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El documento presenta los principios fundamentales de la economía participativa como alternativa al capitalismo. Propone que la remuneración debería basarse en el esfuerzo y sacrificio de cada trabajo, no en la propiedad, influencia o suerte genética. Aboga por instituciones como consejos de trabajadores y consumidores que permitan la toma de decisiones de forma autogestionada y equilibrada entre todos.

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El documento presenta los principios fundamentales de la economía participativa como alternativa al capitalismo. Propone que la remuneración debería basarse en el esfuerzo y sacrificio de cada trabajo, no en la propiedad, influencia o suerte genética. Aboga por instituciones como consejos de trabajadores y consumidores que permitan la toma de decisiones de forma autogestionada y equilibrada entre todos.

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Economía participativa

Michael Albert
www.parecon.org

Transcripción de un vídeo de Oliver Ressler, 37 min., 2003.

Me llamo Michael Albert. Vivo en los Estados Unidos y trabajo como editor para las
revistas Z Magazine y Znet, un sitio Web en línea. Además, soy coautor de libros y
abogado defensor de una cierta visión económica, la economía participativa. Me han
comentado que el tema de esta película trata sobre este tipo de economía.
La economía participativa es una alternativa al capitalismo. El interrogante “¿Qué
queremos?” suele plantearse con frecuencia a los activistas. En el ámbito
económico, este tipo de economía podría considerarse una posible respuesta. Se
cimenta sobre unos valores e instituciones clave. Estos valores son la equidad, la
solidaridad, la diversidad y la autogestión. La idea de equidad consiste en analizar lo
que debemos obtener en relación al esfuerzo que realizamos por nuestro trabajo. Lo
habitual sería percibir una remuneración que fuera acorde al esfuerzo y sacrificio
realizados y no a la propiedad o al poder que tengamos. La solidaridad es una
noción muy básica que se preocupa por el bienestar de los demás, en lugar de
obstaculizar su desarrollo. Cuánto mayor sea el grado de solidaridad, más óptimo
será nuestro bienestar. La diversidad denota precisamente lo que la misma palabra
expresa, un abanico de opciones. Disponer de un amplio abanico de opciones
resulta mucho más acertado que homogeneizar y reducir esta gama de opciones
que se encuentra a nuestro alcance. La autogestión está íntimamente relacionada
con el control que ejercemos sobre nuestras vidas. La autogestión encarna una
opinión propia en lo que respecta a las decisiones que uno toma en relación al grado
en que uno se ve afectado. Podemos estar o no de acuerdo con todos estos valores;
particularmente, yo abogo por ellos. El desarrollo de una visión económica consiste
esencialmente en entender las instituciones para, de este modo, obtener una
producción, un consumo, una distribución y unas funciones económicas derivadas
de esos valores que permitan una propuesta de los mismos en lugar de su
aniquilación. Las clases de instituciones que presento atendiendo a ese fin, son los
consejos de trabajadores y consumidores, unos vehículos democráticos directos que
permiten a los trabajadores y consumidores el desarrollo, organización y
manifestación de sus preferencias, una especie de "complejos de trabajo
equilibrados“. El objetivo consiste en superar la tan conocida división del trabajo. En
lugar de que sean sólo un tipo de personas (aproximadamente el 20 por ciento), las
que desempeñen las tareas de mayor responsabilidad y poder, y otro grupo de
personas (aproximadamente el 80 por ciento), las que realicen las tareas más
tediosas y rutinarias, nosotros dividimos las tareas y responsabilidades laborales de
forma que todos desempeñemos tanto trabajos de responsabilidad como trabajos
rutinarios y tediosos. Como resultado, nuestro sistema abole esa división entre el 20
y el 80 por ciento, una división de clases, donde el primer grupo sería la "clase
coordinadora" y el segundo, la clase trabajadora. Esto se consigue gracias a un
“complejo de trabajo equilibrado”. Este complejo dispone de un esquema de
remuneración en función del esfuerzo y sacrificio realizados, que permite determinar
la renta de todo el mundo. Por último, es necesario analizar el problema de la
distribución económica. ¿Cómo se decide qué cantidad se debe producir? ¿Quién
debe decidirlo? ¿Dónde se decide? ¿A dónde se dirigen todas estas entradas?
¿Qué consecuencias generales tiene para la economía? El procedimiento que existe
en la actualidad en los Estados Unidos es el sistema de mercados. El procedimiento
que solía existir no hace mucho tiempo en la Unión Soviética se denominaba
planificación central. La economía participativa rechaza tanto el sistema de
mercados como la planificación central y propone en cambio una “planificación
participativa”. En esta planificación, los elementos clave son los consejos de
trabajadores y consumidores, la toma de decisión autogestionada, la remuneración
acorde al esfuerzo y sacrificio realizados, los complejos de trabajo equilibrados y la
“planificación participativa”, que constituye una alternativa tanto para el capitalismo
como para las formas de socialismo previas, que en realidad encomendaban la
máxima responsabilidad a aquellos grupos que tenían el monopolio sobre el trabajo
dominante.

