CONCEPTOS IEEE Estrategia Geoestrategia Geopolitica

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DIRECCIÓN GENERAL DE

MINISTERIO RELACIONES INSTITUCIONALES

DE DEFENSA INSTITUTO ESPAÑOL DE


ESTUDIOS ESTRATEGICOS

DOCUMENTO DE ANÁLISIS DEL IEEE 08/2010

ESTRATEGIA, GEOESTRATEGIA, GEOPOLÍTICA

(AGOSTO 2010)

La Estrategia puede y debe consistir en el arte de operar correctamente. Es la elección


del modo correcto de operar en situaciones conflictivas. La Estrategia supone la
presencia de voluntades hostiles entre grupos (sociales o políticos) organizados para la
acción. Hay estrategia donde previamente hay una dialéctica de voluntades hostiles.

Solemos denominar guerra –en ocasiones también revolución o de manera muy


genérica, conflicto- a la dialéctica de voluntades hostiles entre grupos sociales
organizados que no encuentran en el riesgo evidente de una confrontación de grandes
dimensiones y de sangrienta solución, motivo suficiente para evitarla.

Lo primero que encontramos unido al concepto de estrategia es el denominado Arte


operacional. El Arte operacional supera en amplitud y en profundidad a dos ciencias
(habitual y originariamente) consideradas militares (o castrenses) la Táctica y la
Logística

Es Táctica, el arte (o la ciencia) habilitada para disponer, mover y emplear en un campo


abierto (o teatro de operaciones) las unidades (o los medios) de combate, teniendo en
cuenta misión (o finalidad), terreno (o espacio natural), enemigo (o rival) y la
proporción de medios disponibles para los dos bandos (o ejércitos).

Es Logística, la ciencia que posibilita la efectividad de los recursos, tanto en términos


de cantidad como de calidad. Se expresa en la obtención y en la distribución de medios
a las unidades.
Ahora bien, las nociones (muy próximas en el punto de partida) tanto del arte
operacional como de la estrategia operativa no nos deben hacer olvidar que táctica y
logística son deudoras de los medios para combatir allí donde la noción de estrategia
se refiere a los modos de operar.

La Estrategia es el arte de concebir planes de operaciones que habrán de ser


coherentes con la finalidad política que se pone en juego. Estos planes pueden ser
utilizados o seguidos tanto para la acción como para la disuasión. El arte del estratega
luce más cuando confía más en los resultados de una mera demostración de fuerza
que en el uso de la fuerza.

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De aquí que también sea estrategia el arte de conducir las unidades efectivamente
reunidas bajo una autoridad hacia el objetivo que se considera decisivo. Queremos
decir, hacia el objetivo cuya conquista produce una solución favorable de la situación
dada.

Podríamos entender al concepto de decisión de otras tres maneras. La decisión, como


propósito político del director de la guerra, abierta o declarada; la decisión, como
designio estratégico del conductor de las operaciones en curso y la decisión, como
resolución táctica de los mandos de las grandes unidades terrestres, navales o áreas en
presencia.

Pues bien, lo más característico de cada estrategia está en el designio que elige como
suyo el conductor de operaciones.

Estrategia es un vocablo de origen griego que sugiere una construcción por estratos,
una formación por capas superpuestas. Algo que se debería mover (sin verse
desordenado) en una concreta dirección. El estratega es el conductor de la operación
en curso. O mejor aún, el guía del curso de las operaciones.

La Estrategia, como ciencia largamente experimentada por los ejércitos y por las
marinas de guerra, es lo que determina el modo correcto de operar frente a los
propósitos hostiles de un adversario declarado.

La Estrategia, como arte que brota en la historia sólo en algunas personas bien
dotadas, es el resultado concreto de una dialéctica de voluntades hostiles entre los
grupos sociales organizados que no encuentran en el riesgo de una empresa motivo
suficiente para evitarla.

De la Estrategia se ocupan, en teoría, los notables tratadistas de la acción colectiva que


sucede en una atmósfera conflictiva o polémica. De hecho, también se ocupan de
estrategia los grandes capitanes situados al frente de las formaciones de combatientes
en tierra, mar o aire.

La Estrategia es el arte de concebir planes de operaciones coherentes con todas las


finalidades propias de una colectividad, -las políticas, las sociales, las económicas, las
judiciales etc… También convive con las confrontaciones electorales y con las
competiciones deportivas. El estratega concibe planes de operaciones para los
efectivos humanos que habrán de ser conducidos hacia los objetivos decisivos (o
quizás vitales) de una comunidad en riesgo o en peligro.

La racionalidad del estratega se mide por su acuerdo con las enseñanzas de unos
teóricos, los notables tratadistas, del fenómeno guerra (o de otros fenómenos
análogos a la guerra) y por su armonía con las tareas de los conductores de las
operaciones que hemos convenido en llamar los grandes capitanes.

El estratega no es el director de la guerra, función que corresponde al titular del poder


político. El estratega es el conductor de las operaciones, que ésta es la función que le
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define. El estratega no es el mando de las unidades en presencia, función que
corresponde al jefe táctico y logístico, que es quien sabe manejar mejor los medios. El
estratega es un mediador entre la Política y la Táctica.

En todo comportamiento colectivo hay fines, que conviene calificar de políticos,


modos, que conviene denominar estratégicos y medios, que conviene llamar de fuerza
(o militares). Los fines, se expresan en la forma de propósitos. Los modos, se expresan
en la forma de planes (queremos decir de razones para operar). Los medios, se
expresan en la forma de sentimientos que ayudan para luchar. El propósito político,
exige que se concrete esta doble secuencia: un designio estratégico y una resolución
táctico-logística. Es precisamente el carácter resolutivo, resuelto y decidido que ha de
tener el empleo de los medios lo que explica que estemos hablando de sentimientos
en este último o tercer nivel, el operativo, del arte de luchar o de guerrear.

El fin político, entendido como propósito de la voluntad, entra por el oído, es palabra.
Y es, si fuera discutido, debate. El modo estratégico, entendido como designio de la
razón, entra por los ojos, es visión. Y es, si fuera dibujado, un panorama. El medio
táctico, entendido como resolución, entra por el tacto de las manos, es contacto. Y es,
si fuera medido, esfuerzo: una comparación o un choque de fuerzas efectivamente
presentes en el teatro de operaciones.

La Estrategia llena una esfera de conocimientos que no coincide con el de la


Geopolítica ni aún convirtiéndose en Geoestrategia. Estrategia, Geopolítica y
Geoestrategia tienen en la historia de las ideas diferentes comportamientos. Hay una
evolución del pensamiento estratégico, una evolución del pensamiento geopolítico y
una evolución del pensamiento geoestratégico. Lo que ocurre es que, mientras la
Estrategia es ciencia muy antigua, formada ya en la Antigüedad Clásica, la Geopolítica
no se desglosa de ella hasta finales del siglo XIX y la Geoestratégica no lo hace hasta
comienzos del siglo XX.

Cabe, pues, seguir este proceso para su conocimiento riguroso.

1º.- Definiciones
2º.- Clasificaciones
3º.- Grandes maestros
4º.- Escuelas y Teorías

Una primera diferencia, que el estudioso de las realidades supranacionales, nacionales


e intranacionales tiene que establecer para no perderse en meras conjeturas, es la que
existe entre un notable tratadista y un gran capitán.

El tratadista escribe textos bien capitulados, lógicamente, concluyentes sobre los


problemas de la guerra y de la paz. El capitán general en jefe (comandante general de
las operaciones en curso o en proyecto) se hace cargo de las operaciones en curso
frente a lo que se le opone o resiste. Uno, es un hombre teórico de pensamiento.
Otro, es un práctico, un jefe de carácter, útil para la acción arriesgada.

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El balance histórico arroja dos listas diferentes. Quizás, en algún caso (Federico II,
Napoleón) una persona misma, que disfruta de un poder político, aspire a estar en las
dos relaciones. Pero no es ésta la cuestión que debe atender el estudioso. Dirigir la
guerra no es lo mismo que conducir operaciones.

1.- CONCEPTO DE ESTRATEGIA

Una vez deslindada la noción de Estrategia de la zona conceptual donde se encuentran


la táctica y la logística (militares) también conviene separarla del espacio por donde se
mueven los propósitos del poder (político) que es también el ámbito de la ética social.

La Estrategia recibe de la Política, directamente (y de la Ética, indirectamente) lo que


habría de considerarse norma de obligado cumplimiento por estar íntimamente
vinculado con el fin (la finalidad, el proyecto, el propósito de la acción de la acción. La
Estrategia opta entre varios modos de satisfacer fines. Estudia ventajas e
inconvenientes en términos dialécticos. Y aunque no los elige, sino que los propone en
determinado orden de preferencia, siempre queda claro que la Estrategia se limita a
responder precisamente de la racionalidad (o coherencia) del modo (militar) propuesto
para operar por el poder (político).

Por analogía, podrá hablarse en otros ámbitos de lucha (no precisamente de lucha
armada) de varios tipos de estrategia según en cada uno los predominan fines
políticos, sociales, económicos, judiciales, deportivos, comerciales, electorales o de
éxito personal. Pero en la línea creciente de complejidad que contiene el tríptico
“estrategia, geoestrategia y geopolítica” conviene reducir el panorama a la situación
relativa de dos poderes en presencia con pretensiones hegemónicas, sean éstos las
grandes potencias o las coaliciones nutricionales con potencias medias o menores.

La introducción del prefijo geo tanto en la idea de estrategia como en la idea de


política marca un proceso de modernización. Incluso de mundialismo, de ecumenismo,
de universalismo y de globalización, fenómenos tan característicos de la denominada
postmodernidad. Seguir esta evolución conceptual a lo largo del siglo XIX y de la
primera mitad del siglo XX es una tarea apasionante, si bien nos debe ser tan
apasionada que nos haga olvidar lo que ha venido siendo la noción misma de
estrategia en los tiempos modernos.

Cinco proposiciones nos permiten penetrar en el concepto clásico de estrategia


asumido por la modernidad en Occidente.

- El objeto de la estrategia es el decir de un quehacer.


- La forma de la estrategia consiste en la lógica de la acción ya propuesta o
emprendida.
- La materia de la estrategia se percibe como el arte de la distancia, mejor que como
el arte de resolver victoriosamente el contacto con el enemigo.

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- La estructura interna de la estrategia en proyecto se hace patente en la rigurosa
comparación con el plan de operaciones del adversario.
- El contenido profundo de la estrategia en curso se muestra (o se demuestra) en la
adecuada conducción de los ejércitos sobre el espacio (o zona de las operaciones)
hacia el objetivo final.

Seguir la evolución de las ideas estratégicas vigentes en cada periodo histórico puede
tener interés. Para una primera aproximación nos sirven los grandes capitanes de la
historia universal acreditados desde la antigüedad a la que llamamos clásica. Valen
también, los notables tratadistas que nos ofrecen las interpretaciones de las
convulsiones bélicas más seguidas de consecuencias para la humanidad. Finalmente,
son válidos los intérpretes del devenir de los tiempos que diseñan las cosmovisiones
nacidas en torno al uso intencionado de la violencia de las armas. Todos estos estudios
engendran erudición y aportan conocimientos.

De momento, es oportuno marcar un desplazamiento en la adjetivación del fenómeno


estratégico generado por la envergadura de los sucesos bélicos y de los
acontecimientos militares. Según este horizonte encontraremos (yendo desde lo
simple hasta lo complejo) estas ocho denominaciones:

1.- Arte operacional


2.- Estrategia operativa
3.- Estrategia conjunta
4.- Estrategia general
5.- Estrategia combinada
6.- Estrategia total
7.- Gran estrategia
8.- Estrategia global

Estas ocho denominaciones nos permiten situar en una sóla escala a la mayoría de los
estudios estratégicos actualmente a nuestra disposición. En el origen, predominó lo
militar (castrense, bélico o guerrero). En el desenlace, lo civil (político, internacional o
geográfico) tiene mayor incidencia.

1.- El arte operacional, tradicionalmente, se clasifica en terrestre, naval y aéreo. Es el


área predilecta del militar estudioso de carrera.

