Revista Estudios Nietzsche - Seden No. 9 PDF
Revista Estudios Nietzsche - Seden No. 9 PDF
Revista Estudios Nietzsche - Seden No. 9 PDF
Jesús Conill
Universidad de Valencia
A pesar de las dificultades que muchos autores han tenido y siguen teniendo
para considerar a Nietzsche como filósofo, no resulta extraño encuadrar su
pensamiento dentro de la filosofía hermenéutica, ya que, si bien es cierto que
hasta hace relativamente poco tiempo no se ha llevado a cabo ningún intento
de exposición sistemática de las relaciones entre Nietzsche y la hermenéuti-
ca, la problemática de la interpretación como tal no ha pasado inadvertida a
quienes se han ocupado con cierta profundidad de Nietzsche. Lo que ocurre
es que siempre se ha tratado de aspectos parciales de este problema, cuando lo
principal es situar su pensamiento dentro de la modalidad hermenéutica como
tal. Y aquí Nietzsche aporta ya una radicalización decisiva: el giro o la transfor
mación hermenéutica de la filosofía. La primera gran aportación nietzscheana
consiste en hacernos ver que no hay otro modo posible de seguir pensando más
que de manera hermenéutica.
Si esto se confirma, ya no habrá motivo alguno para seguir temiendo que con
Nietzsche nos deslicemos hacia lo irracional, dado que la hermenéutica es una de
las actuales formas de entender la racionalidad. Lo que tendremos que resaltar
será su modo específico de entenderla.
. Cf. J. Figl, Interpretation als philosophisches Prinzip, Berlin/New York: Walter de Gruyter,
1982; J. Conill, El poder de la mentira, Madrid: Tecnos, 1997.
. K. O. Apel, La transformación de la filosofía, Madrid: Taurus, vol. II, pp. 91 ss., y J. Conill,
op. cit., cap. 12.
. J. Conill, op. cit., cap. 4.
. H. Plessner, Stufen des Organischen und der Mensch, Berlin, 31975, pp. XII-XIII, prólogo a
la 2.ª ed.
. KGW VII 40[15]; cf. W. Stegmeier, «Leib und Leben»: Hegel-Studien 20 (1985), 173-198.
. GM III, § 16, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1972, p. 150.
. MBM § 230, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1972, p. 179.
. Za II, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1972, «De los poetas», p. 188.
. MBM § 231, p. 180; cf. también EH, ed. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1971, pp.
83 y 80.
10. GS § 1.
11. Za, pp. 60 ss.
resuelve mediante su mutua exclusión, por su miedo —por otra parte compren-
sible— a que el cientificismo invada por completo el reino del pensamiento y
llegue a anularlo en su peculiaridad esencial. Pero tal vez existan otras posibilida-
des de interseccionar las interpretaciones científicas y filosóficas; y esto es lo que
se ofrece en la hermenéutica genealógica nietzscheana (y, al menos, en algunas
de las tendencias filosóficas que antes hemos vinculado con ella).
Por otra parte, si bien es cierto que el uso de términos biológicos por parte
de Nietzsche no ha de entenderse en su sentido puramente biologicista, la solu-
ción no se encuentra en la vía interpretativa de Heidegger, según la cual Nietz
sche utiliza términos como «vida» (por tanto, valdría lo mismo decir «cuerpo»
como centro de las fuerzas vitales) en sentido propiamente metafísico tradicio-
nal: en Nietzsche alcanzaría su plenitud lo que desde el comienzo de la filosofía
se expresó como physis. Esta apreciación heideggeriana, entendida en un sentido
metafísico tradicional fijo, me parece inapropiada e incluso incoherente con otras
reflexiones que el propio Heidegger ofrece sobre la interpretación biológica del
conocimiento en Nietzsche. Tal vez prestando atención brevemente a este pun-
to comprendamos mejor el significado de la hermenéutica genealógica a partir
del cuerpo y, por tanto, de la vida.
Cuando Heidegger reflexiona sobre lo que significa la interpretación nietz-
scheana del conocimiento, destaca que el pensamiento categorial tiene carácter
perspectivista, porque depende de las condiciones vitales. La necesidad de pensar
de un modo determinado tiene su origen en razones biológicas y vitales. Así, por
ejemplo, la necesidad subjetiva de no caer en contradicción surge de una necesi-
dad vital. De modo que lo que habitualmente se ha considerado como un princi-
pio básico de la razón, el principio de no-contradicción, constituye una necesidad
subjetiva para evitar efectos indeseables en la vida humana. Pero con tal principio
no se expresa ninguna necesidad real, puesto que algo contradictorio no excluye
su realidad, según Nietzsche. Lo que expresa es una «incapacidad». El adynaton
aristotélico expresa una imposibilidad. Pero ¿dónde radica tal imposibilidad? ¿En
las cosas, en el pensamiento? Heidegger reconoce que Nietzsche ve tal imposibi-
lidad en nuestra capacidad humana de pensar, en nuestra constitución biológica.
Por consiguiente, el principio de contradicción, que en Aristóteles tenía valor
ontológico, en Nietzsche se interpreta como un mandato y un imperativo de la
vida misma. La imposibilidad no es radicalmente ontológica, ni siquiera lógica,
sino vital. Hemos pasado desde la ontología, a través de la lógica, a la biología del
pensamiento, pero se trata de una peculiar biología, que no se puede reducir a la
interpretación metafísica tradicional que hace Heidegger, porque la vida del cuer-
po humano constituye la raíz originaria de la creación de formas, perspectivas,
horizontes y mandatos, desde su profundo sí-mismo, sabio y poderoso creador de
todos los medios necesarios para vivir. Lo biológico adquiere el carácter de foco
de libre creación hermenéutica. La hermenéutica genealógica indaga el origen
y evolución de los fenómenos desde esa fuente vital que es el cuerpo humano.
Como ya comentamos desde un comienzo, el enfoque de la hermenéuti-
ca genealógica de Nietzsche pone de relieve fenómenos que otras hermenéuticas
silencian y que, sin embargo, tienen enorme importancia para una profunda
comprensión de la experiencia humana, del sentido vital, del lenguaje y, por
supuesto, de lo que significa radicalmente interpretar, es decir, lo que en último
término puede significar el pensamiento, la razón y la vida. «Siguiendo el hilo
conductor del cuerpo [...] aprendemos que nuestra vida es posible por un juego
combinado de muchas inteligencias de muy distinto valor»21.
La corporalidad es una pluralidad de fuerzas y de impulsos. «Desde cada uno
de nuestros impulsos fundamentales existe una distinta apreciación perspectivis-
ta», y es imposible reducirlos a una unidad común: «el hombre es una pluralidad
de ‘voluntades de poder’: cada una con una pluralidad de medios de expresión y
de formas»22. Aquí está el origen de nuestras valoraciones y de las interpretacio-
nes; por ejemplo, nuestras valoraciones veritativas, morales, artísticas, religiosas,
que se expresan en las interpretaciones (artística, científica, religiosa, moral) del
mundo, surgen de los impulsos y de las condiciones vitales (de las condiciones
de conservación y crecimiento).
Del mismo modo, las relaciones entre «verdadero» y «aparente», los «predica
dos del ser», es decir, todos los productos de nuestro intelecto, de nuestros sen-
tidos y de nuestra voluntad nos remiten a «relaciones de valor», cuyas «instancias
valorativas» son los impulsos dominantes, que quieran ser considerados como
«poderes creativos y gobernantes»23. Todos los impulsos quieren dominar, por
consiguiente, no puede haber unidad, sino un antagonismo en el que los impul-
sos buscan imponer su dominio y convertirse en la instancia valorativa suprema:
dominio en vez de unidad es la estructura que aquí se descubre. «[Las valoracio-
nes] se hallan en correspondencia con nuestros impulsos y con sus condiciones
de existencia. Nuestros impulsos son reductibles a la voluntad de poder. La vo-
luntad de poder es el factum último al que descendemos»24.
Son las condiciones de existencia, nuestras necesidades, las que suscitan nues-
tros impulsos, cada uno de los cuales intenta dominar e imponer su perspectiva
a los demás, su interpretación del mundo. Pero las condiciones de existencia son
variables, estimulando en cada tiempo unos impulsos, unos afectos y hasta unos
instintos diferentes25. De ahí que las diversas valoraciones e interpretaciones sean
síntomas de los impulsos, de los afectos, de los instintos y sus condiciones de
existencia, pues, en último término, «nuestras necesidades son las que interpretan
el mundo».
La hermenéutica genealógica nos conduce hasta las profundidades de la vo-
luntad de poder, desde donde a través de los impulsos y los afectos se valora e
interpreta; de este modo se puede llegar a sopesar «el valor de las interpreta-
ciones». La cuestión del valor se convierte en un asunto central y básico de la
nueva hermenéutica. Hace falta una hermenéutica de los valores y aquí se nos
presenta una. Su carácter hermenéutico queda bien patente cuando Nietzsche,
en el contexto de su propuesta de valoración de las interpretaciones (de las fic-
ciones regulativas), deja bien claro que no se trata ya de la cuestión «esto es»,
sino de «esto significa»26: «sea cual sea el ‘esto es’ que haya sido postulado hasta
ahora, una época posterior y más aguzada ha puesto siempre una y otra vez de
manifiesto que ‘esto es’ no es más que ‘esto significa’».
La hermenéutica transcultural. La
interpretación nietzscheana de las
religiones y culturas extraeuropeas
Johann Figl
La hermenéutica transcultural.
La interpretación nietzscheana de las religiones
y culturas extraeuropeas
Transcultural hermeneutics.
Nietzsche’s interpretation of the extra-European religions and cultures
J o h a n n Fi g l
Universidad de Viena
RESUMEN: En mi artículo quisiera explicar, en primer lugar, algunos ejemplos de los cono-
cimientos tempranos de Nietzsche sobre culturas y religiones extraeuropeas y la metodolo-
gía histórico-genealógica, estrechamente relacionada con ellas, para centrarme, en segundo
lugar, en la «época de la comparación», como una de sus consecuencias. En tercer lugar
presentaré sus consecuencias para la concepción del ser humano aplicada por Nietzsche,
para analizar, en cuarto y último lugar, la relación entre la nueva hermenéutica filosófica
y la transculturalidad de Nietzsche.
Palabras clave: hermenéutica – transculturalidad – metodología genealógica
ABSTRACT: In this article I wanted to explain, in the first place, some examples of Nietz
sche’s early knowledge on extra European cultures and religions and on the historical-
genealogical methodology, closely related to them. Secondly, I will center in «the time
of comparison» as one of its consequences. Thirdly, I will present its consequences for
Nietzsche’s conception of human being, for, in quarter and last place, to analyze the rela-
tion between the new philosophical hermeneutics and Nietzsche’s transculturality.
Keywords: Hermeneutics – Transculturality – Genealogical Methodology
. Th. B. Welter, Lehrbuch der Weltgeschichte, 1854 (BN = Biblioteca de Nietzsche), p. 28.
. Cf. ibid., pp. 59 ss.
Veneran a sus dioses de la misma manera que los antiguos germanos, sin este-
las, templos ni altares, adorando además a los astros celestes, al fuego, de forma
especial. Sus sacerdotes realizaban las ofrendas en lo alto de las montañas y se
llamaban magos. Su líder y el verdadero fundador de su fe fue un sabio que vivía,
aproximadamente seiscientos años antes de Cristo, en el interior de Asia, llamado
Zoroaster o Zerduscht.
3. El islam.
Posiblemente, durante su estancia en la escuela media Schulpforta, Nietzsche
abordara, de forma literaria, temas relacionados con el islam.
Un manuscrito de Nietzsche, redactado en sus tiempos de bachiller, que has-
ta la fecha no ha sido publicado, demuestra además que ya había adquirido, en la
escuela media Schulpforta, unos conocimientos fundamentales sobre Mahoma,
el islam, sus corrientes y su primera expansión. Esos conocimientos eran, en gran
medida, una reproducción de las informaciones disponibles, en aquel entonces
y gracias a las obras redactadas en esa época, sobre el profeta y la religión fun-
dada por él. Las opiniones formuladas acerca de Mahoma, que en la historia del
Occidente cristiano eran, en gran medida, discriminatorias, al igual que las opi-
niones vertidas sobre la religión islámica, se verán relativizadas, al menos par-
cialmente, tanto en obras contemporáneas (en especial, de Washington Irving) a
las que tendrá acceso Nietzsche, como a través de análisis críticos de la historia
. Ibid., p. 5.
. Ibid.
. El origen etimológico sigue siendo incierto; probablemente avesta signifique «glorificación»
o «conocimientos (religiosos)»: cf. «Avesta», en Religion in Geschichte und Gegenwart, 4.ª ed., vol. 1,
p. 1024.
. Cf. H. Bobzin, Mohammed, München: Beck, 2000, pp. 9 ss.: «Vom ‘Pseudopropheten’ zum
‘Helden’: Abendländische Mohammedbilder».
(por ejemplo, una comparación entre el Corán y las epopeyas de Homero), que
abrieron el camino hacia un estudio más objetivo del islam. Desde el punto de
vista actual podemos constatar que Nietzsche supo describir, en gran medida
correctamente, los principios elementales de la fe islámica. Durante su época de
estudiante en la escuela media y, más tarde, en la universidad, y también como
catedrático de Filología Clásica en la universidad, Nietzsche se vio confrontado
con numerosas opiniones sobre culturas extraeuropeas, que conocía, en su ma-
yoría, en el contexto de los métodos histórico-críticos y comparativos. Asimismo
conocía los principios de la ciencia de la religión, una ciencia que comenzaba a
desarrollarse en la época. A continuación me gustaría presentar los principios
científico-metódicos de la época, ya que marcaron también las estructuras de la
posterior hermenéutica filosófica de Nietzsche.
Puede que Nietzsche se topara con el término genealogía en las clases de lengua
que su profesor Koberstein impartía en la escuela media Schulpforta, un término
que, a su vez, se vio fuertemente influenciado por la interpretación genealógica
del lenguaje ofrecida por Grimm, con el que mantenía una buena amistad. Así
mismo, para Max Müller, el fundador de la ciencia de la religión, fueron fun-
damentales la búsqueda de los orígenes y las deducciones genealógicas a la hora
de demostrar que «era posible establecer una clasificación genealógica, paralela
a la de los idiomas, de las religiones». La lingüística comparativa nos lleva a la
«protohistoria de la humanidad, en especial, de los pueblos indígenas», como
consta en una enciclopedia del siglo xix.
Nietzsche ha extendido el pensamiento genealógico más allá de los contextos
clásico e indogermánico, abarcando en el mismo la «protohistoria» y el mundo
de los «salvajes». Las redacciones elaboradas durante su época de estudiante de
bachillerato como, por ejemplo, sobre Ermanarico, ya giraban en torno a la
«protohistoria» (de los godos).
La lectura, durante su época de catedrático, de las obras de Tylor y Lubbock,
con sus retratos de pueblos indígenas, ofrece a Nietzsche una visión relativamen-
te global de la «protocultura», es decir, de la «protohistoria» de la humanidad.
Una vez más, se deja guiar por la «fascinación por los orígenes»10.
Nietzsche aplicó, en sus tratados filosóficos, el método del pensamiento re-
sultante de la filología, y más tarde también de la etnología (en lo relativo a los
temas del estudio de las religiones y otros temas culturales) a problemas antro-
pológicos en general, como se puede observar en Humano, demasiado humano;
. Cf. K. A. Koberstein, Grundriß der Geschichte der deutschen Nationalliteratur, 5.ª ed.,
vol. 1, 1872, 13: «Genealogie der Gothen», así como la nota 4: «Genealogien der altsächsischen
Stammsagen».
. M. Müller, Einleitung in die vergleichende Religionswissenschaft, 2.ª ed. 1876, Vorrede III,
cf. pp. 95 ss.
. «Urgeschichte», en Meyers Konv.-Lexikon 15, 180. Véase asimismo el Sprachenstammbaum
de Schleicher, que conduce a la «indogermanische(n) Ursprache»: KGW II/2 194.
10. Cf. D. S. Thatcher, «Nietzsche’s Debit to Lubbock»: Journal of the History of Ideas 44
(1983), 293-309; p. 293, nota 1: «fascination with beginnings», en la que se introdujeron también
numerosos títulos de la Bibliothek Nietzsches que hacen referencia a Ursprung y Urgeschichte.
una obra que, según la interpretación del propio Nietzsche, anticipa el principio
de La genealogía de la moral.
Ese pensamiento del origen es para Nietzsche una condición previa para su
hermenéutica transcultural, ya que permite deducir determinadas figuras del
ethos, de la religión, del dominio, etc., partiendo de una «forma originaria» (ima-
ginaria) que, a menudo, entra en oposición con la (auto)comprensión «cultural».
Como nivel de argumentación adicional se puede añadir la perspectiva compara-
tiva, ya que conduce igualmente a los orígenes.
11. A este término de Nietzsche remite W. Halbfass en el capítulo «India and the Comparative
Method», en India and Europe, Albany: State University of New York Press, 1988, p. 430. No obs-
tante, el título del aforismo n.º 23 de Humano, demasiado humano I es «Época de la comparación»;
véase la referencia al respecto de H. Cancik, Nietzsches Antike: Vorlesung, ²2000, p. 91.
12. Cf. KGW IV/1 85 s.: 1[3-4]; además KGW IV/ 4 Nb. 357.
sus imágenes supremas con una analogía en un estado del alma» (KGW IV/1
104: 3[53])13.
En ese contexto, se comparan tres religiones (Grecia antigua/cristianismo/
islam) en cuanto a su definición del «amor», como uno de los términos funda-
mentales que, en gran medida, se encontraban en la literatura de la época14. La
comparación entre el islam y el cristianismo sigue preocupando a Nietzsche en
obras posteriores15. No obstante, tenía un mayor interés por la comparación
entre el budismo y el cristianismo, o entre las culturas de características india y
cristiana16. En El Anticristo ofrece una destacada comparación entre el budismo
y el cristianismo, definiéndolas como las dos religiones «nihilistas» que sin em-
bargo, según Nietzsche, revelan unas diferencias significativas (cf. AC §§20-23,
KGW VI/3, especialmente 184 ss.). Hemos de situar en ese contexto la anota-
ción anteriormente citada, procedente de las obras tardías sobre «la época de la
comparación».
Los principios metodológicos de la historia o genealogía y de la comparación
determinan las críticas tardías de Nietzsche al cristianismo, al igual que su apela-
ción a la «neutralidad» y a la «disciplina del espíritu». La intención de Nietzsche
consistía en ofrecer, mediante esos métodos, definidos ya como filosóficos, el
análisis de una cultura o religión (el cristianismo) a través de la comparación con
otras religiones o culturas (en especial, el budismo, pero también la cultura de la
Antigüedad y el islam):
El cristianismo nos arrebató la cosecha de la cultura antigua, más tarde volvió a
arrebatarnos la cosecha de la cultura islámica. El prodigioso mundo de la cultura
mora de España, que en el fondo es más afín a nosotros que Roma y que Grecia,
que habla a nuestro sentido y a nuestro gusto con más fuerza que aquéllas, fue
pisoteado — no digo por qué pies — ¿por qué?, porque debía su génesis a unos
instintos aristocráticos, a unos instintos varoniles, porque decía sí a la vida (AC
§ 60, p. 247)17.
13. Cf. especialmente KGW IV/1 163 s.: 5[166]: «Über Religion»; además KGW/IV 4, Nb. 364.
14. Cf. S. Hardiyanto, Zwischen Phantasie und Wirklichkeit. Der Islam im Spiegel des deutschen
Denkens im 19. Jahrhundert, Frankfurt a. M. et al.: Peter Lang, 1992; sobre Nietzsche, especialmen-
te pp. 161-176.
15. Durante sus últimos años de actividad intelectual, Nietzsche adquirió una obra de J. Well-
hausen: Skizzen und Vorarbeiten. Drittes Heft: Reste arabischen Heidenthums (1887), que resultó
significativa para sus conocimientos de lo islámico y preislámico. De esa obra cita una serie de ex-
tractos: cf. KGW VIII/2 354 ss.: 11[287-293] y otros, cf. S. Hardiyanto, op. cit., pp. 170 ss.
16. Cf. J. Figl «Nietzsche’s Encounter with Buddhism», en B. Bäumer y J. R. Dupuche (eds.),
Void and Fullness in the Buddhist, Hindu and Christian Traditions. Śūnya – Pūrna – Plêroma. With a
Concluding Speech by His Holiness the Dalai Lama, New Delhi: D. K. Printworld, 2005, pp. 225-237;
cf. el aforismo 96 «In hoc signo vinces», en Aurora (KGW V/1 83 s.).
17. AC, ed. de A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 2006, p. 117.
Con todo ello llega a adoptar una visión que, de forma especialmente acen-
tuada, somete a un análisis crítico también a la «propia» cultura y religión. En ese
sentido, aplica los principios de un análisis filosófico que, aunque orientándose
en cierta manera a los métodos utilizados en las ciencias históricas y comparati-
vas de la época, llega a generalizar los principios de dichas ciencias (como son la
objetividad, la historicidad y el comparatismo)18, transfiriéndolos a un contexto
antropológico general. En esa nueva hermenéutica, los conocimientos comparati-
vos y sobre la historia de la religión van adquiriendo una nueva función, cosa que
podemos observar hasta en sus últimas obras. Los conocimientos sobre culturas
y religiones extraeuropeas sirven de base para la concepción de una antropología
que no sólo cuestiona la tradición europea de valores, sino que aspira, finalmen-
te, a una concepción del ser humano y de la sociedad que pueda considerarse
como transcultural, también en el sentido de que se debe superar la historia de
las culturas (incluida la de sus religiones), existente hasta ese momento. Con
esas intenciones, Nietzsche había dejado atrás la metodología científica como
tal. No obstante, su pensamiento está marcado, a partir de entonces, por una
hermenéutica intercultural en forma de una genealogía filosófica y de un análisis
crítico-comparativo de las religiones y culturas. Ese horizonte transcultural, que
se ha ido desarrollando, paso a paso, desde los primeros años de la formación
académica de Nietzsche, puede considerarse, con razón, como una de las caracte-
rísticas fundamentales de la filosofía de Nietzsche que, a su vez, se encuentra en
el centro y, al mismo tiempo, al margen de la cultura europea.