En cualquier economía de cualquier época, la gente desempeña sus actividades


económicas, su trabajo. Ese trabajo genera un resultado, al que denominaremos
pastel o producto social. Por consiguiente, la pregunta en este caso sería conocer el
porcentaje que obtendríamos cada uno de nosotros de ese producto. A esto es a lo
que denominamos remuneración. ¿Qué principios deberían establecerse en la
economía para determinar el porcentaje que obtendríamos a cambio del trabajo que
realizáramos? En algunas economías, uno de los principios a seguir sería la
obtención de una remuneración en función de la propiedad y de los productos que
se obtengan de la misma, lo que denominamos beneficio. Yo soy particularmente
contrario a esa idea. No creo, por tanto, que Bill Gates, por el hecho de tener en su
poder la escritura de Microsoft, fuera más valioso que toda la población de
Guatemala, o que su valor fuera equivalente al de la población de Noruega. En lo
que a mí respecta, esto no tendría ningún sentido. Dado que este tipo de sistema no
nos beneficiaría en absoluto en un sentido económico y nos llevaría a todo tipo de
injusticias y horrores, lo rechazo por completo. Otra noción que comparte la Harvard
Business School, consiste en obtener una remuneración por aquello que podemos
conseguir. Éste es un enfoque relativamente impreciso en lo que respecta a la
distribución económica, ya que siempre intentamos negociar y utilizar nuestra
influencia para conseguir más. Por tanto, otro principio sería el de obtener una
remuneración en función de la influencia que ejerciéramos. Obviamente, no estoy de
acuerdo ni con el sistema utilizado por Al Capone ni con el que emplea la Harvard
Business School, ya que no creo que ninguno de ellos sea el más acertado, tanto
económica como moralmente.
El tercer principio, que defienden fervientemente algunos sujetos, sería obtener una
remuneración a cambio de los beneficios obtenidos por el trabajo desempeñado.
Según parece, esta alternativa podría ser un poco más deseable. Si realizo un
trabajo y ese trabajo incrementa el tamaño del producto social o el tamaño del
pastel, ¿no debería obtener la misma cantidad a cambio? Después de todo, si recibo
una cantidad superior, estaría beneficiándome del producto que alguien más hubiera
generado. Y si recibo una cantidad inferior, estaría percibiendo menos de lo que yo
habría aportado y no sería justo. Por consiguiente, mucha gente aboga en realidad
por este tercer principio.
Por supuesto, si nos basáramos en este principio, sería lógico pensar, por ejemplo,
que Michael Jordan, una figura reconocida a escala internacional, cuando ganaba
con los Chicago Bulls el campeonato anual de la NBA, debería obtener una
remuneración anual de millones de dólares por el trabajo que realizaba jugando al
baloncesto. ¿Por qué? Porque ése es el valor que se le había concedido. La
sociedad le ha otorgado ese enorme valor. El objetivo de la sociedad era poder
contemplar el partido y disfrutar de él. La cuestión de que esto sea o no razonable,
algo con lo que estoy de acuerdo dada mi afición a los partidos, es completamente
irrelevante. El objetivo se cumplió y, por tanto, la sociedad valora el trabajo que
Michael Jordan ha producido. Atendiendo a este principio, ¿deberían los individuos
ser remunerados por la suerte que corrieran en la lotería genética? Michael Jordan
nació con determinadas capacidades que yo no tengo. Aunque me entrenara a partir
de ahora y hasta el año 4042, nunca podría jugar al baloncesto como lo hace
Michael Jordan, ni podría componer como Mozart. Michael puede considerarse un
ser afortunado ya que ha nacido con determinados talentos y atributos que el resto
de los mortales admira, disfruta y de los que se beneficia. Sin embargo, la sociedad
ante esto actúa justamente al contrario, al recompensar sus talentos con grandes
sumas de dinero. Esta forma de actuar me parece completamente errónea. No veo
por qué debemos ser remunerados por la suerte que tengamos en la lotería
genética.
Tampoco creo que debamos disfrutar de una mayor remuneración por el hecho de
que tengamos mejores herramientas que los demás. Si salgo al campo y corto caña
de azúcar y otra persona hace exactamente lo mismo, ¿el hecho de que disponga
de un mejor cuchillo implicaría que la cantidad de caña de azúcar que obtuviera
debería ser superior a la de la otra persona? Si tuviera todo tipo de herramientas,
¿debería obtener más? Si soy más grande y más fuerte que otro, ¿debería obtener
más? El principio derivado de la economía participativa es que debemos percibir una
remuneración acorde al esfuerzo y sacrificio realizados en nuestro trabajo. Cuanto
más oneroso sea nuestro trabajo, mayor será la remuneración. Cuanto más intenso
sea, mayor será la remuneración. Cuanto más tiempo trabajemos, mayor será la
remuneración. Debemos desarrollar nuestro trabajo de forma socialmente
responsable y, por lo tanto, no debemos obtener más en virtud del talento, del
equipo o del trabajo que realicemos con sujetos más productivos.