2.- La estrategia operativa se centra en el curso de operaciones de duración media


donde son imprescindibles las campañas, descritas, una a una, con vistas a las batallas
que luego se consideran decisivas.

3.- La estrategia conjunta subraya que están, presentes y coordinados, efectivos


militares de tierra, de mar y de aire cuando no unidades espaciales.

4.- La estrategia general incorpora ayudas y apoyos de la población civil aunque no


alcance la incorporación de fuerzas auxiliares o de tropas irregulares. Incorpora al
discurso consideraciones ideológicas, económicas, sociales, psicológicas, etc.
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5.- La estrategia combinada se lanza al amplio océano de las alianzas internacionales
entre Estados Soberanos, allí donde el reparto de cometidos adquiere una notable
complejidad.

6.- La estrategia total (o mejor totalizadora) se refiere a una indebida absorción de lo


político por el fenómeno de la hostilidad de todas las energías del hombre. Su
precedente es la nación en armas (la movilización general del país para la guerra.
Insinúa el concepto de guerra revolucionaria (o subversiva) desde la realidad de una
guerra total (o absoluta).

7.- La estrategia global culmina la transformación en una estrategia clásica de


geoestrategia. Previamente, los tratadistas optaron por el término Gran Estrategia
para referirse a ella.

8.- Las ideas estratégicas vigentes en cada época (o en cada periodo histórico) en cada
territorio (poblado y políticamente organizado y en cada coyuntura particular de una
comunidad de hombres libres, han ido siendo sustituidas y relevadas por otras
nuevas. Hoy estamos frente a una Estrategia global.

Hay, pues, en la historia contemporánea muchos casos de relativa estabilidad en una


postura y algunos casos de crisis acelerada. Lo más interesante aparece en los cambios
de época habidos por razones de cultura. Lo que entraña también la presencia de
invenciones técnicas.

Una coyuntura de cambio muy rica de enseñanzas estratégicas fue el Siglo de Pericles
en Grecia. Otra, la gran etapa de las guerras de César contra Pompeyo. Una bastante
significativa el otoño de la Edad Media y el Renacimiento. Otra más decisiva, la caída
de la Casa de Habsburgo padecida ante el Siglo de las Luces. Más aún, las campañas de
Napoleón. Y la Europa entre las dos Grandes Guerras del siglo XX. Lo que sea propio de
la llamada postmodernidad queda por ver. De momento hay en ciernes un predominio
de las estrategias verdaderamente indirectas como las que utilizan las técnicas del
terrorismo supracional o transnacional en su beneficio. Estamos ya en un nuevo
horizonte que es el de la globalidad.

2.- NIVELES Y MODELOS ESTRATÉGICOS

La elección del modo correcto de operar puede hacerse desde distintos niveles de
autoridad. Bien desde el más alto; bien desde uno de los intermedios o bien, desde
aquel que sea capaz de tomar decisiones que sólo obliguen a un conjunto de unidades,
aún siendo éste muy reducido.
Cuando se elige actuar en fuerza desde el poder del Estado a lo que resulta se ha
solido denominar Plan de Guerra. Al Plan de Guerra le sigue un Plan de Campaña y
consiguientemente, unos Planes de Operaciones. Las coaliciones y las alianzas (más o
menos estables) también acaban disponiendo de planes de guerra, de campaña o de
operaciones cuando ya tienen definido a su enemigo (potencial o real).
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El concepto de <<gran estrategia>> ha sido utilizado para expresar este alto nivel
político de decisiones en la historia bélica de las grandes potencias occidentales, al
menos en estas cuatro situaciones, sobrevenidas una vez estuvo cerrada la experiencia
del Imperio de Napoleón Bonaparte.

- la Guerra de Secesión norteamericana (1863)


- la Guerra franco-prusiana (1870)
- la Gran Guerra europea (1914)
- la Segunda Guerra Mundial (1939)

La espectacularidad de estos cuatro acontecimientos no oculta la co-existencia de


otros episodios bélicos que nos parecen de menor transcendencia, tales como todos
los ocurridos en los Balcanes y en la dura resistencia a los empeños colonizadores de
Asia y de África de finales del XIX por los grandes Estados de Europa con mentalidad
geoestratégica.

El pensamiento estratégico occidental se ha detenido en las situaciones donde mejor


se revela una evolución modernizadora. Ha intentado desentrañar si el cambio se
produce en la tecnología propiamente dicha, en las ideas políticas o en las doctrinas
socioeconómicas. Pero, en líneas generales, ha destacado el talento de los directores
de aquellas guerras y el carácter de sus más afortunados conductores de operaciones.

Cabe concluir que se fueron dando hasta tres niveles de observación del fenómeno de
las grandes guerras habidas entre los siglos XIX y XX, el político, el estratégico y el
táctico-logístico.

El nivel adecuado para la observación de una Gran Estrategia resulta ser el nivel
político. Depende de la voluntad de los grandes Estados por enderezar hacia su victoria
todas las energías disponibles. Hablamos entonces de que la estrategia sea total,
grande o global. El analista deberá conectar al dirigente de la primera de las potencias
aliadas con los generales y los almirantes en quienes se deposite el mando. De su
relación se desprenderán unas decisiones concretas para neutralizar (o destruir con el
mínimo daño propio) al potencial militar del enemigo.

Se hablará entonces del acuerdo (o de las tensiones) del Presidente Lincolm con los
generales Grant o Sherman, del Canciller Bismarck con el general Moltke, del Kaiser
Guillermo con Himdemburg o Lüdendorf, del Gobierno de S.M. Británica con el general
francés Foch, del Führer con Manstein, Halder o Rommel, de Churchill con
Montgomery, de Stalin con Zukof con de Roosevelt y Truman con Eisenhower y Mac
Arthur.

Pueden reconsiderarse, por debajo de estos poderes supremos, lo que va ocurriendo


en escenarios estratégicos más concretos y de menor duración. Por ejemplo la historia
de Roosevelt en sus relaciones con Eisenhower y Mac Arthur antes de que le sucediera
en la Presidencia de los Estados Unidos, Truman y hubiera guerra en Corea.

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La historia militar, naval y aérea suele detenerse en un segundo nivel de observación
donde importan mucho las maniobras, los movimientos, las confrontaciones en fuerza,
los esfuerzos bélicos etc…

Es el nivel puramente estratégico donde queda dado el menor peso de las


concepciones políticas. Las derrotas y los triunfos de los primeros periodos de
operaciones de las dos guerras mundiales están en este nivel. Lo que se subraya es la
capacidad operativa, la sorpresa táctica o la calidad técnica en el empleo de la fuerza,
el grado de iniciativa de los mandos superiores y las dotes de organización de los
Estados Mayores.

Todavía es posible elegir como suficiente para el análisis un nivel más bajo de
contemplación válido para las acciones de las unidades combatientes. Es el nivel
preferido desde el punto de vista militar. Aquí se nos dará la impresión de que las
resoluciones de los mandos son autónomas y de que los resultados se derivan de la
moral de combate quienes ejecutan las órdenes. No interesa demasiado la valoración
de las intenciones de los gobernantes ni la lucidez de los planes en curso. Gana el
mejor a partir del choque desencadenado por la dinámica de las acciones
sobrevenidas.

Este es el nivel, todavía estratégico, pero de inspiración táctica. Más que la


información a distancia o estratégica (general o conjunta) importa la información de
contacto. Las resoluciones tácticas, alimentadas desde una logística de campaña,
garantizan avances sobre el terreno o provocan las capitulaciones de quienes queden
embolsados. Del arte operacional y de la estrategia operativa es de donde deberán
sacar fruto. El gran estratega y el dirigente político (que están detrás de los mandos
militares) se ponen a la espera del signo favorable de las confrontaciones realmente
producidas en la zona de combate.

Es lo que encontramos como doctrinarismo en los tratados de Jomini y de Clausewitz.


Hablan de pequeñas guerras, de incursiones, de infiltraciones, y del valor militar de
pasos o de desfiladeros entre las montañas. Pero lo decisivo es la batalla, la batalla
decisiva. Las teorías de la época del generalísimo Ferdinand Foch (1917-1918) estaban
elaboradas con base en los oportunos movimientos del núcleo de la masa principal de
maniobra de los aliados frente a los Imperios Centrales. Cien años separan a Jomini de
Foch, pero ambos poseen idéntica estructura mental.

Ahora bien, treinta años más tarde del Tratado de Versalles, los tratadistas de la
Segunda Guerra Mundial se verán forzados a incluir en sus reflexiones el modo de
razonar de los líderes civiles en guerra (Hitler, Stalin, Churchill, Mussolini, Roosevelt
etc…). Lo que se pretende dilucidar y aclarar ahora es la dirección de la guerra, por
encima de la conducción de las operaciones, dejando muy en segundo plano al mando
de las unidades en presencia, que sigue a cargo de generales y almirantes presentes en
la zona de operaciones.

Con todo, siempre será posible revivir trances que nos devuelvan a lo que en 1918 se
creía rebasado por el transcurso del tiempo. El retorno a un relativo primitivismo, sea
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para emprender una lucha a muerte o para soportar una guerra irregular sin simetrías
operativas, ha sido posible en pleno siglo XX tanto en las guerras europeas de
liberación, como en los procesos afroasiáticos de descolonización, sin excluir a las
inestabilidades internas de los Estados embrionarios o fallidos de finales del segundo
milenio de la era cristiana.

Todas estas consideraciones han provocado en los analistas afirmaciones divergentes


sobre la naturaleza actual de los problemas estratégicos. Se ha ido más allá de la
demasiado sencilla clasificación en sólo tres niveles de contemplación, -el nivel
político, el nivel propiamente estratégicamente y el nivel táctico. Y se ha creado una
atmósfera de confusión en torno a las nuevas amenazas y a los nuevos riesgos que
convendría fueran superados. He aquí un posible recorrido del proceso de reflexiones
sobre los contenidos estratégicos:

1.- El tratadista militar francés Bonal se conformaba con separar a la Estrategia, (como
arte de concebir operaciones) de la Táctica (como arte de ejecutar combates).

2.- El tratadista militar prusiano aceptaba que la batalla decisiva fuera el centro de
gravedad de la estrategia donde había que ganar las guerras. La táctica en sí misma
carecía de valor si no era referida a la estrategia por sus grandes resultados y ésta si no
era referida a lo político.

3.- El tratadista militar británico Liddell Hart subrayará mucho más la presencia
determinante de la finalidad política en la elección del modo indirecto de operar que
lo exigible en la acción directa clásica o tradicional de Bonaparte.

4.- El tratadista francés André Beaufre, después de 1945, limitará más aún la estrategia
operativa al arte de ejecutiva los designios políticos. Y abrirá su reflexión, todavía
propia de un militar de los años centrales del siglo XX, al concepto de disuasión

Y así la atención de otros muchos tratadistas, civiles y militares, pondrán la atención en


el concepto de disuasión durante los largos decenios que hemos llamados de la Guerra
Fría. El concepto de la mejor estrategia no es vencer al enemigo, sino disuadirle de la
lucha armada.

No obstante, si detenemos el reloj en la fase inicial de la Guerra Fría, tanto en el


trazado del telón de acero en un mundo bipolar como en la pretensión de un nuevo
Orden mundial (que se acerque a la sociedad sin guerras, y a la sociedad del bienestar)
entonces, el estado de la cuestión quedaba aceptablemente expresado con el estudio
pormenorizado de los modelos estratégicos más cargados de prestigio en aquel
preciso momento.

Y es que la palabra estratégico nos define, -como enseñaba el general francés Ailleret
al iniciarse la guerra fría -“un nivel desde el que examinar o tratar las cuestiones
relativas a la guerra, ya sean las referidas a su dirección, o su preparación. O a la
utilización con fines políticos de las situaciones que de ella resultan. O a la disuasión
que su amenaza puede originar entre los posibles adversarios”.
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Muy cerca de Ailleret, el también general francés Beaufre había insistidos en dos
observaciones. Una muy elemental, “Estrategia, arte de la dialéctica de voluntades, es
también arte de emplear la fuerza para alcanzar los fines de la política. Otra muy
gráfica. “Hay una pirámide de estrategias distintas e independientes”. Es la idea que
pluraliza los modelos estratégicos por encima de lo que era habitual en el año 1939.

