Perlongher Prosa Plebeya
Perlongher Prosa Plebeya
Perlongher Prosa Plebeya
PROSA PLEBEYA
Ensayos 1980-1992
"Al atardecer, todas ellos cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de hierro
de los balcones, para que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas, y de
noche, a remolque de sus mamas —empavesadas como fragatas- van a frasearse
por la plaza, para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y sus pezones
fosforescentes se enciendan y se apaguen como luciérnagas".
Oliverio Girondo (1920)
No todos saben que si las chicas de Flores arrojaren hoy en día su seno
a pedacitos, antes que un caballero se inclinare a recogerlos se haría
presente un patrullero. Del mismo modo, quien se atreviere a ir en
deshabillé al mercado, no sería apenas condenada por el cotorreo de las
vecinas: caería sobre ella el peso azul del Estado.
Es sabido que una mujer no sólo debe ser decente sino aparentarlo.
En nuestra pacata nación, celosos agentes (¿celosos de qué?) han
sustituido a las mamas que nunca se olvidaban de decirnos: Nena, lleváte
un saquito. Para el cumplimiento del edicto policial arriba transcripto,
sería menester la edición de un boletín de modas policiales. ¿En qué se
basa la autoridá para saber cuándo una vestimenta es o no indecorosa?
Dedúcese que en esa categoría habrán de entrar la minifalda y bretel —si
no el escote en V. Por si las moscas, les cabría a las chicas de Flores el
inciso 29 H (pavor de los gays y de las prostitutas) que condena, con
arresto de 30 días, a "las personas de uno u otro sexo que públicamente
incitaran o se ofrecieren el acto carnal" (orden del día del 19 de abril de
1949). Los eyaculadores auditivos están también punidos por el edicto del
piropo (2- B) -sólo que cuando una señorita se queja, el agente responde:
¿y qué pretende usted así vestida?
Esperemos que a las chicas no se les ocurra tomar un clarito en la
Confitería del Molino: les puede caer una “ebriedad” por la cabeza (para
aplicar este edicto, la exigencia legal de “dosaje alcohólico” es, “por falta
de medios”, generalmente obviada). También les puede pasar que presas
de pánico echen mano del saco de un caballero transitante: error fatal: es
el 2° F que les cabe a "los que se exhibieran en la vía pública o lugares
públicos vestidos o disfrazados con ropas del sexo contrario”.
¿Retroceder al zaguán? Siquiera eso, viene el texto del 2-G: "las
prostitutas o su servidumbre que desde sus casas incitaren a las
personas”. Cierto que ellas no cobran; pero eso no interesa. Veamos lo
que le pasó a Nélida: “No había ningún trato íntimo con él, la cosa era de
simple amistad. Dos policías de civil entraron en el bar y nos llevaron a
todos a la comisaría. Allí ‘me fabricaron’ un antecedente de prostitución
porque el hombre que estaba conmigo firmó una declaración que decía
que me había pagado. Lo presionaron amenazándolo con llamar a la
esposa, y decirle que estaba con una prostituta... Desde entonces quedé
‘fichada* con el 2ºH”. Y aunque la chica no haga nunca nada a nadie,
tararear “qué me importa tu pasado, lo que has hecho y lo que harás”, de
nada sirve —¡minga!— porque por "averiguación de antecedentes” se la
llevan por 48 horas a la sombra de los barrotes en flor —y no va a precisar
arrojar su cuerpo a pedacitos “a todos los que le pasan la vereda", porque
es posible que se lo hagan pedacitos ahí mismo—. “Conocemos sus
métodos”, dicen los enanos de Herzog.
La chica se puede hartar de que la confundan y tomarse el ómnibus a
Córdoba —donde rige, desde 1980 (¡oh juristas del proceso!) un Código
de Faltas que impide confusiones: “Serán sancionados con arresto hasta
treinta días quienes ejerciendo la prostitución se ofrecieran o incitaren
molestando a las personas o provocando escándalos. Se entenderá que
hay ofrecimiento respecto de la mujer (o el homosexual o vicioso sexual)
que permaneciera en la vía pública en circunstancias que exterioricen un
atentado contra la decencia pública. En todos los casos, será obligatorio
el examen médico venéreo y, en su caso "la internación curativa” (Art.
229). Cada provincia tiene sus normas, las cordobesas pueden apelar (con
suerte) ante el juez. Pero... quienes juzgan las “circunstancias del decoro”
son los comisarios y subcomisarios, habiendo un plazo de 3 días para la
resolución, 24 horas para la apelación y 20 días para que el juez decida.
Eso quiere decir que cualquiera puede comerse hasta 24 días en cana,
sólo porque algún agente receloso vuelque sobre una su mirada
perversa...
Si para las damas es menester recato, los caballeros deben conservar
los tics de la virilidad más antológica. “Encontrarse un sujeto conocido
como pervertido en compañía de un menor de edad” (a la salida del
kindergarten, por ejemplo), basta para comerse 30 días en la Capital (que
ascienden a 90 en Córdoba). Para ser “conocido” es suficiente tener
“antecedentes” o por medio de “datos fehacientes y bajo la firma del
director o jefe de secciones de la Dirección de Investigaciones” (art. 452
del RFC). ¿Una firmita acá? —y salváte si podes.
Nena, si querés salvarte, nunca te olvides el saquito, el largo Chanel, el
rodete. No te quedes dando vueltas en la puerta de un bar. Y, lo peor de
lo peor, no se te ocurra hablar por la calle con alguien de quien no sepas
su nombre, apellido, dirección, color de pelo de la madre y talle de la
enagua de su abuela: la policía los separa y si no saben todo uno del otro,
zas, adentro. Tampoco salgas con una amiga —no te hagas la
desentendida. Y, si sos casada, no salgas sin los chicos: porque ¿qué hace
una madre que no está cuidando a sus hijos? Y nunca te olvides lo que
decía el General: “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”. Pero,
¿usted de qué trabaja, señorita? Me va a tener que acompañar.
¿Continuará?
(EL SEXO DE LAS LOCAS2)
San Pablo. Cierta pulsión nómade se abre paso por los intersticios de
la ciudad. Estos impulsos no suelen manifestarse abiertamente a la luz del
día. Es preciso buscarlos no en la carnalidad resplandeciente de la urbe
sino en los brillos opacos del margen, en los devaneos a través de la
noche donde instauran, siempre precariamente, el encanto de su
misterio, aduares transparentes que casi consiguen mantenerse en
secreto. Una semiclandestinidad de luces negras parece ser la marca de
estas irrupciones en las anfractuosidades de la ciudad en sombras. Sin
embargo, esa multiplicidad de solitarios puntos de fuga parece no
decidirse a desencadenar completamente la vasta subversión con que
amenaza. Los nómades urbanos parecerían más bien encender, más que
alguna devastadora hoguera, una sucesión de pálidos fuegos, señales
apenas reconocibles de una diferencia que, aunque radical, simula
resolverse en fatuos rescoldos melancólicos.
Algunos de esos circuitos operan, en verdad, contenidos o sumergidos
en los tránsitos o circulaciones más globales. Trataríase, mejor, de ciertos
funcionamientos que, aunque amarrados a máquinas más genéricas y
totalizantes, no dejan de mantener con relación al cuerpo social
normalizado un guiño de inquietante extrañeza, de relativa exterioridad.
La práctica social (o, mejor, microsocial) de la prostitución virial aparece
como resultante de uno de esos encuentros: masas de adolescentes
desterritorializados por la miseria, aminorados por la edad, masas de
homosexuales pescando en los zanjones de la marginalidad las aguavivas
del goce. En esa búsqueda una diversidad de dispositivos sociales entran
en acción. El deseo, vehiculizado y al mismo tiempo reconvertido por el
dinero, obtiene una suerte de reverso de las grandes oposiciones binarias
que atraviesan y segmentan el cuerpo social: oposiciones de clase
(rico/pobre), de edad (joven/viejo), de género (macho/ marica),
intensificando las diferencias en la producción del goce.
¿Qué es el “negocio del michê”7'? ¿Cómo y dónde funciona? Una
visión entre impresionista y surrealista se filtra en este verso (escrito por
un protagonista del submundo de la prostitución masculina): “...por los
cuerpos en fila una náusea imprecisa...”. Muchos de nosotros hemos
alguna vez pasado junto a ellos, sin necesariamente percibir el tipo de
transacción, que, en esa circulación nocturna de los cuerpos, se consuma.
Lo primero que se ve son cuerpos provocativamente machos: ciñe un
blue jean gastado la escultura de esa teatralidad del virilismo; telas
rústicas, antes opacas que brillosas, que se adhieren viscosamente, a una
protuberancia que destacan: hay en esos cuerpos sobreexpuestos toda
una escenificación de la rigidez, de los varios sentidos de la dureza. Su
belleza, en los pesados circuitos de la baja prostitución, deriva, más que
del atletismo, del trabajo, del esfuerzo, de la penuria. Es el machismo de
las clases bajas lo que se ofrece en venta (machismo que sería, según
Bourdieu8, constitutivo de la oposición clásica burgueses/proletarios,
identificando estos últimos la femineidad con la sumisión), estos cuerpos
en fila tienen (náusea imprecisa) la fascinación de la sordidez, guardan en
su sonrisa áspera y cínica la promesa de una aventura cuya intensidad
consiga desafiar, para avivarse aún más, todos los riesgos.
Más allá del impresionismo, conviene inscribir este espectáculo en la
intersección de una multitud de coordenadas sociales. Los puntos de
prostitución viril constituyen nudos en una red de flujos. En primer lugar,
la microterritorialidad del punto forma parte de otra superficie más
amplia y difusa. La dimensión de dicho territorio se verifica en el espacio
urbano —tomando la ciudad no sólo desde la perspectiva de la
arquitectura que la erige, sino también a partir de las circulaciones que la
recorren. En el plano empírico, los “puntos de michê” del centro de la
ciudad de San Pablo se sitúan, por así decir, en las riberas del
denominado “gueto gay”. Lo impropio de esa denominación se constata
de inmediato: mientras que los guetos gays norteamericanos configuran
verdaderos barrios residenciales, con su comercio y sus instituciones
propias, en el caso de San Pablo se trata de áreas de circulación y
encuentro con fines erótico-sociales, y no de habitación fija. Si el término
“gueto” evoca algún rasgo étnico, la denominación vernácula de “Boca”
se asocia a un foco de emisión de flujos que, además de aplicarse a los
sitios de prostitución —diferenciada en Boca do Laxo (Lujo) para la alta
prostitución y Boca do Luxo (Basura) para la baja prostitución—, se
extiende a otras transacciones marginales: Boca do fumo (tráfico de
marihuana), etc. Tal inserción del circuito homosexual del centro de San
Pablo en los corredores de las "Bocas” manifiesta, por añadidura, cierta
relación de contigüidad entre las marginalidades sexuales (que atentan
contra el orden de la reproducción sexual) y económicas (que atentan
contra el orden de la producción social); lazo entre homosexualidad y
marginalidad que se mantiene vigente a despecho de los reclamos de
dignidad de los homosexuales más modernizados.
Por otra parte, el michê actúa como una especie de puente entre las
marginalidades, dado su anclaje en el lumpenaje y su relación privilegiada
con la delincuencia. Relación ésta que no se limita al plano abstracto sino
que se denota en las solidaridades prácticas que se establecen entre los
diversos marginales del área tras las rejas de las celdas donde todos
acaban, una vez u otra, recluidos, en un máximo de sedentarización
compulsiva con que la maquinaria policial pune sus excesos nómades. En
la intimidad de las prisiones, los malandros protegen a los mides (quienes,
según aquéllos, “están en la lucha”) y los travestís a las locas.
Se van delineando los personajes de esta red de tránsitos. Es preciso
evitar la tentación de pensarlos en tanto “identidades”, para verlos en
cambio como puntos de calcificación de las redes de flujos (de las
trayectorias y los devenires del margen). Las nomenclaturas se inscriben
en la trama de los cuerpos —que nunca se encuentran totalmente donde
ellas los marcan, de ahí que las asociaciones nominativas proliferen y
estallen trastornando la transcripción sociológica. Los nombres—señas de
pasaje, antes que bautismos ontológicos— en uso cargan un dejo de
carnalidad insultante: bicha bofe, michê, travesti, gay, boy, tía, garoto,
maricona, mona, oko, eré, monoko, oko mati, oko odara y sus sucesivas
combinaciones y reformulaciones9 (¡un total de 56 nomenclaturas en sólo
algunas manzanas!); estos nombres barroquizan hasta tal punto el
sistema clasificatorio que resulta válido asociar esta inflación de
significantes a la proliferación de divinidades que Lyotard, en su Economía
Libidinal, percibe en el paganismo del Bajo Imperio Romano: “Para cada
conexión, un nombre divino; para cada grito, intensidad o embestida, un
dios pequeño (...) que no sirve exactamente para nada, pero que es un
nombre de tránsito de las emociones”10: incomponibilidad de figuras
simultáneas que roe cualquier ilusión de identidad.
Esa dispersión clasificatoria admite, sin embargo, esbozar una
genealogía. La proliferación resulta del choque de dos modelos
clasifícatenos de la homosexualidad masculina, según el esquema de
Peter Fry11: un modelo “arcaico”, popular y jerárquico, cuyo paradigma es
la relación marica/macho (en la que “la marica es la suela del zapato del
chongo”) y otro modelo “moderno”, de clase media e igualitario,
conforme al cual ya no se trata de un homosexual afeminado que se
somete ante un amante varonil (que no se considera homosexual), sino
de un sujeto asumido como homosexual que se relaciona de igual a igual
con otro sujeto también asumido como homosexual (relación gay/gay).