Si atendiéramos a cómo sería la toma de decisión para un filósofo durante una


entrevista, esta entrevista podría prolongarse durante cuatro semanas,
convirtiéndola en algo totalmente incomprensible. En realidad, no creo que sea una
cuestión tan complicada. Supongamos, desde un punto de vista económico, que
trabajo en una oficina y que deseo colocar una fotografía de la persona con la que
vivo en mi escritorio. ¿Quién debería tomar esta decisión? Si le preguntáramos a
alguien su opinión al respecto, es muy probable que mostrara su indiferencia ante
este problema, ya que no lo consideraría como tal. Manifestaría su consentimiento
sin lugar a dudas. A lo que le contestaría: "¿se refiere con ello a que debería tomar
yo mismo esa decisión, del mismo modo que lo haría un dictador, y que nadie más
podría alegar nada al respecto?" Probablemente, pensaría la respuesta durante un
instante y contestaría afirmativamente. “¿Cómo Stalin?”, a lo que respondería: “sí,
tomaría esa decisión”. A continuación, proseguiría mi discurso diciendo:
supongamos que decido colocar una boom box (término acuñado en los Estados
Unidos para hacer alusión a una especie de reproductor musical portátil) en mi
escritorio para reproducir música heavy metal a todo volumen. En este caso, su
respuesta sería: “no, en ese caso no podría tomar esa decisión como lo haría un
dictador”. A lo que le respondería: “¿quién más tendría que participar en esta
decisión?” Y su respuesta sería: “la gente que escucha la música. La gente que vive
en el barrio”. A lo que alegaría: “¿qué ocurriría entonces con la persona que se
encuentra a dos manzanas de donde estoy y que no puede escuchar la música?" Y
entonces me diría: “¿y qué ocurriría con la persona que se encuentra justo a su
lado?”. A lo que tendría que responderle que lleva toda la razón.
Lo que hemos hecho en este caso es intentar desarrollar un principio. De forma
implícita, un individuo debe desarrollar su propia opinión con respecto a las
decisiones que se toman de modo proporcional al grado en que uno se ve afectado.
Ésta es la clase de ideas por las que tenemos que luchar, de modo que podamos
conseguir aquello que la democracia realmente desea lograr, es decir, la
autogestión. No quiero decir con esto que todos tengamos que tener un voto, o que
deba existir un 50 por ciento que nos permita decidir si puedo o no colocar una
fotografía de mi esposa en el escritorio. Eso sería ridículo. No debería tratarse de un
consenso, sino más bien de una decisión propia. Sin embargo, cuando se trata de
reproducir música a elevado volumen en mi escritorio, el individuo que se ve
afectado por mi decisión, debe manifestarse al respecto y adoptar una decisión que
sea proporcional al grado en que se ve afectado. Ello implicaría inmediatamente el
rechazo de mi propuesta, dado que sería lo correcto en este caso. Todo esto
constituiría un principio. ¿Cuál sería la mejor forma de lograrlo? No existe un único
método. En el caso de la toma de algunas decisiones, se precisa únicamente la
presencia de una persona, de un voto o del 50 por ciento. En el caso de otras, sería
preciso contar con las tres cuartas partes. Algunas decisiones supondrían un
consenso. Otras, por el contrario, serían literalmente dictatoriales. Algunas
decisiones serían adoptadas por un grupo pequeño en el contexto de un marco
mucho más amplio que lo hubiera definido un grupo mucho mayor. Los métodos
pueden ser muy diversos. Los métodos son precisamente eso, métodos o tácticas
para conseguir el verdadero objetivo. El verdadero objetivo no sería el consenso o el
50 por ciento, tampoco sería cualquier algoritmo ni cualquier método, sería la
autogestión.

¿Experiencias históricas?

Los antiguos mecanismos para la toma de decisión existentes en Yugoslavia se


encontraban muy lejos de todo esto, debido a motivos de gran peso relacionados
con las instituciones. Es muy probable, y asumamos el hecho de que es cierto, que
cuando la economía yugoslava se estableció en el sistema de mercados, el pueblo
estaba ávido de autogestión. El pueblo quería que los trabajadores controlaran sus
propios espacios de trabajo. Al analizar la antigua constitución soviética, nos damos
cuenta de lo mismo. La función de los trabajadores debía haber sido la de actuar
como un último tribunal de apelación en el lugar de trabajo soviético. Éstos debían
ejercer el poder sobre los mismos trabajadores en un lugar de trabajo. La situación,
sin embargo, era bastante distinta. Los planificadores centrales eran los encargados
de ejercer esa función. En Yugoslavia, el sistema de mercado existente para la
distribución, generaba una dinámica basada en la división del trabajo en el lugar de
trabajo yugoslavo. Creaba una situación donde los gerentes e ingenieros, así como
otro tipo de actores, ejercían un marcado monopolio sobre la toma diaria de
decisiones y sobre las tareas que capacitaban, otorgaban conocimiento, generaban
confianza y desarrollaban las habilidades necesarias para la toma de decisión y la
planificación del orden del día. Además de esto, existía un 80 por ciento de la
población yugoslava dedicada a la realización de trabajos tediosos y rutinarios
durante todo el día. Ese porcentaje de individuos disfrutaba de una especie de poder
formal, pero nunca de un poder real. Siempre que el consejo de trabajadores de
Yugoslavia tenía la oportunidad de reunirse para la toma de decisión, el 20 por
ciento que tenía el conocimiento, la confianza y las habilidades necesarias, ejercía
un dominio completo sobre la situación. Esta situación resultaba insostenible y, por
consiguiente, la tarea de creación de autogestión debía realizarse estructuralmente y
mediante las instituciones que la hacían viable. Estas instituciones estructurales
clave son los complejos de trabajo equilibrados y el modo de distribución.

