Español-Santa Teresa Avila
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Vivo ya fuera de mí
Después que muero de amor,
Porque vivo en el Señor
Que me quiso para Sí.
Cuando el corazón le di
Puso en él este letrero:
Que muero porque no muero.
"Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo
hasta que nos damos del todo". (Santa Teresa de Jesús)
Breve
Nace Teresa en Ávila el 28 de marzo de 1515. A los dieciocho años, entra en el Carmelo. A los cuarenta y
cinco años, para responder a las gracias extraordinarias del Señor, emprende una nueva vida cuya divisa
será: «O sufrir o morir». Es entonces cuando funda el convento de San José de Ávila, primero de los
quince Carmelos que establecerá en España. Con san Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma
carmelitana. Sus escritos son un modelo seguro en los caminos de la plegaria y de la perfección. Murió en
Alba de Tormes, al anochecer del 4 de octubre de 1582. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de
septiembre de 1970.
Vida de Santa Teresa
Se cree que la palabra "Teresa" viene de la palabra griega "teriso" que se traduce por "cultivar";
cultivadora. O de la palabra "terao" que significa "cazar", "la cazadora". Como bien dice el Padre
Sálesman en su biografía, ambos títulos le quedan bien a Santa Teresa, por ser ella "Cultivadora" de las
virtudes y "cazadora" de almas para llevarlas al cielo.
Santa Teresa es, sin duda, una de las mujeres más grandes y admirables de la historia. Es una de las tres
doctoras de la Iglesia. Las otras dos son Santa Catalina de Siena y Santa Teresita del Niño Jesús.
Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de ellos con gran
cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros
nueve. Al referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: "por la gracia de Dios, todos
se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo".
Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A los siete años, tenía ya gran
predilección por la lectura de las vidas de santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de
suerte que acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy impresionados por el pensamiento de la
eternidad, admiraban las victorias de los santos al conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente:
"Gozarán de Dios para siempre, para siempre, para siempre . . ."
Busca el martirio
Teresa y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a un precio muy bajo y
resolvieron partir al país de los moros con la esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a
escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo; pero en Adaja se toparon con uno de
sus tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la
culpa a su hermana.
En vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en su propia
casa y empezaron a construir una celda en el jardín, aunque nunca llegaron a terminarla. Teresa amaba
desde entonces la soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al Salvador que hablaba con
la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen: "Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed".
La madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto empecé a caer en la cuenta de la
pérdida que había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de
Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya".
Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías y aun trataron de escribir
una. La santa confiesa en su "Autobiografía": "Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y me
hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de caballerías me gustaban tanto, que no estaba
yo contenta cuando no tenía una entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar
gusto en vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear
todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi condición". El cambio que
paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a los quince años
de edad a educarse en el convento de las agustinas de Avila, en el que solían estudiar las jóvenes de su
clase.
Enfermedad y conversión
Un año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa. La joven empezó a
reflexionar seriamente sobre la vida religiosa que le atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió
llegar a una decisión fue la colección de "Cartas" de San Jerónimo, cuyo fervoroso realismo encontró eco
en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre que quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que
tendría que esperar a que él muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo flaquear en su
propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento
carmelita de la Encarnación, en Avila, con la intención de no volver, si Juana le dejaba quedarse, a pesar
de la pena que le causaba contrariar la voluntad de su padre. "Recuerdo . . . que, al abandonar mi casa,
pensaba que la tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que experimentaba yo en aquel
momento . . . El amor de Dios no era suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a
mis amigos".
La santa determinó quedarse en el convento de la Encarnación. Tenía entonces veinte años. Su padre, al
verla tan resuelta, cesó de oponerse a su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco
después, se agravó un mal que había comenzado a molestarla desde antes de profesar, y su padre la sacó
del convento. La hermana Juana Suárez fue a hacer compañía a Teresa, quien se puso en manos de los
médicos. Desgraciadamente, el tratamiento no hizo sino empeorar la enfermedad, probablemente una
fiebre palúdica. Los médicos terminaron por darse por vencidos, y el estado de la enferma se agravó.
Teresa consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que era muy piadoso, le había
regalado un librito del P. Francisco de Osuna, titulado: "El tercer alfabeto espiritual". Teresa siguió las
instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración mental, aunque no hizo en ella muchos
progresos por falta de un director espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa
recobró la salud.
Su prudencia, amabilidad y caridad, a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron la estima de
todos los que la rodeaban. Según la reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las
religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su tiempo charlando
en el recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al
inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de
conversar familiarmente con Dios. Además, la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún
peligro de pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su descuido
de la oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la santa,
"el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande,
en el que el amor y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores
enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad".
Poco después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que se hallaba su
alma y le aconsejó que volviese a la práctica de la oración. La santa no la abandonó jamás desde
entonces. Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a renunciar del todo a las
horas que pasaba en el recibidor y al intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años
de indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no se cansaba jamás de oír sermones "por malos que
fuesen"; pero el tiempo que empleaba en la oración "se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y
que la campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las cosas santas".
