Queer Preciado
Queer Preciado
Queer Preciado
Córdoba- Argentina
1era edición junio 2014
1era reimpresión marzo 2016
“Después del feminismo. Mujeres en
los márgenes”.*
1
Estos feminismos disidentes se hacen visibles a partir de
los años ochenta cuando, en sucesivas oleadas críticas, los
sujetos excluidos por el feminismo bien pensante
comienzan a criticar los procesos de purificación y la
represión de sus proyectos revolucionarios que han
conducido hasta un feminismo gris, normativo y puritano
que ve en las diferencias culturales, sexuales o políticas
amenazas a su ideal heterosexual y eurocéntrico de
mujer. Se trata de lo que podríamos llamar con la lúcida
expresión de Virginie Despentes el despertar crítico del
“proletariado del feminismo”, cuyos malos sujetos son las
putas, las lesbianas, las violadas, las marimachos, los y
las transexuales, las mujeres que no son blancas, las
musulmanas… en definitiva, casi todos nosotros.
2
De la mano de Angela Davis, bell hooks, Gloria Anzaldua o
Gayatri Spivak se harán visibles los proyectos del
feminismo negro, poscolonial, musulmán o de la diáspora
que obligará a pensar el género en su relación constitutiva
con las diferencias geopolíticas de raza, de clase, de
migración y de tráfico humano.
3
donde al aplicarse medidas de control de la representación
de la sexualidad siguiendo criterios feministas, las
primeras películas y publicaciones censuradas fueron las
procedentes de sexualidades minoritarias, especialmente
las representaciones lesbianas (por la presencia de dildos)
y las lesbianas sadomasoquistas (que la comisión estatal
consideraba vejatorias para las mujeres), mientras que las
representaciones estereotipadas de la mujer en el porno
heterosexual no resultaron censuradas.
4
defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales. En
términos de disidencia sexual, nuestro equivalente local,
efímero pero contundente, fueron las lesbianas del
movimiento LSD con base en Madrid, que publican
durante los noventa una revista del mismo nombre en la
que aparecen, por primera vez, representaciones de porno
lesbiano (no de dos heterosexuales que sacan la lengua
para excitar a los machitos, sino de auténticos bollos del
barrio de Lavapiés). Entre los continuadores de este
movimiento en España estarían grupos artísticos y
políticos como Las Orgia (Valencia) o Corpus Deleicti
(Barcelona), así como los grupos transexuales y
transgénero de Andalucía, Madrid o Cataluña.
5
la masculinidad como las versiones drag king de Scarface
o ídolos transexuales como Brandon Teena o Hans Scheirl,
el sexo crudo y el género cocido.
6
de los que se han construido las ideas de masculinidad y
feminidad, de heterosexualidad y homosexualidad durante
el último siglo.
El prisma de la prostitución. Gail Pheterson (Talasa).
Nosotras las putas (compilación) (Talasa). Dos de los
textos clave del movimiento de reivindicación de los
derechos de las trabajadoras sexuales.
Vamps & Tramps. Más allá del feminismo. Camille Paglia
(Valdemar). Paglia ha avanzado sin complejos algunas de
las ideas centrales de un nuevo movimiento radical,
denunciando el giro neoconservador del feminismo
americano de los setenta un feminismo que según ella, ha
sido confiscado por la moral judeocristiana y el Estado
capitalista.
Mujeres, raza y clase. Angela Y. Davis (Akal). Un clásico
de 1981 en el que Angela Davis traza una genealogía del
feminismo americano partiendo de los movimientos de
lucha por los derechos de los negros y del movimiento
obrero, ayudándonos a tomar conciencia de cómo las
discriminaciones de clase y de raza han configurado y
reducido la agenda del feminismo liberal contemporáneo.
Otras inapropiadas. Feminismos desde las fronteras. Bell
Hooks y otros (Traficantes de Sueños). Mejor antología en
castellano de ensayos de crítica a los presupuestos
blancos y racistas del feminismo liberal desde el
feminismo negro y poscolonial.
King Kong Teoría. Virginie Despentes (Melusina, en
prensa). La diva destroy punk de las letras francesas,
escritora de novelas en las que las protagonistas ocupan
posiciones tradicionalmente reservadas a los hombres
(sangre, sexo y rock and roll) y de la controvertida y
censurada película Fóllame (2000), nos ofrece un ensayo
en primera persona en el que se ataca los tabúes del
feminismo liberal: la violación, la prostitución y la
pornografía.
7
8
Multitudes queer.
