Braudel, Fernand. - El Mediterraneo El Espacio y La Historia (2009)

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aisaje d iv is o , no un mar sino sucesión de mares, desde las

colonizaciones griegas y fenicias hasta los tiempos modernos,


el Mediterráneo juega un papel fundamental en las culturas
de Oriente y Occidente. Es el fuego ondulante de Ulises, el
camino de Heródoto y el “mar interior” del italiano Giuseppe
Ungaretti. Summa, máxima unidad, centro de las culturas más
antiguas.
Como gran vórtice mundial, el Mediterráneo ha alimen­
tado múltiples historias; pero, mientras esos relatos devienen
en literatura, lo que aquí interesa es cómo esas historias indi­
viduales nos sirven como piezas de rompecabezas para armar
esa Gran Historia de la que ha sido testigo y participante.
Es un mar histórico, pero también un mar contemporáneo.
El presente y el pasado se reflejan en él. Fernand Braudel
dice que “la historia no es otra cosa que una constante inte­
rrogación a los tiempos pasados en nombre de los problemas
y curiosidades —incluso las inquietudes y las angustias— del
presente que nos rodea y nos asedia"
Fernand Braudel (1902-1985) fue continuador de la escuela
www.fondodeculturaeconomica.com

francesa fundada por Lucien Febvre y Marc Bloch. Junto con


Filippo Coarelli y Maurice Aymard construye una suerte de
historia básica del Mediterráneo. De un modo acaso secreto,

COLECCIÓN POPULAR,
la Historia se vuelve navegación y el paisaje es uno y actual
pero también otro y antiguo.

wmmma
43i
EL MEDITERRÁNEO

CO LECCIÓN PO PULAR

*
Traducción de FERN AN D BRAUDEL
F r a n c is c o G o n z á l e z A r a m b u r o

El Mediterráneo
EL ESPACIO Y LA H IST O R IA

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Primera edición en francés, 1985
Primera edición en español, 1989
Tercera reimpresión, conmemorativa
del 50 aniversario de Colección Popular, 2009

Braudel, Femand
El Mediterráneo. El espacio y la historia / Femand Braudel; trad. de Fran­
cisco González Aramburo. — México : FCE, 1989
172 p .; 17 x 11 cm — (Colee. Popular ; 431)
ÍNDICE
Título original La Méditerranée. L’espace et l’histoire
ISBN 978-968-16-3295-3

1. Mediterráneo 2. Geografía histórica I. González Aramburo, Francisco,


tr. II. Ser. III. t.
Mediterráneo............................................................... 9
LC D973.A2 Dewey 940 B825m
La tierra, por Femand Braudel............................... 13
Una geología todavía en ebullición..................... 15
Montañas casi por todas partes alrededor
Distribución en Latinoamérica
del mar............................................................... 17
El sol y la llu v ia .................................................... 20
Título original: La Méditerranée. L’espace et l ’histoire Una tierra para conquistar.................................. 23
©1985, Éditions Flammarion, París
Las sociedades tradicionales................................ 25
Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero Trashumancia y nomadismo................................ 28
Los equilibrios de la vida...................................... 33
D. R. © 1989, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738, México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001: 2000 El mar, por Fernand Braudel...................................... 38
Una moderada fuente alim enticia..................... 39
Comentarios: editorial(2)fondodeculturaeconomica.com
www.fondodeculturaeconomica.com Sin embargo, hay algunas pescas abundantes. . . 43
Tel. (55) 5227-4672 Fax (55) 5227-4694 Navegar contra la distancia.................................. 46
Navegar contra el mal tiempo............................. 50
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere
el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos. Los barcos en el fondo del mar........................... 52
Hasta los navios de línea...................................... 55
ISBN978-968-16-3295-3 Barcos y bosques.................................................. 60
Impreso en México • Printed in México El Mediterráneo es los cam inos......................... 62

7
El alba, por Fernand Braudel.................................... 66
Las revoluciones del Cercano O riente............... 67
Primeros barcos, primeras civilizaciones.......... 69
El primer Mediterráneo comerciante
de la historia..................................................... 72
De Cnosos a M icen as.......................................... 74
Las catástrofes poco explicables del oscuro M editerráneo
siglo x i i ............................................................. 78
El Far-West mediterráneo.................................... 83
Solamente hablaremos de los fenicios............... 85
Un país arrojado hacia el m ar............................. 86
Cartago o la segunda F en icia............................. 87 los barcos navegan; las olas repiten su
n e s t e l ib r o ,
Entre el trueque y la m oneda.............................
Divisar la ciudad....................................................
Bajo el signo de T a n it..........................................
Ya dos Mediterráneos..........................................
89
92
93
96
E canción; los viñadores descienden por las colinas de
Cinque Terre, en la Riviera genovesa; se varean los oli­
vos en Provenza y en Grecia; los pescadores arrojan sus
redes sobre la laguna inmóvil de Venecia o en los canales
de Djerba; los carpinteros construyen barcas parecidas a
Roma, por Filippo Coarelli........................................ 99
las de ayer... Y una vez más, al contemplarlos, nos sali­
mos del tiempo.
La historia, por Fernand Braudel................................ 120
Hemos intentado aquí el constante rencuentro del pa­
Prioridad a las civilizaciones.................................. 120
sado con el presente, el repetido pasaje del uno al otro, un
Remontando el curso de los siglos........................ 122
recital sin fin a dos voces. Si este diálogo, con los proble­
Telehistorias............................................................. 125
mas que se hacen eco los unos a los otros, anima este li­
Los recubrimientos de las civilizaciones.......... 129
bro, habremos logrado nuestro propósito. La historia no
Pensar sólo en los conflictos entre las
es otra cosa que una constante interrogación a los tiem­
civilizaciones....................................................... 13 1
La civilización no constituye toda la historia .. 134 pos pasados en nombre de los problemas y curiosidades
El lugar de la economía.......................................... 135 —e incluso las inquietudes y las angustias— del presente
La conquista del Mediterráneo por los nórdicos 137 que nos rodea y nos asedia. Más que ningún otro univer­
Antes y después de la apertura del Canal so humano, el Mediterráneo constituye la prueba de ello,
de Suez (1869)..................................................... 141 no deja de contarse a sí mismo; de revivirse a sí mismo.
Sin duda alguna por placer, pero también por necesidad.
Espacios, por Maurice A ym ard .................................. 146 Haber sido es una condición para ser.

8 9

A
Pero, ¿qué es el Mediterráneo? Mil cosas a la vez. No rehaciendo hoy su periplo por el Mediterráneo oriental.
un paisaje, sino innumerables paisajes. No un mar, si­ ¡Cuántas sorpresas! Esos frutos de oro, en esos arbustos
no una sucesión de mares. No una civilización, sino ci­ verde oscuro, naranjos, limoneros, mandarineros, no re­
vilizaciones amontonadas unas sobre otras. Viajar por cuerda haberlos visto en su vida. ¡Caramba! Son del Lejano
el Mediterráneo es encontrar el mundo romano en el Oriente, traídos por los árabes. Esas plantas bizarras de si­
Líbano, la prehistoria en Cerdeña, las ciudades griegas luetas insólitas, espinosas, con tallos floridos y nombres
en Sicilia, la presencia árabe en España, el islam turco en extraños, cactus, agaves, áloes, nopales, nunca las ha visto
Yugoslavia. Es perderse en lo más hondo de los siglos, en su vida. ¡Caramba! Son americanas. Esos grandes árbo­
hasta las construcciones megalíticas de Malta o las pi­ les de follaje pálido que, sin embargo, tienen nombre grie­
rámides de Egipto. Es encontrar cosas muy viejas, toda­ go, eucalipto: nunca vio nada parecido. ¡Caramba! Son aus­
vía vivas, que se codean con lo ultramoderno: al lado de tralianos. Y los cipreses, tampoco los conoce: son persas.
Venecia, falsamente inmóvil, la densa aglomeración in­ Todo esto para el decorado. Y, en lo que toca a cualquier
dustrial de Mestre; junto a la barca del pescador, que si­ comida, qué de nuevas sorpresas, ya se trate del tomate, del
gue siendo la de Ulises, el bou devastador de los fondos Perú;* de la berenjena, de la India; del pimiento, de la Gua-
marinos o los enormes petroleros. Es sumergirse a la yana; del maíz, de México; del arroz, don de los árabes, por
vez en el arcaísmo en los mundos insulares y asombrar­ no hablar del frijol, de la papa, del durazno, ese montañés
se ante la extremada juventud de ciudades muy viejas, chino convertido en iraní, ni del tabaco.
abiertas a todos los vientos de la cultura y de la ganan­
cia económica, y que, desde hace siglos, vigilan y se co­ Sin embargo, todo ello ha llegado a ser el paisaje mis­
men el mar. mo del Mediterráneo: “Una Iliviera sin naranjos, una
Todo, porque el Mediterráneo es una encrucijada Toscana sin cipreses, canastos sin pimientos... ¿Qué po­
muy antigua. Desde hace milenios todo ha confluido ha­ dría haber más inconcebible para nosotros hoy?” (Lu­
cia él, enredando, enriqueciendo su historia: hombres, den Febvre, Annales, xn, 29).
animales de carga, vehículos, mercaderías, naves, ideas, Y si se preparara un catálogo de los hombres del Me­
religiones, modos de vida. Incluso plantas. Las creemos diterráneo, de aquellos nacidos en sus riberas o de los
mediterráneas. Pero, con excepción del olivo, la vid y el descendientes de esos que, en tiempos lejanos, navega­
trigo —autóctonas que aparecieron tempranamente en ron sobre sus aguas o cultivaron sus tierras y sus cam­
el lugar— casi todas nacieron lejos de mar. Si Heródoto, el pos en terrazas, y después todos los recién llegados
padre de la Historia que vivió en el siglo v antes de nues­ que poco a poco las invadieron, ¿no se tendría la mis-
tra era, regresara confundido entre los turistas de hoy, * La variedad de especies de la botánica americana ha hecho caer a
iría de asombro en asombro. Lo imagino, escribe Luden Febvre en la confusión de denominar a Perú como el sitio de origen
Febvre, del tomatl mexicano, [ e.]

10 11
ma impresión que al hacer la lista de sus plantas y sus
frutos?
Tanto en su paisaje físico como en su paisaje huma­
no, el Mediterráneo es una encrucijada; el Mediterráneo
extravagante aparece, no obstante, en nuestros recuerdos
como una imagen coherente, como un sistema donde
todo se mezcla y se recompone en una unidad original. La tierra
¿Cómo explicar esta unidad evidente, este ser profundo
del Mediterráneo? Habrá que intentarlo una y otra vez. Fern a n d Braudel
La explicación no es sólo la naturaleza, que ha trabajado
bastante en este sentido; no es sólo el hombre, que ha
unido todo obstinadamente; son al mismo tiempo los del mundo, el Mediterráneo es un simple

E
n un m apa
dones de la naturaleza o sus maldiciones —unos y otras corte de la corteza terrestre, un estrecho huso, que se
en número considerable— y, ayer como hoy, los múlti­ alarga desde Gibraltar hasta el istmo de Suez y el Mar
ples esfuerzos de los hombres. Es decir, una suma intermi­ Rojo. Fracturas, fallas, hundimientos, pliegues terciarios,
nable de casualidades, de accidentes, de éxitos repetidos. han creado fosas líquidas muy profundas, y frente a sus
El objetivo de este libro es mostrar que esas expe­ abismos, en contrapartida, interminables guirnaldas de
riencias y esos triunfos se comprenden precisamente si jóvenes montañas, muy altas, de formas vivas. Cerca del
se toman en conjunto; más todavía, que deben relacio­ cabo Matapan se extiende una fosa de 4600 metros, co­
narse entre sí, que con gran frecuencia les conviene la mo para ahogar con facilidad la cima más alta de Grecia,
luz del presente, que a partir de lo que hoy se ve, se juz­ los 2985 metros del monte Olimpo.
ga, se comprende el ayer —y a la inversa— . El Medite­ Estas montañas penetran en el mar, y a veces lo es­
rráneo es una buena ocasión para presentar “otra” forma trangulan hasta reducirlo a un simple corredor de agua
de abordar la historia. Porque el mar, tal como lo vemos salada: así sucede en Gibraltar, en las bocas de Bonifacio,
y amamos, es el más asombroso, el más claro de todos en el estrecho de Mesina con las simas turbulentas de
los testimonios sobre su pasado. Caribdis y Escila, así a lo largo de los Dardanelos y del
Fern an d Braud el Bosforo. Ya no es el mar, sino ríos, incluso simples puer­
tas marinas.
Estas puertas, estos estrechos y estas montañas dan
cohesión al espacio líquido. Contribuyen a delimitar pa­
trias autónomas; el Mar Negro; el Mar Egeo; el Adriáti­
co, que durante mucho tiempo fue propiedad de los ve-

12 13
necianos; el mucho más vasto Tirreno. Y a este recorte Una g e o l o g ía

del mar en una serie de cuencas corresponde, como TODAVÍA EN EBULLICIÓN


imagen invertida, el recorte de las tierras en continentes
particulares: la península de los Balcanes, Asia Menor, En el Mediterráneo, el motor de las fracturas, los plie­
Italia, el conjunto ibérico, África del Norte. gues y la yuxtaposición de las profundidades marinas y
Sin embargo, en esa visión de conjunto, se destaca de las cimas montañosas es una geología en ebullición,
una línea capital, esencial para comprender el pasado del cuya obra no ha borrado el tiempo todavía, y que sigue
mar desde la época de las colonizaciones griegas y feni­ haciendo estragos ante nuestros ojos. Esto es lo que ex­
cias hasta los tiempos modernos. La complicidad de la plica que el mar esté sembrado de islas y penínsulas, ves­
geografía y de la historia ha creado una frontera inter­ tigios o trozos de continentes, algunos hundidos, otros
media de riberas e islas que, de norte a sur, separa al mar desmembrados; lo que explica que los relieves despeda­
en dos universos hostiles. Tracemos esta frontera, desde zados no hayan sido tocados todavía por la erosión; lo
Corfú y el canal de Otranto que cierra a medias el Adriá­ que explica, en fin, los temblores de tierra y el fuego de
tico, hasta Sicilia y las costas del Túnez actual: al este, los volcanes que a menudo gruñen, se adormecen o des­
estamos en Oriente; al oeste, en Occidente, en el sentido piertan de manera dramática.
amplio y clásico de esas palabras. ¿Quién podría dudar He ahí, como centinela en medio del mar, el Strom-
que esta bisagra sea, por excelencia, la gran trinchera de boli y sus humaredas, al norte de las islas Lipari. Cada
combates pasados como en Actium, Préveza, Lepanto, noche ilumina el cielo y el mar vecinos con sus proyec­
Malta, Zama, Djerba? La línea de los odios y de las gue­ tiles incandescentes. Ahí está el Vesubio, siempre ame­
rras sin fin; de las ciudades y las islas fortificadas que se nazador por más que, desde hace algunos años, haya de­
acechan unas a otras, desde lo alto de sus murallas y de jado de elevar su penacho de fuego detrás de Nápoles.
sus atalayas. Pero, después de muchos siglos de semejante silencio,
Italia encuentra aquí el sentido de su destino: es el devastó con toda tranquilidad a Herculano y a Pompeya,
eje medio del mar y, mucho más de lo que se dice ha­ en al año 79 d.C. Y ahí está el rey de las fábricas de fuego,
bitualmente, siempre se ha desplegado en una Italia el Etna (3 3 13 metros), siempre activo por encima de la
vuelta hacia el poniente y en una Italia que mira hacia el maravillosa llanura de Catania. El Etna, lugar de leyendas:
Levante. los cíclopes, fabricantes de los rayos celestes, manejaban
¿Acaso no encontró en esta actitud sus riquezas du­ allí, en las fraguas de Vulcano, sus enormes fuelles de piel
rante mucho tiempo? Tiene entonces la posibilidad na­ de toro; el filósofo Empédocles, según se dice, se habría
tural, el sueño natural de dominar el mar entero. arrojado a su cráter, que sólo devolvió una de sus sanda­
lias. “Cuántas veces —exclama Virgilio— no hemos vis­
to al hirviente Etna desbordarse, poner a rodar globos de

14 15
fuego y rocas en fusión.” La historia registra un centenar extraños colores. El fuego, pues, sigue encendido bajo la
de erupciones del Etna después de la que mencionan marmita del diablo.
Píndaro y Esquilo, en el año 475 antes de nuestra era. Por otra parte, los hombres del Mediterráneo, ¿no
En el Egeo, la isla de Santorini (la antigua Théra) es han vivido constantemente amenazados, desde su más
un cráter volcánico del que sólo queda la mitad, y que primitiva historia hasta nuestros días, por las erupciones
invadió el mar cuando una formidable explosión la par­ volcánicas y los temblores de tierra? En Asia Menor, en
tió en dos, hacia el 1450 a.C. Según los expertos, la ex­ la muy antigua ciudad de Qatal Hiiyük, la pintura mural
plosión debió ser cuatro veces más fuerte que la que hizo de un santuario que data del año 6200 a.C. representa,
estallar la isla de Krakatoa, en 1883, en el estrecho de la tras las casas escalonadas de la ciudad, un volcán en erup­
Sonda y la cual provocó fantásticas marejadas, que levan­ ción, sin duda el Hasan Dag. Y, en esta misma Asia Me­
taron un navio y una locomotora por encima de casas de nor, las excavaciones han descubierto, no hace mucho,
varios pisos; explosión que lanzó nubes de cenizas opa­ restos de monumentos destruidos en apariencia por tem­
cas y ardientes a cientos de kilómetros de distancia. ¿Re­ blores de tierra; asimismo, han hallado, en la zona más
sulta acaso absurdo que los historiadores crean poder expuesta a los sismos, el primer esfuerzo que se conoce,
inscribir en la lista de las catástrofes que provocó la ex­ realizado unos años antes de Cristo, de una arquitectura
plosión de Santorini, la brutal desaparición de la tan bri­ hecha a base de materiales ligeros, y muy probablemente
llante civilización de Creta, herida de muerte brusca­ concebida para resistir esos cataclismos.
mente hacia la misma época? La erupción de Théra en­
terró en efecto a Creta bajo cenizas ardientes, que las
excavaciones ahora descubren y que impidieron los cul­ M o n t a ñ a s c a si po r to d as partes

tivos durante mucho tiempo. ¿Afectaron sus nubes pes­ ALREDEDOR DEL MAR
tilentes a Siria y a Egipto? El Éxodo habla de una aterra­
dora noche de tres días que los judíos, prisioneros del La geología explica la gran abundancia de montañas
faraón, aprovecharon para huir. ¿Hay que relacionar este existentes a través del sólido espacio del Mediterráneo.
acontecimiento con el volcán de Théra? Montañas recientes, altas, de formas accidentadas y que,
En todo caso, así como el volcán de la antigua isla de como un esqueleto pétreo, perforan la piel de la región
Krakatoa, aunque sumergido, sigue estando activo, el crá­ mediterránea; los Alpes, los Apeninos, los Balcanes, el
ter de Santorini ha continuado su actividad. Desde el Taurus, el Líbano, el Atlas, las cadenas de España, los Pi­
siglo 1 a.C. hasta nuestros días (1928), sucesivas erup­ rineos, ¡qué cortejo! Picos abruptos, cubiertos de nieve
ciones han hecho emerger una serie de islas e islotes durante meses, erguidos por encima del mar y de las cá­
volcánicos en el agua que cubre el antiguo cráter, y toda­ lidas llanuras donde florecen las rosas y los naranjos; ás­
vía hoy el mar bulle a la altura de Santorini, la isla de peras pendientes que caen a menudo directamente sobre

16 17
el agua — esos paisajes clásicos se encuentran de un ex­ que le son familiares; están las otras voces, las extrañas,
tremo a otro del Mediterráneo, y son casi intercambia­ y el teclado exige las dos manos. Naturaleza, historia,
bles— . ¿Quién podría jactarse de distinguir al primer alma, cambian según que se sitúe uno al norte o al sur
vistazo entre la costa de Dalmacia, la de Cerdeña o la de del mar, según que se mire solamente en una u otra de
la España meridional, cerca de Gibraltar? ¿Quién no se esas direcciones. Hacia Europa y sus penínsulas, se le­
equivocaría? Sin embargo, están separadas por cientos de vanta el telón de las montañas; hacia el sur, si excep­
kilómetros. tuamos los djebeles de África del Norte, de árboles en­
No obstante, la montaña no circunda todo el Medite­ marañados, está el Sahara, un mar petrificado o arenoso,
rráneo. Sobre la costa norte, hay ya algunas interrupcio­ detrás del cual se encuentra la inmensidad del África
nes: la costa del Languedoc hasta el delta del Ródano, o negra y, como su prolongación, los desiertos de Asia.
la costa baja de Venecia sobre el Adriático. Pero la excep­ Sobre esas enormes superficies, no vemos ya navios o
ción capital a la regla es, en el sur, el largo litoral excepcio­ convoyes de navios, sino caravanas de camellos, con mi­
nalmente llano, casi ciego, que se prolonga sobre miles les de bestias portadoras de víveres o de preciosas rique­
de kilómetros, desde el Sahel tunecino hasta el delta del zas: las especias, la pimienta, las drogas, la seda, el marfil,
Nilo y las montañas del Líbano. Sobre esas intermina­ el polvo de oro...
bles y monótonas riberas, el Sahara entra en contacto Soñemos también con la lenta conquista, siglo tras
directo con el Mar Interior. Vistas desde el avión, dos siglo, de ese espacio árido donde el hombre supo llegar
enormes superficies llanas — el desierto, el mar— se en­ al agua escondida en las profundidades, crear oasis, plan­
frentan borde contra borde; se contraponen sus colores: tar palmeras de largas raíces, encontrar pistas y lugares
uno va del azul al violeta, e incluso al negro; el otro des­ con agua, cerca de las zonas de escasa hierba en las que
de el blanco al ocre y el naranja. pueden vivir sus rebaños. ¡Lenta, magnífica, precisa con­
El desierto es un universo extraño que hace desembo­ quista!
car las profundidades del África y las turbulencias de la El Mediterráneo corre así, desde el primer olivo que
vida nómada sobre las orillas mismas del mar. Son formas uno encuentra cuando viene del norte, hasta los prime­
de vida que no tienen nada que ver con las de las zonas ros palmares compactos que surgen con el desierto. Para
montañosas. Es un Mediterráneo diferente que se opone el que “baja” del norte, el primer olivo le sale al encuen­
al otro y reclama incesantemente su lugar. La naturaleza tro tras el “cerrojo” de Donzére, sobre el Ródano. El pri­
preparó por anticipado esa dualidad, más aún, esa hostili­ mer palmar compacto surge (no cabe otra palabra) al sur
dad congénita. Pero la historia ha mezclado los distintos de Batna y de Timgad, cuando franqueamos el Atlas sa-
ingredientes, como la sal y el agua se mezclan en el mar. hariano por la puerta de oro de El Kantara. Pero encuen­
En consecuencia, el hombre de Occidente, en el con­ tros de este tipo, que invariablemente nos deslumbran y
cierto del Mediterráneo, no debe escuchar sólo las voces conquistan nuestro corazón, están distribuidos por todo

18 19
el Mar Interior. Olivares y palmares montan allí una guar­ agua, tan escasa, que en ese momento es la mayor ri­
dia de honor. queza. Los vientos dominantes del noreste, de abril a
septiembre, los vientos etesios de los griegos, no traen
ningún alivio, ninguna humedad real a la hornaza saha­
El so l y l a llu v la riana.
El desierto se desvanece cuando interviene el océa­
El clima es la unidad esencial del Mediterráneo; un clima no. Desde octubre, las depresiones oceánicas cargadas
muy particular, semejante en un extremo y otro del mar, de humedad inician sus procesiones, de oeste a este. Los
unificador de los paisajes y de los modos de vida; en efec­ vientos de todas las direcciones se precipitan sobre ellas
to, es casi independiente de las condiciones físicas loca­ y las empujan hacia adelante, las persiguen hasta el
les, forjado desde fuera por una doble respiración, la del Oriente, el mar se oscurece, cobra tonalidades grises del
Océano Atlántico, el vecino del oeste, y la del Sahara, el Báltico, o bien, sepultado bajo un manto de espuma
vecino del sur. Cada uno de estos monstruos sale con re­ blanca, parece cubrirse de nieve. Y las tormentas, tre­
gularidad de su antro para conquistar el mar, que sólo mendas tormentas, se desencadenan. Los vientos devas­
desempeña un papel pasivo: su masa de agua tibia (once tadores: el mistral, la borah, atormentan el mar y, en tie­
grados de temperatura) facilita la invasión del uno, y rra, hay que protegerse contra sus furores y violencias.
luego del otro. Las hileras de cipreses en Provenza, las barreras de jun­
Cada verano, el aire seco y ardiente del Sahara en­ cos de la Mitidja, los haces de paja con que se rodean los
vuelve al mar en toda su extensión y rebasa ampliamente almácigos de legumbres de Sicilia, son indispensables
sus límites hacia el norte; crea por encima del Medite­ para la protección de los cultivos. Al mismo tiempo,
rráneo esos “cielos de gloria”, tan claros, esas esferas de todos los paisajes desparecen bajo una cortina de lluvia
luz y esas noches consteladas de estrellas que no se en­ torrencial y nubes bajas. Es el cielo dramático de Toledo
cuentran en ninguna otra parte. Ese cielo de verano sólo en los cuadros del Greco. Son las trombas de agua de los
se vela cuando, durante algunos días, se desencadenan inviernos de Argelia, que dejan estupefactos a los turis­
los vientos del sur, cargados de arena, el khamsin o el si­ tas. Los ríos secos durante meses se hinchan, las inun­
roco, el plumbeus auster de Horacio, gris y pesado como daciones son frecuentes, brutales, a través de las llanuras
el plomo. del Rosellón o de la Mitidja, en Toscana o en Andalucía
Durante seis meses, entregado al Sahara, el Medite­ o en la campiña de Salónica. A veces, absurdas lluvias
rráneo será el paraíso de los turistas, de los deportes franquean los límites del desierto, anegan las calles de
acuáticos, de las playas sobrepobladas, del agua azul, in­ La Meca, transforman en torrentes de lodo los senderos
móvil y reluciente al sol. Mientras, los animales, las del norte sahariano. En Aín Sefra, en el sur de Orán,
plantas y la tierra reseca viven a la espera de la lluvia, del Isabelle Eberhard, la exiliada rusa hechizada por el de­
20 21
sierto, pereció en 1904, arrastrada por una inesperada to, en abril, es porque obedece al medio y se apresura a
crecida del Oued * madurar sus espigas.
Sin embargo, estas lluvias son benéficas. Los campe­
sinos descritos por Aristófanes se regocijan con ellas, Una t ie r r a p a r a c o n q u ist a r

charlan, beben, ya que no hay ninguna otra cosa que


hacer afuera, mientras Zeus fecunda la tierra a fuerza El placer de los ojos, la belleza de las cosas disimulan las
de aguaceros. El verdadero trabajo se reanudará sólo con traiciones de la geología y del clima mediterráneos. Nos
los últimos chaparrones de primavera, con el brotar de los hacen olvidar, con gran facilidad, que el Mediterráneo
jacintos y de los lirios de arena, con el regreso de las no ha sido un paraíso ofrecido de manera gratuita al de­
golondrinas. A su llegada, nacen canciones en los labios. leite de los hombres. Ha habido que construir todo, a
En Rodas cantan: menudo con más esfuerzo que en otras partes. Sólo el
arado de madera puede roturar el suelo friable y sin espe­
Golondrina, golondrina, sor. Si llueve con demasiado furor, la tierra de miga res­
tú traes la primavera, bala como agua, pendiente abajo. La montaña corta la
golondrina de vientre blanco, circulación, se come abusivamente el espacio, limita las
golondrina de dorso negro. llanuras y los campos, reducidos a menudo a algunas
franjas, a unos cuantos puñados de tierra; más allá, co­
Allí está: la puerta de las estaciones ha girado sobre mienzan los senderos escarpados, duros para los pies de
sus goznes. los hombres y para las patas de las bestias.
En síntesis, es un clima extraño, hostil a la vida de Y la llanura, cuando es de buen tamaño, es porque ha
las plantas. La lluvia llega muy abundante en invierno sido durante mucho tiempo el dominio de las aguas di­
cuando el frío ha detenido el crecimiento de la vegeta­ vagantes. Ha sido necesario arrebatársela a las marismas
ción. Cuando viene el calor, ya no hay agua. Por lo tanto, hostiles, protegerla de los ríos devastadores y acrecidos
no es para nosotros solos por lo que las plantas del Me­ por el invierno despiadado, exorcizar la malaria. Con­
diterráneo se perfuman, que sus hojas se cubren de pe- quistar las llanuras para la agricultura significó primero
lusilla o de cera, y sus tallos de espinas: al contrario, son vencer el agua malsana. Después, traer de nuevo el agua,
éstas las tantas defensas contra la sequedad de los días ahora vivificadora, para los riegos necesarios.
demasiado cálidos, en que sólo las cigarras están anima­ Esta lenta, muy lenta conquista concluyó en nuestro
das. Y si en Andalucía la cosecha del trigo llega tan pron- siglo, apenas ayer. Hoy, lo difícil es recobrar los paisajes
de aguas dormidas e insalubres de antaño. Cerca de Sa-
* El Oued o Guad es capital del Suf, región del departamento de
Oasis, al noreste de A rgelia. A lguna vez fluyó aquí un río —el Oued— baudia, esa ciudad nueva, creada en medio de los panta­
que desapareció, como es común en la zona, absorbido por la arena, [ e.] nos pontinos, hay una extensa marisma de algunas hectá­

22 23
reas que se desliza entre los árboles, preservada en el Pero la difícil y larga domesticación, el lento equipa­
corazón de un asombroso parque nacional. Se le ve como miento de las regiones bajas explica el que, por una apa­
a un testimonio arqueológico. Los animales salvajes, so­ rente paradoja, la historia de los hombres en el Medite­
bre todo las aves acuáticas, encuentran en ese lugar un rráneo haya comenzado las más de las veces en las colinas
refugio privilegiado. y montañas donde la vida agrícola, siempre dura y pre­
Como prueba de los esfuerzos realizados, están los caria, ha estado al abrigo de la mortífera malaria y de los
sistemas muy antiguos o muy modernos de desagüe e constantes peligros de la guerra. De ahí que haya tantas
irrigación, con inteligentes redistribuciones del agua. aldeas en las alturas, tantas pequeñas ciudades colgadas
Trabajo fabuloso, cuyos iniciadores fueron los árabes en de la montaña, con sus fortificaciones prolongadas en la
España. En la Huerta de Valencia, corazón de un logro roca de las pendientes. Así ocurre en los sahels de Africa
muy antiguo, el famoso Tribunal de Aguas continúa ca­ del Norte, sobre las colinas de Toscana, en Grecia, sobre
da año, por medio de una subasta, repartiendo el maná los bordes de la campiña romana, en Provenza... Decía
entre los compradores. La paradisiaca Concha de Oro Guicciardini, a comienzos del siglo xvi: “Italia está cul­
que rodea Palermo, jardín de naranjos y viñas, es un mi­ tivada hasta la cima de sus montañas”. Sin embargo, no lo
lagro de agua domesticada que data apenas de los siglos ha estado siempre hasta el fondo de sus valles y llanuras.
xv y xvi.
Basta remontar el curso de las centurias para encon­
trar toda la llanura mediterránea primitivamente cubier­ La s s o c ie d a d e s t r a d ic i o n a l e s

ta por las aguas, tanto el valle inferior del Guadalquivir


como las llanuras del Po, la región baja de Florencia y, en Por lo tanto, es en las colinas y en las regiones altas don­
la lejana Grecia, esta o aquella llanura en las que el tonel de se encuentran en mejores condiciones las imágenes
de las danaides evoca el riego perenne. preservadas del pasado, las herramientas, las costumbres,
Para obtener la obediencia y el caudal necesarios para los dialectos, los trajes, las supersticiones de la vida tra­
su vida, la llanura ha exigido sociedades numerosas, disci­ dicional. Construcciones todas muy antiguas, que se han
plinadas; en el curso de los siglos ha soportado opresivas perpetuado en un espacio en el que los viejos métodos
clases de grandes propietarios, nobles y burgueses, más agrícolas no podían ceder su lugar a las técnicas moder­
el arraigo de grandes ciudades y aldeas amplias. Hoy se nas. La montaña es, por excelencia, el conservatorio del
somete a las técnicas de explotación y a los medios más pasado.
modernos, así se trate del trigo o de la vid. Se sitúa de En África del Norte, la Kabilia, lo mismo que las de­
ese modo en la zona de los voluminosos rendimientos ca­ más montañas berberófonas, posee un folclor vivaz que
pitalistas, de las codicias. La agricultura arcaica ha desapa­ el hermoso libro de Jean Servier (Les portes de l ’année,
recido a todo galope. ¿Qué otra cosa podría hacer? 1962) evoca de manera maravillosa. Por ejemplo, los ri­

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tos de comienzos de año, la fiesta del Ennayer (el mes de Todo esto trae consigo hoy el paulatino abandono de
enero), que tienen por objeto colocar al nuevo año bajo ese espacio agrícola de antaño. Demasiado trabajo y poco
auspicios dichosos, con sus máscaras, sus comidas exce­ provecho. De esa manera, las célebres colinas de Toscana
sivas y propiciatorias, la limpieza de las casas. Ésos son pierden poco a poco, uno tras otro, sus rasgos distinti­
los ritos de primavera. También, más tarde, los fuegos vos; los cercos desaparecen; los olivos varias veces cen­
del ainsara, que el 7 de julio se encienden no sólo en tenarios mueren uno a uno; ya no se siembra el trigo; las
Kabilia, sino a través de toda el África del Norte, o casi. pendientes cultivadas durante siglos vuelven a destinar­
La leyenda de la reina judía incestuosa y quemada en la se a la hierba y al pastoreo, o al vacío.
hoguera por sus pecados, es la explicación que suele dar­ Lo que desaparece ante nuestros ojos es una vida ar­
se a esto. Pero ¿no será igual, con la quema de las férulas caica, tradicional, dura, difícil; difícil ya en otros tiem­
(umbelíferas resinosas), de los haces de laureles rosas y pos. Las montañas por lo común sobrepobladas en las
marrubios, la ocasión para purificar mediante el humo que, en condiciones más sanas que en otras partes, el
los árboles de los vergeles o los establos, “purificación hombre crecía en forma sostenida, han sido siempre col­
mágica, pero también procedimiento rústico para exter­ menas de repetidos enjambres. Los habitantes de Friul,
minar a los parásitos...” ? Esta sabiduría autoritaria es or­ los furlani, iban a Venecia para hacer allí todos los traba­
den, precaución. Aliento para el trabajo. jos serviles. Los albaneses se ponían al servicio de cual­
En todas las zonas altas del Mediterráneo, en Italia, quiera, y sobre todo del Turco. Los bergamascos, de los
en España, en Provenza, en Grecia, todavía hoy se en­ que todos se burlaban, recorrían la Italia entera en busca
cuentra sin dificultad toda una serie de fiestas que mez­ de trabajo y ganancias. Los pirenaicos poblaban España y
clan creencias cristianas y supervivencias paganas sobre las ciudades de Portugal. Los corsos se convertían en sol­
el trabajo. Lo mismo que el folclor, el propio paisaje es dados al servicio de Francia o de Génova, la “dominado­
un testigo de esos arcaicos modos de vida, ¡y qué testi­ ra” execrada. Pero también se les encontraba en Argelia,
go! Un paisaje frágil, creado enteramente por la mano como marinos u hombres de la montaña, capocorsini o
del hombre: los cultivos en terrazas, y los cercos que sin presidiarios. En julio de 1562, cuando pasó por allí Sam-
cesar deben ser reconstruidos, las piedras que hay que piero Corso, fueron millares quienes lo aclamaron “como
subir a lomo de asno o de muía antes de ajustarlas y fi­ su rey”. En resumen, todas las regiones altas proporcio­
jarlas bien, la tierra que hay que subir en cestos y acu­ naban una multitud de mercenarios, criados, cargadores,
mular detrás de esa muralla. Agreguemos que ninguna artesanos itinerantes —afiladores, deshollinadores, com­
yunta, ninguna carreta pueden avanzar sobre esas áspe­ ponedores de sillas— , jornaleros, cosecheros y vendi­
ras pendientes: la recolección de las aceitunas y la ven­ miadores auxiliares, cuando, en el momento del trabajo
dimia se realizan a mano, la cosecha se transporta a fuerte, las campiñas ricas carecían de brazos. Pero acaso
lomo de hombre. Córcega, Albania, algunas zonas de los Alpes o de los

