CONCEPTOS IEEE Estrategia Geoestrategia Geopolitica
CONCEPTOS IEEE Estrategia Geoestrategia Geopolitica
CONCEPTOS IEEE Estrategia Geoestrategia Geopolitica
(AGOSTO 2010)
Pues bien, lo más característico de cada estrategia está en el designio que elige como
suyo el conductor de operaciones.
Estrategia es un vocablo de origen griego que sugiere una construcción por estratos,
una formación por capas superpuestas. Algo que se debería mover (sin verse
desordenado) en una concreta dirección. El estratega es el conductor de la operación
en curso. O mejor aún, el guía del curso de las operaciones.
La Estrategia, como ciencia largamente experimentada por los ejércitos y por las
marinas de guerra, es lo que determina el modo correcto de operar frente a los
propósitos hostiles de un adversario declarado.
La Estrategia, como arte que brota en la historia sólo en algunas personas bien
dotadas, es el resultado concreto de una dialéctica de voluntades hostiles entre los
grupos sociales organizados que no encuentran en el riesgo de una empresa motivo
suficiente para evitarla.
La racionalidad del estratega se mide por su acuerdo con las enseñanzas de unos
teóricos, los notables tratadistas, del fenómeno guerra (o de otros fenómenos
análogos a la guerra) y por su armonía con las tareas de los conductores de las
operaciones que hemos convenido en llamar los grandes capitanes.
El fin político, entendido como propósito de la voluntad, entra por el oído, es palabra.
Y es, si fuera discutido, debate. El modo estratégico, entendido como designio de la
razón, entra por los ojos, es visión. Y es, si fuera dibujado, un panorama. El medio
táctico, entendido como resolución, entra por el tacto de las manos, es contacto. Y es,
si fuera medido, esfuerzo: una comparación o un choque de fuerzas efectivamente
presentes en el teatro de operaciones.
1º.- Definiciones
2º.- Clasificaciones
3º.- Grandes maestros
4º.- Escuelas y Teorías
Por analogía, podrá hablarse en otros ámbitos de lucha (no precisamente de lucha
armada) de varios tipos de estrategia según en cada uno los predominan fines
políticos, sociales, económicos, judiciales, deportivos, comerciales, electorales o de
éxito personal. Pero en la línea creciente de complejidad que contiene el tríptico
“estrategia, geoestrategia y geopolítica” conviene reducir el panorama a la situación
relativa de dos poderes en presencia con pretensiones hegemónicas, sean éstos las
grandes potencias o las coaliciones nutricionales con potencias medias o menores.
Seguir la evolución de las ideas estratégicas vigentes en cada periodo histórico puede
tener interés. Para una primera aproximación nos sirven los grandes capitanes de la
historia universal acreditados desde la antigüedad a la que llamamos clásica. Valen
también, los notables tratadistas que nos ofrecen las interpretaciones de las
convulsiones bélicas más seguidas de consecuencias para la humanidad. Finalmente,
son válidos los intérpretes del devenir de los tiempos que diseñan las cosmovisiones
nacidas en torno al uso intencionado de la violencia de las armas. Todos estos estudios
engendran erudición y aportan conocimientos.
Estas ocho denominaciones nos permiten situar en una sóla escala a la mayoría de los
estudios estratégicos actualmente a nuestra disposición. En el origen, predominó lo
militar (castrense, bélico o guerrero). En el desenlace, lo civil (político, internacional o
geográfico) tiene mayor incidencia.
8.- Las ideas estratégicas vigentes en cada época (o en cada periodo histórico) en cada
territorio (poblado y políticamente organizado y en cada coyuntura particular de una
comunidad de hombres libres, han ido siendo sustituidas y relevadas por otras
nuevas. Hoy estamos frente a una Estrategia global.
Una coyuntura de cambio muy rica de enseñanzas estratégicas fue el Siglo de Pericles
en Grecia. Otra, la gran etapa de las guerras de César contra Pompeyo. Una bastante
significativa el otoño de la Edad Media y el Renacimiento. Otra más decisiva, la caída
de la Casa de Habsburgo padecida ante el Siglo de las Luces. Más aún, las campañas de
Napoleón. Y la Europa entre las dos Grandes Guerras del siglo XX. Lo que sea propio de
la llamada postmodernidad queda por ver. De momento hay en ciernes un predominio
de las estrategias verdaderamente indirectas como las que utilizan las técnicas del
terrorismo supracional o transnacional en su beneficio. Estamos ya en un nuevo
horizonte que es el de la globalidad.
La elección del modo correcto de operar puede hacerse desde distintos niveles de
autoridad. Bien desde el más alto; bien desde uno de los intermedios o bien, desde
aquel que sea capaz de tomar decisiones que sólo obliguen a un conjunto de unidades,
aún siendo éste muy reducido.
Cuando se elige actuar en fuerza desde el poder del Estado a lo que resulta se ha
solido denominar Plan de Guerra. Al Plan de Guerra le sigue un Plan de Campaña y
consiguientemente, unos Planes de Operaciones. Las coaliciones y las alianzas (más o
menos estables) también acaban disponiendo de planes de guerra, de campaña o de
operaciones cuando ya tienen definido a su enemigo (potencial o real).