El michê ocupa, en ese cuadro retórico, el polo masculino, mientras
que el travestí —su antónimo en el campo de la “prostitución
masculina”— ocuparía el polo femenino. La expresión “prostitución viril”
busca, precisamente, salvaguardar la distancia de esa diferencia, que,
remarcada en la apariencia, revela, de paso, una desemejanza procesual.
Mientras que la femineidad radical del travestí es posible de desen-
cadenar, reconocen Deleuze y Guattari en Mil Mesetas12, un devenir
mujer, la virilidad del prostituto manifestaría, si no una copia, acaso una
exacerbación paródica del modelo mayoritario de Hombre socialmente
dominante, que le corresponde por asignación anatómica.
Entre los extremos de la polaridad maché/travesti, mil variaciones,
aludidas por nomenclaturas que declinan el grado de ortodoxia varonil:
michê marica, michê gay. etc. Nomenclaturas que —insistimos— no fijan
identidades, sino que denominan pasajes intensivos. De hecho, un michê
macho puede transformarse en michê gay con sólo cambiar de punto de
exhibición. La variación podrá inclusive suceder in situ: “Llegué a una
fiesta con un cliente con el que andaba. Ahí había boys y maricones. Pero
bebí demasiado y comencé a mariconear; hacer ademanes femeninos, me
volví marica. Entonces la loca, que estaba conmigo se puso a hacerse el
macho y a disputarme con los otros michês que me querían coger”.
Por regla general los michês no son o no se consideran homosexuales,
residiendo en esa renuencia, demandada por los mismos clientes (que
buscan muchachos que no sean homosexuales), buena parte de su
encanto. Los intentos de atribuirle una identidad sociosexual al prostituto
viril fracasan ante esa negación de base. Trátase de definirlo teniendo en
cuenta su representación —tan engañosa cuanto reclamada— como
heterosexual, pese a que su práctica sea, en la mayor parte de los casos,
homosexual. O, atendiendo a su proclamada posición en el coito, como
activo —pero se sabe que esa postura tan estridentemente esgrimida
puede cambiar frente a un sobreprecio. Acorralado por las invectivas de
un cliente irritado, que le echa en cara su supuesta homosexualidad
profunda, un joven michê, retratado por Damata13, estalla: “¡Carajo! ¡Me
estoy volviendo loco! (...) No sé más qué carajo soy (...) Si soy hombre o
soy puto o qué carajo soy”.
A la deriva
Fuga y captura
Doble movimiento: por un lado las “áreas de perdición y vicio de las
grandes ciudades”—las “regiones morales” que obsesionaban a Park17 ya
por 1920, preocupado por entender “las fuerzas que en toda gran ciudad
tienden a desarrollar esos ambientes aislados, en los cuales los impulsos,
las pasiones y los ideales vagos y reprimidos se emancipan de la moral
dominante”— configuraría una especie de “punto de fuga libidinal”,
donde “las pasiones, instintos y apetitos; incontrolados e indisciplinados”,
los “impulsos salvajes” reprimidos o sublimados por el orden urbano,
hallarían descarga. Simultáneamente, esos deseos proscriptos,
desterrados del cuerpo social, serían reconocidos, clasificados y
controlados, “reterritorializados” en la válvula de escape de la “región
moral”.
Esa “territorialidad perversa” —en cuyos desplazamientos y
transformaciones la presión policial está siempre presente— se instala en
la materialidad concreta del paisaje urbano en movimiento. Los límites
difusos del territorio están dados también por los códigos: la fórmula
“código-territorio” expresa, dice Guattari18, la relación entre el código y el
territorio definido por su funcionamiento: “Desorden organizado” —
según la expresión de Bataille19— que la transgresión instaura, pero que
no es un mero reverso perverso de la ley: categorizaciones vagas, fluidas,
superpuestas, cada una de ellas actuando como “operadores de
intensidad libidinal”: territorialidad itinerante, legible en las redes de
circulaciones y encuentros entre los cuerpos que, en alas del deseo,
deambulan: territorialidad oscura, que instala en el corazón de la noche
su esplendor patético, la trama de sus secretos y sus escondites:
territorialidad nómade: en las derivas de los noctámbulos, en los
vagabundeos del sexo y de la droga, en los turbios ilegalismos tramados
en las madrugadas, se estarían manifestando —indican Stebler y
Watier20— trazos del antiguo nomadismo de masas, criminalizado y
patologizado cuando sólo el hecho de vivir en la calle, de no tener un
lugar fijo, se volvió locura o delito. Pero territorialidad también artificial
—en el sentido del Antiedipo21—: familias más exóticas que entretejen
corsets barrocos, eficaces en su fragilidad, junto al muro que obstruye la
hendidura de las fugas que amenaza hacer estallar el socius.
Hay, en la base de toda la práctica de la prostitución, a veces triste
pero siempre dinámica, un impulso de fuga. En el caso de los muchachos
de la noche, fuga de la familia, del trabajo, de toda la responsabilidad
institucional o incluso conyugal. En la homosexualidad masculina podrían
configurarse, dice Guattari22 puntos privilegiados de ruptura con el orden
social, pasibles de abrirse a un devenir mujer, plataforma de todos los
devenires. Submundo brumoso, fugaz, casi inasible. Hay un primer
movimiento de salida de la constelación familiar. Deslumbrados por las
luces del centro, los muchachos, sin saber demasiado bien qué es lo que
van a encontrar, confluyen hacia la “zona”:
"Cuando comencé a trabajar en el centro (13, 14 años), ni sabía cómo
era ese asunto de acostarse con hombres... Imaginaba que tendría que
pagar y que sería demasiado caro. Pronto descubrí las boites y comencé a
hacer programas. Entonces me asusté. En mi cabeza imaginaba que sería
un placer puro. Pero no: las locas son tontísimas, crean sus patrones,
rotulan, uno tiene que ser algo dentro de esa clasificación” (Un joven
entrevistado.)
En el cuento “Galería Alaska” (referencia a un denso centro de
prostitución de rio de Janeiro), Joao Antonio23 da una visión más brutal
del proceso. Llegando del suburbio en “ómnibus desvencijados”: “La
muchachada se inicia justamente en la Galería Alaska, convencida de que
con el físico, la juventud, trucos y yeites, conseguirá de lo mejor en
mujeres, night-clubs, facilidades y exhuberancia. Y que las minas, las
madames, a las que les faltan machos de verdad, les darán todo, incluso
dinero. Por lo común, sin embargo, la proeza es otra y, por falta de
dinero, los muchachos del suburbio comienzan a acostarse con
pederastas. No es sólo el papel pintado, el dinero lo que les falta; no
tienen compañía, amigos, ni medios de conocer gente”.
En el caso de los muchachos de la noche, la miseria puede ser un
desencadenante del proceso de la prostitución. Sin embargo, la
importancia de lo económico no debe ser exagerada. Reconoce un
prostituto: "Es cierto que salgo a la calle porque estoy seco, pero también
es cierto que cuando junto algún dinero me gasto todo rápidamente para
poder volver a hacer la calle. Saber que estoy en la calle por necesidad me
da seguridad, me excita...”.
Una vez iniciado en el negocio, las trayectorias de los michês son
nómades, en varios sentidos. El primero, ya considerado, es la errancia
sexual, la cual no es caótica. El nómade, observan los autores de Mil
Mesetas, tiene un territorio, sigue trayectos rutinarios, va de un punto al
otro, establece localizaciones; pero no para de circular, de derivar. Los
puntos son sólo consecuencia y no principio de la vida nómade: “Aunque
los puntos determinen los trayectos, ellos están estrictamente
subordinados a los trayectos que determinan”. Aunque se trate de una
trayectoria entre dos puntos, es el "entredeux” lo que toma consistencia,
es ese entre lo que se materializa.
Los michês paran en esquinas, plazas, puertas de bares, etc. Una
postura típica: recostados contra un poste, dos muchachones de aspecto
descuidado y al mismo tiempo derrochando sensualidad, vislumbran el
tráfico de automóviles, a la espera de que alguien compre sus
entumecidos sexos. Pero entre parada y parada, entre cliente y cliente,
tienen lugar infinitas peregrinaciones, muchas veces en compañía de
otros colegas, hasta cumplir jornadas extenuantes, de ocho o diez horas
de deambuleo.
¿Cuál es la consistencia de esas bandas nómades? Estos prostitutos no
conforman grupos, en el sentido sociológico del término. Son bandas
informales, ocasionales, unidas más por contigüidad topográfica que por
cualquier tipo de “amistad” al estilo de la clase media. El grado de
consistencia disminuye según índices de desterritorialización y de
proximidad con la delincuencia. Aumenta, por ejemplo, en los prostitutos
que se exhiben en las boites gays.
Trátase de nexos frágiles, pero cuya laxitud no descarta solidaridades
intempestivas, minuciosos intercambios de amantes, de ropas, de porros,
de información “didáctica” (“un michê no debe usar anteojos”, o “un
michê no debe moverse de esa forma”...) y de control de la masculinidad:
“un michê no debe andar haciendo ademanes mientras habla; eso es cosa
de maricas” y cosas por el estilo.
Como reverso de esas “manos” (ayudas), la mano de uno conspira al
dorso de la chaqueta del amigo. Entre esos pequeños genetianos, la
traición es la ley. La voluntad de traicionar puede encontrar campo fértil
en la turbulencia de las pasiones que —nunca consentidas, siempre
conjuradas, tenuemente secretas— afloran en la masa masculina de los
muchachos de la noche: "Esa historia de sexo entre hombres, vea, los
michês se curten mucho entre ellos, se la pasan hablando de mujeres,
pero se gustan entre ellos... ”.
Agenciamiento precario, siempre al borde de la disolución, ese
extremo informalismo sería índice, entretanto, de sutiles dispositivos —
presentes en los “gaminos” de Bogotá retratados por Mounier24 y en las
sociedades primitivas estudiadas por Pierre Clastres25— que inhiben la
consolidación de un poder estable, “Mecanismos locales de bandas,
márgenes, minorías, que continúan afirmando los derechos de la
sociedad segmentaria contra los órganos del poder de Estado”. {Mil
Mesetas, “Tratado de Nomadología”.)
Pasiones y códigos
Post scriptum
¿Qué se ve en el carnaval?
Por un lado, las cascadas de superficies irisadas: mezcla rara y
divertida de travesti de la calle Augusta con estatua de dios griego;
reptiles venenosos de piel de paño de leopardo se levantan sobre las
esfinges; unicornios de purpurina rosa resplandeciente posan con un aire
dulzón de caballos de carroussel. Un dragón carmesí se entrelaza al
cuerpo voluminoso de un león de relleno capitoné.
Por otro lado, uniones arrebatadoras, casi orgiásticas, de cuerpos que
se entrelazan, dejándose llevar por la irresistible percusión de un
batuque; expresión de la carnalidad que irrumpe con el rouge provocador
de sus labios inflamados por la lujuria del ardor, desafiando, en la rima
del bailado, en el ritmo de los roces, la rutina cotidiana de los gestos.
Relleno, un abultarse de las formas en las frondosidades del edredón,
los tejidos juegan a la desnudez, agregándole al cubrirla de plumas, un
toque faisanesco. Grandes pájaros de plumas de flamencos asesinados, el
exterminio para el desperdicio. Un clima general de potlatch, de
desborde, de arrebato. Pasar el año entero juntando lentejuelas,
bordados y brocados, fosforescencias de telgopor, para disolverlos en el
rocío diminuto del brillo momentáneo, flash de luces en ondulación
permanente que capturan el ojo de su sueño.
Si el sueño del ojo es una cadena de imágenes, ¿qué ocurre en el
Carnaval que suelta el ojo de esa captura tediosa? ¿Qué ocurre en la
remakc de esta fiesta pagana más allá de las convulsiones dionisíacas de
los cuerpos y de la proliferación de fantasmagóricos montajes?
Se suele responder a estas preguntas, cuando se hacen, a partir de
una óptica de lo negativo. Lo “liberado”, en el primer caso, sería apenas
un espejismo invertido de las figuras más triviales. En el segundo, por
detrás de las contorsiones de los cuerpos en frenesí, se leería el des-
recalcamiento provisorio del deseo, dentro de los límites de los tres días
de folia. Bajo tal perspectiva, el deseo, aunque “rebelde”, continuaría
girando en torno a la ley. Nosotros tendemos a pensar otra cosa: lo que
estaría expresándose en el Carnaval no sería el negativo de la lógica
dominante, sino la positividad de otra lógica.
Al revés de considerar el Carnaval como una mera inversión de lo
establecido, es preciso verlo como una manifestación de toda una
estrategia diferente de producción de deseo, que trascendiendo la
fugacidad de las serpentinas, escande y perturba constantemente el
tejido social.
Es que, más allá de lo visible a simple vista, se revela el
funcionamiento de un plano de inmanencia y consistencia del deseo, un
“cuerpo vibrátil” —que, atravesado por la explosión de sensaciones, es, él
mismo, campo de percepción de esa iridiscencia permanente. En el
Carnaval, es a partir de esa percepción sensible que se plasman imágenes,
gestos, ritmos —que se arma un campo expresivo en el cual lo simulado
es inmediatamente lo vibrátil. De ahí que el Carnaval se caracteriza por la
emulsión indisociable de una eclosión de las sensaciones y una
multiplicación de las simulaciones. El plano de la expresión queda al
servicio de la efectuación de las intensidades. Esta estrategia de deseo,
que podemos llamar “carnavalista”, supera el espacio — lúdico y
lúbrico— del Carnaval.
