Gaudette Et Exultate
Gaudette Et Exultate
Gaudette Et Exultate
fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una
existencia mediocre, aguada, licuada.
Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Todos
estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio
en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.
No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas
miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo.
¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás
casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo
hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y
competencia tu trabajo al servicio de los hermanos.
Las constantes novedades de los recursos tecnológicos, el atractivo de los viajes, las
innumerables ofertas para el consumo, a veces no dejan espacios vacíos donde
resuene la voz de Dios.
Nos hace falta un espíritu de santidad que impregne tanto la soledad como el
servicio, tanto la intimidad como la tarea evangelizadora, de manera que cada
instante sea expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor.
Con frecuencia se produce una peligrosa confusión: creer que porque sabemos algo
o podemos explicarlo con una determinada lógica, ya somos santos, perfectos,
mejores que la «masa ignorante». Eso que creemos saber debería ser siempre una
motivación para responder mejor al amor de Dios.
Dios derrama en nosotros la fuente misma de todos los dones antes de que nosotros
hayamos entrado en el combate.
Nada humano puede exigir, merecer o comprar el don de la gracia divina, y todo lo
que pueda cooperar con ella es previamente don de la misma gracia.
La amistad de Dios nos supera infinitamente, no puede ser comprada por nosotros
con nuestras obras y solo puede ser un regalo de su iniciativa de amor.
Los santos evitan depositar la confianza en sus acciones: «En el atardecer de esta
vida me presentaré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que lleves
cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos».
Muchas veces, en contra del impulso del Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte
en una pieza de museo o en una posesión de pocos. Esto ocurre cuando algunos
grupos cristianos dan excesiva importancia al cumplimiento de determinadas normas
propias, costumbres o estilos.
Sin darnos cuenta, por pensar que todo depende del esfuerzo humano encauzado por
normas y estructuras eclesiales, complicamos el Evangelio y nos volvemos esclavos
de un esquema que deja pocos resquicios para que la gracia actúe.
Saber llorar con los demás, esto es santidad. Buscar la justicia con hambre y sed,
esto es santidad.
Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad. Sembrar paz a nuestro alrededor,
esto es santidad.