Binford en Busca Del Pasado - PDF - DESPUES PDF

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Lewis R.

Binford
EN BUSCA DEL PASADO

Lewis R. Binford es considerado el máximo


representante de la denominada «Nueva Ar­
queología», aquella corriente teórica nacida
en Estados Unidos 'a mediados de Jos años
sesenta y que tanta influencia ha · ejercido
sobre las nuevas generaciones de arqueólo­
gos: Aunque la Nueva Arqueología ha to-.
mado diversos derroteros durante los últimos
veinte años en Norteamérica y Europa, la
deuda contraída con Lewis R Binford es, sin
embargo, reconocida de forma unánime por
todos sus ·seguidores y detractores. Tanto en
Archaeology as Anthropology como en otros ar­
tículos, Binford denunciaba las me"
posturas
ramente inductivas y especulativas en la in­
terpretación de los datos arqueológicos y una
·visión excesivamente idealista del pasado,
proponiendo una profunda renovación me­
todológica de la disciplina.
En· busca del pasado ofrece un balance de
todas las inquietudes, actitudes y aportacio­
nés personales de Binford frente a problemas
de método y frente· a la naturaleza misma del
método científico. A pesar de que las posicio­
nes
·
del autor no han variado sustancial­
mente con el tiempo en cuanto al concepto
de cultura, a modelos de explicación del pa·
" sado y a la inferencia en arqueología; en este
. libro se modifican algunos criterios y se criti­
. can, incluso, los excesos cometidos por la
Nueva Arqueología, A diferencia del estilo
·provocativo y retador de sus trabajos anterio­
res� nunca editados en España, esta obra,
ilustrada con fotografías y dibujos del autor,
'.destaca por ser la más moderada y, sin duda,
'la mas clara y amena de cuantas ha publi­
cado hasta hoy el científico nor teamericano.
Se advierte en ella una preocupación cons:
ta·nie por elsignificado del registro arqueoló­
gico y pór Ja enorme variabilidad, compleji­
.-dad y riqueza potencial de los testimonios ar·
:q\Ieológicos a la. hora de reconstruir el pa­
; sado, Para ello. ¡¡o duda ·en acudir a sus pro•
pias experiencias de campo, encaminadas a
:.m().Sttar las deficiencias del enfoque tradicio­
:·.nal en arqueología. Se ri;:pasan, en conse·
.•

-cu_eiícia/tódas .las" estrategias metodológicas.


de_;la _.disciplina -descripción., interpreta­
ción;· explicación-, partiendo de la base de
C t1e ; 1os vestigios arqueológicos no habian
i
)<J0. 1 mismos; y se intenta'responder a lós
..

prin�ipales problemas que tiene planteados


i.lctúalníeilte la arqueología.
EN BUSCA DEL PASADO

CRÍTICA/ARQUEOLOGÍA
Directora: M.ª EUGENIA AUBET
LEWIS R. BINFORD

EN BUSCA
DEL PASADO
Descifrando el registro arqueológico

Colaboración editorial de
JOHN F. CHERRY Y ROBIN TORRENCE

Traducción castellana de

PEPA GASULL

EDITORIAL CRÍTICA
Grupo editorial Grijalbo
... .. ... BARCELONA
si8Li9.:i:eg�_�;-� �����-R.§.���I -��-��9.§hONA
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informáti­
co, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

1. ª edición: marzo de 1988


2. ª edición: abril de 1991

Título original:
IN PURSUIT OF THE PAST.
DECODING THE ARCHAEOLOGICAL RECORD
Thames and Hudson, Londres

Cubierta: Enrie Satué


© 1983: Lewis R. Binford
© 1983: prólogo, Colín Renfrew
© 1988 de la traducción castellana para España y América:
Editorial Crítica, S. A., Aragó, 385, 08013 Barcelona
ISBN: 84-7423-342-9
Depósito legal: B. 10.418-1991
Impreso en España
1991. - HUROPE, S. A., Recaredo, 2, 08005 Barcelona
Este libro está dedicado a la memoria de Fram;ois Bordes. En recuerdo de las muchas
horas en que bromeamos, discutimos y disfrutamos cada uno con las opiniones del otro.
Nuestro campo ha perdido a uno de sus colaboradores más destacados y yo a un gran
amigo. Lamento profundamente no poder oír la réplica de Bordes a este libro.
J.



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fi PRÓLOGO
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· La obra de Lewis Binford le convierte en el pensador más preeminente de


nuestra época en el campo de la arqueología. Su influencia -nos hallamos ante
el representante más antiguo y original de la corriente intelectual de los años se­
senta que sería llamada «Nueva Arqueología»- ha sido mayor que la de ningún
otro escritor de este siglo dedicado al conocimiento del pasado más antiguo del
hombre.
Al escribir este prólogo, tengo el privilegio de expresar la enorme influencia
que ha ejercido el pensamiento reflejado en este libro en el desarrollo de la «ar­
queología procesual» moderna, ya que ofrece la oportunidad de definir más cla­
ramente el lugar del hombre en el mundo. Para muchos, la atracción más obvia
de la arqueología es el placer del descubrimiento, desenterrar los perdidos tesoros
del pasado. La aventura de realizar nuevos hallazgos en tierras lejanas es uno de
estos placeres. Pero esto es sólo el [nido y, como Binford pone claramente de
manifiesto en esta obra, no es la�¡farte más importante o más interesante de la
empresa. La tarea de la arqueología no es simplemente «recomponer el pasado»
como si los fragmentos y las piezas -los datos materiales- se pudieran encajar
sin dificultad ya en el momento de. su extracción, logrando así una imagen cohe­
rente; la tarea real és, por el contrario, un desafío y una lucha, una lucha conti­
nua por conseguir unas interpretaciones que puedan relacionarse con los hallaz­
gos de manera coherente y justificable. La excitación intelectual -y la exaspera­
ción- de la práctica de la arqueología proviene de la tensión existente entre la
abundancia de la evidencia, por un lado, y las auténticas dificultades que se plan­
tean al formular conclusiones seguras, por el otro. Es una aventura intelectual
más gratificante que la mera consecución de nuevos hallazgos mediante una exca­
vación continuada.
Considero este libro extremadamente importante porque pone de manifiesto
con enorme claridad -de hecho con más claridad que ningún trabajo anterior­
que esta lucha por el significado ha sido siempre y sigue siendo el desafío funda­
mental de la arqueología. Sólo acometiendo esta lucha podemos alcanzar una
comprensión válida del pasado primitivo del hombre y de los procesos que con­
figuraron su transformación hasta el presente. El libro tiene, además, otro mérito
asaz distinto: se disfruta leyéndolo.
Lewis Binford es un hombre que vive su arqueología con considerable inten­
sidad, y la arqueología es una de esas materias que pueden considerarse tanto
una actividad como un área de pensamiento. Cuando esta actividad comprende
no solamente la excavación e investigación a la manera tradicional, sino también
EN BUSCA DEL PASADO

la etnoarqueología -es decir, vivir y trabajar entre grupos contemporáneos de


cazadores-recolectores y otros grupos con economías de subsistencia no occiden­
tales-, hay campo para una rica y variada experiencia.
Recuerdo perfectamente la primera visita académica realizada por el autor a
Gran Bretaña, a la conferencia arqueológica de Sheffield, en diciembre de 1971.
Su comunicación se basó en la interpretación de la evidencia arqueológica del
período Musteriense en Francia (que en esta obra se discute en el capítulo 4).
Fue muy brillante, si bien demasiado técnica en algunos momentos. Pero en casa,
en las noches que precedieron il la conferencia, cuatro de nosotros las pasamos
hablando, sentados alrededor de una mesa. Las velas, que habían sido encendi­
das al comienza de la cena, iban consumiéndose mientras Lew describía sus ex­
periencias entre los esquimales nunamiut. l"linguno de nosotros rnostraba la tnás
mínima intención de moverse hasta que, una después de otra, las velas se agota­
ban -hacia las tres de la madrugada- y entonces decidimos dejar de trabajar.
Recuerdo estas interesantes y animadas veladas con gran placer, porque tenían la
cualidad de compartir una arqueología experimentada, una arqueología que se
ha vivido: del orden de las ideas y de la comprensión del pasado a la matización
mediante la experiencia sobre el terreno. Este sentido de inmediatez de la expe­
riencia personal se expresa mejor mediante la palabra hablada, aunque creo que
queda reflejado con suficiente claridad en muchos de los capítulos de este libro;
de hecho, la mayor parte de ellos tomaron forma como palabra hablada, como
ya indican los editores en su nota introductoria. Todos nosotros, en el Departa­
mento de Arqueología de Southampton, fuimos grandemente estimulados y
aprendimos mucho de sus enseíianzas durante el otoño de 1980, cuando fueron
elaborados estos capítulos. Creo que este libro conserva gran parte de la perento­
riedad, impulso y fuerza de razonamiento que se hicieron patentes en el trato per­
sonal. Puede leerse, por tanto,. como una exposición por parte de uno de los prin­
cipales arqueólogos del mundo de algunos de los aspectos más importantes del
trabajo que está llevando a cabo. Quien lo lea obtendrá nuevos conocimientos
sobre la vida del hombre primitivo y acerca de la evidencia en la que descansa
nuestro conocimiento sobre ella.
La importancia de este libro no reside principalmente en la interesante expo­
sición que da el autor de sus proyectos de investigación. Descansa más bien en
su explicación y ejemplificación de algunos de los principios fundamentales de la
Nueva Arqueología, que Binford ha estado proponiendo desde 1962 y que ha
influido tan significativamente en muchos trabajos posteriores.
El aspecto más importante a tener en cuenta en la Nueva Arqueología -o
arqueología procesual como es llamada ahora que la novedad se ha desvaneci­
do- es que empezó, y en gran medida continúa, planteando una serie de pregun­
tas acerca del pasado humano. Inicialmente no contaba con un cuerpo teórico
coherente -éste es un aspecto que a menudo se ha interpretado mal o, más pro­
piamente, deformado- y sólo lentamente, de manera gradual y con dificultades,
se está confeccionando este cuerpo teórico. En realidad, la Nueva Arqueología
asume el hecho de que no hay un sistema fácil y elaborado mediante el cual po­
damos obtener un conocimiento válido sobre el pasado. Tal como Binford expo­
ne con mucha claridad, todo lo que conocemos acerca del pasado primitivo del
hombre, o más bien lo que creemos conocer, se basa en la inferencia. Muchos
PRÓLOGO 11

estudiosos, desde algunos de los padres de la arqueología tales como el general


Pitt-Rivers y Osear Montelius hasta Gordon Childe o Walter Taylor, han contri­
buido al desarrollo de la teoría arqueológica. Muchos de ellos han dado la impre­
sión de que habían logrado establecer un modo correcto de proceder, una serie
de reglas con las que podíamos proseguir, «hacer» arqueología y reconstruir el
pasado del hombre. Pero Binford ha insistido constantemente en que todavía ca­
recemos del método seguro que permita llegar a reconstrucciones del pasado en
coherencia total con el material arqueológico disponible mediante procesos fide­
dignos de inferencia.
Así expuesto, puede que este aspecto crucial no aparezca como una revelación
sorprendente. Pero en realidad es la idea fundamental de la Nueva Arqueología,
brillantemente documentada en el capítulo 2. En dicho capítulo, se resume el re­
ciente libro de Binford Bones: Ancient Men and Modern Myths, en el que colo­
ca a nuestros antepasados humanos más antiguos en una perspectiva muy diferen­
te a la que estamos acostumbrados. Estos aspectos son expuestos con gran clari­
dad y coherencia, de modo que este volumen ofrece una perspectiva sin paralelos
de la lucha intelectual y el debate que constituyen el auténtico drama de la arqueo­
logía contemporánea.

COLIN RENFREW
NOTA EDITORIAL
Puede ser útii ai iector conocer algunos detalles de cómo llegó a ser escrito
este libro y también sobre nuestra colaboración en su producción. Durante su
visita a Europa (de octubre de 1980 a enero de 1981), el profesor Binford habló
ante audiencias de diversa índole, desde reuniones masivas a grupos reducidos
de profesionales, sobre su trabajo ya realizado y las investigaciones en curso.
También impartió clases a alumnos no graduados y discutió sus ideas con estu­
diantes graduados y profesores universitarios, y también dio conferencias ante
grandes audiencias arqueológicas. En todas estas ocasiones, la respuesta fue ex­
tremadamente entusiasta. A aquellos de nosotros que hemos tenido la suerte
de haber sido enseñados por Binford no nos sorprendió la cálida acogida que
recibió: tiene una gran capacidad para hacer «revivir» el pasado, para llegar a
las raíces de las controversias importantes y para sugerir aproximaciones muy
originales a los problemas metodológicos y teóricos que tiene planteados la ar­
queología.
Gracias. a la previsión de Colín Renfrew, por entonces profesor de arqueolo­
gía en la Universidad de Southampton (que fue la principal institución que hos­
pedó a Binford durante su visita), muchas de las conferencias fueron grabadas,
con Ja esperanza de, en un futuro, poder realizar un libro basado en .una selec­
ción de las charlas. Pero las cintas eran demasiado numerosas para ser publica­
das sin una previa y extensa labor editorial e implicaba un excesivo trabajo que
Binford no podía realizar en su totalidad. Nosotros le conocíamos bien, éramos
entusiastas de su trabajo y de su visión general de la arqueología y además ha­
bíamos acudido a la mayor parte de sus conferencias dadas en Inglaterra. Por
todo ello se nos pidió colaborar en la formidable tarea de convertir las cintas,
registradas a lo largo de dos docenas de sesiones, en un libro de interés para el
lego o el estudiante no graduado y también para los arqueólogos profesionales.
Nuestros deberes iniciales incluían registrar las sesiones, obtener (y en muchos
casos realizar) transcripciones de las cintas, establecer un formato coherente
para el libro y confeccionar un texto a partir de las transcripciones. Un primer
borrador, muy preliminar, fue enviado al autor; lo llevó con él a Suráfrica en
el verano de 1981, lo ordenó, modificó varios capítulos (principalmente debido
a su extensión), añadió introducciones a las secciones, dos nuevos capítulos y
notas a pie de página, y seleccionó las ilustraciones. En base a esta materia pri­
ma enormemente mejorada, editamos la versión final. Nuestra principal tarea
fue asegurar una coherencia y, en caso necesario, simplificar en lo posible aque­
llos pasajes algo inaccesibles a causa del famoso estilo de la prosa de Binford
NOTA EDITORIAL

(problema que raramente se plantea en sus exposiciones habladas). Ha sido una


tarea mucho más larga de lo que habíamos imaginado en un principio, pero el
placer de examinar literalmente, palabra por palabra, los últimos pensamientos
de uno de los líderes reconocidos en nuestro propio campo, ha tenido su recom­
pensa.
Finalmente, hemos creído conveniente dar a conocer las fuentes originales
de donde proviene cada uno de los capítulos. El capítulo 1 se basa en tres char­
las radiofónicas emitidas por la BBC en abril de 1981 y publicadas en The Lis­
tener (9, 16 y 23 de abril de 1981). El capítulo 2 fue originalmente presentado
como dos conferencias sobre la arqueología del Paleolítico para clases de no
graduados en la Universidad de Southampton. Los capítulos 3 y 4 fueron espe­
cialmente escritos para este libro; el primero incorpora observaciones e ideas
que surgieron del viaje de Binford a Suráfrica durante el verano de 1981. La
transcripción de un seminario realizado e n e l Instituto Albert Egges v a n Giffen
para Pre- y Protohistoria, en la Universidad de Amsterdam, ha sido sólo retoca­
do levemente y conforma el capítulo 5. Una conferencia dada en el Departa­
mento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sheffield forma el nú­
cleo del capítulo 6, mientras que el capítulo 7 se compone de una serie de lec­
turas presentadas al público en Sheffield y Southampton y de una charla dada
en la Prehistoric Society de Londres. El capítulo 8 forma parte de un seminario
que tuvo lugar en la London School of Economics, como p arte de una serie
titulada «Modelos en Historia», organizada por Ernest Gellner y John Hall, e
incluye también p arte de la discusión que siguió a la conferencia dada en Ams­
terdam. Finalmente, el capítulo 9 proviene de la grabación de una conferencia
informal dada a estudiantes no graduados en la Univer.sidad de Southampton.
El libro, creemos, pone de m anifiesto la enorme amplitud de intereses del
autor. En él se exponen diversos temas que pueden satisfacer gustos arqueoló­
gicos muy diversos, desde la vida de nuestros antepasados más antiguos y los
orígenes de la agricultura a planteamientos sobre el desarrollo de la civilización,
o lo que los arqueólogos gustan de llamar «sociedades complejas». Lewis Bín­
ford demuestra asimismo que la evidencia utilizada para estudiar nuestro pasa­
do, el registro arqueológico, es mucho más compleja de lo que muchos de noso­
tros habíamos imaginado, y relaciona esta evidencia con un lenguaje antiguo
que no ha sido todavía descifrado. El propósito de este libro, y de hecho de la
mayor parte de la investigación de Binford, pasada y presente, es encontrar ca­
minos para descifrar este lenguaje.

JoHN F. CHERRY
ROBIN TORRENCE
AGRADECIMIENTOS DEL AUTOR
Este .libro ofrece un amplio debate sobre nuestro conocimiento del pasado
y los intentos realizados para comprenderlo mejor. En él expongo algunas de
mis propias experiencias adquiridas a lo largo de mi carrera como etnógrafo,
como estt1diante del compo�tamiento animal y como arqueólogo. Debo agrade­
cer a todas aquellas persoriás que han hecho posible mi trabajo y que me han
animado a segl}.irlo. Concretamente, este libro debe su existenCia a las presiones
de Colin Renfrew, Robin Torrence y John Cherry. Estas tres personas, más que
ninguna otra, me instaron a grabar mis conferencias europeas y a que sirvieran
de base a un libro; los tres han sido incansables en su apoyo, ánimo e insistencia
para que esta obra pudiese ser llevada a término. Nunca podré agradecérselo
bastante.
Durante mi estancia en Europa, Colín Renfrew, Clive Gamble y Klavs
Randsborg me guiaron, couigieron y educaron en el clima intelectual europeo;
por esta causa estoy muy agradecido a estos buenos amigos. El viaje a Europa
hizo también posible una maravillosa comida con Denise y Franfois Bordes la
víspera del Año Nuevo de 1980. Fue una agradable visita, pero desgraciadamen­
te iba a ser la última vez que viese a Fran�ois vivo. Por esta oportunidad estoy
también en deuda con mis anfitriones europeos.
Como menciono en el Prefacio, en este libro hago referencia a una conside­
rable cantidad de investigación no terminada, una importante parte de la cual
fue llevada a cabo o estimulada durante un maravilloso viaje a Suráfrica en el
verano de 1981 (resultado de una invitación para dar una serie de conferencias
en la Universidad de El Cabo). En el curso de mi visita, tuve la agradable opor­
tunidad de hacer un viaje al área del río Nossob, en el Norte de Suráfrica; allí,
durante un corto período de tiempo, compartí las experiencias de los naturalis­
tas Gus y Margie Mills, que se dedican habitualmente al estudio de las hienas.
También tuve el privilegio de encontrarme con el doctor C. K. Brain, así como
con las doctoras E.lizabeth Voigt y Elizabeth Vrba (del Transvaal Museum), y
pude visitar los yacimientos de Kromdraai, Sterkfontein y Swartkrans de la
mano de los guías que mejor los conocen en el mundo. Richard Klein y el equi­
po del South African Museum, en Ciudad de El Cabo, hicieron posible que es­
tudiase las colecciones de fauna existentes en dicho museo, incluyendo las del
importante yacimiento de la desembocadura del río Klasies (sobre las que espe­
ro presentar un trabajo próximamente). Miss Shaw del South African Museum
fue muy amable al guiarme a través de sus colecciones de fotografías y materia­
les etnográficos.
AGRADECIMIENTOS DEL AUTOR 15

Con seguridad, en este libro quedarán reflejados los esfuerzos llevados a


cabo por las numerosas personas que hicieron posible mi viaje africano. Hay
que destacar, en primer lugar, a John Parkington que organizó el viaje y me
ayudó en tantas ocasiones durante mi estancia en Suráfrica: a John le estoy ver­
daderamente agradecido por una de las experiencias más excitantes de mi carre­
ra profesional.
Aquí, en Albuquerque, diversas personas han contribuido a elaborar este
libro. Debo mencionar al equipo de la Instructíonal Media Office de la Univer­
sidad de Nuevo México, con el que he colaborado estrechamente durante la
realización de las copias fotográficas de mis dibujos y que han logrado impresio­
nes tan magníficas a partir de mis diapositivas y negativos. El Departamento de
Antropología de ia Universidad de Nuevo México, como siempre, apoyó mi in­
vestigación, en particular subvencionando gran parte del trabajo fotográfico y
proporcionándome un ayudante que colaboró en la preparación del manuscrito
y en otras investigaciones. Mis mecanógrafas Martha Graham y Signa Larralde
realizaron un gran esfuerzo para lograr un buen manuscrito.
Diversas personas han aportado fotografías para publicar en este libro:
Charles Amsden, Jim Chisholm, Irven de Vore, Pat Draper, Diane Gifford,
Robert Hard, Susan Kei;it, John Lanham, John Parkington, Edward Santry,
Olga Soffer y Norman Tindale. En el texto consta el nombre de los autores de
aquellas fotografías no realizadas por el autor. El trabajo de estas personas ha
permitido mejorar este libro y les agradezco a cada uno de ellos su cooperación.
Iva Ellen Morris dibujó las reconstrucciones de los modos de vida del hombre
antiguo (figs. 2, 5 y 16), así como la imaginativa reconstrucción del «Jardín del
Edén» (fig. 128): agradezco enormemente su ayuda y talento.
Para finalizar, debo recalcar el importante papel desempeñado por Robín
Torrence y John Cherry en la producción de este libro. Revisaron la transcrip­
ción de las cintas y la primera conversión de la palabra hablada en manuscrito.
Una vez hube reelaborado estas transcripciones, trabajaron duramente para edi­
tar mi trabajo, y sus sugerencias acerca de la forma de reorganizar la obra die­
ron sin duda como resultado un producto mejor. No hay palabras adecuadas
para expresar mi gratitud a Robin y a John.

LEWIS R. BINFORD
1

PREFACIO
Este libro está formado por las transcripciones revisadas de una serie de con­
ferencias dadas en Gran Bretaña y Escandinavia durante el otoño de 1980 y las
primeras semanas de 1981.1 Las conferencias estaban planeadas para lograr una
serie de objetivos, pero sobre todo pretendían arrojar luz sobre temas en curso
de investigación, es decir, que versaban frecuentemente sobre materias que es­
taba investigando o ideas en proceso de maduración y que todavía no había de­
sarrollado lo suficiente para poder ser presentadas en un artículo o monografía.
Ello significa que esta obra, al igual que las conferencias antes mencionadas,
no presenta los resultados de una investigación y pensamiento completos sino
que se trata, más bien, de una especie de ensayo sobre los avances conseguidos
en diversos temas, incluyendo también mis opiniones sobre el trabajo de otros
investigadores. De todos es sabido que los arqueólogos publican los resultados
de una investigación mucho tiempo después de haber concluido los trabajos;
por otro lado, el estímulo que proporciona la discusión e intercambio de ideas
-que constituye el acicate de la investigación- normalmente tiene lugar entre
un «grupo restringido» de amigos y colegas y raramente sobrepasa estas fronte­
ras antes de la aparición de las tardías publicaciones sobre el trabajo acabado.
Por tanto, las conferencias tienden a rellenar él vacío existente entre la excita­
ción que proporciona la investigación en curso y la poca atractiva tarea que im­
plica el preparar la publicación «final». Espero que al dar a conocer mi pensa­
miento e investigación actuales pueda compartir parte de esta excitación, de ma­
nera que otras personas se vean también estimuladas por el atractivo del trabajo
no acabado. He intentado ofrecer la información suficiente que permita mostrar
la.línea seguida en la prosecución de algunos razonamientos, aunque general­
mente no presento «conclusiones»: de hecho, en algunos casos no estoy todavía
seguro de cuáles serán. Mi actitud acerca del trabajo de otros está, naturalmen­
te, condicionada por mis propias experiencias e intereses actuales, pero a pesar
de esto he intentado ofrecer una especie de «estado de la cuestión» respecto a
ciertas áreas de la investigación.
Hace algunos años perfilé un programa de investigación de largo alcance
proponiendo que los estudios sobre los restos de fauna, sobre el uso organizado
del espacio y sobre los sistemas ecológicos fuesen considerados los más prove­
chosos para el desarrollo de una teoría explicativa en arqueología.2 La mayor
parte de mi trabajo sobre los restos faunísticos ya ha sido publicada, pero no
puedo decir lo mismo de una parte fundamental de la investigación relacionada
con los criterios para diagnosticar el carroñeo, considerado como táctica para
PREFACIO 17

procurar alimento. En esta publicación utilizo algunos de los resultados de estos


estudios, aunque centro la discusión en el análisis espacial en términos de nues­
tro conocimiento sobre la variabilidad existente tanto en cada uno de los yaci­
mientos como al comparar los yacimientos entre sí. Cada uno de estos aspectos,
uno de ellos casi finalizado y el otro en proceso de investigación, están a la
espera de nuevos estudios ecológicos. Ello condiciona mi programa de investiga­
ción a largo plazo, ya que considero que se trata de un aspecto interesante y,
por tanto, digno de discusión.
Las conferencias no son sino una serie de apuntes y valoraciones críticas so­
bre el trabajo en curso y, en algunos casos, su enfoque fue variado considerabje­
mente en respuesta a mis apreciaciones acerca del carácter de la audiencia. Casi
todas ellas fueron pronunciadas ante grupos muy diversos y con diferentes nive­
les de familiaridad con la arqueología y la prehistoria. Otro aspecto a resaltar
son las diferencias que observé entre los profesionales presentes en la audiencia.
Me sorprendió la diversidad que existe entre mis colegas europeos, tanto en lo
que respecta a sus intereses como a'la importancia que dan a la investigación
que se lleva a cabo fuera de los límites de sus campos de estudio particulares.
El hecho de que en diversas regiones del Norte de Europa los depósitos paleo­
líticos sean muy escasos o no existan motivó que en algunas conferencias la
atención se centrara en la arqueología agrícola y protourbana, aunque esta pre­
ferencia no fuese tan aparente en las reuniones en que asistían prehistoriadores
del Sur de Europa o Africa. Igualmente observé que los arqueólogos interesa­
dos en la investigación de la Edad de la Piedra se dedicaban preferentemente
a investigar los restos procedentes de yacimientos mesolíticos, es decir, los sub­
productos del hombre plenamente moderno, pero todavía preagrícola. Encontré
que mis discusiones sobre los problemas de método -reflejados en las partes I
y II de este libro- eran consideradas o bien irrelevantes para su trabajo o de
interés sólo a causa de su preocupación (puramente académica) por el Muste­
riense o el Paleolítico Inferior. Me sorprendió este tipo de reacción aunque,
ciertamente, habría obtenido una respuesta similar por parte de un grupo de
arqueólogos del Nuevo Mundo que investigasen sobre los períodos Arcaico o
de la Cultura de los Bosques de América del Norte. Por todo ello, he intentado
presentar en este libro las discusiones acerca del hombre antiguo y del M uste­
riense en términos de metodología, ya que considero que interesa a todos los
arqueólogos, al margen de los períodos de tiempo en que se centren sus inves­
tigaciones particulares.
Me sorprendió también la cantidad de gente que parecía no estar familiari­
zada con la bibliografía etnográfica de sociedades cazadoras y recolectoras. Las
discusiones sobre los restos arqueológicos de los pueblos cazadores-recolectores
normalmente adolecían de una carencia de información adecuada y estaban ba­
sadas más en ideas románticas que en una comprensión genuina derivada de
testimonios de primera mano. Por esta razón, utilicé muchas diapositivas que
permitieran ilustrar mis experiencias entre los cazadores-recolectores y mostrar
la manera como las poblaciones nómadas «marcan» su medio con restos arqueo­
lógicos. Esto se hará evidente en el capítulo 6, donde, de forma deliberada, he
reducido la exposición gráfica con el fin de mostrar cómo un mismo pueblo pro­
duce muchos tipos diferentes de restos arqueológicos. A este hecho -aunque

2. - BTh"'FORD
18 EN BUSCA DEL PASADO

no es nuevo para los arqueólogos- parece que no se le ha prestado la suficiente


atención y raramente ha sido tenido en cuenta al interpretar el registro arqueo­
lógico. Quizás esté exagerando el tema puesto que, ciertamente, el interés de
la mayor parte de los arqueólogos presentes en las conferencias no se centraba
en poblaciones nómadas; mis conferencias, por tanto, pudieron interpretarse
como una especie de tarea misionera dirigida a resaltar algunos de los interesan­
tes problemas que planteaba el método inferencia!, que se hacen patentes al
aplicarlos a los pueblos cazadores y recolectores.
Muchos europeos, particularmente los escandinavos, querían que hablase de
la Nueva Arqueología pero, y es interesante resaltarlo, su conocimiento no se
basaba en las conclusiones que apuntaba en mis publicaciones aparecidas desde
1969, sino en los argumentos contenidos en los trabajos de Fritz y Plog 3 y tam­
bién de Watson, LeBlanc y Redman.4 Tengo la impresión de que la mayor parte
de los estudiosos europeos consideran estos trabajos como una rama ingenua
del positivismo, un intento de adoptar un sistema filosófico para la arqueología,
motivado por el deseo de llegar a ser «científico» o por algún extraño impulso
americano de «medir las cosas». Reconozco que es difícil vender una serie de
tácticas si el objetivo, la teleología, no está claro� si no se me dice dónde vamos,
no puedo evaluar la sugerencia de ir allá. Quizás muchos de los programáticos
de la Nueva Arqueología se equivocaron en este sentido y algunas de las reac­
ciones negativas estén justificadas.
En respuesta a esta reacción, he intentado organizar el libro en función de
argumentos basados en el ejemplo, poniendo de manifiesto la naturaleza de los
problemas arqueológicos originados en los diferentes dominios de la investiga­
ción. Al mismo tiempo, he intentado aunar estas diferencias ante la necesidad
-común a todos los arqueólogos- de mejorar nuestros métodos de inferencia.
No discuto específicamente las conclusiones epistemológicas, sino únicamente
las más prácticas y que considero más oportunas. Si el lector aprecia este matiz,
comprenderá que, inevitablemente, de ello se deriva una complicación en las
conclusiones epistemológicas. Estoy más convencido que nunca de que el secre­
to para el desarrollo de la ciencia arqueológica estriba en la profundización y
experimentación de las estrategias epistemológicas. Pretender que se adoptaran
tácticas positivistas concretas era quizá prematuro y muchos arqueólogos no lo­
graron apreciar las razones de tal pretensión. En esta obra intento poner de
manifiesto -a través de una serie de ejemplos discursivos- la necesidad de
una auténtica preocupación por la epistemología.
Parece que en Europa hay dos tipos de arqueólogos claramente diferencia­
dos: los especialistas y técnicos que representan la «ciencia en arqueología»5 y
los «filósofos sociales» (estructuralistas, marxistas, morfogenesistas, etc.). Este
libro pretende sugerir cómo los dos tipos pueden aunarse y crear una ciencia
genuina de la arqueología. No es mi intención decir que estos dos tipos son
exclusivos del Viejo Mundo: los dos están presentes también en América del
Norte. La diferencia estriba en que en América del Norte el contraste se hace
patente entre el «duro arqueólogo de campo», que discute sobre la fuerza del
licor en diversos bares mexicanos o de Dakota del Sur, y el llamado «arqueólo­
go de gabinete» que está más interesado en «todo lo que esto significa», sin
tener en cuenta si existen o no métodos fiables para dar respuestas a tal cuestión
PREFACIO 19

(por suerte, en el Viejo Mundo se observa mucho menos machismo asociado a


la arqueología; tanto los especialistas científicos como los filósofos sociales están
más interesados en los resultados intelectuales que muchos de los «hombres de
campo» del Nuevo Mundo).
Los defensores de la «ciencia en arqueología», tan corrientes en Gran Bre­
taña, consideran, al parecer, que el desarrollo de los métodos por inferencia
depende en principio de otras ciencias. Ésta es la razón de que se resalte el
papel de la zooarqueología, la geología o de cualquier otra disciplina que traba­
je «al servicio de» la arqueología. En cierto sentido, este razonamiento es acer­
tado: las teorías y explicaciones de los fenómenos observados y que han sido
desarrolladas en otros campos pueden ciertamente utilizarse como base para la
inferencia arqueológica. Con todo, frecuentemente nos encontramos con que
las inferencias obtenidas de este modo no son quizá ni útiles ni adecuadas para
la solución de nuestros problemas arqueológicos. El resultado es que se ha pro­
ducido un desarrollo constante de unos pocos subcampos que tratan los restos
arqueológicos bajo sus propios esquemas, sin que ello implique necesariamente
el avance de la causa de la arqueología. En tales casos, la evidencia arqueológi­
ca termina por servir a los objetivos de otras disciplinas: un ejemplo de ello se
observa cuando la diversificación de la cría del ganado doméstico, ovejas y ca­
bras, se estudia en términos puramente zoológicos, y el arqueólogo se ve obliga­
do a buscar el contexto adecuado que le permita adaptar el trabajo del zooar­
queólogo a sus propios estudios.
Exactamente ésta fue la conclusión que me llevó al estudio de la fauna y a
la publicación de los libros Nunamiut Ethnoarchaeology 6 y Bones. 7 El científico
subsidiario, pensaba, nunca realizará la investigación necesaria que permita re­
lacionar los restos de fauna con la interpretación de las sociedades humanas del
pasado. Tales científicos serán capaces, como máximo, de desarrollar técnicas
que permitirán interpretar poblaciones de animales antiguas,8 pero, por desgra­
cia, sus resultados serán dudosos al carecer del conocimiento necesario sobre
los procesos de formación arqueológicos.9 Es de esperar que únicamente los ar­
queólogos serán capaces de realizar las investigaciones pertinentes para lograr
los objetivos arqueológicos, al margen de las ayudas que puedan proporcionar­
les las ciencias auxiliares.10
Creo que la mayor parte de los arqueólogos se han percatado de que la cre­
dibilidad de una inferencia sobre el pasado es tan válida como el conocimiento
en el que ésta se basa. También sabemos desde hace mucho tiempo que nuestro
conocimiento sobre algunos fenómenos es más seguro que sobre otros. Chris­
topher Hawkes 11 lo reconoció implícitamente cuando en 1954 proponía su «es­
cala de fiabilidad»: en aquellos dominios en los que el conocimiento y compren­
sión se suponían relativamente seguros, la inferencia era considerada mucho
más cómoda.
El nexo fundamental entre la «arqueología tradicional» y la llamada «Nueva
Arqueología» quedó bien ilustrado en una conferencia a la que tuve el privilegio
de asistir durante mi estancia en Southampton. El conferenciante era el distin­
guido arqueólogo M. J. O'Kelly, artífice de la excavación del importante yaci­
miento de Newgr(lnge, en Irlanda.12 El profesor O'Kelly se sentía feliz al refle­
xionar sobre cómo se pudo construir la gran estructura megalítica de Newgran-
20 EN BUSCA DEL PASADO

ge, qué aspecto tendría en su época, e incluso sobre qué sucesos pudieron mo­
dificar el registro arqueológico hasta conseguir la apariencia observada en el
momento de la excavación. Todas estas inferencias habían podido efectuarse
gracias a la conexión establecida entre las observaciones arqueológicas y los
principios y leyes causales tomados de la mecánica, de la física y de los campos
relacionados con la ingeniería aplicada. Sin embargo, era interesante su renuen­
cia a considerar la naturaleza de la sociedad en la que el yacimiento había fun­
cionado. ¿Cuál era la razón de esta actitud? La respuesta puede ser simplemen­
te que no existen principios fiables o teorías de la cultura y la sociedad a las
cuales el prof esor O'Kelly pudiera apelar para justificar las inferencias realiza­
das a partir de sus observaciones. Lo que pretendo sugerir aquí es que los ar­

queólogos no pueden depender de otros campos para desarrollar los principios


necesarios que les permitan hacer inferencias fiables sobre el pasado: ellos mis- ·

mos deben desarrollar una ciencia de la arqueología.


l;as tácticas empleadas por los filósofos sociales representan el extremo
opuesto.13 Estos defensores de puntos de vista diversos (marxista, estructuralis­
ta, materialista, idealista, etc.) creen que sus posturas favorecen la comprensión
e inteligibilidad del mundo.14 Frecuentemente usan el registro arqueológico para
progresar en sus postulados mediante lo que yo llamo «argumentos acomodati­
cios post hoc», es decir, consideran el pasado como «conocido» en cuanto que
coincide con su tendencia filosófica particular o con su posición adoptada. Pero
frecuentemente tales argumentos toman la forma de falacias silogísticas. Ello
queda quizás reflejado en una experiencia que tuve durante mi estancia en In­
glaterra.
Con motivo de la invitación a dar una conferencia en Cambridge, presenté
una corta introducción histórica de las ideas metodológicas que aparecerían,
posteriormente, publicadas en el libro
Bones,15 y participé también en un colo­
1
quio organizado principalmente por estudiantes de Ian Hodder. Esta «díscu­
sión» empezó con la lectura, a cargo de dos estudiantes, de unos trabajos en
los que se acusaba a la ciencia, a la arqueología y a mis propios escritos de
contener un gran número de deficiencias, infracciones e incluso felonías intelec­
tuales (por ejemplo, Hodder me comunicó que una importante deficiencia de
mi trabajo entre los nunamiut era el hecho de que no había preguntado a los
esquimales sobre sus actitudes respecto a la basura).16 Después de escuchar du­
rante largo tiempo me llegó el turno de responder al obvio desafío: ¿Qué dice
a esto, prófesor Binford? ¿Qué podía decir? La implicación era clara: yo había
sido complaciente e incluso simpatizaba con muchas de las deficiencias del regis­
tro arqueológico citadas. Intenté sugerir que quizás algunas de las acusaciones
estaban mal planteadas, no se podían aplicar a mi trabajo o, simplemente, que
eran falsas y equivocadas. Mis protestas o bien fueron acogidas con risas, por
considerarlas obviamente incorrectas, o bien atacadas porque había considerado
que varias de las críticas no tenían fundamento.
Este incidente ocurrido en Cambridge es un ejemplo de una forma normal
de argumentación utilizada por los filósofos sociales: primero se pregunta a la
víctima cuándo va a dejar de pegar a su esposa. En respuesta, declara que él
no pega a su esposa, y coincide con los acusadores en que no se debe pegar a
la propia esposa. Por desgracia, este tipo de discusiones estériles difícilmente
PREFACIO 21

dan como resultado un enriquecimiento o progreso intelectual. Esta manera de


proceder es una especie de ejercicio sin recursos sobre la falacia de determinada
relación causa-efecto que se da con frecuencia entre los polemistas con una
orientación filosófica, y entra en contradicción con aquellos que buscan el pro­
greso de la ciencia arqueológica.
Los falsos silogismos son, por tanto, corrientes, y lo son también otras tácti­
cas cuestionables usadas por los «filósofos». Por ejemplo, con frecuencia abogan
por el uso de un lenguaje particular que, si se emplea adecuadamente, permite
Ja comprensión del mundo según su posición filosófica particular. Esta práctica
es naturalmente tautológica, pero las tácticas de los filósofos sociales no son
científicas. En contra de estos postulados, está la epistemología científica que
en un principio fue utilizada como un medio de evaluar las ideas mediante la
objetivación de las descripciones de la realidad.17 Este libro trata de cómo da­
mos sentido a la experiencia arqueológica y de la forma en que hemos y estamos
usando tales experiencias, una vez convertidas en testimonios significativos del
pasado, para que nos permitan explorar dicho pasado y valorar nuestras. ideas
acerca de él. Sin embargo, la filosofía sin la ciencia es simplemente cultura, y
la ciencia sin la filosofía es una convención estéril. Por tanto, debemos integrar
las dos aproximaciones porque entonces, y sólo entonces, seremos capaces de
crear una disciplina productiva que contribuya al crecimiento acumulativo del
conocimiento.
1. DESCIFRANDO EL REGISTRO
ARQUEOLÓGICO

LA CIENCIA DE LA ARQUEOLOGÍA

Hace algún tiempo, en el autobús, un señor de edad me preguntó qué hacía.


Yo le dije que era arqueólogo. Él replicó: «Eso debe ser maravilloso, porque
lo único que se necesita para tener éxito es suerte». Tuve que convencerle de
que su punto de vista sobre la arqueología no era el mío. Él tenía la idea de
que el arqueólogo «desentierra el pasado>), que el arqueólogo con éxito es el
que descubre algo que no se había visto antes, que todos los arqueólogos em­
plean sus vidas yendo de un lado a otro con el fin de realizar descubrimientos
espectaculares. Es ésta una concepción de nuestra ciencia quizás apropiada para
el siglo XIX, pero que no se ajusta a la naturaleza de la arqueología tal como
se practica hoy en día, al menos en los términos en los que yo la concibo. En
este capítulo quiero explicar por qué creo que los arqueólogos son algo más que
simples descubridores.
Como muchas personas, el caballero del autobús estaba bastante equivocado
al creer que el arqueólogo «descubre el pasado». El registro arqueológico está
aquí, con nosotros, en el presente. Está allá, enterrado, con muchas posibilida­
des de ser descubierto al construirse una nueva carretera; es una parte impor­
tante de nuestro mundo. contemporáneo y las observaciones que hacemos sobre
él están aquí y ahora, son nuestras contemporáneas. No son observaciones di­
rectas que sobreviven del pasado (por ejemplo, el caso de un historiador que
maneja información de un diario del siglo xv escrito por el autor en esa época).
Los hechos observados del registro arqueológico son actuales y por sí mismos
no nos informan acerca del pasado. El registro arqueológico no se compone de
símbolos, palabras o conceptos, sino de restos materiales y distribuciones de
materia. El único modo de poder entender su sentido -o dicho de otra forma,
la manera en que podemos exponer el registro arqueológico en palabras- es
averiguando cómo llegaron a existir esos materiales, cómo se han modificado y
cómo adquirieron las características que vemos hoy. Esta comprensión depende
de una gran acumulación de conocimientos que relacionan las actividades huma­
nas (es decir, la dinámica) con las consecuencias de estas actividades que pue­
den ser observables en los vestigios materiales (es decir, la estática) En rea­
lidad, se podría pensar en los hechos arqueológicos como en una especie de
24 EN BUSCA DEL PASADO

lenguaje no traducido, algo que necesitamos «descifrar» para ir de las simples


afirmaciones sobre la materia y su clasificación a aseveraciones de interés beha­
viorístico sobre el pasado.
Así pues, el desafío que la arqueología plantea consiste en la transcripción,
de manera literal, de la información estática contenida en los restos materiales
observables para reconstruir la dinámica de la vida en el pasado y estudiar las
condiciones que han hecho posible que estos materiales hayan sobrevivido y lle­
gado hasta nosotros. Este desafío, que sienten muchos arqueólogos, es enorme
y nada fácil de afrontar, porque exige de nosotros una mejor comprensión de
nuestras propias interacciones con el mundo material. Después de todo, rara­
mente prestamos atención a la manera en que nuestro comportamiento puede
modificar nuestro contexto material y dejar huella sobre lo que sucede en nues­
tra vida cotidiana; simplemente, no contemplamos el mundo desde esta perspec�
tiva. Sin embargo, el arqueólogo debe prepararse para hacerlo así. Debe llegar
a interesarse por asuntos bastante vulgares: ¿Cómo dispone la gente de su basu­
ra? ¿Cómo deciden que un instrumento está gastado y si necesitan comprar uno
nuevo? ¿Cuándo consideran que algo ya no es útil y debe ser sustituido o reu­
tilizado con otros fines? La información sobre estas decisiones, decisiones que
modifican la forma y ordenación de los objetos materiales, es fundamental para
los arqueólogos que esperan ser capaces de «descifrar» y «leer» el registro ar­
queológico en términos de aquellos aspectos del pasado que les interesan.
¿Cómo podemos enfrentarnos a este desafío? ¿Podemos empezar a lograr
nuestros objetivos simplemente excavando más yacimientos y descubriendo nue­
vas cosas, como suponía el hombre del autobús? Mi respuesta debe ser un ro­
tundo «DO» .. Si (como sospecho) la mayor parte de la gente encuentra esta res­
puesta sorprendente, es porque imagina que los arqueólogos sólo excavan yaci­
mientos; no saben nada acerca de los trabajos de investigación que deben llevar­
se a cabo para ayudar a descifrarlos. ¿Qué sugerencias pueden hacerse? ¿Los
métodos de la historia o de las ciencias naturales o de cualquier otra disciplina
son apropiados para los problemas que plantea la arqueología?
La primera idea que rechazaríamos es la de que los arqueólogos son simple­
mente historiadores especiales que trabajan con desventaja: es decir, historiado­
res que no tienen registros escritos. Debe reconocerse la diferencia fundamental
que existe en el tipo de datos utilizados por las dos disciplinas. Los historiado­
res, sea cual sea su interés específico en el pasado, trabajan de una forma u
otra con los registros escritos: crónicas, cartas, diarios, o cualquier otro tipo de
registro literario del pasado que haya sido realizado intencionalmente por una
persona para transmitir información. Sin embargo, como todos sabemos, las
cartas pueden embellecer la realidad; en la práctica, los escritores de diarios
escriben, a menudo, para un futuro lector desconocido; todos los registros buro"
cráticos son muy susceptibles de alteración debido a intereses personales. El he­
cho de que la gente no siempre es honesta enfrenta inevitablemente al historia­
dor con el problema de comprender los motivos que pueden haber movido a
los individuos para llevar a cabo un registro escrito del pasado. En cambio los
arqueólogos, al menos a un cierto nivel, raramente se enfrentan con esta parti­
cular dificultad. Por ejemplo, supongamos que durante la excavación de un ya­
cimiento se encuentra un hogar oróximo a un área llena de desechos: sería ex-
DESCIFRANDO EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO 25

traño realmente imaginar que alguien en el pasado hubiese deformado delibera­


damente este pequeño fragmento del registro arqueológico para sus propósitos
particulares o que hubiese moctificado lo que había arrojado como un medio de
comunicación con alguien del futuro. Con ello no quiero decir, naturalmente.
que el hombre no use las cosas materiales para comunicarse. Las ropas o las
joyas que llevamos reflejan nuestro status u otros aspectos propios; si un hombre
es policía o bombero nos lo indica el uniforme que lleva, pues éste proporciona
una información muy específica sobre su trabajo. Pero, aunque las cosas mate­
riales generalmente comuniquen información codificada, raramente son codifi­
cadas con propósitos de engaño. El arqueólogo trabaja con un tipo de material
muy diferente al del historiador, al menos desde el punto de vista de los siste­
mas simbólicos y de comunicación que el hombre utiliza.
Algunos historiadores han propuesto que el mejor método para informarse
acerca del pasado es la empatía,1 es decir, imaginar simplemente qué acciones
o circunstancias llevarían a las condiciones observadas. Por .ejemplo, puedo en­
contrar un hogar rodeado de piedras, con carbón en el centro y huesos rotos y
piedras a un lado. En este caso me digo: «YO soy un hombre. Si estuviese sen­
tado junto a un hogar, ¿qué podría haber hecho para que las cosas se queden
como las veo ahora?». En estas condiciones podría ser capaz de plantear una
serie de supuestos acerca de qué ocurrió en el pasado. Pero elaborar estos su­
puestos es sólo el primer paso y precisa de una mente imaginativa y del conoci­
miento acumulativo de la relación entre el comportamiento humano y los obje­
tos materiales. Mucho más importante es cómo evaluar estas ideas. ¿Cómo sa­
bemos que no existieron otras circunstancias que tuvieron lugar en el pasado y
pudieron asimismo haber producido los modelos que observamos en el registro
arqueológico? Sin la metodología adecuada para evaluar las ideas, sólo tendre­
mos las manos libres para generar montones de historias sobre el pasado, pero
careceremos de medios para conocer su exactitud.
¿No será acaso el mejor medio para enfrentarnos al desafío, seguir los pasos
de los que nos precedieron, tal y como sugieren algunos arqueólogos, es decir,
adoptar por ejemplo los métodos de las ciencias sociales? La sugerencia es se­
ductora. Pero deberíamos recordar que las ciencias sociales se desarrollaron
para tratar la dinámica social. Los arqueólogos, como ya he enfatizado, no ob­
servan hechos sociales; observan hechos materiales, todos ellos contemporá­
neos, y, por tanto, los procedimientos de las ciencias sociales en la práctica son
inapropiados para la arqueología. La arqueología debe enfrentarse con la natu­
raleza de los datos que emplea y con la singularidad del desafío: cómo acceder
desde el presente al pasado. Lo que se necesita es una ciencia del i:e.gistro ar­
queológico que enfoque los problemas especiales que surgen al tratar de utilizar
este registro para conocer el pasado.
Si no somos realmente historiadores ni científicos sociales, ¿qué podemos
decir acerca de los métodos de las ciencias naturales? Ésta es una sugerencia
bastante más adecuada, porque entre los científicos naturales no se espera que
los hechos que se observan «hablen por sí mismos». Los físicos, químicos, bió­
logos, etc., no imaginan que las relaciones observadas tengan un sentido que
sea evidente por sí mismo. Están constantemente preocupados en dar sentido
a tales observaciones y posteriormente evaluar hasta qué punto, en Ja práctica
26 EN BUSCA DEL PASADO

es útil la interpretación dada. Seguramente, ésta es la posición en la que se en­


cuentra el arqueólogo: interpretar los hechos arqueológicos (actuales) que ob­
serva y luego tratar de evaluar hasta qué punto su imagen del pasado se ajusta
a la realidad. Es por esta razón que siempre he afirmado que la arqqeología
debería adoptar los métodos de las cíencias naturales.2 Son las únicas técnicas
que conozco que pueden ayudar al arqueólogo en su especial y peculiar dilema:
disponer sólo de observaciones actuales sobre materiales cuya génesis es inase­
quible a través de la observación.
¿Qué implicaciones tiene este hecho en los procedimientos que seguimos al
excavar un yacimiento? ¿Necesitamos preocuparnos sobre el significado de los
restos arqueológicos antes de excavarlos? Si es así, ¿influirá esto en los resulta­
dos de la excavación? Ciertamente, el arqueólogo como descubridor debe estar
preocupado por estas cuestiones. Naturalmente, no sabríamos nada acerca del
pasado si nuestras energías estuvieran enteramente dedicadas a desarrollar una
perfecta metodología de investigación y fracasáramos en el registro de los he­
chos arqueológicos del pasado. Por otro lado, tampoco estaríamos más cerca de
conocer e l . pasado si tuviésemos un registro arqueológico completo y ningún
modo de darle sentido. Obviamente, los dos aspectos de la investigación ar"
queológica deben desarrollarse conjuntamente, pero esto es más fácil decirlo
que hacerlo. Podemos excavar en exceso sin contar con la metodología necesa­
ria que nos permita interpretar las cosas que observamos; o podernos llevar a
cabo una excesiva investigación metodológica y encontrarnos que al excavar un
yacimiento las cosas que necesitamos observar justamente no están . allí. A me­
nudo se oye a los arqueólogos decir: «X es un teórico, o Y es un hombre de
campo», o criticar que «fulano de tal excava muchos yacimientos correctamente
pero no los interpreta muy bien». El mensaje para la arqueología se basa en la
necesidad de un crecimiento equilibrado entre el desarrollo de las técnicas que
nos permiten hacer inferencias exactas acerca del pasado y la realización de ob­
servaciones arqueológicas que nos proporcionan materiales de interpretación.
No creo que se pueda excavar un yacimiento correctamente a menos que sepa­
mos también qué potencial pueden tener los datos excavados para lograr infe­
rencias sobre el pasado. Por ejemplo, si yo no conociese las técnicas de datación
por radiocarbono,3 no tendría sentido que conservara el carbón de una excava­
ción; sólo cuando sé que el análisis de muestras de carbón sin contaminar puede
dar una medida independiente del tiempo transcurrido , me doy cuenta de la
necesidad de recoger este material y de registrarlo cuidadosamente. En resu·
m en , las buenas técnicas de excavación dependen del conocimiento de los siste­
mas potenciales de hacer inferencias acerca del pasado. Pero las propias técnicas
de excavación son las que continuamente nos llevan a un mayor y variado nú­
mero de formas de investigación metodológica, porque siempre encontramos
cosas que no entendemos y que nos interesan , cosas que exigen una mayor in­
vestigación antes de que podamos utilizarlas para hacer inferencias sobre el pa­
sado.
Por tanto , la arqueología es una disciplina interactiva que no puede crecer
sin encontrar un equilibrio entre los intereses teóricos y los prácticos . Los ar­
queólogos tienen que estar en permanente autocrítica: por esto el campo es tan
vivo y los arqueólogos siempre están discutiendo sobre quién está en lo correcto
DESCIFRANDO EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO 27

en ciertos temas . La autocrítica conduce al progreso y es por sí misma un desa­


fío que el arqueólogo quizá sólo comparte con el paleontólogo y algún otro cien­
tífico cuya preocupación última sea hacer inferencias sobre el pasado en base a
datos actuales. La arqueología no es un campo que pueda estudiar el pasado
directamente, ni puede limitarse sólo al descubrimiento, como sugería el hombre
del autobús. Por el contrario, es un campo enteramente dependiente de las in­
ferencias sobre el pasado a partir de cosas encontradas en la actualidad. Los
datos arqueológicos, desgraciadamente, no son evidentes por sí mismos . ¡Mu­
cho más fácil sería nuestro trabajo si lo fueran!

ANALIZAR EL PRESENTE SIRVE A L PASADO

Todos estamos familiarizados con el cliché de que estudiamos el pasado para


conocer el presente. Quizá no Jo estemos tanto con la idea de estudiar el presen­
te para entender el pasado. Al menos, mucha gente parece no comprender muy
bien el hecho de que los arqueólogos vayan a vivir con los aborígenes australia­
nos 4 o que sigan a los bosquimanos !Kung en sus cacerías . 5 Éstas no son exac­
tamente el tipo de actividades que se suponen propias del arqueólogo . Pero,
desgraciadamente, muchos de nosotros estamos ocupados casi por completo. en
estas actividades, al menos durante alguna fase de nuestra carrera. En efecto ,
incluso en los Estados Unidos, en la moderna ciudad de Tucson, Arizona, existe
un proyecto dirigido a estudiar las prácticas de producción de basuras de los
actuales habitantes de la ciudad ; 6 ¡ los arqueólogos paseando con los basureros!
El hecho de que tales prácticas se lleven a cabo, creo que es un síntoma de que
el campo de la arqueología se está ampliando y haciendo cada vez más sofistica­
do. Como resultado, la arqueología debería estar en condiciones de ofrecer al
mundo unas nociones de nu estro pasado más claras y estimulantes que las que
nunca antes había sido capaz de proporcionar.
El registro arqueológico , como ya he mencionado , es un fenómeno contem­
poráneo y las observaciones que hacemos sobre él no son afirmadones <<históri­
cas». Necesitamos yacimientos que conserven elementos del pasado; pero , de
igual manera, tenemos necesidad de instrnmentos teóricos que den sentido a
esos elementos cuando se encuentran. Identificarlos exactamente y reconocer
su contexto en el pasado depende de un tipo de investigación que no puede ser
1Jevada a cabo a través del registro arqueológico únicamente. Es decir, si inten­
tamos investigar Ja relación existente entre la estática y la dinámica, debemos
ser capaces de observar ambos aspectos simultáneamente; y el único lugar don­
de podemos observar la dinámica es en el mundo actual, aquí y ahora.
Voy a dar un ejemplo. Un tipo de hallazgos muy común que efectúan los
arqueólogos son los instrumentos líticos. Para obtener un mejor conocimiento
del contexto en el que los hombres hacían, usaban y disponían de instrumentos
líticos , sería lógicamente muy útil observar pueblos que los usen. Éste fue el
motivo que me llevó al desierto central de Australia hace varios años, con el
fin de realizar trabajos de campo entre un grupo de gente que conocía este tipo
de instrumentos y que todavía los usaban periódicamente para diversos propó­
sitos. Esperaba ser capaz de relacionar la información sobre el comportamiento
28 EN BUSCA DEL PASADO

de estas gentes (la dinámica) con las consecuencias de este comportamiento vis­
to a través de la distribución, diseño y modificación de los instrumentos de pie­
dra (la estática). Parte de este trabajo se describe brevemente en el capítulo 7.
Mi objetivo era estudiar la estática y la dinámica en un contexto actual. Si lle­
gásemos a comprenderlas en todos sus matices, contaríamos con una especie de
piedra Rosetta: un sistema para «descifrar» lo estático, pasando de los instru­
mentos líticos encontrados en un yacimiento arqueológico a la vida que llevaban
las gentes que los dejaron allí.
Los nexos entre lo que encontrarnos y las condiciones que dieron lugar a su
producción sólo pueden estudiarse a partir de pueblos actuales (fig. 1). Yo he
trabajado sobre este problema con los nunamiut, un grupo de esquimales, caza­
dores de caribú en Alaska ,7 y con ios navajos, que son pastores de ovejas en el
Sudoeste americano;8 y tengo vario s estudiantes trabajando entre los··bosquima­
nos !Kung en el Sur de África. Todos estos trabajos de campo están planteados
con la finalidad de poder estudiar de manera directa los nexos entre las cosas
que encontramos como arqueólogos y los diversos comportamientos que dieron
como resultado la producción, modificación y disposición eventual de estas co­
sas. 9
La arqueología experimental 10 es otra área de investigación en la que el pre­
sente es usado para servir al pasado , con el objeto de proporcionar observacio­
nes para la exacta interpretación del registro arqueológico. Una gran parte de
este método de trabajo fue iniciado en Gran Bretaña. Comprende la recreación
experimental de sucesos o procesos que sabemos deben haber ocurrido en el
pasado, para observar cuál habría sido el resultado arqueológico . Por ejemplo ,
s i una casa s e quema 1 1 y l a erosión d e sus restos tiene lugar durante u n largo
período, ¿cuál sería el resultado que verían los arqueólogos? ¿De qué manera
se habrían modificado la estructura original y su contenido? Son problemas que
podemos abordar a través de la experimentación. La investigación, en este sen­
tido, nos permite evaluar hasta qué punto podemos aceptar lo que vemos como
directamente referible al pasado , o como algo deformado de maneras diversas
por los procesos intermedios. Otra de las ventajas de la experimentación es la
posibilidad de reproducir las técnicas de los artesanos antiguos, es decir, apren­
der a hacer instrumentos de piedra ,12 cerámica y otro productos empleados en
las tecnologías prehistóricas y aplicar los nuevos conocimientos a situaciones di­
ferentes, de forma que nos permitan solucionar problemas: este tipo de trabajo
puede contribuir a un mayor entendimiento del registro arqueológico. Creo que
estamos en condiciones de afirmar que los arqueólogos empezarán a emplear
estos métodos experimentales, con mayor frecuencia de lo que lo han hecho en
el pasado, cuando empiecen a ser conscientes de que el mero hecho de encon­
trar un objeto carece prácticamente de valor si no se le puede revestir de con­
tenido.
Los documentos históricos constituyen otra fuente importante de informa­
ción, que sólo recientemente ha empezado a ser utilizada por los arqueólogos.
El objeto de la investigación «etnoarqueológica» se centra en la búsqueda de
datos significativos sobre la formación del registro arqueológico. El arqueólogo
que trabaja en un asentamiento y observa las .diferentes actividades que llevan
a cabo sus ocupantes cree que podrá identificar ciertos modelos arqueológicos
DESCIFRANDO EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO 29

Birhor

Bosquimanos G/wi

l. Distribución de algunos pueblos primitivos actuales mencionados en el texto.

una vez conocidas las actividades que los produjeron. Ahora bien, simplemente
estar allí y mirar no es la única manera de obtener esta información, pues existe
también una cantidad importante de documentos escritos que describen las ac­
ciones del hombre del pasado. A menudo, el estudio de los documentos histó­
ricos nos sirve, no sólo para identificar los lugares de ocupación antiguos , sino
también para informarnos de lo que allí sucedía, qué nivel de especia1ización
artesanal existía, por ejemplo, o detalles referentes a la organización social del
asentamiento. Una vez conocidos estos aspectos sobre la dinámica del asenta­
miento , estamos en condiciones de excavar el yacimiento y relacionar Jos hallaz­
gos con las noticias que poseemos sobre las actividades y procesos que tuvieron
lugar hace tiempo. Este uso de la historia como una forma de control experi­
mental está todavía en sus inicios, aunque esperamos que en un futuro se pro­
duzcan grandes progresos en esta dirección . 1 3 El número de personas que toda­
vía hacen instrumentos de piedra para la caza y siguen un modo de vida nómada
disminuye cada día; por tanto, las futuras generaciones de arqueólogos tendrán
escasas oportunidades de estudiar a las gentes que usan este tipo de instrumen­
tos. Pero la existencia de documentos históricos que contienen observaciones
hechas por individuos actuales sobre la diná1nica de los yacimientos en el pasado
per1nite excavarlos y, en base a los relatos existentes sobre dichos lugares, inten­
tar relacionar lo que encontramos en el terreno con las informaciones históricas .
De todos modos, la palabra escrita no es el único documento histórico que
existe ; afortunadamente, durante los últimos cien años hemos sido capaces d e
realizar fotografías. Muchas d e ellas fueron tomadas a principios d e siglo , cuan­
do todavía existían numerosos pueblos que vivían al margen del desarrollo tec-
30 EN BUSCA DEL PASADO

nológico. ¿De qué manera podemos emplear tales fotografías para que nos pro­
porcionen una información arqueológica útil? Mi experiencia me sugiere que
no es tarea fácil . Por ejemplo , es necesario conocer una serie de detalles, tales
como la distancia focal de los lentes de la cámara, si queremos convertir una
fotografía oblicua (es decir, tomada por una cámara sostenida a mano y miran­
do al paisaje) en un mapa que, de todos modos, no será análogo a los que un
arqueólogo realizaría al excavar un yacimiento. Una vez estos problemas técni­
cos estén resueltos, y estoy seguro de que se logrará, estaremos en condiciones
de aprovechar de una manera mucho más rentable los cientos de miles de foto­
grafías etnográficas tomadas en un pasado relativamente reciente. Las fotogra­
fías tienen una inmediatez maravillosa: podemos ver una persona del pasado
sentada frente a nosotros y conocer lo que estaba haciendo en aquel momento.
Consecuentemente, se pueden poner en conexión las relaciones espaciales de l a
gente con los hogares, de l a s casas con J a gente , de l o s hogares con las casas·,
en un contexto behaviorístico que normalmente es difícil de establecer, incluso
con la ayuda de la palabra escrita. Con las fotografías se consigue tener, simul­
táneamente, una fugaz visión del comportamiento en el pasado y una especie
de «mapa» , una enorme ventaja que los arqueólogos seguramente capitalizarán
en el futuro.
Tenemos, por tanto , tres importante.s campos de investigación a desarrollar:
el estudio de los pueblos contemporáneos, la creación de situaciones exp.erimen­
tales que nos permitan controlar las causas a fin de estudiar los efectos, y el uso
de documentos históricos de diferentes clases, todos ellos campos de investiga­
ción que la arqueología contemporánea está empezando a desarrollar de forma
significativa. A medida que estos aspectos van adquiriendo importancia, la ima­
gen popular del arqueólogo , calado con un casco, descubriendo una tumba, será
sustituida por la de un individuo ecléctico, interesado en casi todos los dominios
de la actividad humana que conducen a resultados que pueden quedar reflej ados
en el registro arqueológico.

Los GRANDES INTERROqANTES DE LA ARQUEOLOGÍA

¿Qué es lo que queremos conocer del pasado? Es siempre difícil determinar


la viabilidad de una sugerencia , si de antemano no sabemos lo que pretendemos
conseguir. Este postulado es tan aplicable a la arqueología como a cualquier
otra disciplina; lo que pretendemos conocer acerca del pasado incide de forma
determinante en el método con que los arqueólogos llevan a cabo las excavacio­
nes e investigan el registro arqueológico . Si no tienen las ideas claras al respec­
to , les será difícil encontrar la forma de aproximarse a los datos arqueológicos
o saberqué tipo de investigación han de llevar a cabo para interpretarlos. Por
tanto , nuestras ideas acerca del pasado afectan a la investigación arqueológica
y al desarrollo de la arqueología en general. Puede ser de utilidad discutir bre­
vemente sobre nuestros conocimientos sobre el pasado , pero sobre todo es inte­
resante · y necesario discutir sobre lo que nos gustaría saber partiendo del regís- .
tro arqueológico : ¿es posible por medio de la investigación arqueológica contes­
tar algunos de los Grandes Interrogantes?
DESCIFRANDO EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO 31

Si pretendemos �!ioptar una aproximación arqueológica típica, ¡ empecemos


por el principio! Creo que es extremadamente importante poseer algún tipo de
información acerca de los rasgos fundamentales de la conducta de nuestros an­
tepasados más antiguos . Tenemos sus huesos, naturalmente, es decir, los fósiles
de los hombres más remotos, algunos de ellos de una antigüedad que oscila en­
tre 3 y 6 millones de años . Pero, ¿cuándo empezó el comportamiento típico, el
único significativo para usted y para mí, como miembros que somos de la misma
especie? La respuesta es simplemente que no lo sabemos. Conocemos cuándo
se produjeron los cambios en la capacidad craneana, en el tamaño de nuestro
cuerpo y en la forma de nuestra pelvis; sin embargo, todavía ignoramos en qué
momento el hombre comenzó a usar el lenguaje, cuándo empezó a vivir en pe­
queñas familias monógamas o a compartir el alimento entre adultos: y son éstas
las características que, de hecho, nos distinguen de la mayor parte de los anima­
les. ¿Qué antigüedad tiene el comportamiento que todos consideramos como
típicamente humano? ¿Cuáles fueron realmente nuestros antepasados más anti­
guos? Creo que éstos son unos de los temas centrales de la investigación arqueo­
lógica.
Hay una cuestión de actualidad que mantiene en controversia a los arqueó­
logos: el hombre de hace 2 millones de años, ¿cazaba ya para alimentarse ? ,
¿disponía de un campamento base?, ¿compartía la vivienda y los alimentos den­
tro del grupo?14 Estas preguntas adquieren significado cuando se contemplan
en el contexto del comportamiento animal en general: los primates (excluyendo
al hombre ) , por ejemplo, tienden a dormir en los árboles y no en el suelo, y
comen en el mismo lugar en que han obtenido el alimento y no donde duermen,
como hace el hombre . ¿ Cuándo empezó el sistema de vida terrestre, la actividad
cazadora y el reparto del alimento? ¿Fue la caza determinante en la evolución
del lenguaje b lo fue otra conducta social? ¿Qué motivó estos cambios y cómo
deberíamos explicarlos? Sólo cuando hayamos establecido lo que realmente su­
cedió en el pasado podremos empezar a preguntarnos el por qué sucedió. Y
solamente la arqueología, creo, está en condiciones de proporcionarnos infor­
mación sobre tales interrogantes. El estudio biológico comparativo del registro
de los fósiles humanos no puede por sí solo contestar a nuestras preguntas. Las
respuestas serán la consecuencia de la integración de una ámplia variedad de
datos arqueológicos que se han conservado: no únicamente la información sobre
la anatomía de nuestros antepasados sino también, por ej emplo , del lugar donde
fueron hallados sus esqueletos fosilizados y su relación con los instrumentos de
piedra y los subproductos de sus comidas. Con todo , hay que tener en cuenta
que los argumentos emitidos hasta ahora, no han sido frecuentemente muy só­
lidos.
Por ejemplo, la mayor parte de los libros de texto arqueológicos aseguran
qúe el hombre antiguo era cazador de animales. Este argumento se basa en los
hallazgos de yacimientos como la garganta de Olduvai (fig. 4), situado en el
África oriental: en este lugar, además de los fósiles de homínidos e instrumentos
de piedra antiguos, también han sido encontrados gran cantidad de huesos de
animales; al estar estos huesos asociados a instrumentos de piedra, es posible
deducir que se trata de los restos de las comidas del hombre antiguo, pero ésta
no es, necesariamente, la interpretación correcta. Los yacimientos donde encon-
32 EN BUSCA DEL PASADO

tramos estos instrumentos de piedra tan antiguos son depósitos geológicos crea­
dos por agentes naturales, no por el hombre : éste simplemente estuvo presente
en el contexto ambiental durante el periodo de tiempo en que los procesos na­
t urales que formaron los yacimientos estaban en pleno desarrollo, y no hay ra­
zón para suponer que todos los hallazgos ap arecidos en tales yacimientos se
puedan relacionar. En otro yacimiento del Africa oriental han aparecido unas
huellas de homínidos conservadas en la roca a las que se les atribuye una anti­
güedad de unos 3 millones de años. 15 Pero éstas no eran las únicas huellas; tam­
bién fueron identificadas huellas de elefante, jirafa, pintada e incluso de peque­
ños gusanos. S ería bastante absurdo llegar a la conclusión de que la asociación
de huellas de homínidos y de elefante implica que el hombre antiguo era pastor
de elefantes . Sin embargo , es precisamente el tipo de lógica usada por los ar­
queólogos que, a partir del hallazgo de instrumentos de piedra y huesos de jirafa
en un mismo depósito , presuponen que el hombre mató a la mencionada jirafa.
De hecho, ésta quizá murió por causas naturales y los instrumentos de piedra
fueran utilizados y abandonados en el yacimiento cientos de años después, sien­
do utilizados, tal vez, para cortar productos vegetales. Si los arqueólogos quie­
ren comprender el pasado correctamente , tendrán que solucionar el problema
de separar los diversos procesos y comportamientos que llevaron a la formación
de un depósito ; estos temas los discuto con más detalle en los capítulos 2 y 3.
Otra controversia interesante que plantea la arqueología gira en tomo a la
pregunta de si todas las características que consideramos puramente humanas
se iniciaron al mismo tiempo o bien eran emergentes, en el sentido de que sur­
gieron en contextos diferentes. ¿Puede considerarse la evolución de la, por así
decirlo, verdadera esencia del hombre como una especie de «salto cuantitativo»
o más bien se trata de un proceso de crecimiento progresivo? De nuevo, la res­
puesta es, simplemente, que no lo sabemos. Se ha dicho, por ejemplo , que la
adopción por parte del hombre de la postura erguida, sobre dos piernas , cons­
tituye un salto cuantitativo porque libera las manos; el uso de las manos hizo
posible la fabricación de instrumentos; los instrumentos propiciaron el lenguaje;
y el lenguaje preparó el camino a muchos cambios en la organización social,
tales como el reparto del alimento y la adopción de actitudes altruistas. Ésta es
una vía de evolución sobre la que tengo bastantes dudas. Personalmente, creo
que no deberíamos subestimar la necesidad de planificación que tuvieron los
antiguos cazadores para poder solucionar , por ejemplo, el problema del abaste­
cimiento de alimento durante la estación del año en que las plantas no crecen.
Quizá fuera en el contexto de la caza donde la acumulación de información y
su procesado empezaron a jugar un .papel más importante para nuestra evolu­
ción. Mi planteamiento, sin embargo, es que el desafío que nos plantea la inves­
tigación del pasado consiste en buscar caminos que nos permitan descubrir si
tales orientaciones son correctas o no .
Uno de los interrogantes más importantes que podemos examinar a través
de la investigación arqueológica es el que hace referencia al momento en que
surgieron comportamientos característicos que creémos nos distinguen de otros
animale s y de qué manera podemos entender su desarrollo. Contamos también
con un segundo grupo ·de problemas , relacionado con el anterior, que constitu­
ye, y es fácil hallar la razón, un tema de fascinación y especulación para mucha
DESCIFRANDO EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO 33

gente, además de los arqueólogos. Nos refe1imos al origen de la agricultura y


a las condiciones que llevaron al hombre a adoptar unas formas de vida mucho
más sedentarias que las correspondientes a su pasado como cazador y recolec­
tor. ¿Por qué el hombre dejó de trasladarse, se estableció y empezó a intensifi­
car su producción de alimentos en espacios cada vez más pequeños? Esto es ,
después de todo, lo que significa realmente la agricultura. ¿Por qué este fenó­
meno se produjo en muchos lugares diferentes del Viejo y Nuevo Mundo? y
¿cuál es la razón de que estos cambios se dieran en regiones tan distintas dentro
de lo que, desde un punto de vista arqueológico, es un período de tiempo tan
limitado como unos 2.000 años? En el capítulo 8, hago algunas sugerencias so­
bre la dirección a seguir si queremos hallar respuestas a estos interrogantes. Si
fuéramos capaces de acceder a algunas de estas cuestiones, creo que estaríamos
en condiciones de empezar a comprender la influencia que nuestra adaptación
ejerció sobre nuestro sistema de vida y también sobre nuestro nicho p articular
dentro del mundo animal. Digo esto porque la adopción de la agricultura y el
sedentarismo implican una serie de cambios muy característicos: representa una
readaptación importante por p arte de una especie, sin que se observen en con­
trapartida excesivos cambios biológicos. Sobre esta segunda y crucial serie de
Grandes Interrogantes de la investigación arqueológica prácticamente carece­
mos de información histórica escrita.
El tercer grupo de problemas también produce, en general, una gran fascina­
ción: esta vez nos referimos a los orígenes de la civilización. Los sistemas polí­
ticos bajo los que vivimos la mayor parte de nosotros y la complejidad de la
vida urbana que casi todos llevamos están totalmente alej ados del sistema de
vida nómada basado en la caza y la recolección que privó en el contexto en el
que tuvieron lugar nuestros cambios biológicos. ¿Cuáles fueron las causas que
motivaron este nuevo estilo de vida? ¿Qué razones existieron para que las socie­
dades basadas en la agricultura evolucionaran hacia tipos de organización polí­
ticos y burocráticos cada vez más complejos? ¿Qué causas produjeron el enorme
incremento de la especialización, tanto a nivel de la artesanía como al de la
organización social o del trabajo, que caracteriza a una ciudad, sea ésta moder­
na o antigua?
Nos hallamos ante una problemática en la que la arqueología empieza a re­
lacionarse con la historia, la filosofía política y muchas otras de las ciencias so­
ciales, y ello gracias a que contamos todavía con algunos pueblos situados en
partes remotas del mundo moderno que aún no se han visto afectados por l a
revolución industrial y , por tanto, sus procesos están en pleno desarroll o : e l ar­
queólogo puede aportar sus datos y compartirlos con los que derivan de otras
ciencias sociales . Fue interesante observar que , en cada una de las tres confe­
rencias internacionales a las que asistí durante 1981, el tema central de discusión
fue la aparición de los sistemas políticos complejos, el posible papel desempeña­
do por el comercio, y en qué medida los monopolios sobre la producción afec­
tan el nivel de desarrollo político (en el capítulo 9 planteo algunos de mis puntos
de vista sobre el tema). En la actualidad , es interesante observar que estas dis­
cusiones interesan casi exclusivamente a los arqueólogos , pero en el pasado es­
tas cuestiones eran planteadas por historiadores, filósofos políticos y otros estu­
diosos afines: la arqueología está comenzando a participar en el debate en tér-

3. � BINFORD
34 EN BUSCA DEL PASADO

minos de igualdad con las disciplinas de investigación que poseen una metodo­
logía más histórica.
La arqueología se inicia, por tanto , en el pasado remoto, en el mismo co­
mienzo de nuestra historia biológica, un período en el que nuestro desconoci­
miento sobre el comportamiento humano es casi total, y prosigue a lo largo de
toda la evolución hasta la complejidad del mundo moderno . ¡ Tal es el campo
de acción de la arqueología! Pero, ¿ofrecen los arqueólogos perspectivas especí­
ficamente arqueológicas que las diferencien de otros campos al tratar, por ejem­
plo, los orígenes del sedentarismo o la aparición de los sistemas políticos com­
plejos? Creo que la respuesta debe inevitablemente ser «SÍ». Los arqueólogos
inician su investigación con los objetos materiales y es natural que adopten pun­
tos de vista materialistas; a menudo , avanzan argumentos de naturaleza pragmá­
tica en contextos donde son mucho más corrientes los argumentos de tipo psico­
lógico, y creo que pueden ser útiles aunque sólo sea porque proporcionan una
base concreta a ciertos debates de largo alcance.
Las respuestas a los fascinantes Grandes Interrogantes que he mencionado
anteriormente y que discutiré más adelante dependen de la interacción entre la
observación, por un lado, y la investigación para dar sentido a las observacio­
nes, por el otro. Esto genera un impulso y este impulso está creciendo, como
ocurre con la disciplina arqueológica en su conjunto: existen muchos más ar­
queólogos en la actualidad que hace cincuenta años. Por consiguiente, muchas
áreas de la investigación han dejado de ser simples utopías arqueológicas y se
han convertido en problemas reales que pueden ser afrontados inteligentemen­
te, y también solucionarse; en lugar de vagas generalidades sobre el pasado,
esperamos obtener información fiable . Sin embargo, nuestros Grandes Interro­
gantes no se resolverán trabajando en nuestro país o provincia y a pequeña es­
cala, sino que requieren una investigación que comprenda amplios períodos de
tiempo y extensas áreas geográficas. La comunidad de investigación arqueológi­
ca es cada vez más internacional y la bibliografía sobre el tema que nos ocupa
ha crecido hasta abarcar muchas lenguas. La investigación realmente excitante
está progresando y las soluciones a nuestros principales problemas no las pode­
mos considerar lejanas, sino que, en algunos casos , están ya a nuestro alcance.
Primera parte

¿CÓMO ERA?
¿Cómo era el pasado? , ¿cómo vivían los hombres? , .¿cuán diversos eran sus
estilos de vida? Éstas son, quizá, las preguntas más repetidamente consideradas
por los arqueólogos y también por los legos. En la bibliografía arqueológica han
llegado a asociarse a uno de los objetivos de la arqueología: «reconstruir el pa­
sado». Pero si queremos alcanzar una parte ele este objetivo debemos desarro­
llar una metodología rigurosa que nos permita interpretar los restos arqueol.ógi­
cos. En esta primera parte del libro, espero demostrar la necesidad del empleo
de técnicas interpretativas específicas de la arqueología y discutir , a modo de
ejemplo, algunos de los problemas que se plantean cuando preguntarnos qué
ocurría hace 1 millón de años, durante el período en que vivieron nuestros an­
tepasados honúnidos.
Al objetivo de reconstruir el pasado se ha asociado frecuentemente el desa­
fío que el arqueólogo americano Walter Taylor propuso a la arqueología en
1948.1 En realidad, dicho investigador pretendía algo muy diferente de lo que
muchos arqueólogos piensan.2 Taylor estaba interesado en la reconstrucción de
«contextos culturales» del pasado, que consideraba como estados de ánimo o
«configuraciones»:

Creo que no nos hallaríamos ante esta incertidumbre si los arqueólogos hubie­
sen examinado su material de una form a similar a la que se propone en el presente
estudio, considerando los vestigios culturales como ideas y no como objetos mate­
riales, imaginando el comportamiento cultural como intermediario entre las ideas
y l os objetos materiales; en resumen, si hubiesen re conocido la diferencia existente
entre sus pro pi as agrupaciones empíricas y descriptivas y las categorías culturales
de los püeblos que estaban estudiando.3

Tal como indica este pasaje, Taylor no pretendía que los restos arqueológicos
fuesen investigados en función de los procesos mecánicos y behaviorístic0s que
los produjeron, tanto formal como comextualmente, sino que pensaba que de­
bían considerarse en el medio intelectual en que operaban. Hacía referencia a
un modelo de «normas mentales» que simbolizaran las «ideas g11e se encuentran
tras los artefactos». 4
En los capítulos siguientes, deseo demostrar que a menudo intentamos cono­
cer ciertos hechos ·a cerca del pasado que tienen poca relación, si es que tienen
alguna, con las ideas, configuraciones mentales o incluso con la cultura en sen­
tido estricto. Para estudiar ciertas formas de comportamiento, no hay necesidad
de descubrir las ideas responsables de la manufactura de los artefactos o de
otros datos extraídos del registro arqueológico. Algunas veces nuestras pregun­
tas acerca de cómo era el pasado implican averiguar los papeles que nuestros
antepasados desempeñaron en sus contextos ambientales: la información reque-
38 EN BUSCA DEL PASADO

rida, por tanto, será behaviorística y ecológica, no ideológica. De hecho, es im­


portante señalar que los arqueólogos no siempre intentan reconstruir una «ver­
sión tecoicolor» de todos los aspectos de la vida primitiva del hombre. Una re­
construcción completa del pasado es un objetivo muy poco realista. La atención
de los estudiosos que se proponen esta meta tiende a estar dirigida hacia los
yacimientos arqueológicos espectaculares y en muy buen estado de conservación
- pequeüas «Pompeyas»- donde el tiempo ha sido detenido por causas no
usuales.5 Por lo general, estos son los estudiosos que consideran que la natura­
leza del registro arqueológico limita los tipos de interpretación y reconstrucción
que los arqueólogos pueden hacer. Ello es particularmente cierto cuando los
objetivos de los «reconstruccionistas» están ligados a una estricta epistemología
empírica o inductiva que sugiere que únicamente podemos generalizar acerca
de aquellas partes del pasado que dejan huellas directas.
Aunque Taylor trabajaba en términos de una aproximación más o menos
idealista, reconoció que la reconstrucción del pasado a partir de los restos ar­
queológicos se basaba en la inferencia. Creía además que los arqueólogos tenían
que hacer inferencias si pretendían ir más allá de lo que él consideraba descrip­
ciones estériles del registro arqueológico y llegar a realizar proposiciones intere­
santes acerca del pasado. Taylor llamó a este proce.dimiento de inferencias l a
«aproximación conjuntiva»: l a unión d e las observaciones empíricas d e l registro
arqueológico con los «fenómenos . . . inferidos como pertenecientes a la cultura
y pueblo que se está investigando».6 No era una idea totalmente nueva; otros
estudiosos anteriores habían advertido ya que el pasado es «creado» por los ar­
queólogos mediante la utilización de observaciones hechas en el presente y que
es inferido o construido según los datos que los arqueólogos creen que son sig­
nificativos. En contraste, los investigadores que se sienten intelectualmente se­
guros simplemente con la idea de que sólo podemos generalizar a partir de las
observaciones empíricas, presuponen que las inferencias tienen que ser en su
conjunto evitadas. Taylor se opuso a los argumentos de estos empíricos e hizo
una sugestiva llamada a los arqueólogos pára que fueran más allá de sus datos,
pero desgraciadamente no propuso las líneas a seguir que nos indicaran cómo
proceder en la práctica. Tampoco examinó los métodos para llevar a cabo infe­
rencias exactas ni para evaluarlas o verificarlas una vez realizadas. 7
Sin embargo, los arqueólogos siempre han hecho inferencias para reconstruir
el pasado sin tomar en consideración la calidad de los métodos empleados. En ··

esta parte del libro, pasaré revista a la historia de algunas investigaciones impor­
tantes realizadas sobre el hombre antiguo y, al hacerlo, ilustraré de qué forma
algunos arqueólogos, incluyéndome a mí, estamos intentando desarrollar méto­
dos para hacer inferencias que sean más fiables que las realizadas anteriormen­
te. Si nuestros esfuerzos tienen éxito, algún día realmente sabremos algo acerca
del pasado.
2. ¿ERA EL HOMBRE
UN Cil-..ZAD OR PODEROSO?