Entre la lluvia del éter y el lustre de las caderas resplandecientes,
entre el travestimiento generalizado y los requiebros del samba, lo que se
está procesando es toda una modalidad minoritaria de producción de
subjetividad; en la vorágine del vaivén, territorios existenciales se van
urdiendo en sutil puntuación, a partir de los afectos actuales, de los
encuentros instantáneos de los cuerpos que piden paso en la avenida,
desterritorializando en su pujanza los modos imperantes, impíamente
parodiados.
¿En qué este inextricable entrelazamiento afecto/expresión,
manifiesto en la maquinación carnavalesca, configuraría (o indicaría) una
modalidad minoritaria de producción de subjetividad? Rige un tipo de
subjetivación que impone el principio de homogenización: una
subjetividad regimentada, “mayoritaria”, es indispensable para el buen
funcionamiento del mercado, al garantizar la intercambiabilidad
generalizada de los cuerpos y los bienes. Ahora bien, esa modelización
procede disociando el cuerpo intenso, vibrátil, de la materia expresiva
(los gestos, los signos, las vestimentas, los discursos, etc.).
Desintensificados, los territorios existenciales se van a constituir apenas a
partir de lo que es propuesto al ojo —y no de lo que es sentido en el
torbellino de los estremecimientos pasionales. Las sensaciones, lejos de
obtener materias de expresión que las mantenga vivas y potentes,
quedan sofocadas bajo las modalidades de expresión erigidas como legí-
timas.
El problema aquí no es tanto la transgresión de los modos
convencionales, facsimilizados de expresión, sino el propio mecanismo de
enlace entre las intensidades y las formas —el Carnaval muestra,
repetimos, un funcionamiento diferente de esa conexión decisiva. Si algo
se des-recalca en el Carnaval, por lo tanto, no es el |cvés de las
modalidades de expresión vigentes, sino que el propio modo de pro-
ducción de subjetividad entra en cuestión. Lo que se des-recalca, en fin,
es la posibilidad de asociación directa entre el afecto y la expresión, que
habla respecto al núcleo de la estrategia carnavalista. Es esta asociación
la que amenaza la reverente oficialidad del mundo, más allá del Carnaval.
En el momento en que el pánico moral del Sida pone camisas de
fuerza en torno a las contorsiones libidinosas, recolocando las pasiones
en las vías de la ley, el “espíritu del Carnaval”, en medio de la cultura de la
paranoia, puede nutrir "un principio de esperanza”. Sostener los
estandartes de esta temblorosa esperanza no es, por ahora, fácil: con
toda su potencia afirmativa, los carros de luces del Carnaval corren el
riesgo de empantanarse, si es que los cuerpos que deben impulsarlos
sucumben a la anemia de la crisis, al escepticismo de la depresión, a la
perplejidad de los excesos. La fuerza del carnavalismo pide paso en este
marasmo.
(EL SÍNDROME DE LA SALA35)
Devenir e identidad
La personalidad marginal
Muda pasión
Subjetivación en crisis
El contexto
Las tareas
89
La revista Somos
Represión y disolución
Epílogo
)
(LA DESAPARICION DE LA HOMOSEXUALIDAD)
Archipiélagos de lentejuelas, tocados de plumas iridiscentes (en cada
vertebración de la cadera trepidante, las galas de cien flamencos que
flotan en el aire tornado un polvo rosa), constelaciones de purpurinas
haciendo del rostro una máscara más, toda una mampostería kirsch, de
una impostada delicadeza, de una estridencia artificiosa, se derrumba
bajo el impacto (digámoslo) de la muerte. La homosexualidad (al menos
la homosexualidad masculina, que de ella se trata) desaparece del
escenario que tan rebuscadamente había montado, hace mutis por el
foro, se borra como la esfumación de un pincelito en torno de la pestaña
acalambrada, acaramelada. Toda esa melosidad relajante de pañuelitos y
papel picado irrumpiendo en la paz conyugal del dormitorio, por ellas (o
por ellos: ah, las elláceas), a gacelas subidas y por toros asidas y rasgadas,
convertido en un campo de batallas de almohadones rellenos de copos de
algodón hecho de azúcares pero en el fondo, siempre, como un dejo de
hiel, toda esa parafernalia de simulaciones escénicas jugadas normal-
mente en torno de los chistes de la identidad sexual, derrúmbase —
diríamos, por inercia del sentido, con estrépito, pero en verdad casi
suavemente—, en un desfallecimiento general. La decadencia sería
romántica si no fuese tan transparente, tan obscena en su traslucidez de
polietileno alcanforado. Desvanécese, pero sin descender a los abismos
de donde supónese emergida gracias al escándalo de la liberación, sino
yéndose, deshilacliándose en un declive casi horizontal, continuando
cierta existencia menor —de una manera, claro está, atenuada, levísima
como la difuminación de un esfumino— en una suerte de callado cuarto
al lado —el cuarto de Virginia Wolf, tal vez, pero en silencio, habiendo
renunciado a los célebres y conmovedores parties.
Es preciso aclarar: lo que desaparece no es tanto la práctica de las
uniones de los cuerpos del mismo sexo genital, en este caso cuerpos
masculinos (y de la parodia, renegación y franeleo de ésta dada —en el
sentido de don— masculinidad, trata en abundancia su imaginario), sino
la fiesta del apogeo, el interminable festejo de la emergencia a la luz del
día, en lo que fue considerado como el mayor acontecimiento del siglo
XX: la salida de la homosexualidad a la luz resplandeciente de la escena
pública, los clamores esplendorosos del —dirían en la época de Wilde—
amor que no se atreve a decir su nombre. No solamente se ha atrevido a
decirlo, sino que lo ha ululado en la vocinglería del exceso. Acaba, podría
decirse, la fiesta de la orgía homosexual, y con ella se termina (¿acaso no
era su expresión más chocante y radical?) la revolución sexual que
sacudió a Occidente en el curso de este tan vapuleado siglo. Se cumple,
de alguna manera, el programa de Foucault, enunciado —para sorpresa
de la mayoría y duradera estupefacción de los militantes de la causa
sexual— en el primer volumen de la Historia de la sexualidad. El
dispositivo de sexualidad, vaciado, saturado, revertido, vive —aun cuando
sea posible vaticinarle el vericueto de alguna treta, alguna sobrevivencia
en la adscripción forzada y subsunción a otros dispositivos más actuales y
más potentes—, acaso en la cúspide de su saturación, un manso declive.
Un declive tan manso que si uno no se fija bien no se da cuenta es el
de la homosexualidad contemporánea. Porque ella abandona la escena
haciendo una escena patética y desgarradora: la de su muerte. Debe
haber algún plano —no el de una causalidad— en que esa contigüidad
entre la exacerbación desmelenada de los impulsos sexuales (“verdaderos
laboratorios de experimentación sexual”, diría Foucault) y la llegada de la
muerte en masa del Sida, algún espacio imaginario, o con certeza
literario, donde esa contigüidad se cargue de sentido, sin tener obliga-
toriamente que caer en fáciles exorcismos de santón. Sea como fuere,
hay una coincidencia. Cabrá a los historiadores determinar la fuerza y la
calidad de la irrupción morbosa en el devenir histórico, comprenderlas. A
los que ahora la sentimos no se nos puede escapar la siniestra
coincidencia entre un máximo (un esplendor) de actividad sexual
promiscua particularmente homosexual y la emergencia de una
enfermedad que usa de los contactos entre los cuerpos (y ha usado, en
Occidente, sobre todo los contactos homosexuales) para expandirse en
forma aterradora, ocupando un lugar crucial en la constelación de
coordenadas de nuestro tiempo, en parte por darse allí la atractiva (por
misteriosa y ambivalente) conclusión de sexo y muerte.
Se puede pensar que nunca la orgía llegó a tal exceso como bajo la
égida de la liberación sexual (y más marcadamente homosexual) de
nuestro tiempo. El libro de Foucault puede anticipar esa inflexión —que
ahora parece verificarse ya no en el plano de las doctrinas, sino en las
prácticas corporales—, porque él nos muestra cómo la sexualidad va
llegando a un grado insoportable de saturación, con la extensión del
dispositivo de sexualidad a los más íntimos poros del cuerpo social.
El dispositivo social desarrollado en torno de la irrupción del Sida lleva
paradójicamente a su máxima potencia la promoción planificada de la
sexualidad —tratada ésta como un saber por un poder— y marca de paso
el punto de inflexión y decadencia. Es curioso constatar cómo estamos a
tal punto imbuidos de los modernos valores de la revolución sexual que
nuestro primer impulso es denunciar coléricamente su reflujo. No vemos
la historicidad de esa revolución, no conseguimos relativizar la
homosexualidad tal como ella es dada (o era dada hasta ahora), enseñada
y transmitida por médicos, psicólogos, padres, medios de comunicación,
amantes y amantes de los amantes —siendo esa ilusión de ahistoricidad
intemporal incentivada por buena parte del movimiento homosexual, que
defiende la tesis de una esencia inmutable del ser homosexual. Nuestra
homosexualidad es un sexpol, o al menos se presenta y maneja, a pesar
de la homofobia de Reich, como uno de sus resultados. Un elemento
político, un elemento sexual. Parece El Fiord de Osvaldo Lamborghini
(pero un Lamborghini sin éxtasis). A decir bien, ¿sin éxtasis?
Sabemos gracias a Bataille que la sexualidad (el “erotismo de los
cuerpos”) es una de las formas de alcanzar el éxtasis. En verdad, Bataille
distingue tres modos de disolver la mónada individual y recuperar cierta
indistinción originaria de la fusión: la orgía, el amor, lo sagrado. En la
orgía se llegaba a la disolución de los cuerpos, pero éstos se restauraban
rápidamente e instauraban el colmo del egoísmo, el vacío que producen
en su gimnasia perversa resulta ocupado por el personalismo obsceno del
puro cuerpo (cuerpo sin expresión, o, mejor, cuerpo que es su propia
expresión, o al menos lo intenta...). En el sentimentalismo del amor, en
cambio, la salida de sí es más duradera, el otro permanece tejiendo una
capita que resiste al tiempo en el embargo de la sublimación erótica. Pero
sólo en la disolución del cuerpo en lo cósmico (o sea, en lo sagrado) es
que se da el éxtasis total, la salida de sí definitiva.
Estamos demasiado aprisionados por la idea de sexualidad para poder
entender esto. La sexualidad vale por su potencia intensiva, por su
capacidad de producir estremecimientos y vibraciones (¿sería, en esta
escala, el éxtasis una suerte degrado cero}) que se sienten en el plano de
las intensidades. Pero no quiere decir que sea la única forma, menos aún
la forma obligatoria, como nos quieren hacer creer Reich y toda la caterva
de ninfómanos que lo siguen, aún discutiéndole algo, pero imbuidos del
espíritu de la marcha ascendente del gozo sexual. Nos suena ya una
antigualla. Pero pensemos cuánto se ha luchado por llegar, por conseguir,
por alcanzar, ese paraíso de la prometida sexualidad. Con el Sida se va
dando, sobre todo en el terreno homosexual (pienso más en el brasileño,
muy avanzado, ello es, donde se llegó a un grado de desterritorialización
considerable en las costumbres; en otros países menos osados ese
proceso de reflujo tal vez no se pueda ver con tanta claridad; es que esta
desaparición de la homosexualidad está siendo discreta como una
anunciación de suburbio, a muchos lugares la noticia tarda un poco en
llegar, aún no se enteraron...), otra vuelta de tuerca del propio dispositivo
de la sexualidad, no en el sentido de la castidad, sino en el sentido de
recomendar, a través del progresismo médico, la práctica de una
sexualidad limpia, sin riesgos, desinfectada y transparente. Con ello no
quiero postular un viva la pepa sexual, dios nos libre, tras todo lo que
hemos pasado (sufrido) en pos de la premisa de liberarnos, sino advertir
(constatar, conferir) cómo se va dando un proceso de medicalización de la
vida social. Esto no debe querer decir (confieso que no es fácil) estar
contra los médicos, ya que la medicina evidentemente desempeña, en el
combate contra la amenaza morbosa, un papel central.
El pánico del Sida radicaliza un reflujo de la revolución sexual que ya
se venía, insinuando en tendencias como la minoritariamente
desarrollada en los Estados Unidos que postulaban el retorno a la
castidad. En verdad la saturación ya venía de antes. La saturación parece
inherente al triunfo del movimiento homosexual en Occidente, al triunfo
de la homosexualidad, que viene de un proceso bastante ajetreado y
conocido que no hace falta repetir aquí. Recordemos que la homosexua-
lidad es una criatura médica, y todo lo que se ha escrito sobre el pasaje
del sodomita al perverso, del libertino al homosexual. Baste ver que la
moderna homosexualidad es una figura relativamente reciente, que,
puede decirse, y al enunciarlo se lo anuncia, ha vivido en un plano de cien
años su gloria y su fin.
