Olivia
Olivia
Olivia
y su caos
CHRISTIAN MARTINS
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El caos es la partitura en la que está escrita la realidad.
Henry Miller
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A MIS CHICAS MARTINS SIEMPRE
Sin ellas, nada de esto sería una realidad
A MIS PESADILLAS
Por sus consejos y su paciencia, siempre dispuestas a
ayudar
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Siento lástima por todos aquellos que deben trabajar los domingos.
Aunque, pensándolo detenidamente, ellos librarán cualquier otro día de la semana,
¿no? Lo que significa que aprovecharán para vaguear un lunes o martes cualquiera.
Pego un respingo, sorprendida, por el pitido que emite el microondas para
indicarme que mi té ya está listo. Después de coger la taza, vuelvo a arrastrar mis pies
hasta la ventana de mi salita, ésa que da al patio exterior.
Miko se enrosca entre mis piernas mientras yo contemplo cómo el nuevo vecino
va descargando poco a poco todas sus pertenencias para trasladarlas al piso que hasta
hacía unos días había pertenecido a su antigua dueña; la señora Collins.
— A mí tampoco me cae bien — le confirmo, sin perder de vista sus
movimientos — , tiene pinta de ser el típico idiota insoportable.
La clase de chico que no me gusta ni en fotografía, pienso.
Moreno, ojos castaños y metro ochenta. Dicho así, no suena mal, pero me corregiré:
moreno, repeinado con un tupé de peluquería que se debe mantener con un corte
bisemanal, camisetas ajustadas que dejan al descubierto sus marcados bíceps logrados
con horas de gimnasio y una mirada de chico chulito que delata el escaso coeficiente
intelectual del muchacho.
Y si tan poco me interesa, ¿por qué le estoy observando? Es evidente; porque es
domingo y no tengo otra cosa mejor que hacer. Bueno, en realidad, la nueva novela
de Jojo Moyes me espera en la mesita que hay junto al sofá… Pero estoy segura de
que esa historia podrá esperarme un ratito más. En el edificio en el que vivo, como
norma general, no suele haber ningún tipo de alteración de la rutina (¿tan aburrida es
mi vida como para considerar esto una alteración de la rutina?).
Cuando termina de descargar todas las cajas de mudanza, el conductor de la
furgoneta arranca y se marcha, dejando a mi nuevo vecino en la estacada. Una sonrisa
malévola se dibuja en mi rostro cuando me imagino al chico nuevo teniendo que
cargar con todo ese peso él solito hasta el tercer piso. Y sin ascensor.
Por primera vez, me alegro de que los del bajo y el primero votasen que no a la
derrama de colocar un nuevo ascensor.
Miko maúlla, sentado sobre mi pie izquierdo, para captar mi atención.
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— Sí, será divertido verle sudar la gota gorda — le respondo, soltando una leve
sonrisita.
Me acomodo en el sillón que hay junto a la ventana, con Miko en mi regazo y la
taza de té calentita bien aferrada entre ambas manos. Por unos instantes, visualizo mi
imagen desde el exterior y me digo a mí misma que debo de tener un aspecto de lo
más patético. ¿Qué chica de veinticinco años se comporta tan absurdamente en el
siglo XXI? En fin, no debería importarme. Yo soy yo, y ya sé que soy una especie en
extinción en este planeta llamado Tierra.
El vecino nuevo, al que he decidido bautizar como «action man» por su parecido
con el muñeco, reaparece para cargar con la siguiente tanda de cajas pesadas. No ha
subido y bajado más que un par de veces y ya parece estar agotado… Supongo que es
lo que tiene la musculación del gimnasio; mucho brazo pero poca resistencia. Suelto
una risita divertida y acaricio a Miko, que se revuelve sobre mis piernas, intranquilo.
Cuando vuelvo a alzar la mirada hacia mi nuevo pasatiempo, me encuentro con
Bárbara Moore corriendo en dirección al «action man».
— Vaya, vaya… — canturreo, divertida — , Dios los cría y ellos se juntan.
Bárbara es mi vecina del cuarto, la chica que vive justo encima de mí.
Aunque no he tenido agallas para subir a llamarle la atención, debo confesar que
desde que se mudó mi calidad de vida ha disminuido considerablemente. Bárbara,
que sin duda podría ser comparada con la mismísima Barbie — como, da la
casualidad, se dirigen a ella sus amigos — , tiene una vida social tan amplia que deja
poco margen a sus horas de descanso y relax. Los miércoles sus amigas vienen al
piso a cenar pizza, los sábados siempre monta alguna fiesta y entre semana disfruta
bailando con la música a pleno volumen, fastidiando la hora de siesta de todos los
vecinos del bloque.
Les veo charlar, sonrientes, y tengo la sensación de que Bárbara se está
presentando. Estoy segura de que también le ha visto desde la ventana y ha decidido
no desaprovechar la ocasión de engatusarle (a fin de cuentas, él sí parece el tipo de
chico que a Bárbara le gusta). Bárbara coge un par de cajas, que parecen no contener
demasiados objetos pesados, y le sigue a «action man» hasta el interior del portal.
Los pierdo de vista, pero sigo escuchando la risa tonta de mi vecina de arriba
haciendo eco en las escaleras del rellano.
Al final, la curiosidad me vence y dejo la tacita de té sobre la mesa y a Miko en el
suelo para dirigirme sigilosamente hasta la puerta principal. Me coloco de puntillas
para poder observar a través de la mirilla y me quedo esperando hasta que ambos
aparecen en mi campo de visión. «Action man» abre la puerta contigua a mi vivienda,
la de la señora Collins, y Bárbara le sigue al interior con esa cara de niña mona
estúpida que tanto me repugna.
— ¡Dios, Ollie, ya basta! — me recrimino a mí misma.
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Sí, es verdad, quizás me esté pasando de la raya.
Me alejo unos pasos de la puerta, decidida a poner mi atención en ese nuevo libro
de Jojo Moyes que acabo de adquirir y que estoy deseando leer. ¿Qué más me da a mí
lo que hagan el «action man» y la Barbie insoportable?
No he caminado dos pasos cuando el timbre de mi piso resuena repetidas veces.
¡Dios, mío!, pienso estupefacta, ¿me habrán escuchado fisgoneándoles?
Me quedo inmóvil donde estoy, incapaz de tomar una decisión. ¿Respondo, o no
respondo? Entonces el timbre vuelve a sonar y termino armándome de valor para
abrir la maldita puerta.
— ¿Pero qué demonios estabas haciendo? — me pregunta Phoebe, haciéndose un
hueco para pasar al interior de mi piso — . ¡Has tardado una eternidad en abrirme la
puerta!
Suspiro aliviada, cerrando la puerta con rapidez tras ella. Phoebe camina hasta
Miko y lo saluda con dos breves golpecitos en la cabeza; después se gira hacia mí.
— Estaba… — comienzo, pensativa, sin saber muy bien qué decir.
¿Cómo voy a confesar que estaba cotilleando al nuevo vecino?
— ¡Da igual! ¡No importa! — me responde Phoebe, tumbándose en el sofá de mi
salita — . Lo importante ahora es mi crisis existencial.
Me siento a su lado, dibujando una sonrisa socarrona que sé que la desquiciará.
— ¿De verdad, Ollie? — inquiere con el ceño fruncido — . ¿Te hace gracia que
tenga una crisis existencial?
— Tienes una crisis existencial tres veces por semana — señalo, sin borrar mi
gesto divertido.
Ella suspira.
— Está bien… ¿Qué te ocurre ahora?
— Me he pesado — susurra en voz baja — , y peso siete kilos más que cuando
empecé a salir con Aaron.
Yo la escruto de arriba abajo, preguntándome si será cierta esa afirmación.
— Yo te veo igual…
— Pero no estoy igual — concluye de morros, cruzando sus brazos en jarras — ,
y tardaré, mínimo, dos o tres meses en bajarlos. Además, tendré que renunciar a
nuestro almuerzo diario.
— Yo te veo bien — insisto.
Phoebe levanta los pies para dejarme sitio en el sofá y, cuando me siento, vuelve
a colocarlos sobre mi regazo.
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— Pero no lo estoy.
Sé que mi amiga puede ser de lo más cabezota así que, finalmente, asiento
dándole la razón.
— Entonces no iremos a almorzar y problema solucionado.
— No es tan fácil, Ollie… No se trata de no almorzar o de no comer ni cenar…
¡Ni siquiera se trata de que los próximos meses me moriré de hambre!
— Venga, no te pongas melodramática…
Phoebe se incorpora levemente para mirarme a los ojos.
— Aaron me ha dejado — escupe de pronto, volviendo a derrumbarse en el sofá.
Tardo unos segundos en procesar lo que acaba de decirme.
— ¿Te ha dejado? — repito, incrédula — . ¿Pero no se supone que estabais muy
felices? ¿Qué ibais a organizar un viaje al Caribe para este verano?
— Blablabla… — canturrea — , todo eran mentiras. ¡Todo meeeeentiras!
— ¿Entonces…?
Mi amiga vuelve a incorporarse en el sofá, adquiriendo una posición más seria.
Me mira fijamente y soy consciente de que, a pesar de su capacidad de exageración,
está muy dolida con el asunto.
— Eso, entonces… eso. Me ha dejado porque ya no me quiere, y ahora tengo que
apuntarme a un gimnasio y empezar a sufrir en esa horrible máquina de torturas
llamada elíptica. ¿Te apuntarás conmigo, Ollie?
Abro los ojos como platos. ¿Apuntarme, yo? ¿Al gimnasio? ¡No puede hablarme
en serio!
— Yo… esto…
— ¡Por favor, Olivia! ¡No me digas que no! — exclama, fingiendo un leve
gimoteo — . ¡Te necesito!
Suspiro hondo, desesperada por el rumbo que ha tomado la conversación. Lo
último que quiero es pisar un gimnasio.
— Pero, Phoebe, ¿te ha dicho eso? ¿Qué dejaba la relación porque ya no te
quería? — pregunto, procurando desviar el tema de conversación.
Ella sonríe con ironía.
— No.
— ¿No? ¿Entonces qué te ha dicho?
Phoebe cruza sus brazos en jarras y ensancha esa sonrisa irónica que delata lo
dolida que se siente con el asunto. Esa manera de comportarse es bastante similar a
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cuando yo «río por no llorar».
— Primero me ha dicho que tenía que hablar conmigo muy seriamente y que
quería que nos viéramos para comer. ¿Y sabes qué, Ollie?
— ¿Qué…?
— Que como soy taaaaan estúpida, pensaba que el gilipollas de él planeaba
pedirme la mano.
— ¡Vaya!
— Sí, vaya. Así que he llegado al restaurante, hemos pedido la comida y cuando
nos han sacado los entrantes, va el tío y me suelta que no sabe si nuestra relación va
por buen camino…
— ¿En serio?
— Sí, en serio. Yo me he quedado helada, y le he respondido que las cosas iban
muy bien y que era normal agobiarse un poco cuando la cosa se empezaba a poner
seria.
— Ajá…
— Entonces Aaron me ha dicho que tenía algo que confesarme y que no podía
guardárselo más tiempo en su interior.
— ¡Oh, oh…!
— Sí, Ollie, ¡oh, oh! — repite, suspirando hondo — . Me quedo callada
esperando y va el gilipollas de Aaron y me suelta que estas últimas semanas ha estado
engañándome con otra chica… ¡Engañándome!
— ¡No me lo puedo creer…!
— Sí, créetelo. Pero la cosa no termina ahí, porque después de soltarme esa
bomba yo creí que comenzaría a suplicar y me pediría piedad y que lo perdonase…
¡Pero encima me cuenta que sigue viéndose con ella y que esa noche han quedado
para cenar! ¿Te lo puedes creer, Ollie?
— No, no me lo puedo cre…
— ¡Y que lo mejor es que nos demos un tiempo hasta que se aclare las ideas!
Phoebe se tapa el rostro con ambas manos y respira hondo, relajándose, mientras
yo intento encontrar las palabras adecuadas para ayudarla a superar su «crisis
existencial».
— No sé qué decir, Phoebe… Ese tío es idiota — señalo, evidenciando lo
evidente.
Ella vuelve a descubrir su rostro.
— Ahora tenemos que apuntarnos al gimnasio, porque si no adelgazo estos
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malditos siete kilos, ¿quién me querrá, Ollie? ¡Nadie! ¡Nadie me querrá!
Incapaz de pasar por alto el plural que ha empleado, decido darme por vencida y
hacer feliz a mi amiga.
— Está bien, nos apuntaremos a un gimnasio.
Una sonrisa sincera se ensancha en su rostro y Phoebe se lanza sobre mí para
abrazarme.
— ¡Gracias, gracias! — exclama, liberándome de su abrazo de boa constrictor
— . No te imaginas la pereza que me da tener que volver a ese rollo de las citas, a
tontear con chicos, a salir de fiesta… ¿Hace cuánto que no vamos a una fiesta, Ollie?
Espantada, me encojo de hombros mientras rezo porque Phoebe no esté
planeando llevarme a una.
— ¡Dios, estamos fuera de onda! — añade ella.
Pero no tengo tiempo para responder porque un estruendo clamoroso distrae
nuestra atención. El sonido viene del rellano, así que ambas nos levantamos del sofá
para cotillear por la mirilla. Incluso Miko, que se había mantenido en un segundo
plano hasta el momento, nos acompaña hasta la puerta maullando como un loco.
Observo a Bárbara y al «action man» de cuclillas, recogiendo el contenido de una
de las cajas de mudanza que mi vecina de arriba debe de haber tirado al suelo.
— Lo siento muchísimo — escucho decir a la Barbie de arriba — . ¿Qué te
parece si te compenso con una cena?
El «action man» se ríe con la misma sonrisa de tía estúpida que emplea Bárbara
para tontear.
— No, no… ¡De eso ni hablar! — responde, baboseando — . Bastante haces
ayudándome con la mudanza… ¿Por qué no te invito yo a cenar?
¡Puagh!, pienso, ¡son repugnantes!
— ¿Qué está pasando, Ollie? — pregunta Phoebe, curiosa.
Yo me encojo de hombros y me alejo de la puerta.
— Tengo un nuevo vecino en casa de la señora Collins. Se está mudando ahora
mismo…
— ¡Ah! — exclama mi amiga, perdiendo el interés inmediatamente — . Creí que
alguien se había resbalado y abierto la crisma… ¡Qué decepcionante!
Phoebe regresa al sofá y se deja caer otra vez en él, aparentemente abatida.
En realidad, aunque se esté tomando todo esto de tan buen humor, sé que en el fondo
debe de estar sufriendo mucho.
— Ollie, ¿tienes chocolate? — inquiere, fingiendo unos pucheros de niña
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pequeña — . ¡Necesito chocolate!
— ¿Pero no ibas a apuntarte al gimnasio?
Ella se encoge de hombros.
— Sí, pero eso será mañana. Hoy necesito chocolate…
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Después del chocolate, terminamos cenando una pizza con doble de mozzarella y
un helado de vainilla y caramelo mientras vemos Pretty Woman por decimoquinta
vez. Gracias a Dios, no soy el tipo de chica que cuenta hasta la última caloría que
ingiere, porque sospecho que si no me llevaría las manos a la cabeza con la visita que
Phoebe me ha hecho hoy.
Sobre las nueve me quedo sola en casa, cosa que agradezco muchísimo.
Retomo mi tarea habitual del domingo a esas horas, que se resume en ducharme,
preparar la ropa que llevaré al trabajo al día siguiente y meterme en la cama para leer
un buen rato antes de dormir.
Miko se acurruca a mi lado, hecho un ovillo sobre la almohada, y yo cojo entre
mis manos el libro que se me lleva resistiendo toda la tarde. Aspiro el aroma a papel
que desprende y saboreo por unos instantes ese maravilloso instante que se siente
antes de comenzar una nueva historia.
¡Por fin mi ratito de paz!, me digo a mí misma.
— Buenas noches, Miko… — susurro a mi gato, acariciándole entre las orejas.
Apago la luz del techo y regulo la de la mesilla de noche hasta lograr un ambiente
que inspira a relajarse. Después abro el libro por la primera página y, de una vez por
todas, comienzo mi lectura. Pero mi pequeño instante de felicidad es tan corto que ni
siquiera tengo opción saborearlo.
Boom, boom, boom… ¡Mi maldito vecino va a tirar la casa abajo!
Miko salta de la cama el primero, y yo le sigo en busca de mi bata. Estoy
dispuesta a salir en busca del «action man» para llamarle la atención cuando, a los
golpes contra la pared, se le suma el leve sonido de unos muelles.
— ¡Oh, no! — exclamo, llevándome las manos a la cabeza — . ¡No puede ser!
¿De verdad están…? ¿Barbie y él…? ¿Tan pronto…?
¡Por Dios! ¡Pero si acaban de conocerse!
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Decido que, con diferencia, este es el peor domingo de mi vida. Además,
sospecho que si Bárbara y el «action man» deciden continuar con esa maldita relación
tendré que buscarme un nuevo piso y trasladarme a otro lugar.
Me acurruco en el sillón de la salita y me tapo con una manta, decidida a ignorar
los actos sexuales de mis queridos vecinos. Desde aquí, al menos, se escucha un poco
menos el cabecero de la cama golpeando la pared.
— Esto es increíble… — le digo a Miko, que parece estar totalmente de acuerdo
conmigo.
Un par de horas después, termino cerrando los ojos y quedándome dormida en la
misma postura en que estoy.
Cuando me despierto me duele la espalda, no puedo mover el cuello y, para
colmo, me encuentro somnolienta. Los lunes, de por sí, suelen ser el día más difícil
de superar de toda la semana… Pero supongo que éste me costará especialmente más.
Me doy una ducha que no consigue despejarme y me visto con rapidez para
acudir al trabajo. En mi horario pone que hoy me toca a mí abrir la biblioteca, así que
no puedo permitirme el lujo de llegar unos minutos tarde; por lo tanto, no tengo
tiempo a desayunar. Si no estuviera tan cansada y no me hubiera quedado atontada en
la ducha podría haberme comido mis tostadas tranquilamente, pero en cambio, tendré
que conformarme con una barrita energética de camino a mi puesto de trabajo.
¡Genial!
Preparo mi bolso, me despido de Miko y salgo por la puerta esperando no tener
ningún tipo de incidente más. Pero no, eso también era demasiado pedir, así que
cuando salgo al rellano del edificio, me choco de bruces con el «action man» y
Bárbara, que se están despidiendo melosamente tras su noche desenfrenada de pasión.
— ¡Eh, Olivia! — me saluda la Barbie, con un gesto en el semblante de
satisfacción — . ¡Que tengas un buen lunes!
Sonrío levemente y, sin mirarles, echo a correr escaleras abajo.
Antes de abandonar el edificio, me pregunto mentalmente si la asquerosa de Bárbara
habrá montado semejante escándalo en la cama sólo para fastidiar mi sueño….
Porque si no, no me lo explico. Es imposible ser tan escandaloso sin quererlo.
Llego cuatro minutos tarde a la biblioteca, pero gracias a Dios, la suerte me
concede una pequeña tregua y no hay nadie esperándome en la puerta.
Supongo que ningún cliente pondría una queja porque una empleada abra con cuatro
minutos de retraso, pero prefiero no arriesgarme…
La siguiente hora la dedico a reorganizar los libros nuevos que han llegado y a
quitar el polvo de los estantes.
Estoy muerta de sueño y no puedo dejar de bostezar, así que lo único que deseo
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durante la mañana es que llegue mi hora del almuerzo para que pueda cerrar con llave
la puerta de la biblioteca y echarme una cabezadita en la silla de recepción. Como
norma general, suelo salir a comer con Phoebe a la cafetería de Jhons & Jerry’s, pero
supongo que su plan de dieta extrema la obligará a saltarse nuestra cita. Mejor.
Cuando ya he terminado de archivar los nuevos títulos, me siento junto a la
ventana a ver pasar la vida. Estoy tan agotada que ni siquiera me apetece leer, y
después de la lectura debo confesar que éste es mi siguiente entretenimiento
principal; cotillear. Sí, ya sé que no es un entretenimiento honrado, pero… ¿Acaso
existe una persona cuerda en Nueva York que no disfrute haciéndolo? Si crees
conocer a alguna, te ha mentido. Créeme.
El anciano que se cayó en el paso de cebra la semana pasada se ha sentado a dar
de comer migas de pan a los pajaritos. Le he visto caminar hasta la plaza, y me
sorprendo al comprobar que ya no cojea. ¡Guau, menuda capacidad de recuperación!,
pienso, mientras intento calcular la edad que tendrá. ¿Setenta y cinco? ¿Ochenta? Si
yo me hubiese dado semejante tortazo aún seguiría en la cama (o en el hospital).
Por fin llega la hora de almorzar, así que echo el cerrojo de la puerta y me
acomodo en la butaca de lectura para cerrar los ojos un ratito. Tengo dos horas de
siesta por delante; no está nada mal. Poco a poco empiezo a ceder al cansancio y,
cuando por fin consigo quedarme dormida plácidamente, alguien me despierta
aporreando la puerta sin piedad.
— ¡Ollie! ¡Olivia! ¿Estás ahí?
No tardo demasiado en reconocer su tono de voz chillón: Phoebs.
¿Pero no había dicho que iba a ponerse a dieta? Supongo que habrá decidido ir a
comer una ensalada o algo así, aunque sinceramente, hoy prefiero dormir a ingerir
calorías.
— Voy, voy…
Cuando abro la puerta, Phoebe me estrecha entre sus brazos con fuerza, con una
enorme sonrisa en el rostro. Trama algo, lo sé.
— ¿Qué ocurre? — pregunto, desperezándome.
Su sonrisa se ensancha en un gesto travieso y divertido.
¡Oh, no! ¿Qué ocurre?
— Verás, ¿te acuerdas que te comenté lo del gimnasio? — comienza, frotándose
las manos.
— Sí…
— Pues me he pasado para apuntarnos…
— ¿Ya? — pregunto, asustada.
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Lo último que me apetece es subirme a una bicicleta estática.
— Y me han dicho que la lista de espera es larga. Tardarán un mes, quizás dos, en
llamarnos.
— ¡Genial! — exclamo, sin poder ocultar mi entusiasmo.
Por fin un golpe de suerte.
Mientras hablamos, Phoebe va tirando de mí para que salgamos de la biblioteca.
Se encarga de coger mi abrigo y mi bolso y me empuja para abandonar la estancia,
parloteando sin parar.
— ¿Pero cómo demonios voy a estar un mes, o dos, con estos siete kilos de más
encima, Ollie? ¿Tú me has visto?
Pongo los ojos en blanco y decido ignorarla.
— Bueno, entonces, se me ha ocurrido otra nueva idea — continúa ella.
¡Oh, no! ¡Otra idea no!
— Le he preguntado a la amable señorita de recepción si tenían algún otro tipo de
actividad, y resulta que tenían dos plazas libres en una de ellas.
— ¿De verdad? Vaya…
— Lo mejor de todo es que no tendremos que esperar ninguna lista y que las
clases tienen un horario buenísimo.
La miro con escepticismo, preguntándome a dónde quiere ir a parar.
— Ah, ¿sí?
Phoebe asiente con la cabeza de manera entusiasta.
— ¿Adivinas cuándo empezamos? — me pregunta mientras nos subimos a su
coche.
— Phoebs… — murmuro, esperando que mis sospechas no estén en lo cierto.
Desvío la mirada hacia el asiento trasero y veo dos enormes bolsas de deporte
esperando pacientemente.
¡Oh, Dios mío!
