Subjetividad Femenina

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Espiral

ISSN: 1665-0565
[email protected]
Universidad de Guadalajara
México

Ruiz Martín del Campo, Emma


Subjetividad femenina
Espiral, vol. V, núm. 13, septiembre-diciembre, 1998, pp. 143-160
Universidad de Guadalajara
Guadalajara, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13851306

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E MMA R UIZ M ARTÍN DEL C AMPO

Subjetividad El concepto de
subjetividad
femenina
Hablar de subjetividad es
hablar de la condición de los
La subjetividad se define como el destilado sujetos, de su índole, de su peculiari-
del encuentro de los impulsos primitivos
del ser humano con las exigencias de su dad, de aquello que los delimita y
entorno social. La mujer se viene forjando distingue del mundo de los objetos.
y reconociendo progresivamente como
El concepto de subjetividad alude a
sujeto; en la actualidad, la maternidad no es
para ella una exigencia irrenunciable y el la posibilidad de algunos seres vivos
trabajo con sentido se le ofrece como de tomar conciencia acerca de su con-
posibilidad de solidificar su identidad y de
participar en la tarea cultural. dición, esto es, de volver su sensibili-
dad y potencial reflexivo sobre ellos
mismos, percatándose de su realidad
distinta de la de otros seres anima-
dos e inanimados; en este sentido,
hablar de “sujetos” es, por definición,
hablar de seres humanos.
El Diccionario de la Lengua Espa-
ñola define al sujeto como “el espíri-
tu humano considerado en oposición
al mundo externo, en cualquiera de
las relaciones de sensibilidad o de
conocimiento y también en oposición
a sí mismo como término de concien-
cia”. (Real Academia Española: “Dic-
cionario de la Lengua Española”,
Madrid, 1970, Pág. 1,228).
El concepto de “sujeto” cobró fuer-
✦ Es Investigadora del Departamento de Es-
za con el movimiento de la Ilustra-
tudios en Educación del Centro Universita- ción. La concepción del mundo y del
rio de Ciencias Sociales y Humanidades- hombre forjada en Europa durante
UdeG.

Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad Vol. V. No. 13 ❏ Septiembre / Diciembre de 1998 143
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la Edad Media, que estaba sostenida fundamentalmente por


las creencias y preceptos cristianos, empezó a resquebrajar-
se. El Renacimiento dio nueva fuerza al Humanismo: las
creaciones culturales humanas se volvían más patentemente
producto de la actividad de hombres y mujeres (aunque estas
últimas quedaban todavía muy relegadas a las sombras de la
Historia). Las revoluciones política y económica, surgidas en
Inglaterra en los siglos XVII y XVIII respectivamente, exten-
dían sus efectos al resto de Europa y en seguida a América.
En el ámbito de la Filosofía se daba un giro que desplazaba
las grandes preguntas del ámbito de la metafísica al de la
teoría del conocimiento. Se inició un sorprendente avance en
la ciencia, en la comprensión de la constitución y funciona-
miento de la materia y de la vida. En lo social hubo un vuel-
co del culto al poder absoluto, a la reflexión acerca del lugar
y el papel de los individuos en las formas de organización de
las comunidades.
Sigrun Anselm comenta respecto al citado fortalecimiento
del concepto de “sujeto” durante la Ilustración: “Siendo alu-
sivo al poder de los sujetos de acuerdo a su especie (el de “sub-
jetividad” E. R.), fue contrapuesto como concepto sustancial
a los poderes objetivos, a los poderes del destino, al Feudalis-
mo y a la Iglesia. La Burguesía en proceso de emancipación
se levantó en nombre de los sujetos, el movimiento feminis-
ta lo hizo con el mismo derecho (Anselm, S., 1985, p. 75).
La Ilustración, caracterizada por la confianza ilimitada en
el poder de la razón y la conciencia, propiciadora de la fanta-
sía de progreso indefinido, cedió el paso a la duda despertada
por una realidad que en muy diversos ámbitos se escapaba
una y otra vez al control de los humanos: ni la naturaleza
externa se sometía a sus designios al grado en que lo hubie-
ran deseado, ni su conciencia bastaba para explicar manifes-
taciones psíquicas que no hallaban acomodo en las aportacio-
nes de las psicologías de la conciencia ni en los cuadros pato-
lógicos delineados por la medicina.