Notas para una política de los
"anormales"1
9
separación homosexual/heterosexual. Trabajando en la
línea iniciada por Audre Lorde2 , Ti-Grace Atkinson3 y el
manifiesto The-Woman-Identified-Woman4 de Radica-
lesbians, Wittig llegó a describir la heterosexualidad no
como una práctica sexual sino como un régimen político 5,
que forma parte de la administración de los cuerpos y de
la gestión calculada de la vida, es decir, como parte de la
“biopolítica”6. Una lectura cruzada de Wittig y de Foucault
permitió a comienzos de los años 80 que se diera una
definición de la heterosexualidad como tecnología bio-
política destinada a producir cuerpos heteros (straight).
El imperio sexual
10
por Foucault. La evolución de la sexualidad moderna está
directamente relacionada con la emergencia de lo que
podría denominarse el nuevo “Imperio Sexual” (para
resexualizar el Imperio de Hardt y Negri). El sexo (los
órganos sexuales, la capacidad de reproducción, los roles
sexuales en las disciplinas modernas...) es el correlato del
capital. La sexopolítica no puede reducirse a la regulación
de las condiciones de reproducción de la vida, ni a los
procesos biológicos que “conciernen a la población”. El
cuerpo hetero (straight) es el producto de una división del
trabajo de la carne según la cual cada órgano es definido
por su función. Toda sexualidad implica siempre una
territorialización precisa de la boca, de la vagina, del ano.
De este modo el pensamiento heterocentrado asegura el
vínculo estructural entre la producción de la identidad de
género y la producción de ciertos órganos como órganos
sexuales y reproductores. Capitalismo sexual y sexo del
capitalismo. El sexo del ser vivo se convierte en un objeto
central de la política y de la gobernabilidad. En realidad, el
análisis foucaultiano de la sexualidad depende en exceso
de cierta idea de la disciplina del siglo XIX. A pesar de
conocer los movimientos feministas americanos, la
subcultura SM o el Fhar en Francia, nada de esto le llevó
realmente a analizar la proliferación de las tecnologías del
cuerpo sexual en el siglo XX: medicalización y tratamiento
de los niños intersexuales, gestión quirúrgica de la
transexualidad, reconstrucción y “aumento” de la
masculinidad y de la feminidad normativas, regulación del
trabajo sexual por el Estado, boom de las industrias
pornográficas... Su rechazo de la identidad y de la
militancia gay le llevará a inventarse una retroficción a la
sombra de la Grecia Antigua. Ahora bien, en los años 50,
asistimos a una ruptura en el régimen disciplinario del
sexo. Anteriormente, y como continuación del siglo XIX,
las disciplinas biopolíticas funcionaban como una máquina
para naturalizar el sexo. Pero esta máquina no era
legitimada por “la conciencia”. Lo será por médicos como
11
John Money cuando comienza a utilizar la noción de
“género” para abordar la posibilidad de modificar
quirúrgica y hormonalmente la morfología sexual de los
niños intersexuales y las personas transexuales. Money es
el Hegel de la historia del sexo. Esta noción de género
constituye un primer momento de reflexividad (y una
mutación irreversible respecto al siglo XIX). Con las
nuevas tecnologías médicas y jurídicas de Money, los
niños “intersexuales”, operados al nacer o tratados
durante la pubertad, se convierten en minorías
construidas como “anormales” en beneficio de la
regulación normativa del cuerpo de la masa straight
(heterocentrada). Esta multiplicidad de los anormales es
la potencia que el Imperio Sexual intenta regular,
controlar, normalizar. El “post-moneismo” es al sexo lo
que el post-fordismo al capital. El Imperio de los normales
desde los años 50 depende de la producción y de la
circulación a gran velocidad de los flujos de silicona, flujos
de hormonas, flujo textual, flujo de las representaciones,
flujo de las técnicas quirúrgicas, en definitiva flujo de los
géneros. Por supuesto, no todo circula de manera
constante, y además no todos los cuerpos obtienen los
mismos beneficios de esta circulación: la normalización
contemporánea del cuerpo se basa en esta circulación
diferenciada de los flujos de sexualización . Esto nos
recuerda oportunamente que el concepto de “género” fue
ante todo una noción sexopolítica antes de convertirse en
una herramienta teórica del feminismo americano. No es
casualidad que en los años 80, en el debate que oponía a
las feministas “constructivistas” y las feministas
“esencialistas”, la noción de “género” va a convertirse en
la herramienta teórica fundamental para conceptualizar la
construcción social, la fabricación histórica y cultural de la
diferencia sexual, frente a la reivindicación de la
“feminidad” como sustrato natural, como forma de verdad
ontológica.