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Apeninos no siguen, aún hoy, proporcionando a las ciu­ Todavía hoy se realiza ese movimiento, aunque muy
dades, a las llanuras ricas, a los lejanos países de América, reducido en volumen. Pero la transportación en camión
la mano de obra para los trabajos rudos. o ferrocarril lo suplen a menudo. Es extraño poder seguir
A veces, es cierto, la aventura tiene otro resultado, todavía el viaje de un rebaño a la antigua usanza. Maña­
sale mejor, con vastas emigraciones mercantiles. Así na, sin duda, ya no será posible. Pero la reconstrucción
ocurre en el caso extraño e impresionante de los arme­ está aún al alcance de la mano: las rutas de trashumancia
nios, convertidos en los comerciantes favoritos de los continúan, marcadas en el paisaje como líneas indelebles,
shahs de Irán y que conquistaron desde Ispahan, un lu­ o al menos difíciles de borrar: como cicatrices que mar­
gar privilegiado en la India, en Turquía, en la Moscovia* can la piel de los hombres, para toda la vida. Son de unos
y se hicieron presentes en Europa, en el siglo xvn, en quince metros de ancho, y tienen su nombre peculiar en
las grandes plazas de Venecia, Marsella, Leipzig o Ams- cada región: cañadas de Castilla, camis ramaders de los
terdam... Pirineos orientales, drailles de Languedoc, carra'ires de
Provenza, tratturi de Italia, trazzere de Sicilia, drumul oi-
lor de Rumania...
T r a s h u m a n c ia y n o m a d ism o Dondequiera que se observe retrospectivamente, la
trashumancia ha sido el término de una larga evolución,
Un espectáculo que también ya está desapareciendo de el resultado probable de una temprana división del tra­
nuestra vista, desde hace poco tiempo, es el de la tras­ bajo. Algunos hombres, y sólo ellos, con sus ayudantes y
humancia, realidad multisecular, gracias a la cual la mon­ sus perros, cuidaban los rebaños, ganando sucesivamen­
taña se asociaba con la llanura y con las ciudades de aba­ te, junto con ellos, los pastos altos y luego los bajos. Era
jo, lo cual significaba conflictos y beneficios al mismo una necesidad natural, ineluctable: el uso progresivo de
tiempo. los terrenos de pastoreo en las diferentes altitudes. En
El ir y venir de los rebaños de ovejas y de cabras, en­ algunas regiones de Brasil, todavía ayer, rebaños semisal-
tre los pastizales de verano de la región alta y la hierba vajes vagaban por su cuenta entre las regiones altas y las
que se demora en las llanuras durante los meses de in­ bajas; por ejemplo, en torno al Itatiaya, el punto culmi­
vierno, hacía oscilar los ríos de ovejas y pastores entre nante de la región. En Italia, en la parte sur de Francia,
los Alpes meridionales y la Crau, entre los Abruzzos y la en la Península Ibérica, que son, por excelencia, las re­
llanura de Apulia, entre Castilla del Norte y los pastiza­ giones de la trashumancia, la especialización de los pas­
les meridionales de Extremadura y La Mancha de Don tores ha sido su condición y su signo distintivo.
Quijote. Así se constituyó una categoría de hombres aparte,
de hombres fuera de la regla común, casi fuera de la ley.
* A ntiguo nombre de la URSS, [ e.] El pueblo de las regiones bajas, agricultores o arboricul­

28 29
tores, los ve pasar con temor y hostilidad. Para ellos y voró las mesetas y las montañas de Castilla en beneficio,
para la gente de las ciudades, se trata de bárbaros, de se- ante todo, de unos cuantos grandes propietarios. El rey
misalvajes. Propietarios y chalanes marrulleros, que los de Nápoles también capturó la enorme trashumancia
esperan al final de sus descensos, se ponen de acuerdo que corría desde los Abruzzos hasta el Tavogliere de
para estafarlos. El escándalo, entonces, es que alguna linda Apulia, e impuso de modo autoritario el predominio ex­
muchacha pueda enamorarse de alguno de ellos. “Nenna clusivo del mercado de Foggia, donde la lana debería ser
querida — dice la canción cruel— , tu pastor no tiene vendida obligatoriamente. Al menos sobre el papel, arre­
nada bueno, su aliento apesta, no sabe comer en un plato. gló todo para su beneficio, pero los propietarios y los
Nenna mía, cambia de opinión, elige mejor por marido a pastores supieron defenderse llegado el caso.
un campesino, que es un hombre como es debido.” Hay La trashumancia se da solamente en una parte del Me­
que decir que la canción todavía se canta en Italia. diterráneo, sin duda la más poblada, incluso la más evolu­
Todo este vaivén de hombres y animales es más com­ cionada, aquella en la que la división del trabajo se impuso
plicado de lo que parece a primera vista. Hay que distin­ sin chistar. Pero la explicación, lógica en sí misma, no es
guir, en efecto, entre trashumancias “normales” y tras- suficiente, porque la historia ha desempeñado su papel. Al
humancias “inversas”: en el primer caso, los propietarios menos en dos ocasiones, una cierta porción del Medite­
están en la región baja; en el segundo, viven en la monta­ rráneo — el otro Mediterráneo— ha sido tomada de tra­
ña. Son situaciones surgidas de accidentes históricos o vés por dos poderosas oleadas de hombres; los primeros,
de largas evoluciones. Por ejemplo, los rebaños que cada llegados de los cálidos desiertos de Arabia; los segun­
invierno, habiendo abandonado los Alpes, desembocan dos, de los fríos desiertos del Asia. Son las invasiones ára­
en los pobres pastizales de la Crau, pertenecen a los bur­ bes y las turcas, prolongadas durante siglos, aquéllas a
gueses de Arles. De forma semejante, la gente de Vicenza partir del siglo vn, éstas a partir del siglo xi, y que practi­
es la dueña de la vida pastoril que, llegado el verano, libe­ caron, tanto la una como la otra, esos “cortes inmensos”
ra a la región baja de sus rebaños en beneficio de los A l­ de los que con razón habla Xavier de Planhol.
pes. Evidentemente, hay casos mixtos entre trashuman- Esos accidentes masivos han mantenido y desarrolla­
cia normal y trashumancia inversa a los que a veces se do el nomadismo en la península de los Balcanes, en Asia
agrega, para complicarlo todo, la intervención del Esta­ Menor y, desde luego, en el Sahara mediterráneo, en fin,
do, quien se apodera gustoso de todo el movimiento, so África del Norte toda. Esas oleadas de hombres del de­
pretexto de controlarlo; establece peajes en las rutas de sierto implantaron, en Asia Menor e incluso en los Bal­
los rebaños, se adjudica los pastizales bajos y los alquila, canes (donde el caballo es el rey) al camello, un animal
reglamenta el comercio de la lana y de los animales. El venido de los países fríos y apto para las escaladas mon­
Estado castellano organizó así el imperio ovejero de la tañosas, mientras que de Siria a Marruecos se aclimató el
Mesta que, al abrigo de privilegios, algunos abusivos, de­ dromedario, un animal friolento llegado de Arabia al

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Mediterráneo desde el siglo i de nuestra era, y que está a rráneo. Diego Suárez, el soldado-cronista de la fortaleza
gusto en la arena, no sobre las pedregosas y frías pen­ de Orán — ocupada por los españoles en 1509— , los vio, a
dientes de las montañas. finales del siglo xvi, atravesar las llanuras que rodeaban el
Sobre la vida de los grandes nómadas, conviene releer “presidio”, alcanzar el mar, instalarse allí un instante e in­
los admirables libros de Émile-Félix Gautier. Nadie ha tentar algunos cultivos. Incluso un día los vio cargar loca­
superado su lección. El nomadismo, que también hoy mente contra las filas de arcabuceros españoles. Cada ve­
tiende a disminuir, si no es que a desaparecer, se presenta rano los trae de nuevo en una fecha casi fija. En 1270,
como una etapa sin duda anterior a la trashumancia, la cuando San Luis acampa sobre el emplazamiento de Car-
cual, como ya dijimos, constituye una componenda en­ tago, frente a Túnez, allí estaban ellos para contribuir a la
tre el necesario movimiento de los rebaños y el efectivo derrota del rey santo. En agosto de 1574, cuando los tur­
sedentarismo de las aldeas agrícolas y de las ciudades. En cos recobran La Goulette y el fuerte de Túnez de manos
el Mediterráneo oriental, donde el poblamiento sedenta­ de los españoles, los nómadas del sur que andaban por allí
rio ha sido menos denso, la vida pastoril de grandes des­ ayudaron a los asaltantes contra las fortalezas cristianas,
plazamientos a menudo encuentra sólo obstáculos insig­ desplazando los canastos de tierra, los haces de ramas para
nificantes. No tuvo que llegar a un arreglo, ni por lo las fortificaciones; participaron de una victoria a la que
tanto, que modificarse. favorecieron de modo singular. El azar de los aconteci­
El nomadismo es una realidad totalizadora: rebaños, mientos aclara así, a siglos de distancia, extrañas repeti­
hombres, mujeres y niños se desplazan juntos, a través de ciones. Ayer mismo, en 1940, África del Norte, privada de
enormes distancias, transportando con ellos todo el ma­ medios de transporte, recurrió a los servicios de los nó­
terial de su vida cotidiana. Tenemos a este respecto, mi­ madas. Se les volvió a ver sobre las rutas que habían rem­
les de imágenes, de ayer y de hoy, que debemos a los via­ plazado a las antiguas pistas, llevando de una y otra parte
jeros y a los geógrafos. Sólo hay que resistir al placer de enormes sacos llenos de grano en las alforjas de los came­
citarlos demasiado largamente. En África del Norte, llos. Incluso propagaron una repentina epidemia de tifus
donde la intrusión del camello circunda los macizos entre las poblaciones indígenas y europeas del norte.
montañosos ocupados por los campesinos berberiscos, Existen, pues, dos Mediterráneos: el nuestro y el de los
los nómadas, que son sobre todo árabes, se deslizan por otros. La trashumancia en uno, el nomadismo en otro.
las puertas naturales que les abren los caminos del norte,
en especial hacia Túnez y la región de Orán. Esos nóma­
das con sus rebaños de ovejas, sus caballos, sus dromeda­ Los EQUILIBRIOS DE LA VIDA
rios, sus tiendas negras levantadas en cada alto, iban en
otro tiempo, en su búsqueda de hierba, desde los confi­ Toda vida se equilibra, debe equilibrarse o desaparecer.
nes saharianos del extremo sur hasta el propio Medite­ Éste no es el caso de la vida mediterránea, vivaz, sin posi­
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bilidad de desarraigo. Sin duda es demasiado pronto —ya De los tres cultivos fundamentales, el aceite y el vino
que todavía no hemos visto los recursos del mar— para —que se exportan fuera de la región mediterránea— han
hacer un balance de conjunto de la región mediterránea. sido los logros más constantes. El trigo plantea sólo un
Sin embargo, de su vida agrícola y pastoril, de los diversos problema, pero ¡qué problema! Y después del trigo, el
tipos de sus regiones, se desprenden algunos datos que, pan y su necesario consumo. ¿De qué harina se hará?
por otra parte, nada tienen de excepcional o sorprendente. ¿Cuál será su peso, ya que se vende en todas partes a un
Estamos ante una vida difícil, precaria con frecuen­ precio constante, aunque el peso varíe? El trigo y el pan
cia, cuyo equilibrio se vuelve por lo regular en contra del son los sempiternos tormentos del Mediterráneo, los
hombre, condenándolo a la sobriedad sin fin. Por algunas personajes decisivos de su historia, preocupación conti­
horas o algunos días de comilona —y quizá ni eso— , la nua de los más grandes de ese mundo. “¿Cómo se anun­
austeridad se impone a lo largo de años y de existencias. cia la cosecha?” Es la pregunta insistente que plantean
El historiador y el turista no deben dejarse impresionar todas las correspondencias, incluso las correspondencias
demasiado por los logros urbanos, las maravillosas ciu­ diplomáticas, de un extremo a otro del año. Si es mala, el
dades antiguas del Mediterráneo. Las ciudades son acu­ campo padecerá tanto o más aún que las ciudades; los
muladoras de riquezas y, por lo mismo, excepciones, ca­ pobres, como es usual, mucho más que los ricos. Todos
sos privilegiados. Tanto más cuanto que, antes de la éstos tienen su granero particular, donde se amontonan
Revolución industrial, entre 8o y 90 por ciento de la po­ los sacos de trigo. Hasta el siglo xvi, las grandes casas
blación, aproximadamente, vivía aún en el campo. muelen su grano, amasan su harina, cuecen su pan, tanto
Puede decirse que el Mediterráneo equilibra su vida a en Génova como en Venecia. Las grandes ciudades tam­
partir de la tríada: olivo, viña y trigo. “Demasiado hueso bién acumulan sus reservas y, en caso de escasez o de
—bromea Pierre Gourou— y muy poca carne.” Sólo la hambruna locales, sus comerciantes, con anticipos que
cada vez más alta crianza de puercos, en tierras cristianas, les dan los gobiernos urbanos, equipan navios, cierran
a partir del siglo xv, y la generalización de las conservas de tratos, hacen llegar a la ciudad el trigo cultivado en el
carne, la carne salata, aportaron importantes paliativos al Mar Negro, Egipto, Tesalia, Sicilia, Albania, Apulia, Cer-
menos a uno de los extremos del Mediterráneo, no al otro, deña, Languedoc, incluso en Aragón o Andalucía... Son
que se priva voluntariamente a la vez de carne de puerco y las regiones privilegiadas o poco pobladas las que, unas u
de vino. Las responsabilidades alimentarias del islam no otras, al azar de las cosechas, ponen en circulación a tra­
han sido pequeñas. Recordemos además que en la cocina vés del mar cerca de un millón de quintales de trigo por
musulmana figuran escasamente los frutos del mar* año, con qué satisfacer la demanda de Venecia, Nápoles,

* En este caso, los frutos del mar deben entenderse como m aris­ bio, traducir literalm ente en atención al sentido y ritm o propios del
cos, que es, tal cual, su traducción del francés; se ha preferido, en cam- lenguaje usado aquí por Braudel. [ e.]

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una salchicha de Bolonia. Y cuando se casa, es porque ha
Roma, Florencia o Génova, compradores habituales del elegido, dice con malignidad el cuentista, a una de esas
“trigo de mar”. chicas que, detrás del domo de Milán, hacen el amor por
El resultado no es sorprendente: la ciudad sobrevive dinero.
a la penuria e incluso a la hambruna. Son los campesinos Todavía hoy podemos ver en Nápoles o en Palermo,
quienes, en un mal año, sucumben por falta de pan. Es­ a la sombra de un árbol o de un trozo de pared, a la hora
queléticos, mendicantes, se arrojan en vano sobre las del descanso, una comida de obreros: se conforman con
ciudades; van a morir a Venecia bajo los puentes o en los el companatico, un condimento de cebollas o de tomates
muelles, los fondamenta de los canales. Al mismo tiem­ sobre el pan mojado en aceite; lo acompañan con un
po, las hambrunas recurrentes abren camino a las enfer­ poco de vino. La trinidad mediterránea está presente
medades, a la malaria o la peste que, en el Mediterráneo, aquí: el aceite del olivo, el pan del trigo, el vino de las
es el azote de Dios. viñas cercanas. Todo eso, pero no mucho más.
Tal es la trama de la vida mediterránea. Sin duda los Entonces, ¿no parece una paradoja la riqueza muy
festines y comilonas que los sabios del siglo xvi juzgan precoz y prolongada, los lujos muy antiguos del Medite­
escandalosos y que las ciudades prudentes prohíben, inú­ rráneo? ¿Cuál es el porqué y el cómo de esos lujos al lado
tilmente por lo demás (como en Venecia), existen en de tantas penurias, y aun miserias? Las frustraciones de
realidad, pero para un número muy reducido de perso­ unos no pueden, por sí solas, justificar el esplendor de los
nas. La mayoría de los hombres del Mediterráneo los otros. El destino del Mediterráneo no puede explicarse
desconoce. Aun los banquetes campesinos, esas famosas solamente por el trabajo encarnizado, siempre a partir
comidas de fiesta que en todas las campiñas del mundo de cero, de poblaciones que se conformaban con bastan­
hacen olvidar, de vez en cuando, la mediocridad cotidia­ te poco. Es también un regalo de la historia, del que gozó
na, esos banquetes, en Holanda o Alemania, no se com­ durante mucho tiempo y del que al fin se le ha privado,
paran, por ejemplo, con los de Italia. Es una verdad in­ cosa que los historiadores, desde hace años, se esfuerzan
contestable y que se establece a lo largo de toda una por explicar.
historia verídica del Mediterráneo, colocada bajo el sig­
no, repitámoslo, de la sobriedad, es decir, del raciona­
miento voluntario. Epicuro (341-270 a.C.), que enseñaba
que el fin del hombre era el placer, pedía a un amigo
suyo: “Envíame un pote de queso para que pueda darme
una comilona cuando quiera”. Siglos más tarde, cuando
Bandello (148 5-1561) escribe sus Novelle, un pobre en­
tre los pobres, un emigrante bergamasco, por ejemplo,
cuando hace una comida excepcional, se conforma con
37
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El historiador debe desprenderse a toda costa de esa
visión que hace del Mediterráneo actual un lago. Como
se trata de superficies, no olvidemos que el Mediterrá­
neo de Augusto y Antonio, o el de las cruzadas, o incluso
el de las flotas de Felipe II, representaba cien veces, mil
veces las dimensiones que nos revelan hoy nuestros via­
E l mar jes a través del espacio aéreo marítimo. Hablar del Medi­
terráneo de la historia es por lo tanto —primera preocu­
Fern a n d Braud el pación e inquietud constante— devolverle sus verdaderas
dimensiones, imaginarlo en una vestimenta colosal, ya
que antaño fue por sí solo un universo, un planeta.
l m ar. Hay que tratar de imaginarlo, de verlo con la

E mirada de un hombre de ayer: como un límite, una


barrera extendida hasta el horizonte, como una inmensi­
dad obsesionante, omnipresente, maravillosa, enigmáti­
U na m o d e r a d a fu e n t e a l im e n t ic ia

ca. Hasta ayer, hasta el vapor cuyas primeras marcas de El mar aporta mucho a los recursos de la región medite­
velocidad parecen hoy irrisorias — nueve días de travesía, rránea, pero no le asegura la abundancia cotidiana. Sin
en febrero de 1852, entre Marsella y el Pireo— , el mar duda, desde que ha habido hombres en sus costas, de he­
siguió siendo inmenso, a la medida antigua de la vela y cho desde los comienzos mismos de la prehistoria en
de los navios por siempre librados a los caprichos del el Viejo Mundo, la pesca, una industria tan vieja como el
viento, aquellos que necesitaban dos meses para ir de Gi- mundo, lo ha provisto de los fru tti di triare.* Pero en
braltar a Estambul, y una semana por lo menos, a menu­ el Mediterráneo esos frutos no abundan. No se trata de
do dos, para ir de Marsella a Argel. las riquezas del Dogger Bank, en el Mar del Norte, ni las
Desde entonces, el Mediterráneo se ha encogido, un fabulosas pesquerías de Terranova, o de úeso, en el norte
poco más cada día, como una extraña piel de zapa. Y en del Japón, o de las costas atlánticas de Mauritania.
nuestros días, el avión lo atraviesa, de norte a sur, en menos El Mediterráneo adolece, en efecto, de una especie de
de una hora. De Túnez a Palermo, en 30 minutos: apenas insuficiencia biológica. Debido a que es demasiado pro­
hemos partido cuando ya rebasamos la hilera blanca de las fundo en la orilla, carece de esas plataformas levemente
salinas de Trapani. Partimos de Chipre: ahí está Rodas, masa sumergidas, indispensables para la reproducción y la pro­
negra y violeta, y casi enseguida el Egeo, las Cicladas de un liferación de la fauna submarina. Por otra parte, el Medi-
color que tira al naranja hacia el mediodía: no hemos tenido
tiempo para distinguirlas cuando ya Atenas está a la vista. * A sí en el original, [ e.]

38 39
terráneo, un mar muy antiguo, estaría como gastado en algún ecologista demasiado apasionado. El pez espada,
sus principios vitales por su longevidad; sería por ello admirable pez de cinco metros de largo, con una aleta
poco rico en plancton, esos animales y plantas micros­ dorsal semejante a una vela, provisto de una nariz muy
cópicos que flotan en la superficie de las aguas marinas y larga prolongada por un espadón (de allí su nombre X i-
que constituyen el alimento básico de las especies. Es phias gladius, “pez espada”), se pescaba antes en el estre­
verdad que el Mar Interior es la supervivencia, a mile­ cho de Mesina, con arpón, durante una pesca pintoresca,
nios de distancia, de un inmenso anillo marítimo que, que se practicaba desde la Antigüedad, en curiosos bar­
en la era secundaria, daba, a partir de las Antillas, casi la cos provistos de una especie de pasarela con una puerta
vuelta al mundo en el sentido de los paralelos; la Tetis falsa abierta sobre el mar, donde velaba un vigía. El pez
de los geólogos. El mar actual no es más que un residuo espada es efectivamente difícil de localizar; rara vez
mediocre de ese anillo. Es posible, por lo tanto, que su abandona las profundidades, salvo una vez al año, en la
pobreza biológica sea el precio de esa fabulosa longevi­ época del desove. Desde hace algunos años, sin embargo,
dad. Tanto más cuanto que renueva sus aguas de manera los pescadores japoneses han comenzado a pescarlo a
insuficiente mezclándolas con las del océano a través del gran profundidad y durante todo el año. Puede encon­
estrecho de Gibraltar. trarse ahora pez espada en los mercados en cualquier es­
En todo caso, la pobreza de la fauna mediterránea es tación, por lo que ese pez magnífico se encuentra en
evidente. Ver las pescas del Océano Atlántico y los hilos riesgo de desaparecer sin tardanza.
tensos de las redes que descargan sobre el puente una Hoy que los estados mediterráneos se preocupan se­
masa de peces de gran tamaño es asistir a un espectáculo riamente por proteger al Mar Interior contra la conta­
que el Mediterráneo no ofrece jamás, salvo escasísimas minación y las destrucciones que lo amenazan en forma
excepciones. En consecuencia, las lanchas pesqueras del tan peligrosa, el proyecto de un “parque” marítimo se
Mediterráneo prefieren ir más allá de Gibraltar, alcanzar vuelve un poco menos utópico. Es evidente que en ese
el océano y sus profundidades que jamás decepcionan. parque no estarían prohibidas ni las albuferas, ni la ex­
Las especies de peces, aunque son normalmente nu­ tracción de esponjas en las costas de Túnez, ni la pesca
merosas en el Mediterráneo, nunca están representadas del coral en los litorales de Cerdeña o de África del Nor­
con abundancia. Por lo mismo, aun cuando las capturas te. El coral, explotado desde hace siglos, trabajado aún
sigan siendo cuantitativamente insuficientes, amenazan hoy en los talleres, en especial en los de Torre del Greco,
con agotar el mar. A tal punto, dice el especialista Niño ha sido una mercancía codiciada, exportada antaño hasta
Caffiero, “que un día será necesario prohibir todas las China y el África Negra, y que, en la actualidad, conti­
pescas y convertir el Mediterráneo en un zoológico sal­ núa recorriendo el mundo y desempeñando todavía un
vaje, para tratar de preservar y salvar a las especies”. No importante papel monetario en ciertas regiones del cen­
se trata aquí de palabras dichas al viento, de los sueños de tro de África.

40 4i
¿Se mantendría, con licencia especial, la pesca artesa- Ejerce así un doble oficio. ¿Podrían vivir, de otro modo,
nal, que todavía se practica en todos los puertos del Mar él y su familia? Hay que sacar partido, a la vez, de la tie­
Interior? Sí, indudablemente. Esta pesca elemental, tradi­ rra y del mar. Transportados de manera autoritaria a las
cional, poco devastadora, se hace con una barca, uno, dos ciudades, a los pescadores griegos, privados del comple­
o tres pescadores, y rara vez con un barco demasiado mo­ mento de los campos de su aldea, no les alcanza para vi­
derno. El pescador conoce el mar que está frente a su vir. Pensemos en esa decena de familias de pescadores
puerto como el campesino conoce las tierras de su aldea. bretones que el gobierno francés, en 1872, trató en va­
Conoce todos los puntos donde es lógico encontrar el no de arraigar en la península de Sidi Ferruch, a dos pasos
mero, el besugo, el lenguado, incluso el rodaballo, el sal­ de Argel. Desertaron. Los pescadores corsos, arraigados de
monete, el mújol, la pescadilla; la época en que se captu­ manera semejante y por la misma época, en las cercanías
ran a mar abierto las sardinas o las anchoas (que también de Bóne, en Herbillon, se quedaron, pero “se transfor­
servirán para cebar las líneas en la pesca del atún). Explota maron en agricultores, y la aldea se convirtió en un cen­
el mar como un campesino su tierra. Apenas se aleja del tro de cultivos de hortalizas... muy próspero”.
puerto o del abra de su aldea. Si alza los ojos, puede dis­ En todo caso, cualquiera que sea su forma, la pesca en
tinguir su propia casa. Por otra parte, alejarse demasiado el Mediterráneo no alimenta los mercados, por pintores­
de la costa significaría abandonar las aguas donde hay pe­ cos que puedan ser. El orata a ife rri o in cartoccio, el be­
ces. Este artesano pesca como se ha pescado siempre, con sugo a las brasas o empapelado, que comemos en un res­
redes, cestas, con espineles, o con lámpara, “ayer una an­ taurante de Venecia, tal vez provenga de la laguna, más
torcha resinosa, hoy una lámpara de acetileno o de bate­ raramente del Adriático, pero el lenguado o la langosta
ría”, que se enciende durante la noche: la fuente de luz ha han sido traídos casi con seguridad desde el Atlántico.
cambiado, pero el principio sigue siendo el mismo. Pesca­ Los salmonetes de roca de la costa dálmata, los langosti­
dores piratas en las costas griegas, y sin duda en otras nos rosas de Argel se reservan todavía para el gourmet.
partes, emplean la dinamita, a pesar de la vigilancia de los Pero los habitantes del Mar Interior no los comen todos
guardacostas: es una treta desleal, pero ya antigua. Vivir los días. En el menú popular, el primer lugar le corres­
día a día junto a uno de estos pescadores es aún hoy una ponde, sin discusión, al bacalao importado del Norte.
alegría posible para quien no teme el sol, ni los golpes de
mar, ni el balanceo continuo del barco inmovilizado sobre
el agua, ni las sorpresas cuando se levanta el espinel don­ S in em barg o , hay alg u n as
de, furiosa, ha sido capturada una inesperada morena. PESCAS ABUNDANTES
Pero el pescador artesano no vive solamente en su
barco, entre sus líneas y sus redes. Es también un experto A pesar de esto, hay lugares privilegiados. Las pesquerías
campesino, cuidadoso, que cultiva su jardín y su campo. del Bosforo, o las que hay a la entrada del lago de Bizerta,

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o a través de la laguna de Comacchio, o incluso a la en­
res colocan sus trampas. Pero los desmontes del litoral,
trada del estanque de Berre donde los diques de carrizo a
que favorecen el aflujo directo de las aguas dulces al mar,
orillas del mar permitían ayer capturar mújoles y angui­
y las ciudades modernas, que derraman enormes cantida­
las, no coinciden con nuestra desencantada descripción.
des de aguas negras, a menudo han destruido esas tram­
Contemplar, desde lo alto del puente que va a Galata, el
pas naturales debidas a aguas de una salinidad anormal.
mercado de pescados de Estambul, pletórico, lleno de
Hoy, el tropismo estacionario, que reúne a los atunes
colorido, es una maravilla. Pero ¿no será porque es ex­
de todo el mar, los dirige principalmente hacia las aguas
cepcional que ese espectáculo nos deja una impresión
entre Cerdeña, Sicilia y Túnez, lugar de su pesca. Las re­
tan vivida?
des, la almadraba o tonnara, caen hasta el fondo del mar,
En el Mediterráneo, la única pesca que merece el ca­
sostenidas por dos series de barcas. Forman un corredor
lificativo de abundante es la del atún, por más que sea
que conduce a los atunes hasta esas ratoneras de la alma­
breve, sólo tres o cuatro semanas al año, y sólo posible en
draba, llamadas cámaras de la muerte. Porque hay que ma­
zonas privilegiadas que hoy tienden a escasear o a des­
tar a los atunes uno por uno, y la matanza se convierte en
aparecer. En el siglo xvi, por ejemplo, era mucho más
carnicería. En las aguas enrojecidas por su sangre se levan­
importante que hoy en el Algarbe portugués (que se en­
ta a los enormes peces, “parecidos a bueyes, del mismo
cuentra fuera del Mar Interior), en Andalucía, donde
tamaño, como ellos colgados de ganchos, levantados con
daba lugar a una verdadera movilización de los campesi­
poleas”.
nos de la costa, al son de los tamboriles de los reclutado­
La pesca del atún es una “industria” del mar muy an­
res; o en las costas de Provenza. A fines del siglo xvi un
tigua. ¿No se dice acaso que los fenicios fueron sus in­
provenzal, alabando a su región, afirma: “Sé que en otros
ventores? Los griegos la conocían. Es la imagen de la al­
tiempos, en el puerto de Marsella, se hacía en un solo día
madraba la que viene a la imaginación de Esquilo cuando
una pesca de 8 ooo atunes”. Hoy ya no se pescan atunes
describe la batalla de Salamina: “El mar desaparece bajo
frente a Marsella, como tampoco hay esturiones en la
una masa de cuerpos sangrantes, los griegos golpean a los
boca del Ródano, donde eran antes tan numerosos.
persas como a atunes cogidos en la red, les rompen los ri­
Respecto a los atunes, la explicación científica es bas­
ñones con trozos de remo y fragmentos de barcos”. Se­
tante clara después de que el crucero del Pourquoi-pas?,
gún se dice, los sistemas de captura deben haber sido es­
en 1923, dirigido por el doctor Charcot, esclareció los
tablecidos definitivamente por los árabes. En todo caso, el
problemas. Los atunes no vienen del Atlántico, como se
vocabulario en uso viene de ellos: la almadraba es, en ára­
pensaba antes. Viven dispersos en el Mediterráneo, en
be, el almazraba, la “preñada”: el canto que saluda la en­
zona semiprofunda, hasta el momento del desove, a partir
trada de los atunes, la chaloma, es decir, el saludo, salam.
de mayo o junio. Buscan entonces las aguas más cálidas y
En cuanto al jefe de la pesca, es el rais, nombre que, como
salinas del mar para la puesta y es allí donde los pescado­
se sabe, designa en el islam a los capitanes del mar.
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La pesca del atún sigue siendo una gran aventura en la te el día; se iba de una playa a la próxima; llegada la no­
que participa toda una población local, y el botín es toda­ che, se ponía el barco en la arena.
vía impresionante. Pero la excepción confirma la regla: el Este cabotaje, que mejora, se desarrolla y aumenta
Mediterráneo líquido es pobre; su pesca total representa su efectividad con lentitud, representará durante mucho
apenas un tercio de la pesca noruega por sí sola. tiempo lo esencial de las actividades marítimas de trans­
porte. Todavía en el siglo xvm los convoyes marítimos
aseguraban vínculos útiles, por ejemplo, entre Nápoles y
N avegar c o n t r a l a d is t a n c ia Génova, o Génova y Provenza, o Languedoc y Barcelona,
etc. Los vaporcitos griegos que hoy se afanan entre las
Pero el mar es algo más que una reserva alimenticia; es islas del Egeo hablan a su manera de esos tiempos muy
también, y ante todo, una “superficie de transporte”, antiguos. Con ellos, lo que triunfa es el viaje a corta dis­
una superficie útil, si no perfecta. El navio, la ruta marí­ tancia. Como el Mediterráneo es una sucesión, un com­
tima, el puerto tempranamente equipado, la ciudad co­ plejo de mares, como está dividido en superficies autó­
mercial, son herramientas al servicio de las ciudades, de nomas, de horizontes limitados, en cuencas separadas,
los estados, de las economías mediterráneas —las he­ se presta particularmente bien a esta navegación casera.
rramientas de sus intercambios y, por consecuencia, de Para los marinos razonables, es decir, para la mayoría
su riqueza— . de ellos, rara vez se trataba de salir de su mar familiar, de
Es evidente que antes de convertirse en un vínculo, el sus tráficos conocidos, del “Mediterráneo” particular
mar fue durante largo tiempo un obstáculo. Una navega­ del cual conocen los recovecos, las corrientes, los litora­
ción digna de ese nombre comenzó sólo después de la les, los abrigos, tanto los vientos regulares como sus
segunda mitad del tercer milenio, con las navegaciones cambios. El proverbio griego dice: “El que cruza el cabo
egipcias hacia Biblos o, mejor aún, con el auge, hacia el Maleo abandona su patria”. El cabo Maleo: es decir, el
segundo milenio, de los veleros de las Cicladas, provistos sur del Peloponeso, en su puerta occidental, el último
de velas, remos, un espolón y, sobre todo, de una quilla hito antes del espacio sin límites del oeste.
que los estabiliza de alguna manera en el agua del mar (al Si el marino se conforma con ese horizonte limitado,
contrario de los barcos de fondo plano que seguían la es sin duda porque satisface necesidades de intercambio
costa entre Biblos y Egipto). limitadas. Pero es también porque el mar asusta; es peli­
Durante mucho tiempo la navegación se llevó a cabo gro, sorpresa, amenaza repentina, incluso en las rutas fa­
de manera prudente, desde un punto hasta otro punto miliares. Las ceremonias religiosas, que se han mantenido
cercano; el lugar de arribo era visible desde la partida: hasta nuestros días en tantos puertos del Mediterráneo,
una navegación que se pega a la orilla, hilo conductor son encantamientos repetidos hasta el infinito contra los
por excelencia, y que al principio sólo se arriesga duran­ caprichos de las tormentas y las tempestades. Los exvo­