¿Qué clase de criaturas eran nuestros antepasados más antiguos que habita­
ron la sabana africana hace 2 millones de años? Sólo a partir de una época re­
lativamente reciente empez.amos a saber algo acerca de los seres a partir de los
cuales evolucionó el hombre moderno, dónde vivían o incluso qué aspecto te­
nían. Por tanto, el desafío metodológico que representa el intento de conocer
su comportamiento es algo nuevo, y creo que los arqueólogos actuarán correc­
tamente si sus métodos nos permiten saber cómo era la vida en una época tan
remota. El Paleolítico Inferior, de hecho, es una especie de campo de pruebas
para los métodos y técnicas arqueológicos: ¿hasta qué punto pueden informar­
nos de un pasado, tan antiguo que apenas nos lo podemos imaginar, si están
basados en la experiencia moderna? En este capítulo expongo algunas opiniones
sobre el clima intelectual (en evolución constante) que impera en este campo
de la investigación y sugiero un esquema de análisis que · puede ser fructífero.

EL HOMBRE COMO MATADOR SANGUINARIO: LOS PUNTOS DE VISTA DE DART 1

Hace UJIOS sesenta años, Ray¡ru:m.d Dart, un anatomista surafricano , daba


clases prácticas sobre la anatomía en el Pleistoceno. Como ejercicio, Dart pidió
a sus estudiantes que buscaran por los alrededores fósiles y huesos rotos a los
que poder aplicar sus nuevas técnicas de identificación. Una joven recogió infor­
mación sobre un hueso que ella consideró interesante. Esto llevó poco después
¡i_un .de.s_cubrimiento importante en una cantera de caliza cerca de Taung, a 130
km al norte de Kimberley, en Suráfrica. Dart, más tarde, recordó los escalofríos
que recorrieron su espina dorsal cuando vio por primera vez lo que ahora es el
famoso fósil conocido por el nombre de «niño de Taung», un individuo de corta
edad perteneciente a una. forma de hombre muy antiguo. En la actualidad sabe­
mos que sobrepasa los 2,7 millones de años, pero en el momento de su descu­
brimiento desconocíamos.su antigüedad real. De hecho, nadie se imaginaba que
algunos de nuestros antepasados pudieran ofrecer aquel aspeéto. Creo que
Dart, ya desde el comienzo , estaba convencido de que el fósil de Taung ocupa­
ba un lugar importante en el árbol genealógico del hombre pero, tras la publi­
cación de sus primeras descripciones anatómicas del cráneo , muchos especialis-
40 EN BUSCA DEL PASADO

tas europeos estuvieron en desacuerdo con la identificación y sugirieron que se


trataba del fósil de un chimpancé o de algún otro animal. Dart hizo un viaje a
Inglaterra y a otros lugares de Europa llevando su pequeño fósil para que fuese
examinado y sólo consiguió que se entablase una fuerte controversia sobre si
estaba o no en la línea ancestral del hombre.
Para Dart era evidente que no había una base anatómica concertada que
permitiera hacer un juicio en un sentido u otro; el cráneo fósil, con su caja cra­
neana conservada, era extraordinario, algo tan diferente que no existían crite­
rios claros para decidir si se trataba realmente de un hombre fósil. Mientras
estaba en Inglaterra, Dart empezó a cambiar su manera de exponer el proble­
ma: !a pregunta <<¿es esto un hombre?>> no tenía por qué ser planteida única­
mente desde el punto de vista anatómico, porque lo más importante acerca del
hombre antiguo era su comportamiento y no su aspecto. Un rasgo intrínseco al
hombre, razonó , es el comer carne regularmente. Si pudiésemos encontrar una
evidencia clara de depredación, ello sería indicativo de que estaríamos tratando
con un hombre (o un antepasado de él) y nos permitiría - suponiendo que fué­
semos lo suficientemente afortunados para encontrar sus huesos- descub1ir
cómo era la anatomía del hombre antiguo. De manera similar, el hombre es el
único ser que hace uso del fuego , de modo que si se encontraran huellas de
fuego en asociación con fósiles, sabríamos que e] hombre había estado presente;
y la misma lógica puede aplicarse a la fabricación de instrumentos. Dart usó
también otros criterios, pero estos tres eran los más importantes, pues definían
al hombre no anatómica sino behaviorísticamente.
Este razonamiento llevó a Dart a un tipo de investigación muy diferente a
la que nos tenía acostumbrados la paleontología. Anteriormente, los anatomis­
tas habían intentado aprender acerca de la historia más antigua del hombre ba­
sándose en datos anátomicos, mientras que los arqueólogos lo hacían estudian­
do los instrumentos de piedra . D art propuso precisamente esto: el hombre de­
sarrolla una conducta única; ¿qué rastro dejaría esta conducta tras de sí? El he­
cho de encontrar huesos asociados a huellas behaviorísticas del tipo esperado
nos debía permitir descubrir algo sobre la apariencia física del hombre en el
pasado remoto, lo que, en realidad, era el tema en discusión. Así, en los años
en torno a la segunda guerra mundial, Dart estudió con gran detalle las enormes
cantidades de huesos de animales no primates hallados en diversos depósitos
del África meridional, en particular en los sedimentos de Makapansgat. Lo hizo
con la esperanza de determinar si la criatura responsable de las acumulaciones
de huesos, en el caso de que se tratara de los restos óseos de animales comidos
por alguna criatura, podía ser el hombre antiguo.
Creo que la historia dictaminará que Dart avanzó poco en este aspecto de
la investigación. En los depósitos de fósiles aparecidos e n otro yacimiento ob­
servó, por ejemplo, la existencia de algunas manchas oscuras, lo que le hizo
inferir que se trataba de un antiguo fuego y, por tanto, atestiguar que la presen­
cia del hombre en aquel lugar estaba asegurada. Consecuentemente, el fósil en­
contrado más tarde en Makapansgat recibió el engorroso nombre de Australo­
pithecus prometheus, u «hombre-mono meridional que usa el fuego».2 Si la in­
terpretación de D art sobre las manchas era correcta, y sólo en este caso, se
habría cumplido uno de sus criterios para reconocer el comportamiento humano
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 41

2. ¿Nuestro pasado? Cazadores del período Plio-Pleistoceno. Representación de unos «caza­


dores poderosos» matando animales y transportando p edazos de carne y huesos (que posterior­
mente serán usados como útiles) hacia un lugar de habita ción situado en una cueva o abrigo.
Este escen ario implica una división del trabajo claramente diferenciada: los hombres «agresi­
vos» van en busca de alimen to . mientras las mujeres y los niños permanecen a la espera de
que vuelvan los proveedores masculinos. (Dibujo a lápiz realizado por lva Ellen Morris.)

y, por tanto, se confirmaba su punto de vista de que los hombres-mono fósiles


de los depósitos eran antepasados del hombre.
De todos modos, sus estudios sobre los huesos fueron más lejos y sus inves­
tigaciones le llevaron al reconocimiento de algunos esquemas nuevos interesan­
tes, no advertidos anteriormente: la frecuencia diferencial de huesos en estos de­
pósitos no se corresponde con la composición anatómica de los animales moder­
nos. 3 Sabemos sin duda cuántos huesos hay en un esqueleto de antílope o de
león, porque estos animales todavía existen y, por tanto, podemos contar los
diferentes tipos de huesos que integran sus esqueletos. Tenemos un modelo,
una serie de expectativas, que nos permite reconocer si un registro arqueológico
contiene todos los huesos que componen el esqueleto sin modificar de un animal
determinado. Cuando Dart usó este razonamiento para examinar sus depósitos
encontró que los esquemas observados no encajaban con estas expectativas en
absoluto: había cantidades de cráneos, mand¡bulas y patas inferiores, pero muy
pocas costillas, vértebras y pelvis. ¿Cómo podía explicarse?
Dart, utilizando el más importante de los recursos humanos -la imagina­
ción -, supuso que la razón de las frecuencias diferenciales de huesos residía
en que algún antepasado del hombre cazaba animales lejos de su lugar de resi­ 1

1
dencia; algunas partes anatómicas eran dejadas en el lugar de la matanza, mien­
tras otras se transportaban para ser comidas; y, lo más significativo de todo,

11
42 EN BUSCA DEL PASADO

que algunos huesos eran llevados al hogar para ser usados como instrumentos.
¡ Súbitamente teníamos un modelo completamente nuevo del pasado, una nueva
noción del hombre! Si Ja imagen supuesta por Dart para explicar Jo que veía
era correcta, el hombre en ese período de gran antigüedad se comportaba en
gran medida como usted o como yo: cazaba (algunas veces empleando sistemas
particularmente violentos) , tenía una vivienda base permanente, dormía repeti­
damente en el mismo lugar, llevaba el alimento a su área dormitorio, vivía en
algún tipo de casas (fig. 2) , todo ello rasgos behaviorísticos del hombre, que se
diferencian bastante de los rasgos correspondientes a los otros primates. Al
combinar las observaciones con la imaginación , había surgido no sólo la imagen
de una forma muy ancestral del hombre, sino la idea de que estos antepasados
eran poderosos cazadores, «matadores consumados»:4

Los predecesores del hombre . . . cogían presas vivas mediante el uso de la vio­
lencia, las golpeaban hasta matarlas, despedazaban sus cuerpos rotos, los desmem­
braban miembro a miembro, apagaban su sed voraz con la sangre caliente de las
víctimas y devoraban ansiosamente la carne maltratada y amoratada.5

Pero había también otra causa bastante convincente que justificaba este ar­
gumento. Dart razonó que era natural que el hombre experimentase con los
objetos que estaban a su alcance y si aquellos antepasados de cuerpo pequeño
eran, de hecho, matadores depredadores, algunos de los objetos con los que
más probablemente experimentarían serían, sin duda, los huesos de la presa
muerta. Dart pensaba que era lógico que los primeros instrumentos del hombre
fueran mazos, porras y sierras de hueso, porque los huesos de los animales tie­
nen propiedades naturales que los hacen utilizables sin ninguna elaboración pre­
via. Una mandíbula inferior de antílope puede ser utilizada como sierra sin que
sea preciso efectuar ningún tipo de modificación; los sólidos huesos de las extre­
midades superiores conforman al romperse hermosos puñales , puesto que tien­
den a quebrarse con una fractura en espiral que produce puntas afiladas. ¿Uti­
lizaron nuestros remotos antepasados humanos, aquellos poderosos cazadores,
tales huesos como instrumentos?

D UDAS ACERCA DE DART

El cuadro interpretativo descrito anteriormente fue en gran parte publicado


a lo largo de los años cincuenta,6 aunque en aquella época no alcanzó gran di­
fusión. El principal responsable de su difusión fue el escritor Robert Ardrey,
quien, después de realizar un viaje a África, adoptó los puntos de vista de Dart:
su primer libro, African Genesis, que ofrecía una descripción gráfica de nuestros
primitivos antepasados presentándolos como matadores sanguinarios, se convir­
tió en un bestseller y fue traducido a varias lenguas .7 Esta reconstrucción del
pasado remoto también atrajo a psicólogos como Konrad Lorenz, cuyo trabajo
sobre la agresión humana ejercía gran influencia por aquel entonces. 8 Sin em­
bargo, núl:nerosas personas cuestionaron seriamente el modelo behaviorístico
del pasado propuesto por Dart, pero no fue hasta más tarde cuando se iniciaron
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 43

investigaciones destinadas a valorarlo. Como he mencionado al cm;nienzo , el de­


sarrollo de nuestra concepción del hombre antiguo es un fenómeno contempo­
ráneo, algo muy cercano a nuestros días.
Uno de los primeros desafíos claros a las ideas de Dart vino, lo cual era
bastante lógico, por parte de los antropólogos físicos . Estos investigadores se
preguntaron: ¿cómo este pequeño animal -el Australopithecus- de sólo unos
40 kg de peso pudo haber sido un cazador poderoso capaz de acumular todos
los huesos que Dart había estado estudiando? ¿No podía haber intervenido al­
gún otro agente? Un artículo publicado en 19579 sugirió que el Australopithe­
cus, lejos de ser el cazador era el cazado , que había sido el alimento de la hiena
manchada africana y que las acciones de las hienas , y no fas de los hombres,
eran la causa de las acumulaciones de huesos.
Esta interesante propuesta dio lugar a algunas investigaciones realmente
provechosas. Si se suponía que los huesos fueron acumulados por las hienas, se
trataba simplemente de verificar el comportamiento de dichos animales en la
actualidad. De manera que A. R. Hughes, colega de Dart, excavó unos pozos
en un lugar frecuentado por las hienas, situado cerca del Parque Nacional Kru­
ger, en Suráfrica; pero únicamente encontró los huesos de una tortuga y llegó
a la conclusión de que las hienas no acumulaban huesos y que una explicación
de este tipo no era una objeción válida a Ja hipótesis de Dart . 10 Por otro lado,
existía una bibliografía paleontológica considerable que sugería que lo hacían.
Por ejemplo, muchos estratos de los yacimientos del Pleistoceno británico ha­
bían sido tradicionalmente interpretados como niveles de hienas: incluso los ge­
nerales romanos se habían quejado de que las hienas desenterraban los cuerpos
de los soldados muertos y se los comían . 1 1 Algunos de los oponentes de Dart
pensaron que el trabajo de Hughes era insuficiente para solucionar el tema de
forma definitiva, fuera en un sentido o en otro, de manera que empezaron a
reunir info rmación sobre el comportamiento de las hienas y de otros animales .12
Cada vez se hizo más evidente que las hienas, bajo ciertas condiciones, acumu­
lanhuesos, pero, incluso ert estos casos, no ocurre necesariamente : las hienas
manchadas , por ejemplo, lo hacen más a menudo que las hienas pardas. Este
comportamiento varía según las circunstancias (por ejemplo , sí rivalizan con los
leones o no). Las hienas, los leopardos y los leones se comportan de manera
distinta respecto a los huesos ante circunstancias diferentes. Obviamente , nece­
sitamos cono'cer mucho más acerca de estos animales si queremos comprender
su posible papel como agentes que contribuyeron a la formación de depósitos
que contenían evidencias del hombre.
No puede decirse que la imagen pública del arqueólogo sea la de un hombre
que va al campo para observar el comportamiento de las hienas. Con todo, una
parte importante del trabajo realizado sobre el comportamiento animal, que se
inició a finales de los años cincuenta, fue llevado a cabo por arqueólogos . Sus
investigaciones les habían llevado a preguntarse: ¿qué procesos en el pasado
originaron los depósitos arqueológicos que observamos hoy en día? Tenían a su
disposición las observaciones arqueológicas, y existían vestigios sobre el mate­
rial arqueológico que orientaban sobre las causas que los podían haber origina­
do, incluso podían sugerirse algunas de estas éausas haciendo uso de la imagina­
ción , pero no contaban con un método que les permitiera evaluar estas ideas.
44 EN BUSCA DEL PASADO
1
1

Koobi Fora -X

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Garganta de Olduvai

Hotentotes kuiseb

Río Nossob
(}
Makapansgat
Sferkfontein
-�1

---"� L-_,. Swartkrans 3. Distribución de algunos yaci­


Kromdraai mientos importantes en los que

1
han aparecido restos de homínidos
l. R. 8. primitivos.

Sólo hace un par de décadas que la arqueología en África (fig. 3) (y en otros


lugares) ha iniciado una nueva etapa diferente, en la que la investigación está
orientada hacia la elaboración de técnicas que permitan la comprobación de las
ideas acerca del pasado .13
)

L A ALTERNATIVA DE LEAKEY

Aproximadamente por la misma época en que surgían estos intereses meto­


dológicos expuestos en el apartado anterior, otro investigador empezó a realizar
descubrimientos que fueron cruciales para nuestra comprensión del comporta­
miento del homínido antiguo. Louis Leakey, a pesar de la inmensa cantidad de
energía empleada a lo largo de más de 30 años de trabajo y del gran interés de­
mostrado por el hombre antiguo, no había tenido la suerte de descubrir material
fósil importante: en los años treinta había llevado a cabo extensas prospecciones
en l a garganta de Olduvai , en el África oriental (fig. 4); en los años cuarenta ha­
bía examinado grandes áreas de un importante yacimiento del Paleolítico Medio
situado en Olorgesailie , contando para ello con prisioneros de guerra italianos
que engrosaban su fuerza de trabajo; y después de la guerra había reiniciado el
trabajo de prospección, siempre con l a gran ilusión de encontrar fósiles que in­
formaran de manera significativa sobre la naturaleza de la evolución humana.
El sueño se cumplió en el año 1959 cuando la esposa de Leakey, Mary, ob­
servó un pequeño fragmento de hueso expuesto en el borde de unos depósitos
muy antiguos existentes en Olduvai y lo reconoció como el arco dentario de
1
1 ¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 45

una criatura parecida al hombre , que descansaba sobre el suelo vuelto hacia
abajo. u La excavación del depósito se llevó a cabo casi inmediatamente y reveló
el extraordinario cráneo fósil que Leakey llamó Zinjanthropus. Desde el mo­
mento de su aparición se vio con claridad que este cráneo era el de una criatura
bastante diferente de las descritas anteriormente por Dart. Estas últimas eran
relativamente pequeñas y gráciles. con mandíbulas de tamaño moderado. Pero
la mandíbula de este especimen era digna de tenerse en cuenta: la superficie
. del tercer molar era casi tan grande como un cuarto de dolar americano o una
moneda de dos peniques británica. Los músculos de la mandíbula debieron ha­
ber sido enormes. porque no había suficiente espacio en la superficie de la ca­
beza· para albergar su unión y era necesaria la presencia de una cresta saliente
de hueso , conocida como cresta sagital. para adherir los músculos (como sucede
con el cráneo del perro). El Zinjanthropus no se parecía en absoluto , en éste y
otros muchos aspectos, al hombre moderno. pero era evidente que caminaba
erguido, era bípedo y tenía una gran caja craneana. El descubrimiento por parte
.� de Leakey de este «australopitecino robusto» en Olduvai complicaba todavía
más los ya complejos argumentos anatómicos. Formas similares se habían en­
contrado anteriormente en Suráfrica. pero su cronología relativa no era segura.
¿Eran más antiguos o eran en gran parte contemporáneos?
Lo más importante . con todo. era que el cráneo fósil del Zinjanthropus se

11
encontraba en un depósito junto con unos instrumentos de piedra incuestiona­
bles; al contrario de lo que había sucedido con los «instrumentos» de hueso de
Dart, en este caso no se requería imaginación para ver que se trataba de instru­
mentos. Los arqueólogos ya habían desarrollado criterios fidedignos con los que

4. Vista de la garganta de Olduvai . (Foto cedida por Diane Gifford.)

1
46 EN BUSCA DEL PASADO

podían reconocer los instrumentos de piedra producidos por la mano del hom­
bre, y gran parte de las personas cualificadas en el tema estuvieron de acuerdo
en afirmar que las piedras encontradas en los depósitos junto con el cráneo del
«Zinj» eran realmente instrumentos. Por tanto , no se podía discutir que, al me­
nos, una de las ideas de Dart había sido constatada.
Por otra parte, existía la oportunidad de comprobar si la visión de Dart so­
bre «el hombre, cazador poderoso» era correcta, porque los depósitos contenían
un homínido en asociación, no sólo con instrumentos de piedra, sino también
con muchos huesos pertenecientes a otras criaturas. En 1959, en las primeras
publicaciones aparecidas en diversos medios, Leakey anuncíó que los huesos
asociados eran de pájaros pequeños, tortugas, cerdos jóvenes y también huevos
de pájaro.15 Ello inducía a pensar que el hombre antiguo era esencialmente ve­
getariano , pero un vegetariano que comía carne de manera ocasional cuando
surgía la oportunidad: si por azar se encontraba con un nido de pájaros, robaba
los huevos ; si de manera casual daba con un lagarto, probablemente se lo co­
mía; si el encuentro era con un cerdo que había tenido descendencia hacía poco ,
probablemente robaba los cerditos . Como comentaron Washburn y Howell:

El extraordinario descubrimiento ocurrido en la garganta de Olduvai ha clari­


ficado algunas . . . de las importantes cuestiones concernientes al comportamiento
de los australopitecinos. Proporciona una clara evidencia de que estos homínidos,
en alguna medida, eran carnívoros y depredadores, completando su dieta básica­
mente vegetal con carne, en particular de animales pequeños y de cachorros de
algunas especies mayores. Es muy improbable que los antiguos australopitecinos
de cuerpo pequeño practicaran la caza con frecuencia, mientras que las fornías
posteriores, más grandes (que probablemente los remplazaron), podían competir
con mamíferos de menor tamaño y/o jóvenes. No bay evidencia qne nos permita
sugerir que tales criaturas fueran capaces de apresar a los grandes mamíferos her­

1
vívoros , tan característicos del Pleistoceno africano.16

¡ Esta interpretación se basaba solamente en los resultados de la excavación


de un área de 4 x 6 m! Teniendo en cuenta el enorme interés de los hallazgos,
la National Geographic Society decidió contribuir con una ayuda financiera im­
portante para que se pudieran llevar a cabo los trabajos a largo plazo planteados
por Leakey en la garganta de Olduvai. Fue abierta un área de excavación mu­
cho mayor en tomo a la pequeña zona ya excavada (conocida como FLK22). 17
El estado de conservación de los restos hallados era sorprendente; se podían
recuperar incluso pequeños roedores, insectos e iil!prontas de insectos. Pero el
aspecto más asombroso, teniendo en cuenta las primeras observaciones de Lea­
key, era el número y cantidad de especies represenfadas en un espacio tan limi­
tado . En un sector estaban los huesos de un okapi_· (una forma pleistocena de
jirafa) , en otro los restos fragmentarios de cerdo, ca,ballo y una variedad de an­
tílope africano , todos ellos del Pleistoceno. Tambiéíf aparecieron restos de ani­
males exóticos: cráneos de siluros , roedores, camaleones y huesos de tortuga
de mar. De hecho, en el momento de las excavacionés el inventario de los gran­
des mamíferos incluía muchas especies diferentes; se parecía bastante a una de
aquellas maravillosas pinturas victorianas en las que aparece representado el
hombre con todos los animales en el Jardín del Edén (fig. 128).
¿ERA EL HOl'v!BRE UN CAZADOR PODEROSO? 47

Todo parecía indicar que los datos .de las excavaciones apoyaban realmente
el punto de vista original de Dart sobre el hombre antiguo. ¡ Ciertamente, un
escenario en el que había cazadores lo suficientemente diestros como para aba­
tir caballos, antílopes grandes, okapis y otros animales parecía incompatible con
las primeras hipótesis de Leakey, que hablaban de un tímido vegetariano que
bebía los huevos de pájaro y se disculpaba por pisar lagartos !
El material de Olduvai parecía no ofrecer dudas. La mayor parte de los in­
vestigadores estaban dispuestos a considerar, en base a las asociaciones observa­
. das entre instrumentos y huesos , que se trataba de «lugares de ocupación» gene­
rados por las acciones de los homínidos antiguos. Por ejemplo, en el sector FLK
J\IÑ3 parecía casi seguro que Leakey había sacado a ia luz una superficie de tie­
rra antigua que no había sido alterada excesivamente : en el suelo fueron halla­
dos los restos intactos de una serie de tortugas de tierra con sus huesos casi en
la posición anatómica correcta . Cerca de las tortugas había in situ vértebras y
costillas de un antílope africano con instrumentos de piedra alrededor. Aunque
algunas áreas no presentaban un aspecto tan evidente como ésta que acabamos
de describir, muchos espacios que contenían huesos y piedras asociados fueron
considerados como lugares de ocupación. Una vez aceptado que los contenidos
de estos emplazamientos eran atribuibles a las acciones de los homínidos, la
imagen del hombre cazador no se veía contradicha por los hallazgos, sino todo
lo contrario. Por ejemplo, en el sector llamado FLK, Mary Leakey18 excavó un

nivel que contenía los restos de un Dinotherium. Este extraño animal pleistocé­
nico presentaba unos dientes tan enormes como colmillos de elefante que salían
de su mandíbula inferior a modo de cargador frontal y que utilizaba para escar­
bar en los pantanos para obtener sus alimentos vegetales. Uno de estos grandes
animales se encontraba aquí, en el FLK, parcialmente desarticulado y cerca de
instrumentos de piedra bastante definidos. La oposición a la idea del hombre

1
antiguo como poderoso cazador se calmó , de manera comprensible.
Desgraciadamente, Louis Leakey murió en 1972, mientras estaba buscando
fondos para poder proseguir las excavaciones, y su trabajo ha sido proseguido
por su esposa Mary y su hijo Richard en otros lugares. La evidencia de Leakey
en Olduvai, sin embargo, sirve como base a las opiniones más comunes y co­
rrientes sobre la naturaleza del comportamiento homínido primitivo , los puntos
de vista que pueden hallarse prácticamente en todos los libros de texto de la ac­
tualidad. Hay que admitir que en ninguno de los depósitos estudiados hasta en­
tonces del Olduvayense (es decir, del Olduvai más antiguo) se habían encontrado
huellas de fuego y que los niveles con instrumentos de piedra tampoco conte­
nían ejemplos evidentes de los tipos de instrumentos de hueso que Dart propo­
nía; la falta de la evidencia necesaria para demostrar dos de. los criterios de Dart
daba pie a que se cuestionaran sus argumentos a este respecto , aunque la histo­
ria de los instrumentos de hueso y de la fauna a muchos les parecía inequívoca.
La nueva ortodoxia queda bien reflejada en los numerosos escritos de Glynn
Isaac, uno de los africanistas contemporáneos más importantes.19 La imagen del
pasado (fig. 5) que describe es expresada vívidamente en el siguiente pasaj e :

S i un observador -pudiese ser transportado atrás en el tiempo . . . ¿qué vería?


. . Allá a lo lejos, a través de las praderas, un grupo de cuatro o cinco hombres
48 EN BUSCA DEL PASADO

se aproxima . . . A medida que los hombres se acercan el observador advierte la


presencia de otros primates situados más abajo que él. Un grupo de criaturas han
estado descansando en el suelo a la sombra de un árbol mientras algunos jóvenes
juegan a su alrededor. Cuando los hombres se aproximan, estas criaturas se levan­
tan y se hace evidente que son bípedos. Parece que se trata de mujeres que gritan
exdtadas mientras algunos de los jóvenes corren para encontrarse con el grupo
que llega . . .
El objeto que transportan e s el cuerpo d e u n impala y e l grupo s e reúne a su
alrededor con gran excitación. Se producen algunos empujones y golpes, y estalli­
dos de ira y amenaza. Luego uno de los machos mayores toma dos objetos de un
montón situado al pie del árbol. Se pone en cuclillas y los· golpea repetidamente
dejándose oír claros sonidos de repiqueteo. Las otras criaturas se arremolinan en
torno a él y recogen los pequeños fragmentos cortantes que se han desprendido
de las piedras. Cuando se han acumulado una serie de lascas, que aparecen espar­
cidas por el suelo a sus pies, el individuo que trabaja la piedra abandona los dos
pedazos, rebusca por entre los fragmentos y selecdona dos o tres piezas. Volvién­
dose al animal, el macho dominante empieza a hacer incisiones . . . cada macho
adulto se apropia de un trozo del animal y se retira a un rincón del claro con una
o dos hembras y jóvenes que le han seguido. Se sientan masticando y cortando la
carne y hay bocados que a intervalos cambian de manos . . . Uno de los machos se
levanta, extiende sus brazos, se rasca los sobacos y luego se sienta; se reclina con­
tra el árbol, suelta un sonoro eructo y se pasa la mano por la panza . . . 20

5. ¿Nuestro pasado? Altruistas sociables del período P!io-P/eistoceno. Representación de una


«banda» reducida de homínidos primitivos . La actitud de los dos hombres situados a la derecha
pone en evidencia que compartían el alimento; los adultos y el niño que aparecen sentados a
la izquierda sugieren el adiestramiento en la confección de útiles. El grupo muestra curiosidad
ante el retomo de dos hombres que habían ido en busca de alimento. ¿Qué es lo que traen
al «campamento base», alimentos vegetales o carne fruto de la caza o del carroñeo? (Dibujo
a lápiz y a pluma realizado por Iva Ellen Morris.)
6. El yacimiento de Koobi Fora: emplazamiento donde se halló un hipopótamo (FxJj3), ex­
cavado por Glynn Isaac. (Foto cedida por Diane Gifford .)

Isaac, refiriéndose a los importantes depósitos pleistocénicos, ha argumenta­


do que hace unos 2 millones de años el hombre era un cazador que llevaba los
productos de la caza a sus lugares dormitorio para compartirlos con los machos
y las hembras (porque vivía en grupos familiares con división del trabajo según
el sexo). En resumen, defiende la idea de que diferentes características esencial­
mente humanas estaban ya presentes como repertorio behaviorístico en una eta­
pa sorprendentemente tan antigua de la evolución homínida. Podemos pregun­
tarnos de manera justificada cómo puede inferirse la vívida imagen presentada
por Isaac a partir de los depósitos de esta remota época (fig. 6).

Los TRABAJOS DE BRAIN

Los descubrimientos que tuvieron lugar en la garganta de Olduvai silencia­


ron definitivamente a muchos miembros de la comunidad científica que hasta
entonces se habían sentido poco satisfechos con la concepción que Dart tenía
de la naturaleza de nuestros antiguos antepasados. Se produjo un silencio incó­
modo sobre el concepto de «poderoso cazador» que duraría algunos años. En
la actualidad, las nuevas excavaciones llevadas a cabo en África y la investiga­
ción metodológica realizada en diferentes lugares del mundo han propiciado el
surgimiento de un tipo de aproximación interpretativa muy diferente, que , en

11
mi opinión, debería proporcionar Ja base para un examen mucho más realista

4. - Bl"-FORD
50 EN BUSCA DEL PASADO

7. C. K. Brain (a la derecha) estudiando los huesos procedentes de la excavación de Swart­


krans, agosto de 1981.

de este material antiguo. Gran parte de este nuevo impulso se debe al innova­
dor trabajo iniciado a mediados de los años sesenta por el surafricano C. K.
Brain (fig . 7). 21
El primer trabaj o de Brain se había desarrollado en unos depósitos surafri­
canos similares, en algunos aspectos, a los que Dart había utilizado como base
para sus argumentos acerca del uso de los instrumentos de hueso y también so­
bre la caza de animales por parte de los australopitecinos. No he mencionado
hasta ahora la existencia en Suráfrica de otros yacimientos importantes (fig. 3)
que proporcionaron conjuntos faunísticos asociados a restos de australopiteci­
nos. Uno de los líderes de las investigaciones llevadas a cabo en el yacimiento
de Sterkfontein y en otros situados en la misma área fue R. Broom, quien junto
con G. Schepers lanzó la idea de que las acumulaciones de huesos probablemen­
te eran obra de las hienas y no lugares de ocupación o bases domésticas de hom­
bres antiguos muy «depredadores» . De hecho, el punto de vista de muchos in­
vestigadores eminentes 22 antes del descuprimiento de Leakey (instrumentos en
los niveles del Zinj) era el de que el material de los yacimientos surafricanos
quizá podía atribuirse a otros animales o era el producto de la acción carroñera
por parte de nuestros primeros antepasados. Los hallazgos de Leakey parecían
ser incompatibles con tales ideas.
El problema inicial con el que se enfrentó Brain fue poder explicar cómo
habían llegado a formarse los depósitos que Dart estudió durante tantos años.
¿Qué procesos de formación actuaban? Ocasionalmente se habían encontrado
restos de homínidos antiguos y huesos de animales dentro de cavidades profun­
das. Brain creía, y con bastante razón, que la comprensión de las condiciones
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 51

que produjeron la formación de tales depósitos permitiría interpretar su conte­


nido con una base mucho más firme. Sus primeras observaciones a este respecto
fueron en gran medida incidentales. Había advertido la presencia de_ un elemen­
to interesante en el paisaje situado alrededor de una serie de yacimientos sura­
fricanos con los que estaba muy familiarizado. Se trataba de un medio ambiente
clásico de la sabana, con matorral bajo que se mezclaba gradualmente con for­
maciones desérticas; pero los árboles, en vez de ser achaparrados y estar disper­
sos como es usual, eran bastante grandes y se presentaban agrupados (fig. 8).
Descubrió que la causa era geológica. La disolución de los gruesos depósitos de
caliza de la región había provocado la formación de cámaras en la roca que
actuaban como desagües naturales, dando lugar a profundos pozos como resul­
tado de la filtración de las aguas subterráneas o del desecado superficial. Natu­
ralmente, eran estos recursos de agua los que alimentaban a los grandes árboles,
ya que por lo demás se trataba de un medio ambiente muy seco. Brain y otros
colegas empezaron a preguntarse si los lechos investigados por Dart quizá no
eran cuevas o abrigos rocosos por los que se podía caminar, sino fisuras profun­
das semejantes a trampas a donde habían sido arrastrados los huesos y , ocasio­
nalmente, también podían haber caído animales vivos. Mientras estaba todavía
en las primeras etapas de su investigación , Brain relacionó esta observación con
otra igualmente importante: los leopardos cuando se veían acosados por otros
depredadores tendían a arrastrar sus presas hacia los árboles.23 Este comporta­
miento, junto con la costumbre observada en los leopardos de usar abrigos ro-

8. Vista de las excavaciones de Swartkrans. Al fondo, Sterkfontein. Agosto de 1981 . Obser­


ven, a la izquierda, los árboles que crecen junto a las fisuras de las piedras calizas.
52 EN BUSCA DEL PASADO

9. C. K. Brain en el proceso de excavación del yacimiento de Swartkrans. Agosto de 1981.

cosos y fisuras como cubiles (especialmente cuando una hembra tiene crías) ,
fueron interpretados, incluso por Dart, como posibles agentes que intervenían
en la formación de estos depósitos.24 Pero, ¿era suficiente este tipo de informa­
ción para crear una imagen convincente sobre los procesos de formación en el
pasado? Ciertamente, no. Brain necesitaba contar con observaciones más deta­
lladas y relevantes de la historia natural antes de poder avanzar argumentos in­
terpretativos, de manera que el siguiente paso fue aprender algo acerca del
comportamiento del leopardo. Descubrió que la mayor parte de los depredado­
,
res carnívoros de Africa pueden fácilmente competir con un leopardo en una
confrontación directa y éste ha superado esta conyuntura mediante el arrastre
de su presa hasta un árbol para estar relativamente a salvo de sus competidores
(en particular de las hienas). La presa se cuelga de una rama con las piernas
suspendidas a ambos lados, y cuando el leopardo empieza a consumir su víctima
a Jo largo del eje central de la parte trasera diversas partes empiezan a caer al
suelo. Entre todos los depredadores de África, los leopardos son los únicos que,
al parecer, observan un comportamiento de este tipo.
El estudio comparativo de los huesos que quedan sobre la superficie del sue­
lo, debajo de los árboles y alrededor de las fisuras como resultado del compor­
tamiento del leopardo, produjo algunos resultados útiles. Por citar sólo un ejem­
plo, Jos huesos del cráneo mostraban muchas fracturas por presión y perforacio­
nes. Contrariamente a Ja impresión que dan las películas de Tarzán, los grandes
felinos siempre que pueden matan a base de morder las bocas de sus presas y
mantenerlas cerradas hasta que se produce la asfixia; de esta manera, la presa
es casi hipnotizada y queda inmóvil sin sacudir las patas (lo que sería peligroso
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 53

10. Reconstrucción de una escena en


la que un leopardo, subido a un árbol
que surge de una fisura de la roca cali­
za, se come a un homínido primitivo.
(Dibujo a pluma realizado por Mary
Coombes y reproducido, con autoriza­
ción, del South Afrícan Museum Bulle­
tín, n.º 9, 1968.)

para los depredadores ya que podrían desgarrarles el estómago) . Este compor­


tamiento da como resultado la presencia de una serie de marcas en el cráneo,
cuya equidistancia guarda relación con el espacio existente entre los dientes ca­
ninos de un leopardo.25 Brain, una vez hubo ampliado sus conocimientos con
una serie de observaciones anatómicas de este tipo, volvió a examinar el mate­
rial de Swartkrans (fig. 9) y fue capaz de demostrar que aquí también las frac­
turas del cráneo eran probablemente el resultado no tanto de los golpes de po­
rra dados por el hombre (como había pensado Dart), sino de la muerte por
asfixia a la manera descrita anteriormente. En los huesos de Makapansgat, el
contraste entre la presencia de los huesos inferiores intactos y la ausencia casi
total de vértebras podía relacionarse con el esquema típico de consumo llevado
a cabo por los leopardos. De hecho, los tipos de ruptura eran, en su conjunto,
semejantes a los que Brain estaba encontrando en sus investigaciones acerca del
comportamiento del leopardo contemporáneo (fig. 10).
Nos hallamos, por tanto, ante una situación muy estimulante. El contexto
geológico producía grupos de árboles que ofrecían sombra y · protección en un
paisaje, por otra parte, abierto; tales ambientes constituían el hábitat natural
para el consumo de alimento de uno de los depredadores mayores; y tal consu­
mo de alimento daba· como resultado una acumulación de huesos en el borde
54 EN BUSCA DEL PASADO

11. Resumen esquemático de la secuencia de la formación de los yacimientos de homínidos en


Suráfrica: primeras etapas.

El primer paso (A) es la formación de una caverna subterránea debido a la solución de !a roca
caliza dolomítica situada por debajo del manto acuífero. La erosión sufrida durante largos pe­
ríodos de tiempo queda reflejada en !as profundas gargantas de Jos ríos y en e! descenso de!
manto acuífero, de manera que la caverna formada por la solución antes mencionada queda
al descubierto, por encima de! manto acuífero.
A partir de este momento (B),
!a percolación del agua subterránea inicia' la formación de
travertinos dentro de la caverna, mientras que las fisuras en forma de zigzag (debidas a Ja
percolación) se alargan a causa de la solución y erosión mecánica. Durante este proceso, en
las zonas en que ha descendido el manto acuífero pueden formarse nuevas cavernas por debajo
de las ya existentes, poniendo en comunicación las primeras cavernas con las aguas subterrá­
neas. Los grandes bloques caídos del techo modifican la forma Lnterna de la caverna original
y el cauce de agua de la percolación.

mismo de las fisuras naturales. Esta combinación de circunstancias convenció a


Brain de que estos mismos procesos y condiciones, operando a lo largo de mi­
llones de años, habían contribuido a la formación de los depósitos paleontológi­
cos que estaban siendo excavados en Suráfrica.
Con todo, Brain no se limitó al estudio de los leopardos. Estudió también
el puerco espín africano, conocido por acumular huesos en sus cubiles; examinó
el comportamiento de las lechuzas, que ciertamente habían contribuido con con­
siderables cantidades de huesos de pequeñas criaturas a la formación de los de­
pósitos situados en los emplazamientos calizos; e investigó de nuevo el compor­
tamiento de las hienas y, al contrario de Dart, se dio cuenta de que las acciones
de este interesante animal podían explicar muchas características de los conjun­
tos faunísticos de los yacimientos antiguos del «hombre-mono». Todos estos es­
tudios del comportamiento animal fueron simultaneados con la excavación e in­
vestigación continuadas del importante yacimiento de Swartkrans.
Los razonamientos derivados de la investigación metodológica de Brain han
hecho posible desarrollar en la actualidad una imagen de los procesos que die­
ron lugar a la formación de algunos de los depósitos surafricanos . Las figuras
11 y 12 presentan una vista general de cómo. fueron condicionados sus conteni­
dos por una secuencia de sucesos que se produjeron en el contexto de los pro­
cesos geológicos. Naturalmente, en la realidad la situación es mucho más com­
pleja, pero el punto principal debe estar claro: estos depósitos son el resultado
de un gran número de procesos que pueden relacionarse con otros numerosos
agentes que actúan bajo condiciones cambiantes. Aunque la evidencia del com­
portamiento homínido y de sus restos esté presente, sus asociaciones reflejan la
dinámica del nivel de organización del ecosistema (más que el comportamiento
específico de una sola especie, como asumía Dart). Brain, en su trabajo sobre
los procesos de formación, empleó métodos de inferencia, es decir, la investiga­
ción de las propiedades que permiten la «diagnosis» de un depósito y la atribu­
ción exacta de sus componentes a los agentes y.procesos responsables de su apa­
rición.
En esta coyuntura es rázonable la especulación. Si los depósitos ubicados en
las cuevas y fisuras de Suráfrica son acumulaciones formadas por procesos muy
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 55

Nueva caverna formada por


debajo del manto acuífero
SEC U ENCIA D E LA FORMACIÓN D E LOS
YACI M IE NTOS D E HOMÍN I DOS EN SU RÁFRICA L.R. Bin!ord

diferentes y variados que operaban en el medio ambiente del pasado, ¿no po­
dría decirse lo mismo de los yacimientos situados al aire libre del África orien­
tal? Si se trata también de palimpsestos de este tipo, ¿de qué forma lo podría­
mos reconocer? y ¿de qué manera podríamos iniciar investigaciones análogas al
trabajo realizado por Brain en las cuevas para obtener una nueva comprensión
,
del material del Africa oriental? Si las asociaciones de artefactos y huesos no
son suficientemente claras y los huesos no representan tampoco un testigo «evi­
dente por sí mismo» de la naturaleza de la dieta del hombre antiguo, entonces
quizás el comportamiento de los homínidos antiguos fuese bastante diferente de
las reconstrucciones ortodoxas propuestas por los investigadores para el África
oriental.

LA CONTRIBUCIÓN DE LOS ESTUDIOS CONTEMPORÁNEOS

Debe recordarse que Dart ya había observado que en la población de Maka­


pansgat las diferentes partes de los esqueletos de los ungulados no estaban pre­
sentes en la misma proporción que se da en la anatomía de los animales vivos.
56 EN BUSCA DEL PASADO

12. Resumen esquemático de la secuencia de la formación de los yacimientos de homínidos en


Suráfrica: últimas etapas.

Las pequeñas fisuras se agrandan (1), poniendo en comunicación la superficie del terreno con
la caverna situada por debajo. En torno a estos agujeros crecen árboles y las entradas a los
mismos propician la presencia de una gran variedad de animales: los murciélagos y las lechuzas
penetran en su interior, mientras que los primates (incluyendo a los homínidos) duermen en
la entrada y atraen la atención de los leopardos cazadores y de las hienas carroñeras. La inte­
racción específica que se establece entre estos animales determina el contenido de los depósitos
acumulados gradualmente (nivel I), que son arrastrados al interior de la caverna.
Con el tiempo y debido a la erosión, las fisuras se agrandan (2) y ello da lugar a que se
desvíe hacia la caverna una mayor cantidad de agua de la superficie, ío que provocará la for­
mación de canales a través de los depósitos acumulados previamente. La formación de dichos
canales acelera la erosión de ia superficie y provoca cambios considerables en ei tamaño y
forma de las fisuras y en las áreas adyacentes.
Una erosión prolongada de las aberturas puede provocar o bien su obturación, debido a
la caída de rocas y tierra, o bien su agrandamiento, en particular cuando las fisuras cortan el
plano de la superficie en ángulo inclinado, dando lugar a la formación de pequeños abrigos
rocosos (3). Estas modificaciones en la superficie propician y condicionan la utilización del
lugar por parte de distintas clases de animales, incluyendo a los homínidos. Por ejemplo, si
los animales menos ágiles, como es el caso de la hiena, pueden acceder a las entradas de las
cuevas protegidas, los primates verán disminuidas las condiciones de seguridad del lugar esco­
gido previamente como emplazamiento para dormir; los leopardos, a su vez, también verán
disminuidas las posibilidades de hacerse con presas homínidas durante sus visitas nocturnas,
encontrándose en su lugar a competidores más temibles. En tales condiciones, los máximos
responsables de la acumulación de restos en los depósitos de la caverna serán las hienas (nivel
II) y quizás otros carrúvoros (aunque en Swartkrans los hallazgos de fósiles de homínidos y de
útiles en el nivel II nos indican que algunos miembros de la familia Hominidae usaron ocasio­
nalmente la galería de entrada).
Finalmente, los depósitos devienen relativamente estables (4), aunque posteriores erosiones
y deposiciones darán como resultado una estratigrafía entremezclada.

Razonó que esta preferencia por ciertas partes anatómicas debía entenderse en
términos de selección de los fragmentos usados como instrumentos y comida
llevada a cabo por los australopitecinos. Brain había advertido que sus datos
sobre la alimentación de los leopardos mostraban que ciertas partes tendían a
ser comidas y destruidas, mientras que otras podían sobrevivir al leopardo, e
incluso a las hienas carroñeras. Estas observaciones eran muy interesantes,
pero la mayoría de las muestras tomadas por Brain eran pequeñas y él mismo
no estaba convencido de que hubiera entendido las causas del fenómeno adver­
tido por Dart. Con el fin de obtener una mayor comprensión, inició un pro­
yecto etnoarqueológico con un grupo de pastores hotentotes contemporáneos
que viven en Namibia .26 Estas gentes poseen rebaños de cabras que son sacri­
ficadas y comidas en sus mismos poblados. Puesto que no negocian con carne
fuera de sus establecimientos , podemos considerar, en principio , que todos los
huesos deben estar acumulados en el poblado. Brain se propuso observar si los
huesos de cabra recuperados en uno de sus asentamientos se daban en las pro­
porciones correctas. Pero ocurría que los hotentotes poseían una gran cantidad
de perros que, al no ser alimentados, tenían libre acceso a toda la basura del
poblado y, como todos sabemos, ¡a los perros les gustan los huesos ! Tras re-
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 57

Erosión del
Nivel 1 nivel 1
Travertino

NOTA: Esta es una


secuencia generalizada basada en
el yacimiento de Swartkrans.
SECUENCIA DE LA FORMACIÓN DE LOS
Véase Brain (1981,fig. 185). YACIMIENTOS DE HOMÍNIDOS EN SURÁFRICA L.A. Binford

coger varios miles de. huesos procedentes de varios poblados, Brain observó una
clara tendencia en las frecuencias relativas de las partes anatómicas: tendencia
a favor de las mandíbulas y los extremos distales de muchos huesos y en contra
de las vértebras, costillas y extremos proximales. Dado que en el pasado tam­
bién habían existido animales carroñeros, no es de extrañar que se observara
un enorme grado de similitud entre las frecuencias de huesos procedentes de
los poblados hotentotes y las de los depósitos de Makapansgat asociados con el
Australopithecus.
Toda la evidencia anterior, extraída en parte de observaciones constatadas
en el mundo moderno, indujo a Brain a creer que eran los leopardos y otros
animales pleistocénicos, y no el hombre, los agentes responsables de estos depó-
58 EN BUSCA DEL PASADO

13. Vista de un árbol de grandes dimensiones desde la boca de una fisura de la roca caliza,
en Swartkrans, 1981: quizás ésta fuera la vista contemplada por el hombre primitivo desde su
área donnitorio.

sitos. Según esta nueva interpretación, el Australopithecus no vivía necesaria­


mente en el lugar .donde se encontraban sus huesos: ¡ simplemente fue comido
allí! Los yacimientos no eran lugares de vivienda, sino trampas naturales y luga­
res dormitorio.
Puede ser estimulante observar que dos personas, separadas literalmente por
medio mundo e ignorantes cada una de ellas de lo que la otra realiza, sigan
unas lfueas de razonamiento muy similares. En la época en que Brain estaba
estudiando los leopardos y los huesos de cabra de los hotentotes, yo no le cono­
cía ni tenía idea de las investigaciones que estaba llevando a cabo. Sin embargo,
encontré que algunos de mis estudios etnoarqueológicos, meramente incidenta­
les respecto al trabajo etnográfico que realizaba con los indios navajos de Nuevo
México (fig. 1), coincidían en muchos aspectos.27
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 59

Durante el trabajo de campo advertí de manera casual que las frecuencias


de los diferentes huesos existentes en los montones de basura del campamento
de invierno navajo (fig. 14) parecían ser muy diferentes de las observadas en
los yacimientos de verano. Al ser consciente de todos los problemas de interpre­
tación que plantean las variaciones en las frecuencias de las distintas partes ana­
tómicas de los restos del Pleistoceno Inferior discutidos anteriormente, decidí
iniciar un pequeño proyecto, en colaboración con estudiantes, con el fin de
constatar si mi impresión inicial acerca de las frecuencias de huesos era correcta
y, en este caso, cuál era la causa de díchas diferencias. Al trabajar en un área
remota de la reserva navajo no teníamos problema de acceso al material apro­
piado: ¡de hecho, los indios animaban jocosamente al loco profesor y a sus es­
tudiantes a que limpiaran sus corrales! Recogimos los huesos de los emplaza­
mientos que habían sido ocupados por gentes de las que teníamos información
y conocíamos también la duración de la ocupación, los períodos de permanen­
cia, etc. Había imaginado que los navajos mataban y comían ovejas y cabras de
vez en cuando y que el modelo observado sería un reflejo directo de este com­
portamiento. Pero nuestro estudio reveló que había grandes diferencias en las
frecuencias relativas de las partes anatómicas entre los asentamientos de invier­
no y de verano de los navajos.
Una vez observadas las diferencias, empezamos a considerar sus causas. Es­
tos yacimientos están ubicados en un área desértica, con inviernos severos -fre­
cuentemente en enero se cubren de una gruesa capa de nieve- y con tempera­
turas nocturnas que descienden regularmente hasta los OºF (-18° C) . Ello oca­
siona que muchos de los corderos nacidos en la primavera anterior, y también
muchos de los animales más viejos, simplemente mueran helados: los navajos
acostumbran a comerse estos animales, excepto si se trata de pequeños corderi­
tos muy flacos, en cuyo caso sirven para alimentar a sus perros. Ello ocasiona
que los emplazamientos invernales ofrezcan un registro faunístico arqueológico
con tendencia a una frecuencia de edad. En los asentamientos de verano selec­
cionan para el consumo a las ovejas que se encuentran en su mejor momento.
En ambas situaciones, los perros tienen libre acceso a la basura y es evidente
que los huesos de las ovejas viejas son raás buscados que los huesos blandos de
los corderitos pequeños. Nuestros estudios de laboratorio (fig. 15) sobre la rela­
ción existente entre la densidad de los huesos y el crecimiento nos permitieron
construir gráficos que mostraban cómo los cambios en la dureza de cada hueso
del cuerpo debido a la edad afectan su probabilidad de supervivencia. Podíamos
fácilmente demostrar que el sometimiento de todos los huesos a los mismos
agentes de desgaste daría como resultado unas frecuencias marcadamente dife­
renciadas. Creímos que la causa determinante de las diversas frecuencias de las
partes anatómicas en los emplazamientos navajos eran las densidades de los
huesos de los animales de diferentes edades, mientras que las diferencias entre
asentamientos residía en las diferencias en la estructura de edad de los animales
cuyos huesos habían sido roídos o comidos por los perros.
El siguiente paso lógico que debíamos dar era ver si este modelo- simple,
basado en la densidad de los huesos , podía ayudarnos a comprender la variación
en las frecuencias de las partes anatómicas observada en yacimientos arqueoló­
gicos tales como Makapansgat. En dicho lugar, gran parte de los animales eran
60 EN BUSCA DEL PASADO

14. Una mujer navajo preparándose para descuartizar a una oveja. (Foto cedida por J. Chis­
holm.)

antílopes, muchos de ellos tan o induso más pequeños que ovejas, aunque con
una secuencia de edad bastante diferente. Pero en el caso de que en Makapans­
gat los restos objeto de estudio fueran el resultado de la actividad propia de un
depredador como el leopardo, que mata preferentemente a animales muy jóve­
nes o muy viejos, estos procesos podían ser pertinentes; y de hecho, encontra­
mos una gran semejanza entre las frecuencias de los huesos de los emplazamien­
tos navajos modernos y los de Makapansgat. Ello representaba un nuevo refuer­
zo a la primera conclusión de Brain: la distinta frecuencia de los huesos de un­
gulados es simplemente un reflejo de su diferente capacidad de sobrevivir al
desgaste producido por las mordeduras de los carnívoros o por el flujo de las
aguas y no el resultado de las actividades de caza de los australopitecinos.
Tanto Brain como yo estábamos estudiando procesos dinámicos en el mundo
moderno como base para el desarrollo de métodos que nos permitieran realizar
inferencias sobre los restos estáticos del pasado remoto. Ambos éramos cons­
cientes de que los arqueólogos deben ser capaces de identificar los agentes res­
ponsables de un depósito antes de intentar interpretarlo . En mi trabajo de cam­
po llevado a cabo entre los esquimales nunarniut en el Norte de Alaska 28 (véase
cap. 6), vi otra posibilidad de obtener información comparativa controlada a
partir del mundo moderno en lo que respecta a la diferencia existente entre el
tratamiento dado a los huesos por parte de los cazadores animales y los cazado­
res humanos. Por ejemplo, tuve la oportunidad de observar 36 matanzas de lobo
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 61

y volver más tarde a 24 de ellas para hacer un inventario de los huesos que
quedaban (los otros lugares de matanza fueron destruidos en el ínterin por osos
pardos o por la fusión del hielo del lago) . Investigué, además, una serie de gua­
ridas de lobos y registré la composición, rupturas y sistemas de roeduras de los
conjuntos faunísticos. 29 Poco más tarde me enteré de que el investigador britá­
nico Andrew Hill 30 estaba llevando a cabo exactamente el mismo tipo de inves­
tigación en lugares de matanza al aire libre de leones y hienas, en Uganda y en
el Sur de Etiopía, y que había logrado reunir un cuerpo importante e interesan­
te de datos . Hill no tenía información sobre las guaridas y la que yo poseía ca­
recía de la suficiente base para poder generalizar el comportamiento de los ani­
males con los huesos cuando los llevan a sus áreas dormitorio. Afortunadamen­
te, esta laguna pudo salvarse en alguna medida gracias a los trabajos del arqueó­
logo Richard Klein 31 que había realizado registros detallados de los grandes
conjuntos faunísticos procedentes de la excavación de una guarida de hiena, en
Suráfrica.
Una vez reunido todo este material y comparado -los lugares de matanza
de depredadores de Hill, la guarida de hiena de Klein y mis propias guaridas y
lugares de matanza de lobos- , surgió un esquema muy repetitivo. Lobos, hie­
nas y felinos parece que se comportan de manera muy similar y producen con­
juntos de huesos extremadamente semejantes, incluso en contextos bastante di­
ferentes. La desigualdad principal reside en la frecuencia con que cada especie

15. Estudiantes llevando a cabo un


experimento de descuartizamiento
destinado a investigar la variación de
las propiedades de los huesos en fun­
ción de la edad. Albuquerque, 1973.
62 EN BUSCA DEL PASADO

introduce el hueso en sus lugares dormitorio: los leones parece que no lo hacen,
las hienas lo hacen siempre, mientras que los lobos se comportan como ratas al
llevar a su guarida todo lo que pueden. Entre todas las especies, lo que varía
no son tanto los tipos de hueso resultantes del comportamiento depredatorio
como las cantidades en que se encuentran . Al combinar diferentes tipos de in­
formación, fue posible obtener una imagen realista de la naturaleza de los con­
juntos que pueden encontrarse como resultado del comportamiento depredato­
rio animal.

VOLVIENDO AL PLEISTOCENO

¿De qué manera este tipo de información puede ayudar al arqueólogo a re­
construir el comportamiento humano de hace 2 millones de años? Mi razona­
miento es el siguiente: en lugares donde tenemos contextos arqueológicos o pa­
leontológicos en los que son muchos los factores que han contribuido en la for­
mación de un depósito, necesitamos encontrar modos de eliminar los elementos
conocidos o reconocibles que no nos interesen directamente, con el fin de poder
observar si existe algún elemento «desconocido» que pueda relacionarse con las
actividades humanas. Los análisis químicos cualitativos siguen precisamente la
misma estrategia: se coloca algún compuesto en un tubo de ensayo y se tiene
que averiguar cuál es la sustancia desconocida. El procedimiento clásico es ex­
traer e identificar todos los elementos del compuesto conocidos hasta que sólo
queda un residuo desconocido (pero relativamente puro) que es lo suficiente­
mente poco ambiguo para ser identificado mediante la consulta de un libro de
texto . Los arqueólogos desgraciadamente no poseen este libro de texto, pero
sus tácticas analíticas pueden ser similares: pasar de las soluciones conocidas a
las desconocidas mediante el aislamiento de los residuos.
Consideré, por tanto, como «conocida» la estructura de los conjuntos de
huesos producidos en los diversos emplazamientos por los animales depredado­
res y carroñeros, y como «desconocidos» los depósitos de huesos excavados por
los Leakey en la garganta de Olduvai. Usando técnicas matemáticas y estadísti­
cas, consideré hasta qué punto los hallazgos de la garganta de Olduvai podían
ser explicados en términos de los resultados del comportamiento depredador, y
cuánto quedaba «sin explicar» . Resultó ser un análisis excitante. Mi expectación
estaba centrada en que toda la variabilidad en el material faunístico olduvayense
sería atribuible a las actividades de los depredadores y carroñeros y que el Zin­
janthropus estaba allí porque fue comido por algún otro animal. Pero al obser­
var mis resultados, constaté que en los yacimientos con frecuencias relativamen­
te altas de instrumentos había una cantidad considerable de material residual
que no podía explicarse por lo que sabemos acerca de los carnívoros africanos.
Las mandíbulas y pequeñas partes del cráneo aparecían ocasionalmente en fre­
cuencias más altas, pero las diferencias realmente importantes se daban en el
mayor número de huesos inferiores de las patas (por ejemplo, metatarsos y ex­
tremos distales de la tibia) . ¿Qué podían haber estado haciendo nuestros ante­
pasados? Después de todo, no hay mucha carne en tales huesos, únicamente el
tuétano tiene algún valor nutritivo.
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 63

Esta pequeña información es sugerente por sí misma. Los depredadores y


carroñeros africanos compiten por la carne, mientras el tuétano es consumido
principalmente por los animales jóvenes, en especial los cánidos y hienas que
roen los huesos. Ahora bien, para poder establecer unas relaciones cordiales
entre animales es corriente que una especie viva de los subproductos de la otra:
por ejemplo , los rebaños de antílopes tienen una escolta de escarabajos pelote­
ros. Una especie que consigue un nuevo nicho casi nunca compite directamente
con los anímales ya establecidos de antemano, sino que investiga los límites del
sistema de energía para encontrar la manera de emplear la entropía de otros
animales. ¿Puede esto explicar las frecuencias de los huesos residuales? En los
lugares de matanza de depredadores, el alimento que más comúnmente se deja
sin consumir, incluso después de que carroñeros como las hienas lo hayan aban­
donado , es el tuétano (que queda atrapado en el interior de los huesos) , y éste
es un alimento que el hombre antiguo podía fácilmente consumir sin tener que
competir directamente con los otros depredadores presentes en el medio am­
biente. ¡Siempre me había sentido un poco incómodo ante el supuesto machis­
mo de los pequeños australopitecinos de 40 kg de peso enfrentados a leonas
africanas de 160 kg!
Lo interesante de estos análisis faunísticos no es simplemente que la remo­
ción (conceptual) del material, comprendida en términos de comportamiento
animal, deje regularmente esquemas residuales claros, sino que tales esquemas
son muy similares entre sí. Detecté un esquema residual repetido que tiene al­
gún sentido si consideramos el comportamiento de los carroñeros, ya que su
magnitud guarda una estrecha relación con la cantidad de instrumentos de pie­
dra existentes en cada depósito: a esta conclusión no hubiese podido llegar si
me hubiese limitado únicamente a analizar los huesos. A pesar de la diversidad
de opiniones que imperan sobre el tema, podemos afirmar que los instrumentos
más antiguos olduvayenses son simplemente piedras rotas que probablemente
sólo pudieron servir como percutores, mazas o choppers. Las lascas desprendi­
das de estas piedras no fueron generalmente utilizadas , ya que, en los depósitos
inferiores, l-0s instrumentos para cortar son raros, mientras que los instrumentos
morfológicamente sofisticados (como es el caso de los raspadores) están ausen­
tes.
Estas observaciones deben situarse en el contexto de la secuencia estratigrá­
fica de Olduvai . Las diversas excavaciones se realizaron en depósitos geológicos
que abarcan un período de tiempo extremadamente largo de cerca de 1 .200.000
años: desde los niveles inferiores datados en 1 .800.000 años a los depósitos su­
periores del Lecho II que se remontan a 600.000 años. Contrariamente a lo que
podría imaginarse, los lechos mejor conservados son los inferiores y más anti­
guos. Los niveles antiguos nos revelan la práctica de una serie de actividades
junto a un lago cuyos márgenes gradualmente fueron retirándose; en cambio,
los niveles superiores están mucho más alterados por procesos hidrológicos loca­
les, que dieron lugar a la formación de depósitos de arrastre repletos de gravas
y materiales rodados. Si se recorren los lechos de Olduvai. se observa un cambio
secuencial claro desde los sedimentos de las orillas de un lago a los depósitos
de antiguos cauces entremezclados. La misma secuencia se pone en evidencia
·
en las variaciones en los conjuntos faunísticos: desde muchos huesos y re
64 EN BUSCA DEL PASADO

mente pocos dientes en los niveles inferiores a cantidades de dientes y pocos


huesos en los niveles superiores. El esmalte de los dientes, naturalmente, es la
parte más dura del cuerpo de un animal y la más resistente a la destrucción
mecánica o a la disolución bajo la acción de los ácidos del suelo. De manera
que en los depósitos de Olduvai el cambio direccional en la proporción dientes/
huesos observada entre la parte inferior y la superior nos advierte de lo poco
conveniente que resulta considerar la media de desgaste del hueso o su trans­
porte por el agua como algo constante a lo largo del tiempo.
En los lugares donde se produce el transporte por agua, como parece que
ocurría en los niveles superiores de Olduvai, es posible que se genere algún tipo
de división mecánica de los instrumentos por tamaños que afectaría presumible­
mente a sus frecuencias de aparición: cuanto más violenta sea la corriente de
agua, más arrastrará las piezas de piedra pequeñas, dejando sólo las grandes.
En el estado actual de nuestros conocimientos geológicos podríamos predecir la
existencia en los niveles inferiores de montones de pequeños instrumentos en
in situ y grandes cantidades de objetos pesados en los superiores, ¡pero,
lascas
sin embargo, lo cierto es lo contrario! Los procesos de erosión no pueden, por
tanto, ser el principal agente responsable de la composición cambiante de los
conjuntos de instrumentos de piedra. Hay motivos para sospechar que estamos
considerando el uso incrementado de instrumentos de borde cortante como un
leve reflejo de algunos cambios behaviorísticos realmente importantes ocurridos
entre las poblaciones homínidas a lo largo de este enorme lapso de tiempo.
Esta sospecha se ve fortalecida por otra correlación inquietante. A medida
que aumenta la frecuencia relativa de lascas e instrumentos sobre lasca, también
lo hace la frecuencia de los animales de gran tamaño: los niveles superiores con­
tienen cantidades relativamente grandes de hipopótamo, jirafa, elefante y rino­
ceronte (todos ellos representados generalmente por los dientes). Naturalmen­
te, esto es en esencia lo que podríamos esperar de los esquemas de erosión an­
tes mencionados. Los animales pequeños serían retirados por las aguas dando
como resultado un predominio a favor de los dientes de los animales grandes.
Pero si eri los niveles inferiores tenemos el registro del hombre que practica la
carroñería, en los límites de las zonas de matanza de los depredadores y en otras
localizaciones mortuorias de animales, principalmente en busca del tuétano de
los huesos, y si se observa un cambio a través del tiempo a favor del uso 1ncre­
mentado de los instrumentos cortantes, es por lo menÓs razonable imaginar que
el hombre estaba comenzando gradualmente a competir - como carroñero ­
por la carne (más que por el tuétano del hueso). Si ello es cierto, seguramente

'.'.j·
tendería a centrar cada vez más sus actividades en los animales mayores. Cuan­ ;;
'
do un león come una gacela de Grant no deja nada, pero en el caso de los
restos de un elefante, incluso después que han terminado las cigüeñas marabú �I
y una vez se han hartado de comer y han abandonado el lugar todas las hienas
de la región, queda todavía algo comestible para un carroñero realmente persis­
tente (si accede al lugar lo suficientemente pronto) (fig. 16). En base a una sim­
ple estadística, podemos decir que los carroñeros de carne tenderán a tener éxi­
to la mayor parte de las veces si se concentran en animales de gran tamaño.
No sabemos en qué medida es correcta esta visión. De todos modos, vale
la pena remarcar que para trabajar en el modelo de comportamiento de nues-
¿ERA EL HOMBRE UN CAZADOR PODEROSO? 65

16. ¿Nuestro pasado? Recolectores eclécticos del período Plio-Pleistoceno. Un grupo de reco­
lectores formado por hombres, mujeres y niños encuentra un esqueleto, relativamente fresco,
de un animal muerto cerca de un curso de agua y se dispone a recoger los restos, mientras
otros individuos se acercan para incorporarse al grupo y compartir el alimento. Aparecen tam­
bién diversos animales que acostumbran a frecuentar dicho lugar. Este escenario nada nos dice
acerca de los campamentos base, división del trabajo, traslado del alimento a las áreas dormi­
torio, o acerca del compartir el alimento. (Dibujo a lápiz y a pluma realizado por !va Ellen
Morris.)

tros antepasados del Pleistoceno contamos con poco más que la evidencia de
unas dos docenas de suelos, que abarcan un período cronológico de 1.200.000
años y que, a medida que son más recientes, aparecen más perturbados. Con
todo, existe una estandarización en los datos, aunque algunos de ellos en la ac­
tualidad no dejen de ser meramente orientativos. El esquema repetido de fre­
cuencias de huesos residuales en los niveles inferiores, creo que es bastante se­
guro: es la evidencia del hombre comiendo un poco de tuétano, una fuente ali­
mentaria que debe haber representado un componente infinitamente pequeño
de su dieta total. Los signos parecen claros: el hombre más antiguo, lejos de

'.'.j·
;;
ser un poderoso cazador de bestias, parece que fue el más marginal de los carro­
' ñeros.
�I

5. - BINFORD
3. VIDA Y MUERTE EN LA CHARCA

¿ DóNDE COMÍA Y DORMÍA EL HOMBRE PRIMíTIVO?

