Selecciones de Teologia - Volumen 31 (1992)
Selecciones de Teologia - Volumen 31 (1992)
Selecciones de Teologia - Volumen 31 (1992)
El transmitir las adquisiciones culturales a las nuevas generaciones ha sido siempre una
preocupación primordial en toda sociedad. El futuro de un grupo social se juega, de un
modo especial, a través de sus sistemas educativos y de sus modos de transmisión
cultural.
El catecismo
3) Expresión de las grandes verdades válidas, tanto para los niños como para los
adultos, logrando así que todos se abrieran a una visión del mundo idéntica. De esta
manera, se evitaba una ruptura generacional.
JACQUES AUDINET
Desde Europa
Esta totalidad no fue sólo geográfica, sino también cultural. Engendró un mismo
modelo de hombre: el "buen cristiano". Los catecismos terminaban con un capítulo en el
que se definía una especie de retrato del cristiano, predominando el perfil humano del
hombre de la época clásica. La religión cristiana aportaba una visión del mundo, y el
orden social proporcionaba un marco vital en donde realizarla. Entre ambos no podía
haber conflicto. Los regímenes sociales y políticos no debían oponerse a las leyes de la
Iglesia.
Sin embargo, este modelo de formación religiosa se revela hoy caduco. El mundo, en el
cual el catecismo fue creado y asimilado, ha cambiado. No se trata hoy simplemente de
reajustar algunos de sus elementos y ponerlos al día, sino de una redefinición de la tarea
a realizar. O, dicho de otro modo: ¿es posib le reproducir en el siglo XX, y después del
concilio Vaticano II, el mundo cultural y religioso del siglo XVI? ¿Tienen el mismo
sentido, hoy que entonces, la racionalidad, la ciencia y la universalidad?
JACQUES AUDINET
Un modelo cuestionado
cuanto intentar comprender aquello que se produjo en numerosos países, mostrando que
los esfuerzos de renovación fueron más allá de un mero reajuste metodológico,
cuestionando radicalmente la misma tarea catequética.
Fueron surgiendo posteriormente otros aspectos que harían más complejo el problema:
1) Importancia de los padres y del medio vital. Es imposible catequizar fuera de este
medio y de los valores en él recibidos.
3) El lugar dado a la experiencia fue considerado clave. Lo que se enseña no puede ser
extraño a las condiciones de vida, al lenguaje, a la experiencia de aquellos a los que va
dirigido el mensaje. Desde esta perspectiva, lo psicológico, lo social y lo político van
cobrando importancia en la actividad catequética.
Esta evolución que sufre el catecismo se manifiesta también en otros niveles de la vida
eclesial como son, por ejemplo, la liturgia o las comunidades cristianas.
La tensión vivida por los catequistas, durante estos últimos años, entre el querer
construir algo nuevo, manteniendo a la vez lo antiguo, está en la base de una impresión
de estar realizando una especie de tarea imposible. Sin embargo, también se puede
afirmar que, a pesar de lo inadecuado de los modelos, los esfuerzos de adaptación
muestran que son posibles otros modelos. Debemos preguntarnos, pues, ahora: ¿qué
puede, cómo otros grupos humanos contemporáneos, decir y hacer la Iglesia, en nombre
de su propia tradición de fe?
Los desafíos
Tras haber visto los límites del modelo pedagógico del catecismo y haber analizado los
esfuerzos de adaptación contemporáneos, veremos ahora cuáles son los desafíos que,
más allá de las pedagogías, muestran los puntos decisivos en donde se juega el futuro de
la catequesis. Estos aspectos tienen una dimensión tanto cultural como evangelizadora.
JACQUES AUDINET
Racionalidad y fuentes de la fe
El primer desafío es de orden intelectual. ¿Cómo situar aquel conocimiento, del cual la
tradición de la fe es portadora, más allá de la subjetividad y de los arcaísmos históricos?
Destaquemos la importancia del hecho de la confesión de la fe. En efecto, confesar la fe
es acceder a la salvación, por el conocimiento del verdadero Dios y de su enviado
Jesucristo. Este conocimiento supone una determinada cosmovisión y un principio de
discernimiento de la realidad. En este sentido, el acto de fe es también una manera de
situarse en la sociedad y la cultura.
El segundo gr an desafío hace referencia a los vínculos sociales. ¿Qué tipo de iglesia
suscita la catequesis y para qué tipo de sociedad?
Hoy, en la Iglesia, como en otro tipo de grupos humanos, las diferencias se manifiestan
en distintos estilos de comunidad, en diferentes modos de pertenencia al grupo cristiano.
El modelo de universalidad, concebido en otros tiempos, aparece hoy irrisorio. Hoy se
buscan otros tipos de vínculos sociales para engendrar otras formas de comunidad,
reunidas en torno a otra unidad.
JACQUES AUDINET
Volviendo al hecho de la confesión de fe, podemos afirmar de ella que es una realidad
social, que crea grupo. La comunidad creyente se reúne en torno a la respuesta común a
la interpelación: ¿creéis? Se trata de una adhesión libre, reconocida como gracia, de un
vínculo social, surgido de lo más profundo de los individuos, de aquello que les es dado
gratuitamente en lo más profundo de ellos mismos, incorporándoles a un grupo que les
precede, y del cual se convierten en miembros vivos, abiertos a lo universal. ¿No es
quizás éste el paradigma inaccesible y, sin embargo, real de todo vínculo social?
Desde este punto de vista, la catequesis es un laboratorio donde puede irse dibujando la
imagen de un vínculo social, a la vez particular y universal: aquel que hace posible el
reconocimiento del "Padre que está en los cielos...".
La crisis actual no es sólo la ruptura entre la moral cristiana y las prácticas de nuestra
sociedad, sino que es más profunda. Ya no coinciden el hombre honrado clásico con el
buen cristiano. No es extraño que las sesiones actuales de catequesis traten de
sexualidad y de política. El hombre de hoy busca nuevas formas de existencia y de
comportamiento. La imagen del buen cristiano, sin más, ya no es evidente. La
catequesis explora cómo y dónde se juega la existencia del hombre, e intenta decir, en
nombre de la fe, los nuevos campos donde se puede arriesgar una o quizás varias formas
de existencia.
Todo este proceso debe comenzar ya desde la infancia. El niño no es un mundo aparte.
Desde que nace está sometido a todos los impactos y experiencias. Aprende a razonar,
más partiendo de hechos que de principios. Impregnándose de experiencias, va
aprendiendo a relativizarlas. Este proceso, fundamentalmente experiencial, pone en
marcha una serie de problemas, a partir no tanto de la incoherencia entre los principios
morales y la práctica, o a partir de la cuestión de la obligación moral, sino más bien a
partir de la angustia producida por la falta de consistencia del individuo y la
consiguiente búsqueda de paraísos artificiales donde evadirse.
CONCLUSIÓN
Por todo ello, las comunidades creyentes deberán defender al hombre, haciéndole existir
ante el totalitarismo y el consumo. Estamos asistiendo al fin de un modelo de catecismo
y de sociedad. El desafío, al que se enfrenta el creyente contemporáneo, se concreta en
ver si es capaz de inventar, a través de múltiples modos de formación, otros tipos y
métodos catequéticos que serán a su vez una nueva manera de articular fe y cultura.
En lugar de dejarnos llevar por un proceso de raciocinio que, a partir de estos textos
terminara dándonos la conclusión teológica de la infalibilidad, es preferible escuchar
objetivamente a los exegetas que los han explicado independientemente de cualquier
desarrollo doctrinal posterior. El estudio de los comentarios de Jn publicados por los
más conocidos exegetas contemporáneos, da los resultados siguientes, por lo que se
refiere a nuestro tema:
La palabra Parákletos aparece tres veces en el NT, refiriéndose al Espíritu Santo (Jn 14,
16.26; 16, 7) y una vez refiriéndose a Cristo (1 Jn 2, 1). Su sentido original es el de
defensor o abogado, alguien que defiende a su cliente ante un tribunal de justicia.
Alguien llamado para ayudar intelectualmente a una persona, en especial dándole
consejo, con lo cual ejerce el oficio de inspirador. Este sentido etimológico, sin
embargo, no agota la riqueza de la palabra, pues el verbo griego correspondiente
(parakaléo) abarca también la idea de consuelo y alivio; ésta es la idea que parece más
ajustada al contexto de los pasajes del Paráclito.
El Paráclito es "el Espíritu de la verdad", en cuanto se opone al espíritu del error (1 Jn)
y de la mentira (Jn 8). Esta expresión, usada siempre por Juan para definir al Espíritu,
LUIS M. BERMEJO
El hecho de que el Espíritu "os guiará hasta la verdad completa" o bien, en otra
traducción, "os irá guiando en la verdad toda" (Jn 16, 13), es casi seguro que no
significa que el Espíritu sea la fuente de una nueva revelación distinta de la de Jesús. La
promesa del Espíritu de la verdad no implica que la revelación que los discípulos
recibieron de Jesús sea incompleta. Como consecuencia de la función iluminadora del
Espíritu, el mensaje original de Jesús se captará y asimilará más profundamente. Se
vivirá en situaciones - históricas distintas, los discípulos lo entenderán siempre de
nuevo, pero nunca dejará de ser el mensaje original de Jesús.
Esta guía del Espíritu no se limita a la aprehensión intelectual de la verdad; implica una
manera concreta de vivir conforme a la enseñanza de Jesús. Restringir su significado a
la dimensión intelectual sería reducir la "verdad" juánica a su substrato griego,
olvidando la vena semítica que apunta más hacia la acción y la vida. El Espíritu guía a
los discípulos cuando exponen el contenido del mensaje y también cuando viven
conforme a él. Tanto el teólogo como el santo son verdaderos testigos del Espíritu. Este
ejerce su influencia en el área de la verdad intelectual y en la del comportamiento ético,
combatiendo tanto la falsedad del error como la oscuridad del pecado.
El pasaje de Jn 16, 13b ("El os anunciará lo que ha de venir" o bien, en otra traducción,
"os interpretará lo que vaya viniendo") no queda claro, pero las distintas
interpretaciones que se le dan, no quitan nada a la plenitud de revelación que Cristo ha
impartido ya. Parece que los exegetas se dividen por partes iguales entre los que
sostienen una interpretación verdaderamente profética. del pasaje y los que se oponen a
la misma. La última parte del versículo puede implicar un auténtico don de profecía, una
facultad dada por Dios para predecir hechos futuros; o puede referirse sencillamente, en
armonía con la primera mitad, a la luz del Espíritu que se arrojará, no tanto sobre hechos
históricos de un futuro lejano, sino sobre los que seguirán inmediatamente la promesa
del Espíritu, en concreto la muerte y resurrección de Jesús y su significación salvífica.
Pero aun en el caso de que se refiera a una auténtica visión profética, esto no implica la
revelación de nuevas verdades. Jn 15, 15 parece excluir ulteriores revelaciones: "Todo
lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer".
LUIS M. BERMEJO
d) ¿Guía infalible?
2. El final de Mateo
a) El contenido de la promesa
Las palabras de Jesús "Yo estaré con vosotros" son eco de expresiones similares del AT,
con las cuales Yahvé garantiza su protección indefectible a los que él ha escogido para
una difícil misión. Lo mismo a Pablo en el NT (Hch 18, 10). Del mismo modo que el
pueblo de Israel en el desierto siempre fue sostenido y protegido por el poder de su
Dios, presente en medio de la comunidad, también ahora los Once reciben el mandato
de predicar el kerigma entre los pueblos, para que lleguen a incorporarse a la comunidad
de creyentes por medio del bautismo y, junto con el mandato, reciben la seguridad de la
protección divina en el cumplimiento del mismo.
LUIS M. BERMEJO
Si, en Juan, los discípulos representan a la comunidad cristiana entera, no puede decirse
lo mismo con igual certeza de los Once, los que reciben inmediatamente la promesa de
la presencia de Jesús en Mateo, pues en el primer evangelio, la palabra "discípulo"
parece tener un sentido más restringido que en Juan. Para Mateo, los discípulos son,
ante todo, los Doce y, en todo caso, en el pasaje que consideramos, él habla
explícitamente de los "once discípulos". Sin embargo, no todos los exegetas estarían de
acuerdo. Algunos creen que los once son específicame nte los representantes de la
comunidad. El mandato de predicar y bautizar (y, por tanto, la promesa de la presencia
protectora como medio para llevarlo a cabo) se dirige ante todo a los Once; pero, en
ellos, también a la futura comunidad de creyentes. La práctica constante de la Iglesia,
que ha permitido siempre que los laicos administraran el bautismo, les parece una
prueba clara de que el mandato misionero no se limita a los Once. Y si el mandato no se
limita, tampoco la presencia divina que le acompaña. Es la Iglesia entera la que recibe el
beneficio de la presencia continua de Jesús.
c) ¿Enseñanza infalible?
Jesús promete su presencia en medio de la comunidad que tiene que predicar su mensaje
hasta el fin de los tiempos. Pero, dentro del contexto de la enseñanza del kerigma, lo
que Jesús promete es su presencia y su apoyo; nada más. Ninguno de los comentaristas
de Mateo que hemos consultado dice una palabra sobre la infalibilidad en relación con
esto. Algunos de ellos ven en las palabras de Jesús la promesa de la indefectibilidad de
la Iglesia asegurada por la protección divina, pero se abstienen de pasar más allá de esta
afirmación.
La principal razón que da Atanasio para aceptar sin condiciones los decretos conciliares
es, sin duda alguna, el carácter apostólico del concilio: el hecho de que Nicea, lejos de
innovar, nos entrega el kerigma apostólico. Esta fidelidad al mensaje apostólico es la
razón de la irreformabilidad de sus decretos. Atanasio se refiere también a la relación
que vincula la Sagrada Escritura con el concilio. Hay que aceptar la fe de Nicea porque
es "la palabra de Dios", no en el sentido fuerte de la Biblia, sino porque se ha inspirado
en ella y está imbuido de la, misma. En una palabra, porque "los obispos de Nicea
respiran las escrituras".
Fue el Emperador y no Atanasio quien reclamó para Nicea una autoridad poco menos
que divina, basándose en que el Espíritu Santo había iluminado la inteligencia de los
padres conciliares, convirtiéndolos en dóciles instrumentos de la voluntad divina. Esta
afirmación imperial queda suma mente debilitada por los motivos políticos que le
impulsaron a hacerla (la unidad del imperio), y por el hecho de que se sirvió de
expresiones semejantes para referirse al concilio de Arlés (no ecuménico). En Atanasio,
por el contrario, "observamos un silencio sorprendente: Atanasio nunca recurre al
Espíritu Santo" (Sieben).
Los teólogos de la época entre Nicea y Efeso aceptan la profesión de fe nicena por
motivos distintos de su carácter ecuménico. Tampoco consideran a Nicea como una
especie de prolongación del "concilio apostólico" de Jerusalén (Hch 15), el cual aparece
designado como concilio sólo a partir del siglo V. La dificultad de evaluar la autoridad
LUIS M. BERMEJO
que estos escritores del siglo IV atribuyeron a Nicea crece, además, con la fluctuante
terminología de la época.
Gregorio de Nisa, Basilio y Epifanio consideran, lo mismo que Atanasio, que la idea de
tradición (paradosis), perceptible en el concilio, es la categoría fundamental que presta a
sus decretos el carácter absoluto de verdad. En cuanto al criterio para averiguar esta
auténtica tradición, se dice que se encuentra en el hecho del común acuerdo entre los
obispos reunidos; aunque la defensa y el rechazo de este criterio fundamentalísimo,
vienen a menudo manchados por consideraciones de naturaleza partidista.
El papa Dámaso, en su carta a los obispos orientales, introduce un nuevo motivo para la
aceptación de Nicea: el hecho de la representación jurídica de la Santa Sede en el
mismo concilio. Asimismo, la razón fundamental para rechazar el concilio de Rímini,
aunque fue más concurrido que el de Nicea, es el hecho de que Roma no lo aprobara.
Ya aparece la tendencia que influiría tan profundamente en el pensamiento de Roma
sobre esta cuestión en los siglos subsiguientes; pero hay que advertir que el papa
Dámaso, al aceptar la fe de Nicea, no menciona en ninguna parte la imposibilidad de
errar del concilio.
La frase anterior, sin embargo, debe tomarse con mucha flexibilidad, pues, en un pasaje
que se. ha hecho famoso, afirma sin equívocos que incluso los concilios plenarios están
sujetos a corrección: "¿Quién no sabe que... incluso los concilios que se celebran en
determinadas provincias o regiones deben ceder incuestionablemente ante la autoridad
de los concilios plenarios de todo el mundo cristiano; y que incluso los concilios
plenarios anteriores, a menudo son corregidos (emmendari) por los que les siguen si,
como resultado de la experiencia práctica, lo que estaba cerrado se abre, o algo que
estaba escondido llega a conocerse?".
Es difícil determinar el sentido exacto de este pasaje. No hay duda de que, por
"concilios plenarios", Agustín entiende los concilios universales, congregados de toda la
"Catholica" (ex universo orbe christiano), pero es chocante su afirmación de que estos
concilios se han corregido "a menudo" el uno al otro. No parece que Agustín haya
conocido el I Concilio de Constantinopla (segundo ecuménico). Por tanto, es probable
que los "sínodos plenarios" de Agustín no deban identificarse con los "concilios
ecuménicos", tal como se entienden hoy día. De todos modos, la noción "concilio
ecuménico" distaba mucho de ser clara en los primeros siglos, y sólo Belarmino
compondrá una lista de concilios ecuménicos, nunca reconocida como oficial por la
Iglesia.
Los cuatro primeros concilios habían adquirido ya una autoridad excepcional, que se
intensificó con el testimonio del papa Gregorio Magno (t 604), quien no vaciló en
compararlos con los cuatro evangelios. Su aceptación universal a lo largo y ancho de la
cristiandad se debe a que formularon "la fe", por lo que constituyen el criterio y norma
fundamental de la ortodoxia. Pero las comparaciones arbitrarias y los sentidos místicos
atribuidos al número cuatro, deben tomarse con mucha cautela. La línea divisoria entre
la inspiración del Espíritu y su asistencia quedaría peligrosamente difuminada, aun
cuando los Evangelios y los cuatro primeros concilios compartan la ausencia fáctica de
error cuando exponen la verdad salvífica.
Antes de pasar a otra etapa, y después de reconocer todo lo dicho, queda todavía la
pregunta sin respuesta: al ensalzar la importancia de estos primeros concilios, ¿era
consciente la Iglesia, o eran conscientes los mismos concilios, de que ejercían el
carisma de la infalibilidad? ¿Es la infalibilidad conciliar la única forma de explicar los
testimonios patrísticos? Me parece que los datos históricos disponibles podrían
entenderse como el comienzo de un desarrollo legítimo e inspirado por el Espíritu,
desarrollo que iría desde el claro reconocimiento de la inerrancia de estos concilios
(puesto que proponen la fe a la que hay que adherirse), hasta la percepción gradual de
que no sólo no se equivocaron de facto sino que incluso de iure no podían haber errado.
La "inerrancia" podría haber llevado a la "infalibilidad", pero no creo que esta
conclusión esté suficientemente garantizada con los testimonios que hemos citado. Al
final del siglo VI, la Iglesia no parece consciente de poseer la prerrogativa de la
infalibilidad cuando está reunida en concilio.
Alberto Magno aplica el texto clásico de Lc 22, 32 ("Yo he rogado por ti para que tu fe
no desfallezca... ") a la sede de Pedro, con el fin de mostrar la indefectibilidad de la sede
romana; la beneficiaria de la promesa divina es, en último término, la Iglesia entera.
Tomás de Aquino admite la clásica tesis medieval: la Iglesia universal no puede errar en
la fe. Dentro de la estructura eclesial, el Papa tiene la suprema autoridad en asuntos
doctrinales y sólo él tiene derecho a convocar concilios, los cuales declaran y explicitan
-contrastándolo con las nuevas herejías- lo que los concilios anteriores habían dicho
sólo implícitamente. Buenaventura reconoce también la inerrancia de la Iglesia entera,
sin especificar sus condiciones. En este período, la teología sobre los concilios apenas
atraía la atención de los doctores.
Por otra parte, entre los exegetas medievales que comentan Mt 28, 20, y los textos de Jn
sobre el Paráclito, ninguno habla de la garantía de que la Iglesia será preservada del
error. Solamente san Bruno ve en Jn 16, 12 la promesa de que el Espíritu enseñará a los
discípulos la plena verdad "sin mezcla de ningún error".
A fines del siglo XIII, el enigmático franciscano Pedro Olivi propone la doctrina,
completamente nueva, de la infalibilidad papal. La defiende alegando que el primado de
jurisdicción que se otorgó a Pedro incluye su propia infalibilidad personal y que la
indefectibilidad de la Iglesia implica necesariamente la infalibilidad de su cabeza. Olivi
afirmaba la infalibilidad papal como medio para asegurar que el concepto franciscano
de pobreza, refrendado por bula del papa Nicolás III, no sería cambiado por sus
sucesores; pero Juan XXII, que se daba cuenta claramente de que la infalibilidad, lejos
de acrecentar la soberanía del papa, restringiría gravemente su libertad (pues cada papa
estaría atado a las decisiones inalterables de sus predecesores), la rechazó sin
miramientos como "doctrina pestilente" y "audacia perniciosa".
Con el estallido del Cisma de Occidente, en 1378, tenía que buscarse un remedio
fundamental para el triste aprieto en que se hallaba la Iglesia: entonces la idea conciliar
apareció con todo su atractivo. Recientes estudios han demostrado que, en el siglo XII,
ya prevalecían ideas conciliares totalmente ortodoxas y auténticamente tradicionales;
pero el concepto conciliarista, que pone al concilio por encima del papa, era algo
nuevo, probablemente derivado de las ideas heréticas de Marsilio de Padua. En medio
de la confusión eclesiástica de fines de aquel siglo, se insistía repetidamente en el
concilio como en la única esperanza para una cristiandad desesperadamente dividida.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la línea divisoria entre los que sostenían y
los que se oponían a la infalibilidad conciliar cruza tanto las filas de los papistas como
las de los conciliaristas. La firme defensa de la estructura conciliar de la Iglesia, e
incluso de la supremacía del concilio sobre el papa, no implicaba necesariamente la
defensa de la infalibilidad conciliar.
Ilustres eclesiásticos de la época, como Gerson y el cardenal d'Ailly, después del fracaso
de los intentos de negociación entre los papas para terminar con el cisma, llegaron a
pensar que la via concilii era la única salida de aquel atolladero. Gerson afirma que "es
necesario que la Iglesia tenga una autoridad infalible para la defensa de la fe y el arreglo
de los litigios; pero no se necesita ninguna otra autoridad infalible aparte de un concilio
legítimamente convocado". D'Ailly, en cambio, propone su doctrina de que sólo la
Iglesia universal es infalible, mientras que el concilio siempre puede errar, incluso en
asuntos de fe. En otro lugar, acepta la piadosa creencia en la inerrancia o infalibilidad
condicional de los concilios, según que sus decretos se basen en la Escritura o no.
En el período que sigue, la opinión de Nicolás de Cusa sobre los órganos de la autoridad
de la Iglesia parece que evoluciona en sentido inverso al de los dos autores a que
acabamos de referirnos. Durante el concilio de Basilea, el Cusano afirma que las
decisiones de un concilio verdaderamente ecuménico son infalibles y que el concilio es
superior al papa. Sin embargo, a partir de 1437, se desliga de Basilea y se pasa al campo
papista. En esta segunda etapa, en la que permaneció definitivamente, sostiene que los
apóstoles recibieron de Pedro el poder de las llaves y que los concilios no están exentos
de error. Juan de Torquemada (t 1468), en cambio, a pesar de su adhesión maximalista a
las prerrogativas papales, reconoce la infalibilidad de los concilios; éstos, sin embargo,
dependen totalmente del papa.
LUIS M. BERMEJO
El esfuerzo conjunto de los papas para borrar de una vez por todas la oposición
conciliarista no consiguió pleno éxito. Las bulas de los papas (1450, 1483, 1509) fueron
recibidas con fuerte oposición en varias universidades europeas. Poco antes del concilio
IV de Letrán (1512), la idea de la infalibilidad conciliar empieza a ganar terreno. Los
cardenales Cayetano y Jacobazzi la defienden por distintas razones en relación con el
papa o con la Iglesia entera. Pero, todavía en la disputa de Leipzig con Lutero (1519),
Contarini afirma la gran autoridad de los concilios omitiendo toda referencia a la
cuestión de la infalibilidad conciliar. Pighius, a su vez, reflejando la opinión de la curia
romana, dice que los concilios no tienen ninguna garantía de infalibilidad, pues Cristo la
prometió solamente a Pedro.
Sólo en 1569, siete años después de la conclusión de Trento, Melchor Cano califica de
herética la opinión que admite la posibilidad de error en la fe en un concilio general
confirmado por el papa. Luego, Belarmino, basándose en varios textos bíblicos y
algunos testimonios dispersos de los concilios y la patrística, sostiene que la
infalibilidad de los concilios es parte de la fe católica. Hemos llegado al final de la
evolución. Todo el período postridentino, hasta nuestros tiempos, reproducirá los
argumentos de Belarmino.
ni siquiera el teólogo más tradicional; pues sabemos que existe un desarrollo - guiado
por el Espíritu Santo- de las doctrinas que, en el NT, se encuentran sólo de una manera
indistinta y difuminada. La infalibilidad conciliar podría ser uno de estos casos.
Ahora bien, en el curso de nuestra rápida perspectiva histórica, hemos visto que esta
doctrina, según la opinión prácticamente unánime de los exegetas medievales y
modernos, no se encuentra en el NT; vimos luego que los primitivos testimonios
patrísticos y conciliares, que, generalmente se aducen en relación con ella, si se
interpretan por sí mismos -sin intentar clarificar su significado, proyectando sobre ellos
una interpretación teológica posterior- no implican necesariamente la infalibilidad
conciliar; que esta doctrina apareció en época muy tardía (siglo XIV), probablemente
como retoño de las polémicas franciscanas sobré la pobreza, que produjeron la repentina
aparición del concepto de la infalibilidad papal; que el primero que propuso la
infalibilidad de los concilios fue un hombre condenado como hereje por dos papas; que
se discutía libremente a lo largo del siglo XV y se rechazaba abiertamente pocos años
antes de Trento; que se convirtió en opinión común sólo después de Trento, en una
Iglesia dividida tres veces (451, 1054, 1520) y en la atmósfera polémica de la
Contrarreforma, cuando por primera vez se propuso como artículo de fe; que se dio por
supuesta sin debate explícito en el curso de los concilios Vaticano I y II. Una doctrina
con una historia tan tortuosa, ¿puede considerarse como un caso de auténtico
desenvolvimiento doctrinal? Lo dudo mucho.
