Comentario de La Carta de Filipenses Por Willie Alvarenga Nuevo
Comentario de La Carta de Filipenses Por Willie Alvarenga Nuevo
Comentario de La Carta de Filipenses Por Willie Alvarenga Nuevo
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“No basta la sola voluntad del hombre, si no la acompaña la misericordia de Dios; luego
tampoco sería suficiente la misericordia de Dios si no la acompañara la voluntad del
hombre”.
Asimismo, para que nadie se gloríe, no ya de las obras, pero ni aun siquiera del libre
albedrío, como si procediese de él el mérito, al cual, como premio debido, se le
restituyera la libertad misma del bien obrar.
“Dios es el que obra en vosotros el querer como el obrar, según su buena voluntad” (Fil.
2:13).
“Por consiguiente, no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene
misericordia” (Ro. 9:16).
Por el contrario, si se ha dicho: No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que
tiene misericordia, porque esto depende de las dos, a saber, de la voluntad del hombre y
de la misericordia divina. Como si se dijese que no basta la sola voluntad del hombre, si
no la acompaña la misericordia de Dios; luego tampoco sería suficiente la misericordia
de Dios si no la acompañara la voluntad del hombre.
De tal modo que se atribuya a Dios, que prepara la buena voluntad ayudándola y la
ayuda una vez preparada.
Al que no quiere, previene para que quiera; y al que quiere, acompaña para que no
quiera en vano.
Pues ¿por qué se nos manda rogar por nuestros enemigos (Mt. 5:44), que en verdad no
quieren vivir piadosamente, sino para que Dios obre en ellos el querer mismo? Del
mismo modo, ¿por qué se nos manda pedir para que recibamos (Mt. 7:7), sino para que
haga lo que pedimos, aquel que ha hecho que pidamos? Luego rogamos por nuestros
enemigos para que la misericordia de Dios les preceda, como nos precedió a nosotros
también; y rogamos por nosotros para que su misericordia nos acompañe.
Frenar ante el crimen la voluntad no es otra cosa que no caer en tentación. Pero si esto
dependiese sólo del poder de nuestra propia voluntad no se nos advertiría del deber de
pedir en la oración al Señor este favor. Apártame del mal, estas palabras significan que
apartemos nuestra voluntad del pecado. Con todo, el Apóstol, aunque pudo decir con
verdad: Os mandamos no hagáis nada malo, dice: Oramos a Dios para que no hagáis
nada malo. Por eso dije —no como tú dices que dije—: nadie es libre para hacer el bien
sin la ayuda de Dios. Y este socorro pedía el Apóstol para sus fieles, sin mermar un
ápice la naturaleza del libre albedrío. Hombres soberbios e inflados, no pongáis vuestra
confianza en vuestras fuerzas; someteos a Dios y orad para alejar de vosotros la
voluntad de pecar y no entrar en tentación. No penséis que no entráis en tentación
cuando, con firme querer, os alejáis de la concupiscencia o de cualquier obra mala.
Ignoráis la astucia del tentador: cuando atribuís esto a vuestra voluntad sin el socorro de
Dios, caéis en una gran tentación. Quisiera me dijeseis en qué sentido los bienes o males
exteriores, como riqueza o pobreza y otros, son juguete del acaso. Porque la fe católica
sustrae estas cosas al poder humano para atribuirlas al poder divino.
Jul.—«Silencio, por el momento, el rugir de tu furor contra toda ley, pues crees que
manda a los mortales cosas que el legislador sabe son imposibles».
Ag.—No dices verdad. Dios sólo manda cosas posibles: da Dios poder a los que pueden
hacer y hacen, y exhorta a los que no pueden a pedirle el que puedan. Si no observan los
santos todos los preceptos, Dios los conduce por sendas de humildad para que pidan
cada día: Perdónanos nuestras deudas, y viene el Señor en ayuda de nuestra obediencia
para mostrarnos su misericordia.
De todos mis libros, el de las Confesiones es el más divulgado y el que mayor aceptación ha
tenido; y aunque lo escribí y publiqué mucho antes de aparecer la herejía pelagiana, decía
en ellos y muchas veces repetía a nuestro Dios y Señor: "Da lo que mandas y manda lo que
quieras"142. En cierta ocasión, un querido hermano y coepíscopo, hablando con Pelagio en
Roma, las recordó, y el hereje se puso tan furioso y descompuesto, que casi se viene a las
manos con aquel hermano nuestro. ¿Qué es lo que primero y principalmente manda Dios
sino que creamos en El? Por tanto, eso nos lo da El si justamente decimos: "Da lo que
mandas". Demás de esto, en los libros III y IV, capítulos 11, 12 y 13, respectivamente,
donde narro mi conversión143, obra de Dios, a esta fe que con miserable y furiosa locuacidad
combatía, ¿no recordáis que al narrarlo manifesté bien claramente que lo que evitó mi
perdición fueron las ardientes súplicas y las fieles y cotidianas lágrimas de mi buena madre?
Con lo cual a la faz del mundo prediqué y expuse que Dios por su gracia gratuita no sólo
convierte las voluntades de los hombres apartados de la sana fe, pero también las contrarias
y rebeldes a la misma. Sabéis bien y podéis comprobar, si os place, cómo y cuánto ruego a
nuestro Señor me conceda la perseverancia. ¿Quién se atreverá no digo a negar, pero ni a
poner en duda, que Dios en su presciencia conoció que había de darme estos dones, que
tanto deseé y alabé en mis Confesiones, y que, por tanto, El no sabía a quién se los había de
dar? Esto es la mismísima predestinación do los santos, que después ha habido que defender
con más diligencia y punto por punto contra la herejía pelagiana, porque cada nueva herejía
suscita en la Iglesia cuestiones particulares, contra las que hay que defender con más
cuidado y escrupulosidad la autoridad de las sagradas Escrituras. ¿Qué otra cosa nos ha
forzado a exponer más minuciosa y claramente los textos en que se habla de la
predestinación sino el que los pelagianos afirman que la gracia de Dios se da según nuestros
méritos, lo que es negar en absoluto la gratuidad de la gracia?