Para valorar a los conductores de grandes operaciones a lo largo de la historia


universal, en todas las culturas y civilizaciones, antiguas o modernas, se tomaban en
cuenta las preferencias del poder constituido (o de los mandos militares) respecto a
varios modelos estratégicos. Pero actualmente la variedad de modelos es mayor que
nunca lo había sido.

La mejor distinción radica en saber si el modelo elegido lo es para la acción o para la


disuasión. La acción incluye uso de la fuerza armada. La disuasión prefiere la mera
presencia de la fuerza.

Una vez marcada esta diferencia, que tiene mucho que ver con la efectiva ruptura de
las hostilidades (para la estrategia de la acción) y con el mantenimiento de un cierto
orden de seguridad (en la estrategia de la disuasión) habrá que entrar en otras dos
distinciones: una basada en fines y otra en medios. Queremos decir, bien en la
naturaleza de cada finalidad o bien en las cualidades de los medios militares que se
ponen a prueba.

Por los fines, un modelo estratégico puede ser o hegemónico (lo que sugiere una
conquista) o autonómico (lo que sugiere una resistencia). Al primero, le corresponde
una actitud ofensiva. Al segundo, una actitud defensiva. Cabe, durante un tiempo, que
se disimule la actitud predominante. Pero finalmente la verdadera finalidad se hace
clara al estudiar las operaciones en curso.

Por los medios, un modelo estratégico puede estar marcado por la posibilidad de
servirse de lo técnicamente especializado o por la posibilidad de recurrir a la ley del
número (a la movilización general del país para la guerra). En definitiva, por la
búsqueda de calidad o por el recurso al número (cantidad).

La historia universal, si se analiza con especial atención en los tiempos modernos y


contemporáneos, distingue en sus reflexiones sobre las estrategias realmente
aplicadas, hasta estos ocho tipos (o modelos) de estrategias posibles:

1.- La acción directa.


2.- La aproximación indirecta.
3.- La agresión indirecta.
4.- La lucha prolongada.
5.- La presión directa.
6.- La insurrección armada.
7.- La disuasión convencional.
8.- La disuasión nuclear.
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Los historiadores militares, en particular, asignan, unos precisos nombres propios a
estos ocho modelos, cuando encuentran un dirigente político que coseche con uno de
ellos (aunque sea sólo durante un periodo limitado de tiempo) éxitos o avances
espectaculares. En todos los casos, podrían aportarnos antecedentes más históricos
lejanos. Pero ahora prefieren razonar sobre las situaciones recientes cuando tratan de
estrategia, de geoestrategia o de geopolítica. Es decir, cuando se comportan como
tratadistas militares o civiles.

Las ocho posturas reconsideradas son modelos estratégicos contemporáneos de


inspiración política. Son modelos de alto nivel y se cargan algún contenido de alma
totalitaria. La totalidad, la grandeza y la globalidad de los ocho modelos no está
igualmente lograda; pero todos quieren ser tomados como modelos definitivos (o
como preferentes) para resolver la actualidad sobrevenida como grave conflictividad.

1.- El modelo de la acción directa está señalado por la figura de Napoleón Bonaparte,
sobre todo a partir de la concentración de poderes en su persona en el quicio del 1800.

Corresponde a una situación en la que la parte que inicia las hostilidades –el Imperio
de Francia- se sabe fuerte y poderosa; reclama como vital para ella un objetivo
territorial, al que se dirige con potentes medios militares para ocuparlo.

No reconoce limitación alguna para su despliegue. Normalmente invade con su actitud


ofensiva aquel territorio y al busca librar una batalla decisiva en el centro de gravedad
de las operaciones. Si gana pronto, impone, al instante, las condiciones nuevas de paz.

Entre los tratadistas Jomini y Clausewitz dejarán descrito lo esencial del modelo que es
el ha gozado del prestigio máximo en las Escuelas de Guerra del ámbito occidental
entre 1815 (Waterloo) y 1944 (Normandía).

2.- El modelo de la aproximación indirecta lo tenemos asimilado al modo británico de


combatir en tierra. En realidad, es una réplica inteligente y metódica a la estrategia de
la acción directa. Para poner un buen ejemplo se elige a Lord Wellington en la Guerra
Peninsular pero podría hacerse con otros conductores anglosajones de operaciones,
destacados en las dos Guerras Mundiales hasta llegar a Motgomery, por ejemplo.

La denominación procede de Basil Liddell Hart. Corresponde a una situación en la que


el actor principal que adopta el modelo, actúa pendiente de ir alcanzando mayores
capacidades. De momento tiene intereses útiles y elude chocar con los intereses
vitales del enemigo. Finalmente, -sólo finalmente- concentra sus efectivos en una
batalla decisiva.

La fuerza ajustada a este modelo es originariamente expedicionaria y tiene la base de


operaciones en territorios naturalmente seguros, - en un archipiélago, en una
península, o detrás unas barreras montañosas. No tiene prisa por ganar, pero sabe
cómo no perder inmediatamente sus efectivos de victoria.

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3.- El modelo de la agresión indirecta es una variable del anterior. Corresponde a una
situación sin declaración formal del estado de guerra, en la que juega como muy
influyente la amenaza de intervención de un tercero muy poderoso que desequilibrará
a las partes en conflicto con su mera presencia cerca del escenario actitud vigilante.

Los contendientes iniciales no son Estados consolidados. Son poderes tradicionales


muy débiles, con enemigos internos. La disputa lo es por intereses útiles y se carece
de prisa para ganar. Bastará con invertir las simpatías y formalizar nuevas alianzas a lo
largo de un proceso para que se vislumbre un vencedor.

Se aprovecha de entrada de una tolerancia internacional para el empleo de pequeños


efectivos con fines de efectivos de instrucción, de asesoramiento y de apoyo. Nadie
desarrolló tanto el modelo como Lawrence de Arabia en el periodo entre dos guerras
ya en el siglo XX y en el área del mundo islámico. El enemigo a batir era el Sultanato de
Turquía, como posible aliado de los Imperios Centrales en una segunda confrontación
europea a muerte.

En realidad, hay latente, para este modelo de estrategia en el actor principal, una
ideología neocolonialista, -en ocasiones expresadas con suma discreción. Y hay
patente en el otro actor un presunto tipo de enemigo de la modernidad del Estado. El
modelo, quiere arrebatar a este adversario potencial su área de influencia.

4.- El modelo de la lucha prolongada se deriva de algún modo del concepto mixto de
guerra irregular, de guerra de movimientos y de guerra de guerrillas. Tiene grandes
antecedentes europeos en la Península Ibérica (Independencia, Guerras civiles del XIX
etc…), en el Tirol y en los Balcanes etc… También entre los rusos blancos levantados
contra Lenin en 1917 se apeló al modelo de la mayor duración de una manera
insuficiente para que alcanzara éxito.

Corresponde a una situación relativa de fuerzas en la que una de las partes


(inicialmente muy débil o políticamente muy debilitada por una quiebra del poder
establecido) busca azarosamente la supervivencia de su objetivo vital con medios
escasos y sin armamento especializado.

No reconocen al actor que activa este modelo apenas limitaciones al empleo de la


sorpresa y de la violencia súbita. Precisa a un ambiente popular, urbano o rural de
apoyo hasta límites insospechados por el ejército enemigo al que llaman de
ocupación. Fue así la larga marcha de Mao Tse Tung, la que extendió por el mundo
entero el aprecio a este modo de combatir. Se plantea algunas veces como lucha de
liberación nacional y otras, como proyecto revolucionario de la estructura social.
Piénsese en 1934 y quizás en 1949 en Corea del Norte como fechas críticas.

5.- El modelo de la presión directa tiene otras connotaciones también muy peculiares
por cargadas de hecho de ideologías que suelen ser ultranacionalistas Corresponde a
una situación nueva en los años veinte del siglo XX, en la que un poder político recién
constituido asume grandes reivindicaciones territoriales. Se intenta legitimar en la
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obligada de grupos étnicos afines que viven en el territorio del adversario con fuertes
sentimientos de ser (o de estar siendo) las víctimas de una injusticia con dimensiones
históricas.

No utiliza la declaración formal del estado de guerra, sino el manifiesto y el ultimátum.


La fuerza armada presente (infiltrada o invasora de territorios vecinos) toma aspectos
de ser la policía de un régimen exaltado en expansión que acude a liberar al grupo
étnico que en su teoría es el único sector esclavizado,

La realidad inquietante de este modelo la fue revelando en los años treinta el Führer
alemán Adolfo Hitler. No es exactamente el mismo modelo de sus planes de guerra
dirigidos por él hacia Occidente y hacia Oriente, del año 1939. Es el modelo nacional-
socialista del que precede al estallido de la Segunda Guerra Mundial con la operación
Anchlus para la anexión de Viena.

Los objetivos donde operar se exigen uno tras otro. En los textos de estrategia de
postguerra se les llaman hojas de alcachofa o rodajas de <<salami>> o salchichón. Es la
estrategia que sirvió para que recuperara aquella Alemania, la Renaria; para hacerse
con el territorio de Austria y reclamarle a Polonia el pasillo de Dantzing etc…. En teoría,
se describe en algunos textos clásicos de Tucídides y de Maquiavelo. De hecho, lo
utilizó Federico el Grande para anexionarse Silesia en el siglo XVIII (en los años
centrales).

6.- El modelo de la insurrección armada corresponde a una situación conflictiva y


recíproca entre dos poderes de carácter interno o social, uno público y otro
clandestino. Es una lucha de clases-. No apela al principio de las nacionalidades, ni a
las coaliciones de naciones amigas (permanentes o circunstanciales) contra un
enemigo común. Apela a la conciencia proletaria de ser o de estar el actor siendo (un
actor principal en ciernes) la clase esclavizada o servil de una sociedad estamental que
debería desaparecer.

El modelo de la insurrección armada –también llamado de la subversión social- no


puede improvisarse. Viene de una cauta inteligencia sobre la situación que es la
propia del partido clandestino. Este tiene un plan que se delatará sólo si se dan
condiciones objetivas favorables para llegar a la protesta generalizada. Exige que
llegue su hora, -una coyuntura revolucionaria.

Es un planteamiento radicalmente asimétrico. El poder establecido se sabe limitado y


se siente responsable que de las víctimas que se le produzcan en graves disturbios. El
poder oculto se presenta como titular único de un espontáneo afán de justicia. Y lo
hace, frente al abuso de los que gobiernan desde siempre; sólo opera si se ha logrado
ya hacer insoportable la situación para mucha gente.

El modelo estaba trazado por Lenin (y perfeccionado por Trosky) antes de la Gran
Guerra; pero su eficacia llegó después del triunfo de Lenin y de su llegada al Kremlin.
Lo más palpable del trance es la creciente dificultad de empleo por parte del Estado
envejecido de las fuerzas armadas regulares, ya que carecen del enemigo antiguo, (el
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exterior a los ideales e intereses patrios) que el antiguo régimen pretendía considerar
suyos. Los procesos de descolonización del Tercer Mundo vienen optando por este
modelo desde 1945. Aunque cuando derriban del poder a una oligarquía local o
nacional, lo hace con una ideología supranacional.

7.- El modelo de disuasión convencional es la deriva lógica de una política anterior de


mera defensa nacional de costas y de fronteras. Corresponde a una situación en la que
la decisión de obtener ventajas para el bienestar propio, sin apertura de hostilidades
(mediante una neutralidad armada) se quiere lograr (mediante la demostración de
fuerza) siempre y sólo respecto a unos intereses útiles. No se habla de objetivos
vitales; sólo de obtener ventajas en el bienestar para la propia comunidad política.

