Breve Genealogía de La Propiedad Privada

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BREVE GENEALOGÍA DE LA PROPIEDAD PRIVADA

Esteban Vidal

Cuando se habla de propiedad privada nunca está de más diferenciarla de la posesión, lo


cual ya fue señalado por Proudhon en su célebre obra ¿Qué es la propiedad?. Así, la
propiedad privada viene determinada por la ley que es la que dice que algo es de
alguien, mientras que la posesión es la relación de usufructo que una persona mantiene
con algo. Por esta razón, cuando aquí nos referimos a la propiedad privada lo hacemos
en relación a los medios de producción, distribución y consumo, y no a aquellas cosas
que son tenidas o disfrutadas, como ocurre con las posesiones.

Si hubiera que trazar una genealogía de la propiedad privada encontraríamos su génesis


en las sociedades esclavistas de la Antigüedad, como por ejemplo Grecia. En cualquier
caso hay que señalar que en aquel entonces este tipo de sociedades eran minoritarias, y
que por ello la propiedad privada estaba bastante limitada. En el caso de Europa fue el
Imperio Romano el que introdujo la separación entre posesión y propiedad a través del
famoso derecho romano, lo que constituyó el principal antecedente para, ya en tiempos
modernos, restablecer la propiedad privada. A pesar de esto no hay que perder de vista
que entre el derrumbamiento del Imperio Romano y la época moderna, es decir, durante
el periodo medieval, la propiedad privada como tal no existió debido a que imperaban
distintas formas de propiedad compartida, tal y como sucedía con los bienes comunales
en muchas zonas de Europa, las formas de propiedad enfitéutica, etc. En la Edad Media
la propiedad privada, al estilo romano, como propiedad individual exclusiva, apenas
existía.

La modernidad trajo consigo la recuperación del derecho romano y con este la


propiedad individual que hoy conocemos como propiedad privada. Sería complejo
explicar los pormenores del proceso que condujo a la recuperación de esa forma de
propiedad, y de cómo fue implantada a lo largo y ancho de Europa. Pero basta con
señalar que durante la época medieval la ausencia de la propiedad privada como tal era
el reflejo de la existencia de comunidades en las que prevalecían redes de
interdependencia compleja entre sus miembros, en tanto en cuanto existía una posesión
común de la riqueza. No hay que olvidar que las elites medievales eran, con diferencia,
una minoría social cuyo poder era muy limitado, de manera que su capacidad para
fiscalizar al resto de la población para extraer recursos era sumamente complicado
debido justamente a esa circunstancia que acabamos de señalar: la posesión común de la
riqueza con la existencia de bienes comunales como tierras, bosques, ríos, pero también
ganado, montes, fraguas, batanes, molinos, etc. Así, en la medida en que la riqueza era
compartida por muchas personas al mismo tiempo, las elites medievales tenían serias
dificultades para llevar a cabo labores de exacción económica, pues era muy difícil
identificar a los dueños de este tipo de bienes. Los impuestos, por regla general,
consistían en pagos hechos en especie a partir de su propia producción, y que solía
combinarse con algunos días de trabajo en las tierras de los caciques locales durante
determinadas épocas del año.

Las primeras formas de propiedad privada pueden detectarse en la Baja Edad Media en
torno a los burgos, ciudades que operaban bajo ciertos privilegios fiscales otorgados por
el monarca que les permitía disponer de mercado propio, con lo que sus habitantes
desarrollaban actividades comerciales que facilitaron la aparición de las primeras
formas de propiedad privada en el terreno mercantil. Los burgos surgieron en parte de
manera espontánea, como consecuencia de una serie de procesos sociales e históricos
propios de la época medieval, pero también en parte como consecuencia de la acción de
los monarcas de aquel entonces al crear centros en los que se desarrollase la actividad
económica y comercial, de forma que el enriquecimiento de los habitantes de las
ciudades supusiese al mismo tiempo la creación de importantes depósitos de riqueza de
los que el monarca pudiera disponer en caso de necesidad. Además de esto los burgos
eran zonas que quedaban al margen de las jurisdicciones señoriales, lo que reforzaba la
autoridad del monarca al tiempo que en el plano político debilitaba a la nobleza. Pero
por otra parte la nobleza era drenada de recursos, y por tanto debilitada
económicamente, en la medida en que estos iban a parar a las ciudades donde los
mercados hicieron su más temprana aparición.