Sin duda, los concilios pueden emitir decretos dogmáticos obligatorios, pero sería
arriesgado apoyar la fuerza vinculante de estos decretos en un fundamento tan precario
como la infalibilidad conciliar. La autoridad efectiva de un concilio no depende tanto de
la voluntad de los obispos de usar un carisma que se supone les ha sido concedido a
ellos, sino de la recepción que la Iglesia otorga a sus decretos: el peso de un concilio se
apoya en un fundamento pneumatológico y eclesial más que jurídico. La Iglesia entera
no confiere autoridad jurídica al concilio, pero, en cierto sentido, es juez del mismo. Si
la comunidad de creyentes ve en los decretos conciliares un reflejo de su propia fe
apostólica, el concilio será aceptado. El valor intrínseco de un concilio depende del
contenido apostólico de la doctrina que proclama y es este contenido el que garantizará
su recepción. "El elemento más decisivo de un concilio no es ni el número de
participantes ni el control jurídico de sus procedimientos, sino el contenido de sus
decisiones" (Congar).
A veces, la recepción cesa, no sólo porque una doctrina queda relegada al limbo del
olvido (p. e., el derecho de los papas a deponer reyes), sino también porque un concilio
posterior propone otra doctrina que es irreconciliable con la primera: sería una carga
excesiva para la credulidad humana considerar la enseñanza del Vaticano II sobre la
libertad religiosa como un "desarrollo" de las enseñanzas opuestas del Lateranense IV y
es, por lo menos, dudoso que las eclesiologías divergentes de Constanza y del Vaticano
I puedan armonizarse en un sistema coherente. Por otra parte, es de todos conocido que
la lista de los 21 concilios ecuménicos que ahora circula, se remonta sólo hasta
Belarmino, que esta lista difiere sustancialmente de la de los autores medievales y que,
en fin, nunca ha sido aprobada oficialmente. El mismo papa Pablo VI ha vuelto a poner
la cuestión en tela de juicio: en 1974, con ocasión del 7.° centenario del segundo
concilio de Lyon, se abstuvo de calificarlo de "ecuménico" y lo denominó sólo "el sexto
de los grandes sínodos celebrados en Occidente".
Conclusión
A la luz del rápido -demasiado rápido- bosquejo histórico precedente, parece difícil
considerar que la infalibilidad de los concilios pertenece al depósito de la fe. Las
deducciones teológicas, para ser aceptables, deben sujetarse a la historia y depender de
ella. Parece que no hay suficientes pruebas exegéticas o históricas para demostrar que
las promesas de Jesús contienen la doctrina de la infalibilidad conciliar, ni siquiera en
germen. Por otra parte, la Iglesia tiene la firme certeza -y esta certeza está arraigada en
las promesas de Cristo- de que el Espíritu de la verdad nunca la abandonará.
Tradujo y condensó: AURELI BOIX
LOUIS-MARIE CHAUVET
Decir que el concepto de pecado es, por naturaleza, de orden religioso es, por tanto,
afirmar que sólo existe en el seno de un sistema cultural de mediaciones simbólicas
entre la sociedad y las figuras que encarnan lo "sobrenatural": dioses propiamente
dichos, espíritus, antepasados, etc. Entre estas mediaciones simbólicas, los ritos, con su
mitología, explícita o implícita, juegan un gran papel. La noción de pecado está ligada a
ellos de una doble manera:
1) A nivel general, el ritualismo religioso tiene como función, desde el punto de vista
sociológico, "rehacer la santidad del cuerpo social" y "remontar los baches" y las
tensiones internas al grupo social, como ha mostrado V. Turner; o incluso, según R.
Girard, "expulsar la violencia intestina" que amenaza con llevar el grupo a la
autodestrucción. Este "apaciguamiento catárquico" (R. Girard), restaurador de la
cohesión del grupo social, está ligado, según la interpretación psicoanalítica, a la
rememoración y a la reactualización del asesinato del padre idealizado. Evidentemente,
en los ritos sacrificiales es donde esta lectura, sociológica y psicoanalítica, halla toda su
fuerza. Sin embargo, en la medida en que el sacrificio, y ese rito muy próximo a él que
es la posesión, son, tal como afirma L. De Heusch, "las dos formas universales a cuyo
alrededor se ordena necesariamente toda religión", en la medida también en que no son
más que sucedáneos del sacrificio, como piensa R. Girard, podemos interpretar los ritos
religiosos como sistemas simbólicos que permiten mediatizar la culpabilidad colectiva e
individual, y por eso mismo, asumirla. En definitiva, la culpabilidad se origina en la
incapacidad del deseo de realizar su anhelo de poseerse a sí mismo, de ser para sí
mismo su origen, es decir, la culpabilidad se origina en la deuda de existencia frente al
Otro, cuyo representante metafórico es el padre. Por ello, todo rito religioso tiene un
carácter de reparación, de apaciguamiento de la culpabilidad.
2) A nivel propiamente penitencial, único que nos interesa aquí, los ritos de
purificación, de confesión, de demanda de perdón, de reparación, no hacen más que
LOUIS-MARIE CHAUVET
retomar, pero de un modo mucho más manifiesto y en unión con toda una "teología"
precisa, la gran simbología de la deuda original de existencia que acabamos de evocar.
La absolución colectiva es un fenómeno que vale la pena analizar en razón del éxito
masivo y la rapidez con que se ha impuesto en dos años. Limitaré mi análisis a La
Vendes, porque trabajo allí en plan pastoral.
1. Algunos datos
A pesar de las normas pastorales muy restrictivas, dadas por la Congregación para la
doctrina de la fe en junio de 1972, las celebraciones de la penitencia con absolución
colectiva se han impuesto en el conjunto de las parroquias de la diócesis en menos de
dos años.
Están representadas todas las clases sociales, todas las edades, todos los medios socio-
profesionales y, sobre todo, todo tipo de cristianos (practicantes y no practicantes,
asiduos o no de la confesión, tradicionales y militantes...).
Hagamos notar, finalmente -pues este rasgo es frecuentemente señalado, tanto por los
laicos como por los sacerdotes-, una calidad de silencio y de recogimiento bastante
excepcional, si se tiene en cuenta la afluencia masiva. Nada comparable, bajo este punto
de vista, a la atmósfera de las misas de las grandes fiestas como Navidad o Pascua.
representado una prueba. Precisamente el carácter penoso de esta confesión -el rubor
que ella provoca- permitió a la teología, en el siglo XII, justificar la pequeña revolución
operada por el nuevo sistema de la penitencia que entonces comenzaba a extenderse: si
la absolución puede preceder a la satisfacción, en contra de la costumbre milenaria de la
Iglesia, es porque, como escribe Pierre de Chantre, bajo la influencia de la famosa carta
pseudo-agustiniana (ésta data de finales del siglo XI) De vera et falsa poenitentia: "la
confesión oral es la parte más grande de la satisfacción".
Pero si la confesión era exigente, por otra parte, resultaba relativamente simple: era
sencillo determinar el número y la gravedad de los pecados. Hoy no es tan sencillo. El
cambio cultural plantea de forma nueva, cuestiones morales antiguas (la sexualidad, por
ejemplo), y hace surgir problemas morales nuevos que, hasta ahora, casi no habían
aflorado a las conciencias: justicia y caridad, conflictos sociales, crecimiento
económico, Tercer Mundo, utilización del dinero, participación responsabilidades, etc.
Los cristianos se sienten con frecuencia desarmados ante estas cuestiones nuevas; la
educación recibida en el catecismo no basta. La influencia de las ciencias humanas
difundidas por los medios de comunicación social, la evolución de las costumbres, los
esfuerzos de los sacerdotes para ayudarles a superar una concepción del pecado con
sabor demasiado legalista, son otros tantos elementos de inseguridad.
3. La secularización de la moral
4. Ambigüedades
Sea lo que sea, incluso si la práctica de la confesión individual sigue siendo la preferida,
una nueva práctica ha nacido. Y esta nueva práctica es reveladora, y a la vez inductora,
LOUIS-MARIE CHAUVET
de nueva comprensión del pecado. Reveladora, por ser el punto de emergencia más
manifiesto de los cambios culturales que han provocado un desplazamiento significativo
en la concepción del pecado; inductora, porque ella ha provocado el movimiento del que
ahora es testimonio.
Esta nueva afirmación nos pide volver atrás para poder abarcarlo todo con más
amplitud.
Los significantes rituales son precisamente uno de los lugares mayores de la realización
social del hombre. La antropología social británica ha subrayado muy fuertemente la
dimensión creadora de los ritos religiosos. Siguiendo a R. G. Lienhart, Mary Douglas
insiste en esta función: "Cada uno de estos ritos (entre los Dinka, de los que habla
Lienhardt) tiene como función modificar la experiencia, a veces retroactivamente.
Ocurre que los oficiantes niegan solemnemente las querellas y la mala conducta que son
el motivo del sacrificio. No se trata de un perjurio cínico ante el altar. La finalidad del
rito no es engañar a Dios, sino reformular una experiencia pasada. Gracias al rito y a la
palabra, lo que tuvo lugar es reinterpretado de manera que lo que debió ser prevalece
sobre lo que fue (...). Estos actos simbólicos no son puramente utilitarios, no son
simples instrumentos". A. Vergote expresa algo semejante, a propósito del sacrificio:
"El verdadero beneficio que el hombre obtiene de la ofrenda-sacrificio es el de religarse
a Dios, y no un don particular a cambio de la cosa ofrecida... El intercambio es, pues,
real y benéfico por la misma realidad del pacto, antes de cualquier manifestación de
benevolencia divina".
La realización del rito es, pues, de orden a la vez social y religioso. Social, en cuanto
que el rito refuerza la solidaridad del grupo, lo reafirma en su identidad, en medio de
otros grupos. Religioso, o con más precisión teológico, en cuanto que legitima los
contenidos de creencia y los valores comunes a seguir. Si el rito funciona a un nivel
simbólico, es precisamente porque re-efectúa un pacto cultural entre los participantes.
Más que todos los discursos de los clérigos, el cambio de la práctica penitencial opera
un desplazamiento en la aprehensión del pecado.
Estos datos psicológicos, cuyas ambigüedades hemos evocado más arriba, son
significativos de modificaciones más profundas, al nivel mismo de la estructuración
simbólica y cultural del pecado. La nueva práctica refleja y efectúa un desplazamiento
casi dentro del orden de lo que P. Ricoeur llama los símbolos primarios del mal: la
mancha, la desviación y el peso de la culpabilidad. El pecado jamás puede ser
aprehendido fuera de estos símbolos arcaicos.
b) La culpabilidad
La figura simbólica del peso, de la carga, en cuyo seno se aprehende siempre el pecado,
conoce un desplazamiento semejante de sus objetos. La nueva práctica penitencial
instaura, en efecto, una fuerte culpabilidad colectiva. Este rasgo va acompañado de una
tendencia a la privatización del juicio moral sobre la culpabilidad, reacción individual,
pero no individualista, que alcanza al movimiento cultural de secularización del que
hemos hablado.
Pero esta barrera protectora que se eleva alrededor de la conciencia moral hace de
pantalla, tanto al juicio sobre sí mismo, como al juicio sobre los demás. El saber actual
sobre los múltiples condicionamientos, y, más radicalmente todavía, sobre los múltiples
códigos no conscientes, que nos atraviesan y que nos hablan, crea un no-saber sobre la
responsabilidad moral que acompaña nuestros actos. Los medios de comunicación
social contribuyen así poderosamente a repudiar la moral, la cual se venga enseguida
destilando el moralismo o, como dice el P. Valadier, "el reino invasor de la indignación
moral".
Las ventajas de tal armonía no deben ocultarnos, sin embargo, las preguntas que suscita
al mismo tiempo. Pues los desplazamientos en la aprehensión del pecado no se hacen
forzosamente en el sentido deseado por los pastores y teólogos. El doble paso, de lo
moral a lo teologal y de lo individual a lo eclesiástico, donde se juega la "cristiandad"
de la confesión de los pecados y de la conversión, queda muy problemático... Los
pastores ya pueden desgañitarse explicando el sentido que quieren dar a la absolución
colectiva, resituándola en la economía evangélica de la alianza nueva en Cristo; de
hecho, sólo tienen un poder limitado sobre la transformación global de las mentalidades,
tanto en este dominio como en los otros.
Dicho de otro modo, hay siempre un hiato entre "el sistema de la práctica" , es decir, la
teología, el saber de los sabios del aparato eclesial, que legitima oficialmente la práctica
litúrgica, y la "práctica del sistema" , es decir, los valores perseguidos, conscientemente
o no, por los "practicantes". "El hecho de practicar, escribe L. Voyé, a raíz de una
encuesta del grupo belga PASCO, no implica nada en cuanto a la creencia de la
existencia de Dios, ni en cuanto a la creencia en la filiación divina, ni en cuanto a la
creencia en la existencia de una sup ervivencia". ¿Qué hay, de hecho, de verdaderamente
coherente con el espíritu evangélico en estas multitudes de cristianos que encuentran
bruscamente el camino de la reconciliación penitencial? La dimensión del pecado y de
la culpabilidad, que esta celebración revaloriza, corre el riesgo de hacer caer en la
tentación del chantaje moral. Bajo la presión del super-ego cultural, que aquí se
LOUIS-MARIE CHAUVET
significa con fuerza, es fácil dejarse coger en la trampa del masoquismo moral,
abrumándose con todos los pecados del mundo. La absolución colectiva se convierte
entonces en una conducta patológica de autocastigo y una estretagema de defensa contra
la culpabilidad que, inconscientemente, se rehúsa asumir: ella encuentra una salida ideal
en la indignación moral que sale al enc uentro del chivo expiatorio anónimo y mítico en
que se convierten los grandes colectivos como la Sociedad de Consumo, la Polución de
la Naturaleza, la Explotación del hombre por el hombre, el Reino del Dinero, etc.
El cambio en la concepción actual del pecado tiene rasgos muy específicos en nuestra
época: tiene, sin duda, un carácter mucho más radical que en todos los períodos
precedentes, porque se inscribe en una cultura que, según A. Maleaux, "es la primera en
ignorar la significación del hombre". Sin embargo, sin minimizar la importancia y lo
que está en juego en este hecho, conviene situarlo desde el punto de vista de la historia,
y por eso mismo relativizarlo un poco. El interés de esta rápida ojeada histórica reside
en esclarecer ciertas homologías de desplazamiento entre los diversos sistemas
penitenciales y las diferentes aprehensiones del pecado.
- Durante los tres primeros siglos, las comunidades están muy marcadas por el paso
progresivo, según la terminología weberiana, de secta a iglesia. Muy minoritarios en el
Imperio, los cristianos tienen en primer lugar el sentimiento profundo de una identidad
propia, claramente delimitada por el comportamiento ético y las asambleas litúrgicas
específicas. En este contexto, el pecado tiene una fuerte coloración psico-afectiva de
herida hecha a la comunidad de hermanos y de atentado a su unidad y a su testimonio.
El sistema de la penitencia antigua, que es esencialmente una llamada a la oración de
intercesión y al ejemplo de los hermanos, no hace más que dar vigor a esta consistencia
muy existencial del pecado contra Cristo, alcanzado concretamente a través de los
miembros de su Cuerpo eclesial.
- Esta tendencia se acentúa, a partir del siglo VII, con la penitencia tarifada y repetible.
Los penitenciales subrayan una concepción moralizante y legalista del pecado. En este
período, la posibilidad de cambiar la penitencia o, incluso, de venderla no ha hecho más
que contribuir a corromper el sentido evangélico de la conversión y del pecado.
- Cuando nace el sistema actual de la penitencia privada, en el siglo XII, se produce una
verdadera inflación de la confesión. El carácter penoso y humillante de ésta, requerido
LOUIS-MARIE CHAUVET
La invención del confesonario, después del concilio de Trento, reforzará este tipo de
aprehensión del pecado. En la práctica de la confesión privada, que era la única posible
antes del Vaticano II, todos los significantes - la severidad del confesonario, la penumbra
de un rincón de la iglesia...- creaban un clima de extrañeza, de sagrado, donde el terror
se mezclaba con la fascinación. La práctica de la confesión tenía que concentrar a los
penitentes en su confesión, su individualidad, su pasado.
Valdría la pena matizar y afinar este breve análisis. Nuestro esquema basta, sin
embargo, para poner en evidencia la existencia de una concatenación entre las grandes
transformaciones de las prácticas penitenciales y las de la aprehensión del pecado.
IV. CUESTIONES
1. Está a punto de nacer una nueva concepción del pecado. Estoy muy lejos de imaginar
ingenuamente que existirá en estado químicamente puro, liberada de los esquemas
culturales anteriores. La mayor parte de los cristianos se ha limitado a superponer el
registro religioso, recibido del pasado, a la cultura que invade sus vidas; evidentemente
falta poder reconciliarlos.
Esta gran ruptura epistemológica afecta directamente al discurso teológico. Este punto
se entiende como interpretación permanente: interpretación primera fijada en el corpus
de la Escritura; interpretaciones segundas en las relecturas sucesivas. Si bien fundante,
en razón de su intención original, y singular, en relación a los acontecimientos fontales,
la primera no es menos que las siguientes el eco de la Tradición y de la comunidad
interpretante. Todo discurso, teológico o no, está filtrado por la interpretación de sí
mismo y apunta a la comprensión de sí mismo, es decir, en definitiva, como desarrolla
Heidegger en toda su obra, a la comprensión del Ser que define la existencia misma del
ser-ahí. Interpretación sin fin, que se desliza sin cesar de significante en significante, sin
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poder jamás asirse adecuadamente y traducirse en un saber que pretendería ser un fiel
reflejo de la realidad. La ilusión metafísica se ve obligada a hacer sitio a la alusión
simbólica. La poética de los símbolos es la tierra natal de todo discurso. El discurso
teológico está precisamente tendido entre los símbolos primordiales y los esquemas de
la cultura contemporánea.
Se oye decir frecuentemente que el hombre ha perdido el sentido del pecado. ¿Es
exacto? El malestar ¿no vendrá de que la misma simbología del pecado está firmemente
unida a los esquemas psico-sociológicos del pasado y se encuentra en situación de
divorcio con los de ho y? No se trata de poner la teología al gusto de hoy, revocando la
fachada con algún tema nuevo que llame la atención. Se trata de desmontar los a priori
no elucidados que tornan el mensaje de la revelación profundamente extraño a la
estructura mental de nuestros contemporáneos. ¿Qué es lo que se ha de desmontar y
reconstruir en el discurso teológico sobre el pecado, para que pueda ser recibido como
un eco de la palabra de gracia en la cual se revela el pecado?
2. Hoy todo nos lleva a relativizar nuestro dis curso teológico. Todo, pero especialmente
la puesta en evidencia de la estructura verbal e interpretativa del hombre, que plantea
una sospecha radical sobre nuestra necesidad casi incoercible de postular a Dios como
el Absoluto o como el ser más elevado de la metafísica occidental, que, bajo la forma de
Causa primera, de Valor supremo, o de Tú subjetivo totalmente transparente a sí mismo,
vendría a cerrar la apertura constitutiva del hombre y de su deseo, a obturar su finitud, a
cerrar la cuestión de la verdad concebida como "adecuación de la cosa y del
entendimiento". Entreveo el tipo de discurso que nos impone ese desmonte doloroso y
humillante al nivel de una teología fundamental: un discurso sobre las condiciones de
posibilidad de la Palabra de Dios al hombre y de una escucha por parte de éste a la
llamada divina. Pero no veo, de momento, a nivel de contenidos dogmáticos
transmitidos por la tradición interpretante de la iglesia, un discurso que esté de verdad
en coherencia con esta empresa. ¿Podría ser la vía poética una salida? Pero, ¿quién nos
lo mostrará a propósito del pecado? E incluso, una vez hecho esto, ¿quién la traducirá al
pueblo de Dios, de modo que éste no se quede perplejo ante un lenguaje tan poco
tranquilizante?
Sigue planteada, pues, una pregunta en estos términos: ¿cómo puede hoy la práctica
litúrgica, en este campo, hacer su papel de mediación privilegiada de la revelación del
pecado?
INTRODUCCIÓN
Subyace, pues, una cierta mentalidad mágica, entendida como una práctica individual
destinada a obtener gracia de Dios. Y nos engañaríamos si pensáramos que esta
"pastoral" es sólo una caricatura de un individuo inadapatado o el residuo de una época
superada. Cuántas veces, a propósito del bautismo, matrimonio, etc, escuchamos frases
como: "en todo caso esto no le hará daño; y además, nunca se sabe...".
primera opción dice: "Siendo una ayuda que se recibe de Dios no veo por qué hay que
retrasarla". Y otra: "Los niños necesitan la fuerza del sacramento para vivir en cristiano
su adolescencia". Por el contrario, un partidario de retrasar la confirmación estima que
así "se favorece una toma de conciencia en cuanto al sentido del sacramento, lo cual
supone una catequesis de acompañamiento para todas las edades de la vida: en una
dimensión eclesial". El sacramento, pues, ¿es un don de Dios o un compromiso
personal? He aquí un dilema que plantea muchas cuestiones.
Hace quince o veinte años, el curso escolar, p. e., comenzaba con la "misa del Espíritu
Santo". Hoy, en cambio, si se hace, se deja para más adelante o para el final. Ha
cambiado incluso el vocabulario; no se habla de misa, sino de celebración. En el primer
caso, el sacramento inauguraba; en el segundo, con la participación de sólo los que lo
deseen, se supone algo vivido en común para poder "celebrarlo".
Para apreciar las diversas concepciones implicadas en estos ejemplos y llegar a ponerse
de acuerdo, es preciso examinar la tierra donde han germinado. Así pues, la tesis de este
artículo es la siguiente: supuesto que los sacramentos son realidades eclesiales, su
comprensión depende de cómo se conciba la Iglesia. Dicho con mayor precisión: la
comprensión de los sacramentos, ritos y practicas sociales, cuyo sentido está definido
por la Iglesia, depende de las relaciones entre la sociedad, la Iglesia y el Reino. Mi
pensamiento sigue aquí los pasos de Ph. Béguerie, pero añadiendo a los dos términos
que él utiliza un tercero: el Reino.
COINCIDENCIA IGLESIA-MUNDO
mundo está cerrado sobre sí mismo, la Iglesia ofrece el acceso al Reino (conocido más
bien como "más allá"). En este esquema surgió la distinción natural-sobrenatural.
Gracias al boquete que abre la Iglesia, los elementos sobrenaturales fecundan la
naturaleza y la hacen fructificar.
Sacramentos obligatorios
Es evidente que este esquema describe a la vez un tipo de sociedad y una teología.
Aparte de expresar las relaciones Iglesia-Estado en un régimen de cristiandad, más
importantes son las representaciones mentales nacidas de ahí y que aún están vigentes
en buena parte, en concreto en lo que atañe a los sacramentos.
En primer lugar, su obligatoriedad: los ritos religiosos son indispensables para formar
parte del Mundo, para ser "como todo el mundo". Todavía hoy es mejor "casarse por la
Iglesia". La Iglesia ha luchado siempre denodadamente contra el matrimonio civil: para
los bautizados no hay contrato matrimonial válido que no sea, por el mero hecho de
hacerlo, sacramento (c. 1.012). La extremaunción es un pasaporte necesario para el
cielo. Y cuando muere un belga, por ejemplo, hay funerales religiosos en un 85 % de los
casos, sea cristiano o no. Por lo demás, es interesante hacer notar que la obligación de la
comunión pascual y de la confesión anual data del IV Concilio de Letrán en 1215, en
plena cristiandad medieval.
De arriba a abajo
La fuerza de la costumbre
Es obvio que la mayor parte de los bautizos y matrimonios que se realizan no son sólo
unos actos religiosos, sino también unos actos socio-culturales. Cuando nace un niño
¿qué otra cosa se puede hacer sino bautizarlo? ¿No se ha hecho siempre así en la
familia? En el último sondeo llevado a cabo en Francia, el 82% respondió
afirmativamente al bautizo de sus hijos. Sin embargo, la práctica religiosa ha bajado
enormemente en los últimos años.
COINCIDENCIA IGLESIA-REINO
la Iglesia para protegerse del mundo (restauración benedictina del siglo XIX,
movimientos carismáticos que impulsan comunidades fervorosas, etc).
Fe y sacramentos
¿Alimento o misterio?
Según las dos líneas de acción surgidas de este esquema, los sacramentos se entienden
diversamente. Para los que salen a evangelizar al mundo, son como el alimento, una
fuerza indispensable para el testimonio. Así, el militante va a misa por la mañana (o
toma la comunión) antes del trabajo. ¿Es preciso recordar que mucha gente tuvo a mal
aceptar las misas vespertinas por considerarlas "inútiles" según esta mentalidad? Y por
otra parte, los que se quedan en el interior de la Iglesia consideran los sacramentos
como los misterios por excelencia de la comunidad cristiana, reservados a los
"iniciados"; se preguntan incluso en qué podrían interesar a los otros.
Evangelización y sacramentos
Mundo, mientras que los sacramentos conciernen sólo a los que se sitúan en el interior
de la Iglesia. Destinadas a públicos diferentes son, pues, entendidas como actividades
diferentes y, por tanto, reivindicadas por personas diferentes. Los sacramentos serán
objeto de la pastoral territorial o tradicional; la evangelización sería objeto de pastorales
nuevas. Ha habido en Francia sacerdotes en "huelga de sacramentos" con objeto de
evangelizar, justificándolo, naturalmente, con la frase de Pablo: "Cristo no me ha
enviado a bautizar, sino a anunciar el Evangelio" (1Co 1,17).
...insertada en el Mundo
La Iglesia, sin embargo, no se confunde con el Reino, sino que lo anuncia, tiende hacia
él; más exactamente, ella es el sacramento, es decir, la realización ya actual pero todavía
no acabada. La Iglesia anticipa el Reino; ella es su visibilidad humana y, por tanto,
necesariamente limitada.