¿Qué pasa con la homosexualidad, si es que ella no vuelve a las
catacumbas de las que era tan necesario sacarla, para que resplandeciese
en la provocación de su libertinaje de labios refulgentemente rojos? Ella
simplemente se va diluyendo en la vida social, sin llamar más la atención
de nadie, o casi nadie. Queda como una intriga más, como una trama
relacional entre los posibles, que no despierta ya encono, pero tampoco
admiración. Un sentimiento nada en especial, como algo que puede
pasarle a cualquiera. Al tornarla completamente visible, la ofensiva de
normalización (por más que estemos tratando de cambiar la
terminología, más después de que Deleuze lanzó la noción de sociedades
de control, como sustituyente de las sociedades de disciplina de que habla
Foucault, no es fácil llamar de una manera muy diferente a tan profunda
reorganización, o intento de reorganización de las prácticas sexuales,
indicada sensiblemente por la introducción obligatoria del látex en la
intimidad de las pasiones) ha conseguido retirar de la homosexualidad
todo misterio, banalizarla por completo. No dan ganas, es cierto, de
festejarlo, al fin y al cabo fue divertido, pero tampoco es cuestión de
lamentarlo. Al final, la homosexualidad (su práctica) no ha sido una cosa
tan maravillosa cuanto sus interesados apologistas proclamaran. No hay,
en verdad, una homosexualidad, sino, como dirían Deleuze y Guattari, mil
sexos, o por lo menos, hasta hace bien poco, dos grandes figuras de la
homosexualidad masculina en Occidente. Una, de las locas genetianas,
siempre coqueteando con el masoquismo y la pasión de abolición; otra, la
de los gays a la moda norteamericana, de erguidos bigotitos hirsutos,
desplomándose en su condición de paradigma individualista en el más
abyecto tedio (un reemplazo del matrimonio normal que consigue la
proeza de ser más aburrido que éste). Me arriesgaría a postular que la
reacción de gran parte de los homosexuales frente a las campañas de
prevención está siendo la de dejar de tener relaciones sexuales en
general, más que la de proceder a una sustitución radical de las antiguas
prácticas por otras nuevas “seguras”, o sea con forro.
La homosexualidad se vacía de adentro hacia afuera, como un forro.
No es que ella haya sido derrotada por la represión que con tanta
violencia se le vino encima (sobre todo entre las décadas del 30 y del 50,
y, en el caso de Cuba, todavía ahora se la persigue: una forma torturante
de que conserve actualidad y alguna frescura). No: el movimiento
homosexual triunfó ampliamente, y está muy bien que así haya sido, en el
reconocimiento (no exento de humores intempestivos o tortuosos) del
derecho a la diferencia sexual, gran bandera de la libidinosa lidia de
nuestro tiempo. Reconozcámoslo y pasemos a otra cosa. Ya el
movimiento de las locas (no sólo político, sino también de ocupación de
territorios: un verdadero Movimiento al Centro) empezó a vaciarse
cuando las locas se fueron volviendo menos locas _y, tiesos los bozos, a
integrarse: la vasta maroma que fundía a los amantes de lo idéntico con
las heteróclitas, delirantes (y peligrosas) marginalidades, comenzó a
rajarse a medida que los manflorones ganaron terreno en la escena social.
El episodio del Sida es el golpe de gracia, porque cambia completamente
las líneas de alianza, las divisorias de aguas, las fronteras. Hay sí
discriminación y exclusión con respecto a los enfermos del Sida, pero ellos
—recuérdese— no son solamente maricones. Ese estigma tiene más que
ver, parece, con el escándalo de la muerte y su cercanía en una sociedad
altamente medicalizada. Su promoción aterroriza y sirve para terminar de
limpiar de una vez por todas los antiguos poros tumefactos y purulentos
que la perversión sexual ocupaba, en los cuales reía con la risa de los
Divine (la loca de “Nuestra Señora de las Flores”, la inmensa travestí
norteamericana). Asimismo, con la llegada de la visitante inesperada (así
se llama la última pieza de Copi), los antiguos vínculos de socialidad, ya
resquebrajados por la quiebra de los lazos marginales de que
hablábamos, terminan de hacer agua y de venirse abajo. Es que con gi
Sida cambian las coordenadas de la solidaridad, que dejan de ser internas
a los entendidos, como sucedía cuando la persecución, para pasarle por
encima al sector homosexual y desbordarlo por todas partes. Así, se nota
que son de un modo general las mujeres (las mujeres maduras) las que se
solidarizan con los sidosos, mientras que sus colegas de salón huyen
aterrados.
Toda esa promoción pública de la homosexualidad, que ahora, por
abundante y pesada, toca fondo, no ha sido en vano, I la dispersado las
concentraciones paranoicas en torno de la identidad sexual, trayendo la
remanida discusión sobre la identidad a los salones de ver TV, hasta que
todos se dieran cuenta de su idiotez de tase; al hacerlo, ha acabado
favoreciendo cierto modelo de androginia que no pasa necesariamente
por la práctica sexual. Dicho de otra manera: las locas fueron las primeras
en usar arito; ahora se puede usar arito sin dejar de ser macho. Aunque
ser macho ya no signifique mucho. De últimas, la desaparición de la
homosexualidad no detiene el devenir mujer que el feminismo (otro fósil
en extinción) inaugurara, lo consolida y asienta, más que radicalizarlo, y
lima lomando sus aristas puntiagudas.
Ahora, la saturación (por supuración) de esta trasegada vía de escape
intensivo que significó, a pesar de todo, la homosexualidad, con su
reguero de víctimas y sus jueguitos de desafiar a la muerte (pensemos en
la pieza de Copi, víctima de Sida, Les Escolien de Notre Dame: una cohorte
de travestís, chulos, malandras y policías juegan a desafiar a la muerte en
las escalinatas de la catedral, que hace de fondo lejano; desafío que la
llegada de la muerte masiva ha vuelto innecesario, entre macabro y
ridículo), favorece que se busquen otras formas de reverberación inten-
siva, entre las que se debe considerar la actual promoción expansiva de la
mística y las místicas, como manera de vivir un éxtasis ascendente, en un
momento en que el éxtasis de la sexualidad se vuelve, con el Sida,
redondamente descendente.
Con la desaparición de la homosexualidad masculina (la femenina,
bien valga aclararlo, continúa en cierto modo su crecimiento y extensión,
pero en un sentido al parecer más de corporación de mujeres que de
desbarajuste dionisíaco), la sexualidad en general pasa a tornarse cada
vez menos interesante. Un siglo de joda ha terminado por hartarnos. No
es casual que la droga (aunque sean sus peores usos) ocupe
crecientemente el centro de las atenciones mundiales. Mal que mal, la
droga (o por lo menos ciertas drogas, los llamados alucinógenos) acerca al
éxtasis y llama, mal que les pese a los cirqueros históricos, a algún tipo de
ritualización que la explosión de los cuerpos en libertinaje desvergonzado
nunca se propuso (aunque ya una heroína sadiana avisaba: “Hasta la
perversión exige cierto orden”).
Abandonamos el cuerpo personal. Se trata ahora de salir de sí.
BARROCO BARROSO
(CARIBE TRANSPLATINO68)
Neobarroco / Neobarroso
Tajo / Tatuaje
r
Anti-occidental
Lenguaje demente
Neobarroso
Corporalidad
Hay algo de barroco en este flujo esquizo. Algo no muy fácil de captar,
porque la nomadización barroca suele ser, paradojalmente, in situ -como
en el caso de Lezama Lima, que prácticamente nunca salió de La Habana,
yendo y volviendo de la librería al gabinete, envuelto en la bruma de los
vapores contra el asma. Con frecuencia, las figuras de los gobelinos que
cubrían las retaguardias del piano, hablaban y chismoseaban entre sí.
Este flujo parece apestar a perversión. “Paradiso sería, por orden de
adjetivos, una novela barroca, cubana y homosexual”, escribe Severo
Sarduy. El mismo diría en Buenos Aires, a manera de “boutade”, que
barroco es el “kitscb”, el “camp”y el “gay”.
(CUBA, EL SEXO Y EL PUENTE DE PLATA96)
Y por último:
“Un puente, un gran puente, no se le ve,
sus aguas hirvientes, congeladas
rebotan contra la última parecí defensiva
y raptan la testa y la única voz
vuelve a pasar el puente, como el rey ciego
que ignora que ha sido traicionado
y muere cosido suavemente a la fidelidad nocturna.”
MARTÍN ADÁN
FALTA
(
LA RELIGION DE LA AYAHUASCA99
161
oSotros no nos importa si uno cree en el karma, en la resurrección o
r
163
uniforme y la estrella del culto, que han entrado en la doctrina). El
daimista Chico Corrente, de la Colonia Cinco Mil, habla del trabajo de
cura: “Son nueve personas que hacen las curas. Se le da Daime al
enfermo, se rezan nueve oraciones, concéntrase cada uno buscando para
sí lo que precisa para sí mismo de bueno, pidiendo qUe los espíritus
curanderos fluidifiquen aquel trabajo, hagan operaciones, consultas... Los
videntes ven la llegada de los espíritus. A través de la bebida que el grupo
bebió se va llegando a un punto en que una fuerza espiritual va trayendo
las energías del bien y apartando las del mal. Cuanto más concentración
en Dios, más fuerza en el corazón del paciente”
En los trabajos de cura —que suelen ser asimismo más cortos—, se ve
mejor cierta ambivalencia esencial delpadrinbo, que dirige el trabajo,
entre sacerdote y chamán —el primero asimilado a las sociedades de
estado, el segundo a las sociedades tribales40. Discutiendo el asunto,
Clodomir Monteiro asocia el “vuelo extático chamanístico” presente en el
Santo Daime y cultos vecinos (lo que él denomina Sistema dejuramidam,
siendo Jura, Dios, y Midam, Hijo), a las “manifestaciones de incorporación
mediúmnica típicamente afro-brasileña“, propiciando la convergencia
entre el indio, el blanco y el negro en un “nuevo tipo de chamanismo”41.
Fernando de la Roque Couto, por su parte, prefiere la hipótesis de un
“chamanismo colectivo”42.
Algo se nota de racial andino, además, en la demanda de
imperturbabilidad facial presente en las ceremonias, vigente incluso
cuando las incorporaciones de entidades, tan diferente de la contorsión
exasperada propia del trance afrobrasileño. Cabe formular, a la manera
de una hipótesis, si no habría en el Santo Daime un fondo chamánico
“recubierto” por una forma religiosa.
Fuerza y forma
Toda una disposición poética y barroca se monta para ritualizar la
toma colectiva de la bebida sagrada. Se trata de dar forma (apolínea,
estética, de ahí que pueda ser barroca) a la fuerza extática que se suscita
y se despierta, impidiendo que se disipe en vanas fantamagorías, o, lo que
es peor, que —como suele suceder en el uso desritualizado occidental de
drogas pesadas— se vuelva contra sí, arrastrando al sujeto en una
vorágine de destrucción y autodestrucción.
Tomamos de los grandes místicos cristianos la distinción entre
experiencia Y doctrina. Para San Juan de la Cruz, la experiencia designa —
escribe Baruzi15 el hecho de haber experimentado en sí mismo ciertos
estados”— sin vacilación asimilables a los “estados modificados de
conciencia” de que habla Lapassade44. ów embargo, prosigue Baruzi, “la
experiencia, indispensable para quien quiere sentir la vida mística, no nos
será suficiente para describirla”. La experiencia, por sí sola, permite
sentir, pero no comprender; para comprender, hace falta la doctrina. En
la medida en que la experiencia remite a una contemplación cósmica,
parecería que eIla fuese más allá de la doctrina; al mismo tiempo, la
doctrina adquiere un cariz nuevo cuando se vislumbra la experiencia
sobre la que se basa. “Más allá de la construcción doctrinal, el ritmo de la
experiencia vivida”: así, entre los místicos del éxtasis poético, condensa
Baruzi4', "la experiencia se traduce inmediatamente en un canto”.
En el caso del Santo Daime, la creencia no es apenas un apriori
ideológico, sino que se basa en la experiencia de la divinidad, vivenciada a
partir de la visión propiciada por la ayahuasca. Por otro lado, la doctrina
contenida en los himnos —que exalta básicamente valores cristianos,
como disciplina, humillación, perdón, exaltación de la fe y la fuerza
divinal, etc.— funcionaría como una manera de dar forma165
a la experiencia
y evitar que ella se desmelene en la insensatez acaso pavorosa del puro
mnmbo personal.