12
Políticas de las multitudes queer
El género ha pasado de ser una noción al servicio de una
política de reproducción de la vida sexual a ser el signo de
una multitud. El género no es el efecto de un sistema
cerrado de poder, ni una idea que actúa sobre la materia
pasiva, sino el nombre del conjunto de dispositivos
sexopolíticos (desde la medicina a la representación
pornográfica, pasando por las instituciones familiares) que
van a ser objeto de reapropiación por las minorías
sexuales. En Francia, la mani del 1 de mayo de 1970, el
número 12 de Tout y el de Recherches (Trois milliards de
Pervers), el Movimiento de antes del MLF, el FHAR y las
terroristas de las Gouines Rouges (Bolleras Rojas)
constituyen una primera ofensiva de los “anormales”. El
cuerpo no es un dato pasivo sobre el cual actúa el
biopoder, sino más bien la potencia misma que hace
posible la incorporación protésica de los géneros. La
sexopolítica no es sólo un lugar de poder, sino sobre todo
el espacio de una creación donde se suceden y se
yuxtaponen los movimientos feministas, homosexuales,
transexuales, intersexuales, transgéneros, chicanas, post-
coloniales...
Las minorías sexuales se convierten en multitudes. El
monstruo sexual que tiene por nombre multitud se vuelve
queer.
El cuerpo de la multitud queer aparece en el centro de lo
que podríamos llamar, para retomar una expresión de
Deleuze/Guattari, un trabajo de “desterritorialización” de
la heterosexualidad. Una desterritorialización que afecta
tanto al espacio urbano (por tanto, habría que hablar de
desterritorialización del espacio mayoritario, y no de
gueto) como al espacio corporal. Este proceso de
“desterritorialización” del cuerpo supone una resistencia a
los procesos de llegar a ser “normal”. El hecho de que
haya tecnologías precisas de producción de cuerpos
“normales” o de normalización de los géneros no conlleva
un determinismo ni una imposibilidad de acción política. Al
13
contrario. Dado que la multitud queer lleva en sí misma,
como fracaso o residuo, la historia de las tecnologías de
normalización de los cuerpos, tiene también la posibilidad
de intervenir en los dispositivos biotecnológicos de
producción de subjetividad sexual. Esto es concebible a
condición de evitar dos trampas conceptuales y políticas,
dos lecturas (equivocadas pero posibles) de Foucault. Hay
que evitar la segregación del espacio político que
convertiría a las multitudes queer en una especie de
margen o de reserva de trasgresión. No hay que caer en
la trampa de la lectura liberal o neoconservadora de
Foucault que llevaría a concebir las multitudes queer como
algo opuesto a las estrategias identitarias, tomando la
multitud como una acumulación de individuos soberanos e
iguales ante la ley, sexualmente irreductibles, propietarios
de sus cuerpos y que reivindicarían su derecho inalienable
al placer. La primera lectura tiende a una apropiación de
la potencia política de los anormales en una óptica de
progreso, la segunda silencia los privilegios de la mayoría
y de la normalidad (hetero)sexual, que no reconoce que
es una identidad dominante. Teniendo esto en cuenta, los
cuerpos ya no son dóciles. “Des-identificación” (para
retomar la formulación de De Lauretis), identificaciones
estratégicas, reconversión de las tecnologías del cuerpo y
desontologización del sujeto de la política sexual, estas
son algunas de las estrategias políticas de las multitudes
queer.
14
Identificaciones estratégicas: Identificaciones
negativas como “bolleras” o “maricones” se han
convertido en lugares de producción de identidades que
resisten a la normalización, que desconfían del poder
totalitario, de las llamadas a la “universalización”.
Influidas por la crítica post-colonial, las teorías queer de
los años 90 han utilizado los enormes recursos políticos de
la identificación “gueto”, identificaciones que iban a tomar
un nuevo valor político, dado que por primera vez los
sujetos de la enunciación eran las propias bolleras, los
maricas, los negros y las personas transgénero. A aquellos
que agitan la amenaza de la guetización, los movimientos
y las teorías queer responden con estrategias a la vez
hiper-identitarias y post-identitarias. Hacen un uso radical
de los recursos políticos de la producción performativa de
las identidades desviadas. La fuerza de movimientos como
Act Up, Lesbian Avengers o las Radical Fairies deriva de su
capacidad para utilizar sus posiciones de sujetos
“abyectos” (esos “malos sujetos” que son los
seropositivos, las bolleras, los maricas) para hacer de ello
lugares de resistencia al punto de vista “universal”, a la
historia blanca, colonial y hetero de lo “humano”.