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— No me puedo creer que me estés haciendo esto, Phoebe…
Nos estamos cambiando de ropa en el vestuario del gimnasio y mi amiga parece
de lo más divertida.
— ¿De verdad? ¿Kickboxing? ¿En serio te parece un deporte adecuado para
nosotras?
— Será divertido — asegura, fingiendo unos pucheritos de niña buena.
— Ya claro, será divertido… ¿También dirás eso cuando alguien te descoloque la
dentadura de una patada?
Phoebe suelta una risotada que capta la atención del resto de las chicas del
vestuario.
— Para algo está el monitor, Ollie… Nadie te descolocará la dentadura.
Ya veremos, pienso, mientras nos dirigimos a la sala de gimnasia donde se
imparte la disciplina en cuestión. Estoy segura de que cuando abandone este lugar, mi
aspecto se asemejará al del anciano que se cayó en el paso de cebra la semana pasada.
Mis ganas de salir corriendo aumentan cuando me doy cuenta de que no es una
clase femenina, sino mixta. Un montón de tíos se aglomeran en la esquina del fondo,
con sus guantes preparados en unos ganchos que hay en la pared.
Un escalofrío me recorre de arriba abajo. Esto no pinta bien. Nada bien.
— Esto no saldrá bien… — canturreo para que mi amiga pueda escucharme.
Ella me empuja para que dé un paso hacia delante y guarde silencio.
El monitor — que es guapísimo, por cierto — , comienza una breve presentación
de las personas que hemos llegado en el último instante. Al parecer ya llevan varias
semanas de clases, pero nos asegura que no afectará en absoluto a nuestro
aprendizaje. Dos chicas más se unen a nosotras poco después, así que me siento un
tanto aliviada hasta que comenzamos los ejercicios y me doy cuenta de que esto no
sólo será un verdadero desastre, sino que, además, se convertirá en mi peor pesadilla.
Eric, nuestro monitor, nos pide que comencemos a correr en círculo y que
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mantengamos una respiración constante. Los primeros tres minutos todo marcha
sobre ruedas, pero poco después mi rostro comienza a tomar un color enrojecido y me
doy cuenta de que me cuesta muchísimo respirar. Phoebe parece estar pasándolo tan
mal como yo, pero ninguna de las dos nos quejamos en voz alta para no hacer el
ridículo — parece que somos las únicas que estamos sufriendo — .
— ¡Aumentad el ritmo, máquinas! — grita Eric, dando una sonora palmada de
motivación.
— ¿Phoebs? — pregunto, con los ojos desorbitados.
Ella me mira con la misma expresión de horror.
— ¿Máquinas? ¿Por qué nos llama máquinas? — inquiere mi amiga, arrastrando
un pie detrás de otro a mi lado mientras una gruesa capa de sudor recorre su frente.
Entonces, nuestro guapo y simpático monitor de kickboxing, nos dice que cuando
diga “uno” tendremos que parar, hacer una sentadilla y después seguir corriendo.
Cuando grita el número en cuestión, todo el mundo cumple la orden inmediatamente.
— ¡Muy bien, máquinas! ¡Cuando grite el número “dos” todos haréis una flexión!
— Phoebe… ¡No puedo! — suelto, horrorizada.
¿Dónde demonios me ha metido? ¿Pero qué es esto?
Yo, que sólo quería echarme una siestecita y sacarme de la cabeza la movidita noche
que han pasado «action man» y Barbie…
— Sí puedes, Ollie… ¡Eres una máquina! — me dice, escupiendo las palabras
entre suspiros ahogados.
Me doy cuenta de que no puede ni respirar, así que ambas debemos de tener un
aspecto bastante similar.
Ya llevamos veinte minutos corriendo; vamos, una eternidad. Eric grita cada pocos
segundos “uno” y “dos”, pero en ningún momento nos dice: ¡parad, máquinas!
Cuando vuelve hablar, pienso que la tortura terminará por fin, pero estoy equivocada.
—¡ Cuando grite “tres” dejaréis de correr, haréis una sentadilla seguida de una
flexión y seguiréis trotando en el círculo, máquinas!
— Quiero morirme… — susurro en voz baja, sopesando si podré soportar el
resto de la hora antes de echarme a llorar como una chiquilla.
¿No se suponía que esto era “kickboxing”? ¿No deberíamos de estar pegando
patadas y puñetazos en plan Chuck Norris?
Nos ordena dejar de correr y empezamos con una serie de abdominales que es
demoledora. Cuando terminamos con toda esa clase de ejercicios y Eric nos ordena
pasar a la verdadera acción, yo ya no siento mis piernas, ni mis brazos, ni sé dónde
estoy, ni cómo me llamo, ni en qué siglo vivimos…
Nos va emparejando de dos en dos y, por suerte para mí, la clase tiene un número
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de alumnos impar y yo me quedo la última. Supongo que el monitor me ha visto tan
mal aspecto que no me considera digna de ser contrincante de nadie.
— Olivia, ¿verdad? — pregunta Eric.
Yo asiento tímidamente.
— Tú te quedarás conmigo — señala, haciendo un gesto para que me acerque a
él.
Camino un paso a frente, obediente, mientras busco a Phoebe para lanzarle una
mirada asesina. Ésta me la pagará, seguro…
— Veamos — continúa Eric, haciendo que todos los presentes le presten su
atención — . Empezaremos con una serie de técnicas. Os mostraré cómo hacerlo y
después seguiréis mi ejemplo con vuestro compañero.
Todos asienten y guardan silencio, expectantes.
Eric camina dos pasos en mi dirección y se queda a pocos centímetros de distancia.
¡Qué bien huele!, pienso, sonriendo como una niña tonta cuando él me agarra de
ambas muñecas. Al menos, ya no tengo que correr más, lo que me supone un gran
alivio. Estoy segura de que no sería capaz de dar otra sola vuelta sin desmayarme de
cansancio.
— Mantén las manos así, en alto, y no te muevas. ¿Bien?
— Bien.
El guapísimo de nuestro monitor me entrega dos almohadillas para que sujete con
fuerza con cada mano. Después, pillándome desprevenida, me lanza un gancho de
derechas que me tambalea y, sin poder remediarlo, termino perdiendo el equilibrio y
cayéndome de culo contra el suelo.
Mientras me levanto, escucho el murmullo de una leve risita entre los alumnos.
¡Genial! ¡Ahora soy el hazmerreír de la clase!
— ¿Estás bien?
— Sí, sí… — me apresuro a responder, fingiendo la mejor de mis sonrisas.
Pero en realidad, no estoy bien. Me siento exhausta y me duele el coxis del
porrazo que me acabo de pegar.
— Seguimos… — me indica, elevando mis manos con un gesto rápido.
Y en ese preciso instante, soy consciente de que si vuelve a golpearme con tanta
fuerza terminaré desplomándome hacia detrás por segunda vez. ¡Estoy tan agotada
que ni siquiera soy capaz de mantenerme erguida!
Su mano vuela hacia la almohadilla que yo sostengo en alto y, en el último segundo,
un acto reflejo me impulsa a retirar los brazos. El golpe me da de lleno en el rostro y
mientras me desmorono dolorida al suelo escucho el crujir de mi nariz.
— ¡¡Ollie!! — grita Phoebe, preocupada.
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— ¿Olivia? — inquiere el profesor, sujetándome por ambos hombros.
Asiento con la cabeza, intentando hacerles ver que me encuentro bien, hasta que
siento el hilillo rojo de sangre que cae desde los orificios de mi nariz hasta la
comisura de mi boca.
— Estoy… ¿sangrando? — pregunto, un instante antes de perder el
conocimiento.
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La imagen que me devuelve el espejo del vestuario es, simplemente, horrible. El
auxiliar de medicina del gimnasio me ha asegurado que esté rota o no la nariz, en el
hospital lo único que harán por mí será colocarme una célula exactamente igual a la
que él me ha puesto.
Tengo la nariz amoratada, con una célula que la recubre y encima parezco un tomate
andante. Genial. Eso sin contar con el dolor que recorre cada sección de la que está
compuesto mi cuerpo, claro.
— ¿Ves? — susurra Phoebe en mi espalda, observando también el reflejo del
espejo — . No ha sido tan malo…, tienes toda la dentadura en su sitio.
Le lanzo una mirada fulminante y ella me sonríe levemente.
— Está bien, está bien… No ha sido una buena idea.
— ¿Seguro? — pregunto, señalándome la cara.
Ella se encoge de hombros.
— No vendremos más, de verdad — me dice, propinándome una palmadita de
ánimo — . Esperaremos a que nos llamen del gimnasio…
Yo la vuelvo a observar, pero esta vez espantada.
Phoebe tiene que haberse vuelto loca de remate tras la ruptura con Aaron si de verdad
se piensa que volveré a pisar un gimnasio en lo que me resta de vida.
— ¡Está bien! — se rinde, finalmente — . ¿Qué te parece si vamos a andar de
vez en cuando? Como las abuelas…
— Muy de vez en cuando — contraataco — . Dos veces por semana.
— Tres veces por semana y tú decides el camino — concluye, sonriente.
Escogeré el mismo recorrido que hace la anciana del andador que da miguitas de
pan a las palomas de la iglesia.
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— ¡Te veo luego! — exclama, despidiéndose de mí.
Gracias a Dios, a lo largo de la tarde no entran demasiados socios a la biblioteca.
La mayoría de ellos me conocen desde que empecé a trabajar aquí, pero por alguna
razón ninguno de los presentes decide acercarse a mí para preguntarme qué me ha
pasado. Lo agradezco. Sería terrible tener que admitir que en mi primera clase de
kickboxing mi profesor me ha dejado K.O total.
La última hora, la paso leyendo la novela de Jojo Moyes que intenté comenzar el
día anterior y haciendo un esfuerzo sobrenatural por mantener mis párpados abiertos.
Antes de abandonar mi puesto de trabajo, me tomo un par de analgésicos del botiquín
para calmar el dolor palpitante que siento en la nariz y por fin, me encamino hacia mi
hogar.
El día ha sido…, nefasto.
Si fuera supersticiosa estaría convencida de que alguien me habría echado un mal de
ojo o algo así, porque tantas desgracias juntas en tan pocas horas son difíciles de
asimilar.
Por fin se terminó todo, pienso para mí misma justo antes de suplicarles a los
dioses para que envíen a Barbie y a «action man» a un hotel por lo que resta de día.
Definitivamente, no puedo más.
— ¡NO, NO!
¿Y ahora, qué ocurre?, me pregunto, girándome en dirección a los gritos sordos
que están teniendo lugar en mi espalda.
— ¡Oh, Dios mío! — exclamo, levantando las manos en alto y dejando caer mi
bolso en señal de rendición.
Un ladrón semi-encapuchado acaba de robarle el bolso a una anciana, justo detrás
de mí. Me quedo petrificada contemplando cómo le propina un fuerte golpe con un
objeto que tiene en la mano y, después, mi cuerpo comienza a temblar
convulsivamente. Quiero salir corriendo, pero mis piernas se niegan a cumplir la
orden que les estoy enviado. El encapuchado se acerca a mí con paso apresurado,
pero antes de que me alcance, el pánico me sobrepasa y termino perdiendo el
conocimiento.
Me despierta el sonido de las sirenas de la ambulancia y el barullo que se ha
formado a mi alrededor. Me llevo la mano a la cabeza, consciente de que he debido
de recibir un fuerte golpe al caer al suelo y de que se ha formado un chichón en mi
frente. Poco a poco voy recordando todo lo que ha sucedido hoy: la clase fatídica de
kickboxing, el sueño atroz que he sufrido a lo largo del día, la penosa ensalada que he
comido en las últimas ocho horas y, cómo no, el ladrón golpeando a la ancianita para
robarle el bolso.
Alguien me sostiene para que pueda erguirme, mientras un grupo de transeúntes
que se ha detenido a cotillear comienza a atosigarme con preguntas y presiento que,
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de un momento a otro, volveré a perder el conocimiento.
— ¡Por favor, por favor! — grita un agente de policía, haciéndose paso entre la
gente — . ¡Dejad a la joven su espacio, por favor! ¡Necesita respirar!
— Gracias… — susurro con voz alicaída.
Poco a poco mi visión se va estabilizando y, cuando un enfermero auxiliar me
levanta del suelo para acompañarme hasta la ambulancia, diviso a la pobre ancianita
tumbada en una camilla.
— Nos la llevamos al hospital — me cuenta el chico que me atiende — . El
golpe que ha recibido en la cabeza ha sido bastante fuerte, no tiene buena pinta…
— ¡Oh!
— El tuyo tampoco se queda atrás. ¿Con qué os ha golpeado?
— A mí no me ha golpeado, me desmayé — explico, ruborizada.
No suena demasiado heroico, ¿pero qué otra cosa puedo decir si es la verdad?
— Es normal, los momentos de alta tensión pueden provocar el
desfallecimiento…
Bueno, al menos, no soy un bicho raro, pienso.
— ¿Qué te ha pasado la nariz?
— Me golpearon en clase de kickboxing — señalo.
El chico no comenta nada al respecto.
Me coloca una tirita en la frente — una que hace juego con la célula que llevo
pegada en la nariz — y después me indica que un agente de la policía está esperando
para hablar conmigo.
— Espera aquí unos instantes hasta que termine de interrogar al testigo que llamó
a la ambulancia.
Obediente, me quedo inmóvil sentada en el borde de la acera.
La ambulancia no tarda demasiado en salir pitando en dirección al hospital y, de
nuevo, presiento esa mala sensación que me indica que algo no va bien. Pobre
señora… Espero que se recupere del golpe y del susto.
¡Oh, Dios Santo!
Por primera vez desde que he recobrado el conocimiento soy consciente de la
gravedad real de lo que acaba de suceder. ¡Han atracado y agredido a una mujer
delante de mis narices, justo en frente de mi trabajo! ¿Pero en qué clase de mundo
vivimos? ¿Y qué clase de seguridad existe para los peatones si un ladrón puede
agredir y atracar a plena luz del día y marcharse de rositas?
El mundo es un caos.
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— ¿Señorita?
El policía se planta frente a mí y comienza el interrogatorio sin andarse con
rodeos. Las preguntas que me hace son sencillas; ¿qué vio?, ¿reconoció al ladrón?,
¿podría indicar algún rasgo característico del agresor?, ¿sabría decirme en qué
dirección escapó?
Por desgracia, no soy capaz de responder con certeza ni una sola de ellas, así que mi
ayuda no les resulta muy útil.
Me encuentro tan fatigada que me quedo dormida en el coche patrulla en lo que
dura el trayecto desde el lugar del accidente hasta mi casa.
— Descanse, señorita. Necesita recuperar fuerzas — mi indica el agente a modo
de despedida.
Desde luego que lo necesito.
— Gracias — respondo secamente.
El coche patrulla se aleja calle abajo con las luces encendidas y yo me quedo
contemplándolo hasta que por fin se sale de mi campo de visión.
Ya está, por fin ha terminado el día.
De camino al portal de mi edificio, voy planeando lo que haré nada más traspasar
el umbral de mi hogar; daré de comer a Miko, me daré una larga y reconfortante
ducha de agua calentita, me pondré el pijama, me acurrucaré en la cama para ver la
televisión…
— Nada más traspasar el umbral de mi hogar… — repito en voz alta, consciente
de que mi pesadilla no ha terminado.
¡¿Dónde demonios está mi bolso?! ¡Oh, no, no! ¡No puede ser verdad!
Mi teléfono móvil, mis llaves de casa, mi agenda, mi maquillaje… ¡Todo! ¡Ese
despiadado psicópata me lo ha robado todo y no he sido consciente hasta ahora!
Ya no puedo más; desde luego que no.
Me siento en el suelo y, sin poder contenerme, comienzo a llorar como una niña
pequeña. Sé que esto no me va a ayudar a solucionar mi problema, pero la situación
me ha superado por completo. Sin ningún atisbo de duda: este es el peor día de toda
mi existencia. Y eso que he tenido muchos días malos, como por ejemplo, aquel día
que suspendí el carné de conducir por olvidarme del cinturón de seguridad, o aquel
otro que vomité delante de todos mis compañeros en clase de biología, o la primera
vez que me bajó la regla en las duchas del vestuario… Pero jamás de los jamases me
había sentido tan abatida hasta este momento.
— ¿Olivia? ¿Eres Olivia, verdad?
Levanto la mirada acuosa hacia la persona que me reclama.
¡Lo que me faltaba! ¡El imbécil de «action man»!
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Sin responderle, vuelvo a hundir la cabeza entre mis piernas y continúo llorando
desconsolada.
— Creo que no me he presentado en condiciones, aunque nos hemos cruzado en
el rellano esta mañana… ¿Te acuerdas? — pregunta con un hilillo de voz — , soy tu
nuevo vecino…
¡Lárgate, idiota!
— No sé qué es lo que te ha pasado, pero parece que has tenido un día
complicado, ¿no? Quizás pueda ayudarte en algo… Me llamo Jack, por cierto.
En ese momento, un artículo que leí en la Cosmo hace años regresa a mi mente.
Ese artículo decía que cuando una persona sufre un mal día es porque algo lo ha
desencadenado, y cuando Jack, el «action man», se empieza a presentar sin que yo se
lo pida, algo en mi cabeza hace «click» y comprendo que todo este cúmulo de
desgracias que me han ocurrido son por… ¡su culpa! ¡Todo ha sido culpa suya!
Si el idiota y estúpido de Jack no se hubiera mudado a la casa de al lado, Bárbara
jamás lo habría conocido, yo no habría sufrido una noche de insomnio, me hubiese
sentido con fuerzas para enfrentarme a la ridícula clase de kickboxing, así que no me
habría roto la nariz y, por último, hubiese salido más tarde de trabajar y mi camino
jamás se hubiera cruzado con el del psicópata de turno.
— ¡No, Jack, no! — exclamo, gimoteando — . ¡No puedes ayudarme! ¡Tu nueva
amiguita y tú ya me habéis ayudado bastante!
El chico se queda observándome detenidamente.
— Mi…, ¿mi amiguita y yo? — repite, desconcertado.
¡Dios! ¡Si se queda frente a mí un segundo más terminaré atizándole!
Quizás, si le rompo de un puñetazo la nariz, el karma, el ying yang del universo y
todas esas tonterías vuelvan a estabilizarse.
— Olivia — murmura el chico con voz precavida — , ¿necesitas que avise a la
policía? ¿Qué llame a una ambulancia?
No merece la pena golpearle, pienso, secándome el rostro con la manga del
jersey, rabiosa. Aunque lo hiciera, mi situación seguiría siendo la misma.
— ¿Por qué no haces algo útil y llamas a un maldito cerrajero? — le ordeno,
colérica — . ¡Miko tiene que cenar!
¡Oh, lo que daría porque la buena de la señora Collins, la antigua dueña de Miko,
continuase viva!
— ¿Has perdido las llaves? Si es así… — comienza a decir entrecortadamente
— , quizás yo pueda ayudarte a entrar en casa.
— ¿Tú puedes abrir la puerta de mi casa? — pregunto con desconfianza.
Él asiente.
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— ¡Palabra de boy scout! — bromea.
O al menos, espero que esté bromeando.
— Está bien, ayúdame a entrar en casa.
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5
Jack abre con sus llaves la puerta del portal y ambos subimos hasta el tercer piso.
Entramos en su casa y me pide que le espere en el salón mientras busca entre sus
pertenencias alguna antigua radiografía para forzar la cerradura.
La verdad es que dudo que ese truco de la radiografía funcione. Por muy boy scout
que se crea, esto no es una película y él no es James Bond; pero es la última
esperanza que me queda, así que aunque lo piense, no digo nada en voz alta. A estas
horas de la tarde un cerrajero de urgencia tardaría varias horas en acudir en mi
auxilio, lo que podría convertirse en otra tortura más para sumarle al día.
El salón del «action man» es un verdadero caos. Al parecer, ayer estuvo
demasiado ocupado con Bárbara como para desempaquetar y ordenar las cajas con
sus pertenencias, así que cada esquina que me rodea está repleta de trastos y de ropa.
— ¿Te apetece contarme lo que te ha pasado? — me pregunta, escrutando mi
penoso estado.
Se agacha en el suelo para continuar rebuscando entre las carpetas que hay en una
caja de cartón.
— Es una larga historia — resumo, agotada.
Incluso hablar en voz alta me supone un esfuerzo sobre humano.
— Podrías empezar desde el principio — propone, guiñándome un ojo.
Lo último que me apetece es hablar contigo, pienso para mí misma.
Aunque no lo digo en voz alta, mi nuevo vecino «action man» tuerce el rostro en una
mueca de disgusto. Al parecer sabe darse por aludido.
— ¿Sabes qué, Olivia? — me dice, levantándose del suelo — . Tienes pinta de
necesitar una copa.
Me quedó mirándole como las vacas al tren, sin saber si echarme a reír o a llorar.
— No lo sabes tú bien…
— ¿Qué te parece si, mientras busco la radiografía, te tomas algo? — propone,
dibujando una leve sonrisa en su rostro de muñeco perfecto — . Relájate y deja que
yo me encargue de rescatar a… ¿Miko? Seguro que tu perro puede esperar un poco
para cenar.
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— Mi gato — le corrijo, enfurruñada.
¡Dios! ¿Por qué se está comportando con tanta amabilidad?
Es difícil odiar a alguien si se actúa tan afablemente.
— ¿Vodka? ¿Ginebra?
— Vodka.
— Está bien, vodka… — canturrea, mientras rebusca en otra caja hasta dar con
dos vasos — . ¿Te importa si te acompaño?
Yo me encojo de hombros.
Tres copas de vodka después, la vida me parece de otro color y mi cansancio
físico y emocional parece haber menguado notablemente. Incluso el insoportable de
mi vecino empieza a parecerme mejor persona, lo que resulta todo un logro.
— ¡Eh, Olivia! — señala Jack, alzando en alto una radiografía.
¡Por fin!
— ¡Eureka! — exclamo, sonriente.
Si cuando hemos llegado la casa de la señora Collins — quiero decir, la de Jack
— ya era un verdadero desastre, después de la exhaustiva búsqueda de la radiografía
se ha transformado en una auténtica leonera inhabitable y no puedo evitar
compadecerme del pobre Jack.
Bueno, eso de pobre… Ya sé que no tiene nada de pobre, claro. Pero empiezo a
pensar que quizás le he juzgado inapropiadamente y que merece una segunda
oportunidad.
— ¿Brindamos? — pregunta, rellenando mi vaso de alcohol — . ¡Por la
radiografía!
— ¿No deberíamos abrir la puerta de mi casa antes de celebrar algo?
Jack suelta una carcajada y, por primera vez, me doy cuenta de que quizás, así, al
natural, sí que pueda ser mi tipo.
— ¿Y si brindamos ahora y después de abrir la puerta?
Acepto y sin pensarlo dos veces, ingiero de un solo trago todo el contenido del
vaso.
Cuando me levanto del sofá me siento mareada y algo borracha, pero mantengo la
compostura lo mejor que puedo y acompaño a Jack al rellano para contemplar cómo
desarrolla sus conocimientos de boy scout.
— Esto será pan comido, Olivia… — fanfarronea, sonriente.
Cualquier otro día me hubiese resultado una actitud prepotente y arrogante, pero
hoy… En fin, hoy es mi héroe. Si consigue ayudarme a entrar en casa, le estaré
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eternamente agradecida hasta el fin de mis días.
— Ya veremos — le reto, esperando que sirva como incentivo para que se
aplique en la tarea.
