Minería y Empresa en Arequipa
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* Esta investigación pudo realizarse gracias a los bonos concursables otorgados por la
Dirección de Investigación de la Universidad Católica San Pablo de Arequipa.
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Minería y empresa en Arequipa.
Las minas de Caylloma durante el siglo XIX
Resumen
Durante el periodo colonial, la minería en Arequipa no tuvo un papel preponderante dentro
de la economía regional, no obstante, dos yacimientos lograron concentrar la mayor parte de
los esfuerzos e inversiones: Huantajaya en Tarapacá y Caylloma. Con la llegada de la Repú-
blica, se desató una aguda crisis económica en toda la región, en medio de ella, las minas de
Caylloma aunque continuaron en explotación, no tuvieron la capacidad de atraer grandes in-
versiones que permitieran su completa recuperación, y por lo tanto, la formación de algunas
compañías mineras.
Palabras clave
Caylloma, minería, inversiones, compañías, crisis económica, plata.
Summary
During the colonial period, mining in Arequipa did not have a preponderant role within the
regional economy, nevertheless, two deposits managed to concentrate most of the efforts and
investments: Huantajaya in Tarapaca and Caylloma. With the arrival of the Republic, trigge-
red an acute economic crisis throughout the region, in the middle of it, the mines of Caylloma
although continued in exploitation, did not have the capacity to attract large investments that
would allow its full recovery, however, the formation of some mining companies.
Key words
Caylloma, mining, investment companies, economic crisis, silver.
Introducción
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José Víctor Condori
Frente a este panorama, este trabajo busca acercarse, dentro de sus posibilidades docu-
mentales y metodológicas, a la compleja realidad de la minería arequipeña durante el
siglo XIX, a través del estudio de uno de sus yacimientos más antiguos e importantes, el
centro minero de Caylloma; partir de ello, para comprender las dificultades por las que
atravesó la actividad minera en la temprana república, así como las estrategias desarro-
lladas por sus integrantes, en medio de un periodo marcado por la inestabilidad política,
las guerras internacionales, la angustia fiscal y la auge de las exportaciones.
La minería republicana
Son numerosos los estudios que señalan cumplidamente, los efectos catastróficos pro-
vocados por la guerra de independencia en el Perú y la precaria situación económica
que tuvieron que enfrentar los gobiernos republicanos en la primera mitad del siglo
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XIX; sin embargo, aunque hubieron vastas zonas del país que quedaron completamente
arruinadas por la guerra, como fue el caso de la sierra central, escenario directo de los
conflictos, existieron también otras regiones, como la costa y sierra sur, donde tales efec-
tos se sintieron más bien de manera indirecta, vale decir, en forma de reclutamientos,
contribuciones y confiscaciones. Acerca de la situación que presentaba el Perú después
de la Independencia, el cónsul británico en nuestro país Charles Milner Ricketts en
1826 escribía:
Por desgracia, este favorable panorama no es ya el existente, pues los horrores que acom-
pañaron a la lucha por la independencia oscurecieron tanto el horizonte, que ahora solo
puede tenerse apenas un anticipo de las brillantes perspectivas que esperan al Perú. Actual-
mente desde todo punto de vista, el panorama es sombrío, y la apariencia del país es la de
haber sufrido recientemente, uno de esos terribles terremotos que dejan todo destruido y
en ruinas. (Bonilla, 1975, p. 22)
Era una situación muy lamentable para el recién establecido gobierno peruano, perma-
nentemente necesitado de fondos para iniciar la reconstrucción del país y consolidar
su presencia política en todo el territorio. En una exposición presentada al Libertador
Simón Bolívar en febrero de 1825, sobre la realidad del Tesoro Público, el entonces mi-
nistro de hacienda José Hipólito Unanue resaltaba la importancia que tenía su sector y
sus ingresos en la consolidación del estado, él manifestaba: «sin hacienda no hay estado,
porque esta era el alimento y la sangre del cuerpo político, tampoco puede haber hacien-
da sin ingresos, los que de necesidad deben faltar en un país en que ha desaparecido la
agricultura y donde la minería, principal fondo de él, está derrumbada, y el comercio de
la capital sin puerto y sin numerario» (Unanue, 1825, p. 6).