Útil para pensar el Santo Daime, la diada experiencia/doctrina puede
analogarse, en su funcionamiento, a la distinción entre plano de los
cuerpos y plano de la expresiónA\ formulada por Deleuze y Guattari47 a
partir de Hjemslcv. Por un lado, en el plano de los cuerpos todo lo que
tiene que ver con los efectos puramente “físicos”, corporales, inclusive
visuales, de la bebida; por otro lado, los himnos, los rituales, todo lo que
tiene que ver con el plano de expresión. Resumidamente, en la religión
del Santo Daime, habría un plano que tendría que ver con la experiencia
del cuerpo, en el cuerpo, con el cuerpo48, en ese sentido dionisíaca. Al
mismo tiempo, el Santo Daime dispondría de su propio plano de
expresión autónomo, la Doctrina de JuranudandK
Si bien esta capacidad de producir un discurso autónomo eficaz puede
ser común a otras formaciones religiosas, en el caso del Santo Daime hay
una singularidad, menos común, que es el hecho de sustentarse el culto
en la delectación de un líquido psicoactivo. Eso posibilita una
comparación, en este caso no con otras religiones, sino con otros usos
desreglados de sustancias vulgarmente denominadas drogas (habiendo
sido la justeza de esa denominación puesta ya en tela de juicio). En la
medida en que estas cxpricncias “salvajes” —o en el último de los casos p
provistas de un ritual que, alejado de la dimensión de lo sagrado, se
revela ineficaz para “contener” al sujeto en viaje, que se desmelena y
corre el riesgo de entrar en una vorágine de destrucción y
autodestrucción —son incapaces de construir un plano de expresión
propio, caen en dicho caos trágico. Estos éxtasis descendentes,
“destructores” del cuerpo físico (destructores de los órganos, para ser
más estrictos; o sea, indicios de generación de un cuerpo sin órganos que
se queda en la destrucción de los órganos5"), son como una especie de
satori de zanjón que destruyen al cuerpo, en cierto terrible modo, sí, pero
no dejan de ser una exaltación desquiciada del cuerpo personal, del
cuerpo como cuerpo del yo’1. No es que pierdan su condición de
agenciamiento colectivo —como se nota en películas como Sid &Nancy y
Drugstore
Cowboy—, un flujo maquínico que une y ata los cuerpos en la
intensidad exacerbada de la sensación compartida; una experiencia
esencialmente corporal de cuerpo grupalizado o colectivizado, pero que
paradójicamente encierra a cada uno en el infierno de su propia
dependencia solitaria; en el límite extremo del nihilismo, alzan la bandera
en harapos de un yo en ruinas, pero resisten (o son incapaces de verla) a
la colectivización en lo sagrado. Así, en la medida en que no articulan el
balbuceo de sus marginalidades en una forma eficiente, se les deforma la
experiencia, se les endurece o se les enfría el alma, y son fácilmente
recuperados, enclaustrados y psiquiatrizados, por los aparatos de poder
de la policía y de la medicina. En una palabra, son víctimas fáciles de las
máquinas sociales de disciplinamiento, por mecanismos que parecen
tomar la forma de un dispositivo análogo en su funcionamiento al
dispositivo de sexualidad enunciado por Foucault, que también produce
efectos de proliferación bajo la forma de una locuaz interdicción. No hay
un efecto puramente clínico de la sustancia en sí, sino que ese efecto
resulta inseparable de cierto plano de expresión, el que —según Dclcuzc y
Guattari— no representa ni refleja (tampoco significa) el plano de los
cuerpos, sino que interviene dándole órdenes al cuerpo (existiría entre
ambos planos una relación de presuposición recíproca: uno no determina
al otro, sino que ambos funcionan presuponiéndose, pero manteniendo
una autonomía relativa).
Puede postularse, a partir del esquema fuerza/forma, cierto
instrumental teórico de abordaje útil para pensar el Santo Daime. Ese
abordaje se diferencia, en principio, de la noción de control (control ritual
del uso de sustancias psicoactivas52), que aparece como demasiado
“exterior”, y también de cierta hipótesis del imaginario, que corre el
riesgo de crear una especie de colchón, cuando, podría postular, todo es
real (o aun surreal): nada más real que el éxtasis...
167
¿Cómo funciona el esquema fuerza/forma? Referirse a la tensión
entre el plano de los cuerpos y el plano de la expresión ha sido una
manera de introducir el asunto. Resulta difícil, sino gratuito, intentar
explicar qué es la fuerza. Si deseamos captar la vivencia emocional,
estaríamos entre el encuentro de fuerzas nictzscheano y claxé del
candomblé, inclusive más cerca del segundo en el caso del Santo
Daime11'.
Situándonos, en el campo antropológico, en la conocida crítica de
Lévi-Strauss a MaussM, nos acercamos a la noción de han (fuerza vital)
tomada de los polinesios por el segundo, a quien el primero acusa de
tener una visión nativa, y sustituye por consecuencia el mencionado han
por una ecuación lingüística.
Aquí nos reencontramos con la diada dionisíaco/apolíneo explorada
por Nietzsche. Sin embargo, no cabe recuperar esa noción nietzscheana
en un sentido literal, sino en un sentido extenso —del tipo de uso que
hace Maffesoli en La Sombra de DionisioHablamos de dionisíaco en el
sentido de que es una experiencia que afecta directamente al cuerpo,
pasa en y por el cuerpo; al tocar, para decirlo en términos de Mircca
Eliade, el plano de la experiencia sensible, carga de significación religiosa
la actividad sensorial*. En ese sentido, tiene lugar una fusión concreta en
el plano de los cuerpos, de las vibraciones sensibles, relegando la
intervención supuestamente fundante de la conciencia cgocentrada.
Parece, más bien, que la conciencia, antes que determinar a priori el
sentido y la dirección de las fuerzas extáticas, viniese a posteriori a darles
forma.
No es pues un dionisíaco en el sentido de carnaval pagano, ni de
desmesura voluptuosa. Si alguna analogía entre la experiencia del Santo
Daime y la que Nietzsche denomina dionisiaca puede trazarse, además de
su carácter forestal (el Santo Daime adora a Nuestra Señora de la
Concepción, Reina de la Floresta), ella pasa por la ruptura con el principio
de individuación y la fusión de las individualidades en un sentimiento
místico de unidad con el cosmos, con la naturaleza, con los otros
hombres, que caracteriza, en lugar de la autoconciencia individualista, el
éxtasis colectivo.
Ese limitado carácter dionisíaco de la experiencia estaría dado,
entonces, por la disolución de la individualidad. Recordemos los planteos
de Bataille57. Para él, habría una continuidad esencial entre los hombres
que la individualización propia de la humanización civilizatoria cortaría,
instaurando una discontinuidad —cada uno cerrado sobre sí en su
mónada egoica— que no llegaría a abolir, sin embargo, el impulso dirigido
hacia la continuidad primera. Las formas de “restaurar” dicha continuidad
serían básicamente tres: el erotismo (o sea, la dilución de la individua-
lidad en la fusión de la orgía o de la pasión, siendo ésta última la que
Bataille denomina “erotismo de los corazones”, sentimental y más firme
que el "erotismo de los cuerpos”, que es pasajero y restituye acendrado
el egoísmo), la muerte (fin de la individualidad por extinción física) y lo
sagrado, que implicaría una fusión mística que disuelve, también, el
sujeto individual en el cuerpo divino o en el panteón de las entidades.
Esa desestructuración del frenesí dionisíaco arrastraría la identidad
individual en la “nebulosa afectual”" de los cuerpos (y, por qué no, de las
almas) en amalgama. Empero, ese fervor dionisíaco, en la medida en que
librado a sí mismo es —dice Machado*— un “veneno” que conduce a la
pura destrucción, precisaría de la armonía del elemento apolíneo que le
diese una forma, para poder mantener la lucidez en medio del torbellino.
Córrese el riesgo, empero, de que esa forma doblegue y reprima (tal
como sucede en la cultura occidental racionalista, hecha para expulsar y
sofocar a Dionisio) a la fuerza suscitada del éxtasis. Pero ello envolvería
otra discusión, que remitiría a pensar en qué medida en el Santo Daime y
en otras sectas religiosas (como la vecina Unión del Vegetal, analizada por
el antropólogo Anthony HenmanMI) campearía una condición de
formación autoritaria, pasible de transformar, al menos en ciertas
situaciones, la forma en dogma. La cuestión no es fácil 169
de zanjar, pues,
por otro Udo, también podría argüirse que la observancia fiel de los
preceptos sería capaz de Permitir un vuelo más alto y perfecto por los
paraísos de la visión y de la revelación. El ritual actuaría en ese caso, en
las palabras de Waltcr Dias Júnior61, conio una “potencialización del
éxtasis".
Más que agotar estos complejos asuntos, veamos cómo las religiones
de la ayaluiasca —completamente legales en el Brasil, aún cuando dicha
adquirida legalidad no esté ni haya estado exenta de amenazas
prohibicionistas— muestran la posibilidad de un uso ritualmentc
organizado de sustancias psicoactivas vulgarmente denominadas drogas.
El caso del Santo Daime está lejos de ser el único en el mundo. El término
"entéogenos” (literalmente, Dios dentro de nosotros), propuesto por el
investigador Gordon Wason, que descubrió los hongos alucinógenos en
México y los tomó con la chamana María Sabina, al apartar la carga
negativa arrastrada por el término alucinógenos — puesto que no se trata
en verdad de alucinación en un sentido conceptual, aún cuando en un
sentido físico se dan visualizaciones similares por constelación de
fosfenos— resulta más pertinente para denominar estas sustancias
capaces de propiciar un éxtasis. F,1 éxtasis —la palabra quiere decir
textualmente “salir de sí”— no es una experiencia frívola, sino algo que
arrastra el sujeto hasta las más recónditas profundidades del ser y lo hace
sentir en presencia de una fuerza superior y cósmica, cuya acción
experimenta corporal y mentalmente, en un estado de trance que
conlleva el pasaje a otro nivel de conciencia, segundo, superior o
alterado. De ahí que en vez de un éxtasis descendente, lo que llamamos
un “safari de zanjón", donde suelen precipitarse los adeptos de las drogas
pesadas, experimentaciones como la del Santo Daime y la Unión del
Vegetal en el Brasil, el culto del cactus San Pedro en Perú, la iglesia del
peyote entre los indígenas norteamericanos, propicien un éxtasis
ascendente, transformando la energía de la sustancia psicoactiva en un
trampolín cósmico, ritualizado de manera a guiar y “controlar” (como
diría Edward Mac Rae) el viaje. Por otra parte, estos usos contemporá-
neos y absolutamente modernos de la ayahuasca develan de paso, a
contraluz, la búsqueda de éxtasis contenida en principio en la
experimentación de masas de las llamadas drogas, por más que el uso de
éstas en un sentido abisal se muestre desgraciado. En resumen, cultos
como los del Santo Daime abren en escorzo otra perspectiva para
enfrentar la insensata guerra de la droga que ahora nos envuelve,
teniendo en cuenta asimismo que hay toda una utilización terapéutica de
la ayahuasca, particularmente eficaz en caso de adicciones, alcoholismo y
enfermedades psicosomáticas en general, habiéndose inclusive registrado
casos de curas de males más graves.
Pero el Santo Daime no muestra apenas la fuerza el éxtasis: configura
también una verdadera poética. Autodcfm¡endose como una “asociación
espíritu-musical”, los acólitos del Daime dan una gran importancia a la
parte estética de la soeialidad. Esa poética es en última instancia barroca:
elementos de un barroquismo popular se encuentra abundantemente en
los poemas nuisicados que son los himnos, siempre impregnados de la
deliciosa ambigüedad propia de la expresión poética; ellos aspiran, en su
incesante proliferación, a “cantar el mundo” —o a invadir todo el mundo
con su canto. Cabe destacar que esta relación entre uso de entéogenos y
producción de una poética oracular y hermética es común, no sólo a otros
usos de Ja ayahuasca62, sino a rituales referidos a otras sustancias, como
es el caso de los hongos mexicanos estudiados poéticamente por
MunnM.
Como otra manifestación de barroquismo, los elementos simbólicos
tienden a multiplicarse, sobre todo en las iglesias más prósperas del sur
del Brasil, haciendo recordar la proliferación de objetos de culto en las
mesas de la religión del San Pedro6', donde más de noventa elementos,
cada uno dotado de un sentido ritual, se acumulan. Cabría tal vez leer, en
esa abundancia, un “exceso” simbólico.
Tamién se manifestaría cierta pulsión barroca en la avidez sincrética
(sería más pertinente llamarla, como los propios 171 cultores lo
hacen,eclklica<&) con que el Santo Daimc se precipita sobre los cultos
vecinos, se mezcla y se alía con ellos, guiado por una convicción: al fin y al
cabo, las divinidades serán vistas literalmente en el ritual de la miración.
Es interesante observar, además, a título de hipótesis experimental,
cierta graduación en la experiencia visionaria, observada también por
estudiosos del LSD"1'. Estas fases no se verifican necesariamente, menos
aún en ese orden, pero podría condensárselas así: primero, una fase que
llamaría “psicoanalítica”, con emergencia de recuerdos o, mejor,
“películas” de vida, donde escenas pasadas desfilan vertiginosamente.
Después, suele sobrevenir una fase de visiones abstractas, líneas de
puntos, curvas, campos de flores, extrañas geometrías que denotan la
tendencia del fosfeno a transformarse en algo más: iridiscencia de los
puntos de luz, líneas brillantes de fuerza. A veces, entre un momento y
otro, puede sentirse cierto malestar físico, un dolor que se transforma, si
se lo consigue sobrellevar, en éxtasis. El éxtasis, en esta tercera fase,
puede manifestarse con la visión del aura de las demás personas,
intensidad extrema de la luz, fenómenos de telepatía, sensaciones de
viaje astral y de salida del cuerpo, tan múltiples como inefables. Una fase
superior estaría dada por visiones figúrales, asimiladas a los santos, los
dioses, las diversas divinidades supremas que animan el panteón del
Santo Daime. Por eso se habla de una experiencia vivcncial de lo sagrado.
Cabe destacar, sin embargo, que esas condensaciones figúrales parecen
constituirse a partir de los puntos y las líneas de luz, a la manera de una
resultante lumínica, como bien lo muestran las pinturas visionarias del
aynhuasqucro Pablo Amaringo, de Iquitos, lugar donde los rituales de la
ayahuasca 0y age —otro de los nombres de la espesa poción— son
dirigidos por curanderos locales. Volviendo a la dinámica de las
figuraciones en la miración, el mito sería antes un punto de llegada que
un punto de partida. En resumen, el viaje del Santo Daime condensa y
reúne todo tipo de estados de transconciencia; incluso la diferenciación
clásica entre religiones de posesión y viajes chamánicos se ve cuestionada
o diluida, en la riqueza y variedad de la experimentación.
El Daime es ascético. La sexualidad es vista como un óbice para la
1
“Nao creias nos ntesires que te aparecem”. Himno 9 de la Oración del Santo Daime- Hinário de Cura. Orarán.