Jack introduce la radiografía en la ranura de la puerta y, agarrando el picaporte
con una mano, comienza a agitarlo mientras desciende hasta los engranajes. Miko,
que está escuchándonos al otro lado, no para de maullar. Pobrecito, tiene que estar
muerto de hambre.
El primer intento resulta fallido, así que prueba una segunda vez mientras va
aumentando la fuerza con la que sacude la puerta.
— ¡Y… ya está! — exclama, abriendo la puerta de par en par.
— ¡No me lo puedo creer! ¡Lo has conseguido! — grito, eufórica.
Es increíble que después de un día como el de hoy por fin vaya a poder descansar
en mi casa.
— Te había dado mi palabra de scout, ¿no?
Miko sale corriendo al rellano y se enrosca entre mis pies, feliz por volver a
verme. Me siento demasiado mareada para agacharme y saludarle, así que bisbiseo
para que sepa que yo también estoy contenta de estar de vuelta.
Cuando me dispongo a traspasar el umbral, el vodka de más que he ingerido hace
acto de presencia y me tambaleo sin equilibrio hasta que Jack me agarra de la cintura
y vuelve a estabilizarme.
— ¿Estás bien? — pregunta, sin romper el contacto que se ha formado entre
nosotros.
Yo sacudo la cabeza en señal afirmativa, degustando el dulce aroma que
desprende mi apartamento.
Por fin estoy en casa.
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No quiero levantarme de la cama porque estoy realmente agotada, pero Miko no
me da tregua. Me niego a abrir los ojos a pesar de que le escucho maullar, una y otra
vez, sin descanso. ¿Tendrá hambre? ¿Querrá jugar? ¿Estará aburrido?
— Un ratito más, Miko — ronroneo, esforzándome por seguir durmiendo — .
Cinco minutitos, por favor…
¿Con qué estaba soñando antes de que Miko se despertara? Ya no me acuerdo.
Mi querido gatito vuelve a maullar insistentemente y, al final, decido levantarme.
Abro los ojos y me sorprendo al comprobar que aún no ha amanecido del todo y que
la luz se filtra escuetamente entre las cortinas. Miko me da un lametazo en la mano
que me cuelga desde la cama y yo interpreto que me está metiendo prisa para que le
llene el comedero con su lata de salmón.
— Voy, voy…
El despertador me indica que aún son las siete menos cuarto de la mañana;
demasiado temprano para mi horario habitual. Además, estoy… ¡Oh, Dios mío! ¿Qué
me está pasando? Cuando intento incorporarme sobre el colchón, unas mil punzadas
de dolor se incrustan en mis músculos y en mis huesos. ¡Me duelen las extremidades,
me duelen hasta las pestañas!
Está bien, Olivia, relájate…, me tranquilizo mentalmente, intentando ordenar el día
de ayer para descubrir de dónde procede este desastre que tengo hoy por el cuerpo.
Poco a poco voy rememorando todo lo que me sucedió desde que Phoebe acudió a
visitarme en el almuerzo. Me llevo la mano a la cabeza en un acto reflejo y me palpo
el chinchón que tengo en la frente. Está bien, ahora ya sé porque estoy mareada y
porqué tengo tantísimas agujetas.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logro incoporarme en la colcha.
— ¡Oh, Dios mío…!
Bien; recuerdo perfectamente la clase de kickboxing, así que el dolor de mi nariz,
de mi coxis y mis agujetas tienen explicación. También recuerdo el atraco, el golpe al
caerme y chinchón de la frente, así que mi mareo también tiene explicación. Pero…
¡¡¿¿Cómo diablos me explico que estoy desnuda y que, en mi cama, hay un hombre
desnudo??!!
A pesar de las agujetas, salto de la cama de la forma más sigilosa que soy capaz y,
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espantada, corro hasta el salón cerrando la puerta de mi dormitorio tras de mí. Miko
vuelve a maullar desde dentro y me doy cuenta de que lo he dejado ahí, con el
desconocido que está desnudo en mi cama. Respiro hondo, regreso, le abro la puerta
con sigilo para que salga conmigo y ambos nos dirigimos a la cocina.
— ¿Pero qué demonios hice ayer, Miko? — le pregunto, masajeándome las
sienes — . ¿Quién es ese tío?
¿Por qué existe, no? Quiero decir, me siento tan mareada que quizás esté
sufriendo una alucinación o algo así. Eso sería más razonable, sí señor. Tiene que ser
una alucinación.
Miko vuelve a maullar, y de repente comprendo por qué. Ayer cuando regresé a
casa seguramente me olvidaría de darle de cenar, así que le echo una doble ración de
latitas con sabor a salmón y, mientras el animalito se abalanza sobre el cuenco, me
siento a su lado para contemplarle. Y pensar. Tengo que pensar.
— A ver, Olivia — me digo a mí misma en voz alta — . ¿Estás segura de que es
real?
Puede que no lo sea, aunque eso tampoco explicaría porque estoy yo desnuda.
Jamás duermo desnuda; a no ser que…
— ¡Oh, no! ¿Me he acostado con un desconocido?
Dejo a Miko chupando los resquicios del cuenco y me dirijo al baño para lavarme
la cara y despejarme un poco. Esto tiene que ser una pesadilla, porque si no lo es…
Bueno, si no lo es, entonces el día de hoy se convertirá en el segundo peor día de mi
vida desde ayer. ¿Pero qué me está pasando? ¿Por qué tengo que estar sufriendo todo
esto? Mi vida siempre ha sido muy ordenada y…
— Respira, Olivia, respira.
Pero cuando me miro al espejo, me olvido de cómo demonios se hacía eso de
respirar. Sin quererlo, mis ojos se van encharcando poco a poco hasta que me
convierto en un verdadero mar de lágrimas. ¡Soy el jorobado de Notre Dame! No, en
realidad, el jorobado de Notre Dame debía de ser una auténtica belleza comparándolo
conmigo. Tengo la frente deforme, de manera que mi redonda cabecita se ha
transformado en…, no sé, algo que no es para nada redondo. ¿Un melón, quizás? ¡Y
Dios mío mi nariz! Está morada, inflamada y ocupa mi rostro entero. Creí que ayer
habían exagerado al colocarme esa maldita célula, pero hoy tengo la zona tan
inflamada que la tira blanca casi ni se ve.
— ¿¿Ollie?? — me llama una voz masculina desde mi habitación — . ¿Ollie?
¡Es real! ¡Es real, es real, es real!
No sólo hay un tío desnudo del que no recuerdo absolutamente nada tirado en mi
cama, si no que, además, ¡me conoce! ¡Me acaba de llamar por mi nombre!
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— ¿¿¿Estás ahí, Ollie???
— ¡¡Voy!! — gritó desde el servicio, aún sin poder apartar los ojos de la imagen
que me devuelve el espejo.
Está bien, actuaré con normalidad y fingiré que recuerdo todo para librarme de él
lo antes posible. Está claro que el golpe en la cabeza ha debido de afectarme mucho
más de lo que me imaginaba.
Me envuelvo en mi albornoz de ducha y, sacudiéndome el llanto, me dirijo hacia
el dormitorio. Miko, que ya ha terminado de desayunar, camina a mi lado sin
separarse un solo centímetro de mis pies.
Abro la puerta con la mano temblorosa y…
— ¡Buenos días, preciosa!
No puede ser.
¿Él?
Me quedo muda contemplando cómo «action man», mi nuevo vecino, ése por el
que he sufrido el peor día de toda mi existencia y ése que no tardó ni veinticuatro
horas en llevarse a Barbie a su cama está aquí, desnudo, en mi dormitorio.
— ¿Qué tal has dormido? — me pregunta de forma natural, justo antes de coger
su teléfono móvil de mi mesilla de noche — . Me han mandado un mensaje del
parque de bomberos y me necesitan por allí — me explica, aún con la vista fija en la
pantalla — . No podré quedarme a desayunar.
— Vaya… qué… lástima… — titubeo, confusa, sin saber qué decirle.
Él alza la mirada hacia mí, sonriente.
— No pasa nada, muñeca, te veré esta noche, ¿bien?
¿Muñeca? ¿Esta noche? ¿¿Có… Cómo??
Me quedo petrificada en la puerta, sin saber cómo actuar y sin entender lo que
está sucediendo aquí. El «action man» se levanta de la cama y, ¡oh, dios!, de la
misma forma que llegó a este mundo, comienza a pasearse por la habitación en busca
de su ropa. Pasa por delante de mí y se queda observándome, frente a frente, mientras
yo me esfuerzo porque mi vista se mantengan a la altura de sus ojos y no sienta
curiosidad por descubrir qué hay más abajo.
— Incluso con esas heridas de guerra, estás preciosa, Ollie — susurra, justo antes
de besarme con suavidad en los labios.
Yo aún sigo demasiado bloqueada cómo para reaccionar y responderle algo, así
que finjo una sonrisa que parece satisfacerle, porque después continúa con la tarea de
su búsqueda.
¿He escuchado bien? ¿Acaba de decirme que estoy preciosa? ¿De verdad ha
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dicho eso? ¿Pero cómo demonios ha llegado este tío hasta mi cama? Y, lo peor de
todo, ayer… ¿nos acostamos? Si fue así, ¿no debería recordar algo?
El «action man» se termina de vestir justo en el instante en el que su teléfono
comienza a sonar. Estira el brazo por encima de la cama para atraparlo y se lo lleva a
la oreja.
— Al habla Jack — responde, antes de guardar silencio para escuchar a su
interlocutor.
Vale, Jack. Se llama Jack.
Entonces una serie de flashbacks comienzan a inundar mi mente; son sólo
imágenes que no están entrelazadas, pero las recuerdo con la suficiente nitidez como
para hacerme una idea de lo que pudo ocurrir. ¿Le pedí ayuda para entrar en mi casa?
¿Abrió la puerta con una radiografía? ¿Bebimos vodka? ¡Oh, Dios! ¿También
bebimos tequila? No, no, no… ¿Pero cómo diablos pude ser tan irresponsable?
Ahora lo recuerdo todo, o mejor dicho, casi todo. Porque sigo sin encontrar en mi
pozo de evocaciones el momento en el que ambos nos desnudamos y decidimos
meternos en mi cama.
— Ey, Ollie… — me llama Jack, que ya ha colgado el teléfono.
Me giro hacia él, de nuevo con esa sonrisa, mientras inconscientemente me digo a
mí misma que soy igual de pelandusca que la Barbie que vive sobre mi cabeza. ¡Qué
horror!
— Dime.
Pero en vez de decir algo, se abalanza sobre mí, estira ambos brazos para dejarme
contra la pared y pega su cuerpo al mío, sin dejar de sonreír socarronamente.
¡Oh, no!, pienso. Pero después no tengo tiempo a pensar nada más, porque los labios
de Jack, el «action man», impactan contra los míos con brusquedad y su lengua se
hace paso en mi boca reclamándolo… todo. Mis entrañas pegan un vuelco cuando
Jack mete su mano debajo del albornoz y recorre mi piel hasta dar con mis pechos.
Los aprisiona con agresividad, sin dejar de besarme, pegándose aún más a mí. Siento
su viril hombría, erecta, contra mi cuerpo y un escalofrío recorre mis extremidades al
pensar que solamente la tela del albornoz separa mi piel de Jack. Pero la tela del
albornoz no dura mucho, porque mi particular «action man» no tarda demasiado en
desatarme el cinturón y desnudarme por completo.
¡Oh, madre mía, madre mía!
Casi no puedo ni respirar cuando Jack desciende sus manos hasta mi culo y me
aprieta ambas nalgas, justo antes de cogerme en volandas y llevarme hasta la cama.
— Mis compañeros podrán esperarme diez minutos más, ¿no crees? — murmura,
sonriéndome con picardía.
No puedo ni responder.
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¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta esta situación? ¿Por qué demonios
he dejado que me desnude? ¿Y por qué me siento tan… excitada? ¡Por Dios, Olivia,
compórtate!
Él vuelve a abalanzarse sobre mí, sin dejarme tiempo a reaccionar o detener la
escena. Estoy a punto de suplicarle que se detenga cuando, de repente, atrapa mi
pezón derecho entre sus dientes y comienza a succionarlo con la destreza de aquel
que sabe muy bien lo que está haciendo. El calor que siento asciende hasta mis
mejillas y presiento que mi rostro deforme de monstruito debe de estar ruborizándose.
— Sabes tan bien… — ronronea Jack, aún con la boca posada sobre mi seno.
Esto no puede ser real. Tiene que ser un sueño.
Aunque, si lo es… ¡Uf, bendito sueño!
El «action man» comienza a descender con un reguero de besos que va colocando
sobre mi vientre, hasta alcanzar mis muslos. Mientras, el diablito malo que tengo en
la oreja me dice que a veces arder en el infierno puede ser muy divertido, y el
angelito bueno de mi otra oreja me recuerda que yo no soy la clase de chica que se
comporta de esta manera.
Pero ni siquiera soy capaz de escuchar al diablito y al angelito, porque antes de que
consiga procesar qué es lo mejor, Jack ya ha separado mis piernas y se ha hundido
entre ellas y…, y…, ¡oh, Dios! ¿Pero dónde demonios ha aprendido a hacer esas
cosas este chico? Succiona mi clítoris, chupándolo, pidiéndolo, reclamándolo, y
después lo libera para acariciarlo con suavidad con la lengua, justo antes de volver a
comenzar el proceso para hacerme enloquecer de placer. Debo de gritar, o algo así,
porque Jack suelta una pequeña risita y su aliento me cosquillea ahí, abajo, en mi
zona más íntima. Un orgasmo arrollador está a punto de invadirme cuando, de pronto,
el chico se detiene y saca la cabeza de entre mis piernas. Lo miro con una
desesperación incontrolada y él sonríe, antes de revisar su reloj de muñeca.
— Aún tenemos cinco minutos más… — me avisa, comenzando a desnudarse.
¡Oh, Dios! ¡Cinco minutos más! ¿Solo?
Cuando se queda desnudo, me fijo realmente en él por primera vez y me doy
cuenta de lo mucho que me excita. Él enterito. Vuelve a abalanzarse sobre mí sin
perder el tiempo y, de una estacada, se clava en mi interior haciéndome gritar de
nuevo de placer. Le recibo arqueando la espalda para que inunde mis entrañas por
completo y ambos nos movemos de una manera salvaje y animal, aunque
compenetrada. Sin dejar de hacerme suya, me besa el cuello, los pechos, los labios y
me acaricia el cuerpo con la yema de sus dedos. Introduce su mano por debajo de mi
cabeza y, agarrándome del pelo, me acerca hasta él para volver a besarme con
ferocidad. ¡Oh Dios! ¡Madre mía! Todo a mi alrededor da vueltas y el placer que
siento es… indescriptible. Jamás nadie me había hecho sentirme así, de esta manera.
Cuando me penetra por última vez, el orgasmo nos arrolla simultáneamente haciendo
que el chico caiga sobre mí, exhausto.
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— Eres… maravillosa — confiesa, besándome una vez más el cuello.
¡Madre mía, madre mía!
Jack se aparta de mí para volver a vestirse con rapidez; parece que realmente
tiene prisa y que llegará tarde, así que no digo nada. Estoy en shock. En un shock
terrible.
— Te veo esta noche, ¿vale? — me dice, dirigiéndose hacia la puerta.
Yo asiento de manera silenciosa, aún intentando poner el orden mis sentimientos
y mis pensamientos.
— ¡Intenta no meterte en líos hoy! — grita, antes de abandonar mi apartamento.
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Antes de meterme en la ducha, me pellizco con fuerza el brazo para intentar
despertarme del sueño que estoy viviendo. Porque tiene que ser un sueño, ¿no? O una
alucinación, o yo qué sé. Desde luego, una cosa tengo clara, mi vida no es un caos.
Mi vida no es así.
Dolorida por las agujetas del kickboxing, me meto bajo el chorro de agua caliente
y dejo que el agua calme durante varios instantes la ansiedad. Decido, mientras me
enjabono en pelo, que aquel día no sufriré ninguna sorpresa. Iré a trabajar, almorzaré
en la cafetería de siempre con Phoebe, trabajaré un ratito más por la tarde, observaré
cómo los viejitos dan de comer a los pájaros, volveré a casa, daré de cenar a Miko,
me tomaré un vaso de leche calentito y me tumbaré en la cama a leer ese libro que
lleva tantos días resistiéndoseme. Sin sorpresas, sin vecinos lujuriosos, sin atracos,
sin puñetazos en la nariz y sin bomberos que abran mi puerta con radiografías. ¿Ha
dicho que era bombero, no? Bueno, que le estaban llamando del parque de
bomberos… Eso significa que sí, es bombero. Aunque, en realidad, ¿qué más me da a
qué se dedique? Lo mejor que puedo hacer es dejar de pensar en él y borrarlo de mi
mente. Es más, eso mismo es lo que voy hacer. Ya mismo.
— ¡Listo! ¡Vecino eliminado de mis pensamientos!
Salgo de la ducha unos minutos después y la verdad es que me siento mucho
mejor que cuando me he despertado. Ahora que he reorganizado mi vida, presiento
que tengo las riendas y que todo está bajo control; y esa sensación es sumamente
agradable. Me seco el pelo, me visto, le dejo un poquito más de comida a Miko y
después me encamino hacia la biblioteca.
Llego a mi hora, aunque nadie lo sabrá porque no hay ningún cliente
esperándome. Enciendo el ordenador, compruebo si ha entrado o salido algún título
nuevo que se me haya pasado archivar y, después, me acomodo junto a la ventana
para observar la vida.
¡Qué bien! ¡Por fin un día normal!
Me digo a mí misma que el sábado debo de aprovecharlo para comprar un
teléfono móvil nuevo — seguramente Phoebe se haya pasado la mañana llamándome
como una loca al ver que no respondo — y también para sacar una copia de las
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llaves de casa. Siempre me gusta tener dos juegos, por si acaso.
La hora del almuerzo se acerca y mi estómago ruge, hambriento. Decido hoy me
comeré una hamburguesa con doble de carne y patatas fritas. Porque sí. Me lo he
ganado después de tanto sufrimiento en el kickboxing de ayer.
— ¿Ollie? — pregunta Phoebe, entrando a trompicones en la biblioteca.
Antes de que pueda responder se lanza sobre mí y me abraza con fuerza.
— ¡Menos mal que estás bien! — exclama — . ¡Me tenías muy preocupada!
Se aparta unos centímetros y me escruta de arriba abajo, valorando mi penoso
estado.
— Tienes un aspecto… horrible. ¿Pero qué te ha pasado? — suelta, impactada.
— Gracias por el cumplido — resoplo, recordándome a mí misma que Phoebe
aún no sabe nada del atraco que sufrí ayer — . Es una larga historia, así que mejor te
la cuento mientras comemos algo… ¿Te parece?
— Sí, vale — responde mi amiga, aún sin poder quitarme los ojos de encima.
Cojo mi chaqueta, mi bolso, y ambas nos disponemos a abandonar la estancia
cuando, de pronto, nos topamos de frente con dos agentes de la policía nacional.
Más sorpresas no, por favor, pienso, mientras ambos agentes de la ley se acercan con
paso firme hacia nosotras.
— ¿Olivia Simmons?
¡No puede ser!
— Sí, soy yo… — respondo con timidez, incapaz de comprender qué es lo que
pueden querer de mí.
¿Y si ayer hice algo malo? Como atracar un banco o algo similar. Al fin y al cabo,
no recuerdo cómo Jack, el «action man» se ha despertado desnudo en mi habitación.
¿Y si hay algo más que no recuerdo del espantoso día de ayer?
— ¿Qué ocurre? — pregunta Phoebe, consternada.
— La señorita Simmons tiene que acompañarnos a la comisaria — explica el
otro agente con rapidez — . Necesitamos su colaboración.
— ¿Mi…, colaboración?
¡No, no, no!
Yo tengo que ir a almorzar con Phoebe, regresar al trabajo y continuar con mi
rutina. ¿Cómo es posible que en menos de veinticuatro horas mi vida se haya
transformado en un verdadero caos?
— Por favor, acompáñenos…
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Phoebe, inmóvil, suelta mi brazo y me lanza una mirada cargada de preocupación.
— ¿Me llamas más tarde? — suplica.
Yo asiento y me despido con una sonrisa, fingiendo que todo está bien. Pero no.
No está bien.
¿Qué es lo que quiere la policía de mí?
— ¿Qué ocurre, agentes? ¿Debo preocuparme por algo?
— Se lo explicaremos en comisaría, señorita — responde el que primero ha
hablado al llegar, dejándome claro que no van a contarme nada antes de tiempo.
Nos subimos en el coche patrulla y mis nervios aumentan todavía más.
Es la primera vez que viajo en un coche de la policía y eso vuelve a hacerme sentir
que estoy viviendo una película y no la vida real. Bueno, seguro que no es nada,
pienso para mí misma, mientras controlo con esfuerzo mi respiración para calmarme
y no perder el control.
Llegamos a la comisaría quince minutos después y ambos agentes me acompañan
hasta una sala de interrogatorios. ¡Me van a interrogar! ¡Oh, no!
— ¿Señorita Simmons? — pregunta otro policía nuevo, aunque este último se me
antoja ligeramente familiar — . Soy el inspector Taylor, nos conocimos ayer tras el
atraco. ¿Me recuerda?
¡Ah, claro!
— Sí, le recuerdo — respondo con rapidez, frotándome las manos con
nerviosismo.
— Sentimos haberla hecho venir de esta manera, pero necesitamos urgentemente
su colaboración.
— ¿En qué puedo ayudarles?
Él hombre uniformado se sienta frente a mí y tuerce su rostro en una mueca de
disgusto.
— La mujer a la que golpearon ayer ha fallecido — explica con rapidez — , así
que el caso ha pasado de ser una agresión a ser un homicidio.
— ¡Dios Santo!
— Así es, Olivia. ¿Puedo llamarla Olivia?
— Sí, sí…
— Verá, necesitamos identificar al responsable del crimen y su colaboración
puede ser esencial… Necesitamos que recuerde algo sobre él, cualquier cosa que
pueda ayudarnos en su identificación.
Guardo silencio unos segundos, esforzándome por regresar mentalmente a ese
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instante. La verdad es que no llegué a verle bien, quizás ni siquiera pude verle el
rostro. ¿O sí? Dios, tengo la memoria tan confusa que no lo recuerdo.
— ¿No pudo verle ninguna cicatriz, lunar o tatuaje? Algo, cualquier cosa que nos
pueda resultar de ayuda.
— Creo que no, agente. Lo siento mucho…
El agente Taylor echa el aire de sus pulmones con exasperación y, después,
asiente.
— Está bien. ¿Podría pedirle una última cosa?
Yo sacudo la cabeza en señal afirmativa.
¿Acaso tengo alternativa? Lo único que estoy deseando es volver a mi aburrida vida
de nuevo.
— He convocado una rueda de reconocimiento con varios hombres, ¿podría
indicarme si alguno le resulta familiar? — pregunta — . Ellos no podrán verla a usted
— indica al verme titubear.
— Está bien — acepto.
Ambos nos levantamos y abandonamos la sala de interrogatorios para entrar en
otra bastante similar, aunque dividida en dos por una enorme cristalera. Al otro lado
del cristal, cinco hombres colocados bajo una hilera de números esperan
pacientemente en silencio.
— ¿Alguno le resulta familiar? — inquiere el inspector Taylor.