18. En una serie de casos, sin embargo, esta historicidad y objetividad no vino de facto alcan-
zada, por ejemplo con respecto al entendimiento del «Libro de la ley de Manu» (cf. AC § 56, KGW
VI/3 237 s.): véase el análisis de A. Etter, «Nietzsche und das Gesetzbuch des Manu»: Nietzsche-
Studien 16 (1987), 340-352, que al respecto señala cómo Nietzsche se refiere a la representación,
poco fiable desde el aspecto indológico, de L. Jacolliot: Les législateurs religieux. Manou, Moïse,
Mahomet, 1876 (BN); cf. G. Campioni et al. (eds.), Nietzsches persönliche Bibliothek, Berlin: Walter
de Gruyter, 2003, p. 318.
Para poder apreciar debidamente los conocimientos de Nietzsche sobre las cultu-
ras y religiones de la antigua Europa y extraeuropeas, así como sus valoraciones
de las mismas, resulta necesario, desde mi punto de vista, señalar, además de la
importancia fundamental de su formación filológico-científica, las fuertes críticas
vertidas sobre la cultura científica del siglo xix. Hemos de tomar en conside-
ración especialmente la dimensión crítica frente a la ciencia (wissenschaftskri-
tisch) que se hace patente en sus opiniones filosóficas sobre culturas y religiones
20. La frase original de Séneca es: «itaque quae philosophia fuit, facta philologia est» (Epistula
108, 23), cita de BAW 5, Nb. 479.
21. Cf. F. Bornmann, «Anekdota Nietzscheana aus dem philologischen Nachlaß der Basler Jahre
(1869-1878)», en T. Borsche y otros (eds.), ‘Centauren-Geburten’. Wissenschaft, Kunst und Philosophie
beim jungen Nietzsche, Berlin: Walter de Gruyter, 1994, p. 74.
22. Cf. J. Figl, Dialektik der Gewalt, Berlin: W. de Gruyter, 1984, especialmente pp. 244 ss.,
278 ss. passim.
única y más profunda posibilidad de vida». Con ese horizonte, se dedica al estu-
dio de textos sobre culturas extraeuropeas, como, por ejemplo, las descripciones
de Koeppen sobre la fiesta budista del comienzo de la primavera. A pesar de que
esa religión le pareciera a Nietzsche en aquel entonces (siguiendo a Schopen-
hauer, pero también a Schaarschmidt, a cuya clase sobre la historia de la filosofía
asistió en la Universidad de Bonn) una religión caracterizada por el «anhelo de
la nada» y el «quietismo», se muestra sorprendido de los elementos dionisíacos y
extáticos que contiene. Se trata, en su opinión, de aspectos positivos, que hacen
posible la vida.
Posteriormente, en la trayectoria intelectual de Nietzsche ya no se trataría,
en primer lugar, del estudio científico de las culturas, ni tampoco de la defini-
ción de teorías del estudio de las religiones que, a su vez, requerirían de una
argumentación filológica e histórica, sino de la búsqueda y de la explicación de
su propia filosofía, de una hermenéutica de la vida, de la que se deducen valo-
raciones críticas y, en parte, también afirmativas de las religiones. En reiteradas
ocasiones se comparan, en ese contexto, los elementos del hinduismo (Nietzsche
hablaba del brahmanismo), del budismo y del islam con los aspectos análogos
del cristianismo, dándoles una valoración más positiva. En el marco de un con-
cepto histórico-filosófico global se aspira, haciendo referencia a la evolución
en la India, donde Buda llegó a negar a los dioses, a un futuro ateo de Europa,
criticándose el cristianismo por «habernos privado de los frutos de la cultura del
islam» ya que «fue pisoteado el maravilloso mundo cultural moro de España».
No obstante, desde mi punto de vista, el criterio de las críticas es, sobre todo en
las obras tardías, la perspectiva afirmativa de la existencia: se aprecia, por ejem-
plo, a la cultura mora como una cultura que «dijo sí a la vida». De forma análoga
se valora el mundo de los dioses de la cultura de la Edad Antigua. Incluso en el
cristianismo, Nietzsche encuentra elementos considerados como positivos, por
ejemplo, cuando habla de una «libertad meridional y de la liberalidad del espíri-
tu» (FW § 358, KGW V/2 285)23.
Se trata, podemos decir en resumen, de un criterio de afirmación de la vida y
de este mundo, según el cual se somete a valoración a las religiones y culturas del
pasado y del presente; se trata, pues, de un «modelo de vida» del momento, tal y
como se manifiesta en relación con Así habló Zaratustra. Dicha dimensión exis-
tencial se repite en figuras pertenecientes a la historia de la religión: Zaratustra y
Dioniso son, probablemente, los «nombres» más significativos para la afirmación
de la existencia en esa filosofía. En ese contexto cabe señalar que Nietzsche, en
su formación académica, probablemente haya conocido esos nombres ya duran-
te sus primeros años en la escuela media en Naumburg. En su libro de historia de
aquella época encontramos subrayado el nombre del dios «Dionysus», hablándo-
se en ese mismo libro además de Zoroastro y de su religión.
Esos nombres y su significado describen, asimismo, la relación de Nietz-
sche con las religiones y sus fundadores. A través de la filosofía de Nietzsche
se determina, desde una nueva perspectiva, la relación entre una forma de pen-
sar autónoma y las religiones tradicionales, produciéndose una «inversión» de
la hermenéutica tradicional de textos y declaraciones religiosas: el sentido de la
[…] Semejante época trae su significación de que en ella las diversas concepciones
del mundo, costumbres, civilizaciones, pueden compararse y vivirse unas junto a
otras [...] ¡Es la época de la comparación! Es su orgullo, pero muy exactamente
también su desgracia. ¡No nos asustemos de esta desgracia! (KGW IV/2 40)24.
Carlo Gentili
Universidad de Bolonia
Abstract: What is the gaiety of the Gay Science? Apart from the obvious reference to
troubadours’ poetry (which Nietzsche only later recalls), it defines a science which is able
to laugh at its own claim to absolute knowledge. This is the source of what Nietzsche will
call perspectivism some years later. Each piece of knowledge depends on the perspective
from which we look at the object; this assumption itself must be carefully considered for
it implies its own point of view. Truth can be nothing but the indefinite whole of single
perspectives. This skeptical result of Nietzsche’s philosophy is the radicalization of Kant’s
doctrine of the thing-in-itself. The consequences Nietzsche draws from it lead to the
fading of anthropocentrism. All the references to inferior animals (flies, frogs, worms,
mosquitoes, ants) serve to discard the delusion that human beings are the highest point
of creation. The parallel destruction of the illusions of a human, all too human science is
the main subject of the fifth chapter of Gay Science, added to the second edition in 1887.
Keywords: Knowledge – Thing-in-Itself – Anthropocentrism – Perspectivism – Science
Köselitz el 25 de enero de 1882, «los libros VI, VII y VIII», reservándose para
el invierno posterior «los libros 9 y 10» (KSB VI 159). Contrariamente a dichas
intenciones, el 5 de febrero escribe de nuevo a Köselitz contándole que se ha visto
obligado a postergarlo por la discusión del concepto de causalidad «en el ‘Libro 9’
de Aurora» (KSB VI 167) que, por tanto, se considera ya como escrito.
Sin embargo, el 8 de mayo, Nietzsche comunica inesperadamente a su pro-
pio editor, Ernst Schmeitzner, lo siguiente: «En otoño, puede contar con un
manuscrito mío titulado La gaya ciencia (¡¡¡con muchos epigramas en verso!!!)»
(KSB VI 191). Es la primera vez que aparece este título. Nietzsche decide más
tarde apresurar el trabajo de modo que, el 20 de agosto, desde Tautenburg (en
pleno «idilio» con Lou Salomé), anuncia a Köselitz el envío de la «primera copia»
del libro recién publicado (KSB VI 238).
En las cartas no se encuentra una explicación clara del cambio de título ni
de su significado. Es evidente que alude a la poesía provenzal. En un fragmento
(11[337]) de la primavera-otoño de 1881 se lee, bajo el título Gaya Scienza, una
lista de composiciones trovadorescas (Albas, Serenas, Tenzoni, Sirventes, etc.)
con sus explicaciones (KSA IX 57). La gaya scienza es, además, el subtítulo de la
Fröhliche Wissenschaft, y a esta expresión recurre en el aforismo 377 (Wir Hei-
matlosen) del Libro V, agregado en la segunda edición de 1887 (KSA III 628): a
la misma y a otras equivalentes —gaya ciencia, gay saber— Nietzsche recurrirá
con frecuencia, sobre todo después de 1882.
Sin embargo, en ese momento parece ser una referencia puramente nominal.
Sólo observando hacia atrás la Fröhliche Wissenschaft Nietzsche mostrará haber
buscado en los provenzales un modelo de moral antitético a la moral tradicional.
Así, por ejemplo, en una observación de Jenseits von Gut und Böse, después de
distinguir el deseo de libertad que caracteriza la moral de los esclavos del «arte y
el entusiasmo en la veneración, en la entrega» que es indicio «de un modo aris-
tocrático de pensar y valorar», Nietzsche afirma:
Ya esto nos hace entender por qué el amor como pasión —es nuestra especialidad
europea— tiene que tener sencillamente una procedencia aristocrática: como es
sabido, su invención es obra de los poetas-caballeros provenzales, de aquellos
magníficos e ingeniosos hombres del «gai saber», a los cuales debe Europa tantas
cosas y casi su propia existencia.
. KSA VI 333-334 (EH, trad. de A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 2003, p. 102). Mien-
tras escribe estas palabras, Nietzsche tiene tal vez en mente lo que había observado en el prefacio a
la segunda edición de FW: «Pero quien pudiera, ciertamente me perdonaría aún más aquella pizca
de locura, de desenfreno, de ‘gaya ciencia’: aquel puñado de canciones, por ejemplo, que esta vez se
añaden al libro – canciones en las que un poeta hace burla de todos los poetas de una forma difícil-
mente perdonable» (KSA III 346).
. KSB VI 203. También poco después, en otra carta a Salomé de finales de agosto: «Por últi-
mo, mi querida Lou, el antiguo, profundo y cálido ruego: ¡conviértase en lo que es! (werden Sie, die
Sie sind!)» (KSB VI 247).
. El verso de Píndaro está difusamente presente en toda la obra de Nietzsche. Por ejemplo, en
la Tercera intempestiva (Schopenhauer als Erzieher) aparece entre las preguntas que el «gran hombre»
dirige a sí mismo: «¿Por qué vivo?, ¿qué enseñanza debo extraer de la vida?, ¿cómo me he conver-
tido en lo que soy (wie bin ich so geworden wie ich bin) y por qué sufro por este ser-así?» (KSA I
374). Según Karl Löwith, en el subtítulo de Ecce Homo la máxima aludiría a la doctrina del eterno
retorno de lo igual y asumiría un preciso sentido anticristiano, instaurando por tanto una relación
oximórica con el título: éste se contrapone de hecho «a la pretensión cristiana de devenir-nuevo y
devenir-otro en virtud de una conversión y de un renacimiento». Si «Nietzsche-Zaratustra» renace
en virtud de una conversión, llegando a ser el maestro del eterno retorno, esto acontece sin embargo
«no por una nueva y diferente vida en Cristo, sino por la vida siempre idéntica del mundo que, como
un círculo eterno, en su devenir retorna a sí mismo» (K. Löwith, Nietzsches Philosophie der ewigen
Wiederkehr des Gleichen, en Sämtliche Schriften, vol. 6: Nietzsche, Stuttgart: Metzler, 1987, p. 257).
Más cercana a los objetivos de nuestro estudio es la opinión expresada recientemente por E. Mü-
ller, Die Griechen im Denken Nietzsches, Berlin/New York: de Gruyter, 2005, p. 215, según el cual
Nietzsche hace del verso de Píndaro «una de sus máximas filosóficas personales»; Müller afirma estar
de acuerdo (ibid., n. 497) con la opinión de I. Christians, «Schauspieler, Maske», en H. Ottmann,
Nietzsche-Handbuch Leben-Werk-Wirkung, Stuttgart/Weimar: Metzler, 2000, p. 323, según el cual la
máxima pindárica asume en Nietzsche el sentido de contraposición con el lema délfico «conócete a
ti mismo», transformado por la tradición platónica en una exigencia de autoconocimiento filosófico.
El hecho de que Nietzsche utilice el verso de Píndaro en función de la exigencia de una «filosofía
personal» asume para FW, como veremos en breve, una importancia determinante.
. El 2 de julio, desde Tautenburg, Nietzsche anuncia con alegría a su hermana Elisabeth la
conclusión de la redacción de la Fröhliche Wissenschaft: «El manuscrito está completamente listo. Es
una bonita sensación de victoria, ¡considerando los 6 años!» (KSB VI 216). Él calcula aquí la dura-
ción del periodo de tribulación a partir de los primeros esbozos de Menschliches, Allzumenschliches.
. KSA III 347. Es posible imaginar que Lou Salomé haya tenido un papel en la definición de
esta forma filosófica; o, cuando menos, que ella misma se lo haya imaginado. Es lo que se deduce de una
carta de Nietzsche (16 de septiembre de 1882) en respuesta a una carta de Lou, que lamentablemente
no se ha conservado: «Mi querida Lou —escribe Nietzsche—, su idea de una reducción de los sistemas
filosóficos a actos personales de sus autores es justo una idea salida del ‘cerebro fraternal’ [en realidad,
Geschwistergehirn: ‘mente hermana’]». Después de este reconocimiento, sin embargo, Nietzsche res-
tablece enseguida, por así decir, el orden de precedencia: «Yo mismo he expuesto en Basilea la historia
de la filosofía antigua en este sentido, yo gustaba de decir a mis auditores: ‘Este sistema está confutado
y muerto — pero la persona que está detrás de él es inconfutable, la persona no se puede dejar morir
— por ejemplo Platón’ (KSB VI 259). A pesar de que Nietzsche prefiera, en esta ocasión, citar como
ejemplo a Platón, su referencia evidente es al escrito no publicado Die Philosophie im tragischen Zeital-
ter der Griechen (1873), en cuyos prefacios se lee: «Pondré de relieve, para cada sistema, solamente los
elementos que son parte de una personalidad, y entran en aquel aspecto inconfutable e indiscutible, que
la historia tiene el deber de conservar»; y además: «Han sido elegidos, sin embargo, las doctrinas en las
que vibra todavía de la forma más fuerte el elemento personal de un filósofo» (KSA I 801 y 803). En
1894, en su libro Nietzsche in seinen Werken, Salomé publicó la carta de Nietzsche como una suerte de
prólogo; cf. L. Andreas-Salomé, Nietzsche in seinen Werken, Franfurt a. M.: Insel, 22000, pp. 24-25 (el
manuscrito de la carta está reproducido en facsímil; el texto se encuentra en el apéndice en las pp. 298-
99). Sobre la Fröhliche Wissenschaft como el «libro más personal» de Nietzsche, cf. J. Salaquarda, «Die
Fröhliche Wissenschaft zwischen Freigeisterei und neuer ‘Lehre’»: Nietzsche-Studien 26 (1997), 170 s.
. KSA III 571; cf. Za, KSA IV 11.
¡Oh, estos griegos! Ellos sí que sabían vivir: para vivir es necesario detenerse
valerosamente en la superficie, en el surco, en la piel, adorar la apariencia, creer
en las formas, sonidos, palabras, ¡en todo el Olimpo de la apariencia! Estos grie-
gos eran superficiales — ¡por profundidad! (Diese Griechen waren oberflächlich
— aus Tiefe)!10.
Una vez establecido el sentido de la expresión gaya ciencia queda por entender
qué es lo que mueve a la risa, qué marca el paso de la seriedad a la jovialidad. En
este caso, somos más afortunados, puesto que Nietzsche nos lo dice inmediata-
mente en el aforismo 1 («Die Lehre» vom Zweck des Daseins); este aforismo pue-
de considerarse el lugar de la definición de los contenidos de la Fröhliche Wissen-
schaft. No obstante, pocos son los que han visto que este aforismo debe situarse
en el contexto de aquella compleja idea, indicada con el término perspectivisimo,
que Nietzsche lleva a término en los años sucesivos y que tiene como premisa la
crítica del antropocentrismo. En el aforismo, Nietzsche sostiene que los criterios
que presiden la conservación de la especie son completamente independientes de
cualquier juicio moral: «También el más perjudicial de los hombres sea quizás,
de cualquier modo, el más útil en orden a la corservación de la especie» (KSA III
369). Sucumbir a los mejores o peores anhelos no impedirá ser considerado «el
promotor y benefactor de la humanidad» y permitirá conservar tanto a los pro-
pios «aduladores» como a los propios «escarnecedores». Pero, en ambos casos,
no se encontrará nunca quien sepa mofarse de nosotros como individuos únicos,
quien sepa hacernos sentir, «como requeriría la verdad», nuestra «ilimitada ab-
yección de mosca y rana (Fliegen- und Frosch-Armseligkeit)» (KSA III 370). Lo
que Nietzsche quiere decir es que, dado que la verdad es enunciada por indivi-
duos, nadie es capaz de elevarse a aquel horizonte desde el cual la verdad aparece
como la enunciación de un individuo que, por tanto, se ubica, en el contexto de
la vida biológica, en el mismo plano que la enunciación de cualquier ser viviente.
Así pues, la aspiración humana a la verdad no es diferente o más digna que la
aspiración a la verdad de cualquier otro ser viviente. Este tema no es nuevo en
Nietzsche y se pueden seguir sus orígenes y su desarrollo en sus referencias a la
vida biológica. La mosca y la rana tienen su precedente en el mosquito citado en
. Valga, para todo, la exclamación que cierra Die Geburt der Tragödie: «¡Cuánto tuvo que
sufrir este pueblo, para poder llegar a ser tan bello!» (KSA I 156).
10. KSA III 352. La frase es reproducida literalmente en Nietzsche contra Wagner (KSA VI 439).
11. El contexto narrativo también recuerda la fábula que abre Ueber Wahrheit und Lüge im aus-
sermoralischen Sinne; Nietzsche habla ahora de «un número indeterminado de astros» que «presen-
tan condiciones análogas a las de la tierra»: «¡Nuestra unicidad en el mundo! ¡Ah, es cosa demasiado
inverosímil!» (KSA II 549).
12. I. Kant, Crítica de la razón pura, ed. de P. Ribas, Madrid: Alfaguara, 1988, p. 270.
16. F. A. Lange, Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart
[1866], ed. e introd. de A. Schmidt, Frankfurt a. M.: Suhrkamp, 1974, libro II: Geschichte des Ma-
terialismus seit Kant, p. 509.
17. Ibid., p. 498.
18. Véase al respecto J. Salaquarda, «Nietzsche und Lange»: Nietzsche-Studien 7 (1978), 236.
Salaquarda resume la posición del «criticismo radical» en la tesis «según la cual todo lo que puede ser
conocido por nosotros pertenece al mundo de las apariencias» (ibid.).
19. W. Stegmaier, «Gaia scienza, arte della filosofia», ponencia presentada en el congreso «Verità
e prospettiva in/a partire da Nietzsche», Macerata, 2-3 de diciembre de 2004 (de próxima publica-
ción en F. Totano [ed.], Verità e prospettiva in/a partire da Nietzsche, Roma: Carocci) (las citas se
refieren a la p. 1 del texto mecanografiado).
¡Quizás haya todavía un porvenir también para la risa! Será cuando la máxima
«la especie es todo (die Art ist Alles), uno es siempre ninguno» — se habrá encar-
nado en la humanidad, y a cada uno estará abierto en todo momento el acceso a
esta última liberación e irresponsabilidad (Unverantwortlichkeit). Quizás la risa se
habrá entonces aliado con la sabiduría, quizás entonces habrá, por lo menos, una
«gaya ciencia» (ibid.).
El punto de vista que se recoge en la máxima die Art ist Alles representa
manifiestamente la perspectiva biológica, el punto de vista de la naturaleza que
tiene predilección por los grandes números en los que los individuos son sola-
mente los elementos de la masa: esa naturaleza que garantiza la supervivencia de
la especie mediante la generación de multitud de organismos individuales que-
dando indiferente ante sus destinos individuales. Es, en pocas palabras, el punto
de vista del mosquito, de la hormiga, de la mosca y de la rana puesto al mismo
nivel del punto de vista de la humanidad20.
Resumiendo, la «gaya ciencia» representa una consideración de la naturale-
za liberada (¡«esta última liberación»!) de cualquier teleología: una naturaleza
considerada prescindiendo de ese sistema de los fines que es creación exclusiva
humana y que sobreentiende, tal como Nietzsche subraya en la parte central
del aforismo, una interpretación moral. Es, de hecho, el «teórico de la moral»
(der ethische Lehrer), es decir, el «teórico de la finalidad de la existencia» (der
Lehrer vom Zweck des Daseins), el que hace posible que «lo que acontece siempre
y necesariamente, por sí mismo y sin objetivo alguno», se presente al contrario
a nosotros como «hecho en vista de un objetivo (auf einen Zweck hin gethan) y
resulte plausible al hombre como razón y mandamiento último» (KSA III 371).