PAUL DE CLERCK
En esta perspectiva, toda la historia humana aparece marcada por Jesucristo. No sólo
porque Jesús es uno de los grandes hombres de la humanidad, sino porque en la fe
creemos que "todo se hizo por medio de él; sin él no se hizo nada de lo hecho. En él
estaba la vida y esa vida era la luz del hombre... (Jn 1,3-4.9). O según la expresión de
Efesios: "Dios nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad... hacer la unidad del
universo por medio de Cristo..." (Ef 1,9-10). Por la fe creo, por tanto, que Cristo está
presente en la historia de los hombres, aunque no sea visible. Y la tarea de la Iglesia es
precisamente ser su visibilidad; no sólo siendo "el Cristo continuado", según un
esquema de sucesión cronológica, sino sobre todo siendo el sacramento del resucitado,
la visibilidad de aquel al que el Apocalipsis hace decir: "Yo soy el primero y el último,
el que vive. Estuve muerto, pero, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap
1,17-18).
El Reino es mayor
Una última consecuencia de este enfoque: los sacramentos no son obligatorios para
formar parte del Mundo. Es decir, fuera de la Iglesia hay sitio para vidas realizadas,
felices y responsables. Asimismo, nada de considerar "hijos del diablo" a los niños no
bautizados ni tratar de concubinos a las personas (incluso bautizadas) que no se casan
por la Iglesia. Porque la Iglesia no es la única mediación posible de relación con Cristo.
El Reino sobrepasa los límites de la Iglesia, lo cual significa que otras religiones o la
conciencia moral pueden ser una mediación de relación con Cristo. No se trata de minar
las bases de la misión ni de relativizar la Iglesia, "el lugar donde florece el Espíritu". La
característica de la Iglesia y todo su interés es que "lo que existía desde el principio, lo
que oímos, lo que hemos visto, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos,
respecto a la Palabra de la vida", todo eso nos es anunciado a fin de que estemos en
comunión con todos los que nos han precedido en este camino, así como con el Padre y
su Hijo Jesucristo (1Jn 1,1-3). El supremo interés de la Iglesia es constituir esta
comunidad de hombres y mujeres donde la fe en el Dios de Jesucristo pueda vivirse de
una manera plenamente humana, donde su Palabra pueda oírse y sus grandes actos
salvíficos re-presentarse. El papel de la Iglesia es dar cuerpo al proyecto de Cristo,
hacerse "cuerpo" de Cristo.
PAUL DE CLERCK
Este tercer esquema o enfoque es, en mi opinión, el que describe mejor la situación
efectiva de la Iglesia en el mundo occidental, pues permite integrar y comprender el
mayor número de aspectos de nuestra realidad (sin pretender que los otros dos sean
"malos" y siendo conscientes de que los tres esquemas coexisten probablemente en
nuestro espíritu y en nuestra práctica). A partir, pues, de lo dicho voy a desarrollar, a
grandes rasgos, las líneas maestras, por así decir, de una teología de los sacramentos.
En una primera aproximación, definiría los sacramentos como ritos que dan (un) sentido
a una experiencia humana. Y digo ritos, aunque esta palabra esté hoy devaluada. Ahora
bien, no confundamos rito con ritualismo, algo molesto que hay que soportar. Cuando
las ciencias humanas redescubren la ritualidad de la existencia, sería improcedente no
reconocer en los ritos la posibilidad de expresión social que contienen. Al definir los
sacramentos como ritos, quiero decir que nos son dados: la Eucaristía no la inventamos
nosotros, sino que se nos ofrece como el gesto de Cristo que da su vida por nosotros en
la esperanza del Reino y, al mismo tiempo, nos invita a hacer lo mismo en nuestras
actuales condiciones de vida. Como el lenguaje, el rito es una estructura de la existencia
humana que precede siempre al individuo y al grupo, y le permite expresarse y afirmar
su identidad.
Hay que subrayar que rito y experiencia humana no se excluyen; al contrario, el rito
permite expresar la vida y desvelar su significado profundo. Se ha hablado mucho
últimamente de "liturgia y vida" y del divorcio existente a menudo entre ambas. Pero
esto ocurre porque no se analiza bien la función de los ritos en la vida humana. Por eso
hay que empezar por invertir los términos y hablar de "vida y liturgia", pues ésta ha de
brotar de la vida para expresarla, iluminarla y valorarla, gracias al encuentro de Cristo.
No se debería celebrar el bautizo de un niño, sin estar deslumbrado por el misterio de la
vida, que es la novedad de este pequeño ser sorprendente y, al mismo tiempo, la
cualidad de vida a la que Dios nos llama. Asimismo, ¿no es el sufrimiento una situación
suficientemente experimentada como para ser el lugar donde se pueda redescubrir a
Cristo y celebrarlo como aquel que "libera y salva" (sacramento de los enfermos)? Y las
virtualidades de la Eucaristía, sacramento por excelencia, son tales que puede dar
sentido al fracaso, que Jesús ha conocido y asumido, así como al descubrimiento de la
fecundidad del compartir, del don de sí mismo y de la comunión. Como decía Agustín,
los sacramentos son palabras visibles, una manera muy concreta de manifestar a Cristo
presente, reconocido y encontrado en el corazón de una experiencia humana.
Un encuentro tridimensional
El término "encuentro" -acuñado por Schillebeeckx para definir los sacramentos- evita
los escollos del vocabulario mecanicista (causa, efecto, instrumento...), para situar las
realidades sacramentales en un contexto interpersonal y eludir, por tanto, el dilema "don
de Dios o compromiso del hombre", al mostrar claramente que el sacramento sucede en
la conjunción de los dos, en el encuentro.
PAUL DE CLERCK
Si el sacramento es un rito productor de sentido, éste brota del encuentro entre una
persona, un grupo, una situación humana y Jesucristo. Esta referencia a Cristo se hace
entres dimensiones. En primer lugar, un sacramento reenvía necesariamente a la vida de
Jesús. En efecto, la noción de sacramento supone que en un gesto humano percibimos
una acción de Cristo mismo; para esta percepción es preciso que el acto exprese la
voluntad de Dios, que se refiera a la vida de Jesús. Así habríamos de entender la
"institución sacramental" y no buscando en el Evangelio argumentos para defender tesis
teológicas insostenibles, como, por ejemplo, para la institución de la confirmación, del
matrimonio o la unción de los enfermos. Los sacramentos nos aparecen hoy como la
continuación, por y en la Iglesia, de actitudes características de Jesús, traducción
humana de las costumbres de Dios. Esta referenc ia a Jesús puede ser expresada por la
noción de indicio que propone la semiología; como el humo es un indicio del fuego, la
eucaristía es un indicio de Jesús, de su cena y de su cruz.
Pero el sacramento no es una especie de túnel del tiempo pasado, sino una mediación
actual del encuentro con Cristo vivo. Es decir, el aspecto de indicio no agota la realidad
sacramental: más allá, la resurrección de Cristo es la condición de posibilidad de los
sacramentos, si es verdad que gracias a ellos puede vivirse hoy el encuentro con Cristo,
en la Iglesia, de una manera plenamente humana. Lo cual nos lleva a reconocer que no
es la eucaristía la que hace a Cristo presente entre nosotros, sino que la eucaristía es
posible porque nosotros creemos en la presencia de Cristo en nuestra historia. Esta
dimensión de los sacramentos se llama simbólica en las ciencias humanas: el gesto
humano, audible y visible, no está cerrado sobre sí mismo sino que es el vehículo, la
mediación de un gesto de Cristo. Los sacramentos tienen la misma estructura que la
encarnación: así como en Jesús de Nazaret han podido percibir sus contemporáneos el
Verbo de Dios, su Palabra y su Imagen, de la misma manera, en las realidades
totalmente encarnadas de los sacramentos, podemos reconocer la Palabra y la presencia
activa del Señor.
Por último, la dimensión escatológica relativiza también los sacramentos, pues, a pesar
de su riqueza, no son más que anticipaciones limitadas de lo que Dios nos destina. Los
sacramentos son característicos del régimen propio de la fe, siempre en tensión entre el
"ya sí" de la Pascua y el "todavía no" de la Parusía (cfr 1Co 13,12). Cualquiera que sea
la calidad de la celebración, no nos colmará jamás; nos dejará siempre insatisfechos,
hasta que no tengamos necesidad de ellos, pues también la fe pasará. Lo cual pone de
manifiesto que los sacramentos inciden sobre la misión; al descubrir la diferencia entre
nuestra situación real y aquello a lo que somos llamados, nos estimulan a poner todos
PAUL DE CLERCK
los medios para reducir la distancia entre nuestra forma de actuar en el mundo, o al
menos en la Iglesia, y el Reino.
Los sacramentos no son "para mí", sino para la Iglesia, para un grupo cuyo rostro
dibujan. El acontecimiento del bautismo no se limita al individuo concreto. Celebrar el
bautismo es hacer profesión de fe en Dios que nos pre- viene, que nos llama a
convertirnos para compartir su vida y vivir según su Espíritu. Esto es un acontecimiento
de la Iglesia que ahí se reconoce en lo que tiene de más profundo: nacida del Espíritu.
En otros términos, la Iglesia es el acontecimiento que ocurre en una celebración
sacramental. Antes de ser una institución social, la Iglesia es el acontecimiento que
sucede cuando hombres y mujeres se reúnen para escuchar la Palabra de Dios,
confrontar su vida y seguir los pasos de su Señor; y alcanza su densidad máxima cuando
comparte el cuerpo de Cristo con vistas a formar su Cuerpo en el mundo.
De todo esto se sigue que la Iglesia entera está implicada en una celebración
sacramental. Participar en una ordenación sacerdotal es reconocer con el ordenado que
la vitalidad de la Iglesia viene del Señor en quien tiene su fuente y, al mismo tiempo,
recibir a este hombre como un ministro de Cristo. Celebrar la confirmación diciendo
que esos jóvenes deben tener su sitio en la Iglesia sin, por otra parte, hacerles lugar, es
considerar que el sacramento es asunto que les atañe tan sólo a ellos, aunque se invite a
la gente a "realizar la ceremonia". Y enseñar que el bautismo es la entrada en la Iglesia,
no será más que una frase hueca en tanto que la Iglesia concreta no esté presente para
hacerse toda ella bautismal y abrirse a un miembro nuevo. Esto tiene consecuencias con
PAUL DE CLERCK
En una situación de crisis con respecto a la recepción del magisterio eclesial, existe la
tentación de buscar un remedio apelando directamente a los textos neotestamentarios
que fundan o justifican dicho magisterio. Se recurre entonces a los evangelios, no como
a fuente última de la autoridad de toda proposición o testimonio histórico del mensaje
evangélico, sino como a una garantía histórica o autentificación jurídica de la institución
misma del magisterio eclesial. Así, además de apelar a la función de los "Doce" -
identificados sin más, siguiendo el modelo lucano, con los apóstoles-, se hace referencia
a textos tan claves como "Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha y quien a
vosotros os rechaza, a mí me rechaza" (Lc 10, 16). A menudo, los que acuden a este
texto para justificar en la Iglesia una institución magisterial de tipo "vicario" con
respecto al maestro Jesús, olvidan que dicha frase refleja el modelo socio-cultural de las
relaciones maestro-discípulo, como lo muestran los textos paralelos de Mc y de Mt y su
contexto más amplio (cfr Mc 9,37; Mt 10, 40).
Antes del año 70 d.C., la suprema autoridad judía en materia religiosa, con una
referencia explícita a la interpretación y aplicación de la torah o ley escrita y oral, es el
sanedrín. Junto al sanedrín de Jerusalén, hay también tres instancias con un orden
jerárquico preciso y con un orden riguroso de sesión. Un texto de la Regla de Qumran
nos da una idea de la rigurosidad de dicho orden: "Esta es la regla para la sesión de los
muchos (e.d. de la comunidad), cada cual según su propio grado: primero se sentarán
los sacerdotes, después los ancianos, luego el resto del pueblo, que se sentará cada uno
según su propio grado; y serán interrogados por este orden sobre el derecho, sobre todo
consejo y sobre todo lo que sea llevado ante los muchos a fin de que cada uno aporte su
saber al consejo de la comunidad" (IQS VI,8-10). El método de la discusión es estable
también. Primero se apela a la ley escrita, después a la tradición o ley oral y, por último,
a la interpretación. A partir del año 70 d.C., la autoridad suprema residía en el "sínodo"
(Jamnia), presidido por el rabino más importante o príncipe, llamado nasí. También
aquí la discusión seguía un orden preciso en el que la tradición autoritativa ocupaba un
lugar destacado. La referencia a los maestros que gozaban de autoridad solía
introducirse con la fórmula "el rabino X ha dicho..." o bien "he escuchado al rabino
RINALDO FABRIS
X...". Al final, las decisiones son aprobadas por votación. Pero no se trata tanto de una
votación democrática, con mayoría y minoría, cuanto de una aprobación o consenso
otorgado a las orientaciones de los maestros más fidedignos.
Pero lo propio de Mt, si lo comparamos con los otros sinópticos, no es tan sólo su
polémica contra los maestros judíos (comparar Mt 23,4 con Lc 11, 46.52), sino el que
proponga una enseñanza cristiana autoritativa que es distinta de la del rabinismo judío.
En Mt 23,7b-11, se recomienda a los responsables de la comunidad cristiana que eviten
la jerarquía típica del rabinismo: no os hagáis llamar "rabbi" , título reservado al maestro
con diploma de la escuela rabínica y consagrado para una misión pública, ni "padre",
título que se daba al jefe de una escuela, ni "maestro", título que equivalía al de rabino.
y jefe de escuela rabínico, sino también porque en la conciencia cristiana, iluminada por
la fe pascual, ocupa el puesto de la ley, ya que es el Mesías y Señor que proclama en el
mundo de un modo autoritativo y definitivo la voluntad de Dios. Luego los modelos
judíos de enseñanza autoritativa son asumidos aquí a nivel de lenguaje para expresar,
por un lado, esta conciencia nueva de la autoridad de la enseñanza cristiana, que viene
de Jesús a través de los Doce, y, por tanto, para excluir toda pretensión de un grupo o
institución eclesial que quiera reemplazar el papel del único maestro y Señor.
Pero hay también otros elementos propios de Lc. Por un lado, da un papel privilegiado a
los "Doce" que, como testigos autoritativos, tienen la misión de garantizar la
continuidad histórica entre Jesús y la iglesia. Pero, por otro lado, resalta la iniciativa
única e insustituible del Espíritu Santo. Pues su efusión no sólo hace surgir a la iglesia
como núcleo de la nueva humanidad, sino que capacita también a todos los creyentes
para el papel profético que, según Lc, consiste en el anuncio universal del evangelio
(Hch 2,1-21). Es también el Espíritu el que con sabiduría y fuerza interior promueve y
capacita a los creyentes para los nuevos servicios y misiones eclesiales, como acontece
en los casos de Esteban, Pablo y Bernabé (Hch 6,1-6.8; 13,1-3). El Espíritu Santo
desempeña en Lc el papel que en Mt tenía Jesús como maestro único. Luego en la
enseñanza cristiana la fuente y los grados de autoridad están en relación con este punto
focal: Jesús el Señor, o su Espíritu comunicado a los fieles. Esta nueva conciencia es la
que impide que algún grupo o persona ocupe en la Iglesia el lugar de Jesús o que
sustituya el papel del Espíritu.
RINALDO FABRIS
Pablo, aun siendo consciente de que no pertenece al grupo de los "Doce", proclama su
autoridad apostólica como "enviado" (apostolos) del Señor o de Cristo (Rm 1,1). Esta
conciencia es la que está en la raíz de su enseñanza autoritativa. Cuando dicha autoridad
es discutida, Pablo presenta las credenciales de su "apostolicidad", que son las que
fundamentan la autoridad de su palabra: su experiencia pascual o encuentro con el Jesús
resucitado (1Co 9,1; 15,8) y la fundación de la comunidad cristiana (1Co 9,2; 2Co 3,3).
Ambas forman una unidad indisoluble, ya que la segunda brota de la primera (Ga 1,11-
17). Además, en sus enseñanzas a la comunidad hace referencia tanto a su autoridad
apostólica (1Co 7.25.40), como a la tradición autoritativa e histórica que se remonta, por
medio de los testigos históricos, hasta la fuente primaria, Jesús el Señor. Esto último
acontece a propósito de la eucaristía y del núcleo esencial del evangelio (1Co 11,17.23;
15,3-8.11). Algunos problemas prácticos los resuelve haciendo referencia a la
enseñanza tradicional o al modelo de organización y de disciplina de las iglesias de
Palestina, las "iglesias del Señor", que son la- fuente histórica de la palabra y de la
tradición autoritativa para todas las otras iglesias (1Co 11,16; 14,36; 1Ts 2,14). Así
subraya y expresa la unidad del pueblo de Dios.
Con todo, aquí se plantea un problema. Por un lado, Pablo afirma que su evangelio no le
viene de los hombres (Ga 1,11s), sino por revelación de Dios. Por otro lado, declara que
la tradición autoritativa la ha recibido del Señor a través de la cadena de testigos
históricos. Esta contradicción se puede resolver así: la revelación de que la salvación se
realiza por la fe en Jesucristo la ha recibido directamente del Señor o de Dios; en
cambio, el contenido o mensaje histórico lo ha recibido por medio de la cadena
tradicional que tiene su anillo autoritativo u originario en la iglesia de Palestina o de
Jerusalén.
1. La Iglesia tiene que existir para los demás, puesto que éstos existen. Bonhoeffer los
considera arreligiosos y adultos.
2. La Iglesia puede ser para los demás porque Jesús es "el hombre para los demás".
3. La Iglesia existe para los demás, cuando no va por el mundo "como un tren
precipitado en país extranjero", sino que mantiene abiertas sus puertas -lo que, de
acuerdo con la esencia de la Iglesia, puede ser un viaje peligroso.
4. La Iglesia existe para los demás cuando les deja vivir a su manera y no trata de
asimilarlos.
5. La Iglesia puede ser radicalmente una iglesia para los demás, porque éstos pertenecen
a Jesucristo.
El mejor ejemplo de la contrario de una Iglesia para los demás se encuentra en el Oxford
Dictionary for the Christian Church (1974). Falta un concepto tan importante como
"economía". En cambio, se encuentra "eclecticismo" y "ecphonesis". No se cita
"capital", pero sí "pena capital". Falta "tecnología", en cambio se presenta a Bernardino
Telesio (1508-88) como humanista, matemático y naturalista italiano. No se habla de las
ciencias naturales de hoy; únicamente se cita la "ciencia cristiana". También falta
"industrialización", pero se menciona la "Industrial Christian Fellowship", una
organización anglicana que representa la fe cristiana frente al mundo de la industria. De
política y partidos políticos no se habla, y el socialismo aparece únicamente como
"socialismo cristiano". No se menciona a Camilo Torres, pero sí a Francisco Torres, un
patrístico español del siglo XVI. Marx y sus seguidores no se mencionan para nada,
como tampoco Max Weber, o la economía de mercado, o los sindicatos. En cuanto a
Juan Luis Segundo, uno de los teólogos más importantes de Latinoamérica, se cita
únicamente su trabajo sobre Pascal, pero no los cinco tomos de su "Teología abierta
para el laico adulto".
Treinta años después del martirio de Bonhoeffer, refleja este diccionario la imagen de
una Iglesia ajena al mundo actual. Será ciertamente un diccionario de Oxford, pero no
de las iglesias cristianas.
WALTER J. HOLLENWEGER
En cambio, el estudio de "la Iglesia para los demás" empieza desde más lejos, ve que el
mundo moderno es un problema y sabe que la comunidad tiene que dar una respuesta
ante esta situación. Y la respuesta se ha de dar a base del evangelio, no en el vacío, sino
dentro del horizonte de las preguntas que formula el mundo a la comunidad.
- la Iglesia no debe estar frente al mundo, sino por delante del resto del mundo; no en
oposición al mundo, sino en solidaridad con el mismo;
- la Iglesia no queda al margen de los cambios históricos, sino que queda implicada de
un modo responsable en los mismos;
Este estudio fue una de las fuentes más importantes para la sección II de la asamblea
plenaria del Consejo Ecuménico de Uppsala (1968). El borrador de su texto encontró
muchas críticas en Alemania y en los países escandinavos, y también en el mundo
anglosajón. Algunos delegados noruegos hasta amenazaron con la retirada de la Iglesia
noruega del Consejo Ecuménico de no retirarse este borrador.
1.ª Lo que hoy no existe, podrá existir mañana. Hay muchos ejemplos que manifiestan
que es prematuro buscar fórmulas para expresar la práctica de la unidad. Esto ya se ve
en el campo de la intercomunión y los matrimonios mixtos, donde la práctica se ha
adelantado a las fórmulas teológicas.
Es cierto que casi todas las iglesias han empezado a crear comisiones que estudien la
estructura; pero en la mayoría de los casos se ha empezado desde dentro, desde una
theologia perennis partiendo del supuesto de que hay una misión de la Iglesia que está
bien cimentada, con lo cual todas las modificaciones estructurales han de ser vistas
como algo marginal, como operaciones cosméticas que corrigen, pero no modifican
verdaderamente.
Mady Thung no opta en favor de una "secta político social", sino que se limita a decir
que si el servicio profético de la Iglesia en la comunidad, su existencia como Iglesia
para los demás, es parte del seguimiento cristiano, entonces tal seguimiento no
solamente debe exigirse, sino, sobre todo, ensayarse y establecerse litúrgicamente. Si
únicamente se exige en sermones y libros, se produce entre los creyentes aquel molestar
que encontramos por todas partes. Pues dicen que se les prometió consuelo y
estabilidad. Ahora en cambio, se les obliga a continuas acciones político-sociales. Esta
tensión entre una diaconía profética llena de riesgos y la conservación de la estructura
eclesial, que dicha diaconía necesita, resulta difícil de entender y soportar, sin una
práctica continua y paciente, sin una inspiración en la liturgia, en la oración, etc. Como
cristiana, escribe Thung: "Una iglesia únicamente puede ser tal si existe para otros, si
realiza su servicio profético con o sin éxito". Y, como socióloga, añade: "Justamente por
eso se convierte en una organización en peligro".
WALTER J. HOLLENWEGER
Resulta significativo que para muchos de estos grupos, sobre los cuales se sabe muy
poco, el punto de referencia no son las jerarquías de las diversas iglesias, sino el
Consejo Ecuménico de Ginebra, incluso en el caso de grupos católicos.
Es decir, los grupos transconfesionales tienen los mismos problemas que las iglesias
grandes. Por falta de espacio no trataré de los grupos carismáticos y de los que ponen el
acento en la acción. No hay intercomunicación dentro de la Federación Luterana
Mundial, ni hay acuerdo dentro de los diversos grupos carismáticos en cuanto al
ministerio del sacerdote, para no hablar ya del oficio de Pedro, no pudiéndose descubrir
en todos estos grupos ningún ministerio que sea uniforme para todos. Y, a pesar de
todo, en algunos festivales de los grupos transconfesionales y hasta dentro de ciertos
actos -cuando se permiten- de las federaciones mundiales de las iglesias y de las
asambleas plenarias del Consejo Ecuménico, se articula un sentimiento de unidad que
no admite ninguna explicación racional. Y me pregunto: ¿se trata de un jarabe piadoso
que se echa por encima de todas las diferencias o se está delante de un fenómeno que
habrá que tomar en serio, una anticipación litúrgica y celebrativa de una unidad aún no
realizada?
Antes de contestar a esta pregunta (lo que haré en el apartado III), observaré las
eclesiologías más modernas. Se nota que parecen estar en una unidad natural dentro del
contexto ecuménico. Pannenberg, que ha pensado probablemente más que nadie en
estos problemas, dice: "La Iglesia unificada del futuro no es posible a base de una
WALTER J. HOLLENWEGER
doctrina uniforme, ni podrá admitir que sus dignatarios se consideren tan importantes
que parezcan estar por encima de cualquier crítica". Deberá "cambiar las estructuras
autoritarias de las ideas jerárquicas tradicionales, sin perder su función pastoral". Según
Pannenberg, es necesario que la iglesia siga existiendo mientras "aún no se haya
realizado definitivamente el reino de Dios en la vida política" (subrayado por
Hollenweger).
Pannenberg describe la Iglesia como "símbolo del reino futuro" y abogado de los
aspectos provisionales de toda actividad humana en lo político y lo eclesiástico. De allí
surgen cuestiones de orden práctico, como la intercomunión que "crea y manifiesta la
unidad de los cristianos por encima de cualquier diferencia" (tesis 85-8G), sin hacerla
depender de un modo determinado de entender la eucaristía o la Iglesia. "Quien siga a
Jesús, aceptando su invitación a la mesa de la comunión, deberá ser admitido.
Unicamente podrá excluirse a quienes se consideren faltos de voluntad de entrar en
comunidad con Jesús a través de la comunión eucarística" (tesis 87).
También llama la atención, en Pannenberg, su idea sobre el Espíritu Santo, "no tanto
como fundamento que posibilita conocimientos de otro modo inaccesibles, sino como
fundamento de la vida en sí" (tesis 41). Pannenberg no limita al Espíritu Santo a la
Iglesia y al cristianismo; quiere "hacer resaltar la actuación peculiar del Espíritu, en el
pueblo de Dios, como un caso especial de algo que vale para toda comunidad humana y
para cualquier experiencia de la humanidad". En este aspecto de la pneumatología, se
entrecruzan las ideas de Pannenberg con las de algunos teólogos de los movimientos
carismáticos y de los que ponen el acento en la acción. Se considera posible elaborar la
eclesiología de una "Iglesia para los demás" desde el aspecto pneumatológico (y no
cristológico), con lo que podrían encontrarse bases comunes para las diversas corrientes.
Esta sería la historia de las ideas. Como a mí me interesa más la historia de la realidad,
hay que preguntarse: ¿Hay vestigios de una Iglesia en la fuerza del Espíritu Santo? Cabe
pensar en algunas iglesias pentecostales del tercer mundo y en algunos grupos
minoritarios del movimiento carismático, si bien incluir aquí todos estos movimientos
supondría confundir la historia de las ideas con la de la realidad. Pero esta historia real
se puede observar en lugares como Irlanda y Africa del Sur, donde los movimientos
carismáticos, pentecostales e independientes se enfrentan con oposiciones políticas y
raciales. Esta historia real no se refleja bien en los libros de aquellos grupos, pero entre
ellos se practica lo que exige Pannenberg.
La diferencia entre lengua y experiencia, entre historia de las ideas e historia real es un
paradigma de otras diferencias. El idioma no sólo puede tapar, por chapuzas semánticas,
WALTER J. HOLLENWEGER
las diferencias reales, también puede oscurecer las concordancias reales. O sea, en
distintas capas sociales y culturales, se debe decir lo mismo de manera distinta, para que
todos lo entiendan igual. Es aquí, pues, donde el lenguaje transconceptual adquiere una
dignidad transcultural y una función eclesiológica, ya que puede desempeñar funciones
que no le son posibles al lenguaje conceptual. Lo ejemplificaré con el mito.