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El concepto de <<gran estrategia>> ha sido utilizado para expresar este alto nivel
político de decisiones en la historia bélica de las grandes potencias occidentales, al
menos en estas cuatro situaciones, sobrevenidas una vez estuvo cerrada la experiencia
del Imperio de Napoleón Bonaparte.
Cabe concluir que se fueron dando hasta tres niveles de observación del fenómeno de
las grandes guerras habidas entre los siglos XIX y XX, el político, el estratégico y el
táctico-logístico.
El nivel adecuado para la observación de una Gran Estrategia resulta ser el nivel
político. Depende de la voluntad de los grandes Estados por enderezar hacia su victoria
todas las energías disponibles. Hablamos entonces de que la estrategia sea total,
grande o global. El analista deberá conectar al dirigente de la primera de las potencias
aliadas con los generales y los almirantes en quienes se deposite el mando. De su
relación se desprenderán unas decisiones concretas para neutralizar (o destruir con el
mínimo daño propio) al potencial militar del enemigo.
Se hablará entonces del acuerdo (o de las tensiones) del Presidente Lincolm con los
generales Grant o Sherman, del Canciller Bismarck con el general Moltke, del Kaiser
Guillermo con Himdemburg o Lüdendorf, del Gobierno de S.M. Británica con el general
francés Foch, del Führer con Manstein, Halder o Rommel, de Churchill con
Montgomery, de Stalin con Zukof con de Roosevelt y Truman con Eisenhower y Mac
Arthur.
Todavía es posible elegir como suficiente para el análisis un nivel más bajo de
contemplación válido para las acciones de las unidades combatientes. Es el nivel
preferido desde el punto de vista militar. Aquí se nos dará la impresión de que las
resoluciones de los mandos son autónomas y de que los resultados se derivan de la
moral de combate quienes ejecutan las órdenes. No interesa demasiado la valoración
de las intenciones de los gobernantes ni la lucidez de los planes en curso. Gana el
mejor a partir del choque desencadenado por la dinámica de las acciones
sobrevenidas.
Ahora bien, treinta años más tarde del Tratado de Versalles, los tratadistas de la
Segunda Guerra Mundial se verán forzados a incluir en sus reflexiones el modo de
razonar de los líderes civiles en guerra (Hitler, Stalin, Churchill, Mussolini, Roosevelt
etc…). Lo que se pretende dilucidar y aclarar ahora es la dirección de la guerra, por
encima de la conducción de las operaciones, dejando muy en segundo plano al mando
de las unidades en presencia, que sigue a cargo de generales y almirantes presentes en
la zona de operaciones.
Con todo, siempre será posible revivir trances que nos devuelvan a lo que en 1918 se
creía rebasado por el transcurso del tiempo. El retorno a un relativo primitivismo, sea
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para emprender una lucha a muerte o para soportar una guerra irregular sin simetrías
operativas, ha sido posible en pleno siglo XX tanto en las guerras europeas de
liberación, como en los procesos afroasiáticos de descolonización, sin excluir a las
inestabilidades internas de los Estados embrionarios o fallidos de finales del segundo
milenio de la era cristiana.
1.- El tratadista militar francés Bonal se conformaba con separar a la Estrategia, (como
arte de concebir operaciones) de la Táctica (como arte de ejecutar combates).
2.- El tratadista militar prusiano aceptaba que la batalla decisiva fuera el centro de
gravedad de la estrategia donde había que ganar las guerras. La táctica en sí misma
carecía de valor si no era referida a la estrategia por sus grandes resultados y ésta si no
era referida a lo político.
3.- El tratadista militar británico Liddell Hart subrayará mucho más la presencia
determinante de la finalidad política en la elección del modo indirecto de operar que
lo exigible en la acción directa clásica o tradicional de Bonaparte.
4.- El tratadista francés André Beaufre, después de 1945, limitará más aún la estrategia
operativa al arte de ejecutiva los designios políticos. Y abrirá su reflexión, todavía
propia de un militar de los años centrales del siglo XX, al concepto de disuasión
Y es que la palabra estratégico nos define, -como enseñaba el general francés Ailleret
al iniciarse la guerra fría -“un nivel desde el que examinar o tratar las cuestiones
relativas a la guerra, ya sean las referidas a su dirección, o su preparación. O a la
utilización con fines políticos de las situaciones que de ella resultan. O a la disuasión
que su amenaza puede originar entre los posibles adversarios”.
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Muy cerca de Ailleret, el también general francés Beaufre había insistidos en dos
observaciones. Una muy elemental, “Estrategia, arte de la dialéctica de voluntades, es
también arte de emplear la fuerza para alcanzar los fines de la política. Otra muy
gráfica. “Hay una pirámide de estrategias distintas e independientes”. Es la idea que
pluraliza los modelos estratégicos por encima de lo que era habitual en el año 1939.