15
afeminado”, ejemplos paradigmáticos del proceso de
“llegar a ser mujer” que estaba en el centro de su agenda
política. Incluso le permitiría disertar sobre la
homosexualidad en vez de cuestionarse sus propios
presupuestos heterosexuales8. En cuanto a Wittig,
podemos preguntarnos si su adhesión a la posición del
“escritor universal” impidió que le borraran de la lista de
los “clásicos” de la literatura francesa tras la publicación
del Cuerpo Lesbiano en 1973. Está claro que no, cuando
vimos cómo el periódico Le Monde se apresuraba a
cambiar el título original de su nota necrológica, por un
“Monique Wittig, la apología del lesbianismo” encabezado
por la palabra “Desapariciones”.9
16
discapacitados-ciborg... Lo que está en juego es cómo
resistir o cómo reconvertir las formas de subjetivación
sexopolíticas. Esta reapropiación de los discursos de
producción de poder/saber sobre el sexo es una
conmoción epistemológica. En su introducción
programática al famoso número de Recherches sin duda
inspirado por el FHAR, Guattari describe esta mutación en
las formas de resistencia y de acción política: “el objeto de
este número –las homosexualidades hoy en Francia- no
podía ser abordado sin poner en cuestión los métodos
ordinarios de investigación en ciencias humanas que, bajo
el pretexto de la objetividad, intentan establecer una
distancia máxima entre el investigador y su objeto (...). El
análisis institucional, por el contrario, implica un
descentramiento radical de la enunciación científica. Pero
para ello no basta con “dar la palabra” a los sujetos
implicados –lo cual es a veces una iniciativa formal, casi
jesuítica- sino que además hay que crear las condiciones
de un ejercicio total, paroxístico, de esta enunciación (...).
Mayo del 68 nos ha enseñado a leer en los muros y
después hemos empezado a descifrar los grafitis en las
prisiones, los asilos y hoy en los váteres. Queda por
rehacer todo un “nuevo espíritu científico”. 10 La historia de
estos movimientos político-sexuales post-moneistas es la
historia de esta creación de las condiciones de un ejercicio
total de la enunciación, la historia de un vuelco de la
fuerza performativa de los discursos, y de una reapro-
piación de las tecnologías sexopolíticas de producción de
los cueros de los “anormales”. La toma de la palabra por
las minorías queer es un acontecimiento no tanto post-
moderno como post-humano: una transforma-ción en la
producción y en la circulación de los discursos en las
instituciones modernas (de la escuela a la familia,
pasando por el cine o el arte) y una mutación de los
cuerpos.
17
Desontologización del sujeto de la política sexual. En
los años 90 una nueva generación surgida de los propios
movimientos identitarios comenzó a redefinir la lucha y los
límites del sujeto político “feminista” y “homosexual”. En
el plano teórico, esta ruptura tomó inicialmente la forma
de un retorno crítico sobre el feminismo, realizado por las
lesbianas y las post-feministas americanas, apoyándose
en Foucault, Derrida y Deleuze. Reivindicando un
movimiento post-feminista o queer, Teresa de Lauretis 11,
Donna Haraway12, Judith Butler13, Judith Halberstam14 en
EEUU, Marie-Hélène Bourcier15 en Francia, y lesbianas
chicanas como Gloria Anzaldúa16 o feministas negras como
Barbara Smith17 y Audre Lorde van a criticar la
naturalización de la noción de feminidad que inicialmente
había sido la fuente de cohesión del sujeto del feminismo.
Se había iniciado la crítica radical del sujeto unitario del
feminismo, colonial, blanco, emanado de la clase media-
alta y desexualizado. Las multitudes queer no son post-
feministas porque quieran o deseen actuar sin el
feminismo. Al contrario. Son el resultado de una
confrontación reflexiva del feminismo con las diferencias
que éste borraba para favorecer un sujeto político “mujer”
hegemónico y heterocentrado.
18
igualdad de derechos y que para ello se basan en
concepciones fijas de la identidad sexual, contribuyen a la
normalización y a la integración de los gays y las lesbianas
en la cultura heterosexual dominante, lo que favorece las
políticas pro-familia, tales como la reivindicación del
derecho al matrimonio, a la adopción y a la transmisión
del patrimonio. Algunas minorías gays, lesbianas,
transexuales y transgéneros han reaccionado y reaccionan
hoy contra ese esencialismo y esa normalización de la
identidad homosexual. Surgen voces que cuestionan la
validez de la noción de identidad sexual como único
fundamento de la acción política; contra ello proponen una
proliferación de diferencias (de raza, de clase, de edad, de
prácticas sexuales no normativas, de discapacidad). La
noción medicalizada de homosexualidad que data del siglo
XIX y que define la identidad por las prácticas sexuales es
abandonada en favor de una definición política y
estratégica de las identidades queer. La homosexualidad
tan bien controlada y producida por la scientia sexualis del
siglo XIX ha explotado; se ha visto desbordada por una
multitud de “malos sujetos” queer.