Hay en la historia contemporánea una variable suiza (de pura contención de los
adversarios en sus fronteras) y una variable francesa (o británica), compatible con la
ampliación de sus viejos protectorados. Sirve también para enfrentarse con la
resistencia sobrevenida contra una administración metropolitana en un espacio ya
colonizado. Los generales franceses Bugeaud, Gallieni y Lyantey (en línea con el
británico Kitchener) realizaron (en territorios administrados por las grandes potencias)
análogas demostraciones de fuerza contra la población aborigen, disuadiéndola de su
alzamiento en armas.

El Ejército, la Marina y la Aviación pasan del apoyo al ejercicio de una administración


colonial (o de protectorado) a la expedición de castigo (o punitiva) haciéndola con
fuerzas indígenas regularizadas para este fin puestas a sus órdenes.

El modo estratégico de operar de estas expediciones de castigo hizo crisis después del
año 1945 al ser rechazado por los Estados Unidos –crisis del canal de Suez. Pero
también hizo crisis entre los miembros de la Alianza Atlántica al ofrecérsele una
alternativa, desde el concepto de armas de destrucción masiva (Guerra Fría), -crisis de
los misiles con base en Cuba.

8.- El modelo de la disuasión nuclear corresponde a una situación bipolar, que quizás
podría ser prolongada en la forma de Guerra Fría, en la que las dos partes del conflicto
(poderosas en sus dos actores principales) se prohíben avances y gestos a favor de la
ampliación de sus zonas de influencia en la superficie de toda la tierra. Lo hacen
mediante la evidente amenaza de empleo de sus armas de destrucción masiva.
Corresponde a la denominada política de bloques sólo en relativo equilibrio.

El posterior mantenimiento del discurso de la mutua disuasión se hace vital. Hay,


primero, una disuasión mínima, con Charles De Gaulle; luego, una disuasión tipo
represalia masiva con los presidentes Harry Truman y Eisenhower; y más tarde una
disuasión tipo respuesta flexible con John F. Kennedy que toleran finalmente una
reducción de fuerzas convencionales y un control del armamento nuclear por parte de
las Naciones Unidas.

Habrá en la esfera del razonamiento estratégico grandes maestros de la estrategia


nuclear (británicos, norteamericanos y franceses además de los rusos soviéticos). Y
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habrá más tarde grandes nombres (civiles y militares) implicados en el mismo
razonamiento disuasivo (como Raymond Aron, Henry Kissinger y Lawrence
Freedman).

Lo que tiene de espectacular el último planteamiento de la Gran Estrategia es que nos


ha metido de lleno en la Geoestrategia pasando previamente por la Geopolítica.
Porque la inicial fama de los geopolíticos, precede a la posterior fama de los
geoestrategas en un cuarto de siglo nada más.

Los textos que a continuación se citan por orden alfabético de autor están centrados
en el concepto de estrategia tal como ha venido siendo entendido en el periodo que va
desde las campañas napoleónicas a la apertura de la Guerra Fría, es decir, durante un
siglo y medio de duración.

ALONSO BAQUER, Miguel.- ¿En qué consiste la estrategia? Publicaciones del Ministerio
de Defensa. Madrid (1999).
ARANDA MATA, Antonio.- El arte militar. Edersa. Madrid (1973).
BEAUFRE, André.- Disuasión y Estrategia. Editorial Pleamar. Editorial Rioplatense.
Buenos Aires (1980).
BORDEJE MORENCOS, Fernando de.- Diccionario militar, estratégico y político Guía
para el lector. Editorial San Martín. Madrid (1981).
CASTEX, Almirante.- Teorías estratégicas. Escuela de Guerra Naval. Madrid (1965).
COLLINS, John.- La gran estrategia. Príncipes y prácticas. Circulo Militar. Buenos Aires
(1975).
JOMINI, Henri.- Compendio del arte de la guerra.-
LACOSTE, Pierre.- Estrategias navales del presente. Ediciones Ejército. Madrid (1987).
MEAD, Early E.- Los creadores de la estrategia moderna
LAWRENCE, Thomas.- Los siete pilares de la sabiduría.
LIDDELL HART, Basil.- La estrategia de la aproximación indirecta. Iberia. Joaquín Gil
Ediciones. Barcelona (1946).
POLRIER, Lucien.- Las voces de la estrategia. Servicio de Publicaciones Ejército. Madrid
(1987).
ROSO LLUICH, Vicente.- Elementos del Arte de la Guerra. Ministerio de Defensa (1996).

3.- CONCEPTO DE GEOESTRATEGIA

La utilización del concepto de Geoestrategia en las reflexiones militares es algo que


revela un alto grado de modernidad en los modos de pensar. Pone en contacto unas
escuelas de pensamiento (sobre el espacio) con unas teorías estratégicas (sobre el
poder). Las escuelas especiales de pensamiento toman posturas sobre la necesidad del
dominio del territorio. Según las teorías en auge, hay (primero) una política exterior de
inspiración geográfica y (segundo) una estrategia de concepción militar a su servicio.

Lo más moderno será el urgente estudio de la impronta del Estado en la ordenación


del territorio. Habrá, entonces, un conocimiento riguroso de lo que permanece y dura
bajo una soberanía concreta, -sea una ciudad-estado; sea un reino; sea un imperio o
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un estado nacional- cuya marca está en el trazado de las fronteras terrestres y del
espacio aéreo y de los límites de las aguas territoriales en términos cartográficos.

Para este nuevo tipo de geógrafos, -una versión modificada de los geopolíticos- las
potencialidades relativas de cada Estado y de cada coalición de Estados son físicas,
humanas y económicas. Y el cambio político viene de unos datos demográficos (o
simplemente económicos) que actúan como indicios del inminente relevo en el
liderazgo mundial. Este, como el vuelo de las águilas imperiales, se posa en unas zonas
o en otras según el signo de los tiempos.

Cada Geopolítica cuenta con una Geoestrategia para precisar la elección de los puntos
de aplicación de la fuerza. (Y también lo hace para desvelar donde está la clave del
poder). Quizás –se insinúa- en que éste sea o deba ser más continental, marítimo o
aéreo: el poder entendido como el más esencial, aquí y ahora.

La Geopolítica, ya desde el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, anunciaba una


globalización, un nuevo orden mundial. No sólo proponía unas órdenes regionales en
equilibrio. Esto era lo que era lo que primero se debería hacer con urgencia. Mucho
menos aún, había que permitir una proliferación de proliferación de abundantes y
sendas autonomías políticas en unas tierras que quedarían sacralizadas por una
interpretación de carácter tribal, ácrata o anarquista hostil todas a la idea misma de
orden (mundial o global). Y también contrarias al ordenamiento estatal por grandes
regiones. Es el caso del Reino, del Estado y de la Conferencia yugoeslava.
El concepto previo a la cosmovisión, a la mundialización, y al universalismo, -tres
modos diferentes de una misma ilusión de origen naturalista, fue la idea de Espacio
vital. Tanto el Estado Nacional como el Imperio Supranacional tienen sus propias
geopolíticas porque tienen decidido cual es su Espacio vital.

No fue únicamente una postura que se puso de moda en las relaciones


internacionales, ni fue el añadido de una política exterior a la política interior que le
daba cobertura. La doctrina del espacio vital, -un determinismo geográfico- anunciaba
un mundo feliz. Fue un neto mesianismo, que alguien supo atribuir a una raza
privilegiada sobre los restantes pueblos o etnias: a la raza blanca de los arios
indoeuropeos.

En la realidad académica de las Universidades de los años 1930, la Geopolítica


funcionó por escuelas nacionales. Y también funcionaron algunas escuelas más,
concebidas para que ninguna otra geopolítica se impusiera. La parálisis de los imperios
–o mejor de los imperialismos- fue el primer objetivo de la movilización técnica que se
generó en los ejércitos nacionales. Ahora se elige como blanco a la globalización (tanto
de los intereses como de los ideales) admitidos sólo si eran éstos los propios de de la
Sociedad de Naciones, no de una potencia hegemónica en concreto. Se exige
multilateralidad (mejor consensuada) donde hubo unilateralidad (impuesta por una
potencia).

“La política de un Estado está en su Geografía” –decía Napoleón- para de este modo
legitimar el expansionismo de su Imperio. El dominio de más y más territorios era,
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desde años antes, una idea nueva en la Europa del siglo XVIII. El territorio se había
convertido en la figura central de las conductas y de los discursos del poder en los
Gobiernos de Federico de Prusia, de Luis XV y de Catalina de Rusia. En España reinaba
Carlos III.

Tres nuevas ciencias irán adueñándose de determinadas mentes, -la Geografía Política,
la Geopolítica y la Geoestrategia (por este orden cronológico). Expresiones tales como
Liga pangermanista del grupo wagneriano de Bayreuth (en la época de Bismarck) como
la Alianza alemana de Friedrich Lange y como las Ligas navales o Sociedades escolares
alemanas del general Keim, anunciaban que se estaba pasando desde una clásica
filosofía de la Naturaleza a una moderna geopolítica del Espacio vital.

La axiomática de la expansión territorial en el geógrafo Ratzel se construyó sobre el


concepto de Geopolítica Política. Va desde un libro de 1869, Ser y devenir del mundo
orgánico a otro de 1908, Imágenes de la guerra con Francia para concluir que “el saber
geográfico y estratégico es una fuerza política”.

Todas las geopolíticas posteriores a Ratzel postulan un centro y una periferia. Lo que
comprenden son: un territorio, primero Natural, el que está en la naturaleza de las
cosas; luego un territorio Prometido, el que debería quedar abrazado por la soberanía
del Estado que crece, y tercero un territorio Vital, el que tendrá que ser conquistado a
viva fuerza por este Imperio emergente, dócil a lo geográfico. La Geografía –nos dicen-
manda.

Los Atlas –la Cartografía premonitoria-; las Universidades -las Cátedras de geopolítica;
los Estados Mayores – las Escuelas de guerra; los Partidos colonistas, las Ligas y las
Sociedades de comercio etc… andan detrás de la nueva Ciencia de la sangre y del
suelo. Se ha terminado el culto a la estática de la Geografía física y ha estallado la
dinámica de las Geografías humana y económica.

La concepción de una o de varias geoestrategias en recíproco conflicto resultó


encubierta por la grandiosidad cosmográfica de las correspondientes geopolíticas. La
Geopolítica de los profesores se hace Geoestrategia de los Estados Mayores. Y lo más
fácil de detectar en los debates será el tríptico <<poder continental, poder oceánico,
poder aéreo>>. Los tres grandes geoestrategas serán: a) Mac Kinder, para los ejércitos
terrestres (luego Karl Haushofer), b) Alfred Mahan (luego Celerier), para las armadas
navales y c) Julius Douhet, para las formaciones aeronáuticas (luego Pierre Gallos).

Llegó primero la geografía de Ratzel una antropogeografía que desembocaba en una


geografía política, para engendrar una sociogeografía y una verdadera geopolítica.
Pero quien propone una geopolítica, desarrolla también una geoestrategia y tratará de
demostrar la existencia de fuerzas históricas y geográficas que determinan el curso de
la Historia. Fue determinismo llamado geográfico del siglo XX. La Geopolítica se hace
una ciencia que estudia las fases de nacimiento, desarrollo, plenitud y muerte de los
Estados como grupos sociales –pueblos- asentados en un determinado territorio e
influidos por las condiciones del suelo.

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Ya su maestro Karl Ritter (1779-1859) preveía, hacia el año 1848, la próxima llegada al
poder de hombres de gran inteligencia capaces de prever y dirigir el desarrollo futuro
de cada nación política. El ruso Metchnikoff subrayó en pleno siglo XIX, la relación
íntima entre grandes cuencas fluviales y las civilizaciones. Los ingleses Mac-Kinder y
Hereford George, entre 1890 y 1901, mostraron a los norteamericanos la relación
entre historia y geografía. Precisamente lo hicieron en las Grandes Universidades del
Nuevo Mundo.

Pero fue el sueco Rudolf Kjellen (1914) quien en sus numerosas obras sobre las
grandes potencias y en El Estado como forma de vida dio el paso decisivo y llamó a su
ciencia Geopolítica, aunque sin echar de menos todavía a la Geoestrategia también
como ciencia del Estado todavía más eficiente.