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Sigmund Freud reconoció el desgarramiento de la con-


ciencia e inauguró una concepción de “sujeto” incluyente del
inconsciente.
La Ilustración había abierto paso al concepto de “subjeti-
vidad” que los cambios históricos exigían configurar; el con-
cepto aludía en tal contexto al potencial emancipatorio de los
individuos en lucha con estructuras de poder ya obsoletas,
pero tal potencial hallaba un freno al disolverse en la abs-
tracción y la idealización. Había que aprender a rastrear los
condicionantes históricos de la sujeción de los individuos y
entendida aquí la Historia en una doble vertiente: la que
ubica al sujeto en un medio social y época específicos y la
otra, la historia personal que circunscribe las posibilidades
y anclajes del deseo individual: la historia de vida de los su-
jetos.
La subjetividad delata la pertenencia social de los indivi-
duos humanos, está fuertemente influenciada por los víncu-
los e instituciones sociales que los sustentan y que ellos a su
vez pueden transformar; pero la subjetividad es también
expresión de lo único e irrepetible que distingue a cada uno
de dichos individuos, es la expresión de la solución de com-
promiso entre sus impulsos (“pulsiones”, concepto que se
esclarecerá más adelante) y las demandas y prohibiciones
que les hace su comunidad.

Subjetividad y psicoanálisis

Investigar la subjetividad implica introducirse al mundo


anímico de otros, pero simultáneamente, como condición de
comprensión, al mundo interno propio.
Freud, como joven médico vienés de fines del siglo XIX,
estaba inmerso en el ambiente del empirismo entonces pre-
dominante, pero logró dar un salto en la concepción del cono-
cimiento y tuvo acceso así a la dimensión simbólica de la en-
fermedad, comprendió que no bastaba con observar cuerpos

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o rastrear localizaciones cerebrales y observar movimientos


desde fuera; había que llevar la reflexión al ámbito de la sub-
jetividad, a la emocionalidad, a la historia de vida de sus
pacientes, a sus novelas familiares, para descifrar el mensaje
que a través de sus perturbaciones pretendían, sin tener con-
ciencia de ello, comunicar.
Psicologías anteriores al Psicoanálisis concebían psique y
soma como separados, con funciones independientes y, en
ocasiones, antagónicas. Freud entendió, a través de su autoa-
nálisis y de la interacción con sus pacientes, que entre cuer-
po y alma existe una relación incluyente, complementaria,
que ambos operan como unidad inmersa en y permanente-
mente influenciada por lo social y que del encuentro entre los
impulsos y deseos individuales y la exigencia cultural surgen
muchas veces conflictos que, de no poder resolverse o expre-
sarse directamente, se manifiestan en el enfermar, que inclu-
ye también elementos de rebelión, de protesta, e intentos de
solución.
Freud utilizó el término de “instinto” para aludir a con-
ductas fijas y estereotipadas dominantes en otras especies,
que apenas prefiguran algunos restos de reacción en los hu-
manos, y creó el concepto de “pulsión” para dar cuenta de la
complejidad y flexibilidad del comportamiento humano, así
como de la inseparabilidad de lo psíquico y lo corporal, que se
incrustan y configuran en el ámbito de lo social. Cito a La-
planche y Pontalis: “En lengua alemana existen las dos pala-
bras Instinkt y Trieb (pulsión, E. R.). El término Trieb es de
raíz germánica, se utiliza desde tiempos antiguos y sigue
conservando el matiz de empuje (treiben= empujar); el acen-
to recae menos en una finalidad precisa que en una orienta-
ción general, y subraya el carácter irrepresible del empuje
más que la fijeza del fin y del objeto. (...) ¿Cómo situar esta
fuerza que ataca al organismo desde el interior y lo empuja a
realizar ciertos actos susceptibles de provocar una descarga
de excitación? ¿Se trata de una fuerza somática o de una

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energía psíquica? (...) La pulsión se define como un concepto