19
variantes estructuralistas y/o lacanianas del discurso del
psicoanálisis (Roudinesco, Héritier, Théry...). Se opone a
las políticas paritarias derivadas de una noción biológica
de la “mujer” o de la “diferencia sexual”. Se opone a las
políticas republicanas universalistas que permiten el
“reconocimiento” e imponen la “integración” de las
“diferencias”en el seno de la República. No hay diferencia
sexual, sino una multitud de diferencias, una
transversalidad de las relaciones de poder, una diversidad
de las potencias de vida. Estas diferencias no son
“representables” dado que son “monstruosas” y ponen en
cuestión por eso mismo no sólo los regímenes de
representación política sino también los sistemas de
producción de saber científico de los “normales”. En este
sentido, las políticas de las multitudes queer se oponen
tanto a las instituciones políticas tradicionales que se
presentan como soberanas y universalmente
representativas, como a las epistemologías sexopolíticas
heterocentradas que dominan todavía la producción de la
ciencia.
20
Biopolíticas del género
La invención del género, o el tecnocordero
que devora a los lobos*
A Lalia Kowska-Régnier, princesa hechicera de estrógenos e
imágenes
21
problemas de identificación sexual.” La condición de
posibilidad del futuro diagnóstico de género es ante todo
esa constatación de normalidad en términos de raza
(“blanca”), de clase (“trabaja”) y de sexualidad (“no es
travesti ni homosexual”). Todo diagnóstico depende de
una división previa entre penalidad y terapia, entre
perversión y enfermedad (Foucault, 1975: 29). Una vez
que se saca al cuerpo del campo de la patología social o
moral es posible instrumentar las técnicas médicas
(performativas, hormonales, quirúrgicas...) para ayudar a
la naturaleza.
22
UCLA concluye: Agnès es un caso de “hermafroditismo
verdadero.” Para el equipo, Agnès sufre de “síndrome de
feminización testicular”, un raro tipo de intersexualidad en
el cual los testículos producen una cantidad elevada de
estrógenos (Stoller, 1968: 365). De acuerdo con el
protocolo Money de tratamiento de niños intersexuales,
que prevé la reasignación del sexo por medio de
tratamientos hormonales y quirúrgicos, el equipo
recomienda una vaginoplastia terapéutica, vale decir la
construcción quirúrgica de una vagina a partir del tejido
geni-tal a los efectos de restablecer la coherencia entre
“identidad hormonal” e “identidad física”. En 1959 se le
practica a Agnès una operación de “castración”: se le
amputan el cuerpo cavernoso del pene y los testículos, y
se crean los labios de la vagina con la piel del escroto
(Garfinkel, 1967: 184). Un tiempo después Agnès obtiene
el cambio de nombre en su documento de identidad.
23
del cuerpo una inscripción legible y referencial de la
verdad del sexo.
24
científicas de los diagnósticos psiquiátrico y hormonal a
los que deben someterse las personas transexuales en las
instituciones médico-legales a partir de la década de
1950. El saber del tecnocordero engaña a la manada de
lobos.
25
destacan la dificultad de utilizar ese modelo en el contexto
sexo-político posterior a la Segunda Guerra Mundial.
26
invirtieron en la investigación sobre el sexo y la sexualidad
una cantidad de dólares sin precedentes en el mundo.
Digamos de inmediato que ese tercer modelo se
caracteriza no sólo por la transformación del sexo en
objeto de gestión política de la vida, sino sobre todo por el
hecho de que esa gestión se opera a través de las nuevas
dinámicas del tecnocapitalismo avanzado. Recordemos
que los períodos de la Segunda Guerra Mundial y de la
pos-guerra constituyen un momento sin precedentes de
visibilidad de las mujeres en el espacio público, pero
también de emergencia de las formas visibles de
homosexualidad masculina en las fuerzas armadas
estadounidenses (Berubé, 1990). El macarthismo suma a
la persecución patriótica del comunismo la lucha contra la
homosexualidad en tanto forma de antinacionalismo, así
como la exaltación de los valores familiares de la
masculinidad laboriosa y la maternidad doméstica
(D’Emilio, 1983). En todo el país se abren decenas de
centros de investigación en el marco de un objetivo
nacional de salud pública. Al mismo tiempo, los doctores
George Henry y Robert L. Dickinson inician un gran
estudio cuantitativo sobre la “desviación sexual” que se
conoce como ”Sex Variant” y que se prolongará casi
veinte años (Terry, 1999: 178-218). Es también el
momento en que Harry Benjamín instaura el uso clínico de
las moléculas hormonales, el momento de la primera
comercialización de estrógenos y progesterona obtenidos
a partir de yeguas (Premarin) y luego de forma sintética
(Norethindrone), y es, sin duda, el momento en que John
Money, que tiene a su cargo el área de psiquiatría
infantojuvenil del hospital John Hopkins de Nueva York,
inventa el concepto de género.