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tos de marinos salvados del peligro hablan de este temor ron, conduciendo a los navios apresurados de las Baleares
en el corazón de los hombres que jamás se abandonan a Cerdeña y Sicilia. El comercio de Levante, los vínculos a
despreocupadamente a la perfidia de las olas. Es a la Vir­ través de Gibraltar entre el Mar Interior y el Mar del Nor­
gen María, Stella Maris, Estrella del Mar, a quien los ma­ te (en 1297 las naves genovesas comenzaron a tener rela­
rinos de Occidente encomiendan sus cargamentos y, más ciones regulares con Brujas) han aumentado las travesías
todavía, sus cuerpos, sus almas. más o menos desligadas de la línea segura de las costas y
Lo que habla mejor de este temor en el corazón de han concluido la conquista del agua marina. Pero, incluso
los hombres es su muy larga repugnancia a lanzarse mar en el siglo xvi, navegar en mar abierto, s’engoulfer, como
adentro, a navegar en línea recta. Se habituarán a ello dicen los franceses, es todavía una proeza, y sólo se inten­
lenta, excepcionalmente, sólo sobre itinerarios conoci­ tan las proezas útiles. Si en esta época la brújula no se usa
dos por anticipado y practicados con cierta regularidad. demasiado, por más que fuera conocida desde el siglo xn,
Lanzarse a lo desconocido es cosa muy distinta. es sencillamente, debemos repetirlo, porque la mayor par­
Parece que fueron los cretenses los primeros en atre­ te de los servidos en el Mediterráneo se realiza por medio
verse a llegar por alta mar, hacia el sur, al delta del Nilo. de viajes cortos a lo largo de la costa: comprar tocino en
Cuando llega a ítaca y se hace pasar por mercader cre­ Tolón, aceite en Hyéres, bizcochos en Savona; detenerse
tense, Ulises explica: en cada puerto, como hacen tan a menudo los barcos-ba­
zares de Marsella, vender aquí, comprar allá... incluso el
Incitóme el ánimo [...] a navegar hacia Egipto. Equipé nue­ patrón irá a vocear su mercadería en las calles de Livornia
ve barcos y pronto se reunió la gente necesaria. Seis días o de Génova. Jean Giono y Gabriel Audisio se imaginan,
pasaron mis fieles compañeros celebrando banquetes [...] cada uno a su modo, que la Odisea no ha dejado por eso
Al séptimo, nos embarcamos, y, partiendo de la espaciosa de contarse de un puerto a otro, de una taberna a otra;
Creta, navegamos al soplo de un próspero y fuerte Bóreas, que Ulises sigue vivo entre los marinos del Mediterráneo
con igual facilidad que si nos llevara la corriente [...] El y que es en el presente, en las fábulas que uno puede es­
viento y los pilotos conducían las naves. En cinco días lle­ cuchar con sus propios oídos, donde hay que ir a buscar la
gamos al río Egipto, de hermosa corriente. génesis y la eterna juventud de la Odisea. Confieso que
me gustan esas hipótesis poéticas y verosímiles.
Parece que también los fenicios, esos maravillosos ma­ Por último, han sido la curiosidad, la aventura, el lu­
rinos, tenían el hábito de viajar en línea recta de Creta a cro, las políticas ambiciosas y desmesuradas de los esta­
Sicilia y a las Baleares. Mucho más tarde, en la época hele­ dos las que han concluido e impuesto esa conquista. Por­
nística, los navios irían a veces en cuatro días, con viento que con los estados y las civilizaciones belicosas, la gran
favorable, de Rodas a Alejandría de Egipto. historia se obstina en atravesar el mar, en subyugarlo, en
En el siglo xvi, los viajes en alta mar se multiplica­ apoderarse de sus rutas para que el adversario no pueda

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explotarlas y tenerlas a su merced. Génova y Venecia, en el tiempo deseado la sal, la lana de las últimas esquilas, el
su lucha por la hegemonía, surcan el mar entero. La cris­ trigo del año y los toneles de vino nuevo, y tantas mer­
tiandad y el islam se lo disputan. ¿Quién podrá determi­ cancías más. Pero, incluso apresurándose en las eras don­
nar el efecto acumulado de los esfuerzos de las expedicio­ de se trilla y en torno a los lagares, no siempre se han
nes militares, de los costosos, laboriosos reclutamientos realizado esos transportes por mar en el tiempo requeri­
de galeras, de naves “redondas”, de municiones, de caba­ do. Con el otoño y el invierno se abre la puerta al persis­
llos y de hombres a los que un buen día se lanza mar tente mal tiempo. Galeras y veleros de carga, naves lar­
adentro? Sin embargo, esas operaciones son arriesgadas, gas y naves redondas deberán quedarse en puerto, es lo
el menor accidente puede arruinarlas. En 1540, Carlos V que aconseja la sabiduría, la lección de la experiencia. Ya
llega delante de Argel, el oleaje hace chocar sus naves, y Hesíodo (a comienzos del siglo vil antes de la era cris­
el abandono resulta preferible al desastre. En 1565, los tiana) en Los trabajos y los días aconseja a su hermano
turcos fracasan ante Malta, defendida por un puñado de Perseo, campesino como él, pero también marino de
caballeros. El 7 de octubre de 15 7 1, en la batalla de Le- ocasión:
panto, se enfrentan cerca de 100000 personas en el golfo
de Corinto. Es la marca, entonces fantástica, que hicieron Cuando llega el invierno y hierven los soplos de todos los
posible los medios (y las pasiones) de la época. vientos, no dirigir ya un barco sobre el mar color de vino,
sino trabajar la tierra. Saca el barco a la orilla, rodéalo de
piedras... y retira el tapón para que la lluvia de Zeus no pu­
N avegar c o n t r a e l m a l t ie m p o dra nada. Coloca en tu casa en perfecto orden todos los
aparejos, pliega con cuidado las alas de la nave marina, cuel­
El Mediterráneo es rara vez un mar tranquilo, dispuesto ga el gobernalle sobre el hogar y aguarda que vuelva la esta­
a servir. Por el contrario, es un mar de tormentas. Duran­ ción navegante.
te el verano todo va bien, incluso muy bien. Es la época
de los mares azules, calmos, luminosos y como brillan­ Ocho siglos más tarde, nada ha cambiado. El barco en
tes de aceite, la época en que aun los barcos de guerra, que el apóstol Pablo fue enviado a Italia con un grupo de
las galeras estrechas, a flor de agua, particularmente frá­ prisioneros se retardó considerablemente por los vientos
giles, pueden salir con toda impunidad. El verano es la contrarios en los parajes de Chipre. Como “la navega­
época ideal para la guerra y los viajes. Hay tres puertos ción empezaba a ser peligrosa porque incluso el Ayuno [la
seguros, decía el viejo príncipe Doria (1468-1560): “Car­ fiesta de la Expiación, en los alrededores del equinoccio
tagena, junio y julio”. de otoño] había pasado ya”, el capitán se dispuso a inver­
Todo sería fácil si, antes de la llegada del mal tiempo, . nar en un puerto de Creta. Por desgracia, la tormenta lo
antes del equinoccio de otoño, se hubieran acarreado en alejó de la costa. Y lo llevó mar adentro durante 15 días,

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gua y la arqueología submarina. Todo es parecido: la ta­
hasta encallar delante de Malta. Tripulación y pasajeros,
blazón, las cuadernas, la proa, la popa, la quilla (columna
dichosos por haber salvado al menos la vida, debieron
vertebral del conjunto), el ajuste del mástil o de los más­
pasar tres meses en la isla antes de poder partir nueva­
tiles. Si bien hay diferencias por ejemplo en el orden de
mente, en la primavera, en “un navio alejandrino, con la
las fases de la construcción, o en la forma del timón, lo
insignia de los dióscuros”, que había invernado, por su
que predomina son las características semejantes.
parte, en esos lugares, y que con toda probabilidad no
Por otra parte, los restos de naufragios grecorroma­
eran los únicos en haberlo hecho.
nos están a la vista para establecerlo sin discusión: el
La invernada* es, por lo tanto, la regla normal, una
naufragio de Anticitera, en Grecia (primera mitad del
regla tan buena que durante mucho tiempo las ciudades
siglo 1 a.C.), que transportaba un cargamento de estatuas
y los estados, preocupados por el orden, prohíben sim­
de mármol, hoy en el museo de Atenas; el naufragio de
ple y llanamente los viajes invernales. Todavía en 1569,
Mahdia en Túnez, de comienzos del mismo siglo, que
en Venecia, estaban vedados su l cuor dell’invernata, del
llevaba a bordo 230 toneladas de columnas de mármol y
15 de noviembre al 20 de enero. Por su parte, los levan­
estatuas de bronce, hoy en el museo del Bardo; o el nau­
tinos sólo navegaban desde San Jorge a San Demetrio
fragio de Marzamenni, en Sicilia, en el siglo vi d.C.,
(5 de mayo a 26 de octubre, según las fechas del calen­
donde se hallaron todos los elementos de una “iglesia bi­
dario griego). Para vencer el obstáculo de la estación pe­
zantina, prefabricada”, esculpidos en mármol y pórfido;
ligrosa, habrán de intervenir las modificaciones técnicas,
o incluso los restos de un naufragio romano descubier­
lentas en llegar, como veremos, en la construcción de
tos hace poco en Planier, cerca de Marsella; restos que
las quillas y la disposición del timón.
permiten imaginar lo que era el navio de comercio ro­
mano, de 20 a 30 metros de largo, de cinco a siete de an­
cho, con uno, dos o tres mástiles, capaz de transportar de
Los BARCOS EN EL FONDO DEL MAR
150 a 200 toneladas. Se han encontrado así cargamentos
de 3000 a 10000 ánforas de vino o de aceite, dispuestas
Los barcos son siempre herramientas complicadas y que
en hileras de cinco, de modo que las bases de cada hilera
evolucionan, pero con mucha lentitud. Es sorprendente
se sitúan entre los cuellos de la hilera inferior. Es la for­
ver, todavía hoy, en una calle de Mesina o en un barrio de
ma en que, todavía hoy, las barcas de Djerba disponen las
una pequeña ciudad griega, o en las islas de Quíos, Les-
ánforas de aceite que transportan, y que se parecen sin la
bos, Samos o en Turquía, o Djerba, barcas en construc­
menor duda a las ánforas de la Antigüedad.
ción, asombrosamente parecidas a los barcos griegos y
En cuanto al timón del barco romano, consta, como
romanos, tal como nos los muestran la iconografía anti-
en tiempos de los griegos y de los fenicios, de dos remos
* L ’hivernage en el original. En este caso, se refiere al hecho de
laterales, situados a uno y otro lado de la popa.
permanecer bajo techo durante el invierno, [ e.]
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Sistema más eficaz de lo que suele decirse — precisa Patrice 480 a.C. Trirremes o quinquerremes, de tres o cinco filas
Pomey, especialista en arqueología submarina— , y que los superpuestas de remeros, que se asemejan a las galeras de
romanos perfeccionaron para hacer verdaderos timones de los siglos xv y xvi, los barcos de guerra del Mediterrá­
pivote, que en caso de necesidad pueden acoplarse, y que neo de esa época — con la diferencia evidentemente de
entonces ya nada tienen que ver con los remos, solamente que carecen de artillería— . Menos pesados por ello que
en su aspecto general. las galeras, pueden avanzar mucho más rápido.

Es, obviamente, la iconografía la que nos informa so­


bre las velas y las vergas, y sobre las maniobras que éstas H a sta l o s n a v ío s d e l ín e a

permiten hacer. Durante la Antigüedad sólo está en uso


la vela cuadrada. A menudo se encuentra una pequeña Tres transformaciones marcan la evolución general de
vela superior triangular, por encima de la vela cuadrada los barcos en el Mediterráneo, antes de la navegación a
(y nunca, en ese caso, una segunda vela cuadrada). Pero vapor y los cascos de hierro: el timón de codaste apareci­
el aparejo del barco con la vela triangular, llamada latina, do hacia el siglo xn; el casco encastrado hacia los siglos
se conoce poco todavía, y se puede discutir sobre sus orí­ xiv-xv; el bajel de línea a partir del xvn.
genes y su ulterior difusión en el Mediterráneo. Las tesis El codaste es la zona intermedia entre las partes cón­
al respecto se enfrentan hoy con cierto vigor, por más cava y convexa del extremo posterior del barco. El timón
que los pequeños navios árabes puedan atestiguar cierta de codaste, una invención oceánica, es el timón que co­
anterioridad del este. nocemos nosotros: una caña que atraviesa el casco per­
En cambio, todo está claro cuando se trata del orden mite maniobrar desde el interior del barco. Este timón se
que sigue la construcción. Se distinguen tres operacio­ convirtió, ya en el siglo xvi, en una rueda que permite al
nes: la quilla, las cuadernas y las planchas de la tablazón. timonel dirigir el movimiento: en las toscas carracas
“Las cuadernas son, si se quiere, las costillas del esquele­ portuguesas que van a las Indias, se junta a veces una do­
to, y la tablazón es la piel. En tiempos de Roma, por sin­ cena de hombres para sostener o hacer girar el timón.
gular que parezca, se montaba primero la tablazón, des­ Por supuesto, la discusión para determinar las ventajas
pués se insertaban las cuadernas en el interior; primero del nuevo timón sobre el antiguo sigue abierta. El nuevo
se colocaba la piel, después el esqueleto." parece haber permitido al navio dar bordadas y remontar
Así eran los barcos mercantes de griegos y romanos, el viento de mejor manera.
los que, por ejemplo, frecuentaban el puerto hexagonal La segunda transformación concierne a la tablazón
de Ostia. Junto a ellos hay que evocar los navios de gue­ encastrada. Con toda probabilidad, procede de los mares
rra de remos, largos, estrechos, como los trirremes ate­ septentrionales, con el casco (el kogge) que en el Medi­
nienses que derrotaron a la flota persa en Salamina, en terráneo se denominará comúnmente la nave. Es un car-

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güero muy grande, de varios cientos de toneladas, que por lo general un raguseo, debe presentar sus cuentas y
después crecería aún más. ¿Su característica? Estar cons­ pagar lo que debe a los propietarios de quilates, es decir,
truido por capas, es decir, que las planchas del casco, en a los accionistas.
lugar de estar pegadas, se recubren unas a otras como las Estas disputas o procesos han dejado suficientes hue­
tejas de un techo. Más resistentes que los tradicionales llas en los archivos de los puertos como para aportar al
navios redondos del Mediterráneo, de planchas pegadas, historiador muchos detalles sobre la vida y los azares de
las naves pueden afrontar las fuertes olas y triunfar del esos grandes cargueros. Triunfan en los siglos xv y xvi,
mal tiempo invernal. para declinar y casi desaparecer en el xvn. Pero ¿no es ésa
Surge, entonces, una circulación más regular, una la regla general en el Mediterráneo y sin duda también en
verdadera revolución de los transportes. Algunos puertos otras partes? El duro oficio de marino no se improvisa.
alcanzan marcas de tráfico en diciembre, enero o febrero. Recluta a sus hombres a partir de sectores del litoral bien
El Mediterráneo se cubre de grandes cuerpos flotantes. escogidos. Cuando uno de esos sectores hace fortuna, si
Las carracas genovesas del siglo xv alcanzan a veces i ooo puede decirse así, puebla el mar con sus navios, pero poco
toneladas, y aun 1 500: son los gigantes del Mar Interior. a poco se agota en ese difícil juego. La regla sirve tanto
Los veleros de carga de Ragusa, en el xvi, llegan a veces al para las calas provenzales, las islas griegas, las riberas ge­
millar de toneladas. Figuran entre los grandes cargueros novesas y las costas dálmatas, como para las aldeas y alde-
del Mar Interior y llevan sobre sí todo lo que es pesado u huelas de la admirable costa catalana. Pero hay renaci­
ocupa mucho lugar: granos, sal, bolas de lana, cueros de mientos, y el juego vuelve a comenzar.
vaca o de búfalo, de los que Occidente es un fantástico La última transformación es la sustitución de la gale­
consumidor, y que van a cargar en Rodosto, sobre el mar ra por el barco de línea. La impresionante batalla de Le-,
de Mármara, o en Varna, en el Mar Negro. panto (7 de octubre de 15 7 1) fue el encuentro mons-j
La particular fortuna de los veleros raguseos tiene truoso de 500 galeras turcas y cristianas, 250 en cada-
que ver al mismo tiempo con la capacidad de sus calas y campo. Pero ya en tiempos de don Juan de Austria suí
con los bajos salarios con que se conforman sus tripula­ suerte estaba amenazada. Su última forma conquistadorá-
ciones. Así se impusieron en todo el espacio mediterrá­ fue sin duda la galera reforzada, que coloca en cada remo
neo y llegaron a Inglaterra y a Flandes, lo mismo que los a cuatro o cinco remeros a la vez y, con ello, puede ganar
genoveses o los venecianos. La propiedad de uno de esos en velocidad a las galeras comunes, alcanzarlas o, de ser
grandes navios siempre está dividida en panes, de ordi­ necesario, dejarlas atrás.
nario 24 quilates, que no están todos por fuerza en ma­ Las galeras tienen muchos defectos. En primer lugar
nos de raguseos. Así, el genovés o el florentino, poseedor su costoso “motor”: los forzados, que hay que comprar,
de uno o varios quilates, vigila los movimientos de su alimentar, cuidar, vestir. Hubo, es cierto, en Venecia,
navio. Si llega a Livorno o a Genova, el patrón de la nave, hasta mediados del siglo xvi, remeros ciudadanos, como

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en la Atenas de Pericles. Pero en todas las marinas se en­ Por último, cuando las naves mercantes empiezan a
cuentran forzados voluntarios — los buonvoglie, como se equiparse con una artillería abundante para hacer frente
les llamaba en Italia— , miserables que se alquilaban por a los corsarios, las galeras sobrecargadas de hombres se
un tiempo para escapar de su miseria. “Creo que es del convierten para ellas en blancos ideales. En 1607, los na­
todo imposible — escribe el representante de Luis XIV vios “redondos” de los holandeses fulminan a las galeras
en Malta (26 de febrero de 1664)— encontrar buonvo­ españolas que pretenden obstruirles el estrecho de Gi-
glie en Francia, ni [sic] sacarlos de los países extranje­ braltar. De ahí a fabricar navios redondos, de vela, que
ros, y pienso que será más fácil tomar turcos para la ex­ sean verdaderos navios de guerra, no hay en apariencia
pedición o comprarlos”, evidentemente en el mercado más que un paso, pero será largo de franquear. Ese navio
de Malta donde los piratas vendían con regularidad sus redondo no triunfará de golpe, porque también tiene sus
presas. El sistema, deficiente en verdad durante la época puntos débiles. Basta con que una nave bien armada que­
de Luis XIV no hubiera podido subsistir de no ser por de inmovilizada en un mar demasiado tranquilo, cuando
los condenados a las galeras. Tal vez se prolongó, en cesa el viento, para que las galeras se acerquen al cuerpo
efecto, a causa de esos condenados: ¿dónde tenerlos pri­ inmovilizado del enemigo, elijan los ángulos de muerte
sioneros de manera más cómoda? Las galeras son el pre­ de su tiro y, dando vueltas a su alrededor, lo golpeen a su
sidio ideal, la cárcel concentradora por excelencia, más gusto, incendiándolo u obligándolo a rendirse.
expeditiva que los piombi de Venecia. A pesar de todo, hacia 1620 la galera había pasado a
Las galeras tenían además otros defectos: su costo de un segundo lugar. Los renegados nórdicos que entonces
fabricación, el amontonamiento de los hombres a bordo, poblaban Argel aclimataron el velero de carrera de largo
el poco lugar que queda para una artillería cada vez más radio de acción. El Mediterráneo entero se convirtió en­
indispensable y que reclama cada vez más espacio; ade­ tonces en su terreno de caza. Y esos “berberiscos” de ojos
más, son navios hechos para los serenos mares del vera­ azules y cabellos rubios atraviesan el estrecho de Gibral-
no. Si se les quiere utilizar en invierno (lo que constituye tar, espían los accesos de Cádiz o de Lisboa, llegan hasta
un poco la táctica de las flotas menos fuertes, que duran­ Islandia y piratean en el Mar del Norte con la complici­
te la estación peligrosa se protegen así con los mares agi­ dad de los puertos ingleses o de los comerciantes holan­
tados de la réplica del enemigo), puede haber catástrofes: deses. Sin embargo, todavía quedan galeras en Tolón o en
el desgaste, el agotamiento de la chusma de las galeras, y Venecia, e incluso en Argel. En 1798, cuando la flota que
sobre todo los naufragios, durante los cuales en una o lleva a Bonaparte a Egipto captura de pasada Malta, gale­
dos horas desaparece una escuadra completa. Es lo que ras de remos rojos se encuentran en el puerto de La Va-
ocurrió a las galeras de España en la bahía de la Herradu­ lette. Pero son supervivencias: ni en Aboukir (i° de agos­
ra en octubre de 1562. Queda entonces un solo consuelo: to de 1798) ni en Trafalgar, en las cercanías de Gibraltar,
tratar en lo posible de recuperar los cañones hundidos. estarán presentes en el combate.

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En esta época, hace ya tiempo que el velero ha triun­ para alimentar las chimeneas con grandes llamaradas,
fado, dividido netamente en dos familias: navios mer­ o para calentar los hornos de pan con los arbustos que,
cantes por un lado, barcos de línea por otro, los cuales en el primer caso (los matorrales), recubren el suelo
han surgido de la transacción entre el casco redondo y el por entero, y en el segundo (monte bajo) lo dejan des­
casco alargado. El antecesor de esos maravillosos navios nudo en amplias superficies. Esos matorrales o ese mon­
de línea debe buscarse, sin duda, en las galeazas venecia­ te bajo son también el resultado de explotaciones desor­
nas, esas grandes galeras afiladas como los barcos de lí­ denadas para la construcción o la calefacción de las
nea del futuro, pero mucho más anchas que las primeras, casas, o el mantenimiento de las industrias que requie­
tan sutiles. Demasiado pesadas y sobrecargadas de arti­ ren del fuego, o el cultivo de tierras boscosas explotadas
llería como para ser manejables, tenían un poder de fue­ un tiempo, y después abandonadas por no ser bastante
go, de fortalezas flotantes. La línea de las galeras de don
fértiles.
Juan de Austria, en Lepanto, iba precedida de esos mas­ El barco, que ha sido uno de los grandes culpables de
todontes que fulminaron a las galeras turcas desde el pri­ la deforestación, ¿no ha sido al final víctima también
mer contacto entre las flotas. Pero este triunfo, en sí sen­ de este proceso? Llegó un día en que los bosques de Ca­
sacional, no trajo consecuencias inmediatas, porque nada labria o los robles del Monte Gárgano dejaron de ser ex­
precipitó la evolución de los barcos del Mediterráneo de plotables para los astilleros de Ragusa o de las playas cer­
la manera en que sucedió en otros mares del mundo. En canas a Nápoles... Carmelo Trasselli, admirable historiador
efecto, fueron necesarios la riqueza, la ambición, la locu­ de Sicilia, piensa que este enrarecimiento y la carestía de
ra de los estados modernos para construir, a finales del madera que vino como consecuencia han sido una de las
siglo x v i i i , navios de línea perforados por más de cien razones, entre otras muchas, de la decadencia del Medi­
piezas de cañones y cuyos cascos de madera estaban am­ terráneo, en el siglo xvi, y más todavía en el xvn. Hasta
pliamente provistos de placas protectoras de cobre; obras los venecianos, hasta los caballeros de Malta compraron
maestras de la arquitectura naval, por cierto, pero tan entonces sus barcos en Holanda.
costosos que es difícil de imaginar. Esta explicación, más que verosímil, nos trae a la me­
moria las reflexiones de Maurice Lombard sobre la crisis
de la madera a través del Mediterráneo islámico del siglo
Ba r c o s y b o sq u e s
xi. Dominaba todo el mar; cuando le faltó la madera, el
mar se le escapó. Como las mismas causas producen los
¿Los barcos de madera destruyeron poco a poco los bos­ mismos efectos, algunos siglos más tarde, el Mediterrá­
ques del Mediterráneo? En todo caso, éstos han dejado neo cristiano del poniente perdería a su vez su dominio
su lugar a menudo a formas degradadas, matorrales, mon­ del Mar Interior, donde ingleses y holandeses comenza­
te bajo, masas de arbustos aromáticos, que sirven apenas
rían a imponer su ley.
6o 61
El M e d it e r r á n e o e s l o s c a m i n o s sistía en impedir que los alemanes participaran de mane­
ra directa en su comercio marítimo. Ese es un coto de
El Mediterráneo es los caminos del mar y de la tierra, caza cuidadosamente guardado, reservado para sus ciu­
unidos entre sí; caminos significa ciudades, las modestas, dadanos, aquellos que tienen plenos derechos, que po­
las medianas y las más grandes dándose la mano. Cami­ seen la ciudadanía “por afuera y por adentro” (de intus et
nos y más caminos, es decir, todo un sistema de circu­ de extra).
lación. Vemos, así, de qué modo las rutas del Mediterráneo
A través de ese sistema, culmina ante nuestros ojos la aumentaron sin medida el espacio explotado por las ciu­
comprensión del Mediterráneo, que es, en toda la exten­ dades y los comerciantes del Mar Interior. Es, de la mis­
sión del término, un espacio-movimiento. A eso que el ma forma, un veneciano quien descubre para sus con­
espacio cercano, terrestre o marítimo, le aporta, y que temporáneos la lejana China: Marco Polo está de vuelta
constituye la base de su vida cotidiana, agrega sus dones en Venecia en 1296 . Es también un hombre del Medite­
el movimiento. Si se acelera, las dádivas se multiplican, rráneo, Cristóbal Colón, quien descubre América en
se hacen visibles. La Toscana ha sido, durante siglos, sin 1492 . Serán los comerciantes italianos quienes, en el si­
duda, la campiña más bella del mundo. ¿No es, acaso, glo x i i i , controlen las ferias de Champagne, y 200 años
porque Florencia se nutre del trigo siciliano, que la Tos- más tarde controlen también las ferias de Lyon en torno
cana rural ha podido especializarse en el cultivo de la vid a las cuales, durante breve tiempo, giró la fortuna entera
y del olivo? Venecia es, desde el siglo xiv al xvi, la ciu­ de Europa. Las ciudades alemanas, Nuremberg, Ulm,
dad más rica de Italia y sin duda de Europa, aunque, y con Francfort, Augsburgo, sobre todo Augsburgo, son las
más seguridad, lo es de todo el Mediterráneo. Y todo por­ alumnas, las émulas de Italia. Desde el siglo xiv en Bru­
que se encuentra en el corazón del sistema de circulación jas, en Londres, domina el banquero comercial italiano,
más vasto de la época, extendido por el mar entero, y y con él triunfa el mar lejano y exigente.
porque se adjudica la mayor parte de las compras de pi­ Un Mediterráneo más grande rodea y envuelve, pues,
mienta y especias de Levante, o al menos llegadas desde al Mediterráneo stricto sensu, y le sirve de caja de reso­
el Océano Indico hasta las escalas de Levante, y es sobre nancia. La vida económica del Mar Interior no es, por
todo porque se trata de la revendedora por excelencia de otra parte, la única en repercutir así a distancia; repercu­
esos productos preciosos en Occidente, en especial en ten también sus civilizaciones, sus movimientos cultura­
Alemania, el mayor consumidor de Europa. Venecia “en­ les de colores cambiantes. El barroco, nacido en Roma y
cerró”, valga la expresión, a los comerciantes alemanes en la triunfante España, cubre toda Europa, inclusive los
en el gran edificio del Fondaco del Tedeschi como los paí­ países protestantes del norte. De la misma manera, las
ses del islam encerraron en los Fonouuks del Levante a mezquitas de Estambul, especialmente la Suleimanié, se­
los propios venecianos. Para Venecia, el problema con­ rán imitadas hasta en Persia y la India.

62 63
Es, pues, visible sobre las márgenes del gran Medite­ de Suez (1869), tema sobre el que regresaremos, no lle­
rráneo, una especie de registro del esplendor y de la irra­ gará a restablecer plenamente la prosperidad y sobre todo
diación propias del mar. Por eso muchos problemas del la preminencia del Mediterráneo. Porque Inglaterra reina
pasado mediterráneo, casi insolubles a primera vista, se entonces sin rival sobre el mundo entero. El Mediterrá­
han resuelto por sí solos. neo, capturado por el extranjero en el siglo xvi, no pue­
Ese lujo que, en espíritu y en la realidad, revivimos de ser devuelto a sus ribereños.
hoy, a lo largo del Gran Canal, la calle más hermosa del
mundo, o sobre la plaza de San Marcos, la plaza más her­
mosa del mundo; ese lujo sólo se explica por una explo­
tación lejana del otro. En efecto, la explotación de las
campiñas cercanas y de las actividades de los pequeños
puertos satélites del Adriático, no bastaría. Hacen falta
las aportaciones de un comercio de lejos, de la antena
que, por medio del islam, tiende el Mediterráneo hasta
el Lejano Oriente. Cuando, durante la fiesta de la Sensa, el
día de la Ascensión, el Dogo de Venecia desposa al mar,
ante la iglesia de San Nicoló dei Mendicoli, no se trata
tan sólo de un bello espectáculo, o de un símbolo, sino
de una realidad: desposa, a través del mar, al gran Medi­
terráneo, fuente perenne de riquezas.
La decadencia, las crisis, los malestares del Medite­
rráneo son justamente las averías, las insuficiencias, las
fracturas del sistema circulatorio que lo atraviesa, lo so­
brepasa y lo rodea y que, durante siglos, lo colocara por
encima de sí mismo. El periplo de Vasco de Gama en
1498 es el primer golpe que le asesta el destino. Sin em­
bargo, sobrevivirá a la prueba. La decadencia no se decla­
rará antes de 1620, cuando los ingleses y los holandeses
se hayan apoderado de las lejanas salidas del Mediterrá­
neo, e invadido su propio espacio. Allí se produjo una
ruptura de larga duración. ¿Definitiva? Mucho más tar­
de, después de siglos de replegarse, la creación del canal

64 65
La extensión marítima, como creadora de amplios in­
tercambios, permaneció durante mucho tiempo inuti­
lizada. Fue en la orilla y fuera de ella donde la civiliza­
ción mediterránea dio sus primeros pasos.

El alba La s r e v o l u c io n e s

del C e r c a n o O r ie n t e
F e r n a n d Br a u d e l
El alba de la historia es la invención de la agricultura, la
revolución neolítica de la que se sabe desde hace poco,
todos saben que las “primeras civiliza­
o d o s d ic e n , gracias a los métodos de datación por medio del radio-

T ciones” nacieron en el Mediterráneo oriental del


Cercano Oriente. Pero el mar no es el responsable inicial:
durante milenios permaneció vacío, más desierto que
carbono, que comenzó hacia el 9000 a.C., y que se ex­
tiende a lo largo de varios milenios. Esta gran cesura en
la historia de la humanidad no se produjo, por lo tanto,
los desiertos mismos, y fue obstáculo, no vínculo, en­ de manera acelerada. Sin embargo, se desarrolló desde va­
tre los hombres que, sin embargo, vivieron desde épocas rios focos, más o menos unidos entre sí, llevando delante
muy tempranas en sus riberas. sus cereales —plantas silvestres, empleadas desde mucho
No obstante, también desde épocas muy tempranas, antes de que empezaran a ser cultivadas poco a poco— ,
circularon balsas o piraguas primitivas, sin las cuales no sus animales domésticos, sus árboles frutales, sus herra­
hubieran sido posibles esos viajes cuyas pruebas posee­ mientas, sus hábitos sedentarios.
mos. Así Chipre, que siempre fue una isla desde la apari­ Esto explica el hecho de que haya nacido no en las
ción del hombre en Asia Menor y de cuyos primeros po- llanuras, que supondríamos a priori más fáciles de culti­
blamientos desconocemos la fecha exacta, importaba, en var, sino en las tierras altas que bordean el desierto de
el sexto milenio, obsidiana de Anatolia para fabricar sus Siria o en las mesetas montañosas de Anatolia y de Irán:
herramientas. Éste no es el único ejemplo: Malta, ocupa­ ése es, en efecto, el hábitat natural de las ovejas, cabras,
da por el hombre por primera vez hacia el 5000 a.C., bovinos y puercos, y también el de las gramíneas salvajes,
conseguía en Sicilia piedras desconocidas en la isla; entre a alturas de 600 a 900 metros; es allí, al fin, donde las
ellas, la obsidiana. Pero nada indica que haya habido con­ aguas fluyen con relativa abundancia, al pie de los relie­
tactos regulares o relaciones sostenidas. Si el hombre su­ ves del norte sobre pendientes muy expuestas, frente al
peró muy pronto el obstáculo del mar, en distancias cor­ sur o el oeste. Fue en esa zona llamada característica­
tas, lo hizo sólo de manera esporádica al comienzo. mente el Cuerno de la Abundancia donde la agricultura

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comenzó su larga carrera, a partir de tres regiones privi­ piedra, de nácar o de cobre, telas finas, cerámica, etc.,
legiadas: los valles y vertientes occidentales del Zagros, mientras que en la misma época la llanura de Panfilia, bas­
la región montañosa de la Mesopotamia turca y sobre el tante cercana, está todavía muy atrasada culturalmente.
sur de la meseta de Anatolia. Y la invención creadora, signo de abundancia económica,
Quien dice agricultor dice sedentarización, arraigo se presenta pujante desde el comienzo de Catal Hüyük.
en hábitats agrupados. Pero la sorpresa, también revelada No obstante, es la llanura, la baja Mesopotamia la
por el radiocarbono, ha sido descubrir la existencia, des­ que, junto con Egipto, se convertirá en el impulsor fun­
de el octavo milenio, no sólo de aldeas o villorrios, sino de damental de la civilización en gestación. Porque una gran
grandes aglomeraciones que podemos llamar ciudades, civilización no puede vivir sin una amplia circulación, y
por más que en sus comienzos no tuvieran la organiza­ el agua de sus ríos — el Eufrates, el Tigris, el Nilo— per­
ción de una ciudad mesopotámica o egipcia. De allí la mitió desde muy temprano el desarrollo del transporte
argumentación revolucionaria y convincente de Jane Ja­ fluvial. Cuando esos barcos por fin se aventuran por el
cobs ( The Economy o f Cities, 1969), quien pretende que agua salada del Golfo Pérsico, o del Mar Rojo, o del
en el vacío, el de la prehistoria o el de determinadas par­ Océano Indico, se ha dado el paso decisivo. Un milagro
tes del Nuevo Mundo después de la conquista europea, comienza. Bienes, mercancías, técnicas, todo transita­
es normal y lógico que las ciudades comiencen a existir rá, poco a poco, por las rutas del mar. El Mediterráneo
al mismo tiempo, e incluso antes que las aldeas. Jericó, está vivo.
Catal Hüyiik son dos ejemplos de estas aglomeraciones
“neolíticas”. En el séptimo milenio antes de nuestra era, P r im e r o s b a r c o s,
Jericó albergaba al menos 2000 habitantes: Catal Hüyiik PRIMERAS CIVILIZACIONES
extendía sus viviendas unidas entre sí a lo largo de 15
hectáreas, donde la circulación de la gente se realizaba, La batelería del Eufrates y el Tigris (completada por bal­
dentro de las casas, a través de aberturas ovales practica­ sas hechas con odres inflados unidos entre sí que, pesa­
das en los muros, y entre ellas, por las terrazas. damente cargados, descendían el curso de los ríos, des­
Estas “ciudades primitivas” son ya centros organiza­ pués de lo cual, los odres desinflados eran transportados
dores. Despiertan y mantienen una circulación de amplia a lomo de burro hasta su lugar de origen) desempeñó, es
irradiación. Jericó exporta sal y betún, y recibe, entre cierto, un papel fundamental en el crecimiento y la pros­
otras cosas, obsidiana de Anatolia, turquesas del Sinaí, peridad de la Mesopotamia. Ha permitido, al mismo
cauris del Mar Rojo. Qatal Hüyük cambia su obsidiana tiempo, la repartición económica de los variados recur­
por el sílex de Siria, importa del Mediterráneo gran can­ sos de la montaña y de la región baja, y la unión en un
tidad de conchas y de toda clase de piedras, mármol, ala­ todo de las ciudades independientes y deseosas de se­
bastro. Sus actividades artesanales son múltiples: joyas de guirlo siendo. Basta mirar hoy todavía el movimiento de