Hay hechos que demuestran que una teología desmitificada del todo, una iglesia sin
mito, una fe sin mito, no sería comprendida por la mayoría de los cristianos, inclusive
sus sacerdotes, para no hablar ya de los no cristianos. Un tercio de la humanidad vive
bajo la ideología marxista, que pretende detentar un materialismo científico y que niega
el carácter científico de corrientes científicas no marxistas. Pero se puede observar que
Marx y sus seguidores entienden por materialismo otra cosa que los filósofos
materialistas ingleses y franceses. Observado de cerca, el marxismo aparece como una
"ideología metafísica", y de ahí su gran fuerza de penetración. Contiene todos los temas
de los mitos cristianos, como creación y caída, pueblo elegido, el profeta escatológico,
su muerte y resurrección, el período de ínterin (que ya dura más de lo esperado al
principio), una institución que mantiene e interpreta las convicciones de esta fe, una
doctrina sobre la vida actual y futura, la esperanza de un mundo nuevo. Todo esto
vuelve a surgir en el marxismo, no en "lenguaje metafórico" sino como un mito, que se
acepta como base de fe para la vida individual y colectiva.
Cualquier observador de las culturas del tercer mundo comprende que un idioma exento
de mitos no es idioma. Y esto es importante para los teólogos cristianos, si se tiene en
cuenta que muchos especialistas pretenden que el centro de gravedad numérico y
teológico se desplaza desde el Atlántico Norte hacia Africa y América Latina.
Queda por saber si la lengua sin mitos tiene todavía una función en Europa y América
del Norte. De ser así, podríamos exigir para los habitantes de estas zonas una "teología
indígena" de categorías no míticas. Pero éste no es el caso, puesto que toda nuestra vida
pública transcurre dentro de los mitos. Una mirada a cualquier programa de televisión
nos descubre los mitos del mundo del deporte y del entretenimiento. Se crean modelos
que sirven para la identificación. Sabido es que ningún político podrá sobrevivir como
tal si no recita a diario su credo. Y otro ejemplo es cualquier hospital; nadie ha podido
demostrar hasta ahora que un aumento indiferenciado de la tecnología médica pueda
favorecer la salud humana. Pero se gastan sumas enormes para este mito sin demostrar.
Y el mito se protege con una mitología complicada, que se llama ciencia médica, tiene
su casta sacerdotal (los médicos) y sus clérigos menores (las enfermeras), su liturgia de
bata blanca y fórmulas en latín.
Esto no es una crítica, sino una descripción. Pero no todos los mitos pueden cumplir una
función eficaz. Según san Pablo (Col 1,15 y ss), el mito se convierte en mito verdadero
cuando:
Medido por el criterio del "mito verdadero", el mito de la "iglesia para los demás", tal
como se celebra ahora en la eucaristía, solamente cumple, por lo general, con el punto
tercero. En el mundo occidental -a diferencia de algunos mitos eclesiológicos del tercer
mundo- lo que dice el mito (la promesa del mito) y su modo de decirlo (su encarnación
actual en la historia europea) aparecen como contrastes crasos. Y esta contradicción se
podrá remediar únicamente cuando la eucaristía vuelva a ser tal, es decir, una eucaristía
en la que lo imposible, la Iglesia para los demás, "se manifieste por lo menos de un
modo rudimentario".
El mito de la "Iglesia para los demás" no convierte a una Iglesia que viva para sí misma
en una Iglesia para los demás. Pero es un medio adecuado para presentarse, para la
eclesiología, allí donde la Iglesia merezca verdaderamente el nombre de ecclesia
(comunidad).
LA SACRAMENTALIZACIÓN DE LA
PENITENCIA
The sacramentalization of penance, The Heythrop Journal, 18 (1977) 5-22
PRINCIPIOS DE INTERPRETACIÓN
Un modo común creciente de explicar los sacramentos, los relaciona con las estructuras
simbólicas de la existencia humana. Los elementos humanos son integrados en las
estructuras sacramentales, no meramente yuxtapuestos a ellas. El verbum fidei
transforma lo humano en su totalidad. Esto es aplicado a los grandes acontecimientos de
la vida humana, como el nacimiento, el matrimonio y la muerte, y también a ciertas
acciones básicas y comunes, como lavarse, comer y beber, ungir, tocar. Esta clase de
explicaciones puede también utilizarse para comprender el sacramento de la penitencia.
Es posible examinar las estructuras humanas usadas en este sacramento, y la
intencionalidad inherente en actitudes de pecado y reconciliación, y, a partir de esta
base, ir descubriendo los símbolos que surgen en la tradición cristiana de la penitencia y
el perdón. Este modo de tratar los sacramentos no crea ningún problema si se toma a la
Iglesia, con su crecimiento y cambio, como sacramento primordial de Cristo. Porque,
sin prejuzgar o desafiar una inmediata asociación histórica de ciertos sacramentos con
Jesús, en su ministerio y enseñanza prepascuales, podemos determinar, simplemente,
que los sacramentos, en general, han sido instituidos por Cristo porque la Iglesia se
origina con él. Tanto el concilio de Trento, como la teología medieval, como testimonio
de autoridad, dice Ratiner, refieren la expresión institución por Jesucristo, no a la
historia, sino a la eficacia de los sacramentos.
DAVID N. POWER
Penitencia y Eucaristía
Por otra parte, el sacramento de la penitencia debe ser relacionado con la eucaristía.
Recientemente, algunos escritores han hablado de la eucaristía como el sacramento
principal de reconciliación en la Iglesia, puesto que la liberación de la esclavitud del
pecado y la comunión en Cristo son centrales en su significado. La penitencia es un
sacramento de reconciliación y perdón sólo en cuanto que está relacionado con la
eucaristía.
Se habla mucho, en los estudios actuales, acerca de los ritos de paso y transición, por los
que el individuo es relacionado con el grupo social y sus sistemas de valor. Estos ritos,
normalmente asociados con la adolescencia, matrimonio y cambio de estado de vida,
facilitan a la persona el encontrar su nuevo sitio en el grupo, y al grupo el cambiar su
actitud hacia la persona. Para que esto suceda, cada uno ha de hacerse presente su
propia bajeza y su valor personal, y encontrar la verdadera fuerza de comunión en el
significado y valor compartidos, más que en la estructura social.
Este modelo de paso, de transición, puede ser aplicado, con alguna matización, a las
formas que la penitencia toma en la Iglesia. Si la desviación de una persona del ideal
eucarístico es seria y manifiesta, puede ser impuesta la segregación y exigida la
purificación, antes de volver a participar plenamente de la comunidad. En caso de
pecados más leves o "faltas diarias", el individuo se somete a sí mismo al rito del
autoexamen, purificación y confesión, cuya meta es la conversión personal a una vida
más en correspondencia con los símbolos eucarísticos. Una comunidad entera puede
elegir vivir períodos de penitencia como períodos de paso, o "exilio", de pobreza y
humildad comunitarias, aprendiendo de ese modo a vivir más plenamente la realidad de
la reconciliación en Jesucristo como un proceso continuo.
La iglesia primitiva
Hoy existe un gran interés por redescubrir el aspecto comunitario del pecado y la
reconciliación. Se resalta, con razón, que todo pecado injuria a la Iglesia y, asimismo,
que es en y a través de la comunidad como se obtiene la reconciliación con Dios.
Las normas de la penitencia y los rituales del perdón serían mejor comprendidos si se
capta que, más allá del pecado individual, afectan y reflejan las estructuras sociales y la
comunidad ideal. Como hemos visto, el perdón y su reconciliación con la Iglesia no
fueron estrictamente correlativos. Aun si en el transcurso del tiempo las regulaciones no
fueron forzadas demasiado estrictamente, la existencia de las normas tuvo su
importancia. La cuestión es cómo mantener la santidad de la comunidad, manteniendo
modelos comunes, sin ser excesivamente severa con el pecador individual. El caso
extremo es el del pecador recalcitrante, al que es necesario expulsar de la comunidad y
cuya readmisión está condicionada a la penitencia y la purificación (eventualmente la
readmisión puede ser tan sólo parcial). A nosotros nos resulta difícil comprender hoy
estas actuaciones (especialmente la readmisión no-plena).
Pero un punto útil de comparación pueden ser las leyes de marcha y purificación que se
encuentran en el libro del Levítico. La estructura antropológica fundamental de tales
leyes está explicada por Mary Douglas en su libro Purity and Danger: "La cultura
pública configura los valores de una comunidad, mediante la experiencia de los
individuos. Esto proporciona por adelantado algunas categorías básicas, un modelo
positivo en el que las ideas y valores son claramente ordenados. Y, ante todo, tiene
autoridad, puesto que cada uno es inducido a asentir por el asentimiento de los otros.
Pero su carácter rígido hace más rígidas sus categorías. Una persona privada puede
revisar sus modos de asumirlas o no. Es un asunto privado. Pero las categorías
culturales son asuntos públicos. No pueden ser sometidas a revisión tan fácilmente. No
pueden ya descuidar el desafío de formas aberrantes. Cualquier sistema dado de
clasificación debe hacer surgir anomalías, y cualquier cultura dada debe confrontar
sucesos que parecen desafiar sus modos de asumirlas. No pueden ignorar las anomalías
que su esquema produce, sino es con riesgo de perder la confianza".
Las leyes del Levítico, mencionadas antes, deben hacer que la santidad de la comunidad
refleje la santidad de Dios. Para la comunidad judía, la santidad será análoga a la
totalidad y el orden, puesto que a través de ello la santidad de Dios resplandece en el
designio y en las maravillas de su creación. Lo que no armoniza con el orden era
considerado contra la santidad de Dios y, consecuentemente, de su pueblo.
DAVID N. POWER
La impureza ritual fue en gran parte eliminada de la iglesia, aunque se cayó de nuevo en
algunas de sus formas en tiempos posteriores. A pesar de una espiritualización, algo del
mismo modelo permanece para la preservación de la santidad. La más grande
abominación, para la comunidad del NT, era el pecador que dejaba de guardar la ley de
santidad del Espíritu en sus miembros. Esta abominación del pecado ha de ser excluida
de la Iglesia, y el pecador no debería ser readmitido sin ser purificado ritualmente. De
este modo, la comunidad entera, y no sólo el pecador arrepentido, era salvado del
pecado y sus funestas consecuencias.
Cada forma simbólica en la que los cristianos expresan su sentido del pecado y su deseo
de una reconciliación en el Espíritu pertenece a la sacramentalización de la penitencia.
La Iglesia necesita hoy sacramentalizar los modos concretos en los que ha ido
configurando las celebraciones comunitarias. Esto puede ser para los cristianos un modo
apropiado de reexaminar la naturaleza del pecado y su propia implicación en las
actitudes pecaminosas. Hay que reconocer que la teología y la catequesis han sido en el
pasado algo voluntarista, y la ansiedad por la salvación, algo desviada. Una renovación
en el espíritu de la Escritura, a través del uso litúrgico de sus símbolos del mal y la
redención, puede ser algo especialmente beneficioso y lleno de significado.
Lo que significa confesar el pecado está puesto en claro por la relación entre la palabra
de Dios y la asamblea eclesial, imprescindibles en una celebración comunitaria. La
palabra de fe llama al arrepentimiento y proclama el perdón. Es una palabra que sale de
Dios y toma forma en la palabra de la iglesia. Dios promete el perdón y, al hacerlo,
invita al hombre a admitir su pecado e iniciar el camino de la conversión. La esperanza
por la que el hombre responde al perdón divino puede significar una autoaceptación más
plena en el reconocimiento de que uno es querido por Dios y una serena integración del
propio pasado.
Redescubrir algo de la imaginería y narrativa bíblicas del reino del pecado, o del pecado
en el mundo, es llegar a ser consciente de nuevo de la calidad corporativa de nuestra
condición. Esto lleva eficazmente al hecho de que ninguna persona individual o
comunidad puede ser salvada sin ser salvado el mundo, y de que la persona tiene que
cargar no sólo con su propio pecado, sino con el pecado del mundo. El modo de
redención es el de uno por muchos, justo por pecador. El que está sin pecado es hecho
pecado por causa de los hermanos. No es suficiente, por lo tanto, para una comunidad
cristiana, evitar el compromiso con el pecado. Como sacramento de reconciliación en
Cristo, alcanza sólo su plena medida cuando se da cuenta de la verdad de que su
naturaleza es ser hecho pecado, así como de que puede ser liberada del pecado (2Co
5,21).
libres de preocupaciones jurídicas y podrían ciertamente ser leídas con una mentalidad
jurídica. Esta lectura no está impuesta, y mientras no se disminuya la importancia de la
confesión persona-a-persona, las comunidades y pastores que aprecian la expresión
sacramental, sabrán cómo hacer más amplio uso de la confesión "en circunstancias
ocasionales", para dar una absolución general sin confesión individual previa, para ir
más allá de la necesidad jurídica e individual hasta una más plena conciencia
sacramental de lo que significa ser una comunidad de reconciliación en Jesucristo.
LA CONFESIÓN PERSONA-A-PRESONA
Fiel a la tradición que a menudo apeló a la autoridad del Venerable Beda, Tomás de
Aquino se refiere a esta costumbre como un "Casi-sacramento". Distinguía dos casos:
uno, la confesión del pecado mortal; el otro, la de las faltas cotidianas o pecado venial.
El primero es defendido en ausencia de un sacerdote, y su eficacia es atribuida al votum
sacramenti. Distinto de esto, la confesión del pecado venial a un laico se mantiene por
propio mérito como una especie de sacramento y puede ser útilmente practicada sin
restricción.
Lo que tiene lugar en esta mediación personal es reflejado en los símbolos que expresan
la relación con Dios del penitente pecador. Caer en la cuenta del pecado es tener
conciencia de una alienación. Inicialmente, esto significa una destrucción de la propia
auto-imagen. Esto deja un sentimiento de fastidio, de pérdida de confianza en la
capacidad de sentirse valorado. El juicio divino es el símbolo del sentimiento negativo
por parte del pecador, que se siente excluido de la gracia y compañía de Dios, juzgado
por él como ser indigno. Confesar los propios pecados a otro es un modo de expresar
este sentimiento. El sentido de vergüenza, de miedo, de auto- imagen rota, de ser
juzgado, llega a ser más tangible frente a otro a quien se hace la confesión. El papel del
confesor no es negar el pecado o la falta de amor implicada en él. No es convencer al
penitente que, pese a tales sentimientos, es aún digno a los ojos de Dios. Su propósito es
más bien transmitir la realización positiva de la misericordia y el perdón, el sentido de
gratuidad del amor de Dios y de la gratuidad del don de la conversión. Esta
misericordia, perdón y gratuidad son compartidas entre el penitente y su mentor o
amigo en Cristo. A un primer nivel, este don es sacramentalizado como algo que el
confesor es capaz de dar según la medida de su propia comunión con Dios. A un
segundo nivel, el don es sacramentalizado como lo que ambos comparten juntamente en
completa ge nerosidad por la gracia de Dios. Interiorizar esta verdad necesita tiempo y el
buen confesor no esperará la misma respuesta de todos. Sólo pedirá el paso hacia
adelante que esté en la posibilidad del pecador, según se sitúe en su relación con Dios.
Como se puede ver fácilmente, el papel del sacerdote no está determinado en virtud del
poder que posee. La analogía del juicio y del poder para absolver necesita ser
completada por otras analogías, si el significado de confesarse a un sacerdote ha de ser
más ampliamente clarificado. Lo que significa como ministro ordenado para el
ministerio de la Iglesia, lo transmite al penitente cuando va a confesar su pecado. La
confesión al sacerdote, y la recepción por él de los signos de perdón, permite una
apropiación de la comunión eclesial, en una aceptación de las plenas condiciones de
apostolicidad, unidad y catolicidad. En términos más simples, el contacto personal con
DAVID N. POWER
el sacerdote hace surgir en el penitente una más plena conciencia de comunión eclesial,
y puede hacer de la confesión individual una participación en el misterio de comunión.
Se ha sugerido que la confesión de los pecados, una vez al año, puede ser el modelo
general para una persona cristiana. No hay necesidad de descender a normas de esta
clase, pero la sugerencia plantea que cuando se hace de un modo serio y en el contexto
de la conciencia y celebración eclesiales, la confesión individual no ha de ser muy
frecuente. Cuando se da tiempo para el intercambio necesario en una confesión persona-
a-persona, y se integra en el contexto de las celebraciones litúrgicas comunitarias, llega
a ser una ocasión para una renovación genuina en la vida de la persona. La frecuencia
no es la norma, sino la autenticidad.
Conclusión
Como conclusión, podemos hacer una dialéctica entre las tres formas de penitencia que
han sido examinadas en este artículo. Comencemos por decir que la eucaristía es el
principal sacramento de redención y reconciliación. Expresa un ideal, hacia el que la
comunidad cristiana debe constantemente moverse. Si uno de sus miembros se equivoca
seriamente, entonces se le hace ser consciente de su falta. La reacción es despedir a este
miembro, purgar a la Iglesia de un mal que es incompatible con lo que la eucaristía
expresa. Esta reacción no es meramente el juicio del pecador, sino también es un
esfuerzo para mantener la santidad de la comunidad.
Las analogías usadas para explicar el sacramento no han sido tomadas del orden
jurídico, tales como ofensa, reparación, juicio, absolución y santificación. Preferimos
tomar analogías tales como paso, comunidad ideal y su expresión, confesión y
encuentro personal. Los principios que guiaron nuestra reflexión fueron una
comprensión del proceso de sacramentalización y la relación de la práctica penitencial
con la eucaristía. Todas las expresiones de la penitencia nos preparan para una más
plena participación en la vida y la celebración de la comunidad eucarística.
Después de fundar durante siglos la necesidad del bautismo cuanto antes en el miedo a
la suerte de los niños muertos sin él, es necesario preguntarnos si la práctica actual no
sigue manteniendo en muchos el carácter de garantía o de simple respuesta a la angustia
del hombre, en vez de ser el bautismo un signo privilegiado, especialmente en el caso de
los niños, de la iniciativa gratuita de Dios de asociar a todo hombre en la victoria de
Cristo sobre el pecado. Muchos cristianos absolutizan los sacramentos hasta el punto de
convertirlos más en limitación para el acceso a Dios que en facilidad.
Creemos que es abusivo declarar sin valor, como hace Cullmann, el bautismo de un
niño en peligro de muerte; porque es una situación de excepcional valor -como
escándalo de la muerte en su paroxismo- que merece ser asumida en la sacramentalidad
de la Iglesia. El bautismo del niño moribundo es signo eficaz de la vocación que
comparte con todos y manifiesta que "cuentan" para Dios, y son "contados" por El,
incluso aquellos que no tendrán historia ni destino en el mundo.
2. Generalización de lo excepcional
J.-J- von Allmen ha hecho notar que el bautismo generalizado de niños, al oscurecer que
la condición normal de este sacramento es el bautismo de adultos, normaliza lo
excepcional. Es cierto que Dios no está ligado al itinerario soteriológico habitual:
proclamación del Evangelio-conversión y fe-bautismo, pero cuando se empieza
habitualmente por la última etapa hay el peligro de atribuirle la función de la primera y
afirmar que el sacramento, y no la Palabra, es ante todo, signo de la gracia preveniente
de Dios y que delimita el área de alcance del Evangelio, cuando se debería decir que el
sacramento delimita el área en que la gracia ha sido acogida en la fe.
RENE-MICHEL ROBERGE
Es claro, al menos, que nuestra práctica da pie a mantener una cierta concepción mágica
del sacramento y facilita olvidar que sin responsabilidad y compromiso no cabe
realización plena del bautismo. La objeción permanecerá mientras la pastoral no haya
precisado su intención de celebrar en el bautismo de los niños, la fe de toda una célula
de Iglesia.
No parece que exista otra solución respetuosa del rescoldo de fe de esas gentes y de su
único vínculo con la Iglesia, que ofrecer una posibilidad de relación con la comunidad
eclesial que no sea precisamente el bautismo.
Hoy existe mayor sensibilidad para la dimensión del deve nir y la pastoral debe aprender
a aprovecharla.
La imagen misionera de la Iglesia queda comprometida por una práctica poco apta para
expresar el compromiso. La abrumadora desproporción entre los baut izados y los
practicantes serios en la vida cristiana entrañaría, a la larga, la muerte de la Iglesia, que
no es apostólica como un añadido. En una palabra, el bautismo irreflexivo de los niños
significa la muerte de una Iglesia confesante, capaz de ser signo de salvación en el
mundo.
RENE-MICHEL ROBERGE
Es cierto que la fe del bautismo es don de Dios antes que respuesta humana; que la
confesión de fe se exige, principalmente, de la célula de Iglesia en que está difusa la
libertad del niño; que, en el sacramento, como celebración del don ofrecido y acogido
por el individuo, juega el primer papel la fe de la Iglesia y le convierte en sacramentum
fidei; es cierto que la dificultad proviene de una incorrecta reducción puntual que le
priva de su dimensión de porvenir. Pero no puede ignorarse la objeción de Tertuliano,
elaborada luego por Agustín: hay el peligro de que la celebración en la niñez frustre la
celebración responsable del bautismo en la edad de las decisiones, privando al individuo
de la "experiencia simbólica de su nuevo nacimiento".
La sociedad actual es muy sensible a que cada uno pueda obrar según su elección.
Pensemos en las Ligas de Derechos Humanos o en el mismo documento del Concilio
Vaticano II sobre la libertad religiosa. El bautismo de los niños significaría un
condicionamiento abusivo del pequeño que algunos califican de "violación pura y
simple de la libertad", en una elección fundamental.
a) reconocer el valor de individuo del niño, como ser que hay que amar por sí mismo;
En el plano educativo, cada vez es má s falso el adagio "de tal padre, tal hijo". Ni el
parentesco, ni la herencia tienen, en el contexto social actual, la fuerza determinante de
antes. El compromiso de los padres no garantiza la respuesta del adolescente, que
vendrá influida por un conjunto de elementos imprevisibles. En el plano sociológico, el
estatuto del niño ha cambiado también profundamente. Más que una nueva versión del
RENE-MICHEL ROBERGE
pasado es, ante todo, un proyecto, una puerta abierta al porvenir. Hoy los padres no
casan a sus hijos, ni les hacen abogados o sacerdotes. Al seguir anclado el bautismo de
los niños en una sociedad de tipo patriarcal, favorece una Iglesia de obligaciones y
prohibiciones y no una Iglesia de libertad.
Es cierto que existen todavía "islotes de cristiandad" y que no es lícito apostar por una
iglesia de perfectos, extinguiendo "el pábilo que todavía humea". Pero es también cierto
que la época de cristiandad ha concluido.
Pero hay una cosa cierta, la lentitud en revisar la práctica pastoral mantiene el temor
indebido de un pluralismo ya necesario, en la iniciación y en la forma de vivir el
cristianismo. El pluralismo debería tener su plaza desde el nacimiento de la vida
cristiana.
Ante los que proponen retrasar sistemáticamente el bautismo hasta la edad de las
decisiones, el interrogante de Charles Paliard: ¿no se nos escapará alguna cosa valiosa?,
frena decisiones demasiado drásticas, a pesar de la seriedad de las objeciones al
bautismo de niños. O formulado en términos positivos: ¿qué valores de evangelio y
salvación corren peligro de perderse?:
Y así como la vida es un don gratuito que nos llega por la mediación del amor paterno y
conyugal, el bautismo expresa el don y la llamada de Dios, previo a toda opción
personal del recién nacido, en favor de los valores eclesiales, por mediación del camino
normal de realización de los mismos: la comunidad de la Iglesia.
El bautismo de un niño celebra siempre "el gesto de Dios al encuentro del hombre" en
Cristo; una llamada a la salvación experimentada cada día en la vida y la acogida de una
comunidad de fe.
Pero teólogos y pastoralistas ponen en duda, cada vez más, la fuerza vinculante de esas
razones para mantener la práctica del bautismo de niños y creen que un rito de acogida
expresaría de forma más adecuada el amor permanente de Dios.
Por su parte J. J. von Allmen indica que el testimonio de la gratuidad del don divino es
propio de la Palabra, mientras al sacramento le corresponde atestiguar no el alcance,
sino hasta donde esa Palabra ha sido acogida. Le parece, pues, peligroso introducir en el
bautismo de los niños el tema de la gracia preveniente, porque no respeta la
especificidad del sacramento en relación a la Palabra.
En resumen, no basta que el bautismo de los niños sea signo del amor previo de Dios; es
preciso que en la realidad pueda ser entendido así.
No hay, pues, que concebir el bautismo de un niño como una relación directa entre Dios
y el pequeño. Se trata, ante todo, de una comunidad que proclama y celebra su fe con
ocasión del proyecto humano que es el niño. En tal caso, parecería lógico crear un rito
de renovación del compromiso de los familiares y de la comunidad eclesial del pequeño.
RENE-MICHEL ROBERGE
Las respuestas de los padres en el bautismo no son tanto palabras de sustitución, cuanto
testimonio de que existe un medio cristiano capaz de sustentar la fe de los hijos y que, al
tomarlos a su cargo, ofrece un signo de la dimensión comunitaria de la fe cristiana, más
fuerte que la solidaridad del pecado. Cuando la Iglesia proclama que se responsabiliza
del pequeño y que le educará cristianamente, subraya la necesidad de los otros para
llegar a Dios. De esa forma, el bautismo de un niño se constituye en signo privilegiado
de la solidaridad en la fe como parte integrante de la solidaridad humana total.
Llegar a ser alguien es resultado de toda una vida, como lo es llegar a ser cristiano. En
el proyecto cristiano, el bautismo no produce sus efectos instantáneamente, sino que
celebra el sentido nuevo, la orientación de la vida que modela el pasado y el porvenir.
La dimensión de futuro aparece muy clara. en el bautismo de los niños, porque toda la
historia personal está por hacerse. El bautismo es, sin duda, la promesa de una vida
cumplida en comunión con Cristo, y también una llamada a un camino nuevo (Rm 6,4).
Rito litúrgico y vida están en relación como la opción y el período de acción o la
decisión y el cumplimiento.
Aunque quizás convenga insistir menos en el carácter exclusivo del bautismo como
remedio del pecado original, hay que afirmar como uno de sus aspectos principales el
proclamar la victoria de Cristo sobre nuestra condición de pecadores. Y el de los niños
lo hace de una forma privilegiada. El niño no es neutral en el combate espiritual entre
Cristo y el Mal. Desde que adquirimos conciencia de nuestra libertad, la descubrimos
comprometida en una solidaridad espiritual, para el bien y para el mal. El bautismo de
un niño es el signo eficaz de que Cristo es ya y será victorioso del pecado, si el pequeño
es fiel a la dinámica del sacramento. El bautismo como victoria del pecado original
quiere decir que un hombre, desde su nacimiento, es llamado a combatir y a triunfar con
Cristo del pecado y a manifestar el combate y la victoria.