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El gobierno a fin de dar impulso a este gran ramo de nuestra industria, había ya en 2 de
agosto de 25 declarado por de su propiedad las minas que al tiempo de emanciparse la
nación eran denunciables por la ley, amparando a los poseedores que habían cumplido
con los requisitos que esta impone (…) el ministerio ha acordado y el ejecutivo dispuesto
se trasladase la callana de Tacna a la provincia de Tarapacá y se estableciesen bancos en los
asientos minerales de los departamentos de Arequipa y Puno para el rescate de pastas y
compra de azogues. (Morales y Ugalde, 1827, pp. 15-16)
He mostrado lo suficiente para probar que el Perú y la nueva República de Bolivia, abun-
dan en riquezas mineras, que las minas fueron en una época muy productivas y que mu-
chas pueden ser adquiridas en condiciones moderadas; que el principal gasto que debe
atenderse para su explotación consiste en la perforación de galerías para sacar agua. El
minero inglés obtendrá mayores ganancias introduciendo mejoras en el sistema de amalga-
mación, importando mercurio a precios módicos, levantando hornos de fundición donde
puedan ser ventajosamente utilizados y construyendo las diversas máquinas necesarias bajo
principios científicos. (Bonilla, 1975, p. 15)
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La minería en Arequipa
El departamento de Arequipa, fue creado sobre la base del territorio de la antigua Intendencia
del mismo nombre (1784-1825), mediante decreto ley de 26 de mayo de 1822, siendo nom-
brado como primer prefecto Francisco de Paula Otero, natural de la provincia de Jujuy en
la república Argentina. Inicialmente se extendía desde el actual departamento de Ica hasta la
desértica región sureña de Tarapacá; estuvo constituida por siete provincias a saber, Arequipa
o Cercado, Camaná, Caylloma, Condesuyos, Moquegua, Arica y Tarapacá. Económicamen-
te, la región concentraba una amplia gama de actividades. Durante la colonia, los valles de
Moquegua, Majes y Vítor habían destacado notoriamente gracias a la producción de vinos y
aguardientes y durante el siglo XIX, la capital del departamento se convirtió en el centro de
acopio y exportación de lanas de oveja y camélidos, hacia los prósperos centros manufactu-
reros ingleses. A causa de su ventajosa ubicación geográfica, su extensa costa y los numerosos
puertos y caletas, el comercio de importaciones favoreció la llegada de un nutrido contingen-
te de comerciantes extranjeros, ingleses, franceses y alemanes, así como el establecimiento de
numerosas casas comerciales, tan temprano como 1821.
Tabla 1.
Mineros, operarios y minas de plata en la Intendencia de Arequipa 1799
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pa apenas bordeaban las 54, de las cuales 53 fueron de plata y solo una de oro; en ellas
laboraban 84 mineros y 649 operarios (Fisher, 1977). En la Tabla 1, elaborada en base
a datos globales de todo el virreinato peruano, comprobamos el número de mineros y
operarios, así como, la distribución de las minas en la mencionada Intendencia.
Con respecto al total de los asientos mineros de la Intendencia (53), estos representaban
cerca del 8% del universo virreinal y durante la última década de gobierno español,
generaron en promedio cerca de 30.000 marcos de plata anuales o el equivalente a unos
210.000 pesos; vale decir, casi la décima parte de la producción agrícola que por aquella
época bordeaba los dos millones de pesos (Wibel, 1975). Muy a pesar de aquella posi-
ción poco privilegiada de la minería arequipeña frente a otras actividades más rentables
como la agricultura o el comercio y, la ausencia de grandes yacimientos de metales pre-
ciosos, como Potosí o Cerro de Pasco; a inicios del periodo republicano encontramos
algunas regiones mineras donde la actividad se mantuvo; a pesar de las adversas condi-
ciones económicas, políticas y tecnológicas, una de ellas fue la provincia de Caylloma.