Yo reviso cada uno de los individuos con detenimiento y me sorprendo al
comprobar que hay uno en concreto que me llama la atención. Frunzo el ceño para
agudizar mi vista y mi memoria, procurando hacer que mi maquinaria interna
funcione al cien por cien y coloque al tipo en alguna escena de mi pasado. Podría ser
el atracador, o bien podría ser uno de los clientes de la biblioteca con el que no he
cruzado más que dos palabras. ¿Cómo voy a acusar a alguien de homicidio sin estar
totalmente segura de ello?
— Lo siento mucho, agente…
— No sé preocupe — me dice, indicándome la salida de la habitación.
Me acompaña hasta la puerta principal de la comisaría y le pide a los mismos dos
agentes que me han traído hasta el lugar que vuelvan a llevarme de vuelta.
— Señorita Simmons — añade, antes de despedirse — . Tenga mucho cuidado.
Si el agresor piensa que le puede identificar… Bueno, puede que intente protegerse,
ya que un homicidio podría suponerle lo que le resta de vida tras las rejas. ¿Lo
entiende?
— ¿Estoy en peligro? — pregunto de pronto, asustada.
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— No, no lo creo — asegura — , pero le pido que tenga cuidado y que sea
precavida.
Asiento, consternada, y camino detrás de los dos agentes que me llevarán de
vuelta a la biblioteca.
¿Y si el atracador vuelve a por mí? ¿Y si intenta borrarme del mapa para que no
haya testigos que lo identifiquen? ¡Oh, no! Inconscientemente, vuelvo a pensar en el
vecino y me repito a mí misma que toda esta locura que estoy viviendo es culpa suya
y de nadie más. Desde que ha llegado al edificio, no ha hecho otra cosa más que
trastocar mi vida por completo.
— Dios, le odio… — susurro en voz baja.
— ¿Dice algo, señorita? — pregunta uno de los agentes.
— Nada, nada — respondo con rapidez, haciendo un gran esfuerzo por relajarme
y dejar el pánico a un lado.
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Cuando llego a la biblioteca me encuentro con la pobre Phoebe en la puerta, aún
esperándome. Se ha quedado tan preocupada por mí que después de almorzar ha
pedido un par de horas libres en la oficina para volver y asegurarse de que todo
estaba en condiciones. Pero no, nada está en condiciones, así que los siguientes
cuarenta minutos los dedico a relatarle con pelos y señales cada minuto que sufrí el
día anterior.
— Madre mía, Ollie… ¡Esto es una locura!
— Lo sé — admito, dejándome caer en el sillón.
He omitido la parte en que el vecino que se parece a «action man» se despierta en
mi cama, tal y como Dios lo trajo el mundo, y la escenita de esta mañana.
— ¿Te das cuenta del peligro que corres, Ollie? — me dice Phoebe, espantada
— . ¡Tu vecino abrió la puerta con una radiografía!
Frunzo el ceño, intentando comprender a dónde quiere llegar con esa parte. En
realidad, me preocupa mucho más que el ladrón pueda reconocerme a que Jack sea
capaz de abrir puertas.
— No te sigo.
— ¡Ollie! Si tu vecino es capaz de abrir la puerta con una radiografía, imagina lo
fácil que sería para el asesino seguirte hasta tu casa, esperar a que te duermas y
colarse en mitad de la noche…
— ¡Tienes razón! — admito, horrorizada.
¿Y qué hago?, me pregunto a mí misma.
No puedo hacer las maletas y marcharme así, sin más. O bueno, quizás si pueda…
Podría pasar unos días en un hotel o en casa de Phoebe, pero es evidente que tarde o
temprano tendría que volver a mi piso y reorganizar mi vida. Huir no es una solución.
— ¿Por qué no contratas un sistema de seguridad y protección para el hogar?
— propone mi amiga — . No puedo creer que estés metida en este lío, Ollie…
— Ni yo… Esto es horrible.
— Y yo que pensaba que mi ruptura con Aaron era pura adrenalina — señala,
soltando una pequeña risita.
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— Phoebe, esto es serio, por favor…
Ella asiente.
— Tienes razón — admite — . Necesitas protección.
— Y cambiar la puerta de casa, ¿no crees?
— Sí, Ollie, creo que deberías cambiar la puerta.
Una hora después Phoebe se marcha de mi lugar de trabajo y yo me quedo sola,
en silencio, rodeada de estantes repletos de libros y… asustada. ¿Para qué negarlo?
Estoy muerta de miedo. Decido aprovechar el acceso que tengo a la línea telefónica
de la librería y comenzar a llamar a varias empresas de seguridad en busca de un
buen sistema de alarmas. Llamo por teléfono a una de las compañías y concerto una
cita para que, al día siguiente, me instalen el sistema de seguridad más alto que
tienen. Me explican que en caso de robo o incendio la alarma lo detectará y avisará,
con tan sólo unos segundos de margen, a las fuerzas de seguridad o de emergencia
para que acudan al domicilio. Podré vigilar a través de mi teléfono móvil — ése que
no tengo — mi piso las veinticuatro horas del día y, además, la alarma dispondrá de
un sistema de «cero visión» que nublará el piso por completo si es necesario, para
que el ladrón no pueda ver absolutamente nada.
Cuando cuelgo la llamada estoy convencida de que con todo eso será más que
suficiente, pero unos segundos después me retracto. ¿Y si me golpea, al igual que
golpeó a la anciana, en mitad de la calle? ¿A plena luz del día? ¿Y si el ladrón sabe
dónde trabajo? ¿Y si me investiga?
— ¡Para ya, Olivia! ¡Deja de torturarte! — me recrimino.
Unos minutos después un socio de la biblioteca irrumpe en la estancia y yo salto
por los aires en mi escritorio, asustada. Después de reconocerle, me relajo y vuelvo a
hundirme en mi sillón, alivia por fin de tener un poco de compañía en el lugar.
Me tomo la libertad de cerrar varios minutos antes de la hora que me corresponde
y, de camino a casa, me acerco hasta una tienda de telefonía y compro un móvil
nuevo. No puedo esperar hasta el fin de semana.
Cuando llego a casa, estoy hiperventilando, y soy consciente de que a pesar de las
agujetas que siento por todo mi cuerpo he realizado el trayecto corriendo.
¡Madre mía! ¡No puedo vivir tan asustada o terminaré desquiciándome por completo!
— Hola, Miko… — murmuro, dejándome caer en el sofá e inspeccionando mi
hogar.
Jamás hasta el día de hoy me había parecido tan inseguro.
Miko se hace un ovillo sobre mis piernas y ronronea para que le acaricie la
cabecita, justo detrás de las orejas. Sé que le encanta y, por experiencia, también sé
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que si le dejo podría pasarse las horas de esta manera.
— ¿Tú qué opinas, Miko? — le pregunto, incapaz de pasar por alto la felicidad
que el gatito denota porque yo haya vuelto a casa — . ¿Crees que corremos peligro?
Miko ronronea para que le rasque con más fuerza en las orejitas.
— ¿No? ¿Crees que no?
Resoplo, disgustada, pensando que aún me queda por delante una noche
realmente horrible. ¿Cómo demonios voy a ser capaz de conciliar el sueño en paz si
todavía no me han instalado el sistema de seguridad?
Necesito protección; eso es primordial.
Me levanto del sofá y me dirijo al cajón de los cubiertos de la cocina. Tengo
varios cuchillos y un machete para trocear la carne. ¿Estaré exagerando?, me
pregunto, mientras me cargo con todo el arsenal y me dispongo a abandonar la
estancia. Supongo que lo más práctico sería esconder las armas por todos los rincones
de la casa, pues de esa manera el ladrón no podría pillarme desprevenida en ningún
momento.
Dejo un cuchillo debajo del cojín del sofá, otro en el armario del dormitorio, en la
mesita de noche, en el cajón de las cremas que hay en el cuarto de baño… Bien, esto
va bien.
— ¿Por qué me miras así, Miko? — le pregunto, mientras mi gatito, que está
sentado en la alfombra del pasillo, ladea la cabeza sin entender qué es lo que estoy
haciendo — . No, no me he vuelto loca, Miko.
Él me responde con un pequeño maullido.
Veamos… ¿Y ahora, qué? No se me ocurre cómo mejorar la seguridad, pero un
par de cuchillos esparcidos aquí y allá tampoco hacen que me sienta mejor.
Vuelvo a dejarme caer en el sofá — cerca del cojín bajo el que he escondido el
cuchillo, por si acaso — y decido distraerme con un poco de televisión. Dejo el
volumen bajo, para poder escuchar cualquier cosa que ocurra en el rellano del
edificio, y me acurruco junto a Miko bajo una manta.
Unos segundos después, mientras la desternillante película de “Solo en casa” se
reproduce frente a mí, el teléfono móvil nuevo comienza a sonar iluminando el
nombre de Phoebe en la pantalla. La melodía que viene de serie es realmente
escalofriante, así que me anoto en mi bloc mental que nada más colgar a mi amiga
modificaré los tonos de llamadas.
— ¿Ollie?
— Sí, sí… — respondo, incorporándome entre los cojines — . ¿Qué ocurre?
Ella suspira profundamente, de la misma forma que suele hacerlo cuando sufre
una repentina “crisis existencial”.
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— ¿Sabes quién me ha llamado suplicándome perdón y arrastrándose como un
perro?
No necesito pensarlo demasiado.
— Aaron — señalo, convencida.
— Exacto. El imbécil de Aaron — puntualiza ella — . ¿Pero quién se cree que es
para mangonearme así?
Estoy a punto de responder cuando, de pronto, escucho una música a todo
volumen que proviene del piso de mi querida vecina la Barbie.
— ¿Ollie? ¿Qué es ese ruido?
Reviso mi reloj y compruebo que ya son las nueve de la noche.
¿Y si llamo a la policía? ¿La multarían por escándalo público o algo así?
Seguramente, no.
— Es Bárbara con su grupito de amigas… Parece que me espera otra noche
movidita.
— Necesitas trasladarte a otro piso — asegura Phoebe — , con urgencia, además.
La verdad es que tiene razón.
— Me lo estoy pensando seriamente.
— Bueno, ¿quieres que te cuente lo que me ha dicho ese gilipollas? — pregunta,
retomando el tema de conversación que realmente le interesa — . Pues me ha llamado
llorando como una magdalena, yo creo que estaba borracho porque si no, la verdad,
es que no lo entiendo. Ha empezado diciéndome que no me imagino cuánto me está
echando de menos, que ha cometido un gran error, que se ha dado cuenta de que ha
dejado escapar al amor de su vi…
Unos segundos después, desconecto.
No lo hago conscientemente, pero es que la escena que reproduce la televisión
termina ensimismándome. Kate McCallister está en el avión en ese momento,
sentadita en primera clase mientras se repite una y otra vez “creo que se me olvida
algo…”. ¿Qué clase de madre no es capaz de contar a sus hijos antes de salir de casa?
Lo mejor de todo es que dos años después la horripilante Kate volvió a perder a su
hijo, en “Solo en casa 2”. ¿Para qué se supone que existen los servicios sociales?
¿Cómo de negligente debe de ser una madre para que llamen su atención? En fin,
luego las madres se quejan porque los niños salen rebeldes, pegan contestaciones,
hacen novillos en el colegio, etc.
— Le he dicho que tenía que pensármelo, que no puede decirme que me quiere de
buenas a primeras y esperar que yo deje el mundo entero…
Y ahora llega la parte en la que los sádicos de Harry y Marv intentan entrar a
robar en la casa, en plenas navidades, sólo porque saben que el único ocupante que
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hay en ella es un niño de ocho años. Que sí, las escenas en las que los ladrones se
patinan, se resbalan y se golpean son muy graciosas, ¿pero alguien se ha parado a
pensar en lo sádico que resulta que esos dos hombres tengan la intención de torturar y
secuestrar a un niño por conseguir una mini cadena y un televisor? Pero claro, como
es una película de humor, incluso las amenazas de esos dos tipejos pueden resultar
graciosas.
Me digo a mí misma que nadie que haya presenciado un atraco de verdad es capaz de
soltar una carcajada viendo esta película. Y sí, estoy segura, porque antes era una de
mis películas favoritas pero ahora… Dios mío, ¡ahora me crea ansiedad! ¡Pobre
Kevin!
— … ¿Tú qué opinas?
— Yo… — respondo, aún con los ojos clavados en el televisor. ¿De qué
demonios me ha estado hablando Phoebe durante… ¿los últimos cuarenta minutos?
— , yo…, bueno, no sé qué decirte, Phoebs. ¿Qué te dicta tu corazón?
Con lo del “corazón” siempre se acierta, así que decido dirigirme por esos lares.
¿Y cómo es posible que la película sea tan larga? Es decir, un atraco no dura hora
y cuarenta minutos, así que supongo que la mitad de las escenas son innecesarias.
Además, no lo entiendo, ¿por qué un niño de ocho años que es capaz de comprar
suavizante y detergente para hacer la colada, aconsejar sabiamente a un anciano y
sobrevivir ideando todo tipo de artilugios de defensa no tiene la brillante idea de
llamar a la policía? Está claro que ese niño es estúpido perdido, porque escucha
perfectamente a los ladrones diciendo que “a las doce de la noche entrarán a robar” y
no es capaz de descolgar el teléfono y llamar a las fuerzas de seguridad. No,
definitivamente, no tiene ningún sentido.
¿Todo tipo de artilugios de seguridad?, me repito a mí misma, pensando que
quizás, después de todo, la película no sea tan mala como yo me creía.
— … total, creo que le daré una oportunidad.
— ¿Perdona? — murmuro, intentando volver al hilo de la conversación.
— Sí, ya sé que no se merece mi compasión, pero creo que…
¿Y qué podría utilizar yo para poner trampas en el piso? Está bien, puede que esté
exagerando un poquito y que con los cuchillos sea más que suficiente. ¿Pero acaso no
dice todo el mundo que es mejor prevenir que curar?
Veamos, podría esparcir clavos y canicas por la entrada, así el ladrón − asesino no
sería capaz de avanzar hacia mi habitación con tanta facilidad. También podría poner
un cubo de agua colgando de la puerta y… ¿Qué más? Quizás hilo rojo, podría llenar
la casa de hilo para que el ladrón se tropiece vaya por donde vaya.
¡Mierda! He vuelto a distraerme y no tengo ni idea sobre lo que me está hablando
Phoebe. Supongo que aún seguirá dándole vueltas al tema de Aaron, así que me
esfuerzo por escucharla y distraer mis pensamientos psicópatas hasta después de
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colgar el teléfono.
— ¡Ah! ¿Sabes qué he pensando?
— ¿Qué? — pregunto, procurando aparentar ser una buena amiga que le presta
atención.
— He pensado que deberíamos volver a clases de kickboxing — escupe, con un
tono de felicidad sin igual — . ¿No te parece buena idea?
— ¡Phoebe, por favor! — exclamo, incapaz de concebir la idea — . Estarás
bromeando, ¿verdad?
— No, no es ninguna broma. Piénsalo — me dice — . Después de todo lo que
has pasado, ¿no crees que deberíamos aprender a defendernos?
Dicho así, no suela mal.
Pero aún tengo agujetas en cada parte de mi cuerpo y mi preciosa nariz sigue
asemejándose a la de un payaso. Está roja, hinchada y duele. Duele mucho.
— No, no lo creo — aseguro — . Ese tema está zanjado, Phoebs, no volveré a
pisar una clase de kickboxing ni por todo el oro del mundo.
Ella resopla.
— Oye, Ollie, mejor lo hablamos mañana, ¿vale? Me está llamando mi madre por
la otra línea.
— Está bien. Hasta mañana, descansa…
— Sí, lo mismo…
Me lanza un beso y, después cuelga.
— ¿Miko? — pregunto, mirando a mi gatito — . ¿Nos ponemos manos a la obra?
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Ya sé que Miko está acostumbrado a ser el rey de la casa y a poder pasearse por
donde le plazca, pero esta noche no será así. Tendré que dormir con la puerta de mi
habitación cerrada para que mi querido minino no corra el riesgo de activar sin querer
una de las trampas y terminar herido.
Bien, ya he llenado la entradilla del piso con clavos y canicas. También he atado
el cubo de agua y, ahora, me estoy encargando de enroscar el hilo por todas partes.
He empezado atando un extremo a la manilla de la puerta, después a la pata del sofá,
a los estantes del fondo, a la televisión, ¡incluso a la lámpara del techo!
Cuando termino de realizar el trabajo, observo mi salón y me sorprendo al
comprobar que realmente es inescrutable. Si además, a todo eso se le suma la
oscuridad… Nadie lograría pasar todas estas trampas. Estoy segura.
— Dormiremos sanos y salvos, totalmente seguros… — le digo a Miko, que
parece realmente horrorizado con mi trabajo.
¡Guau!
Estoy encantada.
Ahora sí, por fin, me siento mucho mejor.
Ha llegado el momento esperado: de una vez por todas, puedo tumbarme en mi
cama para relajarme. Cierro la puerta de mi habitación, aislándome del resto de la
casa. Llevo varias horas preparándolo todo, así que le he dado tiempo de sobra a
Bárbara para terminar de escuchar su CD de las “Spice Girls” o lo que diablos quiera
que sea eso.
Miko salta con destreza a la cama y se acurruca a mi lado, y yo me dispongo a
apagar la luz e intentar conciliar el sueño. Estos días me han dejado realmente
agotada, así que necesito recuperar las horas de descanso perdidas.
Ya está.
La luz está apagada, Miko y yo estamos calentitos en la cama, y todo va bien… Todo
va genial. Realmente genial. La casa está repleta de cuchillos y trampas — esto
último evitaré contárselo a Phoebe, por si se plantea encerrarme en un psiquiátrico
— , y nadie podría llegar hasta nosotros. ¿O sí?
Vuelvo a encender la luz y me quedo en silencio, escuchando los latidos
acelerados de mi corazón. ¿Por qué diablos no consigo sentirme a salvo?
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La puerta… ¡Muy bien! ¡Encajaré la puerta de mi habitación!
Me levanto de la cama bajo la atenta y desconcertada mirada de Miko, agarro la
silla en la que suelo amontonar mi ropa cuando no tengo tiempo de guardarla en el
armario y la coloco, medio tumbada, haciendo tope en la manilla.
— ¿Qué te parece? Esto está mejor.
Desvío la mirada hacia la mesilla para asegurarme de que el teléfono móvil nuevo
está en la habitación. También he traído el cargador. Y también un vaso de agua.
Tengo todo lo necesario para poder descansar tranquilamente, así que no debería
de sentirme tan paranoica.
— No lo estoy — le explico a Miko — , no soy en absoluto paranoica. ¿Pero
cómo esperas que me comporte si han asesinado a una mujer a plena luz del día? ¡Yo
estaba allí, Miko!
Mi gatito me observa en silencio, ladeando la cabeza. Me encanta cuando hace
ese gesto, aunque la mayoría de las veces significa que no está comprendiendo ni una
sola de las palabras que le estoy diciendo.
— Piénsalo, de verdad… — continúo — , estoy convencida de que vi la cara del
asesino. Ya, vale, no la recuerdo…, pero eso no significa que no la viera. Estoy
convencida de que mi memoria lo ha eliminado automáticamente a modo de
respuesta al trauma sufrido.
¿Por qué he dicho eso? No estoy traumatizada. No estoy comportándome como
una paranoica. En absoluto.
Regreso a la cama, me acurruco junto a mi querido gatito y apago las luces de
nuevo. En este momento me alegro muchísimo de que la señora Collins, antes de
morirse, decidiera delegar la custodia de Miko en mí. ¿Qué haría yo sin mi pequeño
misifú? Lo estrecho con fuerza, protegiéndolo. O… ¿protegiéndome?
Vuelvo a escuchar los latidos de mi propio corazón y me doy cuenta de que están
totalmente acelerados. Tengo que relajarme…, dormir, relajarme… Puede que contar
de cien para detrás me sirva para conciliar el sueño, ¿no? ¿No es eso lo que suele
hacer la gente? Bueno, y contar ovejitas.
— Está bien, Miko, contaré ovejitas.
Cierro los ojos y me imagino un prado verdoso. En él, hay una enorme verja de
madera y un grupo de ovejitas esperando a un lado. ¿Cuántas hay? Está bien, son
demasiadas, así que lo mejor será ir contándolas de una en una.
La primera ovejita pega un salto y pasa la verja triunfalmente. Muy bien. Una
ovejita. La segunda ovejita la imita. Dos ovejitas. Tres ovejitas. ¡Ups! La cuarta
ovejita es un poco torpe, pero aunque se tropieza, consigue saltar la verja con éxito.
Setenta ovejitas… Setenta y dos ovejitas… Setenta y… ¡Madre mía! ¡Qué leñazo se
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acaba de pegar la ovejita número setenta y tres! ¡Pobrecita! La desgraciada ha caído
de cabeza, así que se está levantando del suelo medio mareada cuando… ¡Ups! ¡La
ovejita número setenta y cuatro se ha caído encima de la anterior! Claro, ahora se está
colapsando el prado y las ovejitas no tienen tiempo de recuperar la compostura antes
de que otra les caiga encima. ¡Madre mía! ¿Cuántas ovejitas se han caído ya? ¿Y
cuántas han pasado al otro lado? ¡Oh, no! ¡He perdido la cuenta!
Así una no puede dormirse. Son demasiadas ovejitas y, además, todas son unas
patosas. ¿Por qué no cuento pingüinos chapoteando en el ártico? O delfines saltando
alrededor de los barcos, o…
Un fuerte golpe me distrae de mis pensamientos.
Estoy prácticamente segura de que me lo he imaginado cuando, de pronto, escucho
cómo el cubo de agua impacta contra el suelo y el sonido ahogado de una voz
masculina llega a mí desde el otro lado de la puerta.
— ¡Mierda! — exclamo, asustada.
Esto no puede ser verdad.
Me cubro la boca con ambas manos para evitar soltar un chillido de espanto y me
tapo con las mantas por completo, subiéndolas por encima de mi cabeza. Los sonidos
y los golpes del salón traspasan las paredes y Miko se revuelve inquieto. Lo
introduzco dentro de la protección de las mantas, y aunque me siento infantil y
ridícula así escondida, sé que tampoco puedo hacer mucho más.
— ¡Mierda, mierda, mierda!
Escucho otro grito masculino y, después, más golpes. El ladrón debe de estar
tropezando con el hilo que he atado alrededor de todos los muebles, porque el
estruendo que resuena de fondo es estremecedor.
¿Qué habría hecho Kevin McCallister en mi situación? O mejor dicho, que no
habría hecho: llamar a la policía.
Saco la mano temblorosa de las mantas y palpo alrededor de la mesilla hasta dar con
mi teléfono móvil. Cuando me llevo el auricular a la oreja estoy mareada y muerta de
miedo.
— Emergencias, dígame — me dice una mujer al otro lado de la línea.
Tengo miedo. Mucho miedo.
¡Oh, Dios mío! ¡Estoy tan asustada que no puedo hablar!
— ¿Hola? ¿Hay alguien? — repite la mujer.
— ¡¡AYUDA!! — grito, a pleno pulmón — . ¡¡HAN ENTRADO EN MI
CASA!!
No pretendía gritar — no quería delatar mi ubicación al ladrón — , pero no he
podido evitarlo. Simplemente me ha salido así.
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— Cálmese, señorita — me suplica la mujer de emergencia — . ¿Podría decirme
la dirección de la vivienda?
¡Madre mía! ¿Cómo puede dirigirse a mí con tanto formalismo? ¡Un intruso está
entrando en mi casa! Bien, a ver, piensa Olivia, piensa… La dirección de tu casa…
— ¿Ollie? ¡JODER, OLLIE! — grita desde el salón — . ¿Estás llamando a la
policía?
