Recopilación de Cuentos Ilustrados
Recopilación de Cuentos Ilustrados
Recopilación de Cuentos Ilustrados
1ro. primaria
Rocío de Frutos Herranz
Ilustraciones: Barbara Granja Cortés
A Clara se le movía un diente. Al principio muy poco, casi no lo notaba. Después empezó a moverse más y
más. A veces, lo empujaba con la lengua y parecía que el diente fuera a salir despedido de la boca, pero luego volvía
a su sitio. Clara se miró en el espejo de su habitación y trató de imaginarse sin diente. Pensó que iba a estar
horrible. A algunos niños de su clase ya se les había caído algún diente y a Clara no le gustaba la cara que se les
quedaba, sobre todo cuando se reían. Le daba un poco de miedo ver esos agujeros negros en sus bocas.
«Yo estaré igual», pensó la niña inquieta. Y otra cosa que le preocupaba era cuánto tiempo tardaría en salir
el nuevo diente. ¿Y si no salía?
—Clara, eso es una tontería —le dijo su madre—. Tus dientes son de leche y tienen que caerse para que
salgan otros más fuertes. Siempre es así, es lo natural. No tienes que preocuparte. Además, ¿no te hace ilusión que
venga el Ratoncito Pérez?
—Sí, eso si —respondió Clara aunque no muy convencida.
A Clara le habían explicado que cuando se le cayese el diente lo debía colocar esa misma noche bajo la
almohada. Entonces mientras ella dormía llegaría el Ratoncito Pérez para llevarse su diente y a cambio le dejaría un
pequeño regalito. Clara no imaginaba cómo un simple ratoncito podía recoger todos lo dientes que se les caían a los
niños y dejarles su regalo en una sola noche. Los ratoncitos no eran muy grandes.
Una tarde, el diente de Clara se cayó por fin. Fue mientras merendaba. Notó algo duro en la boca y un poco
nerviosa lo sacó con los dedos. Lo miró atentamente. Era muy pequeño. Corrió a enseñárselo a su madre.
—Mami, mami, mira.
—¡Qué bien Clara! Esta noche vendrá el Ratoncito Pérez.
Clara se miraba en el espejo. Pensó que si no abría mucho la boca no se le vería aquel hueco negro tan feo
que había dejado el diente que se había caído.
Aquella noche cuando se fue a la cama no tenía ni pizca de sueño. Había colocado su diente bajo la
almohada y cada poco tiempo lo tocaba para comprobar que seguía allí. No podía dormir. De pronto oyó un pequeño
ruido. Asomó un poco la cabeza entre las sabanas y entonces vio algo moverse muy rápidamente por el suelo y casi
sin darse cuenta apareció en su almohada un ratoncito que casi le rozaba la nariz con su larguísimo rabo.
Llevaba una gorra sobre la cabeza y una pequeña mochila a la espalda. Su hocico se movía sin parar y unos
ojos grises la miraban muy serios.
—Deberías estar dormida —le dijo con voz chillona.
—No podía dormir —susurró Clara—. No te estorbaré. Puedo ayudarte si quieres.
—No, no quiero —respondió el ratoncito que parecía muy enfadado—. Deberías estar dormida —repitió
—Pero estoy despierta. Y me alegro de conocerte, aunque parece que tienes mal genio — respondió la niña
sentándose en la cama.
El Ratoncito Pérez no sabía qué hacer. Aquella niña era un poco impertinente. Estuvo a punto de darse
media vuelta y marcharse. Pero él siempre había cumplido con su deber. Tenía que pensar una solución.
—Lo primero es recoger tu diente y guardarlo —dijo el Ratoncito.
Clara buscó bajo la almohada, encontró el diente y se lo dio al Ratoncito. Éste lo envolvió en un pañuelo y lo
metió en la mochila.
—¿Por qué lo guardas? ¿Para qué sirven los dientes que se caen? —preguntó Clara.
—Te lo contaré, pero primero vuelve a acostarte —respondió el Ratoncito más amable.
Clara obedeció y el Ratoncito Pérez se sentó sobre su almohada y comenzó a hablarle con voz suave.
—Yo vengo de muy lejos...
