El Lenguaje de Los Sexos Desmond Morris
El Lenguaje de Los Sexos Desmond Morris
El Lenguaje de Los Sexos Desmond Morris
SEXO Y BELLEZA
¿Por qué nos cuesta tanto emparejarnos?
Si un miembro del sexo opuesto posee
las señales genéricas básicas, las
propiedades físicas esenciales y una
inteligencia razonable, ¿qué nos impide
emparejarnos con él? La respuesta reside
en lo que se ha dado en llamar «la trampa
de la belleza». Hemos aplicado una serie
de sofisticados estándares a lo que
consideramos el compañero sexual ideal
en nuestro moderno contexto social, y es
probable que ni siquiera seamos
conscientes de la forma en que lo hemos
hecho, sino que se trata simplemente de
lo que está «de moda» o «en nuestra
longitud de onda», quedando atrapados
en la pegajosa tela cultural que la araña
de los usos sociales teje alrededor de
cada uno de nosotros desde el momento
de nacer. Pero eso no es todo, sino que
para complicar aún más las cosas, los
detalles de esta situación son diferentes
en cada una de nuestras sociedades.
En efecto, cada comunidad humana tiene
sus propios estándares de belleza. En un
estudio realizado sobre doscientas
culturas distintas con el propósito de
determinar lo que se consideraba
atractivo en cada una de ellas, apenas se
encontraron cualidades válidas para
todos los colectivos, y muchas de las
señales sexuales evidentes no
consiguieron gozar de una aceptación tan
universal como se creía.
Por cada cultura que sentía una especial
predilección por los senos femeninos
voluminosos, había otra que los prefería
pequeños. Si en una cultura triunfaban los
dientes blancos, en otra eran los dientes
negros o limados. Si a una le gustaba el
pelo largo, otra se inclinaba por las
cabezas rasuradas. Si a una le gustaban
los cuerpos esbeltos, otra prefería los
obesos, y así sucesivamente. A veces las
preferencias eran un tanto arbitrarias o se
basaban simplemente en lo opuesto a lo
de la tribu vecina con la finalidad de crear
una diferencia distintiva. Con relativa
frecuencia se exageraba alguna de las
innumerables señales genéricas
humanas. Así, por ejemplo, mientras una
cultura destacaba los labios, otra ponía el
énfasis en el cuello o los pies. En
cualquier caso, el procedimiento era
idéntico, seleccionando un rasgo físico
específico y llevándolo hasta el límite, o lo
que es lo mismo, creando lo que se ha
denominado «estímulos supernormales».
A este respecto, nada podría ser más
normal que los increíbles labios de plato
que se estilan entre las mujeres de ciertas
tribus africanas. Si se considera seductor
en una mujer el hecho de tener unos
grandes labios carnosos, ¿por qué no
agrandarlos? El método es el siguiente:
se practica un corte en los apéndices
labiales de la niña en su más tierna
infancia y se introduce un platito para
ensancharlos; luego, a medida que va
creciendo, se sustituye el platito por otro
más grande, de tal manera que los labios
van aumentando de tamaño hasta que la
mujer consigue unos superlabios que en
teoría deberían ser superseductores. En
general, los primeros platos apenas
tienen las dimensiones de una moneda,
pero los últimos son lo bastante grandes
como para servir una cena opípara.
Algunas tribus incluso utilizan dos platos,
uno para el labio superior y otro para el
inferior, lo que dificulta la acción de
comer, beber o fumar. Sus posibles
ventajas o inconvenientes respecto a la
estimulación erótica previa al acto sexual
nunca se han analizado.
En las tribus de los surma y los mursi, los
labios de plato femeninos son tan
importantes para que una mujer joven sea
sexualmente atractiva que el precio que
debe pagar el novio para desposarla se
determina en función del tamaño del
plato. Cuanto mayores sean las
proporciones del plato que luce una
muchacha soltera, mayor será su valor.