¿Pero qué demonios…?
— ¡Soy Jack, joder! ¡Tu vecino!
— ¿Señorita? ¿Se encuentra usted bien?
Aún sosteniendo con la mano temblorosa el teléfono, respondo.
— Sí… perdona… ha sido una…, falsa alarma. Lo siento.
Cuelgo el auricular y me quedo observando la puerta con desconfianza.
¿Es Jack? ¿El «action man»? ¿Mi nuevo vecino? ¿Por qué demonios se ha colado mi
nuevo vecino en mi casa? ¡Es mi casa!
Me levanto de la cama, aún con los gritos del «action man» de fondo, y me dirijo
a la puerta con el cuchillo que tenía escondido en el cajón de las bragas bien aferrado
entre mis manos. No tengo pensado utilizarlo con Jack, ¡ni mucho menos!, pero aún
no termino de sentirme segura.
Retiro la silla que atrancaba la manilla y abro con sigilo la puerta de mi
dormitorio.
— ¡Madre del amor hermoso! — exclamo, impresionada por el catastrófico
estado en el que se encuentra mi salón.
— ¿Pero qué cojones es todo esto? — pregunta Jack, desde el suelo.
— Dios mío…
La lámpara del techo está medio caída, el cubo ha empapado el salón por
completo, las canicas están esparcidas por doquier, el pequeño mueble de la sala se ha
caído al suelo y… ¡Oh, no! ¡Mi televisor está hecho pedazos! ¡Mi precioso y enorme
televisor plano en el que invertí todas mis pagas extras de los últimos dos años está
hecho añicos!
— ¿Olivia? — me pregunta Jack, desde el suelo.
Con una mano se está cubriendo el rostro, así que supongo que ha debido de
llevarse un buen golpe.
— ¿Olivia? ¿Qué haces con ese cuchillo en la mano?
Como si el artefacto me hubiera electrocutado, suelto el cuchillo de inmediato.
— Jack…, yo…
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No sé qué decir.
Bueno, en realidad y por muy mal que suene, estoy más afligida por mi querido
televisor plasma que por él. Aunque, obviamente, eso no voy a confesarlo en voz alta.
— ¿Has hecho tú todo esto? — inquiere, señalando a su alrededor.
— Estaba asustada por el atracador, la anciana ha muerto y yo…
— ¿Ha muerto? — repite, confuso, levantándose de la encharcada madera.
— Sí, ha muerto.
Jack pasea la mirada por todas partes, contemplando mi penoso salón y
escrutando mi intento de realizar un sistema de seguridad del hogar improvisado y
casero.
Cuando se quita la mano de la cara, veo que tiene un corte limpio un poco más
abajo del entrecejo, justo donde nace la nariz. Está sangrando y no tiene muy buen
aspecto.
— Tu cubo de agua me ha dado de lleno en la nariz — me indica, percatándose de
cómo le estoy observando.
— ¿Lo siento?
— Ya puedes sentirlo, sí.
Parece enfadado, así que guardo silencio.
En realidad, ¿por qué debo sentirme mal? ¿Por qué le estoy dando explicaciones a
alguien que no conozco desde hace más de veinticuatro horas? ¿Por qué demonios
está él en mi casa?
— ¿Por qué has entrado en mi casa, Jack?
Él me mira con los ojos abiertos como platos.
— Habíamos quedado en cenar juntos, ¿no? — me pregunta, consternado — .
No me contestabas al timbre, y como la puerta no estaba cerrada con llave… He
pensado en asegurarme de que estabas bien.
¿Me he olvidado de echar la llave? ¿De verdad he preparado todo este tinglado y
me he olvidado de lo más importante? ¿De cerrar la maldita puerta? Y… ¿Había
quedado para cenar con el «action man»? ¡Dios mío, debo de estar perdiendo la
cabeza!
— ¿Cuándo habíamos quedado para cenar?
— Bueno, habíamos quedado en vernos esta noche, ¿no? — dice, señalando dos
bolsas de comida china que hay en el suelo — . Creí que me estarías esperando para
cenar.
¡Mierda!
Eso sí que me suena… ¿No me ha dicho esta mañana algo así como «nos vemos
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luego»? Puede ser.
— Lo siento, Jack — respondo con timidez — . Con todo lo que me está
pasando, no me acordaba.
De pronto, recuerdo nuestro «encuentro» matutino de hoy y un pequeño rubor
asciende hasta mis mejillas con rapidez. Mi vecino, el chulito de gimnasio ligón que
se parece a «action man», está aquí, en mi casa, para cenar conmigo.
¿Quién será la siguiente chica de su lista? Ya se ha acostado con la del tercero y con
la del segundo… ¿Habrá fichado también a la del primero?
— No te preocupes — dice, y una pequeña sonrisa se ilumina en su rostro — .
Aún estamos a tiempo de cenar.
¿Cenar? ¿Pero este chico no ha visto el desastre que tengo organizado en el
salón? Eso sin contar con mi televisor hecho pedazos, claro. Calculo que las próximas
horas las dedicaré íntegramente a limpiar y recoger cristales; lo que me indica que
una vez más, no podré disfrutar del merecido descanso nocturno.
— Verás, Jack… — comienzo, ganando tiempo y rebuscando las palabras más
adecuadas para darle calabazas — , la verdad es que no tengo muy claro qué es lo que
sucedió ayer entre nosotros, pero creo que te estás equivocando…
Él suelta una pequeña risita ante mi comentario, lo que me confunde bastante. ¿Le
hace gracia? ¿Se está riendo de mí?
— Ayer fue un día muy… duro, la verdad. El golpe en la cabeza, ya sabes lo del
atraco — lo sabe, ¿no? — además, habíamos bebido…
— No te olvides del golpe que te dieron en kickboxing, Ollie, ése también te dejó
K.O — señala.
¡Mierda!
¿También le conté eso? ¿Qué demonios se me pasaba por la cabeza? ¿Y por qué me
llama Ollie? ¿Desde cuándo tenemos tanta confianza?
— Sí, ya… El golpe, sí — continúo, procurando no desviarme de lo importante
— . Lo que quería decirte en resumidas cuentas es que no eres mi tipo. Siento mucho
si te has llevado una impresión equivocada.
Él vuelve a soltar otra carcajada y, con total naturalidad, comienza a recoger las
canicas y los clavos que hay esparcidos por el suelo del salón.
— Así que no soy tu tipo, ¿eh? — dice, sin parar de reír.
— ¿Te hace gracia?
Me está irritando. Me está irritando… ¡Mucho!
La verdad es que ahora mismo no estoy para tomaduras de pelo, y mucho menos para
soportar a graciositos.
— Sí, la verdad es que sí — confiesa — . Ayer comenzamos esta conversación
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exactamente igual.
— Ah, ¿sí?
— Sí.
Intento recordar esa conversación, pero mi mente debe de haberla borrado.
— ¿Y qué ocurrió después?
Jack deja todas las canicas y los clavos en el aparador de la entrada y después
coge las bolsas de comida china del suelo. Las coloca sobre la mesa, camina hacia mí
con esa maldita sonrisa suya y se planta a pocos centímetros de mi rostro.
— Entonces te besé.
— Me… ¿besaste?
Este tío es un engreído.
— Eso hice — asegura.
Y antes de que pueda darme cuenta, ya ha aprisionado mi rostro entre sus manos
y hundido sus labios en mi boca. Le sabe el aliento a chicle de menta y, en cuanto su
lengua recorre mi paladar juguetonamente, rememoro lo que ha sucedido entre
nosotros esta mañana y un millar de maripositas revolotean con felicidad en mi
estómago. ¡Dios, qué bien besa! ¡Y qué bien hace el amor! ¿No es demasiado
mojigato pensar en «hacer el amor»? Sí, lo es. ¡Dios, qué bien folla!
¿Acaso puede resultar dañino un buen… polvo? ¡Madre mía, yo no soy así! Pero
tampoco voy a negar que todo esto resulta muy, muy excitante.
— ¿Cenamos? — pregunta, apartándose levemente de mí.
¿Por qué no?
— Un revolcón de vez en cuando no hace daño…
¡Mierda! ¡Mierda, mierda, mierda!
¿De verdad acabo de decir eso en voz alta?
Jack suelta una tremenda risotada.
— ¿Qué te parece si empezamos por la cena?
Totalmente avergonzada, asiento y camino hacia el sofá.
¿Por qué demonios no soy capaz de mantener la boca cerrada?
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Por mucho que me fastidie admitirlo, el «action man» es un verdadero encanto.
Antes de cenar, me ha ayudado a recoger y adecentar el salón, incluso a limpiar los
pedacitos que han quedado de mi televisor. Me ha dicho que algunos seguros del
hogar se hacen cargo de la rotura de los electrodomésticos y que quizás pueda
recuperar algo de todas esas pagas extras que invertí por la tele. Él lo sabe bien
porque, al ser bombero, ha visto muchas casas incendiadas y muchos intentos de
estafa a los seguros.
Así que he decidido que yo también intentaré estafar al seguro.
Aunque con la suerte que tengo últimamente seguro que terminan pillándome y
multándome. ¡O peor aún! ¡Encerrándome en la cárcel!
Mientras devoramos los fideos chinos me sorprendo de tres cosas: una, estaba
realmente hambrienta aunque no lo quisiera admitir. Dos, me encanta la comida china
aunque la gente diga que la carne es de «gato callejero» — razón por la que hasta el
momento me había negado a probarla — . Y tres, ayer debí de contarle a Jack mi vida
con detalles. Muchísimos detalles.
¿Por qué lo hice?
— No creo que el ladrón se fijase en ti — me dice, procurando tranquilizarme
— , la verdad es que no creo que se fijara en nada.
— ¿Por qué piensas eso?
— Ponte en su lugar… Vas a robar dos bolsos y salir corriendo; ¿te vas a quedar
observando a esas personas con detenimiento o vas a intentar salir pitando lo antes
posible? ¿Con qué intención harías algo así, lo de quedarte? ¿Por si en un futuro te
detienen por robo? ¿Por si una de ellas te reconoce? No tiene sentido. Ningún ladrón
piensa en asesinar a sus víctimas después, simplemente en conseguir algo de dinero y
ya está. Quizás, con suerte, pillar un teléfono de última generación y una cartera de
cuero que cueste más que su contenido.
— Ya ha asesinado a una persona — le recuerdo.
— No creo que fuera su intención.
— ¿De verdad le estás justificando?
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Jack suspira.
— No. En absoluto — continúa, atrapando con destreza, entre los palillos, los
fideos chinos — . Solo digo que esos tíos quieren pasta fácil y que no les importa
tener que pagar unos meses de cárcel por sus delitos. A veces les viene hasta bien, ya
sabes… en la cárcel te dan de comer y un techo bajo el que vivir. Pero un asesinato es
un asunto mucho más serio, una cadena perpetua.
— Tienes razón — admito, un poco más tranquila.
La verdad es que ahora me siento bastante ridícula y muy avergonzada porque mi
nuevo vecino haya tenido que ser testigo de mi ataque de histeria y paranoia.
Nos miramos durante varios segundos y, repentinamente, me doy cuenta de que a
pesar de ser el típico «chulito de gimnasio» no es nada feo. Es más, es muy guapo, sí.
Tampoco es que tenga uno de esos cuerpos de culturista desfigurado, y tengo que
admitir que es agradable.
¡Para ya, Olivia!, me recrimino, ¡olvídate de los hombres!
Aunque… ¿hace cuánto que no salgo con un chico? Me refiero a tener un par de
citas e ir conociendo a alguien como hacen el resto de las mujeres de mi edad. Creo
que el último fue José, el brasileño, y la cosa no terminó demasiado bien, la verdad.
Después de haber sido engañada un porrón de veces y de haber fracasado en las
relaciones otro porrón más de veces, tenía decidido obviar el «asunto hombres»
mínimo hasta los cuarenta. Pero, ¿no sería agradable poder contarle mis asuntos
amorosos a Phoebs? Explicarle qué tal me ha ido en una cita, o qué tal besa Jack…
¿Jack? ¿Por qué estoy pensando en él? Supongo que es porque besa de maravilla. Y
hace el amor de maravilla. Digo, perdón, no: folla de maravilla.
— ¿En qué estás pensando? — me pregunta, con una sonrisa en el rostro.
¿Qué es lo que le hace tanta gracia?
— En nada en particular — miento, ruborizada.
Él vuelve a reírse.
— ¿Sabes, Olivia? Me gusta cómo eres — admite, sin dejar de mirarme — . Es
como si vivieras en una realidad diferente a la del resto, como si estuvieses en otra
sintonía…
— En el caos de Olivia — señalo, sonriendo — . Porque eso es mi vida ahora
mismo, un caos.
¿Acabo de decir eso? ¿Por qué demonios he dicho eso?
— La verdad es que pareces tener un buen imán para los desastres.
— Pues acabo de desarrollarlo, porque te aseguro que antes no lo tenía.
El «action man» — además, ahora que sé que es bombero ese mote le va
fenomenal — se ríe de algún chiste que sólo él parece entender.
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— ¿Qué ocurre?
— Ayer me decías que todo era culpa mía — confiesa entre risotadas — , que
todo te sale mal desde que yo he llegado a este edificio.
No puedo evitar responder con otra risita similar a la de él.
— La verdad es que no es una idea muy descabellada — confieso — , parece que
me has traído la mala suerte.
De pronto, Jack se pone muy serio y… ¡Oh, Dios! Entrecierra los ojos de manera
seductora y mi perversa mente vuelve a rememorar la escenita de esta mañana, los
besos, las caricias… ¡Madre mía, madre mía!
— Tendré que compensártelo de alguna manera, ¿no? — pregunta con voz de
galán.
— ¿Có…Cómo?
El espacio entre nosotros se va reduciendo poco a poco hasta que Jack vuelve a
terminar sobre mí, dejándome sin respiración.
Mientras me besa con pasión, provocándome, va desnudándome poco a poco hasta
que mi pijama termina en el suelo. ¿Dos veces en un día?, me pregunto. Creo que
puedo empezar a considerar seriamente que… ¡tengo una aventura!
¿Cómo puede ser que en tan pocas horas mi vida haya cambiado tanto? Es decir, me
han atracado, me han arreado un puñetazo, han asesinado a una mujer delante de mí,
me he emborrachado y me he buscado a un vecino como amante. ¡Dios, Olivia, esta
no es tu vida!
— ¿Ollie? — inquiere Jack, sin dejar de desnudarse con lentitud — . ¿Puedes
dejar de pensar y dedicar tu atención en mí? ¿Exclusivamente?
Yo sacudo la cabeza en señal afirmativa.
¿Pero cómo demonios no voy a prestarle atención si lo tengo desnudito y aquí
delante? Bien, es verdad que los chicos de gimnasio no me han parecido nunca
demasiado atractivos, pero esos pectorales, esos bíceps, esa espalda musculada…
¡Relájate, Olivia!
— ¿Estás segura que podrás hacerlo?
— Segura, muy segura… — repito, tumbándome con sensualidad en el sofá.
Jack sonríe ante mi reacción y sin pensárselo dos veces, se cierne sobre mí para
comenzar con otro reguero de besos como el de esta mañana. Solo que esta vez no
comienza por mi boca y desciende por mis pechos, si no que empieza por mis pies, va
besando mis piernas hasta llegar a mis muslos y… ¡Oh, Dios! ¡Qué bien sabe
hacerlo!
— ¿Ollie? — murmura, separando los labios de mi humedad — . Me gustaría
que por una noche fueras… una chica mala.
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Yo me quedo muda.
¿Una chica mala? El problema es que soy una chica buena. Siempre. Siempre lo he
sido y por alguna razón ilógica pero real, sé que siempre lo seré.
Como no respondo en el instante, él vuelve a pegar su boca a mí y continúa
lamiendo y saboreándome hasta que me hace gritar de placer. Después se aparta
levemente de mí y se sienta en el sofá, esperando a que sea yo la que me acerque.
— Me apetece tenerte cara a cara, Ollie…
Con timidez, me incorporo y me acerco a él. Me indica, gesticulando, que me
siente sobre su regazo; pero yo titubeo. De esa manera me siento… expuesta.
Además, siempre han sido los hombres los que han tomado las riendas en las
relaciones sexuales que he mantenido, así que tampoco sabría muy bien cómo
moverme…
Jack tira de mí hasta que quedo a su lado. Comienza a besarme de nuevo de esa
manera tan pasional y salvaje que tiene de hacerlo y al final pierdo el control. Estoy
exactamente donde él quiere que esté: sobre su regazo. Y estoy siendo, exactamente,
lo que él quiere que sea: una chica mala. Porque, aunque intente reprimirme, sus
caricias logran desinhibirme por completo y termino comportándome tan
primitivamente como él. Poco a poco nuestros cuerpos terminan uniéndose y unos
minutos después, mientras un millar de sensaciones nuevas, desconocidas y muy
gustosas se apoderan de mi cuerpo, todas esas absurdas preocupaciones y temores
que tenía desaparecen. Me muevo, dándole placer y dándomelo a mí misma,
buscando más, deseando más. Clavo mis uñas es sus hombros, me balanceo, me
arrastro y me froto contra su cuerpo y lo beso con tanta pasión que puedo saborear la
sangre de un pequeño mordisco que le he dado.
¡Dios! ¡El «action man» me vuelve loca de remate!
Esa noche, que esperaba pasarla sola y muerta de miedo en mi habitación,
termino viendo, no literalmente, las estrellas. En compañía, claro.
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Tengo un amante, tengo un amante, tengo un amante. Ese es el pensamiento
recurrente que estoy teniendo a lo largo de la mañana, ¡y no consigo sacármelo de la
cabeza!
La verdad es que hoy me siento feliz. Puede que me haya animado la cara que ha
puesto Bárbara cuando nos ha visto salir juntos, a Jack y a mí, de mi apartamento. O
puede que sea porque Jack me ha traído a trabajar en coche y hoy no he tenido que
caminar ni un solo metro a pie. O también puede ser porque ayer disfruté tanto que…
¡Madre mía! ¡Me siento, de pronto, como si me hubiera transformado en la
protagonista de «Cincuenta sombras de Grey»! ¡Esto no puede ser real!
Sí, también estoy preocupada por mi televisor, por la lámpara que cuelga en el
techo y por los clavos que han rayado la madera del suelo. ¿Se quedará el propietario
del piso con mi fianza? Aún así no pienso permitir que esas pequeñeces arruinen mi
repentina felicidad.
— ¿Debería hablar con Phoebe? ¿Debería contarle lo del «action man»? — me
pregunto en voz alta, dejándome caer en mi sillón de la biblioteca.
La mañana, por suerte, transcurre con un inesperado trajín de gente cotorreando
entre las estanterías de libros, lo que me obliga a mantenerme ocupada y no dejar que
mi imaginación continúe con su desvarío.
Cuando llega la hora del almuerzo tengo la sensación de que mi jornada matutina ha
transcurrido en un suspiro.
Me pongo la chaqueta, cojo el bolso del aparador y mientras abandono la
biblioteca saco mi teléfono para llamar a Phoebe, aunque me sorprendo con un
mensaje de ella. Al parecer hoy me dejará “colgada” porque Aaron la va a invitar a
comer en uno de los restaurantes más de moda de la ciudad. Bueno, pienso, parece
que el chico se está tomando la reconquista muy en serio.
No me apetece comer sola; el hecho de sentarme en una mesa, con mi pan, mi
botella de agua, mis platos, mi camarero… No sé, no me gusta, me parece demasiado
solitario y aburrido. Así que decido que me acercaré a una taberna cercana, me
tomaré una coca-cola light — ahora que me parezco a la de «Cincuenta sombras de
Grey» debería empezar a cuidar mi línea — », un café y pediré un sándwich vegetal
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para llevar. Seguramente me lo terminaré comiendo en la biblioteca, pero el paseíto
que voy a dar hasta la taberna será suficiente para despejarme de los libros y los
archivadores y cambiar momentáneamente de aires.
Me siento en la barra, pido el refresco y saco el teléfono móvil para trastear en él
y ganar tiempo. Como el aparato es nuevo, tiene poco contenido en su interior; la
galería de fotos está vacía, no tengo mensajes antiguos para releer… En fin, un
aburrimiento. Antes de apagar la pantalla, recuerdo que he intercambiado mi número
de teléfono con Jack y me siento tentada de enviarle un mensaje. La sola idea me
parece demasiado perversa y excitante, así que tamborileo con mis dedos sobre la
pantalla táctil preguntándome qué podría escribirle.
«¿Cómo va la mañana del bombero más sexy?»
Demasiado provocativo. ¿Lo envío o no lo envío? Quizás suene un tanto
desesperado. Puede que lo interprete como un acoso.
¡Bah! ¿Qué más da? Si me deja plantada tan sólo habré perdido la oportunidad de
echar unos cuantos polvos y poco más, ¿no? En realidad, él no me interesa por
ningún otro motivo, porque no busco pareja, no quiero casarme y con Miko como
responsabilidad tengo más que suficiente, no necesito hijos.
Pulso el botón de enviar y me quedó observando con expectación la pantalla.
— ¿Quiere limón?
— ¿Perdone? — pregunto, levantando la cabeza hacia el camarero.
— Limón. Si quiere limón en la coca-cola…
— ¡Ah, sí! ¡Gracias!
El camarero coloca el vaso frente a mí y yo vuelvo a centrar mi atención en el
teléfono. Me siento como si hubiera retrocedido en el tiempo hasta mi adolescencia o
algo así. El móvil suena con dos breves pitidos y un mensaje nuevo de Jack aparece
en mi pantalla.
Jack «action man»
La mañana del bombero va mal. No consigue sacarse de la cabeza a la sexy vecina
que tiene enfrente.
¡Ay, madre!
¿Pero cómo puede ser tan ligón? Aunque, pensándolo bien, he sido yo la que ha
comenzado…
Se una chica mala, Ollie, pienso, con una sonrisa pícara en el semblante.
Le doy un sorbo al refresco y me dispongo a teclear.
«No te preocupes. Esta noche haré que te olvides del trabajo y de tu mala
mañana.»
¿Añado un guiño? ¿Suena demasiado… provocador?
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Pulso enviar y suelto el teléfono de golpe, dejándolo sobre la barra del bar como si
me hubiera dado un repentino calambrazo. Me percato de que el camarero me
observa como si me hubiese vuelto loca, pero hoy estoy de taaan buen humor, que me
importa poco. O mejor dicho, me importa absolutamente nada.
Me termino el refresco, cojo mi sándwich para llevar y me dispongo a regresar a
la biblioteca. Camino con el teléfono móvil en la mano, porque soy incapaz de
guardarlo en el bolso y pasar de él. Dios, estoy desesperada. ¿Por qué tengo tantas
ganas de que me responda al mensaje? Ya me vale.
Como voy ensimismada en mis propios pensamientos, tropiezo con un muchacho
al doblar la calle y tanto mi bolsa con el sándwich como mi teléfono caen al suelo.
— Lo siento… — murmura el muchacho contra el que he chocado, haciéndose a
un lado.
— No, tranquilo, ha sido culpa mía.
Levanto la mirada hacia él y una sensación familiar se apodera de mí. Le
conozco; estoy cien por cien convencida de que le conozco de algo, pero…, ¿de qué?
— ¿Nos conocemos? — pregunto, dubitativa.
El chico, que ya se disponía a continuar su camino, frunce el ceño y me escruta
levemente.
— No, no nos conocemos — asegura, mirándome con tanta seriedad que me da
miedo — . Adiós.
No vuelve a girarse hacia mí.