—¿Más lejos que el mar? —preguntó Clara
—Oh sí, mucho más. Es el lugar donde la línea del horizonte desaparece. Donde todo es posible: es el País de
ios Sueños. Pero para que siga existiendo necesita los pequeños dientes que a los niños se les caen porque estos
dientes conservan la ilusión y la inocencia de los niños. Cuando reunimos un buen montón de dientes, los trituramos
en un molino hasta convertirlos en un polvillo blanquecino. Luego se lanza al aire por una gran chimenea y es
transportado por el viento a todos los lugares del Mundo. La potente luz del sol lo hace invisible, las nubes ligero, las
gotas de lluvia lo refrescan. Los pájaros le regalan sus trinos alegres y las mariposas realizan delicados vuelos de
colores. Las flores se levantan cuando les roza, despidiendo mil perfumes y los árboles sacuden sus ramas en suave
murmullo. Y de este modo, todos los que son capaces de sentirlo, están preparados para soñar...
El Ratoncito Pérez no terminó la frase, Clara se había quedado dormida mientras le escuchaba. Muy
despacio, se colocó la mochila sobre los hombros, se ajustó la gorra, saltó al suelo y desapareció.
Por la mañana al despertarse, Clara pensó en su encuentro con el Ratoncito Pérez. No estaba segura de si
había ocurrido de verdad o si lo había soñado. Entonces miró bajo la almohada y vio una cajita de marfil que
contenía un bonito colgante. Sonrío feliz y se lo puso. Se miró en el espejo y se vio guapa. Ya no le importaba que le
faltara un diente.
UN DISFRAZ DE LOBO FEROZ
2do. primaria
Cristina Granja Cortés
Ilustraciones: Barbara Granja Cortés
Wolfi no era un lobo como los que salen en los cuentos. De hecho no se parecía nada a un lobo de verdad. Esto era
así porque siendo tan solo un cachorrito, un Rey lo encontró mientras cazaba por el bosque.
Este Rey tenía tres hijas trillizas que no paraban de hacer trastadas. Al ver al pequeño lobito, el Rey tuvo una idea:
«Mis hijas estarán más entretenidas si cuidan una mascota» pensó «y dejarán de darme la lata».
Así fue como sucedió. Wolfi fue criado en el castillo por las tres princesitas. Cada día, las niñas jugaban sin parar con
Wolfi, se montaban a caballito sobre su lomo, lo llenaban de lacitos y le gastaban un montón de bromas que Wolfi
soportaba sin un solo gruñido. Después, por la tarde, salían a pasear por el bosque hasta que se hacía de noche.
Entonces volvían al castillo y bañaban a Wolfi en la bañera real, y para ello gastaban un bote de champú, uno de
suavizante, un peine, siete toallas y tres secadores, uno por cada princesa, hasta que Wolfi quedaba suave y bien
peinadito. Por último, las trillizas iban a su cuarto y allí leían con Wolfi un montón de cuentos de princesas antes de
irse a dormir ( es que a estas princesas sólo les gustan los cuentos de princesas).
Pero un día sucedió algo inesperado. Entre los cuentos apareció uno que nunca antes habían leído. Este cuento
trataba de una niñita vestida de rojo a la que perseguía un lobo muy feroz y malo.
—¡Vaya rollo de cuento! —decía una niña—. ¡No sale ninguna princesa!
—¡Ni hadas madrinas! —decía la otra.
—¡Ni zapatitos de cristal! —decía la tercera.
Así que, aburridas, tiraron el cuento a la papelera.
Pero sí hubo alguien a quien le gustó el cuento.
Wolfi nunca había escuchado una historia en la que saliera un lobo, así que cogió el cuento entre los dientes y se lo
llevó a su rincón de dormir. Allí lo leyó una y otra vez, y cuanto más lo leía, más le gustaba. En el cuento, había
también un dibujo en el que el lobo feroz aparecía aterrador, todo dientes y garras, y el pelo de punta.
Wolfi se preguntaba si los lobos de los cuentos tenían ese aspecto, y decidió investigar. Así que fue a la
biblioteca de palacio, y allí encontró otros cuentos en los que aparecían lobos feroces. Algunos perseguían cerditos,
otros cabritillas, y todos eran terribles y asustaban muchísimo.
Wolfi nunca había asustado a nadie, ni siquiera un susto pequeñito, y pensó que era porque no tenía aspecto
de lobo feroz. Entonces tuvo una idea:
«¡Me disfrazaré¡» pensó entusiasmado, «así pareceré un lobo como los que salen en los cuentos»y se puso manos a la obra.