Hemos visto en el capítulo 2 cómo los estudios de Brain sobre ciertos proce­
sos que operan en el mundo actual han creado, de forma gradual, un cuerpo
de conocimientos que permite interpretar los depósitos de las cuevas surafrica­
nas desde la perspectiva de la dinámica ele su formación. A su vez, esta interpre­
tación nos ilustra sobre el papel que el hombre primitivo jugó en los ecosistemas
reflejados en esos depósitos. Por ejemplo, parece ser que los homínidos, duran­
te los meses más fríos, buscaban lugares para dormir que estuvieran protegidos,
de la misma manera que lo hacen en la actualidad los babuinos (fig. 17). 1 Igual­
mente interesante es la ausencia de datos demostrativos en cuanto a que la co­
mida fuese transportada a estas áreas dormitorio y consumida en dicho lugar;

17. Babuinos en Gilgil, Kenia, sentados al borde de una roca resguardada. Las aberturas
resguardadas en la roca y los abrigos son utilizados a menudo como áreas dormitorio (véase
Brain, 1981, pp. 271-273). (Foto realizada por Barbara Smnts y cedida por Anthro-Photo,
Cambridge , Massachusctts.)
VIDA Y MUERTE EN LA CHARCA 67

Densidad de los huesos ------


Baja Moderada Alta

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18. Matriz para clasificar la
función del yacimiento según
las densidades de los artefactos
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y restos faunísticos, según los TIPOS DE YAC I M I ENTO


datos observados por Isaac. SEGÚN ISAAC (1971 )
(Isaac, 1971, fig. lüa, p. 285.)

la mayor parte del consumo alimentario era efectuado (en tales lugares) por
depredadores, en particular por leopardos que cazaban primates dormidos.
Los yacimientos surafricanos estudiados en el capítulo 2 son aproximada­
mente contemporáneos a los famosos «suelos» de la garganta de Olduvai, y del
yacimiento 5 de Koobi Fora,2 otro importante lugar de investigación situado en
el África oriental (fig. 3). Los arqueólogos que trabajan en esta zona insisten
en que los homínidos vivían en áreas domésticas a las que llevaban comida para
ser compartida y consumida en pequeños grupos familiares . Los depósitos sura­
fricanos, por el contrario, ponen de manifiesto que, al menos en lo que respecta
a una forma de homínido, las actividades de dormir y consumir alimento no
estaban asociadas espacialmente. De modo que existe una aparente contradic­
ción en las conclusiones elaboradas a partir de la evidencia observada en el Sur
y Este de África. ¿En qué se basan entonces los investigadores que trabajan en
el África oriental para opinar que, en este período remoto de hace más de 1
millón de años, los homínidos seguían un comportamiento típicamente humano
en lo que se refiere a tener un lugar único para dormir y comer?
La respuesta a esta pregunta nos lleva a reconocer que una serie de conven­
ciones y «argumentos post hoc» 3 han sido utilizados por los arqueólogos que
trabajan en el África oriental para justificar su opinión de que los llamados
«suelos habitación» eran de hecho áreas domésticas. La observación de Glynn
68 EN BUSG;A DEL PASADO

Isaac que postula que «el hábito ele concentrar los restos ele alimentos y los ar­
tefactos abandonados en áreas concretas es una ele las características básicas del
comportamiento que distingue al animal humano ele los otros primates»,4 nos
lleva a la definición del lugar ele ocupación como un espacio donde el hombre
trabaja con los instrumentos, consume alimento y duerme. Como resultado, la
asociación de instrumentos de piedra y huesos de animales ha sido aceptada
como indicativo ele área doméstica, es decir, un lugar donde el hombre vive,
trabaja y duerme. Algunos estudiosos, tal como subraya Isaac (fig. 18), incluso
han llegado a sugerir que las diferencias relativas observadas en las densidades
de los huesos y en la distribución de los artefactos pueden aceptarse como evi­
dencia ele distintos tipos de asentamientos. Una gran densidad ele huesos y una
baja densidad de instrumentos, por ejemplo, serviría para definir el lugar ele
matanza o carnicería, mientras que altas densidades ele restos líticos y faunísti­
cos consideran que es propio de los lugares ele habitación. Posteriores intentos,
realizados por Isaac y sus colaboradores, destinados a clarificar estas convencio­
nes, expuestas en 1971, les han llevado a reafirmarse prácticamente en todas
sus opiniones:5 se consideran áreas domésticas los lugares a los que los homíni­
dos llevaban los alimentos para ser compartidos entre los miembros del grupo.
Son diversos los argumentos en favor de esta creencia: 1 . 0, se dice que los hue­
sos y los artefactos de piedra coexisten en «concentraciones anómalamente al­
tas»; 2.0, el tipo ele deterioro de los huesos se supone que es el resultado del
comportamiento homínido ; 3 .0, las composiciones de los huesos presentes se
consideran por lo menos «no incompatibles» con la suposición de que fueron
acumulados por los homínidos. 6
¡No carece ele ironía el que tal razonamiento utilice esencialmente los mis­
mos criterios empleados por Dart para justificar su pretensión de que los homí­
nidos eran los agentes responsables ele la creación de las acumulaciones de hue­
sos en las cuevas surafricanas! Me parece que, como ocurriera con los argumen­
tos ele Dart, nos equivocaríamos si pretendiésemos utilizar las convenciones pro­
puestas por Isaac y sus colegas para interpretar el registro arqueológico, antes
de tener un conocimiento más amplio de los procesos responsables de la forma­
ción ele estos depósitos situados en el África oriental. En mi opinión, la pro­
puesta más acertada para solucionar este problema es la que ya mencioné ante­
riormente, es decir, que la evidencia surafricana parece ser incompatible con la
idea de que los homínidos primitivos comían y bebían en los mismos lugares.
Esto es precisamente lo que los arqueólogos que trabajan en el África oriental
consideran establecido desde un principio, de manera que es inevitable que in­
terpreten las concentraciones de huesos y artefactos como lugares de ocupación
o restos ele áreas domésticas. ¿Cómo iniciar la investigación de los vestigios que
han llegado hasta nuestra época (llamada a veces «estudios actuales») para de­
ducir de ellos las pautas de conducta de nuestros antepasados más remotos?
¿Cómo podemos averiguar, de hecho, qué ocurría en aquellos tiempos tan an­
tiguos?
19. El cauce seco del río Nossob, al sur del desierto de Kalahari (para su exacta localización,
véase la figura 3).

LA INFORMACIÓN QUE NOS PROPORCIONAN LAS CHARCAS EN LA ACTUALIDAD

Al igual que ocurriera con los estudios de Brain (sobre los procesos que !le­
varon a la formación de los depósitos en cuevas) , debemos también empezar a
estudiar la dinámica de los ecosistemas, centrando nuestra atención en las char­
cas, cauces de ríos o márgenes de los lagos de territorios que, por otra parte,
son relativamente secos, porque en estos contextos ambientales es donde se ubi­
caron los yacimientos del África oriental situados al aire libre, interpretados
convencionalmente como áreas domésticas. Es difícil para la mayoría de noso­
tros visualizar en detalle la sabana clásica y los medioambientes de pastos situa­
dos en el interior de África, caracterizados por densas concentraciones de ani­
males de caza. La escena presenta vastos territorios salpicados por grupos de
árboles y matorrales , situados a menudo en los cauces de ríos secos o alrededor
de charcas. Para alguien poco acostumbrado a observar la vida salvaje, el medio
ambiente tiene una cadencia enormemente dramática.
Mi primera experiencia en este medio ambiente africano 7 empezó una ma­
ñana cuando penetré en un área rica en caza y caminé a lo largo de la cuenca
de un río seco (fig. 1 9) . En el valle se divisaban algunos ungulados agrupados
cerca de las charcas. También se divisaban grupos ele ñúes, que en número ele
diez, venticinco o incluso cuarenta individuos descansaban a la sombra de los
árboles situados cerca de una fuente. A medida que nos aproximábamos, vimos
cómo un macho adulto (fig. 20) se levantaba, se sacudía y, sumido en el polvo,
bajaba la cabeza levemente para mirar en nuestra dirección. Las avestruces co-
70 EN BUSCA DEL PASADO

20. Un macho adulto de fiu y antílopes en las proximidades de un curso de agua.

rrían a lo largo de nuestro camino, y las omnipresentes gacelas (fig. 21) nos
miraban, pero continuaban alimentándose sin dejar de caminar lentamente a lo
largo del valle hacia una zona de sombra o hacia un área con hierba reseca; el
valle, con sus cursos de agua, era realmente el dominio de los ungulados.
La única señal perceptible de violencia era un buitre ocasional que se hallaba
situado en la cima de un árbol , se elevaba por encima de nosotros o, algunas
veces, descendía a tierra incorporándose a un grupo que comía alrededor de un
animal muerto. Si se observa este medio ambiente con más detalle se advierte
fácilmente la presencia de esqueletos enteros o ya descuartizados: los indicios
silenciosos de muerte violenta son elementos constantes en la superficie de las
tierras situadas alrededor de las charcas.
Si se permanece en el área durante algún tiempo se constata que el ritmo os­
tensiblemente plácido del lugar es cualquier cosa excepto artificioso. Los ungu­
lados dominan ciertamente las fuentes de agua al mediodía, pero cuando el sol
alcanza el horizonte de poniente empiezan, gradual pero deliberadamente, a re­
troceder hacia los límites del valle y a escalar las dunas exteriores del mismo. Es
sorprendente observar cómo abandonan el dominio ejercido a lo largo del día a
medida que se dispersan por el vasto territorio situado lejos del agua y desapa­
recen. Ante la presencia de la luz declinante del ocaso, los depredadores, seño­
res de la noche, se dirigen hacia el valle para ocupar las charcas y ejercitar su
dominio sobre el lugar que ocuparan durante el día los ungulados (fig. 22) .
Generalmente, las hienas son las primeras en llegar; se aproximan a las char­
cas lentamente, atravesando viejos esqueletos de ungulados, muertos previa-
VIDA Y MUERTE EN LA CHARCA 71

21. Gacelas alimentándose en e l valle d e l río Nossob.

mente por los depredadores, y de otros animales que murieron de forma .menos
violenta, cerca del agua (fig. 23) . Las hienas pueden roer estos huesos que ya
están relativamente secos, pero generalmente se dirigen a beber, porque acos­
tumbran a tomar agua antes de cazar. La búsqueda de alimento puede no em­
pezar realmente hasta mucho más tarde, por la noche, de manera que es fre­
cuente que las hienas permanezcan en el área inmediata a la fuente de agua
royendo huesos, removiendo los esqueletos u ocupadas en diferentes actividades
sociales (fíg. 24). Una vez oscurece puede dejarse oír alguna llamada (el carac­
terístico «aullido»); más tarde, las hienas se van con el fin de realizar sus matan­
zas y asegurarse carne fresca. También los leones y los leopardos visitan a me­
nudo las fuentes de agua durante la noche, puesto que también necesitan agua
durante las horas activas de caza y persecución de la presa. Los rugidos del león
se escuchan normalmente ya tarde, entre las 10 de la noche y las 2 de la madru­
gada, cuando recorren grandes distancias visitando las charcas situadas a lo lar-
go del camino antes de acechar y atacar a la presa. ' ·,

Entre las 2 y las 4,30 de la madrugada, la actividad parece amainar: al menos


desaparecen los sonidos de los depredadores y la noche continúa. Justo antes
de la salida del sol se incrementan los rugidos de los leones; los depredadores
tienden a dirigirse hacia rutas conocidas que, frecuentemente, conducen o atra­
viesan puntos de agua. Cuando los rayos del sol inundan el paisaje, los buitres
ya están revoloteando , en busca de la carnaza de la noche anterior. El calor del
sol retorna gradualmente a los valles y reaparecen los ungulados, que se dirigen
a las fuentes de agua (fig. 25) . El ciclo comienza de nuevo.
72 EN BUSCA DEL PASADO

/ .
22. Una hiena manchada diri­
giéndose hacia una charca, al atar­
decer. Obsérvese, al fondo, la pre­
sencia de ñúes que se alejan del
1·¡
1
valle y , por tanto, también de la
charca. (Foto cedida por John
Parkington.)
23. Esqueleto de un ñu que mu­
rió cerca de una charca.
VIDA Y MUERTE EN LA CHARCA 73

24. Huesos procedentes de


diversos esqueletos que fue­
ron mezclados por las hienas
durante la noche del día 14
de julio de 1981. Pueden ob­
servarse partes de esqueleto
de antílope, alce y ñu.

25. Antílopes cerca de un


curso de agua, a media ma­
füma.
74 EN BUSCA DEL PASADO

Los primates, incluyéndonos a nosotros, son criaturas diurnas. Nuestros ojos


son órganos de día y estamos mal adaptados para la práctica de la caza, la reco­
lección o, incluso, para la autoprotección durante la noche. Uno se pregunta
cómo una criatura tan poco preparada para reali:lar actividades en la oscuridad
podía mantenerse seguro en un lugar para dormir que estuviera situado muy pró­
ximo a una fuente de agua en el entorno africano que acabamos de describir. No
es de extrañar que los cazadores-recolectores actuales que viven en medio am­
bientes africanos relativamente alejados no ubiquen sus campamentos junto a las
fuentes de agua, a pesar de que cuentan con recursos tales como encender fuego
para auyentar a los clepreclaclores (fig. 26) o, naturalmente, tienen también la
posibilidad ele emplear armas relativamente efectivas contra ellos si es necesa­
rio. ¡ El Jugar que nunca escogería para establecer un campamento en Ja sabana
africana es precisamente cerca ele una fuente de agua! Sin embargo, los arqueó­
logos nos dicen que nuestros antepasados homínidos acostumbraban a emplazar
sus áreas domésticas precisamente en estos lugares. En base a tocio lo expuesto,
se impone el preguntarnos si los tres criterios usados por los investigadores del
África oriental (expuestos en páginas anteriores) permiten realmente reconocer
de manera fiable los lugares ele ocupación utilizados como área doméstica.
Empecemos a examinar el problema considerando los artefactos de piedra
en su justo valor, esto es, como objetos producidos y usados por los homínidos.
Lo que nos interesa saber es hasta qué punto el contexto en el que fueron usa-

26. Campamento de bosquimanos actuales en Gausha pan, Namibia, 1976. Este campamento
cstú ubicado a 1,5 km, aproximadamente, del curso de agua más próximo. (Foto cedida por
el South African Muscum, Ciudad del Cabo.)
VIDA Y MUERTE EN LA CHARCA 75

27. Huesos de alce roídos y rotos por las hienas en las proximidades de una charca. Estos
huesos provienen del carroñeo de un esqueleto semejante al que aparece en la figura 23. (Foto
cedida por John Landham. )

2 8 . Fragmentos d e hueso, extraídos por el autor de los excrementos d e u n león. Ante esta
evidencia, podemos inferir que fragmentos de huesos procedentes de las defecaciones y regur­
gitaciones se acumularon también en las zonas de descanso frecuentadas durante el día por los
leones.
76 EN BUSCA DEL PASADO

dos estos instrumentos incluye precisamente los mismos emplazamientos en los


que fueron depositados los huesos a ellos asociados. Mis observaciones llevadas
a cabo en las fuentes de agua africanas ilustran varios detalles importantes res­
pecto a este problema: l . º, las muertes naturales son frecuentes en las proximi­
dades de las fuentes de agua; 2. las matanzas de depredadores también ocu­
0,

rren en dichos lugares; 3 . 0 , las hienas al roer los huesos relativamente secos que
se hallan en las proximidades de las fuentes de agua pueden agrupar huesos de
diferentes esqueletos; y 4.0, es posible localizar grandes acumulaciones de lme­
sos (fig. 27) hasta una distancia ele 100 m del agua. Estos hechos significan que
es factibíe encontrar considerables cantidades de huesos alrededor de las jitentes
de agua. Las cantidades reales varían probablemente según el número de huesos
sepultados y también a tenor de la disponibilidad y accesibilidad de las fuentes
de agua existentes en la región. Además, los leones a menudo arrastran las pre­
sas a la sombra para su consumo: es bastante frecuente que durante el día se
concentren, en grupos relativamente graneles, bajo los árboles situados en las
proximidades del agua. Por tanto , los pequeños fragmentos de huesos regurgita­
dos o mezclados con sus heces (fig. 28) pueden contribuir también a la forma­
ción ele un depósito, particularmente si se acumulan a lo largo de años antes ele
quedar sepultados.8 Tales observaciones provocan reflexión y muestran la posi­
bilidad de que aparezcan huesos en las proximidades de las fuentes de agua,
incluso aunque los homínidos no hayan jugado una parte activa en el proceso
de acumulación. Pero tenemos que buscar una evidencia adicional que nos per­
mita corroborar que , en efecto , este tipo de depósitos «naturales» de huesos se
dieron en el pasado.

LA ARQUEOLOGÍA DE UNA CHARCA ANTIGUA

Durante mi reciente estancia en el Sur de África tuve la oportunidad de vi­


sitar el yacimiento, verdaderamente espectacular, de Elandsfontein , que proba­
blemente se remonta a un período de tiempo que oscila entre 200.000 y 400.000
años ele antigücdad. 9 La interpretación de este yacimiento no es segura, pero
lo que me interesa resaltar aquí es la estructura ele las asociaciones observadas
en dicho lugar. La mayor parte de los estudiosos están de acuerdo en que los
depósitos se formaron en el contexto ambiental de un manantial y que las fuen­
tes ele agua asociadas eran resultado de un drenaje interno variable. Hoy el lu­
gar consiste en una serie de dunas de arena que se mueven constantemente ,
aunque hay razones para creer que su desestabilización es un fenómeno relati­
vamente reciente.
A medida que las arenas se mueven y se trasladan , van apareciendo conjun­
tos destacables ele huesos de animales fosilizados . En algunos lugares pueden
hallarse los restos del esqueleto ele un animal antiguo cuyos huesos se han dis­
persado ligeramente, de la misma manera que un esqueleto moderno es disper­
sado por los carroñeros o como consecuencia de los procesos de degradación
naturales (fig. 29) . En algunas ocasiones, aparecen hachas de mano (fig. 30) o
diversos instrumentos asociados con un esqueleto; sin embargo, en la gran ma­
yoría de los casos no existe un rastro humano evidente. Por ejemplo, durante
VIDA Y MUERTE EN LA CHARCA 77

29. Huesos en la superficie


del yacimiento de Elandsfon­
tein puestos al descubierto por
la acción del viento. (La ubica­
ción del yacimiento se muestra
en la figura 3.)

30. Hacha de mano, en la su­


perficie del yacimiento de
Elandsfontein.

un paseo realizado por la tarde en torno a los lugares donde se hallaban los
hallazgos más abundantes, advertí que sólo una concentración ele huesos - pro­
bablemente pertenecientes a un mismo animal- presentaba evidencia
los huesos largos habían sido rotos a golpes con el fin de extraer su ' '""'""",·"'u'!
78 EN BUSCA DEL PASADO

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3 1 . Diagrama de l a
ELAN DSFONTEIN, "CORTE 1 0" distribución d e los arte­
ARTEFACTOS factos del «corte 10»
Escala en metros del yacimiento de

o 3 4 6
Elandsfontein. (Infor­
mac1on obtenida de
LRB
Singer y Wymer, 1968.)

solitario manuport (es decir, una piedra llevada al lugar por el hombre) era el
único ítem asociado. En algunas ocasiones, aparecen grupos de huesos concen­
trados en determinadas agrupaciones, aparentemente obra de algún agente que
actuó en el pasado, natural o animal, pero las condiciones bajo las que estos
conjuntos se formaron todavía se desconocen. Por otra parte, están documenta­
dos en el lugar cubiles de carnívoros existentes en la antigüedad: concretamen­
te , la presencia de hienas está representada por coprolitos (heces fosilizadas) y
por concentraciones de pequeñas astillas de hueso y fragmentos roídos que apa­
recen normalmente en las inmediaciones de las guaridas de estos animales.
Al margen de la variedad de las estaciones mencionadas, contamos también
VIDA Y MUERTE EN LA CHARCA 79


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32. Diagrama de la
distribución de huesos E LANDSFONTE J N , "CORTE 10"
en el «corte 10» del ya­ HUESOS
cimiento de Elandsfon­ Escala en metros
tein. (Informaci!'>n ob­
tenida de Singer y Wy­ o 3 5
L.R.B.
mer, 1968.)

con algunos lugares que nos proporcionan concentraciones importantes de hue­


sos y artefactos. 10 Por ejemplo, en el «corte 10», existe evidencia de que fueron
diferentes agentes los que contribuyeron a la formación del depósito (fig. 31).
Con todo, visto desde la perspectiva de las convenciones interpretativas de los
arqueólogos que investigan en el África oriental, la asociación entre huesos e
instrumentos conduciría directamente a la conclusión de que se trataba de un
lugar de vivienda, es decir, el campamento base de alguno de nuestros antepa­
sados pleistocénicos (fig. 32). Es posible que sea cierto, pero la presencia de
concentraciones de instrumentos en un espacio pequeño, rodeado por grupos
grandes y variados de huesos de animales, no apoya la idea de que esta asocia-
80 EN BUSCA DEL PASADO

c1on entre huesos y herramientas sea única. De hecho, es difícil imaginar un


lugar del yacimiento donde hubieran sido depositados sólo los instrumentos y ,
por tanto, no s e vieran rodeados por importantes cantidades de huesos d e ani­
males.
El yacimiento ele Elandsfontein puede verse como un tipo de «relato admo­
nitorio» paleontológico: y, como tal , merecería una extensa investigación que
nos permitiría determinar el grado ele variabiliclacl del reparto faunístico, ya que
se trata de un lugar en el que los huesos antiguos aparecen muy bien conserva­
dos. El siguiente paso sería el establecimiento ele un posible modelo representa­
tivo de la profusión de especies animales y también ele las partes anatómicas
representadas que «alternan (covarían)» con instrumentos reconocibles. Si el
modelo de covarianza pudiese demostrarse en conjuntos faunísticos de yaci­
mientos tan favorables como el de Elandsfontein, tendríamos una información
general sobre la composición de las muestras de huesos hallados junto a instru­
mentos, y nos permitiría separar de forma analítica las asociaciones observadas
en los yacimientos del hombre antiguo.
Este yacimiento ilustra, al menos, el detalle de que tanto en el pasado como
en la actualiclacl pueden hallarse junto a las fuentes de agua muchos prototipos
diferentes de conjuntos faunísticos. La escasa evidencia (comparada con la
abundancia de fauna bien conservada) del hombre o de los homínidos nos indu­
ce a suponer que en los pocos lugares donde aparecen instrumentos se encontra­
rán también cantidades sustanciales de huesos. Si los huesos y las fuentes ele
agua «van juntos», al margen de la presencia o ausencia del hombre, lo que
debemos averiguar son las condiciones particulares en las que los instrumentos
pudieron ser depositados por los homínidos en tales lugares.

DESARROLLO DE UN ARGUMENTO ACEPTABLE

Desde que empecé a estudiar la arqueología del hombre primitivo, me lla­


maron la atención diversos hechos observados repetidamente en la arqueología
del Pleistoceno Medio: l.º, muchos yacimientos del período Achelense (Paleo­
lítico Inferior) proporcionan grandes cantidades de instrumentos de piedra; 11
2.º, en muchos casos, estos instrumentos aparecen relativamente modificados
por el uso ; 3 ° , el uso de cuevas y abrigos rocosos durante el Pleistoceno Medio
parece ser raro y los ejemplos más antiguos conocidos tienden a estar en lugares
con un medio ambiente templado; y 4.0, la mayor parte de los emplazamientos
que los arqueólogos han llamado «yacimientos» están directamente asociados
con fuentes de agua.
La mayoría de los autores están de acuerdo en que los yacimientos de este
período que presentan grandes conjuntos de instrumentos pueden considerarse
razonablemente como palimpsestos de distribuciones de instrumentos, acumula­
dos a lo largo ele muchos períodos ocupacionales. Si ello es así, es difícil imagi­
nar en qué circunstancias las graneles dispersiones de instrumentos existentes
por la superficie pudieron ser ignoradas. La razón quizá resida en que, a pesar
de la abundancia ele materiales ele piedra ya presentes en el yacimiento, sus ocu­
pantes continuaron introduciendo nuevos ejemplares, que a su vez fueron
VIDA Y MUERTE EN LA CHARCA 81

desechados tras un periodo de uso bastante corto. Tal situación me parece in­
compatible con la noción de un grupo que necesita usar instrumentos en el lugar
donde vive. 12 Después de todo, ¿qué es más probable, que los ocupantes del
lugar buscasen primero en su área inmediata para encontrar instrumentos apro­
piados y/o materias primas, o que, ignorando los restos ele instrumentos relati­
vamente poco usados desechados previamente, viajasen a otros lugares donde
podrían obtener la materia prima y volviesen con instrumentos y/o materias pri­
mas?
Los yacimientos caracterizados por los cuatro puntos mencionados antes 1 3
de hecho parecen representar el momento final de períodos muy cortos en los
que se dio una cierta planificación. Probablemente tuvo lugar algo parecido a
lo que expongo a continuación: íos homínidos dejan un lugar dormitorio y em­
piezan a buscar alimento en el medio circundante; hacen instrumentos apropia­
dos para la práctica del carroñeo y los llevan consigo hasta que ésta tiene éxito;
y el lugar más apropiado para obtener lo que buscan es alrededor de las fuentes
de agua, emplazamiento adecuado para la concentración de esqueletos. Los in­
trumentos, una vez empleados en la extracción de las partes comestibles de las
piezas elegidas para el carroñeo, los descartan y, o bien comen en el lugar, o
regresan con ciertas partes escogidas al lugar ele vivienda y dormitorio o a la
charca más próxima, donde puede tener lugar el consumo de alimento. El llevar
la comida obtenida mediante el carroñeo a los lugares ele vivienda era probable­
mente una característica del comportamiento homínido en el Achelense Supe­
rior y en el Paleolítico Medio ele Africa (o Musteriense en Europa) . 14 Con todo,
hasta qué punto esto se practicaba también en las etapas anteriores es lo que
precisamente estamos tratando ele determinar. La elevada frecuencia ele instru­
mentos acabados, la falta de evidencia de que fueran m uy usados y la concentra­
ción de instrumentos cerca de las fuentes de agua donde podían encontrarse los
animales muertos necesarios para practicar el carroñeo, son condiciones que
coinciden con el punto de vista de que estos lugares eran espacios destinados a
la obtención y consumo de la carne conseguida mediante el carroñeo, y también
del tuétano de los huesos, y no lugares de ocupación donde tenían los homíni­
dos sus áreas domésticas y compartían los productos ele sus actividades de
caza. 1 5
El escenario que acabo de presentar parece creíble. Incluso pone de mani­
fiesto una serie ele características que sobrepasan la interpretación ele tales loca­
l izaciones como «lugares de vivienda». Pero la credibilidad no significa que la
interpretación sea verdadera o exacta, simplemente enfatiza la utilidad ele inves­
tigar tales posibilidades. Al avanzar estos argumentos, estamos en la misma po­
sición intelectual que Brain cuando, al cuestionar las interpretaciones ele Dart,
fue capaz de proponer escenarios alternativos razonables: el hecho ele que sus
nuevas ideas tuviesen sentido no las convertía en «verdaderas». La creclibiliclad
simplemente demuestra que una línea determinada ele investigación ha siclo
planteada razonablemente. La investigación que surge de tales argumentos debe
ciar como resultado la elaboración ele métodos de inferencia fiables. Al estudiar
el comportamiento humano en el pasado, debemos desarrollar criterios que va­
yan más allá de las simples convenciones, tales como el «sentido» ciado a la
coincidencia ele grandes cantidades ele artefactos y restos óseos.

6. - Bll\FORD
82 EN BUSCA DEL PASADO

ESTADO ACfUAL DE LA INVESTIGACIÓN

La investigación llevada a cabo en la actualidad en yacimientos del hombre


primitivo situados en el África oriental me recuerda mi trabajo desarrollado en
el período que va de 1966 a 1969 sobre el «problema musteriense» y que se
disentirá en los capítulos 4 y 5. Los numerosos trabajos de investigación llevados
a cabo por miembros del equipo que estudia los importantes yacimientos situa­
dos en el área de Koobi Fora 1 6 contemplan un amplio espectro: una persona
está buscando huellas de carnicería y tipos de ruptura de hueso; otra estudia el
proceso de fabricación ele los instrumentos ele piedra, componiendo las lascas e
instrumentos para establecer la secuencia ele la reducción del núcleo; incluso
una tercera, presumiblemente, está estudiando el esquema espacial de los huc-
sos e instrumentos; y estoy seguro que otras investigarán los materiales ele sus
yacimientos para poder ampliar el campo de observación. Cada nuevo estudio
ele este tipo da como resultado la generación ele más elatos sobre el yacimiento,
pero todos son únicamente testimonios sobre el registro arqueológico. La inexis­
tencia de métodos de inferencia sólidos provoca la acumulación ele más y más
elatos, cuyo significado en términos ele clasificación del pasado nos es descono­
cido. Estos datos normalmente se interpretan mediante el empleo del método
de las «hipótesis de trabajo múltiples»; para decirlo brevemente, reconocemos
que las cosas pueden haber ocurrido ele esta manera y proponemos juicios sobre
lo que parece más aceptable . 17 Sólo en casos excepcionales se han establecido
métodos para justificar las inferencias planteadas. Un ejemplo de ello es el reco­
nocimiento por parte de Lawrei"i¿e Keeley 18 de que los instrumentos sobre lasca
habían sido usados para cortar carne y algún tipo de material vegetal: nos halla­
mos ante un método establecido para medir el uso de la piedra, probado inde­
pendientemente y en base a argumentos de necesidad físicamente comprobados
que apoyan la inferencia.
Uno se pregunta qué investigación de alcance medio 19 justificaría las inter­
pretaciones que a buen seguro se extraerán de los conocimientos recientemente
adquiridos sobre el esquema espacial, las huellas sobre huesos, la freeueneia de
las especies, etc. Muchos investigadores arqueólogos parecen no haber aceptado
plenamente que los estudios del registro arqueológico proporcionan un estímulo
para la investigación en el mundo moderno, la cual, a su vez, puede convertir
nuestras observaciones arqueológicas en explicaciones exactas acerca del pasa­
do. Un gran número de arqueólogos todavía tratan de realizar descubrimientos
que creen que por sí solos les permitirán efectuar inferencias sobre el pasado.
Que el pasado se hace evidente para aquellos que realizan cuidadosas observa­
ciones es un pensamiento consolador, pero desgraciadamente falso. La investi­
gación en África oriental debe empezar a plantearse la siguiente importante pre­
gunta: «¿Qué significa?».
Segunda parte

¿ QUÉ SIGNIFICA?
En la Primera parte considerábamos cómo un determinado enfoque en el
estudio del comportamiento de los acontecimientos del pasado podía condicio­
nar la actitud en la interpretación del registro arqueológico. Esta segunda parte,
por el contrario, aborda los problemas que se presentan como consecuencia de
la acumulación de observaciones detalladas y que sólo se evidencian de�pués de
realizar intensas investigaciones sobre el registro arqueológico. Cuando el ar­
q ueólogo ha investigado y conseguido establecer modelos interesantes en el re­
gistro arqueológico, la cuestión que se plantea es la de su interpretación. En
otras palabras, ¿qué sucesos del pasado están reflejados en los modelos estable­
cidos por los arqueólogos?
Muchos de nosotros somos conscientes de que los métodos ideados para es­
tablecer modelos que permitan la interpretación del registro arqu eológico no
son absolutamente objetivos. Por el contrario , desarrollamos procedimientos
para estudiar el registro arqueológico porque pensamos que nos permiten hacer
observaciones relevantes sobre aquellos aspectos del pasado que queremos dilu­
cidar. Los arqueólogos han inventado procedimientos para clasificar las cosas
que encuentran y han empleado diversas convenciones para dar sentido a los
grupos reconocidos. Estas taxonomías o clasificaciones guiarán sus observacio­
nes en las distribuciones de cosas, en término de tiempo y espacio. De modo
similar, los arqueólogos esperan que sus modelos les conduzcan a determinados
resultados porque parten con ciertas ideas preconcebidas acerca del valor de
estas clasificaciones.
He usado el término «convención», puesto que pretendo argumentar que la
«teoría» con la que normalmente opera la arqueología ha asumido una serie de
convenciones para dar sentido a las observaciones realizadas a partir del registro
arqueológico. Estas convenciones aseguran que los materiales empíricos no pue­
dan entrar en conflicto con suposiciones anteriores. Debe subrayarse , dado q ue
todas las afirmaciones sobre el pasado son inferencias, que simplemente no es
posible deducir de una serie de suposiciones una conclusión que entre en con­
flicto con estas suposiciones. Como dice Popper: «Una inferencia deductiva o
inductiva no puede, a partir de premisas consistentes, llegar a una conclusión
que form almente contradiga las premisas de las que partimos» . 1
Los arqueólogos, con frecuencia, hacen suposiciones sobre la forma en que
fue conformado el registro arqueológico, tanto a nivel de sus propiedades for­
males como de la distribución. Por ejemplo, se acepta comúnmente que las cul­
turas eran homogéneas y que estaban fuertemente integradas en virtud de las
ideas y valores de sus participantes. Según este punto de vista, las expectatívas
de crear modelos en el registro arqueológico son bastante claras: « . . . los tipos
y sus proporciones son estables y constantes en una misma cultura, al menos
86 EN BUSCA DEL PASADO

dentro de ciertos límites».2 Simplificando, podríamos decir que los yacimientos


deben ser más similares cuanto más cerca estén en el tiempo y en el espacio.
En el caso de que el mundo real difiera de estas expectativas, se generan innu­
merables «hipótesis auxiliares» para acomodar las observaciones a la teoría.
Así, l a táctica seguida por los arqueólogos tradicionales es l a de ofrecer ar­
gumentos adicionales que , «si son verdad» , llevarían a una correspondencia en­
tre la teoría y la realidad. Popper 3 ha dudado de que esta estrategia «inmunice»
a una teoría ele la necesidad de ser comprobada. A los arqueólogos se les ha
encargado poner en práctica tal estrategia: sus intentos por inmunizar sus supo­
siciones anteriores han dado como resultado sus reconstrucciones del pasado.
Si, por ejemplo, fracasan al observar similitudes a través de las secuencias de
acumulación, su teoría de transmisión cultural es «protegida» de estos datos por
medio de la aceptación de una migración de nu evas gentes en el área. Esta mi­
gración hipotética, a su vez, se convierte en una parte inamovible de la «verda­
dera» reconstrucción del pa·s ado que los arqueólogos suponen que están buscan­
do: «una buena adaptación de las condiciones hará que casi cualquier hipótesis
esté de acuerdo con los fenómenos. Esto satisfará a la imaginación , pero no
hace avanzar nuestro conocimien to».4
Los arqueólogos son particularmente proclives a este tipo de trampa filosó­
fica y metodológica, puesto que todas las afirmaciones acerca del pasado deben
ser inferidas y los métodos que tienden a j ustificarlas no pueden, en consecuen­
cia, ser comprobados mediante la experimentación. Dicho de otra manera, nun­
ca podemos utilizar el pasado inferido para comprobar las suposiciones que ha­
cemos al generar tales inferencias. N o es sorprendente, por tanto, que l a mayor
parte de los arqueólogos acepten sin cuestionarlos sus métodos empleados para
hacer inferencias y no discutan la validez de tales métodos. Sólo en escasas oca­
siones podemos conseguir suficiente perspectiva para «captar el mensaje» de
q ue nuestros métodos por inferencia pueden ser falsos. Ahora bien, cuando esto
sucede estamos capacitados para empezar la búsqueda metodológica que nos
lleve a una mejor comprensión de las condiciones dinámicas que produjeron los
modelos arqueológicos que hemos documentado . Una vez podamos responder
a la pregunta «¿Qué significa?» , estaremos en condiciones de empezar una in­
vestigación estimuiante dirigida a conocer «cómo era».
4. EL DESAFÍO DEL MUSTERIENSE

Los hombres de negocios y los políticos, a veces, dan a sus oponentes el


título despreciativo de «Neam.lertal». Para la mayoría de nosotros, el nombre
evoca la imagen de un individuo fuerte, algo peludo, con la frente huidiza, ras­
gos grandes y una piel colgando alrededor de la cintura. Esta criatura es presen­
tada en un mundo salvaj e , con la mirada perdida, emplazada en la entrada de
una cueva y rodeada de restos de animales consumidos. La imagen pública del
hombre Neandertal es la de un animal basto, bruto, sin cultura, que responde
a los impulsos humanos más elementales, tales como la comida, el sexo y el
bienestar. En contraste, los libros de texto arqueológicos tienden a otorgar a
los Neandertales un papel innovador en Ja historia humana. A menudo, han
sido considerados como los primeros de nuestros antepasados en usar pigmen­
tos, 1 enterrar a sus muertos 2 y, quizás, en practicar algún tipo de ritual centrado
en cuevas de osos.3 En la época en que tendíamos a ver en el pasado la epopeya
de Ja aparición del hombre y su paso del reino de las oestias al dominio de lo
humano, los Neandertales eran representados como las primeras criaturas que
mostraron u n incipiente interés por la estética (es decir, por el arte y la reli­
gión), algo muy alejado de las preocupaciones básicas características de nuestros
antepasados animales. En la bibliografía más reciente, en particular la que han
producido nuestros colegas pertenecientes a las ciencias biológicas, los Neander­
tales son considerados como una variante racial del hombre plenamente moder­
no; se acepta con bastante frecuencia que, en términos behaviorísticos, eran si­
milares a nosotros, pues los indicios de algunos comportamientos típicamente
humanos, como el lenguaj e , se supone que tuvieron lugar antes de su aparición.
Desde esta perspectiva, las esp eculaciones sobre nuestra historia evolutiva se
centran normalmente en eras anteriores al Paleolítico Medio de los Neanderta­
les.
Aunque es cierto que ha habido diferentes puntos de vista sobre la conducta
de los Neandertales (un problema de «¿cómo era?»), de hecho no será esta di­
versidad de opinión, que, por otra parte, estimuló la controversia y la investiga­
ción, el tema que discutiré en este capítulo. Aquí pretendo considerar el proble­
ma del Musteriense (el nombre arqueológico del período asociado al hombre
Neandertal , que presenta una antigüedad que oscila entre 125 . 000 y 30.000
años) , un problema que surge de preocupaciones estrictamente arqueológicas y
metodológicas. Nos hallamos ante un tipo de discusión diferente de la expuesta
en la Primera parte. Por ejemplo, las controversias que he examinado en los
capítulos ·2 y 3 respecto a si el hombre primitivo era cazador y si vivía en cam-
88 EN BUSCA DEL PASADO

pamcntos base y compartía el alimento, concierne a los contenidos de los yaci­


mientos arqueológicos a los que hacemos referencia y a la cuestión de si eran
exclusivamente atribuibles a la acción de los homínidos primitivos. Si este obs­
táculo pudiese ser superado, la preocupación metodológica respecto a estos te­
rnas sería mínima. El desafío que plantea el estudio del hombre primitivo es
bastante simple: ¿Cómo conoceremos el pasado? El debate que se centra alre­
dedor del hombre Ncandertal tiene raíces históricas, ya que se trata de un para­
digma de la investigación arqueológica per se. Además, la discusión se ha basa­
do en aspectos diversos. Al tratar del hombre primitivo, la discusión se centraba
en la interpretación behaviorística ele las asociaciones registradas entre muchos
tipos de objetos aparecidos en yacimientos distintos; la controversia del Muste­
ricnse, sin embargo . se centra en la interpretación que se debe dar a la variabi­
lidad observada en un solo tipo de ítem aparecido en muchos yacimientos. Ade­
más, surge porque los arqueólogos consideraron como característico del Paleo­
lítico Medio un modelo, cada vez más complejo, de unidades taxonómicas.

EL PERÍODO DE LAS ANTIGÜEDADES Y EL MONUMENTO

Desde los inicios ele la arqueología existen dos cuestiones que siguen siendo
fundamentales: primera, ¿cómo describimos en términos formales la variabili­
dad de las cosas que perduran del pasado? y, segunda, ¿cómo se distribuye cro­
nológica y geográficamente la variabilidad observada? En un principio, se reco­
gían muchas cosas (hablando en términos relativos) , pero el contexto ele los ha­
llazgos no estaba bien documentado . Los arqueólogos podían clasificar y reco­
nocer similitudes y diferencias entre los artefactos y las construcciones, es decir,
se organizaban los restos que eran claramente atribuibles a la mano del hombre .
Estos elementos eran conocidos como «antigüedades y monumentos»: un hacha
ele mano, una punta ele flecha de bronce, Stonehenge , la espectacular tumba de
corredor de Newgrange en Irlanda, etc. A medida que los arqueólogos fueron
trabajando para descubrir los modelos de distribución de los diversos tipos de
hallazgos fueron observando que algunas propiedades de estos materiales pro­
porcionaban datos indicativos, mientras que otras, parecían mostrar una ads­
cripción menos reconocible. Por ejemplo, en el antiguo y elemental trabajo de
C. J. Thomsen, realizado en Dinamarca, se vio claro que el tipo de materia
prima empleada en la fabricación ele los instrumentos indicaba una diferencia
cronológica; de ahí surgieron las Edades ele la Piedra, ele! Bronce y del Hierro. 4
En la investigación paleolítica empezó a observarse que el diseño de los instru­
mentos fabricados con un mismo tipo de materia prima tenía sentido tanto des­
de el punto de vista cronológico corno geográfico. Las hachas de mano parecían
encontrarse sólo en ciertos tipos ele depósitos geológicos y en asociación con
ciertos tipos de fauna. Por otro lado, las piezas retocadas, como las recuperadas
en Solutré, Francia, se encontraban en contextos geológicos y faunísticos muy
diferentes.
Los atributos que parecían representar aspectos cronológicos y/o geográficos
fueron aislados como indicativos de épocas y áreas. El modelo de esta forma
de aproximación fue sin duela un éxito alcanzado por la geología y la paleonto-
EL DESAFÍO DEL MUSTERIENSE 89

33. Reconstrucción propuesta por el general Pitt-Rivers sobre el proceso evolutivo, desde un
simple palo hasta tipos de útiles más complejos: una visión del pasado característica del siglo
xrxy principios del xx . (Reproducido, con autorización, de Myrcs, 1906, pi. 1 1 1 . )

logía, a través d e cuyas disciplinas podía demostrarse q u e los fósiles eran indica­
tivos de edades y eras diferentes de la historia de la Tierra. La creencia de que
el estudio taxonómico implicaba el descubrimiento de un orden natural en los
datos arqueológicos estaba relacionada con la idea de que el pasado del hombre
se caracterizaba por el progreso . Donde mejor aparece reflejada la idea de pro­
greso es, quizás, en los escritos del general Pitt-Rivers, uno de los «padres» de
la arqueología, al menos en los países de habla inglesa:

Nuestra tarea es seguir . . . la sucesión de ideas a través de las cuales se ha elc­


sarrollado la mente humana, desde lo simple a lo complejo, desde lo homogéneo
a lo heterogéneo; seguir paso a paso . . . la ley de la continuidad por la que la men­
te ha pasado ele los estados . . . simples ele conciencia a la asociación de ideas, y
así a las generalizaciones más amplias.5

En un principio , la mayor parte de los arqueólogos creían que la secuencia


del desarrollo del hombre hacia la civilización era una secuencia - que iba ele
90 EN BUSCA DEL PASADO

lo simple a lo complejo- lógica, progresiva y evolutiva. Era la consecuencia de


una sucesión lógica en la que una porción de conocimiento condiciona la si­
guiente, y así sucesivamente. El general Pitt-Rivers compendia esta aproxima­
ción.6 En la figura 33, por ejemplo, podemos observar el origen de una variedad
del phila industrial en un simple palo sin retocar. Bajo una serie de modificacio­
nes iniciales podemos seguir una progresión que lleva hasta el escudo australia­
no, mientras que bajo otra serie de condiciones iniciales una segunda secuencia
lleva a la maza de guerra, etc. Partiendo de este punto de vista, la humanidad
fue considerada como una progresión a través de una serie de estadios de pro­
greso interdependientes. Puesto que la secuencia era considerada dependiente
de un orden seriado, toda la humanidad había pasado a través de la misma serie
de etapas . La variabilidad existente en el mundo moderno se justificaba como
una consecuencia de un desarrollo desigual de los distintos estadios de progreso,
de manera que algunos pueblos contemporáneos se habían estabilizado en eta­
pas que ya habían sido superadas por otros pueblos en un período anterior. Este
punto de vista sobre la evolución cultural justificaba la costumbre de dar conte­
nido a la prehistoria extrapolando los datos que ofrecían las descripciones de
las sociedades primitivas contemporáneas. Por ejemplo, para reproducir el mo­
delo de vida del hombre Neandertal se usaba frecuentemente como modelo los
aborígenes australianos. Cito a continuación un fragmento de un pequeño libro
maravilloso , escrito desde una perspectiva evolucionista basada en el concepto
de progreso (Everyday Life in the Old Stone Age) , publicado en 1922:

Debemos buscar algunos pueblos primitivos que vivan bajo condiciones simila­
res y estén en la misma etapa de civilización que los Musterienses, y ver si pode­
mos trazar algunas comparaciones útiles: los aborígenes de Australia son un pue­
ble que reúne estas características.7

Dentro del clima intelectual que defendía la idea de progreso había otros
puntos de vista importantes, que algunas veces se mantenían independientes y
que en otras ocasiones se mezclaban de maneras diversas, dando lugar a una
especie de vitalismo generalizado. El concepto de proceso que émerge conside­
raba la evolución del hombre como el resultado de la realización de su poten­
cial, entendiéndose éste como una cualidad esencial, una auténtica «chispa» que
saltaba y se desarrollaba de modo algo diferente en función de los distintos con­
textos biológicos o físicos. Por ejemplo , la aceptación por parte de Henry Fair­
field Osborn y otros de la (falsa) mandíbula 8 hallada en Piltdown, Inglaterra,
en 1908, como evidencia de que nuestros antepasados más antiguos poseían un
cerebro mayor que el Pithecanthropus (en aquel momento se pensaba que éste
era más reciente) les llevó a la siguiente conclusión:

Si el Pitlzecanthropus es verdaderamente de la Edad de la Piedra Media, como


ahora parece, debe considerarse como un tipo primitivo superviviente del hombre
de Dawn, aislado en los bosques de Java . . . La supervivencia de un tipo de hom­
bre primitivo excluido de la competición por seres más vigorosos no es un caso
único, porque todavía encontramos hombres muy primitivos que viven en lugares
de la Tierra remotos y aislados, como es el caso de los indígenas tasmanios .9
EL DESAFÍO DEL MUSTERIENSE 91

Siguiendo este enfoque , la conexión del evolucionismo con una clase ele racismo
tampoco era infrecuente ; y además, para explicar los diferentes logros del hom­
bre, se incorporaban otras ideas elitistas. Por ejemplo, la «teoría del gran hom­
bre» (que considera el progreso como consecuencia de los comportamientos de
individuos especialmente dotados) era común en el pasado y todavía es muy
aceptada en la arqueología, como se desprende de los comentarios hechos por
Frarn;:ois Bordes en una época tan reciente como 1969:

. . . no debe confundirse la inteligencia y el intelecto creativo. Este último es raro,


incluso en la actualidad, y parece ser que a partir de la historia de diversas civili­
zaciones puede deducirse que la proporción de los intelectos creativos, si son cons­
tantes ias condiciones culturales y las presiones del medio ambiente, depende del
número total de individuos. Por tanto, es posible que en grupos paleolíticos no
muy numerosos hayan transcurrido generaciones sin que apareciesen intelectos
creativos. El progreso, por tanto, ha sido lento, incluso aunque las poblaciones
puedan haber sido inteligentes y haber hecho buen uso de los datos ya adquiri­
dos.10

Esta visión es aceptada, además, por Grahame Clark que en 1979 escribió: «el
curso de la historia ha sido menos modificado por los errores populares que por
la forma de pensar original de los hombre preeminentes» . 1 1
En los albores ele l a arqueología prehistórica eran pocos los que cuestiona­
ban el punto ele vista progresivo del pasado humano, aunque pudieran diferir
en la elección de la teoría concreta empleada para explicar los hechos. Lógica­
mente y teniendo en cuenta tal perspectiva, el objetivo de la arqueología era el
descubrimiento ele la secuencia real del cambio progresivo. En 1893, Otis Ma­
son, dirigiéndose a los padres fundadores de la arqueología norteamericana,
elijo: «La investigación más provechosa (ele la arqueología) para comprender la
historia ele la civilización es la búsqueda del origen de las ideas que hicieron
época».12 N. C. Nelson, medio siglo más tarde, postulaba unos objetivos y una
comprensión de los fines arqueológicos bastante semejantes: « . . . nuestra ciencia
está llamada a demostrar el momento y lugar de origen ele todas la invenciones
más importantes y a trazar su expansión por el mundo» . 13
En el primer cuarto del siglo xx, los arqueólogos paleolitistas consideraban
que se habían alcanzado muchos ele estos objetivos. La Edad de la Piedra An­
tigua se concebía en etapas. El período más antiguo, el del «impulso», represen­
tado por yacimientos al aire libre ubicados a lo largo de las cuencas de los ríos,
se caracterizaba por pesados instrumentos sobre núcleo, las hachas ele mano que
habían sido descubiertas por Boucher de Perthes y que nos indicaban la gran
antigüedad del hombre. La siguiente etapa del desarrollo cultural era el período
llamado Musteriense o era de los «hombres de las cuevas», tipificado por instru­
mentos hechos sobre lascas y generalmente con retoques en un solo lado. Al
Musteriense le seguían los períodos Auriñaciense, Solutrense y Magdaleniense
(fig. 34) , cuando los hombres vivían en cuevas y al aire libre, fabricaban instru­
mentos de piedra en forma de hojas y, además, usaban el hueso, el asta y el
marfil, practicaban el arte y rituales definidos. 14
92 EN BUSCA DEL PASADO

>------ ---- --�-


Magdaleniense
¡---- ---- --- -

Solutrense

Auriñaciense

ivlusteriense


o

Q)
Acl1elense ¡=

Chelense

Pre-chelense

MODELO "EVOLUTIVO"
L.R.B

34. Modelo de evolución cultural tal como la concebían los prehistoriadores del siglo x1x y
principios del xx. A la izquierda, aparecen los nombres de los períodos, y a la derecha los
tipos de útiles más importantes en correlación con los períodos.

EL PERÍODO D E LOS «ARTEFACTOS» Y DE LOS «CONJ U NTOS,, 1 5

Si la arqueología del Paleolítico Inferior se caracteriza por su preocupación


por dilucidar en q ué medida las antigüedades y monumentos son reflejo de los
logros conseguidos por la humanidad, el siguiente período - de los «artefactos
y conjuntos» - provocó un creciente interés por la clasificación de los artefactos
y la descripción de los conjuntos, definidos como la suma de artefactos asocia­
dos q ue se suponía eran contemporáneos. El carácter de los conjuntos depende­
ría de su pertenencia a grupos étnicos identificables . El espíritu de esta orienta­
ción fue acertadamente resumido por Gonlon Childe en 1929, en la famosa in­
troducción a su libro The Danube in Prehistory :

Encontramos ciertos restos -vasos, herramientas, adornos, lugares de enterra­


miento, es tructur as de casas- que aparecen constantemente asociados. Al total
de rasgos regularmente asociados lo llamaremos «grupo cultural» o simpl emente
«cultura». Asumimos que esta reunión de rasgos es la expresión material de lo
que hoy llamaríamos un «pueblo». 16
EL DESAFÍO DEL MUSTEfüENSE 93

Phylum de las lascas Phylum de Jos núcleos

o
Q
E
QJ
¡::

MODELO DE PHJLA PARALELOS


L.R.B

35. Modelo de phi/a paralelos popularizado por los prehistoriadores a partir aproximadamen­
te de 1930. Se pensó que los distintos grupos culturales, representados por tipos de útiles de
piedra diferentes, podían ser en algunos casos contcn1porímeos y no sucesivos, según una se­
cuencia evolutiva estricta, del tipo observado en la figura 34.

Evidentemente, la idea de la historia étnica no era nueva y había sido deba­


tida, al menos desde principios de siglo, en contextos posteriores a la Edad de
la Piedra Antigua. 17 En Europa existían diversas posturas teóricas respecto al
papel de las razas puras, en oposición a lo que hoy llamaríamos vigor híbrido ,
en constante progreso. Había también diferencias de opinión respecto a la capa­
cidad de la inventiva del hombre. Algunos estudiosos pensaban que el hombre
era extremadamente conservador y que las innovaciones eran raras; otros, por
el contrario, consideraban que si el hombre reaccionaba ele manera similar ante
los mismos estímulos podía esperarse que muchas invenciones fueran realizadas
independientemente en momentos y lugares distintos. En general, aquellos que
creían en la raza pura como soporte del progreso cultural veían al hombre como
un ser no innovador y, por tanto, esperaban que las tradiciones culturales fue­
ran muy estables y duraderas. Por otro lado, aquellos que tenían un punto de
vista más liberal, consideraban al hombre como un ser relativamente creativo y
creían que la cultura estaba sujeta a cambios, tanto desde el interior como a
través de la difusión de ideas procedentes del mundo exterior; por tanto, defen­
dían que era difícil considerar la evolución cultural como un fenómeno lineal.
Estos argumentos, juntamente con la aparición de diversas escuelas históri-
94 EN BUSCA DEL PASADO

cas de interpretación, tuvieron poca incidencia en la investigación paleolítica


porque el estudio de la Edad de la Piedra Antigua parecía demostrar que el
progreso estaba en relación con las distintas etapas del crecimiento cultural. En
otras palabras, se creía que los materiales empíricos podían confirmar las anti­
guas ideas evolutivas: los argumentos en contra de la evolución parece ser que
fueron irrelevantes para los estudiosos del Paleolítico. Esta situación cambió,
sin embargo, cuando a principios de los años treinta el abate Breuil 18 expresó
la opinión de que a lo largo del extenso período de la Edad de la Piedra Antigua
existieron simultáneamente phi/a paralelos (o en términos modernos , mayor nú­
mero de tradiciones culturales) . El impacto de las ideas de Breuil queda bien
reflejado en una afirmación hecha en 1938 por Dorothy Garrod:

En el sistema antiguo, las culturas del Paleolítico aparecían como una sucesión
lineal con divisiones horizontales claras, como ocurre en una sección geológica.
Para los pioneros de la prehistoria estas culturas se desarrollaron lógicamente una
a partir de la otra, en un movimiento ordenado ascendente, y se asumía que repre­
sentaban etapas universales en la historia del progreso humano. En la actualidad,
la prehistoria ha sufrido el destino de la mayoría de las partes integrantes del or­
denado universo del siglo x1x. Nuevos conocimientos han dado una vuelta al cali­
doscopio y las piezas están todavía cayendo ante nuestros ojos asombrados. El es­
quema principal del nuevo modelo está empezando a aparecer. Podemos distinguir
en la Edad de la Piedra Antigua tres elementos culturales de gran importancia.
Se manifiestan en las llamadas industrias de las hachas de mano, industrias de las­
cas, industrias ele hojas, y sabemos que las dos primeras, ya desde las épocas más
remotas, siempre fueron contemporáneas, y estamos empezando a ciamos cuenta
ele que los orígenes de la tercera pueden buscarse mucho más lejos de lo que ha­
bíamos sospechado. Sólo se necesita un momento ele reflexión para ver que nos
hallamos ante las antiguas divisiones del Paleolítico Inferior, Medio y Superior,
pero con un nuevo eje director; debemos, con tocio, ser cuidadosos y no hacer
estas divisiones demasiado rígidas. De hecho, estas corrientes culturales no corren
ele manera paralela e independiente; una visión semejante de la historia humana
sería absurdamente artificial. Se están constantemente encontrando y se influyen
entre sí, e incluso, algunas veces, van juntas y producen una nueva facies. 1 9

Este testimonio dado por uno de los historiadores británicos más eminentes
demuestra claramente cuán revolucionarias eran las ideas de Breuil. Es intere­
sante observar que, mientras duró la oposición a esta reinterpretación radical
de nuestro pasado, los «phila culturales paralelos» (fig. 35) se convirtieron con
bastante rapidez en el punto de vista ortodoxo . Además, Breuil elaboró su no­
ción del pasado al sugerir que las tradiciones culturales independientes mostra­
ban algunas distribuciones que contrastaban con la época y el medio ambiente:

. . . encontramos industrias bifaces alternando con industrias de lascas. Las lascas


se dan antes y después de los momentos álgidos de frío y las bifaces en los perío­
dos interglacialcs. Parece razonable deducir que esta alternancia se debe a los mo­
vimientos de los grupos humanos que a medida que las condiciones glaciales avan­
zaban seguían a los animales que cazaban hacia el sur y el oeste.20
EL DESAFÍO DEL MUSTERIENSE 95

No tardó mucho en surgir una ecuación entre estas tradiciones opuestas y la


creencia, entonces corriente, de que coexistieron formas diferentes de hombres
antiguos:
Durante la primera parte de los tiempos Pleistocenos . . . ocupaban el área dos
razas diferentes. Primero aparecen industrias pertenecientes a una cultura de ins­
trumentos de lascas (Cromeriense), más tarde, en el oeste, la cultura Chello-ache­
lense, que proviene de África y pertenece a la civilización de instrumentos de nú­
cleo, tomó la alternativa . . . con la llegada del último máximo glacial los hacedores
del coup-de-poing se retiraron de la escena y las culturas pertenecientes a la civi­
lización de los instrumentos de lasca ocuparon todo el área.21

Ei punto de vista de que había una «tradición de instrumentos sobre lasca» fa­
bricados por formas neoantrópicas (de los homínidos ancestrales al hombre mo­
derno) contemporánea a una tradición de instrumentos sobre núcleo producida
por una forma paleoantrópica (que no fo rmaba parte de nuestros antepasados
inmediatos) era popular en los años treinta y cuarenta y aún se discutía amplia­
mente en los años cincuenta.22
En 1936, D. Peyrony amplió el razonamiento sobre los p hi/a al Paleolítico
Superior. Decía que lo que previamente se había considerado como Auriñacien­
se en el esquema de Mortillet debía ser visto como dos tradiciones culturales
diferentes, el Auriñaciense propiamente dicho y el Perigordiense.23 Su argumen­
tación fue ampliamente aceptada y sigue siendo la base para gran parte de la
clasificación de los artefactos del Paleolítico Superior francés. 24

EL ÁRBOL DE LA VIDA

Dar un nuevo enfoque más científico implica normalmente un cambio en los


métodos y en las aproximaciones utilizados en la clasificación u ordenación de
las observaciones. A este respecto, podemos decir que en el caso de los estudios
paleolíticos, el trabajo de Frans;ois Bordes (fig. 36) ha sido importante.25 Este
investigador desarrolló tanto un sistema -el más ampliamente adoptado- para
clasificar instrumentos de piedra, como las técnicas para describir cuantitativa­
mente los conjuntos. Sus resúmenes cuantitativos sobre las formas de los instru­
mentos de piedra encontrados juntos en niveles excavados se convirtieron en
unidades básicas de comparación, y de su obra surgieron las sistematizaciones
basadas en los conjuntos del registro arqueológico. Además, Bordes defendió
que las técnicas empleadas en la fabricación de los instrumentos de piedra debe­
rían tratarse independientemente de las formas reales de los instrumentos. El
último atributo se manifestaba en rasgos tales como las relaciones entre la orien­
tación de las lascas originales, las formas de los bordes retocados y su orienta­
ción respecto a la forma de la lasca sobre la que se habían fabricado los útiles.
Al contrario de lo que se tenía en cuenta al estudiar los trazos en la herramienta
consecuencia de su fabricación , las técnicas empleadas en la producción de las
lascas estaban, según Bordes, condicionadas por el carácter de las materias pri­
mas disponibles en los diferentes lugares y, por tanto, eran de poca utilidad para
reconstruir la historia cultural, para detectar la aparición de pueblos distintos o
96 EN BUSCA DEL PASADO

36. Fran�ois Bordes duran­


te su estancia en Australia,
en 1974.

para estudiar la interacción social entre los grupos culturales diferenciados.26


Basándose en estos postulados, B ordes empezó por estudiar materiales exca­
vados previamente e inició también una serie de excavaciones ele largo alcance 27
que iban a cambiar considerablemente nuestros puntos de vista acerca del pasa­
do. Teniendo como referencia su lista de tipos, clasificó todos los instrumentos
recuperados en un mismo nivel arqueológico identificable. A partir de aquí, las
frecuencias de los diferentes tipos de instrumentos podían resumirse mediante
la confección de una gráfica acumulativa.28 Al comparar las formas de las gráfi­
cas de los yacimientos del período Musteriense del Paleolítico Medio, B ordes
distinguió lo que parecía ser una norma repetitiva (fig. 37): existían cuatro for­
mas básicas representadas repetidamente y sólo unos pocos casos que podían
considerarse ambiguos o intermedios. Los cuatro tipos del Musteriense recono­
cidos por Bordes pueden resumirse como sigue:

l . iY!usteriense de trndición achelense. El conjunto es generalmente reco­


nocido por la presencia de hachas ele mano, una cantidad moderada ele raspado­
res laterales, muchos denticulados y muescas, y un número considerable ele cu­
chillos de dorso rebajado. La forma característica ele la gráfica es una curva
baja.
2 . lv/usteriense típico. Este tipo generalmente forma una gráfica en diago­
nal (debido a que la mayor parte de los tipos de instrumentos se presentan en
proporciones aproximadamente iguales). Difiere del Musteriense de tradición
EL DESAFÍO DEL MUSTERIENSE 97
---· - ---- -·- -- --------
�------- - -- · - - - -- --

TIPOS
D E CONJU NTOS
M USTER I EN S ES

¡ 7

1 1
J ·! J �
2 314· 5 6 7 8 9 10, 11 !2.13 ,14 15 15 17118 192021 2223.24 25 26 27282930313233,34353637'383940 4142 43 44·45464748 4950·51 5253•5465156 575&59606162 63

Puntas Raed eras 1Trans- 1 Grupo de l �esC s lu1111-J


· -

versales Paleo. Superior + denticul. zadas

Lista de tipos de F Bordes L.R. Binford

37. Gráfico en el que aparecen definidos los tipos de conjuntos musterienses de Bordes. Los
tipos de útiles aparecen enumerados en el eje horizontal. Un diagrama de los porcentajes acu­
mulativos de cada tipo de útil hallado en un conjunto coincide generalmente con una de las
cuatro categorías ele fonnas más importantes. A partir de estos datos se entabló una controver­
sia acerca del significado de estas cuatro curvas diferenciadas.

achelense principalmente en la escasez de hachas de mano y en una menor fre­


cuencia de cuchillos de dorso rebajado y de otros tipos de instrumentos análogos
a los ejemplares comunes del Paleolítico Superior.
3. Musteriense con denticulados. La distribución de este tipo normalmen­
te comprende una gráfica baja y cóncava, debido a la escasez de raspadores y
a la abundancia de muescas y denticulados. Las hachas de mano son raras o no
aparecen; los raspadores son de factura deficiente; y los cuchillos de dorso reba­
jado son raros.
-
7. !3JNFORD
98 EN BUSCA DEL PASADO

4. Grupo charentiense. El último grupo queda expresado mediante una


gráfica alta y convexa . Dominan los raspadores, son poco frecuentes los denti­
culados y las muescas, mientras que las hachas de mano y los cuchillos de dorso
rebajado son raros o están ausentes. Bordes reconoce dos subtipos en este gru­
po charentiense: a) el subtipo La Quina , en el que los raspadores son típicamen­
te transversales y la técnica Lcvallois es rara o está ausente; y b) el subtipo La
Ferrassie, caracterizado por la presencia de raspadores producidos sobre los bor­
des de las lascas y también por la frecuencia de la técnica Levallois.

En la terminología corriente, denominaría a los primeros estudios de Bordes


como «trabajo de reconocimiento de modelos», porque, en ellos, el investigador
definió y clarificó de manera ordenada las propiedades de las cosas que podía
observar sistemáticamente. Hizo muchas observaciones sobre el registro arqueo­
lógico y reconoció una estructura en los datos.
Lo que sorprendió a algunos arqueólogos fue la naturaleza de la normativa
que empezaba a surgir de la aplicación ele La Méthode Bordes. 29 Una observa­
ción previa (verificada y clarificada por la aplicación de los métodos de Bordes)
permitía concluir que la secuencia estratigráfica de cambios en las formas de los
conj untos de instrumentos de piedra no era necesariamente direccional, ni pare­
cía indicar esquemas de cambio graduales. Esto ya había siclo observado para
el Musteriense por Pcyrony,30 pero fue demostrado sin lugar a dudas por Bor­
des, en particular a través de sus excavaciones en el ahora famoso yacimiento
de Combe Grenal.31 Mediante la aplicación de sus técnicas, Bordes demostró a
partir de los datos la existencia de tres aspectos diferenciales (fig. 38):
1. Industrias alternativas. En una secuencia estratigráfica extensa, con ni­
veles de lechos sucesivos, un tipo ele Musteriense (por ejemplo , el Típico) puede
ser seguido en el tiempo por el Denticulado y posteriormente, en el nivel pos­
terior, aparecer de nuevo un conjunto Musteriense Típico. En este modelo,
cada uno de los tipos de conjuntos musterienses mantienen su propia identidad
a lo largo del tiempo, pero se alternan entre sí de maneras varias a través de
secuencias particulares.
2. «Phila» paralelos. Al considerar la región como un todo, se observa f
que los diferentes tipos de Musteriense conservan su identidad a través de largos

i
períodos de tiempo y coexisten como culturas reconocibles.32 De ahí se despren­
de que cuando están ausentes en las secuencias de un yacimiento pueden apare­
cer representados en los modelos observados en algún otro yacimiento contem­
poráneo.
3. Culturas persistentes. La normativa descubierta por Bordes podía ade­
más ser descrita como indicativa de culturas persistentes, es decir, fo rmas de
organización behaviorística que presentan un registro arqueológico relativamen­
te sin cambios a través de largos períodos de tiempo. Estos tipos de conjuntos
diferentes tampoco se ven afectados por el contacto con otras culturas igualmen­
te distintas , presentes en la misma área.
La visión del pasado que surgió de la utilización de los métodos de Bordes
apoyaba la idea, propuesta por Peyrony y argumentada por el abate Breuil, que
EL DESAFÍO DEL MUSTERIENSE 99

Trad. achelense
Trad. achelense ALTER NANCIA
Trad. achelense DE LOS CONJU NTOS M U STERIENSES
Tra d. achelense
Trad. achelense
Trad. achelense
Típico
Típico
10 Típico
11 Típico
12 Denticulado
i3
Denticulado
14
Denticulado
15
16
17
18
19

20
21
22
23
24
25
26
La Quina ---�
27
La Quina ---­
28
29
La Quina

30
La Ferrassie Comba Grenal
31 Típico Sección en la línea 14
32 Típico
33 Típico Escala en metros
34 Típico 4
o 2 3
35 La Ferrassie
L.R. Binford

38. Sección arqueológica· del yacimiento musteriense de Combe Grenal, Francia , que pone
de manifiesto la existencia de conj untos alternativos.

defendía la existencia de diferentes líneas culturales que se remontaban a épocas


muy lejanas.33 Estas líneas o phi/a mantenían su integridad formal como hacen
las especies biológicas y, por tanto, no eran capaces de mezclarse fácilmente
con «especies» diferentes. La distribución de estas especies culturales avanzaba,
retrocedía y volvía a aparecer en el espacio geográfico , quedando reflejada en
los depósitos arqueológicos en forma de conjuntos que podían alternar con otros
y, a través del tiempo, circular por la misma región. El concepto de los conjun­
tos como representantes de especies culturales ha sido considerado recientemen­
te como el punto de vista orgánico del pasado:

La historia cultural puede ser entendida y explicada en términos esencialmente


orgánicos. Este concepto implica específicamente dos suposiciones no explícitas.
100 EN BUSCA DEL PASADO

La primera hace referencia a la existencia de un paralelismo directo entre los mun­


dos cultural y orgánico , de tal forma que podemos esperar encontrar una correla­
ción entre la estratigrafía arqueológica y la natural. La segunda se refiere a que
cualquier complejo cultural - como ocurre con cualquier complejo paleontológi­
co- puede expresarse de forma más o menos constante. Esto último significa que
las entidades culturales reconocidas en la sistemática arqueológica deben conside­
rarse como categorías naturales que, como ocurre con las especies orgánicas, son
inherentemente discontinuas y no modifican su forma de un contexto al siguiente.
Ello implica que una tradición específica dará lugar a un único tipo característico
de industria en el registro arqueológico, cualquiera que sea el período específico
espacio-temporal. 34

Las innovaciones de Bordes, a pesar de los logros importantes conseguidos


al aplicar su método, por ejemplo, la estructuración del registro arqueológico
con un nivel de exactitud nunca alcanzado hasta entonces, se han incorporado
a una v1s10n antigua del pasado y de la cultura en consonancia con el modelo
biológico: el árbol de la vida, como lo ha llamado acertadamente A. L. Kroe­
ber.

E L PRESENTE: UN CONFLICTO D E OPINIONES

La fragilidad del esquema desarrollado y puesto en práctica por Bordes (que


implica refinadas técnicas de obsen•ación y descripción) nos indujo, a otros in­
vestigadores y a mí, a considerar que la visión del pasado clefenclicla por nues­
tros colegas franceses (a la que estaban acomodando el registro arqueológico)
entraba en conflicto con el concepto general de cultura desarrollado por los es­
tudiosos americanistas en sus estudios sobre los pueblos primitivos actuales del
Nuevo Mundo . Esta diferencia fue descrita por los investigadores americanos
como un contraste entre el punto de vista orgánico, ilustrado por el árbol ele la
vida, y el punto de vista cultural, representado por el árbol de Ja cultura (fig.
39) . El punto ele vista cultural había siclo establecido por los investigadores que
estudiaban la distribución espacial ele los rasgos y complejos existentes entre
grupos étnicos y sociales conocidos, presentes en vastas regiones de América
del Norte. Estas investigaciones permitieron, por ejemplo, establecer una estre­
cha correlación entre la distribución de formas culturales distintas y los tipos de
medio ambientes;35 pero los arqueólogos que trabajaban con los materiales estu­
diados según los métodos de Bordes negaban que ele sus elatos pudieran propo­
nerse tales correlaciones.36 Además, los antropólogos americanos habían tenido
dificultades en diferenciar los límites regionales de los grupos sociales o étni­
cos.37 La variabilidad existente entre tales unidades socialmente definidas no era
constante y ello hacía prácticamente imposible el reconocimiento ele grupos ét­
nicamente distintos . Por el contrario, aquellos que mantenían el punto ele vista
orgánico consideraban la diferenciación étnica como una característica ele los
pueblos del pasado. En resumen, existía una oposición directa entre la visión
ele las culturas que subyacía en las técnicas del análisis arqueológico empleado
por Bordes y la que se derivaba de las observaciones basadas en las distribucio­
nes ele los mtefactos producidos por grupos étnicos actuales.
EL DESAFÍO DEL MUSTERIENSE 101

MODELO MODELO
"ORGÁNICO" "CULTURAL.:'

39. Comparación de las visiones del pasado según el punto <le vista orgánico y cultural, en
términos del « Árbol de la Vida». (Basado en Kroeber, 1948, fig. 18.)

Ante esta problemática se imponía una pregunta: ¿las condiciones existentes


en la actualidad difieren tanto de las del pasado, o es que enfocamos la visión
de este pasado de forma inadecuada? Era de vital importancia saber qué inter­
pretación se había dado a las observaciones hechas en el registro arqueológico
al utilizar los procedimientos de Bordes. Resumiendo , ¿qué es lo que la taxono­
mía de Bordes estaba midiendo realmente y qué es Jo que se pretendía indicar
al comparar la composición de Jos conjuntos de Jos diferentes yacimientos? En
1966, junto con Sally B inford , sugerí las condiciones que -de darse en el pasa­
do- podían haber conducido a algunas de las regularidades observadas por
Bordes. 38 En aquella época, nuestro trabajo se centraba en determinar la mane­
ra en Ja que el registro arqueológico se había formado, superando las contradic­
ciones en su interpretación e identificando sus formas variables y su dinámica.
Estos temas serán ampliados en el próximo capítulo.
La historia de la investigación , en el caso del Musteriense, es muy diferente
a la de las controversias suscitadas sobre los orígenes del hombre primitivo (cap.
2) ya que, ante esta segunda problemática, la investigación fue rápidamente
orientada hacia la interpretación del registro arqueológico en función de las con­
diciones que lo habían producido . El problema musteriense no era un problema
de método, puesto que las técnicas empleadas por Bordes contaban con el bene­
plácito de la mayoría , que las consideraba muy sofisticadas y, por tanto, con
los atributos suficientes para ser conceptuadas como la metodología. Los mode­
los establecidos a partir de la utilización de las técnicas de Bordes se con-
102 EN BUSCA DEL PASADO

sideraban empíricos y, por consiguiente , no sometidos a cuestión. Los métodos


que podían ser usados en apoyo de una interpretación del pasado no llegaron
a cuestionarse, pues su correcta aplicación dependía de los datos disponibles.
Había culturas persistentes e industrias alternantes: ¿cómo podía esto refutarse?
A medida que el archivo arqueológico iba consiguiendo un nivel de documenta­
ción más complejo y riguroso, se hacía patente también el conflicto cada vez
mayor existente entre la normativa y el problema de la naturaleza de la variabi­
lidad cultural. Sólo cuando, a través de los procedimientos descriptivos desarro­
llados por Bordes, se hizo «hablar» al registro arqueológico, se evidenció el con­ <
flicto , previamente oculto, existente entre el concepto de cultura que orientaba
los métodos de Bordes, por un lado, y los conceptos derivados de las descripcio­
nes de la cultura material de los indios americanos, por el otro. El reconoci­
miento de la existencia de diferencias fundamentales en las suposiciones acerca
del registro arqueológico , así como respecto a la cultura misma, fue impulsado
por la aparición del problema musteriense.
La discusión acerca del hombre primitivo se ha visto rodeada de una cierta
teatralidad, que ha propiciado multitud de argumentaciones y para algunos ha
sido la ocasión de «irse por las ramas»; sin embargo, la investigación sobre el
problema musteriense ha transcurrido por cauces relativamente tranquilos. Con
todo, es muy probable que este último problema afecte de forma considerable
a la arqueología en general , porque la controversia musteriense nos ha llevado
a tener que cuestionar las ideas básicas, aquellas relacionadas con la verdadera
naturaleza de la cultura.

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< 5. UNA ODISEA ARQUEOLÓGICA

DESCUBRIENDO EL PASADO

Aquellos que iniciamos nuestros estudios de arqueología a finales de los


años cincuenta y principios de los sesenta fuimos educados de una manera bas­
tante convencionaL La mayoría de nuestros profesores empleaban su tiempo in­
tentando resolver problemas cronológicos mediante el estudio de las variaciones
en las formas de los artefactos y en las diversas maneras de ordenación secuen­
cial del material, generalmente sin ayuda de la información estratigráfica corres­
pondiente. De este modo, la mínima enseñanza arqueológica que recibimos,
tanto yo como otros estudiantes de mi edad, implicaba el hecho de aprender a
comparar conjuntos de objetos y distribuirlos en series, con la esperanza de que
tales series reflejarían de alguna manera el paso del tiempo. Se hacía hincapié
en la seriación (sobre la estratigrafía) , porque estaba ampliamente extendida
- al menos en el Este de Norteamérica- la creencia de que los depósitos con
estratigrafía eran escasos o ni siquiera existían. 1 La metodología arqueológica
se ocupaba casi exclusivamente de problemas de cronología.
La causa del cambio de estos esquemas, que nos condujo a algunos de noso­
tros a no conformarnos con lo establecido, fue la invención y aplicación de la
datación por radiocarbono. Pensábamos que el C14 resolvería, de una vez por
todas, gran parte de los problemas cronológicos a los que nuestros profesores
habían dedicado tanto esfuerzo. Y si estos problemas podían, en parte, resolver­
se, sería posible entonces utilizar los restos arqueológicos desde un aspecto más
económico.2 Es decir, si los estudios arqueológicos sobre los instrumentos de
piedra, la cerámica u otros artefactos habían servido únicamente para resolver
problemas cronológicos que ahora podían dilucidarse mediante el simple análisis
de restos de carbón, ¿qué debía hacerse con todos los artefactos?: debía poderse
extraer otro tipo de información.3 La nueva vía, abierta mediante la datación
por radiocarbono, .no era el único camino; también eran importantes otras téc­
nicas de datación (tales como la dendrocronología), el renovado interés por la
geología y el reconocimiento de que en América del Norte existían algunos ya­
cimientos con buenas estratigrafías. Nuestra respuesta a todos estos cambios fue
el empezar a buscar la manera de conseguir nueva información acerca del pasa­
• do y sobre otros temas, además de la cronología.
Mirando retrospectivamente, creo que gran parte del trabajo llevado a cabo
en aquellos días estaba guiado por una estrategia mayoritariamente inductiva.
Nuestro razonamiento era que si queríamos conocer el pasado de fo rma distinta
104 E N BUSCA DEL PASADO

debíamos poner en práctica nuevas maneras de observación: tal como ha de­


mostrado la invención del microscopio, si se consigue una nueva fo rma de ver
se podrán observar numerosos hechos y, en principio , estos nuevos hechos nos
remitirán a nuevos tipos de fenómenos. Ésta era nuestra idea y así empecé a
trabajar, por ejemplo, en las prácticas mortuorias.4 A su vez, y aunque ello pa­
rezca ahora chocante, por entonces escaseaba el trabajo experimental llevado a
cabo con utensilios de piedra por americanos: John Witthoft era el único ar­
queólogo americano ele la generación anterior a la mía que había realizado al­
gún tipo ele experimentación sobre la manufactura de los útiles de piedra.5 Co­
mencé a intentar considerar las asociaciones líticas en términos de secuencias
restringidas, examinando los artefactos a lo largo ele toda su trayectoria, desde
la materia prima hasta la prod ucción ele utensilios acabados. 6 Estimulado por el
trabajo de Witthoft procuré poner en práctica las técnicas de análisis ele restos
líticos .7 Tales intentos no eran sino una búsqueda de nuevas formas ele observa­
ción, ele maneras de aislar nuevos tipos ele elatos a partir del mismo material.
Por aquel entonces nunca pensábamos en preguntar «¿cómo dar sentido a lo
que vemos?» ; observábamos únicamente para ver cosas nuevas. Creíamos que
ele alguna manera «conoceríamos» sus significados.
Fue en este contexto cuando comencé a escribir sobre el muestreo en ar­
qucología8 y acerca ele las aplicaciones posibles ele la probabilidad y la estadís­
tica en la excavación y en los análisis de los materiales arqueológicos. Pero , tal
corno se puso ele manifiesto, me vi envuelto en dos tipos de problemas nuevos
mucho más importantes. El primero de ellos era el tema ele los orígenes ele la
agricultura,9 un viejo problema que los arqueólogos hacía tiempo que discutían.
Se trataba esencialmente de una cuestión ele interpretación: ¿cómo y por qué
ocurrió? En el capítulo 8 trataré este tipo de problema y ciaré mi opinión sobre
cómo podría resolverse.
El otro problema giraba en torno a postulados diferentes: concernía al signi­
ficado que debía darse a la variabilidad en el registro arqueológico y, específica­
mente, a la variabilidad aislada en las industrias del Musteriense europeo por
Frarn;ois Bordes (cap. 4) . Éste era un tema que se hizo familiar a principios de
los años sesenta y lo traté en profundidad antes de decidirme a publicarlo, pues
consideraba que era un tipo ele problema totalmente nuevo. El debate no era
acerca de la naturaleza del registro arqueológico. La mayoría de nosotros cono­
cíamos los datos arqueológicos, los yacimientos y lo que en ellos se había encon­
trado; confiábamos en Bordes y no discrepábamos de su tipología . Lo que nos
cuestionábamos era algo distinto: el significado del modelo que residía en el
registro arqueológico. Con anterioridad al surgimiento del problema musterien­
sc, este tipo de dificultad no había siclo afrontado con tocia equidad (o al menos

en mis estudios sobre enterramientos, piedras talladas, etc . ) . En la actualidad,


puedo ver que la mayoría ele argumentaciones que aprendí como estudiante ver­
saban sobre la interpretación convencional de los hallazgos arqueológicos. Al­
guien podía decir, por ejemplo: «He encontrado un yacimiento en X y un yaci­
miento en Y, ambos de la misma época, por tanto debe existir otro en un punto
intermedio, en Z»; entonces otra persona podía replicar: «No, no creo que
exista otro en Z». Casi todas las conversaciones y discusiones en las que par­
ticipé eran ele este tipo, interesadas en el carácter del registro arqueológico .
UNA ODISEA ARQUEOLÓGICA 105

El tema musteriense, al menos tal como yo lo concebía, consistía en algo muy


distinto.
Así, y a pesar de que había reconocido esta distinción, intenté todavía en­
contrar una solución al problema a través del descubrimiento de técnicas. Sabía
que nuevas excavaciones no resolverían el problema y, por otra parte, conside­
raba posible obtener una solución analizando de manera diferente el material
existente. Así, empecé a investigar lo que ahora denomino «técnicas de recono­
cimiento de modelos», utilizando para ello técnicas multivariadas (fig. 40) que
nos ayudaban a aislar y reconocer modelos que de una manera y otra eran inhe­
rentes a los datos del registro arqueológico. 10 Estaba satisfecho con la estrategia
empleada en el reconocimiento de modelos que empezamos a aplicar a princi­
pios de los años sesenta, no únicamente a los hallazgos mustericnses sino tam­
bién a muchas otras áreas: Bob Whallon, Henry Wright y otros utilizaban e in-

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40. Respuesta inicial de Bordes


al argumento funcional para ex­ e
plicar la variabilidad de los con­
juntos en el Musteriense. El pro­
ceder seguido por los Binford es
simple: ¡verter los útiles de pie­
dra en un extremo del ordena­
dor y el hombre Neandertal sal­
drá por el otro! (Caricatura rea­
lizada por Pierre Laurent que
apareció en la contraportada de
una publicación de Sonneville­
Bordes, 1966.)
106 EN BUSCA DEL PASADO

vestigaban estas aproximaciones en una amplia variedad de material arqueológi­


co. 1 1 Pero el problema principal no desapareció, sino que se hizo más acuciante.