En primer lugar, analicemos esta noción de complejo de trabajo equilibrado. En


cualquier lugar de trabajo, son miles las cosas y tareas que hay por hacer. Por tanto,
la forma habitual de dividir el trabajo consiste en analizar todas estas tareas para
crear trabajos. Un trabajo es una combinación de tareas que todos hacemos. Un
trabajo es el conjunto de responsabilidades y tareas que tenemos. El método
utilizado en la combinación de todas estas tareas, consiste en crear una especie de
jerarquía: distintos tipos de trabajo a lo largo de esta jerarquía. La parte superior de
esta jerarquía se caracteriza por individuos que desempeñan tareas de gran
responsabilidad. Las tareas que desempeñan estos individuos no requieren
únicamente habilidades y conocimientos, sino también la transmisión de los mismos.
Deben generar confianza y ejercer un control diario sobre cualquier fenómeno que
ocurra en el lugar de trabajo. Conforme descendemos por esta jerarquía, las tareas
son cada vez más rutinarias y tediosas. Los individuos quedan privados de sus
habilidades y talentos, al tener que dedicar todos sus esfuerzos a trabajos más
onerosos, difíciles y exigentes que no requieren ningún tipo de habilidad o talento.
Por consiguiente, en ese contexto, este grupo inferior queda relegado al dominio del
grupo superior. Este tipo de división de clases es lo que yo denomino "clase
coordinadora” y clase trabajadora. Si consiguiéramos suprimir este tipo de sistemas
e instaurar complejos de trabajo equilibrados, si pudiéramos dividir las tareas en el
lugar de trabajo de modo que todo el mundo tuviera un trabajo, que sería distinto en
función de las distintas inclinaciones de cada uno, pero igual de competente que el
del resto de individuos, podríamos manifestar nuestras preocupaciones, nuestras
opiniones sobre lo que debería o no hacerse, sobre cuál sería el orden del día, sobre
qué decisión sería necesaria adoptar, cuando asistiéramos a los consejos de
trabajadores o las reuniones de nuestros equipos de trabajo, ya que todos
podríamos participar. Nadie podría alegar algo en contra del trabajo de otro, ni
atribuir su trabajo a otro, porque todos tendríamos un trabajo equiparable. El trabajo
sería distinto pero equiparable en relación a la competencia que ejerciera. El hecho
de que ahora todo el mundo tenga que seguir el mismo patrón en su lugar de
trabajo, me parece absolutamente ridículo. Del mismo modo, si somos cuatro
amigos, todos tendremos nuestro propio punto de vista sobre la película que
vayamos a ver. Las cosas se solucionan. Aunque siempre a través de individuos que
gozan de cierta influencia sobre la revolución y de modo proporcional al grado en
que se ven afectados.

La reacción de algunos individuos al concepto de complejos de trabajo equilibrados