límite entre lo psíquico y lo somático. Va ligado, según Freud,
a la noción de “representante”, entendiendo por tal una espe-
cie de delegación enviada por lo somático al psiquismo (...).
La concepción freudiana de la pulsión conduce (...) al
desmantelamiento de la noción clásica de instinto (...). El con-
cepto “pulsión parcial” subraya la idea de que la pulsión
sexual existe al principio en estado “polimorfo” y tiende prin-
cipalmente a la supresión de la tensión a nivel de la fuente
corporal; que, en la historia del sujeto, se liga a representan-
tes que especifican el objeto y el modo de satisfacción: el empu-
je interno, al principio indeterminado, experimentará un des-
tino que le confiere rasgos altamente individualizados”. (La-
planche; Pontalis, 1977, p. 337-339, subrayado mío, E. R.).
Freud creó un modelo de personalidad que deniega el fun-
cionamiento independiente de cuerpo y alma, que incluye lo
pulsional con el montante de inconsciencia y emocionalidad
que implica, como la amplia base que impulsa nuestras ac-
ciones y que se manifiesta al principio de la vida como un
cúmulo de reacciones caóticas, que poco a poco van siendo
incorporadas a una forma de organización definida como el
“Yo”, que nos pone en contacto con la realidad y es el producto
de la socialización, pero que nunca son asimiladas por tal
“Yo” en su totalidad. La parte de energía vital que se mantie-
ne libre, preñada de inconsciencia y emocionalidad, busca
una y otra vez caminos de expresión y los encuentra en sue-
ños, síntomas, creaciones artísticas, actos fallidos y compor-
tamientos que son en menor o mayor medida incomprensi-
bles para el sujeto mismo que los produce.
Investigar la subjetividad implica, a partir de Freud, abo-
carse también a lo inconsciente que ella incluye y vencer las
resistencias que produce confrontarse con lo más primitivo y
emocional de nosotros mismos.
El descubrimiento de lo inconsciente no pudo haber tenido
otro punto de partida que la cuidadosa detección por parte de

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Freud de lo que en él ocurría, gestado a través de sus relacio-


nes interpersonales. Freud hubo de adentrarse en sus sue-
ños, rastrear sus emociones, superar tabúes y angustias que
se oponían al develamiento de lo oculto y censurado de acuer-
do a los parámetros de su cultura y de su tiempo: hubo tam-
bién de reinterpretar el saber y el conocimiento como una
cuestión de relaciones sociales, hubo de desarrollar una nue-
va forma de escucha para descubrir en sus pacientes (muje-
res en su mayoría) una subjetividad que luchaba entre la
negación de sí misma y la protesta, entre la clausura relati-
va de deseo, su condena a aparecer desfigurado y la posibili-
dad de encontrarle un acceso a la conciencia, a la motilidad,
al placer.
Hablar de lo subjetivo es hablar de las formas de expre-
sión que las pulsiones encuentran en cada individuo según
su historia personal y la cultura de la que forma parte. Freud
postuló la existencia de una contradicción entre el individuo
que busca una salida a su energía vital y la sociedad que le
demarca límites para hacerlo, los cuales en ocasiones resul-
tan excesivos, inhibidores del potencial creativo, aniquilan-
tes del placer y es entonces cuando el sujeto enferma, enlo-
quece, se rebela o se somete pasivamente a las exigencias y
prohibiciones vigentes en su comunidad. La subjetividad
expresa pues también la realidad vinculativa de los seres
humanos; buscamos el mejor equilibrio posible entre la ex-
presión de nuestra individualidad y la pertenencia a nuestra
comunidad pues, abandonados a nosotros mismos, no logra-
mos sobrevivir.
Las pulsiones humanas se organizan en la relación entre
madre (o persona protectora y abastacedora) e infante prime-
ramente; después en la relación de éste con otros objetos afec-
tivos. En relaciones concretas aprende cada ser humano a
interactuar con otras personas y encuentra sus propias ma-
neras de tener acceso al placer y de evitar el disgusto. Los
vínculos interhumanos se dan en sociedades que a su vez es-

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tán controladas por instituciones. Las instituciones de una