Una Iglesia que bautiza a los niños, es una Iglesia que necesita la debilidad de la
infancia para afirmarse por entero. Y esto no es sino vivir la ley de la Encarnación.
Vale la pena celebrar la posibilidad del niño como Palabra de Dios, en quien la
Encarnación se continúa. El niño ofrece al matrimonio ocasión de apertura a los demás,
ocasión de catequesis y de compromiso cristiano y de responsabilidad de Iglesia. Es el
débil que fuerza a los suyos a tomar posición frente a los grandes valores cristianos.
Conclusión
El verdadero problema reside en saber si todos esos grandes valores que la Iglesia
quiere significar con el bautismo de los niños, necesitan precisamente del mismo para
afirmarse. En cualquier caso, nos debemos preguntar cómo debería modificarse para
que no sea un contrasigno.
El ritual, hasta 1969, hablaba de "obligación grave" para urgir el bautismo cuanto antes,
por los riesgos que corría la salvación del pequeño a causa del retraso.
Esa actitud pastoral halla su origen ya desde la alta edad media, en la pobreza doctrinal
de un bautismo reducido a un suceso-destello-seguridad-salvación- individual y un
pecado original interpretado con excesiva univocidad como un pecado quasi-personal.
La celebración del bautismo debe ser "expresión ritual de la fe vivida durante el período
de la preparación". De ahí la importancia de cuidar la acogida del sacerdote y de la
comunidad a los padres como signo de la acogida de Dios; de que el gesto bautismal
proclame el proyecto salvador de Dios sobre todo hombre; de la responsabilidad
comunitaria sobre la fe del recién nacido y del compromiso de los padres en la
educación cristiana del niño.
Estas son las líneas maestras de la pastoral actual, cuyos fallos no pueden atribuirse a
falta de realismo del proyecto de 1970. Con suficiente perspectiva vamos a intentar un
primer balance.
Elementos positivos
Uno de los objetivos inmediatos de la reforma de 1970 era poder aceptar dignamente las
demandas de todos, teniendo en cuenta los diversos niveles de fe de los peticionarios.
Porque no se puede honradamente bautizar ya a los hijos de los no creyentes estribando
en la fe del medio ambiente. La nueva pastoral permite la apertura a toda problemática y
el inicio de un diálogo, cualquiera que sea el nivel de fe de los padres, haciendo
compatible la ley de la acogida universal con la exigencia de un necesario
discernimiento.
Es evidentemente necesario que la acogida supere el paternalista "¿por qué quiere usted
bautizar a su hijo?", como rutinario inicio de un monólogo catequético. Quedaría lejos
del diálogo ideal el intento de recuperación de las peticiones "no conformes"
subsiguiente a la contestación a una encuesta sobre las motivaciones para bautizar. El
verdadero diálogo presupone la escucha y el respeto por lo que piensa y vive el
interlocutor. No se trata, por tanto, de dar cursos sobre lo que es el bautismo de los
niños o de empujar a los padres hacia una determinada comprensión de la fe. Con una
expresión de moda, hay que decir que los pastores no deben estar "delante" del grupo,
sino "en" el grupo. Dentro de esa lógica, la decisión de bautizar o no, no debe
imponerse, sino negociarse entre la comunidad, por sus responsables, y los que solicitan
el sacramento.
La línea pastoral actual tiene como otro de sus objetivos, que los padres y los pastores
adquieran conciencia del contenido real de la solicitud y de las consecuencias del
bautismo. La confrontación de las peticiones de diversas familias permitirá calibrar la
calidad de la propia demanda y, en caso de celebración del sacramento, comprometerse
en la educación cristiana del hijo y convertir la celebración bautismal en un serio
compromiso de fe. La Iglesia cuenta con los padres para transmitir la herencia de la fe.
De ahí la importancia de un diálogo franco con ellos, del que la Iglesia espera un
despertar a la fe en caso de no creyentes, y siempre una mayor profundización.
El bautismo de un niño sólo se legitima, cuando la Iglesia posee los medios -en primer
lugar, la red de relaciones familiares que constituyen la vida del pequeño- para que
desemboque en una adhesión libre a Cristo. Si no dispone de ellos, y evitando la forma
de ultimatum, debe negarse a bautizar.
porque como ya lo subrayaba la teología del ex opere operato, celebra el don de la fe;
pero, además, como se pone hoy más de relieve, es celebración de la respuesta humana
sin la cual cabría hablar de rechazo del don de Dios.
El nuevo ritual otorga a la "fe de los otros" el papel de constitutivo del sacramento en el
bautismo de niños y subraya la dimensión comunitaria, pues todas las oraciones son
dichas en nombre de la asamblea que celebra su adhesión a la Palabra, con la esperanza
de que sus miembros más queridos vivan de ella. En la nueva pastoral, no sólo los
peticionarios del bautismo se comprometen con la comunidad en que bautizan, sino que
ésta toma a su cargo apoyar el crecimiento cristiano del bautizado. Al encuadrarle en
una red de solidaridades que progresivamente le llevarán a Jesús, resalta con mucha
claridad el carácter comunitario de la fe. Y eso, a la larga, redundará en una mayor
sensibilidad a las exigencias comunitarias en toda la Iglesia.
La pastoral actual subraya también, mejor que antes, la dimensión de porvenir del
bautismo, al no consentir un bautismo sin posibilidades reales de educación y futuro
cristiano.
Por primera vez, dispone la Iglesia de un ritual adaptado a los niños que, a diferencia del
anterior, posee una verdadera liturgia de la palabra y una monición que introduce la
profesión de fe de los padres, donde la fe de la Iglesia y la necesaria mediación del
entorno del bautizando, adquieren el oportuno relieve.
RENE-MICHEL ROBERGE
1. Falta de audacia
Los partidarios del abandono del bautismo de los niños acusan a esa pastoral de ser una
solución de compromiso para no enfrentarse decididamente con el problema.
2. ¿Elitismo?
Cabe preguntarse, de todos modos, si es posible ser más exigente, porque se acusa a la
pastoral actual de ir en detrimento de los más débiles culturalmente, al exigir "pureza de
intención", sobre todo si se la reduce a una simple "indagación de motivaciones". A
veces no se sabe expresar lo que se quiere y resulta difícil distinguir incredulidad, de
pobreza o limitación de lenguaje. Es preciso ser consciente de que las dificultades del
diálogo se sitúan más a menudo en el plano cultural que en el de la fe.
Conclusión
Pensamos que mientras esa línea pastoral no quiera convertirse en el modelo exclusivo
de iniciación cristiana, será una fórmula válida, cuyos intentos de mejora no serán
baldíos.
Esa solución, madurada durante los años 60, es muy sensible a los inconvenie ntes del
bautismo generalizado de niños y en cierto sentido es una versión más reflexiva de la
solución anterior.
La propuesta -conforme con el sistema de desarrollo humano- no haría más que dividir
y espaciar las etapas del bautismo de niños: acogida en la Iglesia, celebración de la
Palabra y rito del agua. Habría primero el período de la acogida del recién nacido por la
comunidad, en que después de diversos encuentros con los padres, se le impondría el
nombre, se le signaría con la cruz y sería constituido "catecúmeno" y, por tanto,
"cristiano" aunque no "fiel". Según la terminología antigua, seguiría la etapa de la
formación cristiana y la catequesis. Y sólo cuando fuera reconocido como capaz y
decidiera comprometerse, el niño accedería al rito del agua, a la confirmación y a la
eucaristía. En resumen, el actual catecumenado de los padres se completaría con un
catecumenado para el niño.
Ventajas
Esa solución permitiría, en primer lugar, una acogida más verdadera a cualquier petición
de bautismo, al ofrecer posibilidades reales de profundizar y caminar, al ritmo
adecuado, hacia una mayor madurez, respetando la evolución psicológica del individuo.
Esa propuesta significaría, al menos, un serio intento de asunción de los cambios socio-
culturales en la educación cristiana: mediante la distinción del "tiempo de la
celebración", después del "tiempo de preparación".
RENE-MICHEL ROBERGE
Los más conservadores objetan que este sistema rompe con la tradición más antigua;
corrompe la fe en la eficacia de los sacramentos; atenta al dogma del don gratuito de
Dios; se expone a privar a la persona de un bien necesario de salvación; hay un retorno
a la Iglesia de los puros y complica administrativamente.
Sin embargo, la objeción más seria viene de los sectores liberales que piensan que es
una reforma insuficiente, porque sitúa la iniciación cristiana demasiado pronto o
demasiado tarde: demasiado pronto, puesto que la etapa de la infancia o la
preadolescencia no son las decisivas en la formación humana; demasiado tarde, porque
un bautismo en el umbral de la edad adulta priva al joven durante largos años de la
ayuda sacramental.
Por otro lado, algunos subrayan que se trata de una semi-solución, ya que compromete
al niño en un proceso sin retorno, de forma que el pequeño inscrito en el catecumenado
se encontraría -como el bautizado recién nacido- que, ya responsable, debe ratificar lo
que comenzó sin su participación.
D. El bautismo aplazado
Eso manifiesta que, en contra de lo que a primera vista pudiera parecer, no es una
concepción individualista de la fe, la que impone el aplazamiento.
RENE-MICHEL ROBERGE
Litúrgicamente, habría primero una celebración del nacimiento, como acción de gracias
por el recién nacido. Esa celebración expresaría la pertenencia incoativa y provisional a
la Iglesia y el carácter universal de la salvación, tomando como base las relaciones
cristianas del niño con su entorno, fundadas en el matrimonio cristiano de los padres.
Pero convendría subrayar el compromiso de la Iglesia con el niño y no tanto el
compromiso del niño, porque no es el bautismo, sino la fecundidad de la Iglesia
doméstica lo que ofrece mayores garantías de que el pequeño llegue a la salvación que,
en cualquier caso, viene de Dios, y de Dios únicamente.
A partir de ese momento, sugiere tres etapas: 1) al llegar al uso de razón, empezaría un
período de evangelización, como información de los valores cristianos, mediante el
testimonio de una vida ordinaria que provoque la interrogación. Deberían crearse signos
litúrgicos, tanto en la familia como en la Iglesia, emparentados con la eucaristía y la
penitencia, para celebrar la dimensión espiritual de esta fase de evangelización. 2)
Después, la entrada en el catecumenado, como primera etapa del bautismo. Tendería
más a la formación que a la información y precisaría una auténtica conversión, aunque
quizá percibida precariamente por el sujeto, sobre todo en el caso de un niño. 3) En el
momento elegido por el candidato, la celebración del bautismo, que sancionaría su
ingreso definitivo en la Iglesia.
Interés de la propuesta
Esa solución contempla la iniciación cristiana como una unidad: celebración del
nacimiento, compromiso del entorno, evangelización, catecumenado y, por fin,
bautismo, confirmación y eucaristía. Tiene también el valor positivo de respetar el
pluralismo y de atender mejor a la variedad de situaciones actuales. Permitiría, también,
comprobar la seriedad de la petición de los padres y del compromiso que adoptan en la
educación de la fe de sus hijos. Obligaría, finalmente, a la Iglesia a organizar un
catecumenado distinto de la simple información religiosa, lo cual es de trascendencia
indudable.
Mientras los modelos anteriormente descritos se preocupaban del entorno del niño en
cuanto sustentador de la fe del futuro bautizado, esa pastoral se preocupa del entorno
por sí mismo. Así, en la fórmula de D. Boureau, la célula de Iglesia puede celebrar el
don que significa un nacimiento que, en la sociedad actual, en que los hijos son fruto
más claro de la voluntad humana, adquiere una resonancia evangélica mayor.
Riesgos a superar
Esa fórmula retrasa el bautismo con afán de que signifique un auténtico compromiso de
fe; pero algunos se preguntan si la insistencia en la respuesta humana va en detrimento
del carácter de don del misterio bautismal. Se corre el peligro de hacer del bautismo un
RENE-MICHEL ROBERGE
Es verdad que esa pastoral piensa en el mañana del creyente y es bueno que lo haga,
pero no hay que caer en la utopía; porque un día se deberá afrontar el porvenir. ¿A qué
edad habría que celebrar el bautismo? Si se hace a los 3-4 años, cuando puede quedar
memoria del hecho, es muy dudoso en cambio que pueda haber decisión personal. Si se
hace a los 7-8 años, a la entrada del uso de razón, cabe preguntarse si la decisión es libre
o fruto de influencias o mimetismo de parientes o compañeros. Si se fija en la
adolescencia, nadie negará que se trata de tiempos tormentosos y poco aptos para
decisiones maduras. Pero si se espera a la madurez, nos damos cuenta que hemos
privado a la persona de ayuda sacramental precisamente en los tiempos difíciles.
Hay que guardarse, también, de considerar el bautismo de niños como una práctica para
cristianos de segunda división, incapaces de un compromiso de fe auténtico. En ese
punto, no existe mejor y peor. Cuando la sociedad valora a las personas por lo que
producen o poseen, el bautismo de niños, se convierte en paradoja evangélica saludable,
al recordarnos-que Cristo valora a los niños por lo que son y reconoce en cada uno a un
hermano infinitamente querido, digno de su entrega y de su sangre. Probablemente
perderíamos algo del misterio de Navidad y de la infancia de Jesús y en realidad de la
Encarnación, si prescindié ramos de esa práctica tan arraigada en la Iglesia.
Pero de cualquier forma que se valoren las ventajas e inconvenientes, es un hecho que el
bautismo de niños está en crisis y que muchos padres responsables lo difieren. La
pastoral debe prepararse para atender a los que optan por esa línea.
Subrayemos, finalmente, que en ese caso no se retrasa por retrasar, sino para dar tiempo
a una evangelización y un catecumenado. Por ello, más que de una pastoral del
bautismo aplazado, propiamente deberíamos hablar de una pastoral de preparación del
futuro bautizado.
RENE-MICHEL ROBERGE
Sería incompleta esa visión sin una referencia a la obra de J. Moingt, Le devenir
chrétien. Initiation chrétienne des jeunes. Está en el ambiente que la iniciación cristiana
no se reduce al bautismo, sino a los diversos ritos sacramentales que acompañan la
formación catequética. La proposición de Moingt va mucho más allá de esa intuición:
¿qué separación y orden debe existir entre los sacramentos, que inician cristianamente a
los niños, para que realmente sirvan a la formación espiritual de los pequeños y de los
jóvenes, les integren en las comunidades y en la misión de la Iglesia en el mundo?
El proyecto, por otra parte, no pretende ser exclusivo, sino una posibilidad dentro de un
pluralismo de disciplinas sacramentales.
Conclusión
Los dos últimos esquemas no pretendían ser modelos exclusivos, sino posibilidades a
utilizar. Parece que ha llegado el momento de un cierto pluralismo como situación
normal en la iniciación cristiana, pues no existe lo perfecto en sí, y todo tiene ventajas e
inconvenientes. Convendría que los responsables diocesanos reconocieran los valores
evangélicos de los diversos modelos y facilitaran su puesta en práctica. Esto implicaría,
desde luego, una revisión de la acción pastoral, especialmente de cara al entorno del
niño, con soluciones imaginativas y creadoras de nuevas formas de comunidad y
solidaridad cristiana, como sostén de la célula familiar.
4. Con todo, el nuevo contexto viene dado por el crecimiento de la conciencia de los
creyentes en el sentido de una madurez cultural, que les impulsa a querer caer en la
cuenta de lo que se les propone, a fin de que puedan dar una adhesión que esté
justificada y en consonancia con los argumentos que se les dan. Pero este crecimiento
del nivel cultural hace que se descubran y se acentúen las distancias de los universos de
pensamiento y de lenguaje, y se caiga en la cuenta del ocaso de la unidad cultural en la
que se basaba gran parte de la fuerza directiva y de la capacidad comunicativa de la
autoridad magisterial. De ahí la necesidad de la hermenéutica. Y esto se complica aún
más, si se vuelve a dar el primado que le compete a la dimensión misional de la Iglesia
y, por tanto, al problema de la evangelización, entendida como una actualización
perenne de la Palabra de Dios en el discernimiento de los signos de los tiempos. El
magisterio no puede presentarse ya como una voz fuera del tiempo, o como inserta
automáticamente dentro de un -sistema de signo unitario y comunicante, al que le
bastaría una coherencia objetiva interna para hacerse comprender y, por tanto, aceptar
más fácilmente.
Las consecuencias de este nuevo estatuto del magisterio son evidentes. La autoridad
primaria, la "obligatoriedad", la "normatividad" de la "norma normans et non normata"
(es decir, de la norma absoluta y originaria) está en la Palabra de Dios. La conciencia
del creyente tiene el derecho y el deber de ponerse en contacto -también a través del
magisterio- con esta autoridad. En último término, la fe debe alimentar la verdad; y la
verdad (cfr Dignitatibus humanae, n.° 2-3) debe imponerse por sí misma, vinculando a
la conciencia en la medida en que se le manifieste.
Además, supuesto que en la comunidad cristiana todos gozan de los dones del Espíritu
Santo y tienen dignidad profética, el magisterio será tanto más una función eclesial
cuanto más valore y promueva la participación de todos en el descubrimiento de la
verdad y en el anuncio de la Palabra. Sólo dentro de una comunidad profética y activa
en la escucha e interpretación de la Palabra de Dios, tiene sentido un magisterio. Ya el
concilio de Trento combatió una "interpretación privada" de la Palabra. Esto vale
también para el ejercicio del magisterio. El n.º 25 de la Lumen gentium pide que se vea
en los pastores no unos "doctores privados" sino unas personas "públicas".
Al mismo tiempo, todo paso de la fe, y por tanto del magisterio, ha de medirse con el
futuro; este deber profético, que lee en el futuro, no es un don específico del magisterio.
El Vat. II indica varias veces que son los laicos, que viven en los ambientes en los que
se realiza la evolución, los que deben ayudar a la Iglesia a recoger los "signos de los
tiempos". A su vez, se reconoce a los teólogos un estatuto que los coloca en la
avanzadilla, como pione ros que preparan los pasos de la Iglesia, y no en la retaguardia,
como apologetas del camino andado (Dei Verbum, n.° 12). Incluso prescindiendo del
papel de los profetas carismáticos extraordinarios, que Dios suscita siempre en la Iglesia
y que se adelantan a los tiempos, resulta importante subrayar que hoy se considera como
adquirido y normal una función anticipadora en la Iglesia, que no se identifica
automáticamente con el papel del magisterio, sino que lo debe ayudar y preceder.
EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION A
TRAVÉS DE LOS SIGLOS
El presente artículo presenta, en un breve recorrido, la práctica de la penitencia en la
Iglesia a lo largo de sus XX siglos, mostrando las constantes y los elementos nuevos y
subrayando particularmente aquellos momentos que pueden inspirar hoy la práctica de
la penitencia.
I. LA ANTIGÜEDAD CRISTIANA
Pecado y reconciliación han existido siempre en la iglesia, que desde sus orígenes ha
sido una iglesia de pecadores. Pero buscaríamos en vano, en los tiempos apostólicos,
huellas de una práctica oficial de la penitencia y de la reconciliación.
Hasta la mitad del siglo segundo, tras la muerte de los apóstoles, se mantiene la misma
situación: la iglesia se experimenta pecadora, y si la Didaché pide a los que participan
en la liturgia dominical que confiesen previamente sus pecados, porque así su ofrenda
será pura, con ello no se apunta a un perdón sacramental, sino al hecho de reconocerse
pecador delante de Dios y de los hermanos.
A partir de la mitad del siglo segundo los documentos de la iglesia y de los padres nos
hablan de la existencia de una institución de la penitencia y de la reconciliación, para
aquellos que se han alejado del camino profesado en el bautismo (a pesar de la severa
formación recibida en el catecumenado).
AMBROISE VERHEUL
También Cipriano (205-258) piensa que la penitencia sólo se puede dar una vez: la
iglesia tiene necesidad de esta medida de firme prudencia para poder guardar pura a la
comunidad. Como obispo de Cartago, se encontró con las apostasías debidas a las
persecuciones de Decio y de Valeriano, y según él, como según el Papa Cornelio, en la
cuestión de los novacianos, la penitencia y la reconciliación sólo son posibles una vez
en el caso de los apóstatas, pero no hay que darse prisa a readmitirlos otra vez en el seno
de la comunidad.
Tras la paz de Constantino (313), ser cristiano comportaba una serie de ventajas. Se
pasó de la iglesia de voluntarios a una iglesia del pueblo, que aceptaba con facilidad a
sus candidatos. Sin embargo, su práctica penitencial no se dulcificó, sino todo lo
contrario. Y, quizá por eso mismo, acabó fracasando.
Aunque no tenemos textos litúrgicos de los siglos que nos ocupan, sin embargo la
liturgia penitencial se desarrolló rápidamente, repartida en cuatro etapas, que
consideramos a continuación.
AMBROISE VERHEUL
La penitencia canónica sólo existía para aquellos que habían cometido pecados graves
(que no debemos identificar con los que nosotros conocemos como graves o mortales).
Sólo las transgresiones muy graves exigían el paso por la institución penitencial antes
de ser reconciliado con Dios y con la iglesia. El catálogo de dichas transgresiones
variaba de una región a otra, pero generalmente se incluían la idolatría pública, la
apostasía, el adulterio, el asesinato, las sevicias graves...
Antes de ser admitido a la penitencia canónica, el penitente debía hablar con el obispo y
pedirle razonablemente que le admitiera entre los penitentes. Razonablemente, es decir,
declarándole la gravedad de sus transgresiones, que generalmente -aunque no per se-
eran públicas y conocidas. Si no eran conocidas, el obispo estaba obligado a guardar
secreto sobre ellas. Y en este punto, el Papa León Magno (440-461) recordaba a los
obispos de Campania la obligación de este secreto, pues en esta región se obligaba a
confesar en público a los penitentes sus pecados secretos.
Una vez dado este paso, el obispo, o su sustituto, determinaban la clase y el tiempo de la
penitencia. El acento, pues, recaía sobre la penitencia y no tanto sobre la confesión, que
nunca fue pública.
Durante este período, los penitentes tenían un lugar determinado en las iglesias (una
nave especial en el norte de Abrica; junto a la entrada en Italia). No eran excluidos de la
comunidad, sino que formaban un grupo determinado dentro de ella (como el de los
catecúmenos).
Se esperaba de los penitentes una vida muy austera y mortificada, en un contorno que
no les iba a ayudar: oraciones especiales, vigilias, ayunos y abstinencias, asistencia fiel
a las asambleas, llevar la túnica de penitente, y si estaban casados, habían de guardar
continencia. En las iglesias de Africa del Norte, los penitentes eran los encargados de
llevar los muertos a la iglesia para los funerales y el entierro.
Desde el lugar designado para ellos, podían asistir a la celebración eucarística, pero sin
participar en las ofrendas ni comulgar. Formaban parte de la comunidad pero no eran
miembros totalmente dignos: habiendo dañado la integridad del cuerpo de Cristo que es
la iglesia, no eran dignos de recibir a Cristo. Durante el tiempo de su penitencia, debían
AMBROISE VERHEUL
Por lo demás, los penitentes seguían formando parte de la Iglesia, pero como un grupo o
clase aparte. Asistían a las asambleas eucarísticas, escuchaban la palabra de Dios,
cantaban con los demás y se adherían a la oración del celebrante. Pero, a diferencia de
los demás bautizados, debían permanecer de rodillas.
A lo largo de este período, la comunidad rogaba con ellos y por ellos; ayunaba también
con ellos en signo de solidaridad. Los penitentes se sabían rodeados de la intercesión de
los miembros de su comunidad que imploraba en su favor la misericordia de Dios. Y en
las celebraciones, de vez en cuando, el obispo se dirigirá a ellos, les impondrá las manos
-o lo harán los sacerdotes- mientras recita sus oraciones. Sea cual sea el ministro que
impone las manos, escribe Agustín, sólo el amor que vive en la iglesia y que el Espíritu
derrama en los corazones, remite los pecados.
Siendo, pues, la penitencia muy estricta, su rigor viene atemperado por la cordialidad
del amor con que la iglesia rodeaba a sus penitentes.
La reconc iliación tenía también un carácter público y solemne, ya que significaba que
de nuevo se era recibido con plena dignidad en la comunidad eclesial. En las iglesias del
norte de Africa y de Italia, la reconciliación tenía lugar el jueves santo, mientras que en
España se hacía el viernes santo. Con estos días se apuntaba al hecho de que la pasión,
muerte y resurrección de Jesús habían aportado la reconciliación y el perdón de los
pecados, y convenía que los penitentes pudiesen celebrar plenamente la pascua con sus
hermanos.
El rito, en las iglesias del norte de Africa, era el siguiente: el obispo abandonaba su
sede, en el centro de la nave, y se dirigía al lugar destinado a los penitentes; los tomaba
de la mano y los conducía a las gradas del presbiterio, lugar de presidencia de las
celebraciones. Allí les imponía las manos mientras rogaba por ellos. A continuación, los
penitentes recibían el beso de paz e iban a ocupar su sitio alrededor de la mesa del altar.
Y en la eucaristía, celebraban su reconciliación con el Señor: volvían a estar plenamente
unidos.
2.5. La penitencia accesible una sola vez puede tener graves consecuencias
La penitencia era dura, una concesión, una última oportunidad para el bautizado fiel.
Además, el peligro de recaída después de la reconciliación era grande. Por ello se
tomaron medidas que querían evitar dicha recaída: todo lo que podía amenazar
moralmente al antiguo penitente le estaba prohibido. De esta forma, no podía servir en
el ejército, ni poner un pleito, ni volver a casarse, y si estaba casado no podía tener
relaciones maritales con su mujer. No podía recibir órdenes sagradas, y si era clérigo, no
podía ejercer sus funciones.
AMBROISE VERHEUL
Por todo esto, era comprensible que los fieles temiesen entrar en el proceso de la
penitencia: sólo se podía acceder una vez y sus consecuencias eran durísimas. Para un
casado, era casi imposible. Y los obispos lo comprendieron bien. Manteniendo el rigor
de la penitencia, actuaban con suma prudencia en su labor pastoral. Los concilios de
Agde (506) y Orleans (538) les propusieron que no aceptasen a la penitencia a aquellos
que verosímilmente pudiesen recaer. En consecuencia, no podían aceptar ni a los
jóvenes ni a los casados (a no ser que éstos fuesen muy viejos, superadulti) o tuviesen
autorización de su mujer). Incluso en el lecho de muerte, sólo la edad avanzada permitía
acceder al rango de penitente o a la reconciliación condicionada, como decretaron Agde,
Orange (529) y Orleans.