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las barcas en el Éufrates, sus extensas superficies de agua, basta con dejarse ir con la corriente. Remos y sirga son
sus orillas planas durante largo tiempo pantanosas, para menos necesarios. El Nilo es así, y por ésta y otras razo­
que revivan los magníficos bajorrelieves del palacio de nes, la condición de la unidad y la riqueza de Egipto. En
Nínive, con sus barcas de cañas deslizándose entre los el siglo xxv a.C., el río daba la oportunidad de transpor­
hipopótamos de los pantanos repletos de peces. Pero la tar el granito de las canteras del Alto Egipto hasta Men-
Mesopotamia está lejos de las orillas del Mediterráneo, y fis, y controlar desde lejos a Nubia, gran proveedora de
si llegó a aventurarse, como parece, por el Mar Rojo y el marfil, ébano, plumas de avestruz, metales preciosos, oro
Golfo Pérsico, sabemos poco al respecto. Está en el tras­ sobre todo. Pronto permitirá, además, alcanzar el Mar
fondo de la primera historia del Mediterráneo. Rojo por la ruta de Coptos a Qoeir, y así tener acceso al
Los barcos de Egipto, en cambio, desembocan sobre incienso, a la mirra de la región de Punt, al cobre, a las
la historia del Mar Interior. Los bajorrelieves de las pri­ turquesas y otras piedras preciosas del Sinaí. Y es en el
meras pirámides nos los muestran construidos a menudo Bajo Egipto, sede del poder faraónico, donde se acumu­
de haces de papiros unidos, un tanto parecidos a las bar­ lan todas estas riquezas, con las cuales comprar o procu­
cas de la Mesopotamia, con proa y popa levantadas, un rarse todo lo que el mismo Egipto no tiene y codicia:
fondo casi plano que les permite no chocar contra los cedros del Líbano, betún del Mar Muerto, aceite y más
bancos de arena levemente sumergidos y atravesar sin tarde vino de Siria. Es así como empezaron los viajes en­
problemas los numerosos pantanos. tre Egipto y las ciudades de la costa siriolibanesa, casi en
El progreso hará que muy pronto los juncos primiti­ los albores de la historia egipcia. Probablemente, como
vos sean remplazados por tablones de madera, bloques de expediciones lanzadas por los faraones, al principio. Pero
sicómoro o de acacia traídos del Alto Egipto, o de cedro a mediados del tercer milenio una verdadera flota mer­
del Líbano. Esos tablones cortos y macizos están unidos cante une a Biblos con los puertos del delta; los barcos
con fuerza entre sí. Excepción hecha del material, esas son de tipo egipcio y sin duda financiados por Egipto,
naves de madera, sin quilla, de extremidades levantadas pero quizá construidos ya, y sobre todo tripulados por
por un cable transversal, se parecen sin la menor duda a los cananeos (nombre que se les daba a los siriolibane-
las barcas primitivas. Pueblan las escenas de caza o de ses). Esos antepasados de los fenicios eran ya un pueblo
pesca representadas con mucha frecuencia en las paredes de marinos; el egipcio, por el contrario, tenderá siempre
de las tumbas, y sirven para transportar a los muertos a a quedarse en casa, ya que su riqueza le permite un co­
su última morada. mercio pasivo, como se afirma más tarde, en dirección al
El transporte fluvial del Nilo es tan poderoso como el Mediterráneo. En todo caso, mil años después no es po­
del Éufrates, sobre el cual tiene además una segura ven­ sible tener ninguna duda: una pintura de Tebas, del siglo
taja: el sistema regular del viento, que en Egipto permite xv a.C., muestra barcos tripulados por cananeos, atavia­
que los barcos remonten a vela el río. En el otro sentido, dos con su traje característico, que descargan en Egipto

70 7i
mercancías de su país. Con todo, los barcos son semejan­ del mar (los espacios del Levante), pero que ya es un es­
tes: veleros de tipo egipcio, con las mismas extremidades pacio económico unitario, donde muy pronto todo se
levantadas casi en ángulo recto, sin quilla en apariencia. intercambiará: los objetos, las técnicas, las modas, los
Barcos que convienen para un trayecto apacible y rutina­ gustos, los hombres por supuesto, e incluso las corres­
rio, por aguas poco profundas y sujetas a la creciente pe­ pondencias diplomáticas.
riódica que repliega el camino navegable para convertir Así se crea un fenómeno de extraordinaria novedad:
al Nilo en un simple sendero, pero muy poco para los surge una cultura cosmopolita donde se pueden recono­
peligros de alta mar. cer los aportes de las diversas civilizaciones construidas
Desde comienzos del segundo milenio, y antes sin a lo largo o en medio del mar. Algunas de estas civiliza­
duda, apareció otro tipo de barco, nacido de otra aventu­ ciones forman parte de imperios: Egipto, Mesopotamia,
ra: la de los pueblos del Egeo. Estos navios ligeros se el Asia Menor de los hititas; otras son empujadas al mar
mueven a vela y remo, y están provistos de una carena y sostenidas por las ciudades: la costa siriolibanesa, Cre­
más una quilla, lo que no sólo refuerza su casco contra el ta, más tarde Micenas. Pero todas, a partir de ahora, se
choque de las olas, sino que además los hunde en el agua, comunicarán entre sí. Todas, aun Egipto, por lo común
les da mayor estabilidad y mejor resistencia al viento. tan encerrado sobre sí mismo, se vuelcan hacia afuera
Este barco egeo, antepasado directo de los barcos feni­ con una curiosidad apasionada. Es la época de los viajes,
cios, griegos y romanos, es en realidad el primer barco de del intercambio de presentes, de las correspondencias
transporte realmente adaptado al mar. Fue el que aceleró diplomáticas y de las princesas que se dan por esposas a
la historia del Mediterráneo. reyes extranjeros como prenda de esas nuevas relaciones
“internacionales”. La época en que, en los frescos de las
tumbas egipcias, se ve surgir, en su traje original, repro­
El p r im e r M e d it e r r á n e o ducidos con minuciosidad, a todos los pueblos del Cer­
COMERCIANTE DE LA HISTORIA cano Oriente y del Egeo: cretenses, micenios, palestinos,
nubios, cananeos; cuando las magníficas cerámicas cre­
A comienzos del segundo milenio emergen, por lo tanto, tenses invaden todo el Levante (casi no hay ninguna ex­
dos sectores marítimos, donde se fabrican navios y mari­ cavación que no descubra algún vaso o algunos tazones
nos: la costa libanesa, las islas egeas. Ya están los protofe- cretenses de esta época); en que las mayólicas azules de
nicios, y los protogriegos. Tan activos en las costas del Egipto, exportadas a todas partes, copiadas sin escrúpulo
Egeo y del Asia Menor como habrán de serlo sus suceso­ en Ugarit, acompañan a los muertos en las tumbas mi-
res; son, sin la menor duda, los principales responsables cenias; cuando el culto de las divinidades cananeas, sin
del nacimiento de un primer Mediterráneo del inter­ duda introducido por los comerciantes, se esparce por el
cambio, un Mediterráneo todavía reducido a una mitad delta, mientras que las esfinges aladas o los dioses de

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Egipto florecen en Siria o en el país hitita; cuando, sobre dañina fuera del escorpión, la víbora y una araña veneno­
los muros de las tumbas de Tebas, la fantasía de la pintu­ sa (desconocida, por otra parte, en el continente). Du­
ra cretense se impone a la austera tradición egipcia rante mucho tiempo, apenas si repercutieron en ella las
mientras que las flores de loto y los pájaros acuáticos del corrientes civilizadoras venidas de las Cicladas y el Egeo.
lejano Nilo inspiran a los ceramistas cretenses o mice- Troya, cerca del Helesponto, brilla ya cuando Creta per­
nios que retoman a su vez, pero con mucha mayor fuerza manece aún en la oscuridad. Sólo hacia 2500 a.C. llega
en la disposición y en el tratamiento de las formas, su hasta ella un poco de luz. La leyenda de Europa raptada
universo ambiguo y marino, rechazando de paso, a dife­ por Zeus en las costas de Fenicia y llevada a Creta tendría
rencia de Egipto, las referencias espaciales, los horizon­ una parte de verdad.
tes figurados; cuando la moda egipcia, consagrada hasta Surgen en ella dos generaciones de ciudades-pala­
entonces al lino blanco, se apasiona por los bordados si­ cios, la primera de 2000 a 1700; la segunda de 1700 a
rios y los tejidos policromos de los cretenses. 1400. Como indican por sí solas esas fechas, la isla se
En esta extraordinaria "mezcolanza” del segundo mi­ desarrolla con el auge de las navegaciones de Levante.
lenio, la palma del cosmopolitismo corresponde sin du­ En esa multiplicidad de palacios-ciudades — de los
da a los siriolibaneses, que toman prestado y de todo el que Cnosos es el ejemplo más bello, pero no el único— ,
mundo, y lo mezclan a su gusto. Al contrario de Creta, ¿hay que ver ciudades independientes, ciudades-Estado
que, a pesar de la actividad de sus comerciantes y mari­ ya sobre el modelo griego, como aventura E. van Effen-
nos, cuyas huellas se encuentran en todas partes, dio ter? Esos palacios son privativos de una divinidad tanto
más de lo que recibió. Protegida quizá por su carácter como de un príncipe, el Minos de Cnosos. Son tal vez
insular, se ha mantenido como la más original, la más también una forma de economía, el lugar donde se re­
insólita de las primeras civilizaciones antiguas. Tan mis­ úne y se redistribuye la producción, el centro donde los
teriosa cuando se desarrolla como un fenómeno aparte, artesanos y los comerciantes de la ciudad vecina recogen
como cuando desaparece, con una muerte brutal e in­ sus órdenes de pago; donde se concibe una participación
explicable. cada vez más consciente en el intercambio con el exte­
rior. Porque este florecimiento, sobre todo el más bri­
llante, de 1700 a 1450, es contemporáneo de un auge
D e C n o so s a M ic e n a s económico general del Cercano Oriente. El brillo de los
grandes imperios se refleja en el espejo de la civilización
Creta es una isla perdida en alta mar, durante largo tiem­ cretense que, a su vez, envía a lo lejos sus luces. Cnosos,
po subpoblada y subdesarrollada. Curiosamente resguar­ el palacio-ciudad por excelencia, irradiará a lo lejos su
dada: no hay en ella animales salvajes autóctonos, ni zo­ influencia gracias a los navios cretenses que surcan la
rros, ni lobos, ni águilas, ni lechuzas, ninguna bestia inmensidad del mar.

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Todo se derrumbará, como hemos dicho, en Cnosos cerdote-rey camina entre lirios, y las mujeres de vesti­
y en la Creta oriental (la única parte de la isla iluminada dos claros, amarillos, azules y blancos, con los senos des­
por la civilización) hacia 1450. Tal suceso ¿tiene como nudos, danzan ante un vasto público sentado bajo olivos
consecuencia la explosión volcánica de Théra, hoy San- azules. Acróbatas de finos cuerpos juegan entre los cuer­
torini? La hipótesis, aceptable, es a menudo admitida. nos de un toro. Domina un naturalismo simple y fuerte:
¿O es que se debe a un ataque victorioso de los mice- una brizna de hierba, una mata de azafrán o de iris, una
nios? Ésta es la hipótesis clásica. ¿Sería a consecuencia vara de lirio blanco sobre el ocre de un vaso o sobre la
de violentas conmociones sociales? Sea lo que fuere, la púrpura de un estuco mural; arbustos que se enlazan en
civilización cretense se extinguió a mitad del siglo xv. un motivo continuo, casi abstracto, una rama de olivo
Conocemos de manera imperfecta esta civilización. florecido; los tentáculos retorcidos de un pulpo, delfi­
Su religión sigue siendo poco comprensible para nos­ nes, una estrella de mar, un pez azul alado, y tantos te­
otros. A lo más que llegamos es a reconocer algunos mas más, tratados con una gran libertad de invención.
símbolos: el árbol, el pilar, la doble hacha, los cuernos de En la fantasía de un mundo alegremente irreal, un mono
toro, los chales anudados ritualmente: algunos animales azul corta azafranes, un pájaro turquesa se posa sobre
sagrados: la serpiente, la paloma, el toro. Por último, la rocas rojas, amarillas, azules, jaspeadas de blanco, donde
Diosa Madre, salida de las profundidades de la prehisto­ florecen los rosales silvestres; un gato salvaje acecha, a
ria y de las mentalidades primitivas, parece haber sido la través de unas ramas de hiedra aérea, a un inocente pája­
dominadora. Pero ¡cuánta distancia entre esa joven diosa ro que le da la espalda; un caballo verde tira del carro de
elegante que empuña una serpiente como sostendría un dos diosas sonrientes.
adorno, y las adiposas estatuas de la abundancia, de las La civilización llamada micénica (por la ciudad de
que se han encontrado cientos de ejemplares alrededor Micenas, en la Argólida) que sucede a la civilización cre­
de todo el Egeo! ¿Qué relación hay entre la danza sa­ tense seguía, desde tiempo atrás, la escuela de esta últi­
grada de las sacerdotisas que hace girar las faldas de vo­ ma. ¿Se volvieron los alumnos peligrosos y destruyeron
lantes de las jóvenes de largos cuerpos de bailarinas y al maestro? Es posible. O bien ocuparon el lugar vacío.
la escena de los frescos de Mari, donde el rey recibe de la Lo cierto es, en todo caso, que las ciudades micenias,
diosa Istar los emblemas sagrados, con la hierática so­ Tirinto, Pilos, Argos, Tebas, Atenas, Micenas, continúan
lemnidad de la Mesopotamia? Lo que fascina en Creta su auge después de la brusca desaparición de Creta. Se
es la idea que nos hacemos, con razón o sin ella, de una construyen en ellas grandes palacios al estilo cretense.
civilización “distinta”, donde todo tendería a la belleza y Y los comerciantes micenios, que recorren los mares
a la alegría de vivir, donde la misma guerra no tendría igual que lo hacían los cretenses, ocupan un lugar pre­
sitio (en todo caso, no hay fortificaciones en torno a las ponderante en el Egeo. Se instalan en gran número en
ciudades cretenses). Sobre los frescos de Cnosos, el sa­ Chipre, Egipto, Asia Menor, Siria, en el Líbano, y los va­

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sos micenios se encuentran por todas partes en el Cer­ memora esta victoria del faraón. Pero no por ello escapa­
cano Oriente, como antes los cretenses. Pero la atmós­ rá Egipto al desastre, ya que lo que se pierde sobre todo
fera ha cambiado: las ciudades micenias, batalladoras y en la múltiple aventura, y por mucho tiempo, es el Me­
expansivas, a veces rivales, se rodean de murallas. Final­ diterráneo de los intercambios. Estos disminuyen, des­
mente, conocerán un destino trágico; casi todas desapa­ aparecen; no resistieron los incendios, las carnicerías,
recerán en el curso de un drama aun más oscuro que el las murallas derruidas, las ciudades desquiciadas como
que puso fin a Cnosos. por capricho, las ciudadelas tomadas por asalto y libra­
das al saqueo.
Todavía ayer se explicaban estos dramas por la llega­
La s c a t á s t r o f e s p o c o e x p l ic a b l e s da de los indoeuropeos, los dorios. Bárbaros, sí, que sin
DEL OSCURO SIGLO XII embargo tenían armas de hierro, y que habrían acabado
con los micenios que sólo conocían las armas de bronce.
El siglo x ii es oscuro entre los siglos oscuros. ¿Sus ca­ Los recién llegados habrían empujado a poblaciones en­
tástrofes en cadena son comparables a la caída de Roma loquecidas. Así, al hablar de los pueblos del mar tendría
en el siglo v? Así se ha afirmado. De todos modos, antes que tratarse de esas hordas de fugitivos que, a su vez,
de esas catástrofes la luz existía desde el mar Jónico hasta habrían pillado, saqueado, matado, desde la región hitita
Egipto y el resto del Cercano Oriente. Con el siglo x i i , la hasta Egipto. Por desgracia, esta explicación ya no se
noche se instala por medio milenio aproximadamente. sostiene, dado que los dorios, últimos invasores indoeu­
Por lo tanto, no es razonable la comparación entre el fin ropeos de la antigua Grecia, llegaron apenas a finales del
de Roma, que será sólo un hachazo, y esta oscuridad mul- siglo x i i , too años más tarde por lo menos, y no trajeron
tisecular que lo invade todo. el hierro, que había venido de otra parte. Al menos, es
Lo que desaparece entonces es el Imperio hitita de eso lo que hoy afirman los arqueólogos.
Asia Menor, el Hatti; son los palacios micenios, todos Pero, entonces, ninguna explicación se impone o se
incendiados y destruidos (en Tirinto se han encontrado sostiene ante las exigencias de la crítica. Sólo dispone­
los esqueletos de los defensores al pie de las murallas, mos de hipótesis, que habrán de verificarse sabe Dios
bajo una masa de escombros calcinados). ¿La responsabi­ cómo.
lidad de esto recae sobre los misteriosos “pueblos del Claude A. Schaeffer ha afirmado que el Imperio de
mar” que hacen pensar en los normandos de la Edad Me­ los hititas había sido destruido por terremotos de extre­
dia? Esos pueblos — ¿quiénes eran, de dónde venían?— mada violencia. Es posible e incluso seguro: los sismos
en verdad existieron, ya que numerosos textos hablan de siempre han abundado en esta región de Asia Menor. No
ellos, y llegaron hasta Egipto donde fueron aplastados en obstante, es insuficiente para explicar el conjunto del fe­
dos ocasiones (1225 y 1180 a.C.): un bajorrelieve con­ nómeno, que sobrepasa los límites de la Anatolia, o el

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papel de los pueblos del mar, o bien las destrucciones de En todo caso, hay un hecho cierto: el Mediterráneo
las ciudades micenias. oriental, en el siglo xn a.C., vuelve al plano cero, o casi,
¿Ocurrió, como hace notar Rhys Carpenter en un li­ de la historia. Sus intercambios se acaban. Cada quien va
bro reciente, un cambio radical del clima, que se habría a vivir para sí, aunque con dificultad. Los dos imperios que
alterado en el sentido de una sequía persistente, calami­ subsisten han perdido toda influencia: Egipto se repliega
tosa y finalmente destructiva? La duración de los vientos sobre sí mismo, sobre sus desgarramientos internos, y su
etesios que excluyen la lluvia se habría alargado, trans­ historia se pierde en las continuas invasiones, más o me­
formando en desiertos vastas regiones secas de por sí, nos mediocres, que lo agobian. La Mesopotamia se entie­
pero hasta entonces cultivables. Tan sólo habrían esca­ rra en sus turbulencias, poco comprensibles, pero ¿acaso
pado al siniestro enemigo las regiones altas, cercanas al no es su destino estar abierta, por naturaleza, a los mun­
mar y por añadidura expuestas directamente a los vien­ dos vecinos circundantes —y terribles— del desierto y
tos del oeste, es decir, el golfo de Corinto (que las Ins­ la montaña? La costa cananea — fenicia decimos aho­
trucciones náuticas señalan como una zona susceptible ra— se encuentra siempre en la encrucijada de la vida de
de atraer las depresiones tormentosas, de mayo a julio esos dos monstruos que se necesitan el uno al otro, y
y de septiembre a octubre), Ática, Rodas, o Chipre o Te­ cuya intersección crea, de antemano, la vida marítima de
salia o Epiro. Por otra parte, los habitantes expulsados de la estrecha costa del Líbano. Aquí, como en ninguna otra
su país por la pérdida de numerosas cosechas habrían parte, el universo del Cercano Oriente continuará vi­
tomado el mar, invadido de manera masiva los territo­ viendo, aun cuando se fraccione, se “balcanice”, por así
rios relativamente protegidos y provocado las destruc­ decirlo. Surgen minúsculos estados, sin que se sepa muy
ciones en cadena que conocemos. Por lo que toca a los bien por qué, después se desorganizan y desaparecen.
palacios micenios, no habrían sido destruidos por los in­ Así, hacia 950 brilla un Estado judío, que después se des­
vasores, sino por los grupos locales de campesinos ham­ compone en dos: Judea al sur, Israel al norte. Haría falta
brientos, porque siempre fueron grandes depósitos de una lupa, ciertamente, para seguir esas breves trayecto­
productos alimenticios. rias políticas. Sobre la costa cananea, Ugarit desaparece,
Estas explicaciones nos hacen soñar, y ése es su mé­ Biblos declina, Sidón la remplaza y, hacia el año mil, Tiro
rito y su utilidad. Pero el problema seguirá siendo oscuro se convierte en la ciudad dominante. Volcada hacia el
mientras se carezca de una masa más precisa de datos. Se mar, Fenicia comienza a vivir, mientras la guerra no deja
necesitarían más excavaciones afortunadas, muestras de de hacer estragos por todas partes.
cerámica convincentes y sobre todo, exactitud cronoló­ ¿Cómo no asombrarse de que en esta historia oscura
gica. Es mucho pedir, aun cuando las nuevas posibilida­ se hayan desarrollado dos poderosas revoluciones?
des de datación ofrecidas por el radiocarbono pueden En primer lugar, la difusión de la metalurgia del hie­
aclarar muchas cosas. rro. Oriundo o no del Cáucaso, o de Cilicia, el hierro

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acerado, endurecido por la incorporación de carbono, tardó mucho tiempo en alterar por completo el inter­
será monopolio de los hititas durante mucho tiempo. ¿El cambio. Pero ¿quién se atreverá a negar al primer alfabe­
esplendor de su imperio favoreció quizá la dispersión de to o a la primera pieza de moneda el merecido nombre
grupos de herreros, personajes diabólicos a los ojos de los de revolucionario?
demás hombres? De cualquier modo, la dispersión, la di­
fusión fueron lentas. No es antes del siglo x cuando el E l F a r -W e s t m e d it e r r á n e o

hierro se convierte en un metal de uso corriente, ya que


su precio baja entonces en la Mesopotamia. En el siglo vm, el Cercano Oriente alcanza una nueva
La segunda revolución es la aparición de la escritura prosperidad. El mar recobra vida con los activos puertos
alfabética. En la Edad de Bronce, el Cercano Oriente ha­ de Fenicia y las ciudades griegas. Gracias a esos puertos y
bía conocido la escritura: en Egipto, los jeroglíficos; en a esas ciudades, a sus navios y a sus marinos, se realizará
Asia Menor, la escritura cuneiforme; en Creta, el lineal una verdadera conquista del Mediterráneo occidental.
A y el lineal B (el único descifrado y que ha revelado una Concluida esa colonización, el Mediterráneo de la his­
lengua vinculada con el griego). Estas complicadas escri­ toria se extenderá sin hiatos desde Levante hasta las Co­
turas silábicas, hechas para uso de los príncipes, reque­ lumnas de Hércules.
rían de hombres de arte, de escribas, podríamos decir de % Se ha comparado este movimiento, que parte del siglo
“mandarines”. Fue en Siria, lato sensu, donde se preparó vm antes de la era cristiana en dirección al oeste, con la
la revolución simplificadora del alfabeto entre los siglos colonización del continente americano desde Europa,
iv y x a.C. Una revolución que estaba en el aire: se trata­ después de 1492. Comparación bastante esclarecedora.
ba de sustituir la escritura reservada a los escribas y a los En ambos casos, se trata de una colonización a distancia,
príncipes por una escritura fácil para los comerciantes al encuentro de tierras nuevas, pero no deshabitadas. La
apresurados y capaz de transcribir diversas lenguas. Nada América “precolombina” tiene sus indígenas, el Far-West
de sorprendente resulta ese esfuerzo, si se ha realizado al mediterráneo sus poblaciones ya sedentarizadas por la
mismo tiempo en dos ciudades diferentes, ambas excep­ agricultura.
cionales comerciantes: Ugarit inventó un alfabeto de 31 La fundación de nuevas ciudades se hizo, pacífica­
letras, utilizando carácteres cuneiformes; Biblos un alfa­ mente o no, sobre las costas adosadas a vastas regiones
beto lineal de 22 letras, que será finalmente el de los fe­ curiosas e interesadas, u hostiles y peligrosas, según los
nicios, quienes lo enseñaron a los griegos, que, a su vez, casos y las épocas. Y si se habla de América, es sobre
lo adaptaron a su lengua, sin duda en el siglo vm antes todo porque los colonos encontraron en esas lejanas
de Cristo. tierras condiciones de vida mucho mejores que en Gre­
El alfabeto no corrió más rápidamente sobre las rutas cia o en Fenicia. En el oeste, todo es más grande, más
del mundo que la moneda que, creada en el siglo vil a.C., rico. Observemos la guirnalda de las ciudades griegas de

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Sicilia, Agrigento, Selinonte, con sus grandiosos monu­ S o la m en te h ablarem o s
mentos; Cartago, “la ciudad nueva”, en la época de su DE LOS FENICIOS
esplendor, será diez veces más grande que Tiro, su me­
trópoli. Ayer, la historia antigua estaba bajo el signo de la greco-
Tres rutas marítimas atraviesan de lado a lado, el Me­ manía. La posibilidad de cualquier prioridad de Fenicia se
diterráneo, en el sentido de los paralelos. negaba obstinadamente. Pero el admirable Victor Bérard
La primera, pegada a los litorales del norte, a Grecia y (1864-1931), acusado durante su vida de feniciomanía
sus islas, llega hasta la altura de Corcira (Corfú). De allí, por los detentadores de la historia oficial, tenía razón, y
con buen viento, un velero ligero atraviesa el canal de más de lo que suponía. Tres pequeños hechos establecen,
Otranto en menos de una jornada. Después el hilo de la por sí solos, una cronología poco discutible al parecer: en
costa italiana conducirá hasta el estrecho de Mesina, primer lugar el descubrimiento en el museo de Chipre
desde donde se puede ganar ya el mar Tirreno, ya el lito­ (1939) de una inscripción gastada, que no había sido ad­
ral siciliano. Esta es la ruta de las navegaciones griegas, vertida y que puede fecharse en el siglo ix antes de nues­
conocida desde la época micenia. tra era. Su escritura puede relacionarse —y es el segundo
La ruta meridional bordea la costa de Africa, desde hecho— con una insólita inscripción fenicia, encontrada
Egipto hasta Libia y África Menor. Al término del itine­ en Cerdeña y que actualmente está en el museo de Ca-
rario se abre el estrecho de Gibraltar —las Columnas de gliari. Escritura idéntica, por lo tanto fecha idéntica, dice
Elércules— . un arqueólogo (1941); desde entonces, se han encontra­
La tercera ruta corre por el centro del mar, apoyada do en Cerdeña restos de inscripciones análogas — éste es
en una cadena de islas: Chipre, Creta, Malta, Sicilia, el tercer grupo de nuevos argumentos— .
Cerdeña, las Baleares. Aunque esta ruta intermedia obli­ A tal punto, que la tesis de Sabatino Moschati (1966)
ga a afrontar el mar abierto, se tiene la certeza de que gana en verosimilitud. Tres siglos por lo menos, el xi, el
los fenicios la utilizaban, tanto como el itinerario meri­ x y el ix, separan la caída de Micenas del primer movi­
dional, ya que las excavaciones en esas islas han hallado miento griego de expansión hacia el oeste. “Es natural
rastros de sus establecimientos. ¿Acaso los fenicios no —afirma Moschati— que la expansión fenicia se inscri­
son pilotos excepcionales? “Tus sabios, oh Tiro —dice ba en ese vacío histórico.” Fenicia habría aprovechado la
Ezequiel— , estaban a bordo como marineros... En alta disminución de la navegación “griega” para explotar el
mar [las cursivas son nuestras], fuiste conducida por mar lejano. Se habría dado, pues, precediendo a la de los
tus remeros.” Viajando incluso de noche, guiándose griegos, en la época de los “siglos oscuros”, una primera
por la Osa Menor, los fenicios se convirtieron en los conquista del oeste en beneficio de los “orientales”. Por
precursores. Fueron ellos quienes ganaron la carrera ha­ otra parte, ¿no está Fenicia, por naturaleza, condenada a
cia el oeste. utilizar el mar a cualquier precio?

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U N PAIS ARROJADO HACIA EL MAR Biblia indica, al parecer, que un navio equipado por el rey
Salomón e integrado a la flota fenicia llegó hasta la lejana
Fenicia es una guirnalda de pequeños puertos adosados a España, hasta Tartesos, y regresó tres años después. El
la montaña, situados en penínsulas, en islotes, como si valor y la habilidad de los hombres serán los factores de­
quisieran ser ajenos a un continente con frecuencia hos­ cisivos en estos triunfos marítimos.
til. Tiro, hoy unida a tierra firme por los aluviones, esta­ Pero en la técnica también ha intervenido, en particu­
ba construida en una estrecha isla. La ciudad encontraba lar, según P. Cintas, el uso del betún del Mar Muerto
allí lo fundamental: una defensa eficaz; dos puertos, uno para calafatear los cascos de los navios. El betún se utili­
al norte que une la isla con Sidón, otro al sur, para el trá­ zaba ya en Cartago para recubrir el exterior de los muros
fico en dirección a Egipto; por último, un manantial de de arcilla de las casas, y Plinio habla de los “techos de
agua potable, captado en medio del agua de mar. Todo lo pez” de la ciudad. Esto explicaría el espantoso incendio
demás, los víveres, el aceite, el vino, las materias primas, de 146 a.C. ¿Fiubieran podido los romanos arrasar con la
debían traerlo los marinos. vasta ciudad mediante el fuego sin el betún, combustible
Las ciudades de este tipo sólo pueden vivir del co­ por excelencia, del cual el investigador encuentra todavía
mercio y de la industria. Para comprar en el extranjero hoy “pequeñas capas” en el colchón de cenizas bajo el
los víveres que les faltan, para compensar el permanente cual la ciudad púnica está sepultada?
desequilibrio que de ello resulta, las ciudades fenicias es­
taban obligadas a comerciar y a exportar los productos
de sus propias industrias. Poseen artesanos, herreros, or­ C artago o la se g u n d a F e n i c ia
febres, constructores de barcos. Sus tejidos de lana son
famosos, lo mismo que, extraídas de un molusco, el mú­ Cartago fue durante mucho tiempo sólo un hito de la
rice, sus tinturas, que van del rosado al púrpura y el vio­ relación entre Tiro y España, ya que Fenicia conservaba
leta. Además, en esta encrucijada en la que se encuen­ el papel de metrópoli. No obstante, el sistema se altera
tran, los fenicios están bien situados para imitar todos en el siglo vil.
los estilos, todas las técnicas de los otros, por ejemplo, Los fenicios no encuentran ya el vacío mediterráneo,
las cerámicas azules o los vidrios policromos de Egipto. como en tiempos de los primeros logros, sino la compe­
Lo cual no les impide vender por todas partes, sin hacer tencia de los etruscos; después, la de los griegos. Por otra
distinción, los productos extranjeros. parte, Fenicia está sojuzgada por la violencia de los asi­
Su comercio atrapa en sus redes a todo el Levante, rios, instalados en Chipre desde 709. Arados, Biblos, Si­
alcanza el Mar Rojo y se abalanza hacia el Océano Indico. dón y Tiro resisten, pero todo se pierde con la ocupación
Una vez explorado el oeste, aquél se extenderá hasta Gi- de Egipto por los asirios (671). En ese momento, los “re­
braltar y se aventurará por el Atlántico. Un pasaje de la yes” de las ciudades fenicias se someten.

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A Yakimlu, rey de Arados que está en medio del mar [Ara­ raón Necao, completaron el periplo de África por el Mar
dos ocupa, efectivamente, una isla] que no se había some­ Rojo. Hacia 450, los navios cartagineses, que buscaban
tido a los reyes antepasados míos — dice un texto de Asur- estaño, reconocieron, conducidos por Himilcon, las cos­
banípal— lo puse bajo mi yugo. El mismo me trajo a Nínive tas atlánticas de Europa hasta las islas británicas (las is­
con una rica dote, a su hija, para que me sirviera de concu- las Casitérides). Un cuarto de siglo más tarde, Hannon
bina, y él me besó los pies. reconocía, esta vez hacia el sur, las costas atlánticas de
África, durante su viaje en busca de polvo de oro, hasta
El baal de Tiro debió entregar también a una de sus el Gabón y el Camerún actuales.
hijas y a sus sobrinas, incluso a su hijo, que Asurbanípal La diferencia es que Cartago, al contrario de las ciu­
le devuelve. En 574, cuando, desde hacía más de 30 años, dades de Fenicia, no estaba amenazada en su retaguardia
el Imperio asirio había sido derribado y todos podían por imperios monstruosos. Las escalas de la costa africana,
respirar a gusto, el babilonio Nabucodonosor se apodera que poco a poco fue controlando, Collo, Djidjelli, Argel,
de Tiro. Cherchell, Guaraya, Tenes, al principio simples factorías,
Estas guerras, los disturbios en las ciudades, las inte­ se convirtieron en aldeas o ciudades, que mantenían re­
rrupciones de las relaciones comerciales obligarán a Car- laciones con las regiones interiores. Hay por lo tanto
tago a crecer. El centro de la vida fenicia se trasladará por una creciente simbiosis de Cartago y las demás ciudades
fin a ella, en la unión casi perfecta de los dos Mediterrá­ marítimas con el África del Norte. Ésta, apenas salida de
neos. Y la civilización fenicia continuará allí, semejante la Edad de Piedra, recibirá casi todo de sus amos: árboles
y diferente, como ocurre más tarde con la civilización frutales (olivo, vid, higuera, almendro, granado), siste­
europea en América. mas de cultivo, de vinificación y numerosas técnicas ar­
Para esta diferenciación han trabajado la distancia y tesanales. Cartago fue la educadora y su influjo fue pro­
no menos las etnias mezcladas de la ciudad. Cartago, ciu­ fundo. En tiempos de san Agustín, cuando se derrumba
dad nueva, desarrollada “a la americana”, ha sido un lugar el Imperio romano, los campesinos de África hablan to­
privilegiado de intercambios. También es “americana” davía en púnico y se dicen cananeos: “Unde interrogati
por su civilización prosaica, que prefiere lo sólido al refi­ rustid nostri quid sint, punice respondentes Chanani...”
namiento. Su dinamismo, por otra parte, atrajo hacia ella
a marinos, artesanos y mercenarios de todos los horizon­
tes. Cartago fue francamente cosmopolita. En t r e el t r u e q u e y la m o n ed a

No por eso deja de vivir al estilo fenicio. Primero


porque continúa viviendo sobre el mar y del mar. Incluso En la articulación de los dos Mediterráneos, el occiden­
perpetúa la tradición de los descubrimientos marítimos tal y el oriental, Cartago se benefició de una enorme des­
de Tiro. Hacia el 600, los tirios, bajo las órdenes del fa­ nivelación económica. El oeste es bárbaro, subdesarrolla­

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do, y Cartago toma de él todo a buen precio, incluidos controla tantas minas. Cartago, presa del prodigioso vai­
los metales: el estaño de las Casitérides y de la España vén de su navegación, habría cometido el error de elegir
del noroeste: el plomo, el cobre y sobre todo la plata de las soluciones ofrecidas por las facilidades de su vida
Andalucía y Cerdeña; el oro en polvo del África Negra comercial y vender con demasiada frecuencia los pro­
además de los esclavos, de cualquier lugar donde pudie-. ductos manufacturados por los demás. ¿Es ésta real­
ran ser capturados, aun en alta mar. El comerciante car­ mente una debilidad? Los holandeses, también carrete­
taginés aporta al oeste sus productos manufacturados y ros de los mares, dueños de Europa en el siglo xvn, no
los de los demás, aparte de las especias y las drogas veni­ actuarán de manera diferente, comprando aquí, ven­
das de las Indias por el Mar Rojo. Los intercambios se diendo allá. Como ellos, los cartagineses fueron trans­
hacen por trueque. En estas condiciones, la moneda apa­ portistas, intermediarios, comprando con una mano,
rece tarde, no antes del siglo v en la Sicilia púnica, y ape­ vendiendo con la otra. Como ellos, supieron defender
nas en el siglo iv en la propia Cartago. ¿Habrá que asom­ sus posiciones, en particular su monopolio sobre las
brarse demasiado con esto? No, porque no podría haber minas de España (prohibidas a los etruscos, a los grie­
tan crasa ignorancia. Sidón y Tiro habían tenido sus gos y después a los romanos), defender sus escalas ma­
monedas. rítimas, sus industrias de lujo, un poderoso comercio al
Una sola explicación es posible: Cartago no sintió la por mayor de trigo.
necesidad de tenerla. Es lo que pasará, mutatis mutandis, En efecto, ni la vida ni el arte de la gran ciudad supie­
con China; muy inventiva en ese campo: conoció pron­ ron protegerse de la inmensa contaminación cultural que
to el artificio de la moneda, incluso del papel moneda, helenizó a todo el Mediterráneo. ¿No es acaso una tradi­
pero tardó mucho en utilizarla. ¿No tenía acaso, como ción fenicia la de adoptar el estilo dominante (antaño el
Cartago, a su alrededor — en Japón, en Indochina, en In- egipcio)? La influencia de las formas helénicas se reco­
sulindia— economías balbuceantes, fáciles de dominar noce tanto en la costa de Fenicia como en Cartago. Esta
y que vivían del trueque? importó sin vacilaciones la casa griega con patio central,
Esto no significa que, frente a economías competi­ los vasos decorados, el cemento hidráulico, los sarcófa­
doras, la ausencia de moneda no haya terminado por ser gos y, por supuesto, los dioses (Deméter y Koré, hacia
una deficiencia. Si desde el siglo v la “escalada” econó­ 396), pero también las ideas pitagóricas. Es el ejemplo de
mica de los griegos se hace evidente, aun en la propia Alejandro el Grande el que inspirará a Amílcar, el padre
Cartago conquistada por el comercio de baratijas de sus de Aníbal, cuando emprenda la conquista de España. El
competidores, una de las explicaciones posibles es su supe­ propio Aníbal está impregnado de cultura griega. E in­
rioridad monetaria. cluso el empleo de elefantes cubiertos de telas policro­
Asimismo, algunos autores se asombran del escaso mas, terror del soldado romano, está tomado del mundo
desarrollo de la metalurgia cartaginesa cuando la ciudad helenístico.