Primero fue a la pocilga real, donde viven los cerditos del Rey, y sin pensárselo dos veces, se revolcó en un
gran charco de lodo, hasta que quedó todo embadurnado y apestoso. Después, en el baño de palacio, gastó tres
botes de laca, dos de gomina, uno de fijador y un secador de las princesas, hasta que todo su pelo quedó de punta.
Por último, con la lima del herrero real, se afiló los dientes y las uñas.
Por fin, Wolfi se miró en un espejo.
Ya no se parecía nada al manso lobito que siempre era, en cambio, era idéntico al malvado lobo feroz del cuento.
Satisfecho con su disfraz, decidió gastarles una broma a las tres princesitas.
—¡Con lo que les gustan las bromas! —se dijo—. ¡Se van a reír muchísimo!
Y fue a esperar a las princesas al camino del bosque.
Las trillizas se preguntaban dónde se había metido Wolfi.
—¡Qué raro!, siempre viene a pasear con nosotras. —dijo una princesa.
—¡Seguro que se quiere librar del baño! —dijo la otra.
—¡Ya veréis cuando aparezca! —dijo la tercera.
Aún estaban diciendo esto mismo, cuando de detrás de un árbol apareció Wolfi, que enseñando las garras y abriendo
la boca todo lo que pudo, soltó el rugido más grande que había dado en toda su vida:
¡¡¡¡ RRROOOOOOAAAAAARRR!!!!
Del susto que se llevaron, a las princesas se les borraron las pecas de la nariz, y las coronas salieron volando
cuando se les pusieron los pelos de punta.
Wolfi se cruzó de brazos sonriendo y esperando a que las princesas dijeran algo así como:
— Jolín Wolfi, ¡qué susto!, esta broma sí que ha sido buena ...
Pero las princesas no decían nada y miraban a Wolfi con los ojos como platos.
Entonces primero empezó una, después la otra y por último la tercera. Las tres princesas se pusieron a llorar
y a gritar a la vez.
Sucedía que cuando las tres princesas lloraban y gritaban a la vez, más le valía a uno taparse las orejas, cosa que
Wolfi sabía muy bien, así que corrió a consolarlas antes de que le dejaran sordo.
Lo que las princesas vieron fue a un lobo feo que corría hacia ellas para comérselas, así que aún lloraron más fuerte.
Menos mal que al acercarse, las princesas reconocieron enseguida a Wolfi, y dejaron de gritar.
—¡Pero Wolfi!, ¡vaya pinta tienes! —dijo una princesa aún entre sollozos.
—¡Y menudo tufo echas! —dijo la otra princesa sorbiendo los mocos.
—¡A la bañera! —dijo la tercera.
Las princesas metieron a Wolfi en la bañera real, y para bañarlo utilizaron tres botes de champú, cuatro de
suavizante, seis peines, catorce toallas y tres secadores, uno por cada princesa, hasta que Wolfi quedó de nuevo
suave y bien peinadito.
Luego leyeron un montón de cuentos (de princesas) antes de irse a dormir, no sin antes hacer prometer a Wolfi que
nunca más intentaría asustarlas ni se disfrazaría de lobo feroz.
Y todo volvió a ser como siempre...
Bueno..., no exactamente como siempre.
Aquella misma noche, Wolfi soñó que cocinaba en una gran olla ricos guisos hechos con cerditos, abuelitas y niñitas
vestidas de rojo.
Después de todo.Un lobo es un lobo ¿No os parece?
¡AUUUUUUUUUUUUUUUUU .................. !
FIN
EL RATON TIMOTEO
Párvulos
Mari Carmen Llavador Martínez
Ilustraciones: Laura Quirante Arenas
Timoteo es un ratón que vive
en un cajón en un cajón muy
bonito, con ventana y
colchoncito.
—
Se despereza temprano, Bosteza
como un humano.
Si pereza se levanta
De un golpe la manta aparta.
Y así, subiendo y bajando, entre enfados y bromas pasaron la mañana, y terminaron agotadas esa tarde.
El último día volvió al colegio a recoger las notas, que afortunadamente eran buenas esta
vez.
Esa tarde, junto a sus hermanos, la dedicaron a montar el belén, al que no le faltaba de
nada.
Las figuras eran de cerámica y las había hecho todas su padre. Cada año celebraban en casa un concurso de
disfraces y el ganador elegía una nueva figura para añadir al belén, y que el padre de Maggie hacía con mucha
ilusión. Ocupaba un gran espacio en el salón, y el él había un ángel, los pastoreaos junto a la hoguera, el río con las
lavanderas y un grueso puente de piedra y madera por el que pasarían muy pronto Melchor, Gaspar y Baltasar,
llevando consigo las cartas.