sociedad son significativas en tanto mantienen vías de satis-
facción pulsional para los sujetos, esto es, mientras permiten
obtener placer (así sea en forma velada) y evitar el disgusto
extremo.
Dado que el individuo está en una constante búsqueda de
satisfacción de necesidades vitales y emocionales y del aco-
modo en su comunidad, su subjetividad no adquiere nunca
una forma cerrada, definitiva, sino que sufre permanente-
mente ajustes y transformaciones.
Maya Nadig y Mario Erdheim, en su artículo “Psicoanáli-
sis e Investigación Social” (en: 1998, Erdheim, Mario, Pág.
61-82), definen el objeto social-científico del Psicoanálisis
como la “experiencia cultural del sujeto” y señalan cómo el
área de la subjetividad se escapa una y otra vez a la aprehen-
sión científica, lo que se nota en trabajos que pretenden in-
vestigar la subjetividad y se ven marcados por una irresisti-
ble tendencia a la abstracción que anula lo subjetivo. Expli-
can esto por la dificultad de los investigadores para tener
acceso al Ello, a su forma de funcionar, que es el proceso pri-
mario preñado de emocionalidad. La tendencia a la abstrac-
ción, a la que sucumben los investigadores cuando su meta
era estudiar la subjetividad, es expresión de la defensa basa-
da en el proceso secundario.
Tener acceso a la subjetividad de otros para avanzar en el
proceso de conocimiento implica para el investigador aden-
trarse en la suya propia. Investigar la subjetividad supone
comprometerse con todo lo que el investigador es como perso-
na en la relación interpersonal con su informante y trabajar
con base en esta relación, haciendo descubrimientos que in-
cumben a los dos participantes y a ambos también se revelan
como nuevos (aunque en diversas dimensiones). Es la comu-
nicación de inconsciente a inconsciente, el desciframiento de
la movilidad emocional, lo que abrirá las puertas a la posibi-
lidad de toma de conciencia, de liberación de la sujeción ejer-

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cida por represiones innecesarias, lo que puede coadyuvar a


la integración crítica y creativa de los sujetos en el quehacer
cultural.

Interrelación sujeto/sociedad

Edith Brenner describe, en “Potencias femeninas, lazos


masculinos e identidad masculina” (1992/93, Pág. 100), la
fiesta “Toro-venado” que presenció en Masaya, Nicaragua.
Muchos indicadores, señala, hacen pensar que el tema cen-
tral de esta fiesta era desde antaño la relación entre los
sexos. A continuación su narración:

“En la noche del viernes, todos los “feos” salen a la calle: espíritus, brujas
disfrazadas, tigres enmascarados y difuntos con el aspecto de esqueletos
errantes bailan hasta la madrugada. El domingo es de desfile. Cientos de
hombres disfrazados de mujeres coquetean y bailan unos con otros o in-
tentan seducir a los hombres no disfrazados, parados al borde de la ca-
lle, a que los abracen o a bailar. Los hombres jóvenes y bellos van maqui-
llados, se colocan pelucas, sombreros, uñas postizas rojas, delicadas bolsas
y se visten con faldas provocadoras, sostenes rellenos y zapatos de tacón
alto; caminan balanceándose con gracia en las caderas, emiten risas aho-
gadas, dan chillidos y pestañean seductoramente. A menudo logran acer-
carse estrechamente a los hombres no disfrazados que siguen sonrien-
tes el coqueto juego de las bellas.
Se observa un segundo grupo de hombres disfrazados. Todos llevan
vestidos de mujer viejos y raídos, máscaras, delantales y pelucas feas y
deshilachadas; también llevan muñecas. Con escobas, baldes y trapos su-
cios persiguen a los hombres no disfrazados, que corriendo intentan
desasirse de los indeseados brazos y de los golpes. Otros llevan en lugar
de útiles de limpieza, preciosos canastos con flores y frutas de la región.
La fertilidad del suelo y de las mujeres (simbolizada en las flores, las fru-
tas y las muñecas) y la fealdad de los hombres disfrazados de viejas crean
un contraste de gran efecto.
Algunos disfraces hacen alusión a sucesos políticos; por ejemplo, un

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Ronald Reagan cabalga sobre una mula. Un Papa casa repetidamente a una
pareja: dos hombres disfrazados de novios representando al gobierno
norteamericano y a la dirección de la Contra. En la animada fiesta se in-
cluye a las mujeres sólo marginalmente”.

Los elementos que Brenner destaca en la interpretación


del ritual son los siguientes:
El poder político es representado por figuras femeninas.
“Mujeres” jóvenes y bellas escenifican su poder de seduc-
ción.
Las madres son representadas como poderosas, furias,
diosas de la venganza o poseedoras de la fertilidad.
La autora describe la situación de los barrios urbanos
pobres de Nicaragua, en los que la madre desempeña un pa-
pel central y que en este sentido guardan un paralelismo con
los de México y gran parte de Latinoamérica, y llega a la con-
clusión de que la fiesta de “toro-venado” es la escenificación
colectiva de un conflicto que a través de ella encuentra su
compensación: los hombres, envidiosos de las prerrogativas
femeninas se apropian simbólicamente de ellas y confirman
su virilidad con exclusión de las mujeres. La imagen femeni-
na que en la fiesta se representa es producto de una mezcla
de idealización y devalorización. Los hombres encuentran
una vía de descarga a las tensiones que viven en su relación
con las mujeres y propician vínculos más fuertes entre ellos.
La fiesta “toro-venado” nos presenta la ocasión de aden-
trarnos en la cuestión de cómo la cultura proporciona a los
sujetos medios para configurar su vida con sentido (aunque
muchas veces el sentido no es conscientemente comprendi-
do), para descargar tensiones y tomar un lugar social.
Los rituales y los mitos son medios fundamentales de co-
municar a los sujetos contenidos simbólicos que no se han de
cuestionar; ellos promueven la cohesión social y dan satisfac-
ción a los individuos en la medida en que son una vía para la
descarga y acomodo de pulsiones y la resolución de conflictos.