Intento hacer memoria y ubicarle en mi mente, pero no lo consigo. La verdad es que
no tiene pinta de ser uno de los chicos de la biblioteca, porque su pinta se asemeja
más a la de un macarrilla que a la de un ratón de librería. Va vestido con unas
deportivas agujereadas, lo sé porque mi móvil ha caído justo en sus pies, y lleva unos
tejanos desgastados y una sudadera negra con capucha. Muy mal aspecto. Demasiado
siniestro.
Aún intentando encontrar a ese personaje entre las imágenes de mi pasado, me
dirijo a la biblioteca y me dejo caer en mi sillón con la intención de devorar el
sándwich vegetal. Dios, me muero de hambre… Supongo que dos rebanas de pan y
cuatro cachos de lechuga no solucionarán el problema, pero no me queda otro
remedio si pretendo mantener la línea. Bueno, sí, siempre podría regresar a
kickboxing y arriesgarme a que vuelvan a romperme la nariz.
— Prefiero morir de hambre — me digo en voz alta, con una pequeña risita.
Hasta que, de pronto, mi mente se ilumina, como si fuera una sucesión de
imágenes en una película, y voy recapitulando día a día hasta encajar el rostro del
muchacho en todas las escenas.
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— ¡Dios mío! — exclamo, rebuscando en mi bolso histéricamente.
Tengo que llamar a Phoebe y contárselo.
Luego llamaré a la policía. Sí, es buena idea, será mejor que avise de esto a la policía.
No encuentro el móvil y eso hace que mi crisis de nervios aumente más y más,
hasta que comprendo que lo tengo guardado en el bolsillo trasero de mis pantalones.
Lo saco y releo el mensaje que Jack me ha enviado.
Jack «action man»
Estoy deseando que llegue esta noche. ¿Cómo piensas hacer que me olvide de todo?
Ya le responderé luego, porque ahora tengo asuntos más importantes que tratar.
Doy con el nombre de Phoebe en la agenda de contactos y con la mano temblorosa
pulso el botón de llamar. Los tonos empiezan a reproducirse y mi amiga no contesta;
salta el contestador.
Vuelvo a probar suerte.
— Venga, vamos, coge el maldito teléfono, Phoebs…
— ¿Ollie? Ahora no pue…
— ¡Le he visto, Phoebe! ¡Le he visto!
Me llega el ruido de un restaurante de fondo y doy por hecho que aún sigue en su
comida de reconciliación con Aaron.
— ¿A quién has visto? — pregunta, sin comprender.
— ¡Al hombre que me atracó!
Ella guarda silencio unos segundos.
— Es Ollie, necesita mi ayuda para desbloquear el ordenador de la biblioteca
— miente — , dame un segundo.
Supongo que se estará alejando de la mesa, así que espero pacientemente mientras
doy saltitos en la silla de mi escritorio.
— Ya está. Estoy sola — anuncia Phoebe — . ¿Por qué dices que has visto a tu
atracador? — me pregunta, con un tono de histeria en la voz.
— ¡Porque le he visto, Phoebs! ¡Me he cruzado con él en la calle!
— ¿Estás segura?
Yo asiento con la cabeza, pero luego me doy cuenta de que Phoebe no puede
verme, sólo escucharme.
— Sí, estoy segura.
— ¡Madre mía! — exclama — . ¿Cómo sabes que no es alguien que se le parece
mucho?
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— ¡Porque también lo vi en la rueda de reconocimiento que la policía me puso!
Phoebe se queda en silencio, pensativa.
— ¿Le viste en la comisaría?
— Sí…
— ¿Y por qué no dijiste nada entonces?
— ¡No estaba segura, Phoebs! ¿Cómo voy a acusar a alguien de atraco y
homicidio sin estar segura del todo? Además, acababan de decirme que la señora
había muerto y…
No soy capaz de terminar la frase entre tanto estruendo.
El edificio se tambalea, puedo sentirlo. El suelo comienza a moverse como si se
tratara de arenas movedizas y yo me tiro al suelo, escondiéndome debajo del
escritorio. La histeria que hace dos minutos se había apoderado de mí se va
transformando poco a poco en pánico.
— ¿Ollie? ¿Olivia?
— ¡Dios mío, Phoebe! ¡Vamos a morir! — grito al teléfono, incapaz de
controlarme.
¿Hacía cuánto que no se sentía un terremoto tan fuerte en la ciudad?
— ¿Qué ocurre, Ollie? ¿Estás bien?
¡No, no estoy bien!
En realidad, esto no es un terremoto. No puede serlo.
El suelo ya no vibra y el edificio ha dejado de tambalearse, aunque en el exterior aún
se pueden escuchar los gritos ahogados de los transeúntes.
— ¿Olivia? ¡Responde ahora mismo, Olivia!
— Estoy bien, estoy bien… — me apresuro a contestar, mientras poco a poco
voy abandonando el refugio improvisado que me he buscado bajo el escritorio.
— ¿Pero qué demonios te pasa? ¿Qué ha sido eso?
Me acerco hasta la ventana y me quedo horrorizada contemplando el caos.
— Phoebe… Aquí está pasando algo… — susurro en shock.
— No te muevas de la biblioteca, voy para allí.
Y nada más decir eso, cuelga el teléfono.
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Observo horrorizada cómo se extienden las llamas, apoderándose de gran parte de
la fachada de enfrente. La tienda que estaba justo doblando la esquina ha explotado,
como por arte de magia. Justo después de que mi atracador saliera de allí, justo un par
de días después de que nos atracasen frente a ese escaparate.
¿Casualidad? No lo creo.
¿A qué se dedicaban allí?, me pregunto, intentando hacer memoria sin éxito. Bien
podía haberse tratado de una frutería que de una tienda de muebles antiguos, que no
lo sé. Fuera lo que fuese, no era algo llamativo — o al menos yo no me fijé en ella
—.
— ¡Menuda locura! — exclama Phoebs, que acaba de entrar en la biblioteca.
Se acerca para abrazarme y ambas nos quedamos petrificadas observando a través
de la ventana la escena que está teniendo lugar en el exterior. Un camión de
bomberos acaba de llegar al lugar y parece intentar mantener el fuego a raya, aunque
la humareda negra que se extiende por la calle parece ir «in crescendo».
— Sí que lo es — corroboro.
— ¿Qué crees que habrá sucedido, Ollie? Al aparcar el coche le he escuchado
decir a un policía que tenía cerca que parecía ser una explosión intencionada.
— Ha sido intencionada, estoy segura de eso.
Los agentes de policía y los bomberos corren de un lado a otro, los transeúntes se
van aglomerando detrás de una valla de policía para convertirse en espectadores del
incendio y en la carretera, que ha sido cortada, comienzan a apelotonarse varios
vehículos que no encuentran salida ni pueden dar marcha atrás.
— Y decían que esta zona era de las más seguras de la ciudad… — murmura mi
amiga, sin apartar la mirada de las chispas que saltan por los huecos en los que antes
se encontraban las ventanas del local — . ¿Cómo puede ocurrir algo así en un bufet
de abogados?
— ¿Un bufet de abogados? — repito, incrédula.
No tiene sentido.
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¿Por qué mi atracador ha incendiado un bufet de abogados? ¿Se habrán negado a
representar su caso ante los tribunales?
Me aparto de la ventana y me siento en la silla del escritorio con la cabeza a mil
por hora. ¿Debería hablar con la policía? ¿Debería contarles lo que sé? Aunque, en
realidad, cuanto más lo pienso más confusa me siento al respecto. ¿Y si mi
subconsciente me está jugando una mala pasada? ¿Y si en realidad ese chico no es
más que un muchacho que vive en la zona y con el que me he cruzado en más de una
ocasión al ir al almuerzo?
— ¿Qué vas a hacer con lo de tu atracador, Ollie? — me pregunta Phoebe, como
si hubiera sido capaz de leerme el pensamiento — . ¿Vas a ir a la policía?
— No sé qué hacer, creo que me estoy volviendo loca… — confieso, intentando
retener las lágrimas que amenazan con liberarse.
Phoebs se sienta a mi lado y me estrecha entre sus brazos de manera cariñosa.
— Has pasado por algo muy traumático, quizás deberías dejar todo eso de lado un
tiempo y, si después sigues teniendo tus dudas, hablarlo con alguien — propone.
Supongo que se referirá a un psicólogo o algo así; ¡genial! ¡Se piensa que estoy
loca!
Y eso que todavía no sabe la que preparé ayer en mi apartamento.
— Tienes razón, voy a dejar de pensar en ello y relajarme — acepto, aunque en
realidad no sé si seré capaz de hacerlo.
No, no voy a ser capaz. Estoy segura.
— Tengo que irme, pero te llamo esta noche y te cuento lo de Aaron, ¿vale?
— me dice, con una sonrisa de oreja a oreja que me hace sospechar que su
reconciliación con él ha ido sobre ruedas — . ¡Intenta no darle qué pensar a esa
cabecita tuya!
— Sí, claro — respondo, despidiéndome de ella.
Se marcha y la soledad vuelve a apoderarse de la estancia.
Con el jaleo que hay debajo del edificio no podré relajarme.
Procuro no mirar al exterior para no ponerme nerviosa, pero de vez en cuando la
vista se me escapa y no puedo evitar curiosear. Al parecer, los bomberos tienen todo
controlado y en pocas horas todo regresará a la normalidad, gracias a Dios.
Estoy repasando todos los hechos que han tenido lugar estos últimos días cuando
la empresa que se dispone a colocarme el equipo de seguridad en el piso me envía un
mensaje de texto para comunicarme que no asistirán. Teniendo en cuenta cómo está
el tráfico de la ciudad, es más que comprensible, ¿no?
— ¿Hola? ¿Hay alguien por aquí?
Me levanto de un salto del escritorio para que el recién llegado pueda verme. No
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sólo es uno de los policías del incendio si no que, además se trata del mismísimo
inspector Taylor; el mismo que me interrogó días atrás en la comisaría.
— ¡Hola! — saludo.
Esto no puede ser casualidad. Definitivamente, no.
— ¿Señorita Simmons? — inquiere, incrédulo.
— Buenas tardes, inspector Taylor…
El hombre, confuso, alarga el brazo para estrecharme la mano y después toma
asiento frente a mi escritorio.
— ¡Vaya! — exclama, sin ocultar su sorpresa — . Parece que las desgracias la
persiguen últimamente…
Yo asiento, pensativa.
¿Qué debo decir? ¿Debería contarle la verdad? ¿Confesar que sé quién es el
atracador?
Pero, ¿y si no es él? ¿Y si estoy equivocada?
— Supongo que trabaja aquí.
— Supone bien — corroboro.
— Señorita Simmons…
— Olivia, por favor.
— Olivia… — comienza el inspector, mirándome fijamente — . ¿Qué está
pasando aquí?
¡Oh, no!
¿Me está acusando a mí?
— No le entien…
— Olivia, no quiero que me malinterpretes, pero cuando me cruzo tantas veces
seguidas con alguien, mi instinto me indica que algo no va bien. ¿Lo entiendes?
Yo asiento, sacudiendo la cabeza afirmativamente.
— Así que, sé sincera. ¿Qué está pasando aquí, Olivia?
¡Dilo! ¡Venga, Ollie, sé valiente y dile lo que sabes!
Puede que estés equivocada, vale, pero sí resulta que lo estás sólo quedarás como una
idiota. Nada más. Bueno, y puede que metas a un chico en problemas; muy serios
problemas… La voz de mi cabeza no se para y yo cada vez estoy más nerviosa.
— No… No lo sé…
El inspector Taylor suspira.
— Acabamos de confirmar que la explosión fue provocada por un artilugio…
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casero. Y muy chapucero — añade — , así que sospechamos que el autor del delito
debe de ser un aficionado o alguien con muy poca experiencia. Desde luego, no
parece que el dueño del bufete esté intentando estafar al seguro.
— ¡Vaya!
— ¿Has visto a alguien sospechoso merodeando por la zona?
No me gusta ni un poco su tono de voz.
¿De verdad me está acusando de algo? ¿A mí?
— ¿Se encuentra bien, señorita Simmons?
Estoy hiperventilando y he comenzado a sudar.
¿Qué voy a decirle si, en realidad, ese hombre tiene razón? Las desgracias parecen
perseguirme y por muy paranoico que suene, presiento que estoy en peligro.
— ¡Es el atracador! — escupo al final, incapaz de retener más tiempo la
información — . ¡El atracador que nos robó y mató a la anciana!
El inspector Taylor guarda silencio, mirándome de arriba abajo.
Tranquilízate, Ollie, me digo a mí misma. Pero no puedo, ¡estoy cardiaca!
— ¿Estás diciendo que tu atracador también incendió el bufete de abogados?
Sacudo la cabeza en señal afirmativa.
— Supongo que también sabrás por qué y quién es, ¿no?
— Viene a por mí, inspector — le cuento, intentando mantener un tono sereno y
sosegado — . Creo que desde el atraco…, me ha estado persiguiendo.
El inspector Taylor suspira hondo, sin apartar su mirada excéntrica de mí.
— Veamos, Olivia… — comienza, justo antes de sacar un cuadernillo de notas y
garabatear unos apuntes — , ¿el atracador te ha estado persiguiendo?
— Eso creo.
— ¿Con qué intención?
Me encojo de hombros.
— Aún no lo sé.
— Y también ha incendiado el local que está frente a la biblioteca en la que
trabajas.
— Creo que está intentando asustarme — musito con voz ahogada — . Y lo ha
conseguido, inspector.
Por la mueca que refleja su rostro, intuyo que este hombre comparte la opinión de
Phoebe: que debería visitar a un psicólogo.
— ¿Hola?
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Ambos nos sobresaltamos en nuestros asientos y giramos la cabeza en dirección
al recién llegado. Es Jack, mi «action man», vestido con el traje ignifugo de su
trabajo. ¿Cuánta temperatura será capaz de soportar ese traje antes de que mi vecino
se achicharre vivo en su interior? ¡Céntrate, Olivia! ¡Estás hablando con el policía!
— Sí, Jack… — saludo, estirando el brazo para que pueda verme — . Dame un
segundo, estoy hablando con el inspector.
Se ha quitado el casco y tiene el pelo enmarañado, junto con el rostro ennegrecido
por la ceniza.
— Creo que ya está todo, señorita Simmons — me dice el inspector,
levantándose de la silla.
— ¿Ya? Pero si aún no le he descrito al atracador…
— ¿Has recordado al atracador? — pregunta Jack a unos metros de distancia,
extrañado.
— En realidad…
— Olivia — me interrumpe el inspector Taylor — , le aconsejo que se tome un
par de días libres para despejarse.
Me tiende la mano, haciéndome saber que la conversación ha llegado a su final.
¡Mierda! ¡Se piensa que estoy loca!
— Adiós, inspector — se despide Jack, mientras el hombre abandona la
biblioteca.
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Jack se ha ofrecido a llevarme en coche hasta casa, lo que es todo un detalle por
su parte. Tras rellenar los informes correspondientes al incendio, se ha acercado a la
biblioteca para recogerme en la mismísima puerta y que no tuviera que caminar ni un
solo paso. La verdad es que no puedo negar que es un encanto…
— ¿Qué te parece pizza para cenar? — me pregunta, mientras conduce con la
atención centrada en la carretera.
Además de un encanto, es muy responsable, y esas cualidades me gustan de él.
Madre mía, ¿me estoy pillando por el «action man»?
— Sí, claro, pizza estará genial.
En realidad, no esperaba que cenásemos juntos, aunque la compañía tampoco me
vendrá mal esta noche.
Detiene el vehículo frente a un local de comida rápida que he frecuentado en
alguna ocasión con Phoebs. Hacen unas pizzas gigantes y venden las raciones a un
par de dólares, lo que suele contribuir a que el establecimiento esté atestado de gente
y la cola se pierda doblando la esquina, acera abajo. Jack presiona el botón que activa
las luces de emergencia, porque ha dejado el coche estacionado en un hueco que
corresponde a los camiones de carga y descargada.
— Asegúrate de que la grúa no se lleve mi coche — re ríe mientras abre la puerta
del piloto para salir a la calle — . Espero no tardar demasiado.
— Tranquilo, protegeré el coche con mi vida — bromeo, guiñándole un ojo.
Veo cómo Jack alcanza el final de la cola con un par de zancadas y se coloca
detrás del último cliente. ¿Cómo no voy a admitir lo encantador y atento que es? Me
trae al trabajo, me lleva de vuelta a casa, se preocupa por la cena… Con tantas
atenciones casi paso por alto que es el nuevo ligón del edificio y que yo no soy su
primera conquista. Una vocecita en mi mente me dice que en algunas ocasiones los
hombres también cambian, se enamoran, sientan la cabeza y todas esas tonterías. Por
ejemplo, Aaron. Parece que el chico se ha dado cuenta de lo que perdía, ¿no?
Aunque, bueno, la verdad es que todos hacen lo mismo: primero la joden y después lo
intentan solucionar. Puede que Jack sea diferente. Pero no tiene pinta de serlo.
La cola va avanzando y yo observo, ensimismada, cómo «action man» va
avanzando centímetro a centímetro hasta entrar en el interior de la pizzería.
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— ¿Y qué más da cómo sea? — me pregunto en voz alta, con la mirada perdida
en las primeras gotas de lluvia que salpican la luna delantera del coche.
Lo importante es que me lo paso bien, me divierto, le pego unos buenos meneos a
mi cuerpecito y dejo de ser tan mojigata como lo era antes. La única premisa que
debo de tener presente en todo momento es que enamorarse está prohibido. Nada de
pensar en vivir en pareja, en comprar una casa, en cómo llamaremos a nuestros hijos
o en qué colegio estudiarán. No, esos pensamientos están totalmente prohibidos.
De pronto, la lluvia comienza a intensificarse con más fuerza, empapando por
completo el cristal. El coche de Jack debe de tener algún sensor de lluvia porque, a
los pocos segundos, los limpiaparabrisas se accionan y comienzan a funcionar sin que
yo tenga que tocar nada. Pienso en lo bien que hubiese venido el chaparrón para
controlar el incendio y mi mente, una vez más, termina centrando su atención en el
atracador. En su rostro, su capucha oscura, sus tejanos desgastados… Ni siquiera el
inspector me ha tomado en serio, lo que resulta realmente patético.
Confía en tu instinto, Ollie, me digo a mí misma.
Porque sé, y estoy cien por cien segura de ello, que en todo ese asunto hay algo más
que estoy pasando por alto. Primero atracan a la anciana, después me roban el bolso y
un día más tarde la anciana muere en el hospital. Cuando el asunto parece que queda
en el olvido, me vuelvo a cruzar con el mismo muchacho que vi en la rueda de
reconocimiento y, unos minutos después, la tienda frente a la que fuimos atracadas
estalla en mil pedazos incendiando el edificio. ¿De verdad es tan complicado ver que
ahí hay algo más?
O puede que simplemente estén siendo demasiados sucesos traumáticos y que no
sepa sobrellevarlos en condiciones.
— ¡Ya estoy de vuelta! — anuncia Jack, desplazándose al interior con nada
menos que tres cartones de pizza — . Doble de mozzarella y pepperoni — me cuenta,
sonriéndome de oreja a oreja.
¡Dios! ¿Por qué es tan guapo? ¿Desde cuándo me parece taaan guapo?
— ¡Genial! — respondo con el mismo entusiasmo — . ¡Mi favorita!
Jack saca de una bolsa dos latas de pepsi cola y unas servilletas.
— Creo que estamos preparados para la cena.
— ¿Cómo? — pregunto, sorprendida — . ¿Quieres cenar en el coche?
Él asiente.
— No creo que aguanten calientes demasiado tiempo.
— Las calentaré en el horno…
¡Estoy deseando tumbarme en el sofá y ver a Miko!
Jack dibuja una mueca seductora en su rostro.
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— He planeado algo más interesante para cuando lleguemos a casa… — me
dice, guiñándome juguetonamente un ojo.
¡Madre mía!
Nada más escucharle, un extraño calor asciende por mis entrañas y se instala en mi
vientre.
Así que, sin protestar más, comenzamos a cenar ahí, en mitad de un carril de
carga y descarga mientras las luces de emergencia parpadean en el exterior.
Debo de admitir que la pizza está riquísima y que la experiencia de “mal cenar” en un
coche metida es un tanto peculiar.
Últimamente mi vida no deja de dar giros inesperados, y aunque algunos no me
desagradan en absoluto, otros me hacen replantearme hacia dónde estoy dirigiendo
mi futuro.
— Ollie — murmura Jack, de nuevo con su gesto seductor en el semblante.
¿Por qué demonios hace eso? ¿Dónde aprendió a poner esa mueca tan sexy?
Se me hace extraño que alguien a quien considero un «casi desconocido» se dirija a
mí por mi diminutivo, aunque pensándolo fríamente, este «casi desconocido» me ha
visto como Dios me trajo al mundo casi más veces que mi propia madre.
— ¿Ollie? — repite, sonriendo levemente.
— Dime…
¡Madre mía! ¡Necesito que deje de mirarme así!
— Te has manchado de salsa de tomate… — ronronea, acercándose suavemente
hacia mí.
— ¿Dónde?
— Aquí… — susurra, justo antes de lamer la comisura de mis labios.
Me quedo petrificada ante el repentino contacto que surge entre nosotros y cierro
los ojos, permitiéndome disfrutar de este momento después de haber sufrido un día
tan largo.
— Tienes más salsa de tomate… — dice de nuevo con voz pícara — . ¿Te la
quito?
— Mmmm…
Jack comienza a besarme con lentitud el cuello y yo me pregunto si realmente
habré sido tan asquerosa de pringarme entera o si tan sólo se tratará de una excusa
para magrearme.
Seguramente, ambas.
Gimo cuando su lengua, húmeda y sensual, me provoca un escalofrío. Tengo que
recordarme a mí misma que aún seguimos en el coche, en la calle, y que debo
controlarme y comportarme como una señorita hasta llegar a casa. Después, entre las
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paredes de mi apartamento, podré seguir practicando cómo ser una chica mala de
verdad.
Abro los ojos e intento deshacerme de Jack, pero su mano traviesa empieza a
acompañar a su lengua inquieta y ahora siento que el «action man» está por todas
partes. Su mano, poco a poco, se va introduciendo debajo de mi suéter y yo me
remuevo en el asiento, incómoda.
— Jack, hay mucha gente… — le recuerdo entre risitas.
¿Cómo demonios voy a pedirle que pare si estoy deseando que siga?
— No me importa la gente — confiesa, apartando sus labios de mi cuello.
¡Madre mía, madre mía!
Justo en ese instante mi teléfono móvil comienza a resonar de fondo; supongo que
será Phoebe, ya que antes me ha dicho que me llamaría después de trabajar. Jack me
impide responder la llamada, aplicando con esmero todas sus técnicas de seducción.
Y funcionan. ¡Vaya si funcionan!
En realidad, creo que a mí tampoco me importa la gente.
— ¡¡Ufff, qué calor!! — exclamo, imitando el tono de voz sensual y sugestivo
que él aplica cuando quiere ser sexy.
— ¿Quieres que ponga el aire del coche? — pregunta.
¡Mierda!
Mi tono sexy parece no ser tan descarado y funcional como el suyo.
— No hace falta — replico, quitándome el jersey con lentitud — . Creo que me
sobra la ropa, nada más…
Al final, Jack comprende a dónde me quiero dirigir y sonríe con picardía.