Ante este estado de cosas, era necesario buscar una práctica penitencial menos dura, sin
carácter público y con posibilidad de repetición.
En el siglo VII comienza una práctica penitencial mitigada, que guardando los
elementos constantes (confesión, penitencia, reconciliación), abre una vía pastoral muy
distinta. Los fieles no confiesan ya sus pecados al obispo, sino a un simple sacerdote (se
conocen, y son excepción, casos de confesión a un monje no sacerdote o a simples
creyentes), y esto se puede hacer cuantas veces sea necesario. El sacerdote fijaba
seguidamente la penitencia, y todo acababa con oraciones y el perdón. Todo esto se
hacía en secreto (ni entrada en la clase de los penitentes, ni túnica penitencial). Tras la
reconciliación, no había obligaciones particulares que cumplir. A menudo, ni siquiera
había rito de reconciliación propiamente tal: se suponía perdonado el pecado una vez
cumplida la penitencia.
1.1. Orígenes
Cuando, en el siglo VII, los monjes misioneros de las islas, vinieron a cristianizar los
países germánicos, trajeron consigo sus prácticas, y entre ellas la de la penitencia, con
sus libros penitenciales. De los países germánicos, estas prácticas se extendieron a las
antiguas iglesias del Mediterráneo (donde la práctica de la penitencia había fracasado,
AMBROISE VERHEUL
como hemos visto). El cambio que esta nueva práctica representaba era tan radical que
suscitó fuerte oposición. El sínodo de Toledo (589) habla de una "manera de actuar
inadmisible y pretenciosa" y ordena atenerse a la práctica antigua. En cambio, en la
Galia, se recibe la nueva práctica como un medio que llega a tiempo para salir de la
situación de fracaso de la antigua penitencia. En el Sínodo de Chalon-sur-Saône
(644656) los obispos aceptan la nueva práctica, que juzgan "útil para todos".
Para fijar la penitencia, los sacerdotes utilizaban los libros penitenciales, en los que a
cada pecado (con sus circunstancias y posibles consecuencias) le correspondía una
determinada penitencia, cuya gravedad y duración dependían de la gravedad del pecado.
La duración podía variar bastante: quince días, un año, quince años o más. Los
penitenciales no eran todos iguales: unos eran más estrictos, otros más laxos. Y a veces
daban muestra de una casuística que hoy consideramos de mal gusto. Las obras de
penitencia consistían en orar, ayunar, dar limosna a los pobres, a una iglesia, a un
convento, abstenerse del matrimonio, peregrinar...
El renacimiento carolingio (siglo VIII y comienzos del IX) se caracteriza por los
intentos de reforma eclesial. Carlomagno intenta uniformar la liturgia introduciendo la
romana en todo su imperio, procura una mejor formación del clero y trabaja para la
restauración de la observancia monástica (fidelidad más estricta a la regla de san
Benito).
AMBROISE VERHEUL
Pero todavía había algo peor: se podía rescatar la penitencia, es decir, se podía,
mediante el pago de una suma de dinero, hacer que la penitencia la cumpliese otro (un
monje u otra persona). De esta manera, los ricos escapan fácilmente de la penitencia.
Ordinariamente, además, el dinero y los aranceles de misas iban a parar a los conventos,
en los que los sacerdotes no eran suficientemente numerosos para decir todas las misas
encargadas. Siguiendo las prescripciones de la época, cada sacerdote no podía decir más
que siete misas por día, pero cuando se trataba de encargos de penitentes, se podían
decir las que fuesen necesarias, ¡incluso hasta 20! Lógicamente, pues, se habla de
decadencia.
Y, sin embargo, la práctica penitencial llegada de las islas británicas había hecho mucho
bien. Sólo las desviaciones mencionadas llevaron a un intento de recuperación de la
práctica antigua. Los concilios de Chalon-sur-Saône (813) y París (829) pretenden que
se hagan desaparecer los libros penitenciales. Pero la tentativa de restauración tuvo poco
éxito. Los penitenciales se habían difundido extraordinariamente y la resistencia era
fuerte. De modo que se puede decir que a partir de este momento subsisten las dos
formas de penitencia: la antigua y la de tasación. Para pecados públicos graves,
penitencia según la tradición antigua; para pecados secretos, por graves que fuesen,
penitencia secreta según tasación. La penitencia pública comenzaba y acababa con un
rito solemne y complicado (conservado en el Pontificale Romanum hasta el Vaticano II,
aunque sólo se usó en aquella época). Es interesante notar que, como en los ritos del
catecumenado, la práctica declina a medida que el ceremonial se amplifica y solemniza.
En la segunda mitad del siglo XII, y a partir de la penitencia por tasación, surgirá una
tercera forma de perdón de los pecados, que recibirá en el Concilio de Letrán (1215) la
forma que nosotros hemos conocido hasta el Vaticano II.
Este concilio estabilizó el desarrollo que se iba produciendo. No se ocupa de las dos
primeras formas de penitencia y sanciona la tercera, surgida de la de tasación y que ha
llegado hasta nuestros días. Como cosa nueva, el concilio obliga a confesar los pecados
graves al menos una vez al año, alrededor de Pascua. Para los casos muy graves, la
penitencia canónica ha seguido existiendo en forma paralela, pero pronto cayó en
desuso.
Este concilio repite y confirma lo dicho en Letrán. Hace revisar los libros litúrgicos y
surge el Rituale Romanum (1614) que contribuye a uniformar y extender la práctica que
se iba desarrollando. Se fijan textos y oraciones, se establece el confesonario como
obligatorio para las mujeres, salvo casos excepcionales, y se prescribe que el confesor
vista sobrepelliz y estola violeta.
Y pocas cosas hay que decir del período que va de Trento hasta el siglo XX. Se va
imponiendo la confesión anual. La mayor parte de las mujeres iban a comulgar también
por Todos los Santos y por Navidad (eran días de comunión) y en el ánimo de la
mayoría se había formado la idea de que convenía confesar antes de comulgar, por ello
se confesaba también alrededor de estas fechas.
3. El siglo XX
En 1905 y 1910 aparecen las dos encíclicas de Pío X sobre la comunión: Sacrosancta
Tridentina Synodus y Quam singulari, que abrían las puertas a la comunión frecuente y
a la de los niños, respectivamente. Desde este momento, surgen como setas las
asociaciones que fomentan la comunión (cruzada eucarística para niños, ligas, etc), que
tiende a ser mensual. Y visto el ligamen que se había establecido entre comunión y
confesión, también ésta se hace más frecuente. Todos recordamos lo que pasaba en las
parroquias hace unos quince años: para prepararse para el "domingo de la liga", grupos
AMBROISE VERHEUL
de hombres y mujeres iban a confesarse el sábado por la tarde o el mismo domingo por
la mañana (durante la primera misa, por ejemplo). De esta forma, la confesión fue una
práctica mensual que, dejando aparte el hecho de que quedaba muy separada del resto
de la celebración eucarística, hizo mucho bien durante la primera mitad de nuestro siglo,
formando la concienc ia de muchos creyentes (aunque el peligro de rutina y formalismo
acechaba ya).
Los moralistas, durarte este tie mpo, habían insistido en el aspecto personal de la
penitencia. Los eclesiólogos, empezando por de Lubac, recordaron, desde 1948, que el
pecado y el perdón de los pecados tienen una dimensión eclesial. Esta dimensión se
puso de relieve en Lumen Gentium y Presbiterorum Ordinis (Vaticano II), mientras que
la constitución sobre la liturgia anunciaba tan sólo que "el rito y las fórmulas de la
penitencia serán revisados de modo que expresen más claramente la naturaleza y el
efecto del sacramento". Con esto, llega mos a una nueva liturgia de la penitencia, que no
es ya de la incumbencia de nuestra exposición.
4. Cuando la práctica penitencial se podía hacer sólo una vez y era casi inasequible, por
inhumana, la iglesia siempre mantuvo que había otras posibilidades de obtener el
perdón de los pecados: la eucaristía, el ayuno, la oración, la limosna, la caridad fraterna
y el perdón mutuo. Nuestra época es nuevamente sensible al carácter de reconciliación
que afecta a estas prácticas. Pero conviene notar que estas prácticas no hacen superfluo
el sacramento, sino que son más bien su condición indispensable de verdad.
JESUCRISTO LIBERADOR
Elaboración de una cristología a partir de la América
Latina oprimida
El autor subraya la importancia de la opresión como lugar social del nacimiento de su
cristología. Sobre todo porque sabe que el compromiso más generoso no invalida el uso
correcto de la metodología teológica. Si cree que el Evangelio no es neutral frente a las
víctimas de un cierto "orden" económico, no ignora tampoco que la liberación de Jesús
no se reduce a un logro político afortunado. Este trabajo desea articular lo que el
evangelio exige hoy de nosotros, con ayuda de los análisis rigurosos de una situación
social y de un texto recibido por la fe como fundador, sin aislar esas mediaciones ni
retroceder ante las tomas de posición. Ese esfuerzo da lugar a una lectura del "caso de
Jesús" que dibuja el rostro de Cristo liberador.
Por ello es correcto preguntar, p.e., a quién ayuda, qué interés representa o qué
proyectos refuerza tal o cual tipo de cristología.
Eso significa que los compromisos del lugar social desde el que se elabora la fe son
importantes para el teólogo, que, como actor social, ocupa un lugar bien determinado y
produce conocimientos, utiliza los instrumentos de la situación y se dirige a
destinatarios definidos. Los acentos y los temas cristológicos vienen determinados por
su lugar de nacimiento. En ese sentido ninguna cristología es o puede ser neutra, sino
"partidista" y "comprometida" y su discurso afecta a los intereses concretos sociales, por
apolítica que se crea. Acepta, generalmente, la estructura de poder existente y cuando
otro tipo de cristología se enfrenta a ella, descubre su lugar social, porque olvida,
entonces, su apoliticismo y se manifiesta como refuerzo religioso del poder establecido.
LEONARDO BOFF
El lugar social de este tipo de cristología es claro: los grupos para quienes el cambio de
estructuras significa la liberación de sus actuales cadenas opresoras. Para muchos, esa
conciencia situacional ha significado una apertura hermenéutica a las nuevas cuestiones
y a un nuevo estilo de proponerlas. Tal compromiso - hay que subrayarlo- no garantiza
la calidad intrínseca de una cristología, pero explica la íntima relación entre la práctica y
la teoría, entre la política y la cristología y manifiesta las cond iciones de base que
definen los temas de esa cristología y el tratamiento que se les da.
Pero, por otro lado, la cristología tiene su régimen exterior de dependencia. En sus
temas y en su acento depende del lugar social de su autor y del apremio de la coyuntura
sociohistórica, como hemos indicado antes. Definir los niveles de relación entre el lugar
LEONARDO BOFF
Esa conciencia, que traduce una indignación ética, se expresa en la denuncia profética y
la exigencia de los cambios a realizar. En la práctica, se concreta en un amor
comprometido, pero de escasa eficacia practica al no analizar los mecanismos y
estructuras que engendran la opresión. Desde luego esa postura es honesta y limpia: no
se puede continuar así y es necesario un cambio de relaciones sociales y de
redistribución de poder para que las estructuras resulten menos opresoras.
Esa práctica, con su teoría implícita, pero no elaborada, lee de una manera nueva los
gestos, palabras y actitudes de Jesús, que implican una llamada a la conversión y un
cambio de relaciones con los marginados y los pobres, los conflictos con el statu quo
religioso judío y los contenidos políticos del anuncio del Reino de Dios, de manera que
LEONARDO BOFF
acaba por trazar una imagen de Cristo liberador distinta del Cristo monarca celeste de la
piedad oficial o del Cristo vencido y doloroso de la piedad popular.
No detallamos los rasgos de tal Cristo liberador. Baste decir que se trata de una
cristología de la liberación basada en valores, temas y llamadas al cambio y a la
liberación. Pero los fines no están claramente definidos ni existe táctica o estrategia,
porque no hay en la base un análisis de la situación ni de los caminos para modificarla.
La acción, a ese nivel, es de orden pragmático. Esa cristología tiene cierto valor, en
cuanto que relaciona la salvación en Cristo Jesús con las liberaciones históricas, y
sobrepasa la concepción privatista del mensaje cristiano al restituirle su implicación
política. Puede ir acompañada de una exégesis crítica exigente, de una reinterpretación
de los dogmas cristológicos fundamentales y de una consideración relevante de las
dimensiones liberadoras de la fe cristiana. Sensibilizada por la humillante situación
humana procura vivir y pensar la fe de forma que apoye la liberación económica y
política de los oprimidos.
Esa cristología ya basta para someter a crítica las imágenes tradicionales de Cristo, que
apoyan el proyecto de dominación y no conducen a la liberación, como los Cristos
agonizantes de la tradición latinoamericana o "Cristos de la impotencia interiorizada de
los oprimidos", y de las Dolorosas personificadoras de la sumisión de la mujer y
expresión del despojo de sus hijos por el poder y el oro de la colonización.
Paralelamente a esa crítica de una cristología de la resignación, se formula también la
crítica de la cristología de la dominación expresada en los Cristos, cubiertos de joyas
como guerreros victoriosos o monarcas mayestáticos.
La mediación socio-analítica
Toda afirmación teológica en el campo social supone una teoría sociológica de base,
espontánea o crítica. Un empirismo ingenuo constituye un obstáculo epistemológico de
fondo que refuerza el statu quo social, e impide estructurar una cristología de la
liberación. Hemos, pues, de preguntarnos reflexivamente qué teoría social hay que
utilizar para poder construirla adecuadamente.
El proyecto de los grupos dominantes combate por un proceso lineal de crecimiento sin
cambio de estructuras. Cree que la ciencia y la técnica tienen capacidad suficiente para
producir mejoras que irán poco a poco llegando a las masas. Los dominados proyectan
una sociedad igualitaria y creen que mientras exista el foso entre dominantes y
dominados no hay verdadero progreso ni paz social. Esta utopía confía en la capacidad
de cambiar el mundo y de establecer una sociedad más justa por parte de los oprimidos.
La necesaria ruptura
dependencia". A esto se añade que las fuerzas represoras han tomado el poder en
América latina e impiden la organización del movimiento liberador.
No sólo hay que atender a los puntos de vista de la economía, la sociología y demás
ciencias sociales, sino también los de la cultura popular. Porque las masas oprimidas
han hallado la manera de mantener en una cultura de silencio formas de resistencia, de
liberación, de sentido de la vida, en el mismo seno de su opresión. En todo el
continente, se atiende a la cultura y a la religiosidad popular como un vivero de valores
no corrompidos por la ideología imperialista, muy útiles para una teología de la
resistencia, con vistas a un proceso de liberación.
Esas son las reflexiones que han nacido en el interior de los grupos cristianos y sobre las
que se sustenta la cristología de la liberación en el continente americano.
No es posible presentar en detalle la image n completa del Jesús que emerge de esas
consideraciones; por ello expondremos, en forma de tesis, algunas conclusiones que se
deriven de ese punto de vista.
01.5.-Porque el Jesús de la historia nos revela al Padre, no por una reflexión abstracta,
sino mostrándonos el camino hacia El, en un proceso de conversión y cambio.
02.-El sentido total del Jesús de la historia no se deduce del simple análisis de la
historia, sino de su plenitud, que es la Resurrección. La luz de Pascua no dispensa de la
consideración de la historia, sino que exige una consideración más atenta a su mensaje
como hacen los mismos evangelios.
1.1.1.-El telón dé fondo del Reino es que el mundo actual contradice el plan de Dios y
que Dios, en esa hora última, decide intervenir e inaugurar su Reino como realización
de la utopía de una liberación global, estructural y escatológica.
1.1.2.-Jesús proclama el Reino como inminente y ya entre nosotros (Mc 1, 15; Lc 17,
21). Cristo es, pues, heraldo e instrumento de liberación de todo sufrimiento, pecado,
división y muerte, para la plenitud del amor y la gracia de Dios a fin de realizar el
sentido absoluto del mundo.
1.2.-El Reino es de ámbito total y universal. Supera, por tanto, los intereses inmediatos,
religiosos, políticos o sociales.
2.1.-Jesús habla y actúa en favor del cambio liberador y, en ese sentido, está próximo al
proyecto de los oprimidos.
2.1.1.-En esta perspectiva, los milagros son signo de la presencia del Reino (Lc 11, 20)
y de que el más fuerte (Mc 3, 27) ha tomado a su cargo el proceso de liberación. Lo
prodigioso pasa a segundo plano.
2.1.2.-Por sus actitudes, Jesús encarna el Reino y da cuerpo al amor del Padre. Si se
aproxima a los marginados sociales y religiosos, no lo hace por simple espíritu
humanitario, sino con el fin de introducir en la historia el amor del Padre a los pequeños
y los pecadores. El estar perdidos no constituye la estructura definitiva de su vida; Dios
puede liberarles.
2.2.2.-Jesús relativiza el valor absoluto de las leyes sagradas y de la tradición (Mc 2, 23-
26; Mt 25, 31-46). Su praxis es liberadora y no reformista. Jesús desplaza el criterio de
salvación de la ortodoxia a la ortopraxis. Jesús somete la Torá y la dogmática del AT al
criterio del amor y libera la práctica humana de estructuras de muerte.
LEONARDO BOFF
2.2.3.-El anuncio y la práctica de Jesús postulan una nueva imagen de Dios y una nueva
vía hacia El. Ya no se trata de un Dios que se revela en epifanías fuera de la historia,
sino que se aproxima en su gracia "a los ingratos y a los malvados" (Lc 6, 35) a los que
ama, y que se revela en la historia, cuando transforma el mundo y se realiza su Reino.
Debe pensársele a partir del futuro, del Reino liberador de los mecanismos de pecado y
de la plenitud de vida jamás experimentada. El culto, la plegaría y la observancia
religiosa son verdaderas mediaciones de la presencia de Dios, pero son ambiguas. El
lugar privilegiado de su encuentro es el pobre, en el que Dios se esconde. La praxis
liberadora es el atajo más seguro hacia el Dios de Jesucristo.
2.2.4.-Su forma de obrar libera las relaciones humanas al romper la estratificación social
de su tiempo, que separaba los puros de los impuros, los judíos de los extranjeros, los
hombres y las mujeres, los observadores de la ley y el pueblo ignorante. Al solidarizarse
con los marginados, adquiere fama de glotón y bebedor, y amigo de incrédulos y
publicanos (Mt 11, 19).
2.4.-Cualquiera que sea el juicio de la práctica liberadora de Jesús como concreción del
Reino escatológico, es indiscutible que no se organizó para tomar el poder político, al
que juzgaba como tentación diabólica porque regionalizaba el Reino universal de Dios.
El motivo fundamental del rechazo del poder radica en que el Reino es obra de la gracia
y nace en la libertad y no en la dominación; y -en el marco de referencia de la
apocalíptica judía- el hombre debe prepararlo, no realizarlo, y en eso se distancia de la
concepción zelota.
3.3.-La liberación del Reino encarna lo característico del poder de Dios, que no impone,
sino que llama a la libertad y a su obra: el amor. El Reino es un ofrecimiento y no una
imposición; por tanto, no se implanta si el hombre se niega a entrar en el proceso de
conversión- liberación.
3.3.2.-La conversión revela el carácter conflictivo del Reino. Su anuncio es buena nueva
para los que se convierten, pero es mala noticia para el fariseo que quiere seguir
siéndolo, o para quien sigue manteniendo la discriminación entre los hombres. El Reino
divide: se entra en él cuando se quiere cambiar el mundo y no prolongar su estructura
pecadora. Jesús vino para todos, para el fariseo a fin de desenmascarar su suficiencia,
para los pobres a fin de apropiarse su causa, para los ricos para denunciar sus
mecanismos de explotación. Y murió "para que se sepa que no todo está permitido en el
mundo".
4.3.-La Cruz es el símbolo que denuncia el Reino en que el poder -también el religioso-
se sirve a sí mismo. Las gentes piadosas son las que eliminaron a Jesús. Siempre que
LEONARDO BOFF
una situación se encierra en sí, se absolutiza y se aísla del porvenir, refuerza los
mecanismos de opresión y frena el proceso liberador.
4.4.-La muerte, libremente aceptada, manifiesta una libertad total frent e a uno mismo y
a sus proyectos. Y cuando se soporta con amor, en solidaridad con los vencidos en la
historia, con perdón para los culpables y en las manos de Dios, a pesar del fracaso
histórico, representa una forma de realización concreta del Reino de Dios.
4.5.-Las razones de la muerte de Jesús son de dos órdenes, pero todas a nivel de
estructuras. Se le condenó por blasfemo, porque presentaba un Dios distinto al del statu
quo religioso, pues desenmascaraba la hipocresía religiosa, que utilizaba el misterio de
Dios como coartada para silenciar las exigencias de la justicia. Los poderes religiosos
comprendieron perfectamente que ese Dios se oponía al suyo. Jesús fue rechazado por
su actitud eminentemente liberadora.
5.3.-La Resurrección manifiesta la vida que se ocultaba en Jesús y que la cruz no pudo
devorar: una liberación plena que es la base de todo proceso liberador.
5.4.-La Resurrección explica que la muerte por los demás tiene sentido. En ella
encuentra su luz la muerte de todos los aplastados en la lucha por la justicia, por la
historia y su absurdo. La Resurrección prueba que el verdugo no triunfa de la víctima.
LEONARDO BOFF
6.1.-La vida humana en espera de la plenitud liberadora del Reino escatológico tiene
una estructura pascual que se concreta en el seguimiento de Cristo, muerto y resucitado.
6.2.-El seguimiento significa, primero, que la utopía del Reino es el sentido pleno y
verdadero del mundo.
6.3.-Implica, por otro lado, traducir la utopía en prácticas de cambio personal, social y
cósmico. La utopía, sin ser una ideología, alumbra ideologías que orientan las prácticas
de liberación. Seguir a Jesús no consiste en una imitación servil, sin tener en cuenta la
diferencia de situaciones. Jesús se desenvolvió en un horizonte de irrupción inmediata
del Reino, mientras que nosotros vivimos en situación histórica y la llegada del Reino se
retrasa. Para Jesús y para nosotros, él Reino es un futuro. Pero la forma de asumir la
historia es diversa, y diversa debe ser la forma de organizar el amor y la justicia en la
sociedad. Jesús no ha dejado una forma concreta de presencia en cada situación, pero sí
un sistema propio de presencia necesariamente ligado a la política: opción por los
oprimidos, renuncia al poder como dominio, solidaridad con lo que signifique mayor
participación, una vida abierta al Padre, etcétera.
6.4.-En tercer lugar, la liberación a que Jesús convoca implica luchas y conflictos, que
deben asumirse de acuerdo con la vía onerosa escogida por Jesús: como un amor que
debe a veces sacrificarse, como una esperanza escatológica que pasa a través de las
esperanzas políticas y como una fe que anda a tientas. Ser cristiano no ofrece
gratuitamente la solución de los problemas políticos o económicos. La Cruz y la
Resurrección son paradigmas de la existencia cristiana.
Esta forma de ver, con sus limitaciones, pretende servir a la causa de la liberación
política, social, económica y religiosa de los pueblos oprimidos, proporcionando
expresión teórica a una praxis ya existente de fe liberadora.
Se puede predicar el Reino de Dios, como el otro mundo que llegará después de esa
vida, o como la Iglesia continuadora de Jesús en su culto, sus instituciones y sus
LEONARDO BOFF
No se crea que esa Cristología interesa sólo a América latina porque experimenta al
vivo el subdesarrollo y la opresión. Esa situación se debe a un tipo especial de
relaciones entre países pobres y países ricos. Y América latina es sólo uno de los polos.
Los teólogos del polo rico se hallan implicados en ese problema, que desafía la
conciencia cristiana e impulsa hacia una dirección la manera de vivir la fe en Cristo; y
su reflexión cristológica no puede sernos indiferente, porque puede reforzar o socavar el
polo principal responsable del injusto desequilibrio. El problema no radica en ayuda,
sino en justicia. El sistema actual, con la grandielocuencia del progreso y el
estrechamiento amistoso de relaciones, vulnera los derechos fundamentales de las
naciones y las mantiene violentamente en modelos de subdesarrollo. Este
enmascaramiento puede confundir a las Iglesias cristianas y desarmar la inteligencia de
los teólogos. Pues, muchas veces, teologías progresistas, ilustradas, incluso muy
críticas, refuerzan el statu quo o bien, otras, con intención liberadora, por ausencia de un
análisis más crítico, llevan a prácticas que no superan el ámbito simplemente asistencial.
Son tan visibles los mecanismos de explotación en América latina que ha sido fácil a los
teólogos preguntarse y buscar formas teóricas y prácticas de apoyo al proyecto
liberador. En Europa esos mecanismos existen también (pues ahí residen muchos
centros de decisión de nuestra situación cultural, económica y política), pero son sutiles
y refinados. El teólogo puede desenmascararlos si afina sus instrumentos de análisis y
guarda una cierta distancia crítica.
En este ensayo es mi interés examinar la relación ent re fe cristiana y praxis política, con
especial referencia a las realidades concretas de oprimidos y opresores, blancos y
negros, y la responsabilidad de la Iglesia de predicar y vivir el evangelio de Cristo en
una sociedad capitalista altamente industrializada. ¿Qué es la fe cristiana?, y ¿qué tiene
que decir acerca de los ricos y de los pobres y las condiciones sociales, económicas y
políticas que determinan su relación mutua?
La tentación "espiritualista"
"El cristianismo", se dice a menudo, "se ocupa de la realidad espiritual, pero no de las
condiciones materiales de la gente". Este punto de vista sobre la fe mantiene el papel
conservador que la religión ha jugado tantas veces en la política. Así Marx tendría razón
al sostener que la religión es el opio del pueblo. Pero si la religión en general, y la fe
cristiana en particular, es una visión imaginativa y apocalíptica sobre la creación de una
nueva humanidad que se deriva de las luchas históricas y políticas de los pueblos
oprimidos, entonces describirla como un tranquilizante es malentender la naturaleza
esencial de la religión y su latente impulso revolucionario y humanizador en la
sociedad. Cuando el significado del cristianismo se deriva desde abajo y no de los
escalafones superiores de la escala socioeconómica, algo radical y revolucionario le
acontece a la función de lo "sagrado" en el contexto de lo "secular". Visto desde la
perspectiva de la lucha de liberación de los pueblos oprimidos, lo santo se vuelve un
desafío radical a la legitimidad de las estructuras seculares de poder mediante la
creación de imágenes escatológicas de un ámbito de experiencia que no está confinado a
los valores de este mundo. Entonces vemos la diferencia radical entre las iglesias
establecidas y la verdad del evangelio, Pues es inherente al evangelio el que rechace
aceptar las cosas que son como las que deben ser.