De este modo, se hace evidente que todo lo que el hombre ha ubicado bajo
el título de «conocimiento» debe entenderse como el proceso que el individuo-
hombre ha elevado a valor universal, a pesar de quedar invencible e inexpre-
sadamente ligado a la propia naturaleza individual. En consecuencia, nuestro
conocimiento no es el resultado de una actividad de la especie-hombre sino una
subrepticia subjetividad trascendental que es el sueño —humano, demasiado hu-
mano— de un individuo que quiere separar de sí mismo la propia dimensión
biológica. A la luz de esta consideración, cada conocimiento se muestra perspec-
tivista y la misma historia del conocimiento humano se desvela como necesidad
de confirmar la imagen que el hombre se ha creado de sí mismo.
Éstos son los temas que Nietzsche afronta en el libro V de Fröhliche Wis-
senschaft. En el aforismo 354 (Vom Genius der Gattung), Nietzsche contrapo-
ne una «conciencia animal» a la conciencia humana, de la que se sirve como
clave genealógica para comprender la naturaleza de la conciencia individual.
Esta última derivaría de la «naturaleza comunitaria y gregaria» (Gemeinschafts-
und Herden-Natur) del hombre, o sea, del hombre considerado en primer lugar
como animal humano y «animal social» (sociales Thier) (KSA III 592). El desa-
rrollo de la conciencia y del lenguaje avanzan al unísono dado que descienden
20. Remarcando la continuidad de la reflexión nietzscheana sobre este tema, se puede observar
que el argumento de la «irresponsabilidad» recuerda con fuerza la observación que abre la Segunda
intempestiva: la celebración de la inocencia del animal que vive «atado brevemente con su placer y
dolor, agarrado, es decir, al poste del instante», mientras que el hombre se soprende «de no poder
aprender a olvidar y de estar continuamente atado al pasado» (HL, KSA I 248).
El intelecto humano no puede evitar verse a sí mismo bajo sus formas perspecti-
vistas y solamente en ellas. No podemos ver más allá de nuestro ángulo: es una
curiosidad desesperada el querer saber qué otras especies de intelecto y de pers-
pectiva podría haber todavía (KSA III 626).
Jean Grondin
Université de Montréal
Resumen: El tema del lugar de Nietzsche en la hermenéutica implica varias cuestiones: ¿el
pensamiento de Nietzsche puede ser caracterizado como «hermenéutico», y en qué medi-
da, dado que la hermenéutica sólo ha sido desarrollada como tal después de él? ¿Puede y
debe la hermenéutica, que hasta hace poco no ha tenido muy en cuenta su pensamiento,
incorporarlo todo entero? Si bien una fecundación mutua sería siempre fructífera, este
trabajo defiende que deberíamos resistir frente a la integración simple de Nietzsche en
la hermenéutica, teniendo en cuenta su diferente manera de entender la verdad, la in-
terpretación y el nihilismo. De este modo también se hace posible una resistencia frente
a la concepción postmoderna y nihilista de la hermenéutica. Siendo conscientes de sus
diferencias, la hermenéutica y Nietzsche tendrían mucho que contribuir uno a otro.
Palabras clave: verdad – interpretación – nihilismo – hermenéutica – postmodernismo
Abstract: The question of Nietzsche’s place in hermeneutics raises many questions: can
Nietzsche’s thought itself be characterized as «hermeneutical» and, to what extent, given
that hermeneutics was only developed as such after him? Can and should hermeneutics,
which until recently did not take his thought much into account, incorporate Nietzsche’s
thought as a whole? Whereas a mutual fecundation will always be fruitful, this paper argues
that one should resist a simple integration of Nietzsche into hermeneutics in light of their
different understandings of truth, interpretation and nihilism. It thus becomes possible to
also resist the postmodern and nihilistic understanding of hermeneutics. Aware of their dif-
ferences, hermeneutics and Nietzsche will perhaps have more to say to one another.
Keywords: Truth – Interpretation – Nihilism – Hermeneutics – Postmodernism
. J. Conill, Ética hermenéutica, Madrid: Tecnos, 2006, p. 19: «¿Hay un Kant hermenéutico
o hermeneutizable?».
. J. Conill, El poder de la mentira. Nietzsche y la política de la transvaloración, Madrid:
Tecnos, 1997, sobre todo el capítulo II: «Nietzsche y la hermenéutica contemporánea».
. Cf. por ejemplo G. Vattimo, Il soggetto e la maschera: Nietzsche e il problema della liberazio-
ne, Milano: Bompiani, 1974, y Dialogue with Nietzsche, New York: Columbia University Press, 2005.
. Cf. mi estudio «Vattimo’s Latinization of Hermeneutics. Why Did Gadamer Resist Post-
modernism?», en S. Zabala (dir.), Weakening Philosophy. Essays in Honor of Gianni Vattimo, Mon-
treal/Kingston: McGill-Queen’s University Press, 2007, pp. 203-216, donde intenté mostrar lo que
esta lectura tenía de problemático.
. Cf. J. Derrida, «La structure, le signe et le jeu dans le discours des sciences humaines», en
L’Écriture et la différence, Paris: Seuil, 1967, p. 411. Cf. al respecto mi librito ¿Qué es la hermenéu-
tica?, Barcelona: Herder, 2008, pp. 127-132.
. Aparecido en su último libro, publicado en 2000, Hermeneutische Entwürfe, Tübingen:
Mohr Siebeck, pp. 134-142; trad. de A. Agud y R. de Agapito en Acotaciones hermenéuticas, Ma-
drid: Trotta, 2002, pp. 169-180.
12. Como lo revela el juego de palabras, de un gusto dudoso, de Ecce homo (KGW VI/3 359,3)
a propósito de los filósofos alemanes, todos los cuales no serían más que «Schleiermacher» (es sind
Alles blosse Schleiermacher), entiéndase «fabricantes de velos».
scheanos; además de Derrida podríamos pensar aquí en Günter Abel13 que pro-
cura disociar su filosofía más nietzscheana de la interpretación del pensamiento
hermenéutico).
Ambos son temas que han sido muy tratados tanto por Nietzsche como por la
hermenéutica. Nietzsche repite a menudo que no hay más que una visión pers-
pectivista de lo real. Con Alan D. Schrift, puede distinguirse el sentido de los
términos de interpretación y de perspectivismo en su obra. La perspectiva de-
signa ante todo el punto de vista que nos hace ver lo real bajo tal o cual aspec-
to, pero que escapa a nuestro control. Este perspectivismo es de naturaleza a la
vez fisiológica, puesto que caracterizaría ya nuestro aparato sensorial, instintiva,
porque concierne al orden de las necesidades, de los afectos y de las emociones,
pero es también socio-histórico, al ser imputable a nuestra educación, a nuestra
formación y a nuestros prejuicios, incluidos los de los filósofos. Nietzsche cumple
aquí un trabajo real de Aufklärung y de genealogía, que se sitúa en el ambiente
del cientificismo de su tiempo, aunque se trata de un espíritu que critica también
si llega el caso (de donde la ambigüedad de la Aufklärung practicada por él). Por
su parte, la interpretación, siempre siguiendo los análisis minuciosos de Alan
Schrift, designa más bien nuestra puesta en orden de estas perspectivas, la forma
que les damos a través de nuestras creencias, nuestras opiniones y nuestras teo-
rías. La interpretación representa aquí un proceso más activo, más consciente,
que el simple perspectivismo. Comporta también un espacio de juego mayor,
valorizado por Nietzsche: cuanto más artista o filósofo se es, más se interpreta.
Estas nociones de perspectiva y de interpretación son por otra parte familia-
res a la hermenéutica, clásica y contemporánea. En este sentido, la relación entre
Nietzsche y la hermenéutica parece natural, pero hay que desconfiar aquí de los
acercamientos demasiado rápidos. La perspectiva designa la mayoría de las veces
en Nietzsche la del sujeto que percibe o la del intérprete mismo. Ahora bien, en la
hermenéutica clásica, la perspectiva designa en primer lugar el punto de vista del
autor (o del texto) que se busca interpretar. Como he recordado en L’universalité
de l’herméneutique, la perspectiva corresponde aquí al Sehe-pukct, pero también
al scopus, a la intención del texto que se trata de comprender. La perspectiva se
encuentra pues más en el objeto, y en su verbum interius, que en el sujeto. La
toma en consideración de la perspectiva del autor (o del texto), entendida como
condición de la objetividad, es además lo que permite al intérprete revisar su com-
prensión. Entonces es posible una «resistencia» del objeto a las interpretaciones
que podrían proponerse. Ahora bien, si la perspectiva no se sitúa más que del
lado del intérprete, no se ve verdaderamente lo que podría contenerlas. De ahí
el abandono, fatal a mi parecer, de la idea de objetividad, e incluso de verdad, en
Nietzsche y en varios de sus herederos.
Podría pensarse que la hermenéutica contemporánea de Heidegger y de
Gadamer está bastante nietzscheanizada, en la medida en que insiste en la es-
14. H.-G. Gadamer, Verdad y método, trad. de A. Agud y R. de Agapito, Salamanca: Sígueme,
1977, p. 333. Cf. el conjunto del contexto en Wahrheit und Methode, GW I, pp. 271-272, donde
subrayo los ecos de la noción de adecuación: «Daß jede Revision des Vorentwurfs in der Mög-
lichkeit steht, einen neuen Entwurf von Sinn vorauszuwerfen, daß sich rivalisierende Entwürfe zur
Ausarbeitung nebeneinander herbringen können, bis sich die Einheit des Sinnes eindeutiger festlegt;
daß die Auslegung mit Vorbegriffen einsetzt, die durch angemessenere Begriffe ersetzt werden: eben
dieses ständige Neuentwerfen, das die Sinnbewegung des Verstehens und Auslegens ausmacht, ist der
Vorgang, den Heidegger beschreibt. Wer zu verstehen sucht, ist der Beirrung durch Vor-Meinungen
ausgesetzt, die sich nicht an den Sachen selbst bewähren. Die Ausarbeitung der rechten, sachangemes-
seneren Entwürfe, die als Entwürfe Vorwegnahmen sind, die sich ‘an den Sachen’ erst bestätigen
sollen, ist die ständige Aufgabe des Verstehens. Es gibt hier keine andere ‘Objektivität’ als die Be-
währung, die eine Vormeinung durch ihre Ausarbeitung findet».
15. E. Tugendhat, Der Wahrheitsbegriff bei Husserl und Heidegger, Berlin: Walter de Gruyter, 1967.
En cuanto a la idea nietzscheana según la cual no hay hechos, sino sólo interpre-
taciones, a la que algunos tratan de reducir la hermenéutica, siempre he pensado
que podría refutarse evocando los hechos más simples: la capital de España no es
Copenhague, sino Madrid, nunca he ido a Saturno, una molécula de agua com-
prende dos y no tres átomos de hidrógeno, esta persona padece un cáncer, y no
hay armas de destrucción masiva en Iraq. Esta idea de adecuación se encuentra
presupuesta hasta en nuestros comportamientos más cotidianos: si queremos
saber si llueve o no, basta con mirar por la ventana. Podrían multiplicarse los
ejemplos. Desde luego, algunas de estas afirmaciones son falibles: podría darse,
teóricamente, que un día se encontraran armas de destrucción masiva en Iraq,
pero este descubrimiento revelaría que nuestra concepción inicial era errónea e
inadecuada.
En su debate con G. Vattimo, René Girard considera que la declaración según
la cual «no hay hechos, sino sólo interpretaciones» es, en el mejor de los casos,
una broma con la que Nietzsche trataba de provocar a sus colegas filólogos dema-
siado positivistas, los cuales olvidaban a veces que sus hechos, la mayoría de las
veces, no eran más que el resultado de interpretaciones16. Esta broma es de buena
lid, pero presupone a su vez la idea de adecuación: los filólogos se equivocan al
pensar que no tienen que vérselas con los hechos, cuando no están más que en
presencia de sus interpretaciones.
El perspectivismo radical de Nietzsche plantea que el sentido que compren-
demos no procede más que de la subjetividad, o de la «voluntad», la cual «crea»
este sentido. ¿Pero es esto efectivamente verdadero? ¿Verdaderamente consti-
tuimos los objetos que interpretamos? Si esto fuera verdadero, podríamos inter-
pretar todos los objetos de todas las formas posibles, lo que es manifiestamente
imposible. Al atribuir toda creación de sentido a la subjetividad, Nietzsche se
inscribe dentro del horizonte del pensamiento moderno y de su nominalismo,
el cual plantea que el mundo en sí no tiene sentido en sí, no habiendo sido este
sentido más que «inventado» por nuestro espíritu. Para Kant, esta donación de
sentido procedía de las categorías a priori de nuestro espíritu, las cuales for-
malizan lo diverso desordenado que me proporciona la percepción. Nietzsche
individualiza esta formalización atribuyéndola al sujeto particular y a su aparato
sensorial. El «nominalismo» consiste en negar que haya esencias o realidades en
el orden de los objetos mismos, puesto que estas esencias o estas regularidades
no serían establecidas más que por el pensamiento. Lo real mismo se reduciría
entonces al choque ciego de masas físicas que no tendrían sentido más que para
16. R. Girard, «No sólo interpretaciones, existen también los hechos», en R. Girard y G. Vat-
timo, Verità o fede debole. Dialogo su cristianesimo e relativismo, ed. de P. Antonello, Massa: Trans
europa, 2006, p. 82: «Esta frase es fruto de una brillante polémica con los vetero-positivistas que
estaban convencidos de proferir una verdad científica inmortal cada vez que abrían la boca. Pero la
boutade de Nietzsche no puede ciertamente funcionar como una teoría de la interpretación: no tener
otra cosa más que interpretaciones es lo mismo que no tener ninguna».
17. W. Müller-Lauter, «Nietzsches Lehre vom Willen zur Macht»: Nietzsche-Studien 3 (1974),
1-60.
con esta réplica, la cuestión de fondo que quisiera discutir es ésta: ¿es verdad
decir que todo lo real se reduce a una lucha de voluntades de poder? Podría
pensarse aquí en la lucha por la supervivencia de la que había hablado Darwin.
Ahora bien, es bastante gracioso constatar que Nietzsche critica a Darwin, parti-
cularmente en el Crepúsculo de los ídolos (§14), cuando sostiene que no es ver-
dad decir que son los más fuertes quienes sobreviven, puesto que los débiles son
también muy aptos... Su Genealogía de la moral atribuye en efecto la creación de
la moral al resentimiento de los débiles.
La primera cuestión que estoy tentado de plantear aquí es la siguiente: ¿hay
verdaderamente sólo «débiles» y «fuertes»? ¿Hay que ver necesariamente lo real
a través de este prisma? En todo caso es lícito ver en ello un reduccionismo,
bastante maquiavélico y muy elitista, de lo real. Nadie discute, desde luego, que
conlleva su parte de verdad y que nuestro mundo, no sólo político, esté atravesa-
do por luchas de poderes. Eso existe, y contamina el mundo de las relaciones hu-
manas, pero ¿qué hay de la solidaridad, la amistad, el amor y la ayuda mutua en
esta visión del mundo? Nietzsche no verá en ello sin duda más que tácticas «dé-
biles». Pero en este caso, estoy tentado de decir: ¡viva la debilidad!
Ahora bien, la cuestión de la verdad vuelve a cobrar actualidad aquí: ¿quién
nos dice que la concepción de Nietzsche es justa? ¿No se trata también de una
visión del mundo tan defendible como cualquier otra? Pero si debe poder ser
confirmada por la experiencia, entonces la adecuación con lo real es posible.
Y si Nietzsche sostiene razones en favor de su doctrina, es porque la conside-
ra verdadera y conforme a lo que es. Eso vendría a refutar su perspectivismo
radical.
Eso podría explicar por qué hay textos donde Nietzsche parece haber revoca-
do su tesis con respecto a la voluntad de poder. Los intérpretes han discutido mu-
cho durante los últimos tiempos acerca de este fragmento póstumo de Nietzsche:
Exotérico — esotérico
1. — todo es voluntad contra voluntad
2 No hay voluntad ninguna
1 Causalismo
2 No hay algo así como causa-efecto.
1.
Toda causalidad remite psicológicamente a la creencia en intenciones:
Precisamente el efecto de una intención es indemostrable.
(Causa efficiens es una tautología de la finalis), considerada psicológicamente –18.
18. KGW VIII/1 191: 5 [9]. Cf. al respecto H. Schmid, Nietzsches Gedanke der tragischen Er-
kenntnis, Würzburg: Königshausen & Neumann, 1984.
19. Cf. M. Clarke, Nietzsche on Truth and Philosophy, Cambridge: Cambridge UP, 1991.
20. A. Nehamas, Nietzsche: Life as Literature, Cambridge: Harvard UP, 1985.
21. GC § 125: El insensato: «¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos los
asesinos de todos los asesinos? Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo,
sangra bajo nuestros cuchillos — ¿quién nos enjugará esta sangre? [...] ¿No es la grandeza de este
hecho demasiado grande para nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros mismos en dioses, sólo
para estar a su altura? [...] Ese enorme acontecimiento aún está en camino (noch unterwegs)».
ten wir uns, die Mörder aller Mörder? Das Heiligste und Mächtigste, was die
Welt bisher besaß, es ist unter unseren Messern verblutet – wer wischt dies Blut
von uns ab?). Si conlleva un aspecto liberador, puesto que se trata de la muerte
de un ídolo, Nietzsche conoce todo su dolor, terriblemente paralizante. Eso le
conduce a hablar del «nihilismo» de nuestra cultura. En eso se beneficia de una
actualidad hermenéutica indudable. Los grandes pensadores de la hermenéutica
contemporánea como Gadamer y Ricoeur quizá han hablado demasiado poco
de este espectro del nihilismo cuando han tratado del carácter histórico de la
comprensión humana22. Heidegger ha captado mejor que ellos el desafío que
representaba la provocación nietzscheana y el aumento del nihilismo.
¿Está la hermenéutica en condiciones de recoger este desafío? Pienso que
es hora de que lo haga. La hermenéutica, al menos tal como la pienso, puede
cuestionar los cimientos del nihilismo nietzscheano, enfrentándose a la vez a su
constructivismo (1) y a su idea según la cual el nihilismo significaría el final de
cualquier forma de fundamento, de valor y de verdad (2).
1. Para el constructivismo nietzscheano, y moderno, el sentido no sería más
que una invención o una construcción que tendría que ver con nuestras interpre-
taciones de lo real. ¿Pero es verdad decir que no conocemos el mundo más que
a través de nuestras interpretaciones? ¿Por qué no reconocer, como lo hace la
sabiduría del sentido común, que podemos también conocer y recibir el mundo
tal como es? ¿No se encuentra ahí la función primaria de nuestro conocimiento
y de nuestro lenguaje? Ciertamente, la filosofía moderna, y nietzscheana, ha reco-
nocido fácilmente en el conocimiento y en el lenguaje los elementos mediadores
que nos «impedirían» (¡!) comprender el mundo tal como es. ¿Pero hay que ver
en el lenguaje tan sólo una «deformación» de lo real? No puede hablarse de
«deformación» más que presuponiendo que el mundo puede ser conocido tal
como es y que la misma deformación es susceptible de ser reconocida como
tal. La elección me parece aquí tajante: ¿el lenguaje es la barrera que hace de
pantalla al mundo o es el puente, mejor la luz, que nos permite comprender?
Nietzsche opta por la primera solución, con todas las aporías que ésta comporta
(autocontradicción, imposibilidad de decir algo que sea comprobable sobre lo
real). La hermenéutica encuentra más evidente ver en el lenguaje el elemento
mediatizante (o el medium) que nos permite hablar del ser. Aquí, «Nietzsche y
la hermenéutica» expresa para mí una alternativa muy clara, una elección entre
dos concepciones del sentido.
2. Esta crítica del constructivismo moderno y nietzscheano permite aportar
una cierta respuesta al nihilismo contemporáneo. La idea de nihilismo sostiene
que ya no hay valores ni verdades a los que estar ligados. Ahora bien, podría ser
que hubiera ahí una forma de suficiencia intelectual que consiste en decir que no
hay verdad o valor si no responde a nuestras normas de fundamentación última
y casi cartesiana: porque no habría normas últimas fundamentadas de forma tan
rigurosa, entonces no habría ya ninguna norma ni verdad. Pero esto es quedarse
en una concepción muy cartesiana, y sin embargo discutida, de la verdad y del
fundamento, y afirmarla.
22. Cf. mi reciente estudio «De Gadamer à Ricoeur. Peut-on parler d’une conception commune
de l’herméneutique?», en G. Fiasse (dir.), Paul Ricœur: De l’homme faillible à l’homme capable,
Paris: PUF, 2008, pp. 37-62.
Joan B. Llinares
Universitat de València
novela Memorias del subsuelo, una primera parte, titulada «El subsuelo», ensayís-
tica y argumentativa, y una segunda, denominada «A propósito del aguanieve»,
que es narrativa. Pero estaría en un error, pues como dice la postal que Nietzsche
envió el 27 de marzo a Heinrich Köselitz hablando de Dostoievski, «me alegra que
usted, probablemente, haya leído de él en primer lugar lo mismo que yo, — La
patrona (en francés como primera parte de la novela L’esprit souterrain)». Por
tanto, el ejemplar que el filósofo encontró contenía no sólo las Memorias del sub-
suelo, como se tiende a suponer, sino que en primer lugar recogía una novela bre-
ve del joven Dostoievski, titulada La patrona. Ese volumen daba más de lo que se
podría esperar, pues lo componían dos relatos del escritor ruso. El hecho de que
comenzase con el citado texto de juventud no es una circunstancia trivial, porque
a Nietzsche le parecía un motivo de alegría que su amigo Peter Gast, un músico
cuyas composiciones admiraba, hubiera iniciado sus lecturas del autor ruso como
lo hizo él mismo, con este relato que manifiesta «una especie de música desconoci-
da». No siempre se ha tenido en cuenta con la debida atención este juicio.