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El año 1786 se instituyó la Diputación Minera de Caylloma, junto con otras siete dipu-
taciones en todo el virreinato (Huarochirí, Pasco, Lucanas, Castrovirreyna, Curahuasi,
Hualgayoc y Huantajaya), todas ellas integrantes del Tribunal de Minería de Lima. Para
1799 podíamos encontrar en Caylloma 12 asientos minerales en producción, trabajadas
por cerca de 13 mineros y 114 operarios, mayormente indígenas; lamentablemente,
cuando en el año 1802, la Caja Real de Arequipa, agotó completamente sus existencias
de mercurio, el trabajo se detuvo durante algún tiempo «en perjuicio del real erario y
la República» (Archivo General de la Nación, Caja 22, Documento 325, fol. 4). En los
albores de la etapa independiente, una relación de minas levantada en esta provincia el
10 de abril de 1826, por los señores diputados Jacinto de Leyva y Mariano Espinel, nos
presentó una realidad bastante similar a la del periodo anterior.
Consideramos que, esta falta de vínculos con la capital del departamento, podría haber
influido negativamente en la expansión de las actividades mineras dentro de la pro-
vincia, al privar a sus miembros no solo de importantes fuentes de financiamiento, vía
préstamos o habilitaciones, sino también, de la necesaria formación de sociedades o
compañías mineras, que por lo general vienen acompañadas de fondos indispensables
cuando se trata de emprender nuevos proyectos de explotación, ampliar los ya existentes
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o aquello considerado más que una prioridad, drenar los ricos filones inundados, vía
la construcción de profundos canales o la adquisición de bombas de extracción. Todo
ello, en una época marcada por el progresivo abandono del estado al fomento de dichas
actividades. En ese mismo sentido, un cónsul británico señalaba en 1856:
Las sociedades o compañías mineras fueron vistas durante esta época como las herramien-
tas empresariales más convenientes para invertir y trabajar en la industria minera y por
supuesto, en otras actividades económicas también (Condori, 2014). Sin embargo, las
minas de Caylloma, pese a encontrarse geográficamente, más cerca de la Ciudad Blanca
en comparación con lejanas provincias metalíferas como Tarapacá o Carabaya, durante la
primera mitad del siglo, no generaron demasiadas expectativas y solo fueron motivo para
la formación de dos compañías. La primera de ellas, se estableció en noviembre 1828,
entre Manuel Díaz Feijoo, minero y azoguero de la ribera y asiento de Caylloma y Pedro
Pablo Castellanos, minero de la ribera de Maravillas en el departamento de Puno (Archivo
Regional de Arequipa. Protocolos Notariales, Matías Morales, legajo 752, fol. 482). La
segunda compañía minera, se constituyó en 1842 por el término de diez años, entre José
María Andía, José Coupelón y Francisco de Paula Carrera, con el objetivo de extraer oro,
plata, cobre o cualquier otro metal, utilizando el método de fundición y copelación (Ar-
chivo Regional de Arequipa, Protocolos Notariales, Isidoro Cárdenas, legajo 549, fol. 1).