La penitencia y la cruz
Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los grandes santos
penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con quienes están asociados dos hechos que fueron
decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la lectura de las "Confesiones" de San Agustín. El
segundo fue un llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del
Señor: "Sentí que Santa María Magdalena acudía en mi ayuda . . . y desde entonces he progresado mucho
en la vida espiritual".
A la santa le atraían mas los Cristos ensangrentados y manifestando profunda agonía. En una ocasión, al
detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?, y le pareció que una
voz le decía: "Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa". Ella se
echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en
charlas inútiles y en amistades que no llevan a la santidad.
Visiones y comunicaciones
Una vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de disipación y de
faltas (los santos son capaces de ver sus faltas), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración
de quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo periodo de su vida, con el gozo y el amor que
le son característicos, y Dios empezó a visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la
inquietó, porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el demonio había engañado
miserablemente con visiones imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus visiones procedían de
Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no todas esas
personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la noticia de las visiones de Teresa empezó a
divulgarse para gran confusión suya.
Una de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un hombre casado que era un
modelo de virtud. Este la presentó al Padre Daza, doctor tenido por muy virtuoso, quien dictaminó que
Teresa era víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios concediese favores tan
extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e
insatisfecha. Francisco de Salcedo, a quien la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en sus
momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién fundada Compañía de
Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar y los favores
que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de gracia de Dios, pero la exhortó a no descuidar el
verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido de que sus
visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir durante dos meses a esas gracias. La
resistencia de la santa fue en vano.
Otro jesuita, el P. Baltasar Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda para hacer siempre lo que fuese
más agradable a sus ojos y que, con ese fin, recitase diariamente el "Veni Creator Spiritus". Así lo hizo
Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en éxtasis y oyó en el interior de su
alma estas palabras: "No quiero que converses con los hombres sino con los ángeles".
…Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la
navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y
años remando con nuestras solas fuerzas".
La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras divinas afirma que son más
claras y distintas que las humanas; dice también que las primeras son operativas, ya que producen en el
alma una tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de la verdad de lo que ha
escuchado.
Persecuciones
En la época en que el P. Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron tres
años; además, durante dos años, atravesó por un periodo de intensa desolación espiritual, aliviado por
momentos de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que Dios le concedía,
permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de
una ocasión, la acusaron de hipocresía y presunción.
El P. Alvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor suficiente para salir en defensa de su
dirigida, aunque siguió confesándola. Lamentablemente, los mediocres siempre son la mayoría. Estos se
molestan ante la auténtica santidad porque no saben como lidiar con las intervenciones sobrenaturales por
claras que sean. Prefieren descartarlas o ignorarlas, asumiendo que son producto de la exageración o el
desequilibrio. Para justificar su posición apelan a las verdaderas exageraciones y desequilibrios y agrupan
lo auténtico con lo falso. En otras palabras, carecen de discernimiento espiritual.
En 1557, San Pedro de Alcántara pasó por Avila y, naturalmente, fue a visitar a la famosa carmelita. El
santo declaró que le parecía evidente que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las
persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que Dios le enviaba purificaron
el alma de la santa, y los favores extraordinarios le enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de las
cosas del mundo y la encendieron en el deseo de poseer a Dios.
Extasis
En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba hasta un
metro. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que
muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece contentarse con arrebatar el
alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros
pecados". En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la
dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era
incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde
entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias
místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la
transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi lado a un
ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales
cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de
visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy
hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego.
Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya
punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me
traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella
y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al
mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido
verme libre de ella.
El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba
de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y
eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su
corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le
pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas
naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente su
voto.
Escritora Mística
Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para dirigir a sus religiosas, y el libro de las
"Fundaciones" para edificarlas y alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior", puede considerarse que lo
escribió para instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra la santa como verdadera doctora
de la vida espiritual.
Fundadora
Las carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer fervor, a principios
del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los conventos de Avila eran una especie de centro
de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de la clausura
con el menor pretexto, de suerte que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin
problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la
relajación. Por ejemplo, en el convento de Avila había 140 religiosas.
Santa Teresa comenta más tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena de mujeres.
¡Dios nos guarde de ese mal" Ya que tal estado de cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían
generalmente en la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus fundadores. Así,
cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también religiosa en el convento de la Encarnación de Avila,
le sugirió la idea de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de revelación
del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió
poner en práctica la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era una viuda
muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa.
San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de Avila, aprobaron el proyecto, y el P. Gregorio
Fernández, provincial de las carmelitas, autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo
que provocó la ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase el permiso y Santa Teresa fue objeto
de las críticas de sus propias hermanas, de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de
eso, el P. Ibañez, dominico, alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña
Juana de Ahumada, hermana de Santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento
en Avila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en la que pensaban habitar. En el
curso de la construcción, una pared del futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al
pequeño Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando. Santa Teresa tomó en brazos al niño,
que no daba ya señales de vida, y se puso en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba
perfectamente sano, según consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a
su tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones debía el verse privado del
cielo.