es la siguiente: me parece una buena idea el hecho de que todos podamos
desempeñar trabajos de responsabilidad que nos satisfagan y que nadie desempeñe
trabajos onerosos y aburridos. Pero, ¿no supondría todo esto un problema grave?
¿No supondría (declara preguntándose acerca de la conveniencia de esta idea) una
pérdida de tiempo para aquellos sujetos que fueran más productivos? Supongamos
que este sujeto fuera... Mozart, y que le dijéramos que no solamente compusiera
música como parte del complejo de trabajo, sino que también realizara otro tipo de
tareas, de forma que el complejo de trabajo estuviera equilibrado. Cada segundo
que Mozart no compusiera música, constituiría una gran pérdida, no sólo para
algunas personas, sino para toda la humanidad. Por lo tanto, no tendría sentido
pedirle a Mozart que hiciera otra cosa que no fuera componer. ¿No debería Mozart
dedicarse exclusivamente a componer música? La respuesta a esta pregunta,
incluso para Mozart, sería que si organizamos la sociedad de forma que los
complejos de trabajo no estén equilibrados y se dividan, como de costumbre, en un
20 por ciento de trabajo monopolista y competente, lo que conseguiríamos sería un
gran número de Mozarts, posiblemente uno cada cien años, o más bien un número
“x” de excelentes compositores en un momento determinado. “X” representaría un
número elevado, 1,000 ó 10,000, en función de cuál fuera el baremo aplicado en un
país determinado. Sin embargo, si organizáramos la sociedad de modo distinto, si
dispusiéramos de complejos de trabajo equilibrados, ¿cuántas personas podrían
componer de forma notable? El 80 por ciento de la sociedad no podía hacer uso de
sus habilidades y talentos debido a la opresión sufrida por la socialización, la
educación y la formación. Con los complejos de trabajo equilibrados, todo esto
desaparecería. No habría motivo alguno para eludir la formación, la socialización y
todo aquello que estuviera orientado hacia una mejora del individuo, que permitiera
ampliar su capacidad y mejorar su productividad. Ningún sistema debería mermar
las capacidades del individuo, para que encajara en aquellos sectores en los que no
se requiriera un tipo de habilidad especial. Esta idea estaría muy alejada de una
economía participativa. Por consiguiente, la primera respuesta a esta pregunta sería
la de tener un mayor número de Mozarts o de compositores menos aventajados.
Nos sorprendería descubrir la existencia de una gran número de individuos con esos
mismos talentos. Además, en una economía organizada como la nuestra, el talento
más creativo debería estar enfocado a la venta de productos. Con ello no me refiero
a la producción de obras de arte que pudiera disfrutar la gente, sino más bien a la
producción de imágenes o palabras que convencieran a la gente para el desempeño
de tareas que no harían de otro modo. Al igual que ocurre en el sector de la
publicidad o de otros medios de manipulación. Este tipo de sectores sería el que
abarcara un mayor número de talentos artísticos. Éste es, por tanto, el primer asunto
a tratar. Pero abordemos la cuestión en su totalidad. Tomemos como ejemplo a un
cirujano. Este cirujano pertenecería a un sector distinto de esta división del trabajo,
el sector de la cirugía. El interlocutor hace un inciso para preguntar: "espere un
momento. ¿Está diciendo que en una economía participativa, la persona que hubiera
trabajado como cirujano en una sociedad capitalista, dedicaría ahora parte de su
tiempo a limpiar o a otro tipo de actividad como parte del complejo de trabajo
equilibrado?". – “Sí, exactamente”. A lo que este interlocutor argumentaría: “ eso es
totalmente imposible, no tendría ningún sentido”. Esta persona representa toda la
formación y habilidades adquiridas para el desempeño de la cirugía. ¿Qué sentido
tendría que invirtiera parte de su tiempo limpiando y sin poner en práctica sus
conocimientos como cirujano?” Bien, existen algunas respuestas a este respecto. La
primera sería que en el capitalismo los cirujanos no realizan su trabajo 40 horas a la
semana. Pasan mucha parte de su tiempo jugando al golf y otra gran parte
dirigiendo y estableciendo jerarquías de poder en la administración de su lugar de
trabajo. No obstante, supongamos que emplean 40, 50 ó 60 horas a la semana
desempeñando únicamente su trabajo como cirujanos. Concedámosles el derecho a
la crítica, un mundo que no existe, y veamos qué ocurre: ¿supondría una pérdida
para la sociedad si ese cirujano no trabajara 40 horas a la semana como cirujano, y
en su lugar trabajara 20 horas a la semana como cirujano y las otras 20 restantes
haciendo algo distinto y favoreciendo un complejo de trabajo equilibrado? Sí, ya que
habríamos perdido 20 horas de cirugía de ese cirujano. ¿Qué hemos ganado a
cambio? Hemos ganado un lugar de trabajo aceptable y la abolición de este tipo de
distinción de clase. Por consiguiente, lo que hemos ganado a cambio es que el 80
por ciento de la población sea ahora un pozo del que pueda emerger una enorme
cantidad de personal quirúrgico capacitado y con talento. Por ejemplo, en los
Estados Unidos, la Asociación Médica Americana es una institución de médicos, que
incluye a los cirujanos. Esta asociación no nace como una alternativa de asistencia
sanitaria adicional, sino para defender las ventajas y poder relativos de los médicos.
Esta labor la consigue en parte impidiendo que otros individuos puedan desarrollar
los talentos y habilidades necesarios para desempeñar la profesión médica. Por
tanto, impide que las enfermeras hagan más de lo que esté estipulado, lo que las
deja en una situación de poder de negociación limitado para que sean los médicos
los que acumulen la riqueza. De este modo, lo que obtenemos al cambiar a un
sistema de complejos de trabajo equilibrados no es únicamente equidad, diversidad
y solidaridad, o la eliminación de estos efectos enfermizos de nuestra sociedad, sino
además, en lo que respecta a la productividad, conseguimos los potenciales y
capacidades productivas de aquel 80 por ciento que se intenta anular.