La Geografía, dirá Juan Vilá Valentí en La Península Ibérica (Barcelona, 1968) “es una
ciencia de realidades vivas y cambiantes”. Sus colegas, Manuel Terán y Luis Solé
Sabaris, en Geografía Regional de España, (una obra del mismo año y editorial)
también ponían, las cosas en su sitio, académico del todo.

“La geografía en su marcha ascensional se ha beneficiado en la documentación valiosa


acumulada durante muchos años por especialistas de ramas afines, geólogos,
meteorólogos, botánicos, economistas, cartógrafos etc. Pero al geógrafo le
corresponde seleccionar de esas disciplinas los conocimientos necesarios para
establecer su propia síntesis; no en vano se ha dicho que la Geografía es la filosofía de
las ciencias de la Tierra”.

Ciertamente que –lo escribió el francés Enmanuel de Martonne en su Tratado de


Geografía Física, traducido al español en 1964- “la geografía ha tomado el aspecto de
una ciencia avasalladora con tendencia enciclopédica”. Ahora bien, limitar
correctamente el campo de los estudios geográficos sólo puede traer beneficios a una
sana Geoestrategia que no se obsesione por la cratología (una pura teoría del poder).

El catedrático catalán Jaime Vicens Vives (que enseñó primero Geografía General en
Zaragoza y luego Historial social y económica en Barcelona) nos dejó en los comienzos
de sus tareas universitarias un texto de Geopolítica (1950) pletórico de sensatez.

“La Geopolítica, novel ciencia geográfica, interpreta el pasado geográfico o histórico


para justificar la actualidad. Pretende sentar las bases generales de una comprensión
correcta del factor geográfico en el proceso histórico de las comunidades humanas”.

Y lo explicaba de esta prudente manera:

“En realidad no han sido los geógrafos quienes han abierto el camino a la comprensión
científica de las realidades entre la Tierra y las sociedades políticas que la pueblan…
ellos han ido descuidando un factor geográfico del mayor interés: el hombre
organizado en sociedad”.

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“La Declaración conjunta de 1928 sobre el concepto de Geopolítica de los cuatro
grandes del momento (Hanshofer, Obst, Lautensach y Mauel) habla de la ciencia de la
vinculación geográfica de los acontecimientos políticos. Para ellos no era más que una
Geografía Política aplicada, como dejaron dicho en 1935 en Passarge”.

Nada se afirma de la Geoestrategia por separado de la Geopolítica. Cuando lo haga


Ives Lacoste en La Geografía un arma para la guerra (o en La Geografía del
subdesarrollo) se centrará en un dualismo desconcertante, el dualismo entre
<<geografía de los Profesores académicos>> y <<geografía de los Estados Mayores>>.

Y es que la Geopolítica y la Geoestrategia tienen delante diferentes esferas de


conocimientos. En la esfera de los estudios geopolíticos la presencia del Estado y de las
relaciones interestatales es agobiante. La Geopolítica de finales del siglo XIX –en
realidad una política de inspiración geográfica- había pretendido poner en orden los
resultados históricos de la impronta del Estado sobre el espacio terrestre. Era (o quería
ser) una ciencia determinista que propendía a subrayar lo que permanece y dura, por
ejemplo, el trazado de las fronteras al que consideraba absolutamente respetable (al
que consideraba absolutamente respetable) sobre lo coyuntural (un programa de
gobierno).

En la esfera de los estudios sólo geoestratégicos se contemplaban, más bien, las


realidades concretas del potencial militar de las soberanías políticas en presencia y en
contacto. Incluso de las coaliciones. Con mayor o menor apoyo en otras
potencialidades de orden físico, humano o económico, los estudios geoestratégicos se
orientaban al dictado de los puntos de aplicación del esfuerzo de las Fuerzas Armadas
en una guerra abierta.

La elección oportuna del momento de operar con unidades militares, la precisión de la


medida de la intensidad del esfuerzo, las previsiones de duración de los encuentros
armados etc. hacían de la Geoestrategia una verdadera ciencia del Estado.

Poner oportunamente en actividad al potencial de guerra, y efectuar presión sobre el


enemigo potencial mostrando fuerzas sobre las zonas geográficas donde estaban
localizados los intereses disputados. O disuadir al presunto enemigo para que no se
emplee a fondo porque será inútil, se fue convirtiendo en estrategia. Pero, de hecho,
en la estrategia que gritaba ¡Ahora o nunca!

Se llegó a esta situación por dos vías. La vía de la ampliación de lo estratégico, pensado
desde sí mismo y la vía de la delegación de lo político hacia lo militar, como si tal fuera
su inevitable desarrollo en la praxis de las relaciones internacionales.

La Geopolítica solía limitarse antes de la Gran Guerra a señalar cual estaba siendo en
términos espaciales la naturaleza de las cosas, -el “destino manifiesto” como se decía
en los Estados Unidos de Theodor Roosevelt. A lo sumo distinguía entre los caracteres
de los pueblos en presencia y en competencia. Y decidía quien merecía confianza y
quien demandaba hostilidad –el amigo versus al enemigo.

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La Geoestrategia daba un paso más hacia la conflictividad abierta. Dando por supuesta
la declaración formal de hostilidades, se empleaba en dilucidar los grados de eficacia
de los medios terrestres, navales o aéreos para invertir las zonas de influencia, no por
la pacífica sucesión de situaciones propicias para unos Estados y críticas para otros. Lo
hacía desde el poder de las armas, sitas en el escenario por sorpresa en una coyuntura
favorable.

El viejo concepto de Gran Designio, previo en la historia de Francia a la ordenación del


Tratado de Wesfalia (1648), pesaba todavía mucho sobre las Grandes potencias o
sobre las grandes coaliciones de Estados del fin del siglo XIX. Se supone que todos
tienen escondido, en el arcano, un propósito, un proyecto, un pronóstico de
hegemonía o de supremacía que son de hechos fatales e ineludibles. La guerra –
repetían los grandes dirigentes al servicio de una geoestrategia nacional- está en la
naturaleza.

4.- GEOESTRATEGIAS INCOADAS ENTRE LOS SIGLOS XIX Y XX

Entre los siglos XIX y XX encontraron sitio y tuvieron eco unos modos nuevos de
pensar que fueron saltando desde la Geografía general hasta la Geografía política (de
Ritter a Ratzel); desde la Geografía política hasta la Geopolítica, (de Kjellen a
Haushofer) y desde la Geopolítica hasta la Geoestrategia, (desde Mac-Kinder a Mahan)
para dejar abierto el campo, entre otros, a teóricos como Douhet, Castex, Liddell Hart
y Beaufre. Podríamos abrir el paréntesis en 1848 y cerrarlo en 1949, de tal modo que
queden dentro la Guerra de secesión de los Estados Unidos, la Guerra franco-prusiana,
la Gran guerra y la Segunda guerra mundial. Es el siglo de las guerras en cadena del
que escribió con talento el pensador Raymond Aron.

Este largo periodo de tiempo transcurrió cultural occidental en un ámbito cultural


(Occidente) que ya tenía de antemano aceptablemente formuladas sus ideas
estratégicas y que las seguirá teniendo una vez se clausuren los cien años de su
duración. Tiene, pues, de original la simbiosis entre dos esferas del saber: una civil y
universitaria (la de la geografía) y otra militar y operativa (la de la estrategia)

De aquí que sea posible situar a la llamada Geopolítica del periodo abierto entre los
siglos XIX y XX, tanto en la historia de las ciencias del espacio, como en la historia del
arte de la guerra. En Francia, por ejemplo, se habló de una geografía de los Profesores
y de una geografía de los Estados Mayores; pero también podría hablarse de una
estrategia (propia de las Universidades) en conflicto con una estrategia (propia de los
Cuarteles Generales).

Nosotros hemos optado por seguir un recorrido simplificado en tres grandes etapas:
Estrategia, Geoestrategia, Geopolítica. Es un orden lógico que va desde un momento
de escasa implicación de lo estratégico en lo geográfico (1848) a otro de máxima
implicación (1949) pasando por un momentáneo equilibrio (1898).

Conviene, pues, dar noticia de los ocho actores principales de la aventura cuyo
horizonte suele ser el de un nuevo orden mundial como el que se ofreció en la Carta de
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San Francisco, tras la derrota de las potencias del Eje (tanto en el Atlántico como en el
Pacífico).

1.- Karl Ritter (1779-1859), discípulo directo del sabio Alejandro Humbold, dio como
geógrafo un gran impulso a la vida universitaria en Berlín, a partir de 1820. También
enseñó geografía en la Academia Militar. El título de su obra fundamental es
Geographistorischstatisches (1804-1808). Puso de relieve la notable influencia del
medio físico en la vida del hombre.

2.- Friedrich Ratzel (1844-1904) prolongó las enseñanzas de Ritter en la Universidad de


Munich, introduciendo el concepto de área cultural. Sus dos grandes obras son
Anthropogeographie (1882-1895) y Politische Geographic (1897). Es una especie de
biografía que desemboca en una sociografía con el acento puesto en lo político. Era
realidad, es un manual del imperialismo donde el dominio del mar es la verdadera
fuente de la grandeza nacional. Según Ratzel, un objetivo que debería tomarse en serio
Alemania una vez unificada, frente a Inglaterra.

3.- Sus discípulos, Walter Vogel, Otto Maull y Erich Obst fueron exagerando el carácter
político de las nociones de geografía económica, de paisaje cultural y de instinto
geoestratégico. Es este exactamente el ambiente que encuentra el nacionalsocialismo
de los hitlerianos de los años treinta.

4.- Rudolf Kjellen (1864-1922), geógrafo sueco de muy amplios horizontes, será quien
coloque todos los conocimientos científicos sobre el espacio, bajo el rótulo de la
Geopolítica. Él es quien formula la doctrina del Estado como un organismo geográfico
viviente. El Estado es una forma de vida que tiende hacia la autarquía económica y a
cuyos fines todo debe subordinarse. Su obra clásica es Problem of the Three Rivers
(Rin, Danubio, Vístula). Es la apoteosis de un Estado Continental europeo,
absolutamente hegemónico a medio plazo.

5.- Alfred Thayer Mahan, (1840-1941) marino norteamericano (nacido en la Academia


de West Point, donde su padre, militar, ejercía el profesorado) dará un salto
cualitativo con sus sugestivas lecciones de historia dictada sen la Escuela de Guerra
Naval. La obra magna es The influence of Sea Power upon History (1660-1783),
aparecida con notable éxito en 1890. Completa su cosmovisión oceánica con dos libros
más, The influence of Sea Power upon French Revolution and Empire and Empire
(1892) y Sea Power in Its Relations to War of 1812 (1905).

6.- Halford Mac-Kinder, (…………) geógrafo británico, le dará la vuelta a las ideas del
almirante Mahan dará en las fechas consiguientes a la implicación norteamericana en
la Guerra del 98 (Cuba y Filipinas). En Geographical Pívot of History dará su versión
continentalista, mucho más enfatizada aún que la naval norteamericana. Lo que llama
pivote geográfico de la historia (o corazón del mundo) es, exactamente, lo que tiene
preconizado un dominio geopolítico absoluto si no se le pone remedio con una
geopolítica inteligente por parte de las potencias marítimas.

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Mac-Kinder en 1904 explica a las grandes potencias la existencia de un esquema
territorial en tres amplios semicírculos: a) el que comprende al Área Pivote (corazón
del mundo) que es la suma de lo más continental y menos costero de Asia y de Europa;
b) el que circunda al Pivote (o semicírculo marginal interno) que será el escenario de
las grandes conflagraciones y c) el insular (o semicírculo marginal externo) que tiene
como tierras extensas únicamente al África Subsahariana y a Australia (continente
australiano).