Los DATOS NO HABLAN POR SÍ SOLOS

En 1967 recibí fondos 12 para trasladarme a Europa durante un año con la


finalidad de trabajar más estrechamente con Bordes, en Burdeos. Mi programa
de investigación era el siguiente: si no podíamos estudiar directamente las pie­
dras talladas, quizá podríamos, en cambio, estudiar, en suelos arqueológicos ex­
cavados, 13 los restos faunísticos y las distribuciones horizontales tanto de la fau­
na como de las piedras taiíadas . En tai caso sería posible relacionar la variabi­
lidad de los objetos líticos con otras características de los yacimientos arqueoló­
gicos en cuestión, características que hasta entonces no habían sido estudiadas
sistemáticamente. Mi razonamiento era que diferentes tipos de actividad debían
haberse combinado de formas distintas para producir estas asociaciones y, por
tanto, existiría por lo menos cierto tipo ele correlación entre algunas actividades
y determinados subproductos de los restos de consumo de alimentos (por ejem­
plo, huesos de animales) ; igualmente, debía existir algún tipo de relación entre
los diversos utensilios relacionados con la obtención, elaboración y consumo de
animales. En Francia trabajé durante un año en la identificación de todos los
útiles de piedra y huesos de animales, procediendo a su registro y teniendo en
cuenta la parte anatómica y el modelo de fractura (figs. 41 y 42).
A partir de aquí se produjo el primero de una serie de desengaños. En los
casos en que los yacimientos habían sido excavados, cada utensilio de piedra se
había computado mediante el empleo de coordenadas espaciales tridimensiona­
les, de manera que podían ser registrados horizontal y verticalmente para re­
construir su distribución en las superficies de tierra del pasado; los huesos, en
cambio, habían sido recogidos por niveles. Y au¡1que la cualidad de los datos
era considerable, no era suficiente como para permitirme analizar todas las in­
formaciones con el mismo mecanismo. Era, pues, posible establecer correlacio­
nes entre el total de conjuntos faunísticos y el total de conjuntos líticos, aunque

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108 EN BUSCA DEL PASADO

no sucedía lo mismo con la distribución de los huesos y las piedras en cada uno
de los niveles excavados. Pese a ello, llevé a cabo sucesivos estudios de correla­
ción, en tal número que necesité un enorme baúl de acero para transportar to­
dos mis papeles a los Estados Unidos. Puedo hablar de correlaciones entre cual­
quier par de utensilios-tipo del Musteriense , entre utensilios y huesos, entre
huesos y líneas de circulación de agua en cuevas, es decir, prácticamente entre
cualquier tipo de datos. Evidentemente descubrí muchos datos nuevos en los
que nadie había reparado anteriormente, pero ninguno de ellos hablaba por sí
solo , como tampoco lo hacían los datos iniciales. Al producir más y más datos
y al detectar más y más modelos, había ampliado únicamente el alcance del pro­
blema sin conseguir soluciones. Ninguna de las correlaciones proporcionó sufi­
ciente información como para indicarnos la razón de su existencia: simplemente
estaban allí, en el registro arqueológico , como modelos complejos de asociación
estática.
Es importante constatar que a partir de tal cantidad -no escasez- de infor­
mación empecé a vislumbrar que las aproximaciones llevadas a cabo presenta­
ban serias dificultades de explicación. Ninguna de ellas bastaba para indicarme
el tipo de asociación más adecuado que debía realizar con cualquiera de aque­
llos datos. Mi baúl metálico era tan grande y pesado que decidí volver a casa
en barco y, durante el viaje de 5 días desde Le Havre a Nueva York, tuve la
oportunidad de realizar algunas reflexiones desconsoladoras. Todo el proyecto
era obviamente un fracaso total. ¿En qué había fallado? , ¿ qué había dejado de
hacer? , ¿sería quizá simplemente que los arqueólogos no pueden aprender nada
acerca del pasado ? , ¿dónde me había equivocado?
Todavía conservo en casa un pequeño cuaderno de notas en el que escribí
una serie de deduccipnes lógicas de mis pensamientos a partir de algunos con­
ceptos fundamentales: una especie de autorreflexión . (Muchos de estos pensa­
mientos han sido incorporados en el capítulo l.) El primer encabezamiento reza:
«¿qué es el registro arqueológico?». Debajo escribí: «el registro arqueológico es
estático» , y a continuación una serie de apuntes en el sentido de que (excluyen­
do los gusanos) no hay nada dinámico en el registro arqueológico . En realidad,
lo que nos interesa del pasado es la dinámica, es decir, qué hacía la gente, cómo
vivían y si competían o colaboraban . É ste es el problema básico y fundamental,
no exclusivo del período Musteriense , sino endémico de la arqueología: ¿cómo
podemos realizar inferencias dinámicas a partir de datos estáticos? Más abajo
se puede leer en mis apuntes: «el registro arqueológico es contemporáneo; exis­
te en la actualidad y cualquier observación que realice acerca de él es una obser­
vación del presente» . Pero, sin embargo, lo que nos interesa como arqueólogos
es el pasado . Todo ello me sugiere que los arqueólogos nos encontramos entre
los seres más optimistas del mundo. Excepto en caso de que conozcamos las
articulaciones necesarias y determinantes que se dan entre causas dinámicas y
consecuencias estáticas, ¿cómo podemos justificar una inferencia realizada de
unas a otras? El aspecto dinámico del pasado hace tiempo que desapareció.
UNA ODISEA ARQUEOLÓGICA 109

43. Una joven esquimal nunamiut con su abrigo con capucha (bordeada ésta con una piel de
carcayú) y un manto coloreado por encima; Paso Anaktuvuk, Alaska, 1971.

¿ ÜFRECE EL MUNDO CONTEMPORÁNEO UNA SOLUCIÓN?

Antes de desembarcar en la ciudad de Nueva York , en vísperas del Año


Nuevo de 1969, ya tenía algunas de las respuestas a estos problemas, al menos
en mi pensamiento. Preparé un plan de investigación para desplazarme al Árti­
co en la primavera de 1969, con la finalidad de convivir con un grupo de esqui­
males cazadores. Las razones de este viaje eran algo más concretas y tenía mu­
chas probabilidades de que se tratara de una experiencia muy positiva. Si alguna
vez era capaz de realizar inferencias correctas de los datos arqueológicos , estaba
convencido de que previamente debía entender la dinámica de los sistemas ac­
tuales y estudiar sus consecuencias estáticas.
Los esquimales eran mi oportunidad por diversas y buenas razones. En pri­
mer lugar, en Burdeos había estudiado los huesos de reno hallados en los yaci­
mientos musterienses hasta tal extremo que creí que nunca más desearía volver
a encontrarme ante ellos, pero ahora tenía la oportunidad de estudiar un grupo
humano vivo que todavía cazaba aquel animal objeto de mis investigaciones
Área de cría del
caribú porcupine

MAPA D E L N O RTE DE ALASKA EN EL Q U E


S E S EÑALA EL ÁREA ESTUD IADA Y LA
D I STR IBUCIÓ N DE LAS MANADAS DE CAR I B Ú
l!ZZZ;;z:j ÁREA DE CRÍA
Escala
OIJIII] MIGRACIÓN DE PRIMAVERA l!liZ!!iaii!!!!'!i¡¡¡¡¡;iiE!!5iiii¡¡¡;l!!i;¡¡;¡¡¡;e�5m;¡¡;¡¡l'!!S;¡¡;;;¡¡ Estado de Alaska
� ZONA DE PASTO INVERNAL 30 60 90 120 150 180 210 240 270 300 millas

NOTA: Según los datos aportados por Hemming ( 1971 ) sobre los movimientos del caribll.
L.R. Binford

44. Mapa del norte de Alaska en el que aparece indicada la ubicación del Paso Anaktuvuk y la distribución de las manadas de caribúes.
UNA ODISEA ARQUEOLÓGICA 111

45. Zacharias Hugo de-


sol!aildo un caribú en el
Paso Anaktuvuk durante
la migración de primave­
ra. (Foto cedida por Ro­
bert Rausch . )

46. Panorámica desde


el norte del poblado es­
quimal del Paso Anaktu­
vuk (en dirección sures­
te) del valle Anaktuvuk.
Alaska, primavera de
1971.
1 12 EN BUSCA DEL PASADO

(figs. 43 a 46). En segundo lugar, era posible estudiar un grupo que dependía
casi enteramente de la caza, algo que no es fácil encontrar en la actualidad. En
tercer lugar, su medio ambiente era ártico y, por tanto, semejante al existente
en los yacimientos franceses que había tenido oportunidad de conocer (en ellos
se hallaron algunos pólenes arbóreos que indicaban un paisaje de bosque) . En
resumen, había llegado a la inevitable conclusión de que la única posibilidad de
desarrollar métodos arqueológicos ele inferencia era a través del estudio de pue­
blos contemporáneos vivos, o mediante la práctica ele la arqueología en situacio­
nes cuyo componente dinámico estaba documentado históricamente. Considera­
ba que la «etnoarqucología» , la «arqueología experimental» y los «yacimientos
arqueológicos históricos» eran la única oportunidad que teníamos para desarro­
llar y perfeccionar los métodos de inferencia que trataban ele los conjuntos de
artefactos hechos por el hombre . Después de todo, el trabajo llevado a cabo en
la física experimental había dado como resultado las técnicas de datación por
radiocarbono, técnicas que no pueden considerarse arqueológicas en sentido es­
tricto, pero que son de gran utilidad para los arqueólogos . Por otra parte, estas

47. Equipo participante en la campaña de 1969 en el lago Tulugak, Alaska. De izquierda a


derecha: Richard Workman, Charles Amsdcn, Don Campbell y Lewis Binford.
UNA ODISEA ARQUEOLÓGICA 1 13

48. Dan vVitter recogiendo huesos de un escondrijo esquimal de carne durante la campaña
de 1972.

tres aproximaciones podían resultar útiles para desarrollar un cuerpo de inferen­


cias aplicables a la arqueología, aunque éste no era nuestro propósito inicial.
Pasé varias temporadas, en el período de tiempo comprendido entre 1969 y
1973 (figs. 47 y 48), practicando etnoarqueología en el Ártico (caps. 6 y 7), mu­
chos de cuyos resultados están p ublicados en mi libro Nunamiut Etnoarchaeolo­
gy .14 Gran parte de esta investigación se centraba en la explotación animal y en los
análisis faunísticos, pero quería también dedicarme ele nuevo y de manera más di­
recta a los problemas derivados ele la interpretación de conjuntos líticos. Así, en
1974, me dirigí a Australia 1 5 para trabajar con algunos grupos aborígenes que to­
davía fabricaban útiles de piedra (cap. 7). Una consecuencia de este trabajo fue el
despertar de mi antiguo interés por los orígenes de la agricultura (cap. 8). La ex­
periencia de campo con cazadores y recolectores actuales me convenció de que, si
queremos conseguir modelos y explicaciones válidos acerca de los orígenes de la
agricultura, debemos conocer con precisión el grado de variabilidad ecológico,
económico y social existente en la organización de los pueblos cazadores y reco­
lectores; después de todo, dependía de este grado de variabilidad que operaran al­
gunos tipos de fuerzas selectivas dando lugar a nuevos tipos ele producción q ue in­
cluían la agricultura y la domesticación de animales. Ello me llevó , en 197 1 , a ini­
ciar un proyecto de largo alcance con la finalidad de acumular información et­
nohistórica y etnológica comparativa acerca del mundo de los cazadores y recolec-

8. - Bli\FüfW
1 14 EN B USCA DEL PASADO

tores, centrándome en cómo incidían los factores ambientales en su organización.


Tres han sido, por tanto, los temas centrales de mi investigación a lo largo
de los afias sesenta: primero, el estudio metodológico de los conjuntos de hue­
sos de animales (cap. 2) ; segundo , la organización espacial de los restos de ac­
tividad y la estructura de los yacimientos arqueológicos (caps. 3, 6 y 7); y terce­
ro, estudios comparativos globales de cazadores y recolectores. Los tres temas
se relacionan directamente con los dos problemas mencionados anteriormente:
los orígenes de la agricultura y el problema de la variabilidad en el Musteriense.
El interés por los períodos antiguos es consecuencia de mis estudios faunísticos.

EL Al3SURDO Y LA NUEVA ARQUEOLOGÍA

Aquellos que están familiarizados con la literatura arqueológica de los últi­


mos quince años habrán observado, sin duda , algo raro en la cronología del
programa de investigación que acabo de enunciar. Uno de los hitos en el desa­
rrollo de la llamada «Nueva Arqueología» fue la publicación en 1968 del volu­
men de ensayos titulado New perspectives in Archaeology . Dicha obra causó
cierto impacto y generó, a principios de los años setenta , gran número de discu­
siones. La mayoría de ideas y estudios de mis colegas y discípulos, insertos en
este volumen, se remontan a principios de los años sesenta, a un momento an­
terior a la realización de mi viaje a Francia para estudiar el Musteriense . La
publicación del libro coincidió aproximadamente con el momento de máximo
alejamiento de mi trabajo en lo que respecta a una investigación orientada me­
todológicamente : tan pronto como éste apareció di un giro de 90° y enfoqué mi
i nvestigación en otra dirección. Mientras realizaba trabajos de campo, o analiza­
ba los resultados, intenté evitar muchas de las ideas imperantes en la literat�ra
arqueológica de los años setenta. Me mantuve al margen y observé con atención
algunos de los temas y razonamientos que yo mismo o mis colegas habíamos
introducido desordenadamente y que, en ocasiones, habían seguido direcciones
que nunca creí que pudieran tomar . 16 Por tanto, quizá sea apropiado considerar
brevemente cómo contemplaba la relación existente entre mi programa de in­
vestigación y la evolución seguida por la Nueva Arqueología, en Estados Uni­
dos, durante los años setenta.
Empecé a tratar la lógica de l a filosofía de la ciencia en relación con la inves­
tigación arqueológica en un artículo publicado el afio 1967 . 17 Por aquella época,
intentaba simplemente establecer una opinión negativa, un argumento contrario
a determinados puntos de vista acerca de la interpretación del registro arqueo­
lógico que eran corrientes por aquel entonces. Mi supuesto era que cuando uno
considera un cuerpo de datos arqueológicos y dice: «esto es lo que significa en
términos históricos» , está haciendo una inferencia. La única estrategia apropia­
da, y que consideraba viable para evaluar una idea previa, consistía en deducir
sus consecuencias aplicándolas a otras condiciones empíricas que pudieran darse
en el mundo. Se presuponía, por tanto, que existían ya algunas ideas acerca del
pasaoo.
El problema estribaba en que ciertos arqueólogos siguieron esta línea de ra­
zonamiento mediante una pequeña incursión en la literatura del positivismo ló-
UNA ODISEA ARQUEOLÓGICA 115

gico, proclamando después que todos debíamos investigar siguiendo principios


deductivos. ¡No entiendo ni entenderé nunca esta sugerencia! Creo que el modo
en que investigamos estriba en observar datos, reconocer modelos, tener intui­
ciones o ideas brillantes, o simplemente revivir viejas nociones ya gastadas pero
que sobrevivieron durante años; pero, vengan de donde vengan las ideas, inten­
tamos dar sentido a lo que vemos. Para ello debemos utilizar una lógica que se
centre en las implicaciones de nuestras ideas en el mundo real. É ste es el impor­
tante papel del razonamiento deductivo . Debe hacerse hincapié , sin embargo,
en que ello no sígnifica que se trate de la forma primera de obtener ideas, ni
que deba usarse una forma deductiva, en lo que se refiere a observaciones per
se, en l ugar de llevar a cabo una evaluación de las ideas. Como ejemplo de la
confusión existente en este sentido, citaré un plan de investigación que tuve oca­
sión de evaluar, por encargo de la National Science Foundation, a principios de
los años setenta. Los autores del plan postulaban que realizaban su investiga­
ción arqueológica siguiendo el «método lógico-deductivo». Intentaban examinar
un valle fluvial determinado. Su hipótesis era que existían campamentos a lo
largo de los diques y a partir de este hecho deducían que deberían encontrarse
artefactos en dichos diques. El trabajo de campo propuesto pretendía probar
esta hipótesis. Evidentemente, ello era una completa tontería, ya que se trata
de una proposición relativa al carácter del registro arqueológico que, de ser co­
rrecta, únicamente nos informará acerca del criterio acertado de su autor. 18 Por
poner un ejemp l o , supongamos que lanzo la hipótesis de que este libro tiene
una anchura de 15 cm y una vez comprobado con una regla se demuestra que,
efectivamente, mide 15 cm. El hecho de que tenga razón no supone ningún tipo
de implicaciones intelectuales, únicamente evidencia mi habilidad para recono­
cer la anchura de los libros. El razonamiento deductivo sólo es importante si se
emplea para evaluar algunas implicaciones intelectuales derivadas o deducidas
de un cuerpo de ideas, de un razonamiento. Las proposiciones empíricas, cita­
das en los ejemplos que acabo de proponer, nunca contienen tales implicacio­
nes.
Éste es un aspecto de la Nueva Arqueología que permanece algo confuso y
creo que la forma en que fue presentado y argumentado, en la mayoría de la
bibliografía arqueológica americana, ha sido contraproducente. Sería el último
en negar la importancia del razonamiento deductivo, y aunque probablemente
tenga que asurn.ir parte de la culpa por los pobres argumentos sobre la ded uc­
ción y la contrastación de hipótesis que privaban tanto en los años setenta, me
gustaría creer que no soy del todo responsable.
También requieren algunos comentarios los aspectos sociológicos de la ar­
queología americana, confusos y algo desagradables a causa de los trastornos
acaecidos en los años sesenta. Supongo que también debo aceptar mi parte de
responsabilidad al respecto ya que -según comentó una vez Albert Spaulding­
soy el nuevo arqueólogo más viejo de la ciudad. A principios de los años sesenta
me apunté algunos tantos en los debates mantenidos con mis colegas y compa­
ñeros arqueólogos. Fueron nuestros «oponentes » , y no nosotros, los que acuña­
ron el término de «Nueva Arqueología» . Robert Braidwood llegó incluso a con­
siderarla una religión. El resultado fue que muchos arqueólogos jóvenes, influi­
dos por algunos éxitos de los años sesenta, creyeron que debían definir un tipo
116 E N BUSCA DEL PASADO

de arqueología todavía nueva: arqueología del comportamiento, arqueología so­


cial, astroarqueología, etc. Mucho tiempo y energía se han gastado en los últi­
mos años argumentando acerca de estos nuevos «campos». Personalmente, he
intentado evitar tales debates, ya que no contienen propuestas serias dentro de
una disciplina científica, sino que más bien representan una _forma de postura
sociológica dentro de la organización de la arqueología americana. En realidad,
han sumido a la literatura arqueológica en una confusión, especialmente por
parte de aquellos que no están implicados en la arqueología de América. É ste
es un aspecto de la Nueva Arqueología del que me gustaría distan.ciarme.

PUNTUALIZAClONES FINALES

É ste es, en pocas palabras, el camino que ha seguido mi investigación duran­


te las dos últimas décadas, un camino a menudo divergente del recorrido por
la Nueva Arqueología. Refleja aquello que , en mi opinión, debería ser priorita­
rio en cuanto al desarrollo del campo de la arqueología. Creo firmemente que
para hacer inferencias se precisa una metodología sólida y, por el momento,
carecemos básicamente de ella. La arqueología no ha sido una ciencia: creció
con una serie de convenciones utilizadas, en un momento u otro, por la mayoría
de arqueólogos para «interpretar» sus hallazgos. Muchas de estas convenciones
no han sido jamás verificadas y desconocemos, simplemente, si son válidas y
eficaces. Pero disponemos de otros métodos a nuestro alcance que nos permiti­
rán, sin duda, realizar afirmaciones mucho más precisas e interesantes acerca
del pasado. Tal investigación metodológica es obviamente crucial, aunque no
debemos olvidar los problemas más relevantes de la arqueología, tales como
todo lo relativo a sus orígenes, la manera de explicar la variabilidad cultural o
bien la causa que produce diferencias en los fenómenos étnicos y estilísticos.
Todos estos aspectos deben desarrollarse conjuntamente, ya que la in'j'estigación
metodológica no puede ser llevada a cabo de forma aislada, sino más bien den­
tro del contexto general de una problemática que esperamos solucionar a largo
plazo. Estas últimas puntualizaciones han servido, en mi caso, para explicar los
orígenes de la agricultura y la variabilidad en el Musteriense . Durante los últi­
mos 20 años he estado implicado en múltiples y diversas facetas de la arqueolo­
gía, aunque en realidad a lo largo de mi carrera no he trabajado en otros pro­
blemas.
6. CAZADORES E N UN TERRITORIO

UNA VISIÓN ESTÁTICA DE UN TERRITORIO DINÁMICO

Los yacimientos excavados son el sustento de los arqueólogos. Su visión del


pasado se circunscribe necesariamente a estos puntos discretos y aislados del
paisaje. Se trata de una visión fija, aunque el comportamiento en el pasado
-especialmente el de los cazadores y recolectores- fuera extremadamente mó­
vil. Cada yacimiento presenta una visión parcial y limitada del total de las acti­
vidades y depende de su posición dentro de un sistema de comportamiento re­
gional. Es posible imaginar, por ejemplo, que los diferentes conjuntos de útiles
de piedra del Mustcriense descritos por Bordes (cap. 4) son simplemente peque­
ños segmentos de la vida de un grupo cazador y recolector. Pero existe la posi­
ble complicación de que si el modelo de actividades llevadas a cabo durante el
Musteriense varió substancialmente en los diferentes momentos y lugares, los
niveles consecutivos de cada yacimiento representarían unos «fotogramas» del
pasado poco diferenciados.
Estas ideas sencillas, junto con mi concepción acerca del comportamiento
de los hombres durante el Paleolítico, formaron las bases de mi oposición a la
interpretación de Bordes sobre los modelos a observar en los conjuntos muste­
rienses. Bordes creía que las diferencias existentes entre ellos reflejaban las
identidades étnicas de los diversos grupos que los habían fabricado. Mi teoría,
en cambio, gira en torno a la idea de que en cada yacimiento, el uso del espacio
y tecnología desarrollados por el hombre musteriense son una respuesta especí­
fica a unas circunstancias concretas. En otras palabr,as, vislumbraba un sistema
cultural en el que tuvieron lugar diferentes actividades en espacios distintos.
Además, creía que la tecnología empleada en la elaboración de utensilios era
lo suficientemente flexible como para poder enfrentarse a variaciones locales en
la demanda y, por tanto, en caso de necesidad, las mismas actividades podrían
desarrollarse en diversos lugares empleando para ello útiles distintos.
En la época en que realizaba estas investigaciones existían ya nociones de
variabilidad arqueológica en este sentido, y los relatos etnográficos acerca de
cómo usaban su medio los cazadores y recolectores me sugirieron que mi punto
de vista era por lo menos correcto; pero no existían investigaciones detalladas
sobre las relaciones establecidas entre la manera en que eran utilizados los espa­
cios (es decir, los yacimientos) y el grado de adaptación del sistema, entendido
como un todo. De igual modo, las variaciones en el papel desempeñado por la
tecnología en respuesta a las circunstancias específicas del yacimiento no habían
1 18 EN BUSCA DEL PASADO

sido estudiadas. Mi viaje a Alaska fue, en gran parte, realizado con la idea de
observar a los esquimales nunamiut y poder conseguir estos datos (véase cap.
5). D urante mi investigación etnoarqueológica en dicho lugar intenté observar,
desde una perspectiva arqueológica, la dinámica del modelo de asentamiento a
través de su movimiento cíclico en función de las estaciones. A pesar de que
esta investigación confirmó mis ideas más generales sobre la formación de los
yacimientos, mis observaciones indicaron claramente que los arqueólogos care­
cen normalmente de métodos apropiados para detectar los modelos del uso del
espacio , enormemente complicados, empleados por cazadores y recolectores ta­
les como los nunamíut.
Con el fin de ilustrar la naturaleza de estos problemas interpretativos, descri­
biré algunos de los yacimientos que registré durante mi investigación llevada a
cabo entre los esquimales nunamiut, en Anaktuvuk, Alaska (fig. 44) . Empezaré
con el uso del espacio y los modelos de asentamiento a escala regional, para
proseguir describiendo cómo ciertos niveles de comportamiento deben enten­
derse en términos de grupos de yacimientos o en términos de actividades en
lugares concretos. Los ejemplos que siguen demostrarán algunos de los orígenes
de la variabilidad que caracteriza la arqueología de los pueblos nómadas.

LA ESCALA DEL USO DEL ESPACIO

El uso del espacio a gran escala por parte de los nunamiut demuestra que
los arqueólogos deben recalibrar la perspectiva que poseen de los cazadores y
recolectores en función de una unidad de excavación de 0,5 m2 y trasladarla a
un área de más de 300.000 km2. Si descontamos ciertos casos excepcionales,
que se dan en las zonas ecuatoriales, esta área de enormes dimensiones repre­
senta la amplitud del dominio del medio ambiente por parte de un grupo típico
de cazadores-recolectores, compuesto quizá por sólo treinta o cuarenta perso­
nas. La banda raras veces explota todo el espacio en un momento dado, pero
necesita disponer de toda la región para contar con un surtido de opciones segu­
ro. Con el fin ele comprender cómo una banda reducida ele personas se servía
ele un espacio tan grande , creo que puede ser útil un examen inicial de la unidad
espacial utilizada por un grupo durante una estación, demostrando a continua- .
ción cómo las variaciones observadas en dicha unidad durante un largo período
ele tiempo están relacionadas con la explotación de una región de grandes di­
mensiones.
Podemos tomar como centro ele operaciones el área en la que un grupo de
esquimales nunamiut establecía asentamientos, o campamentos base, a lo largo
del ciclo estacional de un año (fig. 49) . Esta área central de residencia abarca
normalmente una extensión de aproximadamente 5.400 km2, aunque la tierra
que explotan, a base de expediciones fuera del campamento principal, puede
cubrir un área ele 25.000 km2• Debe resaltarse que los esquimales no son atípi­
cos en lo que respecta al uso del espacio: el área central ele residencia utilizada
por una familia bosquim:ma G/wi (fig. 1) durante un período ele once meses
evidencia que también otros grupos cazadores-recolectores explotaban vastas re­
giones. 1
CAZADORES EN UN TERRITORIO 119

,J

1 21 junio-20 agosto, 1 947


2 21 agosto-1 sept. , 1 947
3 3 sept.-1 0 abril, 1 948
4 1 1 abril-24 abril
5 25 abril-28 abril
6 29 abril-27 mayo
7 28 mayo-6 junio
8 7 junio-9 junio
9 9 junio- 1 3 junio
1O 14 junio- 1 6 junio
11 17 junio-24 junio
NOTA: Extensión
total del circuito: 1 29 millas.

MOVIMIENTO ANUAL D E UNA FAM ILIA N UNAMIUT


21 de junio de 1 947-24 de junio de 1 948
Escala en millas
5 o 5 10 15 20 25 .
L.R. Binford

49. Ubicación de los yacimientos ocupados por una familia nunamiut a lo largo del ciclo
anual 1947-1948.
120 EN B USCA DEL PASADO

a Una única ocupación


@l
-i$-
Ocupacíones múltiples
Ocupaciones superpuestas

1 Lago Tulugak
2 Kongumuvuk
3 Anaktuvuk
4 Campamento de Old Morry
5 Publituk
6 Campamento de
Chandler Wien
ÁREA CENTRAL DE RESIDENCIA:
RADIO DE ACCIÓN DE LOS NUNAMIUT, 1 947-1952
10 15 20 25
Escala en millas
L. R. Bintord

Si consideramos representativo el caso de los nunamiut, resulta que la ar­


queología creada por una pequeña banda que se mueve a través ele su territorio,
de la manera descrita , puede ser extremadamente compleja. La ubicación de
los yacimientos de residencia, creados por cinco familias de esquimales durante
un período de cinco años, queda reflejada en la figura 50. El primer dato a
resaltar es el tamaño del núcleo residencial ocupado por un grupo de gente tan
pequeño. Es sorprendente que estas cinco familias nunamiut cubrieran un espa­
cio semejante al de la Dordoña, en Francia (fig. 51), lugar donde se localizan
los yacimientos clásicos del Mustericnse. Una vez aceptado el hecho de que los
grupos de cazadores y recolectores operan normalmente en espacios a gran es­
cala, es difícil sostener la tesis de Bordes (cap. 4) ele que las diferencias en la
composición de los útiles de piedra depositados en diversos niveles de estos ya­
cimientos son el reflejo ele la presencia de cuatro grupos culturales distintos. El
CAZADORES EN UN TERRITORIO 121

50 (página amerior) .
Ubicación de los luga­
res de residencia ocu­
pados por cinco fami­
lias nunamiut durante Distribución de los lugares de
residencia de una familia G/wi
un período de cinco san durante once meses
años. La distribución
de estos yacimientos
equivale al área central
de residencia de este
grupo esquimal durante
este período.

5 1 . Comparación en­
tre el tamaño de las
áreas centrales de resi­
dencia de los esquima­
les nunamiut y de los
bosquimanos G/wi San
y el área donde han
sido localizados los ya­ ÁREA DE LA DORDOÑA
FRANCIA
cimientos arqueológi­
cos del M usteriense ESCALAS REGIONALES COMPARATIVAS
«clásico», en la región Escala en míllas
de la Dordoña, Francia 10 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100
(véase cap. 4) . L.R. Bmford

problema radica en que los arqueólogos han planteado su investigación sobre


los yacimientos paleolíticos desde una visión sedentaria del mundo. Debido a
que los pueblos cazadores y recolectores que intentamos estudiar no respondían
probablemente a esta visión, creo que lo correcto es intentar acercar nuestra
perspectiva a la realidad.
En la figura 50 puede observarse otro detalle importante. No solamente ad­
vertimos que el número ele yacimientos es considerablemente mayor que los
usados por una familia a lo largo de un año, sino también que la arqueología
del lugar se complica básicamente porque ciertos espacios del territorio fueron
ocupados repetidamente, año tras año, mientras que en otros no sucedió lo mis­
mo. El modelo de reutilización en estos yacimientos ha determinado en gran
parte su tamaño, en términos ele distribución de artefactos y rasgos; en conse­
cuencia, los espacios ocupados repetidamente son considerablemente mayores
que aquellos ocupados sólo ele forma esporádica. Ello implica que la variabili­
dad en la cantidad de espacio ocupado por un yacimiento, cualidad registrada
normalmente por los arqueólogos, no obedece a las diferencias en el tamaño u
organización social del grupo que residió allí, sino que refleja simplemente el
grado de repetición respecto a la utilización del medio por la misma banda mó­
vil. 2 El razonamiento empleado por Richard MacNeish,3 y otros arqueólogos,
de que las diferencias en el tamaño de los yacimientos están en relación con los
diversos grados de organización del grupo (tales como «microbanclas» J ,,·�."'�""" � ••
122 EN BUSCA DEL PASADO

bandas») es, por tanto, falso. A juzgar por mis observaciones, basadas en los
nunamiut actuales, es obvio que ya no podemos establecer relaciones simples
entre la variabilidad en el tamaño del yacimiento y la naturaleza del grupo que
reside allí, salvo en caso de adquirir mayores conocimientos acerca de los demás
factores que inciden en la dispersión de los restos en un yacimiento. En otras
palabras, los arqueólogos deben conocer los procesos de formación del registro
arqueológico: ésta es la manera de que los yacimientos cobren entidad.

CICLO HUMANO DEL USO DE LA TIERRA

El modelo de uso de la tierra utílízado por los nunamiut ilustra también otro
factor que afecta al registro arqueológico. No deja de sorprendernos el hecho
de que muchos cazadores y recolectores no residen exclusivamente en un terri­
torio, sino que -fenómeno que contradice las suposiciones de la mayoría de
los arqueólogos- explotan una serie de áreas distintas y ocupan cada una de
ellas hasta que el medio se degrada. A menudo, tras un período de años y a
causa de un incendio o debido a un agotamiento de los recursos animales, el
grupo se desplaza hacia un territorio completamente diferente, donde los recur­
sos ya han sufrido un proceso de regeneración. Por ejemplo , entre los nunamiut
el tiempo de utilización de un núcleo residencial es aproximadamente de diez
años.
Basándome en conversaciones mantenidas con esquimales ancianos, he cons­
truido un modelo idealizado (fig. 52) que muestra la manera en que los nuna­
rniut confían explotar una región a lo largo de la vida de una persona. 4 La base
del modelo es un patrón cíclico del uso de la tierra. El área central de residencia
que ocupa el grupo se considera, al nacer una persona, corno el territorio de
nacimiento de dicha persona. Si la banda se ha instalado recientemente en dicho
lugar, es de esperar que el recién nacido/a viva en esta área por lo menos duran­
te diez años antes de que se trasladen a otra área central de residencia, comple­
tamente distinta y que no ha sido ocupada por lo menos desde hace cincuenta
años. Esta segunda área se conocerá como territorio de formación, si se trata
de un hombre, y territorio de cortejo, si la nacida es una mujer (puesto que las
jóvenes se casan alrededor de los 16 años, mientras que los jóvenes esperan
aproximadamente hasta los 28 años) . En esta área, el hombre iniciará su apren­
dizaje como cazador y viajará por amplias zonas, familiarizándose así con el me­
dio ambiente. Transcurridos diez años llegará el momento de trasladarse de
nuevo y entonces el hombre se instalará en el territorio de cortejo, mientras
que sus hermanas se encontrarán ya criando a sus primeros hijos. Cuando final­
mente un joven se casa suele, por lo general, ir a vivir durante varios años al
territorio de la familia de su mujer.
Seis u ocho años más tarde, cuando el hombre puede considerarse ya en
plena madurez y es muy hábil en la caza, se dirigirá a otra área completamente
diferente. En su último territorio , un hombre que ha triunfado, puede contri­
buir al folklore o tradición cultural relacionado con el medio. Parte de la tierra
podrá ser registrada en las mentes de los nunamiut en función de algunas de
sus hazañas de caza; puntos clave , tales corno la ubicación de unas rocas en un
CAZADORES EN UN TERRITORIO 123


Extensión anual X.
(t,) de los 28 a los 32 años
1 .500 millas'
Kang1�1gm1ut
/ (territorio de la esposa)

'
/

Extens1on anual C
(t,) de los 1 9 a los 27 años
-'�º

- - 1 736 millas2 (territorio de corte10) .ir


{territorio de la procreación) �
I Kanjalikmiut ""'
1
1 \
1
\
\
\
\
\
\

1
1

\ i
\ I
\ I
\ /
\ /
\ /
\ /
\ Extensión anua! 8
\ (t2) de los 1 0 a los 1 8 años
2.300 millas' aprox.

\
\
;i(territorio de formación)
• (territorio de cortejo)
Extensión anual A .#Tulugakmiut
(t5) de los 33 a los 41 años l ��ri:. 1.� 8oª��fas'
Extensión anual 0
��{¡�� r¿� de los c_a:_acl.'.',:.': Kanm
NOTA: El mapa está basado en un
aprox. 2.400 millas2 .i,i' (territorio de nacimiento) croquis realizado por Simon Paneack
alingmiut
TERRITORIO DE UNA BANDA NUNAMIUT
aprox. 8.500 millas'
Escala en millas
12 24 36 48 60 72 84 96 108 120
L.R. Binford

52. Modelo idealizado del uso de la tierra de lo> nunamiut a lo largo del período de vida de
una persona; dicho modelo se basa en la información adquirida a través de entrevistas con
informantes esquimales.

lugar concreto, desde donde se puede cruzar un río, podrán ser recordados a
partir de sus relatos. La habilidad de un cazador disminuye cuando ha sobrepa­
sado los 40 años de edad, momento en que la mayoría de hombres empiezan a
perder la vista, encontrando dificultades a la hora de subir una montaña, etc.
En este momento de su carrera, un cazador se trasladará probablemente a su
territorio de nacimiento , completando el ciclo del uso de la tierra; y ya desde
el inicio de la vejez tendrá que depender gradualmente de otros para poder sa­
tisfacer sus necesidades básicas de subsistencia.
En resumen, el área en que un hombre reside durante toda su vida consta
de unos cinco territorios diferentes y puede alcanzar una extensión de hasta
22.000 km2• Pero, a lo largo de toda su vida, un hombre nunamiut podrá haber
recorrido más de 300.000 km2 en el ejercicio de las expediciones normales de
caza. Ello implica que , en cualquier momento, un grupo de esquimales nuna­
miut puede disponer de una extensión de tierra cuatro veces mayor de la que
124 EN B USCA DEL PASADO
CAZADORES EN UN TERRITORIO 125

normalmente utiliza. El mismo modelo de uso de la. tierra puede encontrarse


entre los aborígenes del Desierto Central de Australia y entre los naskapi, en
Terranova. Grupos cazadores-recolectores como los que acabamos de citar uti­
lizan un espacio de enormes dimensiones que es ocupado durante un período
de tiempo considerable mediante la configuración de una serie de territorios dis­
tintos más reducidos. É stas son las dimensiones de la escala, que debemos tener
presente, si queremos entender la variabilidad en los yacimientos arqueológicos
de los cazadores y recolectores móviles.

COMPLEJO SITUACIONAL EN LAS FUENTES DEL ANA VIK

Una vez descrita la forma en que los grupos cazadores y recolectores explo­
tan una serie de territorios distintos, podemos pasar a examinar la manera en
que organizan sus tareas dentro de los límites de un área central de residencia
(fig. 53) . Una forma acertada de observar la organización de las actividades a
este nivel es considerar una agrupación de lugares que denomino complejo situa­
cional. Cuando una serie de acontecimientos se interrelacionan formando parte
de una estrategia global, los distintos lugares donde tienen lugar las diversas
actividades interrelacionadas forman un complejo situacional. Mi estudio et­
noarqueológico sobre los asentamientos de los esquimales nunamiut proporcio­
nó diversos ejemplos de estos grandes «complejos» de territorios.

54. Ubicación de
los diversos compo­
nentes que confor­
man el complejo si­
tuacional de las
fuentes del Anavik. AGRUPACIÓN DE YACI M IENTOS EN ANAV I K
Escala en kilómetros

o 2 3 L. R. Binford
126 EN BUSCA DEL PASADO

A
/
un km. de distancia se halla
el yacimiento de caza

1:4�
11'- �. Yacimiento A-8-C

55. Campamentos de caza localiza­


dos en una e;s:tensión de sauces, en las
fuentes del Anavik.
CAMPAMENTOS DE CAZA EN UNA EXTENSI ÓN DE SAUCES
FUENTES DE L ANAVIK 56 (página siguiente). Campamento
Escala en metros de los enamorados. Planta del último
30 30 60 90 110 MO 170 200
campamento estival de caza (J), en las
L .R.B.
fuentes del Anavik.

El complejo situacional en las fuentes del Anavik (fig. 54) está formado por
tres yacimientos diferentes que son utilizados conjuntamente durante la caza del
caribú, en su período de migración (que tiene lugar en primavera) hacia el norte
a través del paso de Anaktuvuk, en ruta hacia la tundra abierta y llana. Los
yacimientos forman un conjunto unitario y en este caso están integrados por:
a) un campamento de caza (incluyendo un «campamento de los enamorados»

especializado), b) un yacimiento de matanza con áreas especializadas en el des­


cuartizamiento y c) una serie de escondrijos de piedra donde se almacena la
carne. En cada uno de estos emplazamientos se realizan actividades completa­
mente diferentes y, aunque los tres yacimientos distan unos de otros aproxima­
damente 1 km , comparten una misma tarea (la explotación del caribú) y nor­
malmente son utilizados tan sólo un día por el mismo grupo.
CAZADORES EN UN TERRITORIO 127

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Agosto 1964 /' ('"' '"' -
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NOTA: Área aprox.


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504m2 1

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' 1,_ .

CAMPAMENTO ESTIVAL DE CAZA "J" (FUENTES DELANAVIK)


Escala en metros
10 12 14 16 18 20 22
L. R. Binford

Campamento temporal de caza

El componente principal del complejo situacional es un campamento tempo­


ral (fig. 55) usado básicamente durante la migración del caribú. Desde un punto
de vista arqueológico, este lugar, situado en las fuentes del Anavik , consiste en
u n yacimiento que ocupa una extensión de medio kilómetro, donde puede ob­
servarse una distribución ininterrumpida de restos. De hecho, esta continua dis­
persión de restos no representa el resultado de una única ocupación por un gru­
po, sino que es el resultado de la reutilización del lugar a lo largo de un período
de por lo menos 100 años. Los restos de las diversas ocupaciones durante este
largo período de tiempo se superponen y ello da como resultado un enorme
palimpsesto de materiales arqueológicos.
128 EN BUSCA DEL PASADO

Campamenw de los enamorados (fig. 56)

Con la ayuda de unos informadores que habían acampado en las fuentes del
Anavik pude aislar, afortunadamente , diversos campamentos del conjunto de
material arqueológico distribuido de forma continua. En uno de ellos,5 llamado
yacimiento J, puede observarse que un determinado tipo de estructura - un cír­
culo de piedras para sostener una tienda y un hogar exterior- se repite tres
veces. Este grupo de círculos representa un solo período de ocupación. El yaci­
miento J no forma parte del complejo ele caza del caribú; sin embargo, es inte­
resante en sí mismo, porque su historia ilustra una división del trabajo que es
corriente entre los grupos cazadores-recolectores, pese a que nunca ha siclo ob­
jeto de un tratamiento especial por parte de la literatura etnográfica.
A finales del verano, las provisiones de carne seca preparada por los esqui­
males, tras la migración del caribú, han disminuido considerablemente y resul­
tan incomibles: la carne que aún se conserva se ha endurecido, el sabor ha ido
desapareciendo a causa ele la lluvia y las partes más sabrosas han sido consumi­
das . Además, en estaépoca del año todavía no hay caza disponible en el medio
ambiente local. La mayoría de caribúes - excepto unas pocas piezas que sólo
pueden encontrarse en las proximidades ele los glaciares situados en las zonas
altas de las montañas- pacen en las tierras lejanas del norte, y los carneros
cimarrón son difíciles de localizar en esta época del año. Con el fin de animar
a alguien para que vaya a cazar, a pesar de las dificultades que ello comporta
debido a la escasez, los nunamiut han creado un incentivo fascinante. A finales
de verano, las parejas ele enamorados son autorizadas a vivir juntas, pero no en
el campamento de residencia principal, sino únicamente en campamentos de
caza situados en puntos muy alejados. El resultado es que, a largo plazo, todos
salen beneficiados: los de mayor edad subsisten gracias a las provisiones ele car­
ne almacenadas en las casas, mientras que los más jóvenes buscan sus alimentos
en el campo. Si Jos jóvenes tienen éxíto en sus expediciones de caza, de vuelta
al hogar traerán carne fresca que compartirán con el resto de individuos, pero
si no consiguen cobrar ninguna pieza se sentirán hambrientos aunque felices .
Sabemos que el mismo tipo de estrategia es utilizado por los indios washo, ca­
zadores y recolectores que viven junto al lago Tahoe, en California . 6 A princi­
pios de la primavera, cuando las provisiones escasean y el hambre se deja sentir,
se permite a su vez que los jóvenes enamorados levanten campamentos en áreas
distantes, donde las posibilidades de obtener alimento son bastante recluciclas.
Esta estrategia de los cazadores y recolectores se basa en la disponibilidad de
los jóvenes - q ue se encuentran en la plenitud ele la vida- para responder a
los incentivos apropiados y decidirse a correr un riesgo.
El campamento J es uno de estos campamentos de enamorados y, por tanto,
la distribución ele los materiales arqueológicos en el yacimiento no coincide con
la observada en otros tipos de campamentos ele caza, tales como Ja mayoría de
los que se ubican en las fuentes del Anavik. Normalmente, Jos trozos de carne
seleccionados se repartirán en un hogar comunitario, pero en tal caso cada gru­
po ele jóvenes enamorados consumirá sus alimentos por separado, en sus tien­
das . Los hallazgos arqueológicos del yacimiento J no presentaban restos de ma­
nufactura o reparación de utensilios. Estas diferencias, aunque menores, son
57. Yacimiento de matanza de los esquimales nunamiut. Al fondo, la entrada al valle del
Anavik.

58. Panorámica del área de descuartizamiento del caribú, en el yacimiento de las fuentes del
Anavik.
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1 NOTA: 1. En las áreas de
descuartizamíento sólo aparecen los "!;
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huesos d e la caza de 1971. 2. Las


astillas de huesos que aparecen en
torno a dos hogares fueron registradas
en 1972.

Hogares utilizados en 1971 I


E 45 E 50 E 55
Hogares no utilizados en 1971

1
COMPLEJO SITUACIONAL DEL YACIMIENTO DE MATANZA YDESCUARTIZAMIEN
PASO DE ANAKTUVUK, ALASKA

[ N 10

1
Escala en metros
-:
L R. Binford 1 1 2 4 5 6 10 11 i 13 14 15 16
', E 35 E 40

59. Planta del yacimiento de matanza y descuartizamiento de las fuentes del Anavik una vez
efectuada la caza de primavera del caribú. Obsérvese la distribución de los hogares y de los
restos faunísticos.

60. Detalle del hogar y del área de conversación del yacimiento de matanza y descuartiza­
miento situado en las fuentes del Anavik.

6 1 . Detalle del área de descuartizamiento del yacimiento de las fuentes del Anavik. Obsérve­
se las áreas circulares donde fueron descuartizados los caribúes y la ubicación de los restos
desechados.
Restos de un puesto de o�"Asientos" de piel

\
caza anterior al empleo
de armas de fuego B

D � �1 _ _

A
��:flf��: D

' \'-

Á REAS DEL HOGAR - CONVERSACI Ó N Y ACTIVIDADES ADYACENTES


YACIMI ENTO DE MATANZA Y DESCUARTIZAMI ENTO DE ANAVIK

Escala en metros

� E l 65

15 16 17 18 19 20
Animal
considerado
"enfermo"

(
/ (
(

/ l 1
Área de
descuartizamiento 2

i
\
\

Area de descuartizamiento 3

DETALLES DEL ÁREA DE DESCUARTIZAM IENTO


YACIMIENTO DE MATANZA Y DESCUARTIZAMIENTO DE ANAVIK
Escala en metros

L R Bm/010
132 EN BUSCA D E L PASADO

exactamente la clase de datos que los arqueólogos pueden utilizar para identifi­
car este tipo de división del trabajo por grupos de edad que se dieron en el
pasado.

Proceso de matanza

El segundo componente del complejo situacional de las fuentes del Anavik,


es decir, el espacio donde tiene lugar la matanza y preparación del caribú muer­
to, es completamente diferente de las agrupaciones de círculos de tiendas obser­
vadas en el campamento temporal de caza. Cuando los caribúes atraviesan el
valle, son abatidos desde posiciones situadas en una loma 7 y, una vez los anima­
les han muerto, son arrastrados a·otro lugar para su descuartizamiento (figs. 57
y 58) . Los restos óseos registrados en este lugar tras la caza de primavera indi­
can la presencia de un mínimo de 54 caribúes, aunque sabemos que los nuna­
miul llegaron a descuartizar allí un total de 111 piezas. En el plano del yaci­
miento (fig. 59), los espacios vacíos de huesos representan las distintas áreas
donde los caril:¡úes son descuartizados. Para despellejar un caribú y preparar las
porciones de carne, proceden a colocar al animal en un área despejada (fig. 60)
y así un hombre puede trabajar a su alrededor. El resultado de este comporta­
miento es que se crea un círculo con los productos de desecho depositados en
la periferia , lejos del área de matanza . Igualmente , los productos resultantes de
retocar y afilar los útiles de piedra, empleados en el descuartizamiento, queda­
rán depositados en los bordes del área circular destinada a la preparación del
animal.
En el área de descuartizamiento existen cuatro hogares que fueron utilizados
por los cazadores (fig. 61). A su alrededor colocaron un paravientos construido
a base de astas de venado (abandonadas anteriormente en un yacimiento utili­
zado en primavera). Durante el proceso de descuartizamiento, las manos de los
que realizaban las tareas se iban enfriando paulatinamente y ello motivaba que
ele vez en cuando se resguardaran del viento para calentarse junto al fuego y ,
quizá, también para comer u n poco d e tuétano extraído ele los huesos d e los
animales muertos. Alrededor de los hogares aparece una distribución de huesos

62. Escondrijo ele carne,


hecho ele graneles piedras,
semejante a los encontrados
en el talud de la vertiente
norte del valle situado en lo
alto del yacimiento ele ma­
tanza ele las fuentes del Ana­
vik. Este ejemplo correspon­
de al complejo situacional
ubicado a la entrada del valle
Kongumuvuk . (Para su loca­
lización exacta, véase la figu­
ra 53. )
63. Supuestas casas de pozo
excavadas en un yacimiento pa­
leolítico de Rusia. (Foto cedida
por Olga Soffer. )

64. Carne de caribú en pro­


ceso de secado, colocada en
un bastidor de madera de un
yacimiento de matanza de
primavera situado en las cer­
canías del arroyo Kongumu­
vuk. (Su localización exacta
corresponde al n. º 8 de la fi­
gura 53 . )

65. Carne d e caribú e n pro­


ceso de secado, colgada de
las ramas de un sauce situa­
do en el límite septentrional
de la estación de caza de
Kongumuvuk. (Yacimiento
n.º 13 de la figura 53.)
Yacimiento del
maestro -------�

Yacimiento de invierno
1956-1959

Rocas del soldado en l a


ruta d e l caribú de otoño n.º 3

NOTA: En
este mapa sólo
aparece el 41 %
de los
yacimientos
arqueológicos
documentados

L.R. Binford

MAPA DEL ÁREA DEL LAGO TULUGAK, ALAS KA


Escala
metros
o 100 200 300· 400 500 600 700 800 900 1.000
millas
0,25 0,50 0,75

66. Mapa del área del lago Tulugak en el que aparecen señalizados los yacimientos y los com­
plejos situacionalcs.
CAZADORES EN UN TERRITORIO 135

completamente diferente a la observada tanto en el área de descuartizamiento


de este mismo yacimiento como en el campamento de caza asociado, hacia don­
de los hombres se dirigen una vez finalizadas las diversas tareas allí realizadas.

Almacenamiento de la carne

El tercer componente del complejo situacional viene representado por el lu­


gar donde se almacena la comida: una estructura de piedra de unos 4 m de diá­
metro (fig. 62). Los escondrijos de piedra empleados para guardar la carne 8
representan una serie de ayudas permanentes, que se sitúan normalmente en
las cercanías de los yacimientos de matanza. Actúan como una especie de em­
plazamiento central, donde los individuos pueden acudir a lo largo del año en
busca de comida para el grupo, evitando de este modo el trabajo que supone
arrastrar toda la carne hasta cada uno de los yacimientos de residencia que ocu­
parán a lo largo del tiempo en que se dedican a las actividades propias de las
diversas estaciones del año. En el interior del escondrijo colocan, siguiendo un
modelo radial, unas capas de carne separadas entre sí por piedras o listones de
madera con el fin de asegurar la circulación del aire, sellándolo posteriormente
con piedras. La razón del gran esfuerzo invertido en la construcción de los es­
condrijos de piedra para la carne estriba en la importancia crítica que, en el
modelo de subsistencia de los nunamiut, adquiere el almacenamiento.
A un arqueólogo estas impresionantes estructuras de piedra le podrán pare­
cer casas, pero estre los nunamiut nunca fueron utilizadas como tales. El uso
de escondrijos de piedra próximos a los yacimientos de matanza recuerda algu­
nas de las <:casas de pozo» (fig. 63) aparecidas en diversos yacimientos paleolí­
ticos en Rusia,9 y ello sugiere que estas estructuras tampoco eran casas, sino
que, como ocurre con las estructuras de piedra de los esquimales, se trata de
simples escondrijos de carne.
En los yacimientos de matanza, la carne puede ser almacenada de muy di­
versas maneras, además de los citados escondrijos de piedra. Cuando la tempe­
ratura se sitúa por debajo de los 0°, la carne descuartizada, o incluso todo el
animal , puede simplemente permanecer amontonada en el suelo. En general,
las astas sirven para indicar su ubicación, de manera que los cazadores puedan
localizarlos incluso tras una nevada. En otras épocas del año, en cambio, la car­
ne se coloca sobre bastidores de madera para que se seque (fig. 64). A veces,
los escondrijos de carne usados en los campamentos de caza consisten simple­
mente en porciones de carne extendidas sobre una cuerda, o bien colocadas en
las ramas de los árboles situados en los límites de una extensión de sauces (fig.
65) . Desde el punto de vista arqueológico, los restos de estos escondrijos queda­
rán reflejados en una distribución lineal de huesos grandes . Los escondrijos de
carne, sean del tipo que sean, son centros importantes, recursos seguros a los
que los nunamiut pueden acudir mientras recorren su hábitat en busca de comi­
da adicional.
136 EN BUSCA DEL PASADO

67. Las rocas del soldado delimitan la rula seguida por la manada de caribúes que se dirigen
a las montañas situadas al este del lago Tulugak. (En la figura 66 puede observarse su locali­
zacíón exacta.)

COMPLEJOS SITUACIONALES DEL LAGO TULUGAK

Mi estudio sobre los grupos que ocupan yacimientos relacionados entre sí


ha revelado que una secuencia de actividades , dirigida a la consecución de cual­
q uiera de estas tareas, no tiene lugar necesariamente en un mismo yacimiento .
Además , yacimientos que parecen muy distintos pueden, de hecho, pertenecer
a la misma categoría general ele comportamiento, comportamiento que, por otra
parte, ha siclo diferenciado mediante diversos tipos ele actividades. Uno de los
grupos de complejos situacionales más fascinantes usado por los esquimales nu­
namiut está ubicado en la región situada alrededor del lago Tulugak (fig. 66),
área muy rica en recursos. Este lago es suficientemente profundo como para
proporcionar un tipo de pescado muy apreciado que se conoce con el nombre
de trucha de lago ; los arroyos primaverales que en él desagüan están flanquea­
dos por grandes extensiones de sauces, lo cual representa un importante recurso
de leña, y algunos ele los senderos utilizados por los caribúes en su migración
hacia el norte trascurren precisamente por el lago.

Rutas preparadas

Los restos arqueológicos que resultan de la explotación del caribú en las cer­
canías del lago Tulugak son de una gran complejidad. Los caribúes son condu­
cidos a través de barreras alineadas. Para ello aprovechan ciertos relieves del
paisaje, tales como hileras paralelas ele lomas glaciales (llamadas eskers) , aun-
CAZADORES EN UN TERRITORIO 137

"'

NOTA: Estos puestos de caza son


"----- Metatarso distal
en realidad lugares de tiro para los
arqueros. Están situados en campo
abierto, a l o largo de las pistas dejadas
por los animales. Generalmente son
utilizados en e l contexto de una Hogar
manada de animales. Los aquí
Fragmento de arco
representados son característicos de "- ___ Lascas obten idas
las laderas medias. Los ubicados en las
por presión
partes bajas o en las cimas de !os
cerros consisten en construcciones de
piedra, totalmente cerradas, de forma

z_

oval.
Limite de la excavaciór
Flecha de asta

Fragmentos de los huesos


del caldo

� �. ¡·},- - - - --
Escondnio de astas

8
Piedras cuarteadas de venado
por el fuego

Construcción de
guijarros
�'?:' .
/
,•

Roca
Límite del área
madre
reexcavada ---�

P U ESTOS DE CAZA DE LOS NUNAMIUTDE MEDIADOS DEL SIGLO XtX


LAGO TULUGAK, ALASKA
Escala en metros

__ 1__ 2_
_
_ L.R. Bmford

68. Planos de tres puestos de caza del siglo XIX localizados en una ruta del caribú, en la ver­
tiente oriental del lago Tulugak. (Su posición exacta puede verse en la figura 66.) Obsérvese
la presencia de productos de desecho procedentes de sus «refrigerios» y de la reparación de
útiles, así como un escondrijo de astas de venado destinadas a la confección de puntas de fle­
cha. Los hogares (representados con trama cuadriculada) han sido colocados en el lado interno
de las paredes del puesto de caza, para que los cazadores se beneficiaran de su calor durante
la espera de la llegada del caribú.

que también incorporan relieves hechos por el hombre q ue son muy difíciles de
detectar sin una información etnográfica previa. Los componentes básicos de
una ruta, cuando no está en uso, se asemejan a un montón de piedras que de­
nomino rocas del soldado (fig. 67) . Pero en cambio, cuando se sirven de ella,
los cazadores esquimales adoptan medidas tendentes a facilitar la conducción
de los caribúes a la cima de un collado o a cercados parcialmente naturales ubi­
cados en un extremo del lago, y por tal motivo colocan musgo alrededor de las
rocas simulando la silueta de un hombre o, incluso también, ropa vieja sobre
el musgo para intimidar al caribú, conseguir que avance y limitar sus movimien­
tos al sendero escogido por los cazadores.
138 EN BUSCA DEL PASADO

69. Las estaciones de caza R y B, en el Paso Anaktuvuk. Obsérvese la presencia de una piel
de caribú a modo de lecho donde un hombre duerme mientras su compañero vigila la llegada
de la caza. (Para su localización exacta, véase la figura 53.)

Puestos de caza

A lo largo de una ele las rutas del caribú, que se dirige hacia la cima de la
montaña adyacente al lago, localizarnos 70 pequeños puestos de caza desde los
que dos hombres nunarniut (aprovechando el instinto natural del caribú que le
mueve a situarse en la cima del monte cuando se ve amenazado) podían acechar
a sus presas. Estos puestos de caza (fig. 68) se componen de una estructura
permanente. resultado de excavar un agujero en la ladera rocosa o de construir
una pequeña pared. Tienen una doble función, ya que no sólo sirven para ocul­
tar a los cazadores , sino que también les protegen hasta cierto punto del viento
durante la espera que puede prolongarse hasta 8 o incluso 12 horas. Es obvio
que durante este tiempo pueden sentir mucho frío pero, debido a que el fuego
ahuyenta al caribú, los cazadores han ideado otro sistema para calentarse. Al
llegar al puesto de caza, los hombres derriban sus paredes y hacen un gran fue­
go. Cuando la fogata ha prendido totalmente, amontonan las piedras sobre las
llamas y dejan que siga ardiendo por debajo, hasta que el calor se transmite a
las piedras y permite a los hombres acurrucarse junto a la pared y mantenerse
calientes mientras vigilan la llegada del caribú. La presencia ele hogares en las
parceles de las estructuras ha sido observada, asimismo, en algunos yacimientos
paleolíticos rusos . 10 Uno se pregunta por qué alguien construiría fuegos en las
CAZADORES EN UN TERRITORIO 139

paredes de las casas, máxime si la reconstrucción propuesta que nos habla de


pieles colocadas por encima de las paredes de piedra es correcta. ¿No podría
tratarse realmente de puestos de caza similares a los utilizados por los nuna­
miut?
Los puestos de caza de los esquimales presentan una planta en forma de
pequeños semicírculos que miden, aproximadamente , unos 2,4 m de diámetro . 1 1
Los restos hallados en uno d e ellos, fechado e n una época anterior a l a utiliza­
ción de armas de fuego por parte de los nunamiut, ponen de manifiesto el tipo
de actividades que se desarrollarían en dichos lugares. Las astillas procedentes
de la rotura de huesos, realizada para extraer el tuétano, así como pequeüos
fragmentos que resultan de golpear las articulaciones para hacer caldo, indican
los «refrigerios» que debieron consumir. Los restos de industria procedentes de
la manufactura y reparación de útiles están aquí representados por arcos rotos
y algunas puntas de flecha de piedra. Los útiles necesarios para la caza no se
fabrican en los puestos de caza, sino que son elaborados de antemano, con lo
cual se consigue que el cazador esté siempre a punto mientras espera la llegada
de los animales que transcurren por su ruta migratoria. Ello implica que los res­
tos de un primer estadio de producción difícilmente están representados en los
puestos de caza. En su lugar, y para matar el tiempo, los hombres acostumbran
a llevar consigo un útil roto que necesita reparación o se dedican a completar
cualquier tarea inacabada. Por tanto , las actividades realizadas en este tipo de
yacimientos no están directamente relacionadas con la tarea principal -la caza
del caribú - , sino que van encaminadas a aliviar el aburrimiento. Otro tipo de
artefacto, hallado en el puesto de caza que aparece representado en la figura
68, es una punta de flecha de asta que fue guardada para su uso futuro, pero
que nunca fue utilizada.
Ocasionalmente, los hombres permanecen en el puesto de caza durante la
noche en lugar de retornar al campamento base. En tal caso, un hombre vela
y vigila la caza mientras otro duerme vestido sobre una piel de caribú (fig. 69)
en otra área del yacimiento, intercambiando sus posiciones sucesivamente. Los
cazadores, al permanecer allí durante un período de tiempo considerable , acos­
tumbran a hacer fuego en un lugar alejado de la pared del puesto de caza, con
el fin de prepararse caldo o cocinar carne. Pese a su similitud respecto a los
puestos de caza descritos antes, el yacimiento resultante de esta actividad será
más complejo en términos arqueológicos y uno debe estar alerta para no con­
fundir el puesto de caza y el hogar con un campamento base ocupado por un
grupo familiar.

Campamento base

Otro componente de los complejos situacionales del lago Tulugak son los
campamentos de residencia emplazados cerca del lago, lugar donde abundan la
leüa y el agua corriente. Los nunamiut seleccionan la ubicación de los campa­
mentos en función, principalmente, de la dificultad de transporte de los recursos
que explotan y no tanto por la presencia de recursos alimentarios. La obtención
de alimento permite una estrategia flexible ya que, tal como hemos visto, éste
140 EN BUSCA DEL PASADO

puede ser escondido y luego transportado; el agua y el combustible, sin embar­


go, son más difíciles ele trasladar. Los yacimientos ele residencia se ubican, por
tanto, en función de estos recursos básicos y la gente acomoda sus excursiones
fuera del campamento base según la distribución de las fuentes ele alimento.
En el lago Tulugak encontramos una distribución continua ele restos arqueo­
lógicos, algo parecido a lo observado en los campamentos superpuestos de las
fuentes del Anavik. Aquí, ele todos modos, el yacimiento fue utilizado repetida
y básicamente con la misma función; en cambio, las orillas del lago Tulugak
han sido ocupadas en diversas épocas del año y por diferentes razones, estable­
ciendo campamentos de verano para beneficiarse de la trucha, mientras que los
poblados de invierno fueron ubicados cerca de los abundantes recursos de leña.
Si se excavara este yacimiento, es de suponer que se encontraría un campamen­
to ele residencia sobre un puesto ele caza , o un poblado ele invierno superpuesto
a un campamento de pesca ele primavera.
¿Podríamos, como arqueólogos, distinguir todos los componentes superpues­
tos de un yacimiento tan complicado como el del lago Tulugak? ¿Podríamos
reconocer todos los tipos especializados de yacimientos ubicados en los alrede­
dores, por ejemplo, las rutas del caribú , los escondrijos de carne y los puestos
ele caza? Actualmente, la arqueología carece de los métodos necesarios para
enfrentarse a los complicados restos arqueológicos dejados por pueblos cazado­
res y recolectores. Debemos empezar a idear el mecanismo que nos permita
desenredar los palimpsestos de ocupaciones superpuestas y descubrir las formas
para reconocer áreas ele actividades asociadas que están separadas por distancias
ele varios kilómetros.

CONSIDERACIÓN GLOBAL DEL SISTEMA

Una de las lecciones más importantes que podemos extraer de mi trabajo


etnoarqueológico entre los esquimales nunamiut es la necesidad ele considerar
todos sus yacimientos como parte ele un sistema más amplio. Además de los
lugares ele residencia, encontramos una gran variedad ele áreas, que fueron uti­
lizadas para desarrollar tareas muy concretas y que son parte integrante ele! mo­
delo general de vida empleado en el Ártico. Hemos visto cómo unos yacimien­
tos aislados están interrelacionados y forman complejos situacionales, cómo es­
tos complejos situacionales pueden agruparse dentro del territorio explotado
por una banda y, finalmente, insistimos en que diversos territorios pueden ser
utilizados subsiguientemente a lo largo del período de vida de un hombre. Para
poder reconstruir el modelo global de uso de la tierra, los arqueólogos deben
identificar primero la función específica de cada uno de los yacimientos y des­
pués reunir cada una de las partes. La dificultad que ello entraña es bastante
similar al intento de reconstruir el motor de un automóvil cuando disponemos
de cada una de sus partes por separado : es necesario conocer el funcionamiento
del motor para identificar sus partes más importantes - carburador, batería, ci­
lindros, etc. - y poder así recomponerlo correctamente. De la misma manera,
los arqueólogos deben identificar cada tipo de comportamiento y a partir de
aquí colocar las piezas en su sitio para formar un sistema de uso de la tierra
CAZADORES EN UN TERRITORIO 141

prehistórico. En otras palabras, la unidad básica de la arqueología es el yaci­


miento, pero su finalidad es utilizar estas unidades para estudiar el comporta­
miento del pasado humano; y para conseguir este objetivo debemos desarrollar
una metodología apropiada que nos permita identificar el papel desempeñado
por cada uno de los yacimientos dentro de un sistema global.

YACIMIENTOS ESPECIALIZADOS

El interés de los estudios arqueológicos realizados sobre los pueblos actuales


reside en que, al observar los diferentes tipos de yacimientos que ocupan, pode­
mos empezar a apreciar el grado de variabilidad que esperamos encontrar en el
registro arqueológico . Con el fin de facilitar la comprensión de mi punto de vis­
ta, creo conveniente describir algunos yacimientos especializados que tengo do­
cumentados entre los nunamiut.
Algunos de estos yacimientos eran sorprendentemente grandes. Los arqueó­
logos suponen que las áreas de actividad ocupan un espacio reducido y que en
su orden interno son homogéneas; tengo documentado un yacimiento no resi­
dencial que ocupa un área aproximada de l .500 m2 y en el que se llevaron a
cabo una gran variedad de tareas (fig. 70). Este yacimiento, situado en Kongu­
muvuk, es utilizado durante la migración otoñal del caribú; en dicha época, los
hombres se esconden en una extensión de sauces con el fin de camuflarse y,
mientras esperan la llegada de los animales , unos cazadores se alimentan ingi­
riendo algún tipo de «refrigerio» alrededor de un pequeño fuego (como, por
ejemplo, el tuétano de un hueso fresco) y otros reparan útiles. El caribú se caza
y mata a cierta distancia del yacimiento y por consiguiente los esquimales, para
no interrumpir el movimiento de las manadas que llegan sin cesar, cobran las
reses apresuradamente en el mismo lugar en que son abatidas y arrastran las
porciones seleccionadas del animal hasta la zona de los sauces. Una vez se ha­
llan fuera de la ruta de migración, los hombres terminan de descuartizar la presa
y parte de la carne es escondida o colocada en una especie de bastidor para que
se seque. Una de las actividades más importantes que tienen lugar en este yaci­
miento es la preparación de las pieles. En efecto, los pellejos se extienden para
que se sequen y son sujetados con piedras para evitar que el viento los arrastre
(fig. 71). Ello propicia Ja presencia de una gran cantidad de pequeños círculos
de piedras, todos de un tamaño similar, distribuidos por el yacimiento . Como
arqueólogos, ¿reconoceríamos que las distintas áreas diferenciadas de este gran
yacimiento - el área de consumo de alimento alrededor de un hogar, el lugar
de actividades artesanales, los escondrijos de carne y bastidores de secado, o el
lugar donde preparan las pieles- forman un todo , o por el contrario las consi­
deraríamos yacimientos separados?

Círculos de piedra de las tiendas

Pequeños círculos de piedras aparecen también en otros yacimientos ocupa­


dos por cazadores nunamiut , aunque su presencia puede deberse a una de las
142 EN BUSCA DEL PASADO

diversas actividades que tienen lugar además del secado de pieles. Por ejemplo,
en un yacimiento situado en lo alto de las montañas, que es ocupado normal­
mente en verano por cazadores que van en busca de caribúes adultos machos,
se encuentran pequeños círculos de piedra de un tamaño similar a los círculos
de Kongumuvuk, asociados a pequeños hogares. En este caso, sin embargo, el
tamaño de las piedras de los círculos es mayor que en el yacimiento citado an­
teriormente , porque estas piedras fueron empleadas para sujetar las tiendas de
piel de caribú . Este yacimiento difiere de la estación de caza de Kongumuvuk
también en otro aspecto: contrariamente a lo observado en Kongumuvuk, que
ofrece una gran diversidad de áreas, aquí se observa la presencia de una serie

70. Plano de la estación de caza otoñal, situada en el valle Kongumuvuk . (Yacimiento n .º 13


de la figura 53.)

t
Finales de otoño
Áreas de secado

. . .·

;/') Partes inferiores


de las patas del caribú

.... .1

"' J, : ···

� �� � Piedras para
j tar las pieles

Astillas de
hueso
ia,/
,_ -
-
': . . \.

@� Hogares

ESTACIONES DE CAZA EN EL VALLE DE KONGUMUVUK


NOTA:
Escala eii metros
Área de 1.520 m2
1 o 12 15 18 21 23 L.R. Binford
CAZADORES EN UN TERRITORIO 143

7 1 . Círculo de piedras pequeñas usadas por los nunamiut como lastre para sujetar las pieles
de caribú durante el proceso de secado. (Para su localización exacta en la estación de caza de
Kongumuvuk, véase la figura 70.)

de unidades idénticas - diez círculos y un hogar- que se repiten una y otra


vez. Por tanto, los yacimientos especializados pueden variar en función de la
homogeneidad o variabilidad de los módulos que los componen.

Estaciones de caza

Las estaciones de caza son uno de los tipos de yacimiento más comunes en
el paisaje cultural de los nunamiut. Pueden ser muy complejos (como ocurre
con el yacimiento de Kongumuvuk o el de Mask, 12 del que hablaremos en el
próximo capítulo) , relativamente sencillos (como los lugares de emboscada del
lago Tulugak) o extremadamente efímeros. Como ejemplo de esta última cate­
goría, podemos encontrar lugares donde un cazador se limita a permanecer
oculto detrás de una peña y posiblemente construye un pequeño hogar. Acci­
dentes naturales del terreno, tales como las peñas, son normalmente usados
como estaciones de caza (fig. 72). En tales yacimientos es posible que sólo se
encuentre un pequeño hogar, algunas piedras resquebrajadas por el fuego y una
serie ele útiles que fueron escondidos en vistas a una utilización posterior.

Elementos auxiliares

Las rocas del soldado, situadas a lo largo de las rutas del caribú, en el lago
Tulugak, pueden ser clasificadas como un tipo particular ele útil que llamo ele­
mento auxiliar (para una información más amplia, véase el capítulo 7) . Otro
elemento ele esta misma clase de artefactos son las trampas. Los nunamiut em-
144 EN BUSCA DEL PASADO

plean una amplia gama de ellas, siendo unas de las más corrientes las llamadas
de caída mortal. El lugar donde se halla cada trampa de caída mortal (fig. 73)
debería considerarse como un yacimiento especializado. A menudo, se constru­
yen en las cercanías de los escondrijos de carne , con el fin de mantener a los
competidores alejados del alimento, aunque , por otra parte , el escondrijo de
carne es en sí mismo un cebo que atrae a los zorros y lobos hacia el área donde
está emplazada la trampa de caída mortal. A su alrededor se construyen unas
pequeüas vallas con el objetivo de asegurar que la presa entre exactamente de
la manera deseada. El disparador de la trampa se coloca en el interior, conve­
nientemente desplazado (de modo que rebase, por ejemplo, la longitud del cue­
llo del animal), para que éste se vea obligado a colocar sus patas delanteras
sobre uno de los travesaüos antes de que la gran roca colocada en la parte su­
perior se le precipite encima. Puede darse el caso de que la piedra no llegue a
matar al animal, pero ele cualquier modo caerá sobre su lomo y le impedirá la
huida.
Trampas de caída mortal como las que construyen los nunamiut son , proba­
blemente, muy comunes en el registro arqueológico. He observado construccio­
nes similares en yacimientos asociados con el hombre de Neandertal, y también
es evidente que muchos lugares descritos por los arqueólogos norteamericanos
como enterramientos infantiles, túmulos de piedra rituales o pozos ele almacena­
miento son en realidad trampas de caída mortal. Los arqueólogos deben ser ca-

72. Estación de caza situada en un prado natural cerca del arroyo Little Contact, en el valle
Anaktuvuk. (Véase la figura 53.) Este lugar desempeña la misma función que el que aparece
representado en la figura 69, aunque está ubicado en un terreno de características diferentes.
Hay que resaltar que en su interior fueron escondidos leños y dos latas viejas de café emplea­
das para hervir el agua del té, para ser utilizadas en otra ocasión.También escondieron el tri­
nco (en primavera) una vez se hubo derretido la nieve de invierno.
CAZADORES EN UN TERRITORIO 145

73. Trampa de caída mortal, pensada para la captura de un Jobo. Estas trampas siempre se
construyen en otoño, antes de que se produzcan las primeras nevadas fuertes.

paces de identificar con exactitud los yacimientos de este tipo utilizados en el


pasado, dotados de dimensiones muy reducidas y con un elevado grado de espe­
cialización.