Cualquier economía debe contemplar la distribución. Ésta es la parte más


complicada. El resto solamente puede considerarse relativamente complicado en el
sentido de que es muy distinto a lo que estamos acostumbrados. Pero no lo es en
absoluto. La distribución puede ser en cierta medida compleja. Cada empresa
precisa de material y de entradas con las que elaborar su producción. ¿Cómo se
establece el porcentaje de entradas y de salidas que debe producir esa empresa?
¿Cómo se establece lo que yo voy a consumir? De todas estas distintas
posibilidades, ¿cuáles son las que voy a consumir y en qué porcentaje? ¿Cómo se
establecen los valores relativos de los distintos artículos que se encuentran
disponibles? ¿Por qué el precio de una silla es igual al de 14 camisas y no al de 12
camisas? ¿Qué nos permite establecer este tipo de cosas? La respuesta a todas
estas preguntas es el sistema de distribución. Los dos sistemas de distribución más
característicos que se emplean en economía son los mercados, donde compiten
tanto los compradores como los vendedores. Fundamentalmente, lo que intentan es
estar a la cabeza para cuando el comprador se adelante al vendedor, éste
experimente pérdidas y viceversa. Es una dinámica competitiva. La planificación
central es una dinámica con un grupo de individuos, un aparato de planificadores
centrales, que decide las entradas y salidas relativas de todas la unidades. En el
sistema de mercado, es precisamente esta dinámica competitiva entre compradores
y vendedores la que triunfa progresivamente tanto en las entradas como en las
salidas. La economía participativa contempla una clase distinta de sistema de
distribución. El sistema de distribución se denomina “planificación participativa”. No
resulta fácil describirlo de forma rápida, pero la esencia de la idea no es nada
complicada. Este sistema está constituido tanto por trabajadores (individuos, grupos,
equipos e industrias) en los consejos de trabajadores, como por consumidores
(consumidores individuales y grupos de consumidores), dado que la mayor parte del
consumo se realiza de forma colectiva. Por ejemplo, un parque, las carreteras, el
aire, tanto si hay contaminación como si no, se consumen colectivamente. Este tipo
de productos son mercancías de consumo colectivo que afectan a los grupos. Por
consiguiente, existen individuos y grupos en los consejos de consumidores.
Asimismo, debe existir algún tipo de comunicación entre estos consumidores
organizados en sus consejos y los trabajadores. La comunicación de la planificación
central adopta esta forma: un planificador central envía instrucciones a los
trabajadores y éstos le informan de si pueden o no llevarlas a cabo. El planificador
envía instrucciones y ellos, a cambio, comunican su cumplimiento. Es un sistema
autoritario. En un sistema de mercado, la comunicación se basa esencialmente en la
propuesta que cada uno de los actores efectúa con respecto a lo que desean hacer
y a las estrategias que deben emplear para conseguir todo cuanto puedan. El
propietario intenta obtener el máximo beneficio posible, los empleados unos sueldos
más altos, los compradores intentan comprar todo lo que pueden al precio más bajo
posible y así sucesivamente. En la “planificación participativa”, tanto los
consumidores como los trabajadores proponen aquello que desean hacer. Teniendo
en cuenta el marco institucional, cada uno de ellos se encuentra en posición de
juzgar, ver y comprender la propuesta del otro.
Existe una segunda etapa, donde cada uno de ellos modifica su propuesta en vista
de la reacción obtenida de la economía global. Así como una tercera y cuarta
etapas. Existe una planificación, es decir, un esfuerzo consciente por determinar
cuáles serán las entradas y las salidas. No obstante, esto es una especie de
planificación negociada, una planificación negociada de colaboración entre todos
estos actores. Y la dinámica consiste en…aunque no sé muy bien cómo describir
todo esto: supongamos que trabaja para una empresa capitalista y que su objetivo
principal consiste en vender todo lo que pueda para incrementar los ingresos de la
misma; al trabajar de este modo, es probable que obtenga una pequeña parte de
ese incremento como trabajador por parte del propietario, dado que su finalidad
última es la obtención del máximo beneficio posible. Por consiguiente, poco
importaría que vendiéramos libros y que consiguiéramos que la gente utilizara esos
libros a modo de cuña para las puertas, en lugar de leerlos. Lo que vendemos es
una lista de los libros más vendidos, no una lista de los libros más útiles o de mayor
valor. Si ideamos anuncios para que la gente compre un libro que permita mejorar su
vida sexual, y el libro trata de la pesca, ¡a quién le importa! Lo mismo ocurre con la
ropa y con todo lo demás. Todo esto no tiene ningún sentido. Esto no ocurriría en
una economía cuya finalidad última no fuera únicamente la de satisfacer sus
necesidades. Lo único que realmente nos preocupa es el incremento de la
producción para satisfacer al individuo. Pero si nuestro trabajo no satisface al
individuo, no hay motivo aparente alguno para emplear nuestro tiempo trabajando.
Es un efecto parecido al de padecer una indigestión, o incluso peor, convierte a las
personas en seres realmente miserables. Por consiguiente, el sistema económico
más óptimo sería aquel que explicara los verdaderos costes y beneficios sociales.
¿Cómo podría este sistema ayudar y satisfacer a la gente y cuáles serían los costes
derivados de la utilización de recursos, o quizás de la contaminación y de otros
efectos adversos?
La “planificación participativa” es un sistema que explica los verdaderos costes y
beneficios sociales y que permite a los actores, los trabajadores y los consumidores,
influir y facilitar las decisiones de modo proporcional al grado en que se ven
afectados. El resultado final que se obtendría sería, por ejemplo, una fábrica x que
produjera un número determinado de libros, bicicletas, camisas, y una persona,
Miguel, que consumiera un determinado número de camisas, etcétera, y que
trabajara en un complejo de trabajo equilibrado, de forma que el resultado de la
planificación se encontrara en función de los deseos, gustos y preferencias de los
individuos y respetara los efectos producidos en el entorno, grupos sociales,
etcétera. Esto es lo que logra la “planificación participativa”. Consigue una
cooperativa negociada, un intercambio de información y preferencias entre consejos.