Cruzeirtnhn, Centro Eclético de Flucntc Luz Universal Mor das Aguas. San Pablo.
1
Ver D. Mc Kenna, L E. Luna, G. Towers: “Ingredientes biodinámicos en las plantas que se mezclan al ayahuasca. Una
farmacología tradicional no investigada”. América Indígena, Vol. XVI, n° 1, México, 1986.
ascensión al plano del astral'6, siendo la castidad -como observa Mircea
Eliade63 entre los primi-
tivos— concebida como una “economía de fuerzas espirituales”,
destinada a una “conservación de la energía sagrada”. Ello no impide que
algunos acuerdos poligámicos tengan lugar. Cierta tensión entre el
ascetismo de la religión y el dionisismo de la experiencia extática con
ayahuasca se resolvería en una suerte de “armonía conflictual”, como
diría Maffesoli.
vSe trata básicamente de una religión comunitaria, donde resalta el
carácter colectivo de la ingestión de la ayahuasca. Así se irriga la
socialidad de base. Ese comunismo concreto puede estar difuminado en
los núcleos urbanos; no obstante, hay en el Daime un regreso de la utopía
underground de retorno a la tierra, fuerte en las décadas del 60 y el 70.
Asimismo, el crecimiento del culto de la ayahuasca entre sectores de las
antiguas “vanguardias” políticas, artísticas, culturales, puede ser el indicio
de un proceso más vasto de conversión de las viejas búsquedas de éxtasis
en el sexo y en la droga desritualizada, en el acceso directo a la
experiencia de lo sagrado a través del trance corporal, resonando cierta
recuperación de las consignas psicodélicas. Hay también una dimensión
sociopolítica, pues esta religión propugna un modelo comunitario de
gestión de la vida, superando la propiedad privada; así, el carácter
“libertador” no se restringiría al nivel místico, sino que debería concernir,
se espera, al plano material.
La condición comunitaria se realiza a sus anchas 173
en la comunidad de
Céu (Cielo) de Mapiá, en lo recóndito de la selva, junto a un afluente del
proceloso río Purus, adonde se accede tras dos días de navegación, en un
verdadero ascesis forestal. Resulta interesante ver cómo personas de
diferente origen y clase conviven trabajando duramente, en un clima de
asamblea permanente que recuerda las tentativas comunitarias de la
década del 70, con la frecuente ceremonia de la ayahuasca disolviendo y
llevando a otro plano las tensiones, con el canto, la danza y la experiencia
visionaria y sensorial colectivamente vivenciados cimentando el “orden
fusionar (Maffesoli). Pareciera que esos campesinos amazónicos—que,
nótese, subvierten la relación habitual de dominación, dirigiendo y
convirtiendo a sus hermanos de las ciudades— estuviesen intentando
inventar un nuevo sentido de la vida.
Notas 1
R. E. Schultes y A. Hoffman: Les plan fs de Dieux, Paris, Bergcr-
Levrault, 1981, p. 123.
4 Véase sobre ello cl artículo de Marlene Dobkin: “Uso de la ayahasca
en un barrio bajo urbano”, en Harner: Alucinógenos y Chamanismo,
Madrid. Guadarrama, 1976. s M. Aubrée: “Entre tradition et modernité”,
Les Temps Modernes, n° 491, p. 142/160.
61. Béllier: “Los cantos mai-huna del yage”. America Indígena, Vol.
XLVI, na 1, Mexico, 1986. ? J. P. Cbaumeil: Voir, Savoir, Pouvoir. Le
Chamanisme chez les Yagua. Paris, Edition de la École des Hautes Études
en Sciences Sociales, 1983, p. 260/261.
L. E. Luna: “The Healing Practices of a Peruvian Shaman”. Elsevier
Scicntific Publishers, Ircland, 1984.
M M. Dobkin: “La cultura de la pobreza y el amor mágico: un síndrome
urbano en la selva peruana”. America Indígena, Vol. XXIX, nfl 1, Mexico,
1969.
111 M. C. Ramírez de jara y C. E. Pinzón: “Los hijos del bejuco solar y la
campana celeste. El yage en la cultura popular urbana”. America
Indígena, Vol. XLVI, n- 1, Mexico, 1986, p. 163.
M. Taussig: “Folk Healing and the Structure of Conquest in South West
Colombie”. Journal oj Latin American luire, 6 (2), 1980.
F. Guattari: “Les drogues signifiantes”, en A. Jaubert y N. Murard:
Drogues, Passions Muettes, Recherches n2 39 bis, Paris, 1979, p. 219.
15 William Burroughs: Almuerzo Desnudo, Buenos Aires, Siglo XX,
1971. Por cl contrario, para Philippe de Felice, autor de Poisons sacrés,
Ivresses Divinas, Paris, Albin Michel, 1936, hay una religión del opio: “La
opiomanía es realmente una religión, sobre todo porque ella procura a
los que se le entregan el sentimiento de una evasión, de una salida de sí”,
p. 44. F.l propio autor sugiere que el culto de las intoxicaciones no podría
ser, al final, sino un avatar del “instinto religioso”, “desviado de su
destino primero y reducido a buscar en otra parte satisfacciones de
remplazo”, p. 79. Habría para él una convergencia de base entre la droga
y la religión, en el común dépassement de soi, p. 372.
H M. Xibcrras: La Société Intoxiquée, París, Méridiens Klincksieck,
1989.
15 P. Furst: La Chair des Dieux, París, Seuil, 1974, p. 13.
14 T. Leary: La Politique de V Extase. París, Fayard, 1979, p. 426.
17 V Lmtcrnari: As religioes dos oprimidos, San Pablo, Perspectiva,
1974.
Así, el jefe de cada núcleo religioso recibe el nombre de Comandante
y los adeptos se definen como soldados del Daime. El propio fundador del
culto, Mestre Irineu, fue él mismo soldado.
17 Para una interesante reivindicación de la idea de Imperio, que
podría llegar a iluminar el uso de la figura por parte del Santo Daime, ver,
de Guy Hocquenghem y René Schérer, Pl Alma Atómica, París, Albin
Michel, 1986.
31 Del desarraigo de esas masas rurales derivarían
175 los “cantos del
exilio” de que habla Clodoinir Monteiro, en su tesina de maestría O
Palacio de Juramidam: um ritual de tr<msconciencia e despoluicâo,
Mestrado cm Antropología Cultural, Universidade Federal de &*i fe,
Recifc, 1983.
Sobre el culto de los santos en el nordeste brasileño, puede verse, de
André Brun, Les Bieux Catholiques au Brésil, Paris, L'Harmattan, 1898;
también, de Eduardo Hoornaert, 0 Cristianismo moreno no Brasil,
Petrópolis, Vozes, 1991.
21 Como curiosidad, señalemos que doctrinas era el nombre dado a
los cánticos de un antecedente del Daime registrado en Rondonia por
Nuncs Pereira (en A Casa das Minas Petrópolis, Vozes, 1979), consistente
en una heteróclita mezcla de rituales oriundos de [;J Casa das Minas con
ingestión de ayahuasca. Hay en los textos de las doutnnas una amalgama
de vodutts del panteón mina-jeje, personajes folklóricos, santos de la
hagiología cristiana, etc. Señala Nunes Pereira que “en verdad todo el
texto de estas doulrinas nada contiene de original y específicamente
ligado a la ayahuasca”, p. 224.
B Para una narración de los acontecimientos, ver el artículo de
Ciodomir Monteiro: “La cuestión de la realidad en la Amazonia: un
análisis a partir del estudio de la Doctrina del Santo Daime”, Amazonia
Peruana, Vol. VI, n2 11, 1985.
24 Para una prolija descripción de la doctrina, véase la tesis de Alberto
Groissman: “Eu venho da floresta”, en Edetismo c praxis xamánica
daimista no Céu do Mapiá. Programa de Pós-Graduafáo em Antropología
Social. Universidade de Santa Catarina, Santa Catarina, 1991.
Vera Froes: Santo Daime Cultura Amazónica, San Pablo, Jorués, 1987.
1(1 Rudolph Otto: Le Sacre. París, Payot, 1929, p. 54/56.
’7 A. Pollari de Alverga: 0 Lrvro das Miradles. Río de Janeiro, Rocco,
1984, p. 65.
En verdad, el Mestre Irineu era un hombre de formación esotérica
cristiana, afiliado a la Iglesia Comunial> do pensamento de San Pablo (que
aún existe), y simpatizante, por un período, de los Rosacruces. Disuclto el
Círculo Regeneración y Fe, por él fundado en Brasiléia (frontera con
Bolivia) en 1920, abre en 1931 la Comunidad de Alto Santo, que aún
perdura, una de cuyas actuales ramas es dirigida por su viuda, doña
Peregrina.
N Un mapa de la región que debe ser ocupada por la comunidad del
Santo Daime se encuentra en el libro de Gilberto Gregorim, Santo Daime.
Estados sobre simbolismo, doutrina e Povo de Juramidam, San Pablo,
ícone, 1991.
” Vera Froes: Libro citado.
v El Santo Daime se integraría lo más bien a la categoría de religiones
subalternas, propuesta por Fernando Brumana y F.lda González en
Marginaba Sagrada, Campiñas, Editora da UNICAMP, 1991.
B Alcx Pollari de Alverga: Céu da Montanba, año II, n2 2. Visconde de
Mauá, 1989, p. 2.
Jacqueline Briceño: “F.l Culto de María Lionza”, América Indígena, Vol.
XXX, n° 2, México. 1979. Puede verse también, de Dilia Flores Díaz,
Trance, Posesión y Hablas Sagradas. Universidad del Zulia, Facultad
Experimental de Ciencias, Maracaibo, 1988. Por su parte, Angelina Pollak-
Eltz, hablando de su “caleidosópica complejidad”, resume así el culto de
María I.ionza: “Se trata de un culto sincrctistico de reciente formación,
por lo menos en cuanto se refiere a su forma actual; se basa en cultos
indígenas más antiguos que solían llevarse a cabo en cuevas y montañas
en los estados centrales de Venezuela y que se amalgamaron poco a poco
en una leyenda alrededor de un personaje central —María Lionza—que
para los adeptos es exponente de lo bueno. El culto, como se presenta
ahora, es producto de un sincretismo que tiene diferentes raíces: se basa
en un concepto rudimentario de cristianismo, pero al mismo tiempo
recuerda a los ritos africanos con sus divinidades y al chamanismo
indígena con notables aspectos de espiritismo a la177Kardcc”, en María
Liorna. Mito y Culto Venezolano, Universidad Católica Andrés Bello,
Instituto de Investigaciones Históricas, Caracas, 1972, p. 59.
j* Véase cl artículo de Alejandro Frigerio: “Umbanda y Africanismo en
Buenos Aires: duas etapa de un mesmo carainho religioso”, Comunicares
do ¡SER, año 9, n° 35, Río de Janeiro, 1990-
js pierre Gaillard: “Brasilia magnétique, Brasilia magique”, en
Autrement, n° 44, Paris, nov. 1982, p. 230.
» H. Fichtc: Etnopocsia. San Pablo, Brasiliense, 1987.
n M. Maffesoli: “Socialité et Naturalité ou l'écologisation du social", en
Cahiers de P imagina ire n9 3, Toulouse, 1989.
Agradezco a Roberto Motta la indicación de la posible importancia del
panteísmo. Sobre este raro culto —que, empero, no consumía
entéogenos—, puede verse el libro de Gonçalvcs Fernandes, O
sincretismo religioso no Brasil, Curitiba, Guaira, 1941.
•* Entrevistado en el artículo de Joáo Santana: “Povo do Daime
constrói o Céu no coraçâo da Amazonia”, Jornal do Brasil, Río de Janeiro,
23-3-86.
01 Weiss reconoce esta tensión entre los indios Campa, de cuyos
cultos el Santo Daime toma muchos elementos, en su artículo:
“Chamanismo y sacerdocio a la luz de la ceremonia del ayahuasca entre
los Campa”, incluido en Harner, M.: Alucinógenosy Chamanismo, Madrid,
Guadarrama, 1976.
4 C. Monteiro: “Ritual do Tratamento e Cura”. Comunicación Primeiro
Simposio de Saúde Mental, Santarém, 1985 (mimeo).
42 P. De la Roque Couto: Sanios e Xamas. Dissertaçao de Mostrado.
Departamento de Antropología. Universidade de Brasilia, 1989.
41 J. Baruzi: Saint Jean de ¡a Croix el le problème de /' expérience
mystique, París, Félix Alean, 1924, p. 235.
" G. La passade: Les Etals Modifiés de Conscience, París, PUF, 1987.
idem, p. IV.
H Lucien-Marie de Saint Joseph (“Expérience Mystique et Expression
Simbolyque chez Saint Jean de la Croix”, en Polarité du Symbole. Etudes
Carmclitaines. Paris, Desclée de Brouwer, I960) prefiere referirse a esta
diada en términos de experiencia afectiva y expresión simbólica: “Toda
experiencia afectiva no desemboca automáticamente sobre una
expresión simbólica”. El padre Lucien-Marie pretende estudiar el símbolo
como medio de expresión de la experiencia mística.
v G. Deleuze y E. Guattari: Mille Plateaux, Paris, Minuit, 1980. Cap. IV:
“Postulats de la Linguistique”.