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La sociedad ofrece seguridad a los individuos a través de ins-


tituciones y, a cambio de ello, les demanda adaptación.
Rituales y mitos son medios de estabilización social en la
medida en que tienden a crear consenso y a conformar a los
sujetos de acuerdo a ciertos patrones que difícilmente pasan
por la autorreflexión.
¿Qué tipo de contenidos son los que tienden a ser alejados
de la conciencia a través de instituciones, ritos, mitos, ideo-
logías y otros mecanismos sociales? Al respecto afirma Erd-
heim (1982, Pág. 38): “Lo que en una sociedad no está permi-
tido saber porque perturba el ejercicio del poder ha de tornar-
se inconsciente. El saber acerca de realidades que se han
hecho inconscientes no por ello es inefectivo -se convierte en
ideología que, anclada en el sujeto, actúa como falsa concien-
cia nuevamente estabilizadora del poder”. Y más adelante
(Op. Cit., Pág. 222) comenta: “La inconsciencia se vuelve re-
levante para el dominio cuando se trata de neutralizar las
contradicciones que impulsan al cambio y sacuden los presu-
puestos de dicho dominio. En la medida en que una sociedad
se escinde en clases y en que se desarrollan intereses de clase
divergentes, aumenta la producción social de la inconscien-
cia. En muchas culturas estaba extendido el mito (masculi-
no) de que antaño dominaron las mujeres sobre los hombres
(...) y en estos mitos masculinos se reconoce también que, el
deseo de dominar sobre las mujeres, en sociedades que pre-
tenden ordenarse según el principio de reciprocidad, es vi-
venciado como egodistónico y tiene que justificarse mitológi-
camente...”
Ya en 1965 George Devereux hablaba de los mitos como
medio de defensa frente a fantasías e impulsos temidos y
explicaba que tales mitos son una especie de “refrigerador”
impersonal en el que pueden depositarse fantasías reprimi-
das que tienden a retornar y que, por ser sentidas como ame-
nazantes, difícilmente son reconocidas como propias por el
sujeto que las produce: “El hecho de que tales fantasías sean

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relegadas a tal ‘refrigerador’ cultural no sólo posibilita su ex-


presión en forma abstracta y general a través de su ordena-
miento en la estructura impersonal de la cultura, sino que
también las retira del área “privada”, esto es, idiosincrática”
(1965, Pág. 34).
Los humanos, carentes como estamos de pautas instinti-
vas prefijadas de comportamiento, producimos instituciones
reguladoras de los ciclos de vida y de las relaciones interper-
sonales. Desde un enfoque psicoanalítico se puede decir que
las instituciones operan en apoyo del Yo en su defensa fren-
te al Ello. El Ello como fue definido por Freud es un reservo-
rio de energía de las pulsiones que carece de organización y
voluntad específica, es ajeno a las leyes del pensamiento ló-
gico, permite coexistir contradicciones en su seno, no conoce
algo semejante a la negación, no opera con representaciones
de tiempo y espacio y es, podría decirse, la negación de ren-
dimientos “yoicos”, el mundo de la pulsión plena de emocio-
nalidad, de deseo, de búsqueda de placer que pretende satis-
facción sin tomar en cuenta las exigencias del mundo exter-
no; pensemos en los sueños como una regia manifestación de
los procesos primarios prevalecientes en el Ello.
La sociedad, en contraste con el Ello, es un conjunto es-
tructurado en torno al poder y demanda de los individuos
trabajo productivo, de ahí que la desconsideración de exigen-
cias de la realidad, la atemporalidad, la búsqueda ciega de
placer y en general los procesos prevalecientes en el Ello son
sentidos como perturbadores para su funcionamiento, pues
amenazan con nulificar la adaptación a la comunidad que el
individuo ha logrado con esfuerzo. Al respecto comenta Erd-
heim: “El lugar psíquico del placer es el Yo, pero sólo cuando
puede acoger los movimientos pulsionales del Ello. Mientras
más se cierre el Yo frente al Ello, su existencia será menos
conflictiva, pero también menos placentera, sin impulso al-
guno de transformar su entorno. Precisamente porque acep-
tamos que las pulsiones no tienen en sí mismas objeto, reco-