Yacimientos de proceso de la carne

Entre los nunamiut existe un gran número de yacimientos relacionados con


la caza del caribú, pero también encontramos muchos otros donde se efectúa la
preparación de la caza. Anteriormente ya mencioné el yacimiento donde se des­
cuartiza, en las fuentes del Anavik, y el lugar donde se secan las pieles, en Kon­
gumuvuk. Otro ejemplo de este tipo de yacimientos nos lo ofrece el caso de
una familia que mató alrededor de 50 caribúes , mediante la estratagema de con­
ducirlos a un lago próximo (fig. 74). Todo el proceso de preparación del secado
de la carne se realizó aproximadamente en tan sólo 12 días, pero aun así la
cantidad de restos depositados en el lugar era verdaderamente asombrosa (fig.
75) . Se crearon dos grandes montones de huesos rotos, procedentes de la ex­
tracción del tuétano, aunque de todos modos la carne perteneciente a tal canti­
dad de huesos no fue consumida allí y, por tanto, los montones no correspon­
dían a los restos de sus comidas. Por esta razón, la cantidad de restos no es
indicativa ni del número de personas que ocuparon el yacimiento ni del período
de tiempo que residieron allí. Este yacimiento pone de manifiesto el peligro que

lO. BJNFOJW
146 EN BUSCA DEL PASADO

supone emplear una ecuación simple, del tipo propuesto por Yellen, 13 para re­
lacionar la cantidad de restos con la duración de la ocupación. Antes de inter­
pretar la naturaleza de los datos hallados en los yacimientos arqueológicos , de­
bemos determinar el tipo de comportamiento que los generaron: es preciso re­
construir la función del yacimiento. Mi investigación entre los nunamiut ha de­
mostrado que en los yacimientos arqueológicos se realiza una gran variedad de
actividades. También ha puesto de manifiesto que estos diversos tipos de com­
portamiento dejan huellas diferentes en el registro arqueológico, por lo cual es
posible que en el futuro se puedan desarrollar técnicas que nos permitirán reco­
nocer lugares especializados utilizados en épocas prehistóricas.

74. Plano del yacimiento de Tulukkana, lugar donde se procesaron para su almacenamiento
50 caribúes, empleando para ello sólo 12 días. La enorme acumulación de huesos es conse­
cuencia de las actividades de procesamiento de la carne allí desempeñadas y no un reflejo del
número de individuos que ocupó el yacimiento ni de la duración de dicha ocupación.

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Vertedero de huesos procedentes '....,
de la extracción del tuétano
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Píedras en la NO NO
di superficie de
/os sedímentos . -¡-
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glaciales
(> _,

Piedras en los
sedimentos
glaciales
''\-�Eólennento n.0 8. ,
Vertedero de huesos antes de !
Piedras planas
83
la elaboración del caldo
S3
I]
en la superficie
delos +
sedimentos
glaciales

.. Excrementos
de perro
E 6 E 9 E 12 E 15 E18

YACIMIENTO DE TULUKKANA:
SEDIMENTOS GLACIALES DEL LAGO, PASO DEANAKTUVUK
Escala

L.R. Bmford 6 metros


CAZADORES EN UN TERRITORIO 147

NOTA Se ha
registrado cada
aumento de 5 huesos/m2

Área excavada: 256 m2

YAC IMI ENTO DE TULUKKANA: D E N S I DAD D E LOS H UESOS


Escala en metros:

10 11

75. Mapa de las densidades de huesos de caribú hallados en el yacimiento de Tulukkana.


(Véase la figura 74.)

DISPOSJCIÓN DE LOS YACIMIENTOS DE RESJDENCIA

Los arqueólogos necesitan el empleo de métodos, aunque éstos estén a un


nivel de análisis poco desarrollado, para estudiar los modelos de uso que tienen
lugar dentro de cada uno de los yacimientos. Los lugares de residencia, así como
los yacimientos especializados, pueden concebirse como formados por pequeños
«módulos». Uno de los «complejos» de yacimientos más elemental es la estruc­
tura donde vive la gente. Los estudios de grupos cazadores y recolectores de­
muestran que la naturaleza de los módulos de residencia, así como la forma en
que están distribuidos en el espacio, pueden variar enormemente y, por tanto,
los arqueólogos deben estar en condiciones de reconocer todos los posibles cam­
bios que se den en sus datos .
148 EN BUSCA DEL PASADO

Y ellen 14 ha propuesto un modelo general para los campamentos de residen­


cia de los bosquimanos !Kung, en el que las chozas que albergan familias indi­
viduales se agrupan formando un círculo (fig. 76). En el centro del círculo de
chozas aparece un espacio vacío de uso comunitario, mientras que en torno a
su periferia se encuentra un área destinada a la realización de tareas especializa­
das. El campamento bosquimano que aparece representado en la figura 77 es
un buen ejemplo de la estructura espacial reflejada en el modelo de Yellen. En
los campamentos de la estación seca de los birhor (grupo de cazadores y reco­
lectores de la India) también puede observarse la presencia de una agrupación
estrecha ele cabañas, cuyos hogares están situados a unos 3 m de las mismas . 15
Pero no tocios los campamentos ele bosquimanos coinciden con este modelo

76. Modelo propuesto por John Yellen de un


campamento idealizado de los bosquimanos
!Kung. (Reproducción, autorizada, del original
aparecido en Yellen, 1977, fig. 12, p. 126.)

idealizado; 16 otros grupos de cazadores-recolectores exhiben fo rmas de distribu­


ción interna del yacimiento que no coinciden con el modelo ele Yellen. Por
ejemplo, los campamentos ele los indios seri, en México , están estructurados
según un modelo lineal y entre los cobertizos ele las distintas unidades ele habi­
tación existe un espacio considerable (fig. 78). Tal como ocurre con los yaci­
mientos bosquimanos, también entre los diversos asentamientos de los birhor
(fig. 79) varía la distribución de las viviendas. Por ejemplo, en una ocasión en
la que cuatro bandas habían acarnpudo en un mismo lugar, cada una de ellas
mantuvo su integridad individual estableciendo su campamento por separado .
Además, las chozas no fueron distribuidas según el modelo de círculo propuesto
por Yellen, sino que se ubicaron formando un semicírculo. A pesar de que se
trata claramente de un único asentamiento (al margen ele la separación espacial
existente entre los distintos grupos) , los restos arqueológicos de un yacimiento
corno éste podrían con facilidad ser interpretados - erróneamente- como una
serie ele asentamientos distintos, no integrados, ya que se observarían claros va­
cíos en la distribución de los restos , que coincidirían con los espacios libres exis­
tentes entre los grupos de cabañas correspondientes a las diversas bandas.
CAZADORES EN UN TERRITORIO 149

77. Campamento de residencia ocupado por los bosquimanos nharo que viven en el desierto
central de Namibia. El modelo de círculo descrito por Y cllen (fig. 76) queda reflejado en esta
fotografía. Obsérvese la carne que cuelga del árbol situado a la derecha (véase fig. 65). (Foto
de L. Fourie, cedida por el Africana Museum, Johannesburgo. )

El uso del espacio físico como elemento diferenciador de la distancia social,


como se demuestra en el caso de los birhor, podría ser un principio común a
todos los yacimientos de cazadores-recolectores. Si ello es cierto, esta generali­
zación sería útil para encauzar la interpretación de los yacimientos arqueológi­
cos. Sin embargo, puede presentarse una complicación posterior, que se hace
evidente en los yacimientos de residencia de verano de los nunamiut. En estos
lugares, pese a que las diferentes agrupaciones sociales o bandas establecen sus
campamentos en distintas áreas del mismo yacimiento, las diversas casas perte­
necientes a cada una de las bandas se encuentran a menudo separadas por gran­
des distancias. En un yacimiento, del que contamos con una información parti­
cularmente buena, la media de la distancia existente entre las residencias ele los
miembros ele la misma unidad social era ele unos 90 m. ¿Cómo interpretaría un
arqueólogo esta distribución espacial representada por agrupaciones separadas
de restos? , ¿como yacimientos diferentes?, ¿como diversos grupos sociales dis­
tintos?, o tal como era en realidad , ¿como dos bandas compuestas por diversas
familias?
Si examináramos otros ejemplos etnogrúfico), se haría patente una gran va-
l50 EN B USCA DEL PASADO

78. Campamento de indios seri, situado en la isla Tiburón, Sonora , México. Las estructuras
del asentamiento aparecen alineadas, hecho que contrasta con el modelo de asentamientos de
círculo propuesto por Ycllen (fig. 76). Las cabañas en uso han sido emplazadas encima y junto
a restos de estructuras anteriores, algunos de cuyos restos todavía son visibles en el extremo
de la derecha ele la fotografía. En Ascher (1962) se ofrece una descripción excelente de los
asentamientos scri. (Foto de E. H. Davis, 1922, cedida por el Museum of the American In­
dian , Heye Foundation.)

riabilidad respecto a la distribución en el espacio de los módulos de residencia.


La distribución de las estructuras (agrupadas o dispersas , en círculos o en semi­
círculos, etc.) y la distancia existente entre cada unidad varía de un grupo a
otro, según se desarrolle el ciclo de estaciones de cada grupo étnico o banda.
Los arqueólogos deben reconocer la existencia de este tipo de variabilidad,
comprender los factores que la han originado y asimismo deben idear métodos
para detectarla en el registro arqueológico.

EL RETO PARA NUESTRA METODOLOGÍA

Tal como he venido demostrando a lo largo de este capítulo , el patrón de


<.1sentamiento de los grupos cazadores y recolectores puede contemplarse como
un modelo organizado en una serie de niveles, los cuales se extienden desde el
área de grandes dimensiones que utiliza un grupo a lo largo de la vida de uno
de sus miembros hasta llegar a la distribución de las casas y hogares en un ya­
cimiento, pasando por el área central de residencia y el complejo situaciona!.
( El análisis de los rasgos de cada uno de los yacimientos se considera amplia-

e 21 Campamento
�f de la banda "P;'
�:��������
do en una ��\J-
e 20 .,
19 e
Ubicación
de las cabañas
Banda "B"

Ubicación de las cabañas --0�
. ,
2

CAMPAMENTO PANGH PERA, 1961


CUATRO BANDAS BIRHOR
BIHAR, INDIA
Escala en pies
• o 2·0 40 60 80 100 120 140 160 180
8


9
• •
10 11
L.R.B.

79. Mapa del campamento ocupado simultáneamente por cuatro bandas birhor (véase la figu­
ra 1). Obsérvese la gran distancia existente entre cada banda y la agrupación no circular de
las cabañas. (Véase Williams, 1968.)

mente en el capítulo siguiente.) Es por ello que para comprender el registro


arqueológico de los cazadores-recolectores debemos investigar cada uno de es­
tos niveles. No sólo necesitamos desarrollar métodos que nos permitan recono­
cer los tipos de dinámica organizada que tuvo lugar en cada escala del uso del
entorno, sino que debemos también ser capaces de detectar aquellas variacio­
nes, concretadas a lo largo del tiempo entre grupos diferentes de cazadores y
recolectores, que se refieren a In organización del comportamiento a nivel regio­
nal, de núcleo de residencia, de complejo situacional, de yacimiento individual
y también a nivel de las actividades.
152 EN BUSCA DEL PASADO

Es evidente q ue en este capítulo no he intentado desarrollar métodos por


inferencia en lo q ue respecta a los modelos prehistóricos de uso de la tierra,
aunque es de esperar que parte del material aquí presentado pueda ser utilizado
para la consecución de este objetivo . 17 Por el momento, me he limitado a trazar
el marco ele la naturaleza del problema al q ue se enfrentan los arqueólogos. Sin
embargo , en base a los ejemplos presentados, es posible extraer diversas leccio­
nes de utilidad para los arqueólogos y sugerir algunos caminos a seguir.
A la luz ele los datos expuestos sobre los nunamiut, no es correcto suponer
que un grupo de gentes generan yacimientos internamente homogéneos. Igual­
mente , la creencia de que una mayor proximidad ele los yacimientos entre sí
implica a su vez una mayor similitud tampoco se ve refrendada por las experien­
cias expuestas anteriormente . La existencia de complejos situacionales, en los
que una actividad determinada se realiza en tres o más lugares distintos, es in­
compatible con los métodos q ue muchos arqueólogos emplearon en el pasado
para dar sentido a las similitudes y diferencias de los conj untos de artefactos.
Por lo menos en algunas regiones y en algunas sociedades ele rnzaclores-recolec­
torcs podemos suponer que cuanto más intensa sea la utilización ele un lugar
concreto más variados serán los distintos tipos ele asentamientos y yacimientos
ubicados en dicho lugar: un ejemplo de ello es la zona del lago Tulugak, q ue
merece una consideración más detallada. Por ejemplo, está generalmente acep­
tado q ue dentro del medio ambiente explotado por muchos cazadores y recolec­
tores existen ciertos lugares, como el lago Tulugak, q ue proporcionan tanto una
gran concentración ele recursos de difícil transporte como muchas posibilidades
de éxito en la obtención ele recursos transportables. A nivel arqueológico, estos
lugares son extremadamente complicados.
Así, cada yacimiento es el reflejo ele la secuencia única ele usos que motiva­
ron en el pasado su emplazamiento en dicho lugar. Evidentemente, las diferen­
cias internas q ue se observan en la naturaleza ele las actividades, así como la
segregación espacial ele los lugares donde se han llevado a cabo diversas tácti­
cas, son compatibles con algunos de los problemas que plantean los elatos mus­
terienses registrados por Bordes (cap. 4). Pero no nos confundamos: estas expe­
riencias etnoarqueológicas no proporcionan soluciones directas al «problema
mustcriensc». La conclusión q ue podemos sacar ele mi trabajo entre los nuna­
miut no significa que mis argumentos funcionales acerca de la variabilidad del
M usteriense fuesen correctos, sino más bien q ue los métodos arqueológicos por
inferencia son en general inadecuados. Las convenciones utilizadas por la mayo­
ría ele arq ueólogos palcolitistas han demostrado ser incapaces ele hacer frente a
la variabilidad y diversidad del uso de la tierra que nos ilustra el caso ele los
nunamiut. El reto q ue nos ofrece esta clase de etnoarqueología es crear metodo­
logías mejores.
¿Cómo podemos aprender las lecciones que se derivan ele esta investigación
acerca ele la dinámica del uso ele la tierra y aplicarlas a los estudios ele los con­
juntos de útiles ele piedra prehistóricos? 1N ¿Qué deberíamos hacer para pasar ele
la visión etnográfica global de un sistema dinámico completo a la perspectiva
estacionaria basada en el yacimiento q ue utiliza la arqueología? Es evidente que
cada uno de los yacimientos q ue pertenecen al mismo sistema de uso de la tierra
de los cazadores-recolectores es diferente. Por esta razón, un esquema ele clasi-
CAZADORES EN UN TERRITORIO 153

ficación de yacimientos que sigue criterios de similitud en la estructura no puede


agrupar correctamente a los yacimientos que corresponden a un tipo de explo­
- tación del medio ambiente, ni tampoco a aquellos que abarcan el período de
vida de un individuo. Ello nos lleva de nuevo al desafío metodológico : ¿cómo
reconocer que estas cosas diferentes halladas en lugares distintos son componen­
tes de un mismo sistema?
Gran parte de mi trabajo, expuesto a lo largo de estas líneas,se ha centrado
principalmente en los h uesos de animales, 19 porque son elementos comunes tan­
to al presente como al pasado. Hemos demostrado que en los yacimientos los
esqueletos de animales han siclo modificados y distribuidos ele acuerdo a princi­
pios particulares ; que en última instancia fueron determinados por las activida­
des básicas que también se llevaron a cabo en otros lugares del entorno , tal
como he demostrado en este capítulo. En el próximo capítulo pretendo seguir
otras líneas ele investigación que podrán ayudar a la arqueología a diagnosticar
(con otro tipo de datos tales como los conjuntos líticos) la variabilidad causada
por diferencias en el uso de los emplazamientos, tal como queda reflejado en
este capítulo. Este nuevo tipo de investigación se centra en el estudio de la es­
tructura del yacimiento.
7. LA GENTE E N S U ESPACIO

LA ESTRUCTURA DEL YACIMIENTO: UN DESAFÍO A LA INTERPRETACIÓN


ARQUEOLÓGICA

Tal como ya vimos en los tres primeros capítulos, uno de los Grandes Inte­
rrogantes que los arqueólogos intentan normalmente dilucidar es la forma en
que el hombre primitivo organizaba su espacio de vida; es decir, conocer la ubi­
cación y relación espacial de actividades tales como dormir, comer, conseguir
alimentos, elaborar útiles, etc. Queremos saber hasta qué punto el hombre pri­
mitivo hizo un uso adecuado y especializado del espacio. Por ejemplo, una vez
iniciado el empleo regular de útiles, ¿organizaron nuestros antepasados su uso
del espacio de manera que siempre tuvieran a mano los útiles necesarios o, sim­
plemente, se limitaban a fabricarlos y abandonarlos en el lugar de su utiliza­
ción? ¿Compartían el alimento según la tendencia observada en el hombre mo­
derno? En otras palabras, el estudio del uso del espacio en el pasado plantea
una pregunta fundamental: ¿cómo estaban organizadas las actividades humanas
en los diferentes lugares?
Vimos en el capítulo anterior cómo algunos cazadores-recolectores moder­
nos se desplazan por un cierto número de lugares llevando a cabo en cada uno
de ellos diferentes tipos de actividades. Si el arqueólogo, tal como intenté enfa­
tizar entonces, quiere comprender la dinámica de los sistemas que se produjeron
en el pasado, debe ser capaz de diagnosticar la naturaleza y organización de las
tareas realizadas en cada yacimiento. Asimismo, si queremos resolver el «pro­
blema musteriense» debemos estar en condiciones de reconstruir por lo menos
algunas de las actividades que fueron realizadas en sus yacimientos, actuando
en función de los datos y dejando al margen la formación de los conjuntos líti­
cos, ya que nuestro objetivo consiste en averiguar si la composición de los con­
juntos de útiles de piedra varía de fo rma regular ante hechos que pudieron ocu­
rrir en el pasado. Más concretamente, los arqueólogos quieren interpretar, en
lo que respecta a las condiciones de vida prehistóricas, hechos tales como las
distintas frecuencias de los útiles, sus diferencias de distribución con respecto a
los restos de animales o la relación existente entre ciertos tipos de restos, pro­
cedentes de la elaboración de útiles de piedra, y los mismos útiles.
El estudio de la estructura del yacimiento, es decir, la distribución espacial
de artefactos, restos y fauna en los yacimientos arqueológicos, fue uno de los
retos que me propuse conseguir cuando inicié la investigación etnoarqueológi­
ca. 1 Mis experiencias etnográficas me hicieron ver que, generalmente, existen
LA GENTE EN SU ESPACIO 155

grupos de variables que , según los casos, determinan en gran medida la forma
de organizar el comportamiento en los distintos lugares. Por ejemplo, en los
campamentos de caza el relativo éxito de una partida influye de manera sustan­
cial sobre los modelos de consumo de alimentos,2 sobre las actividades realiza­
das y, a menudo, incluso sobre la duración de ocupación del campamento . Por
otra parte, en los campamentos de residencia estas situaciones de dependencia
son difícilmente evidentes y, en caso de que existan , reflejan drásticas medidas
de fuerza que conllevan estrategias de emergencia nunca vistas en campamentos
de caza.3 En resumen, observé que los distintos modelos de variabilidad en los
conjuntos podían relacionarse con tipos de yacimientos funcionalmente diferen­
tes. Sin embargo ; y pese a estas diversidades funcionales, parece que también
existe una serie de rasgos que subyacen permanentemente y que son caracterís­
ticos de la organización espacial interna de la vida de un yacimiento. Por todo
ello, mientras investigaba el problema de la variabilidad en la asociación de la
fauna, aproveché cualquier oportunidad que se me presentó para documentar
el modelo espacial de los hallazgos en yacimientos de los que se conoce su fun­
ción, duración de la ocupación, época de uso, etc. ; realicé esta tarea con la es­
peranza de reconstruir una «colección» de materiales que podría , quizá, servir
de base para el desarrollo de los criterios que me permitieran reconocer los fac­
tores que condicionan l a organización espacial de las actividades llevadas a cabo
en los yacimientos, al margen de su función.
Uno de los elementos comunes a todos los yacimientos, tanto del presente
como del pasado , es el tamaño físico y la estructura de los hombres que los
utilizaron. ¿Acaso este hecho simple representa la clave para interpretar la es­
tructura del yacimiento? Si a partir de ejemplos etnográficos se pudiera demos­
trar que ciertos tipos de modelos espaciales son el resultado de simples mecanis­
mos del cuerpo humano, dispondríamos de una base para hacer inferencias
acerca del pasado , por lo menos a partir del momento en que nuestros antepa­
sados tuvieron un cuerpo similar al nuestro. La relación entre el cuerpo humano
y los modelos espaciales actuaría como un «objeto eterno» (por usar el término
de Whitehead),4 ya que ésta ha sido constante, tanto en el pasado como en el
presente.
Así como el esqueleto proporciona el armazón del cuerpo (en torno al cual
se disponen los músculos y órganos) , también la ordenación de los elementos
auxiliares de un yacimiento conformará el esqueleto alrededor del cual se orga­
nizan las actividades; el número de personas y efectos depende, así, de esos
elementos existentes en el yacimiento. Philip Wagner los ha definido de la si­
guiente manera:
. . . contenedores, tales como cestas, vasijas, cajas, edificios, . . . instalaciones,
en la forma de caminos y plataformas y barreras, como pueden ser las vallas,
...

diques, muros . . . estos elementos representan un rcacondicionamiento o aumento


de las características del medio ambiente . . . controlan o previenen las acciones de
los materiales sólidos, líquidos o gaseosos, y también las de los seres animados.5

La «morfología del esqueleto» de un yacimiento - o lo que yo denomino orga­


nización del yacimiento- no es más que la distribución de tales elementos. Des­
de una perspectiva arqueológica, los consideramos como rasgos, y las áreas de
156 EN BUSCA DEL PASADO

/'i
PLANTA ESQUEMÁTICA

Casa de la
construcción
Correa del
perro
3
;
4
Vertedero de astillas
de hueso
2

Pequeño
bastidor
o / \
¿Y'
,•
• '

. ..
...-
..... ª'
.. . .
� B ""

c::J Restos alimentarios


de huesos

Ei:!l Astillas de hueso

� Hogar

.... Piedras

,,...
� .. Madera

YACIMIENTO PALANGANA; ÁREA CASA N.0 1


LAGO TULUGAK, ALASKA
............
. ....
. �
.
metros

80. Planta esquemática del yacimiento de Palangana, un asentamiento esquimal nunamiut de


invierno. (Su localización exacta aparece en las figuras 53 y 66.) Seguramente existía también
un bastidor para secar la carne, aunque éste no fue localizado. La estructura de tamaño redu­
cido anotada como «casa ele la construcción» fue edificada para que la ocuparan los hombres
mientras construían la casa de invierno y no fue utilizada una vez ésta estuvo acabada. Para
una descripción del yacimiento, véase I3inforcl ( 1978 a, pp. 431-449).

uso y los caminos de circulación como modelos de ítems y/o agrupaciones espa­
ciales de artefactos . Estoy convencido de que los rasgos definitorios del carácter
de las actividades, la organización del trabajo empleado en su ejecución y el uso
previsto de un lugar, en relación al sistema global de subsistencia del asenta­
miento, están codificados en la organización de la estructura del yacimiento.
Debemos conocer, por una parte, los factores que condicionan la manera en
que la gente se instala, dispone y usa un lugar, mientras que , por la otra, ad­
quiere gran importancia la forma en que un grupo mantiene un yacimiento .
La mejor manera de ilustrar estas observaciones generales es mediante el
ejemplo. En un típico asentamiento esquimal de invierno (fig. 80) existe una
organización situacional característica, formada por diversos elementos auxilia­
res básicos que incluyen una casa, un bastidor para la carne, correas de perro
y hogares al aire libre. Distribuidas alrededor ele estos objetos, o entre ellos, se
LA GENTE EN SU ESPACJO 157

encuentran diversas áreas de actividades especializadas, las cuales pueden in­


cluir un basurero familiar, un montón de astillas de hueso, un cercado para los
perros, un área de trabajo, una pila de troncos asociada a una zona de talla de
la piedra, un espacio destinado al juego de los niños y, finalmente, una serie
de áreas dedicadas a los restos desechados por los hombres. Tales áreas no
constituyen un elemento auxiliar per se, sino que se trata de lugares donde se
llevan a cabo funciones concretas, apropiadas para las necesidades de vida de
la unidad social allí presente. Las superficies de tierra sobre las que se realizan
regularmente ciertas actividades quizá no ofrecían el aspecto actual, ya que han
sufrido modificaciones (al margen de sí fueron limpiadas o no). Desde ei punto
de vista arqueológico, no deben considerarse como alteraciones del relieve , ni
tampoco como una simple disposición de materiales -naturales o manufactura­
dos- (una casa o un hogar, por ejemplo), sino que debemos observar en ellas
los rastros arqueológicos que nos indiquen las funciones allí realizadas en base
a las disposiciones espaciales de los ítems, tanto útiles como desechos, que fue­
ron producidos en el área de forma accidental o bien colocados intencionada­
mente. Los caminos y avenidas de acceso, tanto para las personas como para
los materiales, están incluidos en la estructura de los elementos auxiliares y de
las áreas de uso.
Desde una perspectiva arqueológica, lo más apropiado es, una vez obtenido
el perfil general, proceder de forma analítica y descriptiva con el fin de intentar
definir la organización situacional en función de sus rasgos y, posteriormente,
estudiar las relaciones existentes entre esta organización interna y la dispersión
de los ítems. Por desgracia , en la realidad los restos arqueológicos difícilmente
ofrecen una situación tan ideal. Es corriente que en muchos yacimientos ar­
queológicos , si no en todos, los elementos auxiliares no aparecen en un estado
de conservación similar y ello dificulta la forma de proceder propuesta. Un ho­
gar puede, por ejemplo, ser reconocido , pero la presencia de una casa a su al­
rededor es probable que no quede señalada por agujeros de poste o por otros
detalles estructurales.
Carecemos, en Ja actualidad, de los métodos adecuados para llevar a térmi­
no esta tarea. Leroi-Gourhan ,6 por ejemplo, adelantó un modelo de estructura
situacional mediante el cual pretendía inferir la presencia de una casa a partir
de la dispersión ele los ítems (fig. 81). Su inferencia no sólo es sospechosa por
cuanto escoge la agrupación de ítems después de asumir la existencia ele una
casa,7 sino que, a tenor ele mis experiencias etnográficas, considero que sus su­
gerencias no son nada convincentes. Los arqueólogos necesitan disponer de cri­
terios que les permitan distinguir los modelos que puedan aparecer en ausencia
de la casa, o en yacimientos donde los tipos de indicios de residencia no están
presentes.
Si adoptamos el punto ele vista de los procesos de formación, vemos que
estos yacimientos están organizados en módulos del tipo ya descrito en el capí­
tulo 6. En el caso del yacimiento esquimal se puede hablar con bastante propie­
dad de los hogares dispuestos para cocinar al aire libre, del cercado para el pe­
rro, del área de juego , etc. Hace ya tiempo denominé a tales módulos áreas de
actividad. En la literatura especializada se observa una considerable confusión
respecto a éste y a otros conceptos relacionados con él, debido, al menos en
158 EN BUSCA DEL PASADO

· · ····

\ · · · . . ..
�A� �.� o E F G

. . ..

81. �".1odelo de lugar de residenda ·según Leroi-Gourhan. :¡;,¡ hogar (zona A) está situado a ia
entrada de la casa o estructura y se considera el centro de las actividades organizadas del ya­
cimiento. Dicho hogar marca la división entre el espacio interior y el exterior de nna estructu­
ra. El interior se concibe como el área de uso doméstico y puede estar subdividido en dos
zonas. En la zona B 1 las personas se sientan alrededor del fuego y llevan a cabo diversas acti­
vidades y actos sociales; es de suponer que la mantienen razonablemente limpia, ya que se
trata de un lugar donde se llevan a cabo las actividades más delicadas. Leroi-Gourhan describe
la zona B 1 como el área donde los arqueólogos encontrarán pequeños útiles y ocre. La segunda
área del interior de la estructura la denomina zona C, el área dormitorio, donde es de suponer
que se encuentren pocos artefactos o desechos. En torno al hogar, pero ya en el exterior de
la estructura, existe otro espacio doméstico, zona B2, donde se considera que se realizan las
actividades más toscas, que producirán una gran cantidad de desechos. Dichos desechos pue­
den consistir en los restos del trabajo de la piedra, asta de venado o hueso, y también se po­
drán hallar en esta zona B2 piedras usadas para cocinar. Más allá existe una serie de círculos
concéntricos, zonas D, E, F y G, que son concebidas como: D , zona de vertedero concentrado
y disposición repetitiva; E, zona de vertedero disperso; F, espacio ele vertedero escaso, y G ,
espacio con hallazgos aislados. En este modelo e s ele esperar q u e s e observe u n a gran diferen­
cia en la clensiclacl de restos existentes a ambos lados del hogar: la mayor clensiclacl correspon­
derá al área situada fuera de la casa, y la menor, al lacio opuesto. Este es un buen ejemplo
ele cómo un modelo ele formación puede utilizarse para justificar una serie de convenciones
ideadas para interpretar los restos arqueológicos. (Reproducción, autorizada, del original apa­
recido en Leroi-Gourhan y Brézillon, 1972, fig. 174, p. 254.)

parte, a la imposibilidad de distinguir las diferencias que existen entre las pecu­
liaridades de un sistema cultural vivo y los modelos de los restos arqueológicos
(confusión que fue acertadamente anticipada hace ya algunos años por Schiffer
y Rathje).8 Pero antes de proseguir, debo explicar con claridad el significado
exacto de conceptos tales como «actividad», «equipo de herramientas» y «áreas
de actividad». Un equipo de herramientas es el conjunto de útiles empleados en
la consecución de una tarea. Una actividad es una serie de tareas integradas
que se ejecutan generalmente en una secuencia temporal y de manera ininte­
rrumpida. Es sabido que tareas idénticas pueden formar parte de actividades
distintas: por ejemplo, la tarea de cortar carne puede incluirse en las actividades
de descuartizamiento y preparación de la carne para su cocción y consumo, etc.
Las áreas de actividad son lugares o superficies donde tienen lugar actividades
tecnológicas, sociales o rituales. Es fácil imaginar actividades que requieren el
empleo de diversos equipos de herramientas y, a la inversa, diferentes activida­
des que reúnen uno o más equipos de herramientas idénticos. Fue precisamente
el hecho de suponer que este tipo de mezcla de componentes estaría presente
LA GENTE EN SU ESPACIO 159

en el registro arqueológico lo que me impulsó hace ya algunos años a defender


el empleo de técnicas estadísticas multivariadas para el análisis de la variabilidad
entre conjuntos.9
Volviendo al punto de vista espacial, es conveniente anticipar que las áreas
ubicadas dentro de los yacimientos pueden ser igualmente complejas: en algu­
nos casos, se tratará de lugares utilizados para fines diversos , mientras que en
otros advertimos la realización de actividades o tareas exclusivas. Ello nos lleva
a la conclusión de que no existe necesariamente una correspondencia exacta en­
tre un lugar y un equipo de herramientas, o incluso entre un espacio y una sim­
ple actividad. Pero no debe inferirse a partir de estas afirmaciones que la ubica­
ción de los artefactos carece de estructura y, por tanto, que no proporciona in­
formación acerca del carácter del sistema cultural del pasado, sino todo lo con­
trario: el reto de interpretar la estructura situacional no difiere del desafío que
plantea la arqueología en general. ¿Cómo dar el sentido exacto a los modelos
que observamos? 10
Iniciaré, en primer lugar, la búsqueda de métodos apropiados a través del
estudio de la composición actual de los modelos existentes en la estructura situa­
cional, mientras que dedicaré el resto del capítulo a comentar algunas de las
observaciones más sugerentes que he realizado sobre los pueblos actuales. Por
tal razón, centraré mis análisis en los módulos espaciales que subyacen en Ja
estructura ele la ubicación y disposición ele las actividades (áreas de actividad) y
en las asociaciones ele ítems (equipo de herramientas) , fácilmente detectables
por los arqueólogos mediante el estudio ele reconocimiento ele los modelos ele
la estructura situacional.

EL TRABAJO ALREDEDOR DE UN HOGAR

Cuando los individuos realizan un trabajo que requiere el uso ele un hogar
tienden a desempeñar su tarea de acuerdo con un modelo e�pacial que parece
ser universal. Por ejemplo, una mujer bosquimana !Kung que vive en Botswana

82. Joven bosquimano utilizan­


do un perforador de arco en un
campamento ubicado en Gaut­
sha Pan. Obsérvese que no se
halla sentado directamente fren­
te al fuego sino a un lado. El ho­
gar se halla a poca distancia de
un cobertizo en cuyo interior es
visible nn lecho. Cerca del fue­
go, al otro lado del individuo
sentado, se halla otro yunque.
(Foto tomada en 1975 por J.
Kramer, cedida por el South
African Museum, Ciudad de El
Cabo.)
160 EN BUSCA DEL PASADO

tritura las cortezas del mongongo sobre un yunque emplazado aproximadamen­


te a l m del hogar donde serán tostados (fig. 82). Para realizar esta tarea no
se sitúa directamente frente al fuego , sino que permanece sentada lateralmente ,
ya que si adoptara una posición frontal carecería del espacio suficiente para tra­
bajar y, evidentemente, le resultaría difícil remover las brasas . Nos encontramos
ante el modelo típico de una persona que trabaja alrededor del fuego : el opera­
rio se sienta de manera que su cuerpo forme un ángulo recto respecto al fuego
y se coloca a una distancia de 1 m. Un aborigen del Desierto Central de Austra­
lia también se sienta en posición ladeada respecto al fuego cuando calienta, en
las brasas, la resina que empleará para enmangar un útil de piedra en su puño
de madera (fig. 83) . La misma postura se observa, asimismo, cuando una mujer
navaj o prepara los alimentos en un hogar situado al aire iibre (fig. 84). Este

modelo ha sido registrado por los antropólogos en numerosos trabajos etnográ­


ficos y yo, personalmente, he tenido ocasión de identificarlo con frecuencia al
examinar antiguas fotografías etnográficas.
Una vez constatado un modelo básico de actividad en torno a un hogar es
importante resaltar una serie de detalles adicionales asociados o de diferencias
importantes que pueden ser significativos. En el interior de las casas se suele

83. Hombre aborigen alya­


wara del centro de Australia
preparando resina de spini­
fex utilizada para enmangar
útiles de piedra. Para reali­
zar su trabajo se sienta frente
al hogar.

84. Mujer navajo del Sud­


oeste de Estados U nidos pre­
parando alimentos en un ho­
gar al aire libre. Obsérvese
la ubicación del hogar en re­
lación a la mujer y a sus arte­
factos. (Foto cedida por Su­
san Kent.)
LA GENTE EN SU ESPACIO 161

YACIMIENTO DE CLEAN LADY, ARROYO DE KONGUMUVUK, ALASKA


Escala en metros

L.R. Binford

85. Mapa del yacimiento Clean Lady, próximo al arroyo Kongumuvuk, Paso Anaktuvuk,
A!aska. Puede observarse la disposición de lajas en forma de arco conformando una platafor­
ma adyacente al hogar, D , situado en el interior de la casa moss. Este modelo es típico de las
situaciones en que un individuo utiliza habitualmente un lugar concreto en torno al hogar.
Obsérvese también el grado de limpieza del área interior delimitada por la plataforma. Exis­
ten, además, un hogar exterior, A, un pequeño vertedero de puerta, a la dercchu de la entrada
de la casa, y un enorme basurero de huesos, a la izquierda.

86. Grupo familiar de bos­


quimanos !Kung preparando
las cortezas mongongo. Ob­
sérvese la disposición circu­
lar del grupo; los individuos
aparecen sentados a cierta
distancia del hogar situado
en primer término. (Foto ce­
dida por Patricia Draper.)

l l . - BINFORD
162 EN BUSCA DEL PASADO

87. Restos procet!entes t!e


la elaboración t!e útiles t!e
piet!ra. Esta actividad se rea­
lizó en el campamento de
hombres del yacimiento de
Bendaijerum, situado en el
centro de Australia, ocupado
por los aiyawara.

colocar cierto número de piedras junto al hogar, que son utilizadas como peque­
ñas mesas destinadas a cortar la carne, preparar el alimento o depositar reci­
pientes contenedores (fig. 85) . Pero el modelo observado difiere ostensiblemen­
te si se trata de todo un grupo de individuos, que trabajan alrededor de un ho­
gar, o bien tan sólo de un único operario , que se sienta en solitario junto al
modelo. Con el fin de que todos los individuos dispongan del espacio necesario
para trabajar, cada uno de ellos se sitúa a cierta distancia del fuego, de manera
que los restos resultantes de su actividad aparecerán formando un círculo alre­
dedor de éste (fig. 86) , en una disposición que difiere de la distribución perpen­
dicular de restos propia del trabajo de un solo individuo.
Otra observación importante acerca de la estructura situacional nos la ilustra
la manufactura de útiles de piedra (fig. 87) llevada a cabo por los aborígenes
alywara, en Australia. 1 1 En una ocasión tuve la oportunidad de ver a un hombre
sentado que bacía saltar lascas de un núcleo. La ubicación de los pequeños frag­
mentos resultantes del impacto de los golpes me indicaría posteriormente el lu­
gar donde aquél se había sentado , ya que estos pequeños fragmentos cayeron
entre sus piernas y permanecieron intactos en el lugar. Las lascas, sin embargo,
habían sido dispuestas cuidadosamente formando un arco frente a él , y la forma
y tamaño de dicho arco venían determinados por la longitud del brazo del indi­
viduo. Un modelo similar fue también observado en una parte del mundo to-

88. Disposición circular clá­


sica alrededor de un hogar
observada por los bosquima­
nos nharo en Ganzi, Botswa­
na, 1969. (Foto de H. Stcyn
cedida por el South African
Museum, Ciudad de El
Cabo. )
LA GENTE EN SU ESPACIO 163

Parte delantera
del área toss

Hogar

(�
1 1

1 1
1 "'-- \1

Parte trasera
de !a zona toss
J
89. Modelo de zonas drop
y toss en base al comporta­
miento observado en el yaci­ MODELO DE HOGAR EXTERIOR DE "HOMBRES"
Escal'-1 en metros
miento Mask, situado en e l
=-
Paso Anaktuvuk, Alaska. 1 o 5
(Véase Binford, 1978 b . ) L.H Binford

talmente opuesta (el Norte de Alaska) , lugar donde tuve la ocasión de contem­
plar a algunos esquimales ancianos que trabajaban la piedra.
Los modelos espaciales de trabajadores sentados en torno a un hogar se
complican frecuentemente ante la presencia de más de un individuo y ello obe­
dece al hecho de que acciones similares y paralelas realizadas por distintos indi­
viduos, así como sus diferentes gestos, generan distribuciones superpuestas. La
figura 88 nos muestra claramente la disposición clásica de un hogar central y
una serie de individuos sentados a su alrededor. Creo que el lector podrá apre­
ciar la compleja naturaleza de los modelos espaciales que generan los ítems de­
jados por un grupo de personas sentadas. Este tipo de distribución ha sido con­
vertida en un modelo ideal (fig. 89), y para ello nos hemos basado en las obser­
vaciones hechas en un yacimiento esquimal donde un grupo acostumbraba a
sentarse alrededor del fuego formando un círculo. Los restos desechados con­
formaban un redondel de pequeños ítems ubicado en torno al hogar; sin embar­
go, la disposición de los ítems grandes era distinta, ya que estos objetos habían
sido arrojados por los individuos hacia atrás de sus espaldas, lejos del área don­
de permanecían sentados .
Permítanme que ilustre este modelo general d e u n grupo sentado alrededor
del fuego haciendo referencia a un caso concreto registrado entre los nunamiut,
en un campamento de caza donde los hombres realizaban las tareas de extrac­
ción del tuétano de los huesos de caribú. Si observamos la distribución espacial
de las pequeñas astillas, resultantes de la fractura del hueso para extraer el tué-
164 EN BUSCA DEL PASADO

Yunque
Hogar para cocinar
y calentar

Zona
drop

Pequeño vertedero de huesos


procedentes de la elaboración
del caldo

OBSERVAC I O N ES BE HAVIORÍSTICAS
HOGARES A Y B, YAC I M I ENTO DE MATANZA D E ANAKTIQTA U K
Escala e n metros

L.R. Binford

90. Comportamiento observado en torno a los hogares A y B, en el yacimiento de matanza y


descuartizamiento de Anaktiqtauk, situado en el Paso Anaktuvuk, Alaska. (En la figura 53 apa­
rece su localización exacta.) Dos hombres (n.º' 2 y 3) sentados frente al hogar B , rompen
huesos de caribú y comen el tuétano. Las astillas resultantes de romper los huesos quedan
esparcidas a su alrededor, en la zona drop. Los huesos grandes son dejados a un lado o arro­
jados detrás, en la zona toss. Llega el individuo n.º 1 y sugiere hacer un caldo con las colas
de caribú que trae consigo y algunos de los huesos dejados una vez extraído el tuétano. Para
ello enciende un fuego en un segundo hogar, A, y coloca una lata de café encima del fuego
para que hierva el calcio (véase la figura 72). El individuo n.º 1 vigila el fuego y el hervor del
caldo hasta que considera que ya está a punto. Entonces lo vierte en tazas y los huesos emplea­
dos para hacer el caldo son depositados al otro lado del hogar A. La preparación del caldo la
ha realizado el individuo n.º 1 de pie. Una vez consumido el caldo, dicho individuo recoge
numerosos fragmentos óseos abandonados tras la extracción del tuétano y prepara con ellos
otro calcio. Una vez servido este segundo caldo, los huesos hervidos son depositados detrás
del lugar donde está sentado el individuo n.º l .

tano, vemos que éstas se concentran alrededor del hogar en un lugar que deno­
minamos zona drop. 1 2 Estas minúsculas astillas de hueso son análogas a los pe­
queños fragmentos que se originan durante la reducción ele los núcleos de pie­
dra (fig. 87) y, como ocurrió con los restos líticos, tampoco fueron tocados por
LA GENTE EN SU ESPACIO 165

los esquimales; es decir, fueron abandonados in situ, en el mismo lugar donde


se produjo la extracción del tuétano. Por otro lado, la distribución espacial de
los fragmentos de hueso grandes - en la zona toss- 1 3 es diferente, ya que éstos
fueron arrojados o colocados detrás de los individuos, en un área despejada,
una vez que el tuétano había sido extraído. El hecho de arrojar a un lado los
Jtems de gran tamaño es descrito por los esquimales como un tipo de «manteni­
miento preventivo» del área donde se sientan. Cuando pregunté la razón de es­
tas distintas maneras de distribuir los huesos, me dijeron «¿quién quiere sentar­
se sobre un hueso grande'?».
La presencia de diversos individuos que realizan tareas diferentes en torno
a un hogar puede contribuir a la variabilidad, tanto del contenido como de Ja
forma, de las distribuciones de los huesos. En la situación que nos muestra la
figura 90, el individuo n.º 1 se dedica a hervir fragmentos de hueso para elabo­
rar una especie de caldo, actividad que se realiza en un hogar distinto (aunque
ello no se considere siempre necesario) . Un hecho destacable es que dicho indi­
viduo, tras verter el caldo en unos tazones adecuados para que tanto él como
los demás miembros del grupo puedan ingerirlo, procede a vaciar el contenido
del recipiente utilizado para hervir los huesos al otro lado del fuego o lo tira
directamente a su izquierda; en la figura 90, estas áreas son denominadas «pe­
queños vertederos». Esta acción - la colocación de una masa de restos agrupa-

9 1 . Actividades desarrolladas en el yacimiento Mask, Paso Anaktuvuk, A!aska, en una tarde


de primavera.

1
YAC I M I ENTO MASK
N117 Localización de las actividades
desarrolladas la tarde del 5 de junio

Piel de caribú
4----
para dormir
N116

N115

N114

N113

Hogar
encendido

N112

Escala en metros
N111 o 1
F\tªa"'a0rl'mWMM'MW

E112 E113 E114 E115 E116 E117 E118 E119 E120


166 EN BUSCA DEL PASADO

NOTA: Distribución de los huesos según


Leroi-Gourhan y Brézillon (1966, fig. 59).

92. Modelo de zona toss,


de unos hombres sentados
alrededor de un hogar exte­
rior, superpuesto a la distri­
DISTRIBUCIÓN DE HUESOS
EN EL MODELO DE HOGAR EXTERIOR DE "HOMBRES" bución de los artefactos de
hueso del yacimiento de Pin­
PINCEVENT N.º 1 cevent Uno. (Basado en los
Escala en metros datos arqueológicos apareci­
dos en Leroi-Gourhan y Bré­
zillon, 1966, fig. 59, p. 335.)

dos- forma, obviamente, una concentración homogénea de ítems, a diferencia


de lo que ocurría con los ítems sobre los que hemos estado hablando hasta aho­
ra. Estas distribuciones localizadas rompen y alteran el modelo de ítems dese­
chados y arrojados que se han ido acumulando simultáneamente. En los días
sigui·e ntes, cuando había más hombres en el yacimiento, se construyó un tercer
hogar en el lugar indicado en la figura 90. La existencia previa del pequeño
montón de huesos detrás del individuo n.0 1 actuaba como una especie de
«imán» concentrándose a su alrededor otros desechos, de manera que la mayo­
ría de los ítems arrojados por los hombres que se hallaban sentados en torno
del último hogar fueron a engrosar el montón anterior, todavía visible.
Estos ejemplos han ilustrado tres modelos distintos de disposición de restos:
primero, abandonar ítems in situ; segundo, arrojar ítems de forma individualiza­
da, y tercero , arrojar un conj unto de ítems en masa. En el primer caso, los ítems
tienden a permanecer en el área inmediata al lugar donde fueron elaborados o
LA GENTE EN SU ESPACIO 167

Zona, to�;
extenor ,1

Individuo en
la zona toss

Area que no se
"explica"
.'<e-�--"="'"'--+---\ por I?

93. Modelo de formación


de los hogares de Pinccvent
Uno. Debido a un cambio en 3.ª distribución
la dirección del viento (sim­
bolizado por las flechas in­
termitentes) , los ocupantes
se trasladaron de un hogar a
otro, situado en las inmedia­
ciones. Este uso del espacio
extensivo no es característico
en lugares que presentan un DESARROLLO DEL MODELO DE FORMACIÓN
DISTRIBUCIÓN DE ÚTILES
espacio limitado, como es el
caso de una casa o abrigo. P I NCEVENT N.º 1
(Los datos arqueológicos
Escala en metros
provienen de Leroi-Gourhan
y B rézillon, 1966, fig. 56, p.
331 . ) L. R. Binford

trabajados, pero los ítems grandes o los conjuntos de ítems pequeños son arro­
jados a la periferia de las áreas de trabajo donde fueron usados.

HOGARES EXTERIORES E INTERIORES

La distribución de restos alrededor de un hogar nos permite determinar, en­


tre otras cosas, si la actividad en cuestión tuvo lugar dentro o fuera de una casa.
Por ejemplo, durante un largo período de tiempo pude documentar la forma de
utilización del espacio, por parte de los esquimales nunamiut, en un campamen­
to de caza (el yacimiento Mask). En el plano del yacimiento (fig. 91) se obser­
van los modelos de actividad llevados a cabo en un momento dado: un hombre
duerme sobre una piel de caribú, otro aparece sentado a un lado fabricando
útiles, un tercero permanece a la espera del caribú; al igual que ocurriera con
168 EN BUSCA DEL PASADO

el ejemplo anterior, la mayoría de ellos están sentados alrededor del fuego, con­
versando. Presumiblemente, los hombres sentados en semicírculo alrededor del
fuego han arrojados los restos de su comida en el área situada en torno al mis­
mo, donde el humo era muy denso debido a la dirección del viento, o bien por
encima de sus hombros, creando por tanto una zona toss característica del mo­
delo espacial .
Esta especie de vertederos y zonas toss no se darían dentro de una casa, por­
que difícilmente la gente arroja los materiales ele desecho contra las paredes ele
su vivienda. Dicho de otra manera, las prácticas ele mantenimiento empleadas
en espacios ubicados en el interior ele una casa y que sufrieron un uso intensivo
tienden a ser bastante diferentes ele las observadas en contextos exteriores. Una
consecuencia de este comportamiento es que ios hogares interiores y exteriores
difieren respecto a la distribución de las cenizas y de otros restos procedentes
del hogar. He observado que los hogares usados para cocinar, ubicados en el
interior de las casas, acostumbran a estar rodeados de piedras con el fin de im­
pedir que arda el piso ele la habitación (las pieles o esteras). Las piedras que
delimitan el hogar impiden, a su vez, que las cenizas se dispersen por las áreas
próximas al hogar en las que se realizan ciertas tareas. Por otro lado , los hoga­
res exteriores no suelen estar rodeados de piedras y, cuando se guisan plantas
o animales, la constante búsqueda entre las brasas de los alimentos asados pro­
voca que las cenizas y las piedras cuarteadas por el fuego se dispersen; el resul­
tado es que, a la larga, toda la zona situada alrededor del fuego aparece enne­
grecida por las cenizas, carbones y otros restos del hogar. En la figura 94, por
ejemplo, aparece una mujer bosquimana masarwa esparciendo las cenizas para
poder recuperar las nueces. Como los fuegos se encienden una y otra vez en la
misma área general y esta zona ennegrecida aumenta, el centro del fuego tiende
a extenderse. Estas características distintivas de los graneles hogares sólo se clan
en áreas fuera de las casas, donde el espacio es menos reducido y las actividades
pueden tener un carácter más amplio.

94. Mujer bosquimana masarwa


escudriñando entre las cenizas de
un fuego con el fin de recuperar
las nueces tostadas. Obsérvese la
disposición del martillo, el yunque
y las nueces, utilizados con ante­
rioridad por un individuo, en posi­
ción sedente (véase la figura 82).
(Foto cedida por el National Cul­
tural History Museum, Pretoria.)
LA GENTE EN SU ESPACIO 169

95. Reconstrucción realizada por


Leroi-Gourhan de los tres hogares
de Pincevent Uno. (Reproducción,
autorizada, del original aparecido en
Leroi-Gourhan y Brézillon, 1966,
fig. 78, p. 363.)

Nuestros conocimientos sobre el significado de la distribución de los desper­


dicios nos ayudarán a interpretar el comportamiento de los habitantes del yaci­
miento del Paleolítico francés, Pincevent (figs. 92 y 93) , de hace aproximada­
mente unos 15 .000 años. 14 Si uno toma el modelo de los actuales esquimales del
yacimiento de Mask, que contempla a los hombres sentados alrededor de un
fuego, procede a reajustar la escala y, acto seguido, lo aplica directamente sobre
la distribución de restos procedentes de la manufactura de útiles de piedra halla­
dos en este yacimiento arqueológico, observará de inmediato que ambos coinci­
den exactamente. El excavador de Pincevent, Leroi-Gourhan, interpretó el mo­
delo de los restos arqueológicos hallados en este yacimiento como evidencia de
la existencia ele una casa, pero tengo mis dudas de que esté en lo cierto: tal
como hemos visto en el registro etnográfico, la distribución en forma de anillo
del material de desecho es típica ele las actividades realizadas al aire libre.
La evidencia adicional que proporciona la investigación etnoarqueológica
apoya mi interpretación sobre Pincevent. Cuando la gente está sentada en el
exterior, sin protección de ningún tipo, acostumbra a cambiar ele lugar con fre-
170 EN BUSCA DEL PASADO

.Hogar
�11',,�,,.,

�;.::'"'"")
Campamento de hombres ngatatjara
Según dibujo de Gould ( 1977, fig. 22)
ABORÍGENES AUSTRALIANOS

Lechos de
de árbol

Campamento mrabri n. 0 4: 12 adultos


CAZADORES-RECOLECTORES DEL NORTE DE TAILANDIA
Escala en metros

10
L.R. Binford

96. Distintas disposiciones para dormir documentadas entre los aborígenes australianos y los
mrabri del Norte de Tailandia (véase la figura 1 ) . Obsérvese la repetición del modelo de lechos
y hogares alternados. (Basado en Gould, 1977, fig. 22; Velder, 1963, fig. 2.)

cuencia según la dirección del viento. Por ejemplo, en el caso de un área llana
(donde la gente gusta de sentarse) los hogares se situarán a tenor de las carac­
terísticas allí observadas; sin embargo, si la dirección del viento varía de manera
que el humo les molesta no abandonarán su emplazamiento preferido, sino que
tan sólo se desplazarán ligeramente y construirán otro fuego. De esta manera,
no tienen que trasladar todos sus utensilios al otro lado del fuego original, ni
tampoco deberán sentarse en el lugar donde previamente habían arrojado sus
desperdicios. Cuando uno no se ve limitado por la presencia de una casa o de
un refugio temporal, es más fácil construir otro hogar que adaptarse a la situa­
ción existente. La dirección del viento no afecta a la orientación de los restos
de un hogar situado en el interior de una casa y, por tanto, la rotación de hoga­
res sólo se dará cuando éstos estén instalados al aire libre.
LA GENTE EN SU ESPACIO 171

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1 J K
L. R. Binford

97. Modelo de áreas dormitorio: un diagrama generalizado de la disposición y tamaño de las


áreas dormitorio basado en las observaciones realizadas entre un gran número de sociedades
de cazadores-recolectores.

La distribución de los restos en relación a los tres hogares de Pincevent (figs.


92 y 93) sugiere que solamente una persona dominaba el uso de dos fuegos. Lo
que posiblemente ocurrió en este caso es que el viento cambió de dirección y
los hombres que se encontraban sentados en torno al fuego procedieron tan sólo
a desplazarse 180º y construyeron otro hogar para evitar el humo. Debido a
que el viento sólo afecta a los hogares instalados al aire libre , la reconstrucción
de una tienda de pieles que cubriría los tres hogares (fig. 95) , hecha por Leroi­
Gourhan, is carece de fundamento, cuando menos en los términos de nuestra
·
nueva manera de entender la estructura situacional que se deriva de la investi­
gación etnoarqueológica.
172 EN BUSCA DEL PASADO

Hogar
Restos líticos

�Límite de la
xcavación
...
-- -
- ---- - - - - - - - - - ---------- - - - - - - - - - - - - - - - -- - - - - - -- - - - _ _ _ _ _1

Perigordiense VI piso {h. 23.000 b.p.) Nivel 3

·--·-·- - -·- -·
_LJ
-
:'-- - -
Mampara contra
el viento
___ -
- \
-,
<>

_ _ _ _ _ _ _ __ ___,/ '
Modelo 1 Modelo JI

Auriñaciense primitivo " 1 " (h. 32.300 b.p.) Nivel Once

MODELOS D E FORMACIÓN D E DOS NIVELES EN EL


ABRI PATAUD, LES EYZIES, FRANCIA
Escala en metros

10 11
L.R. Binford

98. Modelo de formación de las áreas dormitorio en los distintos niveles del Abri Pataud.
(Basado en la información arqueológica aparecida en Movius, 1975 .)

ÁREAS DORMITORIO

Otra de las ocasiones en que se evidencia la influencia de los factores rela­


cionados con el tamaño y mecanismos básicos del cuerpo humano aparece a la
hora ele considerar el espacio que los individuos necesitan para dormir. En el
registro etnográfico se observan muchos y diferentes tipos de acondicionamien­
tos para dormir, pero todos ellos dependen de una serie limitada de factores
(fig. 96) . Por ejemplo, en un campamento de aborígenes australianos ngatatjara,
ocupado por un grupo de caza compuesto únicamente por hombres, 16 se observa
un modelo de lechos y hogares alternados. Por el contrario, cuando el campa­
mento está formado por parejas - éste es el caso del grupo cazador y recolector
LA GENTE EN SU ESPACIO 173

de los mrabri que vive en los bosques tropicales de Tailandia , 17 los hogares
-

no se sitúan entre lechos individuales, sino entre lechos dobles; cuando la com­
posición del grupo es mixta, los hogares se hallan emplazados tanto entre lechos
individuales como dobles. Al margen de pequeñas variaciones en el número de
lechos individuales y dobles, la disposición básica, que incluye la alternancia de
lechos y hogares, parece que se repite por todo el mundo.
El tamaño de los lechos no viene determinado únicamente por el número
de individuos que duermen en ellos: si la gente duerme vestida, por ejemplo ,
necesita más espacio que si lo hace bajo algún tipo de cobertor. Una vez acep­
tado que los factores más relevantes que observamos en los ejemplos contempo­
ráneos son análogos a aquellos de las épocas prehistóricas (fig. 97), podríamos
calcular el espacio necesario para instalar un lecho, de la misma manera que un
arquitecto determina en la actualidad el espacio a ocupar por las diferentes
áreas de una casa.
Las disposiciones de las áreas dormitorio típicas de los abrigos rocosos son
especialmente interesantes, ya que las va1iaciones en la ubicación de los lechos
vienen determinadas por la época del año. Normalmente, en invierno, los le­
chos están colocados de forma paralela al fo ndo del abrigo; si se trata de un
lecho individual, colocan el hogar aproximadamente a 1 ,20 m a partir de la
roca, mientras que en el caso de un lecho doble la distancia será de unos 2 m .
En verano, cuando s e supone que e s necesario evitar el calor absorbido por l a
roca (debido a su exposición a l sol), los lechos s e colocan perpendicularmente a
la pared del fondo y la gente duerme con la cabeza alejada del foco de calor;
los hogares, en este tipo de distribuciones , están situados entre los lechos.
Como ocurriera con los modelos de los hombres que trabajan sentados alre­
dedor de un hogar (expuesto anteriormente) , estos modelos generales de distri­
bución de las áreas dormitorio derivan del registro etnográfico y pueden tam­
bién ser utilizados para interpretar los yacimientos arqueológicos: la estructura
básica del cuerpo humano, después de todo , ha permanecido sin variaciones
desde hace ya mucho tiempo. El valor de esta aproximación puede demostrarse
analizando la distribución de hogares en el yacimiento del Paleolítico Superior
del Abri Pataud, en Francia, excavado por H. I. Movius. 18 Si superponemos un
modelo tipificado de lechos (sobre los que tengo una documentación etnográfica
amplia) a la planta de un nivel del Abrí Pataud, perteneciente a la fase del Au­
riñaciense I Antiguo, observamos que una disposición de lechos individuales en­
tre los hogares encaja perfectamente con los modelos espaciales arqueológicos
(fig. 98) . Entre los grupos actuales, como ya he mencionado anteriormente, Ja
alternancia de hogares y lechos individuales es típica en los campamentos de
aquellos grupos de cazadores que se componen únicamente de hombres. La
combinación de este tipo de distribución de lechos con la presencia de hoyos
para asar, ubicados frente al área dormitorio, me sugiere que en aquella época
el yacimiento no fue utilizado como un lugar de residencia (como Movius pro­
puso originariamente) , sino que se trata de un campamento temporal.
Otro nivel del Abrí Pataud, que pertenece a la fase Perigordiense VI, debe­
ría también considerarse como un campamento temporal , debido a la ubicación
de los hogares. Un detalle interesante de este nivel lo constituye el hecho de
que la parte lateral de los hogares que linda con el área dormitorio situada al
174 EN BUSCA DEL PASADO

fondo del abrigo es lisa; sabemos, por los datos etnográficos, que los hogares
se construyen a menudo de esta forma con el fin de prevenir el posible incendio
de los lechos. En este mismo nivel, por otro lado, la ubicación de algunos hoga­
res a una distancia aproximada de 2 m de la pared posterior del abrigo nos su­
giere que quizás hubieran existido allí lechos dobles. Frente al área dormitorio
se encuentra un grupo de piedras que yo interpretaría como una especie de
biombo para protegerse del viento. Los restos arqueológicos de este sector del
abrigo rocoso sugieren que nos encontramos ante un campamento ocupado por
una familia integrada por pocos individuos (situación que difiere bastante de la
descrita antes); probablemente nos hallamos ante uno de los diferentes sectores
que componen el modelo de asentamiento de las gentes del Paleolítico Superior
que vivieron en esta área (para una descripción de las variaciones existentes en
los modelos de asentamiento de los cazadores-recolectores, véase el capítulo 6) .

ÜESA YUNO EN LA CAMA

Del estudio de estos datos etnográficos se desprende otra problemática a te­


ner en cuenta. Nos referimos al hecho de que, con frecuencia, el área dormito­
rio de un yacimiento no es utilizada exclusiva y necesariamente para dormir.
Por lo general, la gente concibe el lecho como nn espacio privado, personal. Si

99. Campamento de los


Límite de la aborígenes pintupi. Obsér­
1_...__S:
.. _e�xcavación
vense los pequeños hoga­
res y los restos de fragmen­
tos procedentes de los de­
etnográfico sayunos tomados en las
conocido áreas dormitorio. (Basado
Excavación en Hayden, 1973, fig.
realizada por 125B, p. 152.)
Brian Hayden, 1979

YACIMI ENTO DE LOS PINTUPI


Escala e n metros

6
L.R. Binford
LA GENTE EN SU ESPACIO 175

Vertedero
4 de puerta
3

\.. . �
-� - ·- ·
-�Y�
� , . .�.,,
. ... \\ de puerta
\
Área toss }
/;
central --...�
.,,
�...•

100. Campamento n.º 7


de los !Kung san según re­
NOTA: Los contornos
gistro de John Yellen. Ob­ indican e! Incremento de
sérvese la presencia de ver­ 5 huesos por 50 cm2.
tederos de puerta a la dere­ El mapa original
aparece en Yellen ( 1977)
cha de las entradas a las
cabañas. Estos vertederos
contienen los restos del de­
sayuno que fue consumido
en los lechos, dentro de las CAMPAMENTO !KUNG SAN 7. N !ABESHA
cabañas. (Basado en la Estructura situacional y densidad de huesos
planta sin numerar del Escala en metros
campamento 7, aparecida
10
en Yellen, 1977.)

un hombre, por ejemplo, se sienta en su lecho deja entender que no quiere ser
molestado. Allí puede llevar a cabo una serie de actividades, tales como pensar
con tranquilidad, elaborar útiles o peinarse, pero el resto de la comunidad sabe
que no desea hablar. Esta misma relación espacio personal/área dormitorio la
he encontrado entre todos los grupos de cazadores y recolectores con los que
he trabajado (fig. 99). He observado que en los campamentos de caza los indi­
viduos se construyen su lecho; en cierta medida no deja de ser un hecho simbó­
lico, ya que no lo utilizan para dormir sino simplemente como lugar a donde
acudir para reparar los útiles con calma y tranquilidad o, simplemente, para es­
tar solos.
El uso de los lechos como espacio personal crea en los campamentos algunas
distribuciones de material interesantes que sólo podemos esperar constatarlas
en el registro arqueológico. Los cazadores-recolectores acostumbran a consumir
una comida preparada en grupo únicamente por la noche, pero es corriente que
tomen algún tipo de sobra de la cena, como por ejemplo carne fría o un hueso
de conejo, y se lo lleven junto al lecho. De esta manera tendrán comida para
el desayuno. Es lógico que, por la mañana, cuando quizás hace frío y la gente
suele estar soñolienta y algo malhumorada, se agradezca poder sentarse en el
lecho y comer en silencio. Como resultado de esta actividad se forma, en torno
a cada lecho, un pequeño basurero o depósito de desperdicios. Además de los
restos del día anterior, estos basureros pueden contener también los huesos de
lO l . .-\horigl'n a!yawura dcscuarti­
:.wulo un canguro rojo lzcm hro. lJn<l
vc1 rc�ili;adn un pcqucflo corte en el
abdomen del a n i m a ! se saG1n !a'> vís­
ceras a través de l a pcqueila obertu­
ra resul tante_ E l agujero se cierra
posteriormente mediante e l empleo
de pequeñas ramas a modo de a g u­
jas� esta operación Ja realizan con e l
f i n de prevenir que l a s cenizas, la
tierra v los carbones existentes en el
hoyo Penetren en la cavidad abdo­
minal del a n i m a l m ie n tras ést e se
cuece.

102. Cavar el hoyo para asar. El


hoyo se cava en un área relativa­
mente limpia y la tierra extraída se
deja a un lado del agujero. La expli­
cación dada por los individuos que
realizan las operaciones es que «es
mejor calentar la tierra seca» (se re­
fieren al hecho de que prenden fue­
go tanto dentro del agujero como a
sus lados). La tiena de la platafor­
ma situada junto al hoyo se calienta
y posteriormente será empujada
dentro del agujero para sellar el fue­
go a modo ele horno (véase la figura
105). En esta fotografía puede verse
la leña colocada sobre la plataforma
situada junto al hoyo.

103. Socarrar el canguro. Una vez


que se ha dispuesto la leña dentro
del agujero y sobre la plataforma, se
enciende el fuego. Cuando éste ha
prendido totalmente se coloca el
canguro encima Linos instantes y se
retira, con el fin de socarrar el pelo
y poder, posteriormente, rasparlo
mejor. La operación se repite varias
veces hasta que el pelo queda total­
mente socarrado. Esta actividad se
realiza porque el pelo es un excelen­
te aislante y, si se deja en la piel, re­
tarda o incluso impide la cocción.

106 (página siguiente). Planta del área existente en tomo al hoyo para
asar de los alyawara. Obsérvese la ubicación de los aborígenes mientras
toman un «refrigerio» a la espera ele que finalice la cocción del canguro
y de los pájaros. ¡ «LRB» y «JO'C» indican el lugar donde los arqueólo­
gos consumieron su propio «refrigerio» que consistió en unas habichuelas
de lata!
10-k Prt'parar la hrusa. L�t léfía se
aviva para que ard<1 de forma vio­
lenta. El socarrar la piL'za y. ocasio­
n a l mcnrc. el golpear la !efía. faci li ta
la formación de un lecho de brasas.
Cuando consideran que éstas son su­
ficientes se retiran, tanto Ud agujero
como de Ja plataforma. !os troncos
a medio quemar y se dejan a un
lado. Obsérvese el ürca circular ubi­
cada en torno al agujero (por donde
caminan) y la carne que scrú cocina­
da (instalada sobre una superficie
cubierta de hojas que evitará su con­
tacto con la tierra).

105. Colocar /a carne en el horno .


El canguro es colocado encima de
las brasas existentes en el agujero y
lo mismo ocurre con los pájaros (en­
vueltos en hojas para retener los ju­
gos que se desprenden de la coc­
ción). Se vierte encima la tierra ca­
liente 'y las brasas de l a plataforma
hasta que la carne queda totalmente
cubierta. A partir de este momento
comienza la cocción.

Límite del área utilizada en


torno al hoyo. Aprox. 17 m.2

Tierra extraída
del hoyo

"Mesa" de hojas

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de brasas
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a m. se halla 19
el área de descuartizamiento
Hogar
\
LUGAR DE COCINA AL AIRE LIBRE
DE LOS ALYAWARA
Escala en metros

6,
178 EN BUSCA DEL PASADO

pequeños mamíferos que no fueron compartidos en la cena realizada en grupo,


sino cocinados en los hogares próximos a los lechos y consumidos allí mismo.
Por todo ello es de esperar que, en los yacimientos arqueológicos, la distribu­
ción de los restos de las comidas individuales y comunitarias aparezca diferen­
ciada.
Los desperdicios de los «desayunos en la cama» no siempre son depósitados
alrededor del área donde se ha consumido el alimento. En un campamento bos­
quimano (fig. 100) , una vez los individuos se han despertado y tomado su desa­
yuno en la cama, los restos de la comida son recogidos en las pieles o cobertores
del lecho, llevados a la puerta de la cabaña y abandonados allí. 19 Este compor­
tamiento ocasiona la formación de un vertedero de desayuno contiguo al área
dormitorio o justo al lado de la puerta. He observado la presencia de vertederos
de puerta en los campamentos de los esquimales, así como de los aborígenes
australianos, y poseo información acerca de la existencia de este tipo de basure­
ros en asentamientos ocupados por horticultores.

Á REAS DE ACTIVIDAD EXTENSAS

El hecho de que los individuos realicen algunas tareas de pie, en lugar de


sentados, provoca una gran dispersión de los restos que se derivan de ellas. Un
buen ejemplo de una actividad que requiere un espacio amplio es la preparación
y uso de hoyos para asar al aire libre. Los aborígenes alyawara, con los que
estuve trabajando, emplean los hoyos para asar y también para realizar un gran
número de actividades (figs. 101-106), y en una ocasión James O'Connell y yo
tuvimos la oportunidad ele constatar cómo la construcción y utilización de un
hoyo para asar influye en el tamaño del área ele actividad resultante. Nos hallá­
bamos en el interior ele un bosque con un grupo de hombres alyawara que se
dirigían a una cantera cuando, por el camino, dieron muerte a un canguro rojo
hembra, que llevaba una pequeña cría en su bolsa, y también a tres avutardas
australianas. En días cálidos como el que nos ocupa, si durante las expediciones
se caza algún animal cuando el grupo se encuentra ya a cierta distancia del cam­
pamento de residencia, se acostumbra a cocinarlo allí mismo para prevenir que
se pueda estropear antes de que vuelvan con él al campamento.

107. Un hoyo para asar, usado re­


petidamente, en un yacimiento de
residencia de los alyawara australia­
nos. Es obvia la gran cantidad de
carbón vegetal que se acumula en
torno a hogares de este tipo. Los lu­
gares en donde se realizan esta clase
de actividades acostumbran a situar­
se lejos del centro de actividades de
un asentamiento.
LA GENTE EN SU ESPACIO 179

108. Esquimal
- nunamiut descuarti­
zando un caribú muerto durante la
migración de primavera. El espacio
circular que utiliza Johnny Rulland
en torno al animal es similar al em­
pleado por los alyawara alrededor
del hoyo para asar visible en las fi­
guras 106 y 107.

Lo primero que hicieron los hombres fue .descuartizar el canguro con un cu­
chillo de piedra y un hacha de metal que llevábamos con nosotros. Generalmen­
te este tipo de animales grandes se cocinan con piel y en este caso, tras extraer
las vísceras a través de un pequeño agujero practicado en el abdomen del can­
guro, la abertura fue cerrada y atada con ramitas de acacia. A continuación se
excavó un hoyo para asar, que medía aproximadamente un metro y medio de
longitud y algo más de medio metro de anchura y de profundidad, se recogió
la leña que se colocó convenientemente en la plataforma situada junto al aguje­
ro y, finalmente , se encendió el fuego. Mientras la leña ardía, depositaron el
canguro sobre el fuego para socarrar el pelo y poder, así, rasparlo con mayor
facilidad. Mientras tanto dispusieron hojas formando un cerco en el suelo (para
impedir que la carne cocinada se impregnase de tierra) , desplumaron parcial­
mente los pájaros y los cubrieron a su vez con hojas con el fin de que éstas
absorbieran la grasa desprendida durante el proceso de cocción. Cuando las lla­
mas se habían consumido, los alyawara cogieron un palo y golpearon la leña
para provocar la caída de los trozos medio carbonizados al fondo del agujero.
Finalmente, una vez decidido que el fuego estaba en condiciones de ser utiliza­
do, los hombres colocaron el canguro en el hoyo, con las patas hacia fuera, y
los pájaros envueltos en hojas, disponiendo sobre ellos el resto del carbón vege­
tal. El tiempo de cocción fue de aproximadamente una hora.
Mientras duraba esta actividad, observamos los modelos espaciales que ha­
bían generado todas estas tareas � incluso confeccionamos un mapa del área,
registrando la ubicación de todos los detalles que eran susceptibles de ser obser­
vados en un yacimiento arqueológico. Así, fueron marcados en el mapa: el hoyo
para asar (fig. 107) , el área donde ardía el fuego , la tierra procedente del hoyo ,
el lugar donde fue depositada la leña, las ramas de los árboles empleadas para
preparar la carne antes de su cocción , el lugar donde se preparó la cola del
canguro mientras se asaba la carne e, incluso, el área en que Jim O'Connell y
yo hicimos nuestro fuego particular para cocinarnos unas habichuelas.
180 EN BUSCA DEL PASADO

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ÁREA DE DESCUARTIZAMIENTO
Escala en metros

L R. Binford

109. Arca de actividad usada por los nunamiut para descuartizar un caribú. La estructura del
espacio destinado a la realización de este trabajo es casi idéntica a la observada en el hoyo
para asar de los alyawara (figs. 106 y 107). En este caso, sin embargo, el total del área usada
es algo mayor, debido a que las partes desechadas han sido depositadas en la periferia del área
destinada a circular/trabajar.

Un hecho interesante, que se desprende de nuestro estudio sobre este asado


de canguro , es que existe cierta regularidad en la extensión del espacio ocupado
por los individuos que realizaban las actividades de pie (entre 17 y 24 m2) . Ade­
más, la secuencia de la actividad que he descrito responde al clásico modelo
circular, con el hoyo para asar en el centro, un espacio para trabajar alrededor
del punto central y otro círculo en la periferia, donde es de esperar que se acu­
mule cualquier tipo de ítem sobrante . Los restos procedentes del uso inmediato
del hoyo se concentraban alrededor de éste, mientras que los demás desperdi­
cios ocupaban una zona toss, localizada a cierta distancia del hoyo.
El descuartizamiento de los animales constituye otra actividad que produce
un modelo de restos muy similar. La principal diferencia entre asar y descuarti­
zar reside en que en el segundo caso no quedan, en la parte central del área,
restos identificables por los arqueólogos (fig. 108) . Normalmente , la persona
que despieza el animal trabaja en un área circular, que se extiende a su alrede­
dor, sacudiendo posiblemente la res muerta de un lado a otro y usando la piel
como superficie protectora. El resultado es a) un espacio vacío que permite ac-
110. Alyawara australianos distri­
buyendo la carne de un canguro que
fue asado en un hoyo ubicado en la
periferia de un campamento de resi­
dencia. Es frecuente que se utilice a
los niños como intermediarios para
que hagan llegar a las personas au­
sentes la porción de carne que les
corresponde.

1 1 1 . Bosquimano raspando la piel


de un animal , en el campamento
Mokudi , situado en el área Nyae
Nyae de Namibia, 1976. (Foto cedi­
da por el South African Museum,
Ciudad de El Cabo.)