Por entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo convento. San Pedro de
Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva
casa se inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la misa que se celebró en la
capilla con tal ocasión, tomaron el velo la sobrina de la santa y otras tres novicias.
La inauguración causó gran revuelo en Avila. Esa misma tarde, la superiora del convento de la
Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con cierto temor, "pensando que iban a
encarcelarme". Naturalmente tuvo que explicar su conducta a su superiora y al P. Angel de Salazar,
provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a sus superiores para estar
disgustados, el P. Salazar le prometió que podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la
excitación del pueblo.
La fundación no era bien vista en Avila, porque las gentes desconfiaban de las novedades y temían que un
convento sin fondos suficientes se convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y
los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no los hubiese disuadido de ello el
dominico Báñez. Por su parte, Santa Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió
encomendando a Dios el asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó.
Entre tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación enviaron a la corte a un sacerdote
para que defendiese la causa ante el rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al
provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses más tarde, el P. Salazar dio
permiso a Santa Teresa de volver al convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación.
La santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía de rentas y
reinaba en él la mayor pobreza; Las religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de zapatos
(por ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no
admitió al principio más que a trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de
limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa, la gran mística, no descuidaba las cosas prácticas sino que las atendía según era necesario. Sabía
utilizar las cosas materiales para el servicio de Dios. En una ocasión dijo: "Teresa sin la gracia de Dios es
una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia".
Mas fundaciones
En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio (Rossi), visitó el convento de Avila y
quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para
fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin que él lo
supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en
Castilla.
Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san José, precediendo a sus hijas
no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado.
Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues
disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo
necesario para vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos
en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como el de la
religiosa que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua
de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a
pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A petición de la condesa de la Cerda se fundo un
convento en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa
especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, "Teresa
y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran".
Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la
fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis
en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se
nos dice". No es que la santa rechazare la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en
un pretexto para faltar en humildad.
Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó un convento de frailes en el
pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la
mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo
de San Juan de la Cruz.
La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez
de Silva, quien había ayudado a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso
hacerse carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una
princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humanidad propia de su profesión, ordenó a sus
religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana.
En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había
estado ocupada por ciertos estudiantes "que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio
grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a ponerse
muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a
un nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su
compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si
muriese yo en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la idea
la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre "un
dolor en el corazón". Sin embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de
pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".
En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los beatos
jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez
Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la
escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las
nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la santa.
Por entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación
sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas
de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto que le produjo el convento de
La Encarnación de Avila fue muy malo, e inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla
superiora del mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que
separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto
con recelo sus actividades de reformadora.
Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía
ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas
y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: "Madres y hermanas mías, el
Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había
pensado y para el que me siento muy mal preparada . . . Mi única intención es serviros . . . No temáis mi
gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé
también, por la misericordia del Señor, cómo gobernar las carmelitas calzadas". De esta manera se ganó
la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas
calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las visitas demasiado
frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de Avila), puso en orden las finanzas del convento
e introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente
teresiana.
Sevilla
En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la
convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de
la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.
Fuera de la fundación del convento de San José de Avila, ninguna otra fue más difícil que la de Sevilla;
entre otras dificultades, una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la
Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que los
carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a
reformarse. El P. Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces había favorecido a santa
Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de
decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su
cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio; por
otra parte, ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de
fundar otros nuevos.
La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en
el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al
nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del
provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida,
pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las
que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba
a distraernos del servicio de Dios".
Aguila y paloma
Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de
corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y
una profunda intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta
Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la
paloma". Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o
eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P.
Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la verdad. Y no
fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había
incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la paloma, como puede verse por la
carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os
ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado
a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La
santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: "Las
religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad".
Ingenio y franqueza
El ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como
un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos, Teresa se
echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis
lo que es una comunidad de mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres", demuestran el
realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.
Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: "El señor Salcedo repite
constantemente: 'Como dice el Espíritu Santo', y termina declarando que su obra es una serie de
necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición".
Selección de novicias
La intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias. Lo primero que
exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía
que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona inteligente es sencilla y
sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es
incapaz de ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma,
jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción y la contemplación,
jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad". ¡Que Dios nos
guarde de las monjas tontas!"
Últimos años
En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa tenía ya
sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos
conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no eran simplemente un
refugio de las almas contemplativas, sino también una especie de reparación de los destrozos llevados a
cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania.
Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el
proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de
Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: "Quiera Dios trataros
con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina,
que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que
ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a
vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me
lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".
En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de
1582, cuando el convento estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Avila, pero
se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María Henríquez.
La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se
hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos.
Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la
Beata Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los
últimos sacramentos y le preguntó donde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: "¿Tengo
que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?" Cuando el P. de Heredia le llevó el
viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de
vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada por lo que el Señor le mostraba,
murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.
Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días,
de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.
En la actualidad, las carmelitas descalzas son aprox. 14.000 en 835 conventos en el mundo. Los
carmelitas descalzos son 3.800 en 490 conventos.