Esta perspectiva radical de la fe bíblica no siempre ha sido presentada como una parte
esencial del evangelio, por lo menos desde tiempos del emperador Constantino. Desde
entonces, los representantes dominantes de la tradición cristiana, protestantes y católicos
por igual, han contribuido a la opresión política de la humanidad al defender los
intereses de los ricos en contra de los pobres. Cuando el evangelio se espiritualiza de
modo que se vuelvan invisibles las importantes distinciones económicas entre quienes
tienen y quienes no tienen, la relación dialéctica entre la fe y la práctica de la justicia
política queda en la oscuridad.
Teologías de la liberación
Por ser un teólogo norteamericano negro, cuya conciencia política y religiosa se formó
en y por la lucha histórica del pueblo negro en favor de la justicia, estoy de acuerdo con
mis colegas teólogos en Africa, Asia y América Latina, que mantienen que el evangelio
no se puede separar de las luchas concretas por la libertad de los oprimidos de la tierra.
De hecho, esta convicción teológica ha sido una parte integral de la tradición religiosa
negra desde sus comienzos. El Movimiento por los Derechos Civiles de las décadas de
1950 y 1960, se formó y tuvo su centro en las iglesias negras con Martín Lutero King,
como su líder carismático. Demostró la continuada vigencia de la religión negra en la
lucha por la justicia política y social. Pero la violencia creciente de las estructuras
existentes de la sociedad norteamericana, así como la determinación del pueblo negro
de afirmar contra ella su libertad, llevó a muchos luchadores por los derechos civiles
negros a cuestionar la devoción intransigente al principio de la no-violencia.
La teología negra nació como respuesta al Poder Negro y en el contexto del Comité
Nacional de Hombres de iglesia negros. Desde sus comienzos, se interpretó como el
brazo teológico del Poder Negro, con la responsabilidad de definir el significado
religioso de nuestro compromiso político previo con la liberación negra. El primer paso
en esta dirección fue la publicación de la declaración de "Poder Negro" (julio de 1964),
en la cual un grupo ecuménico de hombres de iglesia negros defendía el derecho de los
negros de armarse contra los embates del racismo blanco. Después de esta declaración,
mucha gente de iglesia negra se fue apartando del rígido compromiso de M. L. King con
la no- violencia y expresó su solidaridad con el "Manifiesto Negro", marxista y
revolucionario, de J. Forman. Aunque respetábamos la integridad del compromiso de
M. L. King en la lucha por la justicia, creíamos, sin embargo, que su método no-
violento para el cambio radical de las estructuras sociales no era lo suficientemente
radical y además dependía demasiado de la posibilidad de cambiar los corazones de los
opresores blancos. Lo problemático de King era que no tomaba lo bastante ep serio el
enunciado de H. H. Garnet: "si los esclavos han de ser libres, ellos mismos tendrán que
asestar el golpe".
teólogos negros teníamos que preguntarnos: ¿qué tiene que ver el evangelio con la vida
y la muerte y la rucha de un pueblo por su libertad en una situación extrema de
opresión? Las implicaciones existenciales y políticas de esta pregunta nos obligaron a
darle un nuevo examen a la empresa teológica, y llegamos a la conclusión de que el
principio y el fin de la fe cristiana: se encuentra en la lucha por la justicia en pro de las
víctimas de las estructuras sociales opresivas. Fuera lo que fuere, la teología cristiana
tenía que colocarse del lado de las víctimas que son oprimidas econó mica y
políticamente. Si la teología no toma partido por las víctimas de la injusticia económica,
no podrá representar a la Víctima Jesús de Nazaret, quien fue crucificado por amenazar
las estructuras políticas y religiosas de su tiempo. Esa convicción se imprimió en
nuestra conciencia hasta tal punto que comenzamos a hablar de una teología negra de la
liberación. Nuestro interés central era mostrar que la fe cristiana, tal y como la vivía el
pueblo negro oprimido y la gente oprimida, ha sido y, lo que es de mayor importancia
aún, puede ser un instrumento de libertad económica y política.
I. ¿QUÉ ES FE?
Fe cristiana
deriva del mensaje bíblico, interpretado en las luchas liberadoras de una comunidad
norteamericana negra y confirmado por interpretaciones parecidas en pueblos oprimidos
que luchan por su libertad. De la relación dialéctica entre estos contextos históricos
surge la convicción teológica de que la Biblia es la historia de la liberación de Dios en
pro de las víctimas de opresión económica y política. Históricamente, la cosa comienza
con la liberación de los esclavos israelitas de Egipto y el establecimiento del pacto en el
Sinaí (cfr Ex 19, 4s).
Fe y condicionamientos sociales
La fe es, pues, una respuesta humana a la presencia liberadora del Espíritu en una
comunidad oprimida. Este Espíritu es liberador porque "la fe" da al pueblo la valentía y
el poder de resistir a la deshumanización y la esclavitud. Por ella, un pueblo oprimido
recibe el don de una nueva humanidad que sólo puede realizarse en el proceso histórico
de la liberación. Pero ya que la fe no incluye el análisis social necesario para
implementar su visión escatológica de la libertad, debe relacionarse con una teoría
social para actualizar en la sociedad aquello que confiesa en su adoración. Esto nos
lleva a un análisis de la praxis.
En Norteamérica, la percepción de esta verdad por los esclavos negros, les permitió
hacer la distinción entre su confesión de fe y la obediencia que la validaba. Sabían que
su esclavitud invalidaba a la religión blanca. Por eso cantaban: "No todo el que habla
del cielo, llegará".
JAMES H. CONE
El "más" de la praxis
Ya que los opresores no alteran las estructuras sociales sobre la base de una llamada a
las implicaciones prácticas de la fe, la fe es más que la comprensión bíblica de la
obediencia. Y es este más el que le da su identidad propia. Si la fe es la creencia que
Dios creó a todos para ser libres, entonces la praxis es la teoría social con que se
analizan las estructuras de injusticia para que sepamos lo que debe hacerse en orden a la
realización histórica de la libertad. Cantar de la libertad y orar por su llegada no es
suficiente. La libertad debe actualizarse en la historia de los pueblos oprimidos que
acepten el desafío intelectual de analizar el mundo con el propósito de cambiarlo.
Esta concentración sobre la praxis con la finalidad del cambio social es lo que distingue
a Marx de Hegel; la teología de la liberación, de otras teologías de la libertad. Es por
ello que Marx estudió las fuerzas económicas de la sociedad, y que los teólogos de la
liberación en América Latina encuentran en su teoría social algo básico para la
formulación de su empresa teológica. Por la misma razón, los teólogos negros de la
liberación conectan su programa teológico a teorías sociales acerca del racismo. Las
teólogas feministas hacen otro tanto con sus análisis del sexismo. Si bien existen
diferentes énfasis entre los teólogos y la liberación respecto a la contradicción histórica
principal de la sociedad, todos concuerdan en la necesidad de relacionar la teología con
una teoría social de la realidad, porque todos comparten la convicción de que la verdad
se encuentra en la transformación activa de las estructuras sociales injustas. Fe y praxis
van juntas, porque la fe sólo puede expresarse en un compromiso político con la
humanización de la sociedad. E inherente a esta fe es el amor a Dios que sólo puede
manifestarse en el amor al prójimo, un amor que no ha de ser sentimentalista.
¿Qué significa, pues, amar a las clases sociales explotadas, a un pueblo dominado, o a
una raza marginada? Es en el esfuerzo por responder a este interrogante donde
comprendemos que la praxis está inseparablemente conectada con una fe que se expresa
en el amor al prójimo. Si las masas son nuestro prójimo, nos será imposible tolerar
estructuras económicas que sean destructivas de su humanidad. El amor exige justicia,
es decir, la creación de un espacio en el mundo para que el amor pueda realizarse en las
relaciones huma nas. Exige un análisis social y político para que la piedad no se vuelva
un sustituto de la justicia.
Fe y praxis
La verdad del evangelio es, pues, una verdad que debe hacerse y no decirse meramente,
de lo contrario se contradice la verdad que se pretende afirmar. La Iglesia es muy buena
para escribir resoluciones o predicar sermones contra tal o cual idea, pero la denuncia de
la injusticia no es simplemente una palabra o un texto. "Es un gesto, una postura".
La fe no es, pues, un dato, sino más bien un compromiso que surge de la lucha por la
libertad y no antes. El poder que nos lanza a la lucha por la libertad, antes de que
veamos su conexión con la fe, puede llamarse la gracia proveniente de Dios. Esta gracia
es ontológicamente anterior a la justificación y la santificación, porque se funda en la
voluntad creadora de Dios. Por lo tanto, cuando somos justificados y santificados por la
gracia de Dios, la conciencia de ambas experiencias se da en la lucha por la libertad, y
es un don de Dios.
Sin embargo, quienes pretendan echar su suerte con las víctimas no deben olvidar que
las estructuras existentes son poderosas y complejas. Así lo proponen sus creadores, de
manera que toda acción que desafíe su existencia venga a parecer a la vez inmoral e
inútil. Los opresores quieren que el pueblo crea que el cambio es imposible. Tal es la
función del Pentágono, las fuerzas armadas y la bomba atómica. Quiere provocar la
desesperanza en las víctimas. Es lo que M. L. King llamaba "la parálisis del análisis". Si
el análisis no evoca una esperanza para el cambio, es incorrecto. Porque la definición
constitutiva de la humanidad es que las personas son agentes de la historia, capaces de
cambiar el mundo.
La palabra "liberación" ha llegado a ser desde hace diez años una de las palabras-claves
del lenguaje de la fe cristiana en el mundo, pero es en América Latina en la que se
piensa cuando se trata de "teología de la liberación". En efecto, en este subcontinente,
hacia 1968, comenzó a articularse una reflexión en la que esta palabra era la clave y el
punto de partida. La teología de la liberación surgió como producto de una dinámica
eclesial, dependiente y parte integrante a su vez de una dinámica social, cuya línea
directriz es la exigencia de liberación.
Durante todo el período consignado por estas fechas, las publicaciones han sido
innumerables, como también las confrontaciones, pero no es pura casualidad el que las
fechas importantes, para una lectura histórica de esta elaboración teológica, sean las de
encuentros en los que la iglesia, institucional o en búsqueda, era parte integrante: en el
Escorial, el público no era el de un congreso de teología; en Méjico, la reflexión
metodológica de las jornadas se articulaba en las conferencias finales del día, en las que
los "teólogos" se encontraban con el "gran público"; en Medellín, los obispos, es decir,
los pastores, se dirigían al "pueblo de Dios".
Hoy se puede considerar como algo adquirido, aunque esté lejos de ser admitido
universalmente, que lo que se llama subdesarrollo, lejos de ser una condición de retraso,
es un proceso de desestructuración de las sociedades polarizadas por la sociedad
dominante: aquellas sociedades, determinadas desde el exterior, pierden el dominio de
la propia dinámica y se encuentran así en la posibilidad de (re)estructurarse, afrontando
sus contradicciones de modo que puedan organizar sus propias relaciones sociales, es
decir, no tienen el poder de construirse como sociedades.
En América Latina, este análisis fue recibido en las clases medias, intelectuales, clero y
laicos sensibilizados, como iluminador para una sociedad en crisis, con exigencia de
transformarse, en continuidad y en ruptura con la época precedente. La continuidad
aparecía en la acentuación del papel de la iglesia en la sociedad, la ruptura, en el cambio
de perspectivas análogo al producido en el análisis. De una iglesia "madre y maestra" de
verdad sobre la conducta de las sociedades, se estaba pasando a una iglesia que se
interrogaba sobre su papel en la estructuración de las sociedades y sobre los cambios
que la necesaria transformación de las organizaciones sociales le imponen.
El análisis confirma así, o hace posible, el rechazo ético de una situación que ha llegado
a ser intolerable y la ruptura política con un sistema cuya lógica destructora le ha puesto
en evidenc ia. Las actividades sociales "revolucionarias", surgidas de la operatividad de
esas evidencias éticas y políticas, han buscado su camino primeramente en la "guerrilla"
(Camilo Torres, "Che" Guevara), después en la acción política (Unidad Popular en
Chile), y finalmente en el esfuerzo global de concienciación. La iglesia, presente en la
guerrilla (Camilo Torres) y en la acción política (Cristianos por el socialismo), está
encontrando poco a poco, precisamente en la concienciación, su puesto y su papel en las
sociedades en transformación. Pero, para este proceso, habrá que pasar a través de una
"conversión" tan radical como el mismo cambio de perspectivas, mediante el análisis
VINCENT COSMAO
Hay que hacer notar que, mientras en Europa el análisis crítico sobre el papel de la
iglesia en la sociedad ha sido hecho desde el exterior y contra la iglesia (ilustración
liberalismo, marxismo), en América Latina, en cambio, este análisis crítico sobre el
papel de la iglesia en la sociedad, se ha hecho en el interior de la misma Iglesia. Esto no
quiere decir que toda la iglesia o todos los hombres de la iglesia estén comprometidos
en esta evolución: las contradicciones entre iglesia y sociedad, características de la
Europa del siglo XVIII, se reencuentran en la iglesia latinoamericana, entre los
sostenedores de los "viejos regímenes", identificados con la "civilización cristiana, y los
protagonistas de la revolución, identificada con las exigencias, radicalmente
subversivas, del evangelio. Justamente en el entrelazamiento de estas contradicciones,
se desarrolla hoy un proceso de concienciación, del que la iglesia es el agente principal,
e incluso a veces quizá el único, allí donde partidos, sindicatos, etc, son reducidos al
silencio o a la acción clandestina.
En este contexto y en esta dinámica, es una nueva iglesia la que está naciendo, una
"iglesia del pueblo", cuyas líneas directrices son: promoción de las comunidades
eclesiales de base, apoyo a los grupos de acción, defensa de los derechos del hombre,
contestación de la doctrina de la "seguridad nacional", que hace del estado un absoluto,
o del modelo de desarrollo que tiende a modernizar la economía bloqueando las rentas
de los más pobres... Voluntariamente comprometida al lado de los pobres, de los
marginados, de los oprimidos, de los indios, que retoman la palabra después de siglos de
"resistencia pasiva", de los campesinos sin tierra, de los prisioneros políticos y de las
víctimas de la tortura, esta iglesia, cuya importancia en la iglesia de América Latina no
es fácilmente valorable, llega a ser la voz de los que no tienen voz, sin sustituir, sin
embargo, al pueblo que de modo silencioso asume, en primera persona, la defensa de
sus propios intereses y derechos. Al estructurarse de abajo arriba, esta iglesia construye
poco a poco la teoría que deriva de su praxis: el mínimo lenguaje que le es necesario
para decirse a sí misma lo que está viviendo, mientras participa en el cambio social,
como praxis colectiva de su fe.
En la contestación del orden o del desorden establecido del que debe negar las
referencias cristianas -como la iglesia primitiva negaba la divinidad del César,
reduciéndolo a un simple exigidor de impuesto al que era necesario pagar tributo- esta
iglesia tiene ya sus mártires que son también, al menos en parte, los rechazados por la
vieja iglesia, imperial, de "cristiandad". Son estos mártires los que hacen auténtica su
palabra y los pensamientos que se van elaborando para expresar su significado.
VINCENT COSMAO
Resulta claro, y sobre esto parecen estar de acuerdo todos los teólogos latinoamericanos,
que el pensamiento teológico es siempre una "segunda palabra", puesto que la primera
palabra es la inmanente determinada por un análisis "no teológico" y por una ruptura
ética y política con el "orden de las cosas", que claramente no es ni "natural", ni
"divido"; este pensamiento teológico sólo es comprensible si se tiene en cuenta la
"ruptura epistemológica" que está en la base: la reflexión crítica de la praxis a la luz de
la fe, o en la fe, se elabora sólo en la misma praxis. De la lógica de una teoría que se
elabora en conexión con una teoría ya producida, sobre la base de una "doctrina
fundamental", y que pretende determinar la praxis derivada de la "doctrina
fundamental", se pasa a la lógica de una práctica que reflexiona sobre sí misma y que,
en la memoria colectiva de un pueblo religioso y cristianizado o evangelizado,
reencuentra el recuerdo de una experiencia histórica análoga a aquella que está
viviendo: la experiencia de la liberación de la esclavitud de Egipto, cuya meditación, a
lo largo de los siglos, produjo el lenguaje de la liberación en el que está inscrita la
revelación de una salvación que es liberación del pecado y cumplimiento del hombre en
la participación de la vida de Dios.
Sería deseable que este debate se realizase, porque lo que está en juego es el significado
del evangelio para el mundo de nuestro tiempo. Pero el Atlántico-Norte está bloqueado
por la mala conciencia de su posición imperialista y los latinoamericanos tienden a
pensar que los europeos o los norteamericanos no pueden comprender su camino, como
efectivamente sucede muchas veces. Lo que es grave es que esta incomprensión haga de
pantalla entre América Latina y Africa o Asia, en la medida en que la comunicación de
"periferia" a "periferia" pasa aún a través del "centro" que controla los medios de
comunicación y que aún detenta el poder, incluido el teológico. Pero con el diálogo
ecuménico de los teólogos del Tercer Mundo en Dar-es-Salaam (agosto 1976), como
también con el sínodo de 197-1 sobre la evangelización, comenzó quizá un proceso que
desplazará de norte a sur los lugares de elaboración teológica. Por lo tanto, habrá que
convencer al "centro" de lo pertinente del pensamiento que se produzca en las periferias.
En occidente, en la misma lógica de una historia que por siglos ha sido la historia de la
iglesia y de sus compromisos con las sociedades que se iban orga nizando, el
VINCENT COSMAO
cristianismo ha sido acusado de ser "opio del pueblo", porque proponía, una "salvación
eterna", en cuyo nombre se imponía como incontestable, como "sagrada", una
organización social en la que, el poder y la riqueza estaban reservados, a una minoría
omnipotente que vivía a costa de una mayoría sometida y resignada. A partir del
occidente, el mundo se ha reorganizado, después del siglo XVI, reproduciendo a escala
mundial este reparto asimétrico de la riqueza y del poder. económico, político y cultural.
Si el mundo tal como se ha construido no puede ser considerado como obra de Dios, es
en su cambio donde se realiza la verdad de su relación con Dios. Allí donde el pecado
está presente es donde se propone la salvación. Pero la salvación no es ofrecid a, ni se
recibe en una pura interioridad. Viene propuesta en la historia, y es esta historia la que
debe ser hecha y rehecha. Liberarse colectivamente de una posición de dependencia que
bloquea cada dinámica social, cada auto-estructuración del mundo tal como existe, ha
puesto en evidencia el análisis teológico. De este modo, la ruptura política es teológica o
teologal. Pero este dinamismo o esta interpretación teológica de la "revolución" política
no reduce la salvación a la transformación de las estructuras que rigen las relaciones
sociales.
Conclusión
Puesto que se construye a partir de una praxis social, vista e interpretada como praxis de
fe, la teología de la liberación es una teología que se está realizando, un pensamiento de
fe que se está construyendo. Esta teología está menos presente en la teoría que produce,
que en la actuación misma de su pensamiento: es nacimiento de iglesia, antes que ser
teoría de su práctica.
huyendo como sucede en Egipto cuando la vida de Israel llega a ser allí imposible, sino
transformado este mundo que ha llegado a ser inhabitable.
Como su teología, así también la liberación está siempre en vías de construcción: ésta
no se cumple en ninguna de sus realizaciones. Ni la transformación de las estructuras
sociales, ni la destrucción de las estructuras mentales que aquéllas determinan, dan
origen definitivamente a personas capaces de relaciones verdaderas entre ellas y con
Dios. Sólo la victoria sobre la muerte y sobre el miedo a la muerte, sobre la angustia que
causa perder la vida, abre el camino hacia la vida definitivamente liberada de todo lo
que la niega.
Sobre el texto de Leuenberg se ha dicho que fue escrito "para un tiempo de penuria",
que buscaba más una reducción de las diferencias dogmáticas de las iglesias de la
Reforma, que la precisión de sus diferencias. En efecto, esta Concordia no trata la
totalidad de la fe. Se centra en la soteriología y en la comunión eclesial, asemejándose
en esto a la edic ión de los Loci Comunes de Melanchton de 1521, a diferencia de los
Loci praecipui theologici de 1559. Esta reducción es legítima, ya que la Concordia no
ambiciona ser confesión de fe global de la Iglesia de Cristo hoy, sino precisamente una
reducción de sus tradiciones históricas que han hecho que luteranos y reformados se
hayan distanciado en Europa (y fuera de Europa a partir de la expansión misionera).
Reducir no significa tanto limar de los textos los puntos de fricción, cuanto lograr un
consenso que esclarezca las tareas que nos esperan. Así, esta penuria no será vista como
una falta de coraje intelectual, ni como cortesía ecuménica, sino como una posibilidad
de afrontar juntos el presente sin padecer en exceso el peso del pasado.
Si seguimos el orden clásico, por ejemplo el de las epístolas del Nuevo Testamento,
aparece en primer lugar el testimonio que es confesión, ante los hombres, de la obra
creadora, reconciliadora y redentora de Dios; sólo después atestiguamos, por medio de
un servicio, que esta confesión no es una creencia verbal y cerebral, sino una fe que
compromete la transformación de nuestra vida. El servicio es consecuencia del
testimonio. Pero no es la demostración de su verdad, ya que sólo Dios tiene el poder de
ANDRÉS DUMAS
Pero este círculo lógico se ha roto hoy. A nivel personal muchos dan preferencia al
servicio sobre el testimonio. Se sienten solidarios de los combates humanos en los que
ellos están comprometidos junto con otros cristianos que no participan de su testimonio;
y, por el contrario, se sienten alejados de los cristianos que no comparten su servicio.
Esta solidaridad les parece más fuerte que la comunidad de fe proclamada por la Iglesia.
Dan prioridad a la acción. De aquí su situación de cristianos que prefieren la exactitud
del compromiso a la exactitud de la doctrina. No se desinteresan de su unión a
Jesucristo, pero es sintomático que hablen de él más como referencia de su acción que
como alguien de quien quiere dar testimonio esta acción.
Las Iglesias, en fin, también tienen dificultad para mantener este nexo entre testimonio
y servicio. El testimonio se mantiene por el culto, la liturgia, las confesiones de fe, la
predicación, los catecismos. Pero es más difícil inventar el servicio común. Cada uno
tiene ya su vida llena. El nexo lógico entre el testimonio que lleva al servicio y el
servicio que da un testimonio ya no es evidente.
Vivimos hoy en nuestras Iglesias, y entre los que se alejan más o menos de ellas, una
ruptura entre los que conceden la prioridad a la confesión y los que la tienen como lugar
de referencia. Me parece que los campeones de la ortodoxia hacen del testimonio el
único verdadero servicio, mientras que los partidarios de la ortopraxis hacen del servicio
ANDRÉS DUMAS
La sociedad que nos rodea ¿puede dar soporte y captar la conexión entre testimonio y
servicio? Habría que distinguir entre diversas sociedades. Como escribía Barth en 1936,
en una conferencia sobre L'Église et l'État, bier, aujourd'hui et demain, hay casos en
que "el Estado no sólo reconoce a la Iglesia, sino que reclama su existencia... y en que la
Iglesia participa más o menos del carácter público y de la grandeza del Estado; aquélla
aprueba más o menos los fines que éste se propone. Se trata de una Iglesia nacional o,
más exactamente, de una Iglesia de Estado". Se da el caso de que "el Estado reconoce a
la Iglesia y la tolera como empresa privada, sostenida y financiada por numerosos
ciudadanos, empresa cuya actividad no molesta las funciones propias del Estado. La
Iglesia, por su parte, acepta esta situación... Se trata entonces de una Iglesia libre". Se da
el caso de que "el Estado descarta deliberadamente a la Iglesia. La oprime formalmente
o, al menos, desea que la Iglesia sea diferente a lo que ella puede y debe ser según su
finalidad y su vocación... La Iglesia se ve obligada a obedecer a Dios antes que a los
hombres: oprimida, pero inflexible, testimonia que existe y da a conocer el significado
de su existencia. Hablamos en este último caso de una Iglesia confesante".
Esta clave de lectura de las situaciones de nuestras diversas Iglesias, en relación con la
sociedad, representada por el Estado, es interesante, sobre todo si recordamos que,
seguidamente, Barth mostraba las dificultades y las ventajas ligadas a cada una de las
tres relaciones.
Por lo que respecta a las relaciones entre testimonio y servicio, yo creo que la sociedad
adopta las siguientes actitudes: tolera e incluso integra el servicio, que tiene una cara
humanista y pluralista; pero prohíbe el testimonio que tiene, a sus ojos, un cariz
esotérico, exclusivista y, por tanto, intolerante. O, por el contrario, tolera el testimonio,
a condición de reducirlo a las actividades y a los recintos específicamente religiosos,
pero prohíbe el servicio que es, a sus ojos, un residuo del clericalismo dominador.
Actuando así, la sociedad capta, a su manera, que el testimonio remite a la libertad de
Dios y que el servicio expresa el compromiso del hombre. Nuestras sociedades, alguna
de las cuales ya no tiene nada de cristiandad, deberían poder contar con la libertad no
imperialista del testimonio de los cristianos y con su servicio incondicional.
ANDRÉS DUMAS
La tercera dificultad proviene de la misma Iglesia, que se pregunta qué servicio puede
encarnar su testimonio. La dificultad se acrecienta porque el servicio no ha de tener
solamente dimensiones personales, sino también políticas. Pero la política requiere una
competencia específica, de la que la Iglesia no está necesariamente provista, y, además,
exige tomas de posición parciales a las que la Iglesia no se presta fácilmente. Sin
embargo, los que quieren atenerse sólo a la unidad del testimonio, sin aventurarse en la
diversidad de los servicios, privarían a la Iglesia de un equilibrio fundamental entre el
escuchar y el obrar, entre vivir libremente a causa de Dios y obligarse
incondicionalmente a causa de los hombres. Hay que volver a encontrar continuamente
la unión entre la palabra y la acción, para que la Iglesia no se divida entre el verbalismo
y el activismo.