1 12. Hoyo para asar de grandes di­


mensiones ubicado detrás de una
casa tarahumara, en el Norte de
México. Es claramente visible el
área situada alrededor del hoyo ,
destinada a circular/trabajar. Existe
una analogía espacial entre el área
de descuartizamiento de los esqui­
males (fig. 109) y la correspondiente
a los hoyos para asar utilizados por
los aborígenes australianos (figs. 106
y 107). (Foto cedida por Robert
Hard.)
182 EN BUSCA DEL PASADO

tuar con libertad en torno al animal, así como b) la presencia de restos que han
sido arrojados lejos de la zona de trabajo y se han acumulado en la periferia
(fig. 109). A tenor de mis observaciones, llevadas a cabo entre los esquimales
nunamiut, el descuartizamiento del caribú requiere aproximadamente unos 30
m2 de superficie. En la figura 59 se observa este modelo de comportamiento en
la distribución arqueológica que resulta ele descuartizar el caribú en el yacimien­
to de Anavik. Pero las áreas ele descuartizamiento que encontramos en los ya­
cimientos esquimales, y también en los asentamientos ele los aborígenes, resul­
tan asimismo interesantes por otra razón. En efecto, entre estos grupos 20 la dis­
tribución ele carne tiene lugar generalmente en las mismas áreas de descuartiza­
miento (fig. 1 10) , en lugar de en las áreas ele residencia, ya que (tal como recal­
caron ios informantes) el compartir la carne era ocasión para un tipo de visita
diferente que cuando un pariente viene a «hablar», implicando con ello que la
etiqueta de hospitalidad se aplicaba sólo dentro de los confines ele la «casa-ho­
gar».
Robert Hard ha observado que entre los tarahumara de México (fig. 1 12)
se efectúan distribuciones de restos análogas, y a una escala espacial similar, a
la constatada en las áreas de descuartizamiento. Estas gentes cocinan plantas
del desierto en grandes hoyos para asar, ubicados generalmente en la parte tra­
sera de las casas y alejados de las áreas de actividad que se sitúan frente a las
puertas de las viviendas. Actividades tales como asar y descuartizar, que impli­
can un espacio considerable, se llevan a cabo por lo general lejos de las áreas
usadas cotidianamente. Los aborígenes australianos, por ejemplo, incluso en ya­
cimientos donde es ele esperar que la ocupación va a ser mínima, construyen
sus hoyos para asar en espacios situados en la periferia del centro ele actividades
del campamento ; es decir, en aquellas áreas utilizadas para dormir, conversar
y también, en pequeña escala, preparar los alimentos y desarrollar algún tipo
ele actividad manual. Entre los esquimales y los navajos he observado una estra­
tegia de emplazamiento que ofrece grandes similitudes: generalmente sus hoyos
para asar se localizan junto a los lugares usados como pequeños basureros o
para cortar la leña, con el fin de no interferir en las actividades normales de la
vida de un campamento . También he observado que en los yacimientos austra­
lianos y esquimales las áreas donde se realiza el trabajo en posición erguida, y
que por tal razón requiere amplios espacios, se encuentran con frecuencia muy
próximas entre sí. En los yacimientos esquimales (fig. 71), por ejemplo, las
áreas de descuartizamiento se hallan a menudo ubicadas junto a las áreas donde
se realiza la carga de trineos y el almacenamiento, áreas todas ellas situadas en
los límites del área central de residencia por cuanto precisan de una gran canti­
dad de espacio .
El curtido de la piel es otra actividad que, en los campamentos ele residen­
cia, acostumbra a desarrollarse en áreas localizadas en la periferia de las zonas
centrales. En caso de que tan sólo se proceda a curtir una o dos piezas (fig.
1 1 1) , éstas se fijarán posiblemente justo al lado o algo detrás de los refugios;
pero si se trata ele curtir un número considerable de ellas, entonces serán trasc
lactadas a un lugar alejado del centro de actividades. No es inusual que, para
realizar el trabajo de curtido, se seleccionen superficies relativamente planas y,
si se da la circunstancia de que el terreno es pedregoso, se retiren las piedras
LA GENTE EN SU ESPACIO 183

1 13. Campamento bosquimano, en Angola, 1930. Se trata de los famosos «bosquimanos ama­
rillos», conocidos también por sekele. (Para una mayor información, véase Almeida, 1965. )
Obsérvese la ubicación d e l hogar frente a la cabaña, construida par::i proporcionar sombra du­
rante las horas más calurosas del día. (Foto de J. Drury, cedida por el South African Muscum,
Ciudad de El Cabo.)

existentes en el área escogida; de tal modo el «anillo» de piedras que se forma


puede aprovecharse más tarde como lastre para asegurar la piel. En la mayoría
de los casos, un arqueólogo interpretaría este modelo como el círculo de una
tienda o podría inferir, a partir de un montón de piedras , la existencia de algún
tipo de estructura cuando en realidad se trata de una serie de piedras que se
han amontonado como consecuencia de limpiar una superficie para curtir las
pieles.

ESTRUCTURA SJTUACIONAL: COMBINACIÓN DE MODELOS

Tal como dije anteriormente, los yacimientos están compuestos por distintas
disposiciones de los elementos auxiliares, las superficies o los ítems. Hasta aquí
hemos visto cómo estos elementos básicos pueden combinarse para formar mo­
delos espaciales generales que implican actividades particulares (por ejemplo ,
las disposiciones de trabajadores sentados, áreas dormitorio, lugares amplios
donde se realiza el trabajo de pie , etc.). Creo que ahora estamos en disposición
de analizar los yacimientos arqueológicos considerándolos como un todo y po­
demos, asimismo, empezar a investigar cómo los modelos identificados previa­
mente encajan y conforman un yacimiento completo. Esto es lo que yo llamo
1 84 EN BUSCA DEL PASADO

Área de dispersión: 8,5 m. 2


Usada por una familia
durante dos dias:
2 adultos y 3 niños de
4, 7 y 13 años
• Hueso
.../ Vaina de legumbre
* Melón *
• Fruta

Área doméstica de Toma

CABAÑA N.0 2, TANAGABA, CAMPAM ENTO N.º 5


Según dibujo aparecido en Yellen (1977)
Escala en metros

4
L. R. Binford

1 14. Mapa de un cabaña típica de los bosquimanos !Kung, con el hogar asociado. (Basado
en la planta sin numerar del campamento 5, aparecida en Yellen, 1977.)

análisis de la estructura situacional: la forma en que los modelos espaciales se


entremezclan dentro de la estructura de un yacimiento con entidad propia. La
falta de espacio nos impide considerar toda la gama de variabilidad existente en
la estructura situacional observada etnográficamente; sin embargo, podemos
empezar a utilizar parte de los conocimientos adquiridos con el fin de dar sen­
tido a algunos de los modelos espaciales observados en el registro arqueológico .
En primer lugar, consideraremos, a modo de ejemplo, la forma en que los
modelos de actividad pueden utilizarse para analizar la estructura de un campa­
mento bosquimano típico (fig. 1 13). En el desierto de Kalahari, la gente cons­
truye pequeñas cabafias más para protegerse del sol que para buscar calor. Me­
diado el día, la temperatura puede ser muy elevada y durante esas calurosas
horas los bosquimanos acostumbran a permanecer en el interior de las cabañas
sentados sobre sus lechos, empleando el tiempo en la confección de útiles o
efectuando otras tareas, de modo que los restos resultantes de estas actividades
realizadas a la sombra aparecen distribuidos en el área dormitorio. Por el con­
trario, el hogar destinado para cocinar las comidas comunitarias está ubicado
fuera de la cabaña, cerca de la puerta (fig. 1 14); cuando el alimento es consumi­
do in situ, se constituye un círculo de basura en forma de anillo alrededor del
fuego.
Un modelo semejante se constata también en muchos otros yacimientos. Al
LA GENTE EN SU ESPACIO 185

' �.:

', j'/.
···- · -··a.---·
2,23 0,85
3,oa -�-�- 2,70
---- 5,78 _____
� _,
A = Asiento
B = Hogar
C= Lecho
=
D Espacio para
estar
Modelo de Leroi-Gourhan
Campamento de Billy Morris

� _._Área
Esquimales nunamiut (·

.. ./.)., . trabajar los hombr�:


para comer
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!i 1 • Zona toss dump

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--- 5.73

Pulykara n. 0 1
4
Ngatatjara australianos
2,75

Modelo de residencia de
!os nunamiut

,. ,. .-::·. .:..J),.. y:
'


Campamento de Toma
!Kung san

2,66 �
COMPARACIÓN DE CAMPAMENTOS · EJEMPLOS Y MODELOS
Escala en metros

10
L. R. Bintord

115. A la izquierda, diferentes tamaños y disposiciones de casas y hogares pertenecientes a


tres grupos de cazadores-recolectores distintos: los bosquimanos !Kung, los esquimales mma­
miut y los aborígenes ngatatjara. A la derecha, aparecen representados tres modelos hipotéti­
cos de estructura situacional; los dos modelos inferiores están basados en yacimientos docu­
mentados etnográficamente.

examinar los datos de tres grupos distintos de cazadores-recolectores, los bos­


quimanos ! Kung, los esquimales nunamiut y los aborígenes ngatatjara, vemos
que los espacios ocupados por la casa, las áreas dormitorio y el hogar exterior
son muy semejantes (fig. 1 15). La razón de esta gran similitud en las dimensio­
nes obedece simplemente a que el factor que las condiciona es el mismo en to­
dos los casos: el cuerpo humano. En este caso, se trata sencillamente de la can­
tidad de espacio que un grupo de gente necesita para permanecer sent�qq;;ªl¡�,
186 EN BUSCA DEL PASADO

116. Campamento de los indios americanos pies negros, 1920. Obsérvese, a la izquierda, el
hogar-cocina al aire libre, con un trípode que soporta un parasol. La casa está situada a la
derecha. (Foto realizada por H . F. Robinson. )

dedor de un hogar, facilitando a su vez una zona que permita el adecuado acce­
so a la cabaña. El tamaño de las chozas en los campamentos bosquimanos es
también prácticamente idéntico: las variaciones se deben simplemente al núme­
ro de personas que las ocupan. Los mecanismos del cuerpo contribuyen a que
se den estas situaciones repetidas y, debido a que sus propiedades son las mis­
mas para todos los humanos, no es de extrañar que exista un enorme grado de
reiteración en las dimensiones espaciales de los campamentos ocupados por ca­
zadores y recolectores.
Ahora bien, pese a que la forma ele los distintos modelos se repite constan­
temente ele un yacimiento a otro y de un grupo ele gente a otro, existen también
diferencias entre ellos que pueden ser altamente interesantes. Por ejemplo, en
los hogares comunitarios ele los nunamiut (fig. 1 15) el modelo es un círculo for­
mado por la gente sentada, con las áreas drop y toss correspondientes (figs. 88
y 89). Evidentemente, contamos con otras maneras de organizar la preparación
y consumo del alimento, como en el caso de que exista una marcada división
del trabajo en lo que respecta a la persona que cocina los alimentos. En muchos
campamentos nunamiut, las mujeres cocinan los alimentos en un hogar «cocina»
exterior y, a continuación, los sirven en un área distinta. Es corriente que en
el lugar donde se halla ubicada dicha «cocina» , coloquen un pequeño biombo
de ramas alrededor del hogar para protegerlo del viento o, si hace mucho calor,
una especie ele parasol sobre la cocina para proteger a la cocinera (fig. 1 16) .
Por ejemplo, en la figura 75 se muestra la distribución ele los ítems de un hogar­
cocina situado al aire libre, en un campamento nunamiut. El acceso al hogar
está casi totalmente reservado a la cocinera y esta área por lo general aparece
muy limpia. Los restos procedentes de la preparación ele los alimentos pueden
LA GENTE EN SU ESPACIO 187

Dirección de la
luz del sol
Escondrijo exterior
Probable ventana
Plataforma


""

"'·--
• •
IP

Marcas de poste

NOTA:
Las densidades
han sido registradas
cada SO cm.2

Posible límite
de la casa

CASA PALANGANA
DENSIDADES DE LAS ASTILLAS D E HUESOS
Escala en metros

LR. Binford

1 17. Plano de las densidades de las astillas de hueso localizadas dentro y alrededor de una
casa esquimal de invierno (Casa Palangana), en el lago Tulugak, Alaska . (Para la ubicación
exacta del yacimiento, véanse las figuras 53 y 66.) La mayor densidad nos indica el lugar donde
se sientan los hombres para comer. La distribución de las astillas está básicamente centrada
en torno al hogar, pero sobre todo en su lado izquierdo, dejando libre un área destinada a los
trabajos domésticos que realizan las mujeres durante la preparación de las comidas. Los luga­
res marcados con «A» y «B» casi con seguridad representan los espacios donde se sientan el
hombre (B) y la mujer (A) de la casa.

ser arrojados por encima del fuego , dando como resultado lo que yo llamo una
«distribución de restos tipo mariposa» (fig. 1 15). La comida, una vez preparada,
es servida a los hombres en otra área, situada también al aire libre si el tiempo
es agradable, pero si se presenta inclemente se sirve junto a los lechos emplaza­
dos dentro de un refugio. Como resultado de este comportamiento, mediante
el cual las comidas pueden consumirse tanto en el exterior como en el interior,
se forma una zona de desechos que se extiende a ambos lados de la pared de
la tienda.
188 EN BUSCA DEL PASADO

Dirección de la
luz del sol NOTA Densidades
Probable ventana registradas cada 20 cm2

Límite de ! a

CASA PALANGANA
��"·
DENSIDADES DE LAS LASCAS OBTENIDAS POR PRESIÓN
Escala en metros

L. R. Binford

1 18. Plww e11 el 1¡ue aparecen representadas las densidades de las lascas obtenidas por presión
procedentes de la manufactura de útiles de piedra, situados dentro y alrededor de la Casa Palan­
gana. (Véase la figura 117.) Su distribución está condicionada por la orientación de la ventana;
es decir, guarda relación con la ubicación de la entrada de luz natural a la vivienda durante
las escasas horas de luz de los inviernos árticos. Dos lugares en los que se observa una gran
concentración coinciden, aproximadamente, con las áreas marcadas «A» y «B» en la figura
1 17 , que presentan una gran densidad de astillas de hueso.

EL INTERIOR DE LA CASA PALANGANA

U no ele mis estudios más detallados sobre el uso del espacio es el que hace
referencia a una vivienda ele invierno de los esquimales, etnohistóricamente
muy bien documentada, llamada Casa Palangana (figs. 80 y 1 17).21 En ella se
observa que la distribución ele pequeñas astillas, como consecuencia de la rotura
de huesos para extraer el tuétano, forma un modelo semicircular bien definido
en torno al lado norte del hogar; la situación ele estos fragmentos (que cayeron
en la zona drop, entre las rodillas y a lo largo de las piernas ele los hombres
que permanecían sentados) pone en evidencia la disposición sedente de los con-
LA GENTE EN SU ESPACIO 189

�r
gir����rs
Probable
ventana
"Cobertizo" para

Lechos

Límite zona

CASA PALANGANA
�'
MODELO DE FORMACIÓN
Escala en metros

L. R. Binford

119. Reconstrucción de la organización espacial del área más frecuentada de la Casa Palanga­
na. Los símbolos que representan figuras de individuos sentados indican los lugares de asiento
más importantes, identificados por la distribución de las astillas de hueso y de piedra (véanse
las figuras 117 y 1 18). Los individuos nº' 8 y 9 representan una misma persona que cambia
ligeramente de posición respecto al fuego, según esté ocupado en consumir alimento (8) o en
actividades artesanales (9) . La razón de que a menudo se aleje del hogar se debe a la presencia
de un poste para sostener el techo, que fue localizado justo frente a la piedra que aparece
detrás del individuo nº 9. En este caso, el individuo cambia de asiento cuando necesita la luz
procedente de la ventana para poder realizar sus actividades. Los asientos nº' 3 y 5 seguramen­
te son utilizados por la mujer de la casa: la posición nº 3 sería el asiento «Orientado hacia la
luz» necesario para realizar o reparar artefactos, mientras que la posición nº 5 es el área de
acceso al hogar, utilizado por la cocinera, y es de suponer que ésta se siente sobre el lecho.
Obsérvense también las lajas de piedra, situadas a la derecha de su asiento, frente al fuego
(5). Las posiciones 1 y 2 están ubicadas en el exterior de la casa, a la luz del sol, lugares donde
seguramente los hombres se sentarán, en los escasos días cálidos de principios y finales del
invierno, para realizar actividades artesanales o para consumir alimentos.
190 EN BUSCA DEL PASADO

sumidores de las comidas. Por el contrario, el lado sudeste del hogar contiene
una cantidad mucho menor de fragmentos y en algunos lugares su ausencia es
casi total. Esta escasez de astillas de hueso nos indica el lugar por donde la
cocinera accedía al fuego para preparar y servir las comidas. En la figura 109
no aparecen representados los huesos grandes, ni tampoco existe una zona toss
asociada a esta zona drop de astillas de hueso, y ello se debe sin duda a que
los esquimales nunca lanzan los huesos grandes detrás de sus lechos o hacia los
espacios situados a lo largo de las paredes de la casa, donde acostumbran a co­
locar sus pertenencias. Dos hechos, relacionados ambos con el mantenimiento
de estas estancias, nos indican que la distribución de huesos y astillas ha tenido
lugar dentro de una estructura: 1 .0, la presencia de una zona drop formada por
restos dispuestos en torno a las astillas de hueso más pequeñas nos muestra que
esta área era limpiada regularmente; el tamaño de este montón y la existencia
de un gran basurero situado al exterior, junto a la puerta, pone de manifiesto
a su vez la limpieza llevada a cabo en el espacio existente en torno al hogar que
se usaba intensamente; 2.0, la reveladora ausencia de la zona toss también debe
asociarse con la actividad de «mantenimiento preventivo» que tiene lugar una
vez finalizada la comida.
Desde el punto de vista comparativo , podemos, asimismo, considerar la dis­
tribución de las pequeñas astillas dentro de la casa como resultado de la elabo­
ración de instrumentos de lascado por presión . Es evidente que estas lascas de
piedra están más densamente distribuidas en las zonas alejadas del hogar, nor­
malmente en el lado sudoeste de la casa (en la parte superior, a la izquierda,
de la figura 1 18) , área en la que, por otra parte, se observó una escasa densidad
de astillas de hueso. Este contraste debe entenderse en función del emplaza­
miento de los individuos que fabrican los útiles, que estaría condicionado por
la entrada de luz. Los hombres que realizaban o reparaban los útiles de piedra
se sentarían presumiblemente en el lugar más idóneo para beneficiarse de la luz
que entraba a través de la ventana. Las astillas de hueso, por otro lado, serían
producidas principalmente durante la comida de la noche que, en invierno, se
sirve una vez ha oscurecido y la casa está caliente gracias al fuego utilizado para
cocer el alimento; los hombres no se encuentran sentados en el espacio dedica­
do al trabajo, sino cerca de la luz que despide el hogar. Por tanto, las diferen­
cias en la distribución de estas dos clases de ítems (astillas de hueso y lascas de
piedra) dependen del lugar y momento en que la tarea se haya realizado. A
pesar de ello, también existen algunos rasgos comunes a ambas distribuciones:
primero, las astillas de hueso y las lascas de piedra aparecen más densamente
concentradas en los puntos A y B (fig. 1 17), y segundo, comparten a la vez una
concentración en el exterior y al sur de la habitación. Estas correspondencias
contradicen la habitual ubicación de la gente que , en posición sedente, repara
útiles o come. A partir de estos datos, creo estar en condiciones de inferir que
la disposición de la zona donde se sientan los individuos puede resumirse en el
modelo de uso del espacio observado en el interior de la Casa Palangana (figs.
81 y 1 19). El área dormitorio que aparece en la figura 1 19 (que corresponde a
la «zona C» de Leroi-Gourhan)22 proporcionó pocos restos de actividades de
manufactura y también una densidad de artefactos menor que la observada en
otras áreas del interior de la casa, una característica apuntada ya por Leroi-
LA GENTE EN SU ESPACIO 191

Dirección de la luz A Asta tallada


W Madera tallada
del sol
o Desechos de asta­
Probable ventana
madera

-
.... _ .
--

_/
Límite zona

�"
Posible límite . • -- - -­

de la casa

CASA PALANGANA
RESTOS D E MANUFACTURA
Escala en metros

L. R. Binford

120. Distribución de los restos de man¡1factura en la Casa Palangana. Cada punto representa
un ítem cuya situación diferenciada fue registrada durante la excavación del yacimiento. Es
evidente que existe una concentración de material en el cuadrante de la casa adyacente a la
ventana (véanse las figuras 117 y 1 18) .

Gourhan. La superposición en la distribución de restos de industria observada


en la planta de la casa (fig. 120) pone en evidencia dos aspectos importantes:
Primero , en el cuadrante de la casa próximo a la ventana (espacio destinado
al trabajo doméstico) existe una dispersión generalizada. Esta área es la equiva­
lente a la «zona B» del modelo de Leroi-Gourhan, aunque su división en dos
subunidades, tal como pronostica el modelo, no ha sido posible observarla aquí.
Del estudio de la Casa Palangana se desprende: a) que en torno al hogar se
realizan las actividades derivadas de, o relacionadas con, el consumo de alimen­
to que tiene lugar en las horas de oscuridad , y b) que las actividades llevadas
a cabo durante el día están localizadas, dentro del espacio doméstico, en áreas
próximas a la entrada de luz. La distinción entre actividades «delicadas» y «tos­
cas» que estableció Leroi-Gourhan, estimando que tenían lugar en distintos
puntos en torno al hogar, creo más adecuado presuponerlas alrededor de hoga-
192 EN BUSCA DEL PASADO

Dirección de la
luz del sol
Posible ventana

Límite de la zona

CASA PALANGANA
�-
MODELO DE FORMACION
Escala en metros

L. R. Binford

121. Modelo de formación de las actividades llevadas a cabo en la Casa Palangana. La distri­
bución de los restos de manufactura tal como aparecen en la figura 120 y la ubicación de los
útiles o de sus fragmentos han sido superpuestas al modelo ele uso del espacio presentado en
la figura 1 19. Los círculos en blanco representan útiles de piedra; los círculos negros indican
artefactos de asta de venado; los puntitos son restos ele la manufactura de útiles líticos; «A»
representa los restos de la producción de útiles de asta de venado; y «W» son los restos de la
manufactura de útiles de madera. Debe resaltarse que los útiles aparecen agrupados en peque­
ños montones situados ¡¡ la derecha (al norte del hogar) , que contrasta con la presencia escasa
y dispersa observada a Ja izquierda (al sur y oeste del hogar). La mayoría de los útiles los
habían escondido o llevado a otro emplazamiento, de modo que en el momento de abandonar
el lugar éstos no fueron vistos o fueron olvidados. Este modelo de dispersión ele útiles es muy
corriente en las áreas dormitorio de muchos yacimientos.

res situados al aire libre (figs. 74, 75 y 89) , donde los materiales aparecen amon­
tonados junto a los espacios destinados a la realización de trabajos (figs. 90 y
1 15) .
Segundo, los nunamiut distinguen las diferentes áreas existentes alrededor
de los hogares de una casa como el lado de las «mujeres» (el área iluminada
del espacio doméstico) y el lado de los «hombres» (la zona oscura de uso do-
LA GENTE EN SU ESPACIO 193

Distribución de huesos

Restos alimentarios
de hueso

Astillas de hueso

Hogar
Hogar de piedra
Piedras

Madera

YAC I M IENTO PALANGANA: ÁREA DE LA CASA 1


LAG O TULUGAK, ALASKA

metros

122. El yacimiento Palangana, en el lago Tulugak, Alaska: distribución de los huesos (excepto
en el interior de la casa). La dispersión de los huesos guarda relación con la alimentación de
los perros que estaban atados a lo largo del límite noroccidental del yacimiento. Algunos hue­
sos provienen de actividades concretas, como es el caso de las realizadas en el hogar de pie­
dras, pero en general aparecen esparcidos por la misma área que las astillas de huesos.

méstico) (fig. 1 19). Estos términos no implican ningún tipo de reglas de uso o
de acceso exclusivo a estos espacios por parte de los hombres o mujeres; única­
mente describen la relativa frecuencia con que ambos sexos utilizan , en la prác­
tica, cada área. De hecho , la mayoría de las actividades realizadas por los hom­
bres se llevan a cabo en una casa de hombres, una estructura especial que suele
ser usual en los yacimientos de invierno (figs. 80 y 122). Frecuentemente, la
primera estructura que se construye en un asentamiento es la casa de los hom­
bres; ésta es utilizada como refugio mientras los hombres erigen las casas de
invierno, antes de que sus familias se trasladen al poblado. En estas casas, los
grupos de hombres pasan muchos días realizando trabajos especializados, a me­
nudo en compañía de jóvenes que aprenden las técnicas de manufactura y repa­
ración de los útiles. Los productos elaborados pueden dejarse en la casa de los
hombres y de esta manera no tendrán que retirarlos cuando las mujeres necesi-

13. - BJNFORD
194 EN BUSCA DEL PASADO

ten disponer de un mayor espacio en sus casas, por ejemplo para preparar los
alimentos o cuidar de los niños. Existe, por tanto, un área de actividad especial
donde puede realizarse la manufactura y reparación de útiles, independiente­
mente del espacio destinado a estos trabajos, ubicada en la casa de residencia.
En los yacimientos menos estables o en aquellos ocupados únicamente en las
temporadas cálidas, acostumbra a existir un área, localizada en el exterior de
la casa y destinada a procurar asiento a los hombres, donde las mujeres, por
otra parte, también realizan ciertas actividades e incluso ingieren algunas de sus
comidas. Dicha área suele estar emplazada en una zona bien iluminada, relati­
vamente cálida y protegida, coincidiendo frecuentemente con el lado meridional
de la casa, tal como se hace patente en el modelo de la residencia nunamiut
que mostramos en la figura 1 15 . En los períodos muy cálidos, cuando las activi­
dades desarrolladas por las mujeres tienen lugar en el exterior, los alimentos se
preparan en el hogar-cocina situado al aire libre, cerca del cual se encuentra el
área de conversación de las mujeres, lugar donde también cosen, manufacturan
o reparan útiles o, simplemente, vigilan a los niños que juegan en los alrededo­
res. Así pues, en verano , la casa no es más que el lugar donde se duerme o se
guardan los distintos enseres y tan sólo se usa en caso de mal tiempo.
Volviendo a la organización interna del espacio de una casa, es evidente que
el ámbito doméstico se define por la abundancia de artefactos y de restos pro­
cedentes de la manufactura o reparación de útiles de madera o de asta de vena­
do (fig. 121). La distribución de artefactos en esta área es en sí misma interesan­
te . En primer lugar, se observa una mayor concentración en el espacio existente
entre los lechos y a un metro, aproximadamente a la derecha, del asiento n.0 5
(ocupado por la cocinera) . También se observan pequeñas agrupaciones de ar­
tefactos detrás, o justo al lado, de los lugares donde se sientan los hombres, en
el lado poco iluminado del hogar: dichos útiles consisten en ítems desmontados
en proceso de ser recompuestos, o bien se trata de útiles completos, en perfecto
estado, que han sido almacenados cerca del lugar donde habitualmente se sien­
tan los hombres o en las áreas dormitorio. En general, no se suelen hallar ítems
ocultos en los espacios domésticos, ya que estas áreas se limpian regularmente.
He observado que los pequeños escondrijos son característicos de las áreas dor­
mitorio , particularmente en los casos de yacimientos permanentes, y ello obede­
ce al hecho de que se encuentran en una zona poco iluminada y son difícilmente
observados en el momento de abandonar la casa; cuando se trata de una tienda,
este problema desaparece ya que , en el momento de su desmantelamiento, pe­
netra la luz del día e ilumina el lado oscuro del hogar.

EL EXTERIOR DE UNA CASA ESQUlMAL

Si comparamos el interior de la casa y el yacimiento (considerado como un


todo), vemos que existen diferencias en la estructura del uso del espacio corres­
pondiente a cada uno de los ámbitos: en efecto, el uso altamente diferenciado
e intensivo del espacio situado dentro del refugio contrasta con el espacio tosca­
mente dividido que aparece en el terreno ubicado fuera de la casa (fig. 80) . En
el área situada a lo largo del margen superior del plano del yacimiento (fig.
LA GENTE EN SU ESPACIO 195

123. Astas de caribú empicadas como bastidores para el almacenamien to, en el poblado del
Paso Anaktuvuk, otoño de 1969. Para evitar que los ítems queden enterrados en la nieve, los
empaquetan y los cuelgan de las astas. Ello facilita también el acceso a dichos productos cuan­
do se ha acumulado una gran cantidad de nieve. (Foto cedida por C. Amsdcn . )

122) había cuatro perros atados, y entre éstos y la casa se encontraba un montón
enorme de astillas de hueso. Al oeste de la casa aparecía un hogar de piedras,
utilizado para derretir la grasa de los huesos del caribú. Es interesante resaltar
que el área ocupada por el hogar de piedras y el montón de huesos, asociados
a éste, abarca una extensión casi tan grande como la misma casa .
En este yacimiento se observan algunos detalles que plantearían dificultades
de interpretación, si no conociéramos de antemano los problemas derivados del
medio ambiente que los esquimales han de afrontar a lo largo de las diferentes
épocas del año. En las figuras 1 19 y 121, por ejemplo, aparece un montón ele
piedras fuera ele la casa que se designa con el nombre de plataforma-escondite.
En el Ártico, los íterns dejados sobre el suelo antes de las grandes nevadas que
tienen lugar durante los meses de octubre y noviembre se congelan y no pueden
recuperarse si no es mediante el enorme esfuerzo que supone la necesidad de
retirar el hielo (fig. 122). Por esta razón , colocan los ítems que no necesitarán
durante el invierno sobre unas pequeñas plataformas hechas de piedra o (si no
tienen piedras a su alcance) de astas de venado (fig. 123) . Estas áreas de alma­
cenamiento de artículos, que requieren una protección especial y no precisa­
mente de calor y luz, se hallan con frecuencia ubicadas en los alrededores ele
las casas de los esquimales. Por ejemplo, es casi seguro que al sur de la Casa
Palangana - área todavía no excavada- encontraríamos un gran bastidor para
almacenar carne en el invierno.
Si nos alejamos del yacimiento para obtener una visión de conjunto de su
organización espacial (fig. 122) , ¿qué generalizaciones se hacen patentes? Sin
duela, podemos distinguir un área central, en este caso el interior de la vivienda
que ha siclo usada intensivamente y compartimentada de manera muy acertada.
196 EN BUSCA DEL PASADO

Inmediatamente adyacente a ella están las áreas diferenciadas de forma tosca


(hablando en términos espaciales) , áreas en las que se llevan a cabo actividades
que individualmente ocupan una extensión considerable: los bastidores de alma­
cenamiento y el basurero ubicado junto a la puerta. Si nos alejarnos todavía
más de la casa, podernos observar la presencia de las áreas que ocupan una
mayor extensión y que, a nivel funcional, se muestran más especializadas: el
lugar donde se hallan los perros atados y el hogar de piedras. Estas generaliza­
ciones empíricas son útiles e interesantes, pero ¿de qué forma podernos utilizar
estas observaciones hechas sobre un asentamiento invernal de los esquimales
para que nos resulten útiles a la hora de interpretar el registro arqueológico en
general? La respuesta está en que, primero , debemos construir la teoría para
explicar, a continuación, los modelos y estructuras del tipo observado en el ya­
cimiento de la Casa Palangana .

CONDICIONAMfENTOS EN EL USO DEL ESPACIO: EL CALOR Y LA LUZ

La Casa Palangana representa un claro ejemplo de organización espacial


condicionada por un área resguardada y perfectamente delimitada, destinada a
las funciones domésticas. La casa proporciona refugio a una gran variedad de
actividades distribuidas separadamente, tanto en lo que respecta al tiempo corno
al espacio. Algunas de ellas, corno pueden ser la elaboración de útiles o la pre­
paración de alimentos, se realizan en los mismos espacios pero en momentos
diferentes (uso intensivo) , mientras que otras, por ejemplo las actividades do­
mésticas o el dormir, se practican generalmente, hablando en términos espacia­
les, de forma más segregada (uso extensivo) . En realidad, podernos considerar
que la organización del espacio dentro de una casa se articula, principalmente,
en base a dos factores: el calor y la luz. La propagación del calor dentro de un
edificio es aproximadamente simétrica, mientras que la luz se distribuye de fo r­
ma asimétrica, en función del disefio de la estructura. Por tanto, las actividades
que requieren tanto luz como calor (diversas tareas de fabricación y prepara­
ción) se localizan en el cuadrante más iluminado de la casa y son llevadas a
cabo en gran parte durante el día, en un área de uso intensivo; otras actividades
que precisan únicamente de calor y de un mínimo de luz (por ejemplo, comer
y dormir) se concentran en las áreas de la casa escasamente iluminadas por la
claridad que proviene del exterior.
Al margen ele la organización espacial general - condicionada por las cle­
rnanclas de calor y de luz - , debemos considerar también los efectos que la di­
visión del trabajo ejerce sobre la sociedad, ya que tenemos constancia de pa­
peles diferenciados en función del sexo y de la edad. Muchas de las activida­
des desempefiadas por los hombres, que incluyen la manufactura de útiles y de
otros íterns necesarios, requieren una extensión considerable de espacio y tam­
bién, en ocasiones, un largo período de tiempo hasta su finalización.23 De esta
manera, el establecimiento ele áreas de uso específico ofrece la ventaja de no
usurpar o interrumpir el ciclo cotidiano de uso del espacio que se observa den­
tro ele los límites de una casa.
Sabernos que la estructura situacional se ve afectada por limitaciones en el
LA GENTE EN SU ESPACIO 197

uso del espacio, aunque no debemos olvidar tampoco aquellos factores que fa­
vorecen la intensificación del espacio utilizado. De todo lo dicho hasta el mo­
mento se desprende que la temperatura exterior es un factor importantísimo,
que condiciona la estructura situacional, ya que, cuanto más baja sea la tempe­
ratura, un mayor número de actividades deberán realizarse en espacios protegi­
dos. Y de ahí surge el problema de que la construcción de una estructura o el
uso de un espacio protegido implica, a su vez, la restricción de la cantidad de
luz disponible en el interior de un edificio o abrigo . La Casa Palangana es un
buen ejemplo de cómo una cantidad limitada de luz tiende a favorecer la inten­
sificación del uso de los espacios que cuentan con una iluminación adecuada.
Lo contrario también es cierto: cuanto más asequible es la luz, más amplio será
el espacio utilizado. Las !imitaciones en la distribución del calor deben también
incrementar la intensificación de las actividades en espacios restringidos. Por
todo lo dicho, cuanto más necesario sea un refugio (debido principalmente a las
condiciones adversas del medio) , mayor será la diferenciación en el uso del es­
pacio como respuesta a las limitaciones de la iluminación.
La existencia de condicionamientos que alteran el uso del espacio queda per­
fectamente reflejada en la observación hecha por John Yellen 24 sobre los bos­
quimanos !Kung. Estas gentes van variando de lugar a lo largo del día, en fun­
ción de la distribución (cambiante) de la sombra y, en cada uno de dichos luga­
res, realizan esencialmente las mismas actividades. Este uso extensivo del espa­
cio es únicamente posible en el caso de que no exista otro tipo de condicionante
que afecta a la idoneidad de los lugares escogidos para realizar tareas de corta
duración en espacios relativamente pequefios. Los bosquimanos, al enfrentarse
únicamente al problema de mantener una relación ventajosa entre el espacio
necesario para trabajar y la sombra, están en condiciones de adoptar dicho es­
pacio en función de la distribución de los lugares umbríos. Este ejemplo sugiere
que, cuanto más dependa una tarea concreta de un lugar específico para su rea­
lización, más intensa será la concentración de actividades en lugares que reúnan
las condiciones deseadas. El espacio doméstico de la Casa Palangana es, en este
sentido, un ejemplo apropiado.
Al margen de las condiciones del medio ambiente, las tareas individuales
difieren en proporción al grado de exigencia de un uso extensivo del espacio.
Por ejemplo, las diversas tareas que pueden ser realizadas por una persona sen­
tada podrán ser llevadas a cabo en el mismo lugar, si se procura que no coinci­
dan en el tiempo (detalle del que me ocuparé más adelante) . Por otro lado, las
actividades que requieren extensiones de terreno diferenciadas tienden a distri­
buirse independientemente. Recordemos, al respecto, que en este mismo capí­
tulo tuvimos ocasión de comentar que un hoyo para asar es un elemento auxiliar
que ocupa una extensión que oscila entre 17 y 24 m2, cuyo uso modifica consi­
derablemente la superficie del terreno (por ejemplo, debido a la acumulación
de carbón), hasta el extremo de incapacitarla para ser utilizada en otros menes­
teres. Por tanto, a una actividad de este tipo se le adjudicará un área propia.
198 EN BUSCA DEL PASADO

124. Hombre perteneciente a los in­


dios pueblo jemez, del Suroeste de los
Estados Unidos, preparando el maíz
para ser almacenado posteriormente
para el invierno. octubre de 1976. (Foto
cedida por el Maxwell Muscum of
Anthropology, Universidad de Nuevo
México .)

TIEMPO DE CONSECUCIÓN

Las variaciones en la duración del tiempo empleado en la consecuc1on de


cada actividad es un factor adicional a tener en cuenta, ya que determina, en
muchos casos. que algunas tareas se realicen en áreas especiales. Las actividades
que monopolizan un espacio durante un largo período de tiempo difícilmente se
llevan a cabo en áreas de uso doméstico intensivo, por cuanto en dichos lugares
el modelo normal implica la consecución de tareas de corta duración que pueden
compaginarse con las actividades diarias de comer y dormir. Muchas tareas de
manufactura requieren la producción de una serie de elementos que gradual­
mente se irán acoplando entre sí a medida que se vayan acabando, de forma que
una interrupción en el proceso carece de sentido. Todos nosotros experimenta­
mos, en nuestra infancia, la frustración que representaba el hecho de extender
sobre la mesa de la cocina un rompecabezas o un juego y que, acto seguido, nos
viéramos obligados a retirarlo porque tenían que preparar la comida. Evidente­
mente, «el retirar nuestras cosas» significaba deshacer todo cuanto habíamos he­
cho. Por esta misma razón, aquellas tareas que requieren cierto tiempo se rele­
gan generalmente a áreas que pueden ser monopolizadas, sin que ello implique
la interrupción de las actividades que necesitan un tiempo de realización más
corto (es decir, aquellas con un «tiempo de consecución» más rápido).25
LA GENTE EN SU ESPACIO 199

125. Lugar de matanza y descuartizamiento, situado en la vertiente norte del río Anaktiq­
tauk, en el Paso de Anaktuvuk, Alaska. (Para Slt localización exacta, véase la figura 53.) Los
restos del descuartizamiento no se recogen en aquellos casos en que no se piensa volver al
lugar, pero si se da la circunstancia de que se trata de un emplazamiento al que volvenín para
realizar las mismas tareas , se procederá a recoger las astas y los huesos grandes y a quemarlos.

Los EFECTOS DE AMONTONAR RESTOS

Todavía queda otra consideración a tener en cuenta al examinar la organiza­


ción del uso del espacio: nos referimos al volumen de los subproductos que ori­
ginan las diversas tareas. Al margen del tiempo empleado, toda actividad que
genera una gran cantidad de desperdicios requiere espacio, no solamente duran­
te su ejecución sino también una vez ésta ya ha finalizado, porque hasta que
los desperdicios no se retiren su presencia impedirá que esta superficie pueda
ser utilizada para otros menesteres. Esto es una realidad, no importa la rapidez
con que se realice la tarea. Por ejemplo, cuando un indio jemez prepara, en la
época ele la recolección, el maíz para ser almacenado, produce una gran canti­
dad de desperdicios (fig. 124). No hace falta tener mucha imaginación para dar­
nos cuenta de que, mientras los restos de la operación ele descortezar el maíz
no sean retirados, esta área no podrá ser utilizada para otros menesteres.
En los yacimientos ocupados durante un espacio ele tiempo reducido, las ac­
tividades que originan graneles cantidades ele productos de desecho se ubicarán
lejos de las áreas ele uso intensivo y sus restos se dejarán in situ. En cambio,
en los yacimientos habitados durante un período de tiempo más largo, las áreas
ele actividad ubicadas en los límites del yacimiento serán limpiadas, para que
queden ele nuevo en condiciones de ser utilizadas (para realizar ésta y otras ac­
tividades). En un principio, me sorprendió que los nunamiut limpiaran sus yaci-
200 EN BUSCA DEL PASADO

mientos de primavera y otoño, ubicados muy lejos de su poblado , pero me ex­


plicaron que la gran cantidad de huesos y astas abandonados en el suelo y que
procedían del descuartizamiento masivo, invadían el camino y podían causar ac­
cidentes. Así, una vez finalizada la caza del caribú, recogían los huesos abando­
nados en los yacimientos y los quemaban .26 Los yacimientos ocupados única­
mente en respuesta a una situación específica (fig. 59), o que no encajaban con
las pautas de uso normal de la tierra, no se limpiaban de esta manera. La figura
125 nos muestra un yacimiento que, en el aspecto funcional, se puede equiparar
al puesto de caza y al lugar de descuartizamiento del yacimiento del Anavik.
Este último se limpiaba con la intención de volver a utilizarlo de nuevo en el
futuro, mientras que el primero fue abandonado en el estado que nos muestra
la fotografía, ya que consideraron inviable su pronta reutilización. En resumen,
los yacimientos que amontonan gran cantidad de restos nos ilustran dos aspec­
tos. En primer lugar, el tamaño del área requerida y la cantidad de restos pre­
vista pueden determinar la elección del espacio donde debe desarrollarse una
actividad. En segundo lugar, la probabilidad de que el área sea utilizada de nue­
vo, junto con el tiempo de permanencia del montón de desperdicios que se ha
generado, afecta al grado de limpieza, incluso en las áreas de actividad ubicadas
en la periferia.

ESTRATEGIAS DE LIMPJEZA

Los yacimientos esquimales de descuartizamiento ponen de relieve otro fac­


tor adicional que condiciona la estructura de los yacimientos arqueológicos: nos
referimos al mantenimiento del yacimiento. Sin duda, estamos en deuda con Mi­
chael Schiffer por haber llamado la atención sobre este importante aspecto.27
En base a mi experiencia como etnógrafo, creo que el mantenimiento de un
yacimiento requiere por lo menos dos tipos de procesos: 1.0, mantenimiento pre­
ventivo (la ubicación de los ítems lejos de los espacios de uso intensivo) y 2. 0,
mantenimiento post hoc (la propia limpieza de las áreas y el transporte de los
restos acumulados hacia áreas-vertedero especiales). En general, el manteni­
miento preventivo implica un cierto grado de anticipación de la cantidad de ba­
sura que se acumulará en el curso de una actividad dada y ello, a su vez, afecta
a la ubicación de las actividades (como indican los ejemplos citados anterior­
mente) .
El mantenimiento preventivo, en el caso de aquellas actividades que tienen
lugar fuera de una estructura, consiste normalmente en lanzar los restos fuera
del área de utilización inmediata, lo cual conlleva la formación de un depósito
o zona toss en los límites del área de uso intensivo. En el aspecto técnico, estos
restos constituyen la basura primaria (según el término empleado por Schif­
fer),28 puesto que los ítems han sido colocados en el contexto inmediato a su
uso. Dentro de una casa, el mantenimiento preventivo suele estar explícitamen­
te relacionado con las estrategias de limpieza. En una vivienda esquimal, por
citar un ejemplo, los ítems que de otro modo hubieran acabado en una zona
toss se colocan en pequeños montones alrededor del hogar,29 o incluso en una
especie de cubo que posteriormente se trasladará a un vertedero exterior. Asi-
LA GENTE EN SU ESPACIO 201

mismo, los restos «agrupados», que tienen cabida en una olla de cocina, se
transportan deliberadamente fuera de la casa, hacia un área-vertedero , mientras
que en situaciones más provisionales, o carentes del abrigo formal de una casa,
el mismo contenido hubiera sido vaciado directamente junto al hogar (fig. 90).
Ambos tipos de vertederos, creados por el mantenimiento preventivo del inte­
rior de la casa, son clasificados por Schiffer como basura secundaria (es decir,
restos depositados de nuevo) , aunque contengan exactamente las mismas cosas
que las zonas toss ubicadas alrededor del hogar y que seguramente Schiffer con­
sideraría como basura primaria. La notable diferencia que se establece entre
estas dos situaciones reside en la escala dei área que se usa y mantiene de forma
intensiva. En el primer caso, dicha área es bastante reducida (destinada a pro­
curar asiento y situada junto a la zona toss) , mientras que en el segundo se trata
de todo el interior de una casa, incluyendo las áreas donde permanecen senta­
dos , realizan el trabajo doméstico y duermen. Por tanto, la comprensión de las
relaciones de organización establecidas entre los ítems recuperados en el yaci­
miento depende de basar los modelos estructurales en los datos observados y
no en alguna división convencional , hecha sobre criterios puramente formales,
entre basura primaria y secundaria.30
Creo que es bastante obvio que, en igualdad de condiciones, la atención
prestada al mantenimiento de un área está relacionada con la intensidad de su
uso. Las áreas utilizadas intensamente sufren un proceso de mantenimiento ex­
haustivo y, por tanto , estarán asociadas a áreas de distribución especializada.
Hasta qué punto esto es cierto depende, de todos modos, del tiempo que dure
este uso intensivo: el mantenimiento de áreas usadas intensivamente sólo es mí­
nimo durante períodos cortos. Ello representa que en estas áreas podemos su­
poner la existencia de una estrecha relación entre la duración de la ocupación
y el esfuerzo invertido en su mantenimiento. Además, cuanto más larga sea la
ocupación, mayor será el número de actividades a realizar en dicho Jugar. Por
tanto, debe existir nna correlación entre la duración de la ocupación y el núme­
ro de áreas en las que se llevan a cabo actividades especializadas y/o la cantidad

de áreas a gran escala, situadas en la periferia del área de actividad principal ,


a las que se les dedica un mantenimiento cuidadoso . Esta última proposición
parece coincidir con las observaciones llevadas a cabo por Yellen entre los
!Kung31 y también con mi propia investigación, por lo menos en lo que se refie­
re a yacimientos de residencia.

UNA TEORÍA ACERCA DE LA ESTRUCTURA S!TUAC!ONAL

Creo que ya se ha dicho lo suficiente, cuando menos a título preliminar, para


poder captar la dirección seguida en mis intentos por construir una teoría apli­
cable a la estructura situacional. Sabemos que tanto la luz como la temperatura
son factores que, considerados globalmente, varían de forma regular, y por tal
razón debemos ser capaces de empezar a sugerir correlaciones entre la estructu­
ra situacional y las variaciones geográficas, no sólo en lo que respecta a las tem­
peraturas estacionales y de cada día, sino también a los ciclos de la luz natural.
Otras características de los sistemas de asentamientos condicionados por el me-
202 EN BUSCA DEL PASADO

dio ambiente, tales como la movilidad,32 pueden también relacionarse con de­
terminadas formas de funcionamiento . Por ejemplo, cuanto menor sea la movi­
lidad de un grupo o más acusado su sedentarismo, mayores serán las probabili­
dades de conflictos en la escala y duración de las actividades desarrolladas en
cualquier lugar. Ya hemos visto que algunas variables de este tipo afectan al
grado de separación espacial existente entre actividades diversas o también al
modo de utilización -intensivo o extensivo - de los espacios comprendidos en
un yacimiento. Igualmente, cuanto mayor sea la complejidad de la tecnología y
organización social de un grupo que ocupa un yacimiento, más complejas serán
las actividades relacionadas con la manufactura y elaboración de materiales para
su uso y consumo, y ello dará como resultado una complejidad todavía mayor
en la estructura situacional. Si a esto añadimos las variables del medio ambiente
- por ejemplo la lluvia o un sol intenso, elementos ambos que ejercen una gran
influencia sobre el uso de algún tipo de refugio - , nos encontramos con que la
comprensión de la organización espacial que se deriva del comportamiento hu­
mano se convierte en un campo de investigación aún más interesante y motiva­
dor.
Creo que he demostrado cómo la investigación de las relaciones funciona­
les 33 puede ayudarnos a desarrollar métodos para interpretar los modelos obser­
vados correctamente en el registro arqueológico . Aceptados ciertos avances en
el desarrollo de los métodos interpretativos aplicados a los restos faunísticos y
a algunos aspectos de la estructura situacional, considero que ya podemos abor­
dar la interesante tarea de intentar comprender, en términos de la organización
interna de los sistemas del pasado, la variabilidad en la composición de los con­
juntos que nos ilustra el «problema musteriense». Los ejemplos interpretativos
y las generalizaciones resultantes discutidas aquí deben ser vistos como muestras
de una estrategia de investigación concreta y creo que también he demostrado
la importancia de esta aproximación en el estudio de la estructura situacional.
De todos modos, no está de más recordar que queda mucho camino por reco­
rrer antes de que podamos olvidarnos de los artefactos y empezar a reconstruir
los contextos dinámicos en los que tales distribuciones tomaron forma.
En esta parte del libro he utilizado la polémica sobre el Musteriense para
ilustrar un problema mucho más general, que los arqueólogos simplemente no
han afrontado : me refiero al hecho de que los criterios basados en similitudes
son insuficientes para señalar los límites de los sistemas culturales del pasado.
Recordemos por un momento que los diferentes tipos de yacimientos comenta­
dos en el capítulo 6 demuestran repetidamente que un sistema de vida está for­
mado por: a) espacios, b) fuerza de trabajo, y e) una serie de tácticas, esferas,
todos ellos internamente diferenciados. Los arqueólogos-deben reconocer que
los distintos conjuntos arqueológicos son expresión de diferencias funcionales
dentro de sistemas únicos y no, necesariamente, diferencias entre sistemas. El
agrupar simplemente las cosas que son similares nos garantiza que nunca vere­
mos un sistema en términos reales. Necesitamos juntar todos los aspectos ar­
queológicos diferentes de un mismo sistema.
Éstos son los principales desafíos para el método arqueológico. Pero del es­
tudio de la estructura situacional se desprenden otras implicaciones que afectan
a la disciplina considerada globalmente. En el capítulo 3 comentaba las dificul-
LA GENTE EN SU ESPACIO 203

tades de los arqueólogos en reconocer la expresión material de ciertos tipos im­


portantes de yacimientos del pasado, tales como los campamentos base. La mis­
ma noción de campamento base, por ejemplo, conlleva implicaciones acerca de
unos habitantes que comen y duermen juntos en el mismo lugar, sobre la orga­
nización de los roles sociales en función de las diferencias de edad y sexo, acerca
de compartir responsabilidades entre aquellos que desempeüan roles distintos,
y también sobre cómo fue introducida la tecnología adaptativa y cómo se man­
tuvo, teniendo en cuenta que todas las actividades estaban centradas en «lugares
de ocupación» distintos. Un requisito fundamental para llevar a cabo un recono­
cimiento exacto de éste u otro tipo de yacimiento en el registro arqueológico
es comprender las consecuencias espaciales estáticas, de la forma en que esta­
ban integradas a nivel funcional estas diferentes dimensiones de organización
dinámica. Esta habilidad en reconocer las características que se supone reflejan
importantes transformaciones es crucial, si queremos enfocar el estudio de la
evolución del hombre de forma realista. Las convenciones corrientes, por ejem­
plo, los argumentos sobre la abundancia de los artefactos o sobre la asociación
de artefactos y huesos distan mucho de ser atrayentes y no presentan suficientes
elementos definitorios. Debemos abandonar la idea de que la posibilidad, en sí
misma, justifica los significados que otorgamos a las observaciones arqueológi­
cas: se necesitan formas de proceder mejores.
Al enfrentarnos a un modelo reconocible del registro arqueológico, tenemos
que empezar a preguntarnos «¿qué significa?», y a partir de aquí seguir una vía
científica que implicará la investigación de propiedades del mundo exterior con
el fin de ampliar nuestros conocimientos. La investigación de las relaciones en­
tre la dinámica (comportamiento humano) y los resultados estáticos (artefactos,
estructura situacional, restos faunísticos) debe enfocarse en torno al desarrollo
de métodos seguros y exactos que nos permitan inferir «cómo era» en el pasado.
En esta sección, espero haber ilustrado el modo en que la investigación debe
afrontar estos tres puntos: l .º, reconocer modelos en el registro arqueológico,
2.0, plantearse la importante pregunta de «¿qué significa?», y 3.0, manejar estu­
dios «actualizados» con el fin de desarrollar los métodos adecuados para realizar
inferencias acerca de «cómo era», absolutamente ciertas. Una vez conozcamos
algo 'acerca de la naturaleza del registro arqueológico (respecto a cómo se ha
podido formar) , estaremos en condiciones de hacer afirmaciones mucho más
exactas sobre algunos aspectos de la realidad del pasado.
Tercera p arte

¿POR QUÉ OCURRIÓ ?


Sabemos que en el pasado tuvieron lugar una serie de acontecimientos . No
plantea demasiadas dudas, por ejemplo, que antaño todos fuésemos cazadores
y recolectores, ni tampoco que en un momento dado, en algún lugar y de alguna
manera, la gente empezara a sembrar y domesticar plantas y animales. De la
misma manera, parece razonablemente obvio que en la antigüedad la humani­
dad vivía en grupos pequeños y nómadas, con una superestructura social escasa­
mente desarrollada en lo que respecta a grandes organizaciones políticas y reli­
giosas, y también que en algún lugar y de alguna forma estos modos de vida
cambiaron y aparecieron sistemas políticos complejos. Por todo ello, podemos
preguntarnos « ¿por qué ocurrió?», sin que dispongamos necesariamente de mu­
chos conocimientos sobre el registro arqueológico de las épocas y lugares en
que tuvieron lugar estos acontecimientos .
Plantear esta pregunta no es privativo de los científicos: el hombre culto ha
buscado explicaciones a acontecimientos conocidos o imaginados desde el mo­
mento en que ha sido consciente de su capacidad cognitiva. Una de las clases
de variabilidad cultural más importante, reconocible en la actualidad, consiste
en la diferencia existente en las tendencias intelectuales que dan lugar a diferen­
tes tipos de interpretaciones. Ciertos acontecimientos pueden ser explicados por
un marxista como hechos derivados inevitablemente de la interrelación dialécti­
ca de las fuerzas sociales; un creacionista podrá ver en los mismos acontecimien­
tos la mano de Dios, que interviene en todas las cosas; los partidarios de otras
creencias culturales, en cambio , enfatizarán el papel causal de la elección huma­
na, de la presión de la población, de los efectos retroactivos, etc. Todos estos
argumentos explicativos sugieren la necesidad de conexiones entre las distintas
tendencias, ya que se trata de argumentos sobre los tipos de causas que se con­
sideran operativas.
Una vez reconocido un problema (los orígenes de la agricultura, por ejem­
plo, o las causas que dieron lugar a la formación de sociedades complejas) , la
opción cultural por sí sola puede bastar para elaborar un argumento explicativo.
A partir de alguna forma de comprensión adquirida acerca de cómo funciona
el mundo es posible organizar esta comprensión, de manera que proporcione
un relato post hoc de los hechos «problema». En realidad, se trata de la forma
más corriente de argumento que el hombre cultura] utiliza cuando defiende sin
'
cesar ésta o aquella posición. Justifica su posición citando pequeños fragmentos
de evidencia previamente seleccionados: observaciones destinadas a favorecer o
contradecir las visiones particulares de cómo funciona el mundo. Los significa­
dos de estas observaciones se considera que son evidentes en sí mismos . Todos
los argumentos de este tipo están basados en suposiciones sobre cómo funciona­
ba el mundo en alguna época del pasado; por tanto, es imposible llegar a una
208 EN BUSCA DEL PASADO

conclusión acerca del pasado que sea incompatible con las premisas sobre las
que se ha basado el argumento. Ello significa , inevitablemente , que existen tan­
tas explicaciones sobre los acontecimientos del pasado como diferencias funda­
mentales en las suposiciones básicas hechas en el momento de la inferencia. To­
dos los argumentos que tienden a conferir credibilidad a tales inferencias, a base
de apelar a hechos adicionales que no figuran en el argumento original, son
como anuncios: hacen propaganda sobre la «utilidad» de la forma de pensa­
miento que se defiende. 1 La mayoría de las veces tales apelaciones a hechos son
equívocas, en cuanto que los significados asignados a las observaciones citadas
no se justifican independientemente de los argumentos a los que se remiten
como evidencia.
Quizá sea una ironía el que muchas de las teorías generales empleadas por
los arqueólogos se iniciaron, o al menos fueron estimuladas, tras el estudio de
fenómenos culturales contemporáneos o históricamente documentados. En
tiempos pasados, ya manifesté el importante papel que representaban los estu­
dios «actuales» en el desarrollo de nuestros métodos por inferencia,2 por tanto
no desapruebo esta situación. De todos modos, debe recalcarse que la teoría
general no es una Teoría de Alcance Medio. La teoría general implica la exis­
tencia de argumentos destinados a explicar por qué razones el pasado era como
parece haber sido. La mayoría de las proposiciones teóricas, generadas del estu­
dio de sociedades contemporáneas, implican especulaciones sobre las secuencias
de acontecimientos que pueden haber caracterizado la transformación de un
modelo de sistema en otro, y no dejan de ser extrapolaciones de un estadio del
sistema a otro, con argumentos explicativos de cómo tuvo lugar la transforma­
ción. 3 Los teóricos, cuando observan una situación etnográfica actual, en reali­
dad ven el funcionamiento de un sistema ya en el estado que ha motivado la
búsqueda de una explicación.4 Por ejemplo, Wittfogel,5 en su clásico argumento
(recordemos que relaciona la irrigación con formas de organización del estado
«orientales») sugería el papel causal de la irrigación y para ello se basaba en la
correlación observada entre los sistemas hidráulicos y los sistemas políticos so­
cialmente estratificados. Creyó observar, a partir del funcionamiento de tales
sistemas, que el control monopolista de la tecnología de la irrigación proporcio­
naba las bases del mantenimiento del poder dentro del sistema. El siguiente
paso fue sugerir que esta relación funcional entre un monopolio productivo y
el poder político fue la causa del surgimiento de sociedades socialmente estrati­
ficadas. Una relación similar subyace en el argumento básicamente funcional de
Marshall Sahlins; 6 dicho autor defiende que si los jefes funcionan como agentes
redistributivos es debido a que han surgido en condiciones que favorecen la re­
distribución. Tales puntos de vista quizá sean una consecuencia inevitable de
contar sólo con experiencias etnográficas en el momento de establecer las bases
de las especulaciones referentes a los procesos evolutivos.
Los arqueólogos (y quizá también algunos historiadores) son los únicos in­
vestigadores que trabajan con hechos relacionados directamente con episodios
evolutivos y las observaciones etnográficas se refieren, como máximo , al funcio­
namiento de sistemas relativamente estables. Por tanto, ¿por qué las utilizamos
para activar nuestra imaginación respecto a la evolución de los sistemas? En
general, los arqueólogos no han reconocido la necesidad de contar con una Teo-
¿POR QUÉ OCURRIÓ? 209

ría de Alcance Medio propia. En su lugar han adoptado los argumentos teóricos
generales lanzados por los historiadores y etnógrafo s, acomodando las observa­
ciones del registro arqueológico a dichos argumentos. ¡ Nos hallamos simple­
mente ante un ejercicio tautológico cuando (y ocurre con frecuencia) estas ob­
servaciones son citadas a su vez como prueba de que las teorías generales son
verdaderas !
Los arqueólogos, por tanto, deben abandonar este pasatiempo inútil. Nece­
sitamos concentrarnos en el desarrollo de una Teoría de Alcance Medio - un
campo en el que las observaciones etnográficas e históricas son cruciales como
prueba- y emplear los métodos de inferencia desarrollados de esta forma para
obtener respuestas a preguntas como «¿qué significa?» y «¿cómo era?». Única­
mente si se pueden obtener respuestas seguras a tales preguntas será provechoso
intentar buscar respuestas a preguntas como «¿por qué ocurrió?».

14. - BINFORD
8. SOBRE LOS O RÍGENES
nF LA AGRICULTURA

Tuve un profesor que decía que uno puede pasarse la vida intentando expli­
car porqué la Tierra es plana y fracasar totalmente. Tenía bastante razón: plan­
tear una pregunta tonta supone malgastar mucho tiempo. Inicio este capítulo,
por tanto, haciendo una breve descripción de algunos de los modelos básicos y
razonamientos normalmente aceptados por los arqueólogos y antropólogos al
tratar el problema de los orígenes de la agricultura: fenómeno global que se
inició en algunas áreas hace aproximadamente unos 10.000 años. Señalaré los
fallos que según mi opinión existen en estos razonamientos y, posteriormente,
describiré las pocas líneas de investigación que parecen más sugerentes. Estos
nuevos razonamientos de ningún modo se han agotado; podríamos decir que se
trata de meros ensayos. A pesar de ello, nos anuncian algunos cambios, ligeros
pero significativos, en la forma de plantearnos una pregunta.

APROXJMACIONES AL PROBLEMA DEL ORIGEN DE LA AGRICULTURA

Supongo que la especulación sobre los orígenes de la agricultura se remonta


al momento en que el hombre empezó a ser consciente de su propia historia.
Centrándonos en los límites de nuestra tradición cultural, los escritos de Charles
Darwin 1 y H . L. Roth 2 representan , quizás, algunos de los primeros intentos
serios de afrontar el problema. D arwin planteó sus trabajos en base a sus cono­
cimientos de biología y no estuvo muy acertado en lo que respecta a los orígenes
de la agricultura. En efecto, en una disertación en la que especulaba sobre la
razón que había incitado al hombre a advertir que una planta podía crecer a
partir de la siembra de una semilla, se basó en el supuesto de que la variable
determinante y definitiva que justificaba el origen de la agricultura era el cono­
cimiento ; es decir, creía que la agricultura era la consecuencia inevitable de sa­
ber que una semilla plantada en la tierra se convierte en una planta. Este punto
de vista erróneo no finalizó con Darwin. Existen todavía muchos que defende­
rían la idea de que la agricultura es una forma de producción con ventajas evi­
dentes y que el hombre la adoptará inevitablemente si tiene conocimiento de
ellas.
En Inglaterra surgió por primera vez una forma incipiente de argumento me­
canicista que fue dado a conocer a través de los escritos de Peake y Fleure 3 y,
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 211

posteriormente, mediante los trabajos de V. Gordon Childe.4 Se trataba de un


argumento darviniano (en el sentido de las ideas biológicas de Darwin) , ya que
se intentaba imaginar las condiciones que , en el pasado, pudieron forzar al hom­
bre a experimentar con nuevos medios de producción. ¿Hasta qué punto el
hombre modificó su comportamiento presionado por el fracaso de sus prácticas
anteriores? ¿Adoptó nuevas estrategias como resultado de su propia visión acer­
ca de lo que le podía deparar el futuro? ¿En qué medida ciertas presiones for­
zaron al hombre a enfrentarse a los nuevos problemas, a experimentar con su
medio ambiente y, finalmente, a convertirse en agricultor? Estas importantes
preguntas - algunas de las cuales se mantienen todavía en vigor- fueron difun­
didas por Childe y se conocen corno la «teoría de la contigüidad» o «teoría del
oasis» que hacen referencia a los orígenes de la agricultura. Darwin creía que
la creciente desecación del desierto del Sabara y de otras zonas, acaecida al final
del último período glacial , había provocado la concentración progresiva de to­
dos los animales (incluyendo al hombre) en los valles de los ríos, en un escena­
rio que ahora se nos muestra agradable aunque primitivo . Allí se produjo una
«convulsión», algo parecido a embarcarse todos en una misma nave, en la que
los animales y el hombre, ahora cara a cara, tenían que encontrar los mecanis­
mos adecuados para acabar con sus problemas. Childe escribió que los hombres,
en estos medio ambientes tan favorables en los que crecían todo tipo de plantas,
al practicar la agricultura pudieron, obviamente, proporcionar a los animales de
pastoreo grandes cantidades de alimento a base de rastrojos. Se observó un
cambio entre el tipo de vida parasitaria propia de los cazadores y recolectores
(fig. 126) y la especie de simbiosis existente entre las plantas y animales que ,
según Childe, caracterizaba la práctica de la agricultura.5

126. Poblado de una comunidad agrícola . Un poblado agrícola, integrado por individuos pro­
venientes de Okinawa, Iwo y Siepan, que se estableció a finales de la segunda guerra mundial
en la isla de Yaeyama (Islas Ryukyu). (Foto tornada en junio de 1953 por E. Santry y cedida
por el autor.)
212 EN BUSCA DEL PASADO

127. Poblado de pastores. Asentamiento navajo de Ah Tso lige, cerca del lago Colorado, en
Arizona, noviembre de 1935 en el momento del recuento de las ovejas. (Foto cedida por el
Maxwell Museum of Anthropology, Universidad de Nuevo México.)

Este argumento no constituía realmente una explicación, sino, según pala­


bras del filósofo de la ciencia Car! Hempel,6 un «esbozo de explicación», ya que
incluía algunas variables y algunas ideas sobre el mecanismo pero también com­
prendía un modelo de historia. En la actualidad, el problema de construir un
modelo acertado estriba en que todos los acontecimientos imaginados deben ser
exactos (algo que las teorías no requieren) . Cuando las variables aparecen com­
binadas con los acontecimientos, existe el peligro de un ataque en ambos fren­
tes: quizá se compruebe que sus hechos históricos no son correctos o, quizá, se
argumente que sus variables no son apropiadas. Frecuentemente, si se demues­
tra que uno de estos dos elementos está mal concebido , también se rechaza el
otro. É sta fue exactamente la estrategia seguida por Robert Braidwood (por
entonces perteneciente al Oriental Institute, de Chicago) y por sus colaborado­
res para atacar el argumento de Childe, que se basaba en agrupaciones mecani­
cistas.7 Braidwood empleó diversas técnicas, como por ejemplo el análisis de
polen y la sedimentología, con el fin de evaluar si en el Próximo Oriente se
había producido un cambio en el medio ambiente antes de la aparición de la
agricultura. Su conclusión fue que no se había producido un período de deseca­
ción importante .8 Si tal afirmación era cierta, el modelo de Childe resultaba,
entonces, indudablemente incorrecto. 9
La aproximación de Braidwood a este tema era esencialmente idealista, ya
que compartía, asimismo, la idea de que el conocimiento es un factor determi­
nante. Postulaba que el hombre se familiarizó con el medio ambiente al final
del Pleistoceno y que esta familiaridad fue en aumento hasta el punto de permi­
tirle adquirir conciencia de que poseía el conocimiento suficiente para manipu­
lar el medio en beneficio propio. Es algo parecido a cruzar una especie de Ru-
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRJCULTURA 213

bicón intelectual. El hombre, empleando las palabras del propio Braidwood, se


«instaló» en su medio ambiente, 10 ¡es de suponer, como la gallina que una vez
instalada confortablemente en su ponedero tiene grandes ideas! Si el hombre se
instaló en un medio que en potencia albergaba plantas y animales domestica­
bles, acumulando al mismo tiempo conocimientos, no es de extrañar que existie­
ra una cierta predestinación respecto al resultado final del proceso . 1 1 Es decir,
si se estableció en un área en la que abundaba el trigo silvestre debió convertirse
en un agricultor de trigo; si, por el contrario, se asentó en un área que alberga­
ba carneros cimarrón se convertiría en un pastor de ovejas (fig. 127). Éste era,
aproximadamente, el nivel de conocimiento mecánico que se desprendía de la
mayoría de las explicaciones sobre el origen de la agricultura vigentes entre el
final de la segunda guerra mundial y principios de los años sesenta. La noción
de «instalarse» todavía está en vigor. Creo que esta noción subyace en gran par­
te de los trabajos realizados por Eric Higgs y sus colaboradores. 12 Dichos auto­
res postulan que la domesticación es el resultado de un proceso de aprendizaje
prolongado, una concienciación gradual por parte del hombre de las posibilida­
des de manipulación que ofrece el medio ambiente. Por tanto, el gradualismo,
característico de los escritos de Braidwood, no falta en la literatura contempo­
ránea; de hecho, se observa un resurgir de este tipo de razonamientos.
Es interesante resaltar que, incidentalmente, en la literatura idealista de los
períodos anterior e inmediatamente posterior a la guerra, aparecía implícito un
elemento adicional. Aquellos que teorizaban sobre los orígenes de la agricultu­
ra, siguiendo los razonamientos que he mencionado antes, debieron ocasional­
mente enfrentarse a un ejemplo etnográfico contrario a sus postulados; como
en el caso de un grupo humano que vivía en un área donde crecía el trigo silves­
tre y que, sin embargo , no habían procedido a su domesticación. Se dio la ex­
plicación de que se trataba de gente estúpida que no aprendía con facilidad. Si
una de las variables determinantes sobre las que se basaba la teoría era la cua­
lidad del protagonista, es decir su capacidad de aprender, debemos señalar que
la situación opuesta vendría representada por un grupo que practicase la agricul­
tura en un área que no se puede considerar excepcional .
Los postulados de Childe, basados en la difusión de la selección, fueron
reemplazados totalmente por el punto de vista de Braidwood, el cual considera­
ba la agricultura como un proceso emergente: una visión contra la que no había
alternativas efectivas en la literatura de los años cincuenta. El título «la apari­
ción de . . . » era corriente en los artículos de este período , y se discutía frecuen­
temente el inicio de numerosos fenómenos (con definiciones ele las fases inicial,
epi-inicial y post-inicial). La visión general era la de las oscuras tinieblas del
hombre antes de la iluminación: el hombre iba tropezando por su medio am­
biente, en un intento continuo ele realizar esto o aquello. Mi discreto desafío al
punto ele vista ele Braidwood fue publicado en 1968 en un artículo13 y causó
cierto revuelo. Su publicación coincidió con la aparición de algunos razonamien­
tos en los que el crecimiento de la población era considerado como el factor
principal que condicionaba la aparición ele innovaciones tecnológicas, 14 así como
formas de organización sociopolíticas más complejas. 15 Mi punto de vista fue
adoptado para explicar los acontecimientos del Próximo Oriente 16 al­
gún tiempo gozó ele cierta popularidad. Sin embargo, adolecía ""�":f-"•1:.'5''
214 EN BUSCA DEL PASADO

defectos presentes en los razonamientos de Childe, es decir, era una combina­


ción de historia y teoría especulativas , un «esbozo de explicación». Intenté uti­
lizar algunas variables que consideré de importancia en un modelo que se basa­
ba en la idea que teníamos acerca del pasado. Desgraciadamente, estaba equi­
vocado respecto a lo que había sido el pasado; y si ello se podía demostrar,
también debía resultar bastante fácil descartar las variables que había considera­
do poco importantes. De hecho, tras la inicial popularidad de los llamados argu­
mentos «demográficos» , se ha producido una reacción. 17 En la actualidad, mu­
chos autores afirman simplemente que estos argumentos son ingenuos o que han
siclo demostrados ele forma incorrecta. 18
El mensaje metodológico que se deriva de estos argumentos -prescindiendo
ele la controversia ocasionada por la importancia de los factores demográficos
per se - es el siguiente: la práctica de la agricultura es una forma ele crear po­
sibilidades de subsistencia, una solución a un problema humano fundamental;
esto es, conseguir lo necesario para comer. Ahora bien, si de alguna manera la
agricultura se desarrolló al margen de las prácticas ele los pueblos no agriculto­
res, sería razonable suponer que surgió para resolver un problema al que se
enfrentaban algunos pueblos. ¿Cuál podía ser este problema? Con seguridad es­
taba relacionado con el medio ambiente, ya que el problema de abastecimiento
de alimento por parte de los cazadores y recolectores se origina como conse­
cuencia de la dinámica del medio en interacción con la acción del hombre. ¿Se
encuentran los animales donde se supone que deberían estar? ¿Es su número
el usual? ¿Se han explotado en demasía los recursos de las plantas? En otras
palabras, ¿cuál es la interacción existente entre el hombre y su medio? Por todo
lo expuesto, es muy razonable que durante un período de tiempo existiera un
gran interés por el análisis de los medio ambientes y que, en buena medida, se
realizaran estudios cada vez más detallados. Los arqueólogos todavía eran gra­
dualistas, pero al menos ahora trabajaban dentro de un contexto ecológico.
Fue interesante observar lo que ocurrió cuando alguien, en el transcurso de
una serie de conferencias, preguntó «¿por qué los indios de California no prac­
ticaban la agricultura?» . El conferenciante podía responder preguntando a su
vez con qué tipo de plantas contaban, y entonces el auditorio normalmente hu­
biera respondido : «disponían de gran cantidad de bellotas» . Pero la pregunta
fue olvidada al observar que los indios no tenían necesidad de practicar la agri­
cultura en un medio ambiente tan generoso. Ésta es la ejemplificación de un
argumento q ue aparece con frecuencia, no sólo en conferencias sino también
en artículos, y que llamo la Propuesta del Jardín del Edén. Parece ser que, en
contra de lo que defiende la Biblia, no hay un único Jardín del Edén (fig. 128) ,
sino muchos (¡y éstos han ido apareciendo en función del número de personas
que escriben acerca del origen de la agricultura!). Permítanme que me explique.
Existen muchos relatos etnográficos, de la época de exploración o asenta­
miento colonial, que nos hablan de la presencia de pueblos no-agricultores en
distintas partes del mundo. Por tanto, donde sea que se plantee el tema de las
causas ele la adopción de la agricultura, se puede hacer un rápido test de lógica
y preguntar: «si ello es cierto, ¿por qué los tal y tal no practican la agricultu­
ra?». Plantear de manera continuada un test de hipótesis de este tipo es posible
si se cuenta con el material etnográfico necesario y éste es un tema acerca del
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 215

128. «El hombre y los animales en el Jardín del Edén .» Muchos arqueólogos han sugerido
que medio ambientes ricos como el aquí representado, colmados de alimentos a punto de ser
recolectados, proporcionaron el marco adecuado para el inicio del sedentarismo y de la agricul­
tura. (Dibujo de Iva Ellen Mortis.)

cual los especialistas sabían muy poco. Se produjo entonces un interesante desa­
fío entre la gente que contaba con experiencias etnográficas y aquellos que
creían estar info rmados sobre los antecedentes ambientales de los orígenes de
la agricultura; se trata de un juego que he visto practicar una y otra vez a lo
largo de los últimos años.
Alguien puede ofrecer un argumento sobre los orígenes de la agricultura ha­
ciendo hincapié, por ejemplo, en la escasa cantidad de pistachos hallados entre
los cazadores y recolectores del Próximo Oriente, señalando a su vez que la
existencia de una sociedad compleja implica el abandono de la práctica de la
caza y recolección. Un miembro del auditorio puntualizará entonces que en Me­
soamérica no había pistachos y sin embargo se practicaba la agricultura; o, a la
inversa, que en California y en la costa noroccidental de Norteamérica, lugar
donde no se practicaba la agricultura, existían una serie de sociedades comple­
jas. El conferenciante puede confesar que no ha tenido en cuenta estos detalles,
pero a su vez pondrá de relieve que en Mesoamérica escaseaban también otros
recursos, mientras que en California y en la costa del noroeste contaban con tal
cantidad de bellotas o salmones que no tuvieron necesidad de inventar la agri­
cultura. Los pueblos no adoptan la agricultura si viven en medios altamente pro­
ductivos: es decir, en pequeños «Jardines del Edén», donde el alimento es muy
abundante. Por otra parte, está generalmente aceptado que en tales medio am­
bientes los pueblos se sedentarizan, dejan de trasladarse. A continuación, ofrez­
co una cita que resume lo que parece ser el punto de vista aceptado por la ma-
216 EN BUSCA D E L PASADO

yoría de arqueólogos: «Damos por supuesto que, en general, la raza humana


tiene más posibilidades de supervivencia llevando una vida sedentaria que via­
jando, y que, en igualdad de circunstancias, donde exista una oportunidad de
efectuar el cambio, éste será llevado a cabo».19
Este enunciado es lo que yo llamo «principio del mínimo esfuerzo»: un hom­
bre no hace nada por conseguir alimento a menos que se vea forzado a ello. Si
no tiene que caminar, permanecerá sentado (fig. 129). Si en un lugar existe co­
mida en abundancia, por ejemplo un criadero de moluscos, allí acudirá. Eviden­
temente, en un Jardín del Edén, el hombre no se moverá de un lado a otro.
Estas dos ideas, la «propuesta del Jardín del Edén» y el atractivo «principio del
mínimo esfuerzo», consideradas conjuntamente, han dado lugar a una sucesión
de argumentos muy interesantes.
Recientemente se ha sugerido , por ejemplo, que en la cima de los Andes
existía un Jardín del Edén que favoreció la vida sedentaria.20 De la misma ma­
nera se ha propuesto que en el Great Basin de Norteamérica existía un Jardín
del Edén que se extendía a lo largo de diversas cuencas internas, donde grandes
marjales producían enormes cantidades de espadañas comestibles. Desconozco
cuántas toneladas de espadaña se supone que había en un radio de dos horas a
pie del l ugar en cuestión, pero si lo que se desea es comer espadañas durante
toda la vida quizás es cierto que allí existía un Jardín del Edén. De todos mo­
dos , se dijo -y con bastante seriedad - que este recurso era la causa del seden­
tarismo y de la vida en poblados practicado en la región.21

129. Arroz en proceso de secado para ser posteriormente almacenado. Poblado de Hoshino,
isla de Yaeyama (al Sur de las Ryukyus). El sedentarismo representa una mayor inversión en
elementos auxiliares y la circulación de artículos y productos hacia los consumidores; a ello
también contribuyó el almacenamiento de productos en grandes cantic,lades alargando, de esta
forma, el período de su consumo. (Foto tomada en j unio de 1953 por E. Santry y cedida por
el autor.)
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 217

Otra sugerencia, propuesta recientemente por Perlman,22 intenta identificar


los recursos acuáticos y de los estuarios con el «auténtico» Jardín del Edén. Se
afirma que la estrategia elegida será aquella que tienda a potenciar el trabajo
que implique un esfuerzo y riesgo mínimos. El principio del mínimo esfuerzo
dictamina que existe una atracción en torno a los Jardines del Edén productivos
y, según esta nueva propuesta, éstos deben localizarse en medio ambientes cos­
teros. Admito que ya había supuesto casualmente esta idea cuando construí mi
modelo sobre los orígenes de la agricultura en las zonas marginales ,23 pero hace
algún tiempo que abandoné dicho supuesto porque consideré que conducía ine­
vitablemente a suponer que algunos pueblos eran «más perceptivos» o <<ingenio­
sos» que otros: ¿por qué entonces unos han comprendido tan pronto la Gran
Verdad del Principio del mínimo esfuerzo, mientras que otros ignoran todavía
sus evidentes ventajas?
De estos argumentos no se desprende necesariamente que el sedentarismo
idílico en un determinado Jardín del Edén condujera a la agricultura, pero a
pesar de ello algunos arqueólogos han reivindicado esta idea. Kent Flannery,
por ejemplo, encontró su Jardín del Edén en Turquía. Después de la publica­
ción del conocido artículo de Harlan 24 sobre los campos de trigo silvestre exis­
tentes en dicha zona, Flannery 25 sugirió que éstos podían proporcionar la base
suficiente para mantener el sedentarismo y, al parecer, consideró innecesario el
desarrollo de nuevos argumentos al respecto. Posteriormente, Hassan 26 relacio­
nó esta sugerencia con los cambios del medio ambiente que ocasionaron, en
algunos lugares, la formación de un Jardín del Edén que , se decía, producía
recursos que se daban en más de una estación y eran predecibles espacialmen­
te. 27 Estos recursos habían sido considerados previamente como alimentos no
aprovechables, pero, una vez las condiciones del medio cambiaron, se aprecia­
ron en su justo valor y, al ser altamente productivos y «estimulados por las con­
diciones del medio ambiente», fomentaron el sedentarismo y condujeron final­
mente a la agricultura.
El reciente trabajo de Niederberger 28 nos proporciona otro ejemplo. En las
excavaciones que realizó en un yacimiento situado junto al lago Texcoco , en
México, encontró restos de ánade , ciervo y espadaña: es decir, evidencia de to­
dos los recursos que un hombre puede necesitar y todos en un mismo sitio. No
había motivos para abandonar un lugar con tales características. Aquí tenernos,
pues, un surtido completo de argumentos sobre los orígenes de la agricultura.
El hombre se hizo sedentario porque encontró un pequeño Jardín del Edén.
Una vez habituado a llevar una vida sedentaria, las cosas se le empezaron a
poner difíciles; quizá los ánades, por poner un ejemplo , ya no acudían con la
misma frecuencia que antes. El hombre empezó a violar su nido , por así decirlo ,
y se vio forzado a procurarse una producción suplementaria (es decir, la agricul­
tura) . Pero si realmente el sedentarismo conduce a la agricultura, nos encontra­
mos de nuevo en el mismo lugar que antes. ¿Por qué razón los pueblos de Ca­
lifornia y de la costa noroeste no practicaron la agricultura? Estos argumentos
no tienen en consideración una parte importante de la evidencia empírica: pare­
ce ser que en el Próximo Oriente, Mesopotamia e incluso en Perú, la práctica
de la agricultura siguió al sedentarismo , pero, a tenor de los datos disponibles
en Mesoamérica y Norteamérica, es evidente que en estas áreas la adopción
218 EN BUSCA DEL PASADO

de plantas domesticadas precedió a la aparición de los sistemas de vida sedenta­


rios.29
Los argumentos que acabo de reseñar - sin ser los únicos- constituyen la
esencia de las explicaciones ofrecidas hasta el momento sobre la agricultura. Se­
gún se desprende del argumento gradualista, el hombre desarrolla la agricultura
porque posee una mayor información. De acuerdo con la visión del Jardín del
Edén (fig. 128) aquél la practica rápidamente en medio ambientes ricos, hecho
que favorece el sedentarismo; el sedentarismo, a su vez, se considera como un
estímulo de la intensificación de la producción o de la experimentación de for­
mas de producir el alimento suficiente en los espacios limitados situados alrede­
dor de un asentamiento permanente (de ahí la agricultura). Una alternativa a
este punto de vista (evidente, por otra parte) es que la adopción de la agricul­
tura requiere un considerable grado de sedentarismo; por tanto, es de suponer
que la gente se asienta con la práctica de la agricultura, porque ésta ofrece mu­
chas posibilidades y permite que la decisión tomada en contra del nomadismo
se tome de acuerdo con el principio del mínimo esfuerzo.30
Todos los puntos de vista presentados hasta el momento llevan implícito en
sus argumentos diversas formas de gradualismo; además, todas las ideas son te­
leológicas. El avance continuo , aunque gradual, hacia el empleo de recursos se­
guros, la adopción de técnicas que conducen a la solución, totalmente asumida,
del sedentarismo, o la propensión a reducir el esfuerzo, son nociones que dan
por sentado que la evolución del hombre está orientada con una finalidad y que ,
por tanto, progresa hacia un desenlace inevitable. Es interesante resaltar que
los razonamientos de los estructuralo-marxistas y de los teóricos de los sistemas
generales que tienen en cuenta los procesos de morfogénesis no difieren dema­
siado de las teorías gradualistas, dado que el cambio es visto como inevitable.
En ambos discursos se reconoce que «el sistema cultural tiene propiedades de
transformación propias . . . No se trata de sociedades en equilibrio, sino que és­
tas se hallan en permanente estado de alcanzar su consecución . . . » .31 Nos dicen
que las transformaciones de la sociedad deben considerarse como un producto
de la elección humana, por ejemplo la forma de emplear el tiempo o de utilizar
los frutos de una inversión productiva: « . . . ¿cómo se puede hablar de causalidad
material de las acciones humanas cuando en casi todas las situaciones operan
los poderes creativos, imposibles de predecir, de la mente humana?».32
Existe otra forma de gradualismo que no contempla la cualidad vital, causa
del paso a la agricultura, como un resultado del sistema, sino que imagina la
existencia de un «principio motor» externo. Esta fuerza es vista como un impul­
so continuo por parte del medio ambiente. Como ejemplo, se puede citar el
argumento demográfico de Cohen,33 quien emplea una forma casi pura de la
teoría malthusiana sobre el crecimiento de la población y postula que, desde el
momento en que las poblaciones siguen creciendo sin solución de continuidad,
debe existir una presión continua e inexorable sobre el grupo que favorece la
implantación de nuevos métodos, destinados a aumentar el suministro de ali­
mento .
Según mi opinión es necesario reconsiderar los argumentos de Darwin, que
nos inducen a buscar las fuerzas motrices del cambio en la interacción entre el
medio ambiente y el sistema adaptable considerado . Así planteado , el sistema
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 219

de adaptación podrá gozar de períodos relativamente estables, de duración va­


riable, que representarán los momentos propicios para competir con éxito con
las perturbaciones del medio ambiente. Puede que en el origen de tales cambios
se encuentren los efectos acumulados de la historia del sistema, pero tales efec­
tos se deben más a consecuencias de las relaciones ecológicas alteradas que a
la acción continuada, ya sea de algunos principios esenciales internos como de
presiones externas inexorables. Childe hizo una prueba al realizar una aproxi­
mación selectiva de este tipo , pero fracasó en los campos estrictamente históri­
cos. Creo que sería de utilidad intentar avanzar de nuevo en esta dirección.