27
clínica con Anke Ehrhardt, Joan y John Hampson, para
hablar de la posibilidad de modificar hormonal y
quirúrgicamente el sexo de los niños intersexuales nacidos
con órganos genitales que la medicina considera indeter-
minados (Money, Hampson y Hampson, 1957: 333-336).
Para Money, el término género designa a la vez el “sexo
fisiológico” (según la tradición de Ulrich) y la posibilidad
de usar la tecnología para modificar el cuerpo según un
ideal regulador preexistente de lo que un cuerpo humano
(femenino o masculino) debe ser (Meyerowitz, 2002: 998-
129). El concepto de “género” de Money es el instrumento
de una racionalización de la vida en la que el cuerpo no es
más que un parámetro. El género es ante todo un
concepto necesario para la aparición y el desarrollo de un
conjunto de técnicas de normalización/transformación de
la vida: la fotografía de los “desviados sexuales”, la identi-
ficación celular, el análisis y el tratamiento hormonales, la
lectura cromosómica, la cirugía transexual e intersexual...
28
reconstrucción. Esa incipiente fotografía médica crea
también un nuevo código de representación realista que
rompe con la tradición pictórica del retrato al desplazar
del rostro a los órganos sexuales la representación de la
verdad del sujeto.
29
que emerjan sus fundamentos arbitrarios, su carácter
constructivista, y por lo mismo abre la puerta a nuevas
formas de resistencia y de acción políticas. El régimen
postmoneyista de la sexualidad no puede funcionar sin la
circulación de un enorme flujo de hormonas, silicona,
textos y representaciones, de técnicas quirúrgicas... en
definitiva, sin un tráfico constante de biocódigos de los
géneros. En esa economía política del sexo, la
normalización y la diferencia dependen del control, de la
reapropiación y el uso de esos flujos de género. Cuando
hablo de la ruptura que introduce ese concepto de género,
no me refiero al pasaje de un modelo al otro en términos
de que provoque una forma de discontinuidad drástica. Se
trata sobre todo de una superposición de estratos en los
cuales las diferentes técnicas de escritura de la vida se
encabalgan y se rescriben. El cuerpo no es aquí una
materia pasiva sino una interface tecnoorgánica, un
sistema tecnovivo segmentado y territorializado según
diferentes modelos (textuales, informáticos, bioquímicos,
etc.) (Haraway, 2000: 162). Voy a dar sólo un ejemplo de
esa yuxtaposición de ficciones somáticas de las que somos
objeto. Dean Spade invita a reflexionar sobre la diferencia
entre la definición de la rinoplastia como cirugía estética y
la aceptación actual de la vaginoplastia y la faloplastia
como operaciones de cambio de sexo (Dean Spade,
2000). Mientras la primera pertenece a un régimen de
corporalidad posmoneyista en la que la nariz se considera
propiedad individual y objeto de mercado, las segundas
permanecen inmersas en un régimen premoderno y casi
soberano de corporalidad en el que el pene y la vagina
siguen siendo propiedad del Estado. Agnès va a ser
sensible a las brechas y los vasos comunicantes entre
diferentes estratos, entre muchos sistemas de producción
de lo vivo: va a utilizar su cuerpo como zona de
transcodificación.
30
Agnès nos permite entonces releer la Herculine de
Foucault. Mediante el uso de la primera persona, el relato
de Herculine revela el carácter abierto, poroso y
permeable de las técnicas del sexo. No hay una saturación
discursiva de la subjetividad sexual: la subjetividad surge
como un gusano que atraviesa la malla de una red y al
mismo tiempo que cava abre un camino, traza una
inscripción, deja un rastro, teje una trama que recodifica
el discurso preexistente. Herculine es condenada a muerte
(o más precisamente al suicidio), no porque se sitúe en un
punto de ruptura entre dos epistemes de la sexualidad,
sino porque es como si su cuerpo quedara absorbido en la
brecha que separa dos ficciones discordantes del yo.
Herculine no es un hombre atrapado en el cuerpo de una
mujer ni una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.
Es ante todo un cuerpo atrapado entre los saberes
dominantes sobre el sexo y los saberes menores de los
anormales.
