
probable que las mujeres sufran de depresión, agorafobia, fobia simple, trastorno obsesivo-
compulsivo y trastorno de somatización (Basow, 1986; Douglas, Moffitt, Dar, McGee y Silva,
1995; Russo, 1990). Esas tendencias, aunadas al hecho de que las diferencias de género
observadas en Estados Unidos no siempre se ven en otras culturas (Culbertson, 1997);
sugieren que la socialización participa en el desarrollo de un trastorno: cuando un hombre
muestra conducta anormal es más probable que adopte la forma de consumo excesivo de
alcohol y de comportamiento agresivo; cuando las mujeres presentan conducta anormal es
más probable que se tornen temerosas, pasivas, desesperanzadas y “enfermas” (Basow,
1986).
Una diferencia reportada por lo común entre los sexos atañe al estado marital. Los hombres
separados, divorciados o que nunca se han casado tienen una incidencia mayor de
trastornos mentales que las mujeres del mismo estado civil o que los hombres casados.
Pero las mujeres casadas tienen tasas más altas que los hombres casados. ¿Qué explica el
hecho aparente de que el matrimonio es psicológicamente menos benéfico para las mujeres
que para los hombres?
También en este caso parece intervenir la socialización. Para las mujeres, es probable que
el matrimonio, las relaciones familiares y la crianza de los hijos sean más estresantes que
para los hombres (Basow, 1986). Para los hombres, el matrimonio y la familia proporcionan
un refugio; para las mujeres representan un trabajo demandante. Además, las mujeres
tienen mayor probabilidad que los hombres de ser víctimas de incesto, violación y violencia
doméstica. Como comentó un investigador, “para las mujeres, la familia estadounidense es
una institución violenta” (Koss, 1990). Para algunas mujeres casadas, el empleo fuera del
hogar parece brindar el tipo de beneficios psicológicos que el matrimonio aparentemente
proporciona a muchos hombres. Sin embargo, es probable que esos beneficios solo se
concreten si las mujeres eligen libremente el trabajo, si su empleo es satisfactorio, si reciben
apoyo de la familia y los amigos, y si pueden hacer arreglos para un cuidado estable de los
niños (Basow, 1986; Hoffman, 1989).
Para las mujeres que entran a la fuerza de trabajo porque tienen que hacerlo y no porque
lo desean, cuyo trabajo es rutinario o degradante, o que son responsables de todas las
tareas domésticas, además de su trabajo externo; las presiones económicas y el estrés de
desempeñar dos roles exigentes constituyen factores de riesgo adicionales para el trastorno
psicológico. Los efectos del estrés son mayores en la medida que una persona se siente
alienada, impotente y desesperanzada. La alienación, la impotencia y la desesperanza son
más prevalentes en las mujeres que en los hombres. Son factores especialmente comunes
entre las mujeres de grupos minoritarios, por lo que no es sorprendente que la prevalencia
de trastornos psicológicos sea mayor entre esas mujeres que entre otras (Russo y Sobel,
1981). Además, la alienación, la impotencia y la desesperanza desempeñan un papel
especialmente importante en los trastornos de ansiedad y la depresión, precisamente los
trastornos experimentados más a menudo por las mujeres (Kessler et al., 1994). Un reporte
realizado en 1990 por una fuerza de tarea de la American Psychological Association advirtió
que la tasa de depresión entre las mujeres es dos veces mayor que entre los hombres y
atribuyó la diferencia a los aspectos más negativos y estresantes de la vida de las mujeres,
incluyendo los menores ingresos, así como la experiencia de sesgo y abuso físico y sexual
(APA, 1990).
En resumen, las mujeres parecen tener tasas más altas de trastornos de ansiedad y
depresión que los hombres, y tienen mayor probabilidad que estos últimos de buscar ayuda
profesional para sus problemas. Sin embargo, esta estadística aparentemente se explica por
el mayor estrés, que en parte es resultado de la socialización y el menor estatus, no de una
supuesta debilidad psicológica. El matrimonio y la vida familiar, asociados con menores
tasas de trastornos mentales entre los hombres, introducen mayor estrés en la vida de las
mujeres, en particular de las mujeres jóvenes (25 a 45); y en algunos casos, este estrés
aumentado se traduce en un trastorno psicológico.
Diferencias culturales
A medida que la población estadounidense se vuelve más diversa, es cada vez más
importante que los profesionales de la salud mental estén conscientes de las diferencias
culturales si quieren entender y diagnosticar trastornos entre personas de varios grupos
culturales. Muchos trastornos ocurren solo en grupos culturales particulares. Por ejemplo,
el ataque de nervios es un fenómeno culturalmente específico que predomina entre los
latinos. Los síntomas del ataque de nervios por lo general incluyen el sentimiento de estar
fuera de control, que a menudo va acompañado por rachas de debilidad, temblores, gritos
y llantos incontrolables, y en algunos casos, por agresividad verbal o física. Después, muchos
pacientes muestran amnesia del ataque y regresan con rapidez al funcionamiento normal.
Otro ejemplo, llamado taijin kyofusho (traducido de manera aproximada como “temor a la
gente”) implica el temor malsano de que el cuerpo o las acciones de la persona puedan ser
ofensivos para los demás. El taijin kyofusho rara vez se ve fuera de Japón. Otras
investigaciones transculturales han encontrado diferencias en el curso de la esquizofrenia
y en la forma en que los trastornos psicológicos infantiles se manifiestan entre diferentes
culturas (López y Guarnaccia, 2000; Weisz, Mc- Carty, Eastman, Chaiyasit y Suwanlert,
1997).
Para algunos trastornos psicológicos, la prevalencia entre los hombres y las mujeres
también difiere de manera marcada entre los países. Por ejemplo, en Estados Unidos y en
la mayoría de las naciones desarrolladas, las mujeres por lo general muestran una incidencia
considerablemente más alta de depresión que los hombres. Pero en muchos países
subdesarrollados del mundo, como Irán, Uganda o Nigeria, se encuentra muy poca o
ninguna diferencia de género en la incidencia de la depresión (Culbertson, 1997). La
prevalencia de los trastornos infantiles también difiere de manera marcada en función de
la cultura. Por supuesto, son los adultos (padres, maestros, consejeros) los que deciden si
un niño está sufriendo un trastorno psicológico, y es probable que esas decisiones resulten
influidas por las expectativas de la cultura. Por ejemplo, en una serie de estudios
transculturales, se observó que era más probable que los niños Thai fueran remitidos a
clínicas de salud mental por problemas de interiorización, como la ansiedad y depresión, en
comparación con los niños estadounidenses, quienes tenían mayor probabilidad de ser
remitidos por problemas de exteriorización, como la conducta agresiva (Weisz, McCarty,
Eastman, Chaiyasit y Suwanlert, 1997).
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