LA MOVILIDAD COMO OPCIÓN SEGURA ENTRE LOS CAZADORES Y RECOLECTORES

La mayoría de los argumentos expuestos comparten un supuesto común: el


movimiento es algo que el hombre intenta suprimir y el sedentarismo es una
condición deseada.34 ¿Es ésta una suposición acertada? y, en caso afirmativo,
¿por qué? Desde la perspectiva de especies como la nuestra, que intentan con­
seguir un modo de vida seguro, ¿por qué la movilidad es negativa y, en cambio,
el hecho de establecerse en un lugar es positivo?
Lo primero que se me ocurre es una observación empírica . Hace ya una dé­
cada o más, tuvimos, mis estudiantes y yo , una serie de experiencias al trabajar
y vivir con diversos pueblos nómadas: los esquimales de la región norte-central
de Alaska, los aborígenes del Desierto Central de Australia (fig. 130), los bos­
quimanos !Kung de B otswana y los horticultores nómadas del Norte de México.
Ninguno de estos pueblos creía que la movilidad fuera perjudicial; es más, en
el caso de los cazadores y recolectores «puros» esta idea era bastante insana y
por una simple razón. Según expresión de un anciano esquimal: «cuando estoy
en un lugar desconozco lo que está pasando en otro». Prosiguió explicando que
el llevar una vida segura dependía totalmente de acertar en la elección del pró­
ximo lugar a donde se dirigirían y las elecciones acertadas sólo eran posibles si
se conocía lo que estaba ocurriendo a lo largo y ancho de una extensa zona en
la que de hecho no se vivía. Era necesario controlar un territorio muy amplio,
con el fin de poseer el suficiente conocimiento para tomar decisiones prudentes
en función de los recursos constatados en este territorio.
Cuando los esquimales actuales se ven forzados (por diversos asuntos buro­
cráticos) a permanecer en un lugar consideran que sufren una experiencia muy
traumática. En la práctica, se hacen los perdidizos y realizan largas excursiones
por el territorio. A su regreso tienen muchas cosas que contar: cuántos rastros
de alce vieron, dónde se hallan los ánades, si en un área determinada existen
muchas reservas de leña, dónde se han producido incendios, si los hielos cubren
los lagos, su grosor en los lagos donde pescan, etc. Toda esta información es
crucial para poder saber cómo actuar en caso de cambios imprevistos, por ejem­
plo cuando los osos pardos localizan los escondrijos de carne y el alimento alma­
cenado se pierde. Ú nicamente se podrá sobrevivir si se toman decisiones acer­
tadas sobre los pasos a dar en un futuro inmediato, y ello será factible si se
cuenta con la info rmación necesaria sobre un amplia zona. Es evidente que la
mayoría de los desplazamientos llevados a cabo por estos esquimales se realiza-
220 EN BUSCA DEL PASADO

130. Aborígenes ngatatjara trasladando el campamento en los Warburton Ranges, Australia


occidental, 1935. Al contrario de lo que ocurre con la vida sedentaria asociada a la agricultura
y a otras estrategias de obtención de alimento intensivas, los cazadores y recolectores deben
ir cambiando continuamente de medio ambiente. (Foto tornada por N. B. Tindale, cedida por
el Departamento de Antropología, Universidad de California, Los Ángeles.)

ban no tanto por el hecho de disponer de comida, sino precisamente porque sí


tenían reservas de alimentos. Cuando en un lugar se reúne una gran cantidad
de alimento, siempre será posible volver a él. En tales circunstancias, realizar
una gira e intentar conseguir los alimentos que corren peligro representa una
medida de seguridad de escaso riesgo. De hecho, la mayor movilidad se produce
cuando se cuenta también con una mayor cantidad de alimento. Y esta actitud
difícilmente sugiere la puesta en práctica del principio del mínimo esfuerzo.
Observé un comportamiento similar entre los aborígenes del Desierto Cen­
tral de Australia cuando me encontraba trabajando con un grupo en un área
que ofrecía una gran densidad de caza: por ejemplo, durante una excursión de
cuatro horas a píe contamos hasta 85 canguros. Es de suponer que, si la visión
del Jardín del Edén es correcta, estos grupos se limitarían a permanecer allí y
dedicarse a la caza de los canguros. Sin embargo, a pesar de que eran conscien­
tes de que la abundancia de caza les podía proporcionar una seguridad total,
tenían necesidad de realizar un viaje para observar el otro extremo del territo­
rio, ya que hacía tiempo que no lo habían visitado; si algo les salía mal, podrían
siempre volver a la situación segura ya conocida. Creo que todos los sistemas
de cazadores y recolectores funcionan de esta manera. No permanecen en un
lugar donde se encuentran localizados los recursos alimentarios, indigestándose
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 221

QCÉANO
ARTIGO

TERRITORIOS N U NAMIUT
ANTES Y DESPUÉS D E LA VIOLENTA DISMINUCIÓN D E LA
POBLACIÓN DE CARIBÚES
Escala en millas
NOTA: Información extraída de
C. W. Amsden ( 1977) 20 40 60 80 100 120 140 160
L. A. Binford

131. El territorio de los nunamiut antes y después de la violenta disminución de la población


de caribúes. La respuesta de este grupo de cazadores-recolectores a la escasez de comida con­
sistió en triplicar la extensión del territorio que cubrían hasta entonces para conseguir el ali­
mento. (Según datos de Amsden, 1977.) Los recursos costeros acuáticos -que algunos consi­
derarían como un «Jardín del Edén»- fueron utilizados como alimentos sustitutivos en las
temporadas en que escaseaban los caribúes, pero al recobrar el control de las manadas, los
esquimales volvieron a practicar la caza en las tierras del interior.

a causa de un exceso de comida, sino que aprovechan estas circunstancias para


trasladarse a otras áreas, la mayoría de las veces con el propósito de informarse
y recolectar. Por tanto, me parece que para que un sistema se haga sedentario
debe producirse un conjunto de circunstancias en las que una información de
este tipo no sea ya de utilidad y la opción de trasladarse a territorios no ocupa­
dos deja de ser una alternativa realista.
Llegados a este punto, debo enfatizar, una vez más, la escala de los sistemas
de caza y recolección: no todos son extensos, pero ninguno de ellos es realmen­
te pequeño. Vimos en el capítulo 6 que los cazadores de caribú con los que
estuve trabajando piensan en su territorio en términos del ciclo de una vida
(aunque admito que estamos ante un caso extremo) . Un grupo de tres docenas
222 EN BUSCA DEL PASADO

de p ersonas utilizará, a lo largo de toda su vida, un área de aproximadamente


22.000 km2 (fig. 53) . Se trata sin duda de un área grande, pero los hombres
conocen mucho espacio: dónde están los escondrijos, los lugares adecuados para
cruzar el río, los rastros de caza, etc. Durante mi trabajo de campo, por ejem­
plo, inventarié los útiles escondidos y posteriormente entrevisté a los cazadores
de las dos bandas que operaban en el área, preguntándoles acerca de la ubica­
ción de los utensilios; casi todos me proporcionaron una lista exacta de los útiles
escondidos, que se encontraban dispersos en un área de aproximadamente
250.000 km2. ¡ Esta información no la poseían por ser sedentarios! De hecho,
todo su sistema educativo tendía a proporcionarles información acerca de su es­
pacio y también a darles una serie de opciones alternativas.
Es fácil comprender que en un espacio ele estas dimensiones existen numero­
sas posibilidades alternativas para ser utilizadas en caso de que fallen los recur­
sos de un microambiente concreto. Por ejemplo, en la zona central del norte
de Alaska, en el año 1910, la población de caribúes fue dispersada violentamen­
te (fig. 131) . Unos forasteros relacionados con las operaciones de extracción de

132. U n hombre okinawan


y su mujer preparando la tie­
rra para plantar batatas.
Yanbabu , 1952.

133. Trasplante de retoños


de arroz en los arrozales.
Nago Okinawa, 195 1 .
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 223

oro en el Yukon prendieron fuego a una serie de bosques, lo cual provocó que
ardieran grandes extensiones de pasto de invierno (un área que los esquimales
nunca habían visto) , produciéndose un descenso catastrófico en la densidad de
población del caribú . Pero los cazadores de caribú no se sintieron confundidos
cuando vieron que su principal recurso de alimento había desaparecido: tenían
diversas opciones -todas ellas implicaban desplazamientos- y sabían exacta­
mente en qué consistía cada una de ellas. Algunos se dirigieron al curso alto
del río Colville y se dedicaron a preparar provisiones de pescado; otros, inicia­
ron la temporada de caza del camero cimarrón en el valle Dietrich, una parte
de su territorio en el que no estaban viviendo; otros, empezaron a competir con
los indios athapaskan, intentando acceder a otro rebaño de caribúes que tenia
un territorio de crianza y un terreno de pasto invernal diferentes; incluso algu­
nos se dirigieron hacia la costa y se dedicaron a Ja caza de focas. No tuvieron
necesidad de aprender ninguna de estas estrategias alternativas, pues ya cono­
cían y habían experimentado todas las estrategias fundamentales de subsistencia
que practicaban sus vecinos y podían ejecutarlas perfectamente bien. Pero la
forma de llegar a conocer estas otras opciones fue a través de la movilidad, mo­
vilidad que dio lugar a la acumulación de un banco de información que permitía
seleccionar las alternativas.
Quizá debamos volver a nuestra pregunta inicial acerca de los orígenes de
la agricultura, pero desde una perspectiva diferente. ¿Qué podía forzar a un
grupo de gentes a pasar de un sistema basado en un banco de información (caza
y recolección) a otro fundamentado en un banco de labor (agricultura)? Perma­
necer en un lugar para cuidar las plantas (figs. 132 y 133) es un modo de ganarse
la vida totalmente diferente a practicar las estrategias nómadas que acabo de
reseñar. Creo que el apremio crítico debe haber sido algo que restó seguridad
a la opción del nomadismo. Ello me conduce de nuevo a una serie de argumen­
tos que planteé hace ya algunos años. Pese a que la idea parece no ser muy
operativa en ciertas regiones , continúo, todavía, pensando que el crecimiento
de la población tiene algo que ver con el problema.

EL CRECIMIENTO DE LA POBLACIÓN Y LAS OPCIONES DE SUBSISTENCIA


DE LOS CAZADORES-RECOLECTORES

El registro arqueológico nos indica que el amplio cambio que supuso el paso
de la caza y recolección a la práctica de la agricultura es, básicamente , un fenó­
meno del período Pleistoceno Tardío. Si los argumentos, ya expuestos, que
acreditan este hecho implican realmente la pérdida de las opciones de movili­
dad, como consecuencia de una concentración demográfica, tendremos que
planteamos la razón de que el crecimiento de Ja población haya afectado única­
mente a un período tan reciente de la evolución de la humanidad. Estamos ante
un tema del que se sabe muy poco, pero creo que nos hemos equivocado al
suponer que las explicaciones que damos respecto a los acontecimientos ocurri­
dos después de la aparición del hombre sapiens sapiens, hace aproximadamente
30.000 años, deben resultar, a su vez, operativas si las aplicamos a períodos an­
teriores. Como ya he sugerido en los capítulos 2 y 3, el hombre preactual puede
224 EN B USCA DEL PASADO

Cambio en la densidad
máxima según l a lluvia
caída

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o
O> Zona de temperatura
con mayor densidad de
g cazadores�recolectores


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Temperatura efectiva de Bailey

DENSIDAD DE POBLACIÓN DE LOS CAZADORES


RECOLECTORES PERTENECIENTES A ZONAS CON MEDIO
AMBIENTES DISTINTOS
L.R. Binford

134. Densidad de población de los cazadores-recolectores pertenecientes a zonas con medio


ambientes distintos. Las sociedades de cazadores-recolectores registradas etnográficamente han
sido agrupadas en cinco categorías (de la curva A a la E) según el «índice de pluviosidad»,
obtenido mediante la división de la evaporación/transpiración potencial en un lugar dado (es
decir, la cantidad de agua que se evaporaría y transpiraría si se dispusiera del agua de forma
ilimitada teniendo en cuenta la radiación solar anual del lugar) y la lluvia caída. Si se registra
la media de las densidades de población de los cazadores-recolectores según su temperatura
efectiva y el intervalo de la lluvia caída, se observa que las máximas densidades de población
se registran en zonas de temperatura templada (área rayada). El valor de máxima densidad
en cada categoría de pluviosidad varía según la temperatura efectiva (línea gruesa ajedrezada).

haber sido muy distinto a nosotros, biológicamente y en su comportamiento.


Se sabe que cada especie tiene zonas en las que su reproducción es óptima:
por ejemplo, el maíz crece mejor en Iowa que casi en cualquier otro lugar. ¿Por
qué no tenía también que ocurrir lo mismo con los humanos, por ejemplo con
los cazadores y recolectores? Para obtener una respuesta examiné la variación
en la densidad de población de los cazadores y recolectores en los distintos me­
dio ambientes del mundo (fig. 134). En definitiva, puedo decir que el resultado
fue que las máximas densidades se daban aproximadamente a una biotempera­
tura media de la tierra (temperatura efectiva media) 35 de 14,4° C; es decir, en
las zonas templadas (y no en los bosques tropicales o en el desierto). Parece
ser, por tanto, que el hombre sapiens sapiens se reproduce mejor en las zonas
templadas, algo que realmente dudo que ocurriera con el hombre pre-sapiens;
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 225

el hombre primitivo no existió en dichas zonas, y el Neandertal no tuvo allí


mucho éxito. Ello significa que las áreas más propicias para el potencial repro­
ductor del hombre moderno se hallan en lugares de la zona templada (fig. 52) .
Una vez que el hombre se instaló con este potencial en las zonas templadas
debía producirse un reforzamiento de la población. El proceso se complicaría
por las fluctuaciones climáticas habidas durante la época de las glaciaciones , que
provocaron la extinción de ciertas poblaciones. Sin embargo, en algunos lugares
el reforzamiento se produjo hasta el punto de empezarse a notar los efectos de
este aumento de población. Esto es razonable en términos biológicos: parece
que, en los trópicos, el principal mecanismo regulador es la mortalidad , mien­
tras que en el i\rtico desempeña esta función la fertilidad, y en ias zonas te1n­
pladas actúan ambos. Es interesante destacar que si comparamos las tasas de
crecimiento de la población en lugares ecuatoriales del Nuevo y Viejo Mundo
se observa que son mucho más rápidas en el primero de ellos que en el segundo,
y el motivo hay que buscarlo en el hecho de que en el Nuevo Mundo no había
organismos nativos patógenos. Cuando el hombre llegó al Nuevo Mundo ya es­
taba inmunizado contra estos organismos desarrollados en el Viejo Mundo; ha­
bía pasado a través de un «filtro ele enfermedad» que permitió que, al penetrar
en las zonas ecuatoriales del Nuevo Mundo, se produjera un crecimiento de la
población. Esto explica el desfase cronológico existente entre el desarrollo cul­
tural ele los cazadores y recolectores y las sociedades de estado, hecho que pue­
de relacionarse tanto con la nutrición como con las tasas de crecimiento de la
población, intrínsecamente distintas, observadas en diversos medio ambientes
(aunque los mecanismos todavía se desconozcan) . De tocios modos, mi opinión
es que no podemos pensar en términos de un potencial reproductor constante,
respecto al hombre, en todos los medio ambientes.
Si aceptamos que entre los cazadores y recolectores de ciertos medio am­
bientes tiene lugar un crecimiento de población perceptible, debemos pregun­
tarnos, a la vez, qué tipo de efectos producirá este crecimiento en su estrategia
normal de subsistencia. Tomemos como ejemplo la situación típica ele un grupo
de unas treinta personas que ocupan una extensión anual A a lo largo de unos
diez años, siendo el total del área ocupada en el curso de la vida de un hombre
de cinco veces, aproximadamente, la extensión A (fig. 52) . El número de perso­
nas del grupo crece y, en consecuencia , más pronto o más tarde deben plantear­
se sus obligaciones de parentesco. Quizás el único problema es que hay dema­
siadas bocas que alimentar con las reservas ele pescado disponibles y, a pesar
de la ética de reciprocidad existente entre ellos, alguno se olvida de cumplir con
la obligación de alimentar a un pariente. Una o dos familias se enfadan y deci­
den trasladarse a la próxima unidad anual B. Están en su territorio y tienen
derecho a hacerlo, aunque en aquel momento todavía no vive nadie allí; en con­
diciones normales, todo el grupo se hubiera dirigido a dicho lugar para pasar
otros cinco años o más; por tanto, este traslado segmentario es, en cierto senti­
do, prematuro. Cuando los recursos del territorio A empiezan a escasear, las
personas que aún permanecen allí se marchan al territorio C, en lugar de dirigir­
se al B , porque todavía están enfadadas con sus parientes. En poco tiempo ,
pues, en lugar de un grupo de parentesco existen dos, ocupando ambos, simul­
táneamente y de forma legítima , diferentes partes de la extensión de terreno

15. � !JINFORD
226 EN BUSCA DEL PASADO

destinada al curso de una vida. En lugar de usar el territorio de una forma se­
riada, como ocurriría de no existir la presión demográfica, se producen tensio­
nes dentro del sistema que tienden a separar y dividir a sus partes, dando como
resultado la utilización del territorio como si se tratara del juego de «saltar y
parar». Cuando el crecimiento de la población aumenta, se siguen produciendo
roces (tengo algunos ejemplos interesantes documentados etnográficamente). El
grupo que ocupa el territorio B podrá dirigirse al D, mientras que el que se
halla en el C quizá se subdivida en dos grupos excluyentes, el E y el F. Cuando
el grupo ubicado en D completa el ciclo y se dirige de nuevo a A, muchos de
los recursos necesarios para vivir todavía no se habrán recuperado: en el Ártico,
por ejemplo, los sauces que son utilizados como leña para el fuego necesitan
unos 45 años para que puedan volver a ser utilizados. En condiciones normales,
ello no representa ningún problema, ya que un grupo tarda en volver a ocupar
un territorio por lo menos 40 años. Si retorna a los 12, evidentemente tendrá
dificultades.
Una banda, a medida que la región se va colmando, cada vez contará con
menos opciones para elegir el nuevo emplazamiento (o carecerá de ellas). Al
llenarse la región de gente, se restringe la movilidad y la explotación de los re­
cursos se concentra. La aglomeración, de hecho, impide el desarrollo normal
de la estrategia de los cazadores y recolectores basada en la práctica de la mo­
vilidad como recurso de seguridad. Una de las varias e interesantes respuestas
a este problema puede ser un aumento en las visitas interregionales por parte
de los individuos (los grupos enteros ya no están en condiciones de trasladarse
de una región a otra como hacían antes). Esto puede representar un intento
tanto de superar los tiempos difíciles como de enseñar a los niños el conjunto
del territorio, pero este intento es totalmente irreal, ya que los niños no tendrán
en un futuro la oportunidad de trasladarse de un lugar a otro del territorio.
Una respuesta mucho más significativa es la que se refiere a los tipos de recursos
de alimento utilizados.
Existe una relación simple entre el tamaño del animal y la cantidad de espa­
cio que requiere para mantenerse. El espacio necesario para alimentar a un ani­
mal, con un peso que oscila entre 55 y 135 kg, es bastante considerable (y en
el Ártico es enorme). Si un cazador cuenta con un área de una extensión que
oscila entre 20.000 y 25.000 km2, probablemente estará en condiciones de matar
alces y caribúcs de forma normal. Si se ve restringido a un área de 80 km de
longitud , seguramente podrá conseguir el caribú , suponiendo que su territorio
coincida con una ruta migratoria; pero no podrá cazar alces, porque sus radios
ele acción son superiores -en mucho- a los del cazador. Este último, que an­
teriormente mataba alces y preparaba su carne para ser almacenada, debe con­
tentarse ahora con animales de menor tamaño: ánades o pescado, o, en áreas
costeras, incluso mariscos. En poco tiempo y a tenor de la disminución de su
campo de acción, se ve progresivamente forzado a rebajar el tamaño de sus pre­
sas. Es inevitable que, finalmente, prescinda de los animales y se dedique a las
plantas, porque éstas aparecen agrupadas en espacios ele pequeñas dimensiones.
A partir de aquí entran en juego estrategias muy diferentes. En primer lugar,
existe la posibilidad de un cambio hacia especies de animales alternativos, a me­
nudo acuáticos (realmente la primera respuesta a la necesidad de concentración
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 227

observada en las zonas templadas parece ser que fue el hecho de dirigirse hacia
los lugares con recursos acuáticos) . En segundo lugar, la dependencia que impli­
ca el cuidado de las plantas va en aumento. En tercer lugar, y debido a que la
población sigue creciendo (si se halla en un medio ambiente que ofrece opciones
con posibilidades) , la demanda del consumidor aumenta, pero ahora el espacio
está limitado y es obligado establecer algún tipo de sistema de producción inten­
sivo (es decir, la agricultura) .
Desde el punto de vista metodológico, el modelo de concentración no es pre­
cisamente un modelo de fácil aplicación. ¿Cómo pueden los arqueólogos medir
el crecimiento de la población o su concentración? En cierto sentido , la situa­
ción es bastante parecida a la de un médico que observa los síntornas e intenta
determinar la enfermedad. Uno de los «síntomas» interesantes que nos puede
proporcionar el modelo de concentración es el hecho de que los intentos reali­
zados por los cazadores, tendentes a conducir manadas o domesticar animales,
debieron preceder a la domesticación de las plantas. En las secuencias arqueo­
lógicas de Perú, parece que se cumple este síntoma, ya que los camélidos y los
conejillos de Indias aparecen unos 2 .000 años antes que las plantas domestica­
das. Asimismo, los trabajos realizados por Dexter Perkins y otros en el Próximo
Oriente sugieren que en esta región las ovejas y cabras domesticadas preceden
también a las plantas.36 Algunos de estos hechos, que antes no podían tratarse
de forma adecuada, empiezan a cobrar sentido.
Otro síntoma interesante lo constituye el inicio de un estilo de vida sedenta­
rio. Ya observé anteriormente que uno de los mayores contrastes entre el Viejo
Mundo y Perú , por un lado , y Mesoamérica y Norteamérica, por el otro, reside
en la diferencia existente entre la aparición histórica del sedentarismo y la evi­
dencia del uso de plantas domesticadas; en las áreas citadas en último lugar, las
plantas domesticadas preceden, incluso durante un período de tiempo conside­
rable, a la aparición de asentamientos estables, mientras que en las primeras
áreas citadas ocurre lo contrario. Si aceptamos como probable que la proteína
animal es importante, tanto a nivel nutritivo como de reproducción humana,37
la agricultura , por sí sola, nunca resolverá el problema de la concentración. Una
alternativa de alimento que no sea vegetal, por ejemplo los recursos acuáticos 38
y la domesticación de animales, ayuda a intensificar la producción de alimento
para uso humano que no sea vegetal. En tales condiciones, el paso al sedenta­
rismo puede preceder a la adopción de la agricultura; ésta, aunque quizá sea
muy importante por su contenido calórico, nunca podrá resolver el desequilibrio
existente entre el alimento animal y el vegetal . En Mesoamérica y Norteaméri­
ca, así como en algunas regiones de la Europa templada, el aumento del seden­
tarismo potenciado por la explotación de recursos acuáticos parece haber prece­
dido a la adopción de la agricultura. Por otro lado, en aquellos lugares donde
no había alternativas acuáticas ni se domesticaba a los animales, la práctica de
la agricultura seguía siendo una estrategia que proporcionaba calorías y la mo­
vilidad era el único medio de asegurar la adquisición de alimento animal a par­
tir, principalmente, de los recursos terrestres. En estas circunstancias, el seden­
tarismo se impone, mucho después de la adopción de la agricultura, como estra­
tegia de «apoyo» y en condiciones de concentración mucho mayores.
Otro síntoma es lo que Flannery 39 llama «revolución de amplio espectro» ,
228 EN BUSCA DEL PASADO

aunque, de hecho, se trata de una depresión de amplio espectro y no de una


revolución. Los cazadores y recolectores, debido a su tendencia a concentrarse
en una región, se vieron obligados a rebajar el tamaño de los animales de caza
y a incrementar el número de espacios cada vez más reducidos donde producir
los alimentos, compensando así la imposibilidad de poner en práctica las estra­
tegias más especializadas que empleaban cuando ejercitaban la caza sin límites
espaciales. Este cambio es, quizás, una de las mejores pistas que tenemos para
conocer los procesos que tuvieron lugar en relación con los orígenes de la agri­
cultura. Creo que no podremos usar como índice la relación entre la diversidad
de especies y el tamaño de los animales hasta que no estemos en condiciones
de predecir, con cierta exactitud, en qué momento de la secuencia arqueológica
deberíamos observar los primeros signos de prácticas de labores intensivas. Res­
pecto a la zona oriental de Norteamérica , estos procedimientos parecen opera­
tivos. Puede demostrarse, por ejemplo, que cualquier grupo de cazadores que
se vio forzado a subsistir a base de moluscos, en una época del año tan tempra­
na como febrero, se encontraba sólo a un paso de adoptar la agricultura. En
otras palabras, en aquellos lugares donde la presión sobre los recursos es tan
fuerte que llega a limitar las provisiones en otoño y hace, por otra parte, que
la caza escasee en invierno de modo que únicamente pueden contar con los mo­
luscos a principios de la primavera, se dan las circunstancias idóneas para que
en poco tiempo se inicie el cultivo del maíz.
El desarrollo de las ideas que acabamos de exponer puede ser provechoso ,
pero debe hacerse una sugerencia adicional importante : todas estas teorías o
modelos, ideados para que nos proporcionen una explicación acerca de por qué
razón ocurren las cosas, no pueden contradecir de forma directa el registro ar­
queológico. La mayoría de las diversas teorías expuestas a lo largo de este capí­
tulo otorgan distintos significados al hecho, arqueológicamente demostrado , de
que con el paso del tiempo cada vez se utilizaron en mayor medida los recursos
alimentarios menores y más localizados. Ya he puesto de manifiesto que Flan­
nery se refiere a este modelo como la «revolución de amplio espectro» , una res­
puesta de los cazadores que vivían fuera de su Jardín del Edén. Hassan, por su
parte , cree que es resultado de la toma de conciencia de las ventajas que pro­
porcionan los recursos seguros, surgidos a raíz de los cambios ocurridos en el
medio ambiente. Cohen, en cambio, considera estos mismos hechos como evi­
dencia de la relación establecida entre las estrategias de subsistencia y la presión
demográfica en general; es decir, que la disminución en la relación existente
entre el alimento disponible y la demanda del consumidor dio como resultado
un mayor uso de alimentos poco «apetecibles» . Hayden, finalmente, opina que
el mayor uso de recursos «escogidos» - aquellos que se reproducen rápida y
abundantemente- tiene su origen en la sabiduría acumulada de las poblaciones
que han sufrido una tensión continua e inexorable. 40 Yo mismo he argumentado
aquí que estos hechos reflejan una táctica de refuerzo. La función de los meca­
nismos homeostáticos que tienden a mantener los grupos locales de cazadores­
recolectores en agrupaciones pequeñas óptimas resulta operativa para cualquier
grupo local en un territorio disminuido. A medida que se generan más grupos,
las opciones locales de todos ellos disminuyen , forzándoles a usar intensivamen­
te segmentos del hábitat cada vez más reducidos.
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA 229

Todas estas teorías, ideadas por los arqueólogos, no son sino meras formas
de proporcionar distintos significados al mismo modelo empírico demostrable
en el registro arqueológico; y estoy seguro de que es posible ofrecer muchas
otras interpretaciones. No me cabe la menor duda, además, de que si se enun­
cian otros modelos empíricos (igualmente sujetos a interpretaciones ambiguas)
se podrían desarrollar argumentos adicionales sobre otras causas del origen de
la agricultura bastante distintas . ¿Cómo escoger entre todas estas interpretacio­
nes alternativas de los mismos hechos? ¿Cómo decidir entre las diversas teorías
y entre sus diferentes tendencias?
Vemos que en los casos que hemos ilustrado, las reglas para el conocimiento
derivan generalmente de las teorías citadas. Es decir, el significado dado a las
observaciones arqueológicas será compatible con los mecanismos asumidos de
causalidad que conforman las teorías. Ello significa que cualquier apelación a
los materiales empíricos del registro arqueológico representará simplemente un
«argumento acomodaticio post hoc» , que necesariamente apoya a la teoría. Si
queremos salir de esta situación, totalmente insatisfactoria, debemos desarrollar
un lenguaje apropiado y crear los instrumentos necesarios para medir las varia­
bles que observamos en el registro arqueológico; pero para ello debemos alcan­
zar cierta objetividad a la hora de evaluar las teorías .41 Ello significa que para
poder hacer inferencias, la arqueología necesita desarrollar una Teoría de Al­
cance Medio42 que haya sido ideada y probada en contextos intelectuales apar­
tados de las teorías sobre el comportamiento del pasado que intentamos eva­
luar. En general, la arqueología no ha sido capaz de darse cuenta de que para
refutar o apoyar las teorías se requiere un cuerpo de técnicas de inferencia do­
tado de solidez, garantizado al margen de las teorías acerca de la dinámica del
pasado.
9. CAMINOS QUE CONDUCEN
A LA COMPLEJIDAD

Las sociedades complejas y las civilizaciones surgen, en épocas diferentes y


en distintas partes del mundo, casi siempre después del desarrollo de la agricul­
tura. Conocer el modo en que se originaron es un tema que me ha interesado
desde hace mucho tiempo. Mi tesis doctoral, leída hace unos veinte años, versa­
ba sobre la aparición de los sistemas sociales complejos en el Este de Norteamé­
rica, 1 pero desde entonces no he vuelto a trabajar directamente sobre el tema.
He intentado, ele tocios modos, estar al corriente ele los abundantes trabajos
aparecidos ya que mi interés, desde un punto de vista metodológico y procesual,

l35. Una esquina del «palacio» de Labná, Yucatán, México. La impresionante inversión de
trabajo y habilidad, así como el elaborado simbolismo, que implica una estructura como ésta,
desafía nuestra capacidad explicativa: ¿por qué ocurrió? (Del archivo del profesor Fay-Cooper
Cole, en posesión del autor en la actualidad.)
CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD 231

sigue en activo: ¿qué estrategias han seguido los arqueólogos al intentar explicar
este fenómeno? Debo decir que no puedo suscribir la mayoría de los textos leí­
dos sobre el tema. Por tanto, quizá sea interesante considerar brevemente algu­
nas de lo que para mí son limitaciones en los modelos de pensamiento que pre­
valecen corrientemente.
En primer lugar, deberíamos desechar por completo algunas de las ideas
acerca de los orígenes de los sistemas complejos que, en su tiempo, alcanzaron
gran renombre (y que todavía podemos encontrar en la literatura contemporá­
nea) . Por ejemplo , las primeras generaciones de antropólogos acostumbraban a
argumentar que el conocimiento (como ocurre con los orígenes de la agricultu­
ra) ha sido de alguna manera un factor !imitador crítico: explicar la aparición
de la civilización (fig. 135) implicaba simplemente intentar imaginar lo que indu­
jo al hombre a inventar el arte , la filosofía, los complicados sistemas legales,
etc. Incluso en épocas comparativamente recientes, algunos historiadores y ar­
queólogos han intentado defender que tales logros maravillosos sólo son posi­
bles cuando el hombre libre dispone del tiempo de ocio necesario para poder
desarrollar actividades «pensadas» . Esto tampoco es cierto, ya que los grupos
de cazadores-recolectores normalmente disponían de más tiempo libre que las
sociedades complejas . También existen argumentos de la variedad ortogenética,
los cuales defienden que ciertas culturas humanas poseen una especie de diná­
mica intrínseca, una tendencia inherente al crecimiento progresivo. La gente
que se inició en la dirección correcta, por así decirlo, tuvo mayores posibilidades
de alcanzar la civilización que aquellos que malgastaron sus vidas haciendo co­
sas que no conducían directamente a la civilización occidental. No es difícil ob­
servar la falta de coherencia de estos argumentos y creemos que no merecen
que les dediquemos más tiempo.

MONOPOLISTAS, ALTRUISTAS Y GRANDES-HOMBRES

Al iniciar mis estudios sobre el origen de los sistemas complejos -y lo hice


desde una perspectiva claramente americana que sin duda condicionó mis pa­
sos- existían dos grandes tendencias: la defendida por Marshall Sahlins 2 en su
tesis doctoral y la seguida por mí, también en la tesis doctoral.
Creía que el poder era una consecuencia de los monopolios sobre la produc­
ción y que éstos eran en gran medida una respuesta funcional de las sociedades
que dependían básicamente del almacenamiento y cuyos recursos alimentarios
se hallaban localizados en espacios muy reducidos. Según los datos etnohistóri­
cos y arqueológicos obtenidos en el Este de Norteamérica, parece evidente que
el pez anádromo (es decir, peces, como el salmón, que viven en agua salada y
remontan el río para desovar en agua dulce) constituye un recurso crítico para
algunos grupos humanos que dependen del almacenamiento (fig. 136) . El acce­
so a un producto alimenticio de este tipo es, sin embargo , muy difícil: los peces
no son fáciles de pescar en aguas profundas y cuando alcanzan aguas superficia­
les se encuentran en un estado tan depauperado que no vale la pena pescarlos,
por lo cual sólo resultan rentables si se consiguen en puntos concretos de su
recorrido. La gente que vivía cerca de estos lugares privilegiados conseguía el
232 EN 8USCA D E L PASADO

DISTRIBUCIÓN DE LOS
ASENTAMIENTOS POWHATAN
1607

Símbolos
e == aldeas
® " poblados 15 millas

r"

136. Distribución ele los asentamientos powhatan, en la Bahía Chesapeake, Virginia. 1607.
Obsérvese la concentración ele aldeas y poblados existente en la zona de transición entre las
aguas dulces y las saladas, aquella zona donde son pescados la mayoría de los peces anádro­
mos; estos peces proporcionan el alimento necesario durante los períodos del año menos pro­
ductivos (por ejemplo, el mes de abril). Los jefes de estos poblados ubicados en la zona de
transición ostentan gran parte del poder.
CAMJNOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD 233

monopolio sobre un recurso crítico que podía ser ejercido, según sus convenien­
cias políticas, por toda la región.
En la actualidad, sigo creyendo que este modelo es operativo en casi todas
las sociedades conocidas del Norte de América que han alcanzado un nivel so­
ciopolítico elevado y una base despótica clara. Es interesante resaltar que la
mayoría de ellas son unidades políticas pequeñas, con una población que no
excede los 3 .000 habitantes.3 Aquellas comunidades que presentan un número
mayor de habitantes están integradas de forma bastante distinta (como pueden
ser las confederaciones u otras formas políticas más «democráticas»). Los autén­
ticos poderes dictatoriales ejercidos, tanto en lo que hace referencia a la vida
como a la muerte, por los individuos principales de los sistemas pequeños (ba­
sados en el monopolio de los recursos) , no se dan en otros tipos de sociedades
norteamericanas. Las decisiones sobre asuntos relacionados con la guerra o el
arbitraje de disputas -frecuentes en las alianzas políticas- dependen normal­
mente del consentimiento unánime de los consejos formados por representantes
de diversos segmentos de la sociedad y de grupos de parentesco .4 Algunos de
los sistemas así organizados pueden llegar a ser muy extensos, con una hegemo­
nía política que abarca áreas de aproximadamente 750.000 km2 e integran hasta
200.000 habitantes. Existen, por tanto, grandes contrastes en el registro etno­
gráfico de Norteamérica: por un lado, las confederaciones políticas extensas,
cuyo poder es ostentado por organizaciones tipo consejos en lugar de individuos
investidos en un status elevado; por el otro, están los clásicos sistemas peque­
ños, organizados internamente, que basan su existencia en el monopolio de los
recursos de subsistencia críticos.
Pero Sahlins adoptó un punto de vista diferente. En base a unas nociones
marxistas bastante simples , supuso que en el inicio de las sociedades complejas
todos los jefes deben ser empresarios despóticos que explotan a las masas: su
conocido trabajo de campo llevado a cabo en la Polinesia pretendía demostrar
este punto de vista. Pero lo que realmente encontró allí fue algo bastante distin­
to. Los jefes no parecían ser unos sucios empresarios, sino más bien unos indi­
viduos agradables que actuaban de forma altruista; de hecho, se trataba de unos
personajes que intentaban cumplir con sus electores realizando alianzas en tér­
minos de enlaces comerciales con el exterior. Ello implicó que Sahlins tuviera
que desarrollar una nueva hipótesis para explicar el desarrollo del poder y argu­
mentó, entonces, que las jefaturas y los status poderosos eran en potencia el
resultado de un comportamiento altruista, por medio del cual los individuos
principales redistribuían los productos (u organizaban su distribución) de forma
que todos los miembros de la población pudieran tener acceso igualitario a los
productos obtenidos diferenciadamente en los diversos lugares del entorno. Evi­
dentemente , el modelo (fig. 137) presupone la existencia de poblaciones seden­
tarias. El sedentarismo, a su vez, combinado con la diversidad existente en el
medio ambiente, se contemplaba como la base mecánica para la diversidad pro­
ductiva a nivel regional (ya que los individuos de distintos lugares no podían
producir las mismas cosas). A corto plazo, la diversidad puede colocar a unos
individuos en posición ventajosa respecto a otros; pero si el sistema pretende
mantenerse sin competir debe existir a su cabeza un «altruista generoso», al­
guien con prerrogativas suficientes que le permitan disponer de la producción
234 EN BUSCA DEL PASADO

. ,
!
ANTEPASADO MÍTICO
4 - - 4 = Acumulación 1
· 4--- = Redistribución
b
ANTIGUO JEFE

137. Modelo de redistribu­


ción de productos entre los pa­
rientes que ocupan zonas con
medio ambientes diferentes; la
redistribución da como resulta­
do una unión simbólica entre
las áreas con una productivi­
dad diferenciada. ( Reproduc­
ción autorizada del original
aparecido en Flannery y Coe,
1968, fig. 4, p. 280.)

excedente en un área para distribuirla en otras zonas cuya producción es defici­


taria o está basada en otro tipo de productos. 5
¡Este modelo redistributivo clásico fue creado, en parte, porque Sahlins des­
cubrió que no odiaba a los jefes polinesios, sino todo lo contrario, le gustaban!
Una vez plasmadas estas ideas en su tesis doctoral, leída en la Universidad de
Columbia, comenzaron a aparecer artículos 6 en los que se criticaba este punto
de vista: se le censuraba la inconsistencia del modelo en base a los datos que
el mismo Sahlins había empleado. Estas críticas ponían de manifiesto que en
las islas del Pacífico, donde la diversidad ambiental es considerable (un elemen­
to implícito en el razonamiento), los territorios políticos no abarcan áreas para­
lelas a la costa, sino que comprenden zonas que van desde la costa hacia el
interior, de forma que cada comunidad incluye en sus dominios toda la gama
de diversidad ecológica presente en la región. De esta forma, difícilmente podía
argumentarse que la función principal de los jefes y de las alianzas entre jefes
tenía como finalidad generar simbiosis regionales y asegurar a cada uno de los
individuos un acceso igualitario a todos los productos. Las suposiciones hechas
por Sahlins sobre la Polinesia parece que no fueron planteadas en los términos
adecuados.
Ello no impidió que los arqueólogos, rápida y gustosamente, adoptaran el
modelo de Sahlins.7 Por todas partes fueron identificados sistemas prehistóricos
ele redistribución organizados por agentes con poder central, individuos agrada­
bles que daban salida a los productos y, generalmente, ofrecían una vida segura
a sus seguidores.
CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD 235

Simultáneamente, algunos antropólogos observaron que ciertas áreas del Pa­


cífico (principalmente la Melanesia) ofrecían ejemplos etnográficos interesantes
a los que se podía acudir para contrastar el modelo. Constataron que en Nueva
Guinea y B orneo existían ciertamente personas con un status elevado , pero que
no estaban asociadas a sistemas económicos redistributivos. De acuerdo con las
ideas de Sahlins, los altruistas agentes de distribución se dedicaban a procurar
el bien de la mayoría; en virtud de este comportamiento desinteresado adquirie­
ron su status y mediante la adquisición de este status obtuvieron el poder: por
tanto, es crucial para la explicación de este razonamiento la conjunción de la
presencia de sistemas redistributivos y la posesión de un status elevado . Sin em­
bargo, ello no parece que ocurriera en ciertas áreas de !a Polinesia .
La respuesta de Sahlins a estos desafíos consistió en ofrecernos un juego se­
mántico: en esencia, consideró que el problema era inexistente. En su ingenioso
ensayo titulado «Poor man, rich man, big-man, chief. . . » ,8 afirmaba que estas
sociedades de Nueva Guinea no están realmente organizadas o basadas en siste­
mas redistributivos y que su organización jerárquica es más aparente que real.
Su conclusión era que son representativas de un tipo de sistema muy distinto
llamado sistema gran-hombre. Con todo, tanto Sahlins como otros arqueólogos
han continuado centrando su interés en las jefaturas redistributivas . Creo, sin
embargo, que los orígenes de la complejidad social hay que buscarlos en las
sociedades organizadas en torno a grandes-hombres.
Explicaremos a continuación , en breves palabras, cómo funciona un sistema
gran-hombre. Cuando un hombre llega a la madurez, empieza a competir con
sus iguales con el fin de establecer alianzas, negociables fuera de su grupo, con
individuos pertenecientes a otras unidades sociales distribuidas por los alrededo­
res. Ello comporta una forma de intercambio recíproco retardado. Un futuro
gran-hombre realiza una alianza mediante la donación, a su nuevo socio de
alianza, de un obsequio o símbolo de su agradecimiento: un colmillo de verraco
tallado , o una concha de grandes dimensiones procedente de la costa, o algún
tipo de objeto que haya obtenido a través de otra alianza . Una vez el socio usa
o conserva esta prueba de amistad, está en condiciones de pedir al gran-hombre
ayuda en lo que hace referencia al alimento u hospitalidad para él y para los
miembros de su grupo. Sus seguidores consiguen seguridad y el gran-hombre
obtiene prestigio. Si el gran-hombre ocupa una posición favorable y productiva,
y tiene éxito al negociar las alianzas con individuos que viven en distintos luga­
res de la región, difícilmente necesitará utilizar sus alianzas e «intercambiar»
sus obsequios para conseguir a cambio alimento para su grupo. Dispone de una
gran seguridad, que puede ofrecer a aquellos que se alían con él y viven en el
poblado. En los sistemas gran-hombre, la competencia se establece por las per­
sonas y ello da como resultado una gravitación de gentes (respecto al lugar de
residencia) en torno a los grandes-hombres. El status se ve incrementado en
aquellos casos en que los individuos pueden ofrecer seguridad a sus seguidores
gracias al número de alianzas que han establecido. Cuando la cosecha falla , los
seguidores de un gran-hombre se ven protegidos a corto plazo porque éste pue­
de utilizar sus alianzas para conseguir alimento para ellos; pero a partir del mo­
mento en que empieza a cancelar alianzas, porque se sirve de ellas, pierde status
(que no es más que la habilidad de ofrecer seguridad). Sus seguidores se dirigen
236 EN BUSCA DEL PASADO

entonces a otro aspirante a gran-hombre que les ofrezca una mayor seguridad.
El resultado de este interesante y eficiente sistema es un movimiento de po­
blación constante a través del hábitat, que coincide casi totalmente con los mo­
delos cambiantes de la producción diferenciada. En contraste con el hipotético
sistema de jefaturas de Sahlins, donde el status se adquiere como resultado de
la redistribución de artículos de consumo , en un sistema gran-hombre no son
los productos los que se trasladan , sino los individuos. Las fluctuaciones a corto
plazo de la producción se ven neutralizadas por los modelos de status diferencia­
dos, porque éstos producen el efecto de una constante puesta al día de la distri­
bución de población en relación con su producción real.
Evidentemente, los medio ambientes estables, con diferencias más o menos
permanentes en la producción (determinadas ecológicamente) , tienden a favore­
cer la aparición de individuos con un status elevado que nunca se ven en la ne­
cesidad de recurrir a sus alianzas. Podríamos suponer que en ello radican las
bases necesarias para la obtención de cierta continuidad en la distribución dife­
renciada del status y de la población en una región; es decir, el inicio de una
sociedad compleja con poder institucionalizado y con diferencias de riqueza. De
todos modos, parece que las cosas no son así. Las alianzas de un gran-hombre ,
negociadas a nivel individual, no pueden ser cedidas a otra persona; no son
transferibles a sus hijos, los cuales deben negociar las suyas propias. En conse­
cuencia, cuando un gran-hombre con éxito se muere sus alianzas mueren con
él y sus competidores ganan en status como consecuencia de esta muerte. Por
tanto, existe un inevitable trasvase de población relacionado con la muerte de
personas dotadas de un status elevado. Si en la región existen diferencias en el
medio ambiente muy marcadas, los descendientes del gran-hombre necesitarán
probablemente poco tiempo para negociar nuevas alianzas favorables y atraer
de nuevo hacia sí a los seguidores. Con el tiempo , se observaría un modelo pe­
riódico de flujo y reflujo de población en torno a los centros que disponen de
una producción segura, y la presencia continua, a lo largo de generaciones, de
individuos con un status elevado. Supongo que nos hallamos ante una especie
de monopolio, pero un monopolio muy distinto de aquellos que se basan en el
acceso específico a los recursos críticos.
¿Cómo podría un sistema con estas características derivar hacia una sociedad
compleja clásica basada en el poder auténtico? Siempre he creído que el poder
se inicia cuando se está en condiciones de renunciar con impunidad a una rela­
ción social. Ustedes y yo podemos establecer el acuerdo de que todo lo mío es
suyo y todo lo suyo es mío . Pero si en los momentos difíciles ignoro este acuer­
do y no sufro las consecuencias, a partir de este momento he dado ya el primer
paso hacia el poder. É sta es una noción bastante negativa del poder, que nor­
malmente ha sido considerado en términos de hacer leyes a la medida de uno;
en la práctica, por lo menos desde un punto de vista evolutivo, creo que el po­
der guarda relación con romper las leyes hechas a la medida de uno y prescindir
de las consecuencias. Quizá deberíamos centrar nuestra atención en las condi­
ciones bajo las cuales ello puede ocurrir en el contexto de los tipos de organiza­
ción del gran-hombre.
Es importante, de todos modos, conocer las diferencias existentes entre el
sistema llamado redistributivo y el sistema gran-hombre. El primero de ellos no
CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD 237

es fácilmente detectable en las culturas primitivas: quizá nunca llegó a existir,


salvo en la imaginación de Sahlins. El movimiento institucionalizado de produc­
tos a granel no deja de ser una característica propia de las sociedades de estado
industrializadas , pero no tanto de las sociedades primitivas.9 Por otro lado, los
sistemas que practican un reajuste continuo de la distribución de los consumido­
res (en Jugar de Jos productos) en función de las variaciones de Ja producción
parece que son, a tenor del registro etnográfico, muy numerosos y los tenemos
bastante bien documentados. ¿No se darían con la misma frecuencia en el pasa­
do prehistórico?

INTENSIFICACIÓN Y ESPECIALIZACIÓN

Permítanme que examine otra idea muy extendida sobre los orígenes de las
sociedades complejas. El razonamiento es simple. En ciertos sistemas con una
producción de subsistencia es posible aumentar la fuerza de trabajo con el fin
de incrementar la producción total marginal , o cambiar o acrecentar la tecnolo­
gía de producción en vistas a mejorar la eficacia de la fuerza de trabajo o modi­
ficar el carácter de la producción . 10 El objetivo de tales cambios es propiciar Ja
producción más allá de las simples demandas de los productores. A partir del
momento en que ello es posible queda libre el camino para mantener a personas
-metalúrgicos, ceramistas, especialistas de la política, etc. - (figs. 138-140) que
no están directamente relacionadas con la producción de subsistencia. 1 1 Una es­
pecialización de este tipo - se dice- proporciona las bases para e] desarrollo
de una complejidad de mayor envergadura. Por tanto, la comprensión de los
sistemas complejos implica el centrarse en dos temas cruciales: 1 .0 , ¿Qué clases
de incentivos existen para la producción, más allá de las necesidades de subsis­
tencia inmediatas? , y 2.0, ¿de qué forma estos excedentes influyen en la forma­
ción de las sociedades complejas?
Considero extremadamente difícil adentrarme en este tipo de razonamien­
tos. Soy esencialmente darvinista y creo que los sistemas culturales cambian
bajo condiciones de selección natural; que éstos se ven empujados y arrastrados
en diferentes direcciones y también que la forma en que se produce el cambio
guarda relación con la manera que tiene la gente de resolver sus problemas.
Los «adaptacionistas» -no importa si operan bajo un paradigma idealista como
Bennett, 12 según Ja moda materialista defendida por Harris, 13 o si se dejan fas­
cinar por los principios del «mínimo esfuerzo» , 1 4 de «reducción de riesgos»1 5 o
por la «teoría de la recolección óptima» - 16 intentan construir una explicación
teleológica que justifique las direcciones seguidas (o imaginadas) por la historia
de la evolución. Creo que el principio a seguir más práctico para construir una
teoría es aquel que guarda relación con el principio de la inercia. 17 Un sistema
permanecerá estable hasta que se vea presionado por fuerzas externas a su or­
ganización como sistema. Ante preguntas tales como ¿por qué surgen los siste­
mas complejos? , mi primera reacción es intentar conocer qué problema preten­
día resolver la gente al emplear procedimientos nuevos. El experimentar con
formas nuevas únicamente vale la pena si ha surgido algún problema (inexisten­
te con anterioridad) para el que no se tiene una solución satisfactoria.
238 EN BUSCA DEL PASADO

Por tanto, la idea de que un aumento en la producción es fundamental para


el origen de la complejidad social me lleva a preguntar qué problema se resuelve
al aumentar la producción. ¿Cuáles son las dificultades a las que se enfrenta un
grupo de gente que justifiquen de forma directa - en términos de seguridad­
el cambio tecnológico, la intensificación del trabajo y el aumento de la produc­
ción? ¿Qué les lleva a desarrollar estas estrategias y otras nuevas? No creo que
la motivación sea simplemente psicológica, una especie de intento prehistórico
de superar al vecino, ni tampoco son aceptables las explicaciones vitalistas, tales
como que una sociedad «quiere prosperar» o que está «preparada para civilizar­
se».
Incluso las formas de vitalismo menos censurables son cuando menos ortoge­
nésicas en cuanto asumen un principio motor interno o «móvil principal». En
el caso de aproximaciones tales como la teoría de la recolección óptima, se dice
que la disminución del gasto de energía aumentará automáticamente la «capaci­
dad» y, por tanto, ésta se verá favorecida de forma selectiva. Tales suposiciones
implican principios vitales de dinámica interna que son considerados como tra­
yectorias evolutivas adaptadas. 18 El sistema, creo, debe de alguna manera en­
contrarse ante una situación acuciante, ante algún problema. Los argumentos
en defensa de la intensificación-especialización deben ir acompañados de indica­
ciones adecuadas acerca de la naturaleza de estas situaciones acuciantes y pro­
blemas. ¡ El presupuesto parece que estriba en que cualquier hombre «racional»
busca un beneficio!
Ésta es otra manera de poner de manifiesto que casi todas nuestras teorías
sobre el porqué emergieron los sistemas sociopolíticos complejos son argumen­
tos caducos, inspirados en gran medida en diferentes ramas de la filosofía eco­
nómica. Estamos cometiendo el faux pas metodológico de explicar el funciona­
miento interno de los sistemas modernos mediante argumentos funcionales y
ofrecerlos como explicaciones de la forma en que cambian o han cambiado los

138. Una adolescente de Miyako, islas Ryu­


kyu, confeccionando ítems de adambea para
intercambiarlos. (Foto tomada en junio de
1953 por E. Santry y cedida por el autor.)
CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD 239

sistemas en el pasado. Éste es, sin duda, un problema fundamental , pero existen
también otros problemas adicionales, incluso en el supuesto de que se acepte
una posición gradualista y se adopten fo rmas diversas del funcionalismo econó­
mico como si se tratara de una teoría. Por ejemplo, Ja aparición de una especia­
lización artesanal se considera frecuentemente como un paso decisivo hacia la
configuración de Jos sistemas complejos; pero no veo la razón de que la especia­
lización artesana] tenga necesariamente que jugar un papel importante . En Áfri­
ca, por ejemplo, e] trabajo del metal (sobre el que poseemos una información
considerable) es realizado principalmente por parias. Los individuos especializa­
dos en la producción de cerámica, como es el caso de Jos técnicos ceramistas
de] área de Tarascán, en México, pertenecen generalmente a los sectores desfa­
vorecidos y desprotegidos de la sociedad, son gente que carece de tierras y no

139. Mujer navajo tejiendo


en Ah Tso lige, cerca del
lago Colorado, Arizona, no­
viembre de 1935. (Foto cedi­
da por el Maxwell Museum
of Anthropology, Universi­
dad de Nuevo México. )

140. Ceramista realizando


su trabajo. Naha Okinawa,
islas Ryukyu, 1952.
240 EN BUSCA DEL PASADO

tiene acceso a la producción de alimento. La mayoría de los ejemplos de espe­


cialización con los que estoy familiarizado (a través del registro etnográfico) ,
procedentes del Nuevo Mundo, Asia y África, sugieren que estos especialistas
son individuos que luchan por conseguir un lugar en la sociedad (fig. 141). Esta
situación difiere considerablemente de la contemplada por muchos arqueólogos,
quienes consideran que es la organización de la sociedae:l la que cambia, la que
hace posible y potencia el mantenimiento de los especialistas, casi podríamos
decir a la manera renacentista. Este tipo de observaciones procedentes del Ter­
cer Mundo (fig. 142) pueden, o no, ser de interés para nuestro problema, pero
todavía desconozco si los arqueólogos est<Ín en situación de empezar a recono­
cer las condiciones -bajo las cuales los artesanos y otros especialistas se volvieron
casualmente importantes en el desarrollo de la complejidad cultural.
Siempre he creído que un cambio significativo en las formas sociales, como
el manifestado ante la aparición de la jerarquización y estratificación, debe re­
presentar algún tipo de ruptura importante con los modelos de crecimiento an­
teriores. 19 Por ejemplo, el modelo de crecimiento observado entre los cazado­
res-recolectores implica la duplicación de la unidad de producción cooperativa
büsica - la banda o la familia - que dependen de la forma de organización
adoptada por el grupo (fig. 143). El crecimiento de la población produce un
aumento en el tamaño de la unidad local, y a partir de un momento dado este

l4l. Un revendedor en el mercado de Naha Okinawa (islas Ryukyu). Pregonando sus mer­
cancías -de las que obtiene un escaso beneficio - , este hombre consigue llevar una existencia
incierta y marginal.

,r

1
CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD 241

142. Un mercado en las calles de Hong Kong, 1952. «Nuestro paseo discurrió a través de una
calle larga , bello ejemplo de las calles chinas . . . Aquí podíamos contemplar cómo los artesanos
nativos realizaban su trabajo afanosamente y vendían los productos elaborados, todo ello en
una única habitación que servía para los tres cometidos: como taller, almacén y corno mostra­
dor. Allí estaban los grupos de cstiradores de metal, caldereros, botoneros y forjadores, apiña­
dos en sus casas estrechas, en medio del estrépito que producían los martillos de las forjas.
También habían carpinteros, zapateros, sastres, batihojas de oro y plata, paragüeros, abaceros,
drogueros, talladores de jade, grabadores de sellos y decoradores, con los maestros de las nu­
merosas artes que abastecían las necesidades o lujos de la vida china. Más allá se podían con­
templar las tiendas de cuadros exhibiendo las llamativas obras de los artistas nativos . . . En
cada esquina se veían cocinas portátiles que, entre vapores, proporcionaban a los espectadores
hambrientos los sabrosos ingredientes de una comida rápida. Para los más adinerados existían
a lo largo de la calle una serie ele casas ele comida, tabernas y casa de té. Un poco más adelan­
te, una multitud de j ugadores disputaban unos pocos metros cuadrados de suelo con los propie­
tarios de las paradas de naranjas o con los vendedores ambulantes de dulces. Cerca de todo
ello se encontraban las tiendas bien surtidas de los prestamistas . . (Smith, 1847, p. 289.)
. »

grupo se subdivide en dos o más unidades similares que llevarán a cabo sus ac­
tividades de forma independiente y en emplazamientos diferenciados. Incluso
entre los horticultores , donde la familia, extendida (fig. 144) o no , constituye
una de las unidades de producción básicas, el crecimiento produce la duplica­
ción de estas unidades básicas . Se forman más familias y se buscan nuevos «es­
pacios» para que dichas familias puedan actuar como unidades de producción.
Ésta es la típica estructura general de crecimiento que se observa en los lugares

16. - BINFORD
242 EN BUSCA DEL PASADO

1-J.3. Una handa cD1npletu de cuzadvres-recvleuores: bosquimanos nharo que viven entre San­
fontein y /Gam, Namibia. Tal grupo puede considerarse la unidad de producción; el crecimien­
to da como resultado la creación de otras unidades semejantes a ésta. (Foto tomada en 1927
por L. Fourie, cedida por el Africana Museum, Johannesburgo.)

donde se producen concentraciones (como ya vimos en el capítulo 8); y los con­


textos selectivos que favorecen la práctica de diversas tácticas de intensificación
son consecuencia de este modelo de crecimiento. Creo que en un momento de­
terminado de la trayectoria de intensificación se produce una ruptura importan­
te respecto a las formas de crecimiento vigentes hasta entonces. Estas unidades
de producción básicas y de reciprocidad generalizada (por emplear los términos

144. La familia extendida


de Tahahara Gensho, en el
poblado de Fátima, Okinawa
(islas Ryukyu), 1952.
CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD 243

145. Una vista de la comu­


nidad intrusa de El Porvenir,
ciudad de Panamá, Panamá,
en 1967. Los individuos emi­
graron a estas comunidades
procedentes de otras unida­
des sociales más estables; el
crecimiento obligó a una se­
rie de personas a separarse
de las unidades sociales en
las que habían nacido. (Foto
cedida por W. Salvador. )

de Sahlins), en lugar de duplicarse inician el desarrollo de una serie de conven­


ciones destinadas a excluir individuos; es decir, ciertas personas son apartadas
de forma que la unidad mantenga su tamaño y emplazamiento estables (fig.
145) . En tales condiciones, el crecimiento de la población da como resultado la
aparición de una clase de personas desasistidas que cambia considerablemente
el panorama y también las unidades de competición.20
Algunos de mis colegas y alumnos han estado trabajando durante los últimos
años entre grupos de cazadores-recolectores de Botswana que, por diversas ra­
zones, han adoptado la agricultura y el pastoreo y se han hecho sedentarios y
autosuficientes. Entre la práctica de la caza-recolección y el sedentarismo total
existe una amplia gama de situaciones y matices, pero en este contexto quienes
más nos interesan son aquellos pueblos que se hallan en una situación interme­
dia, es decir que no pueden ser clasificados como totalmente cazadores-recolec­
tores ni como totalmente sedentarios: podríamos decir que están entre «la espa­
da y la pared». En las sociedades cazadoras-recolectoras, la ética de comporta­
miento que prevalece gira en torno a la reciprocidad generalizada, de modo que
la gente comparte libremente con sus parientes sin esperar a cambio una com­
pensación concreta o inmediata. Sin embargo, si un hombre tiene a su cuidado
un rebaño de cabras y debe reforzar su propiedad porque cada vez es más se­
dentario, se verá en la obligación de rechazar a sus parientes cuando éstos ven­
gan a pedirle una cabra para cenar. Los antropólogos han observado que los
únicos individuos que tienen éxito son aquellos que prescinden de sus compro­
misos sociales y se enfrentan a la presión social que les obliga a compartir su
riqueza y a no ser tacaños. Para capitalizar su producción, deben ser desleales
con su propia sociedad. Una vez desligados de ella, disponen de una especie de
libertad de maniobra que es impensable en aquellos que todavía respetan las
reglas sociales. Abandonada ya la práctica de la reciprocidad generalizada, su
seguridad depende de su talento, y no de sus parientes, que, por otro lado, ya
244 EN BUSCA DEL PASADO

146. Un gran-hombre de
Nueva Guinea exhibiendo
los adornos, fruto de sus in­
tercambios, que ponen de
manifiesto su status elevado
dentro del grupo local. (Foto
cedida por M. Strathern.)

han sido rechazados; rápidamente se convierten en comerciantes y empiezan a


negociar - de formas diversas - con gentes que no pertenecen a su sistema.
Son los primeros que demuestran interés en comerciar con los antropólogos que
llegan a sus tierras o con los agentes gubernamentales que quieren perforar po­
zos. En otras palabras, deben organizar su seguridad en función de los medios
que les ofrece el mundo exterior, al margen del sistema del que provienen.

B ARATIJAS Y MERCi\NCÍi\S

¿Son el comercio y el intercambio realmente las causas del desarrollo políti­


co y social, tal como han sugerido frecuentemente los arqueólogos?21 Quizá
plantear de nuevo la discusión, aunque sea brevemente, sobre el sistema del
gran-hombre nos ayudará a profundizar en este tema con cierta perspectiva.
La mayoría ele nosotros hemos contemplado en las páginas ele revistas tales
como National Geographic fotografías de los graneles-hombres de las altiplani­
cies de Nueva Guinea (fig. 146). Aparecen recubiertos ele cuentas de concha,
CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD 245

147. Objetos hal lados en dus sepulturas (a rr i b a , enlérramiento n" 79; abajo, e nt e rra m i e nto
nº 57) aparecidas en el yacimiento de Rankin, Cocke Cou n t ry . Tcnnesscc (véase Smith y Hod­
ges, 1968); aproximadamente la mitad de los ítems ilustrados provienen de fuera de la región
del yacimiento. (Foto cedida por el Departamento de Antropología, Universidad de Tenncs­
see.)
246 EN BUSCA DEL PASADO

colgantes, pinturas, plumas y toda clase imaginable de baratijas: ofrecen el as­


pecto de un árbol de Navidad profusamente decorado . Los ítems que llevan son
obsequios, fruto de las relaciones sociales y que circulan exclusivamente en fun­
ción de las alianzas negociadas entre individuos (a las que me he referido ante­
riormente) . No se trata de mercancías, sino de símbolos; no se intercambian en
función de su valor intrínseco y son utilizados porque informan acerca del nú­
mero y variedad de alianzas que un individuo ha realizado. Los objetos y las
materias primas de fácil obtención y que aparecen con profusión a lo largo ele
la región no proporcionaban, obviamente, demasiada información. Por tanto,
en todos los sistemas gran-hombre existe un auténtico interés por tener acceso
a ítems exóticos - conchas procedentes de la costa, diferentes clases de plumas
de colores y ele materias primas - que pueden ser obtenidos únicamente en
unos lugares muy concretos: cuanto más raros y específicos sean éstos, mayor
será la información que proporcionen.
Algo similar observamos en el registro arqueológico del Este ele Norteamé­
rica : allí se constata una secuencia evolutiva que se inicia hacia el 6000 a.C. y
que culmina en el período que va desde el 250 a.C. al 250 d.C., con un sistema
de intercambio que incluye la circulación de una gran variedad de productos a
escala realmente continental (fig. 147). Conchas Busycon procedentes de la cos­
ta del Golfo aparecen normalmente a 1 .500 km de su lugar ele origen, en nume­
rosos enterramientos ubicados a lo largo ele la región de los Grandes Lagos;
cobre nativo originario del territorio situado al Norte del Lago Superior ha sido
localizado en poblados y necrópolis del Medio Oeste ;22 mica de las minas de
Virginia se encuentra a lo largo del valle del Mississippi; galena salida de las
minas del Norte de Illinois aparece en enterramientos del Sudeste, en el Norte
y Sur de Carolina y en Florida;23 pequeños botones y otros objetos de adorno
de hierro meteórico procedente ele los límites de las Plains han sido hallados en
yacimientos del Medio Oeste;24 obsidiana extraída en el Yellowstone National
Park, en las Montañas Rocosas, se encuentra desde Wisconsin hasta Ohio.25 La
circulación ele todos estos productos implica la existencia ele un sistema comple­
jo y muy amplio, un sistema cuya escala geográfica es comparable a la extensión
que ocupan la Europa central y occidental juntas.
Si realmente el comercio estimula la complejidad política , deberíamos espe­
rar -a j uzgar por la escala y volumen de la red de circulación documentada­
el desarrollo de algo semejante a la Roma clásica en áreas tales como Ohio y
en una época tan temprana como el año 100 a.C. Sin embargo, sistemas de
intercambio tan extensos como éste se desconocen en aquellas áreas del mundo
en las que se desarrollaron las llamadas «grandes civilizaciones»: ni en el Próxi­
mo Oriente, en el Egeo, en el Valle ele México o en los altiplanos de Perú en­
contramos nada comparable antes de la aparición de lo que normalmente se
acepta como sociedades complejas.26 Cualquier modelo que intente explicar la
aparición de la sociedad compleja, en función de la importancia del comercio y
ele las formas de intercambio monopolista, debe ser capaz de responder también
ante la evidencia constatada en el Este de Norteamérica. Nadie está en condi­
ciones de hacerlo ; sin embargo , los modelos de intercambio se aplican corrien­
temente al registro arqueológico de muchas áreas del mundo.
Consideremos, por ejemplo , el Sudoeste americano en el período que va
CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJJDAD 247

desde el 900 al 1200 d.C. Allí encontramos yacimientos importantes y de dimen­


siones considerables. No se trata exactamente de lugares de residencia, ya que
su arquitectura compleja y variada (kivas,27 grandes habitaciones, etc.) parece
estar relacionada con rituales religiosos y sociales. La versión predominante so­
bre estas estructuras de la cultura pueblo atribuye su complejidad a las impor­
tantes funciones que debieron desempeñar dichos lugares como nudos centrales
de las redes de intercambio de largo alcance.28 Pero la evidencia en que se basa
este punto de vista es remarcablemente débil: una pequeña turquesa procedente
del Sudoeste y hallada en México; un escaso número de conchas· de la Costa
Baja aparecidas al Norte de Nuevo México; motivos mexicanos en la cerámica
del Sudoeste que reflejan algún tipo ele conexiones. Todo ello difícilmente apun­
ta hacia una red comercial de grandes dimensiones; con tocio , modelos de este
tipo (nudos centrales de las redes de distribución) abundan en el Sudoeste y en
otros lugares. Para finalizar, diremos que dicha versión se basa en el razona­
miento original de Sahlins, que defiende la redistribución como el camino que
conduce al poder. Tales logros (como los observados en estos grandes yacimien­
tos pueblo) únicamente se pudieron originar y organizar -al menos el argumen­
to original ele Sahlins lo postula - bajo la dirección de alguna autoridad cen­
tral, 29 y una autoridad central surgirá en virtud de las funciones redistributivas
que desempeñe. Pero , ¿qué es lo que se redistribuía? ¡ Ú nicamente unas peque­
ñas cantidades ele turquesas por centuria . . . en total , probablemente en un nú­
mero de materiales exóticos inferior a los aparecidos un milenio antes en un
solo enterramiento de la cultura ele los Bosques Media!