Sin desestimar para nada, el tema de los débiles vínculos políticos y sociales entre la
provincia minera y la capital del departamento, como una de las posibles causas del tibio
interés de la élite arequipeña por las inversiones mineras en esta región, deberíamos con-
siderar también, junto a los ya señalados problemas de la minería peruana en general, la
ausencia de una gran y profusa veta metalífera, capaz de estimular la inversión de grandes
volúmenes de capital. Además, es preciso recordar que, si bien en 1826, Caylloma poseía
cerca 136 minas distribuidas en 12 asientos y 60 de ellas en permanente producción, en
verdad se trataba de pequeñas propiedades, explotadas de manera artesanal y con una
escasa inversión de capitales como para esperar de ellas ganancias extraordinarias. En de-
finitiva, el minero peruano, así lo señaló acertadamente John Fisher (1977), «no era un
capitalista opulento, sino un individuo que luchaba con un ambiente poco propicio para
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ganarse la vida, llegando apenas a cubrir sus gastos, y generalmente no muy considerado
por los administradores y comerciantes» (p. 77).
Tabla 2.
Relación de minas de la provincia de Caylloma 1826
En tal sentido, frente al innegable riesgo que implicaban las actividades mineras en
ciertas regiones, se entiende que, en muchas ocasiones, los empresarios y comerciantes
arequipeños antes de conformar una sociedad de negocios ajena a la minería, dejaban
bien en claro y por escrito, la prohibición para todos los socios, de distraer capitales para
el trabajo de minas, cualquiera que sea la calidad de ellas, o habilitar con adelantos para
minas o minerales (Archivo Regional de Arequipa, Protocolos Notariales, José María
Tejeda, legajo 880, fols. 891 y 914). Lamentablemente, cuando no se reparaba en ello,
el comerciante-habilitador debía enfrentar las consecuencias de tamaña “imprudencia”.
Ese fue el caso del comerciante alemán Cristóbal Guillermo Schutte, quien en 1828
había adelantado a Julián García Caballero, minero de la rivera de Orcopampa, al este
de Caylloma, fuertes sumas de dinero a cambio de la entrega de 3.000 marcos de plata
piña. Después de varios años de habilitaciones no solo en moneda corriente, sino tam-
bién, en azogues, García Caballero salió debiendo cerca de 42.000 pesos y al no tener
como asumirlos, tuvo que ceder la propiedad de la mina (Archivo Regional de Arequipa,
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Protocolos Notariales, Manuel Primo de Luque, legajo 725, folio 422). El propio Schut-
te, entre 1841-1842, hubo de invertir en dichas minas alrededor de 43.000 pesos y así
obtener alguna ganancia (Witt, 1992).
Quizá, la inversión de grandes capitales, podría haber sido, uno de los caminos para
la recuperación minera de la provincia de Caylloma. Desafortunadamente, mientras
estuviese pendiente el descubrimiento de una fabulosa veta que sea capaz de estimular
las inversiones locales o extranjeras, como ocurrió con el mineral de Huayllura por esa
época, muchas minas terminarían abandonadas por falta de trabajo; mientras que otras
regiones mineras del departamento, empezarían a adquirir cada vez más importancia.
Ese fue el caso de Condesuyos, que incluía por aquella época los minerales de Huay-
llura, Orcopampa y Chuquibamba; este último, contaba con 15 minas, 10 propietarios
mineros, 27 barreteros, 24 apiris y 8 quimbaleteros, según un informe del año 1827
(Deustua, 1986) y como no podía ser de otra manera, su ascendente importancia minera
de dentro de la región, llevó a la creación de la Diputación de Minería de Condesuyos
en 1830, cuyos principales miembros estuvieron representados por la familia Villena
(Archivo General de la Nación. Tribunal de Minería, Correspondencia, 1848-1875).
Resulta bastante paradójico que, mientras la minería regional atravesaba por momentos
críticos entre 1850 y 1870, no ocurrió lo mismo con la economía arequipeña, que por
aquellos años recibió un vigoroso impulso gracias a las exportaciones de lana de oveja
y de camélidos, actividad que se convirtió en su verdadero eje y motor. Los proyectos
mineros en la región desaparecieron casi por completo, al punto que muchos empresa-
rios locales dirigieron sus miradas y capitales hacía lugares tan distantes como las minas
de Carabaya al norte de Puno o la lejana California, en la costa oeste de los Estados
Unidos. En relación a este último destino, en noviembre de 1848, Manuel Jurado de
los Reyes, José Lucas de la Fuente y Pedro Armand, formaron una compañía con el ob-
jetivo de «emprender una especulación mineralógica en los nuevos descubrimientos de
vetas y lavaderos que se han hecho y en lo sucesivo se descubrieren en la Alta California,
provincia occidental de los Estados Unidos» (Archivo Regional de Arequipa. Protocolos
Notariales, Toribio Linares, legajo 710, fol. 204).