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nocemos en el Ello el potencial decisivo que mantiene al ser


humano en movimiento” (1988, Pág. 188). Cambios en la si-
tuación social propician cambios en los intercambios entre el
Yo y el Ello, las pulsiones tienden a manifestarse de manera
diferente, las defensas toman otra forma de organización, los
contenidos que socialmente se pide reprimir y los que pueden
tener acceso libremente a la conciencia son otros, las formas
de placer toman nuevo matiz.
Los individuos humanos estamos inmersos en esta com-
pleja dinámica entre, por una parte, elementos de la sociedad
que luchan por salvaguardar valores establecidos que van
perdiendo vigencia porque no responden ya a las relaciones
que cambian y, por la otra, el impulso a la transformación
cultural. Los humanos gestamos y modificamos permanen-
temente nuestra subjetividad en la interacción, dando aco-
modo a nuestras pulsiones en esa compleja dinámica social
que también cambia con nuestras acciones.
Producto de concepciones diversas según época y cultura,
la regulación de las relaciones entre los sexos es también
compleja por implicar aceptación de diferencias y límites,
tanto de parte de varones como de mujeres. Cuerpos distin-
tos demarcan fronteras insuperables a ciertas experiencias
como lo son formas de expresar amor y experimentar placer;
la conservación de la especie y las funciones reproductoras en
que ella se basa han dado pauta también a formas de división
del trabajo que parten en su origen de elementos realistas: el
embarazo sólo puede vivirlo la mujer, el parto es un encargo
hecho a ella por la especie, la lactancia al pecho es también
una posibilidad que le concierne; sin embargo, la evolución
cultural, la elaboración de anticonceptivos, de fórmulas ali-
menticias adecuada para el lactante, etc., ha disminuido con-
siderablemente el anclaje de la mujer que opta por tener hi-
jos a su función maternal.
Con el cambio cultural, la temática de la relación varones-
mujeres ha cobrado matices diferentes, pero la envidia que se

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despierta en la confrontación con la no-completud, con las


fronteras inevitables de cada sujeto exige elaboración o, de lo
contrario, se hace presente en formas claras o veladas de lu-
cha entre los sexos, o en ideologías y una distribución rígida
de roles.
La revolución industrial propició nuevas formas de ubica-
ción social de ambos sexos, instituciones que anteriormente
regulaban la relación sexual, como el culto y la religión, per-
dieron fuerza, las mujeres se manifestaban por primera vez
como movimiento organizado en desacuerdo con el rol que se
les asignaba. La toma de conciencia femenina era vista al
principio como perversión y se censuraba; símbolos de su
protesta, como el uso del pantalón, prenda que había sido
hasta entonces de uso exclusivamente masculino, eran so-
cialmente reprobados.
La sociedad industrial ofrecía menos claves cerradas que
la feudal para interpretar el mundo, no había ya un rígido
consenso de valores y la tarea de dar sentido se convertía
como nunca antes en tarea de sujetos individuales.
La protesta femenina que había entrado en vigor se topa-
ba con mucha resistencia no sólo en los varones, sino en las
mujeres que se negaban a abandonar las consignas de roles
claramente establecidos y la seguridad que les ofrecían las
representaciones patriarcales vigentes hasta entonces: con-
tradicciones internalizadas durante la socialización habían
sedimentado en estructuras psíquicas y hacían sentir su
peso en forma de dificultad para aceptar el cambio. Lo feme-
nino reprimido se abría a pesar de todo camino, aunque en
muchos casos en forma velada: a fines del siglo XIX prolife-
raban los casos de histeria, dejando perplejo al mundo médi-
co que no encontraba cuerpo extraño alguno productor de la
enfermedad.
La ambivalencia del mundo masculino ante los cambios
que se anunciaban se mostraba en los nuevos esquemas cien-
tíficos y filosóficos que se gestaban, aun en aquéllos que de-