¿Qué ocurriría si existiera una economía participativa en un país y una economía


capitalista en otro? La respuesta es muy relativa. Si existe una economía
participativa en un país relativamente pequeño y una economía capitalista en los
Estados Unidos, éste último lo abatiría. Los Estados Unidos optarían por abatirlo,
impidiendo a toda costa que mostrara al mundo la posibilidad de una organización
económica que fuera humana y provechosa, que satisficiera las necesidades y el
potencial desarrollado, así como los valores a los que quisieran aspirar los
individuos. Los Estados Unidos estarían completamente en contra. Si se iniciara un
movimiento que se acercara al modelo de economía participativa en Brasil,
Argentina o en cualquiera de los cientos de países que existen en el mundo, se
produciría una tremenda presión internacional que opondría resistencia a ese
proceso, especialmente por parte de los Estados Unidos, Europa y otros países.
Incluso si dicho movimiento tuviera lugar en Francia o Italia, y aunque no ocurriese
simultáneamente en otras partes del mundo, la presión internacional por parte de los
Estados Unidos sería enorme. Ésta podría ser una buena definición de lo que es un
imperio. La posibilidad de que esta lucha pudiera tener algún tipo de efecto se
encuentra en manos de la población estadounidense, alemana, europea, y un largo
etcétera. Los movimientos en estos países deben salvaguardar de nuestra influencia
a los movimientos procedentes de otras partes de mundo.

La economía participativa no se logrará en los Estados Unidos, Cuba, Sudáfrica o en