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al parecer, rendían entre 300 y 500 marcos de plata por cajón; sin embargo, alertaba el
cónsul, «habrá grandes dificultades en la extracción de los metales, debido a la natura-
leza húmeda del terreno y a la necesidad que existirá de usar bombas de fuerzas muy
poderosas para extraer el agua de las minas» (Bonilla, 1975, p. 252). Por suerte, ninguna
dificultad ni el inicio de la Guerra con Chile (1879) impidieron la explotación de tan
soberbio descubrimiento. Así, en noviembre de 1881, varios comerciantes de la ciudad
de Arequipa se unieron al coronel Miguel San Román, prefecto y comandante general
del departamento, a fin de constituir una sociedad «para explotar los minerales de oro y
plata ubicados en el distrito de Caylloma, denominados Cuchilladas, Trinidad, el Toro,
San Cristóbal, Santa Juana y Jesús María» (Archivo Regional de Arequipa, Protocolos
Notariales, Higinio Talavera, legajo 864, fol. 313). Tres años después, en plena ocupa-
ción chilena de la ciudad de Arequipa (octubre 1883-agosto 1884), todos los miembros
de esta sociedad, más algunos comerciantes y vecinos de la localidad, decidieron fundar
la denominada «Compañía Minera de Caylloma», dividida en 20 acciones e integrada
por 13 socios (Archivo Regional de Arequipa, Protocolos Notariales, Higinio Talavera,
legajo 865, fol. 159).
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Muchas de las minas explotadas u organizadas para el trabajo por estas nuevas socieda-
des, eran minas que habían sido abandonadas completamente por sus dueños o sim-
plemente, paralizadas por falta de trabajo hacía no mucho tiempo. Esto en virtud del
artículo 5° de las ordenanzas de minería del año 1869, donde se señalaba, «Las minas,
tanto las que se hallen en terrenos comunes o del Estado, así como la de particulares,
son propiedad de la Nación y las concede en virtud de denuncia con tal de que se llenen
los requisitos exigidos por la ordenanza» (Archivo General de la Nación, Tribunal de
Minería, Correspondencia, 1848-1875). Asimismo, en el artículo 6° se autorizaba, «a
descubrir y denunciar veta o mina no solo en terrenos del Estado sino también en los de
particulares, con la obligación de pagar a estos el terreno que ocupe en la superficie y el
daño que inmediatamente ocasione, previa tasación de los peritos» (Archivo General de
la Nación, Tribunal de Minería, Correspondencia, 1848-1875). Es bastante compren-
sible, entender los numerosos conflictos generados a partir de tales ordenanzas, no solo,
entre las nuevas sociedades mineras y los viejos propietarios de la región; sino también,
entre las propias sociedades mineras, en razón de que, el mencionado artículo 5° era muy
claro, las minas se concedían por denuncia a cualquier particular, previo cumplimiento
de ciertos requisitos, «de tal modo que si se falta a lo que en ellas se previene se pueden
conceder a otro cualquiera que por esa falta los denunciare» (Archivo General de la Na-
ción, Tribunal de Minería, Correspondencia, 1848-1875).
Aunque la minería continuó siendo una actividad secundaria para la economía arequi-
peña, frente al auge incontenible de las lanas, la situación que presentaba la provincia de
Caylloma a fines del siglo XIX, era completamente distinta a la de anteriores décadas.