Sin embargo, como decimos, las formas de propiedad privada eran muy limitadas al
quedar circunscritas a determinados círculos sociales y económicos de las ciudades,
generalmente grupos oligárquicos compuestos fundamentalmente por mercaderes y sólo
más tarde por prestamistas. En los albores de la modernidad el fortalecimiento del poder
regio con la aparición de las primeras monarquías absolutas dio lugar a una progresiva
remodelación de la economía y la sociedad, si bien a una escala todavía limitada. En lo
que a esto se refiere nos encontramos con el surgimiento del mercantilismo y el
desarrollo de las actividades comerciales, lo que facilitó el incremento de la actividad
económica y consecuentemente el aumento de la base fiscal del Estado. No hay que
olvidar que la principal fuente de ingresos de la Corona eran, por aquel entonces, las
rentas de sus dominios territoriales pero también, y en una medida creciente, los
impuestos recaudados del comercio exterior. Todo esto se combinó con la concesión de
monopolios que abarcaron una extensa cantidad de actividades económicas, y que se
desarrollaron sobre todo a partir de la colonización de América y de otras regiones del
planeta.

Desde la Baja Edad Media se produjo el desarrollo y crecimiento de una clase social
oligárquica afincada en los burgos, centrada en actividades comerciales y compuesta
mayormente por mercaderes que traficaban con mercancías de diferente tipo y en
diferentes ámbitos geográficos: local, regional e internacional. A estos se sumarían los
prestamistas y banqueros, que en muchas ocasiones también eran mercaderes que, dada
su enorme riqueza, desempeñaban funciones de préstamo en el desarrollo de sus
actividades comerciales pero también en su apoyo financiero a los soberanos. El
desarrollo de esta clase social fue desigual a lo largo de Europa, pues ello dependió de
las redes de ciudades que existían al final de la época medieval, así como de las
estructuras estatales que las abarcaban. Al margen de las tensiones políticas que
existieron entre los grandes soberanos y las ciudades, es en los albores de la época
moderna cuando se percibe un aumento general de la riqueza, lo que coincidió con
nuevas empresas colonizadoras por un lado, y por otro con el desarrollo de las
incipientes monarquías absolutas. En este contexto, no exento de complejidades de
diferente tipo, no tardaron en producirse en determinados países diferentes tensiones
internas en la medida en que las necesidades financieras de las monarquías absolutas no
dejaron de crecer. Esto era debido en parte a las carreras armamentísticas y a las guerras
que se produjeron por aquel entonces, y que implicaron un encarecimiento de los
medios de coerción y dominación política.

Entre los siglos XVI y XVII se impuso el mercantilismo como punto de vista de las
elites en tanto en cuanto se trataba de una manera de ver la economía que consideraba
que esta es un instrumento al servicio de la construcción de un Estado fuerte. Para el
mercantilismo la economía internacional es un espacio de conflicto entre diferentes
Estados con sus respectivos intereses nacionales. Como consecuencia de esto la
competición económica entre Estados es un juego de suma cero, lo que un Estado gana
lo pierde otro. De esto se deduce la importancia dada a las ganancias relativas en el
terreno económico, pues la acumulación de riqueza constituye la base para el poder
político-militar que más tarde es utilizado contra otros Estados. Por tanto, la fortaleza
económica y el poder político-militar no eran contemplados como metas que competían
entre sí, sino como fines complementarios que beneficiaban al Estado. Así, la búsqueda
de la fortaleza económica constituye un apoyo para el desarrollo del poder político y
militar del Estado, al mismo tiempo que el poder político-militar mejora y fortalece el
poder económico del Estado.

La perspectiva mercantilista daba prioridad a lo político sobre lo económico, de manera


que allí donde los intereses económicos y los intereses políticos, vinculados estos
últimos a la seguridad del Estado, chocaban, era la política la que se imponía. Esto no
estuvo exento de importantes problemas y tensiones internas que enfrentaron a las
oligarquías económicas con la Corona. Un ejemplo paradigmático de esta situación es la
Inglaterra del s. XVII. Esto se debió sobre todo a las exigencias impuestas por el
encarecimiento de las guerras internacionales, lo que estaba unido a la actividad
expansionista del propio Estado en su competición frente a otros países por la conquista
de la hegemonía internacional. La consecuencia inevitable de esto fue la aplicación de
medidas coercitivas por parte de la Corona sobre el sector socioeconómico más
dinámico del país que consistieron en confiscaciones, encarcelamientos, la imposición
de tributos excepcionales, el forzamiento de la concesión de créditos, etc. El resultado
fue el enfrentamiento entre la corona y la oligarquía económica, lo que para finales del
s. XVII condujo al desmantelamiento del absolutismo y la definitiva instauración del
parlamentarismo como sistema político en Inglaterra.