Los niños de la casa se levantaban cada mañana para ver si los Reyes Magos habían avanzado hacia su
destino, y misteriosamente comprobaban que se acercaban más cuando el día anterior se habían portado bien.
También adornaron un árbol a la entrada de su casa, al que pusieron bolas de colores, espumillón y una gran
estrella luminosa en su copa.
El día de Santo Tomás su padre les despertó temprano para ir al mercado que ponían los aldeanos en la plaza
del pueblo con sus mejores productos.
-¡Vamos chicos! ¡Arriba!, que llegamos tarde - les decía.
A Maggie no le importaba madrugar ese día en el que iban a elegir el pavo para la Nochebuena. Se divertía
mucho viendo todo aquello lleno de animales, entre la muchedumbre, y el griterío que organizaban vendedores y
clientes en la puja por encontrar la mejor mercancía a buen precio.
Y llegó el mágico día 22, el de la lotería, en el que los niños de San Ildefonso cantarían con sus angelicales
voces el número del gordo de Navidad.
Estaban todos impacientes junto a la radio escuchando el sorteo. ¿Sería en esta ocasión su décimo el
agraciado?
-¡Oh, no! - Tampoco esta vez la fortuna les quiso favorecer.
-Bueno - se dijeron - tal vez el año que viene.
La nochebuena se presentaba fría, y había que calentar bien la casa encendiendo la chimenea y las estufas. El
comedor estaba adornado con bonitas guirnaldas colocadas de lado a lado, que hacían resplandecer más aún las
lámparas de cristales.
La mesa estaba vestida con todo lujo de detalles. Esa noche se ponía el mejor mantel bordado a mano por su
madre, que era de colores muy vivos formando dibujos de "Papá Noel", campanillas y estrellas. A Maggie le dejaban
ayudar formando las figuritas de mazapán que a todos les encantaban.
Esa noche se cenaba pronto, sobre las nueve, pues a las doce en punto, iba toda la familia a la tradicional
misa de gallo. Luego se juntaban con los amigos y vecinos y regresaban a casa a comer el turrón y a jugar hasta la
madrugada. Era una gran noche.
Estaban a punto de sentarse a cenar cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrir vieron a un joven andrajoso
pidiéndoles comida o limosna. Los padres, emocionados, pensaron en su hijo Carlos, que estaba estudiando en el
extranjero, pues aparentaba su misma edad y le preguntaron enseguida:
-¿Qué haces con este frío por la calle, tú solo, pidiendo?¿Acaso no tienes familia?
Él les contó que se llamaba José y que se había escapado de casa porque no se llevaba bien con su padrastro.
-No puedes estar solo esta noche. Te quedarás con nosotros y ocuparás el lugar de nuestro hijo Carlos - le
dijeron.
Después de asearle y ponerle ropa limpia, le sentaron con todos a la mesa. Pasaron una inolvidable velada,
cantando y riendo en paz y armonía.
A la mañana siguiente, José había desaparecido, pero encontraron una nota que decía: "Estoy muy
agradecido por todo lo que habéis hecho por mi en Nochebuena. Ahora me arrepiento de haber discutido con mi
familia. Volveré a casa para abrazar a mi madre que seguro que me espera con los brazos abiertos. Adiós".
Nunca más volvieron a saber de él, pero ellos quedaron contentos de haber hecho algo bueno de haber
pasado una Feliz Navidad
PAU, LA CAMA Y LAS ARANAS
4to. primaria
Mari Carmen Llavador Martínez
Ilustraciones: Laura Quirante Arenas
Había una vez un niño que se llamaba Pau. Cuando le daban vacaciones solía ir a casa de su abuelita, que
vivía en un pueblo.
—Hay otra araña la lycosidae que es muy buena mamá? Cuando las arañitas salen de la ooteca, se llama así el saquito
de seda donde nacen, la mamá la sigue cuidando y las transporta sobre su cuerpo hasta que se hacen mayores.
—Pues yo no soy una araña, para que te enteres. Soy un niño.
—Pues claro que eres un niño y muy guapo y muy listo pero ¿mira que decirme que tú cama vuela?
—Claro que vuela, pero tú no la ves porque cuando vuela estás dormida.
—¿Vuela de noche?