Y así también lo percibimos, a través de la correspondencia que el cónsul británico
residente en el puerto de Mollendo enviaba a Londres en 1891, «las minas de plata pro-
gresan favorablemente, sobre todo la llamada “Cuchilladas”, empresa propiedad princi-
palmente de capitales privados, muchos de los cuales son peruanos» (Bonilla, 1976, p.
21). La situación era distinta, porque había un mayor interés por invertir en minería, no
solo en la provincia sino en todo el departamento. Como bien señalaba Flores Galindo
(1977), solo «entre 1890 y 1899 se formaron alrededor de quince sociedades mineras en
Arequipa», para la explotación de plata, oro, bórax, carbón, etc. Las primeras sociedades
mineras formadas en Caylloma, como la «Compañía Minera de Caylloma» o la «Com-
pañía Internacional de Caylloma», estuvieron constituidas por empresarios arequipeños
y algunos inmigrantes extranjeros establecidos en la ciudad, dedicados al comercio de
lanas y propietarios de reconocidas casas comerciales, como los españoles Miguel Forga
y José Eguren; los alemanes Carlos Wagner, Augusto Hilser, Gustavo Moller, y Rodolfo
Hoefle; el suizo Adolfo Hilkifer; y los ingleses, Guillermo Enrique Fletcher, Enrique W.
Gibson (nacido en Arequipa), Alejandro Hartley y Jorge Federico Stafford.
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Reflexiones finales
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realizar todas estas inversiones a largo plazo. Lo que teníamos y desde hacía varios siglos,
eran pequeños propietarios y arrendatarios mineros, de escasos capitales, dependientes
de las eventuales habilitaciones y cuyas ínfimas ganancias en muchos casos solo permi-
tían su propia reproducción y cuando era posible, la devolución de los préstamos a los
habilitadores, mayormente comerciantes locales. Gracias a la bonanza económica gene-
rada por la comercialización y exportación de lanas, así como, el arribo de un nutrido
contingente de comerciantes extranjeros en la segunda mitad del siglo XIX, llegaron
también las anheladas inversiones mineras, que a la larga estimularon a los empresarios
nacionales y abrieron el camino para el advenimiento de los grandes capitales extranje-
ros. Eso sí, dentro de una nueva coyuntura, marcada por la derrota peruana en la Guerra
del Pacífico, el empobrecimiento de la oligarquía nacional despojada de sus fuentes tra-
dicionales de enriquecimiento, una política estatal de mayor apertura a las inversiones
extranjeras, especialmente mineras y el alza temporal en los precios internacionales de
algunos minerales.
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Referencias
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Notas
1
El asiento minero de Huayllura se encuentra ubicado en un páramo abandonado del
actual distrito de Sayla, en la provincia de La Unión, departamento de Arequipa, a
4.330 msnm. Fue descubierto en 1827 por Juan Ángel (Angelino) Torres, natural
de dicha provincia. En la época de su mayor auge (1827-1830) dicho yacimiento
estuvo conformado por 31 minas. Aunque los primeros trabajos correspondieron al
lugar llamado Pabellones, el verdadero boom aurífero se produjo años después en
1829, cuando se descubrió la fabulosa mina de Copacabana, que llegó a producir
nada menos que 600.000 pesos en oro apenas comenzada su explotación. La ra-
zón, la presencia de abundante metal dorado en estado macizo, es decir «de cinco
partes de metal, cuatro eran de oro puro». Con el tiempo vendría mucho más. En
los siguientes dos años el asiento de Huayllura llegó a producir nada menos que 6
millones de pesos en oro. Es decir, casi cien veces el valor de la plata que el departa-
mento producía anualmente por aquella época. Esta singular fiebre de oro arequipe-
ña, favoreció como era de esperarse una masiva migración de mineros, campesinos,
aventureros y oportunistas a la zona, quienes en pocos años llegaron a incrementar
la población del asiento hasta alcanzar los 14.000 habitantes (Condori, 2010).
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