31
Lo que el cordero le hizo a Butler
Género versus performance
32
y políticas. Cuando Riviere habla de la femineidad como
máscara detrás de la cual las mujeres ocultan su
masculinidad, piensa en un artificio de disimulo que la
mujer usa para evitar, dice, “las represalias que temía por
parte de esas figuras paternas como consecuencia de sus
proezas intelectuales” (Riviere, 1979: 14). La hipótesis de
Riviere, que se aleja de toda etiología psicológica o
familiar al presentar un argumento político para explicar la
femineidad, fue rechazada de inmediato por el
psicoanálisis institucional y no se la recuperó hasta la
década de 1980, cuando la retomó el feminismo
constructivista. En su clásico El género en disputa, Judith
Butler vuelve sobre el concepto de máscara para analizar
la producción de la femineidad, no en la mujer
intermediaria de Riviere sino en la performance drag
queen, vale decir, la de un hombre biológico que
“performa” la femineidad, a menudo de forma hiperbólica
(Butler, 2001).
33
género en las prácticas drag queen, vale decir, en el
espacio abierto entre el sexo definido como masculino y la
performance de la femineidad. Dado que la drag queen
ocupa ese espacio paradójico que se sitúa entre el sexo
anatómico y el género interpretado, hace aparecer la
imitación, la recitación de los códigos de significación del
género, como los mecanismos de producción de la verdad
del sexo: “al imitar el género, la vestida implícitamente
revela la estructura imitativa del género en sí, así como su
contingencia” (Butler, 2001: 169). Para Butler, la
performance drag queen es subversiva porque
desnaturaliza la relación normativa entre sexo y género y
permite que aparezcan los mecanismos culturales que
producen la coherencia de la identidad heterosexual.
Cuando en ese primer momento de su análisis Butler
define el género como performativo, implica que éste no
tiene un estatuto ontológico más allá de las diferentes
repeticiones teatrales que constituyen su realidad. Así, la
performance de la drag queen le permitirá a Butler
concluir que “la identidad original sobre la que se modela
el género es una imitación sin un origen” (Butler, 2001:
169), en la que las posiciones de género (masculinas y
femeninas) que se considera naturales son el resultado de
performances sometidas a regulaciones, iteraciones y
sanciones constantes.
34
¿Qué pasa si se confronta ese concepto de performance
de género o hasta la idea más sofisticada de identidad
performativa con el relato de Agnès? En efecto, en cierta
medida es posible leer el proceso de subjetivación de
Angès como una instancia de resignificación y de
reapropiación performativa. En el momento en que se
encuentra con los doctores Stoller y Garfinkel, es posible
que Agnès ya conozca algunas narraciones autobiográficas
de transexuales. Empieza a tomar Stilbestrol en 1952. Ese
mismo año se difunde en los diarios estadounidenses la
historia del cambio de sexo de Jorgensen con el título “El
soldado estadounidense que se transformó en una rubia”
(Jorgensen, 1967: 83), así como la de Roberta Cowell,
gracias a la cual el médico estadounidense Gillie desarrolla
y homologa su técnica de vaginoplastia. La biografía
novelada de Lili Elbe, Man into Woman, que se publicó en
1932 y en esa época se consideró un caso de
hermafroditismo, se reeditará en los Estados Unidos en
1953, luego del éxito mediático de la historia de
Jorgensen (Hoyer, 1953). Ese mismo año, muchas
novelas cercanas al género autobiográfico exploran el
proceso de “cambio de sexo”, que aparece como el único
argumento posible para situar y resolver la intriga en el
interior del propio cuerpo de los protagonistas. Aparece
así un nuevo género de biografía transexual novelada en
la tradición gótica de la mutación monstruosa (historias de
vampiros, etc.), donde el personaje principal, desdoblado,
dividido entre anatomía e imagen de sí, termina por
ofrecerse a la investigación científica. Todos esos relatos
comparten una misma retórica: el cambio de sexo aparece
en los mismos como la respuesta a una incongruencia
fisiológica o morfológica. La transexualidad es aquí
simplemente la solución médica a una condición
intersexual, y nunca una decisión (psicológica o política)
autónoma de transformación de sí y del cuerpo.
35
identidad de género opera como un script, una narración,
una ficción performativa en la que el cuerpo es al mismo
tiempo el argumento y el personaje principal. Agnès omite
de forma estratégica ciertas historias en el primer relato
que hace a Stoller y a Garfinkel. Por ejemplo, evita
mencionar las prácticas masturbatorias con el pene, así
como las prácticas de penetración anal con su amigo Bill.
Su narración, que adhiere a la construcción mediática de
la transexualidad en esa época, insiste, por el contrario,
en las figuras que ponen de relieve los puntos del
diagnóstico intersexual: su sensibilidad y su amor por la
naturaleza, un buen gusto innato en materia de
vestimenta femenina que la distingue de travestis y
transexuales, “la insensibilidad sexual” del pene...
36
de la voz, afirman abiertamente su posición de
translesbianas o transfeministas y hasta declaran que no
quieren pertenecer a ninguno de los dos sexos.