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D iv is a r l a c iu d a d de Megara desgrana jardines, vergeles, villas aristocrá­
ticas. La población es enorme, quizá 100000 personas.
La muerte de Cartago, destruida en 146 a.C. por los ro­ Al lado de algunos ricos, que son los que gobiernan, se
manos, no fue una muerte común. La ciudad incendiada amontona una plebe de artesanos, obreros, esclavos y
fue arrasada hasta sus cimientos, al punto que la arqueo- , marinos, ocasionalmente de mercenarios.
logia casi no permite reconstruir gran cosa de la vida En torno a la ciudad, campiñas admirables. Entre los
de la sociedad cartaginesa. Tiempo después, sobre ella se ricos hay, es evidente, un gusto por la tierra bien cul­
construyó una ciudad romana. tivada, los bellos jardines, los árboles injertados, los ani­
Apenas podemos imaginar la propia ciudad, sobre la males seleccionados. Un agrónomo cartaginés, Magón,
colina de Byrsa (la actual colina de San Luis), con sus del cual nos han llegado de modo indirecto algunos pa­
templos, sus elevadas casas de varios pisos como en casi sajes, da cien fórmulas sobre la manera de plantar la vid
todas las ciudades fenicias, sus cisternas y la fuente cana­ para preservarla de la sequedad demasiado fuerte, sobre
lizada, llamada de las “mil ánforas”, cuyas hermosas arca­ la fabricación de los vinos selectos, el cultivo de los al­
das, a pesar de un considerable retoque romano, son el mendros, la conservación de las granadas en arcilla, so­
único resto de la auténtica arquitectura de Cartago. bre las cualidades que hay que buscar en las razas de
Sin embargo, excavaciones recientes han dejado al bueyes, etc. Agrega, destinado al propietario rural, un
descubierto, tres o cuatro metros por debajo de la ciudad consejo que no deja de ser significativo: “Quien haya ad­
romana, un barrio de la ciudad púnica. Tenemos la prue­ quirido una tierra debe vender su casa, así no preferirá
ba de que Cartago poseía calles rectilíneas, no demasiado su residencia citadina a la de los campos”.
estrechas, con escaleras de enlace, más un sistema de al­
cantarillas análogo al de las ciudades sicilianas.
En la playa de Salambó aparecen los dos puertos Ba j o e l s ig n o de T a n it
— a semejanza de tantos puertos dobles de la Antigüe­
dad: Cnido, Délos, diez más— : el rectangular donde fon­ Lo único que encontraron las excavaciones realizadas en
dean los navios comerciantes, y el circular donde a me­ la zona de Cartago, por millares, fueron muertos, incine­
nudo son varados los barcos de guerra, bajo las bóvedas rados o inhumados, y los objetos que los acompañan en
del Arsenal. sus tumbas. Cientos y hasta miles de cipos y estelas fu­
Enormes murallas, dobles o triples del lado de tierra, nerarias enumeran monótonamente los nombres de los
rodean la ciudadela establecida sobre la Byrsa, y sus ba­ dioses. Es muy poco para llegar al corazón de una reli­
rrios populosos están agrupados alrededor del puerto. gión cuyos rasgos extraños horrorizaron a los romanos
A medio camino entre el puerto y la Byrsa, una plaza pú­ (y el horror no era fingido) y de la cual no conocemos ni
blica evoca una especie de ágora. Hacia el norte, el barrio la mitología, ni la teología, ni la “visión de mundo”. Con

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tanta más razón cuanto que tampoco se conoce bien la por un disco y, entre los dos, una línea horizontal. El
religión fenicia de la cual se deriva la cartaginesa. conjunto evoca con facilidad a una silueta humana, sobre
Por lo general, el panteón fenicio está dominado por todo cuando la línea horizontal se levanta en las extremi­
una tríada que, con nombres que varían de ciudad en ciu­ dades como dos brazos alzados.
dad, agrupa a un rey de los dioses, una diosa-madre de la Lo cierto es el peso obsesivo de la religión cartagi­
fecundidad y un dios joven cuyo destino es, año con año, nesa, religión terrible, dominadora. Los sacrificios hu­
nacer, morir y renacer, como la vegetación en el trans­ manos —acusación frecuentemente repetida por los lati­
curso de las estaciones. Esta religión hunde sus raíces en nos— son por demás reales; el topher, el santuario de
el muy viejo universo de la imaginación semita, cercana Salambó, ha devuelto miles de vasijas que contienen osa­
a la tierra, a las montañas, a las aguas; sus ritos crueles y mentas de niños calcinados. Cuando Cartago quería con­
simples son los que un pueblo de nómadas celebraba en jurar un peligro, inmolaba a los hijos de sus ciudadanos
otros tiempos al aire libre. más distinguidos para sus dioses. Así ocurrió cuando
En sus orígenes, la vida religiosa de Cartago sigue Agatocles, al servicio de Siracusa, llevó la guerra hasta el
más o menos el modelo tirio. El dios dominante es Baal propio suelo de Cartago. Algunos ilustres ciudadanos ha­
Amón; la diosa-madre, hermana de Astarté o del Istar bían cometido entonces el sacrilegio de sustituir a sus
mesopotámico, es muy pronto Tanit, cuyo nombre casi hijos por niños comprados, cuando se decidió un sacrifi­
desconocido en otras partes plantea un problema insolu­ cio expiatorio de 200 niños.
ble; el dios joven, dios del disco solar o de la vegetación, ¿Manchó la sangre de las víctimas el nombre de C a r-;
es ya Melqart, el dios tirio, ya Eshmun, el dios curador, tago? De hecho, todas las religiones primitivas conocie­
confundido con Apolo y Asclepios a la vez, como Mel­ ron prácticas semejantes. En este aspecto, Cartago sigue
qart lo será posteriormente con Eleracles. La competen­ a los cananeos de Biblos o a los semitas de Israel: ¿no se
cia entre los dos cultos no desemboca en la exclusión de aprestaba acaso Abraham a inmolar a Isaac? Lo asombro­
ninguno de los dos. Melqart será, por excelencia, el dios so en Cartago, sin embargo, es que mientras la vida eco­
de la gran familia de los Barcidas, en la que los frecuentes nómica corre hacia el porvenir, la vida religiosa se queda
nombres de Bomilcar o Amílcar están calcados sobre el fija siglos y siglos atrás, ya que sus mismas “revolucio­
del dios. El templo de Eshmun, sobre la acrópolis de la nes” — la del culto de Tanit en el siglo v— no la apartan
Byrsa, en Cartago, será en 146 el último bastión de los en lo más mínimo de esta inhumana y aterradora piedad.
defensores. El contraste es flagrante tras la apertura griega, que hace
La gran particularidad de la religión cartaginesa es el concordar al hombre con el mundo exterior. Aquí, una
auge irrefrenable del culto a Tanit que, a partir del siglo intensa vida comercial, incluso de espíritu “capitalista”,
v, deja a un lado al viejo dios Baal Amón. Cartago vive dice sin vacilar un historiador, va unida a una mentalidad
entonces “bajo el signo de Tanit”: un triángulo coronado religiosa retrógrada. ¿Qué hubiera pensado Max Weber?

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Ya dos M e d it e r r á n e o s para quebrantar esa unión, abatir a Cartago e incluso vol­
verse como conquistadores contra el Cercano Oriente.
Hemos mencionado nuestras razones para destacar la Pero Roma no nació en el vacío. Sometió uno a uno, a
expansión fenicia, para darle el papel estelar antes de en­ menudo desde adentro, a los pueblos que los colonizado­
tregarla, en los próximos capítulos, a la colonización, res griegos y fenicios, en las costas italianas, galas o ibéri­
mejor conocida, de las ciudades griegas. Otra razón sería cas, no hicieron más que mirar de lejos. Pueblos a los que
que la historia fenicia ofrece también un testimonio más no se conoce bien, en parte porque la cultura romana los
allá de sí misma. cubrió con extremada rapidez, en parte porque durante
No es, en efecto, más que un capítulo de la historia mucho tiempo la historia se interesó poco por esos “bár­
del “otro” Mediterráneo, el que se articula a lo largo de baros" que conocían de manera comprobable la agricul­
las riberas saharianas del Mar Interior, desde el Cercano tura, pero que, en tiempos de Mesopotamia, de Egipto, de
Oriente hasta las Columnas de Hércules. Una historia Troya, de Creta, de los cananeos, de los hititas, no habían
que los relatos habituales no siempre captan en su singu­ realizado todavía su propia revolución urbana, ni la gran
lar potencia y en su unidad, y que pone en duda otros revolución de los intercambios marítimos del Cercano
paisajes y otras realidades humanas distintas de los pai­ Oriente, mucho menos la de la escritura.
sajes y las realidades humanas del Mediterráneo clásico, De ahí a considerar que todo lo que dejaron de nota­
el de los griegos y los romanos, el que se convertirá en el ble fue tan sólo un préstamo del Oriente “civilizado”, no
Occidente, en nuestro Mediterráneo. Cuando los asirios había más que un paso, que se franqueó de modo equivo­
se apoderan de Egipto, en 671 a.C., efectúan la primera cado, como lo demuestra la nueva cronología fundada en
tentativa exitosa de unificación del espacio “oriental”. La el análisis del radiocarbono. Así, los extraordinarios tem­
segunda, más amplia, más duradera, es la conquista persa plos de Malta, los nourraghi de Cerdeña y las Baleares,
de Egipto, en 525 a.C. Así, si agregamos el espacio cartagi­ las murallas y las grandes sepulturas megalíticas de la Es­
nés a la “inmensidad persa”, tendremos con toda exacti­ paña meridional —por no hablar de los megalitos sem­
tud el universo que será y que es todavía hoy el del islam. brados a lo largo de toda la costa atlántica hasta Dina­
El espacio fenicio es la antena marítima de la expansión marca y Noruega inclusive— , todo eso que se había
del Cercano Oriente. considerado reflejo de una “influencia micenia”, o resul­
En determinado momento hubiera sido posible para tado de una primera colonización esporádica realizada
las fuerzas coligadas del oriente apoderarse de todo el por el Cercano Oriente en el segundo milenio, todo eso
Mediterráneo. Las ciudades griegas, rivales directas de los se revela hoy mucho más antiguo que Micenas, aun más
fenicios en toda la extensión del mar, lucharon sin des­ que los monumentos del mismo Egipto. El provocativo
canso contra el peligro de esta conquista. Sin embargo, texto de Colin Renfrew sobre esta precivilización euro­
sólo los romanos, en 146 a.C., tuvieron la fuerza necesaria pea lo dice de manera convincente.

96 97
La presencia concreta de estos pueblos ha quedado
ilustrada ejemplarmente por las excavaciones realizadas
desde hace una decena de años en Cerdeña, esa isla que
aún hoy permanece tan aparte y cuyo arte asombroso,
en el primer milenio antes de Cristo (en particular las
tan expresivas estatuillas de bronce) ha planteado siem­
pre problemas a los arqueólogos por su misma singu­ R oma
laridad.
En Tarros, donde los fenicios poseían una base im­ F il ip p o C o a r e l l i
portante, se descubrieron recientemente un topher — el
santuario donde se efectuaban los sacrificios de niños—
y muros grandiosos, ciclópeos, que protegen la ciudad OS f a c t o r e s geográficos, cuya historia hay que consi-
no del lado del mar, donde la ciudad no tendría nada que
temer, sino del lado de la tierra. Más aún, se han encon­
LV derar, sólo adquieren una importancia decisiva cuan­
do se les relaciona con otros datos, económicos, sociales,
trado una serie de fortalezas interiores, que muestran culturales. Una ruta que sigue el fondo de un valle o un
que los fenicios quisieron controlar el interior de Cer­ vado fluvial en Alaska, en el siglo vi antes de nuestra era,
deña y sus minas de plata, y que sólo pudieron hacerlo no tendrán el valor de sus homólogos en el Ática o en
construyendo una especie de frontera fortificada contra Campania en el mismo periodo. Y es de igual modo evi­
los habitantes de la región. Del otro lado de la línea de las dente que en el mundo contemporáneo dicha relación
fortalezas se encontraba, en efecto, un pueblo de cultura puede invertirse. Esta consideración, trivial por lo de­
muy antigua, que en otros tiempos había construido los más, es necesaria si se quiere evitar cualquier clase de
famosos nouraghes, esas torres desde lo alto de las cuales equívoco determinista. La situación geográfica de Roma
se podía otear el horizonte. es excepcional, resulta privilegiada sólo a consecuencia
Las poblaciones sardas defendieron, pues, su inde­ de una serie de acontecimientos históricos, entre los
pendencia material y cultural. Los recientes descubri­ cuales, la fundación de las colonias griegas de la Italia
mientos de una serie de pequeños bronces fenicios en meridional y el florecimiento de la civilización etrusca
Cerdeña indican de manera evidente que el arte célebre son los factores dominantes; es en relación con ellos
de los fundidores de bronce sardos encontró su origen como el Lacio y Roma se encuentran poco a poco en una
en la inspiración y quizás en las técnicas metalúrgicas de posición central. Pero ¿por qué la colonización griega,
los fenicios y cartagineses. Pero lo convirtieron en algo por qué en Italia, y por qué el predominio de Etruria?
propio, un arte que, lejos de imitar, traduce a su propio No se puede dar respuesta a estas preguntas sin re­
lenguaje una cultura vivaz e independiente. mitirse a la situación histórica del Lacio en la época que

98 99
precede inmediatamente a la fecha tradicional de la fun­ que al abandonar el antiguo hábitat disperso se concen­
dación de Roma. tran en algunas localidades. El hecho es particularmente
Los descubrimientos de estos últimos años permiten importante en Etruria, hacia comienzos del siglo ix, cuan­
reconstruir un cuadro bastante completo y coherente de do los centros más antiguos son abandonados poco a poco
la protohistoria del Lacio, entre el fin de la Edad de Bron-' en favor de los desplazamientos de las ciudades históricas
ce y la Edad de Hierro: las estructuras socioeconómicas etruscas: Veyes, Cerveteri, Tarquinia, Vulci, etcétera.
que constituyen su base, las profundas transformacio­ Mejoramiento de las herramientas agrícolas, aumen­
nes que marcan el paso de una sociedad preurbana a una to de la producción, crecimiento demográfico, creación
sociedad protourbana, las relaciones con las regiones ve­ de centros de habitación permanentes y de grandes di­
cinas, etrusca y campania. El momento decisivo de esta mensiones: se trata visiblemente de fenómenos bastante
evolución parece estar constituido por el paso de la prime­ solidarios entre sí. La integración de los antiguos clanes
ra Edad de Hierro en el Lacio (fases i - ii : 1000-700 a.C.) a la familiares dentro de estructuras más vastas debió provo­
segunda (fases iii - iv : 770-580 a.C.). Esta fecha puede fijar­ car, a su vez, considerables transformaciones. Un reflejo
se alrededor del 770 a.C., la cual coincide aproximadamen­ muy obvio es la acentuada división del trabajo, conse­
te con la fundación de Roma (754 a.C.) y con la fecha del cuencia de la aparición de nuevos instrumentos: por
establecimiento de las primeras colonias griegas de Occi­ ejemplo, el torno de alfarero, vinculado, sin lugar a du­
dente: Ischia (ca. 780-770) y Cumas (ca. 750). Tenemos das, con la producción masiva y con la apertura de nue­
pues la posibilidad de controlar, a partir de los descubri­ vos mercados. Esta doble acción arranca al artesanado de
mientos arqueológicos, la naturaleza del momento histó­ su contexto familiar, orientado hacia el consumo inme­
rico de cuya importancia hablan las fuentes literarias. Des­ diato, y crea las condiciones necesarias para la aparición
de los decenios anteriores (fines del siglo ix y comienzos de oficios especializados. Un nuevo factor se inserta den­
del vm) se observa una transformación gradual de las ne­ tro de las estructuras recientes: las relaciones con el ele­
crópolis que, de dimensiones muy reducidas —del orden mento griego, cuya presencia está documentada desde el
de algunas decenas de individuos, como ocurre en las ne­ periodo micenio, y que ahora se acentúa hasta desembo­
crópolis del Foro y de los Montes Albanos: que correspon­ car en la fundación de colonias en la costa sur de Italia.
den a comunidades muy restringidas, integradas por un Precisamente de estos años (tercer cuarto del siglo vm)
pequeño número de familias— cobran proporciones mu­ datan las primeras importaciones de cerámica griega a
cho más vastas —en Roma, la necrópolis del Esquilino—. Roma. Al mismo tiempo, debieron llegar al Lacio algu­
Este crecimiento demográfico coincide visiblemente con nos artesanos griegos trayendo consigo el nuevo instru­
un aumento de la producción agrícola, ligado al mejora­ mento, el torno. Es en ese momento, o un poco más tar­
miento de las herramientas. En el mismo momento, asis­ de, cuando observamos que comienza la producción de
timos a un más preciso asentamiento de las poblaciones, cerámica indígena ejecutada en el torno.

100 101
La más antigua fundación griega, Pithecusa (la Ischia que se han descrito más arriba, como el crecimiento de­
actual), no es una simple colonia de poblamiento, como mográfico y la aparición de la división del trabajo, ligada
ocurrirá con otras de época posterior. La fundación de a nuevas técnicas y a la constitución de un “mercado”. El
Ischia se sitúa en el momento de la transición entre el elemento determinante, con todo, debió consistir en las
trato más antiguo con los griegos — interesados proba-. nuevas relaciones de propiedad de la tierra, anteriormen­
blemente en la producción traída de las minas de Etruria te indivisa, y la posesión colectiva de la aldea: en otras
y Cerdeña— y la colonización más tardía. El desarrollo palabras, la preponderancia de relaciones de propiedad
de la civilización protourbana hacía imposible el acceso privada es el postulado necesario para la formación de
directo a los productos mineros de Italia central, de allí auténticas aristocracias, cuya existencia está confirmada,
el establecimiento en la isla de Ischia. Es ésta sin duda la tanto en el plano económico como en el ideológico, por
razón por la que la colonia más antigua de la Magna Gre­ las necrópolis de la Edad de Hierro avanzada.
cia es, al mismo tiempo, la que se encuentra más alejada Esta concentración de la riqueza, este surgimiento de
de la madre patria: descubrimientos recientes han mos­ una aristocracia, se manifiestan con claridad durante la
trado que en Ischia se trabajaba el hierro procedente de última parte de la cultura del Lacio (700-580 a.C. aproxi­
Etruria y de la isla de Elba desde el siglo vm. madamente), a la que se le denomina por lo general
Al mismo tiempo que estos fenómenos económicos, “orientalizante”. El nombre proviene de la particular fre­
aparecen cambios sociales de gran importancia. Las ne­ cuencia de objetos importados del Cercano Oriente asiá­
crópolis de las primeras fases de la civilización del Lacio tico (Fenicia, Chipre, Siria, Urartu, etc.) y de la creación
estaban formadas por tumbas en las que se observa una de un arte local que se inspira en esa misma cultura. Lo
absoluta uniformidad de nivel y de cultura: nos encon­ que impresiona de esta fase es la extraordinaria riqueza
tramos ante una sociedad igualitaria, sin distinción mar­ de algunas tumbas: la tumba Regolini-Galassi en Cerve-
cada de clases sociales o de niveles económicos. En las teri, las tumbas Bernardini y Barberini en Palestrina, las
fases más recientes de la protohistoria del Lado, en cam­ cuales literalmente desbordaban de centenares de objetos
bio, se pasa a un tipo de sociedad en la que aparecen las preciosos, de oro, de marfil, de ámbar, en parte importa­
primeras distinciones económicas y sociales. Estas trans­ dos, en parte fabricados en Italia. Se trata, es seguro, de
formaciones son perceptibles en las necrópolis, donde, casos excepcionales, que contrastan con las demás sepul­
junto a una mayoría de tumbas “pobres”, se empiezan a turas, mucho más modestas. La fisonomía general de este
encontrar algunas sepulturas dotadas de un material ex­ periodo puede reconstruirse ahora gracias a la necrópolis
tremadamente rico, ya por la calidad de los objetos fabri­ de Castel di Decima. Esta excavación muy reciente ha
cados, ya por el valor del material empleado (oro, ám­ sacado a la luz un importante núcleo de tumbas del siglo
bar), ya, sobre todo, por la cantidad de piezas depositadas. vil, en cuyo interior se puede distinguir con nitidez en­
Es patente que el fenómeno no puede separarse de los tre un material muy rico y un material mucho más hu­

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milde que forma la mayor parte de los depósitos. Así se del río: el Tíber constituye la principal vía de penetración
reconstruye poco a poco la imagen de una sociedad divi­ natural en Italia central, ya que las condiciones primiti­
dida en clases, todavía embrionarias, compuestas esen­ vas hacían muy penosos los trayectos por vía terrestre.
cialmente por una aristocracia dominante y de “clientes”, A partir de Oria, el río es navegable hasta el mar. De allí
junto a las cuales debemos suponer también la existencia , era utilizado para el transporte, desde la Etruria interior,
de alguna forma de servidumbre. de productos agrícolas y minerales y de madera; hay
El salto cultural que se manifiesta en este periodo se testimonios del uso de la flotación hasta la época impe­
debe a otro acontecimiento revolucionario: la introduc­ rial inclusive. No es sorprendente, pues, que las prime­
ción de la escritura. Los ejemplos más antiguos en Etru- ras importaciones de cerámica griega a Roma sean las
ria y en el Lacio pertenecen a las primeras décadas del del Loro Boario, donde se encontraba el puerto fluvial
siglo vil. La primera inscripción latina se encuentra en más antiguo.
una fíbula de oro de Palestrina. El alfabeto adoptado para Esta vía natural cruzaba otro importante eje de rutas
el latín (como antes lo fue para el etrusco) es el alfabeto que vinculaba la Etruria meridional (a través de Vulci,
griego calcidio, importado de la colonia griega de Cu­ Tarquinia y Cerveteri) con el Lacio meridional y la Cam-
mas, ciudad con la que el contacto debió ser muy estre­ pania; se dividía a la altura de las colinas albanas en dos
cho. La introducción de la escritura se explica por las trazados, uno de los cuales seguía el valle del Sacco (la
profundas transformaciones ya descritas: primero, se futura Vía Latina) y el otro la llanura pontina (la futura
trata tan sólo de una práctica esporádica al alcance de un Vía Appia). El Tíber sólo se podía atravesar por un esca­
número muy reducido de personas, una vez más, un lujo so número de vados: uno de ellos, situado inmediata­
aristocrático; la cultura, incluso la de las élites, debió se­ mente abajo de la isla Tiberina, correspondía con exacti­
guir siendo en gran parte oral. Sólo a finales del periodo tud al Loro Boario. Es probable que ese vado haya sido
orientalizante, al constituirse algunas estructuras urba­ utilizado desde una época muy antigua, en especial para
nas, se ponen las bases de un uso público de la escritura. la trashumancia de los rebaños; pero su importancia ha­
La primera inscripción pública monumental es el cipo bría de afirmarse sobre todo hacia fines de la era proto-
del Loro Romano (descubierto bajo el Niger Lapis) que histórica, cuando las primitivas aldeas de la región se
puede datarse en el segundo cuarto del siglo vi antes de fueron agrandando poco a poco hasta constituir una es­
Cristo. tructura urbana. No creemos que pueda considerarse
Una vez esclarecidas sumariamente las premisas so­ como una casualidad el hecho de que el primer puente
cioeconómicas que han determinado la aparición de la de madera construido en el lugar donde se localizaba el
ciudad, estamos más capacitados para examinar la si­ vado, el puente Sublicio, sea atribuido por tradición al
tuación geográfica de Roma y para captar todas sus vir­ último de los soberanos latinos de Roma, Anco Marcio,
tudes. Un primer elemento fundamental es la presencia cuyo reinado se sitúa entre los años 640-616. Según la

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creencia, este rey habría conquistado y destruido todos zación económico-social fundamentada en una división
los centros habitados de la orilla izquierda del Tíber, en­ del trabajo relativamente desarrollada y en la subordina­
tre Roma y el mar, y habría transferido su población al ción del campo; como organización social que sobrepasa
Aventino, donde habría fundado el puerto de Ostia; por las relaciones originales, basadas en los lazos de paren­
otra parte, habría fortificado el Janículo, en la margen, tesco, dentro de unidades territoriales. En el caso especí­
derecha del río. Todas esas operaciones muestran una fico de Roma, el proceso se puede seguir a través de una
ocupación racional, coordinada, del nudo de comunica­ serie de datos arqueológicos, considerablemente enri­
ciones del Foro Boario: al vado, ahora remplazado por el quecidos por descubrimientos recientes. Aparte del Foro
puente, se le dotó de una cabeza de puente sobre la mar­ Boario, hay que consagrar un examen particular al forum.
gen derecha, el Janículo; mientras que en el otro extre­ Los sondeos realizados han demostrado que el valle si­
mo, la ruta que se dirige al sur, a través del Vallis Murcia, tuado entre el Capitolio y el Palatino conoció una trans­
debe pasar entre dos colinas fortificadas, el Palatino y el formación total y una organización coherente hacia fi­
Aventino. Por otra parte, el dominio de la vía fluvial se nales del siglo vn. Durante esos años se realizaron los
obtiene poco a poco, gracias a la ocupación de las bocas primeros embaldosados del Foro y del Comitium, que
del Tíber; las comunicaciones con Roma se realizan me­ asumen por primera vez su función de centro político,
diante la destrucción de los centros habitados de la orilla relig'oso y económico de la ciudad. Debemos relacionar
izquierda. estos datos con las indicaciones concernientes a la cons­
Nos encontramos así en mejores condiciones para trucción de la “cloaca máxima” por el primer rey etrusco
comprender el significado de la posición de Roma, en­ de Roma, Tarquino el Viejo: es evidente que el uso del
tronque principal de comunicaciones en la ruta entre Foro como plaza pública, a partir de su primer embaldo­
Etruria y la Magna Grecia: de hecho, la ciudad no es samiento, habría sido imposible si no se hubiera canali­
más que el resultado de la progresiva estructuración de zado el arroyo que atravesaba el valle y lo hacía pantano­
ese núcleo de rutas, que se establece poco a poco en el so e impracticable. Una vez más, los datos literarios
interior de un exacto marco socioeconómico. Todos encuentran su confirmación en los datos arqueológicos.
estos elementos llegan a su maduración al mismo tiem­ Otros elementos corroboran esta primera impresión: la
po, durante el reciente periodo orientalizante, (últimos reciente excavación de la Regia ha revelado que el primer
decenios del siglo vn y primeros del vi a.C.). La “fun­ edificio, de cierta extensión (parte, en efecto, de la vi­
dación” definitiva de la ciudad histórica, cuyas bases ya vienda real), fue construido en el último cuarto del siglo
están echadas, será obra de los soberanos etruscos, los vn, en el emplazamiento de un grupo de cabañas. Origi­
Tarquinos. nalmente debieron formar parte de la domas Regia: la
Estamos incluso en condiciones de fijar hacia el 600 domus publica vecina, habitación del pontifex maximus
a.C. el nacimiento de la ciudad, entendida como organi­ (y también del rex sacrorum, el sacerdote que, en la épo­

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ca republicana, remplaza al rey sólo en sus funciones re­ turación de una parte de ese no mans land y su transfor­
ligiosas), así como el atrium Vestae con el templo de mación en lugar de encuentro, de lucha ritualizada y es­
Vesta, manifiesta sustitución del hogar de la vivienda tablecida de común acuerdo. En otras palabras, la guerra
real. El más antiguo material descubierto en los pozos sangrienta cede su lugar a una “guerra de palabras”: ha
muy cercanos a ese templo se remonta también a los úl- , nacido la política, y con ella la polis. La tradición acerca
timos años del siglo vn. del nacimiento del Foro y del comitium como centros
Si nos desplazamos hacia el otro extremo del Foro, en políticos de la ciudad tiene, en efecto, detrás de sí una
las pendientes del Arx, encontramos el lugar destinado seudohistoria mítica: los diferentes lugares cruciales de
a las reuniones políticas, el comitium. Estudios muy re­ la plaza, del lacus Curtius al sacellum Cloacinae; del Niger
cientes han fijado la primera fase de ocupación del comi­ Lapis al templo de Júpiter Stator, están vinculados a la
tium hacia finales del siglo vn, fecha en la que hay que lucha tradicional entre latinos y sabinos, entre Rómulo
establecer el primer embaldosamiento de este sitio. Las y Tito Tacio, y permiten reconstruir una verdadera to­
fases que le sucedieron después encuentran también co­ pografía mítica de los orígenes. La creación del centro
rrespondencias con las que se han encontrado en otros político de la ciudad se opera con la ratificación de la
puntos del Foro. paz entre los dos pueblos en lucha, precisamente en el
El empleo de la escritura en documentos públicos de comitium. El comitium (cuyo significado etimológico es
la época confirma sin duda alguna la efectiva delimita­ transparente: cum iré) es explicado, por la tradición anti­
ción, en el plano jurídico-religioso, de un espacio urbano gua, como el resultado del encuentro entre Rómulo y
reservado a funciones públicas. Las etapas de la completa Tito Tacio, que, poniendo fin a las hostilidades, da naci­
restructuración del espacio y el tiempo, que aparece miento a la nueva comunidad romano-sabina, más am­
como una manifestación formal incuestionable del naci­ plia. Encontramos aquí la huella visible de un mito de
miento de la ciudad, se concentran en un breve periodo, fundación, que corresponde a la verdadera elaboración
entre fines del siglo vn y la primera mitad del vi, duran­ histórica de un “espacio político”; su realización puede
te la época “etrusca” de la ciudad. fijarse en las cercanías del 600 a.C. El ritual de fundación
En las sociedades protohistóricas, agrupadas en al­ de la ciudad (ritual etrusco que probablemente corres­
deas, el espacio se percibe como una entidad indetermi­ ponda al que ocurrió históricamente) nos ha sido trans­
nada, sin límites precisos, virtualmente hostil, peligroso. mitido, en su forma más completa, en la Vida de Rómulo
Se opone al polo positivo, cerrado, que es la aldea y su de Plutarco, que proviene de una fuente anterior, quizá de
entorno inmediato. Entre dos aldeas se extiende un espa­ Varrón. Dos fases sucesivas caracterizan la fundación ri­
cio vacío, terreno de disputas y de guerra potencial. Ya se tual de la ciudad: aquella, bien conocida, de la realización
ha señalado que el paso a la fase de la ciudad significaba del pomerium (la línea que delimita el espacio sagrado de
también, en el plano espacial, la integración y la estruc­ la ciudad) mediante un surco trazado con el arado, y la