Una vez marcada esta diferencia, que tiene mucho que ver con la efectiva ruptura de
las hostilidades (para la estrategia de la acción) y con el mantenimiento de un cierto
orden de seguridad (en la estrategia de la disuasión) habrá que entrar en otras dos
distinciones: una basada en fines y otra en medios. Queremos decir, bien en la
naturaleza de cada finalidad o bien en las cualidades de los medios militares que se
ponen a prueba.
Por los fines, un modelo estratégico puede ser o hegemónico (lo que sugiere una
conquista) o autonómico (lo que sugiere una resistencia). Al primero, le corresponde
una actitud ofensiva. Al segundo, una actitud defensiva. Cabe, durante un tiempo, que
se disimule la actitud predominante. Pero finalmente la verdadera finalidad se hace
clara al estudiar las operaciones en curso.
Por los medios, un modelo estratégico puede estar marcado por la posibilidad de
servirse de lo técnicamente especializado o por la posibilidad de recurrir a la ley del
número (a la movilización general del país para la guerra). En definitiva, por la
búsqueda de calidad o por el recurso al número (cantidad).
1.- El modelo de la acción directa está señalado por la figura de Napoleón Bonaparte,
sobre todo a partir de la concentración de poderes en su persona en el quicio del 1800.
Corresponde a una situación en la que la parte que inicia las hostilidades –el Imperio
de Francia- se sabe fuerte y poderosa; reclama como vital para ella un objetivo
territorial, al que se dirige con potentes medios militares para ocuparlo.
Entre los tratadistas Jomini y Clausewitz dejarán descrito lo esencial del modelo que es
el ha gozado del prestigio máximo en las Escuelas de Guerra del ámbito occidental
entre 1815 (Waterloo) y 1944 (Normandía).
En realidad, hay latente, para este modelo de estrategia en el actor principal, una
ideología neocolonialista, -en ocasiones expresadas con suma discreción. Y hay
patente en el otro actor un presunto tipo de enemigo de la modernidad del Estado. El
modelo, quiere arrebatar a este adversario potencial su área de influencia.
4.- El modelo de la lucha prolongada se deriva de algún modo del concepto mixto de
guerra irregular, de guerra de movimientos y de guerra de guerrillas. Tiene grandes
antecedentes europeos en la Península Ibérica (Independencia, Guerras civiles del XIX
etc…), en el Tirol y en los Balcanes etc… También entre los rusos blancos levantados
contra Lenin en 1917 se apeló al modelo de la mayor duración de una manera
insuficiente para que alcanzara éxito.
5.- El modelo de la presión directa tiene otras connotaciones también muy peculiares
por cargadas de hecho de ideologías que suelen ser ultranacionalistas Corresponde a
una situación nueva en los años veinte del siglo XX, en la que un poder político recién
constituido asume grandes reivindicaciones territoriales. Se intenta legitimar en la
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obligada de grupos étnicos afines que viven en el territorio del adversario con fuertes
sentimientos de ser (o de estar siendo) las víctimas de una injusticia con dimensiones
históricas.
La realidad inquietante de este modelo la fue revelando en los años treinta el Führer
alemán Adolfo Hitler. No es exactamente el mismo modelo de sus planes de guerra
dirigidos por él hacia Occidente y hacia Oriente, del año 1939. Es el modelo nacional-
socialista del que precede al estallido de la Segunda Guerra Mundial con la operación
Anchlus para la anexión de Viena.
Los objetivos donde operar se exigen uno tras otro. En los textos de estrategia de
postguerra se les llaman hojas de alcachofa o rodajas de <<salami>> o salchichón. Es la
estrategia que sirvió para que recuperara aquella Alemania, la Renaria; para hacerse
con el territorio de Austria y reclamarle a Polonia el pasillo de Dantzing etc…. En teoría,
se describe en algunos textos clásicos de Tucídides y de Maquiavelo. De hecho, lo
utilizó Federico el Grande para anexionarse Silesia en el siglo XVIII (en los años
centrales).
El modelo estaba trazado por Lenin (y perfeccionado por Trosky) antes de la Gran
Guerra; pero su eficacia llegó después del triunfo de Lenin y de su llegada al Kremlin.
Lo más palpable del trance es la creciente dificultad de empleo por parte del Estado
envejecido de las fuerzas armadas regulares, ya que carecen del enemigo antiguo, (el
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exterior a los ideales e intereses patrios) que el antiguo régimen pretendía considerar
suyos. Los procesos de descolonización del Tercer Mundo vienen optando por este
modelo desde 1945. Aunque cuando derriban del poder a una oligarquía local o
nacional, lo hace con una ideología supranacional.
Hay en la historia contemporánea una variable suiza (de pura contención de los
adversarios en sus fronteras) y una variable francesa (o británica), compatible con la
ampliación de sus viejos protectorados. Sirve también para enfrentarse con la
resistencia sobrevenida contra una administración metropolitana en un espacio ya
colonizado. Los generales franceses Bugeaud, Gallieni y Lyantey (en línea con el
británico Kitchener) realizaron (en territorios administrados por las grandes potencias)
análogas demostraciones de fuerza contra la población aborigen, disuadiéndola de su
alzamiento en armas.