7.- Julio Douhet (1869-1930), un aviador italiano que había sido muy crítico con la
política militar de la Monarquía de la Casa de Saboya en los preliminares de la Gran
Guerra, se verá rehabilitado en 1918. Y presentará sus teorías sobre El poder aéreo y El
dominio del aire (1912), ofreciendo unas salidas al debate de Occidente entre las dos
grandes guerras. Una para los que encuentran la clave del poder político y económico
en el tráfico marítimo y otra para los que lo garantizan sobre la posesión de las fuentes
continentales de energía y de materias primas, concentradas por el poder político y
económico en el tráfico marítimo y otra para los que lo garantizan sobre la posesión de
las fuentes continentales de energía y de materias primas, concentradas por un poder
político hegemónico.

8.- Karl Haushofer (1869-1946), su riguroso contemporáneo alemán, desdeñará la


deriva aérea del italiano Doudet hacia una geoestrategia que, como la de su
compatriota Eberhard Billeh (1937) convierte al avión en esencial fuerza geopolítica.
Hanshofer, profesor de Geografía de la Universidad de Munich desde 1919, recuperará
la síntesis de geografía política y de geografía económica sin desdeñar a la síntesis
(más tradicional) de geografía física y geografía humana. En realidad, convierte a la
geografía más activa en un arma para la guerra.

Haushofer fue la culminación de la tendencia que ya se podía haber percibido en


Raztel y detectado en Kjellen. Ciertamente que todo estudio geopolítico no tiene
porqué derivar hacia una teoría del poder, hacia una cratología. Pero en sus concretas
circunstancias –la era occidental moderna de las dictaduras (1917-1945), reflexionar
sobre la estabilidad del Japón para desestabilizar a Inglaterra y no llegar a ninguna
solución sobre lo que debería estimularse en la Unión Soviética (o en los Estados
Unidos de América) era una terrible imprudencia, cualquiera que fuera la ideología
subyacente en la propuesta que brotó de su mente e impresionó tanto Rudolf Hess
como a Adolf Hitler.

Los textos que se citan quedan centrados en el ámbito de la geoestrategia y por


analogía en las estrategias totales o globales vigentes a mediados del siglo XX. Los
autores han escritos otras obras quizás más significativas pero menos atenidas al
concepto de geoestrategia.

ARON, Raymond.- Un siglo de guerra total. Guerras en cadena. Editorial Rioplatense.


Buenos Aires (1973).
BRODIE, Bernal.- Guía para la estrategia naval. La estrategia en la era de los misiles.
BUZAN, Barry.- Introducción a los estudios estratégicos. Tecnología militar y Relaciones
Internacionales. Editorial Ejército (1990).
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CELERIER, Pierre.- Geopolítica y Geoestrategia. Ediciones Pleamar. Buenos Aires
(1979).
DOUHET, Giulio.- El poder aéreo. El dominio del aire. (1921).
FULLER, J.F.- La dirección de la guerra.
MAHAN, Alfred Thayer.- La influencia del poder naval en la historia (1890).
MACKINDER, Alfred Thayer.- La influencia del poder naval en la historia (1890).
MAO-TSE-TUNG.- La guerra prolongada. Ediciones Roca. México (1973).
PARET, Peter.- Desde Maquiavelo a la era nuclear.
TOFFLER, Alvin.- Las guerras del futuro (1944).

5.- CONCEPTO DE GEOPOLÍTICA

¡Claro que una teoría geopolítica del poder siempre dará por supuestas tantas teorías
geopolíticas como presuntos imperios incoados o pretendidos! Algunos Gobiernos se
podrán, audazmente, a la vista y al servicio de la ampliación del espacio vital del que
precariamente gozaban cada uno.

Los argumentos de cada teoría se consideran válidos únicamente para algunos de los
Estados emergentes (que no decadentes). El geógrafo francés Lacoste del último tercio
del siglo XX, Ives Lacoste, había descalificado al denominado darwinismo social del
anglosajón Herbert Spencer al poner sus obras sociológicas (ingenuamente) al servicio
de los dos totalitarismos europeos, el de Lenin (1917) y el de Hitler (1939), incoados
tras la muerte del gran sociólogo del evolucionismo.

En plena guerra fría (hacia 1953) se hablará de una estrategia de las fichas del dominó
mundial, dispuestas de tal modo para que una vez derribada la que tenemos a nuestro
alcance vayan cayendo todas las demás. Este es el léxico de todos los imperialismos…
<<quien domine, por ejemplo, un lado de un estrecho marítimo, una cabecera de valle
del río a la larga muy caudaloso, una periferia de una masa continental, unos collados
de paso obligado de una cadena montañosa etc. dominará más y más territorios.>>. Lo
que dominará es mucho más grande que lo que podría dominarse desde ahora mismo.

Los geopolíticos y los geoestrategas de estaban a favor de esta tendencia expansiva de


su nación tenían fija en su mente una cierta forma de Imperio. La tenían como si fuera
la única forma de anticipar el futuro de la Humanidad. Fue la hora geohistórica de las
grandes interpretaciones del devenir de las civilizaciones.

El historiador José Luis Comellas de la Universidad de Sevilla, en su obra Los Grandes


Imperios Coloniales, inscribe a la mentalidad subyacente en los dirigentes de las
primeras potencias mundiales en una Geohistoria, que en realidad quería ser tenida
como si fuera sólo una buena geografía para profesores de Estado.

“La palabra <<potencia>>, en el sentido de Nación-Estado, poderosa y capaz de influir


en el destino del conjunto se consagró justamente a raíz del fracaso de uno de los
intentos de constituir un poder de fuerza extraordinaria, el Imperio napoleónico”.

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Se miró entonces a las ciencias geográficas como no se las había mirado nunca, es
decir, buscando en ellas una orientación para que los nuevos intentos de
<<constitución de un poder de fuerza extraordinaria>> no fracasaran del mismo modo
que había fracasado el de Napoleón. Lo ratifica Comellas con estas palabras:

“Hay un momento histórico en que Leviatán se desarrolla más que nunca. Este
aumento corresponde en la mayor parte de los países de Europa a los años que siguen
al ciclo revolucionario de 1848. Casi todos los historiadores que han tratado de la
revolución del 48 están de acuerdo por lo menos en una cosa: el aumento del poder del
Estado como consecuencia de la crisis”.

Aquella Geopolítica (imperial) fue pronto seguida por una Geoestrategia (imperialista).
Todo el saber del espacio cayó en una posición similar a la de la Geografía (política).
Lord Curzon dio con la llave maestra, que manejó Lord Grey y dijeron sucesivamente
ambos una misma idea.

“La Gran Bretaña es, después de la Providencia, la fuerza bienhechora más grande del
mundo”.

“La Gran Bretaña es el más poderoso instrumento de la Tierra”.

Engels se lo diría a Kautski en 1882, pero ahora en términos más sociales que
económicos.

“Lo mismo que los burgueses, ahora, los obreros participan alegremente en el festín del
poderío inglés en el mundo y sobre las colonias”.

También Jules Ferry, puesto al frente de la Tercera República Francesa… “predicaba


como si fuera una cruzada el deber de Francia de dedicarse a una misión de
expansionismo mundial” porque Francia al igual que Rusia tenía un quehacer
grandioso en su horizonte.

“Rusia ha nacido, obra de la Providencia, para la salvación de la Humanidad”.

La Geopolítica del siglo XX (que era la geopolítica moderna) tenía un sólo objetivo. Fijar
en un mapa geográfico el lugar donde estaba la llave del mundo para así poder
penetrar con mayor facilidad en el centro del mundo.

El marino norteamericano Alfred T. Mahan desde la Geoestrategia, convenció a


muchos políticos occidentales y europeos con esta insinuación malévola, que, en
principio, dieron por buena.

“Constantinopla –hoy Estambul- es el <<centro del mundo>> en un doble sentido: en


primer lugar allí se encuentra el centro de gravedad de las tierras emergidas; en
segundo lugar, es llave de tres continentes, ventaja que no iguala ningún otro punto
del planeta”.

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A este tipo de Geopolítica le acompañaba necesariamente otro tipo de Geoestrategia.
Era el presupuesto de la teoría estratégica que ha predominado en 1898 hasta la caída
del muro de Berlín en 1989.

“El motivo, si no principal, al menos el más universal, el más generalizado de la


expansión colonial fue el ansia de prestigio, el deseo de mostrar ante el mundo, la
fuerza, la capacidad de relación de una potencia, sin necesidad por ello de ofender a los
demás. El colonialismo tuvo mucho de demostración, de exhibición”.

No se tardó mucho en percibir la peligrosidad de las actitudes aquellas ya


generalizadas entre las grandes potencias, cuya realidad apareció desenmascarada en
el llamado reparto de África de la Conferencia de Berlín (1885). Y para Marruecos,
Francia y España en la Conferencia de Algeciras (1906). Lo percibió Hobson entre 1880
y 1902 y poco más tarde Ivan Bloch. Era un gran desvío ético que tendría gravísimas
consecuencias para Occidente.

“Lo cierto es que ese imperialismo colonialista, que tanta fuerza física y moral tuvo en
su tiempo, duró extraordinariamente poco a escala histórica”. “El Movimiento en toda
su virulencia estalló por 1880 y ya en 1902 con la obra de Hobson, empezó a ser
criticado”.

Hobson daba una salida. “Para que el imperialismo pueda justificarse, alegando que
contribuye a la civilización de las razas inferiores, deberá esforzarse por elevar el nivel
moral y económico de éstas en sus propios territorios, conservando en la medida de lo
posible los hábitos e instituciones de la vieja sociedad tribal”.

La Geografía Política, la Geoestrategia y la Geopolítica ofrecían por separado sus


conclusiones. Sólo la primera de las tres ciencias se mantenía en lo académico puro,
oscilando entre los dictados de una Geografía General para el conocimiento del
espacio habitado y de una Geografía Aplicada (o activa) para el ordenamiento del
territorio. Eran la Geografía (en tanto Estrategia) y la Geografía (en tanto Política) las
que habían sido llevadas a la acción en dos planos, el superior para atender a la
pregunta ¿Qué debemos saber? y el inferior para contestar al problema ¿Qué
tenemos que hacer?

A partir de los tiempos de la Guerra Fría nos preguntamos gobernantes y gobernados


¿qué debemos saber? desde la Geopolítica. Lo hacemos acerca de la más adecuada
comprensión de lo que sería un orden estable de relaciones entre los fragmentos
habitados de la Tierra y las sociedades que los organizan y se reparten su dominio.

También desde esas fechas nos preguntamos desde la Geoestrategia ¿qué tenemos
que hacer?, quizás para poder alterar el estado de una situación, por inestable que
sea, en nuestro beneficio (mayor) o en nuestro (mínimo) daño, aunque siempre sin
decidimos al empleo de la fuerza armada para anticipar el éxito.

Y le damos una respuesta a las dos preguntas, partiendo de la situación


verdaderamente dada para sustituirla por otra que, a nuestro juicio, sea más justa. La
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Geopolítica quiere saber lo que hay aquí y ahora en la realidad social donde la
Geopolítica pretendería hacer lo que debería ser emprendido cuanto antes en nuestro
momento histórico.

Se nos exige, ahora, una subordinación del quehacer estratégico a la sabiduría política.
Política y Estrategia son los dos afanes que se polarizan, el primero y en teoría, hacia la
reflexión sobre los fines y el segundo y en la práctica, hacia el empleo de los medios.

La Geopolítica tratará siempre de fijar cuáles son los fines (o los propósitos) de la
voluntad del Estado o de las coaliciones o alianzas para resolver sus conflictos. La
Geoestrategia estudiará cuales son los modos más adecuados para obtener desde la
verdadera situación atravesada los mejores resultados a través del uso racional de los
medios disponibles, aunque se incluya a los medios militares.

La ordenada sucesión de una reflexión geopolítica y de una visión geoestratégica sobre


una situación concreta debería dejar bien determinadas las tareas que se
encomiendan a los titulares de los recursos y de los medios, materiales y personales.
La ejecución de las tareas pendientes va siempre más lejos del límite donde se detiene
la Estrategia, que es el arte operacional. Prioriza a la Diplomacia, es decir, al juego de
las relaciones internacionales. Y aún confía más en las Políticas de seguridad y de
defensa si se proyectan con voluntad de ser colectivas, comunes, compartidas etc…

El preciso y riguroso reconocimiento de los medios y de los recursos que están al


alcance del poder, y por ello mismo, disponibles, corresponde a otras esferas del arte
de actuar (que en términos tradicionalmente militares se concretan en la Táctica y en
la Logística de las unidades). Son dos esferas del conocimiento ambas diferentes de la
Estrategia. Más aún lo son de la Política.