108 109
segunda, la de la indicación del centro ideal de la ciudad: modo, la existencia de un conjunto de ciudadanos ex­
éste no es otro que el Mundus, un foso creado de mane­ cluye de manera rigurosa a aquel que no es ciudadano,
ra artificial en el que los futuros ciudadanos arrojan, con mientras que antes el agrupamiento de entidades gentili­
un transparente simbolismo, las primicias de la cosecha cias era mucho más fluido y más abierto. Queda así fuera
y una mota de su tierra de origen. El emplazamiento del < de la ciudad la región que había estado en el origen mis­
Mundus es en efecto el que indica Plutarco, cerca del co- mo de su constitución: la del Foro Boario y el Aventino,
mitium (por tanto, la hipótesis moderna que lo ubica en justamente a causa de su naturaleza de puerto, de lugar
el Palatino carece de fundamento); una indicación de de paso, abierto al mundo exterior. Este alejamiento ten­
Macrobio permite precisar su situación en la zona que drá participación en la polarización social manifestada al
se extiende ante el templo de Saturno: la presencia en comienzo de la República entre patricios y plebeyos, pero
esos parajes del Umbilicus Urbis, conservado bajo su cuyos embriones empiezan a formarse en el siglo vi. Uno
forma restaurada de la época severiana, permite resolver de sus rasgos característicos es la concentración de cul­
el problema; ese monumento, como su nombre lo indi­ tos peregrinos y de naturaleza no gentilicia en esta re­
ca, es el centro de la ciudad, y por lo tanto debe ser gión, a partir de este periodo: desde el de Fortuna hasta
identificado con el Mundus mismo. La creación de un el culto, de origen griego, de Ceres, Liber y Libera, y has­
espacio urbano se efectúa, pues, por medio de dos ope­ ta los de Flora y Mercurio. La excavación del “área sagra­
raciones coherentes y estrechamente solidarias: la de­ da” de S. Omobono nos permite conocer con cierta pre­
terminación de un punto central, donde se desarrollarán cisión uno de esos santuarios, el de Fortuna y el de Mater
las actividades colectivas, políticas, y el trazado de una Matuta, cuya construcción por parte de Servio Tulio pa­
frontera frente al exterior, de carácter sagrado (el pome- rece confirmada, gracias a la cronología de las fases más
rium) y profano a la vez (las murallas). No es por casua­ antiguas de los templos. Lo que sabemos del culto dinás­
lidad por lo que la tradición atribuye la construcción de tico de Fortuna nos autoriza a reconocer en esta divini­
las murallas de la ciudad al penúltimo rey de Roma, Ser­ dad diversos aspectos de la Astarté fenicia, que se reunie­
vio Tulio. Este rey habría dado también origen a otras ron en la Afrodita griega y la Venus romana; las fructíferas
realizaciones esenciales, como las tribus territoriales, la excavaciones de Pyrgi, con sus inscripciones en fenicio
división del cuerpo de ciudadanos en clases censatarias, y etrusco, nos dan hoy la posibilidad de probar la pre­
etc., medidas que consolidan en definitiva las estructu­ sencia de esas diversas formas de culto en el suelo itálico
ras de la ciudad arcaica, en un periodo que corresponde desde finales del siglo vi antes de Cristo.
a la segunda mitad del siglo vi. Junto con la delimitación del espacio urbano se des­
La delimitación de una zona “en el interior” de la ciu­ arrolla una organización paralela y simultánea del tiempo.
dad vuelve marginales a las otras zonas, a veces impor­ El conservadurismo jurídico y religioso de los romanos
tantes, que poco a poco se hacen a un lado. Del mismo nos ha legado un documento de considerable importan-

no m
cia, el denominado Fasti Numani, es decir, el calendario poco a estos últimos a la esfera del poder. Esta fase oscu­
de las fiestas arcaicas, momificado en el interior de los ra, si fuera más conocida, permitiría comprender mejor
calendarios más recientes de finales de la República y de el periodo siguiente, marcado por una nueva expansión
la época imperial que han llegado hasta nosotros. La cro­ cívica y económica.
nología de ese calendario de fiestas puede fijarse con re-' En las décadas que siguieron al resultado victorioso
lativa certeza basándose en la ausencia de algunos cultos de la lucha contra Veyes (396 a.C.), poderoso vecino
bien datados, como los de la tríada capitolina y la tríada etrusco, y a la efímera conquista de la ciudad por los ga­
plebeya del Aventino, y sobre todo el de Fortuna, cuya los (cuya importancia fue sobrestimada por la tradición
introducción en el transcurso de la primera mitad del si­ romana), alcanza su fin, con el acceso de los plebeyos al:
glo vi parece ya probada; es posible, por lo tanto, excluir poder, la larga lucha que caracterizara al siglo preceden­
toda fecha posterior a esta última. Por otra parte, la pre­ te. Con las leyes Liciniae-Sextiae (367 a.C.) se constituye;
sencia de cultos en los que se manifiesta ya la influencia una nueva clase dirigente, más amplia, la nobilitas patri­
etrusca (el de Vulturnus, por ejemplo, en el que hace cio-plebeya. Este fenómeno de ampliación del cuerpo,
poco se ha reconocido el nombre del Tíber en etrusco) cívico debe ubicarse en el contexto de las transformacio-í
hace casi imposible una datación anterior al último cuar­ nes sociales que conmueven a la Italia del siglo iv: todo1
to del siglo vil. Podemos concluir, pues, que el calenda­ lo que sabemos de este periodo, en un área comprendida
rio romano es prácticamente contemporáneo a la crea­ entre la Etruria y la Magna Grecia, confirma la impre-
ción de la ciudad. La presencia en el interior de este sión de que se produjo un cambio radical de la situación
feríale (calendario de fiestas) de rastros de calendarios socioeconómica y cultural. El antiguo equilibrio, basado,
más antiguos (como el año de diez meses, los diversos en un cuerpo de ciudadanos bastante limitado, se de-!
“primero de año” en diferentes meses, algunos sincretis­ rrumba bajo el empuje de vastas capas de población que,
mos evidentes) confirma que la ciudad fue el resultado habiendo conquistado la independencia económica gra­
histórico de un proceso de aglomeración de numerosas cias a la difusión de la pequeña y mediana propiedad
aldeas. territorial, presionan para obtener una parte del poder
El siglo v a.C. constituye una fase muy oscura, de re­ político. El fenómeno se presenta naturalmente bajo
pliegue y cerrazón frente a la rápida expansión del perio­ formas, resultados y caminos distintos según las situa­
do precedente. Este aspecto no es sólo privativo de Roma: ciones locales. Por ejemplo, en el marco de las relaciones
también se manifiesta en el resto de Italia, desde Etruria entre griegos e indígenas en la Magna Grecia, revestirá el
hasta la Magna Grecia. A las luchas externas contra los aspecto de una fusión más o menos acentuada entre esos
pueblos de la montaña llegados hasta las llanuras occi­ dos componentes étnicos; o incluso se tratará de una
dentales, como los volscos, se suman las luchas internas nueva llegada de colonos de Grecia (en la Magna Grecia
entre patricios y plebeyos, que llevaron a acceder poco a y en la Sicilia de Timoleón). Estas múltiples oleadas dan

112 113
lugar a estructuras cívicas cuya base social se ha amplia­ de 338 a.C. Las llanuras fértiles de la Campania, las de la
do de modo considerable y que alcanzan dimensiones Etruria interior y la región paduana, aparecen particular­
hasta entonces desconocidas en Italia. Se constituyen mente atractivas mientras que, por contraste, las regio­
nuevas formas políticas, a las que se puede definir con nes del oriente itálico, del otro lado de los Apeninos, se
bastante aproximación como “democráticas” en sus dejan, por un tiempo, casi intactas: los inevitables cho­
tendencias, que van desde la democracia radical hasta la ques que habrían sido consecuencia de ello, primero con
oligarquía moderada. En el plano ideológico vemos su los samnitas y los etruscos, después con los griegos y los
reflejo en la enorme homogeneidad cultural que define celtas, marcan las etapas de esta expansión. Que, por
a este periodo y a la que se ha convenido en llamar otra parte, existió, al menos en estado embrionario, un
koiné centro-itálica; su momento más intenso y fecun­ móvil económico distinto, menos ligado al valor de uso
do no comprende más de dos generaciones (de 330 a 270, que al valor de intercambio, y relacionado con las pri­
aproximadamente), para entrar con rapidez en crisis du­ meras manifestaciones del “imperialismo” romano, es
rante las siguientes décadas. Al final de la República, este algo que se ve con claridad también en la primera apari­
lapso de tiempo será erigido como modelo: en este pun­ ción de la moneda en Roma (cuya fecha está sujeta a
to estarán de común acuerdo todas las facciones políti­ discusión, pero que debe establecerse de cualquier modo
cas existentes en Roma, desde los optimates hasta los dentro de los límites del siglo m).
“populares”. Esta tendencia a la expansión, ya muy clara en el si­
También en el transcurso de estos años se colocarán glo iv, se va acentuando durante el siglo m. Al mismo
poco a poco las bases de la supremacía romana sobre Ita­ tiempo se produce una crisis del modelo de sociedad que
lia, cuyo primer motor fue la expansión demográfica y el podría denominarse centroitálica. Los síntomas de la
apetito de tierras que le siguió. Inclusive, aunque al mis­ crisis (ante todo económica y demográfica) se pueden
mo tiempo comience a esbozarse cierta prefiguración observar ya en la Magna Grecia y en Sicilia durante y
del “imperialismo” futuro, sobre todo en el círculo de al­ después de la expedición de Pirro (280-275), y de mane­
gunas familias dominantes dentro de la nueva aristocra­ ra aún más acentuada en Etruria. Las gravísimas heridas
cia, se trata de las familias más profundamente impreg­ infligidas a Sicilia por la primera guerra púnica, y por la
nadas de cultura helenística, y, por ende, en condiciones segunda al resto de la Italia meridional provocaron el de­
de interpretar las numerosas sugestiones procedentes de rrumbe definitivo. Sería erróneo, por otra parte, atribuir
los reinos del Mediterráneo oriental, formados a partir de manera exclusiva a las devastaciones de las guerras del
de la conquista de Alejandro. siglo ni toda la responsabilidad de esas conmociones: se
La oleada demográfica se revela ya con claridad en la trata tan sólo del golpe de gracia asestado a situaciones
cantidad de colonias latinas que se fundan, en número ya deterioradas de por sí. Esto es evidente, por ejemplo,
creciente y en regiones cada vez más alejadas, a partir en el caso de la Campania, una de las regiones más afec­

114 115
tadas por la guerra de Aníbal, que pudo levantarse con tes a los hechos”, de la sociedad antigua. Los estudios
rapidez gracias a que estaba inserta, a diferencia del resto basados en esta documentación muestran cada vez con
de la Magna Grecia, en el nuevo modelo de desarrollo mayor claridad que, en la base de las transformaciones
que se impuso a comienzos del siglo II y que caracteriza internas y de la expansión de Roma hacia el exterior, hay
al periodo del final de la República. que descubrir los cambios económicos que modificaron
La actual discusión sobre la incidencia de los facto­ la estructura de la antigua Italia.
res económicos en el nacimiento del imperialismo ro­ La disolución de la sociedad itálica, provocada “en
mano al final de la República, parece ser el prototipo de última instancia por la conquista romana, es la raíz de la
problema mal definido. Proviene principalmente de prác­ grave crisis que afecta el conjunto del Estado romano en
ticas metodológicas definidas por una investigación de­ el siglo 11 a.C. Los pequeños estados independientes, que
masiado fragmentada y especializada, que pretenden re­ formaban el esqueleto de esa sociedad, una vez engloba­
solver uno de los problemas más complejos de la historia dos en un conjunto político más amplio, se disgregaron
a partir de una única técnica de acercamiento, sin tener por completo. Las terribles guerras del siglo m acentua­
en cuenta el problema global, con todas sus implicacio­ ron con naturalidad esta disgregación. Pero también la
nes. A sí ocurre, en particular, con muchas investiga­ ciudad conquistadora, con sus estructuras políticas for­
ciones basadas en el método prosopográfico, que tien­ madas según las dimensiones de una pequeña polis, cada
den a considerar la teoría de las élites (incluso, a veces, vez más impropias para el gobierno de un imperio en
la simple justificación ideológica de su acción que nos constante expansión, se encuentra ante la obligación de
han dejado las propias élites, y que es tomada por “oro resolver problemas inmensos. El abandono del campo
de ley”), como el único método válido para explicar toda por parte de los pequeños propietarios, que van a engro­
la historia política hacia el final de la República. El hecho sar el proletariado urbano, coincide con la concentración
de que las motivaciones de orden económico se desta­ de una considerable porción de tierras en manos de un
quen sólo de manera fragmentaria en el testimonio pequeño número, y con la explotación basada, ya no en
aportado por todo lo que queda de la literatura de la épo­ el trabajo libre, sino en masas de esclavos importados es­
ca romana no justifica en lo más mínimo tal actitud. pecialmente desde el Oriente mediterráneo. En esta nue­
Es innegable, en efecto, que en el plano ideológico tales va situación, la producción destinada a la subsistencia
motivaciones económicas, consideradas inferiores por tiende a disminuir y a ser remplazada por la hacienda es­
cualquier clase dirigente aristocrática, serán rechazadas pecializada de dimensiones medianas cuyos productos se
de manera sistemática; sólo teniendo en cuenta una do­ destinan a la venta y a la exportación, o incluso por el
cumentación diferente, en particular la documentación gran latifundium donde se practica el cultivo del trigo o
arqueológica y epigráfica, podremos obtener resultados la cría de ovejas (como ocurre sobre todo en el caso de
más cercanos a las realidades, y no únicamente “referen­ Sicilia y la Italia meridional).

116 117
Esta situación se traduce, en el plano político, en la esclavos, desprovistas de un programa coherente y de
desaparición de los equilibrios que caracterizaron el pe­ perspectivas políticas, concluyeron también en fracaso.
riodo anterior con soluciones que englobaban a una par­ Pero esas aparentes victorias de la nobilitas terminaron,
te muy importante del cuerpo cívico. Asistimos así a una en realidad, por provocar su ruina. La solución que al fi­
reducción de la oligarquía senatorial, constreñida a partir nal predominó estuvo determinada por dos hechos nue­
de entonces a un número bastante limitado de familias, vos, que uno a uno se llevaron a cabo durante las décadas
que ejercen el monopolio del poder y se oponen a toda que siguieron a la derrota de los tribunos revoluciona­
tentativa de renovación desde abajo. rios; la creación de un ejército profesional como salida
Las tensiones sociales que resultan de ello se mani­ para la masa del proletariado urbano romano e itálico, el
fiestan, en la ciudad, en los disturbios de la plebe urbana, cual, de acuerdo con su vocación — la de ser una cliente­
grupo social desarticulado, acrecentado por pequeños la— , terminará al servicio de los “señores de la guerra”
propietarios arruinados y por libertos, y disponible como (primicias de las guerras civiles del siglo 1 a.C., que des­
masa para la manipulación de las clases dominantes. La truyeron la República); y, al mismo tiempo, la rebelión
lucha política se limita por lo tanto al choque de las ca­ de los aliados itálicos, al término de la cual se otorgó a
marillas nobiliarias, las únicas en condiciones, económi­ todos los itálicos la ciudadanía romana, extensión que
ca e ideológicamente, de tomar la dirección de una situa­ hizo caer sin remedio las estructuras vacilantes de la pri­
ción social descompuesta a niveles tan profundos. No mitiva ciudad-Estado. Así se encuentran dadas todas las
es casualidad el hecho de que los mismos tribunos revo­ condiciones que llevarán a lo que se ha convenido en
lucionarios del siglo ii , en particular los Gracos, perte­ llamar, con cierta impropiedad, la “Revolución romana”:
nezcan a la clase dominante. Trataron de restablecer una es decir, el remplazo de la antigua clase dirigente repu­
situación un tanto similar a la precedente, redistribu­ blicana, la nobilitas, por una nueva clase dirigente, y, al
yendo entre el proletariado urbano y rural las tierras del mismo tiempo, las transformaciones de las institucio­
ager publicas, usurpadas por algunas familias de la clase nes del Estado, el Principado. Este nuevo poder, en apa­
dominante; pero su tentativa estaba condenada al fraca­ riencia una componenda entre la antigua constitución y
so, salvo que se invirtiera la tendencia a la expansión la nueva situación política creada paulatinamente a par­
“imperialista” que era la raíz del fenómeno, lo que no se tir de las guerras civiles del siglo 1 a.C., descansa en rea­
pudo ni se quiso hacer. El proyecto de los dos hermanos, lidad en el apoyo de un ejército profesional y de las “cla­
incluso el de Gayo, más maduro políticamente, que trató ses medias” itálicas: las mismas fuerzas que pusieron el
de reunir fuerzas dispares como los caballeros romanos, poder en manos de Augusto.
los itálicos y la plebe urbana en torno a un plan antino­
biliario, fracasó de manera lamentable. Al mismo tiem­
po, en las campiñas del sur, las grandes rebeliones de

118 119
tres enormes y vivaces civilizaciones, tres maneras fun­
damentales de pensar, de creer, de comer, de beber, de
vivir... Tres monstruos, en verdad, siempre dispuestos a
mostrar los dientes, tres personajes de destino intermi­
nable, presentes desde siempre, al menos desde hace si­
glos y siglos. Sus límites traspasan los límites de los es­
La historia tados, que son para ellos como los vestidos de Arlequín,
¡y tan ligeros como ellos!
F e r n a n d Br a u d e l De hecho, esas civilizaciones son los únicos destinos
de larga vida que se puedan seguir sin interrupción a tra­
vés de las peripecias y los accidentes de la historia medi­
a h i s t o r ia entera del Mediterráneo: de seis a 10 mile- terránea.

IJ nios de historia en un mundo enorme para la medida


de los hombres, dislocado, contradictorio y sobradamente
estudiado por los arqueólogos y los historiadores, cons­
Tres civilizaciones: primero Occidente, o tal vez sea
mejor decir la cristiandad, vieja palabra harto cargada de
sentido; tal vez sea mejor decir la Romanidad: Roma ha
tituye una masa de conocimientos que desafía toda sín­ sido y sigue siendo el centro de ese viejo universo pri­
tesis razonable. A decir verdad, el pasado mediterráneo mero latino y después católico, que se extiende hasta el
es una historia acumulada en capas tan densas como la mundo protestante, hasta el océano y el Mar del Norte,
historia de la lejana China. el Rhin y el Danubio, a lo largo de los cuales la Contra- '
rreforma plantó sus iglesias barrocas como otros tantos
centinelas vigilantes; y hasta los mundos del otro lado
P r io r id a d a l a s c i v il i z a c io n e s del Atlántico, como si el destino moderno de Roma hu­
biera sido conservar bajo su feudo el Imperio de Carlos •
Si se quiere dar a toda costa una rápida visión de conjun­ V, en el que el sol no se ponía jamás.
to, hay que elegir un hilo conductor. Y para decidir cuál, lo El segundo universo es el islam, otra inmensidad que
mejor sería, por principio, interrogar con mucho cuida­ comienza en Marruecos y va más allá del Océano Indico
do al propio Mediterráneo, el Mediterráneo de hoy, bus­ hasta Insulindia, en parte conquistada y convertida por él
cando qué puede ser lo esencial de su vida presente, de en el siglo x ii i de la era cristiana. El islam, frente a Occi­
su equilibrio visible, y quizá de sus equilibrios antiguos. dente, es el gato frente al perro. Podría hablarse de un
En este punto, la respuesta será rápida y sin ambigüedad. Contra-Occidente, con las ambigüedades que implica
El Mediterráneo, más allá de sus actuales divisiones po­ toda oposición profunda que es, a la vez, rivalidad, hos­
líticas, está constituido por tres comunidades culturales; tilidad e imitación. Germaine Tillion diría “enemigos

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complementarios”. Pero ¡qué enemigos, qué rivales! Lo mantienen, imperturbables. En cierto modo, igualmente
que hace uno, lo hace el otro. Occidente inventó y vivió imperturbables, continúan como dueñas de su espacio,
las cruzadas; el islam inventó y vivió el djihad, la guerra ya que el territorio que ocupan puede variar en sus már­
santa. La cristiandad conduce a Roma; el islam conduce genes, pero en el corazón, en la zona central, su dominio,
a lo lejos a La Meca y a la tumba del Profeta, un centro su sede, siguen siendo los mismos. Allí donde estaban
de ninguna manera aberrante, ya que el Islam corre a lo en tiempos de César o de Augusto, siguen estando toda­
largo de los desiertos hasta las profundidades de Asia; ya vía en tiempos de Mustafá Kemal o del coronel Nasser.
que es, por sí solo, el “otro” Mediterráneo, el Contra- Inmóviles en el espacio y en el tiempo —o casi comple­
Mediterráneo prolongado por el desierto. tamente inmóviles— .
Hoy día, el tercer personaje no descubre enseguida su Esta inmovilidad arraiga a las civilizaciones en un pa­
rostro. Es el universo griego, el universo ortodoxo. Por lo sado mucho más antiguo aún de lo que parece a primera
menos toda la actual península de los Balcanes, Rumania, vista, y esta larga duración se incorpora por fuerza a su
Bulgaria, casi toda Yugoslavia, la misma Grecia, llena naturaleza. La romanidad no comienza con Cristo. El is­
de recuerdos, donde se evoca y parece revivir la antigua lam no comienza en el siglo v a con Mahoma. Y el mun­
Hélade; además, sin la menor duda, la enorme Rusia or­ do ortodoxo no comienza con la fundación de Constanti­
todoxa. Pero ¿qué centro reconocerle? Constantinopla, nopla, en 330. Porque una civilización es una continuidad
dirán algunos, la segunda Roma, y Santa Sofía en su co­ que, cuando cambia, incluso de manera tan profunda
razón. Pero desde 1453 Constantinopla es Estambul, la como lo implica la adopción de una nueva religión, in­
capital de Turquía. El islam turco conservó su pedazo de corpora antiguos valores que sobreviven a través de ella y
Europa, después de haber poseído, en la época de su es­ siguen siendo su sustancia. Las civilizaciones no son
plendor, toda la península de los Balcanes. Sin duda, hay mortales, a pesar de lo que diga Valéry. Sobreviven a los
otro centro que desempeñó también su papel: Moscú, la azares, a las catástrofes. Llegado el caso, renacen de sus
tercera Roma... Pero también él ha dejado de ser un polo cenizas. Destruidas, o al menos deterioradas, vuelven a
irradiador de ortodoxia. ¿Es el mundo ortodoxo de hoy brotar como la grama.
un mundo sin padre? Un ejemplo; la civilización griega. Nace, comienza a
perfilarse hacia el siglo vm a.C., después de destruccio­
nes e invasiones que llevaron el espacio griego al plano
R em o ntando e l c u r s o de l o s sig l o s cero de la historia, está todavía hoy en pie. Como míni­
mo, tres milenios de duración... En ese largo recorrido,
Realmente, ¿cómo podrían no ser excelentes guías las ci­ ¡cuántos accidentes, catástrofes, desastres! Grecia y el
vilizaciones? Atraviesan el tiempo, triunfan sobre lo du­ mundo helenístico sucumbieron ante las legiones roma­
radero. Mientras pasa la película de la historia, ellas se nas, pero los vencidos salen de esa larga sujeción, de esa

122 123
prisión de cuatro o cinco siglos, cuando Constantino te, lo que le agrega una fabulosa cantidad de herencias y
funda Constantinopla, en el 330 después de Cristo. Co­ por lo tanto de siglos.
mienza entonces un Imperio cristiano que posee la ex­
tensión del Imperio romano. Y en 395, cuando éste se T e l e h i s t o r ia s
fractura en dos, en una pars orientis que se convertirá en
el Imperio griego de Bizancio, y una pars occidentis que Sin la menor duda, el Mar Interior está constituido por
sucumbirá bajo el ataque de los bárbaros, Grecia renace resurgimientos históricos, por telehistorias, por luces
todopoderosa. Siguiendo este impulso sobrevivirá casi que le vienen de mundos muertos en apariencia y que,
un milenio, hasta la conquista turca, en 1453, que una sin embargo, siguen vivos. Me gustan esos historiadores
vez más parece cuestionarlo todo. Sin embargo, en el si­ que sostienen contra todo y contra todos que Roma no
glo xix, con la ayuda de los ortodoxos rusos y de Europa, desapareció en el siglo v bajo el choque de los bárbaros.
una verdadera cruzada liberará uno tras otro a los pue­ ¿Acaso no renace el Imperio romano con Carlomagno,
blos cristianos de los Balcanes. con los Otones, con lo que se denomina la Monarquía
Lo que acaba de decirse del universo ortodoxo pue­ Universal de Carlos V, anhelada por tantos humanistas
de repetirse, mutatis mutandis, de los otros dos persona­ de Occidente? Y los hombres de hoy que quisieran una
jes: Roma y La Meca. En principio, para Roma, el punto Europa de pueblos y culturas, ¿no sueñan, consciente­
cero es el nacimiento de Cristo; para el islam, la huida de mente o no, con una pax romana? Que Roma marcó
Mahoma de La Meca a Medina, el 16 de julio del 622. profundamente a Europa es algo evidente con toda se­
Pero Occidente no hace más que continuar el mundo guridad, pero hay ciertas continuidades que no dejan de
latino, del que ha recibido la lengua, el espíritu, el dere­ sorprender de cualquier modo. En el momento en que la
cho y muchas otras cosas más. Y el islam es, en su ori­ cristiandad se parte en dos en el siglo xvi, ¿es acaso ca­
gen a no dudado, una Arabia desierta y caravanera que sual que la separación de los campos se realice con toda
tiene a sus espaldas un largo pasado; pero es sobre todo exactitud a uno y otro lado del Rhin y el Danubio, la
una serie de países que la conquista de los jinetes y ca­ doble frontera del Imperio romano?
melleros árabes cubrirá con demasiada facilidad: Siria, Del mismo modo, ¿será casual que la conquista ful­
Egipto, Irán, Africa del Norte. El islam se afirma ante minante del islam haya sido aceptada de manera tan fácil
todo como heredero del Cercano Oriente, de toda una al mismo tiempo por el Cercano Oriente y por el doble
serie de culturas, de economías, de ciencias antiguas. dominio de Cartago, África del Norte y parte de España?
El corazón del islam es el angosto espacio de La Meca al Ya lo hemos dicho: el mundo púnico estaba mejor pre­
Cairo, a Damasco y a Bagdad. Se dice con demasiada fre­ parado, en profundidad, para recibir la civilización del
cuencia: el islam es el desierto, y la fórmula es bella. Ha­ islam, que para asimilar la ley romana, ya que la civiliza­
bría que decir también: el islam es en el Cercano Orien­ ción islámica no es tan sólo una aportación, sino una

124 125
continuidad. Asimiló no nada más el judaismo y la tra­ no de Fatma, equivalente musulmán de nuestras “me­
dición de Abraham, sino también una cultura, unas dallas y escapularios”, adorna ya las estelas funerarias
costumbres, unos hábitos, presentes desde hacía mucho cartaginesas. El islam está ligado de modo evidente al
tiempo. Una civilización, en efecto, no es sólo una reli­ espeso suelo histórico del Cercano Oriente. Igual que la
gión, por más que ésta se halle en el corazón de todo civilización occidental, la islámica, para retomar la ter­
sistema cultural; es un arte de vivir, millares de actitu­ minología de Alfred Weber (el hermano del gran Max
des que se repiten. En Las mil y una noches, saludar al Weber), es una “civilización derivada”, de segundo grado
soberano es “besar delante de él la tierra entre sus ma­ — podríamos llamarla “injertada”— . ¿Sería la civilización
nos”. Es el gesto habitual ya en la corte del rey parto, china la única de primer grado?
Cosroes (531-579). En los siglos xvi y x v i i , y aun más En resumen, todo estudio de las mentalidades pre­
tarde, sigue siendo el gesto que tratan de eludir los em­ sentes se vuelca obligadamente hacia el interminable pa­
bajadores europeos en Estambul, en Ispahan o en Delhi, sado de las civilizaciones. Se han formado así, a lo largo
por encontrarlo muy humillante para sí mismos y para de los siglos, dos cristiandades que de hecho son, la una
el príncipe al que representan. Pero ¿no se indignaba ya y la otra, continuaciones de realidades anteriores, de lar­
Heródoto ante las costumbres egipcias: “En plena calle, ga duración: la una centrada en Roma y el Occidente, la
a guisa de saludo, se prosternan uno delante del otro; otra en la nueva Roma, Constantinopla, pero además en
hacen como los perros, bajando las manos hasta las ro­ una Grecia que tampoco es nueva.
dillas” ? Pensemos también en la vestimenta adicional ¿En qué difieren esas dos cristiandades? En esencia,
de los musulmanes, que evolucionará con tanta lenti­ en esto: una se superpone al mundo griego, al que Ro­
tud. Ya es reconocible en el atuendo de los viejos babi­ ma había sometido pero no asimilado; la otra a la zona
lonios, tal como lo describía, 25 siglos atrás, el mismo occidental, que fue precisamente la de los triunfos ro­
Heródoto: manos.
El cristianismo no llegó a abolir esta diferencia inicial
Los babilonios llevan primero una túnica de lino que les lle­ y visceral. Sin entrar en una explicación de las querellas
ga hasta los pies [nosotros diríamos una gandurah, comenta teológicas que fundamentan la separación de las dos
E. F. Gautier], y encima otra túnica de lana [la chilaba]; se Iglesias, podemos interrogarnos sobre el tiempo presen­
envuelven después en un pequeño manto blanco [podría­ te, lo que por otra parte es más sencillo. Pronto se perci­
mos hablar de un pequeño albornoz blanco]; se cubren la be que las dos religiones hermanas, aunque envueltas una
cabeza con una mitra [diríamos un fez o un tarbu ch ]. y otra en el amor a Cristo, divergen, y que las palabras
clave no tienen el mismo sentido de la una a la otra. La
Y podríamos continuar acerca de la casa (que es pre­ verdad, en griego y todavía con mayor claridad en eslavo,
islámica), de los alimentos, de las supersticiones: la ma­ designa lo que es constante, eterno, lo que existe verda-

nó 127
deramente, fuera del mundo, creado tal como lo capta LOS RECUBRIMIENTOS
nuestra razón. Por lo tanto, la palabra pravda significa al DE LAS CIVILIZACIONES
mismo tiempo verdad y justicia. Para el latín, en cambio,
verdad significa siempre una certeza, una realidad para Una primera característica: las civilizaciones son realida­
nuestra razón. El sacramento, en Occidente, apela a la je­ des de larga, larguísima duración. Segundo rasgo: están
rarquía religiosa, la única capaz de conferirle su carácter sólidamente aferradas a su espacio geográfico. Un hecho
sagrado; en Oriente es ante todo “misterio”, lo que so­ lógico es que la más fuerte, la victoriosa, penetra a menu­
brepasa nuestros sentidos y viene de manera directa de do en la más débil, la coloniza, instala en ella sus cuarte­
Dios. Son matices, se dirá. les, sus puestos de mando. Pero, a largo plazo, la aventura
Sin embargo, el propio Cristo adopta rostros diferen­ termina mal. Las excepciones confirman la regla: si Roma
tes, de un mundo a otro. En Occidente, la Semana Santa, triunfa en la Galia; si Cartago triunfa subrepticiamente en
que precede a la Pascua, está situada bajo el signo del due­ África, o si Europa triunfa en América, es en todos los
lo, de la pasión, de los sufrimientos, de la muerte del casos porque fue una civilización aún mal estructurada la
Cristo-hombre. En Oriente está bajo el signo de la ale­ que se entregó al intruso. Esto nos obliga, a propósito de
gría, de los cantos que glorifican la resurrección del Cris­ la Galia prerromana, a no exagerar demasiado el nivel cul­
to-Dios. Los crucifijos rusos, a diferencia de los prime­ tural alcanzado por ella, o por lo menos a no seguir dema­
ros crucifijos italianos, los de Cimabue, representan a un siado el contagioso entusiasmo de Camille Jullian.
Cristo apacible en la muerte, no al Salvador sufriente de La regla, entre civilizaciones adultas, estructuradas
Occidente... Y sería necesario continuar largo tiempo (y el Mediterráneo es el sitio por excelencia de civiliza­
con la enumeración de esos contrastes, nacidos de mu­ ciones adultas, surgidas de largos preámbulos), es el fra­
cho tiempo atrás. caso regular: aunque, repitámoslo, a menudo muy lento
Jérome Carcopino, en sus cursos de la Sorbona, la­ en llegar a su fin. De hecho, toda civilización sólida se
mentaba, incluso se dolía, de que Roma, en sus con­ somete sólo en apariencia, y es entonces cuando por lo
quistas, no hubiera atravesado el Rhin y llegado por lo general toma más conciencia de sí misma, se exaspera y
menos, hacia el este, hasta el Elba. El destino de Ro­ desarrolla un intransigente nacionalismo cultural. Los
ma — y por lo tanto el nuestro— hubiera cambiado. turcos concluyen entre 1453 y 1541 la conquista de la
Pero si la Iglesia romana, y no la griega, hubiera con­ península de los Balcanes, donde la civilización griega u
vertido al cristianismo a la Moscovia, el destino de Eu­ ortodoxa ocupa en forma subordinada lo esencial del te­
ropa y el del mundo se habrían visto alterados con toda rreno. El repliegue turco, y con él el del islam, sólo se
seguridad. realizará en 1918, con un desfase de más de cuatro siglos
Así, las grandes partidas de la época actual se juga­ en total. Pero no hay que olvidar que al comienzo de los
ron, ganaron o perdieron, en el pasado. éxitos turcos existió la complicidad de los griegos a cau­

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sa de su odio contra los latinos. La conquista musulmana del concepto de civilización, por complicado y frágil que
inunda España en 7 1 1 y no la suelta hasta la toma de pueda parecer. Abre en el denso pasado del mar los úni­
Granada, siete siglos más tarde, en 1492. También aquí cos caminos reales que un viajero apurado pueda elegir.
habría que tener en cuenta las complicidades iniciales.
Pero en uno y otro caso, lo asombroso es que una civili­
zación se rencuentre a sí misma, intacta, después de un Pe n sa r s ó l o e n l o s c o n f l ic t o s

encarcelamiento multisecular — un poco como si no hu­ ENTRE LAS CIVILIZACIONES


biera pasado nada— . Y, más hacia el este, observemos la
suerte del islam en tierra iraní. Hemos sostenido que los conflictos entre las civilizacio­
Lo que probaría una vez más, si fuera necesario, es la nes son los únicos en los que se puede pensar que son los
historia del Oriente grecorromano, fundado tras la con­ límites militares de todo relato rápido. La batalla de Ma­
quista del Cercano Oriente realizada por Alejandro, de ratón (490): por un lado, el mundo griego dividido con­
334 a 329 a.C. Esta larga historia, escribía Émile-Félix tra sí mismo, disperso desde las costas de Asia Menor
Gautier, hasta Sicilia; por el otro, el Imperio persa, “esa inmensi­
dad desde el Mar Egeo hasta la India”. La lucha de Roma
ha durado una decena de siglos (hasta las conquistas ára­ contra Cartago, hasta 146 a.C., la lucha “de un pueblo
bes de 634, 636 o incluso 641): un espacio de tiempo for­ esencialmente marítimo y comerciante contra un pue­
midablemente largo: cabría en él casi toda la historia de blo terrestre, guerrero y campesino”. Es evidente que
Francia. Al cabo de esos diez siglos, de un día para otro, al siempre se intentará imaginar en qué se habría converti­
primer sablazo árabe, todo se derrumba para siempre, la do el Mediterráneo si Cartago hubiera vencido, expan­
lengua y el pensamiento griegos, los marcos occidentales; diendo su civilización por todo el mar y revelando, en
todo se desvanece como el humo; esos 1000 años de histo­ esa jugada, su ser profundo, aunque sin duda atravesado
ria son como si no hubiesen existido en ese lugar. por abismos. Pero Cartago no venció... Las cruzadas: en
Lepanto, el 7 de octubre de 15 7 1, la flota de la Santa Liga
Por comparación, las superposiciones que duran un (Venecia, el papado, España), bajo el mando de don Juan
siglo tienen cariz de episodios: Jerusalén, tomada en de Austria, aplastaba a la armada turca a la entrada del Gol­
1099 por los cruzados, deja de ser cristiana en 1187; el fo de Corinto, justo en el Golfo de Naupacto, durante la
Africa del Norte francesa, iniciada en 1830, ya no existe mayor batalla de galeras que haya conocido la historia; ese
en 1962. combate gigantesco, pero breve, “comienza al amanecer
Todos estos procesos, mayor o menormente largos, y concluye antes de mediodía” (Robert Mantran).
se presentan a nuestra atención como una sola familia de Estos conflictos, unos breves (Maratón, Lepanto),
problemas. Es la prueba, en síntesis, del valor explicativo otros largos (las tres guerras púnicas, las cruzadas), reve­