En 1930 Charles Andler expuso que L’Esprit souterrain era un volumen pu-
blicado por E. Plon, Nourrit et Cie. en París a finales de noviembre de 1886, y
que la traducción que ofrecía de Memorias del subsuelo se debía a E. Halpérine-
Kaminsky y Charles Morice. Esa traducción ha sido juzgada por los especialistas
—por ejemplo, por el también traductor del ruso Boris de Schloezer— como
«una adaptación extremadamente libre» de la citada novela de Dostoievski. El
estudio de ejemplares de dicha edición confirma que no se limita a Memorias del
subsuelo, sino que está formada por dos novelas breves, es decir, que tiene dos
partes, la primera, de 152 páginas, titulada por los editores franceses Katia, co-
rresponde a la novela La patrona, traducida con bastante fidelidad de la versión
original rusa de 1847, y la segunda, de 142 páginas, titulada Lisa, adapta con
muchísima libertad Memorias del subsuelo, obra de 1864 publicada originalmen-
te por entregas en la revista Epocha. Esta novela que, aunque sólo fuera por el
título del volumen, parece que debería tener la preeminencia, está adaptada de
manera fragmentaria y muy poco respetuosa con el texto original, al que se le
han añadido resúmenes y se le han suprimido muchas páginas.
Pero no acabaron en ello las intervenciones de los traductores-adaptadores:
para motivar la inclusión de las dos novelas en un mismo volumen y bajo un úni-
co título la edición francesa inventa además una especie de epílogo después de
la primera parte, un fragmento de tres páginas de extensión, concebidas según
el modelo que proporciona Dostoievski en Memorias de la casa muerta, en las
que se dice que el personaje Vasili Mijáilovich Ordínov, el héroe de La patrona,
es también el «hombre del subsuelo», el autor, ya fallecido a sus sesenta años,
del manuscrito de las confesiones que forman la segunda parte del volumen, un
documento privado que ha sido posible rescatar, así dicen, de las manos de Apo-
llón, el criado personal que tenía dicho personaje durante su relación con Liza.
En fin de cuentas, por tanto, ese curioso volumen contenía, según la propaganda
de sus editores, las dos principales «veleidades amorosas» del difunto Ordínov.
. KSB VIII 50. Esta carta documenta la recepción por parte de Nietzsche de un volumen,
Erzählungen von F. M. Dostojevskij, con traducciones de W. Goldschmidt, Leipzig: Reclams Uni-
versal-Bibliothek, 1886, así como el hecho de que las comparase críticamente con las traducciones
francesas que ya conocía, la de La patrona en concreto.
De ahí la correcta descripción que Nietzsche hace del libro en sus cartas: L’esprit
souterrain contiene «zwei Novellen». La primera —la versión francesa de La
patrona— es, en su opinión, una pieza de música, de música muy extraña y nada
alemana, y la segunda —una libérrima adaptación muy reducida de Memorias
del subsuelo— es, a sus ojos, un alarde genial de psicología.
Así las cosas, el lector del volumen difícilmente podía imaginar que estaba
ante dos textos pertenecientes a dos épocas muy diferentes de la obra de Dos-
toievski, la de juventud y la del inicio decisivo de su madurez, distantes uno del
otro nada menos que diecisiete años, y que habían sido traducidos y adaptados de
manera tan particular y tan abusiva, condenados a tener que compartir un mismo
protagonista. En consecuencia, es obvio que si queremos analizar con rigor la
recepción nietzscheana de la obra del novelista ruso hemos de remitirnos a ese
libro francés de finales de 1886, con sus ocurrentes aciertos, sus notorias lagunas
y sus lamentables arbitrariedades y manipulaciones. Así lo haremos, aunque más
que una investigación histórico-crítica de aquel encuentro y de las imperfectas
mediaciones que lo posibilitaron —por ejemplo, señalando errores y omisiones en
la traducción—, nos importa clarificar nuestras propias lecturas de los textos de
Dostoievski y de Nietzsche y exponer cómo se entabló ese diálogo apasionado por
parte del filósofo con dicha edición francesa de aquel poderoso escritor, tan singu-
lar y desconcertante, que por entonces ya había fallecido, pero que, por muchos
motivos, reclamaba su atención y ahora reclama nuestros análisis.
Aquí nos centraremos en la primera parte de L’esprit souterrain, esto es, en la
novela breve titulada La patrona, porque por sí misma provoca una considerable
sorpresa, un interrogante que merece clarificación. Para Nietzsche, por lo que dan
a entender sus cartas, dicha parte es una genuina y muy afortunada presentación
del arte de Dostoievski, una puerta recomendable para entrar en su universo más
propio, cuando la crítica literaria rusa, comenzando por Bielinski —quien, de-
cepcionado, dijo al leerla: «¡Es la peor de las necedades!» y, en la reseña que le
dedicó, escribió este durísimo juicio: «En toda la novela no hay ni una palabra, ni
una frase sencilla y viva. Todo es rebuscado, tenso, enfático, artificial y falso»—,
la consideró una fallida obra de juventud, una de las más débiles creaciones de
su autor, todavía inmaduro e inexperto, echada a perder además por las prisas,
como reconocía éste años después, lamentando la violencia que tuvo que hacerse
para darla a la imprenta. En efecto, la crítica la ha visto como muy dependiente
todavía de Gógol y de Hoffmann —en especial, de los relatos Der Magnetiseur,
Der unheimliche Geist y Der Sandmann—, como un producto típicamente román-
tico, secundario y deficiente, en pocas palabras: como un mediocre engendro de
un discípulo ruso de Paul de Kock. Henri Troyat, por ejemplo, la describe como
inspirada en La terrible venganza de Gógol, pero añade que no se trata de una
simple imitación literaria, puesto que el héroe es un retrato del propio Dostoievs-
ki en su juventud y de cierta pasión amorosa que vivió por entonces con Avdota
Panayeva, rescatando así la candente implicación personal del escritor, su faceta
autobiográfica. Edward H. Carr es más cruel, pues afirma que La patrona reúne
méritos para ser considerada como una de las peores novelas que se hayan escri-
to: «Para un lector moderno muy alejado de los trasnochados convencionalismos
de la novela fantástica, el relato parecería un asombroso cúmulo de tonterías».
Incluso Joseph Frank reconoce que, «definitivamente, Dostoievski se excede en el
empleo de adornos góticos y románticos que resultan innecesarios y que justifi-
can la aversión que sentía Bielinski hacia este relato»10. Si estas críticas dan en el
blanco, entonces parece incomprensible que ese pobre texto cautivara al exigente
Nietzsche de la madurez y le pusiera en la pista de una de las sorpresas fundamen-
tales de su vida. Y resulta muy discutible, por lo demás, que tal opúsculo merezca
que el filósofo dionisíaco lo haya considerado como una «música desconocida»,
«muy extraña», «una música no alemana», cuando a todas luces parece una típica
pieza romántica y sentimental, un largo poema en prosa de carácter lírico, «une
nouvelle romantique»11, repleta de convencionalismos, lugares comunes y frases
hechas sobre recuerdos infantiles, cuentos populares, tempestades e incendios,
borracheras, obnubilaciones, desvanecimientos, ensueños, pesadillas, fiebres, de-
lirios, alucinaciones, lágrimas ardientes, amores imposibles, efusiones místicas,
arrebatos religiosos, exotismos orientales, etc. Es casi imposible encontrar otro
texto dostoievskiano que mejor responda a la imagen peyorativa que ofrecen los
libros de Nietzsche sobre el romanticismo en cada uno de sus puntos débiles, idea-
listas, mentirosos, decadentes y antivitales.
Ahora bien, no todos los críticos son de esta negativa opinión, ha habi-
do otras interpretaciones del relato que subrayan sus aciertos e innovaciones.
Augusto Vidal, por ejemplo, ha escrito —aprovechando los análisis de Leonid
Grossman— que «La patrona es una novela de horrores y misterios, con una
nueva problemática psicológica (desdoblamiento del amor de una mujer, expia-
ción de un pecado imaginario, fuerza de la sugestión), anuncio de lo que será el
Dostoievski de la madurez. Ordínov es ya un antecesor de Raskólnikov»12, el jo-
ven pensador solitario. Para el citado analista ruso La patrona esboza ya la situa-
ción central de El idiota, una heroína que se debate entre un enamorado ange-
lical y un criminal posesivo, y merece ser considerada como una de las premisas
fundamentales de las creaciones futuras de su autor y de su específico estilo en el
realismo crítico, atento a las experiencias psíquico-espirituales13. Joseph Frank
precisa que «a pesar de que difícilmente se la pueda defender como pieza lograda
desde el punto de vista artístico, no obstante, el paso del tiempo ha demostrado
que, de las primeras obras de Dostoievski, es la que contiene mayor cantidad
En nuestro ensayo hemos de reconocer con gratitud los hallazgos del riguroso
trabajo que llevó a cabo C. A. Miller en su excelente artículo «Nietzsche’s ‘Disco-
very’ of Dostoievsky»17. Deseamos colaborar en la difusión de esta investigación
ya clásica, publicada en Nietzsche-Studien en 1973, que siempre remite al filósofo
en antiguas ediciones en alemán, al novelista en las traducciones francesas de la
época, las que Nietzsche leyó, e incluso acude al original ruso para precisar los
términos equívocos, y, quizá por ello, resulta de ardua consulta para varios lec-
tores. Las citas del texto de La patrona las tomamos de la traducción francesa de
Evgueni Halperine-Kaminsky y Charles Morice publicada en 1886, que es la que
Nietzsche prefería18, aprovechando en ocasiones la versión castellana de Lidia Kú-
per de Velasco que se halla en el primer volumen de la excelente edición dirigida
y prologada por Augusto Vidal de las Obras completas de F. M. Dostoievski19. Los
números entre paréntesis se refieren a la paginación de estas ediciones. Quisiéra-
mos añadir que la guía que supuso para Miller el gran libro sobre Dostoievski de
Konstantin Mochulsky20, en este trabajo la ejerce la magna biografía elaborada por
Joseph Frank, que, como es manifiesto, orienta nuestros comentarios. Pensamos
que el principal reparo que podría hacerse al estudio del profesor Miller sería
de índole metodológica, puesto que para clarificar la valoración nietzscheana de
la parte denominada Katia sacrifica el episodio Lisa, dejándolo en la penumbra,
cuando Nietzsche tuvo que leerlos en bloque, como apartados consecutivos de un
mismo libro, y suponemos que aplicaría sobre la primera parte lo que le habría
resultado valioso y aleccionador en la segunda, en una especie de compensación
y de equilibrada visión de conjunto. Ciertamente, en la parte final el Dostoievski
de los años sesenta critica a fondo al Dostoievski de los años cuarenta con una
fuerza tal que su texto de juventud, traspuesto, bien puede interpretarse ahora con
más virtualidades paródicas y carnavalescas, y con más sarcasmo satírico —para
decirlo con la terminología de Bajtín— de lo que acaso sería legítimo suponer
que contuviera en una lectura aislada y cronológicamente precisa. No obstante,
realizar un análisis del volumen completo de L’esprit souterrain supera los lími-
tes de un artículo, y en lo que sigue nosotros también tendremos que limitarnos
exclusivamente a algunos aspectos de su «primera parte». Esperamos proseguir el
análisis en otra oportunidad.
He aquí, al hilo de un resumen del relato, varios de sus principales elementos que
pudieron interesar a Nietzsche, una vez admitido que el título general del libro
—L’esprit souterrain— le tuvo que resultar fascinante por las hondas afinidades
que el filósofo descubriría con su propio trabajo de «viejo topo», de «espíritu sub-
terráneo», de alguien que «cava, que perfora, que mina», como dijo de sí mismo
en el «Prólogo a la segunda edición» de Aurora21. El texto de esta novela breve
consta en el original de dos partes, «Primera» y «Segunda», cada una de las cuales
tiene tres capítulos o apartados (I-III), y se publicó por vez primera en octubre y
diciembre de 1847. Por contra, en la edición francesa que Nietzsche leyó aparece
como un bloque que consta de seis apartados sucesivos (I-VI) y todo él constituye,
como hemos dicho, la «Primera parte. Katia» del libro, en la que se describe la
primera aventura amorosa del personaje principal, narrada en tercera persona.
25. «En una época absurdamente temprana, a los siete años, ya sabía yo que nunca llegaría
hasta mí una palabra humana», EH, «Por qué soy yo tan inteligente», § 10, ed. cit. p. 61.
26. Ibid., p. 418.
27. Cf. J. Frank, op. cit., p. 418.
28. Ibid., p. 419.
29. Ibid. Piénsese, por ejemplo, en Aliosha Volkovsky (Humillados y ofendidos), Stepan Tro-
fímovitch Verjovensky (Los demonios), Andrei Petrovitch Versilov (El adolescente), e incluso en el
príncipe Mischkin (El idiota).
30. Si añadimos lo que ya es explícito en el otro episodio del volumen, en la «Segunda parte»,
denominada «Lisa», entonces la crítica al romanticismo se evidencia con claridad, basten estas pa-
labras del «hombre del subsuelo» del apartado VIII de esa novela (apartado XVIII de la «Segunda
parte» de L’esprit souterrain, 265), cuando el antihéroe teme que la prostituta, conmovida por el
recuerdo de sus sentimentales e hipócritas palabras durante el primer encuentro entre ambos, vaya
a su casa: «¡Vendrá, me encontrará! Tal es el maldito romanticismo de todos estos corazones puros!
¡Oh, qué ruindad, qué tontería, qué limitación la de estas ‘viles almas sentimentales’!» (F. M. Dos-
toievski, Apuntes del subsuelo, ed. cit. de A. Vidal, vol. III, p. 268). Para el problema de la crítica al
romanticismo en Dostoievski y su huella en Nietzsche es deplorable que éste no hubiera podido leer
una edición completa de esta novela, con los apartados enteros de la «Primera parte», «El subsue-
lo», en los que se hallan las burlas sobre «lo bello y lo sublime» (cf., por ejemplo, el apartado II); el
apartado I de la «Segunda parte», «A propósito de la nieve sin cuajar», también contiene una notable
parodia del romanticismo durante la juventud del antihéroe, con fuertes derivaciones críticas sobre
el romanticismo alemán y francés, y en especial sobre los románticos rusos, muy reducidas, por des-
gracia, en la edición francesa que leyó el filósofo.
dant son enfance tout le monde le fuyait à cause de son entêtement et de son allure
absorbée, que sa sympathie n’avait jamais su se réveler que par des dehors ambigús
et pénibles, sans égalité morale. Ç’avait été la grande souffrance de son enfance de
constater qu’il ne resemblait pas à ses petits camarades. Et il était obsédé par le sen-
timent de cette incurable solitude» (8-9). Estas referencias a la infancia del artista,
a su singularidad y a su obstinación también conmoverían a Nietzsche, avivándole
recuerdos íntimos, diversas anécdotas y solitarios paseos... Por lo demás, el héroe
de este relato es un «noble», que no trabaja en ninguna empresa o institución y
se dedica a sus asuntos (24), de ahí que Frank lo haya descrito como el «último
sobreviviente de una familia aristocrática arruinada»31. Si Dostoievski está aquí
describiéndose a sí mismo en su dolorosa juventud, el filósofo alemán bien pudo
imaginar que entre ellos había profundas afinidades, hasta en la supuesta ascen-
dencia aristocrática que les caracterizaba, distanciándoles de la plebe.
En conclusión, estas primeras páginas del relato siguen cautivando a todo
conocedor de la vida de Nietzsche por la exactitud con la que presentan no sólo
las vivencias de quien, con una economía modesta, ha de buscar una habitación
de alquiler, como así le sucedía por aquellos días en Niza, sino abundantes ras-
gos caracteriológicos y autobiográficos finamente insinuados, en una confesión
indirecta emotivamente sentida: ascendencia noble, orfandad, estudios univer-
sitarios, temperamento artístico, solitaria excentricidad, pasión por la filosofía y
la ciencia, pathos de la distancia, gusto por el aire fresco y los paseos (el flâneur),
obsesión por una obra propia en proceso de gestación, ansias de comunicación,
de reconocimiento y de estima, autocrítica del soñador romántico, del intelec-
tual pasivo, sentimental e idealista, etcétera.
2.2. Una concepción naturalista del enamoramiento: el amor como fiebre juvenil,
enfermedad inconsciente, pulsión morbosa
junto a la mujer, la cual, con sentimientos ambiguos y antitéticos, otra vez musita
una ardorosa plegaria. «Ses traits, comme la veille, trahissaient une émotion et une
piété infinies. Comme la veille, des larmes ne cessaient de couler et de se consumer
sur les joues brûlantes, comme pour laver quelque terrible crime» (18).
Este segundo encuentro produce en él un dolor sordo, insoportable: «Enfin,
n’y tenant plus, la poitrine convulsivement opressée, il éclata en sanglots et heur-
ta de sa tête en feu les dalles glacées. Il n’entendit, il ne sentit rien, sauf au coeur,
comme s’il allait cesser de battre, un spasme douloureux» (18). El sentimiento
amoroso se manifiesta como «cette effervescence» o impulso del corazón que
quizá se debía a «tous ces efforts désordonnés et toutes ces impatientes émotions
de l’esprit» (18). Lo cierto es que «Ordinov ne pouvait se rendre compte de son
état, il avait à peine conscience de lui même…» (19). El enamoramiento tiene
lugar, así pues, en un nivel en el que poco interviene la conciencia de aquel que
lo sufre, es un movimiento pulsional lleno de tensión.
Podríamos pensar que tal fenómeno es un rasgo exclusivo de los seres hu-
manos, e incluso de determinados humanos, sensibles y soñadores, pero el texto
vuelve a desmentir ese supuesto romántico, ya que lo sitúa en su lugar natural,
como si fuese una especie de fisiología meteorológica, de fiebre cósmica, de
estallido corporal: «comme dans un jour de chaleur étouffante le ciel s’obsurcit
tout à coup, puis se décharge sur la terre altérée en pluie chaude qui suspend des
perles aux branches vermeilles, et froisse l’herbe des champs, et courbe au ras du
sol les corolles délicates des fleurs: mais au premier rayon du soleil tout renaît,
tout se relève, tout s’élance au-devant de la lumière et solennellement lui envoie
jusqu’au ciel, pour fêter cette renaissance, d’abondants et doux effluves de joie
et de santé…» (19). El enamoramiento es, pues, un simple fenómeno natural,
un súbito cambio atmosférico, como la lluvia en verano.
Pero la joven no está sola, cuando acaba el oficio religioso reaparece el viejo
y la toma de la mano. «Ordinov subit de nouveau le regard moqueur et menaçant,
et une sorte d’étrange rancune lui serra le cœur» (19-20). La mujer ya tiene un
hombre orgulloso que la protege y con el que vive. No obstante, al día siguiente
Ordínov se dirige al apartamento de la pareja y pregunta si tienen una habitación
para alquilar. La joven contesta afirmativamente y el visitante se instala de inme-
diato como nuevo inquilino. «Ordinov ne comprenait guère comment tout cela
avait pu arriver, mais cela le laissait indifférent» (25). La pulsión amorosa —la
dinámica del deseo, la aparición de los celos y del rencor— le ha guiado en tal
decisión, al margen de la conciencia y la reflexión: la presencia de otro hombre,
de un rival, todavía acrecienta la velocidad de las reacciones.
32. Todo cuanto ocurre en el relato tiene un carácter misterioso, muchas cosas son tan extrava-
gantes que Ordínov se pregunta varias veces si no está sufriendo alucinaciones. Tampoco se aclara si
Katerina es una demente, o si narra una historia extraña pero verídica, ni sabemos con claridad si Mu-
rin perdió sus antiguas posesiones de comerciante en un incendio. Su persona tiene además rasgos de
mago, de brujo o chamán, de adivino y hechicero, si bien no desea que se le considere impío o hereje.
33. Resuminos la novela según la lectura que propone J. Frank, cf. op. cit., p. 421.
34. Ibid., p. 422.
35. J. Frank, op. cit., p. 423. Casi lo primero que le dice Katerina a Ordínov, incitándole a que
se levante y a que abandone el lecho-prisión, una vez superada su primera enfermedad, es lo siguien-
te: «La liberté est meilleure que le pain, plus belle que le soleil» (31).
2.4. La voluntad de poder en las relaciones entre los sexos y los individuos:
la psicología del corazón débil y del individuo débil
Una de las mayores aportaciones del ensayo de Miller sobre este relato se en-
cuentra en la mostración de aquellos elementos que la profunda psicología de
Dostoievski saca a la luz, en perfecta consonancia con la concepción que de ésta
tiene Nietzsche, a saber, como teoría de la morfología y la evolución de la vo-
luntad de poder. Esta interpretación se comprueba por partida doble en las dos
relaciones centrales que configuran el trío protagonista de la novela, la que man-
tiene Murin con Katerina, ejemplo del corazón débil femenino, y la que aquél
entabla con Ordínov, modelo éste de individuo débil, lo cual permite generalizar
el fenómeno en todo tipo de relaciones interpersonales entre fuertes y débiles
como cumplimiento de una ley universal. De ahí arrancan dos tipos básicos de
moral, la moral de los señores y la moral de los esclavos, añadiría Nietzsche.