4* Se trataría, en el trance, de “obtener el máximo de intensidad de
las fuerzas que circulan en el cuerpo” (J. Gil, Métamorphoses du Corps,
París, Editions de la Différance, 1985, p. 135). Al decir de David Le Breton
{Corps et Société, Paris, Librairie des Méridiens, 1985), el proceso del
trance plantea problemas parecidos a los de la sexualidad, o, si le
hacemos caso a Deleuze y Guattari, a los del masoquismo y la droga, en
tanto instancias dirigidas a la producción de un cuerpo sin órganos, de
pura intensidad.
“ Clodomir Monteiro reconoce que “el Santo Daime establece un
conjunto semiótico autónomo, valiéndose esencialmente de gestos y
lenguaje” (artículo de Amazonia Peruana, ya citado, p. 93). Por su parte,
Martine Xiberras, analizando el fracaso del movimiento psicodélico,
lamenta que éste no haya conseguido... “forjarse una filosofía que le sea
espe- cííica a partir de un saber experimental de los psicodélicos y de una
atracción por la$ culturas otras” {La Snciíié Intoxiquée, p. 106).
*' Ver: G. Delcuzc y F. Guattari: Mille Plateaux, París, Minuit, 1980.
Cap. 6: “Commcnt se fairc un corps sans organes".
Henri Ey, en su Traite des hailucinations T. 1, París, Masson ct Cié,
1973) expresa, al referirse al papel de la sensación en la experiencia
179
psicodélica (él está comparándola con la experiencia mística), algo
parecido en los siguientes términos: “Incluso si la sensación... representa
el punto de impacto del sujeto con su mundo, lo vivido es esencialmente
corporal, permanece como englutido en un subjetivismo radical" (p. 679).
57 Edward Mac Rae: "Guiado ¡>ela Lúa ’!• O controle social do uso da
ayahuascxt no culto do Santo Daime, Instituto de Medicina Social y
Criminología, San Pablo, 1990 (fotocopia). n José Gil (Mélamorpboses du
Corps, p. 19) propone distinguir entre nociones similares como “energía”
y “fuerza”: “La energía es la fuerza no determinada, no codificada; ella
designa el aspecto intensivo de la fuerza, su especificidad en tanto motriz
(de un mecanismo, de un proceso)”. La fuerza sería una transformación
de la energía, bajo ciertas condiciones: “Mientras que la energía no
reenvía más que a la pura positividad de un flujo, la fuerza supone
alteraciones producidas en ese flujo, en particular una codificación
{encodagc) de la energía por medio de un operador: la energía deviene
fuerza en el interior de un campo”, escribe Gil, y continúa: “Como no hay
fuerza sino para otra fuerza, es preciso admitir que la individualización de
la energía comporta ya el juego de tensiones de fuerzas, un combate, es
decir fuerzas de vectores contrarios”. Resulta instigante esta idea para
pensar la religión del Santo Daime como una convergencia y encuentro de
fuerzas en un campo energético, al tiempo que las fuerzas resultarían de
una diferenciación de la energía.
54 Claude Lévi-Strauss: “Introducción a la Obra de Marcel Mauss”, en
Mauss, M.: Sociología y Antropología. Madrid, léenos, 1971. Por su parte,
Mary Douglas insinúa, siguiendo al padre Tcmpels, una generalización de
la noción de fuerza vital, aplicándola —escribe en Pureza e Perico, San
Pablo, Perspectiva, 1976— “no solamente a todos los Bantúcs, sino en
escala mucho más amplia", ya que podría extenderse "a toda la gama de
pensamiento que estoy intentando contrastar con el pensamiento
diferenciado moderno en las culturas europea y americana” (p. 103).
a M. Maffesoli: // Sombra do Dionisio. Río de Janeiro, Graal, 1985.
% Mircea Eliade: “Experiénce sensoricllc ct cxpérience mystique chez
les primitivos”, en Jacqucs Durandeaux (organizador): Du corps a l'esprit.
París. Dcsclée de Brouwer, 1989. Según él, en los fenómenos místicos hay
una “voluntad de cambiar el régimen sensorial” que equivale a una
“hierofanización de toda la experiencia sensible” (p. 81).
57 Gcorges Bataille: P.l Erotismo. Barcelona, Tusqucts, 1979. w M.
Maffesoli: O tempo das tribos. San Pablo, Forense, 1987.
R. Machado: Nietzsche e a Verdadc. Río de Janeiro, Rocco, 1984.
60 Anthony Hcnman: “Uso del ayahuasca en un contexto autoritario.
El caso de la un uto do Vegetal en Brasil”, en América Indígena Yol. XLVI n-
1, México, 1986.
M Walter Dias Júnior: “Uso Ritual de Alucinógenos em Contextos
Urbanos”, Relatório de Pesquisa, Programa de Pós-Graduagao em
Ciencias Sociais, PUC, San Pablo, 1988 (fotocopia)- 62 Sobre los cantos
chamánicos de los vegetalistas de la Amazonia Peruana, ver L E. Luna:
Vegeudism. Shamanism among the Mestizo Population of the
Peruvian Amazon, Acta Universitatis $tockholmiensis, Estocolmo, 1986.
a j-j. Munn: “Los Hongos del Lenguaje”, en Harner, M.: Aluánógcnos y
Chamanismo, Madrid, Guadarrama, 1976.
u 0. Sharon: El Chaman de ¡os Cuatro Vientos. Mexico, Siglo XXI, 1980.
Con relación al culto de Maria Lionza, que varios elementos en común
tiene con el Santo Daime, Jacqueline C. de Briceño (artículo citado)
considera estrecha la caracterización de sincretismo, ya que en esc culto
venezolano, donde se mezclan elementos
I
afrocubanos, indios, negros, espiritistas, católicos, ocultistas, etc.,
“estos elementos de distintos orígenes fueron agregándose al culto en el
curso del tiempo, en una relación muy viva ya que aún continúan
penetrándose, se mezclan, luchan entre sí, vuelven a salir, a entrar,
181
reciben presiones de las fuerzas políticas, económicas, de la Iglesia...”,
destacando “la gran movilidad interna de estos cultos de María Lionza”
(p. 359/360). Por su parte, Renato Ortiz (“Du Syncrétisme a la Synthèse:
Umfbanda, une religion brésilienne”,///r/;/- î/o de Sciences Sociales de la
Religion n‘- 40, Paris, 1975) discute también la caracterización de
sincretismo aplicada a la umbanda: “No estamos más —dice— en
presencia de un sincretismo, sino de una síntesis” (p. 96).
60 Ver: 12. Cousins: “Les formes couvelles du sacré aux États-Unis”, en
E. Castelli (org.): Prospcltive su! Sacro. Roma, Instituto di Studi Filosofici,
1974. Asimismo, se percibe cierto aire familiar entre las visiones
registradas durante las sesiones “ transpersona Ies” de LSD, cuyos dibujos
ilustran el libro de Stanislav Groff {Alan do Cerebro, San Pablo, McGraw
Hill, 1988} y las que son producidas por la ayahuasca. Algo similar podría
afirmarse respecto de las experiencias con mcscalina descriptas por Henri
Michaux (L'Infini Turbulent, Paris, Mercure de France, 1989). En todos
estos casos, se nota cierto manierismo en la forma, que, siendo más
audaces, cabría relacionar con lo propio del arte esquizoide, mostrado
por lio Navratil en Schizophénie et Art, Bruselas, Editions Complexe, 1978.
47 El ascetismo es —dice Roger Bastide en Les Problèmes de la Vie
Mystique, Paris, Armand Colin, 1948- una “técnica mística”; consiste en
una “depuración del alma” y se liga al “perpetuo movimiento de
negación” propio del misticismo (pp. 50; 52; 66).
H M. Eliade: “Chasteté, sexualité et vie mystique chez les primitives”,
en Mystique et Continence. Eludes Carmclitaines, Paris, Desclée de
Brouwer, 1952, pp. 36/37.
(
ÍNDICE
—-Perlongher Prosaico, por Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria 7
69 preguntas a Néstor Perlongher (1989) 13
Deseo y Política
Nena, llévate un saquito (1983) 25
El sexo de las locas (1983) 29
Matan a una marica (1985) 35
Deseo y violencia en el mundo de la noche (1987) 41
El orden de los cuerpos (1987) 43
Avatares de los muchachos de la noche (1989) 45
La fuerza del carnavalismo (1988) 59
El síndrome de la sala (1988) 63
Los devenires minoritarios (1990) 65
Historia del Frente de Liberación Homosexual (1985) 77
La desaparición de la homosexualidad (1991) 85
Barroco barroso
Caribe transplatino (1991) 93
El deseo de pie (1986) 103
La barroquización (1988) 113
Cuba. El sexo y el puente de plata (1986) 119
Breteles para Puig (1988) 127
Ondas en el Fiord. Barroco y corporalidad en Osvaldo Lamborghini
(1991) 131
Sobre Alambres (1988) 139
Antropología del éxtasis
Poética urbana (1989) 143
Poesia y éxtasis (1990) 149
La religión de la ayahuasca (1992) 155
Malvinas Argentinas
Todo el poder a Lady Di (1982) 177
La ilusión de unas islas (1983) 181
El deseo de unas islas (1982) 185
Eva Perón
Evita Vive (1975) 191
El cadáver ( 1980) 197
Joyas macabras (1983) 201
El cadáver de la nación (1989) 203
Miscelánea
Siglas (1978) 211
Acreditando en Tancredo (1985) 215
Lago Nahuel (1987) : 219
Azul (1985) 223
Cadáveres (1987) 227
Apéndices
La batalla homosexual en la Argentina (1973) 241
Obra de Néstor Perlongher 247
Itinerario biográfico 253
* Este importante ensayo, que revela una transformación en las
preocupaciones que el autor tenía acerca de la relación entre deseo y
política, puede ser considerado una especie de “despedida” de
Pcrlonghcr. Fue publicado en El Porteño n® 119, en noviembre de 1991.
En Brasil se publicó como “O desaparecimiento da homossexualidade” en
Nóspor exemplo n' 1. Río de Janeiro, diciembre de 1991, en el Bolctim
ABl/1 n® 16, abril de 1992; y en Súdelocum n* 3, 1992.
1
Perlongher escribió en numerosas ocasiones sobre los edictos policiales —instrumento seudolegal, medio
mundo con que la policía barre las calles— que él mismo había sufrido y combatido. Este artículo fue publicado en
Alfonsina en 1983. Allí también firmaba con el seudónimo Rosa L. de Grossman. La revista se publicó entre 1983 y
1984.
2
Perlongher publicó numerosos artículos en El Porteño así como en su separata Cerdos c*& Peces. Este ensayo
fue originalmente una conferencia dada en el Centro de Estudios y Asistencia Sexual (CEAS) y se publicó en el nº 28 de
la revista, en mayo de 1984. El Porteño existió entre 1982 y 1992.
3
De todos los ensayos que Perlongher escribió acerca de la violencia contra los homo¬sexuales, éste es quizás el
más logrado literariamente. Se publicó en la revista Fin de Siglo n° 16, en octubre de 1988 y también en Comunicacoes
do ISER, año 9, n® 35, Río de Janeiro, 1990 ( Uma bicha é assassinada”). Fin de Siglo se editó entre 1988 y 1989.
4
Publicado en Folba de Sao Paulo, sección “Cidades”, 14 de agosto de 1987.
5
Néstor fue colaborador habitual del principal diario del Brasil, Folba de Sao Paulo. Esta nota se publicó en la
sección “Tendencias c Debates" el 21 de febrero de 1987.
6
Este ensayo fue escrito mientras Perlongher terminaba 0 negocio do miche y puede ser considerado una
miniatura, una “prueba de autor” del libro. Se publicó como “Vicissitudes do miche”, en Temas IMESC, vol. IV, n- 1,
San Pablo, 1987, como “Deseo y derivas urbanas” en Fahrenheit 450 nº 4, Buenos Aires, 1989, como “Avatares de los
muchachos de la noche”, en Nueva Sociedad n° 109, Caracas, 1990, y como “Les vicissitudes des garçons de la nuit”,
en Chimères n° 10, París, 1990/91, revista dirigida por Gilles Deleuze y Félix Guattari.
7
1 El término michê designa, en el argot de los bajos fondos brasileños, al joven que se prostituye ante
homosexuales maduros sin abdicar del prototipo gestual de la masculinidad. Equivale al americano hustler, al español
chapera y al argentino taxi hoy, entre otros. Optamos por mantener el término miche en atención a su peculiaridad.
8
2 Pierre Bourdieu: La distintion, Minuit, París, 1979.
9
3 - Bicha equivale a marica (homosexual, afeminado), reservándose los apelativos de maricona y tía para los
más maduros. Bofe equivale al rioplatense chongo, es el macharrá», hiperviril amante de las locas; boy y parolo
(chico) son las variantes juveniles de esta especie. Mona es mujer y oko hombre en la lengua afro de uso en el Brasil;
ntonoko, su combinación; oko odara, el joven bello y oko mali, el feo; eré, del mismo origen, designa al muy joven.
10
4 - Jean-François Lyotard: Economía Libidinal, Saltes, Madrid, 1979.
11
5 - P. Fry: Para inglés Ver, Zallar, Río de Janeiro, 19S2.
12
6 Gilles Deleuze y Félix Guattari: Mil mesetas, Pre-textos, Valencia, 1988.
13
7 G. Damata: Os solici roes, Pallas, Río de Janeiro, 1975.
14
8 Walter Benjamin: “Sobre algunos temas en Baudelaire”, en Benjamin, /Adorno, Horkheimer, abril, San Pablo,
1980.