El modo estratégico de operar de estas expediciones de castigo hizo crisis después del
año 1945 al ser rechazado por los Estados Unidos –crisis del canal de Suez. Pero
también hizo crisis entre los miembros de la Alianza Atlántica al ofrecérsele una
alternativa, desde el concepto de armas de destrucción masiva (Guerra Fría), -crisis de
los misiles con base en Cuba.
8.- El modelo de la disuasión nuclear corresponde a una situación bipolar, que quizás
podría ser prolongada en la forma de Guerra Fría, en la que las dos partes del conflicto
(poderosas en sus dos actores principales) se prohíben avances y gestos a favor de la
ampliación de sus zonas de influencia en la superficie de toda la tierra. Lo hacen
mediante la evidente amenaza de empleo de sus armas de destrucción masiva.
Corresponde a la denominada política de bloques sólo en relativo equilibrio.
Los textos que a continuación se citan por orden alfabético de autor están centrados
en el concepto de estrategia tal como ha venido siendo entendido en el periodo que va
desde las campañas napoleónicas a la apertura de la Guerra Fría, es decir, durante un
siglo y medio de duración.
ALONSO BAQUER, Miguel.- ¿En qué consiste la estrategia? Publicaciones del Ministerio
de Defensa. Madrid (1999).
ARANDA MATA, Antonio.- El arte militar. Edersa. Madrid (1973).
BEAUFRE, André.- Disuasión y Estrategia. Editorial Pleamar. Editorial Rioplatense.
Buenos Aires (1980).
BORDEJE MORENCOS, Fernando de.- Diccionario militar, estratégico y político Guía
para el lector. Editorial San Martín. Madrid (1981).
CASTEX, Almirante.- Teorías estratégicas. Escuela de Guerra Naval. Madrid (1965).
COLLINS, John.- La gran estrategia. Príncipes y prácticas. Circulo Militar. Buenos Aires
(1975).
JOMINI, Henri.- Compendio del arte de la guerra.-
LACOSTE, Pierre.- Estrategias navales del presente. Ediciones Ejército. Madrid (1987).
MEAD, Early E.- Los creadores de la estrategia moderna
LAWRENCE, Thomas.- Los siete pilares de la sabiduría.
LIDDELL HART, Basil.- La estrategia de la aproximación indirecta. Iberia. Joaquín Gil
Ediciones. Barcelona (1946).
POLRIER, Lucien.- Las voces de la estrategia. Servicio de Publicaciones Ejército. Madrid
(1987).
ROSO LLUICH, Vicente.- Elementos del Arte de la Guerra. Ministerio de Defensa (1996).
Para este nuevo tipo de geógrafos, -una versión modificada de los geopolíticos- las
potencialidades relativas de cada Estado y de cada coalición de Estados son físicas,
humanas y económicas. Y el cambio político viene de unos datos demográficos (o
simplemente económicos) que actúan como indicios del inminente relevo en el
liderazgo mundial. Este, como el vuelo de las águilas imperiales, se posa en unas zonas
o en otras según el signo de los tiempos.
Cada Geopolítica cuenta con una Geoestrategia para precisar la elección de los puntos
de aplicación de la fuerza. (Y también lo hace para desvelar donde está la clave del
poder). Quizás –se insinúa- en que éste sea o deba ser más continental, marítimo o
aéreo: el poder entendido como el más esencial, aquí y ahora.
“La política de un Estado está en su Geografía” –decía Napoleón- para de este modo
legitimar el expansionismo de su Imperio. El dominio de más y más territorios era,
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desde años antes, una idea nueva en la Europa del siglo XVIII. El territorio se había
convertido en la figura central de las conductas y de los discursos del poder en los
Gobiernos de Federico de Prusia, de Luis XV y de Catalina de Rusia. En España reinaba
Carlos III.
Tres nuevas ciencias irán adueñándose de determinadas mentes, -la Geografía Política,
la Geopolítica y la Geoestrategia (por este orden cronológico). Expresiones tales como
Liga pangermanista del grupo wagneriano de Bayreuth (en la época de Bismarck) como
la Alianza alemana de Friedrich Lange y como las Ligas navales o Sociedades escolares
alemanas del general Keim, anunciaban que se estaba pasando desde una clásica
filosofía de la Naturaleza a una moderna geopolítica del Espacio vital.
Todas las geopolíticas posteriores a Ratzel postulan un centro y una periferia. Lo que
comprenden son: un territorio, primero Natural, el que está en la naturaleza de las
cosas; luego un territorio Prometido, el que debería quedar abrazado por la soberanía
del Estado que crece, y tercero un territorio Vital, el que tendrá que ser conquistado a
viva fuerza por este Imperio emergente, dócil a lo geográfico. La Geografía –nos dicen-
manda.
Los Atlas –la Cartografía premonitoria-; las Universidades -las Cátedras de geopolítica;
los Estados Mayores – las Escuelas de guerra; los Partidos colonistas, las Ligas y las
Sociedades de comercio etc… andan detrás de la nueva Ciencia de la sangre y del
suelo. Se ha terminado el culto a la estática de la Geografía física y ha estallado la
dinámica de las Geografías humana y económica.