(Los platos más grandes están tasados
en cincuenta cabezas de ganado, toda
una fortuna en términos locales.) Como
cabe imaginar, esta práctica somete la
elasticidad de la carne humana a una
durísima prueba, llegando casi hasta el
punto de rotura. Las normas locales sólo
permiten a las mujeres quitarse los platos
cuando se hallan en la compañía
exclusiva de otras mujeres, cuando
comen en privado o para dormir, pero
deben usarlos siempre que esté presente
un hombre.
Curiosamente, eso que a ojos de los
occidentales se considera una auténtica
deformidad facial, se ha desarrollado en
diversas culturas tan alejadas entre sí
como las del África tropical y las de las
selvas de América del Sur. Aunque pueda
parecer extraño, conviene recordar que
nuestra propia cultura utiliza, si bien de
una forma muy modesta, una exageración
labial similar. A menudo las mujeres se
pintan los labios con una barra brillante
por fuera de la línea real que los delimita.
De este modo, consiguen realzar su
tamaño y volumen. Esta moda fue
introducida por las prostitutas del Antiguo
Egipto con el fin de parecer más
atractivas a sus clientes, y desde
entonces se ha ido extendiendo hasta
convertirse en una de las principales
industrias de nuestro tiempo. Por otro
lado, desde hace unos años se usan
implantes de colágeno o de grasa para
aumentar el volumen de los labios. Así
pues, la diferencia entre la «deformidad»
de los labios de plato y el
«embellecimiento» de los labios
occidentales sólo es una cuestión de
medida, ya que en ambos casos se da
una exageración de una respuesta sexual
femenina, es decir, la hinchazón labial
que se produce durante una fase de
intensa excitación sexual. En este
sentido, la cultura extralimita los designios
de la naturaleza.
En otras zonas corporales también tiene
lugar un proceso semejante. El cuello de
la mujer es más largo y esbelto que el del
hombre, de lo que se infiere que cualquier
modificación que pueda darle un aspecto
aún más prolongado y fino incrementará
su feminidad. El ejemplo más notable lo
constituyen las asombrosas mujeres de
cuello de jirafa de Birma-nia,
pertenecientes al subgrupo padaung del
pueblo karen, en el oeste de aquel país,
que empiezan a colocarse anillas
alrededor del cuello desde muy jóvenes.
A medida que van creciendo continúan
añadiendo más y más anillas que
empujan los hombros hacia abajo, dando
la impresión de tener un cuello
larguísimo. El objetivo consiste en colocar
el mayor número de anillas, que por
alguna razón, suele cifrarse en 32.
La leyenda remonta los orígenes de esta
tradición a una época en que las mujeres
se veían amenazadas por un tigre que las
mataba mordiéndoles el cuello, y según
se creía, las anillas constituían una
protección contra estos ataques. Sin
embargo, las jóvenes mujeres padaung
dan una explicación más simple de esta
extraña costumbre: «Las anillas de latón
alrededor del cuello te hacen más bella.»
El problema para ellas no es, como se
podría pensar, de orden práctico —cómo
moverse—, sino cómo conseguir el dinero
para comprar las anillas, habida cuenta
de su elevado precio. La solución ha
consistido en estos últimos años en
cruzar la frontera tailandesa, donde se
dejan fotografiar por los turistas a diez
dólares la instantánea. Para algunos ésto
es un deplorable ejemplo de explotación
étnica, pero al menos mantiene viva la
antigua tradición. .
Otro rasgo femenino que también ha
adquirido gran relevancia cultural es la
anchura de las caderas. En África
occidental, las mujeres de Camerún
tienen un especial cuidado en acolchar
las faldas para dar la impresión de que
sus caderas son más anchas y por
consiguiente que están mejor preparadas
para la maternidad. En las sociedades
occidentales se suele preferir una silueta
más esbelta y juvenil, sobre todo ahora
que la natalidad ha experimentado un
notable descenso, pero en Camerún,
donde la tasa de natalidad es cuatro
veces superior a la europea, las señales
maternales todavía siguen predominando
sobre las de la juventud.