15
9 Guy Hocquenghem: Homosexualidad y sociedad represiva, Cranica, Buenos Aires, 1974.
16
10 T. Cardia: Orgia, José Alvaro, Río de Janeiro, 1968.
17
11 R. Park: “A cidade: sugestòes para una investigalo do comportamento social no meio urbano”, en O. Velilo
(comp): O fenomeno urbano, Zallar, Río de Janeiro, 1973.
18
12 Cf. Cerfi: “Generalogie du Capital 1; Les équipements du pouvoir”, en Recherches ne 13, Fontenaysous-
Bois, 1973.
19
13 Georges Bataille: El erotismo, Tusquets, Barcelona, 1979.
20
14 K Stehler & Waticr: “De l'errance spatiale a l'errance sociale”, en Espaces et Sociétés nû 24/27, Paris, 1978.
21
15 G. Deleuze y F. Guattari: Antiedipo, Barral-Corrcgidor, Buenos Aires, 1974.
22
16 F. Guattari: A revoluçao malecular, Brasilicnse, San Pablo, 1981.
23
17 Joño Antônio: Malhaçao do Judas Carioca, Civilizaçao Brasi leira, Rio de Janeiro, 1975.
24
18. Mounier: Os molequcs de Bogotá, Difcl, Rio de Janeiro, 1975.
25
19 Pierre Clastrcs: A sociedade contra o Estado, Afrontamentos, Porto Alegre, 1979.
26
20 Jean Duvignaud: “Esquisse sur le nomade", 10/18, Paris, 1975.
27
21 Paul Veyne: Como se esame a historia, Foucault revoluciona a historia, Cademos da UNB, Brasilia, 1982.
28
22Jean Paul Sartre: San Cenci, comediante y mártir, Losada, Buenos Aires, 1967.
29
23 Osvaldo Lamborghini: Novelas y cuentos, Madrid, Ed. del Serbal, 1955.
30
24 J. Caiafà: Movimiento Punk nas cidades, Graal, Rio de Janeiro, 1985.
31
25 F. Guattari: “Espaço e Poder: a criaçao de territorios na cidades”, en Espaço e Debates n° 16, San Pablo,
1981.
32
26 Jean Baudrillard: Para una critica da economia politica do signo, Ed. 70, Lisboa, 1981.
33
27 Michel Maffesoli: A sombra de Dionisio, Graal, Rio de Janeiro, 1985.
34
Este texto fue escrito en colaboración con Sucly Rolnik y publicado en Folha de Sao Paulo, sección
“Tendencias c Debates”, 16 de febrero de 1988.
35
Publicado en Folha do sao paulo, sección “Cidades” 11 de Agosto de 1988.
36
Perlonghcr escribió este ensayo a propósito de la visita de Félix Guattari a Brasil en 1981. Fue publicado en /;/
Lenguaje Liberiani). Voi. 2, libro compilado por Christian Fcrrcr, Nordam, Montevideo, 1991. Una versión reducida fue
publicada en Revista de Crítica Cultural ns 4, Santiago de Chile, noviembre de 1991.
37
1 Félix Guattari y Suely Rolnik, Micropolíticas. Cartografía do descjo, Vozes, Pctrópolis, 19S6, texto a partir del
cual éste se monta.
38
2 J Michel Maffesoli, A conquista do presente, Rocco, Rio de Janeiro, 1985, sobre todo cap. IV, “El espacio de la
social idad”.
39
3 Michel Foucault, Nictyacbc. Marx e Freud. Thcatrum philosopicum, Anagrama, Porto, 1980.
40
4 Janice Caiafa, Movimento punk das cidades, J. Zahar, Río de Janeiro, 1985.
41
5 N. Silveira Jr., Grafite-intensidade. Proyecto de investigación, post-grado en antropología, Universidad de
Campiñas, 1989.
42
6 Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mille plateaux, Minuit, París, 1980, p. 31.
43
7 Gilíes Deleuze y Claire Parnét, Diálogos, Pretextos, Valencia, 1980, p. 154.
44
8 La cita es del poema "Aullido” de Alien Ginsberg.
45
9 Deleuze y Parnét, op. cit., p. 142.
46
10 Michel Maffesoli, O tempo das tribos, Forense, San Pablo, 1987.
47
11 Cito al pasar: Lampiao, Beijo Livre.
48
12 La importancia de estas experimentaciones no se restringiría al “mambo” personal, sino que incidiría en el
mismo [llano de producción de subjetividad. El sujeto no es un dato natural, sino el fruto de una producción social,
maquínica, “industrial”. La desterritorialización que el propio flujo del capital arrastra, minando las antiguas
territorialidades, exige la producción de modos cada vez más artificiales de subjetividad en serie, así como la
expansión de la modelización a las áreas más “íntimas” de la existencia cotidiana. Por otra parte, la extensión de estos
dispositivos “politiza” estas regiones "marginales” de la vida colectiva, provocando “resistencias” que serían, para
Deleuze y Guattari, “deseantes”.
49
13 G. Deleuze y F. Guattari, Mille Plateaux, p. 334. De un “plano de organización” —que es C1 de la Ley y
remite al desarrollo de las formas y a la formación de los sujetos “identitarios”, estructurados en identidades—, un
“plano de consistencia” no cesa de extraerse, de destruir las formas recolocando las partículas en relaciones de
velocidad y lentitud, de romper las funciones restableciendo los flujos y produciendo así bloques de devenir a partir
de agenciamientos de deseo” (C. Mafra y N. Silveira Jr., “Sociedade araweté, Sociedade do devenir”, Boletín de
antropología n® 3, marzo, 1989, Campiñas, p. 35).
50
14 G. Deleuze y F. Guattari, Política y psicoanálisis, Terra Nova, México, 1980.
51
15 G. Deleuze y F. Guattari, Mille Plateaux, p. .117.
52
16 ìbidem, pp. 337-338.
53
17 Idem, p. 340.
54
18 F. Guattari. A Revoluçao Molecular, Brasiliense, San Pablo, 1981 (art. “Devir Mulher”).
55
19 Ibidem, pp. 34/35.
56
20 Véase mi artículo “Matan a una marica”, revista Fin de siglo n2 16, Buenos Aires, noviembre, 1988.
57
21 Grupo feminista que atendía a mujeres víctimas de la violencia, activo entre 1981 y 1984.
58
22 Pierre Clastres, Entre o silencio e o diálogo, en Lévi-Strauss, Documentos, San Pablo, 1968.
59
23 G. Deleuze y Parnet, Diálogos, pp. 100-101.
60
24 J. S. Trevisan, Devassos no Paraíso, Max Limonade, San Pablo, 1986.
61
25 Roberto Piva, Antología Poética, L & P M, Porto Alegre, 1985.
62
26 N. Perlongher, 0 negocio do miche, Brasiliense, San Pablo, 1987.
63
27 Georges Bataille, El erotismo, Tusquets, Barcelona, 1979.
64
28 “Bocas do lixo” (literalmente “bocas de basura”) son las áreas de marginalidad y prosti¬tución; “bocas de
fumo”: puntos de venta de marihuana.
65
29 Jean F. Lyotard, Economía Libidinal, Saltes, Madrid, 1979.
66
30 Paul Veyne, Como se escreve a historia. Foucault revoluciona a historia, Universidad de Brasilia, 1982.
67
El ensayo, una visión histórica retrospectiva del FLH, fue incluido en el libro Homosexualidad; hacia la
destrucción de los mitos, de Zelmar Acevedo, Ediciones del Ser, Buenos Aires, 1985. Es curioso que Perlongher nunca
lo mencionara entre sus textos publicados.
68
Este ensayo es el prólogo a (Caribe Transplatino. Poesía neobarroca cubana e rioplatense, selección de
poemas realizada por el propio Néstor Perlongher y publicado por la Editorial Iluminiras de San Pablo en 1991. Fue
publicado como “Neobarroco Transplatino”, en la Revista La Caja nº 1, septiembre-octubre, 1992. La revista se publicó
entre 1991 y 1994.
69
1 Gustavo R. Hocke, Manierismo, o Mundo como Laverinto. San Pablo, Pcrspcctiva, 1986. Ver tombién: Guérin,
J. Y., “Errances dans un Archipel Introuvable”, en Benoist, J. M., Figures du Baroque, Paris, Puf, 1983.
70
2 Reneé Schcrer y Guy Hocquenghcm, El Alma Atómica, Barcelona, Gedisa, 1987.
71
3 GilIes Deleuze, Le Pli, Paris, Minuit, 1988.
72
4 Omar Calabrese, en A Idade Neobarroca (San Pablo, Martins Fontes, 1987), trata al neobarroco como un aire
del tiempo, un gusto de época y lista sus características: pérdida de integridad, de globalidad, de sistematicidad,
búsqueda de inestabilidad, polidimensionalidad, fluctuación, turbulencia.
73
5 R. González Echevarría, Relecturas. Estudios sobre literatura cubana, Caracas, Monte Ávila 1976.
74
6 José Lezama Lima, La expresión americana, Santiago de Chile, Ed. Universitaria, 1969.
75
7 Luis A. Villena, “Lezama Lima: Fragmentos a su imán o el final del festín”, Voces nº 2, Barcelona.
76
8 Ver Leo Navratil, Schizopbrenie et Art, Bruselas, Complexe, 1978.
77
9 C. Vitier, “La poesía de Lezama Lima y el intento de una teleología insular”, en Voces n- 2, Barcelona.
78
10 Entrevista a Lezama Lima, en el libro de R. González, Lezama Lima, el ingenuo culpable. La Habana, Letras
Cubanas, 1988.
79
11 R. Schérer y G. Hocqucnghcm, op. cil.
80
12 Saúl Yurkievitch, “La risueña oscuridad o los emblemas emigrantes”, en Coloquio Internacional sobre la
obra de Lezama Lima. Poesía, Ed. Fundamentos, Madrid, 1984.
81
13 R. González Echevarría, op. cit.
82
14 Severo Sarduy, “El barroco y el neobarroco”, en Cesar Fernández Moreno (coord.): América Latina en su
literatura, México, Siglo XXI, 1976.
83
15 Lezama Lima, entrevista de T. E. Martínez, reproducida en el libro de R. González, ya citado.
84
16 J. Schwartz, Vanguarda e cosmopolitismo, San Pablo, Perspectiva, 1983.
85
17 Roberto Echavarren, entrevistado por Arturo Carrera: “Todo, excepto el futuro a la vuelta de la esquina y el
pasado irrealizado”. La Razón Cultural, Buenos Aires, 1985.
86
18 Nicolás Rosa, prólogo a Si no a enhestar el oro oído, de Héctor Picoli, Rosario, La Cachimba, 1983.
87
19 Osvaldo Lamborghini, El Fiord. Buenos Aires, Chinatown, 1969.
88
20 Arturo Carrera, Li futriera canta, Buenos Aires, Sudamericana. 1982.
89
21 Héctor Libertella, Nueva Escritura en Hispanoamérica, Caracas, Monte Ávila, 1975.
90
22 Severo Sarduy, Cobra. Buenos Aires, Sudamericana, 1974.
91
23 Osvaldo Lamborghini, Sebregondi retrocede, Buenos Aires, Noé, 1973.
92
* Se trata del postfacio a Manual do Pedólatra Amador. Aventuras y leituras de un tarado por pés, de Glauco
Mattoso. Ed. Expressáo, 1986. El texto está fechado en septiembre de 1985.
93
* Fragmentos de un ensayo publicado en Folha de Sâo Paulo, suplemento “Folhetim”, el 11 de marzo de 1988.
94
1“La semejanza propia de las copias no establece, respecto del modelo, una relación mera¬mente exterior,
sino referida a la “esencia interna” de la Idea: es la identidad superior de la Idea lo que funda la pretensión de
semejanza de las copias. Entretanto, los simulacros producen efectos de semejanza puramente exteriores, a través de
medios completamente diferentes de aquellos que se hallan en acción en el modelo. Así, los simulacros pretenden
apropiarse del objeto por debajo de la mesa, utilizando una agresión, una insinuación, una subversión “contra el
padre” y sin pasar por la Idea”. (Deleuze, Lógica del sentido).
95
22 Referencia a Sebregondi Retrocede, del escritor argentino Osvaldo Lamborghini, cuya obra detona por
dentro de la literatura argentina, cierto flujo que cabría denominar, antes que neobarroco, “neobarroso”.
96
* La relación conflictiva entre la Revolución Cubana y sus políticas sexuales fue tratada varias veces por
Perlongher. Una versión de este ensayo se publicó primero como “O ncobarroc.o e a revoluyao", en Folha de Sâo
Paulo, suplemento “Folhetim”, el 6 de julio de 1986 y luego en Argentina en Tiempo Argentino, suplemento “Cultura”,
el 10 de agosto de 1986.
97
Este ensayo fue leído en el Seminario Internacional “Creatividad, Arquitectura, Interdisciplina”, realizado en
Buenos Aires en 1989. Se publicó en La Letra A n°2 en 1991. Perlongher publicó otros ensayos en esta revista que se
editó entre 1990 y 1994.
98
Publicado en La letra A nº .3, 1991.
99
A partir de su interés personal en la religión brasileña del Santo Daime, Perlongher escribió varios textos sobre
la experiencia ritual asociada a la misma. Este ensayo —inédito hasta la fecha— es el más completo. Versiones
reducidas y otros textos similares se publicaron como “La force de la forme. Notes sur la religión du Santo Daime”, en
Societes nº 29, París, septiembre de 1990, como “Santo Daime. O discreto charme do sagrado” en Nicolau nº 40,
Curitiba, 1991 y como “Éxtasis sin silicio”, en El Porteño nº 116, Buenos Aires, agosto de 1991.