—Sí, cuando duermo.
—Vaya, vaya, eso no lo sabía yo —dijo la abuelita— Una vez vi una película de una cama que volaba y una
bruja la conducía. Bueno, y ahora sí quieres te cuento el cuento, que ya es hora de dormir —terminó diciendo.
—Espera abuelita, no empieces todavía. Dime, ¿conoces más cosas de las arañas?
—Claro que sí. Las arañas tienen mandíbulas, y colmillos por donde liberan su veneno. Son artrópodos
porque sus ocho patas están articuladas y tienen ocho ojos pero algunas casi no ven.
—Mejor, así no me verán a mí cuando toque el techo.
—¿Sabes Pau, que hay una araña que se llama escupidora?
—¡Uf! ¡Qué asco!
—Es inofensiva, no te va a hacer daño.
—Pero no se debe escupir ¿verdad? Mamá dice que no escupa.
—Y lleva razón. Los niños no deben escupir, eso está muy feo pero la araña escupidora lo hace para cazar y
alimentarse. Escupe una saliva espesa que inmoviliza a los bichos.
—Pero yo no soy ningún bicho por eso a mí no me escupirá ¿verdad abuelita?
—Por supuesto, cariño. ¿Cómo vas a ser tú un bicho si eres el niño más bueno que conozco?
De pronto Pau le dio un abrazo muy grande a su abuelita y un beso enorme, tan fuerte que la araña
saltadora del rincón del marco de la ventana, sintió envidia y se acordó de su abuelita que vivía en otra ventana.
—¿Todavía hay más arañas?
Por supuesto, hay miles de ellas, están las pescadoras, las de patas de peine, las tenebrosus, las arañas
lobo...
—¿Has dicho arañas lobo?
—Sí, hay unas arañas que las llaman lobo.
—¡Uy, qué susto, abuelita!
—No te asustes que éstas suelen vivir bajo las piedras y son muy miedosas. Las llaman lobo porque tienen
muchos pelos en las patas.
—¿Sabes una cosa, abuelita? Ya no quiero saber más cosas de arañas que me asustas.
—Pero deja que te cuente algo sobre la tarántula.
—¿Cómo es la tarántula?
—La tarántula es grande.
—¿Muy grande? ¿Cómo un conejo?
—No. Como un conejo no. Aunque las hay de todos los tamaños pero una en particular, la tarántula rodillas
rojas, puede ser tan grande como la palma de la mano. La gente la tiene como mascota, aunque no debería porque
está protegida.
—Da miedo, ¿verdad?
—Hay que saber cogerla pero tú, por si acaso, no la toques. Las tarántulas viven más de veinte años, el
doble que un perro y lo mismo que un caballo. Cambian la piel muchas veces, pero no todos los días como tú de
calcetines, ellas lo hacen para poder crecer. Las mamás son más grandes y los papás más flaquitos y todas tienen
pelos en las patas, son arañas lobo.
—Abuelita no me hables más de arañas, por fa. ¡Aaah!, qué sueño tengo.
Y la abuelita viendo que el sueño podía con él, le dio un beso diciéndole: —Llevas razón,
cariño. Dejemos tranquilas a las arañas que ahora toca dormir.
Y Pau se quedó dormido y soñó que volaba al país de las arañas gigantes y su cama era atrapada por la
telaraña y salía la araña con sus mandíbulas dispuesta a comérselo pero él, que era muy valiente, sacaba una
espada y luchaba contra la araña, la mataba y salía triunfante rescatando a su cama y volvía a volar atravesando
montes y valles.
EL PAJARO QUE NO QUERIA VOLAR
5to primaria
María José Argüello Martínez
Ilustraciones: Mercedes Laguía Núñez
En un pueblo, muy, muy lejano existía una fuente de piedra de agua cristalina. En la fuente de piedra, se
coronaba con un pájaro, también de piedra en posición de echar a volar. El pájaro de piedra era feliz viendo como
todos los habitantes del pueblo se acercaban a sus chorros de aguas cristalinas y frescas a beber, pero lo que más le
gustaba era que todas las aves y animales del lugar también habían elegido su fuente Ese pueblo estaba rodeado de
frondosos bosques por donde vivían ciervos, jabalíes, lobos, zorros, búhos, etc.; la única tristeza del pájaro de piedra
era, que no podía moverse y decía: «me gustaría volar y ver el mundo».