Es posible que unas caderas generosas
no gocen de tanta popularidad en el
mundo occidental, pero los senos de gran
tamaño cuentan con innumerables
adeptos. Teniendo en cuenta el
extraordinario atractivo que ejerce la
forma hemisférica del pecho femenino
como señal sexual, no es de extrañar que
algunas culturas hagan lo indecible para
realzar este rasgo corporal. En Estados
Unidos, en particular, los implantes
mamarios se han hecho inmensamente
populares entre las show girls. Se trata de
conseguir unos senos capaces de
conservar una firmeza y una redondez
casi rígidas cualquiera sea el movimiento
que realice su poseedora. Ni que decir
tiene que eso crea una poderosa imagen
visual, aunque otra cuestión es si estos
nuevos pechos tecnológicos son o no
sexualmente sensitivos. No obstante, eso
es algo que tiene poca importancia en el
contexto de los clubes que ofrecen
espectáculos eróticos, puesto que tocar
está prohibido.
A lo largo de la historia distintas culturas
han seleccionado diferentes
características del cuerpo para
exagerarlas. En China era habitual
mejorar la naturaleza femenina
reduciendo en lo posible el tamaño de los
pies. Desde la infancia las niñas se veían
obligadas a soportar unos vendajes
terriblemente dolorosos. A partir de los
siete años, las madres llevaban a sus
hijas a los encargados de practicar este
ritual con el propósito de que envolvieran
sus piececitos con una venda especial, de
cinco centímetros de ancho por tres de
largo, que curvaba los dedos hacia atrás
y los embutía debajo de la región plantar,
dejando libre únicamente el dedo
gordo. A medida que aumentaba la
tensión, el vendaje también tiraba de la
planta del pie, aproximándola poco a
poco al talón. Después de varios años
con este cruel tratamiento, los pies
acababan deformados por efectos de la
atroz presión, reducidos a una especie de
pequeña pezuña. De este modo cabían
en los minúsculos zapatitos de exquisito
bordado que se confeccionaban para las
damas de la alta sociedad y que apenas
medían unos centímetros de longitud.
El pie diminuto, conocido como el Loto de
Oro, estaba considerado por los varones
chinos como la cumbre de la belleza
erótica. Durante el acto sexual lo
acariciaban, lo chupaban, lo
mordisqueaban e incluso se lo introducían
en la boca. Era el centro del deseo
erótico. Dado que las mujeres tenían pies
más pequeños que los hombres, el hecho
de exagerar esa diferencia les otorgaba
un estado de superfemi-nidad. Sólo las
campesinas tenían los pies planos, o
«pies de pato» como se les denominaba
mordazmente. Con estos antecedentes
no es de extrañar que aún hoy algunos
aseguren que el cuento de La Cenicienta,
cuyas malvadas hermanastras no
lograron enfundar sus grandes pies en el
diminuto zapatito de cristal, tuviese sus
orígenes en aquel país.
La costumbre china de vendar los pies se
prolongó durante casi un milenio, desde
el siglo x hasta principios del siglo xx,
cuando por fin se prohibió dicha práctica
por brutal y primitiva. Su persistencia
durante tanto tiempo se debió a un doble
significado. En efecto, el pie no sólo
actuaba a modo de zona erótica, sino
también como un distintivo de alto estatus
social, pues las mujeres con los pies
vendados no podían realizar ninguna
labor manual. Lucir un par de Lotos de
Oro equivalía a llevar una vida de
distinguida reclusión, de inactividad y
fidelidad forzosas.
Quizá nos horroricemos ante la idea de
mutilara nuestras hijas de tal guisa, pero
lo cierto es qué tampoco hemos sido
completamente inmunes a este tipo de
exageración. El zapato de tacón
occidental, pese a ser una tenue sombra
del estilo chino de calzado, no deja de ser
una grave distorsión de la naturaleza
física humana. Al igual que los zapatos
chinos, los de tacón también incapacitan
a las mujeres. Como es lógico, no llegan
a aquellos extremos, pero consiguen dar
un aspecto más delicado y vulnerable a
quienes los calzan y, por tanto, es más
probable que despierten los instintos
protectores del varón. Tal como sucede
con las exageraciones labiales, sólo es
una cuestión de medida, pero el principio
es el mismo. A modo anecdótico, tal es el
poder disuasorio, sexualmente hablando,
de un pie femenino de gran tamaño, que
el pianista de jazz Fats Waller escribió
una canción dedicada a este tema (Your
Feef's Too Big!), que concluye con el
famoso verso: «Tus extremidades
pedales son detestables.» Nos guste o
no, hoy en día la belleza desempeña una
función esencial en la selección de la
pareja, aunque por algún motivo ha
perdido su primigenio sentido común.