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lan los choques sordos, violentos, repetidos que se asestan Grecia detesta al persa más de lo que el propio persa
esas bestias poderosas que son las civilizaciones. A tal (que como se sabe es tolerante) detesta al griego. El ro­
punto que esas guerras y esas batallas —y otras de las que mano odia a muerte al fenicio, quien le devuelve el sen­
se hubiera podido recordar los episodios significativos timiento con la misma intensidad. La cristiandad y el
(la batalla de Jerez, en 7 11 , donde Tarik aplasta a los visi­ islam no tienen nada que envidiarse. En el tribunal de la
godos; o la batalla de Poitiers, en 735; o la toma de Cons- historia, los dos culpables serían condenados, a ninguno
tantinopla, en 1453...)— rebasan a los actores y a los es­ se le daría la razón. Pero ¿se sabe siempre quién es el cul­
cenarios que les conciernen. Es todo el Occidente por pable y quién el inocente? Así, para Sabatino Moschati
un lado (griegos y latinos), y todo el Oriente por el otro. los fenicios serían por antonomasia pueblos pacíficos,
La magnitud del conflicto dramatiza el choque, lo am­ que aun cuando se defendían, y con valor, era sólo para
plifica. En Maratón, los griegos salvan un Occidente hacer frente a los ataques. Algunos historiadores pre­
amenazado de subversión. Roma hiere al Oriente al ma­ tenden también que Bizancio, que sobrevive al Imperio
tar a Cartago. Las cruzadas apuntan en el mismo obsti­ romano hasta la toma de Constantinopla, no fue capaz
nado sentido. La toma de Constantinopla, en 1453, es de fabricar, por sí misma, una guerra santa a su medida
una réplica del islam. Lepanto, en una fecha tardía (no hubo cruzada, si se quiere). Si la observación es cier­
(15 7 1), pone en juego una vez más la salud de todo el ta, estaríamos tentados de alegrarnos de esa carencia.
Mediterráneo, maltratado en el mar por las flotas turcas Pero ¿acaso no pagó Bizancio, un buen día, esta ausencia
y los corsarios berberiscos. de odio constructivo? Lo que equivaldría a decir que el
Todo esto es más que comprensible: ¿cómo no ha­ porvenir pertenece tan sólo a los que saben odiar. Las
brían de chocar las civilizaciones que desde muy tem­ civilizaciones son, en efecto, con demasiada frecuencia,
prano se encuentran coexistiendo? Ellas encuentran su desconocimiento, desprecio, aborrecimiento del otro.
razón de ser en el combate. Roma, cuyo triunfo corres­ Pero no son nada más eso. Son también sacrificio, in­
ponde a los únicos siglos de unidad del mar, ni siquiera fluencia, acumulación de bienes culturales, herencias de
hace desaparecer a las comunidades hostiles que se en­ inteligencia. Si el mar debe sus guerras a esas civilizacio­
cuentran instaladas desde antes; las mantiene sometidas, nes, también les debe sus múltiples intercambios (técni­
al mismo tiempo que valora e impulsa su propia civiliza­ cas, ideas e incluso creencias), y los abigarramientos y
ción, su lengua, su arte. Pero las luchas continúan, bajo espectáculos variados que nos ofrece hasta hoy. El Medi­
la cobertura y la pantalla de la paz romana que las di­ terráneo es un mosaico de todos los colores. Por eso,
simula con dificultad. habiendo pasado los siglos, se pueden contemplar, sin
Las civilizaciones son, por lo tanto, la guerra y el indignación, bien al contrario, tantos monumentos que
odio; un inmenso trozo de sombra las devora casi hasta fueron sacrilegios, límites que indican los avances y re­
la mitad. Labrican el odio, se alimentan de él, viven de él. trocesos de antaño: Santa Sofía, con su guardia de altos

132 133
minaretes; San Giovanni degli Eremiti en Palermo, que tuvo enormes consecuencias— se sella por siglos el des­
alberga su claustro entre las cúpulas rojas o casi rojas tino del “otro” Mediterráneo. Esa batalla que se libra casi
de una antigua mezquita; en Córdoba, en medio del bos­ en el sitio exacto donde estará la Prevesa (victoria de los
que de arcos y pilares de la mezquita más bella del mun­ turcos sobre las flotas de una primera Santa Liga cristia­
do, la encantadora iglesita gótica de la Santa Cruz, cons­ na, en 1538) ve la huida de las naves de Cleopatra, la de­
truida por orden de Carlos V. rrota de Antonio y de Egipto, el triunfo de Octavio. Es
allí, efectivamente, donde el poderoso Imperio romano
comienza.
La c i v il i z a c ió n n o c o n s t i t u y e Pero Roma, al imponer su voluntad y la unidad políti­
TODA LA HISTORIA ca al conjunto del mundo mediterráneo, no suprimió las
diferencias, divergencias, cambios y conflictos cultura­
Pero, en definitiva, por amplios que sean los dominios de les; y no sólo no los suprimió, sino que ella misma se vio
la civilización, sus repercusiones, su duración, no es toda afectada, influida por esas culturas más refinadas que la
la historia de los hombres, ni, en el caso que nos ocupa, suya, por la Grecia que será su educadora (se hablará
toda la historia del Mar Interior. griego en los medios cultivados de la capital), y por la
La política tiene siempre la palabra: he ahí un hecho invasión de las religiones y cultos que llegan del Cerca­
evidente. ¿Cuántas veces no ha impuesto su voluntad, no Oriente. No obstante, ella impondría en todo el Me­
relegando a un segundo plano todas las demás fuerzas diterráneo el lenguaje superior de su política y sus insti­
y formas de la historia? Lo que ocurrió mientras se man­ tuciones.
tuvo el predominio de Roma es que, durante mucho
tiempo, la violencia estuvo al servicio de la política: su El l u g a r de l a e c o n o m ía

imperialismo sólo se calmó cuando hubo reducido a la


obediencia a todo el mundo mediterráneo. Y Roma, antes En el concierto de la historia mediterránea, también la
de llegar a ese término, golpeará sin piedad: en ese año de economía desempeñó un papel, a menudo determinante.
146 a.C., se sitúa la doble destrucción de Cartago y de Co- La sociedad no sería nada sin la explotación económica
rinto... Pensemos también en la sangrienta conquista de que la equilibra, y sin ella los estados serían cuerpos iner­
la Galia, durante casi diez años, de 59 a 53 (a.C.). Los eu­ tes. Por lo demás, si las civilizaciones duran y florecen,
ropeos no lo harán mejor en América. Roma, antes de ser es gracias a ella. Las floraciones son gastos, despilfarras.
el artífice de la pax romana, impuso la guerra continua. Apenas surgen crisis económicas un poco serias, y la
Las civilizaciones tuvieron que doblegarse al mismo cantería de Santa María del Fiore en Florencia detiene
tiempo que los pueblos vencidos. Con la gran batalla de sus trabajos, y la catedral de Bolonia o la de Siena quedan
Actium (2 de septiembre de 31 a.C.) —grande porque para siempre inconclusas.

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Lo que trae la riqueza entre todas las riquezas es el necia son una inverosímil sucesión de peripecias. Sólo al
mar — superficie para los transportes— . El amo de las terminar la guerra de Chioggia (137 8 -138 1) triunfa Ve-
riquezas es el amo del mar. Pero por amplio que éste sea, necia y se convierte, hasta el comienzo de las llamadas
tarde o temprano no admite más que un amo, no nece­ guerras de Italia (1494), en el centro de los intercambios
sariamente político, como en el caso de Roma, sino uno mediterráneos. Al final del siglo xv, los estados territo­
de los intercambios, las desigualdades y desnivelacio­ riales sin duda han recobrado su vigor o adquirido nue­
nes de la vida comercial. vas fuerzas. El Turco se instala en Otranto (1480-1482),
Este tipo de realezas, poco estrepitosas, no se cons­ Carlos VIII atraviesa los Alpes en septiembre de 1494, el
truyen en un día. Van precedidas y acompañadas por lu­ aragonés participa en la guerra que entonces se entabla.
chas. En los siglos ix y x, en todo el esplendor de su ci­ Las ciudades, incluso Venecia, no sirven ya de contrape­
vilización, el islam dominó sin discusión alguna al Mar so frente a esos enormes adversarios. La política se co­
Interior. El cristiano “apenas podía hacer flotar allí una bra el desquite.
tabla”, pero a partir del siglo xi, y más tarde con el fin de
sostener el movimiento continuo de las cruzadas, la si­ La c o n q u ist a d el M e d it e r r á n e o

tuación empieza a invertirse. Los navios de las ciudades POR LOS NÓRDICOS
italianas se convertirán en los amos indiscutidos de toda
la superficie del mar: los bizantinos son eliminados, y las Sin embargo, no fueron las armadas turcas, los ejércitos
naves del islam tienen que retroceder. El mar, en el sen­ franceses ni los tercios españoles, cualquiera que haya
tido estricto del término, el agua de mar, es conquistada sido su peso sobre el destino de Italia y de sus ciudades,
por el cristiano, por sus bajeles de guerra, sus naves pira­ los que arruinaron los fundamentos económicos del
tas, sus expediciones guerreras y, detrás de esos movi­ predominio mediterráneo. El agresivo ascenso de los
mientos protectores, por sus naves comerciales cada vez grandes estados comprometió o destruyó el equilibrio
más numerosas. En este juego fructífero, repetido mu­ de la península, pero en 1559, después del tratado de
chas veces, Italia, al norte de la línea Florencia-Ancona, Cateau-Cambrésis que la entrega en parte a España, Ita­
se convierte en la zona más activa, la más rica de todo el lia recobra la paz y saca provecho de ello. Con todo, ya
Mediterráneo. Entre el siglo xi y el xvi casi podríamos no volverá a subir la pendiente, pero esto se debe a otras
decir: primero la economía, para beneficio regular de las razones.
ciudades — los estados territoriales, por un momento El proceso que amenaza al Mediterráneo y que al fi­
bien perfilados, se deterioran con la profunda crisis del nal acabará con él, es nada menos que el desplazamiento
siglo xiv— . del centro del mundo, del Mar Interior al Océano Atlán­
Sin embargo, esas ciudades se disputan las ganancias tico. En el comienzo de este proceso se sitúan el descu­
del Mediterráneo. Las luchas sin tregua de Génova y Ve- brimiento de América, en 1492, y el periplo del cabo de

136 137
Buena Esperanza, de 1497 a 1498. Aun así, esos aconteci­ Los historiadores se han acostumbrado incluso a hablar
mientos no cobran toda su importancia de un día a otro. de un “siglo de los genoveses” que comenzaría en 1557 y
La pimienta y las especias llegan a Lisboa y de allí pasan a concluiría hacia 1622-1627.
Amberes. Pero la ruta de Suez o del Golfo Pérsico no está Al reorganizar Italia su aprovisionamiento de metal
muerta y puede rivalizar con la larga circunnavegación blanco, restableció al mismo tiempo, alrededor de la dé­
de Africa. Incluso llega a hablarse de un canal de Suez. cada de 1560, su aprovisionamiento de pimienta y espe­
Por lo demás, la pimienta y las especias sólo llegan a Eu­ cias por las antiguas rutas de Levante. El rendimiento de
ropa a cambio del metal blanco. El que tiene plata, el estas rutas equivaldrá, de manera global, al rendimiento
metal blanco, puede comandar a los productores, co­ de la ruta del Cabo, y como el consumo europeo ha au­
merciantes y transportistas de pimienta y especias. Cier­ mentado considerablemente (casi se ha duplicado), Ve-
tamente, el metal blanco, que a partir de la década de necia restablece por fin las bases de su antiguo comercio.
1530 procede casi sin excepción de América por inter­ Es de este modo como, hasta fines del siglo xvi, será
medio de Sevilla, pertenece a España. Pero a causa de las prematuro hablar de una decadencia del Mar Interior de
guerras de Carlos V, de los empréstitos obligados del go­ Italia y de sus ciudades piloto. Debemos renunciar a la
bierno castellano, en los que pronto participan los co­ antigua explicación que presentaba al Mar Interior como
merciantes y banqueros italianos, sobre todo los genove- descalificado sin remedio por los descubrimientos de los
ses, el metal blanco español comienza, a partir de 1550, a portugueses, quienes, por lo demás, no bloquearon en el
tomar el camino de Italia. Las galeras transportan con Océano índico las rutas hacia el Golfo Pérsico ni las ru­
regularidad cajas de reales, de “piezas de a ocho”, de Bar­ tas que conducen al Mar Rojo.
celona a Génova. Hacia 1568, cuando la piratería inglesa, ¿Qué ocurrió, entonces? Porque es cierto que se dio
y después la holandesa le cortan a España el camino di­ una disminución del tráfico y los intercambios lejanos
recto del Atlántico y del Mar del Norte hasta los Países del Mediterráneo en los primeros 20 años del siglo xvn.
Bajos sublevados, los envíos de plata desde España si­ Hace no mucho tiempo un joven historiador, Richard
guen casi siempre el camino mediterráneo, de Barcelona Rapp, dio la mejor explicación. Para él, existió —por la
a Génova: la ciudad de San Jorge se convierte en el cen­ astucia, la fuerza y la violencia; por el juego de las dife­
tro financiero de toda Europa: ¡un brillante desquite del rencias económicas— una conquista del Mar Interior
Mediterráneo! Este privilegio de Génova procede de la por parte de los nórdicos, ante todo, ingleses y holande­
necesidad que pesa sobre el gobierno del rey católico de ses, y más por los primeros que por los segundos. Los
pagar en un tiempo fijo la soldada y los gastos del ejérci­ ingleses ya habían impulsado su penetración comercial
to español que combate en los Países Bajos. Y esta nece­ en el Mediterráneo durante las últimas décadas del siglo
sidad va a durar. Se implementa un sistema genovés de xv y hasta las proximidades de las décadas de i 5 3 0 _15 5 0’
pagos con las ferias de Piacenza, creadas a partir de 1579. esta primera invasión se detuvo bruscamente entre 155o

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y 1570. La segunda ola se da hacia 1570 y será mucho aquéllos, en cambio, estarán con el ojo avizor, si no para
■ más amplia y sostenida que la primera. la seda que llegará siempre al Levante, al menos sí para la
Los navios de los países protestantes van a dictar pimienta y las especias. Hacia 1620, según el testimonio
poco a poco la ley en un Mediterráneo donde el islam y de los marselleses, las especias y la pimienta ya no entra­
la cristiandad han depuesto las armas después de los fa­ rán al Mediterráneo por las antiguas rutas del Mar Rojo,
bulosos esfuerzos de Lepanto, en 15 7 1. Sus navios están sino por las del Atlántico y Gibraltar, en barcos holande­
mejor armados, mejor provistos de tripulaciones, son me­ ses. El Mediterráneo ha sido por una parte asaltado den­
jores cargueros, más regulares, aceptan fletes más mo­ tro de su propio territorio, y por otra, alterado para pri­
destos que los veleros del Mediterráneo. Se apoderan var a sus ribereños de los tráficos más fructíferos. Desde
poco a- poco de los tráficos importantes: así, los navios entonces, nunca se les ha devuelto su mar.
holandeses transportan de España a Livorno las pacas de
lana que después, por vía terrestre, llegan a Venecia y
abastecen su arte della lana en plena expansión en ese A n tes y d espu é s de l a a p e r t u r a
momento. Algunos de sus navios van incluso directamen­ d el C anal de S u e z ( 1869 )
te de España a Venecia. Se apoderan también del comer­
cio de las uvas pasas, del aceite de Djerba o de Apulia, no De manera cierta, el Mediterráneo no se encuentra ya en
menos que del prestigioso comercio de Levante. Los el centro del mundo a partir de 1620 o 1650. En él pene­
nórdicos aportan madera, alquitrán, planchas, trigo, cen­ tran el comercio y la guerra de los demás. En esos inter­
teno, toneles de arenque, estaño, plomo y pronto tam­ cambios y en esas guerras, los habitantes del Mediterrá­
bién sus propios productos manufacturados, a menudo neo tienen asignados tan sólo pequeños papeles. Son
simples imitaciones de productos de Venecia o de otras peones sobre el tablero, se les desplaza según el capricho
ciudades italianas; mercancías sin calidad con falsas mar­ de potencias y voluntades lejanas. En el siglo xvn, la de
cas italianas de apariencia auténtica. Hay que agregar el Holanda. A comienzos del xvm , la primacía de Inglate­
corso, los acuerdos con Argel, con el Turco. De allí una rra se anuncia mediante un golpe maestro; durante la
serie de violencias, de faltas de delicadeza, de complici­ Guerra de Sucesión en España, el almirante inglés George
dades (sobre todo en Livorno). Es así como el comercio y Rooke se apoderó, por sorpresa, de Gibraltar, el 25 de agos­
la industria de Inglaterra y los Países Bajos se alimentó to de 1704; franceses y españoles tratarán inútilmente de
de los despojos y de las riquezas acumuladas del viejo recuperar la plaza en 1704, en 1727, en 1779 y en 1782.
Mediterráneo. Hubo conquista, pillaje, robo, e incluso blo­ En esta última tentativa, los asaltantes emplean, aunque
queo a distancia, cuando los holandeses sustituyeron en sin éxito, las balas de cañón incandescentes y las baterías
Insulindia y en el Océano índico a los portugueses. És­ flotantes inventadas por dArqon. Se ha sellado un desti­
tos dejan pasar las mercancías hacia el Mediterráneo, no; los ingleses están todavía hoy en Gibraltar. Son así,
140 141
desde hace más de dos siglos, los porteros del Mar Inte­ pejismo y la realidad de las Indias. En este contexto se
rior convertido, en el xvm , en un lago guardado por el sitúa la expedición a Egipto, emprendida en 1798 por
oeste, y desde el siglo xvn, sin salida fácil por el lado de Bonaparte. Si esa expedición hubiera triunfado, el Impe­
Levante. rio turco habría sido partido en dos: al norte, Anatolia y
Y es del lado de Levante donde se encuentra, mucho los Balcanes, al oeste, las indóciles regencias de Trípoli,
más que en Gibraltar, la zona peligrosa y codiciada del Túnez y Argel, y el camino restante abierto sin interrup­
Mar Interior. El Levante, en los siglos xvn y xvm , es el ción en dirección al Océano Indico. Los historiadores,
Imperio turco, que se extiende sobre los Balcanes, el Asia demasiado dispuestos a rehacer la historia, piensan que si
Menor en sentido amplio y África del Norte, desde Egipto Bonaparte hubiera capturado San Juan de Acre hubiera
hasta la frontera oriental de Marruecos, es decir, un am­ podido reconstruir su ejército en las colinas y montañas
plio mercado en cuanto que se mantiene unida a Persia y del Líbano y destruir al Imperio británico todavía en sus
las sedas que transitan hasta Esmima, convertida en la ma­ comienzos.
yor de las “escalas”. Es incluso lo que está en juego en el Pero la grandiosa operación fracasó e Inglaterra se
comercio de Levante, donde Francia, mitad mediterránea, apoderó en 1800 de Malta, ocupada dos años antes por la
se convierte en el actor por excelencia en el siglo xvm. flota francesa en camino hacia Egipto. La isla debía ser
Pero más allá del comercio y de los países de Levante, devuelta, según el tratado de Amiens (1801), pero se
la jugada decisiva es la India lejana donde Inglaterra, des­ mantuvo bajo el control inglés hasta hace muy poco, ya
pués de la batalla de Plassey (1757), ha ocupado ya un que a pesar de su mediocre extensión, aseguraba (como,
primer lugar que nadie podrá arrebatarle. El Levante es la un segundo Gibraltar) el dominio inglés en el centro
ruta más corta desde Europa hacia las Indias, la ruta por mismo del mar. Más tarde, la instalación de los ingleses
excelencia de las noticias rápidas, de las decisiones y las en Chipre (1878) y en Egipto (1882) completó el domi­
órdenes. Por otra parte, con el comercio del café, el Mar nio de Londres; a partir de entonces la ruta de las Indias
Rojo ha vuelto a animarse y Alejandría se convierte en le pertenecía de punta a punta y la pax britannica se im-
un puerto frecuentado, como en los tiempos de la pi­ ponía pesadamente en el Mediterráneo. Una vez más, el
mienta y las especias. En vísperas de la revolución, la polí­ orden político reinaba sobre el mar. Con una palabra del
tica francesa se ocupa con insistencia de la ruta del Istmo gabinete de Saint-James, las naves se dirigían a Malta, y
de Suez e inquieta a la Compañía Inglesa de las Indias al momento todo volvía a estar en orden.
Orientales. Lo que Inglaterra teme es que el Mediterrá­ Pero Francia se agita: empieza a instalarse en África
neo se abra, hacia el Océano Indico, a sus rivales y com­ del Norte, ocupa Argel en 1830; sin embargo, África del
petidores, desde los más grandes (Francia a la cabeza) Norte no es el Mediterráneo peligroso para los intereses
hasta los más modestos (Génova o Venecia) o peor colo­ de Londres. El hecho de que el gallo galo rasque la arena
cados, como Rusia, que también se ve atraída por el es­ del Sahara, más bien despierta sonrisas. El único golpe

142 143
directo asestado por Francia fue la construcción del Ca­ tico incidente sin consecuencias en el reparto de la en­
nal de Suez, concluido en 1869. crucijada del Levante.
Para llevar a cabo esa empresa fueron necesarios 10 Francia no es la única perdedora a consecuencia de
años de trabajo y el tesón de un hombre, Ferdinand de esas maniobras. Y Maurice Aymard tiene razón al decir
Lesseps; fue necesario también apostar a la navegación a que “el Canal de Suez simbolizó el debilitamiento políti­
vapor en vías de modificar las condiciones generales de co del mundo mediterráneo”. Construido por los france­
la circulación a través de los mares y océanos del globo. ses, semimediterráneos nada más, el canal se convirtió, y
Es el fin del lago mediterráneo, la transformación del Mar con él el Mediterráneo por añadidura, en una ruta ingle­
Interior en una ruta tendida sobre todo hacia el Océa­ sa. De ese modo, el Mar Interior sigue estando alienado.
no índico. Muy pronto, los viajeros con destino a la Y desde entonces continúa la misma historia, la de un
India no tendrán tiempo para acabar de anotar sus im­ desposeimiento.
presiones: el canal, el tórrido Mar Rojo, el balanceo y el El 26 de julio de 1956, Nasser nacionalizaba el canal.
oleaje del índico: el Mediterráneo ya no es más que la Francia e Inglaterra se unen y viven la derrota de la gue­
primera y breve, casi insensible etapa de un recorrido rra “de los seis días”. Sin embargo, ya desde antes de esa
muy largo. fecha, ni Francia ni Inglaterra dominaban el Mar Inte­
Este éxito francés dio lugar a una solemne inaugura­ rior ni los países que lo bordean. “La presencia visible de
ción, ante todas las testas coronadas de Europa, bajo la los portaviones norteamericanos y de los portahelicóp-
presidencia —a tout seigneur tout honneur— de la empe­ teros soviéticos señala los dominios enfrentados de las
ratriz Eugenia. Pero esos fastos no deben hacernos forjar dos grandes potencias mundiales.” El Mediterráneo es, a
ilusiones. El juego político no está en París, y no hay que lo máximo, su campo de lucha. O más bien, su circo,
pensar en un desquite de la expedición a Egipto. En rea­ donde, para su placer o su disgusto, pelean los gladiado­
lidad, Egipto, independiente desde 18 11, tampoco es res, que no lucharían con el cruel encarnizamiento que
otra cosa que un peón en el tablero del Mediterráneo. El les conocemos si los grandes de este mundo no tuvieran
gobierno inglés, que ha puesto toda clase de obstáculos a interés en sus matanzas.
la construcción del canal, compra, en 1875, las 117000 Es evidente que el Mediterráneo continúa viviendo
acciones del endeudado jedive; en 1882, Egipto es ocu­ ante nuestros ojos, desarrollando sus propios combates,
pado, y en 1888, una convención firmada con Francia en prosiguiendo con su industrialización, mejorando su
Londres neutraliza el canal. Inglaterra ha sido al final la nivel de vida, sacudiendo las secuelas de las coloniza­
beneficiaría de la empresa de Ferdinand de Lesseps. Por ciones por fin destruidas. Al sur del mar, el otro Medi­
lo que toca a la tentativa de Fachoda sobre el Nilo blanco terráneo — desde Marruecos hasta Turquía e Irak— se
adonde llega la pequeña columna del comandante Mar- esfuerza por recobrar el tiempo perdido, que también
chand, el 10 de julio de 1898, no es más que un dramá­ se acumula.

144 145
bre el cual su dominio es siempre parcial y disparejo.
Como si en todas las épocas hubiera tenido que elegir
entre varias opciones, dejando la costa por el interior o,
en nuestros días, a la inversa; o como si, incluso, se hu­
biera visto obligado a ceder sus campos a los rebaños nó­
madas antes de poder a su vez rechazarlos. Ayer desde
Espacios Siria hasta España; hoy desde el Ródano inferior hasta el
Negueb y Asuán, los grandes logros de la agricultura
M a u r ic e A y m a r d mediterránea están situados bajo el signo de la domesti­
cación del agua, y del trabajo minucioso de todo un pue­
blo de atentos jardineros. No obstante, siguen siendo la
solemos ver del Mediterráneo nada más que excepción: aunque lleve la marca de su intervención, con

H
o y d ía
su decorado, la alianza del mar y el sol, del relieve y tanta frecuencia destructora como benéfica, el hombre
la vegetación, el don gracioso de una naturaleza generosa está a menudo ausente del paisaje; lo está de las tierras de
y suntuosa, y sin embargo ingrata. Porque bajo sus flores trigo y ovejas de Castilla, del Tavoliere de la Apulia o la
pronto aparece la piedra. No hace falta más que el hom­ Tesalia; lo está de las anchas extensiones forestales o pe­
bre disminuya por un momento su atención y sus cuida­ dregosas, de las montañas y de los altos pastizales de ve­
dos, para que las terrazas edificadas con suma paciencia rano, por donde ya sólo pasa como nómada. Si bien ha
en el flanco de la montaña se derrumben, invadidas por terminado, hasta hace muy poco, de arrancar las llanuras
la maleza; el matorral vuelve a crecer sobre el bosque in­ litorales del influjo de la malaria, prefiere no instalarse
cendiado, las llanuras vuelven a ser pantanos. Se deshace allí, y deja sus playas a otros, para continuar residiendo
un frágil equilibrio, que a veces requeriría siglos para en otros lugares, en sus ciudades y sus grandes aldeas de
volverse a construir. Desde el final del imperio hasta casas apretadas, con sus cinturones de viñedos, vergeles
nuestros días, la campiña romana ha seguido siendo una y jardines (el “ruedo”, como se dice en Andalucía). En
especie de desierto, aunque el drenaje de los pantanos cuanto se aleja de ellas, su dominio sobre las campiñas se
pontinos simbolizó, para el fascismo, la recobrada gran­ vuelve más débil: evitará pasar allí más tiempo que el ne­
deza de Roma. Pero Venecia sólo se enfrentó con las cesario para el trabajo de los campos, y evitará con ma­
aguas divagantes del Po y del Adigio a partir del siglo yor razón vivir ahí. Campesino por necesidad, pero cam­
xvi, cuando comenzó a perder su monopolio comercial. pesino a su pesar, el hombre del Mediterráneo vive como
Todas las riberas del mar han conocido esas espec­ citadino.
taculares alternativas de auges y abandonos. Como si el Los contrastes del paisaje expresan esa jerarquía con­
hombre controlase mal un espacio que se le escapa, y so- céntrica de intereses, la desigualdad de la ocupación del

146 147
suelo, las oscilaciones de la explotación. Desde Roma su unidad a una red de ciudades y aldeas constituida de
hasta nuestros días, se ha mantenido válida, en general, la manera precoz y notablemente tenaz: en tomo a ella se
misma división del terruño. Por una parte, la zona de los constituyó el espacio mediterráneo, es ella quien lo ani­
campos cultivados: el ager. Por otra, la zona inculta, mez­ ma y lo hace vivir. Las ciudades no nacen del campo, sino
cla de árboles y hierba magra, de monte bajo y de pedre­ el campo de las ciudades, a las que apenas alcanza a ali­
gal, dominio de los carboneros, de los pastores y de los mentar. A través de ellas se proyecta sobre el suelo un
animales domésticos o salvajes: el saltus. Pero el propio modelo de organización social, cuyo esquema tratarán
ager exigía largos descansos, y un año cada dos, o dos de reproducir en todas partes los emigrantes, forzosos o
cada tres, se entregaba a los corderos que, apenas termi­ voluntarios. Si son nómadas, establecerán su campamen­
nada la cosecha, invadían el rastrojo y no pedían otra to según reglas inmutables; si sedentarios, fundarán una
cosa que quedarse allí, en tanto que eran excluidos con ciudad, siempre la misma. Así hará Grecia, en su domi­
severidad de los huertos y los viñedos. Por lo tanto, la nio colonial, y después en el mundo helenístico. Así
frontera entre ager y saltus se mantiene siempre singu­ Roma, quien repite hasta la monotonía de un extremo a
larmente indecisa y móvil: menos clara, en todo caso, otro de su imperio un plano estereotipado de campa­
que la que separa la zona de horticultura intensiva en mento militar, con las mismas calles que se cruzan en
torno a la ciudad del resto del terruño —ager y saltus re­ ángulo recto; el mismo foro, los mismos monumentos
unidos— y que opone la “región llena” a la “región va­ que, a sus ojos, constituían una ciudad. Así incluso el is­
cía”. Traduce la fragilidad de un equilibrio ecológico lam, donde nada expresa mejor esa potencia creadora y
amenazado por cualquier crecimiento de la población: organizadora de la ciudad que esos oasis, esas huertas
ayer —y todavía hoy, en cada verano— , por la destruc­ con que la rodea y que, sin ella, no existirían.
ción catastrófica de un manto forestal en parte fósil, al De Damasco a Valencia, del Yemen a Elche y Alican­
que mantenía sobre el suelo una delgada capa de humus, te, es posible seguir, detrás de la similitud de las técnicas
pronto arrastrada por la erosión; y ante nuestros ojos, de riego, la marcha de dos tradiciones que reglamentan
tanto por el desarrollo de las aglomeraciones del litoral la distribución del agua y fundan dos tipos de sociedad:
como por la contaminación industrial y el agotamiento una aristocrática, la otra más coherente. Aquí la propie­
de las reservas de agua. dad del agua, diferente de la de la tierra, asegura el poder
El hombre se encuentra muy pronto ante los límites a quienes la poseen y venden su uso, a los cultivadores.
de una tierra a la que, por otra parte, se ha acostumbrado Allá, por el contrario, el agua es un derecho gratuito para
a pedirle poco. Lo importante para él es, claro está, so­ los propietarios de las tierras irrigadas, que se agrupan en
brevivir en ella; pero es, ante todo, poder vivir allí en comunidades capaces de asegurar el mantenimiento de
sociedad, comunicarse con otros hombres. Mucho más presas y canales, y de arbitrar por sí mismas sus conflic­
que al clima, a la geología, al relieve, el Mediterráneo debe tos: así cada jueves, los jueces del Tribunal de Aguas, de­

148 149
lante del portal de los Apóstoles de la catedral de Valen­ caserío más modesto se presenta como un microcosmos
cia, aplican una justicia rápida y eficaz. urbano: toda la vida social se organiza en él en función
Toda conquista, toda “diáspora” tiende a repetir de­ de grupo. Hablar de la ciudad en el Mediterráneo es, por
cenas de veces un modelo de sociedad urbana, y a expli- lo tanto, hablar de todos estos niveles de la vida urbana,
citar de modo simultáneo lo que al principio estaba im­ que corresponden al mismo modelo.
plícito. Grande o pequeña, la ciudad es mucho más que la Historiadores y geógrafos han multiplicado las ex­
suma de sus casas, de sus monumentos y sus calles, mu­ plicaciones de esta permanencia del hábitat agrupado y
cho más también que un centro económico, comercial o de la elección de lugares, a veces privilegiados, pero con
industrial. Como proyección espacial de las relaciones mayor frecuencia inhóspitos, donde se ha de radicar: el
sociales, aparece a la vez atravesada y estructurada por el agua y el sol, las rutas por tierra o por mar, la calidad de
haz de líneas fronterizas que separan lo profano de lo sa­ un puerto o de un vado, pero también la inseguridad de las
grado; el trabajo del ocio; lo público de lo privado; los costas y la insalubridad de las llanuras pantanosas. De
hombres de las mujeres; la familia de todo lo que le es hecho, todas estas razones han actuado a su tiempo, pero
ajeno. Y proporciona una admirable clave de lectura. en sentido inverso.
¿Dónde vivir? Nunca solo, sino en grupo, cualquiera Los griegos, invasores llegados del mar, empujaron
que sea el tamaño y la riqueza del grupo. Un millar de hacia el interior, en la Italia meridional y en Sicilia, a las
hombres que viven pobremente de la tierra y del inter­ poblaciones locales, y ocuparon y colonizaron sólida­
cambio de productos del suelo bastan en el Mediterráneo mente su territorio, sin alejarse jamás del mar; pero
para hacer una ciudad, para reconstruir en ella las solida­ siempre que pudieron, eligieron sitios fáciles de defen­
ridades y oposiciones esenciales; en otros lados, incluso der, como los de Siracusa y Tarento — un islote separado
siendo dos veces más numerosos, apenas formarían una del continente por un estrecho canal— . Roma, segura de
aldea. Desde los simples caseríos hasta las metrópolis, se sí misma y de su paz, descubrió un poco tarde que debía
distinguen con claridad todos los niveles de una jerar­ amurallar sus ciudades para hacer frente a un invasor
quía por otra parte compleja, ya que no tiene en cuenta que no había previsto. La conquista árabe hizo la fortuna,
como único factor la cantidad de población, la actividad en tierras del islam, de grandes paraderos de caravanas
económica o el capital acumulado, sino también la histo­ abiertas a todos los tráficos terrestres, pero empujó hacia
ria, el marco monumental, el prestigio, el papel político las montañas, que desde entonces se convertirían en un
y administrativo — que fijan las élites— , la vida intelec­ refugio, a los bereberes del Mahgreb y a los maronitas
tual, y un no-sé-qué, que hace a una ciudad más ciudad del Líbano, y hacia las crestas rocosas, a prudente distan­
que otra. Y las grandes ciudades se complacen en despre­ cia de la costa, a las poblaciones cristianas del litoral me­
ciar a las más pequeñas como si fueran simples aldeas, y a diterráneo; la conquista turca hizo lo mismo, varios si­
sus habitantes como a rústicos sin pulir. Sin embargo, el glos más tarde, en los Balcanes. Desde hace un centenar