Mientras me desabrocho los botones del cuello, me fijo en la cantidad de gente que se
ha resguardado bajo el saliente del edificio. La mayoría de ellos están haciendo cola
para recoger su porción de pizza del local, aunque unos pocos tan sólo parecen buscar
un refugio en el que protegerse del chaparrón.
Nadie parece estar prestándonos atención a nosotros, pero…
— ¿Te excita? — me pregunta Jack.
Está desabrochando el botón de mis vaqueros.
— Sí, me excitas mucho… — confieso, sonrojándome.
— No — murmura él con voz ronca, mirándome directamente a los ojos — . Que
si te excita saber que pueden vernos… Que alguien puede torcer su mirada hacia aquí
y ver lo traviesos que somos…
¡Madre mía!
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— Sí — confieso, con un nudo en la garganta — . Me excita.
¡Joder, Ollie!
En realidad, yo no soy así. Nunca me he comportado de este modo.
— Voy a comerte enterita, Ollie — ronronea Jack en mi oreja, lamiéndome el
lóbulo — , aquí mismo, mientras todos miran lo que te hago…
¡Oh, Dios mío! ¡Debo de haber perdido la cabeza de verdad!
Repaso de nuevo la hilera de personas que se aglomera bajo el saliente. No nos
mira nadie, así que puedo estar tranquila… ¡Mierda, no! ¡Sí que nos están mirando!
Mis ojos chocan con los del observador, pero estoy tan excitada que tardo varios
segundos en reconocer esa mirada cargada de odio, rencor y maldad.
— ¡Es él! — grito, retirándome a un lado de golpe.
Sin querer, aparto a Jack propinándole un manotazo en la nariz y me remuevo en
mi asiento, quitándome al «action man» de encima.
— ¡Joder! — grita Jack, al caer justo encima de la caja con los restos de pizza.
Veo los pedazos de pepperoni desperdigados por la moderna tapicería de su
coche, pero ahora mismo lo último que me preocupa es Jack. ¡Me está siguiendo! ¡Mi
atracador aún me persigue!
— ¡Es él! — repito, histérica, mientras forcejeo con la manilla de la puerta para
poder salir del maldito coche.
¿Pero qué puede querer ese tipo de mí?
Supongo que el subidón del momento y la cantidad de gente que nos rodea en este
instante impiden que el miedo se apodere de mí. Me veo capaz de enfrentarme a él,
sí. Soy capaz; y eso mismo es lo que voy a hacer.
Consigo salir del vehículo, y aún con Jack maldiciendo de fondo, camino
envalentonada hacia la hilera de gente que hay bajo el saliente del edificio.
Tanteo mi mirada entre los presentes, buscando una vez más esos ojos repletos de
maldad que ya he visto con anterioridad.
— ¿Te encuentras bien? — me pregunta una chica que espera para ser atendida
en la pizzería.
Todo el mundo me está mirando, menos él…
Mi atracador, mi persecutor, ¡se ha esfumado! ¡Ya no está!
— ¡Ollie! — grita Jack desde el coche, asomando su cabeza a través de la
ventanilla.
¡Mierda! ¿Cómo no van a pensar que estoy loca? ¿Y si de verdad lo estoy? Puede
que esté delirando y mi imaginación me esté pasando una mala jugada.
— ¡¡Ollie!!
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Me dirijo hacia el coche, decepcionada, aún con su penetrante mirada entre las
imágenes de mis recuerdos.
— ¿Pero te has dado cuenta de que estás medio desnuda, Olivia? — inquiere
Jack, señalando mi blusa desabotonada y mis pantalones tejanos con la cremallera
bajada.
¡No, no, no…!
Se tapa el rostro con ambas manos, derruido.
— ¡Eres un caos! — exclama, sin siquiera dirigirse a mí — . Y creo que me has
vuelto a romper la nariz…
— Lo siento — respondo avergonzada, sin saber qué más puedo añadir para
mejorar la situación.
Al menos, espero no empeorarla.
Jack tiene pinta de estar enfadado conmigo; y con razón, la verdad.
Apresurada, me abotono la blusa y me coloco en condiciones los tejanos, mientras mi
vecino «action man» aún asimila la escena que acaba de tener lugar. Apoya la frente
contra el volante y tengo la sensación de que, de un instante a otro, me pedirá que me
baje de su coche y que vuelva a casa andando.
— ¿Jack?
Y, dejándome estupefacta, de pronto se empieza a reír. Es una risa tan sincera y
despreocupada que dos minutos después, aún sin comprender la razón de la misma,
yo me río a su par.
— Olivia Simmons — me dice, mirándome fijamente — . Eres la chica más
impresionante que he conocido jamás.
Jack se quita una rodaja de pepperoni del pantalón y, con los ojos llorosos, se lo
lleva a la boca y lo mastica.
— ¿Y bien?
— Delicioso — confiesa — , pero eso no te librará de tener que limpiar mis
asientos.
Encantada, acepto la tarea mientras él arranca el coche y nos volvemos a poner en
marcha.
De camino, hablamos brevemente de lo sucedido y le confieso a mi súper «action
man» todos los temores que albergo en mi interior. Aunque no me habla de
psicólogos, sospecho que también intuye que algo en mi cabeza no rige del todo
como debería. Creo que incluso yo comienzo a sospecharlo.
— ¿Te sentirías más segura en mi apartamento? — me pregunta una vez
alcanzamos la puerta del rellano — . Podrías quedarte unos días. Quizás te venga
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bien para desconectar.
No te está invitando a vivir con él, Ollie, sólo está siendo amable, me recuerdo a
mí misma.
— ¿Y Miko?
— Podrías traerlo contigo — propone Jack — , al fin y al cabo, ya ha vivido
antes en esa casa, ¿no?
— Es verdad.
Subimos las escaleras hacia el tercero piso y me percato, por el camino, de que el
estado actual de su nariz es mucho peor de lo esperado. Es increíble que este chico
aún no me odie.
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— ¿Dónde te habías metido?
¿Se lo cuento o no? ¡Sí, qué diablos!
— Phoebe, es una larga historia…
— ¡Estaba preocupada por ti! — exclama, colérica.
— Lo siento, de verdad — aseguro, mientras compruebo que Jack y Miko aún se
encuentran dormitando en el interior del dormitorio — . Es que la noche se me ha
complicado y…
— ¿Dónde estás?
Sonrojada, respondo.
— Me he quedado en casa de Jack a dormir — confieso — , pasaré aquí unos
días hasta que el atracador me deje tranquila. Creo que se piensa que voy a delatarle o
algo así…
— ¡Ollie! ¿Tú te estás escuchando? ¿De verdad eres consciente de lo que dices?
— Te lo digo muy en serio, hoy le he vuelto a ver en la pizzería…
— ¿Pizzería? Dirás que en el incendio.
— Y después en la pizzería.
— ¿Pero de qué me estás hablando?
Phoebe suspira al otro lado de la línea telefónica.
— Tranquila, de verdad, en casa de Jack estaré…
— ¿Jack? ¿El vecino nuevo? ¿El «action man»?
— Phoebe, es una larga historia y…
Escucho un ruido y vuelvo a asomarme por el marco de la puerta. Miko se ha
despertado y viene a buscarme, pero Jack aún duerme plácidamente. Bien, lo último
que me apetece es despertarle.
— Olivia, siento tener que ser yo quien te diga esto, pero estás perdiendo la
cabeza.
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— Ya…
— ¿Me has escuchado bien? ¡Estás perdiendo el norte, Ollie!
No sé si reír o llorar.
— No lo sé, Phoebs, pero ahora mismo estoy asustada y nadie parece tomarme en
serio. Aquí, al menos, me siento a salvo.
Y eso que Phoebe no sabe nada de mi escenita a lo “Solo en casa”.
¡Menos mal!
— ¿En casa del vecino te sientes a salvo? — pregunta, incrédula — . ¡Olivia, por
Dios! ¡Nadie te persigue!
— ¿Cómo lo sabes? Hoy le he vuelt…
— Sólo estás pasando por una mala racha, nada más — asegura exasperada.
— Puede ser…
Miko se enrosca entre mis piernas, ronroneando sin parar.
Está somnoliento y supongo que ha venido a buscarme para llevarme de vuelta a la
cama.
— Mañana te llevaré a ver a mi psicóloga, ¿me escuchas? ¡Necesitas ayuda!
— ¿Tienes una psicóloga?
Al parecer no soy la única que guarda secretos en esta amistad.
— Todo el mundo tiene un psicólogo, Ollie… ¡Estamos en el siglo XXI!
Estoy a punto de replicar y de responderle que yo no tengo uno cuando la voz de
Jack me llega desde la lejanía.
Parece que al final y sin querer, he terminado por despertarle.
— Tengo que colgarte, Phoebe. Mañana te llamo.
— ¡Espera, no me…!
Pero antes de que pueda añadir nada más, cuelgo.
Jack me espera desnudo entre las sábanas y yo me estoy quedando fría. Además,
estoy deseando volver a acurrucarme entre sus brazos para conciliar el sueño.
— ¿Olivia?
— ¡Voy!
Como la distribución de su piso es exactamente igual que la mía, consigo
moverme con destreza entre la oscuridad hasta alcanzar mi lado de la cama. Miko me
sigue, y cuando yo me tumbo, él salta entre nosotros para hacerse un hueco.
— ¿Qué hacías ahí afuera? — inquiere, estrechándome entre sus brazos.
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Antes de irnos a dormir, hemos hecho el amor tres veces.
¡Dios, tres veces! Me siento exhausta y… feliz.
— Me ha llamado Phoebe y no quería preocuparla más de lo necesario.
Él asiente y me besa el cuello.
— Duerme bien, Ollie… — susurra en voz bajita, mientras estira su pesado
brazo por encima de mi cintura.
Comprendo, justo en la misma milésima de segundo en la que Jack me abraza,
que cuando una chica se busca un amante la relación no se desarrolla exactamente
igual que la nuestra. Es decir… ¿Es normal que Jack me abrace para dormir? ¿Qué
me haya ofrecido quedarme en su piso? ¿Qué se comporte tan tierna y amablemente
conmigo y con Miko?
— Jack… — murmuro, concentrada en mis pensamientos.
Quizás no debería decir nada pero…
— ¿Mmm?
— Jack, ¿qué somos? — pregunto, dubitativa.
— Ollie, tengo sueño…
— Ya, vale. Buenas noches.
El silencio nos envuelve de nuevo y yo sacudo mis pensamientos para intentar
conciliar el sueño. Seguramente termine, una vez más, contando ovejitas cuya torpeza
vaya directamente ligada a mi estado de somnolencia.
— ¿Ollie?
— Dime, Jack.
Aunque está en silencio y no puedo verle, puedo sentir su sonrisa. Sí, debe de
estar sonriendo con los ojos cerrados.
— Ha sido muy sencillo enamorarme de ti — confiesa, justo antes de soltar un
pequeño ronquido.
¿Qué… Qué acaba de decir? ¿Acaba de decirme que se ha enamorado de mí?
¡Oh, no! ¿Y ahora qué se supone que debo responder?
Miko se introduce en mi lado de las sábanas y yo, aún impactada, guardo silencio
obligando a mi mente a funcionar a gran velocidad. Quince minutos después aún no
he sido capaz de responder nada, pero los ronquidos profundos de Jack me hacen
saber que ya es tarde para eso.
Bien, ya está. No es necesario que responda; así que lo mejor será dormir.
Cuento ovejitas durante un buen rato y consigo llegar a la ovejita número noventa
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y dos. Después me dedico a contar delfines y, cuando me aburro de ellos, paso a los
topos. Los topos son más divertidos, porque me imagino un enorme campo de color
verde y a los pequeños animalitos asomando la cabecita por cualquier lado. Llevo
cuarenta y creo que me he dejado en el tintero a la mitad de ellos. Creo que he
contado catorce veces al mismo topo; me está vacilando, seguro.
Son las cuatro y media de la madrugada. Lo sé porque Jack se ha despertado para
ir al baño y yo he aprovechado para mirar el reloj en el teléfono. Después ha
regresado a la cama y ha seguido durmiendo sin decirme nada; aunque claro, yo
también he fingido no estar despierta.
¿Qué voy a decirle si me pide matrimonio? Bueno, quizás sea algo precipitado,
¡pero ha confesado que se ha enamorado de mí! ¡De mí!
Es porque aún no me conoce, pienso, incapaz de concebir dicha idea. ¿Desde hace
cuántos días nos conocemos? ¿Dos, tres? No tiene sentido.
Jack ronca y Miko le corea.
No tiene sentido pero aquí estoy, en su casa, con mi gato.
Bueno, en realidad, Miko debería de ser más propietario de esta casa que el propio
Jack — pero esa discusión no viene al caso — .
¿Y yo? ¿Estoy enamorada de él?
Debo confesar que Jack es un soplo de aire fresco, que me proporciona adrenalina,
que me siento protegida a su lado y que, además, tiene un sentido del humor
fantástico y nunca parece estar enfadado. Sería estúpido engañarme a mí misma
diciéndome que no siento nada; pero enamorarme cambia totalmente mis planes de
futuro y no sé si ahora mismo tengo el tiempo suficiente para dedicarle a una
relación.
No puede ser tan complicado; sí Phoebs puede hacerlo, ¿por qué yo no?
Al final, en algún momento de la madrugada, termino cediendo al cansancio y
quedándome dormida; a fin de cuentas, aquí estoy completamente a salvo.
— Buenos días, bella durmiente — saluda Jack cuando abro los ojos.
Me está acariciando la espalda con la yema de los dedos mientras los primeros
rayos de luz se cuelan por la ventana. ¿Acaso sigo soñando?
— Buenos días, Jack…
Creo que a partir de ahora adoraré los muñecos «action man».
— He preparado el desayuno, así que abre los ojos… — me dice, empleando ese
tono de voz seductor que tan loca me vuelve.
Obedezco, feliz por el detalle que ha tenido conmigo, y me encuentro de bruces
con una bandeja de madera sobre la que Jack ha preparado un bol con fresas cortadas
y nata montada. ¿Además de guapo, fuerte y seguro de sí mismo, también es adivino?
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¡Adoro las fresas con nada!
— ¡Vaya pinta! — exclamo, sin poder contenerme y atrapando el bote de nata.
Rocío las fresas hasta cubrirlas por completo y observo a Jack, que no me quita
los ojos de encima. ¡Están buenísimas!
— No sabía que te despertaras tan hambrienta… Si no, también habría traído
tostadas.
Yo suelto una pequeña risita y le cedo el bol; creo que lo mejor será compartirlo,
porque estaba a dieta. ¿Lo estaba, no? Bueno, qué más da. Jack se ha enamorado de
mí, lo que significa que ya puedo coger un par de kilitos sin que él los note. El día de
nuestra boda seguiré diciéndole que peso lo mismo y uso la misma talla que cuando
nos conocimos. ¡Dios mío! ¿Estoy pensando en nuestra boda? ¿Qué boda?
— Yo pensaba comer la nata acompañándola de otra cosa… más sabrosa.
Otra vez esa voz tan seductora y sensual.
¡Dios mío, es capaz de hacer que mi cabeza dé vueltas con tan sólo abrir la boca!
Aparta la bandeja con destreza y se abalanza sobre mí para comerme la boca. Me
besa con tanta pasión que siento que en cualquier momento me desmayaré.
— Tienes dos segundos — dice, apartando sus labios de mi piel — , para
arrancarte ese pijama. O lo haré yo…
Suelto una pequeña risita y me apresuro a retirarme la ropa con la mayor rapidez
que soy capaz. Me enredo en el proceso con la camiseta y entre la tela puedo ver a
Jack, que ya está completamente desnudo, y me está esperando. ¡Ay, madre!
Al final, termina riéndose a mi compás y me ayuda a quitarme la camiseta.
— Por fin… — murmura, repasándome con la mirada — , ¡el desayuno ya está
listo!
Suelto otra descomunal carcajada, que implica más nerviosismo que otra cosa, y
rodeo su cuello con mis brazos para volver a besarle. Pero mi «action man» no me da
tregua y me empuja sobre la cama, dejándome totalmente expuesta sobre él, que se
encuentra de rodillas a mi lado.
Sin perder el tiempo, coge el bote de nata y lo agita con fuerza.
— ¿Por dónde empiezo? — me pregunta, guiñándome un ojo — . Hoy estás muy
apetitosa, Ollie…
— Y tú muy enamorado de mí — suelto.
Y justo cuando termino de decirlo, soy consciente de que ha sido pronunciado en
voz alta y no se ha quedado en mi cabeza. ¡Oh, no! ¡Eso tenía que ser sólo un
pensamiento!
Pero «action man» sonríe y continúa con su tarea como si no me hubiera
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escuchado. Como diciendo: pues sí, ¡así es!
Ay, ay, ay…
— Creo que ya sé por dónde comenzar… — ronronea, haciendo que un
escalofrío recorra mi cuerpo de arriba abajo.
La nata cae sobre mis pechos y dos segundos después Jack está sobre mí,
lamiendo mis pezones y haciéndome gritar de placer.
Sí, creo que yo también estoy enamorada.
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Estoy enamorada.
Ese es el pensamiento recurrente que tendré esta mañana aunque intente evitarlo con
todas mis fuerzas.
Ha salido un día soleado y las nubes parecen haberse escondido para mantener el
cielo azul, brillante y despejado. Además, hoy no iré a trabajar. Después del episodio
de ayer, Jack (¡sí, Jack!) se ha encargado de llamar a mi jefe y explicarle mi situación
de estrés. Al parecer, me corresponden tres días libres para relajarme y despejar mi
cabeza.
La parte mala de todo esto es que «action man» sí que se ha tenido que ir a
trabajar, así que aquí estoy yo, en su casa, con Miko, sola.
Decido comenzar por lo más básico del día a día; darme una ducha, arreglarme el
cabello y vestirme guapa. He cogido un vestido primaveral de mi armario, aunque he
decidido prepararme en casa de Jack (aquí me siento mucho más segura). Cuando
termino y repaso la imagen que me devuelve el espejo, me sorprendo al comprobar
que estoy guapísima. ¿Cómo no se va a enamorar de mí? ¡Madre mía, este vestido me
sienta genial!
Después, con Miko sentado sobre mi regazo, decido que debo entretenerme con
algo para mantenerme distraída. Pienso que podría salir a hacer ejercicio, correr o
algo así, pero la verdad es que aún tengo agujetas del kickboxing y me da miedo
tropezarme y volver a romperme la nariz. Peor aún, ¡me da pánico caerme en el
agujero de una alcantarilla sin tapa!
Sí, ya sé que es algo poco probable, pero es un miedo que siempre he tenido. Me
imagino corriendo por la acera, con mis pantaloncitos de deporte y mi camiseta de
licra, y de repente, ¡ZAS!, desaparezco del mundo y termino en una cloaca.
Últimamente me pasa de todo, así que tampoco me parece tan descabellado, ¿no?
— Está bien, Miko… ¿Qué hacemos para no aburrirnos toda la mañana?
Y de pronto, como por arte de magia, la solución aparece frente a mí.
“Recetas fáciles y sencillas. ¡Sorprende a tus comensales!”
Me levanto de un salto del sofá y me abalanzo sobre el libro con la esperanza de
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que la solución a mi problema se encuentre entre sus páginas. ¿No sería genial
esperar a Jack con la mesa preparada y la comida lista para servir? Entonces sí que
terminaría de enamorarse de mí, claro.
— ¡Genial, Miko! — exclamo, entusiasmada.
Abro el libro por el principio y comienzo a pasar hojas con lentitud,
preguntándome qué clase de engaño es este. Pone que son “recetas fáciles y
sencillas”, pero no consigo pasar de la quiché Lorraine. Al final, termino encontrando
una receta de “calabacines rellenos” y otra de “patatas rellenas” que parecen lo
suficientemente elaboradas como para impresionar, pero sencillas de preparar. O eso
espero, al menos.
Canturreando, me dirijo a la cocina y dedico la siguiente hora a preparar los
ingredientes necesarios. No hay mozzarella, pero no pasa nada, porque sí que tengo
queso emmenthal. Tampoco hay bacón, pero no pasa nada, porque lo sustituiré por un
poquito de jamón york a la plancha. Bien, ¡todo listo y manos a la obra!
Pongo el equipo de música de Jack y me dedico a picar bien finita la verdura y
pocharla. Me pregunto cuánto tiempo tendré que dejar cociendo los calabacines antes
de rellenarlos… Porque había que cocerlos, ¿no? Será mejor que vuelva a repasar las
recetas antes de seguir.
Regreso al sofá, y mientras la verdura se va haciendo poco a poco en la sartén, yo
vuelvo a releer la receta. ¡Bien, había que cocerlos! Regreso a la cocina a tiempo de
rescatar las verduras y los calabacines de la cazuela, que se han quedado blanditos y
tiernos.
Miko, sorprendido por mi repentino ímpetu culinario, se va escurriendo entre mis
pies intentando llamar mi atención. Parece estar aburrido, aunque ahora no es el
mejor momento para prestarle atención o terminaré prendiéndole fuego a la cocina de
Jack.
Me imagino al inspector Taylor recorriendo el incendio y preguntándome; ¿tú otra
vez, Olivia? Empiezo a sospechar que aquí hay gato encerrado… ¡Y entonces
encontraría a Miko escondido en un armario!
Me invade un pequeño ataque de risa absurda ante mis pensamientos sin sentido,
justo cuando preparo la bandeja del horno y coloco los calabacines rellenos sobre un
papelito de esos que se suelen usar para cocinar.
Bueno, ¡pues ya está!
Ahora sólo tengo que esperar cuarenta minutos y relajarme en el sofá.
Me vendrá bien un descansito, porque la verdad es que no he dormido demasiado
bien esta noche y cocinar me ha llevado bastante más tiempo del que me imaginaba.
Miko se tumba a mi lado mientras poco a poco mis párpados comienzan a ceder al
cansancio. Decido ponerme una alarma en mi teléfono móvil y descansar el ratito que
tengo por delante. ¡No consigo sacarme de la cabeza la cara de sorpresa que pondrá
Jack cuando entre en su apartamento y se encuentre la mesa preparada! Será, incluso,
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mejor que su desayuno sexy. Mucho mejor.
Cuando quiero darme cuenta, ya me he quedado dormida.
Y cuando vuelvo a darme cuenta… ¡¡¡¡LA CASA ESTÁ LLENA DE HUMO!!!!
Salto del sofá alertada por los maullidos de Miko y corro hasta la cocina; la
humareda proviene del interior de horno, así que doy por hecho que mi “ratito de
descanso” se ha alargado más de lo pensado. ¿Pero no había dejado puesta una
maldita alarma? Quizás lo haya hecho mal — al fin y al cabo, el teléfono es nuevo
— . O puede que, simplemente, no haya escuchado resonar al aparato. ¡Maldito
teléfono!
Abro el horno, pero descubro de inmediato que hacerlo no es tan buena idea como
había pensado porque me intoxico con otra avalancha de humo negruno. ¡Mierda!
Quizás sí que termine viendo al inspector Taylor hoy…
Lleno un jarrón con agua fría y repito el proceso de abrir el horno, aunque esta
vez rociando los calcinados calabacines rellenos que hay en su interior.
— No, no, no… — lloriqueo, al ver que mi esfuerzo sobrehumano por ser una
cocinitas ha quedado reducido a cenizas.
Apresurada, me dirijo a abrir las ventanas del piso — ¡me cuesta respirar! —
cuando la alarma antiincendios de la señora Collins se dispara sola. Una sirena
alarmante resuena en todo el piso, seguramente alertando a los vecinos e, incluso,
puede que a los bomberos.
¡Lo que me faltaba!