37
emprendo con Agnès no debe interpretarse como una
ruptura con el marco de análisis butleriano, sino como un
aporte a lo que la propia Butler llama, sin dar demasiados
detalles, una consideración escenográfica y topográfica de
la construcción del sexo (Butler, 2002). De ahora en más,
y siguiendo a Teresa de Lauretis, hablaré sobre todo de
las “tecnologías del género” como de un circuito complejo
de cuerpos, técnicas y signos que comprenden no sólo las
técnicas performativas, sino también técnicas
biotecnológicas, cinematográficas, cibernéticas, etc. (De
Lauretis, 1987).
38
cultura drag y del travestismo, como la crítica del original
mediante los procesos de producción del doble, de la copia
o de la imitación (Sontag, 1964), entonces puede decirse
que Agnès lleva el concepto del camp al límite para
volverlo obsoleto. Si en el camp la estética suplanta a la
moral y el teatro reemplaza a la vida, en el caso de Agnès
la técnica somática suplanta a la estética y la vida
reemplaza al teatro.
39
biológica estadounidense se traga de forma inconsciente
esas técnicas como si se tratara de complementos
“naturales” de su femineidad.
40
polisiloxano. La mutación de los cuerpos se lleva a cabo
en un plano global. A partir de 1953 la silicona pura se
convierte en líder de la producción de implantes
prostéticos. Poco después, la Dow Corning Corporation
introduce el primer tubo estandarizado de gel de silicona.
A pesar de que se comprueba su toxicidad, se lo seguirá
usando hasta principios de la década de 1990. Sin
embargo, la dimensión bio-drag o el camp somático no
derivan sólo de la utilización de materiales sintéticos para
la reconstrucción de una presunta normalidad corporal
natural. De hecho, una de las primeras técnicas de
reconstrucción mamaria surge a fines del siglo XIX,
cuando el doctor Vinzent Czerny decide recuperar la masa
de un lipoma en forma de protuberancia que una de sus
pacientes tenía en la espalda a los efectos de compensar
una mastectomía mediante un autransplante (Gilman,
1999: 249). Unos años después se desarrollan los
autotrasplantes de grasa corporal para liftings y
reconstrucciones.
41
doméstico de Agnès, sobre todo porque los métodos de
tratamiento que utiliza la madre luego de la
panhisterectomía son los mismos que aquellos a los que
recurre Gladys Bentley en la década de 1950 para anular
los efectos de la performance de la masculinidad.
Detenernos en Gladys Bentley nos permitirá reconsiderar
las dimensiones performativas de la incorporación
prostética de género.
42
La píldora es contemporánea de la aparición de la noción
de género. Gregory Pincus creó el primer anticonceptivo a
partir de la noretindrona, una forma sintética y asimilable
por vía oral de la molécula de progesterona activa. Se
probó primero en ocasión de una campaña de
investigación sobre las técnicas de asistencia para la
procreación en casos de esterilidad en familias blancas
católicas. Luego se probó en la isla de Puerto Rico como
método de control de la natalidad en la población local de
color, pero también en varios grupos de pacientes
mujeres del Worcester State Hospital y de hombres de la
cárcel estatal de Oregón entre 1956 y 1957, en in-
vestigaciones sobre el control de la libido y hasta para el
“tratamiento de la homosexualidad” (Tone, 2001: 220). La
píldora no es sólo un método de control de la
reproducción, sino también un método de producción y
purificación étnica, una técnica eugenésica de control de
la especie (Roberts, 1997).
43
pueden tomarse, digerirse, incorporarse, artefactos
biopolíticos que crean formaciones corporales y se
integran a los organismos políticos mayores, tales como
las instituciones político-legales y el estado-nación. Esos
artefactos biopolíticos segregan narraciones que pueden
citarse, recitarse y, sin duda, también citarse mal. Si
puede decirse que cada hormona, en tanto ficción política,
está sujeta a posibles fracasos performativos y, en
consecuencia, a incesantes procesos de citaciones
descontextualizadas, el cuerpo de Agnès nos recuerda que
esas invocaciones del género, esas interpelaciones
normativas, no son simples procesos discursivos. Esas
citaciones movilizan flujos, desencadenan procesos de
modificación celular de y crecimiento capilar, provocan
cambios de voz y hasta funcionan como verdaderos
generadores de efectos. El cuerpo de Agnès no es la
materia pasiva sobre la cual opera un conjunto de técnicas
biopolíticas de normalización del sexo, ni el efecto
performativo de una serie de discursos sobre la identidad.
El tecnocuerpo de Agnès, verdadero monstruo sexual
fascinante, self designed, es producto de la reapropiación
y del agenciamiento colectivo de las tecnologías de género
para producir nuevas formas de subjetivación.
Inspírense en Agnès.
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