Ahora bien, desde el siglo XX, la Táctica y la Logística, como ciencias de aplicación, se
vienen mostrando en su desarrollo doctrinal ajenas a la Geografía Política. Lo que no
quiere decir que se abstengan de la Topografía y de la Geografía Física para
fundamentarse como ciencias aplicadas.

El parentesco con la Geografía, tanto de la Política (entiéndase internacional) como de


la Estrategia, (operativa) tiene su correlato con el que existe entre la Topología y el
conjunto Táctica-Logística (entiéndase de campaña). Será así de manera evidente en el
ámbito de las operaciones en campo abierto (todavía previsibles) cuando un conflicto
grave lo requiera.

La Geoestrategia establece, no tanto el volumen o la calidad técnica de los recursos


materiales y de los medios personales como los modos de proceder que han de
considerarse más eficaces para satisfacer los fines que ella nunca fija porque le vienen
dados por la Geopolítica. Tal es desde finales del siglo XX, el espacio (socializado e
internacionalizado a un tiempo) donde se instalará necesariamente la Ética, es decir, la
obligada calificación moral de los propósitos, de las obligaciones, de los deberes y de
los imperativos legales listos para legitimar todas y cada una de las acciones de fuerza.

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La Geoestrategia es un arte sobre modos de operar. Esta es la primera condición que
tiene que cumplir para legitimarse como ciencia. La elección del modo correcto de
operar que, en una situación concreta tiene que realizar un peculiar actor, que marca
el momento culminante al que no deberá llegar por pura intuición sino por
razonamientos claros y lúcidos.

Toda Geoestrategia –tanto las estrategias de los industriales, de los comerciantes, de


los equipos electores, de los tribunales judiciales etc… sin excluir a la de los
preparadores deportivos, desembocan en una elección del modo correcto de operar
cuya responsabilidad será depositada en un actor principal al que se llamará el gran
estratega de su propio bando.

Para diagnosticar un presente y para pronosticar un futuro cada actor principal tiene a
su lado varios actores secundarios. Estos que no responden del designio elegido para
el conjunto de actores aliados. La apreciación global de la situación ha de contar con
un posible fraccionamiento en situaciones particulares. Esta circunstancia será más
grave en las coaliciones ocasionales de varios Estados soberanos que en las alianzas
firmes ya consolidadas en una época como ocurrió durante la Guerra Fría.

Al final del decenio de los años cuarenta hubo pues de decidirse un cambio radical en
los modos de pensar. En realidad cambiaron las grandes actitudes de los <<grandes
actores del drama>>. Y todos, -Estados Unidos, la Unión Soviética, Europa Occidental y
China sobre todo- entraron en una nueva era.

6.- GEOHISTORIA

La Introducción a la Estrategia del general francés André Beaufre (1902-1975) había


supuesto un salto en la evolución de las ideas estratégicas ocurrido al hilo de la Guerra
Fría. Es algo que le reconoció el propio tratadista británico de mayor prestigio en
Occidente, Liddell Hart, con estas palabras:

“La Introducción es el tratado de estrategia más completo, más cuidadosamente


formulado y puesto al día que haya sido publicado en el transcurso de su generación”.

Liddell Hart le aventura las grandes posibilidades que tenía el libro de convertirse, al
margen de lo que ocurriera con las obras posteriores de de Beaufre, sobre disuasión y
acción o sobre la guerra revolucionaria, “en una obra clásica, en un manual de esta
disciplina” (Prefacio de la 1ª edición de 1963).

Beaufre vislumbraba la globalidad del nuevo conceptote estrategia, más allá de donde
le dejaron Jomini, Clausewitz, Moltke y Foch. Es una globalidad que implica a todos los
sectores del Estado moderno y que obliga en materias de Defensa y de Seguridad a
una más estrecha relación entre estrategia y política.

Sus tesis, muy pronto compartidas (aunque también discutidas), aparecieron en plena
carrera armamentista y en el momento más vivo del proceso descolonizador. Se

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suponía inevitable (y plausible en determinadas condiciones) el uso táctico, es decir,
efectivo, del armamento nuclear y de las armas de destrucción masiva.

El efecto del libro de Beaufre sobre los estudios estratégicos quedaba claro que sería
notable. La estrategia no se reduce a estrategia militar. Transciende como inevitable
desarrollo de la mera conducción de lo que se empezó a llamar guerra total. Y requiere
que los ahora presuntos adversarios midan los riesgos y tomen como elemento de la
nueva situación al miedo, a las consecuencias materiales y morales de su uso.

La dialéctica de las voluntades, que emplean la fuerza para resolver su conflicto en un


momento dado, habrá de ser “un sistema de pensamiento y un modus operandi que
tendrá, al menos tres capítulos en escalada:
- El bélico convencional u operativo.
- El tenso de la estrategia nuclear disuasoria.
- El insidioso de la estrategia indirecta no convencional o subversivo.

Beaufre (y con él muchos tratadistas de condición universitaria incorporados al gran


debate estratégico) tomará en consideración un contenido algo más amplio que el de
la Geopolítica vigente. Entró en contacto con alguna interpretación de la historia
universal. Ya no se trata sólo de estrategia de las operaciones militares, sino de un
amplio espectro de estrategias como las que Beaufre llamará económica, diplomática,
política y psicológica.

“La preparación se ha vuelto más importante que la ejecución. La maniobra en el


espacio se convierte en una maniobra de potenciales científicos y técnicos en el
tiempo”.

Pero añade el general francés algo más decisivo que una atención preferente al tiempo
también recomendada por los estrategas de condición civil.

“La evaluación de potenciales, el factor cualitativo moral y técnico, antecede en mucho


al factor cuantitativo, lo que hace cada vez más subjetivo el arte de apreciar una
situación”.

Y concluye –concluyen casi al mismo tiempo lo mismo que él muchos tratadistas de


varias naciones- que la nueva estrategia de la potguerra “constituye un arte de
aplicación permanente, tanto en estado de guerra como durante la paz”.

“La estrategia es el único método de análisis que permite prever y evaluar los riegos
para así prevenirlos, o al menos reducirlos, preparando así el camino para la decisión
política”.

“La estrategia global constituye así uno de los medios más importantes del arte de
gobernar”.

Y es que la otra de las tendencias generales académicas que los estudiosos del sentido
de la Historia Universales desarrollaron al hilo de las dos Grandes Guerras Mundiales
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fue la que podríamos denominar Geohistoria. Con el auge de los estudios geohistóricos
se pretendió corregir los males del determinismo geográfico reemplazándolos con el
probabilismo derivado del signo de los tiempos.

Como género literario la Geohistoria es muy atractiva. Se acepta con mayor


credibilidad cuando se fundamenta en cálculos y en informaciones, que es lo que
pretende la Prospectiva si actúa como ciencia. Por ejemplo, cuando Herman Kahn (a su
lado, Anthony Weiner) presentó su magna obra El año 2000 (1965) dejó (o pretendió
dejar) de alguna manera bien orientadas todas las estrategias. O bien se acelera el
proceso previsible o bien se aminoran los efectos negativos al seguir una u otra línea
de acción: la que respeta los propósitos y la que los desdeña.

El primer empeño geohistórico del siglo XX pudo ser el de Oswald Spengler (año 1920 y
siguientes) en la Decadencia de Occidente y el segundo, el de Arnold Toynbee (año
1950 y siguientes) en Estudio de la Historia (varios tomos). Pero el hábito (o la
pretensión) de adelantarse a los acontecimientos, no ha cesado. Lo percibimos en
Auge y caída de las grandes potencias, de Paul Kennedy en Las guerras de futuro de
Alvin Toffler (1993), en El nuevo y el viejo mundial de Noam Chomsky, en El choque de
civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1993) de Samuel P. Huntington y
en El Fin de la Historia y el último hombre de Francis Fukuyama (1992).

En realidad, se trata de cosmovisiones, de visiones de conjunto, de grandes


pronósticos inexorables, que no se presentan como fatalistas o catastróficos sino,
únicamente, como probables a medio y a largo plazo, sea por la fuerza de la razón, o
sea por la naturaleza de las cosas.

La Estrategia, la Geoestrategia y la Geopolítica, en principio, se sienten enriquecidas


por la Geohistoria. Normalmente, se mantiene por sus estudiosos (hoy con mayor
prestigio) una atención preferente al comportamiento de los dirigentes de las grandes
potencias o de los grupos sociales emergentes con crecientes peso en la vida colectiva.

Las tres consideraciones hoy más reiteradas –la que viene de las políticas de seguridad,
la que se materializa como políticas de densa y la que podría deducirse como propia de
políticas de defensa y la que podría deducirse como propia de políticas militares-, se
reconocen afectadas por las ideas dominantes en cada tiempo y circunstancia. De
hecho, cada estudioso se sabe colocado en línea con unas cosmovisiones (o
interpretaciones) del sentido de la Historia y en oposición con otras, a las que
descalifica por razones éticas.

Brzezinski en La gran transformación y en Vivir con una nueva Europa (2002), Henry
Kissinger en Diplomacia (1966). Saúl Bernard Cohen en Geografía y Política en un
mundo dividido (1963) J.M. Collins en La Gran Estrategia (Profesores y Prácticos) y
Nicholas J. Spykmann, en La Geografía de la Paz (además de Lawrence Freedman en La
evolución de la estrategia nuclear) nos dan brillantes cosmovisiones cuando no estados
claros de la cuestión debatida, panoramas estratégicos, etc. Lo expresa muy bien este
título, de uno de ellos el primero, El tablero mundial. Otros autores asumen un fuerte
grado de globalidad al que también los recientes estudios estratégicos son muy
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sensibles. La Prospectiva aventura que habrá grandes cambios en amplias regiones.
Nunca se pronuncia sobre cambios para localidades menores.

Todos los autores y los textos de ellos ofrecidos como de Geohistoria reflejan distintas
versiones sobre la implicación de lo geográfico en las políticas que son las, a su juicio,
más expresivas del siglo XX. Son escritores geopolíticos, pero meditan con la
mentalidad de geohistoriadores. Se les cita por orden alfabético pero deben
consultarse en orden cronológico de aparición:

ANCEL, Jacques.- Geopolítica (1938).


BLOCH, Ivan.- La guerra futura (1898)
COHEN, Saúl B.- Geografía y Gran estrategia (1991).
COLINS. S. GRAY.- Geografía y Gran estrategia (1991).
GALLOIS, Pierre.- Geopolítica. Paradojas de la paz (1992).
FREEDMAN, Lawrence.- La evolución de la estrategia nuclear (1981).
HAUSHOFER, Carl.- Poder y espacio (1936).
HUNTINGTON, Sam P.- El choque de civilizaciones y el nuevo orden mundial (1987).
KENNEDY, Paul.- Auge y caída de las grandes potencias (1987).
KISSINGER, Henry.- Armas nucleares y política internacional (1962).
KJELLEN, Rudolf.- El Estado como forma de vida (1916).
LACOSTE, Ives.- La geografía, un arma para la guerra (1977).
MACKINDER, Halford.- El pivote geográfico de la Historia (1904).
RATZEL, Friedich.- Geografía de los Estados, del comercio y de la guerra (1903).
RECLUS, Eliseo.- El hombre y la tierra (1885).
SPYKMAN, Nicholas J.- La geografía de la paz (1944).
STRAUSZ-ZHUPE, Robert.- Geopolítica, la lucha por el espacio y el poder. (1945).
VICENS VIVES, Jaime.- Tratado general de geopolítica. El factor geográfico y el proceso
histórico.
VIDAL DE LA BLACHE, Paul.- Principios de geografía humana (1921).
WALLERSTEIN, Inmanuel.- Geopolítica y Geocultura. Ensayo sobre el cambio del
sistema mundial (1991).