CAMINOS QUE CONDUCEN A LA COMPLEJIDAD

Los arqueólogos desconocen todavía las causas que conducen a las socieda­
des complejas, los motivos ele su aparición. El argumento en defensa de la redis­
tribución carece de bases objetivas: por el momento, las noticias que tengo so­
bre los agentes redistributivos indican que operan en sociedades basadas ya en
el poder político y dudo que el poder sea el resultado de un comportamiento
amable . Los argumentos a favor de los incentivos económicos, practicados con
la finalidad de intensificar la producción necesaria para sostener un sistema
complejo, se asemejan al problema del huevo y la gallina. De todos modos, co­
nocemos poco acerca de por qué alguien «querría» un sistema complejo hasta
el extremo de invertir esfuerzo para producir en exceso. Deben existir presiones
a favor del cambio en el sentido darwiniano, aunque todavía no podamos iden­
tificar cuáles son y cómo operan. Los argumentos a favor del comercio , como
base necesaria para adquirir el poder, generalmente fracasan, porque la mayoría
de los ejemplos citados como evidencia se refieren al intercambio ele obsequios
sociales y no a artículos ele consumo valorados económicamente: aquéllos nos
informan acerca de las alianzas sociales existentes entre individuos y no sobre
la articulación económica de los grupos sociales.
El problema estriba en el limitado número de modelos considerados hasta
el momento por los arqueólogos. Si únicamente contamos con las aproximacio­
nes que acabo ele exponer, cuando en realidad deben existir muchas etapas y
248 EN BUSCA DEL PASADO

modelos característicos de cambio diferentes, relacionados con los distintos ca­


minos que conducen a la complejidad, realmente la arqueología se halla en apu­
ros. Los arqueólogos permanecerán en una posición desfavorable hasta que no
tengan ciertos conocimientos acerca del alcance de la variabilidad que puede
existir en los sistemas complejos y en sus trayectorias de desarrollo.
Otra limitación importante reside en que casi todas las aproximaciones rea­
lizadas con el fin de crear un modelo de cambio se desarrollaron a partir de las
variables de la dinámica funcional (es decir, según actúen los sistemas actuales
vistos por un observador o participante). Tal como sugerí anteriormente, se han
empleado puntos de vista funcionales para modelar los cambios transformacio­
nales, a pesar de que: a) la naturaleza de la transformación no se conocía con
exactitud, y b) sólo se contaba con el criterio de admisibilidad, empleado para
justificar el uso de un argumento funcional apropiado para los procesos evoluti­
vos. El ejemplo quizá más obvio, y probablemente más engañoso , es el uso de
diversas «pistas útiles», argumentos económicos vitalistas, para intentar crear
un modelo de los procesos evolutivos. Los procesos ecológicos no son raciona­
les, en cuanto no existe un cerebro rector o un ser sensible que controle la di­
námica, tal como generalmente asumen todos los argumentos económicos.
Como ocurrió en los casos discutidos en los capítulos precedentes , aquí ape­
lo de nuevo al desarrollo de métodos seguros que nos permitan inferir las con­
diciones del pasado a partir del registro arqueológico. Si podemos desarrollar
tales métodos, estaremos posiblemente en condiciones de responder a la pre­
gunta «¿cómo era?» . A su vez, debemos permanecer alerta y reconocer el mo­
delo a seguir para comprender el «¿qué significa?». Ambas aproximaciones ne­
cesitan y dependen del desarrollo de una teoría intermedia.
El lector quizá se preguntará acerca de las numerosas posiciones filosóficas
existentes en arq ueología sobre las que contamos con hábiles defensores.30 He
sugerido que la mayoría de tales posiciones implican el dar sentido al registro
arqueológico mediante el uso de «argumentos acomodaticios post hoc».31 Nin­
gún tipo de objetividad se logrará empleando esta clase de aproximaciones, ni
tampoco es posible aprender a través de ellas; únicamente nos proporcionan Ja
fascinación de un debate sin fin . 32 Sólo cuando podamos evaluar estos puntos
de vista, recurriendo a las propiedades del mundo exterior, estaremos en condi­
ciones de obtener algunas ideas sobre Ja utilidad ele las diversas posiciones inte­
lectuales. Tales apelaciones deben realizarse mediante un lenguaje de observa­
ción construido cien tíficamente , a través del cual se da sentido a las observacio­
nes y se justifica independientemente de las posiciones intelectuales que, según
dicen, aún se están evaluando.
No importa hasta qué punto nos aproximemos al problema, porque la con­
clusión es la misma: necesitamos métodos de inferencia más sólidos. No pode­
mos limitarnos a seguir la Musa de la Curiosidad y especular acerca de cómo
ocurrieron las cosas. Debemos desarrollar métodos que nos permitan evaluar
las ideas que hemos generado y también contemplar Ja posibilidad real de que
algunas veces planteamos preguntas incorrectas. Necesitamos investigar simultá­
neamente las preguntas «¿qué significa?» y «¿cómo era?» , si realmente espera­
mos en un futuro progresar en la solución de la auténtica pregunta importante:
«¿por qué ocurrió?».
NOTAS
PREFACJO (pp. 16-21)

l. Este viaje fue posible gracias a los esfuerzos de Colin Renfrew. Colin me invitó a ir
a Europa y fue infatigable en la búsqueda de los medios materiales necesarios para que dicha
invitación pudiera llevarse a término. Fue Colin quien consiguió el dinero y me ofreció toda
clase de facilidades, amabilidad y afecto. Por todo ello le estoy muy agradecido.
2. Binford (1977 a).
3 . Fritz y Plog (1970).
4. Watson et al. (1971).
5. Ello queda bien reflejado en la obra de Brothwell y Higgs (1969).
6. Binford (1978 a).
7. Binford (1981 a).
8. Por ejemplo, reconstruir la estructura de edad y sexo de las manadas en base a los
huesos eucontrados en los lugares de residencia, o reconstruir el número de la población ani­
mal original representada por los huesos localizados en lugares cuya función se desconoce.
9. Para una crítica sobre el uso del MNI (número mínimo de individuos), véase Binford
(1981 a) , pp. 69-72, 478-479.
10. Por ejemplo, el desarrollo de la datación por radiocarbono.
1 1 . Hawkes (1954).
12. Véase O'Kelly (1968, 1982) ; Van Wijngaarden-Bakker (1974).
13. Un ejemplo del tipo de argumento utilizado por los «filósofos sociales» puede hallarse
en Adams (1981 ) . Son particularmente interesantes los comentarios y réplicas del autor.
14. Existe una gran confusión entre los arqueólogos respecto a cómo se desarrolla una
ciencia y qué es lo que constituye el «progreso». Son muchos los que aceptan la tesis de Kuhn
(1962, 1970). Dicho autor defiende que el progreso es, en gran parte, resultado de la actuación
de fuerzas irracionales que tienden a condicionar la visión del mundo de los científicos. [Trig­
ger (1981) intenta utilizar esta opinión para interpretar la historia del pensamiento arqueológi­
co.] Esta postura irracional ha sido seguida y desarrollada por numerosos investigadores, por
ejemplo, Feyerabend ( 1 978). Este libro y esencialmente todo lo que he escrito ofrece una visión
bastante diferente de lo que es la ciencia y de cómo opera.
Siempre he creído que el desarrollo de métodos de inferencia válidos es básico para el pro­
greso de la ciencia moderna. A nadie debería sorprender que no me preocupen las recientes
afirmaciones de Meltzer (1979) respecto a que ninguno de los paradigmas de Kuhn sobre el
cambio se han dado en arqueología y que mis aportaciones han sido más metodológicas que
teóricas. Es correcto, creo, exigir cambios revolucionarios en los paradigmas, pero el campo
está ya repleto de puntos de vista interesantes y todavía no se ha producido ningún avance.
Por el contrario, la incidencia de estas modas intelectuales sube y baja como si se tratara del
dobladillo de un vestido de señora. Ú nicamente mediante el desarrollo de epistemologías cien­
tíficas y de los métodos correspondientes para lograr una relativa objetividad al evaluar las
ideas nuevas, se empezará a acumular el conocimiento como resultado de un empeño científi­
co.
15. Binford (1981 a) .
250 EN BUSCA DEL PASADO

16. Hodder ( 1 982), pp. 191-192.


17. Binford, en prensa.

CAPÍTULO 1 (pp. 23-34)

l. Por ejemplo, Hawkes ( 1980).


2. Véase Binford (1968 e).
3 . Para una descripción de las técnicas de datación por radiocarbono, véase Michels
(1973), Fleming ( 1 976).
4. Por ejemplo, Gould ( 1980) , Hayden (1979).
5 . Por ejemplo, Yellen ( 1 977).
6. Rathje ( 1 974. 1978), Rathje y McCarthy (1977).
7. Binford ( 1 976, 1978 a, 1978 b , 1979, 1980, 1981 e, 1982).
8. Binford y Bcrtram ( 1977).
9. Otros ejemplos de investigación «etnoarqueológica» aparecen en Gould (ed.) (1978),
Kramer (cd.) (1979).
1 0 . Coles ( 1973, 1979).
11. Winter y Bankhoff ( 1 979).
l2. Por ejemplo, Witthoft ( 1957); algunos resultados de experimentos sobre la talla de la
piedra aparecen en la revista Flintknapper's Exchange.
13. Un ejemplo de uso de un yacimiento arqueológico histórico como forma de control
sobre la metodología arqueológica aparece en South ( 1977 a, 1977 b).
14. Isaac ( 1978).
15. Leakey y Hay ( 1979).

PRIMERA PARTE (INTRODUCCIÓN) (pp. 37-38)

l. Taylor ( 1948).
2. Taylor ( 1972) .
3. Taylor ( 1 948), p. 1 3 1 .
4. !bid. , p. 193.
5. Binford (1981 b), Dunnell ( 1980 b).
6. Taylor ( 1 948), p. l 93.
7. En Binford (1981 a) , especialmente pp. 21-34, trato de los métodos de inferencia.

CAPÍTULO 2 (pp. 39-65)

l. Véase Dart ( 1959), LeGros Clark (1967), pp. 1-40.


2. Dart (1925, 1948) . El razonamiento de Dart se basaba en los datos más fiables del
momento que parecían indicar que los huesos hallados en los sedimentos de Makapan habían
siclo quemados. U na vez realizados los hallazgos de los fósiles de Australopithecus en Maka­
pansgat, Dart llegó a la conclusión de que el A ustralopithecus hacía uso del fuego y que, por
tanto, era un auténtico hombre. Para una información sobre las investigaciones posteriores,
véase Oakley ( 1954, 1961).
3. Dart ( 1 926). A partir de los descubrimientos realizados en Taung, Dart defendió que
el Australopithecus era cazador y, por tanto, el agente responsable de las acumulaciones de
huesos, que consideró se trataban de basureros. Las fracturas observadas en los cráneos de
los babuinos apoyaban esta idea. En Dart ( 1949) se dijo por primera vez que los huesos de
animales hallados en los depósitos junto a los fósiles de Australopithecus eran herramientas.
Posteriormente, Dart ( 1957, 1960) desarrolló sus razonamientos sobre la elaboración de útiles
y su uso por parte de los Australopithecus. Para una visión más actualizada, véase Wolberg
(1970), Binforcl (1981 a).
NOTAS 251

4. Dart (1953).
5. Dart (1957), p . 85.
6. Dart (1926, 1949, 1957 , 1960).
7. Ardrey (1961) .
8. Lorenz (1966).
9. Washbum (1957).
10. Hughes (1954).
1 1 . Dart (1956) incluye un debate sobre las descripciones clásicas del comportamiento de
la hiena.
12. Dart (1958).
13. Vincent (1978).
14. Leakey (1979).
15. Esta interpretación fue ampliamente divulgada por la prensa de la época, pero me ha
sido imposible averiguar lo que se dijo exactamente en la conferencia de prensa.
16. Washburn y Howell (1960), p. 40.
17. Leakey (1959 a, 1959 b, 1960).
18. Leakey ( 1971), en particular pp. 49-58 y fig. 24.
19. Isaac (197 1 , 1975, 1976 b, 1976 e, 1978). En Isaac y Crader (1981) se trata especial­
mente del consumo de carne como alimento.
20. Isaac (1976 a, pp. 483-485) .
2 1 . En Brain (1981) aparece un resumen muy completo d e sus trabajos; dicha obra e s de
consulta obligada para todos aquellos interesados en los temas discutidos aquí.
22. Véase Washburn (1957), Bartholomew y Birdsell (1953). Las primeras interpretacio­
nes hechas por Dart y otros estaban basadas en los conjuntos de fauna hallados en el yacimien­
to de Taung; éstos contenían únicamente animales pequeños tales como el dasiuro, huevos de
pájaro, pequeños roedores, babuinos y homínidos, pero estos datos no fueron considerados
como indicativos del comportamiento de las hienas u otros animales carnívoros. Por ejemplo,
Robert Broom (1933, p. 137) escribió: «A partir del estudio de los huesos aparecidos en aso­
ciación con el cráneo de Taung pudimos conocer algunos de los hábitos del Austra/opithecus
. . coincido con Dart en cuanto a considerarlo el basurero del Australopithecus . . . El depósito
.

está formado básicamente por huesos de un tipo de dasiuro ya extinguido. Todos los cráneos
aparecen rotos, a menudo en pequeños fragmentos. Sin duda, no eran los grandes carnívoros
como el leopardo o el chacal los animales que se alimentaban de estos dasiuros, porque aqué­
llos se tragan los cráneos una vez triturados . . . La forma en que aparecen rotos los cráneos
de los babuinos nos induce a pensar en algún tipo de criatura que quisiera hacerse con el ce­
rebro . . .
».

Esta visión del hombre antiguo fue aceptándose gradualmente y dominó la literatura espe­
cializada hasta principios de los años cincuenta. Los yacimientos se interpretaron como basu­
reros creados por el Austra/opithecus, ya que éste era un depredador menor que se alimentaba
de animales pequeños, huevos de pájaro, etc. Véase, por ejemplo, Oakley (1953). Dart, en
Makapansgat, encontró una fauna totalmente distinta, donde predominaba el antílope, y de­
fendió la idea de que el hombre antiguo era mucho más cazador de lo que se decía. Aquellos
que habían aceptado los argumentos basados en los datos de Taung consideraron que los nue­
vos hallazgos eran inconsistentes y las interpretaciones de Dart exageradas; los que rechazaban
la idea de que nuestros antepasados eran unos cazadores sanguinarios reaccionaron en contra
de las interpretaciones basadas en el material de Makapansgat; la presencia de animales más
robustos daba credibilidad y favorecía la teoría de que los agentes de la acumulación eran los
grandes carnívoros.
23. Brain (1968) .
24. Dart (1959), p. 121.
25. Brain (1981), figs. 50 y 221 .
26. Brain (1967).
27. Binford y Bertram (1977).
28. Binford (1978 a).
29. Binford (1981 a).
252 EN BUSCA DEL PASADO

30. Hill (1972).


31. Klcin (1975).

CAPÍTULO 3 (pp. 66-82)

l. Brain ( 1 98 1 ) , pp. 271-273. Esta observación es aplicable en particular a las formas


robustas del Australopithecus.
2. Véase Bunn et al. (1980).
3. En Binford (1981 a), pp. 83-89, !S l-190, 244-246 y 283-299 examino con cierto detalle
la función ele los «argumentos post hoc».
4. Isaac (1971), p. 278.
5. Isaac y Cracler (1981).
6. !bid., p. 33.
7. D urante los meses ele julio y agosto ele 1981 tuve la oportunidad de visitar diversas
áreas y yacimientos ele Suráfrica y regiones límitrofes. Ello fue posible gracias a la ayuda pres­
tada por la Universidad de Ciudad del Cabo, en donde pronuncié unas conferencias ante un
grupo de estudiantes interesados en estos temas.
8. Schaller ( 1972) , Iáms. 1 y 2, coincide con mis razonamientos.
9. Datación aproximada realizada por Vrba (1975) .
lü. Para una mayor información sobre el yacimiento ele Elandsfontein, véase: Singer y
Wymcr (1968), Klein (1978), Deacon ( 1975).
1 1 . Los yacimientos achelenscs no han aparecido cubiertos de artefactos, pero su número
es suficiente para que podamos considerar esta situación interesante; un ejemplo clásico es,
por ejemplo, el Horizonte B y el yacimiento principal (DE/89) de Olorgesailie. Véase Isaac
(1977).
12. Me baso en las interpretaciones de Munday ( 1976) y Marks y Freidel (1977); sus tra­
bajos ponen de manifiesto la importancia de estudiar las relaciones existentes entre los lugares
ele extracción de la materia prima, la forma en que son empleados los materiales en un yaci­
miento, y la disposición de los útiles y de los restos resultantes ele su fabricación. En el caso
de los yacimientos musterienses localizados en el Negev, Israel, se observó que el tamaño de
los núcleos y de las lascas era menor en los casos en que la materia prima lítica no procedía
de los alrededores. Los investigadores interpretaron este hecho como reflejo de un comporta­
miento planteado en términos ele economizar esfuerzos por parte ele los individuos que realiza­
ban los útiles musterienses. Creo, sin embargo, que lo que realmente analizamos son las con­
secuencias del comportamiento de unos ocupantes que llegaron al yacimiento desprovistos de
un equipo de útiles adecuado. Dichos individuos buscaron la materia prima por los alrededores
y al encontrar los artefactos que habían siclo introducidos por ocupantes anteriores los convir­
tieron en útiles. Ello explicaría el modelo observado sin tener que remitirnos a la improbable
inferencia propuesta ele que la población musteriense vivía en asentamientos fijos a donde se
hacía llegar la materia prima procedente de otros l ugares y se utilizaba de forma económica.
Al margen de esta controversia, los útiles y los restos i ntroducidos difícilmente sobreviven
en su forma primitiva en los yacimientos que han sido ocupados a lo largo de un período de
tiempo considerable. Por el contrario, en los yacimientos achelenses la longitud media de los
núcleos tiende a aumentar en los casos en que se observa un predominio de los bifaces en los
conjuntos líticos (esta observación es constatable, por ejemplo, en los materiales procedentes
de Olorgesailie). Estos ítems tuvieron que ser transpo1iados y abandonados en su contexto de
uso, donde habrían sido utilizados como bifaces y no como lascas o útiles sobre lasca. Es difícil
imaginar un campamento base que fuese el último lugar ele uso de instrumentos, o a los ocu­
pantes de estos campamentos que ignorasen las materias primas disponibles allí bajo forma de
bifaces previamente introducidos.
13. Puedo afirmar que existen yacimientos cuyos conjuntos presentan una composición
distinta que la descrita en mi escenario imaginario: simplemente utilizo esta «reconstrucción»
para poner de manifiesto que desconocemos los procesos de formación. No es improbable que
parte de la variabilidad observada en los conjuntos achelenses se deba a la existencia de distin-
NOTAS 253

tos tipos de lugares ocupados por los homínidos antiguos; los campamentos base pueden haber
existido.
14. He llevado a cabo investigaciones sobre las características de los conjuntos faunísticos,
contemplados tanto desde el punto de vista de la frecuencia de las partes anatómicas como en
relación a los tipos de marcas de corte o fractura y las señales producidas por los dientes de
carnívoros roedores. Por el momento, esta investigación está en curso, pero parece ser que el
carroñeo era muy practicado con los animales de tamaño relativamente grande encontrados
en los yacimientos de la Edad de la Piedra Media del río Klasies, en Suráfrica. Un comporta­
miento similar parecen reflejar los restos de uro y caballo de los yacimientos musterienses de
Europa occidental. Próximamente ofreceré los resultados de nús investigaciones.
15. La mayoría de investigadores, al ser preguntados por la evidencia directa de !a prác­
tica de la caza en el Pleistoceno Inferior, mencionan algunos yacimientos donde los útiles de
piedra aparecen asociados a un esqueleto de animal grande (un elefante en Olduvai FLK N6,
un hipopótamo en Koobi Fara y un düwtherium en Olduvai FLK Nll), o en yacimientos don­
de los útiles están asociados a numerosos esqueletos de animales de la misma especie. En el
primer caso, se contempla la posibilidad de que se trate del resultado del carroñco practicado
en el mismo lugar en que murió el animal de grandes dimensiones, pero, en el segundo, a
menudo se considera como una evidencia de la práctica de la caza por parte del hombre primi­
tivo, y se sugiere que dichos individuos conducían a los animales hacia la muerte o que, al
menos, se las agenciaban para conseguir grandes cantidades de alimento de una misma especie.
Véase, por ejemplo, Isaac (1977), Shipman et al. (1981). Argumentos en contra de estos pun­
tos de vista aparecen en Binford (1977 b), y en Binford y Toad (1982).
16. Para una descripción del estado actual de la investigación, véase: Leakcy (1981), pp.
76-88.
17. Un debate sobre tales métodos de inferencia aparece en Binford (1981 a), pp. 83-86
y 246-247 .
18. Keeley y Toth (1981).
19. Binford ( 1977 a) , p. 7.

SEGUNDA PARTE (INTRODUCCIÓN) (pp. 85-86)

l. Popper (1972) , p. 198.


2. Sonneville-Bordes (1975 a) , p. 35 (traducción al inglés del original francés).
3. Popper (1972), p. 30.
4. Black, en Popper (1959), p. 82.

CAPÍTULO 4 (pp. 87-102)

l. La evidencia del uso de pigmentos la encontramos en los fragmentos de ocre rojo y


de manganeso que presentan señales de desgaste. Aunque dicho desgaste es interpretado como
el resultado del uso de dichos fragmentos como lápices para dibujar, por el momento en los
depósitos musterienses no han sido localizados artefactos coloreados.
2. La evidencia de que en el Musteriense se daba sepultura a los muertos aparece resu­
mida en S. Binford ( 1968) y Harrold (1980).
3 . Binford (1981 a) y Kurten (1976) tratan el tema del ritual practicado por los Neander-
tales en las cuevas de osos.
4. Klindt-Jensen (1975).
5 . Myres (1906), p. 29.
6. !bid., lám. III.
7. Quennell y Quennell (1922), pp. 102-105.
8. Weiner ( 1980) .
9. Osborn (1927) , p. 73.
10. Bordes (1969), pp. 2-3.
254 EN BUSCA DEL PASADO

11. Clarke ( 1979), p . 17.


12. Mason ( 1883), p. 403.
13. Nelson (1938), p. 148.
14. Osborn (1916) es un buen ejemplo de los puntos de vista vigentes a principios del
siglo xx.
15. En Binford ( 1981 a, 1982) se ofrece una perspectiva algo distinta del «período de los
artefactos y de los conjuntos».
16. Childe ( 1929), p. v1
17. Para una mayor información sobre la situación de la arqueología anterior a 1930, véa-
se Trigger ( 1980), en particular el capítulo II.
18. Por ejemplo, Breuil (1931, 1932 a, 1 932 b).
19. Garrod (1938), p . l.
20. Breuil y Lantier (1965), p. 115.
2 1 . Burkitt (1963), pp. 129-130.
22. Estos puntos de vista han sido tratados por Hoebel (1949), Movius (1956), Herskovits
(1955); existen, evidentemente, muchos otros.
23. Pcyrony ( 1930, 1933, 1936).
24. Movius (1953); y más recientemente Laville et al. (1980).
25. Véase Bordes (1950, 1953 b, 1961 a) . Compárese con Sonneville-Bordes (1975 b).
26. Bordes (1953 a) .
27. Bordes ( 1972).
28. Para mayor información, véase Sonneville-Bordes (1975 b).
29. [bid.
30. Peyrony (1930).
3 l. Bordes (1972).
32. Las primeras formulaciones de phi/a paralelos empezaron a ser planteadas a finales
de los años cuarenta y principios de los cincuenta: por ejemplo, Braidwood (1946), Movius
( 1948).
33. Versiones modificadas de los puntos de vista de Breuil siguen dominando en algunas
de las investigaciones actuales. Véase Collins (1969), Ohel (1979).
34. Sackctt (1981), p . 90.
35. Wisslcr (19 14, 1923) , Klimek (1955), Kroeber (1939), Mílke (1949), Hodder (1977).
36. Bordes (1972), pp. 148-149.
37. Wissler (1914) , pp. 468-469.
38. Para una mayor información sobre el «argumento funcional», véase Binford y Binford
(1966, 1969), Binford (1972 a, 1973). El punto de vista opuesto es defendido por Bordes
(1961 b), Sonneville-Bordes (1966), Collins ( 1969, 1970), Bordes y Sonneville-Bordes (1970),
Mellars ( 1970), Bordes et al. (1972).

CAPÍTULO 5 (pp. 103-116)

l . En Coe (1964) queda reflejado el gran esfuerzo realizado por el autor en la búsqueda
de estratigrafías.
2. Taylor (1948).
3 . Véase, en particular, Willey (1953).
4. Véase Brown (cd.) (197 1 ) .
5 . Las dos publicaciones más impo11antes q u e trataban de l a manufactura de lo.s útiles
de piedra eran Pond (1930) y Witthoft (1957); además, en Witthoft (1952) puede leerse un
estudio estimulante.
6. Algunas de mis primeras investigaciones sobre los análisis líticos aparecen en Binford
(1963), Binford y Papworth ( 1963), Binford y Quimby (1963).
7. Binford y Papworth (1963).
8. Binford (1964 b).
9 . Véase Binford (1968 a).
NOTAS 255

10. Véase Binford y Binford (1966).


1 1 . Una corta exposición de los primeros trabajos realizados con técnicas de análisis mul­
tivariantes aparece en Binford y Binford (1966), p. 293, fig. l .
1 2 . Mi primera mujer, Sally Binford, y y o recibimos una subvención d e l a National Scien­
ce Foundation. En Francia colaboraron con nosotros Georgcs Bordes, Gerald Eck, N icholas
Gessler, Cathy Read-Martin, Dwight Read, Michele Lenoir y Polly Wiessner. El equipo reci­
bió en todo momento el apoyo de Fran�ois Bordes, Jean Phillippe Rigaud y del personal del
laboratorio de Bordes.
13. Por aquel entonces creía -como pensaba también la mayoría de los investigadores­
que se trataba de «lugares de ocupación» casi perfectamente conservados y con muchas posibi­
lidades. En la actualidad tales suposiciones nos parecen ingenuas.
14. La investigación llevada a cabo entre los esquimales nunamiut fue subvencionada por
la Wenner-Gren Foundation for .A_nthropological Research y por la National Science Founda­
tion. Los resultados de los trabajos realizados entre los nunamiut aparecen en las siguientes
publicaciones: Binford (1976, 1978 a, 1978 b, 1979, 1980, 1981 a, 1981 b, 1981 c, 1982).
15. Tanto el viaje a Australia como el trabajo de campo allí realizado estuvo subvenciona-
do por el Institute of Aboriginal Studies, Camberra.
16. Por ejemplo, B inford (1981 b ) .

17. Binford (1967); véase también Binford (1968 b).


18. Un razonamiento similar aparece en Binford (1969).

CAPÍTULO 6 (pp. 117-153)

1. Silberbauer (1972).
2. Flannery ( 1972) desarrolló este razonamiento para sistemas más sedentarios.
3. Véase MacNeish (1958), p. 137, o, para una visión más amplia, MacNeish, Peterson
y Neely (1972) , en especial p. 355.
4. Una descripción más completa sobre este tema la encontramos en Binford (1981 e).
5. Binford (1978 a), pp. 306-312.
6. Véase Downs (1966).
7. Una descripción más detallada del yacimiento de las fuentes del Anavik aparece en
Binford (1978 a) , pp. 171-178.
8. !bid. , pp. 235-245.
9. Me refiero a los restos interpretados por P. P. Yefimenko como zemlyanka o «aguje­
ros para dormir». Incluyo también la «vivienda número 1» del nivel superior de Kosticnki I y
el «hoyo U» de Avdejevo, un yacimiento no publicado. Para una descripción más detallada
del yacimiento de Kostienki y de otros yacimientos importantes del Paleolítico en Rusia, véase
Klein (1973). Mi información acerca de estos restos específicos se basa en una comunicación
personal del profesor Grigoryev, de la Universidad de Leningrado.
.
10 . Klein (1973) , p. 70, fig. 8 .
1 1 . Lugares similares han sido descritos por Crowell y Hitchcock (1978), pp. 37-51 , entre
los bosquimanos san de Kalahari.
12. Binford (1978 b) , pp. 330-361 .
13. Yellen (1977), pp. 1 13-130.
14. !bid. , en particular pp. 125-131.
15. Williams (1968, 1969).
16. Comunicación personal de Patricia Draper.
17. B inford (1982).
18. Debo resaltar que el tema central del debate musteriense era la naturaleza de los con­
juntos de útiles líticos. Al hablar del uso de la tierra no he mencionado los útiles líticos, porque
los esquimales nunamiut que tuve ocasión de estudiar ya no empleaban artefactos de piedra;
sin embargo, los tipos de artefactos líticos usados por los esquimales difícilmente hubieran sido
comparables a aquellos encontrados en contextos musterienses. Una vez más, debo puntualizar
que no considero que los nunamiut proporcionen una analogía con los grupos paleolíticos.
19. Binford (1978 a).
256 EN BUSCA DEL PASADO

CAPÍTULO 7 (pp. 154-203)

l. Binford ( 1 978 b).


2 . Binford ( 1978 a), en particular pp. 265-320.
3. lbid., pp. 321-327.
4. Whitehcad (1953), pp. 158-159.
5. Wagner (1960), p. 9 1 .
6. Leroi-Gourhan y Brézillon ( 1966), pp. 361-364.
7. Van Noten ( 1 978).
8. Schiffer (1972), Schíffcr y Rathje (1973).
9. Binford y Binford ( 1966).
lO. En la bibliografía especializada existe una gran confusión respecto a algunas de estas
ideas. Ya en la época en que conjuntamente con mis estudiantes de la Universidad de Chicago
ahondaba en conceptos taies como áreas de actividad y equipos de herramientas, reconocí el
problema dual que se presentaba al desarrollar técnicas para la identificación de modelos en
el registro arqueológico y para la interpretación de los resultados de tales modelos. Robert
Whallon siguió trabajando sobre este tema e investigó las técnicas y los razonamientos que
podían ser útiles al respecto; demostró -sin lugar a dudas- que reconocía la existencia de
diferencias entre un modelo arqueológico y los significados que se le pueden atribuir:
l. . . . en la mayoría de los lugares de ocupación se desarrollarán actividades humanas, algu­
0 «

nas de las cuales tendrán lugar en espacios diferenciados . . . la diferenciación espacial de las
actividades se constatará en la desigual distribución de los tipos de útiles en un área de ocupa­
ción, consecuencia de sus diversos usos en las distintas actividades llevadas a cabo en el yaci­
miento.» [Whallon ( 1 973 a), p. 116.]
2.0 « . . . nuestros argumentos no implican que todas las actividades deban desarrollarse en áreas
exclusivas y separadas espacialmente unas de otras, sino simplemente que algunas actividades
deben, por lo menos algunas veces, efectuarse en áreas diferenciadas.» (!bid., p. 1 17 . )
3. « l a concentración espacial de útiles n o s e debe necesariamente al abandono d e los ítems
0

en el lugar en que han sido utilizados . . . sino que es el resultado del comportamiento humano
cotidiano asociado a la presencia de una tecnología en relación o articulada con el resto del
sistema cultural global. Por tanto, es susceptible de poder ser explicada por los prehistoriado­
res dentro del marco de referencias adecuado.» (Jbid., p. 1 19.)
Tras estas afirmaciones básicas, Whallon pasó a examinar las técnicas de reconocimiento de
los modelos de distribuciones espaciales conocidos. Ha proseguido perfeccionando las antiguas
técnicas de reconocimiento de modelos y ha desarrollado otras nuevas. Véase Whallon
(1973 b, 1 974) y el trabajo realizado en esta dirección por Newell y Dekin (1978).
Ante todo ello, es difícil comprender y justificar el tipo de crítica que Schiffer ( 1974) dirigió
contra Whallon. Quizá la falacia más sorprendente dedicada al trabajo de Whallon proviene
de Yellen ( 1 977, en especial p. 134); dicho autor sugiere que presuponemos que cada actividad
debe producirse en espacios independientes y que los útiles hallados asociados implican, por
tanto, una única actividad. Esta clase de argumentos ponen simplemente de manifiesto un total
desconocimiento de la situación y de la historia del desarrollo de los métodos arqueológicos.
l l . Mí trabajo en Australia lo realicé en condición de invitado de James O'Connell, mien­
tras él investigaba con los alyawara. El soporte económico corrió a cargo del Australían Abo­
riginal Institutc, Camberra.
12. Para evitar confusiones, preferimos respetar la acepción inglesa. Drop , en este contex­
to, significa 'dejar caer'. (N. de la t.)
13. Al igual que ocurría con la zona drop, aquí también creemos más conveniente respe-
tar la acepción inglesa. Toss significa 'arrojar'. (N. de la t.)
14. Leroi-Gourhan y Brézíllon (1966, 1972).
15. Leroí-Gourhan y Brézillon ( 1 966), fig. 58.
16. Gould ( 1 977), fig. 22.
17. Veldcr ( 1963) , fig. 2 .
18. Movius (1975, 1977).
1 9 . Comunicación personal de Pat Drapcr.
NOTAS 257

20. Binford (1978 a) , pp. 142-145.


21. !bid. ' pp. 435-457.
22. El modelo de lechos y hogares alternados observado anteriormente es aplicable sólo
a áreas dormitorio desprotegidas o a estructuras y abrigos, cuya función principal es proteger
de la lluvia y del sol. Cuando las estructuras son utilizadas para conservar el calor, las dispo­
siciones de las áreas dormitorio del grupo son más simples. Además, los lechos y hogares alter­
nados no se emplean porque se mantiene el combustible de forma que caliente todo el abrigo
y no únicamente las áreas adyacentes al fuego.
23. En un contexto esquimal, la manufactura de barcas, trineos o armazones para la casa
y la confección de tiendas, son ejemplos de tareas cuya realización requiere un largo período
de tiempo y por lo general tienen lugar en áreas apartadas, dispuestas especialmente para este
fin. En Binford (1978 a), p. 348, fig. 7.5, aparece una fotografía de un kayak en proceso de
construcción; ubicado en su área de actividad que está situada en el exterior, próxima a ia casa.
24. Yellen (1977), p. 92.
25. Se observó que entre los esquimales los individuos de más edad acostumbraban a de­
sempeñar actividades artesanales con mayor frecuencia que el resto de los habitantes. Solían
reunirse en la casa de alguna pareja de edad madura sin hijos o con hijos casados, pero que
vivían en otro lugar. Estas casas sin niños a veces funcionaban (en términos de actividades
artesanales) como las casas de los hombres. Allí los hombres podían realizar su trabajo y de­
jarlo en las áreas periféricas al espacio doméstico utilizado por la señora de la casa, en un
lugar que no molestara.
26. En Binford (1978 a), p. 462, fig. 9 . 1 , puede observarse cómo queman los desechos de
un yacimiento de descuartizamiento/procesamiento.
27. Schiffer (1972, 1976) ha propuesto la distinción conceptual entre basuras primarías y
secundarias, y ha insistido en la necesidad que tienen los arqueólogos de diferenciar estos dos
tipos de depósitos. La idea de Schiffer se basa en una premisa válida y constructiva, pero,
según mi forma de entender los procesos de formación, creo que no es correcta .
28. Schiffer (1972).
29. En Binford (1978 a) , pp. 145-147, se describe una comida esquimal en una casa de
invierno.
30. Schiffer (1976), p. 57, propone algunos criterios formales para el reconocimiento de
las basuras secundarias: «Las basuras secundarias están formadas por materiales desgastados
y rotos y generalmente aparecen en depósitos que presentan una gran densidad y diversidad
de materiales». ¡ Compárese esta explicación con las descripciones realizadas por Yellen (1977),
p. 109, sobre las basuras primarias observadas en sus áreas nucleares !
3 1 . Yellen (1977), pp. 81-83. Debe resaltarse que a pesar de que Yellen ha realizado ob­
servaciones válidas, se equivoca al considerar que Whallon y yo hemos realizado «rígidas» ti­
pologías de yacimientos. Véase la nota 10.
32. Binford (1980), pp. 4-20.
33. El debate sobre la variación funcional en relación con la controversia musteriense no
atañe al uso de útiles, a pesar de la opinión de muchos investigadores: por ejemplo, Collins
(1969), Tringham (1978), p. 174, Cahen et al. (1979). Yo argumenté que las formas de varia­
bilidad en la organización de los sistemas de adaptación homínido-humanos eran importantes,
así como también lo eran los factores que las condicionaban, a pesar de que la arqueología
tradicional había negado que tal variabilidad existiera. Precisamente y debido a esta negativa,
no sorprende que investigaciones de este tipo no hayan sido emprendidas anteriormente. Mu­
chos investigadores modernos han interpretado erróneamente mi punto de vista: creen que
pretendía demostrar que existía necesariamente una relación entre los diseños de los útiles y
su uso anticipado (es decir, que las consideraciones sobre el uso del útil determinaban el diseño
del mismo) . En realidad, nunca hice tal afirmación ni lo pretendí. Lo que sí hice, sin embargo,
es sugerir que los útiles con distintos diseños podían ser empleados en usos diversos dentro
del proceso tecnológico. Por tanto, el estudio de la variación en la frecuencia observada en
los distintos lugares, entre clases morfológicamente idénticas pero que diferían en el diseño de
los útiles, debía informarnos acerca de la variabilidad de la organización de un sistema cultural.
Igual que no existe una relación determinante entre uso y diseño, tampoco se observa tal re-

17. - BINFORD
258 EN BUSCA DEL PASADO

lución entre uso y organización (aunque exista una cierta interacción mutua en ambos casos).
Conocer el uso de un ítem no nos permite inferir los modelos de organización empleados en
el mantenimiento de la tecnología a través del tiempo, ni tampoco las formas.de distribución,
que incluyen la inversión de esfuerzo en el mantenimiento de lugares donde se empleaba la
tecnología. Esto último debe considerarse conjuntamente con la reconstrucción de las acciones
concretas, realizadas por los individuos que emplean los útiles, si queremos que cualquier com­
prensión realista de las asociaciones reconocidas observadas en el registro arqueológico pueda
ser comprendida en términos históricamente significativos y precisos. En resumen, el argumen­
to funcional es mucho más que una simple cuestión de empleo del útil.

TERCERA PARTE (INTRODUCCIÓN) (pp. 207-209)

l. Esta inconsistencia ha sido reconocida también por otros investigadores [por ejemplo,
Lamberg-Karlovsky (1975), aunque no comparto las soluciones al problema sugeridas por di­
chos autores¡. En Bioford (1977 a) se analiza la idea grotesca de que se pueden deducir «im­
plicaciones de verificación» del proceder encaminado a dar sentido a las observaciones arqueo­
lógicas en función de las mismas observaciones.
2. Binford (1981 a), en especial pp. 21-30.
3. No pretendo con ello decir que este razonamiento es aplicable únicamente al estudio
de las sociedades complejas: existen numerosos trabajos que hacen referencia a sistemas más
antiguos menos evolucionados [por ejemplo, Isaac e Isaac (1975)]. Leakey y Lewin (1978),
concretamente (por analogía con los !Kung san), defienden que la recolección era muy impor­
tante para el hombre primitivo y que cualquier tipo de bolsa empleada para transportar era
uno de los útiles antiguos más importantes; poco después de leer el trabajo de Leakey y Lewin
( l978) vi un programa de televisión en el que Pat Shipman (de la Universidad John Hopkins)
explicaba que la razón de la presencia de tantas marcas de corte en los metápodos de los un­
gulados hallados en los yacimientos africanos residía simplemente en la costumbre de los homí­
nidos de extraer los tendones para confeccionar. .. las bolsas [véase Potts y Shipman (1981),
Bunn (198 1 ) , Science News (1981)]. É ste es un ejemplo clásico de adaptación de las observacio­
nes del registro arqueológico a las propias ideas, siendo citadas posteriormente como prueba
de que estas ideas originales eran correctas: una simple tautología.
4. Radcliffe-Brown reconoció la inconsistencia de la «histo1ia conjetural». Resaltó (1958,
p. 41) que: «La reconstrucción hipotética del pasado asume inevitablemente ciertos principios
generales pero no los demuestra; sus resultados dependen , por el contrario , de su validez». A
pesar de que cuestionaba la reconstrucción de la historia a partir de las observaciones etnográ­
ficas, la cuestión metodológica es la misma para las observaciones arqueológicas. Su crítica a
la etnografía orientada históricamente es igualmente aplicable a aquellos que adoptan teorías
en función de las observaciones arqueológicas y suponen de alguna manera que éstas pueden
confirmar o rechazar las teorías [un ejemplo interesante aparece en Mellen (1981)].
5 . Wittfogel (1957).
6. Discutido en el capítulo 9.

CAPÍTULO 8 (pp. 210-229)

l. Darwin ( 1875).
2. Roth (1887) .
3. Peake y Fleure (1927).
4. Childe (1928).
5. !bid., p. 2.
6. Hempcl (1965).
7. Braidwood (1963) .
8. Braidwood y Howe (1960).
9. B raidwood y Willey (eds.) (1962) , pp. 132-146.
NOTAS 259

10. Braidwood y Reed (1957).


1 1 . Braidwood (1963), p. 110.
12. Higgs y Jarman (1969) , Higgs (ed.) (1972, 1975).
13. Binford (1968 a). Aunque con ello anticipe argumentos que debatiré posteriormente
en este capítulo, debo puntualizar que una aportación importante a estas ideas provino del
concepto de pequeños «Jardines del Edén», que servían para concentrar a la población y ofre­
cían posibilidades para un crecimiento de la misma más seguro. En mi trabajo utilicé algunas
de las suposiciones de mis predecesores y también argumentos que justificaran la fuerza selec­
tiva a partir de la estructura dinámica de la población.
14. Dumond (1965) , Boserup (1965) .
15. Smith y Young (1972).
16. Flannery (1969).
17. Bender (1975), Bronson (1975), Cowgill (1975), Hassan (1974, 1979), Hayden (1981).
18. Véase la postura adoptada por Flannery (1973).
19. Beardsley (1956), p. 134.
20. Rick (1980).
21. Madsen (1979).
22. Perlman (1980).
23. Binford ( 1968 a) .
24. Harlan (1967).
25. Flannery (1969).
26. Hassan (1977); también se debate el tema en Hassan (1981) , en especial pp. 213-214.
27. Carece de sentido considerar la posibilidad de asegurar y de predecir como caracterís­
ticas del medio ambiente fácilmente reconocibles [véase Hassan (1977), Hayden (1981)]: ambas
son propiedades de los procedimientos tácticos y no características del medio ambiente. A par­
tir del momento en que se posee la información necesaria sobre un medio ambiente, práctica­
mente cualquier recurso se convierte en predecible (y, por tanto, seguro) . Los que Hayden des­
cribe como seguros recursos «r-seleccionados» son precisamente aquellos que pueden ser explo­
tados con una mínima información acerca del medio ambiente, puesto que tienden a ser esta­
cionarios y a estar reunidos en zonas; es curioso que éstos sean los mismos recursos que, según
Hayden, el hombre explota a medida que se hace más «conocedor» de su medio ambiente.
28. Niederberger (1979).
29. MacNeish (1964, 1 97 1 , 1972) . Esta importante observación era conocida por Flannery
(1973) y Bender (1978), aunque Hassan (1981), en su trabajo, la ignoraba. Hassan sin duela
hubiera postulado que sus modelos sobre la producción de alimentos son aplicables sólo a Pa­
lestina, y que cada una de las áreas restantes requieren explicaciones particulares.
30. Por ejemplo Hayden (1981), p. 544, dice: «Parece evidente que en situaciones de
igualdad, los cazadores-recolectores adoptarán estrategias que impliquen el mínimo movimien-
to» .
3 1 . Bender (1978), p. 207.
32. Bennett (1976 b) , p. 848.
33 . Cohen (1977).
34. Véanse las notas 19 y 28.
35. Bailey (1960).
36. Perkins (1964); cf. Reed (1969).
37. Binford y Chasko (1976); para una mayor información sobre este punto de vista, véa­
se Lee (1972).
38. Osbom (1977) intenta demostrar que los recursos acuáticos no constituyen «Jardines
del Edén». Yesner (1980) reconoce que existe un problema histórico: si los recursos acuáticos
deben ser considerados como «Jardines del Edén», ¿por qué las poblaciones primitivas aparen­
temente no lo descubrieron? Sin embargo, cita a los cazadores-recolectores costeros como
ejemplos de adaptación a lugares excepcionalmente productivos, y considera que dichos luga­
res eran más frecuentes en el pasado. Su sugerencia de que el aumento de sedentarismo en
tales emplazamientos va emparejado a una mayor diversidad de recursos guarda relación con
la noción de la <<revolución de amplio espectro».
260 EN BUSCA DEL PASADO

39. Flannery ( 1965).


40. Las referencias aparecen en las notas 1 7 , 26, 33 y 39.
4 1 . É ste fue el tema de una conferencia pronunciada durante mi estancin en Gran Bretaña
(Binford, 1981 e) , que no ha sido incluida en el presente volumen.
42. Binford (1977 a) , p. 7.

CAPÍTULO 9 (pp. 230-248)

l . Binford (1964 a).


2. Sahlíns (1958).
3. En Norteamérica, las «jefaturas» basadas en un poder limitado están distribuidas a lo
largo de las zonas costeras, desde Chesapeake Bay, bordean la costa atlántica hacia el sur (in­
cluyendo grupos tales como lus guaie) y, atravesando eí área de Florida, llegan hasta el Golfo
de México. Sistemas similares también se localizan en el valle del Mississippi, aunque escasean
a lo largo de la costa del Golfo, al oeste de la desembocadura del citado río.
4. Por ejemplo, Gearing (1962).
5 . Sahlins nunca trató el tema de la productividad diferenciada <le forma adecuada. Su
concepto de reciprocidad «desequilibrada», por ejemplo, se refiere únicamente a las condicio­
nes de intercambio a corto plazo. Las discusiones acerca del modo de organización redistribu­
tivo todavía no han considerado de forma satisfactoria los casos en que los desequilibrios en
una región son permanentes, lo que dará lugar a un desequilibrio constante en la circulación
de productos.
6. Véase Finncy (1966); Earle ( 1977).
7 . Flannery y Coe (1968); también San<lers y Price (1968).
8. Sahlins (1963, 1965).
9. Véase Sanders et al. (1979), en especial pp. 400-401 .
10. Boserup (1965).
1 1 . Este modelo, como otros muchos, asume una explicación telcológica: es decir, la exis­
tencia de alguna forma de principio en el que el hombre, si se le presenta la oportunidad,
intentará mejorar su nivel de vida, se interesará por crear cultura y buscará nuevas formas de
invertir su tiempo . Todas estas consideraciones son formas de lo que Trigger (1981), p. 150,
ha caracterizado como la «creencia propia de la Ilustración de que la innovación tecnológica
es un proceso autónomo de perfeccionamiento racional individual y la fuerza motriz de la evo­
lución cultural».
12. Bennett (1967 a).
13. Harris (1979). Tras un recorrido por numerosos principios (con los que básicamente
estoy de acuerdo), Harris en la actualidad defiende el materialismo cultural mediante diversos
argumentos de coste-beneficio que desempeñan un papel vital en el crecimiento del «nivel de
vida» o, por lo menos, en la disminución del coste <le su mantenimiento [véase, en particular,
Harris (1979), pp. 85-114]. Una vez más, nos hallamos ante un punto de vista gradualista.
14. El principio del mínimo esfuerzo ha sido explícitamente establecido por Zipf (1949).
15 . «La ley del mínimo riesgo significa que, ante el dilema de tener que elegir, la decisión
a adoptar será aquella que implique el mínimo riesgo» [Sanders et al. (1979), p. 360].
16. Pyke et al. (1977), Chamov (1976).
17. Con ello no quiero decir que algunas veces no haya tenido en cuenta proposiciones
de tipo económico como si se trataran <le principios de evolución, ya que considero que casi
todos aquellos de nosotros que alguna vez nos hemos interesado por la problemática del pro­
ceso hemos considerado los procesos ecológicos en términos económicos. Lo que intento suge­
rir es que deberíamos conocer mejor esta aproximación «funcionalista». La economía, incluso
e n el caso en que los principios sean válidos, se refiere al comportamiento de los individuos
integrantes de un sistema y no a los modelos de interacción entre un sistema y su campo am­
biental, que, según mi opinión, es la forma más provechosa de estimar el papel desempeñado
por los procesos evolutivos. Aquellos que consideran la dinámica de un sistema como una sim­
ple generalización del comportamiento normativo de los individ uos que lo integran, creo que
NOTAS 261

han olvidado en gran medida el aspecto que hace referencia a la organización de las articula­
ciones ecológicas entre los sistemas.
18. La suposición de una dinámica interna ha sido una parte básica y fundamental de la
mayoría de las posiciones filosóficas de las ciencias sociales asociadas con la palabra «evolu­
ción». Véase Dunnell (1980 a). Respecto a mi argumento (expuesto con anterioridad) en favor
de una posición selectiva, véase Binford ( 1972 b).
19. Sugiero que existen numerosas características de organización en la historia evolutiva
de los sistemas culturalmente integrados. Ello significa que existen posibilidades de que se pro­
duzcan cambios dramáticos o «puntuaciones» , con una aparente falta de continuidad del tipo
esperado si se considera el proceso evolutivo desde el punto de vista gradualista.
20. El reciente trabajo de Dunnell (1980 a) sobre las ideas evolutivas en antropología está
en desacuerdo con el vitalismo y a favor de una visión selectiva, tal como se defiende aquí.
Por otro lado, rechaza algunas distinciones paradigmáticas por considerarlas carentes de base.
Por ejemplo, afirma exactamente: «La idea de que el sujeto es cultura ha aislado la evolución
cultural de la evolución en general. La cultura debe explicarse, no en base a principios evolu­
tivos y de mecanismos que han demostrado, a la larga, ser operativos en el mundo, sino me­
diante procesos referibles únicamente a la cultura» (p. 48). Estas afirmaciones , que Dunnell
considera opiniones devastadoras, son a mi entender posiciones simplistas que pueden condu­
cir, si se toman en serio, a aquella mascarada del pensamiento productivo que se ampara bajo
el nombre de sociobiología . La situación, en el ejemplo que acabo de ofrecer, es análoga a
una especie que previamente se relaciona de forma competitiva con los de su misma especie
y es capaz, de repente, de desviar la dinámica de selección hacia un órgano «no deseado» - un
dedo pequeño, por ejemplo- y al hacerlo garantiza no sólo la seguridad futura de la especie
original sino también una auténtica competitividad entre los dedos pequeños «incorpóreos».
Si una organización es capaz de este tipo de reestructuración (como lo es la cultura) , creo que
será más conveniente investigar algunas de las propiedades de este aspecto del fenómeno que
intentar reducirlo a una simple analogía de genes con habilidad para conducir el éxito repro­
ductivo al nivel de la especie , en el sentido literal de la palabra especie. El argumento de
Dunnell olvida por completo el problema de las adaptaciones humanas: éstas son extrasomáti­
cas y deben entenderse en términos de procesos extrasomáticos. La cultura hay que encuadrar­
la en este dominio de la organización.
2 1 . Véase Renfrew (1969) , Parsons y Price (1971) , Rathje (1971).
22. Fogel (1963).
23. Walthall et al. (1979).
24. Prufer (1961).
25. Griffin et al. (1969).
26. Véase Struever y Houart (1972).
27. Habitaciones subterráneas de planta circular, de uso ceremonial. (N. de la t.)
28. Por ejemplo, Judge (1979); también Cordel! y Plog (1979), en particular pp. 419-424.
29. Con frecuencia , se aboga por la existencia de sociedades complejas en áreas tales
como el sudoeste americano, considerándolas como un paso hacia la obtención de la «libertad»
intelectual a partir de la «opresión» del pasado etnohistórico en el que se suponía que existían
únicamente sociedades «igualitarias». Es casi seguro que en el pasado existieron formas de
sociedad que no aparecen representadas en las descripciones, relativamente recientes, de la
época colonial. De todos modos, considero que los criterios citados en favor de la autoridad
centralizada y de la importancia de las funciones redistributivas se basan en gran medida en
el tamaño y sofisticación arquitectónica de las ruinas. ¿Debemos realmente creer que la huma­
nidad puede realizar actos substanciales de trabajo coordinado sólo si está «organizada» por
la autoridad de un gobierno central poderoso?
30. Véase Gould y Lewontin (1979). Para una revisión de las posturas filosóficas vigentes
en la actualidad, véase Wenke (1981).
31. Binford (1981 a), en especial pp. 83-85 y 184-197.
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18. - BlNFORD
ÍNDICE ALFABÉTICO*

aborígenes australianos: alyawara, 178- campamentos de caza en las, 55-56;


182, l, 83, 87, 101-108; Desierto Cen­ complejo situacional de las, 125-135, 54;
tral, 27, 90, 1 13, 125, 160, 182, 219-220; descuartizamiento en las, 145, 182, 200,
ngatatjara, 172, 185 , l, 96, 1 15, 130; pin­ 58-61; yacimientos de matanzas, 62
tupi, 178, 99 animales pequeños, 46, 54, 251
Abrí Pataud, 173, 98 animales, huesos de, véase fauna, restos de
abrigos rocosos, 80, 173, 257, 1 7, 98 antigüedades y el monumento, período de
actividades, áreas de, 157-158; definición las, 88-91
de, 154; descuartizamiento en las, 180- antílope, 41, 42, 47, 60, 63, 251 , 24, 25
182, 59-61, 108-109; las casas de los árbol de la vida, 95-100, 39
hombres en las, 190-193, 257; módulos, arcaico, período, 17
147, 157-158, 184; situación de, 157 Ardrey, Robert, 42
achelense, 80-81 , 252, 34-35 asentamiento, sistemas de, 1 17-153, 131;
agricultura, orígenes de la, 33, 1 13-114, área residencial, 118, 120, 150, 49-52; ci­
116, 207-229; como «principio motor», clo humano del uso, 122-125, 140, 220-
218; conocimiento de los, 210-212; creci­ 222, 225-226, 52; territorio de cortejo,
miento de la población en los, 212-214, 122, 52; territorio de formación, 122, 52;
225-229, 259; en Europa, 227; en Me­ territorio de nacimiento, 122-123, 52
soamérica, 215, 217, 22.7; en Norteamé­ Australopíthecus, 37-65, 250-251 ; A . pro­
rica, 215-216, 227; en Perú, 217, 227; en metheus, 40; véase también Zinjanthro­
el Próximo Oriente, 213, 217, 227; gra­ pus
dualización, 213-214, 218; modelo de avestruz, 69
concentración, 226-228; principio del mí­ ayudas auxiliares, 135, 143-145 , 155-159
nimo esfuerzo, 216-217, 220; propuesta
del Jardín del Edén, 214-218, 220, 228,
259, 128, 131; «revolución de amplio es­ babuinos, 66, 251, 17
pectro», 227-228; teoría darviniana de basuras, 200-201, 257
los, 210-2 1 1 , 213, 218; teoría de la conti­ Bennett, J . , 237
güidad, 2 1 1 ; teoría del oasis, 2 1 1 Binford, Lewis R . , 9-13, 47, y passim
Alcance Medio, Teoría del, 208, 229 Binford, Sally, 101, 255
alce, 24, 27 birhor, 148-149, 1, 79
almacenamiento, 231 , 129 Bordes, Fran1;ois, 9 1 , 95-102, 104, 1 17,
Amsden, C . , 47 120, 152, 36-37
Anaktiqtauk, yacimiento de, 53, 90 Bosques de América, período de la Cultu­
Anaktuvuk, paso de (Alaska), 1 18, 126, ra de los, 17
43-46, 53, 69, 85, 90-91, 123 bosquimanos, 148, 184, 243, 26, 82, 111;
Anaktuvuk, valle del (Alaska), 46, 53, 72 G/wi, 1 18, 1; !Kung, 27-28, 148, 178,
Anavik, fuentes del (Alaska) , 53, 57, 62; 185, 197, 201 , 219,258, 1, 76, 86, ZOO,

* Los números en cursiva remiten a las ilustraciones.


276 EN BUSCA DEL PASADO

115; masarwa, 168, 94; nharo, 148, 77, clenclrocronología, 103 ·

88; sekele (o amarillos), 113 depredadores, 51-53, 60, 62-63, 67, 70, 7 1 ,
Braidwood, Robert, 115, 212-213 74-76, 251 , 12; véase también el nombre
Brain, C. K . , 49-55, 56-58, 60, 66, 81, 7, 9 ele las especies
Breuil, A . , 94, 98-99 dinámica, 23-25 , 27-30, 54, 60, 69, 86, 101,
Broom, Robert, 50, 251 109, 1 17-1 18, 151-152, 223, 248, 260-261
buitre, 70 Dinotherium, 47, 253
documentos históricos, 24, 28-30
domesticación: ele animales, 207, 227; de
caballos, 46 plantas, véase agricultura, orígenes de la
cabra, 56, 58, 227, 243 Dunnell, R., 261
cambios, 33 , 233, 244-247, 138, 141-142,
146, 147; véase tamóién reciprocidad; re­
distribución ecología, 16
Campbell, D . , 47 Elandsfontein, yacimiento de, 76, 80, 3,
canguros, 179-180, 220, 101, 1 03-105, 1 1 0 29-32
caribú, 126-128, 132, 136-139, 141-143, elefante, 32, 64, 253
145, 167, 182, 200, 223, 226, 44-45, 58- empirismo, 38
61, 64-66, 69, 71, 74-75, 108, 125, 131 epistemología, 18, 21, 38, 249
carroñero, 16, 62-65; véase también fauna, «escala de fiabilidad», 19
restos de; primitivo, hombre escondrijos, 126, 144, 194, 222, 1 1 7-121,
cerámica, 28, 103, 239, 140 123; de carne, 126, 135, 139-140, 141-
cerdos, 46 143, 194, 219, 56, 62, 64-66, 80
ciencias, 21, 23-24; en arqueología, 18-19, espacial, análisis, 16, 82, 106; véase tam-
25; naturales, 24, 25; sociales, 25, 33 bién asentamientos, sistema de; yaci­
civilización, 33, 230, 246; véase también so- mientos, estructura ele los
ciedades complejas especialización artesanal, 29, 33, 237-240,
Clactoniense, 35 138-143
Clark, Grahame, 91 esquimales, 109, 163, 178, 182, 200-201,
clasificación , véase tipología 257, 112; véase también nunamiut, esqui­
Clean Lady, yacimiento, 85 males
Cohen, M . , 218 estática, 23-24, 27-28, 108
Combe Grenal, yacimiento, 98, 38, 41-42, estructuralismo, 18, 20
51 estudios actuales, 68, 208; véase también
creacionistas, 207 etnoarqueología
cuevas, 5 1 , 55, 66, 69, 80, 11-13; véase etnoarqueología, 10, 28-29, 56-61, 112-113,
también abrigos rocosos 117-153, 159-201
cultura, 2 1 , 37, 92, 102; contextos cultura­ evolución: del hombre, 3 1 ; ele la cultura,
les , 37; vestigios culturales, 37 89-90, 208, 242, 33-34; del lenguaje, 3 1 ;
teoría clarviniana de l a , 210-2 1 1 , 213,
218, 238, 247
charcas, 66-82, 20, 22-23, 25, 27 excavaciones, 9, 26, 30
Chelense , 34-35 experimental, arqueología, 28, 30, 112
Childe, V. Gordon, 92, 211-214, 219
chimpancé, 40
fauna, restos ele, 16, 19, 32, 42, 46, 55-62,
68-69, 71, 76-78, 79-81 , 106, 1 13-114,
Dart, Raymond, 39-44, 45, 46, 47, 50-52, 132-135, 153, 249, 24, 27-28, 30, 32, 59-
53, 54, 55-56, 81, 250, 251 61, 64-65, 74-75, 90, 92; astillas de hue­
Darwin, Charles, 210-211 so, 157, 164, 165-166, 190-19 1 , 90, 1 1 7;
Dawn, hombre de, 90 carroñeros, 43, 62-65, 253, véase tam­
deductivo, razonamiento, 115 bién primitivo, hombre; comportamien-
ÍNDICE ALFABÉTICO 277

to del leopardo, 52-53; concentración idealismo, 20, 38, 212-213


de, 68, 76-78, 18; dureza de los huesos, impala, 48
59; frecuencia diferencial anatómica, 41, inferencia arqueológica, 18-20, 26, 38, 54,
55-63, 80, 106 , 154, 249, 253; huellas de 82, 85-86, 108, 112, 1 14, 1 16, 152, 155,
carnicería, 82, 253; matanzas, 178-182, 157, 208, 249
200, 101, 108-109, 112, véase también ya­ instrumentos, 24, 31-32, 40, 42, 45-46, 50,
cimientos tipológicos: de matanzas; mo­ 63, 76, 81 , 117, 120, 128, 139, 141, 143,
delos de fractura, 61, 82, 106; tuétano 154, 179, 254, 257, 258; de hueso, 42,
del hueso, 62-66, 77, 81, 163, 188, 90 45, 47, 91, 251 ; véase también piedra,
filosofía de las ciencias, 18-19, 1 14 instrumentos de
filósofos: políticos, 33; sociales, 18, 20-2 1 , irrigación, 208
249 Isaac) Giynn, 47-49, 67-68, 6, 18
Flannery, Kent, 217, 228
F1eure, H . , 210
formación, modelos de, 1 1-12, 81, 93, 1 19 , Jardín del Edén, 46, 214, 128; véase tam­
121 bién agricultura, orígenes de la
fotografías usadas en arqueología, 30, 160 jemez, indio, 199
Fritz, J., 18 jirafa, 32, 46, 64

gacela, 64, 70, 74, 21 Keeley, Lawrence, 82


gallina pintada, 32 Klasies, 3
Garrod , Dorothy, 94 Klein, Richard, 61
Gausha pan (Namibia), 26, 82 Kongumuvuk, yacimiento (Alaska), 141-
Gilgil (Kenia), 1 7 143, 145, 62, 64-65, 70-71, 85
gradualismo, 214, 218, 239, 260 Koobi Fora , 67, 82, 253, 3, 6
gran hombre: sistema de, 235-237, 244- Kroeber, A. L . , 100
246, 146; teoría del, 91 Kromdraai, 3
Kruger, Parque Nacional de, 43

Hadar, 3
Hard, Robert, 182 Labná (México), 135
Harlan, J., 217 Leakey, Louis, 44-47, 50, 62
Harris, M . , 237, 260 Leakey, Mary, 44-45, 47, 62
Hassan, F., 217, 228, 259 Leakey, Richard, 47
Hawkes, Christopher, 19 LeBlanc, S. , 18
Hayden, B . , 228, 259 lechuzas, 54
Hempel, CarJ, 212 león, 41, 43, 62-63, 64, 71, 76, 28
herramientas, equipo de, 158 leopardo, 43, 5 1-53, 56, 57-58, 67, 71, 10,
hiena, 43, 52, 54, 61-62, 63, 64, 70-71, 76, 12
78, 251 , 12, 22, 27 Leroi-Gourhan, A . , 157, 169-171 , 190-191,
Hill, Andrew, 61 81, 92, 95, 1 1 5
hipopótamo, 64, 253 Levalloisiense, 35
historia, 23-24, 29, 33-34, 209, 258 Little Contact, arroyo (Alaska), 53, 72
Hodder, Ian, 20 lobos, 60-62, 144, 73
Hong Kong , 142 Lorenz, Konra<l, 42
hotentotes, 56-58, 3
Howell, C., 46
huesos, véase fauna, restos de MacNeish, Richard, 121
Hughes, A. R . , 43 Magdaleniense, 91, 34-35
Hugo, Zacharias, 45 Makapansgat, 40, 53, 55, 57-60, 250, 251 , 3
marxismo, 18, 20, 207, 218, 233
278 EN BUSCA DEL PASADO

Mask, yacimiento (Alaska) , 143, 167, 169, Osborn, Henry Fairfield, 90


89, 91 oso, 61
Mason , Otis, 91 oveja, 59, 223 , 227, 126
materialismo, 20
mentales, normas, 37
metodología, 25-26, 37, 39, 44, 61, 85-86, Palangana, Casa, 188-197, 80, 117-122; ac­
98, 100-106, 1 12 , 1 14, 1 16, 1 18, 140-141, tividades cerca de la luz natural, 190-
149-153, 202, 229, 247-248, 258 191 , 196; áreas dormitorio en, 191 , 194,
mínimo esfuerzo, principio del, 217, 237 196, 119, 121; áreas interiores de, 1 90-
monopolio , 33 , 208, 231-233, 236, 136 195, 196, 119-121; distribución de astillas
Montelius, Osear, 1 1 , 91 de hueso, 117, 121; distribución de las­
morfogencsistas, 18 cas, 118, 121; hombres en, 192-194, 195;
�.1ovius, H. I . , 173 modelos de formación, 191-196, 119,
mrabri, 173, 1, 96 121; mujeres en, 192-194
Musteriense, 96-97, 104, 108, 1 17, 37-38; Palangana, yacimiento (Alaska), 195-196,
período, 10, 17, 81, 91, 96, 98, 109, 120, 66, 80
252-253, 34-35, 51; problema, 82, 87- Paleolítico, período: Inferior, 17, 39, 80,
100, 1 14, 1 16, 152, 154, 202 94; Medio, 87-88, 94, véase también
Musteriense; Superior, 94-95, 173
paleontología, 27, 43
naskapi, indios, 125 Panamá, ciudad, 145
National Geographic Society, 46, 244 Panch Pera, campamento, 79
navajos, indios, 28, 58-60, 160, 182, 1, 14, Peake, H . , 210
84, 126, 139 Perkins, Dexter, 227
Neandertal, hombre de, 87-88, 90, 144, Perlman, S . , 217
225 perros, 56-59
Negev (Israel), 252 Perthes, Boucher de, 91
Nelson, N . C . , 91 Peyrony, D . , 95, 98
Newgrange (Irlanda) , 19-20, 88 piedra, instrumentos de, 28, 31-32, 40, 47-
Niederberger, C. , 217 48, 63-64, 68, 74, 76, 80, 9 1 , 95 , 103,
Nossob, río, 3, 19, 21 104, 106, 1 13, 135, 139, 152, 160, 252,
Nueva Arqueología, 9-1 1, 18-19, 1 14-116 253, 18, 30-31, 34, 37, 42, 83; concentra­
nunamiut, esquimales, 10, 20, 28, 60, 182, ción de, 68, 79, 80-81 , 18; culturas per­
219-223, 255, 1, 43, 108, 131; estructura sistentes, 98, 102; distribución espacial
del yacimiento, 156-157, 163, 167-169, de, 164-165, 190-19 1 , 87, 118, 121; ha­
186, 188-197, 200, 80, 85, 89-91, 109, cha de mano, 88, 9 1 , 94, 80; industrias
115, 11 7-123, 125; uso del espacio a gran alternativas, 98, 102, 38; phi/a paralelos,
escala , 1 18-150, 49-52 94, 98, 35; véase también instrumentos
Piedra Media, Edad de la, 84, 253
piel, trabajo de la, 139, 141-142, 145, 182-
ñu, 69, 20-24 183, 11
pies negos, indios, 116
Piltdown (Inglaterra), 90
objetividad, 2 1 , 229, 248 Pincevent (Francia) , 169-17 1 , 92-93, 95
O'Connell, James, 178-179 Pithecantropus, 90
okapi, 46 Pitt-Rivers, general, 1 1 , 89-90, 33
O'Kelly, M. J . , 19-20 Pleistoceno, 59, 65, 80, 253; véase también
Olduvai, garganta de, 31, 44, 46-47, 49, Paleolítico, período; primitivo, hombre
62-64, 67, 253, 3, 4; materiales en, 47, Plog, F., 18
62; yacimiento FLK, 47; yacimiento población, crecimiento de la, 207, 223-226,
FLK22, 46; yacimiento FLKNN3, 47 240-243, 130; en los orígenes de la agri­
Olorgesailie, 44, 252 cultura, 212-214, 218, 226-229, 259; en
ÍNDICE ALFABÉTICO 279

los orígenes de la sociedad compleja, Rusia, yacimientos paleolíticos en, 135-


240-243; teoría malthusiana, 218 137, 255, 63
poder político, 208, 231 , 233-234, 236-237, Ryukyu, islas, 126, 129, 132-133, 138, 140-
247-248, 261 , 136 141
Popper, K . , 85
positivismo, 18, 1 14-115
post hoc, argumentos acomodaticios, 20, Sahlins, Marshall, 208
67, 157, 207, 229, 248, 81 Schepers, G . , 50
powhatan, indios, 136 Schiffer, Michael, 158, 200, 201 , 256
Pre-chellense, 34-35 sedentarismo, 33, 215-216, 217-218, 221 ,
primates, 31-32, 66-68, 74; véase también 227, 233, 243, 128-130
primitivo, hombre seri, indios, 148, 78
primitivo, hombre, 9-11 , 37-65 , 66-76, 87- sistemas, teoría de, 218-219
88, 101-102; buscador de alimentos, 3 1 , social, organización, 29, 32, 136-137, 143-
42, 67, 87, 154, 5, 16; campamentos 145; estratificación, 209, 233, 240, 145;
base, 3 1 , 42, 49, 59, 66-68, 69, 74, 79, jefes, 234-236; véase también gran hom­
81, 87, 252-253, 2, 16; características físi­ bre, sistema de; sociedades complejas
cas del, 3 1 , 87; cazador, 3 1 , 40, 49, 60, sociedades complejas, 33-34, 207-208, 213,
87, 250-253; como altruista sociable, 48; 257, 260-261; modelo de especialización,
como presa, 53, 10; dieta del, 46-47, 55, 237-243; modelo de redistribución, 234,
259, 16; división del trabajo diferencia­ 137; monopolios , 231-233; orígenes de,
do, 49, 2, 16; fósiles de, 31, 39-40, 44- 230-248; sistema de jefaturas, 236, 243-
45, 53, 64, 251; huellas del, 32; «podero­ 247
so cazador», 42, 46, 49, 251 , 2; uso del Solutré (Francia), 88
espacio por el, 154-155; uso del fuego Solutrense, 9 1 , 34-35
por el, 40, 250; véase también yacimien­ Spaulding, Albert, 1 15
to, estructura del Sterkfontein, 50, 3, 8
progreso, concepto de, 89-9 1 , 93, 249 Swartkrans, 53-54, 3, 8, 9, 12
puerco espín, 54

tarahumara, indios, 182, 112


radiocarbono, datación por, 26, 103, 1 12 tasmanianos, 90
Rankin, yacimiento (Tennessee), 147 Taung, 39, 251 , 3; niño de, 39
Rathje, W., 158 taxonomía, véase tipología
recolección óptima, teoría de la, 238 Taylor, Walter, 1 1 , 37-38
reconocimiento de modelos, técnica de, Thomsen, C. J . , 88
105 Tiburón, isla (México), 78
reconstrucción del pasado, 37-38, 86 tipología, 85 , 88-89 , 92, 95-98, 100-102
redistribución, 208, 233-237, 247, 260, 137; tortuga, 46
en distintos lugares, 233-234, 137 trucha de lago, 136
Red Lake (Arizona), 126, 139 Tulugak, lago (Alaska), 143, 152, 53, 117,
Redman, C . , 18 122; complejo situacional de, 136-140,
registro arqueológico, naturaleza del, 17- 47, 53, 66-68
18, 23-24, 26, 30-31 , 37-38, 82, 85, 101- Tulukkana, yacimiento (Alaska), 145, 74,
102, 108, 207, 229, 246; ciencia del, 25; 75
diagnosis del, 54, 68, 152-153; interpre­
tación del, 28; lenguaje descifrado en el,
13, 23-24 Wagner, Philip, 155
rinocerontes, 64 Washburn, S . , 46
Rosetta, piedra, 28 washo, indios, 128
Roth, H. L . , 210 Watson, P . , 18
Rulland, J. , 108 Whallon, Bob, 105, 256
280 EN BUSCA DEL PASADO

Whitehead, A., 155 98, 119, 121; distribución semicircular,


Witter, D . , 48 188, 75, 116; grupo de actividad, 160-
Wittfogel, K . , 208 162, 163, 169, 173, 182, 186, 190-191 ,
Witthoft, J . , 104 193, 81, 85-86, 88, 90, 121; trabajo alre­
Workman, R., 47 dedor de un hogar, 159-167, 173, 183,
Wright, Henry, 105 82-84, 94; zona drop, 164, 166-167, 186,
188-190, 89-90; zona toss, 165, 166-168,
186, 188-189, 201 , 89-90, 93, 109,
yacimiento, características del, 153; abri­ 116
gos, 183-197, 202; basureros, 168, 178, yacimientos arqueológicos históricos, 1 12,
201 , 90, 99, 122; basurero familiar, 157, 251
85; círculos de piedra, 141-143, 70-7 1 ; yacimientos funcionales, 1 18-153, 155 , 1 8
dormitorios, 172-178, 190, 256, 96-100, yacimientos tipoiógicos: campamentos ba­
119; hogar, 128, 132-135, 138, 139, 141- se, 139-140, 155, 173, 253, véase también
143, 150, 157, 159-178, 183-186, 188, primitivo, hombre; campamentos de
190-194, 200-201 , 256, 56, 59, 68, 81-82, caza, 127-132, 155, 163, 167, 173, 175,
84-85, 88-89, 91-99, 106, 113-122; hoyos 55-56; campamento de los enamorados,
para asar, 178-182; pequeños vertede­ 128-132, 56; especialidades, 141-146; de
ros, 165 , 90; vertederos de astillas de matanzas, 68, 126, 132, 141 , 145, 200,
huesos, 157, 165, 188-189, 195, 80, 85, 18, 57-59, 61, 62, 64, 90, 125; proceso de
117; vertedero de puerta, 175, 190 matanza, 132-135, 141 , 145-146, 58, 71,
yacimientos, estructuras de los, 154-204; 74-75; puestos de caza, 138-139, 141,
distribución de cenizas, 168, 94, 107; 143, 200, 65, 68-72; rocas del soldado,
efecto de actividades variables, 182-183, 137, 66-67; rutas preparadas, 136-137,
186-187, 196-197, 201-202; efectos de 139-140, 143, 66-68; véase también es­
amontonar restos, 1 99-200, 202, 124; es­ condrijos
queletos, 155-157, 185-186; manteni­ Yellen, John, 145-148, 197, 201 , 256, 76-
miento del yacimiento, 200-201 , 125; 78; modelo propuesto por, 148, 76-78
modelos de: área circular, 180-182, 59-
61, 104, 108-109, 112; áreas de activida­
des extensas, 178-183; áreas dormito­ Zinjanthropus, 45-46, 50, 62
rios, 172-174, 183-184, 190, 194, 81, 96- zorro, 144
ÍNDICE

Prólogo, por CoLIN RENFREW . 9


Nota editorial, por JoHN F. CHERRY y RüBIN TüRRENCE 12
Agradecimientos del autor . 14
Prefacio 16

l . Descifrando el registro arqueológico 23


La ciencia de la arqueología 23
Analizar el presente sirve al pasado 27
Los grandes interrogantes de la arqueología 30

Primera parte
¿CÓMO ERA?

2. ¿Era el hombre un cazador p oderoso? . 39


El hombre como matador sanguinario: los puntos de vista de Dart 39
Dudas acerca de Dart . 42
La alternativa de Leakey . 44
Los trabajos de Brain . 49
La contribución de los estudios contemporáneos 55
Volviendo al Pleistoceno 62

3. Vida y muerte en la charca . 66


¿Dónde comía y dormía el hombre primitivo? 66
La información que nos proporcionan las charcas en la actualidad 69
La arqueología de una charca antigua . 76
Desarrollo de un argumento aceptable . 80
Estado actual de la investigación . 82

Segunda parte
¿ QUÉ SIGNIFICA?

4. El desafío del Musteriense . 87


El período de las antigüedades y el monumento . 88
El período de los «artefactos» y de los «conjuntos» . 92
282 EN BUSCA DEL PASADO

El árbol de la vida . 95
El presente : un conflicto de opiniones . 100

5. Una odisea arqueológica 103


Descubriendo el pasado 103
Los datos no hablan por sí solos 106
¿ Ofrece el mundo contemporáneo una solución? 109
El absurdo y la Nueva Arqueología . 1 14
Puntualizaciones finales 116

6. Cazadores en un territorio 117


Una visión estática de un territorio dinámico 1 17
La escala del uso del espacio . 118
Ciclo humano del uso de la tierra . 122
Complejo situacional en las fuentes del Anavik . 125
Complejos situacionales del lago Tulugak 136
Consideración global del sistema . 140
Yacimientos especializados 141
Disposición de los yacimientos de residencia 147
El reto para nuestra metodología 150

7. La gente en su espacio . 154


La estructura del yacimiento: un desafío a la interpretación arqueo-
lógica . 154
El trabajo alrededor de un hogar 159
Hogares exteriores e interiores . 167
Áreas dormitorio . 172
Desayuno en la cama . 174
Áreas de actividad extensas 178
Estructura situacional: combinación de modelos . 183
El interior de la Casa Palangana . 188
El exterior de una casa esquimal . 194
Condicionamientos en el uso del espacio: el calor y la luz 196
Tiempo de consecución 198
Los efectos de amontonar restos . 199
Estrategias de limpieza . 200
Una teoría acerca de la estructura situacional 201

Tercera parte
¿POR QUÉ OCURRIÓ?

8. Sobre los orígenes de la agricultura . 210


Aproximaciones al problema del origen de la agricultura 210
La movilidad como opción segura entre los cazadores y recolectores . 219
El crecimiento de la población y las opciones de subsistencia de los
cazadores-recolectores . 223
ÍNDICE 283

9. Caminos que conducen a la complejidad 230


Monopolistas, altruistas y Grandes-Hombres 231
Intensificación y especialización 237
Baratijas y mercancías . 244
Caminos que conducen a la complejidad 247

Notas . 249
Bibliografía 262
Índice alfabético 275

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