El primer caso expone qué es el amor entre los sexos, una guerra a muerte
entre ellos, como ya decían muchos griegos desde la época arcaica y Nietzsche
percibe en la naturaleza, una lucha entre poseer y ser poseído, ejercer el poder
y ser gobernado por la voluntad de quien da las órdenes, entre lo masculino
entendido como el polo activo y lo femenino concebido como pasividad y recep-
tividad. En este relato el viejo Murin es consciente del daño que le ha hecho a su
hija-amante, pero considera la situación como inevitable, como concreción de
una norma universal que no depende de los deseos de los humanos, una regla
de la estructura de la realidad que decreta que las personas débiles son incapaces
de ser libres, y que las mujeres son seres así, corazones débiles y sumisos. De
hecho, Katerina siempre se comporta como tal: por ejemplo, siendo muy joven,
la primera vez que Murin se fija en ella como mujer después de haber provoca-
do una pelea con su madre, éste le pone su navaja en las manos y le pide que le
castigue por todo el mal que le ha hecho, pero ella no se atreve y sólo sabe mirar
impúdicamente a su madre sin dejar de sonreír con risa insolente (84). Unos días
después el bandido vuelve por la noche a visitarla y ella le abre la ventana de su
alcoba, entonces, aunque éste le ofrece una cuerda para que lo ate y lo entregue
por todas sus fechorías, ella misma es la que le abre las puertas de su casa y la que
luego le facilita la huida, acompañándole en la escapada (87-92). Más aún, a pe-
sar de que siente rabia por el amor que le tiene a ese sujeto tan peligroso («c’était
la colère d’amour»), no sabe contener su loco corazón («mon coeur était fou»),
como dice, y le vende su alma por un pecado mortal («Je t’ai vendu mon âme
par un péché mortel» [93; 596-597]), pues Katerina es inconsecuente, impulsiva
y voluble. Pero lo que en el fondo la retiene junto a él es la «gran promesa» que
le ha hecho: «mientras tú seas dichosa, yo seré tu señor; mas en cuanto dejes
de amarme, no me lo digas, no gastes palabras, no te molestes; basta un solo
movimiento de tus divinas cejas, una sola mirada de tus ojos, un solo gesto de tu
meñique para que te devuelva tu amor y tu dorada libertad, sólo que entonces…
¡habrá llegado el fin de mi vida!» (94; 597). El alborozo que entonces siente («et
je sentis toute ma chair sourire à ces paroles») es engañoso, ese trato que le ha
propuesto su raptor la ha retenido de por vida, el relato de sus relaciones con
Ordínov confirma su ilusoria impotencia y su permanente esclavitud, como un
ave que jamás abandona la jaula, por mucho que vea que la puerta está abierta y
que estará acompañada en sus vuelos si se escapa.
En efecto, desde el principio se siente muy atraída por el nuevo inquilino,
pero sólo le brinda una relación fraterna, de hermanos («nous vivrons comme
frère et soeur» [34] y «tu auras une soeur au lieu d’une liouba [bien-aimée]…
Prends-moi donc pour ta apetite soeur» [72]). Cuando ya son evidentes el amor
y las repetidas caricias entre ambos —Murin detecta en seguida que Katerina y
Ordínov no se quieren como hermanos, sino que se relacionan «comme deux
amoureux» (109)—, ella sigue interpretando como inalterable su situación de
hecho y la convierte en fundamento de su resignada pasividad; en el fondo no
vislumbra más alternativa que un mero cambio de amo: «je voudrais te donner
pour ton amour ma vie et la chère petite liberté, car il est doux d’être même
l’esclave de celui dont on a le coeur… Mais ma vie n’est plus à moi, et la chère
petite liberté est perdue» (73). Lo mismo le dice a Murin: «Bois au bonheur de ta
fille bien-aimée, ta douce esclave soumise dès le premier jour» (115).
Así pues, aunque viva con el jefe de una banda de forajidos, Katerina no es
una excepción, sino un ejemplo del comportamiento de las mujeres en general.
El viejo Murin expone cuáles son las características del género femenino que en
ella se repiten: «L’intelligence n’est pas le lot d’une fille: elle entend la verité, mais
elle ne la comprend pas. Elle a dans la tête un serpent rusé, quoique son coeur soit
baigné de larmes» (120). «Il n’y a pas de malheurs pour les coeurs faibles», por
eso las penas de Katerina no son sino «une trace sur la sable». La persona que
posee tal constitución ontológico-genérica no puede alterar su conducta, carece
de fuerzas para liberarse, y por eso Murin predice su futuro sin temor a equi-
vocarse: «Serás la esclava de quien te ame, tú misma le entregarás tu libertad,
se la darás en rehenes y no querrás recobrarla. No sabrás dejar de amarle en el
momento oportuno. Tú pondrás un granito y tu seductor recogerá toda una
espiga» (120; 611)38. Este rasgo del talante femenino es tan obvio para el viejo
conquistador que no duda en aconsejar al joven Ordínov que siga sus expertos
38. Este pasaje, en nuestra opinión, se aleja diametralmente del sentido que transmite la traduc-
ción francesa: «Tu ne seras pas l’esclave de celui qui t’aimera. C’est toi qui lui prendras sa liberté pour
ne jamais la lui rendre. Mais quand tu voudras l’aimer à ton tour, tu ne le pourras. C’est un grain que
tu auras semé, et un ravisseur viendra, et il prendra tout l’épi».
un bonheur au souvenir de mon déshonneur! Voilà ma misère! Mon coeur est sans
force et sans colère contre mon peché…» (96). Lo que la joven enferma no percibe
en esta confesión es que no ha llegado ella sola, por ella misma, a sentirse dichosa
en su cautiverio, porque en realidad durante años ha sufrido un largo proceso de
adoctrinamiento que la ha hecho sentirse pecadora. En seguida lo analizaremos.
Pero antes, resumamos la tesis que aquí deseábamos presentar: «Es sólo en
La patrona donde Dostoievski comienza a comprender las implicaciones de esta
psicología [del masoquismo] y a explotar seriamente sus posibilidades. El eje de
su interés artístico se traslada, del conflicto interior causado por actitudes condi-
cionadas por la sociedad, a la lucha del individuo con su propio carácter. Kateri-
na es todavía víctima de Murin y de todas las fuerzas oscuras que él representa;
pero también es víctima de su incapacidad para dominar el ‘placer’ que obtiene
de su sometimiento y degradación. De este modo, se añade una nueva dimen-
sión a la descripción que hace Dostoievski de la personalidad, y que consiste
en trasladar al propio individuo parte de la responsabilidad moral de su propio
destino»42. He aquí, según Frank, la importancia de este relato, pues contiene
el primer indicio de un cambio en la interpretación del carácter individual, que
evoluciona desde lo psicológico-social hasta lo psicológico-moral, con lo cual ya
se perciben en él anticipaciones de los grandes logros de obras futuras, como Las
memorias del subsuelo, Los demonios o Los hermanos Karamázov.
vaient la pauvre fille dans la chute progressive qu’on lui avait savamment et
traîtresement ménagée: comme on l’avait torturé, le faible coeur! Comme on
avait méchamment interpreté contre lui les textes immuables! Comme on l’avait
parfaitement aveuglé! Comme on avait avec adresse exploité la fougue de sa
nature! Et, peu a peu, voilà qu’on avait coupé les ailes de cette âme née libre et
maintenant incapable de prendre son essor vers la vie…» (147).
La triste situación de Katerina, por tanto, es incomprensible sin Murin, un
personaje que actúa con los rasgos de una especie de «sacerdote» con sus fieles,
subrayando los pecados y prescribiendo los correspondientes rituales de expia-
ción una y otra vez, cavando así una fosa insuperable. Ese viejo repleto de ar-
gucias y lecturas interpreta para engañar, su «sacerdocio» es una hermenéutica
perversa que produce parálisis y ceguera, que todavía debilita más a su paciente.
Por otra parte, su presentación física43 recuerda a la del gran Inquisidor de Los
hermanos Karámazov, y a la del anciano jubilado del capítulo de este nombre en
el Zaratustra: palidez, altura, delgadez, barba semicana y una mirada de ojos de
fuego. Está enfermo, padece ataques de epilepsia —como la narración detalla—,
pero en todo momento maneja con gran astucia los hilos de su vida y de la de
aquellos que le rodean y le visitan. Veamos cómo.
En su primera aparición en el relato hace profundas reverencias en el centro
de una iglesia, toma de la mano a su mujer y la conduce hacia la imagen de la Vir-
gen, cubriéndole la cabeza con el manto que colgaba del altar (11; 553). La joven
sale llorando y sonriendo, llena de temor y de espanto, como si fuera una niña
que temblara de emoción. Idénticos rasgos antitéticos —risa y llanto, alegría y
pena, fascinación y espanto— manifiesta ante la lectura de un libro religioso por
parte del viejo (45; 571), y ante Ordínov, cuando el viejo está inconsciente, reac-
cionando ante la epilepsia de éste como una niña pequeña, asustada y tembloro-
sa (68; 584-585). Las oraciones, las lecturas piadosas y los ataques enfermizos se
repiten con adictiva periodicidad, con morboso placer.
Ya en el primer diálogo que tienen Ordínov y Katerina, ésta le dice que «Chez
mon patrón aussi il y a beacoup de livres. Veux-tu les voir? Il dit que ce sont des
livres de piété, et il m’y lit toujours» (35), porque quiere saber si él le explicará lo
que Murin le ha leído. Luego le pregunta si le gusta rezar, y le confiesa: «Sais-tu,
moi, j’ai toujours peur, j’ai peur…» (36). Katerina vive atormentada por la religión
que su compañero le alienta a mantener y a cultivar: además de las ya citadas visi-
tas a la iglesia, en la habitación de la pareja hay libros religiosos, de gran tamaño,
un icono antiguo ante el que postrarse y rezar, y una lamparilla que arde noche y
día ante esa imagen (45).
La conducta de Murin tiene mucha responsabilidad en el miedo incesante
y destructivo que no abandona a la joven. Las actividades que lleva a cabo cu-
bren un espectro sorprendente y misterioso: el portero tártaro de la casa en la
que viven lo presenta como un hombre enfermo, pero listo, que sabe adivinar
el porvenir a cambio de dinero en efectivo (50). Yaroslav Ilich, una especie de
policía de distrito, lo considera extraño y sumamente interesante, un individuo
enfermo que sufre ataques, en los que una vez atentó contra un mercader y pasó
43. «De haute taille, droit encore et énergique mais amaigri et maladivament pâle… une longue
barbe à demi blanche tombait sur sa poitrine, et sous ses sourcils épais et francés, le regard, hautain et
pénétrant, brillait d’un état fiévreux» (10-11).
44. EH p. 122.
El tema clásico y muy griego de la amistad también aparece tratado en este texto
mediante tres sintomáticas conversaciones entre Ordínov y un funcionario de los
cuerpos de seguridad del Estado, el cual, por su carácter, aparenta tener muchos
amigos. En el apartado III se describe el primer encuentro del protagonista con
ese antiguo conocido, el «policía» Yaroslav Ilich (51 ss.; 574 ss.), un individuo que
ambiciona cultivarse, deseoso de entablar relaciones con quienes por sus modales
parecen «dignos de pertenecer a la alta sociedad». En seguida se muestra satisfecho
de poder decirle a Ordínov que es «amigo sincero» —«Je suis avec lui, j’ose le dire,
sur un pied d’intimité» (57; 577)— del viejo propietario de la casa en la que está
alojado. Dicho personaje, por lo general bien informado de la vida y milagros del
vecindario, se siente conmovido por haber encontrado un viejo amigo —«il était
ému par la rencontré de son ami» (63; 580)—, por haberle podido contar cosas in-
teresantes de la extraña pareja que le ha alquilado la habitación, y, al despedirse de
él, «serra comme dans un étau la main ‘d’un de ses meilleurs amis’» (64; las comi-
llas están en el texto y no deben pasar desapercibidas, son un guiño del narrador).
Más adelante, cuando Ordínov ha fracasado en su relación con Katerina y decide
cambiar de residencia, se encuentra en el despacho de Ilich a Murin, quien se le ha
adelantado argumentando la conveniencia de que deje el alquiler. El viejo cuenta
su versión de lo que ha sucedido en el apartamento ante tan cualificado testigo y
pide expresamente que Ordínov se marche, aunque mantiene cortésmente su hos-
pitalidad. El joven queda anonadado y perplejo, ya que se ha puesto en ridículo
ante el representante de la autoridad por la presteza y las artimañas de Murin. Ilich
hubiera reventado de risa si ambos hubieran estado solos, pero tuvo que reprimir
su hilaridad y frenarse, guardando las formas. Entonces el narrador escribe entre
guiones, con evidente ironía, este comentario: «— de pareils amis! — ¡dos amigos
tan buenos como eran!» (138; 621). La novela acaba con un último diálogo entre
ellos, que marca una especie de contrapunto con su primer encuentro: el policía
aparece ahora más delgado, sus ojos han perdido el brillo y delatan sus desenga-
ños, tiene prisa, va sucio y mojado, ha dejado que le crezcan las patillas y trata de
evitar «un ancien ami» (148). Ese gesto sutil ofendió a Ordínov, quien solía huir
de las muestras de compasión y de simpatía («fuyait la pitié»). ¿Por qué se sintió
herido? He aquí la clarividente explicación: «Il aurait préféré qu’Yaroslav Illiitch
fût encore cet homme d’autrefois, simple, naïf, un peu bête, avouons-le, mais qui,
du moins, ne posait pas pour la désillusion et n’annonçait aucun projet de devenir
plus intelligent. Et n’est-ce pas très-désagréable de retrouver tout à coup intelli-
gent un sot que nous avons aimé autrefois précisément peut-être pour sa sottisse?»
(148). No obstante, a pesar de haber perdido las ilusiones y de haber ganado in-
teligencia, el policía conserva su carácter y saluda a su viejo amigo: «Avec délices
il fouilla comme autrefois dans l’âme de son ami. Il lui fit d’abord remarquer qu’il
avait beaucoup a faire, puis ‘qu’il y avait longtemps qu’on ne s’était vu’. Mais sou-
dain la conversation prit une étrange tournure. Yaroslav Ilich parla d’hypocrisie des
gens en general, de l’instabilité du bonheur en ce monde et de cette futilité qu’est la
vie. En passat il ne manqua pas de nommer Pouchkine, mais avec une indifférence
très-marquée. Il parla de ses ‘bons amis’ avec cynisme et s’emporta même contre la
fausseté, contre le mensonge de ceux qui, dans le monde, s’appellent amis, alors que
l’amitié sincère n’existe pas et n’a jamais existé». Y, como muestra de asentimiento,
el narrador añade: «Oui, vraiment, Yaroslav Illiitch est devenu intelligent. Ordinov
ne le contredisait pas, mais il se sentait très-triste. Il lui semblait qu’il enterrait son
meilleur ami» (149). El policía, así pues, no sólo reconoce que nunca ha habido
amistad entre ellos dos, sino que tampoco la había con el dueño de la casa en que
Ordínov se alojaba, un anciano de noble apariencia, pero que en realidad era el
jefe de una banda de ladrones, contrabandistas y estafadores. La amistad sincera,
así pues, es una quimera inexistente. La relación de esta desenmascaradora expe-
riencia con varios textos nietzscheanos sobre la amistad es, asimismo, muy evi-
dente. Baste aquí recordar la conclusión del discurso «Del amigo» de la «Primera
parte» de Así habló Zaratustra: «Existe la camaradería: ¡ojalá exista la amistad!»45.
del pueblo bajo. Nada habla más a mi corazón que las suaves melodías de esa mú-
sica, todas las cuales son melodías tristes. Yo cambiaría la felicidad de Occidente
entero por la forma rusa de estar triste. — Mas ¿cómo es que las clases dominan-
tes de Rusia no están representadas en su música? ¿Basta con decir ‘los hombres
malvados no tienen canciones’?»48. Sánchez Pascual lo tradujo en la nota que acom-
paña a la sentencia 22 del apartado «Sentencias y flechas» de Crepúsculo de los
ídolos, que dice así: «‘Los hombres malvados no tienen canciones’. — ¿Cómo es
que los rusos las tienen?»49. La aristocracia rusa del siglo xix tiene canciones y tiene
esa forma especial de música que es la literatura, como la de Dostoievski, podría-
mos decir, aventurando una respuesta a la pregunta de Nietzsche.
En efecto, si se estudia el texto de La patrona intentando rastrear —ya que no
nos es posible apreciar la sonoridad del original— al menos la presencia explícita
de la música en sus páginas, encontramos en primer lugar mínimas referencias al
arte de los sonidos en algunas adjetivaciones y analogías reiteradas, que apuntan
a la alegría y la felicidad. Por ejemplo, cuando Katerina toma la mano del joven y
lo introduce en la habitación «avec un rire musical» (107). En sus primeros sueños
enfermizos Ordínov presentía la cercanía de su amada y entonces oía a menudo
el susurro de unos pasos próximos, ligeros, al lado de la cama, «et le murmure de
paroles tendres et caressantes, douces comme une musique» (39). Posteriormente,
cuando él por fin le declara su amor, «sa voix, sortant droit de son coeur, tremblait
comme une corde de violon, de toute la plénitude d’un transport et d’un bonheur
inconnus» (74). Más significativa es, en segundo lugar, la función rememorativa que
la música cumple al menos en dos contextos, uno tiene lugar en desvanecimientos
enfermizos, por ejemplo, durante el segundo ataque de fiebre y ensoñaciones que
sufre el protagonista, cuando revive sus años de infancia, en los que se dormía
mientras su madre, inclinándose sobre la cuna, hacía sobre él la señal de la cruz,
le besaba «et le berçait de chansons de nourrice durant les longues nuits paisibles»
(40). En un ataque posterior, todo lo que Katerina le había dicho en su primera
conversación «résonnait encore dans ses oreilles comme une musique» (66), y unas
horas después, imaginando que ella le susurraba algo cariñoso, «il reconnut cette
musique qui vibrait dans son coeur» (68). La otra experiencia ocurre al final del
relato, meses después de que hubiera cambiado de residencia y recuperado parte
de su salud: «Il n’avait confié a personne son malheur. Mais souvent, à l’heure du
crépuscule, quan les cloches lui rappelaient le momento inoubliable où il s’était
agenouillé auprès d’elle dans le temple de Dieu, écoutant batre le coeur de la jeune
fille et baignant de joyeuses larmes cette espérance qui traversait sa vie solitaire,
alors un orage se levait dans son âme à jamais meurtrie, son esprit chavirait, toutes
les tortures de l’amour recommençaient pour lui; il soufrait! il soufrait! Et il sentait
que son amour augmentait avec sa soufrance» (146).
Ahora bien, no siempre la música evoca el tiempo pasado con nostalgia, ni
siempre transmite pena y tristeza, como en este final; en ocasiones la música es,
en tercer lugar, plena expresión de presente vivo y dichoso, de presencia amorosa
y placentera, de alegría compartida y risa desbordante, de vida afirmativa y con-
tagiosa, de felicidad que necesita comunicarse. Por ejemplo, estando en casa de su
patrona, al despertar de uno de sus desfallecimientos, Ordínov oyó una voz cono-
cida: «Soudain une voix chanta. C’était une harmonie comparable à ces musiques
intérieures, familières à l’âme aux heures de joie» (105). Este rasgo dionisíaco y
pletórico que manifiesta la música de las expresiones amorosas se percibe muy bien
en el pasaje que a continuación transcribimos, sin duda el más relevante para la
cuestión que hemos planteado, un texto que es algo así como la descripción feno-
menológica de una canción que desea invitar a la alegría y al amor, y contiene una
fina enumeración de las manifestaciones que produce en el cuerpo de un oyente
sensible y enamorado la música que su gozosa amada le canta para despertarle e
incitarle a la acción: «Tout près de lui, presque au-dessus de sa tête, la voix claire
et ferme de Catherine chantait une chanson douce et monotone. La voix montait,
s’abassait puis expirait en une plainte, comme si elle s’absorbait en l’angoisse intime
d’un désir inassouvi, maîtrisé, dérobé sans issue au fond d’un coeur languissant. Puis
elle reprenait en roulades de rossignol, parfait symbole d’une invincible passion,
et s’épandait en une mer d’harmonies puissantes comme les premières heures de
l’amour. On distinguait aussi les paroles, simples, sentimentales, mervelleusement
appropiées à la mélodie. Mais Ordinov les oubliait. La musique seule le touchait.
Au simple et naïf recitatif, il substituait d’autres paroles qui répondait mieux aux dé-
tours cachés, —cachés à lui-même— de sa propre passion, des paroles toutes pleines
d’elle. Et c’était tantôt le dernier gémissement de la passion sans espérance, tantôt,
au contraire, le cri de joie du coeur qui a enfin brisé ses chaînes et se libre, libre et
serein, à un noble amour. Et tântot, c’étaient les premiers serments de l’amante, la
pudeur parfumée des premiers rougeurs et l’éclair des larmes, et les chuchotements
mystérieux et timides; tantôt le désir stérile d’une vestale, orgueilleuse et joieuse de
sa forcé, sans voiles, sans mystères, et qui, avec un rire lumineux, ouvre largement
ses yeux enivrés…» (105-106). El impacto de la canción es tan fuerte, que Ordínov
no pudo esperar que finalizara y se levantó de la cama, abandonando su pasividad.
Aquí, la música jubilosa despierta e incita a moverse, a bailar y a abrazar...