7.- CONCLUSIONES

Si algo enseña la Geografía Política es a localizar, en primera instancia, mejor en el


mapa los fenómenos de la siempre posible conflictividad. Casi siempre será
conveniente para el tratadista el hecho de incrementar la ya lograda localización de
los conflictos, reduciendo su zona de influencia. Hay que evitar la generalización y la
internacialización de los conflictos. Y nada ayuda más a lograrlo que teniendo bien
cartografiada la presencia del grupo social o político, que de hecho, apela a la violencia
de las armas para lograr sus fines con alguna reincidencia.

Si algo enseña la Geoestrategia es a localizar, en segunda instancia, los precisos


orígenes de las agresiones realmente amenazadoras y las rutas hacia o desde donde
los “santuarios” de los agresores se nos convierten en los objetivos que deberían estar
a punto de ser asaltados para su inmediata reducción por fuerzas enviadas con las
debidas licencias de las Naciones Unidas.
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Si algo enseña la Geopolítica es a localizar, en tercera instancia, por donde andan
ocultos los núcleos desde donde se toman tales indeseables decisiones. En los estudios
geopolíticos la globalización relevará a la localización en la misma medida en que la
modernización técnica enmascare mejor los despliegues fluidos de estos hostiles
núcleos de poder. La Geopolítica, se es verdadera ciencia, ya habrá aprendido a
buscarlos en cualquier lugar escondido que esté, aunque no siempre se actúe por
sorpresa contra los “santuarios” de los agresores en potencia y con plena oportunidad.

Lo que dice sobre las coyunturas temporales el geógrafo francés Pierre George en su
Geografía Activa vale para la Geografía Política. No tanto para la Geopolítica.

“Toda geografía es una ciencia del espacio en función de lo que ofrece o aporta a los
hombres y también una ciencia de la coyuntura y de los resultados de las sucesiones de
coyunturas”.

Hará, pues, que incorporar a los estudios geopolíticos una reflexión sobre el tiempo. La
Geografía Física de Max Derreau (1961) ya lo anunciaba como una exigencia para el
investigador.

“La Geografía Humana es la ciencia de las relaciones múltiples que explican la


instalación de los hombres y sus modos de vida dentro de un marco espacial.”

Y es cada acontecimiento, si fuera previsible como un fenómeno amenazante, puede


ser abordado desde tres perspectivas geográficas (crecientemente las tres) abiertas a
la reconsideración sobre el momento en que se produjo la amenaza realmente.

- Primero: la perspectiva propia de la tradicional Geografía Física, afirma que suele ser
determinista. El determinismo del factor físico nos dice que ella <<manda>> (la
Geografía), aún sin dejar caer en la misma cuenta y el factor humano, el estudio del
factor humano.

- Segundo: la perspectiva propia de la clásica Geografía Humana, nos dice que ésta
suele ser probabilista. Se opina entonces que la Geografía <<enseña>>. Muestra lo que
pasará casi con certeza.

- Tercero: la perspectiva propia de la todavía más moderna Geografía Económica,


subraya que ella suele ser posibilista. Se concluye que Geografía nos <<aconseja>>. O
nos recomienda unos objetivos como preferentes a otros.

Ahora bien, tanto la Geopolítica política como la Geopolítica (y también como las
Geoestrategias subyacentes) en la realidad histórica del fin del siglo XIX, con ligereza
suma, jugaron casi siempre la baza del determinismo geográfico. Tanto aquellos
maestros geopolíticos como estos discípulos geoestrategas se creyeron secundados
por el Poder político. Y ello les supuso una gran debilidad teórica a la hora de fijar las
bases de una estabilidad interestatal en el mundo sin guerras en particular.

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Lo más correcto (o lo más prudente como método) sería partir de lo posible, pasar a lo
probable y no llegar nunca a lo previamente determinado como fatalidad. No hay
inercia, sino más bien, una suficiente capacidad de enderezamiento del rumbo
equivocado. Resulta, pues, obligado atender al cuidado de lo éticamente correcto y
jurídicamente acordado como norma válida, si se quiere prevenir a las gentes de las
concretas conflictivas en curso y evitarlas a tiempo.

Siempre existe el riesgo de entregarse a la prospectiva que surge de los datos


estadísticos, si es que se quiere saber ¿qué va a pasar?, más allá tanto del ¿qué
debemos saber? del ¿qué tenemos que hacer? Dadas unas cifras de paro laboral, de
actos delictivos, de inflación etc…se suponen las posibles insurrecciones, los
alzamientos, las agresiones etc… O mejor, se temen… Pero la solución sólo está en el
horizonte cuando se mira en la buena dirección para contemplar las situaciones
realmente dadas con plena objetividad.

Lo más correcto sería no renunciar a ninguno de estos cuatro niveles de contemplación


de las grandes realidades regionales. Son el de la Geografía General, el de la
Geohistoria, el de la Geopolítica y el de la Geoestrategia. Los balances deberán ser
coherentes. Irán desde lo muy genérico o lo muy concreto.

La ayuda conceptual del geógrafo general y del geohistoriador permite eludir los
grandes errores. Por ejemplo, nos alerta sobre la improbabilidad de un choque de
civilizaciones y la probabilidad de otros conflictos algo menores pero graves.

Quien busca poseer las mayores generalidades, para así conocer mejor al hombre ya
organizado sobre la superficie de la tierra debe estudiar, por separado, lo que están
siendo las luchas (particulares pero de carácter global) por las fuentes de energía, y por
las materias primas. Y también las peculiares tendencias (vigentes en la actualidad) de
las culturas en la actualidad de las culturas y de las civilizaciones más arraigadas. Es el
caso del geógrafo general aséptico y (también del geohistoriador) que sabe
permanecer atento a las cosmovisiones relativamente vigentes en nuestro tiempo.

Quien busca el seguimiento riguroso de las concretas particularidades de un conflicto


que surgen dentro de un escenario (o el de una concreta situación de duración media)
estudiará las pérdidas de estabilidad aceleradas que surgen desde el seno de grupos
sociales que toman antes conciencia de sus vulnerabilidades y de sus riesgos de
sobrevivencia. Es el caso de los geopolíticos y (los geoestrategas) que saben, todavía
con tiempo por delante, cuando se ponen a localizar los odios y los miedos que día tras
día ganan a las colectividades en crisis.

He aquí cual sería el orden lógico de elaboración de los cuatro balances:

Es Geografía General la geografía de los geógrafos descriptivos. Sus trabajos localizan


habitualmente con seguridad los grandes intereses y donde anidan (o se rearman) los
grupos sociales dispuestas a luchar por ellos contra quienes se les pongan por delante.

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Es Geohistoria la geografía de los profesores aunque no todos ellos se muevan con
soltura por los textos de historia. Caracterizan bien a las épocas y a sus periodos como
tiempos propios para el desmesurado crecimiento de ciertas actitudes de desequilibrio
o de cambio acelerado.

Es Geopolítica la geografía de los políticos, aunque no todos ellos participan en el


mismo grado de las mieles o de las hieles del poder. Son los políticos activos quienes
tienen más prisa por salir de los conflictos (o por demorar su estallido aunque solo sea
durante cierto tiempo) y son los que se ponen antes a favor de un orden de seguridad.

Es Geoestrategia la geografía de los Estados Mayores, aunque muchos de sus titulares


(en el Estado Moderno) tengan también acreditada una verdadera condición civil por
su formación universitaria. Son ellos quienes (en tanto estrategas) frecuentemente
proponen por adelantado al dirigente en el Poder ejecutar con alguna prisa
movimientos o gestos que desemboquen en algunas acciones de corta duración (o en
disuasiones de duración media) como males menores en relación con el mal que
sobrevendría si no se hiciera nada todavía.

No nos sorprende que Ives Lacoste desde la Universidad Francesa (hacia 1968 y
siguientes) dejara dicho de la Geografía, todavía sin adjetivar, que era un arma para la
guerra. Es evidentemente una exageración; pero no se puede pensar en términos
geopolíticos o geoestratégicos sin tomar en cuenta la posibilidad del desvío. Porque,
claramente, la primera mitad del siglo XX resultó ser una época en la que a la vez varias
ideologías con pretensiones de globalidad con pretensiones de globalidad utilizaron a
los estudios geográficos para legitimar sus agresiones de carácter bélico o
revolucionario.

Tres ciencias, Geopolítica, Geoestrategia y Estrategia se han venido ocupando de la


impronta del Estado en la ordenación del territorio (tanto de América como de Europa
y del resto del mundo). Las Naciones Unidas, la Sociedad de Naciones, los Estados
Unidos, las Confederaciones o las Federaciones de Estados etc… no son sino las
manifestaciones de un único empeño, el de la construcción, sea del Estado ideal, sea
de la Sociedad perfecta, sea del Jardín del Edén, sea del Paraíso en la tierra. Todo viene
teniendo un mismo presupuesto ético, que ahora denominamos NUEVO ORDEN
MUNDIAL.

Claro que esta utopía (que se manifiesta sólo terrestre o terrenal y mundanal; pero
nada escatológica) va en contra de la que ha venido siendo la fuerte impronta del
Estado en la ordenación de los territorios durante los últimos cien años. Un mundo sin
fronteras, ha sido puesto en el horizonte de algunos Estados poderosos, (sin que éstos
se olviden de la inviolabilidad de las fronteras ratificadas como las suyas).

Retengamos lo esencial del trance de la revisión de fronteras como el de la


coexistencia de dos maneras o varas de medir una hacia dentro y otra hacia fuego de
“mi espacio vital”, los propios derechos:

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Hay en juego hasta cuatro niveles de contemplación para la Geopolítica que se quiera
dotar de una Geoestrategia (como de ésta para dotarse de una Estrategia operativa).
Son el nivel de la Geografía General, el nivel de la Geohistoria, el nivel de la Geopolítica
y el de la Geoestrategia (propiamente dichas).

Hay vigentes en Occidente y quizás también en un mundo globalizado: una Geografía


General, que es la de los geógrafos descriptivos; una Geografía Histórica de los
profesores; una Geografía Humana, que es la de los políticos y una Geografía Física, de
los Estados Mayores (a la que podríamos identificar con la Estrategia que quiere ser
operativa). Sus tres sucesivos tiempos serán, un debate, un juego y un combate para
cada cuestión disputada.

El debate (político) que es lo que precede al designio (estratégico). Es lo que luego


determinará el juego (operacional) o la puesta en acción (combate) de una resolución
(táctica). Se realiza, actualmente, en periodos de paz o de relativa seguridad. Allí
donde la seguridad ni la defensa parecen amenazadas (es decir entre los pueblos
civilizados) también aparecerán debates como algo necesario de nuevo ciclo de juegos
y de combates.

Cabe pues seguir estas tareas, por este orden, 1.- debatir sobre tener o no tener una
sana economía o sobre disponer o no disponer de unos presupuestos de
modernización de las Fuerzas Armadas que estén más o menos pendientes del orden
de seguridad, del estado de defensa (o del estado declarado de hostilidades) y 2.-
polemizar sobre doctrina de empleo de la fuerza para priorizar un tipo de armas y de
material. La pregunta definitiva está entre el incremento específico del poder
“marítimo” –la Real Armada; b) del poder “terrestre” - los Ejércitos Reales- y c) el
poder “aéreo”- el Ejército del Aire característico de las políticas de defensa.

Todo ello habrá de practicarse primero en la esfera del pensamiento (como algo más
académico que ideológico) para que sirva de guía para la acción durante periodos de
notable duración

BIBLIOGRAFÍA SELECTA

1.- KENNEDY, Paul.- Auge y caída de las grandes potencias (1987).


2.- FUKUYAMA, Francis.- El fin de la historia y el último hombre (1992).
3.- HUNTINGTON, Samuel P.- El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del
orden mundial (1993).
4.- TOFFLER, Alvin.- Las guerras del futuro, la tercera ola (1993).

Madrid, 17 de agosto de 2010


General de Brigada (R) Miguel Alonso Baquer
Asesor principal del Instituto Español de Estudios Estratégicos
Documento de análisis del IEEE
Nº 08/2010 ieee.es
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