Pero fue el sueco Rudolf Kjellen (1914) quien en sus numerosas obras sobre las
grandes potencias y en El Estado como forma de vida dio el paso decisivo y llamó a su
ciencia Geopolítica, aunque sin echar de menos todavía a la Geoestrategia también
como ciencia del Estado todavía más eficiente.
La Geografía, dirá Juan Vilá Valentí en La Península Ibérica (Barcelona, 1968) “es una
ciencia de realidades vivas y cambiantes”. Sus colegas, Manuel Terán y Luis Solé
Sabaris, en Geografía Regional de España, (una obra del mismo año y editorial)
también ponían, las cosas en su sitio, académico del todo.
El catedrático catalán Jaime Vicens Vives (que enseñó primero Geografía General en
Zaragoza y luego Historial social y económica en Barcelona) nos dejó en los comienzos
de sus tareas universitarias un texto de Geopolítica (1950) pletórico de sensatez.
“En realidad no han sido los geógrafos quienes han abierto el camino a la comprensión
científica de las realidades entre la Tierra y las sociedades políticas que la pueblan…
ellos han ido descuidando un factor geográfico del mayor interés: el hombre
organizado en sociedad”.
Se llegó a esta situación por dos vías. La vía de la ampliación de lo estratégico, pensado
desde sí mismo y la vía de la delegación de lo político hacia lo militar, como si tal fuera
su inevitable desarrollo en la praxis de las relaciones internacionales.
La Geopolítica solía limitarse antes de la Gran Guerra a señalar cual estaba siendo en
términos espaciales la naturaleza de las cosas, -el “destino manifiesto” como se decía
en los Estados Unidos de Theodor Roosevelt. A lo sumo distinguía entre los caracteres
de los pueblos en presencia y en competencia. Y decidía quien merecía confianza y
quien demandaba hostilidad –el amigo versus al enemigo.
Entre los siglos XIX y XX encontraron sitio y tuvieron eco unos modos nuevos de
pensar que fueron saltando desde la Geografía general hasta la Geografía política (de
Ritter a Ratzel); desde la Geografía política hasta la Geopolítica, (de Kjellen a
Haushofer) y desde la Geopolítica hasta la Geoestrategia, (desde Mac-Kinder a Mahan)
para dejar abierto el campo, entre otros, a teóricos como Douhet, Castex, Liddell Hart
y Beaufre. Podríamos abrir el paréntesis en 1848 y cerrarlo en 1949, de tal modo que
queden dentro la Guerra de secesión de los Estados Unidos, la Guerra franco-prusiana,
la Gran guerra y la Segunda guerra mundial. Es el siglo de las guerras en cadena del
que escribió con talento el pensador Raymond Aron.
De aquí que sea posible situar a la llamada Geopolítica del periodo abierto entre los
siglos XIX y XX, tanto en la historia de las ciencias del espacio, como en la historia del
arte de la guerra. En Francia, por ejemplo, se habló de una geografía de los Profesores
y de una geografía de los Estados Mayores; pero también podría hablarse de una
estrategia (propia de las Universidades) en conflicto con una estrategia (propia de los
Cuarteles Generales).
Nosotros hemos optado por seguir un recorrido simplificado en tres grandes etapas:
Estrategia, Geoestrategia, Geopolítica. Es un orden lógico que va desde un momento
de escasa implicación de lo estratégico en lo geográfico (1848) a otro de máxima
implicación (1949) pasando por un momentáneo equilibrio (1898).
Conviene, pues, dar noticia de los ocho actores principales de la aventura cuyo
horizonte suele ser el de un nuevo orden mundial como el que se ofreció en la Carta de
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San Francisco, tras la derrota de las potencias del Eje (tanto en el Atlántico como en el
Pacífico).
1.- Karl Ritter (1779-1859), discípulo directo del sabio Alejandro Humbold, dio como
geógrafo un gran impulso a la vida universitaria en Berlín, a partir de 1820. También
enseñó geografía en la Academia Militar. El título de su obra fundamental es
Geographistorischstatisches (1804-1808). Puso de relieve la notable influencia del
medio físico en la vida del hombre.
3.- Sus discípulos, Walter Vogel, Otto Maull y Erich Obst fueron exagerando el carácter
político de las nociones de geografía económica, de paisaje cultural y de instinto
geoestratégico. Es este exactamente el ambiente que encuentra el nacionalsocialismo
de los hitlerianos de los años treinta.
4.- Rudolf Kjellen (1864-1922), geógrafo sueco de muy amplios horizontes, será quien
coloque todos los conocimientos científicos sobre el espacio, bajo el rótulo de la
Geopolítica. Él es quien formula la doctrina del Estado como un organismo geográfico
viviente. El Estado es una forma de vida que tiende hacia la autarquía económica y a
cuyos fines todo debe subordinarse. Su obra clásica es Problem of the Three Rivers
(Rin, Danubio, Vístula). Es la apoteosis de un Estado Continental europeo,
absolutamente hegemónico a medio plazo.