El oyente estético que se planteaba el enigma de las canciones rusas en esta
página habría encontrado parte de la solución. No se olvide que desde El naci-
miento de la tragedia en el espíritu de la música Nietzsche sabía que la canción po-
pular es el perpetuum vestigium de la unión de lo apolíneo y lo dionisíaco. Todo
el capítulo 6 de ese libro permitiría un comentario sobre la enigmática frase con
la que condensó sus impresiones de la lectura de La patrona. ¿Acaso no era este
relato como una triste canción popular rusa, triste con esa tristeza que a Nietzsche
tanto le fascinaba por la extraña afirmación de vida que venía a significar? Por lo
demás, si es acertada la propuesta de lectura que hemos ido exponiendo sobre la
historia tradicionalista, la voluntad de poder, los individuos fuertes y los corazo-
nes débiles, las belicosas relaciones entre los sexos, la psicología del masoquismo
y de la figura del «sacerdote», el desenmascaramiento del amor y la amistad, etcé-
tera, esto es, si para el Nietzsche maduro que está preparándose para redactar El
caso Wagner y para «que la música no se convierta en un arte para mentir»50 esta
novela era la obra de un artista de muy notable verdad y veracidad, no debería
resultar problemático que por todo ello la considerara como una música extraña,
desconocida y muy poco alemana: la «primera parte» de L’esprit souterrain, es
decir, La patrona, era, en efecto, un fragmento de música rusa muy triste y veraz.
Te r e s a O ñ a t e y Z u b í a
UNED
Resumen: El presente trabajo pretende leer a Nietzsche desde Nietzsche, sin las distor-
siones usuales que provoca la interpretación metafísica contra la que dirigió una crítica
radical, interpretación metafísica de muchos tipos: positivista, historicista o nihilista. Con
el objetivo de eliminar dichas distorsiones, examinaremos el Nietzsche griego post-cris-
tiano, que no es otro más que el Nietzsche hermenéutico. Emplearemos tres apartados
estratégicos: el yo de Heráclito, el no de Platón y el meta de Empédocles.
Palabras clave: metafísica – hermenéutica – Grecia – presocráticos – postmodernidad
Abstract: This paper is about reading Nietzsche from Nietzsche, avoiding the usual
distortions which have their source in the metaphysical interpretation which he himself
submitted to radical criticism — metaphysical interpretations of different kinds: positivis-
tic, historicist, nihilistic. In order to avoid them we will analyze the post-Christian Greek
Nietzsche who is the hermeneutical Nietzsche. We’ll use three strategic paragraphs: the
self in Heraclitus, the not in Plato and the metha in Empedocles.
Keywords: Metaphysics – Hermeneutics – Greece – Presocratics – Postmodernity
recibido: 23-11-2008 – estudios Nietzsche, 9 (2009), ISS N: 1578-6676, pp. 91-104 – aceptado: 10-12-2008
92 T e r e s a O ñ a t e y Z u b í a
. CI § 44: «La fórmula de mi felicidad», trad. de A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1973, p. 36.
sí (el calor y el frío, arriba y abajo, lo dulce y amargo), ya como súbita alternan-
cia y alteración del acontecer del otro que irrumpe y se vuelca de repente entre
los extremos enlazados por la máxima diferencia tensional, en el caso de los
contradictorios (la muerte y la vida, los inmortales y los mortales, la vigilia y el
sueño, el arco y la lira, o las máscaras trágicas de la risa y el llanto).
Si al movimiento de los relativos-contrarios corresponde en el lenguaje el
juicio categorial según las figuras del pasaje cinético, al súbito acontecer de los
extremos contradictorios corresponde la experiencia racional noética del hén so-
phón, «el uno-sabio indivisible: el límite», que erradica toda hýbris o des-mesura.
Así podrán abrirse los diversos ámbitos plurales de la arché-ley heraclítea: las
topologías del fuego, el sol y el rayo. El fuego abrasador que comunica y trans-
forma todos los elementos en la tierra, el sol como luz y armónica numerológica
del cielo y los movimientos celestes, los ciclos de las estaciones, el día y la noche,
y el rayo, el acontecer sin extensión, súbitamente, del enlace-cruce de los dos ám-
bitos anteriores. Este enlace entre la luz y la oscuridad, entre el cielo y la tierra,
es el que anuncia la lluvia arrojándose sobre el calor y re-úne al final las imágenes
visuales y las acústicas cuando suena el trueno. Solo esta re-unión de la memoria
en el límite, posibilita pensar, re-unir (lógos) los dos extremos a la vez (háma)
simplemente (haplós) y aprender la sabiduría del límite, del hén sophón, del uno
sabio difracto-indivisible, también sensiblemente, estéticamente, como experien-
cia autoconsciente o noética del principio legislador que sienta la primacía del
acontecer intensivo y el instante eterno (aión) sobre la distensión indispensable,
desplegada y transitable (divisible) de lo extenso y su chrónos, el tiempo medi-
da del movimiento de alternancia discursivo, cuya justicia (díke) depende de «la
taxonomía del tiempo» katá tou chrónou táxin, como enseñó Anaximandro en el
primer documento escrito de la memoria filosófica de Occidente. Ésta es la táxis
cronológica que rige anhipotéticamente como prohibición de la simultaneidad
para todos los contrarios relativos, los que «no pueden ser esto y su contrario
a la vez» —tal y como formulará luego Aristóteles la misma ley ontológica del
«principio de no contradicción», en el capítulo 3 del libro IV de su Metafísica
(1005b 12-1006 b12)—, sino solo sucesivamente, diacrónicamente. Al revés que
los contradictorios intensivos para los cuales rige con el tiempo-aión, la sincronía
de la ausencia-presencia súbita e inmediata, la extrema distancia que se cambia en
la máxima cercanía enlazando a los límites extremos por su diferencia. El ámbito
divino de Apolo-Dioniso, aquí en la tierra celeste.
Tales son algunas de las declinaciones que estructura la ontología estética
—de la experiencia plural del espacio-tiempo— y noética —de la experiencia del
límite, sus ámbitos y regímenes legislativos—, tal como se comprende, condensa
y expresa en la soberana inocencia trágica. Tal es el juego del ser y el devenir en
el lenguaje racional (optimismo ontológico), siempre enfocado, en Heráclito y
Nietzsche, desde la perspectiva délfica del uno difracto divino a la que corres-
ponde, por el otro lado del límite, la división entre bueno y malo (pesimismo
antropológico) que necesita introducir el juicio del mortal: «Morada para el
hombre es la divinidad» (DK 22 B 119); «La morada humana no alberga enten-
dimiento, la divina sí» (DK22B 78); «Para el dios todas las cosas son hermosas,
buenas y justas; los hombres en cambio consideran unas cosas injustas y otras
justas» (DK 22 B 102). «El tiempo (aión) es un niño que juega, que mueve sus
peones: de un niño es el mando (arché)» (DK 22 b 52).
Una ontología de la afirmación sin teodicea, sin salvación y sin culpa. Eso
aprende Nietzsche de la sabiduría heraclítea: «Como polvo esparcido al azar es
el más hermoso kósmos» (DK 22 B 124). Lo contrario del dualismo pitagórico
o el cinetismo sin medida que nos había transmitido Crátilo, un maestro sofista
de Platón. Contra éstos objeta el límite de Nietzsche-Heráclito: «Es necesario so-
focar la desmesura más que un incendio» (DK 22 B 43). «El pueblo debe pelear
por su ley como por sus murallas» (DK 22B 44).
Adviértase cómo el sentido del «estilo» oracular de la escritura aforística en
Heráclito-Nietzsche hace lo que dice: signa la expresión súbita del acontecer on-
tológico del límite y señala el estatuto hermenéutico del mensaje del lógos común,
que es propio de la vigilia en la noche de los mortales-inmortales y el desvela-
miento de lo que se oculta al aparecer: «El señor del cual es el oráculo de Delfos,
ni dice ni oculta sino que señala» (DK 22 B 93). «Lo mismo es vivo y muerto,
despierto y dormido, joven y viejo; pues esto de un vuelco es aquello, y aquello
a su vez, de un vuelco, es esto» (DK 22 B 88). «No escuchándome a mí sino al
lógos es sabio reconocer que uno es todo» (DK 22 B 50 [b]). «Por eso es preciso
seguir lo común…y siendo el lógos común, la mayoría vive como si tuviera su
propio entendimiento» (DK 22 B 2). «La phýsis (el emerger) ama ocultarse» (DK
22 B 123); «No comprenden cómo siendo diferente concuerda consigo mismo;
armonía que retorna como la del arco y la lira» (DK 22 B 51). «Camino arriba
abajo, uno y el mismo» (DK 22 B 60). «Todo lo gobierna el rayo» (DK 22 B 64).
Basta con volver a leer los aforismos de Heráclito y disponerse a escuchar la
entusiasta lección de Nietzsche sobre Heráclito que se contiene en su libro La filo-
sofía en la época trágica de los griegos, para comprender por qué la sabiduría del Así
habló Zaratustra o El Anticristo se vuelve explícitamente heraclítea cuando enseña
que no el tiempo-movimiento sino el tiempo-eternidad del acontecer es la desti-
nación de la verdad difracta —moira-alétheia— del misterio del devenir del ser.
. Cf. F. Nietzsche, Enleitung in das Studium der platonischen Dialoge. Cursos dictados en
la Universidad de Basilea en los semestres de invierno de 1871-1872 y 1873-1874, así como en el
semestre de verano de 1876. Ed. Musarion: F. Nietzsche, Gesammelte Werke, vol. 4, Vorträge, Schrif-
ten und Vorlesungen 1871-1876, ed. de R. Oehler, M. Oehler y F. C. Würzbach, München, 1921,
pp. 365-443. También Ed. Kröner: F. Nietzsche, Grossoktavausgabe, sec. 3, vol. 19 (= Philologica
III), ed. de E. Holzer, O. Crusius y W. Nestle, Leipzig, 1913, pp. 235-304.
cuando sus protagonistas no son ya los aristócratas de sangre, sino los virtuosos
excelentes democráticos, dentro de la pólis. Por ejemplo, en los círculos de ami-
gos de la sabiduría o del arte escénico, cuando se trata de poner en obra la acción
creativa en común, hasta alcanzar la experiencia de los límites. Aquí no se trata
de individuales o universales (ambos son abstractos), sino que se trata de los sin-
gulares indivisibles de la acción intensiva o participativa, porque únicamente la
excelencia de los singulares da lugar a comunidad en medio de la confianza entre
iguales y por el deseo libre de los libres. Tal es la acción-lenguaje de la paideía
hermenéutica, la retórica filosófica y la noética filosófica. Nietzsche lo reaprende
de Empédocles-Hölderlin, para volver a situar —como Aristóteles— en la philía,
la amistad y el placer de la enérgeia-alétheia-entelécheia (acción, verdad, trans-
misión) el punto álgido de la excelencia que acompaña al ejercicio de las virtudes
dianoéticas. El límite-criterio intensivo de lo mejor. Salvo que ahora la aristocra-
cia de lo excelente no es, desde luego, la del origen bruto, sino al revés, la muy
elaborada y culta, refinada y enérgica, propia de las virtudes comunitarias inter-
pretativas y su vivo disfrute entre las mujeres y los hombres libres de la ciudad.
Solo el eros extático es más intenso que la philía. Su regreso es más lento.
No obstante en todas estas acciones intensivas se pone en juego la experiencia
noética de la eternidad inmanente.
La clave del espíritu libre creador está en la comprensión del perdón que ol-
vida —e interrumpe la monótona historia de la repetición infinita de la venganza
bélica— abriendo el espacio de la inocencia y la absolución. La vía de Jesús de Na-
zaret, luego prostituida por la Iglesia y su historia, de la mano de Pablo de Tarso y
Agustín de Hipona, como Nietzsche nos recuerda, no puede estar en ningún juicio
universal, pues ese ámbito es ya el de un espacio derivado. Es a la razón difracta
a quien corresponde la comprensión intensiva del perdón que olvida, que salta
hasta el límite, porque puede devolver bien por mal e interrumpir la venganza.
Desde esta instancia espiritual supradialéctica, manteniéndose fiel a la uni-
dad divergente del espíritu de Delfos, puede expresarse la sexualidad noética e
iniciarnos en el misterio de la sexualidad sagrada, donde comparece el dios de la
alteridad y la metamorfosis: Dioniso, que nos transporta allí cuando se rompe el
límite de nuestra individualidad. Claro que no nos conduce a ninguna fusión con
el todo —eso son palabras vacías—, sino que nos lleva a convertirnos en la poesía
de la phýsis de la memoria, allí donde se recrea la posibilidad de ser manantial,
agua de lluvia, soplo de brisa, ondular de los maizales, aroma de azahares, sonidos
de sílabas o combustión de lava volcánica. Esto implica una naturaleza poética
aórgica —más tarde Deleuze la llamará «cuerpo-mente sin órganos»— disponible
para otras composiciones y renacimientos. ¿Y no será lo más probable que con
la muerte las dimensiones de nuestro cuerpo-alma-espíritu des-compuesto sigan
esa misma vía? Pero según Empédocles y Nietzsche, de acuerdo con la noética
cualitativa del amor, hay algo más. También los conceptos, afectos y perceptos que
hayan logrado una suficiente virtud de intensidad y amabilidad compartible serán
imágenes buscadas y encontradas por el deseo espiritual los afines, los amigos, los
amantes, los iguales de esas unidades intensivas, grávidas de sentido, que tendrán
que volver a reinterpretarse cuando las hagan pasar a vivir en otra vida comuni-
taria, en el lógos participativo de otros iguales, semejantes.
No hay culpa, ni premio, ni castigo, ni escatología salvadora alguna, porque
no hay, propiamente hablando, en nuestro mundo, tal y como lo conocemos, sino
Yo dormía, dormía,
De un profundo soñar me he despertado:
El mundo es profundo,
Y más profundo de lo que el día ha pensado.
Profundo es su dolor.
El placer es aún más profundo que el sufrimiento: El dolor dice ¡Pasa!
Ahora nos aguarda a los convalecientes aprender con Nietzsche lo más difí-
cil: querer hacia atrás, pues como advierte Humano demasiado humano:
Se alcanza un nivel ciertamente elevadísimo de cultura cuando el hombre se libera
de ideas y temores religiosos supersticiosos y, por ejemplo, no cree ya ni en aque-
llos encantadores angelitos, ni en el pecado original e incluso ha llegado a olvidarse
de hablar de la salvación de su alma: si se encuentra en semejante grado de libera-
ción, le queda aún por superar con la máxima tensión de su reflexión, la metafísica.
Después, sin embargo, es necesario un movimiento hacia atrás: debe comprender
tanto la justificación histórica como la necesidad psicológica de tales representa-
ciones; debe reconocer que gracias a ellas se ha conseguido el máximo progreso
para la humanidad; y admitir también, que sin tal movimiento hacia atrás, nos
veríamos privados de los mejores logros obtenidos por la humanidad hasta ahora.
Con respecto a la metafísica filosófica son cada vez más numerosos aquellos a los
que veo alcanzar la meta negativa (que toda metafísica positiva es un error), pero
aún son muy pocos quienes dan algunos pasos atrás; en otras palabras, es preciso
mirar por encima del último travesaño de la escalera, pero no pretender quedarse
en él. Los más iluminados consiguen a duras penas librase de la metafísica y ya
están volviéndose a mirarla con superioridad: y sin embargo, también aquí, como
en el hipódromo, al final de la recta es necesario girar .
Así lo hacemos, por amor racional a la diferencia del porvenir y por fidelidad
a la tierra celeste, los libres hijos e hijas de Nietzsche.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
. Za «La canción del noctámbulo», trad. de A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 1972, p. 429.
Cf. ibid., «Introducción», p. 24.
. MA, KGW IV 2 480.
Resumen: Las lecturas que, entre 1881 y 1883, lleva a cabo Nietzsche de diversos trata-
dos de ciencias naturales, especialmente los de teoría celular de Rudolf Virchow, Wilhelm
Roux y Claude Bernard son decisivas para configurar el modo específico y original en el
que comprenderá el mundo como voluntad de poder y, en consecuencia, a los organismos
vivos y al hombre. En el marco de estas lecturas es, pues, como nace la concepción her-
menéutica de la verdad en Nietzsche y el criterio de validación de las interpretaciones, a
saber: en qué medida contribuyen a una intensificación del poder, o lo que es lo mismo,
en qué medida son capaces de imponerse a otras interpretaciones y vencerlas. En este
artículo se desarrolla, pues, la idea de que toda interpretación no es sino un síntoma de
crecimiento o de decadencia, por lo que una interpretación que favoreciera el aumento
del poder sería más «verdadera» que las que sólo sirven para conservar la vida y hacerla
soportable. Tal es el contexto para comprender la afirmación nietzscheana de que el co-
nocimiento no es sino error útil imposible de trascender por «la verdad».
Palabras clave: voluntad de poder – hermenéutica – verdad – interpretación – conoci-
miento
Abstract: The reading that Nietzsche carried out, between 1881 and 1883, of several
treatises on natural science, especially those about cellular theory by Rudolf Virchow,
Wilhelm Roux and Claude Bernard, were decisive to shape the specific and original way
in which he would understand the world as will to power and, consequently, living or-
ganisms and man. It is in the context of these readings that the hermeneutic conception
of truth raises in Nietzsche as well as the criterion for validating interpretations, i.e.: in
what measure they contribute to the increase of power, or in what measure they can stand
out over other interpretations and defeat them. This article develops the idea that every
interpretation is a symptom of growth or of decadence; therefore an interpretation that
favours the increase of power would be «truer» than those that are only good to con-
serve life and to make it bearable. Such is the context to understand the statement that
knowledge is only useful error, impossible to transcend by «the truth».
Keywords: Will to Power – Hermeneutics – Truth – Interpretation – Knowledge
Las lecturas que, entre 1881 y 1883, lleva a cabo Nietzsche de diversos tratados
de ciencias naturales, especialmente los de teoría celular de Rudolf Virchow, Wil-
helm Roux y Claude Bernard son decisivas para configurar el modo específico y
recibido: 23-11-2008 – estudios Nietzsche, 9 (2009), ISSN: 1578-6676, pp. 105-122 – aceptado: 09-01-2009
106 D i e g o S á n c h e z M e c a
. Una marcada influencia tiene en él, como es de sobra conocido, la lectura del libro de W.
Roux, Der Kampf der Theile im Organismus. Ein Beitrag zur Vervollständigung der mechanischen
Zweckmässigkeitslehre, Leipzig: Engelmann, 1881, que Nietzsche lee el mismo año de su publicación,
y que relee de nuevo en 1883. Roux había sido alumno de C. Gegenbaur, E. Haeckel y R. Virchow,
y es el fundador de la investigación experimental sobre lo que llamaba «mecánica del desarrollo».
Sobre esta influencia véase W. Müller-Lauter, «Der Organismus als innerer Kampf. Der Einfluss von
Wilhelm Roux auf Nietzsche»: Nietzsche Studien 7 (1978), 189-235; G. Abel, Nietzsche. Die Dyna-
mik der Willen zur Macht und die ewige Wiederkehr, Berlin: Gruyter, 1998, pp. 113 ss.; A. Mittasch,
Nietzsche als Naturphilosoph, Stuttgart: Kröner, 1952, pp. 172 ss.; A. Orsucci, Dalla biologia cellu-
lare alle scienze dello spirito. Aspetti del dibattito sull’individualità nell’Ottocento tedesco, Bolonia:
il Mulino, 1992, pp. 192 ss.
. Nietzsche entra en contacto con el darwinismo sobre todo a través de la obra de F. A. Lan-
ge, Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart, Iserlohn: Baedecker,
1877. Han estudiado esta influencia J. Salaquarda, «Nietzsche und Lange»: Nietzsche Studien 7 (1978),
230-260; G. J. Stack, Lange and Nietzsche, Berlin: Gruyter, 1983. Para la discusión sobre la crítica
de Nietzsche al darwinismo véase también W. Stegmaier, «Darwin, Darwinismus, Nietzsche. Zum
Problem der Evolution»: Nietzsche Studien 16 (1987), 264-287; D. Henke, «Nietzsches Darwinismus-
kritik aus der Sicht gegenwärtiger Evolutionsforschung»: Nietzsche Studien 13 (1984), 189-210.
. Nietzsche lo argumenta de este modo: «La utilidad de un órgano no explica su surgimiento,
¡al contrario!, en la mayor parte del tiempo durante el cual se forma una propiedad, ésta no conserva
al individuo y no le es útil, menos que nada en la lucha con las circunstancias exteriores y con los
enemigos; ¿qué es, en última instancia, ‘útil’? Hay que preguntar ¿útil en referencia a qué? P. ej. lo
que es útil para la duración del individuo, podría ser desfavorable para su fortaleza y su esplendor; lo
que conserva al individuo podría al mismo tiempo fijarlo y detenerlo en la evolución. Por otra par-
te, una carencia, una degeneración puede ser de la mayor utilidad en la medida en que actúa como
stimulans de otros órganos. Del mismo modo, una situación crítica puede ser condición de existencia
al reducir al individuo a la medida en la que se contiene y no se desperdicia» FP IV 7[25].
la explicación que daba Roux de la posibilidad del paso de los animales del
medio acuático al terrestre, y subraya que sólo puede producirse por la for-
mación simultánea de millones de propiedades funcionales individuales. Esta
simultaneidad sólo se puede explicar por el principio de la autoestructura-
ción funcional y no por el mecanismo darwiniano de la selección natural, que
sólo permite pensar en la formación sucesiva de nuevas funciones orgánicas.
Que el individuo se modifique para adaptarse al entorno presupone una dura-
ción y una conservación que sobrepasa el espacio de su tiempo vital y que, por
ello, necesita la hipótesis del funcionamiento de mecanismos hereditarios que
transmitan genéticamente las modificaciones adquiridas. Y esto supone admi-
tir implícitamente una concepción teleológica de la naturaleza que Nietzsche
rechaza tajantemente. En suma, para Nietzsche «nunca hasta hoy las buenas
cualidades de un organismo se han derivado solo de la selección producida por
la lucha por la existencia entre individuos».