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fendían más declaradamente el derecho de la mujer de con-


vertirse en sujeto de su propia historia y del quehacer cultu-
ral. Freud, por ejemplo, lograba descifrar por una parte el
mensaje de protesta implícito en los síntomas histéricos de
sus pacientes, comprendía y delataba el vínculo entre la en-
fermedad y la expresión simbólica de mujeres que sufrían
por relaciones que las limitaban al grado de impedirles apro-
piarse de su propia historia y delinearse más decididamente
como sujetos; del otro lado, sin embargo, describía a la mujer
como orgánicamente inferior al varón, de intereses estre-
chos, pasiva, incapaz de deseo propio; si su trabajo con muje-
res representaba un decisivo impulso al cambio, teóricamen-
te en cuanto a su concepción de la sexualidad femenina,
Freud quedaba en buena medida preso en representaciones
ideológicas de su época, interpretó como naturaleza lo que
era en buena medida resultante de la Historia.
Lisa Appignanesi y John Forrester apuntan a lo arriba se-
ñalado: “Los puntos de vista de Freud acerca de las mujeres
eran tan contradictorios como los de algunos otros de sus
contemporáneos. Por una parte fue capaz de afirmar con
desprecio que una mujer que padece intranquilidad ha de
buscar un médico o ir de compras. Del otro lado expresó, en
1938, la opinión de que las mujeres eran más hábiles y tenían
en general más capacidad promedio que los varones. En dis-
cusiones acerca de la “ubicación natural de la mujer” se ad-
judicaba a Freud haber dicho que “la mujer no puede a la vez
ganarse la vida y criar niños. Las mujeres como grupo no
obtienen ganancia en absoluto del movimiento feminista
moderno, si acaso algunas (...) Sin embargo, representó siem-
pre puntos de vista liberales cuando se trató de oportunida-
des de trabajo para mujeres y sobre todo de su acceso al Psi-
coanálisis” (1992, p. 13-14).
Ellen Reinke-Köberer, en “Contradicciones en el desarro-
llo psicosexual de la mujer” (1985), rastrea la evolución del
movimiento feminista como indicador de avances en la cons-

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S UBJETIVIDAD FEMENINA

trucción de la subjetividad femenina. Partiendo del análisis


del caso Dora manejado por Freud, se plantea la pregunta de
por qué lo establecido pudo mantenerse tan largo tiempo,
cuando como sucede en el caso de la mujer, significa relativa-
mente tan poca satisfacción y tanta renuncia. Su tesis se
aboca al hecho de que la situación de la mujer en la dinámi-
ca sexual con los varones no sólo es resultante de condiciones
externas de represión, sino que los sujetos, en este caso las
mujeres, desempeñan un papel activo en el mantenimiento
de dichas condiciones.
Dora, una joven de 18 años, invadida por intensos afectos
de rivalidad y celos en relación a su madre y una amiga de su
padre, busca en la relación de transferencia con Freud ganar
el favor del padre y convertirse en la mujer de sus preferen-
cias. Ella, que despreciaba todo lo femenino “que cayera fue-
ra del brillo de la atención masculina” tendría que haber to-
mado conciencia de ello para tener acceso a un cambio en su
subjetividad; su deseo se limitaba, sin embargo, a padecer un
poco menos el dominio masculino y no a reconocer las causas
de su padecer.
Reinke-Köberer esboza luego los avances del movimiento
feminista y comenta que, en los años sesenta, la disposición
de las mujeres a despreciar todo lo femenino que cae “fuera
del brillo de la admiración y valoración masculina” casi llegó
a adquirir una contraidentidad. Se adoptó el postulado de
igualdad e identidad entre mujeres que significaba un avan-
ce del desarrollo femenino al posibilitar la solidaridad entre
mujeres y fomentar una autoconciencia femenina que no se
entendía como desviación. Asumir, sin embargo, el orden de
valores ahí oculto trae consigo otra forma de encubrimiento:
el reconocimiento y aceptación de lo no-idéntico, de lo otro, es
en tal caso imposible fuera de una jerarquía, pues la alianza
entre las mujeres bajo el supuesto de una solidaridad acrítica
corre el riesgo de volverse mítica y de excluir o devalorar a los
varones. El paso siguiente pues, a una tal actitud, es el desa-

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rrollo de una identidad de mujer que no se funda en la oposi-


ción al hombre. Y concluye con optimismo: “Mi intención fue
mostrar que el desarrollo de la subjetividad, en nuestro caso
el desarrollo psicosexual de la mujer, por así decir, progresa
de horizonte a horizonte y cada estado sucesivo realiza tan-
to un nuevo avance en el conocimiento, como en la no-acepta-
ción de las relaciones de dominio” (Pág. 64).