6.- Halford Mac-Kinder, (…………) geógrafo británico, le dará la vuelta a las ideas del
almirante Mahan dará en las fechas consiguientes a la implicación norteamericana en
la Guerra del 98 (Cuba y Filipinas). En Geographical Pívot of History dará su versión
continentalista, mucho más enfatizada aún que la naval norteamericana. Lo que llama
pivote geográfico de la historia (o corazón del mundo) es, exactamente, lo que tiene
preconizado un dominio geopolítico absoluto si no se le pone remedio con una
geopolítica inteligente por parte de las potencias marítimas.
7.- Julio Douhet (1869-1930), un aviador italiano que había sido muy crítico con la
política militar de la Monarquía de la Casa de Saboya en los preliminares de la Gran
Guerra, se verá rehabilitado en 1918. Y presentará sus teorías sobre El poder aéreo y El
dominio del aire (1912), ofreciendo unas salidas al debate de Occidente entre las dos
grandes guerras. Una para los que encuentran la clave del poder político y económico
en el tráfico marítimo y otra para los que lo garantizan sobre la posesión de las fuentes
continentales de energía y de materias primas, concentradas por el poder político y
económico en el tráfico marítimo y otra para los que lo garantizan sobre la posesión de
las fuentes continentales de energía y de materias primas, concentradas por un poder
político hegemónico.
¡Claro que una teoría geopolítica del poder siempre dará por supuestas tantas teorías
geopolíticas como presuntos imperios incoados o pretendidos! Algunos Gobiernos se
podrán, audazmente, a la vista y al servicio de la ampliación del espacio vital del que
precariamente gozaban cada uno.
Los argumentos de cada teoría se consideran válidos únicamente para algunos de los
Estados emergentes (que no decadentes). El geógrafo francés Lacoste del último tercio
del siglo XX, Ives Lacoste, había descalificado al denominado darwinismo social del
anglosajón Herbert Spencer al poner sus obras sociológicas (ingenuamente) al servicio
de los dos totalitarismos europeos, el de Lenin (1917) y el de Hitler (1939), incoados
tras la muerte del gran sociólogo del evolucionismo.
En plena guerra fría (hacia 1953) se hablará de una estrategia de las fichas del dominó
mundial, dispuestas de tal modo para que una vez derribada la que tenemos a nuestro
alcance vayan cayendo todas las demás. Este es el léxico de todos los imperialismos…
<<quien domine, por ejemplo, un lado de un estrecho marítimo, una cabecera de valle
del río a la larga muy caudaloso, una periferia de una masa continental, unos collados
de paso obligado de una cadena montañosa etc. dominará más y más territorios.>>. Lo
que dominará es mucho más grande que lo que podría dominarse desde ahora mismo.
“Hay un momento histórico en que Leviatán se desarrolla más que nunca. Este
aumento corresponde en la mayor parte de los países de Europa a los años que siguen
al ciclo revolucionario de 1848. Casi todos los historiadores que han tratado de la
revolución del 48 están de acuerdo por lo menos en una cosa: el aumento del poder del
Estado como consecuencia de la crisis”.
Aquella Geopolítica (imperial) fue pronto seguida por una Geoestrategia (imperialista).
Todo el saber del espacio cayó en una posición similar a la de la Geografía (política).
Lord Curzon dio con la llave maestra, que manejó Lord Grey y dijeron sucesivamente
ambos una misma idea.
“La Gran Bretaña es, después de la Providencia, la fuerza bienhechora más grande del
mundo”.
Engels se lo diría a Kautski en 1882, pero ahora en términos más sociales que
económicos.
“Lo mismo que los burgueses, ahora, los obreros participan alegremente en el festín del
poderío inglés en el mundo y sobre las colonias”.
La Geopolítica del siglo XX (que era la geopolítica moderna) tenía un sólo objetivo. Fijar
en un mapa geográfico el lugar donde estaba la llave del mundo para así poder
penetrar con mayor facilidad en el centro del mundo.
“Lo cierto es que ese imperialismo colonialista, que tanta fuerza física y moral tuvo en
su tiempo, duró extraordinariamente poco a escala histórica”. “El Movimiento en toda
su virulencia estalló por 1880 y ya en 1902 con la obra de Hobson, empezó a ser
criticado”.
Hobson daba una salida. “Para que el imperialismo pueda justificarse, alegando que
contribuye a la civilización de las razas inferiores, deberá esforzarse por elevar el nivel
moral y económico de éstas en sus propios territorios, conservando en la medida de lo
posible los hábitos e instituciones de la vieja sociedad tribal”.
También desde esas fechas nos preguntamos desde la Geoestrategia ¿qué tenemos
que hacer?, quizás para poder alterar el estado de una situación, por inestable que
sea, en nuestro beneficio (mayor) o en nuestro (mínimo) daño, aunque siempre sin
decidimos al empleo de la fuerza armada para anticipar el éxito.
Se nos exige, ahora, una subordinación del quehacer estratégico a la sabiduría política.
Política y Estrategia son los dos afanes que se polarizan, el primero y en teoría, hacia la
reflexión sobre los fines y el segundo y en la práctica, hacia el empleo de los medios.