Actualmente, una mujer de rostro
deslumbrante será más atractiva como
pareja potencial que otra cuyo rostro no
tenga nada de particular, sin importar sus
cualidades maternales. Incluso si tiene
labios estrechos, es insulsa, de mal
carácter y vanidosa, una mujer
exquisitamente bella siempre estará en
condiciones de competir por una pareja
con una rival cariñosa, hogareña, fértil y
dotada de un temperamento plenamente
compatible. Lo mismo se puede aplicar al
sexo masculino. Un hombre atractivo, con
una personalidad más que dudosa,
siempre será capaz de competir con
cualquiera de sus homólogos de rasgos
físicos más vulgares aunque éste sea
amable y leal. Y eso va más allá de la
selección de pareja, influyendo asimismo
en el ámbito del empleo y la selección de
personal. Un estudio reciente reveló que,
por término medio, la beautiful people
gana un 5 por ciento más que sus
compañeros de aspecto normal y
corriente. Otra investigación elevó la cifra
hasta el 12 por ciento.
SEÑALES DE JUVENTUD
Uno de los rasgos mencionados
anteriormente y que. posee un inequívoco
atractivo universal es la juventud. El;
hecho de que, a medida que vamos
creciendo, cuanto más joven es el adulto
humano más intensas son las señales; —
mensajes— sexuales que transmite
merece ser analizado en profundidad. El
foco de esta sexualidad reside en el
estado de conservación de la piel y los
músculos. Una piel suave, un torso
flexible y unas extremidades ágiles
contribuyen a crear una poderosa imagen
de atractivo sexual. Mientras que en los
jóvenes la energía está presente en todas
sus acciones, la gente mayor camina
lenta y pesadamente, se fatiga al subir las
escaleras, le flaquean los brazos y las
piernas y se siente decaída. El cuerpo de
un adulto joven da la sensación de ser
más blando, más elástico y más ligero,
como si la fuerza de la gravedad apenas
influyera en sus movimientos.
SEÑALES DE SALUD
La salud es el otro rasgo humano
universal del atractivo sexual humano. En
todas las culturas del mundo, los signos ;
de enfermedad o de escasa salud
conforman un poderoso atractivo
negativo. Las manchas en la piel
provocan desagrado. De ahí que durante
siglos haya existido una colosal :|
industria cosmética dedicada a la venta
de toda clase de productos
dermatológicos destinados a disimular
este tipo de imperfecciones cutáneas.
Desde el Antiguo Egipto hasta el moderno
Estados Unidos, las mujeres se han
empolvado la cara, se han aplicado
cremas, se han pintado y han recurrido a
mascarillas de barro para conseguir una
imagen perfecta.
La sofisticada complejidad de los
cosméticos en la Antigüedad es
asombrosa. Los egipcios, por ejemplo,
utilizaban;! sombra de ojos violeta, azul y
verde —esta última tonalidad; la
elaboraban con malaquita, finamente
molturada en preciosos morteros de
piedra—; definían las cejas con polvo
negro de antimonio; exageraban el efecto
de los párpados con galena obtenida a
partir del estaño; resaltaban el con-f;
torno de los ojos con una mezcla de
huevos de hormiga triturados; se pintaban
el rostro con albayalde; añadían ocre al
color de las mejillas y carmín para
enrojecer los labios. También usaban
crema de membrillo para suavizar los
rasgos faciales; se aplicaban aceites
limpiadores elaborados a partir de la
planta del ricino; empleaban hidrosilicato
de cobre para contrarrestar el color
moreno de la piel por efecto de la
radiación solar; disimulaban las arrugas
con mascarillas de clara de huevo y
preparaban perfumes antisépticos a partir
del azafrán, agua de rosas, melisa, miel,
azafrán de primavera, loto, vid, hierbas
aromáticas, resina quemada y maderas
fragantes.