Un día de verano notó que algo en el pueblo pasaba, la gente corría y hablaban muy fuerte, algo estaba
ocurriendo...
—¡Oh, que pena!—, dijo el pájaro. Lo que ocurría es que se estaban quemando todos los bosques que
bordeaban al pueblo —¡Qué desgracia, qué horror!— decía la gente llorando.
El pájaro de piedra se puso muy, muy triste y tan triste se puso que también empezó a llorar, y lloró tanto y
tanto, que empezó a derretirse,... ¡¡se estaba convirtiendo en agua!!... Llora que te llora y cuando más lloraba más
pronto se deshacía, todo él se iba cayendo a su fuente,... ¡¡Ya no era piedra,... era agua!!
—¿Que iba a ocurrir?— pensó el pájaro. Como era verano y el sol calienta mucho en esta estación, el agua de
la fuente empezó a evaporarse, se convirtió en vapor y como él estaba allí también se hizo vapor,... ¡¡¡el pájaro de
piedra era vapor!!!
—¿Y qué le pasaría?
Lo que paso fue que subió y subió hacia el cielo y se hizo una pequeña nube.¡ ¡Oh estoy volando, dijo el
pájaro, «voy a ver mundo». El pájaro, ahora nube, se puso mas contento que un niño con un balón.
Pero lo que vio, le dio mucha pena, todo estaba quemado, no había ni pájaros ni animalitos del bosque, la
vida no existía. ¿Cómo se podría volver a tener esos maravillosos bosques?
El pájaro nube se movía por el cielo viendo todo el desastre a sus pies, el viento lo iba moviendo y a los lejos
todavía no se veía nada bonito.
Apareció una nube y se acercó al pájaro nube, le saludó y le preguntó si podía juntarse con él y hacer una
nube mas grande, el pájaro nube le contestó que sí.. No solo esa nube se unió sino que muchas mas también lo
hicieron, el pájaro nube era feliz,... iiii¡estaba volandoiiiiiLas nubes le contaron que el viento las desplazaba de un
lugar a otro y veían bonitos y maravillosos paisajes, y que cuando eran muchas y estaban repletas de agua regaban
la tierra. La gente de la tierra lo llaman lluvia, y gracias a la lluvia nosotras pintamos bonitos paisajes y cuando
hacemos salir el sol, él nos regala un Arco Iris. Vino una enorme nube, llena de miles de nubes que se habían
juntado, se acercó a la nube del pájaro y ellas también se juntaron, iban a regar la tierra. El pájaro nube había visto
llover muchas veces y le encantaba, pero ahora el iba a ser protagonista.
Amiguito hay que cuidar la naturaleza, sin naturaleza, no habrá vida, ni bellos cuentos que poda mos conta r.
Coloríncoloradoestecuentoyasehacontado.
EL VIEJO Y LA MONTANA
6to. primaria
Francisco Lillo Martínez
Ilustraciones: Pedro Robles Ramos
Un día al amanecer, un anciano llamado Andrés, vio una montaña altísima que había surgido de la nada. Le
extrañó muchísimo, pues él paseaba por aquel lugar todos los días y nunca la había visto. Era blanquecina, como
surgida de un mar de agua jabonosa que se elevaba como pompas de espuma gigantes sobre un cielo limpio y claro.
Se sintió tan intrigado por este fenómeno que decidió emprender el camino hacia el lugar con su nieto, un
niño de siete años.
Al principio le agrado la idea que con tanta determinación se había propuesto, pero pasado un trecho del
camino el asma que padecía se hizo notar en toda su crudeza. Sentía un profundo ahogamiento como si le faltara el
aire. La frente y las sienes le chorreaban de sudor y los cristales de las gafas se le empañaban.
Una vez repuestas las fuerzas, emprendieron la marcha ascendente hacia la sierra que tan bien conocían,
pero el camino era tortuoso y agotador para el viejo, y ello le hacía detenerse mientras Juanito, así se llamaba el
nieto, encontraba muy divertida la nueva ocurrencia del abuelo. Cuando hubieron atravesado la distancia que los
separaba de la colina, que era considerable, lo que para el niño era un juego, para él era un suplicio. A su avanzada
edad y achacoso cuerpo, se podía considerar una proeza el camino recorrido. Cualquier persona hubiese desistido de
seguir adelante, pero él no era de los que se daban por vencido. Arriba le esperaba el ansiado tesoro de la eterna
juventud, el sueño dorado que buscan todos los mayores. El de saberse todavía con vitalidad para alcanzar cualquier
meta. Animaba al chico, y se animaba así mismo:
—¡Ya estamos, Juanito... que nos queda poco!