La Geopolítica tratará siempre de fijar cuáles son los fines (o los propósitos) de la
voluntad del Estado o de las coaliciones o alianzas para resolver sus conflictos. La
Geoestrategia estudiará cuales son los modos más adecuados para obtener desde la
verdadera situación atravesada los mejores resultados a través del uso racional de los
medios disponibles, aunque se incluya a los medios militares.
Ahora bien, desde el siglo XX, la Táctica y la Logística, como ciencias de aplicación, se
vienen mostrando en su desarrollo doctrinal ajenas a la Geografía Política. Lo que no
quiere decir que se abstengan de la Topografía y de la Geografía Física para
fundamentarse como ciencias aplicadas.
Para diagnosticar un presente y para pronosticar un futuro cada actor principal tiene a
su lado varios actores secundarios. Estos que no responden del designio elegido para
el conjunto de actores aliados. La apreciación global de la situación ha de contar con
un posible fraccionamiento en situaciones particulares. Esta circunstancia será más
grave en las coaliciones ocasionales de varios Estados soberanos que en las alianzas
firmes ya consolidadas en una época como ocurrió durante la Guerra Fría.
Al final del decenio de los años cuarenta hubo pues de decidirse un cambio radical en
los modos de pensar. En realidad cambiaron las grandes actitudes de los <<grandes
actores del drama>>. Y todos, -Estados Unidos, la Unión Soviética, Europa Occidental y
China sobre todo- entraron en una nueva era.
6.- GEOHISTORIA
Liddell Hart le aventura las grandes posibilidades que tenía el libro de convertirse, al
margen de lo que ocurriera con las obras posteriores de de Beaufre, sobre disuasión y
acción o sobre la guerra revolucionaria, “en una obra clásica, en un manual de esta
disciplina” (Prefacio de la 1ª edición de 1963).
Beaufre vislumbraba la globalidad del nuevo conceptote estrategia, más allá de donde
le dejaron Jomini, Clausewitz, Moltke y Foch. Es una globalidad que implica a todos los
sectores del Estado moderno y que obliga en materias de Defensa y de Seguridad a
una más estrecha relación entre estrategia y política.
Sus tesis, muy pronto compartidas (aunque también discutidas), aparecieron en plena
carrera armamentista y en el momento más vivo del proceso descolonizador. Se
El efecto del libro de Beaufre sobre los estudios estratégicos quedaba claro que sería
notable. La estrategia no se reduce a estrategia militar. Transciende como inevitable
desarrollo de la mera conducción de lo que se empezó a llamar guerra total. Y requiere
que los ahora presuntos adversarios midan los riesgos y tomen como elemento de la
nueva situación al miedo, a las consecuencias materiales y morales de su uso.
Pero añade el general francés algo más decisivo que una atención preferente al tiempo
también recomendada por los estrategas de condición civil.
“La estrategia es el único método de análisis que permite prever y evaluar los riegos
para así prevenirlos, o al menos reducirlos, preparando así el camino para la decisión
política”.
“La estrategia global constituye así uno de los medios más importantes del arte de
gobernar”.
Y es que la otra de las tendencias generales académicas que los estudiosos del sentido
de la Historia Universales desarrollaron al hilo de las dos Grandes Guerras Mundiales
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fue la que podríamos denominar Geohistoria. Con el auge de los estudios geohistóricos
se pretendió corregir los males del determinismo geográfico reemplazándolos con el
probabilismo derivado del signo de los tiempos.
El primer empeño geohistórico del siglo XX pudo ser el de Oswald Spengler (año 1920 y
siguientes) en la Decadencia de Occidente y el segundo, el de Arnold Toynbee (año
1950 y siguientes) en Estudio de la Historia (varios tomos). Pero el hábito (o la
pretensión) de adelantarse a los acontecimientos, no ha cesado. Lo percibimos en
Auge y caída de las grandes potencias, de Paul Kennedy en Las guerras de futuro de
Alvin Toffler (1993), en El nuevo y el viejo mundial de Noam Chomsky, en El choque de
civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1993) de Samuel P. Huntington y
en El Fin de la Historia y el último hombre de Francis Fukuyama (1992).
Las tres consideraciones hoy más reiteradas –la que viene de las políticas de seguridad,
la que se materializa como políticas de densa y la que podría deducirse como propia de
políticas de defensa y la que podría deducirse como propia de políticas militares-, se
reconocen afectadas por las ideas dominantes en cada tiempo y circunstancia. De
hecho, cada estudioso se sabe colocado en línea con unas cosmovisiones (o
interpretaciones) del sentido de la Historia y en oposición con otras, a las que
descalifica por razones éticas.
Brzezinski en La gran transformación y en Vivir con una nueva Europa (2002), Henry
Kissinger en Diplomacia (1966). Saúl Bernard Cohen en Geografía y Política en un
mundo dividido (1963) J.M. Collins en La Gran Estrategia (Profesores y Prácticos) y
Nicholas J. Spykmann, en La Geografía de la Paz (además de Lawrence Freedman en La
evolución de la estrategia nuclear) nos dan brillantes cosmovisiones cuando no estados
claros de la cuestión debatida, panoramas estratégicos, etc. Lo expresa muy bien este
título, de uno de ellos el primero, El tablero mundial. Otros autores asumen un fuerte
grado de globalidad al que también los recientes estudios estratégicos son muy
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sensibles. La Prospectiva aventura que habrá grandes cambios en amplias regiones.