150
de años, el desarrollo económico y la colonización han ron instalarse en ellas. Éstos sólo llegan allí, como mano
yuxtapuesto al antiguo núcleo, que conserva su aspecto de obra asalariada, en el momento de la cosecha. Acam­
medieval, con sus callejuelas estrechas y tortuosas, una pados en los grandes caseríos del latifondo o establecidos
ciudad nueva de anchas avenidas y trazado regular. en las colinas y en las montañas, completan así el ingreso,
Cada civilización ha dejado así su herencia urbana, y siempre insuficiente, de sus tierras, donde desarrollan los
contribuido a definir el marco dentro del que los hom­ cultivos destinados a la venta: vid, olivo, morera, frutales.
bres siguen viviendo, todavía hoy, en medio de coercio­ Su ganado: en el mejor de los casos algunas ovejas con­
nes del pasado, aun cuando las condiciones que rigieron fiadas al pastor comunal, un animal de tiro, muía o asno,
su creación han dejado de actuar. La evolución reciente alojado preciosamente en la casa con las gallinas — a las
ha privilegiado las aglomeraciones del litoral a expensas que se cría dentro de la ciudad en las terrazas, o como en
del interior, víctima de su aislamiento, y acrecentado de Nápoles, en el barrio de Monte di Dio, en la calle, con la
manera espectacular grandes concentraciones portua­ pata amarrada a una cuerda— . Las herramientas agríco­
rias, que dan testimonio ya del éxito económico, ya de la las: el arado y la azada, la pala y el pico, algunos toneles,
miseria del campo, ya de ambos a la vez: Beirut, Alejan­ algunas tinajas para almacenar el aceite y el grano, nada
dría, Atenas-El Píreo, Nápoles, Palermo... Pero las aldeas demasiado voluminoso como para no poder encontrar
de colonos creadas en el corazón de Sicilia por la refor­ también un lugar bajo el mismo techo.
ma agraria — que arrancó a los campesinos de sus agro- La aldea, la ciudad, es el lugar donde se intercambian
ciudades, símbolos de la fuerza de inercia del latifondo, y los productos y donde se vende el trabajo de cada uno,
las acercó a las tierras que se les acababa de distribuir— antes del amanecer, al administrador de la gran finca que
han quedado desesperadamente vacías. Desde el siglo xvm, viene sólo a contratar la mano de obra que necesita. Se
por lo demás, el auge de las plantaciones de cítricos en sale por la mañana, pero se regresa por la noche para
las llanuras de la costa calabresa o siciliana, que ya se ha­ dormir. Tanto en España como en la parte sur de Italia,
bían vuelto seguras, pudo hacer bajar a la población de la regla medieval que fijaba la duración de la jornada de
las colinas hacia la marina, pero sin provocar el menor trabajo “desde la salida hasta la puesta del sol”, hacía a
distanciamiento del hábitat: un desdoblamiento de la menudo la precisión de que el bracciante debía estar en
primigenia aldea en la altura, a veces subsiste. la obra desde el amanecer — por lo tanto, tenía que haber
El peso de las estructuras sociales y de las técnicas hecho el trayecto de ida durante la noche— , pero estar
agrícolas explica con creces ese duradero vacío del cam­ de regreso a la hora del crepúsculo — por lo tanto, debía
po. Fuera de los jardines, los viñedos y las huertas, las tie­ haber hecho el de regreso durante el día, a expensas del
rras ricas, las tierras fértiles de las llanuras y mesetas per­ amo— . Cuando, en tiempo de las cosechas, las vendimias
tenecen a los grandes propietarios que en numerosas o la recolección de aceitunas, la urgencia de los trabajos
ocasiones expulsaron a los campesinos cuando pretendie­ y el alejamiento del domicilio impiden el retorno de esas

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cuadrillas de emigrantes temporarios, a menudo llegados es servir a un amo, por lo tanto, signo seguro de depen­
de muy lejos, los trabajadores duermen en el suelo, a dencia.
campo raso, o a cubierto en los patios y en los mismos Sin duda, nada resume tan bien las resistencias que
cobertizos de las grandes granjas: así ocurre en la novela habría — o hubiera habido— que derribar como esas
de E. Vittorini, La Garibaldina. Quien es pequeño pro­ confidencias de un guardián de búfalos de una massaria
pietario dispone de una cabaña en un rincón del viñedo o en la llanura de Pestu, recogidas hacia 1950 por Rocco
del huerto para almacenar algunas herramientas o des­ Scotellaro:
cansar a la hora de la siesta; alguien aún más desahogado
tendrá una segunda vivienda donde vendrá a instalarse Cuando estoy así cuidando los búfalos, pienso en tanta gen­
en verano —una campagne, como se dice en Provenza te que se pasea [...] En todos los que están sentados en el bar,
para indicar que sólo se trata de una casa ocasional— , a y se pagan una naranjada, un café, y tantas cosas más, y en
semejanza de los ricos que se reservan un departamento los que van al cine todas las noches [...] Yo quisiera tantas
en su granja o construyen “un castillo” en sus tierras para cosas, no cavar más, no matarme más de cansancio, no vigi­
ir a vigilar a sus granjeros. Pero la casa principal, la que lar más los búfalos, empezar mi trabajo a las siete y terminar
sustenta el prestigio social, sigue estando en la ciudad, a las cinco, y después estar libre [...] Por la noche, me gusta­
donde se pasa la mayor parte del año, y todas las épocas ría estar en la aldea (al paese): ahí, aunque uno no tenga di­
en que es menor el trabajo en el campo. nero, basta con mirar a su alrededor para instruirse.
Sin embargo, el campo nunca está vacío del todo.
Pero los que viven en él durante todo el año desempe­ Su deseo, paradójico ante nuestros ojos en un hombre
ñan entonces el papel de excluidos, o de parias; son los que goza de un trabajo anual, cuando la regla es el em­
pastores que viven al margen de la regla común. El per­ pleo temporal o la disoccupazione: convertirse en simple
sonal permanente de las grandes fincas, granjas y quin­ jornalero, y “llevar su paga a la casa todos los sábados por
tas de Provenza o Languedoc, cortijos y haciendas de la noche... Tener un poco de dinero para construirse una
Andalucía, massarie de Italia del sur o de Sicilia. Estas vivienda” de la que, en caso de conflicto, el propietario
últimas son por otra parte refugios tradicionales de los no podrá echarlo. Y “un poco de terreno, para hacer una
bandidos y la maffia, el sustento material de una con­ huerta”. En última instancia, ya que hay que trabajar para
trasociedad. Son raras, incluso excepcionales, las regio­ un amo, cavar, labrar la tierra, pero no ocuparse más de
nes donde el reciente éxito de la reforma agraria o el los animales que no le dejan ningún descanso.
antiguo parcelamiento de la tierra han estabilizado en Sueños simbólicos, y no simples reivindicaciones
sus dominios a un campesinado libre de propietarios materiales. Una vivienda propia: independencia. Una
o de pequeños granjeros. Medieros, aparceros, criados huerta: el lugar para trabajar para uno mismo, y no para
agrícolas, todavía ayer esclavos: residir fuera de la ciudad un amo, y cierto grado de autonomía. Un salario en efec­

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tivo y no en especie, como lo es a medias el del boyero: de esclarecimiento tropieza con los muros externos de la
poder gastar, incluso comprar lo superfluo antes que lo célula básica: la casa. Las oposiciones fundamentales pa­
necesario. Trabajar, sin duda: pero un trabajo que no le recen refugiarse en ella: la oposición esencial que separa
dé a la tierra y al amo más tiempo del que se merecen, y lo público de lo privado; y también todas las demás, que
que deje espacio para participar en la vida del grupo. fijan el lugar de cada uno, hombre, mujer o niño, según
“Instruirse”: no ser un palurdo, un cafone. Y sobre todo, su relación con los demás y con el mundo.
vivir en medio de los hombres y no de las bestias: es la Una casa a veces muy simple, elemental: basta con
única forma de ser hombre, y de sentirse como tal. Con­ una pieza de tres por tres metros, con una puerta como
dición necesaria, pero insuficiente. única abertura, como en las ciudades griegas arcaicas,
Porque si bien la ciudad, lugar de los intercambios, como en todo el Mahgreb, en Sicilia o en los bassi de
del tiempo libre y de toda la vida social, se opone sin Nápoles. Así es, todavía hoy, la casa del pobre. Sin em­
duda al campo, lugar del trabajo, de la vida animal y de la bargo, en cuanto es posible, la casa se agranda, se multi­
producción de los bienes materiales, no constituye un plica, se anexa un espacio cerrado —la zariba árabe— , se
espacio simple, homogéneo, donde bastaría con entrar desarrolla en torno a un patio interior —atrium o cortile
para convertirse en ciudadano, sino una estrecha imbri­ de las viviendas patricias— , al abrigo de miradas indis­
cación de espacios organizados según reglas no escritas, cretas. Todo a nivel de superficie, más que en altura: des­
y por ello aún más rigurosamente respetadas. Esas reglas de las insulae romanas, la construcción en alto, como en
legibles en cada nivel de la vida urbana definen la com­ nuestros inmuebles modernos, superpone espacios bien
plejidad de una cultura. diferenciados. Porque la casa responde siempre a la mis­
El urbanismo moderno nace en el Mediterráneo, en la ma necesidad: no sólo agrupar bajo el mismo techo a la
Grecia del siglo v, con Hipodamos de Mileto, inventor de familia y sus bienes materiales, incluidos los animales,
los planos en forma de tablero de damas. Triunfó en cada sino separada con claridad del exterior y defender así ese
época de estandarización cultural, donde la reproducción bien esencial, superior a todos los demás, que es el honor
sistemática de un modelo establecido, y considerado su­ del grupo familiar y de su jefe. De ahí los ritos propicia­
perior, cobra una especie de venganza sobre el desarrollo torios que presiden a su construcción. De ahí también,
espontáneo: la Grecia helenística, Roma, el Renacimiento el valor sagrado del umbral, frontera entre el interior y el
y la edad barroca, nuestro mundo contemporáneo. Más exterior, barrera contra las fuerzas malignas. No lo fran­
que necesidades funcionales, haussmanianas avant la let- quea cualquiera, si es un extraño, ni de cualquier modo:
tre, lo que proclama es la plena transparencia del espacio la nueva esposa, conducida por un pariente, después de
habitado por los hombres: la victoria del orden sobre la haber recibido las ofrendas de uso, garantes de su fecun­
sombra en una ciudad ideal colocada bajo el signo del es­ didad; el huésped sólo si es convidado por el jefe de fa­
píritu. Pero incluso en esta situación límite, el esfuerzo milia, y después de entregar un presente.

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Pero, apenas franqueado ese umbral, aparecen ense­ puerta se convierte, en el interior, en el muro de la oscu­
guida otras oposiciones. Porque la casa, radicalmente se­ ridad — el muro contra el cual se acuesta el enfermo— .
parada del mundo exterior, se organiza y se divide en su La lógica de la lengua, que designa de manera distinta las
interior siguiendo las mismas reglas. Es el dominio de la dos caras, externa e interna, de los muros, toma nota de
familia y de lo privado, porque es el de la mujer, nutrido- esta inversión de los puntos cardinales dentro de la casa:
ra y reproductora, y el lugar de las actividades biológicas la primera, “revocada con la llana por los hombres”, la
esenciales: el alimento, el sueño, la procreación. En con­ segunda, “blanqueada y decorada a mano por las muje­
secuencia, la presencia del hombre está limitada de ma­ res”. Entrando, a la izquierda, — con la espalda hacia el
nera estricta. Durante todo el día queda excluido: su lu­ sur, por lo tanto, orientada hacia el norte— está el espa­
gar está afuera, en el trabajo del campo; o, en la ciudad, cio de los animales. A la derecha, levantado y separado
en la plaza, el café, en la reunión con los demás hom­ del anterior por un muro que se eleva a media altura, el
bres: en verano, incluso, se verá como normal que a veces de los humanos: en el centro del muro de la derecha, o
duerma en el exterior. Si la vivienda, más rica, se vuelve muro de arriba, el hogar (kanun), rodeado por los uten­
bastante grande como para recibir huéspedes, se divide silios de cocina y las reservas de alimentos: aunque el
entonces en dos partes, una dedicada a la recepción, la grano destinado a semilla se conservará en la parte oscu­
otra reservada a las mujeres: el gineceo de la Grecia clási­ ra. Contra el muro del fondo, frente a la entrada, el telar,
ca, el espacio femenino, separado del espacio de los hom­ delante del cual se recibe al invitado y se expone a la jo­
bres, el andron: el harem —lo sagrado, lo prohibido— en ven desposada. Todo el espacio interior se articula, así,
el mundo musulmán. División fundamental, que encon­ en torno a estas oposiciones entre la sombra y la luz, la
tramos incluso en las tiendas de los nómadas, donde una noche y el día, lo bajo y lo alto, lo femenino y lo mascu­
cortina separa los dos espacios. Esta barrera, funcional lino. Como la muerte, la fecundidad de la mujer se vincula
en la medida en que expresa una estricta división de ta­ con la naturaleza; la actividad sexual del hombre, por su
reas entre hombres y mujeres, está también cargada de parte, se sitúa del lado del cultivo. Así como el pilar
símbolos. principal de la casa —un tronco de árbol hendido— es
Analizando la casa de la Kabilia como si fuera un tex­ femenino y representa a la esposa, cimiento también li­
to repleto de sentido, donde cada palabra remite a otra y gado de modo muy estrecho a la tierra, la viga maestra
existe sólo por ella, P. Bourdieu ha mostrado la compleji­ es masculina y se identifica con el amo, protector, defen­
dad del sistema de oposiciones y homologías que hace de sor y garante del honor familiar.
ella un microcosmos, pero un microcosmos invertido, ya Esta lectura minuciosa de un caso extremo revela la
que si la casa está orientada por lo común hacia el este, lógica latente en reglas y comportamientos que, desde el
la luz que entra por la puerta ilumina el muro del fondo exterior, tendemos a yuxtaponer sin vincularlos ni com­
que, en el exterior, mira hacia el oeste, y el muro de la prenderlos, tanto más cuanto que se presentan en estado

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fragmentario, en un mundo mediterráneo resquebraja­ tiempo apremia, ya sea ayudando al marido o a los her­
do, roto por la violencia unificadora de la modernización. manos, ya sea en equipos femeninos reclutados para de­
Otros tantos testimonios residuales de un pasado consi­ terminados trabajos: así, cada año llegan obreras de Me-
derado, en el mejor de los casos, arcaico, y que nos exige sina y Calabria a Catania para recoger cítricos y aceitunas,
un esfuerzo para reconstruir su coherencia: la división debidamente encuadradas por las ancianas y por un va­
de las tareas y el papel de la mujer, la familia y el honor, rón de la tribu. Pero, en conjunto, las actividades exter­
la jerarquía de la solidaridad. nas al hogar siguen siendo la excepción.
La división de las tareas: se define en relación con la Esta división del trabajo, que reserva a los hombres la
mujer, el hombre no interviene en los dominios que le parte esencial de los trabajos agrícolas, y a las mujeres
están reservados. La reproducción biológica: ser fecun­ la totalidad de las tareas domésticas, bastaría por sí sola
dada, echar al mundo, criar, educar y vigilar a los hijos, a para justificar la presencia de éstas en la casa. La cultura,
las niñas hasta su matrimonio que permite al padre o, en en la mayor parte de los países mediterráneos, hace de
su defecto, a los hermanos, confiar — ¡por fin!— la res­ esta permanencia una obligación, un deber, y cambia su
ponsabilidad a otro hombre, a los muchachos hasta la significado. El enclaustramiento de las mujeres, veladas,
edad, a menudo precoz (siete años — edad de la circun­ ocultas, invisibles para el visitante, se convierte a partir
cisión— en el Maghreb de hoy, lo mismo que en la Ate­ del siglo x v ii en un tema casi trivial en todos los relatos
nas clásica), en que empiezan a vivir entre los hombres. de viajeros europeos que atraviesan la parte meridional de
El cuidado de la casa y la preparación de los alimentos, Italia, los Balcanes otomanos, el Cercano Oriente o Afri­
en toda la extensión del término: no sólo limpiar y coci­ ca del Norte, y el tema ha perdurado hasta nuestros días.
nar, sino también hacer el pan, ir a buscar el agua y la Esta completa exclusión de la vida pública sorprende
leña, ocuparse de las aves de corral. Por último, en todos muy pronto al occidental, acostumbrado, sin embargo, a
los lugares donde el artesanado doméstico, del que tene­ ver a las mujeres cumpliendo las mismas tareas y vivien­
mos testimonios desde la época de Homero, ha resistido do en el mismo estatus de irresponsabilidad política y
a la economía de mercado, hilar la lana y tejer los vesti­ cívica. A sus ojos constituye un elemento de una civili­
dos del grupo familiar: el telar ocupa, como acabamos de zación que a menudo identifica — de manera equivoca­
ver, el lugar de honor en la casa de la Kabilia. Lo que no da— con el islam: lo encontramos idéntico en la Grecia
excluye, por supuesto, las conversaciones con las vecinas, del siglo v. Si, en efecto, la mujer debe quedarse en la
ni las habladurías en la fuente, lugar tradicional de la so­ casa — “tu casa es tu tumba”, dice el proverbio de la Ka­
ciabilidad femenina y punto de partida de tantas disputas bilia citado por P. Bourdieu— , no es tanto, sin duda, en
y grescas en las que, de buen o mal grado, los hombres se nombre de una inferioridad, real pero derivada — bien se
ven obligados a intervenir. Ni tampoco la participación sabe el poder que puede adquirir con la edad, y la fuerte
en los trabajos del campo, cuando falta mano de obra o el autoridad de la madre sobre sus hijos— , en virtud de

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w
una especialización casi mítica de sus funciones. Su fe­ por la Iglesia, forma parte del ritual tradicional de la
cundidad la convierte en el instrumento de la continui­ sepultura y el homenaje a los muertos. Todavía hoy se
dad familiar, por lo tanto en la depositaría del honor las puede ver en el Maghreb, en Sicilia, en Calabria, don­
masculino, un honor que puede mancharse incluso con de la mujer más anciana de la familia conduce las la­
una mirada. Da a los hombres un constante poder de mentaciones del día de muertos. Las encontrábamos
vigilancia, de exclusión, de castigo: el derecho — o más ayer en Montenegro, descritas por el abate Fortis en su
bien el deber— de vida y muerte, reconocido e incluso Carta... sobre las costumbres y los usos de los morlacos
impuesto por la costumbre al marido, al padre o a los (Berna, 1778):
hermanos.
Pero esta fecundidad es al mismo tiempo reconocida, En la iglesia [...] los parientes del difunto y las plañideras
valorada, exaltada como una potencia misteriosa y mági­ alquiladas cantan su vida en tono lúgubre... Durante el pri­
ca, protegida y amenazada a la vez por un conjunto de mer año después del entierro de un pariente, las mujeres
ritos destinados ya a defenderla, ya a suspenderla o abo­ morlacas van, por lo menos cada día festivo, a hacer nuevas
liría: el objeto de un combate, y también el objeto de un lamentaciones sobre la tumba y a extender sobre ella flores
culto, como en todas las viejas religiones mediterráneas y hierbas aromáticas. Si alguna vez la necesidad las obliga a
de la Madre Tierra — la Artemisa de Éfeso, de múltiples faltar a ese deber, se excusan ante el muerto, hablándole
senos, la Deméter griega, la Ceres romana, y su hija Pro- como si estuviera vivo [...] Le piden noticias del otro
serpina, raptada y desposada por Hades— , que le agregan mundo, y a menudo le dirigen las más singulares pregun­
un paredros, por lo general masculino, una divinidad de tas. Los hombres, por su parte, apenas enterrado el cuerpo,
segundo rango condenada a morir y a renacer cada año regresan a darse una comilona en la casa del difunto.
como la vegetación.
Dueña del ciclo del nacimiento y de la muerte, la La doble valoración de la castidad y la fecundidad fe­
mujer mantiene una relación privilegiada con las poten­ meninas refuerza el carácter sagrado y secreto de la casa,
cias subterráneas. Excluida a menudo de los edificios re­ cuyos límites geográficos se confunden con los del ho­
ligiosos y de las ceremonias del culto celebradas en la nor. Nuestras sociedades europeas han adoptado el mo­
calle y en los lugares públicos (y, cuando es admitida, delo aristocrático del honor concebido como una relación
siempre está estrictamente separada de los hombres), consigo mismo más que con otro, como un valor moral
reina sobre los cementerios, donde tiene el privilegio de inatacable por definición desde afuera, y han aceptado
acudir ella sola. Ella es la que amortaja a los muertos, ella que esté reservado, de hecho, a las clases superiores. En
quien intercede ante ellos. La plañidera, de cuya existen­ el Mediterráneo, el honor tiene el mismo valor para toda
cia hay testimonios desde la Antigüedad griega y latina, la sociedad, lo mismo para los pobres que para los ricos,
condenada inútilmente y con más frecuencia tolerada y aún más para los pobres que para los ricos: es el único

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bien que les queda a los que nada poseen. Cobra así un —las hijas del tío paterno— , permite impedir la frag­
sentido concreto, objetivo, y aparece ligado a cierto nú­ mentación y dispersión de los bienes del grupo. Tomar
mero de criterios materiales bien definidos, tales como mujer de un linaje vecino, por la violencia o la autoridad,
la castidad femenina. Es percibido como un tabique y refuerza el honor del grupo; cederla, lo disminuye.
una barrera a imagen de los muros de la casa: “Un tabi­ Esta traducción espacial de las relaciones familiares
que que separa — escribe Bichr Farés a propósito del ve redibujarse y reforzarse sus fronteras, a intervalos re­
mundo árabe— a quien lo posee del resto de los hom­ gulares, por la filiación patrilineal. En cada generación,
bres... una barrera que pone al individuo o al grupo al las mujeres casadas fuera del grupo agnaticio son exclui­
amparo de los ataques exteriores”. Se identifica así con das del linaje, lo mismo que sus descendientes. A la im­
un espacio, y con el grupo que allí vive: valor pasivo para precisión de los límites de la parentela, generadora de
las mujeres, activo para los hombres, colocado bajo la inestabilidad social, ésta puede oponer entonces el rigor
responsabilidad del jefe de familia, que debe garantizarlo de sus contornos a la vez materiales — un conjunto de
contra todo ataque —porque en ese caso se perdería de bienes, un “territorio”— e inmateriales: la jerarquía de las
forma inevitable— , que es colectivo antes que individual. solidaridades que fija y determina el lugar de cada uno
De hecho toma un carácter personal sólo en las socieda­ dentro del grupo, la ayuda que debe y que le es debida.
des cristianas, basadas en la pareja y no en la descenden­ Define un eje temporal único; cuya continuidad sólo los
cia: lo que nos remite, una vez más, a la familia. hijos pueden asegurar, y funda el predominio del mundo
Una vez más el islam, mejor estudiado por los etnólo­ masculino en el mundo femenino. Predominio que des­
gos, proporciona los ejemplos más congruentes. Como la borda los límites del islam para extenderse al conjunto
de la antigua Roma, fundada en la gens, la sociedad mu­ del Mediterráneo, debido a razones por otra parte com­
sulmana reproduce en efecto la estructura patriarcal de plejas: la herencia de Roma que hace que las familias pa­
las descendencias agnaticias que ha conservado amplia­ tricias italianas del Renacimiento, incluso las surgidas
mente desde sus orígenes beduinos: estructura que debe del comercio, recuperen la vieja regla del fideicomiso; la
conciliar con la ley coránica que atribuye a las hijas su tradición particular de la Iglesia oriental, que somete de
parte de herencia. En todos los casos en que un Estado modo más estricto el matrimonio de las hijas a la autori­
fuerte y jerarquizado no ha logrado imponerse en forma zación del padre; es la exacerbación del sentimiento del
duradera, su equilibrio político descansa sobre el de esos honor al contacto con el islam: así ocurre en la Castilla
mismos linajes entre sí. Cada núcleo familiar se integra, medieval. Lo cierto es que, en todas partes, el espacio pú­
por lo tanto, dentro de un conjunto más amplio, que se blico está reservado en principio al hombre. Derecho y
define como un espacio cerrado, sometiendo el intercam­ deber al mismo tiempo, por otra parte: porque no puede
bio de mujeres a reglas rigurosas: una estricta endogamia, ser hombre si no se sitúa bajo la mirada de los demás,
que dé preferencia a las “primas paralelas patrilaterales” desafiándolos, enfrentándolos.

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Este espacio público de la ciudad, donde tiene que ca toda esa circulación confusa y caótica de las callejue­
aparecer, se encuentra doblemente definido, por su mis­ las. Mejor defendida siempre contra las intrusiones de
ma naturaleza. En relación con la casa, lugar del reposo los particulares, mientras subsiste una vida colectiva, es
y del sueño, pero espacio cerrado, femenino, prohibido y el dominio público por excelencia, una constante del ur­
por defender. En relación con la región llana, la “región banismo mediterráneo desde el agora griego y el forum
vacía” de la campiña, espacio abierto, pero lugar del tra­ romano. Plaza Mayor, decorado obligado y a menudo
bajo y de la naturaleza. Se impone por lo tanto como el fastuoso de las ciudades españolas. Plazas estrechas, apre­
espacio de la acción sin trabajo: lugar del ritual y de la tadas alrededor del puerto, de las islas griegas. Plaza de la
fiesta, del gesto y del espectáculo, de los placeres y de los Señoría o de la Comuna de las ciudades de la Italia cen­
juegos. tral. Gran plaza de Dubrovnik — Placa— que se extiende
Lugar del ritual: no hay ciudad sin fundador real o mí­ desde una puerta a otra de la ciudad y la divide en dos. Es
tico, héroe o santo. Sin un centro a la vez político y reli­ el lugar de los encuentros y las palabras, de las asambleas
gioso. Sin una muralla que, a imagen del pomerium roma­ de ciudadanos y de las manifestaciones en masa, de las
no, la separa en realidad del campo y la coloca bajo la decisiones solemnes y de las ejecuciones.
protección divina. Sin una orientación claramente legible: En el origen era un simple lugar de reunión, pronto
la de su plano cuando es regular, la de su cardo y su decu- se rodea de pórticos y arcadas, abrigos contra el sol y la
manus que se cortan en ángulo recto; la de su eje de des­ lluvia. Sólo acoge, y ya como una excepción, al mercado,
arrollo; la de las rutas que le dieron origen y se detienen pero reúne en torno a ella los principales monumentos
ante sus puertas, pero que la unen, a través del campo, el religiosos y civiles, a los que sirve a la vez de antecámara
desierto o el mar, con otras ciudades; la del presbiterio de y proscenio: el templo de Roma y de Augusto, y la curia,
sus iglesias o la dirección de las plegarias. Toda ciudad ex­ la catedral y el antiguo palacio de la podestá. Expresa el
trae su sentido y su realidad de un sistema de señales. éxito material y político de la ciudad. En cuanto ésta se
Sea cual fuere su plano, geométrico o espontáneo, la agranda, la plaza se multiplica y se especializa. Debajo de
ciudad está organizada para los intercambios entre los la Plaza Mayor se dibuja toda una compleja jerarquía, que
hombres: y para los intercambios de signos y símbolos reproduce la de la vida social: una plaza para cada barrio,
más que de bienes. Lo importante es, pocas veces, la ca­ para cada comunidad étnica o religiosa; una plaza tam­
lle, lugar de paso estrecho y atestado que las casas tratan bién para cada función, mercado, culto, asamblea, fiesta;
siempre de anexarse como patio: basta con sacar algunas una plaza con dimensiones de calle —un corso— a lo lar­
sillas para que el barbero afeite allí a su cliente, los niños go de la cual se alinean las casas de los ricos y las tiendas
hagan sus tareas o jueguen en ella bajo la mirada de las de lujo, y donde desfilan procesiones y cortejos; para
mujeres que cosen o tejen. El verdadero centro de la vida cada plaza, por último, su propio matiz, aristocrático o
social se sitúa en otra parte, en la plaza adonde desembo­ popular. Pero en el menor caserío basta siempre con un

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espacio cerrado cerca de la iglesia o la alcaldía, con un sociedad de hombres. El del juego, por último, que ocu­
café, con algunos árboles y un poco de sombra, para que pa un lugar tan importante en la vida de los mediterrá­
los hombres se reúnan entre sí, y hagan existir la plaza. neos. La partida de cartas, un cuadro de Cézanne, una
El destino original de las ciudades musulmanas pro­ escena no menos famosa de Pagnol... Pero también los
vocó en ellas una distribución diferente del espacio, es­ tableros de damas encontrados en las baldosas del Foro
parciendo las funciones de la plaza. El único lugar de re­ Romano, los cubiletes y los dados, símbolo, desde César,
unión de los hombres, en el centro de la ciudad, es la del azar. Se jugará en todas partes: en la calle cuando se
mezquita y su patio, rodeado de medreses, de hans y de es pobre, pero con mucha mayor frecuencia en un lugar
baños. Allí se anuncian las decisiones del poder y las ple­ público, un café o una terraza, o, cuando se acentúan las
garias recitadas en nombre del soberano. La vida comer­ diferencias sociales, en el club o en el círculo. Toda ciu­
cial se ha instalado en los zocos y en los bazares; pero dad andaluza tiene así su “círculo de labradores”, toda
otras plazas, sin duda las más grandes, se desarrollan a las aldea de Sicilia su o sus círculos rivales de galantuomini:
puertas de la ciudad, donde desembocan las caravanas y un lugar que rompe con la solidaridad social, sin duda,
se descargan los camellos. pero donde uno se encuentra entre iguales, para cono­
Callejuelas, calles y plazas dibujan así el espacio del cerse y desafiarse, porque la apuesta acompaña siempre,
ocio. El grupo se ofrece allí como espectáculo, se mira a al juego.
sí mismo. Los hombres que por ahí caminan, que hablan Existen, por supuesto, ciudades industriosas y atarea­
y se demoran allí, no van a trabajar. Salieron en la noche das, como Barcelona, Marsella o Génova, atrapadas hoy
con su barca de pesca, pasaron la jornada en el campo. en la corriente de la economía mundial que habían sabi­
O, como tantos mediterráneos, sólo trabajan de forma do dominar ayer. Pero se presentan como casos un tanto
irregular, unos pocos días al año, y esperan un hipotéti­ excepcionales. En todas partes predominan aún, como
co empleo. O incluso, y hoy día cada vez con mayor fre­ predominaban en la Atenas de Pericles, en la cumbre de
cuencia, han dejado atrás su vida de trabajo, transcurrida su potencia artesanal y comercial, los valores del ocio: el
en Norteamérica o Alemania, en Venezuela o Australia, trabajo sigue siendo para los demás, si no es que para los ■
y han regresado a terminar sus días al lado de los suyos. esclavos. Y la única actividad que tiene un lugar recono--
El tiempo de la ciudad puede así imponer su propio rit­ cido en toda la ciudad — el comercio, el intercambio de
mo, que no es el del trabajo, monótono y regular, sino el bienes— tiende a vivir al ritmo de ese tiempo libre. No
discontinuo del silencio y la palabra, de las largas discu­ hay ningún interés, ya se sabe, en un negocio concluido
siones que preparan toda decisión, acompañan todo ne­ con demasiada rapidez. Vender y comprar, ganar o per­
gocio, comentan todo acontecimiento. El del paseo, la der, parecen pasar a un segundo plano, después del placer
passeggiata. El del ouzo saboreado largamente: no se en­ del regateo, de la discusión prolongada indefinidamente,
tra al café para beber, sino para ocupar su sitio en una interrumpida y reanudada, que sólo concluye cuando los

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dos actores pueden felicitarse el uno al otro por haber belleza del deporte, como observador neutral. De allí
jugado tan bien el juego. también la celebración de la victoria a la manera del
Sea cual fuere su importancia, sin embargo, vivir bajo triunfo: toda la ciudad se identifica entonces, durante un
la mirada del otro no podría constituir un fin suficiente. tiempo por lo demás muy breve, con su equipo.
El espectáculo se agotaría en su gratuidad, si de indivi­ La corrida de toros toca de manera más sutil en dos
dual no se convirtiera en colectivo. Reclama esas grandes registros que se superponen sin confundirse. El visible
representaciones que movilizan al grupo en su totalidad de una celebración que agrupa en el mismo lugar cerrado
y que le permiten experimentar, en el sentido más com­ del ruedo al conjunto de la sociedad urbana — todas las
pleto del término, su cohesión: expresarla, verificarla, per­ clases reunidas, pero no mezcladas— para asistir al mis­
cibirla en todo su poder, y extraer de ella una renovación mo combate, experimentar los mismos temores y exaltar
de confianza. Esas representaciones marcan los tiempos al mismo héroe. El de la complicidad más íntima que se
intensos de la vida social. En la Antigüedad era el teatro, establece a nivel inconsciente entre el espectador y la pa­
los juegos circenses, las carreras de carros y los comba­ reja formada por la bestia y el hombre que la doma me­
tes de gladiadores, cuya condena por parte de los mora­ diante el valor y la inteligencia antes de matarla, como si
listas del Imperio romano, aunque justificada por su de­ las dos bravuras enfrentadas tuvieran que equilibrarse
gradación, nos hace olvidar su origen y su dimensión para justificar la condena a muerte final.
religiosos. En nuestros días, en todas partes o en casi to­ Pero el espectáculo cambia de dimensión cuando se
das, el deporte, la corrida de toros en el área española, las libera del ruedo o del estadio y elige por escenario a la
grandes fiestas religiosas y cívicas celebradas todavía por propia ciudad, rompe la frontera que separa actores y es­
algunas ciudades italianas y que dan testimonio de un pectadores, moviliza a toda o a parte de la población. Tal
pasado reciente. En todos los casos se trata de espectácu­ era la función evidente de las grandes procesiones que
los de hombres, realizados por hombres y para ellos. hacían desfilar a través de la ciudad al conjunto de sus
Si el deporte, bajo la forma del deporte colectivo, y habitantes, cada uno en su lugar y en su rango, en una
sobre todo el fútbol, ha podido ocupar el primer lugar, ceremonia a la vez política y religiosa: el friso de las Pa-
es sin ninguna duda menos por su valor atlético que por nateneas nos ha legado el modelo clásico. Pero el ejem­
haberse hecho cargo, aunque sea en forma empobrecida, plo del carnaval romano muestra la fragilidad de ese tipo
de la función que Aristóteles asignaba a la tragedia grie­ de fiesta, la rapidez con que se degrada de celebración en
ga: la purificación de las pasiones llevada hasta el pa­ simple representación, en cuanto el poder la anexa a su
roxismo en el espectador durante el tiempo de la repre­ servicio. Se la puede encontrar todavía, a la vez arcaica y
sentación. De allí el desencadenamiento de las violencias pobre, pero más cercana al modelo inicial, en las peque­
partidistas que reproducen las de las luchas de clanes en ñas ciudades del sur italiano. Porque Italia debe a la mul­
la vida política: imposible asistir a un encuentro por la tiplicidad de sus ciudades una excepcional riqueza de
fiestas colectivas. La carrera de caballos montados a pelo
que sobrevive en Siena era un elemento normal del “pa­
lio” que se corría aún, hace too o 150 años, en todas par­
tes, y en primer lugar en Roma, en el Corso.
Del mismo modo, las fiestas de los Cirios, ceri en
Gubbio, o la de los Lirios, gigli, en Ñola, donde los parti­
cipantes llevan por las calles de la ciudad esas “máquinas”
de madera que pesan varios quintales o varias toneladas,
ocultan tras el pretexto religioso del homenaje rendido
al santo protector un doble aspecto. Uno deportivo, in­ COLECCIÓN
negable, una prueba física impuesta a los jóvenes. El otro
político y cívico: en todos los casos, la fiesta apunta a
reconciliar a los barrios a través de una justa cuyo resul­ POPULAR
tado debe renovar el pacto de fundación, y unificar así, Para festejar
de manera simbólica, el espacio siempre frágil y amena­ cumplidamente este año
los cincuenta de la Colección
zado de la ciudad. P o p u lar, E l M editterráneo.
El espacioy la historia, de Fernand
Braudel, editado por vez primera en español
en esta colección en 1989, ve la luz de nuevo en
septiembre de 2009, cuando se imprimió en Impresora
y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. ( i e p s a ) , Calzada
San Lorenzo, 244; 09830, M éxico, D. F., con tiraje de 2000
ejemplares. La composición, en que se emplearon tipos Fondo Book, la
hizo, en el Departamento de Integración Digital del f c e , Gabriela López Olmos;
el diseño de interiores corrió a cargo de Guillermo Huerta González, y el de la
portada, de Teresa Guzmán Romero. El cuidado editorial fue de Julio Gallardo Sánchez

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