Cuando apenas habían alcanzado un tercio de la ascensión Andrés tuvo que sentarse, jadeante, para
recuperar el aliento, mientras el chiquillo disfrutaba de lo lindo con esta aventura. Un dolor atroz consumía las pocas
fuerzas que le quedaban y le obligaba a descansar en medio de los peñascos que le servían de asiento. En su delirio
veía las aves volar, ligeras, y pensaba que si fuera una de ellas, emprendería el vuelo para ir a donde quisiera sin
que se lo impidiera su pobre cuerpo deforme, que actuaba como un contrapeso que le obligaba a postrarse sobre la
tierra.
Continuaron ascendiendo por el camino. Caminaban en silencio. El sendero se hacía más inclinado a medida
que avanzaban. Volviéndose, Andrés miró hacia abajo: el pueblo se empequeñecía como si fuera de juguete. La
travesía había sido penosa, pero se sentía recompensado por las vistas tan espléndidas que se le ofrecían.
—Qué paisaje tan formidable, ¿verdad? ¿Ves ese edificio blanco, junto al pueblo, Juanito?
—Sí —respondió el niño—. Es mi colegio. Qué pequeño se ve desde aquí.
—Sí, todo parece muy chico —corroboró el anciano.
Como un poseso emprendió de nuevo junto a su nieto la subida, que al igual que un perrillo correteaba a un
lado y a otro, observando todo con su curiosidad infantil. El sendero era angosto y, a ello, se unía la dificultad de ser
un camino sembrado de maleza punzante, que arañaba la piel y las vestiduras. Con una tenacidad enfermiza se
enfrentó a los elementos, desafiando a las corrientes de aire, que cuando más alto, más fuertes; al frío que se hacía
más intenso cada vez; y lo peor, a la gravedad que ejercía su masa corporal, pugnando por arrastrarle pendiente
abajo. Después de desfallecer varias veces se recostó en el suelo, ante el asombro del chiquillo que veía a su abuelo
con inquietud.
—¿Te pasa algo, abuelo.?
—Espera, hijo. que descanse un poquito —susurró el viejo agotadísimo.
Poco después se pusieron de nuevo en marcha. Con la fuerza de una voluntad de hierro, que no del cuerpo,
pues estaba extenuado, y un esfuerzo sobrehumano, consiguió al fin, más muerto que vivo, su objetivo. Había
vencido a las debilidades terrenales gracias a su perseverancia. ¡Qué viejo más tenaz! Su osadía había dado
resultado. Por fin llegaron a la cima, Andrés, agotado y exhausto; Juanito, sonriente como unas pascuas, vio que era
plano donde podía corretear a sus anchas. Ya en la cumbre se dispuso a saborear las mieles del triunfo, cuyo premio
era contemplar la tan majestuosa montaña que le había llevado hasta aquel lugar, pero el monte fantasma había
desaparecido. Igual que vino se fue. A lo lejos el cúmulo de nubes de aspecto jabonoso que antes había formado
una gran mole se había deshecho al capricho de las corrientes de aire, y ahora estaban dispersas y estrelladas por
un cielo radiante y luminoso, pero pese a ello, después de haber perseguido una utopía, el anciano no se contrarió,
al revés había colmado sus expectativas al vencer a las dificultades.
Allí, estaba el hombre y el niño, en aquel solitario páramo que se ofrecía como la conquista de un nuevo
territorio, y bajo el techo de la bóveda celeste tenían el mundo a sus pies.
Prepa
Daniel Segovia
En un lugar donde reinaba la magia hace mucho tiempo, existía un misterioso bosque encantado que por el
día lucía colores vivos y llamativos, pero por la noche, se convertía en un lugar triste y apenado de colores grises. El
bosque permanecía bajo el «hechizo de luna» lanzado por la malvada bruja, al saber que habían nacido siete
mariposas mágicas. Un encantamiento que hacía que los colores se borrasen cada vez que salía la luna.
Las siete mariposas vivían en el árbol más alto. Eran grandes y hermosas, con unas alas de terciopelo
pintadas con purpurinas y colores llamativos y con adornos bordados en oro y plata. Todas tenían una sonrisa dulce
y transparente como las aguas cristalinas. Pero cada una de las siete mariposas era de un color diferente.