Nunca se pronuncia sobre cambios para localidades menores.
Todos los autores y los textos de ellos ofrecidos como de Geohistoria reflejan distintas
versiones sobre la implicación de lo geográfico en las políticas que son las, a su juicio,
más expresivas del siglo XX. Son escritores geopolíticos, pero meditan con la
mentalidad de geohistoriadores. Se les cita por orden alfabético pero deben
consultarse en orden cronológico de aparición:
7.- CONCLUSIONES
Lo que dice sobre las coyunturas temporales el geógrafo francés Pierre George en su
Geografía Activa vale para la Geografía Política. No tanto para la Geopolítica.
“Toda geografía es una ciencia del espacio en función de lo que ofrece o aporta a los
hombres y también una ciencia de la coyuntura y de los resultados de las sucesiones de
coyunturas”.
Hará, pues, que incorporar a los estudios geopolíticos una reflexión sobre el tiempo. La
Geografía Física de Max Derreau (1961) ya lo anunciaba como una exigencia para el
investigador.
- Primero: la perspectiva propia de la tradicional Geografía Física, afirma que suele ser
determinista. El determinismo del factor físico nos dice que ella <<manda>> (la
Geografía), aún sin dejar caer en la misma cuenta y el factor humano, el estudio del
factor humano.
- Segundo: la perspectiva propia de la clásica Geografía Humana, nos dice que ésta
suele ser probabilista. Se opina entonces que la Geografía <<enseña>>. Muestra lo que
pasará casi con certeza.
Ahora bien, tanto la Geopolítica política como la Geopolítica (y también como las
Geoestrategias subyacentes) en la realidad histórica del fin del siglo XIX, con ligereza
suma, jugaron casi siempre la baza del determinismo geográfico. Tanto aquellos
maestros geopolíticos como estos discípulos geoestrategas se creyeron secundados
por el Poder político. Y ello les supuso una gran debilidad teórica a la hora de fijar las
bases de una estabilidad interestatal en el mundo sin guerras en particular.
La ayuda conceptual del geógrafo general y del geohistoriador permite eludir los
grandes errores. Por ejemplo, nos alerta sobre la improbabilidad de un choque de
civilizaciones y la probabilidad de otros conflictos algo menores pero graves.
Quien busca poseer las mayores generalidades, para así conocer mejor al hombre ya
organizado sobre la superficie de la tierra debe estudiar, por separado, lo que están
siendo las luchas (particulares pero de carácter global) por las fuentes de energía, y por
las materias primas. Y también las peculiares tendencias (vigentes en la actualidad) de
las culturas en la actualidad de las culturas y de las civilizaciones más arraigadas. Es el
caso del geógrafo general aséptico y (también del geohistoriador) que sabe
permanecer atento a las cosmovisiones relativamente vigentes en nuestro tiempo.
No nos sorprende que Ives Lacoste desde la Universidad Francesa (hacia 1968 y
siguientes) dejara dicho de la Geografía, todavía sin adjetivar, que era un arma para la
guerra. Es evidentemente una exageración; pero no se puede pensar en términos
geopolíticos o geoestratégicos sin tomar en cuenta la posibilidad del desvío. Porque,
claramente, la primera mitad del siglo XX resultó ser una época en la que a la vez varias
ideologías con pretensiones de globalidad con pretensiones de globalidad utilizaron a
los estudios geográficos para legitimar sus agresiones de carácter bélico o
revolucionario.
Claro que esta utopía (que se manifiesta sólo terrestre o terrenal y mundanal; pero
nada escatológica) va en contra de la que ha venido siendo la fuerte impronta del
Estado en la ordenación de los territorios durante los últimos cien años. Un mundo sin
fronteras, ha sido puesto en el horizonte de algunos Estados poderosos, (sin que éstos
se olviden de la inviolabilidad de las fronteras ratificadas como las suyas).
Cabe pues seguir estas tareas, por este orden, 1.- debatir sobre tener o no tener una
sana economía o sobre disponer o no disponer de unos presupuestos de
modernización de las Fuerzas Armadas que estén más o menos pendientes del orden
de seguridad, del estado de defensa (o del estado declarado de hostilidades) y 2.-
polemizar sobre doctrina de empleo de la fuerza para priorizar un tipo de armas y de
material. La pregunta definitiva está entre el incremento específico del poder
“marítimo” –la Real Armada; b) del poder “terrestre” - los Ejércitos Reales- y c) el
poder “aéreo”- el Ejército del Aire característico de las políticas de defensa.
Todo ello habrá de practicarse primero en la esfera del pensamiento (como algo más
académico que ideológico) para que sirva de guía para la acción durante periodos de
notable duración
BIBLIOGRAFÍA SELECTA