Las consecuencias de la revolución de 1688 en Inglaterra fueron importantes, pues


constituyó un paso decisivo para la incorporación de la elite económica a las tareas de
gobierno de las que había sido excluida por la Corona. En tanto en cuanto una de las
principales motivaciones de esta revolución fue la protección de los bienes de los
comerciantes, así como la liberalización de la economía con la desaparición del sistema
de monopolios hasta entonces vigente, se produjeron una serie de transformaciones en
el terreno jurídico, económico y social de gran importancia. En lo que a esto se refiere el
liberalismo preconizado por John Locke convirtió la propiedad en el hecho social
central. Se entendía que la propiedad era la que garantizaba la libertad del individuo al
dotarle de la correspondiente autonomía en la medida en que por medio de ella
controlaba sus propias necesidades materiales. El reconocimiento de la propiedad
privada en el ordenamiento jurídico fue decisivo, no sólo para proteger los intereses de
la burguesía inglesa respecto a la arbitrariedad de la autoridad política, sino sobre todo
para permitir una mejor fiscalización de la economía al poner fin a las formas de
propiedad compartidas.

Después de 1688 Inglaterra se sumió en una dinámica dirigida a expropiar los bienes
comunales y a poner fin a la economía natural. La política de parcelaciones iniciada
décadas antes fue relanzada y reforzada, lo que permitió, por un lado, la concentración
de la mayor parte de la riqueza en unas pocas manos, al mismo tiempo que la población
que era desposeída era forzada a vender su fuerza de trabajo, ya fuese en el campo o en
las incipientes ciudades industriales. Pero por otro lado la propiedad privada creaba
unas nuevas condiciones económicas y sociales al permitir la acumulación ilimitada de
riqueza, lo que hizo que el interés individual, entendido como la búsqueda del máximo
beneficio y el atesoramiento de riquezas, pasase a ser el motor del desarrollo social y
económico del país. Por medio del interés individual vinculado a la propiedad privada
se impulsó el crecimiento económico y las correspondientes dinámicas productivistas
que convergieron con el desarrollo y ampliación de los mercados, tanto nacionales
como internacionales.

El Estado logró varios objetivos de un modo simultáneo mediante el reconocimiento de


la propiedad privada: facilitar su labor fiscalizadora de la economía al generalizarse la
propiedad privada individual, de manera que por cada propiedad había un único
propietario, lo que hizo que las tareas de recaudación de impuestos fuese más eficaz al
estar claro a quién le correspondía el pago de los tributos; unido a lo anterior al Estado
le resultaba mucho más fácil tasar la riqueza nacional, y establecer impuestos; por otra
parte, al incentivar el desarrollo económico por medio del crecimiento de la producción,
propició el crecimiento del volumen de la riqueza nacional disponible en la economía,
lo que repercutió en un aumento de la base tributaria del Estado con la que costear sus
medios de dominación política y militar; como consecuencia del aumento de la riqueza
se produjo la expansión del mercado y del comercio, y con ellos los ingresos fiscales del
Estado también crecieron; asimismo, la propiedad privada dio lugar a la aparición del
trabajo asalariado, y facilitó de este modo la monetización de las relaciones sociales y
del conjunto de la economía, lo que, a su vez, también facilitó la labor recaudadora del
Estado e incrementó su capacidad para movilizar recursos financieros más rápidamente;
como corolario de todo lo anterior nos encontramos con la aparición y desarrollo de un
pujante sector financiero representado por importantes firmas bancarias, siendo sus
principales funciones la custodia de la riqueza nacional, la labor de crédito para el
desarrollo económico e industrial, y la concesión de préstamos al Estado.

Así las cosas, la propiedad privada ha tenido como principal función histórica sentar las
bases para el posterior desarrollo del sistema capitalista. En este sentido comprobamos
que fue creada por el Estado tanto para su propio beneficio como para el de los
propietarios. Gracias a ella las formas de producción económicas evolucionaron hacia el
capitalismo, lo que simplemente facilitó la movilización de los recursos disponibles, el
incremento de la riqueza en la economía y el aumento de los ingresos del Estado para
apoyar su poder político-militar tanto en la esfera doméstica como en la internacional.
La consecuencia de todo esto no fue otra que el trasvase de riqueza de manos del pueblo
a manos de una minoría que pasó a acapararla, lo que supuso no sólo el incremento de
las desigualdades sociales sino sobre todo un fortalecimiento de las jerarquías ya
existentes. La propiedad privada, por tanto, ha sido, y todavía es, un instrumento con
fines económicos al permitir el enriquecimiento de la clase propietaria y del Estado,
pero también un instrumento con fines políticos al ser la base material del poder
político-militar estatal. En el terreno social la propiedad privada ha servido para una
remodelación del conjunto de la estructura social por medio del trabajo asalariado, y a
través de este el reforzamiento de las relaciones de poder y de explotación que le son
inherentes.

De todo lo anterior puede concluirse que cualquier aspiración emancipadora pasa


necesariamente por la abolición de la propiedad privada y del trabajo asalariado que le
es inherente. Pero esto sólo es posible a través de la abolición del Estado que es su
principal creador y protector a través de su burocracia y sus cuerpos represivos. De esta
manera, mediante la abolición de las bases de la desigualdad social y política, es como
puede construirse una sociedad sin clases, libre e igualitaria, basada en la posesión
común de la riqueza.

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