Entonces las siete mariposas empezaban a despertarse, moviendo sus alitas poco a poco. Tenían que
repintar todo el misterioso bosque, pero con rapidez y cautela, para que no sé enterara la malvada bruja.
La mariposa verde era la mayor, por eso era también, la más responsable y ordenada. Ella le daba color a la
copa de los arboles, a las hojas y al césped. Según iba acabando de pintarlos los animalillos del bosque sonreían de
felicidad, al ver que las cosas volvían a recuperar su color durante unas horas.
La mariposa naranja tenía unos mofletes muy redondos, se dedicaba a pintar muchas de las frutas y las
verduras: las zanahorias, las calabazas, las naranja..., le gustaba tanto pintar, que incluso había días que pintaba el
atardecer.
La mariposa amarilla era la más perezosa, le encantaba dormir, y siempre protestaba cuando se tenía que
levantar tan pronto, porque ella, era la que tenía que pintar el sol antes de que empezara a calentar demasiado y
derritiera sus alas.
La mariposa violeta era muy glotona, a todas horas estaba comiendo, por eso empezaba siempre la última.
Se dedicaba a pintar todos los animales del bosque, le daba igual, animal que veía, animal que pintaba: las ardillas,
los ratones, los lobos, los ciervos. Todos eran de color violeta.
A la mariposa azul le gustaba vestirse como las princesas, era presumida y coqueta, y se dedicaba a darle
color al cielo, a las nubes esponjosas como los algodones de azúcar y a las aguas de los mares.
La mariposa roja estaba enamorada de la vida y le gustaba mucho la Navidad, le gustaba tanto, que lo único
que hacía era colorear las rosas, las amapolas y la flor de pascua.
La mariposa de color añil era la más rara, ella repasaba todo lo que las demás pintaban, dándole luces y
reflejos y era también la que se encargaba de vigilar por si se acercaba la bruja malvada.
Las siete mariposas trabajaban duramente todo el día para que todo estuviera reluciente y lleno de vida,
pero cuando el sol se iba a dormir y la luna asomaba la nariz, las mariposas caían rendidas de cansancio. Entonces el
bosque encantado, poco a poco, iba perdiendo los colores, volviendo a su tono triste y ceniciento.
Así estuvieron mucho tiempo, hasta que un día la bruja decidió darse un paseo con su escoba mágica, a ver
como marchaban las cosas en su bosque encantado. Cuando sus pequeños y feos ojos divisaron el bosque, no dio
crédito a lo que estaba viendo, incluso se frotó los ojos, por si contemplaba un espejismo. El bosque encantado
estaba lleno de luz y colores vivos. La bruja se enfadó tanto que se fue a su guarida para hacer un hechizo contra las
mariposas.
A la mañana siguiente, cuando las 7 mariposas de coloresT se preparaban para pintar el bosque, la bruja
malvada de la verruga en la nariz, había preparado una terrible trampa. Sin que se dieran cuenta, les echó unos
polvos mágicos para que no pudieran volar y así las pudo capturar una a una, encerrándolas en una jaula de hierro
viejo.
Al día siguiente, cuando los animalillos y las plantas; el cielo y las nubes; los mares y el sol se dieron cuenta
de que su mundo seguía gris, se pusieron muy tristes. Los días pasaban con la misma pena y el mismo color gris. Las
plantas no tenían ganas de florecer, los animalillos apenas comían, los niños de la aldea ya no jugaban a la pelota y
el sol no calentaba.
Tan tristes se pusieron, que las nubes lloraban de pena y las 7 mariposas, al notar que se mojaban,
sacudieron las alas, lanzando al viento miles y miles de gotas de agua, impregnadas con sus colores. Todos los
habitantes del misterioso bosque miraron el espectáculo, incluso el sol se hizo un hueco entre las nubes, y entonces
ocurrió algo mágico: sus rayos tocaron las gotas de agua y desde un horizonte a otro, cómo un espectro de luz,
surgió el arco iris, cubriendo todo el bosque encantado. «¡Magia! ¡Magia!» gritaban todos, locos de alegría, «¡Por fin
vuelven los colores! Desde entonces, cada vez que llueve y sale el sol, las 7 mariposas mágicas aletean con alegría,
indiferentes a su triste destino, lanzando al viento los colores que el arco iris dibuja en el cielo, mientras la bruja
malvada de la verruga en la nariz se muere de rabia al verlo.