En realidad, más que oponerse al darwinismo, las observaciones de Roux
pretendían completarlo en la medida en que era evidente que el mecanismo de la
selección natural no era capaz de explicar las variaciones en las distintas funcio-
nes internas de los individuos. Por ejemplo, no se podía explicar, apelando a él,
el desarrollo y las múltiples y complejas diferencias de la circulación sanguínea.
No se trata de diferencias producidas por azar y luego seleccionadas en la lucha
externa por la existencia. De ahí que Roux postulara la idea de autorregulación
y de una diferenciación interna que se realiza a través del proceso de adaptación
funcional. Desde esta perspectiva, entonces, el desarrollo de los vasos sanguí-
neos se produce en virtud del impulso del flujo sanguíneo. Un órgano actúa
sobre otro, lo cual, en su trasfondo, lo que tiene lugar en realidad es una lucha
entre tales órganos y, en general, entre las partes componentes del organismo en
función de gradaciones diversamente diferenciadas. Sí acepta Roux sin reservas,
en cambio, la idea de lucha siguiendo la inspiración de Darwin, si bien la aplica
para explicar procesos de selección internos. En todo caso, Roux concluye que
las intuiciones de filósofos antiguos como Heráclito y Empédocles apuntaban ya
a una explicación de las formas estables en la naturaleza como resultado del con-
flicto entre fuerzas opuestas, intuiciones que hoy habría que reformular a partir
de los datos ofrecidos por la investigación empírica y científica.
En efecto, para Roux, la lucha es el elemento esencial de los procesos de
formación de las células, los tejidos y los órganos, por lo que se trata de una
lucha de un alcance mucho mayor que el que expresaba el propio Darwin con
el mecanismo de la selección natural. La lucha entre los tejidos se convierte en
10. W. Roux, op. cit., pp. 215 ss. «Los tejidos que están demasiado llenos de vida, incluso cuan-
do son más útiles, conducen al todo a su pérdida. Por ejemplo, los tumores son tejidos de este tipo,
dotados de una fuerza vital anormal: se desarrollan a expensas del aporte nutritivo y del espacio de
otros y destruyen el conjunto. Basta que un tejido se DEBILITE anormalmente para que otro pueda
adquirir la preponderancia. Una falta de equilibrio entre los tejidos conduce rápidamente a la muerte
de los individuos y a eliminación de éstos y de sus cualidades desfavorables del ámbito de los seres vi-
vos: permanecen solo los estados de equilibrio: así, se cultivaría una unidad armoniosa del organismo
entero mediante la autoeliminación de lo que se desvía» FP III 7[190].
11. FP III 7[86]. Cf. también 7[95].
12. FP IV 14[98].
13. FP IV 7[25].
2. LA LUCHA POR LA LUCHA O CÓMO HACERSE CADA VEZ MÁS FUERTE
A la elección activa, cuantitativa y cualitativa, del alimento de las células que de-
termina todo su desarrollo, corresponde el que el hombre elija también los acon-
tecimientos y los estímulos, o sea, procede activamente ante todo lo que le sucede
casualmente — por tanto rechaza muchas cosas21.
Éste es el contexto teórico en el que Nietzsche gesta su idea de que todo ser
puede quedar reconducido, en último término, a la forma básica de la voluntad
de poder, explicándose la diversidad de los fenómenos de la naturaleza, de la
vida y del mundo a la luz de ella22. El pensamiento, el sentimiento, el querer,
así como las funciones orgánicas, la nutrición, la reproducción, serían ramifi-
caciones especializadas de la voluntad de poder en su tendencia constitutiva al
logro de su posibilidad máxima. La voluntad más fuerte dirige a la más débil,
pues no hay otra causalidad que la de voluntad a voluntad. El pensamiento,
como la nutrición, es sólo expresión de la insaciable apropiación de la voluntad
de poder. La reproducción, en cambio, expresa la disgregación que sobreviene
cuando las fuerzas dominantes resultan desbordadas por la tarea de organizar
internamente todo aquello que se han apropiado. En cualquier caso, desde el
punto de vista de la voluntad de poder, todo cambio, todo movimiento, se ex-
plica como acción de unas fuerzas sobre otras. El mundo es un devenir conjunto
de procesos de equilibrios de fuerzas que nuestro cuerpo nos ejemplifica como
constelación jerarquizada de sistemas religados a una actividad común. No hay
motivos empíricos que nos puedan hacer pensar en regularidades que se man-
tienen. Al contrario, parecería que un estado logrado debiera conservarse si no
hubiese en él un impulso a no quererse conservar. Contra el principio spinozista
de la conservación de sí, en cada ser vivo —dice Nietzsche— se puede mostrar
del modo más claro que hace todo lo que puede, no para conservarse, sino para
llegar a ser más. Decir, en suma, que el mundo es voluntad de poder, es tratar
de comprenderlo como un fenómeno de luchas entre centros de fuerza que se
jerarquizan en función de sus desigualdades y del dominio de unos sobre otros.
Y ello porque su ser consiste, no en conservarse, sino en ejercer su poder sobre
otras fuerzas que se le resisten. Por tanto, no conservación de la energía, sino
querer ser más fuerte por parte de cualquier centro de fuerza; no preservación
de sí mismo, sino voluntad de apropiarse, de adueñarse lo extraño para ser más
y poder más. La hipótesis que parte de aquí para abarcar el carácter general de
la existencia, la explica como esfuerzo hacia el poder.
Cuando dos seres orgánicos chocan, cuando sólo hay lucha por la vida o la ali-
mentación: ¿cómo? Tiene que haber lucha por la lucha: y dominar es soportar
el contrapeso de la fuerza más débil, por tanto, una forma de prosecución de la
lucha. Obedecer es asimismo una lucha: cuanta fuerza quede precisamente para
resistir23.
Por tanto, cuando una voluntad de poder se contrapone a otra que se le re-
siste aspirando a conquistarla e incorporarla, la incorporación y la apropiación
se cumplen bajo la forma de una transformación hasta que lo conquistado quede
totalmente bajo el poder de la fuerza agresora y lo haga aumentar. Ya en el
protoplasma, cuando extiende sus pseudópodos buscando algo que se le resista,
su motivo último no es el hambre, sino su voluntad de poder. Lo que hace el
protoplasma es el intento de superar lo que se le resiste, de apropiárselo, de incor-
porárselo. Y lo que se denomina «nutrición» —dice Nietzsche— es meramente un
fenómeno ulterior, una aplicación utilitaria de esa voluntad originaria de llegar a
ser más fuerte27. El hambre no es, pues, el instinto principal, como tampoco lo es
la autoconservación. De modo que el hambre, concebida como consecuencia de la
infranutrición, significa el hambre como consecuencia de una voluntad de poder
que no logra ser dominante.
Por otra parte, esta búsqueda de resistencia para superar el propio poder
supone un esfuerzo continuo y, por tanto, un displacer. Nietzsche destaca esta
idea del displacer como elemento constitutivo de toda actividad dirigida a ven-
cer resistencias y a situarse por encima de algo que debe ser superado. En la
medida en que la voluntad de poder aspira a confrontarse con resistencias como
medio necesario para aumentar su propio poder, hay una cierta voluntad de
sufrimiento en el fondo de toda vida orgánica que contradice la eudemonista
idea de la «felicidad» como «meta» del comportamiento28. Se trata, no obstante,
de un displacer opuesto al que resulta de una pérdida o disminución del poder, o
sea al displacer que es consecuencia de la debilidad y del cansancio que subyacen
a la incapacidad de luchar y de resistir. El corolario que de la concepción de la
voluntad de poder, como voluntad incesante de más poder, se deriva para la com-
prensión de nuestras ideas sobre el placer y el displacer no deja, pues, de resultar
llamativo. Pues desde esta perspectiva, el ser humano no buscaría el placer ni
evitaría el displacer como impulsos o motivos básicos de su conducta, tal como
nos enseñan la mayoría de los psicólogos:
Placer y displacer son meras consecuencias, meros fenómenos concomitantes. Lo
que el ser humano quiere, lo que quiere cada una de las minúsculas partes de un
organismo vivo, es un plus de poder. Al esforzarse por conseguirlo se producen
tanto el placer como el displacer; a partir de esa voluntad el organismo busca
resistencia, necesita algo que se ponga en contra. El displacer, en cuanto impedi-
mento a su voluntad de poder, es, pues, un faktum normal, el ingrediente normal
de todo acontecer orgánico, el ser humano no lo elude, al contrario, lo necesita
constantemente: toda victoria, todo sentimiento de placer, todo acontecer presu-
pone una resistencia superada29.
obedecer, modelo que puede expresarse así de modo conciso: «Un superior, más
fuerte, manda y anuncia su sentimiento como ley para los demás»32. O también
de este otro modo: «Una lucha (Kampf), suponiendo que se entienda esta pala-
bra, tan amplia y profundamente, como para comprender también la relación
del que domina con el dominado como un combate (Ringen), y la relación del
que obedece con el que domina como una oposición»33.
Los supuestos metafísicos en los que se basaba la explicación mecanicista del
mundo se han terminado por convertir en pura fábula. El mundo no es más que
un conflicto de fuerzas cuyo devenir no procede de ninguna única fuerza que
pudiera ser pensada como causa. Las constancias que creemos ver en las leyes
naturales no son más que creaciones nuestras. Pues comprender el mundo signi-
fica, para nosotros, poder calcularlo, para lo que necesitamos puntos estables de
referencia a modo de «leyes naturales». Ahora bien, tales leyes no se encuentran
en la realidad, sino que son sólo posiciones de sentido que nosotros hacemos34.
Lo mismo sucede con los conceptos con los que categorizamos científicamente.
El concepto de átomo, por ejemplo, en cuanto componente último de la materia
y que nos permite entenderla como estructura constante, no es más que una fic-
ción interpretativa35.
En todo acontecer se trata sólo de una lucha entre voluntades de poder que no
está regida por ninguna ley, sino dominada sólo por el impulso de cada punto de
fuerza a ser más venciendo resistencias. Reducir el devenir del mundo a fórmulas
y leyes es sólo el resultado de su utilidad para nosotros. Y si el punto de vista me-
canicista es superficial, tampoco la perspectiva teleológica resulta más apropiada.
La suposición de causas finales en el acontecer no es más que la intromisión, en
la explicación del mundo, de un prejuicio moral ajeno al funcionamiento de la
naturaleza:
Al concepto de ser vivo le es inherente que éste tiene que crecer — que ex-
tiende su poder y, por consiguiente, que ha de absorber en él fuerzas extrañas.
Bajo la obnubilación causada por la narcosis moral, se habla de un derecho del
individuo a defenderse: en el mismo sentido sería lícito que también se hablara
del derecho que tiene a atacar: pues ambos — y el segundo todavía más que el
primero — son necesidades de todo ser vivo — el egoísmo agresivo y el egoísmo
defensivo no son un asunto de elección, ni tampoco de la «voluntad libre», sino
la fatalidad de la vida misma36.
37. FP IV 36[18]; «La sucesión invariable de ciertos fenómenos no demuestra una ‘ley’, sino
una relación de poder entre dos o varias fuerzas. Decir: ‘pero precisamente esa relación permanece
igual a sí misma’ no significa más que: ‘una y la misma fuerza no puede ser también otra fuerza’.
— No se trata de un uno después de otro, sino de un uno en otro, de un proceso en el que los mo-
mentos singulares que se siguen no se condicionan como causas y efectos» (FP IV 2[139]).
38. FP IV 7[60].
39. «Las pulsiones provocan que la memoria devuelva sus materiales. — Dicha pulsión desata
también la pulsión opuesta, y no sólo esa sino, a la manera de los armónicos, también otras cuya
relación no puede caracterizarse con un término tan usual como ‘opuestas’» (FP II, parte 2, 6[63]).
40. FP IV 9[91].
41. Parece evidente que Nietzsche acuña la expresión «voluntad de poder» con intención de
impedir su comprensión «inmediata». Pues utiliza el término «voluntad» cuando argumenta una y
otra vez que la voluntad no existe, y que sólo es una palabra vacía. Y utiliza el término «poder» que
espontáneamente sugiere el poder político, social, económico, etc. Voluntad de poder, en Nietzsche,
no significa, pues, lo que a primera vista parece denotar: aspiración al poder, deseo de dominar,
etc. En realidad, voluntad de poder es, para él, el afecto del mando y su ejecución: «Un quantum de
poder se define por el efecto que produce y al que resiste» (FP IV 14[79]).
42. «Voluntad — un mandato: pero en la medida en que a este acto consciente subyace uno
inconsciente, sólo necesitamos pensar éste también actuando. Pero ¿en un mandato a uno que obe-
dece? La palabra del mandato no actúa como palabra, ni como sonido, sino como lo que se esconde
por detrás del sonido: y debido a esta acción algo se sigue transmitiendo» (FP III 25[389]).
43. FP III 25[436].
44. FP III 40[42].
luntad como invención (Erdichtung). 1) Se cree que ella misma mueve (mientras
que es sólo un estímulo, con cuya llegada comienza un movimiento). 2) Se cree
que supera resistencias. 3) Se cree que es libre y soberana, porque su origen nos
permanece oculto y porque el afecto del que manda la acompaña. 4) Puesto que
en la mayoría de los casos sólo se quiere cuando puede esperarse el resultado, la
«necesidad» del resultado es atribuida a la voluntad como fuerza45.
49. FP IV 7[9].
50. FP III 12[27].
51. FP IV 1[115].
52. FP IV 7[60]; «No se debe preguntar: ‘¿entonces quién interpreta?’, sino que el interpretar
mismo, en cuanto una forma de la voluntad de poder, tiene existencia (pero no como un ‘ser’, sino
como un proceso, un devenir) como un afecto» (FP IV 2[151]).
53. «Nuestros valores son introducidos en las cosas con la interpretación. ¿Hay entonces un
sentido en el en-sí? ¿No es por necesidad el sentido precisamente sentido relacional y perspectiva?
Todo sentido es voluntad de poder (todos los sentidos relacionales pueden reducirse a ella). Una
cosa = sus propiedades: pero éstas son iguales a todo lo que nos concierne en esa cosa: una unidad
bajo la cual resumimos las relaciones que para nosotros entran en consideración. En el fondo, las
alteraciones percibidas en nosotros (— exceptuadas aquellas que nosotros no percibimos, p. ej. su
electricidad). In summa: el objeto es la suma de los impedimentos experimentados que se nos han
vuelto conscientes. Por consiguiente, una propiedad expresa siempre algo ‘útil’ o ‘perjudicial’ para
nosotros». FP IV 2[77].
La forma se considera como algo duradero y por lo tanto más valioso; pero la forma
es simplemente inventada por nosotros; y aunque con frecuencia «se alcance la mis-
ma forma», esto no significa que sea la misma forma... La forma, la especie, la ley,
la idea, el fin — aquí se comete en todos los casos el mismo error de introducir una
falsa realidad por debajo de una ficción: como si el acontecer llevara en sí algún tipo
de obediencia... Esta coacción de formar conceptos, especies, formas, fines, leyes
—«un mundo de casos idénticos»— no debe comprenderse como si con ello estu-
viéramos en condiciones de fijar el mundo verdadero; sino como coacción de arre-
glarnos un mundo en el que nuestra existencia sea posible — con ello creamos un
mundo que es para nosotros calculable, simplificado, comprensible, etc... El mundo
se nos aparece lógico porque previamente nosotros mismo lo hemos logificado54.
54. FP IV 9[14].
No se vuelve a encontrar en las cosas nada que uno mismo no haya introducido
en ellas: ¿este juego de niños, al que no quiero menospreciar, se llama ciencia? Al
contrario: ¡continuemos con ambos, para ambos hace falta mucho valor — unos
para volver a encontrar, los otros — nosotros — para introducir56.
Aportar, pues, y reencontrar son los dos aspectos centrales del hecho de in-
terpretar. El aportar es el momento de la creación, de la innovación, mientras el
reencontrar es prestar atención a lo antes aportado y redescubrirlo.
En este contexto, el único criterio válido para juzgar sobre la «verdad» de las
interpretaciones es en qué medida contribuyen a una intensificación del poder,
o dicho también de este otro modo: en qué medida son capaces de imponerse a
otras interpretaciones y vencerlas. Toda interpretación no es, en este sentido, sino
un síntoma de crecimiento o decadencia: «Infinita interpretabilidad del mundo:
cada interpretación, un síntoma de crecimiento o de decadencia»57. Una inter-
pretación que favoreciera el aumento del poder sería más «verdadera» que las
que sólo sirven para conservar la vida y hacerla soportable58. El conocimiento
no es sino error útil, imposible de trascender por «la verdad». Por tanto, ni
siquiera la consideración misma del conocimiento como error universal puede
tener el carácter de un saber absoluto. De hecho, el descubrimiento, a lo largo
de la historia del pensamiento, de los múltiples errores y contradicciones del
conocimiento —que ha hecho posible, finalmente, la consideración generalizada
de todo conocimiento como error útil—, no puede tener nada que ver, en el
planteamiento de Nietzsche, con la idea de un progresivo acercamiento a una
verdad absoluta, aunque sea negativa. La pérdida de una ilusión —dice— no
engendra una verdad, sino solamente un ensanchamiento de nuestro vacío, un
engrandecimiento de nuestro desierto. Este recorrido no es, por tanto, más que
55. «El mismo texto permite innumerables interpretaciones: no hay una interpretación ‘correc-
ta’» (FP IV 1[120]).
56. FP IV 2[174]; «Interpretación, no explicación. No hay ningún hecho, todo es fluido, inapren-
sible, fugaz; lo más duradero son aún nuestras opiniones. Introducir un sentido — en la mayoría de los
casos una nueva interpretación por encima de una vieja interpretación que se ha vuelto incomprensible
y que ahora es sólo un signo» (FP IV 2[82]).
57. FP IV 2[117].
58. «Las interpretaciones hasta ahora tenían todas un cierto sentido para la vida — conserván-
dola, haciéndola soportable, alienándola, refinándola, incluso separando lo enfermo y conduciéndo-
lo a la muerte; mi nueva interpretación proporciona a los filósofos futuros como señores de la tierra
la necesaria imparcialidad» (FP III 40[12]).
Que el valor del mundo reside en nuestra interpretación (— que quizá en alguna
parte sean posible otras interpretaciones, diferentes de las meramente humanas —),
que las interpretaciones habidas hasta ahora son estimaciones perspectivistas en
virtud de las cuales nos mantenemos en vida, es decir, en la voluntad de poder, de
crecimiento del poder, que toda elevación del hombre lleva consigo la superación
de interpretaciones más estrechas, que toda fortificación y ampliación de poder
que se alcance abre nuevas perspectivas y hace creer en nuevos horizontes — esto
recorre mis escritos. El mundo que en algo nos concierne es falso, es decir, no es
un hecho, sino una invención y un redondeo a partir de una magra suma de obser-
vaciones; está siempre «fluyendo», como algo que deviene, como una falsedad que
continuamente vuelve a trasladarse, que no se acerca nunca a la verdad: porque
— no hay «verdad»59.
59. FP IV 2[108].
Resumen: Partimos de la base que, desde sus primeros escritos, se aprecia en el joven
Nietzsche una especie de dialéctica que determina su discurso sobre la relación entre el
presente y el pasado: se trata de la dialéctica entre la ciencia y el arte, entre el valor de
los hechos interpretados objetivamente o la fuerza creadora e interpretativa del hombre,
que tiene sus raíces más profundas en la vida. Desde esta perspectiva tratamos de explicar
cómo la experiencia estética, en cuanto forma suprema de afirmar la existencia, pone de
relieve lo que hay de afirmativo y creativo frente a una actitud indiferente o pasiva en
relación al pasado.
Palabras clave: objetivismo – pasado histórico – estética – intérpretes excepcionales
Abstract: We start from the premise that Nietzsche, from his first writings, maintained
a kind of dialectics that determines his speech about the connection between the pre
sent and the past: it is the dialectics between science and art, between the value of facts
interpreted objectively and the creative and interpretative power of man, which is deeply
rooted in life. From this perspective we try to explain how the aesthetic experience, as
the supreme way of affirming existence, highlights the affirmative and creative aspects in
opposition to an indifferent or passive attitude in relation to the past.
Keywords: Objectivism – Historical Past – Aesthetics – Exceptional Interpreters
. Cf. J. Figl, Intrepretation als philosophisches Prinzip. Friedrich Nietzsches universale Theorie
der Auslegung im späten Nachlass, Berlin: Walter de Gruyter, 1982.
. Cf. A. D. Schrift, Nietzsche and the question of Interpretation, between hermeneutics and
deconstruction, London: Routledge, 1990.
. Cf. H. Schröter, Historische Theorie und geschichtliches Handeln. Zur Wissenschaftkritik
Nietzsches, Mittenwald: Männder, 1982.
. J. N. Hofmann, Wahrheit, Perspektive, Interpretation. Nietzsche und die philosophische Her-
meneutik, Berlin: Walter de Gruyter, 1994
recibido: 23-11-2008 – estudios Nietzsche, 9 (2009), ISSN: 1578-6676, pp. 123-137 – aceptado: 19-12-2008
124 L u i s E . d e S a n t i a g o G u e r v ó s
en torno a ese principio se analiza la forma de experiencia vital que nos permite
ver el mundo y la existencia de otra manera.