Las tradiciones cosméticas del antiguo
Oriente Medio viajaron por todo el
planeta, simplificándose, modificándose y
alterándose, aunque casi nunca
consiguieron superar a los productos
iniciales. En efecto, algunas veces el
increíble espesor de los maquillajes
europeos llegó a convertirse en un grave
riesgo para la salud; en lugar de disimular
los signos de enfermedad, la causaban.
Con el tiempo, la ciencia ha tomado
cartas en el asunto —actualmente todos
los productos cosméticos modernos son
inocuos para la piel— y el sector ha
alcanzado nuevas metas. Se ha calculado
que en un solo año los europeos se
gastan la friolera de 3.270 millones de
pesetas en cosmética y artículos de
perfumería. Hoy en día, hasta los
cadáveres en sus ataúdes reciben una
cuidadosa atención cosmética para tener
un aspecto «más saludable» antes de ser
expuestos en las salas de velatorio, una
derivación de las remotas artes funerarias
egipcias que sus propios introductores no
dudarían en aprobar.
Pero las exhibiciones de salud no son
sólo una cuestión de aspecto, sino
también de movimiento. Cualquiera que
demuestre tener una energía inagotable y
un vigor sin límites transmite
automáticamente señales sexuales a sus
semejantes. Ésta es la esencia, por
ejemplo, de las cheerleaders, una
invención genuinamente norteamericana,
que transmiten un poderoso atractivo
sexual a los chicos jóvenes, no por la
picara y seductora danza que ejecutan o
por las innegables cualidades atléticas de
que hacen gala, sino porque de sus
movimientos emana una salud a prueba
de bomba. En este sentido, las rutinas se
diseñan minuciosamente para que no
haya la menor duda de ello, combinando
los provocativos movimientos de las
bailarinas de los espectáculos eróticos y
los ejercicios de estiramiento muscular de
los atletas de competición. De algún
modo, las cheerleaders se las ingenian
para ocupar una posición intermedia entre
estos dos extremos y, en consecuencia,
para centrar nuestra atención en la
flexibilidad y la equilibrada potencia de
sus cuerpos curvilíneos y esculturales.
Por su entrenamiento y su estilo de vida,
estas chicas constituyen la
personificación de la buena salud y, por
ende, del más rutilante atractivo sexual.
Las exhibiciones de salud poseen gran
valor para cualquier adulto joven que
desee anunciarse como potencial pareja
sexual. A tal efecto, en todo el mundo y
en casi todas las culturas se les puede
ver realizando extraños movimientos
rítmicos frente a frente para hacer gala de
su plena forma física, aunque sin
comprometerse en nada relacionado con
la competición, como por ejemplo el
atletismo o la gimnasia. De este modo,
giran y giran sin parar unos frente a otros,
en una locomoción simbólica que no
conduce a ninguna parte. Es lo que
llamamos baile. Las enérgicas acciones
de los bailarines sugieren vigorosas
condiciones físicas que se traducen en un
poderosísimo potencial reproductor.
Si nos remontamos a los orígenes de la
danza, descubrid remos que había dos
contextos específicos en los que se
ejecutaba: cuando el ser humano se
preparaba para atacar o para aparearse.
La danza de la guerra y la danza erótica
eran; muy importantes en las sociedades
primitivas, pero en la actualidad sólo esta
última posee algún significado. Hace ya
mucho tiempo que la danza de la guerra
ha quedado reducida al ámbito de las
representaciones comerciales que
ofrecen algunos indígenas para
satisfacción de los turistas. Con la única
excepción de este caso, el mensaje de la
danza moderna es meramente sexual y
ha pasado a formar parte de la
exageración cultural de las señales
genéricas humanas en las colectividades
sociales, desde las pequeñas fiestas
privadas hasta los carnavales públicos,
desde los iluminadísimos salones de baile
hasta las discotecas envueltas en un halo
de penumbra, y desde los elegantes night
clubs hasta los sórdidos cabarets.
SIMBOLISMO FÁLICO
SÍMBOLOS DE VALOR
SEÑALES DE DISPONIBILIDAD
VIRGINIDAD