Perspectivas para el desarrollo


de la subjetividad femenina

Para la mujer actual, la opción por la maternidad o su re-


nuncia a ella es una cuestión abierta y no es, en última ins-
tancia, el elemento definitorio de su feminidad; lo que hoy en
día ha de definirla es más bien su integración con caracterís-
ticas específicas en el quehacer cultural.
La vida sexual no es la vía única de acceso al placer: con-
trariamente a postulados prevalecientes en culturas que
ponen demasiado énfasis en el rendimiento con un matiz de
esfuerzo desgastante que encuentra su gratificación en los
tiempos libres, creo yo que el trabajo con sentido en tanto
actividad creativa incrustada en lo social es una fuente de
profundo placer.
Así como, de acuerdo a Erdheim, el Yo es el lugar psíquico
del placer cuando acoge los movimientos pulsionales del Ello,
el trabajo es vía de satisfacción y autorrealización cuando no
es resultado de un rol impuesto o del sometimiento a manda-
tos o circunstancias ajenas a la persona que realiza la tarea.
La identificación de la persona con el trabajo que realiza
solidifica su identidad, en tanto que el trabajo forzoso que
sólo se lleva a cabo por sometimiento o identificación con un
rol, la empobrece.
Mujeres autosuficientes, integradas a su cultura a través
de una actividad creativa, orgullosas de su trabajo, no caerán
en la sumisión.

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S UBJETIVIDAD FEMENINA

La utopía, lo deseable, sería una cultura en la que varones


y mujeres no se excluyan, sino interactúen con aportaciones
de trabajo con matices complementarios en tanto cargadas
con la marca de su propia subjetividad.
Quiero terminar citando a Maya Nadig, quien en “Muje-
res en la Cultura-Poder e Impotencia” (1984, Pág. 101) co-
menta: “La esfera femenina, que se compone de procesos de
trabajo, modelos de relación y una simbología estrechamente
entretejidos, significa para las mujeres la posibilidad de
revivenciar nuevamente día con día y de cargar libidinosa-
mente su forma de ser, su trabajo y su posición en la sociedad
y de afianzar con ello la propia identidad”. Y más adelante
dice: “Cultura femenina significa también conciencia de la
relevancia social del propio trabajo, autoconciencia económi-
ca y subjetiva que posibilita encontrar vías de acceso a la
influencia pública”.

Nota: Todas las traducciones de citas del alemán fueron hechas por la autora.

Anselm, Sigrun (1985): “Die zweideutige Macht der Mütter” (“El Bibliografía
Ambiguo Poder de las Madres”), en “Theorien weiblicher
Subjektivität, Neue Kritik, Frankfurt, Main.
Appignanesi, Lisa; Forrester, John (1992): “Die Frauen Sigmund
Freuds” (“Las Mujeres de Sigmund Freud” ) Südwest Verlag,
München.
Brenner, Edith (1992/93):“Potencias Femeninas, Lazos Maternos e
Identidad Masculina en Nicaragua”, en “Werkblatt, Zeitschrift
für Psychoanalyse und Gesellschaftskritik, Nr. 29/30,Werkstatt.
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Besancon, A. 1974:“La Historia Psicoanalítica”, Pág. 115-145, Pa-
rís.
Erdheim, Mario (1982): “Die gesellschaftliche Produktion von
Unbewusstheit” (“La Producción Social de la Inconsciencia”),
Suhrkamp, Frankfurt, Main.

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Bibliografía Laplanche, J., Pontalis, J. B. (1977): “Diccionario de Psicoanálisis”,


Editorial Labor, Barcelona.
Nadig, Maya (1984): “Frauen in der Kultur -Macht und Ohnmacht.
Zehn ethnopsychoanalytische Thesen” (“Mujeres en la Cultu-
ra-Poder e Impotencia. Diez Tesis Etnopsicoanalíticas”), en
“Konkursbuch” 20, Pág. 97-103.
Reinke-Köberer, Ellen (1985): “Widersprüche in der
psychosexuellen Entwicklung der Frau” (“Contradicciones en
el Desarrollo Psicosexual de la Mujer”), en “Theorien
weiblicher Subjektivität, Neue Kritik, Frankfurt, Main.

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