cualquier otra parte del mundo la semana próxima, el mes próximo o incluso el año
próximo. Va a llevar mucho tiempo. Más bien, la cuestión sería entonces plantearnos
la repercusión que tendría esta visión en todos nosotros. En mi opinión, la
repercusión sería enorme.
A continuación, voy a exponer dos formas principales que expresan claramente esta
diferencia. Una de las preguntas que suele plantearnos la gente con frecuencia es:
“¿qué queremos conseguir?” Creo que detrás de este interrogante, existe un
trasfondo muy verdadero. Lo que realmente implican con esa pregunta es algo
parecido a este ejemplo: si alguien intentara convencerme de que participara en un
movimiento que fuera en contra de la gravedad y yo le respondiera diciendo: “¡estás
loco!, ¡anda, piérdete!. No me entiendes”, esta persona respondería a la visión. Y yo
lo entendería. Si presentara un discurso emotivo sobre cómo la gravedad nos limita,
o cómo el envejecimiento nos mata y, a continuación, dijera: “participa en un
movimiento en contra de la gravedad” o “participa en un movimiento en contra del
envejecimiento”, la gente empezaría a reírse y diría: “¡anda, piérdete, crece un poco
y enfréntate a los hechos!". En ese caso, tendría que admitir que llevan toda la
razón. Eso es precisamente lo que la gente diría si dijéramos: “ven y participa en un
movimiento en contra de la explotación”, “participa en un movimiento en contra de la
pobreza”, “participa en un movimiento en contra de la guerra”, “participa en un
movimiento en contra del racismo”. Mucha gente respondería diciendo: “¡crece y
enfréntate a los hechos!”. Nunca responderían diciendo que la guerra o la pobreza
no existen. Todo el mundo sabe que hay guerra y pobreza en el mundo. Al igual que
todo el mundo sabe que existe el envejecimiento y la gravedad. Todo el mundo
conoce cuáles son sus efectos. Conocen perfectamente cuáles son los efectos
devastadores del envejecimiento, pero no participan en un movimiento que vaya en
contra del envejecimiento. Uno de los motivos por los que no participan en este tipo
de movimientos, es porque saben que tanto la gravedad como el envejecimiento son
inevitables. No hay alternativa. Todavía no se ha inventado un mundo en el que no
exista la pobreza o el racismo. “No lo podemos cambiar. Y, por consiguiente,
debemos crecer observando la realidad a la que debemos enfrentamos”. La visión
puede aplacar ese cinismo. Margaret Thatcher declaró una vez en el argumento
TINA: no hay alternativa. No se puede aplacar ese cinismo. Sin embargo, no
podemos afirmar simplemente que sí existe una alternativa. Esta afirmación no sería
suficiente. No es convincente. Es posible que me convenza a mí o a usted, pero no
va a convencer a 150 millones de personas ni a 3 billones de personas. La gente
necesita argumentos más sólidos. Necesita algo más. Por consiguiente,
necesitamos acomodar esta visión que ellos plantean, que les da esperanza y les
otorga la sensación de que algo mucho mejor es posible. Entonces, ¿por qué es tan
importante? Si trabajo intensamente y tengo poco tiempo libre y alguien viene y me
dice: “únete a mi movimiento. Ven y ofrece el poco tiempo que tienes, o al menos
una pequeña parte del mismo, por una causa justa. Participa en una lucha que
implica cierto riesgo". Mi respuesta sería: “¿por qué debería hacerlo?”, cuando la
causa por la que lucho es bastante improbable que la gane, e incluso aunque la
ganase, tendría un impacto mínimo, porque conozco perfectamente todo lo que el
movimiento ha intentado inculcarme durante treinta años, que el capitalismo es
poderoso, que emana este tipo de presiones que controla y lo moldea todo. De este
modo, si consigues un incremento salarial, el capitalismo tenderá a mermarlo. Si tus
condiciones mejoran, el capitalismo las hará retroceder. Si consigues más
democracia, el capitalismo la limitará, y así sucesivamente. ¿Por qué debería
entonces ofrecer mi tiempo? El razonamiento de algunas personas sería el de luchar
por una buena causa. Ésta es una expresión bastante utilizada en los Estados
Unidos. Es como si le dijéramos a un boxeador: ¡vamos, pelea a ver si te dan una
buena paliza! ¡Lucha por una buena causa! Vas a perder, pero no importa. La
mayoría de la gente no quiere luchar por una buena causa, sólo por el hecho de
luchar. Prefieren destinar su tiempo al cuidado de sus familias. Optan por no
sacrificar sus familias y su tiempo en pos de una lucha por una causa justa que les
dejaría destrozados. Parte del motivo por el que necesitamos acomodar este tipo de
visión radica en el hecho de que esta lucha no es sólo una lucha por una causa
justa, sino más bien una lucha por algo verdadero. Necesitamos también una
estrategia. Deberíamos ser capaces de proyectar una imagen que permitiera mostrar
a la gente cómo su participación reportaría beneficios inmediatos que perdurarían en
el tiempo y que se implantarían en un mundo completamente nuevo. Una gran parte
de este razonamiento estaría fundamentado en una causa emocional o psicológica.
Otro de los motivos por los que necesitamos acomodar esta visión, sería el de
encontrar un cauce para todo lo que hacemos. La búsqueda de un nuevo mundo
podría llevarnos a situaciones no deseadas en un principio. No sería la primera vez
que ocurriera. Por lo tanto, es importante analizar de antemano todo aquello que
queremos obtener realmente. Debemos conseguir que el proceso, la lucha y la
estrategia que empleemos nos conduzca a donde queremos llegar, y no a una
especie de escenario terrorífico. Es muy importante tener esto en cuenta. En una
economía participativa, es esencial conocer las repercusiones que puede tener tanto
el modo de organización como el desarrollo de nuestros movimientos. Esta
economía debería ser capaz de reflejar la división interna del trabajo en nuestros
movimientos, como los complejos de trabajo equilibrados. Debería guiarnos hacia el
tipo de economía que deseamos alcanzar. Esta economía no debería reproducir las
jerarquías ya existentes, ni las jerarquías de clase actuales, no debería implantar los
mismos modelos de remuneración ni considerar la forma de pago como un hecho
arraigado en la sociedad; deberíamos entender esta economía conforme a los
nuevos principios que comprendemos, de los que aprendemos y que nos permiten
alcanzar el tipo de sociedad que deseamos. En el ámbito de las relaciones
internacionales, deberíamos ser capaces de afirmar que las exigencias relativas al
FMI, al Banco Mundial, etcétera, no son justas, en el sentido de que no benefician al
pueblo, para poder conseguir aquello que deseamos. En otras palabras, considero
que esta visión, aparte de orientar, ofrece motivación, esperanza y un compromiso
menor. Puede ser un buen indicador que nos permita saber dónde queremos llegar y
qué queremos hacer. Es como si fuéramos al aeropuerto y la única cosa que
supiéramos fuera que queremos viajar a alguna parte, sin conocer nuestro destino
final. Pediríamos un billete, pagaríamos por él, alguien nos lo vendería y nos
subiríamos a un avión, que muy probablemente nos llevaría a un sitio mucho peor
del que partimos en un principio. Ésta no es una forma inteligente de actuar. Nuestro
objetivo no sería únicamente el de viajar a otro sitio distinto, sino el de saber cuál es
nuestro destino final, o al menos conocer la zona a la que nos dirigimos.

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