Jean Grondin acertadamente indicaba que «Nietzsche es tal vez el primer
filósofo moderno que sensibilizó la conciencia para percibir el carácter funda-
mentalmente interpretativo de nuestra experiencia del mundo». Y se podría
añadir todavía más. Ningún pensador antes que él abordó con tanta claridad y
radicalidad el carácter de la interpretación y su dimensión hermenéutico-uni-
versal: no hay «hechos», decía Nietzsche, sólo interpretaciones; el mundo es el
resultado de una interpretación; el sujeto es también una interpretación; todos
los valores son interpretaciones; la historia es el arte de la interpretación pues
se reduce a poner límites, a establecer épocas, fines, horizontes, prospectivas, a
configurar plásticamente el pasado, etcétera.
Pero incluso desde una posición tan aparentemente distante de Nietzsche
como la de Gadamer, es bastante significativo que se diga que el «desafío del pen-
samiento de nuestro siglo» es «el carácter interpretativo de toda vida y de todo
conocimiento, relacionado con el nombre de Nietzsche». Y tampoco es casual
que ese desafío fuese para Heidegger el leitmotiv de su propia filosofía, como
lo confesaba su propio hijo. Por eso, no es extraño, que tanto Heidegger co-
mo Gadamer, siguiendo la estela de Nietzsche, lleguen a la conclusión de que la
interpretación, «constituye la estructura originaria del ‘ser-en-el-mundo’», y que
muchos de los desarrollos posteriores de la filosofía hayan seguido este discurso:
piénsese en las teorías freudianas, en las tendencias deconstructivistas, en la teoría
del pensamiento débil, en el nuevo pragmatismo, etcétera.
Ese mismo desafío lo asumimos también hoy al descubrir en el pensamiento
de Nietzsche implícitos hermenéuticos de gran alcance, sobre todo cuando anali-
zamos uno de sus pilares fundamentales: la relación que se da entre el intérprete
y el pasado, es decir, el significado de la historia y la tradición en la experiencia
que tiene el hombre del mundo. No se trata, por tanto, de examinar críticamente
si algo es verdadero o falso, ya que las oposiciones metafísicas han dejado de te-
ner sentido, sino de desenmascarar ilusiones y engaños, es decir, de «sospechar»,
como decía Ricoeur, de todo aquello que se nos presenta como verdadero. El
propio Gadamer también venía a enfatizar la relación mediadora que caracteriza
a la interpretación: «¿No es la propia realidad el resultado de una interpreta-
ción? La interpretación es lo que ofrece la mediación nunca perfecta entre hom-
bre y mundo, y en este sentido la única inmediatez y el único dato real es que
comprendemos algo como ‘algo’». Y es que ese carácter, siempre provisional de
toda interpretación, condicionada por la situación histórica o la perspectiva in-
dividual, es lo que hace que la interpretación, como dice también Gadamer, sea
una «aventura», y como toda aventura, siempre conlleve un riesgo peligroso. Y
ese riesgo, precisamente, es el que asume Nietzsche radicalizando la hermenéu-
cultural del siglo xix y a la posthistoria técnico-social del siglo xx»11 y Katrin
Meyer, del mismo modo, piensa que se da también en las distintas formulaciones
de Nietzsche una teoría estética de la historia12, como alternativa a los efectos
«barbarizantes de la ciencia»13, contra el «exceso» de cientificismo y, sobre todo,
contra la conciencia histórico-científica de sus contemporáneos.
Las ideas de juventud de Nietzsche referentes al problema de la historia y su
relación con el arte quedan ya perfiladas y esbozadas en la «Lección inaugural»
que pronuncia en la Universidad de Basilea, el 28 de mayo de 1869, bajo el título
«Homero y la filología clásica». Allí se aprecia de una forma nítida cómo debían
entenderse las relaciones entre el pasado y el presente, el proyecto de una «cultura
viva», la posición de la filosofía en relación con el arte y la ciencia, que se había de
enfrentar a los prejuicios de su época. Nietzsche estaba ya entonces convencido
de que, entre la ciencia filológica que interpreta el pasado y la existencia humana,
el arte era el único campo en el que podían plantearse los problemas de la ciencia.
Frente a los excesos de la ciencia, de la historia o de la filología el hilo conductor
era la vía estética. Él mismo proclama ya entonces: el arte dice: «la vida es digna
de ser vivida», la ciencia dice: «la vida merece ser conocida»14.
Poco tiempo después estas mismas ideas eran expuestas, de una manera más
radical y polémica en su primera gran obra, El nacimiento de la tragedia, de 1872,
que es el referente práctico de la posición de Nietzsche frente a la investigación
histórica académica y oficial. En aquel libro Nietzsche confiesa que se enfrentaba
a un «problema nuevo», un «problema con cuernos»: «el problema de la ciencia»,
es decir, la ciencia entendida como algo «problemático». Pero ni siquiera dieci-
séis años después de haber escrito aquel libro renunciaba a lo que había sido su
leitmotiv: «ver la ciencia con la óptica del artista, y el arte, con la de la vida…»15.
Con lo cual nos estaba ya diciendo que la óptica del arte es capaz de desentrañar el
sentido profundo del mundo y de la existencia mejor que el método de la ciencia,
y que cualquier justificación de la vida y el mundo sólo es posible estéticamente. O
en otros términos, que la esencia de la ciencia es el arte, y que la esencia del arte es
el poder, o en última instancia, que la esencia del poder es la vida misma16. Éstas
eran las tres perspectivas que habían convertido a Nietzsche en un centauro en el
que se entrecruzaban ciencia, arte y vida. Pero añadía todavía más, resumiendo su
posición firme: «el arte es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica
de esta vida»17, y como tal, decía un poco más adelante, «el arte es un suplemento
de la ciencia».
Así pues, frente a la metafísica de la historia Nietzsche diseña una especie de
«metafísica del arte», la «metafísica de artista», que define su perspectiva sobre la
[…] no es más que una superstición creer que el cuadro dado a ese hombre por el
objeto muestra realmente la verdad de las cosas. ¡Al menos que se espere que en
tales momentos los objetos se pinten o se fotografíen a sí mismos por su propia
actividad sobre un medio puramente pasivo!23.
26. Cf. G. Vattimo, Mas allá del sujeto, Barcelona: Paidós, 1989, p. 43
27. GM I, § 13, p. 53.
28. Ibid., p. 52.
29. FP IV 2 [151] (VP § 556).
30. FP IV 222: 7[60] (VP §481).
31. FP IV 134: 2[190].
32. HL § 6, KSA I 290.
Así pues, pensar con objetividad el pasado es, dice Nietzsche, «el trabajo
del dramaturgo; pensar una cosa con otra y entretejer los elementos en un todo
único, con la presunción de que la unidad del plan se debe poner en los objetos
si no está ya en ellos». Y citando a Grillparzer afirma que el conocimiento del
pasado es visión dramatizada, pues el pasado33 no es otra cosa que el modo en
que el espíritu aprehende hechos, vincula cosas, reemplaza lo ininteligible por
lo inteligible, pone sus ideas de causalidad en el mundo, etc. En un fragmento de
1878 dice rememorando NT:
En otro tiempo creí que el mundo, considerado desde un punto de vista estético,
se asemejaba a un espectáculo dramático y como tal había sido ideado por su au-
tor, pero que como fenómeno moral era un fraude: por eso llegué a la conclusión
de que sólo como fenómeno estético podía justificarse el mundo34.
33. Ibid.
34. KSA VIII 30[51].
35. MBM § 14.
36. FP IV 243: 9[40] (VP § 560).
37. KSA XI 25[470] (VP § 495).
38. KSA XI 609.
39. Cf. GC § 299.
40. H. G. Gadamer, «Texto e interpretación», VM II, p. 328.
41. CI § 3.
La verdad no es algo que exista y que se ha de encontrar, descubrir, sino algo que
se ha de crear y que da el nombre a un proceso […]: introducir la verdad como un
processus in infinitum, un activo determinar, no un tomar conciencia de algo que
sea «en sí» fijo y determinado. Es una palabra para la «voluntad de poder»57.
[…] nosotros hemos preparado para nosotros mismos un mundo en el que po-
damos vivir — poniendo cuerpos, líneas, planos, causas y efectos, movimiento
y reposo, forma y contenido: sin estos artículos de fe nadie podría ser capaz de
vivir. Pero eso no los prueba. La vida no es un argumento; las condiciones de vida
pueden incluir el error59.
ra que se puede decir que el significado que nosotros atribuimos, por ejemplo, a
la Antigüedad o al pasado, depende de nuestra propia experiencia. En Nosotros
los filólogos, describe esto como la «antinomia de la filología»:
Este texto viene a resumir lo que hasta ahora hemos definido como modo
de ser del intérprete-historiador. «Primero has de ser un hombre», dice Nietz-
sche. ¿Qué significa esta propuesta antropológica de Nietzsche? A veces nos
olvidamos que toda su filosofía se asienta sobre esta prioridad inmediata. No es
posible comprender e interpretar si no ponemos como punto de partida al hom-
bre de carne y hueso con sus afectos, sus instintos e impulsos, sus pasiones, en
definitiva, tenemos el hilo conductor del cuerpo como fundamento de cualquier
posible interpretación. Ya lo decía Goethe, y es algo que a Nietzsche le queda
grabado. No podremos más de lo que somos. Según somos así comprendemos.
Del eslogan de Goethe «se debe ser algo, para hacer algo», se desprende el prin-
cipio fundamental del perspectivismo nietzscheano: «se debe ser algo, para com-
prender algo», porque en realidad, Nietzsche, como Heidegger, piensa que en
el acto de la comprensión está envuelta todo la existencia. Y esto es lo que falta,
precisamente, a la filología y a la ciencia histórica de su época. Nietzsche es un
predecesor de esta concepción de la hermenéutica que en Gadamer llega a su
completa expresión, porque está al servicio de la vida.
Esta idea es algo que estuvo muy presente ya en los primeros escritos de
Nietzsche. Cuando en el Ensayo de autocrítica de 1886 explicaba algunas claves
de El nacimiento de la tragedia, decía que había compuesto el libro, y había plan-
teado su interpretación sobre la tragedia, «desde las experiencias…». Comenzó
con una hipótesis metafísica sobre el significado de la música, pero en el fondo lo
que había allí era una «experiencia psicológica». Años después, cuando enfren-
taba su visión de la historia a las teorías historicistas que dominaban su época
insiste en las mismas ideas:
que reconstruye los hechos históricos, pues según el principio estético, «lo seme-
jante se descubre por medio de lo semejante», el verdadero intérprete del pasado
tiene que poseer
la fuerza de volver a formular lo ya conocido como algo nunca antes visto y anun-
ciar lo general de una manera tan sencilla y profunda que haga pasar lo profundo
como simple y lo simple como profundo. No se puede ser al mismo tiempo un
gran historiador, un artista y una cabeza hueca64.
Que los grandes momentos forman una cadena, que éstos como una cordillera unen
a la humanidad a lo largo de milenios, que para mí lo más grande de un tiempo
pasado también es grande, y que se cumpla la creencia, henchida de presentimiento,
del ansia de gloria: tal es el pensamiento fundante de la Cultura65.
[...] un gigante llama a otro a través de los intervalos desiertos de las épocas, y
serenamente en medio de la petulancia de enanos que gruñen debajo de ellos,
continúa el diálogo de espíritus en las alturas. La tarea de la historia consiste en
ser la mediadora de éstos prestando sus fuerzas y proporcionando cada vez más la
ocasión para la producción de lo grande. No, la meta de la humanidad no puede
colocarse en el final, sino solo en sus más altos ejemplares67.
64. HL § 6, KSA I 294. Cf. también MBM, «Nosotros los doctos», §§ 204 ss.
65. KSA I 756.
66. HL § 9, KSA I 317.
67. FP I 472: 29[52].
tista, incluso filósofo. Porque no solamente debe poseer una intuición profunda
para su materia, sino poseer «gran facilidad artística, visión creativa, absorción
amorosa en los datos empíricos, capacidad de imaginar el desarrollo posterior
de un tipo dado»68. Pero, además, y sobre todo, el historiador-artista tiene, en
primer lugar, que dirigir la mirada hacia su época, hacia el presente, si quiere
llegar a comprender el pasado. Y luego, tiene que haber llegado a su «mayoría de
edad», una exigencia para todo aquel que tenga el valor de atreverse a interpretar
el pasado. Formulado en forma de imperativo categórico: «Sólo desde la fuerza
poderosa del presente tenéis el derecho de interpretar el pasado»69.
Hay otra serie de condiciones que Nietzsche atribuye al intérprete excepcio-
nal, por ejemplo, la de la libertad. Para evitar que las fuerzas del pasado debiliten
la fuerza vital del presente y provoquen esa «enfermad histórica» que padece la
época, es necesario «ser libres» frente a la historia, es decir, que el poder libre
del hombre se siga manifestando en su actividad creadora, y que el que cree la
historia esté por encima de ella. Pero el que crea la historia como artista, no pue-
de quedar prisionero de su propio pasado, aunque lo determine, pues el hombre
ha de superarse siempre a sí mismo. Esto es lo que para Nietzsche significa el
espíritu nuevo, volver la historia contra la historia, y de nuevo retrotraernos por
encima de nuestra cultura alejandrina hasta los modelos originarios de la Anti-
güedad griega, donde encontraremos una cultura esencialmente «no-histórica»,
y por lo tanto llena de «vida».
El problema planteado sobre los «intérpretes excepcionales», que tiene en el
genio su concreción en los primeros escritos del joven Nietzsche, adquiere una
nueva dimensión a partir de Humano demasiado humano. Ahora son los espí-
ritus libres los que tratan, mediante un impulso, de emanciparse de la tradición
y de los prejuicios heredados. Pero una vez más, la capacidad de comprender el
pasado, superándolo, depende de la fuerza del espíritu. Nietzsche se pregunta:
«¿De dónde procede la energía, la fuerza inflexible, la persistencia con que el
individuo, frente a la tradición, trata de adquirir un conocimiento enteramente in-
dividual del mundo?»70. Con ello Nietzsche nos sugiere que tanto el genio71, como
el espíritu libre o los «espíritus excepcionales» requieren el poder necesario para
enfrentarse a la tradición, es decir, una energía desbordante capaz tanto de crear
como de destruir, pero sobre todo capaz de asimilar. Esa fuerza que asimila el
«alimento vigorizante» de la tradición, que la convierte, como dice Nietzsche,
en «carne y sangre», es la «fuerza plástica», la que hace posible el olvidar y la que
hace que el pasado esté vivo en el hombre aunque sea inconscientemente, pues
en definitiva la tradición pertenece a la vida.
Fe d e r i c o Ve r c e l l o n e
Universidad de Udine
Resumen: Los estudiosos de la hermenéutica se han ocupado a menudo del último pen-
samiento de Nietzsche, pero raramente de su primera obra. Esto proviene de un com-
pleto malentendido acerca del fin de esta obra, dirigida a construir una aproximación
hermenéutica de la naturaleza. En NT y otras obras de este período, Nietzsche considera
la naturaleza como el punto de vista bajo el cual hay que considerar la cultura. De este
modo, elabora una hipótesis teorética muy significativa, que los estudios hermenéuticos
no han desarrollado en absoluto. Esto es así incluso en los casos de Emilio Betti, Luigi
Pareyson y Gianni Vattimo: los más destacados exponentes en el siglo xx de la tradición
hermenéutica en Italia.
Palabras clave: hermenéutica – naturaleza – cultura
Abstract: Specialists in hermeneutics have often dealt with Nietzsche’s latest thought,
but very little with his early work. This stems from an outright misunderstanding of the
scope of this work, intended to set up a hermeneutic approach to nature. In his Birth of
Tragedy and other works of this period, Nietzsche regards nature as the viewpoint from
which to observe culture. Hence he elaborates a very significant theoretical hypothesis
form which hermeneutic studies have not so far developed to any extent. This is true even
of Emilio Betti, Luigi Pareyson, Gianni Vattimo, the most outstanding twentieth century
exponents of the hermeneutical tradition in Italy.
Keywords: Hermeneutics – Nature – Culture
. Una primera versión de este texto ha sido presentada durante el seminario «Monde, texte,
interprétation» (Journée d’étude, 8 de enero de 2007) organizado por Christian Berner y Denis
Thouard en la Universidad de Lille 3. Agradezco a ambos el haberme permitido publicar ese texto
también en esta revista.
recibido: 23-11-2008 – estudios Nietzsche, 9 (2009), ISSN: 1578-6676, pp. 139-150 – aceptado: 12-01-2009
140 F e d e r i c o V e r c e l l o n e
. Cf. Enzyklopädie der klassischen Philologie, § 8, KGW II/3 373-376. En estas páginas Nietz-
sche elabora la idea de una «ciencia sintética» —que llega después de las grandes adquisiciones his-
tóricas y analíticas de la ciencia de lo antiguo— y además de una filología filosóficamente inspirada.
12. Con respecto a estos aspectos de la última fase del periodo nietzscheano, que aquí no es po-
sible desarrollar, permítaseme remitir a mi estudio Introduzione a Il nichilismo, Roma/Bari: Laterza,
7
2005, pp. 56-85.
13. Permítaseme nuevamente en este contexto remitir a mi estudio Introduzione a Il nichilismo,
op. cit., pp. 113-128.
14. Cf. CI, trad. de A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 42004, pp. 57-58.
15. FP IV 601-602: 14[184].
18. De Hirsch véase en particular Teoria dell’interpretazione e critica letteraria (1967), trad. it.
de G. Prampolini, Bologna: il Mulino, 1973.
19. L. Pareyson, Verità e interpretazione, Milano: Mursia, 1971, p. 63.
Como decía, entiendo naturalmente por «mito» ese nivel profundo de la relación
ontológica, esa interpretación originaria de la verdad, ese contacto con lo «inobje-
tivable» que no debe considerarse contrapuesto a la «realidad», porque el mito es
él mismo una experiencia existencial de la realidad, no contrapuesto a la «histo-
ria», porque el mito es en sí mismo un cuento, una narración, una historia de las
épocas de la eternidad, de las épocas de la historia humana, de la historia tempo-
ral; tampoco contrapuesto a la «verdad», porque él mismo es la verdad existen-
cialmente interpretada y poseída; tampoco contrapuesto a la «razón», porque él
mismo contiene un pensamiento, aunque originario o, digamos, un pensamiento
no conceptual, pero real, que se expresa en una conciencia real, en una conciencia
muda; mucho menos debe considerarse contrapuesto a la «revelación», porque él
mismo es no solamente invención o expresión, no solamente función fabuladora
o mitopoiética, sino que él mismo es revelador20.
cias quizá más sofisticadas, una idea de verdad como adaequatio: también éste es
un rasgo hermenéutico heideggeriano fácilmente reconocible. En este caso, de
hecho, el arte se presentaría tout court como una especie de homólogo de ese
mundo «verdadero» que, sin embargo, según el pensamiento de Nietzsche, se ha
convertido en «fábula». En esta distorsión, nos encontraríamos, además, frente a
una paradójica reproposición del ideal de reflexión.
De hecho, el punto es otro. La «consistencia» del mundo y su «verdad» per-
tenecen, más bien, a un mismo hecho secularizador, a causa del cual «la conquis-
ta de lo verdadero [es] un camino que se aleja de lo real en tanto que presión in-
mediata del dato, imposición incontrovertible del en sí, cuya evidencia parecería
cada vez más similar, para recurrir a un ejemplo psicoanalítico, al atractivo de lo
imaginario y de sus juegos de identificación»28.
Para dicha problemática «conquista», la época de la metafísica cumplida
—variamente analizada a través de las categorías de la secularización y de la
posmodernidad— se revela, bajo esta luz, como el lugar de la cumplida estetiza-
ción de la Lebenswelt. El «mundo-de-la-vida» se confunde ineluctablemente con
la institución de lo imaginario, mientras el presente no puede ser leído de otro
modo que a través del tejido, denso de pietas, de la memoria. Precisamente este
universo que (finalmente) ha perdido la presunta consistencia de la realidad, se
revela, paradójicamente más allá de la Ilustración misma, como el más fiel here-
dero de la Aufklärung, dado que ha sido aliviado de la «dura» alteridad de lo real.
Esta última está más bien caracterizada por la intensidad de las comunicaciones
y la idea del ser humano como múltiple proceso de «articulación/explicitación»
de las diferencias, según la célebre diagnosis propia también del nietzscheano
Übermensch29 llega a su cumplimento (o, al menos, se entrevé la posibilidad de
que esto suceda).
Con esto, paradójicamente, se cumple y se concluye un importante capítulo
de la historia de la hermenéutica en la cultura filosófica italiana. Historia bastan-
te compleja y que elabora sus propias hipótesis en relación con el nihilismo en
una apremiante confrontación con el pensamiento del tardío Nietzsche: una con-
frontación que, convertida en un verdadero caballo de batalla, termina paradó-
jicamente demediando el efectivo alcance teórico del pensamiento nietzscheano
considerado en toda su articulación. Valorando la así llamada «última fase» de la
producción teórica de Nietzsche en detrimento de la primera, se terminan pro-
duciendo significativas distorsiones tanto a propósito del desarrollo de la teoría
hermenéutica como de la interpretación del pensamiento nietzscheano. De este
modo, tanto la teoría hermenéutica como la interpretación orgánica de Nietzsche
corren el riesgo de ser condenadas a una unilateralidad que, al final, no rinde
cuentas de modo exhaustivo de las exigencias y del valor del destino tanto de la
una como de la otra.
28. G. Vattimo, La verità dell’ermeneutica, en Filosofia ’88, Roma/Bari: Laterza, 1989, ahora
también en Oltre l’interpretazione, Roma/Bari: Laterza, 1994, pp. 116-117.
29. Véase al respecto en particular G. Vattimo, Il soggetto e la maschera. Nietzsche e il problema
della liberazione, Milano: Bompiani, 1974; Íd., La società trasparente, Milano: Garzanti, 1989.