Alzo la mirada hacia el techo y recorro con mi vista cada centímetro de él en
busca del maldito aparato. ¿Dónde está? ¡Dios, me estoy quedando sorda!
Termino dando con la circunferencia que filtra el humo y libera la alarma en el salón,
justo encima del sofá, y deduzco que ha saltado cuando he abierto la tapa del horno y
he liberado al demonio. Tengo que callar cuanto antes ese trasto o me meteré en
problemas.
Me subo en una silla y me estiro para alcanzarlo, pero está mucho más arriba de
lo que pensaba. Debo de ser de tamaño liliputiense o puede que los techos de esta
casa estén fabricados para gigantes de tres metros, quién sabe. Sea como sea, no
consigo silenciar ese maldito trasto y tarde o temprano, Jack recibirá una alarma de
que su piso ha sido incendiado.
— Piensa, Ollie, piensa…
¿Qué haces cuando no consigues alcanzar algo por tus propios medios? ¡Darle
con un palo!
Me bajo de la silla apresurada y corro a la despensa en la que Jack guarda los
trastos de limpieza para hacerme con la escoba. Sin pensármelo dos veces, me vuelvo
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a subir en la silla y “mato” al aparato a escobazos hasta que, al fin, aspira su último
aliento y se silencia para siempre.
El resultado de la mañana es el siguiente:
1. Mi pelo huele a barbacoa.
2. La casa de Jack huele a barbacoa.
3. Las paredes de la cocina están negras.
4. Necesito unas gafas antiniebla para encontrar a Miko en este piso.
5. Estoy sudada y asquerosa.
6. No tengo la comida hecha.
7. He quemado todos los ingredientes que «action man» tenía en la
nevera.
Total: lo mejor hubiera sido quedarse en la cama, tal y como Jack me había
recomendado que hiciera.
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Un par de manzanas más abajo de donde vivimos, hay una tiendita de comida
preparada para llevar. Lo bueno de ese sitio es que los propietarios, un matrimonio
mayor que lleva toda la vida dedicándose a la cocina, prepara cada plato de forma
casera para que tú la disfrutes sin necesidad de encender el horno.
Podía haber empezado por ahí y haberme ahorrado un casi-incendio, pero no.
Olivia Simmons no es capaz de usar su cabecita si no es para terminar metida en un
buen lío.
Tras abrir todas las ventanas del apartamento de la señora Collins — quiero
decir, de Jack — , me hago una coleta alta y me dirijo a la calle con intenciones de
airearme. Debo de oler fatal, pero tampoco merece la pena cambiarme de ropa si
tengo pensado regresar al apartamento de Jack, porque volveré a coger olor a
quemado con rapidez. Mi querido vecino «action man» me matará en cuanto cruce el
umbral de la puerta de su casa y descubra que, durante dos meses, su sofá
desprenderá un ligero tufo a chamuscado.
Saludo al viejito que regenta la tienda y me dirijo al fondo, donde se encuentran
las cacerolas enormes y las sartenes descomunales en las que su anciana mujer
prepara día a día las comidas. Veo un arroz mediterráneo que tiene una pinta
estupenda y le pido a la señora que me prepare dos táper grandes para llevarme a
casa. Le diré a Jack que lo he cocinado yo y el efecto «wow» será igual de
impresionante que con los calabacines rellenos.
Cuando me dirijo de vuelta al apartamento la ansiedad por haber calcinado la
comida casi ha desaparecido y mi humor vuelve a ser esplendido. Un poco de
ambientador, una mesa con velas aromáticas y problema solucionado. Puede que ni
siquiera Jack termine dándose cuenta del pequeño accidente que he sufrido.
Sí, vuelvo a sentirme radiante.
Subiendo escaleras arriba, decido llamar a Phoebe y contarle las novedades
ocurridas con Jack y el pequeño episodio de pánico que sufrí ayer cuando me pareció
ver, por segunda vez consecutiva en un mismo día, a mi atracador.
— ¿Phoebs?
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— Ollie… — responde de un aparente mal humor — . ¡No te lo vas a creer!
¿Cómo es posible que siempre tenga algo nuevo que contarme? ¡Phoebe es
increíble!
— Prueba. ¿Qué te ocurre?
Ella guarda silencio lo que se me antoja una eternidad y después, de repente y sin
decir nada, se echa a llorar desconsoladamente al otro lado de la línea telefónica.
— ¡Phoebs! ¿Qué ocurre? — repito, alterada — . Venga, tranquilízate y
cuéntamelo… Sea lo que sea, seguro que tiene solución.
La escucho hipar y gimotear.
— Phoebe…, venga, vamos, no te pongas así… Seguro que no es para tanto.
— ¡Aaron me estaba engañando con la otra, Ollie! — exclama, sonándose los
mocos — . ¡Se veía con ella mientras me suplicaba a mí que le perdonase!
¡Ups!
La verdad es que el panorama sí que tiene mala pinta, así que lo mejor será que no le
cuente nada de Jack. No es buen momento.
¿Qué dice una amiga en estas circunstancias? ¡Por favor, no me obligues a volver a
kickboxing!
—¡ Menudo cabronazo…!
— Ollie… — lloriquea Phoebs — , me quiero morir…
Estoy a punto de responderle que nadie va a morirse, que todo saldrá bien y que
nos vengaremos del imbécil de Aaron dándole su merecido. Pero no soy capaz de
decir nada porque ahí está… en el rellano, a unos simples metros de mí.
— ¿Ollie? — inquiere mi amiga al ver que me he quedado muda.
¡Oh, no! ¡Ha venido a por mí! ¡Sabe dónde vivo!
Impactada, dejo caer las bolsas con el arroz mediterráneo al suelo y salgo
disparada escaleras abajo, con el corazón a mil por hora latiendo en el interior de mi
pecho.
¿Me habrá visto? ¡Claro que me ha visto! ¡Tiene que haberlo hecho!
Pero, ¿cómo sabe dónde vivo?
Empiezo a atar cabos y me doy cuenta de que cuando ese ladronzuelo psicópata
se hizo con mi bolso y mi cartera obtuvo toda la información que mi carné de
identidad le proporcionó. Nombre, apellidos, e incluso, la dirección de mi vivienda
actual. Además de todo eso, llevaba encima mi tarjeta de bibliotecaria, así que
también sabía de sobra dónde trabajaba… Pero, ¿qué es lo que quiere de mí? No
tengo dinero y sólo soy una simple chica. Una don nadie.
Estoy corriendo sin rumbo, moviendo un pie detrás de otro como un pollo sin
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cabeza. Me doy cuenta en ese instante de que no sólo he soltado la compra al verle,
sino que también he dejado caer mi bolso y mi teléfono móvil al suelo.
¡Pobre Phoebs, la he abandonado en mitad de una de sus crisis existenciales!
Sigo moviendo un pie detrás de otro, incapaz de frenar el ritmo de carrera. De vez
en cuando me atrevo a volver la vista atrás y, aunque me parece que nadie me sigue,
no logro sentirme a salvo.
Un agobio descomunal se va apoderando de mi cuerpo hasta que, de pronto, me veo
plantada frente al parque de bomberos de la ciudad.
— Jack…
¡Eso es!
Jack sabrá qué hacer y cómo actuar.
Entro, temblando como un flan, y pregunto por él. La chica de recepción me
escruta de hito a hito y me doy cuenta de que debo de tener un estado realmente
penoso; pero eso es lo de menos. Me indica que seguramente lo podré encontrar en la
planta de arriba y me dirijo al ascensor que me señala.
Venga, Ollie, tranquilízate, aquí estás a salvo…
— ¡Ey, perdona! — grito cuando, en la planta de arriba, me tropiezo con un
bombero — . Estoy buscando a Jack…
El hombre me mira de la misma forma que la recepcionista e, incomoda, me froto
las manos contra el ennegrecido vestido. Tenía que haberme cambiado de ropa antes
de ir a la tienda a buscar el arroz, pero ya es tarde para los arrepentimientos.
— Está abajo — me indica, señalándome la barra espiral por la que los bomberos
descienden hasta la planta baja.
— ¿Sólo se baja por ahí?
El compañero de Jack sacude la cabeza.
— También por el ascensor, claro… — señala, como si mi pregunta fuera
realmente absurda.
Yo le sonrío y le doy las gracias con amabilidad y me apresuro a llamar al
ascensor. ¡Está ocupado! ¡Y yo estoy cardiaca!
Necesito encontrar a Jack antes de que me dé un ataque de nervios y termine
desmayándome de la misma forma que lo hice el día del atraco.
El ascensor sube pero, cuando las puertas se abren, vuelve a reaparecer mi
pesadilla.
— No puede ser… — murmuro, mientras mi corazón vuelve a dispararse de
forma preocupante.
¡Esto no puede estar pasándome a mí!
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— Zorra escurridiza — responde mi atracador — , abre la boca y te mataré aquí
mismo.
¡Oh, Dios mío! ¡Otra vez no!
¿Cómo demonios ha logrado perseguirme hasta el parque de bomberos? ¡He venido
corriendo! Aunque claro, tampoco estoy en muy buena forma…
Cuando el chico de la mirada psicópata que me quiere muerta da un paso fuera
del ascensor, intentando alcanzarme, yo me doy la vuelta y echo a correr sin dejar de
gritar. Estoy histérica y si alguien no se había percatado de mi presencia, ahora ya
tiene que haberlo hecho. Grito con fuerza hasta que alcanzo la barra por la que los
bomberos se lanzan al vacío y, sin pensarlo, me tiro al agujero enroscándome
alrededor del palo metálico, sin dejar por un solo segundo de gritar.
Mis pies chocan contra el suelo. Mis pulmones no contienen aire. Mi corazón no
consigue relajarse.
— ¿Olivia? Qué haces…
Y entonces, le veo y todo parece volver a ser seguro para mí.
— ¡JACK!
Todo el mundo parece mirarme de manera alarmada, y aunque al principio
supongo que se debe a mi estado de histeria descomunal, al final termino
comprendiendo que el vestido se me ha enroscado en las bragas al bajar por la barra
metálica y que llevo el culo al aire.
¡Genial!
Me quieren matar y todos los compañeros de Jack han sido testigos de que uso
braguitas de Mickey y Minnie Mouse — que por cierto, me quedan tan pequeñas que
casi se han convertido en un tanga — .
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— Han registrado el parque de bomberos de arriba abajo y aquí no hay nadie,
Ollie…, puedes estar tranquila.
No, no puedo estar tranquila, ¿es que no lo entiende? ¡Un asesino viene a por mí!
— Te estoy diciendo que me persiguió hasta aquí, que intentó entrar en mi casa y
que después amenazó con matarme si abría la boca.
Bueno, quizás no en ese orden, pero más o menos así fue.
Jack y su compañero se lanzan una mirada que no soy capaz de descifrar.
— Pediré los vídeos de las cámaras de seguridad… — dice el otro chico,
alejándose de nosotros.
Y entonces «action man» y yo nos quedamos a solas.
— Ollie…
— Te estoy diciendo la verdad, Jack. Créeme, por favor…
¿Por qué tengo la misma sensación de que, al igual que Phoebe, Jack también
piensa que debería de visitar un psicólogo? O un psiquiátrico, tal vez.
— Te creo — dice, finalmente — . Y creo que deberíamos ir a la policía y
contarles lo que está pasando.
Bien, ese plan no está mal.
Yo sacudo la cabeza en señal afirmativa y, sin pensármelo dos veces, me lanzo a sus
brazos. Jack me estrecha con fuerza, haciendo que me sienta — una vez más — ,
protegida y segura.
— Me cambiaré de ropa y te acompañaré — añade, separándose repentinamente
de mí.
Yo se lo agradezco con un tierno beso en los labios.
Antes de marcharse al vestuario, Jack me deja su teléfono móvil para que llame a
Phoebe y la tranquilice. Y así hago; me sorprendo al comprobar que cuando mi amiga
responde la llamada ya no está llorando desconsoladamente. También me sorprendo
cuando Phoebe me dice que escuchó a mi atracador gritar algo ininteligible. Y, al fin,
me siento alivia y feliz cuando la escucho decir que me acompañará a la policía y no
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volverá a desconfiar de mi palabra.
¡No estoy loca! ¡No estoy loca!
Es increíble que pueda sentirme tan dichosa a pesar de que alguien, allí afuera,
esté esperando el momento oportuno para cortarme el pescuezo.
— ¿Nos vamos? — pregunta «action man», con su bolsa de deporte colgada al
hombro.
Yo asiento y cuando me levanto para caminar a su lado, el pensamiento recurrente
del día regresa a mi mente.
— Jack está enamorado de mí.
— ¿Qué has dicho?
¡Oh, mierda!
¡Otra vez he pensado en voz alta!
Yo le observo, horrorizada, sin saber cómo solucionar la situación.
— Que yo estoy enamorada de ti — suelto, sin siquiera pensarlo dos veces.
¡Ouch!
Jack deja de caminar y me observa detenidamente. Alza sus manos y coloca
ambas en mi rostro, aprisionándolo con delicadeza entre ellas.
— Olivia Simmons — dice con la voz ronca — . Eres el caos más adictivo que
he conocido jamás.
Y aunque sus compañeros nos están mirando, aunque todos hayan visto mis
braguitas de Disney y aunque la mitad piense que estoy totalmente pirada, «action
man» me besa profundamente dejándome sin aliento y robándome el corazón.
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El caos es una palabra griega que deriva de lo impredecible y del desorden.
Hacía unas pocas semanas, hubiera jurado que mi vida no tenía nada que ver con el
caos, pero ahora mismo tengo la sensación de que es la palabra que mejor define mi
día a día.
Se podría decir que la comisaría se ha convertido en mi segundo hogar y que el
inspector Taylor está más ligado a mi vida que mi propia familia.
— ¿Ha recordado algo, señorita Simmons? — me pregunta con el rostro
confundido cuando nos ve llegar.
Menos mal que Phoebe y Jack están conmigo, porque sé que por mí misma no
sería capaz de enfrentarme a esta sensación.
— Sé quién es el atracador, inspector — musito con la voz temblorosa.
Le explico todos los sucesos que han tenido lugar en mi vida desde el momento
del atraco a la anciana y mi sospecha de que el muchacho psicópata se encontraba
presente en la rueda de reconocimiento. El inspector me indica que pase a una sala de
interrogatorios y me deja a solas, con un café como único acompañamiento, mientras
él recopila las fotografías de todos los hombres que se encontraban citados en
comisaría aquel día.
— Aquí están — dice, colocándolas frente a mí.
Voy pasando una detrás de otra, pero ninguno de esos hombres me resulta
familiar.
¡No puede ser! ¡No está!
— ¿Hay algún problema? — inquiere el inspector Taylor.
Yo sacudo la cabeza en señal negativa.
Muy bien, tranquila, Ollie… Relájate y vuelve a examinar las fotografías.
Obedezco la orden que me doy a mí misma y repito el proceso, una y otra vez, sin
resultado alguno.
— ¿Y bien?
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— No está aquí.
— ¿Cómo que no está ahí?
Resoplo e, inconscientemente, me dejo caer sobre la mesa.
— ¿Me estoy volviendo loca?
— ¿Perdona? — salta el inspector Taylor.
¡Mierda! ¡He vuelto a pensar en voz alta!
— Es solo que…, me siento confusa.
El policía me mira atentamente hasta que, al final, es capaz de pronunciar en voz
alta las palabras que deseaba decir desde que he cruzado la puerta de la comisaría.
— Señorita Simmons, creo que debería presentarse a un examen psiquiátrico…
— ¡No estoy loca! — aseguro — . ¡Phoebe también escuchó al atracador desde
el teléfono!
Taylor dibuja una mueca que refleja la lástima que siente por mí.
— Lo que su amiga ha escuchado ha sido al vecino del cuarto, que la llamó a
voces cuando vio que tirabas todas tus cosas y salías corriendo escaleras abajo.
La sangre se me hiela al escuchar eso.
— ¿Quieres saber qué pienso de todo lo que ha pasado Olivia? — continúa el
inspector, envalentado — . Que tú golpeaste a la anciana en mitad de un brote
psicótico, que tú incendiaste el bufet de abogados y que estás perdiendo la cabeza y te
has inventado toda esta historia porque te sientes culpable en los momentos de
lucidez.
— ¡No estoy loca! — exclamo, indignada, golpeando con el puño la mesa de los
interrogatorios.
— ¿Entonces por qué nunca hay testigos, Olivia? — me ataca el inspector — .
¿Te has parado a pensarlo? ¡La historia que cuentas no tiene ni pies ni cabeza!
— No estoy loca… — repito, cada vez menos convencida.
¿Por qué todo el mundo me dice que he perdido la cabeza?
— Un atracador os roba, después incendia el bufete de abogados que hay frente a
tu lugar de trabajo y decide, en ese momento, perseguirte para asesinarte a ti. ¿Qué
sentido tiene todo esto? ¡Te lo has inventado, Olivia!
— ¡No me lo he inventado!
— ¿Y por qué nadie ha visto a ese atracador en el parque de bomberos? ¿Por qué
tu vecino, cuando salió corriendo detrás de ti, no vio a nadie persiguiéndote? ¿Me lo
explicas?
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— Yo…, no…
¿Y si tiene razón y estoy loca? ¿Y si he perdido la cabeza?
El inspector Taylor suspira con aire abatido.
— Vete a casa, Olivia — dice, al final — . No tengo pruebas de nada de lo que
he dicho, así que solicitaré que te sometas a una evaluación psiquiátrica.
— Pero yo… — comienzo, sin ser capaz de continuar.
— No salgas de la ciudad, por favor, y mantente localizable.
No estoy loca, me repito mentalmente, indignada.
Mi pensamiento recurrente del día ha cambiado; ya no me importa si estoy
enamorada o Jack se ha enamorado. Mi prioridad, ahora mismo, es convencerme a mí
misma: no estoy loca. No estoy loca.
Pero ni siquiera yo me lo creo.
— ¡¡Ollie!! — grita Phoebs, lanzándose a mis brazos — . ¿Ya está? ¿Lo has
identificado?
Trago saliva, incapaz de responder, porque sé que el inspector Taylor nos está
escuchando detrás de mí.
— Vámonos — murmuro en voz bajita — . Necesito irme a casa.
— ¡Señorita Simmons! — exclama Taylor — , recuerde lo que le he dicho. No
abandone la ciudad y manténgase localizable.
No miro atrás y hecho a caminar hacia la puerta.
— ¿Qué ocurre? — pregunta Jack, asombrado — . ¿Por qué dice eso?
Abro la puerta y me dispongo a salir.
No estoy loca. Necesito aire, no puedo respirar. Pero no estoy loca.
— ¿Ollie? ¿Olivia? — repite Phoebe, con la voz timbrada de nerviosismo.
Cuando abro la maldita puerta, me topo de bruces con un policía que se disponía
a entrar.
¡Dios, necesito salir de aquí! ¡Me estoy asfixiando!
— ¿Olivia Simmons?
El policía que está frente a mí me observa y, después, con el rostro torcido de
espanto, lanza una mirada en dirección al inspector Taylor.
— Señor, creo que no deberíamos dejar que se marche. Podría ser peligroso que
ande suelta por la ciudad…
— ¿Qué ocurre, agente? — pregunta Taylor, adelantándose hacia mí.
No estoy loca.
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Necesito salir de aquí. Me falta el aire.
No estoy loca.
— Acabamos de ver los vídeos de seguridad del parque de bomberos, inspector.
Esta mujer no debería andar suelta…
Y antes de poder escuchar más, vuelvo a desplomarme al suelo y mi alrededor se
tiñe de negro.
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No me llamo Olivia Simmons, me llamo Michelle Williams. Es una pena, porque
Olivia me gustaba mucho y me parecía menos serio que Michelle.
Vivo en una casita de california, rodeada de canguros y de vegetación. Solo tiene
una habitación y las paredes están pintadas de verde pistacho; pero después de tantos
años aquí, ahora ya me he acostumbrado. Aunque también echo de menos mi antiguo
apartamento, como no.
Mi novio, Callum, siempre me dice que estoy loca porque no soy capaz de filtrar
mis pensamientos antes de decirlos en voz alta. También dice que es una de las
cualidades que más le gusta de mí.
El día que dejé de ser Olivia Simmons, mi caos desapareció.
Pero lo mejor de todo es que no estoy loca; o al menos, no loca de verdad. No soy
una de esas psicópatas que va causando incendios, robando a ancianitas y sufriendo
visiones y paranoias incontrolables. O, al menos, eso me gusta creer a mí.
El día que me desperté siendo Michelle Williams sentí mucha lástima porque
Olivia hubiese desaparecido. Al fin y al cabo, yo había sido Olivia Simmons durante
demasiados años. Incluso el caos que la rodeaba, ése del que Jack se enamoró, había
terminado gustándome a mí también.
Mi gato, Miko, murió el año pasado. Lo enterré en la parte trasera de mi jardín y
recé porque en el cielo encontrara tan buena vida como la que yo le había dado en la
Tierra. Ahora tengo un canguro saltarín que se llama Baker. Pero no estoy loca, ¿eh?
La gente normal también tiene canguritos como mascota. Además, he dejado de
contar ovejitas y ahora me duermo imaginándome a Baker saltando los agujeros que
los topos hacen en mi jardín.
Ya han pasado tres años desde que Olivia Simmons murió en mi memoria; y en
ese periodo de tiempo, Callum, el amor de mi vida y yo, nos hemos casado.
— ¿Los señores Williams?
Ambos nos levantamos simultáneamente cuando la recepcionista nos llama.
— El inspector Taylor puede recibirles.
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Callum aprieta mi mano y me lanza una mirada cargada de ternura. Con ella
quiere decirme que, pase lo que pase, todo irá bien. Sé que él me apoyará.
Pasamos al despacho del inspector y nos sentamos en la mesa, frente a él. Un
escalofrío recorre mi cuerpo al recordar el último encuentro que tuve con el agente y
lo mal que acabó todo. Callum aprieta con más fuerza mi mano, obligándome a
relajarme. Bueno, quizás después de todo, la cosa no terminase tan mal, ¿no? Al fin y
al cabo, aquí estoy.
— ¿Y bien, inspector?
Taylor carraspea.
— Ya pueden volver a sus antiguas identidades — nos anuncia, con una sonrisa
de oreja a oreja — . Al fin hemos encontrado a Thomas Foster en un control policial
cuando intentaba cruzar la frontera a Canadá.
— ¿Lo han encontrado? — inquiere Callum.
— Y ha confesado que golpeó a su abuela para robar el testamento y que,
después, incendió el bufete de abogados para intentar borrar cualquier rastro del
mismo. Thomas era el único heredero de la anciana, así que toda la fortuna pasaría a
ser suya en cuanto Olivia se esfumase del mapa y no pudiera identificarle.
Ambos nos lanzamos una mirada cómplice.
— Jack, Olivia — continúa Taylor, mirándoles como si fueran dos viejos amigos
a los que hacía tiempo que no veía — , ya podéis recuperar vuestras vidas. Estáis a
salvo.
— ¡Oh, Dios mío! — exclamo, lanzándome a los brazos del hombre que, en el
peor de los momentos, fue capaz de enamorarse de mi caos.
Y de mi locura.
E incluso, de mi segunda identidad.
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FIN
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SOBRE EL AUTOR
Christian Martins es un autor que nació hace más de treinta años y que lleva
escribiendo otros tantos, a pesar de que hasta febrero del 2017 no se lanzó a publicar.
Desde entonces, todas las obras de este prolífero escritor han estado en algún
momento en el TOP de los más vendidos en su categoría.
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