2. LA EUROPA DE HOY
El problema de su unidad
En primer lugar, nos encontramos con la dificultad de nuestra unidad. Los proyectos de
unificación topan con la diversidad de las largas historias nacionales, lingüísticas,
confesionales. Es más, en los últimos años asistimos al renacimiento de los sentimientos
de pertenencia regional, que cuestionan incluso el marco, considerado demasiado
amplio, de las naciones. El desarrollo uniforme de la sociedad tecnológica provo ca esta
vuelta a la diversidad de las identidades anteriores a la centralización estatal, y esto,
creo, tanto en el Este como en Occidente.
La unidad de Europa puede ser una necesidad económica, pero es una idea que no
apasiona, sobre todo a las generaciones jóvenes.
Por otra parte, Europa se ve como una zona de estabilización entre las dos
superpotencias. Cada reajuste, antes en el Este y ahora en el Sur, hace peligrar la
estabilidad y da a los europeos el sentimiento de que dependen en gran parte de centros
exteriores.
Por último, cada uno de los países europeos tiene relaciones muy profundas con otros
continentes, por lo que a menudo se fijan más en ellos que en los países próximos.
Se constata, pues, que el consumo crea sus propios rebeldes, que experimentan la
sociedad racional e industrial, tecnocrática y burocrática, como un coto cerrado en el
que los deseos se frustran, al mismo tiempo que se satisfacen las necesidades.
Pero el consumo no puede olvidar a los que padecen necesidades insatisfechas en otras
partes del mundo. Trágicamente, Europa se convierte en un islote de ricos que temen
por sus privilegios. Tienen mala conciencia. El consumo ha pasado a ser un pastel mal
repartido, una obligación que no satisface y un remordimiento difuso.
No se nos pide que sustituyamos pretenciosamente las tareas del Estado, sino que
vivamos, en la libertad del testimonio y la obligación del servicio, las respuestas
apropiadas a las cuestiones puestas por la sociedad de consumo. Estamos buscando una
ética política y económica que tenga en cuenta la curación del hombre consumidor,
mediante la puesta en marcha del hombre productor, inventor y mundialmente solidario.
Europa sigue siendo una concentración de poder. Pero, además, Europa ha de reconocer
la importancia de sus logros, que son de dos tipos: la razón, dentro de sus límites; la fe,
que pertenece a su original identidad.
Por razón hay que entender la apreciación clara de los problemas y de los límites de
nuestras respuestas, algo muy diferente del triunfalismo de la técnica. Esta racionalidad
sin racionalismo permite situar las cuestiones de manera que los hombres puedan
situarse como lo han hecho milenariamente gracias a los mitos, ahora inoperantes y,
más recientemente, gracias a las ideologías, cuyo mensaje mitológico percibimos
fuertemente también hoy en día.
La razón está a punto de pagar el precio de su embriaguez ilimitada. Por eso ahora tiene
necesidad de encontrar en las Iglesias una comunidad en la que el testimonio libere y el
servicio obligue. La fe no es ninguna especialidad europea. Es más, uno se pregunta si
Europa no estará vacunada contra ella por los excesos de división que ésta ha suscitado
ANDRÉS DUMAS
Cada una de estas tradiciones ha seguido líneas diferentes para establecer la relación de
la Iglesia con la sociedad.
Ventajas de esta tradición: la Iglesia no pierde nunca de vista que se tiene que preocupar
del bien común de todos los hombres. La sociedad acepta teóricamente de la Iglesia un
servicio que no le impone un testimonio más específicamente evangélico.
b) La tradición anabaptista
Califico esta tradición de anabaptista, porque nos remite a los tiempos de la Reforma,
pero insisto más en algunas de sus características actuales.
c) La tradición luterana
Se trata de distinguir, mediante dos reinos, entre los dos poderes por los cuales Dios, a
la vez, evangeliza al mundo por gracia y lo mantiene a pesar de su pecado. Habrá
separación de autoridad según las competencias respectivas.
Esta distinción evita las acusaciones de clericalismo a la Iglesia y (ella) se opone a las
tentaciones de totalitarismo del Estado.
Pero también tiene sus riesgos: tanto distinguir los dos dominios, lo espiritual se
interioriza y lo temporal se hace autónomo. En resumen, el testimonio de la Iglesia se
separa del servicio a la sociedad.
d) La tradición reformada
A diferencia del gobierno de Dios sobre los dos reinos, más o menos paralelos, aquí se
trata de una correspondencia entre las dos esferas, más o menos concéntricas. La
distinción se mantiene claramente, pero juega más a nivel de conocimiento que a nivel
de sustancia.
Sin embargo, las cuatro tradiciones se enfrentan a la misma cuestión: ¿cómo el servicio
de la Iglesia en la sociedad va unido a un testimonio que remite a Dios, precisamente
hoy, cuando el servicio toma formas, o bien muy técnicas y complejas, o bien
guerrilleras y pasionales, y cuando, por gl contrario, el testimonio corre el peligro de
quedar sin contornos precisos y sin pasión comprometida?
ANDRÉS DUMAS
Ya he dicho que yo creía que era un combate capital el sentido y la consistencia actuales
del nombre de Dios, tan capital como en tiempos de la Reforma la cuestión de la
justificación.
Hemos vivido en estos últimos años una crisis de identidad de Dios en el interior mismo
de las teologías y de las Iglesias. La concentración cristológica a veces se ha convertido
en sustitución cristológica.
Por eso he sugerido que busquemos en el rostro del Dios viviente el fundamento de esta
libertad que el europeo ha creído que debía conquistar contra la soberanía divina y que
ha perdido a medida que probaba la soledad humana de su ateísmo. Evidentemente, no
habremos de probar la vida de Dios utilizando apologéticamente la muerte del hombre.
Llevamos demasiado tiempo siendo vecinos como para interesarnos los unos por los
otros. Tenemos problemas similares. En torno a estos problemas se crea nuestra acción.
A propósito de ella se expresa nuestra palabra y se estrecha nuestra oración.
Esto no es una reducción de la salvación, que sigue siendo vista como don de Dios que
se adelanta incluso a las necesidades del hombre; porque las necesidades, entendidas en
toda su amplitud, son el camino histórico por el que se puede avanzar hacia el
reconocimiento de ese don, que se presentará como "negación" de las necesidades, una
vez que, desde ese mismo don, las necesidades aparezcan como "negación" del don
mismo de Dios a los hombres. Las necesidades pueden verse como el clamor mismo de
Dios, hecho carne en el dolor de los hombres; como la voz inconfundible del propio
Dios que gime en sus creaturas, o más propiamente, en sus hijos.
Se dirá que, bíblicamente, la salvación es salvación del pecado. Pero esto, en vez de
negar lo que acabamos de decir, es su confirmación. Al menos, si se historiza
debidamente el concepto de pecado, cosa que cuenta con una vigorosa y permanente
tradición bíblica. El concepto de pecado subraya el carácter de maldad que puede darse
en las necesidades y su relación con lo que es de Dios; es así una teologización histórica
de la necesidad, entendida, como aquí se ha hecho, en toda su amplitud. Es quizá esta
percepción del mal como pecado lo que ha hecho de la historia de Dios entre los
hombres una historia de salvación; y, por lo mismo, la salvación, como presencia de
Dios entre los hombres, es algo que no cobra toda su fuerza más que en la experiencia
de la superación del mal y del pecado.
El "tomar cuerpo" responde al "hacerse carne" del Verbo para que pueda ser visto y
tocado, para que pueda intervenir de una manera plenamente histórica en la acción de
los hombres; como decía Ireneo, si Cristo es salvador por su condición divina, es
salvación por su carne, por su encarnación histórica, por este "tomar cuerpo" entre los
hombres.
el seguir incorporándose. Veremos más adelante que la Iglesia es, por antonomasia,
Iglesia de los pobres y que, como Iglesia de los pobres, es cuerpo histórico de Cristo.
Precisamente el "tomar cuerpo" y la "incorporación" exigen y llevan consigo una
forzosa concreción individualizadora; tomar cuerpo e incorporarse es comprometerse
concretamente en la complejidad de la estructura social. "La Iglesia es la carne en la que
Cristo concreta, a lo largo de los siglos, su propia vida y su misión personal" (Monseñor
Oscar Romero).
Pues bien, desde esta corporeidad histórica, que no excluye la corporeidad mística sino
que la reclama, es como debe entenderse fundamentalmente la sacramentalidad histórica
de la Iglesia. Por lo pronto, ha de repetirse que la sacramentalidad primaria de la Iglesia
no proviene de la efectividad de los llamados sacramentos sino que, al contrario, éstos
son efectivos en cuanto participan de la sacramentalidad de la Iglesia, que prosigue en el
Espíritu la vida de Jesús. La sacramentalidad se ha Presentado con la doble nota de
visibilidad mediacional y efectividad. Cuando, por tanto, se plantea la sacramentalidad
de la Iglesia, lo que se reclama es que la Iglesia dé visibilidad y efectividad a la
salvación que anuncia.
necesitados, y esto hasta la muerte y muerte en cruz, puede la Iglesia pretender ser
sacramento histórico de la salvación de Cristo.
Será discutible determinar en qué consistía la complejidad del Reino de Dios con toda
su riqueza de matices, pero la idea general de que el Reino de Dios implica un
determinado mundo histórico, esto es, que el Reino de Dios no sea conciliable con
cualquier tipo de relación entre los hombres, es cosa clara.
El Reino de Dios, como presencia de Dios entre los hombres, va contra todo aquello que
en vez de ser presencia es ocultamiento y aun negación de lo que es el Dios de
Jesucristo, que no es sin más el Dios de la religión, ni el Dios de los poderosos de este
mundo. El reino de Dios va, por el contrario, en favor de todo aquello que hace a los
hombres hijos de un mismo Padre, que está en los cielos. Pocas expresiones teológicas
tan corpóreas e históricas como esta del Reino de Dios que, si por un lado hace
referencia a Dios, hace inseparable alusión a la presencia salvadora de Dios entre los
hombres. Tocará a la Iglesia ir historizando lo que este Reino de Dios exige en cada
situación y en cada momento.
Afirma el documento: "esta unidad de conexión así como la diferencia que caracteriza la
relación entre la promoción humana y la salvación cristiana, en su forma concreta,
deben ciertamente convertirse en objeto de investigaciones y análisis nuevos;
constituyen, sin ninguna duda, una de las tareas principales de la teología de hoy."
Resulta ahora que la preocupación radical de la teología latinoamericana, que era
considerada por los teólogos de la reacción como divagación y deformación
sociologizante, se reconoce como una de las tareas principales de la teología de hoy,
una tarea escandalosamente olvidada hasta ahora por las teologías reinantes. Aunque los
teólogos de la liberación no hubieran logrado sino obligar a los teólogos
"internacionales" a preocuparse sobre este tema fundamental, y proporcionarles los
elementos básicos de su formulación, habrían realizado una tarea cristiana y teológica
de primera magnitud.
Es claro, no obstante, que han hecho mucho más que esto. No podemos entrar aquí en
sistematizar lo ya logrado. Ni siquiera formular resumidamente lo que yo mismo he
apuntado modestamente como solución a este problema. Lo que aquí se hará es retomar
algunos puntos centrales para insinuar cómo la liberación es la forma histórica de la
salvación y no una genérica "promoción humana".
El reconocer que la salvación tenga que ver con la promoción humana no supone un
gran avance sobre la praxis consuetudinaria de la Iglesia ni sobre su propia
autocomprensión eclesial. Quizá equivocándose muchas veces respecto de lo que es una
auténtica promoción humana, la Iglesia ha visto permanentemente que debiera
dedicarse, de un modo o de otro, a ella, y muchos de sus mejores intentos han ido
dirigidos a esa promoción humana. Lo que supondría un avance es determinar qué
concreta promoción humana es la que debe intentar la Iglesia y qué relación tiene con la
salvación cristiana.
Esto último es un problema que no puede resolverse a espaldas de lo que fue la vida del
Jesús histórico, tal como es aprehensible en la tradición y en la experiencia de las
comunidades primitivas. Hay que darse cuenta de la importancia radical que "la segunda
ola" de la teología de la liberación atribuye al Jesús histórico, como piedra angular de la
comprensión de la historia y de la acción sobre ella. Es posible que no se hubiera dado
esta vuelta al Jesús histórico - no en un sentido académico sino en el de su tomar cuerpo
en la historia- si no se hubiera dado una praxis creyente en la situación determinada de
América Latina (como tampoco se hubiera dado el redescubrimiento de la liberación
bíblica si no hubiera sido exigida por aquella misma praxis creyente); lo cual no hace
sino probar las virtua lidades teológicas del método teológico latinoamericano. Pero esto
no obsta a que se dé toda primariedad a lo que es más propio del Jesús histórico y a que
se tome a este Jesús histórico y a su seguimiento como criterio y norma de la praxis
eclesial histórica.
Desde este punto de vista, hay que afirmar una vez más que no hay dos ámbitos de
problemas, uno el de lo profano y otro el de lo sagrado, ni hay tampoco dos historias:
una profana y otra sagrada, sino un solo ámbito y una sola historia. Eso no significa que
en esa única historia y en ese único ámbito no se den subsistemas que, sin romper la
unidad y recibiendo su realidad plena de esa unidad, tengan su propia autonomía. Vista
la unidad estructural de la historia, no hay por qué temer la interferencia anuladora de
un aspecto autónomo sobre otro aspecto también autónomo, aunque todos ellos con una
autonomía subordinada a la unidad de la estructura.
IGNACIO ELLACURIA
Pero si no hay una historia sagrada y una historia profana, si lo que el Jesús histórico -
recogiendo toda la riqueza de la revelación veterotestamentaria- vino a mostrarnos es
que no hay dos mundos incomunicados, un mundo de Dios y un mundo de los hombres;
lo que sí hay, y lo muestra el mismo Jesús histórico, es la distinción fundamental de
gracia y pecado, de historia de la salvación y de historia de la perdición. Eso sí, dentro
de una misma historia.
Sólo cuando la Iglesia confunde lo que puede y debe hacer como Iglesia es cuando
puede entrarle el desaliento o, en el otro extremo, la ambición del poder terreno. La
misión de la Iglesia, en efecto, no es -como no lo fue en el caso de Jesús- la realización
inmediata de un orden político sino la realización del Reino de Dios y, como parte de
esta realización, la salvación de cualquier orden político. A la Iglesia le compete la
función de la levadura, esto es, del fermento que transforma la masa para hacer de ella
pan de vida, pan humano del que los hombres puedan vivir; la Iglesia presupone la
existencia de la masa del mundo y de su organización, y lo que le es propio es
convertirse en sal que impida la corrupción y en levadura que transforme la masa desde
dentro. Si cada individuo, como miembro de la Iglesia, debe realizar la salvación de sí
mismo en relación con los demás, la Iglesia como cuerpo debe realizarla en sí misma
pero en relación con las estructuras históricas.
Ahora bien, esta salvación histórica debe responder lo más posible a la situación que
debe ser salvada y en la que se encuentran inmersos los hombres, destinatarios
primordiales de la salvación. En el caso de la situación del Tercer Mundo, la realización
de la historia de la salvación se presenta predominantemente en términos de liberación,
pues su situación queda definida en términos de dominación y opresión. Esta opresión
puede ser analizada con diferentes instrumentales teóricos, pero como hecho, y hecho
definitorio, es independiente de cualquier instrumental de análisis. Ni es objeción
contra la teología de la liberación el decir que el marxismo, por ejemplo, también define
esta situación en términos de opresión y explotación y que, por tanto, los teólogos de la
liberación no hacen sino repetir lo que otros han dicho y no desde una inspiración
cristiana. El hecho y la respuesta a ese hecho cobran una especificidad que es propia de
la fe cristiana. Los mismos hechos históricos que los oprimidos sienten como opresión
injusta, y que el marxismo interpreta desde la explotación del trabajo humano y desde
las consecuencias que se derivan de esa explotación, la fe y la teología los interpretan
desde la realidad del pecado y desde la injusticia que clama al cielo.
IGNACIO ELLACURIA
Sólo midiendo y experimentando lo que supone para los hombres esa situación de
opresión permanente y estructural, puede saberse hasta qué punto pertenece a la esencia
de la historia de la salvación la lucha cristiana contra la opresión. Cuando se vive como
la mayoría del pueblo, aquellos por quienes Jesús sentía, Por profundas razones
teológicas y humanas, una innegable predilección; cuando vive sometido a situaciones
inhumanas, no le es difícil al creyente ver cómo lo que se está dando es una muerte
nueva de Dios en el hombre, una crucifixión renovada de Jesucristo presente en los
oprimidos. Consiguientemente, el empeño de la teología de la liberación por situar su
reflexión desde este fundamental locus theologicus, no ha de verse, como algunos
pretenden, en razones piadosistas, sino en razones puramente cristianas y estrictamente
teológicas; si la teología, como acción intelectual tiene unas determinadas exigencias
técnicas, como acción intelectual cristiana tiene también unas determinadas exigencias
cristianas, que no se reducen a aceptar unos datos de fe. Y esto es lo que no parecen
entender ciertos grupos de teólogos académicos.
cristiano, pero no hay amor cristiano sin lucha por la justicia cuando la situación
histórica se define en términos de injusticia y de opresión; de ahí que la Iglesia como
sacramento de liberación tenga la doble tarea de despertar y acrecentar la lucha por la
justicia entre quienes no se han entregado a ella, y la de hacer que quienes se han
entregado a ella lo hagan desde lo que es el amor cristiano. También aquí el ejemplo del
Jesús histórico es decisorio: en su sociedad contrapuesta y antagónica, Jesús amó a
todos, pero se situó al lado de los oprimidos, y desde allí luchó enérgica, pero
amorosamente, contra los opresores.
Acabamos de decir que la Iglesia debe ser sacramento de liberación al modo como lo
fue Jesús; caben y se necesitan acomodaciones históricas en el modo y en la forma de
realizar su tarea de salvación, pero no caben ni se necesitan modos y formas que no sean
el proseguimiento de las que utilizó Jesús. El carácter institucional de la Iglesia,
derivado necesariamente de su corporeidad social, tiene exigencias claras que sólo
idealismos anarquizantes pueden dejar de ver. Pero ese carácter institucional no tiene
por qué configurarse, como a menudo sucede y ha sucedido, conforme a la
institucionalidad que necesitan los poderes de este mundo para mantenerse en su
condición de poderosos. Ese carácter institucional debe estar subordinado al carácter
más profundo de la Iglesia como continuadora de la obra de Jesús. La Iglesia debe
IGNACIO ELLACURIA
Quiénes sean estos pobres, en la situación real del Tercer Mundo, no es un problema
para cuya solución se necesiten exégesis escrituristas alambicadas ni análisis
sociológicos o teorías históricas. Ciertamente el hablar de "pobres" resulta peligroso
frente a otras categorías más politizadas. Pero como hecho primario, como situación real
de la mayoría de la humanidad, no caben equivocaciones interesadas. Cuando se habla
aquí de pobre se habla propiamente de una relación pobre-rico (más en general,
dominado-opresor), en la que se dan ricos porque hay pobres y haciendo a los demás
pobres o, por lo menos, despojándolos de parte de lo que debiera ser suyo. Ciertamente,
hay otro sentido válido de "pobre", el de quien se siente y se halla marginado por causas
"naturales", no históricas; pero el primer sentido es el fundamental. Con el agravante de
que en gran medida estos pobres y su pobreza son resultado de un pecado, que la Iglesia
debe esforzarse por quitar del mundo. "Pobre", en este contexto, no es un concepto
"profano" o neutro: hunde sus raíces en lo que es esencial al cristianismo: el amor a
Dios en el amor a los hombres, la justicia como lugar de realización del amor en un
mundo de pecado.
Esta concepción de la Iglesia como Iglesia de los pobres tiene grandes consecuencias
prácticas. Aquí sólo se proponen algunas y de modo sintético y programático:
Esto no significa que deba tratarse al pobre como "clase", con mengua de su carácter
personal. La existencia efectiva y presionante de realidades sociales no niega la
existencia irreductible de realidades personales.
Por ello, la fe cristiana lejos de convertirse en opio - y no sólo opio social- debe
constituirse en lo que es: principio de liberación. Una liberación que lo abarque todo y
lo abarque unitariamente: no hay liberación si no se libera el corazón del hombre, pero
el corazón del hombre no puede liberarse cuando su totalidad personal, que no es sin
más interioridad, está oprimida por unas estructuras y realidades colectivas que lo
invaden todo.
Esto sitúa a la Iglesia latinoamericana en una posición difícil. Por un lado, le trae
persecución, como le trajo persecución hasta la muerte al propio Jesús: La Iglesia
latinoamericana v, más exactamente, una Iglesia de los pobres, debe estar convencida de
que en un mundo histórico donde no se encuentre ella misma perseguida por los
poderosos, no hay predicación auténtica y completa de la fe cristiana; pues, si no toda
persecución es signo y milagro probatorio de la autenticidad de la fe, la falta de
persecución por parte de quienes detentan el poder, en situación de injusticia, es signo, a
la larga irrefutable, de la falta de temple evangélico en el anuncio de su misión. Pero,
por otro lado, el que la Iglesia no pueda ni deba reducirse a ser una pura fuerza socio-
política, que agote su tarea en luchar ideológicamente contra las estructuras injustas o
que dé prioridad absoluta a esa tarea, le proporciona la incomprens ión y el ataque de
quienes han parcializado su vida y han optado por una parcialidad política como si fuera
la totalidad humana. No saben éstos el daño que causan no sólo a una labor profunda y
larga por parte de la Iglesia, sino -lo que es más importante- a las propias personas que
dicen servir, cuando a veces se sirven de ellas para lograr un proyecto político
irrealizable, que ni siquiera tiene en cuenta la totalidad de condiciones materiales en que
se está.
Así, esta Iglesia de los pobres no permite hacer una separación tajante entre fe y
religión. La distinción entre fe y religión, que tiene mucho de válida, tanto en el orden
teórico general como en el orden práctico de determinados medios sociales, debe
utilizarse con cuidado en situaciones como las de América Latina. En efecto, esta
distinción, bien fundada teológicamente, es necesaria para recuperar la peculiaridad de
lo cristiano, pero es manipulable y no siempre se acomoda a la realidad de una Iglesia
de los pobres. Puede servir para menospreciar las auténticas necesidades de un estadio
cultural y puede también desencarnar la fe, deshistorizarla, ya sea convirtiéndola en algo
puramente individual y puramente comunitario y no estructural, ya sea amputando la
necesidad de que la fe se encarne en formas "también" religiosas, como lo exige el
carácter "corpóreo" de la realidad social.
IGNACIO ELLACURIA
Tampoco debe dar lugar a otra forma de elitismo: aquella que pasa de todo el pueblo a
una parte más concientizada de él, y de esta parte más concientizada a lo que puede
estimarse como su vanguardia más comprometida, y de esta vanguardia comprometida a
los dirigentes verticales, que orientan desde arriba con esquemas preestablecidos y se
hacen monopolizadores dogmáticos de lo que son las necesidades populares y de cuál es
el modo y el ritmo de resolverlas. Se prefiere entonces el éxito llamativo y rápido de la
acción política, antes que el crecimiento lento de la semilla evangélica sembrada en su
tierra propia y cuidada con esmero.
LA DECLARACIÓN DE LA COMISION
TEOLÓGICA INTERNACIONAL SOBRE LA
TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
Del 4 al 9 de octubre de 1976 la Comisión Teológica Internacional (CTI) dedicó su
sesión anual a tratar de la Teología de la Liberación latinoamericana. Entre sus
miembros sólo hay un latinoamericano, y muchos de ellos no leen el castellano. El
documento parece tener cierta conciencia de ello cuando alude a la diversidad y al
respeto a las situaciones concretas que no pueden resolverse desde una posición
pretendidamente universal, y cuando afirma que más que centrar su atención en los
diversos ensayos y tendencias quiso hacerlo (el texto dice "lo hizo"; pero los resultados
sólo confirman a medias y parcialmente esta intención) en "las cuestiones
fundamentales referentes a la relación entre el progreso humano y la salvación
cristiana". De hecho, en algunos momentos se apunta nítidamente hacia juicios
valorables concretos, que, cuando son "negativos", apuntan al aquí y ahora de algunas
o muchas corrientes de la teología de la liberación y, cuando son "positivos", se
mantienen en lo puramente teórico e hipotético. Además, el trabajo de la CTI se vio
lastrado por suspicacias y presiones tendentes a que la Declaración a elaborar no
constituyera un apoyo a la teología de la liberación. La introducción del Documento
así parece reconocerlo, cuando evoca las controversias suscitadas por el temor de ver
que estas investigaciones teológicas se tradujeran en tomas de posición políticas y
perjudicaran la unidad de la iglesia. En todo caso, el temor fue mal afrontado y mal
resuelto, pues, en política no simplemente tomamos posición; estamos posicionados ya
antes de nuestra toma de postura. Y por eso, hasta las actitudes inhibitorias, como
quiere ser la de la CTI, se traducen en tomas de posición políticas. Pero es que además,
si nos tomamos en serio Lc 2, 34-35, la teología debería subrayar que lo que está
definitivamente destinado a "romper la unidad" y a atravesar como una espada el alma
de la Iglesia son las tomas de posición cristianas y evangélicamente morales (no
simplemente políticas). Cristo está puesto para ser causa de caída y de resurrección,
signo de contradición.
Antes de entrar en el comentario de los apartados del texto, quisiera proponer una tesis
que unifique, como palabra crítica global, los diversos comentarios que haremos: La
Declaración de la CTI, aun cuando no quiere ser una crítica a la teología de la.
liberación, no presenta -como pretendía- una teología "distanciada de
condicionamientos concretos que casi siempre traen aparejadas pasiones y presiones
de todo tipo" .
Ofrece más bien una teología defensora de -e identificada con- una opción concreta, si
bien inconscientemente. Esto es algo que le ocurre a la teología siempre que pretende
que la seriedad de su misión la exime de la obligación de optar. Y esta opción
inconsciente del Documento de la CTI se refleja constantemente en una característica
estilística de la Declaración: siempre insiste o afirma uno de los dos polos de toda la
dialéctica cristiana. Con ello contribuye a crear la impresión de que la teología de la
liberación niega este polo que la CTI ha subrayado (desfigurar al enemigo es la mejor
manera de desautorizarlo), y/o también de que el otro polo de la dialéctica, o no existe o
está ya resuelto, o no es dialécticamente igual en importancia.
Nuestro recorrido y nuestra exposición analítica deben confirmar esta tesis que hemos
enunciado en forma global por razones de síntesis y claridad expositiva.
"es hacer escuchar ampliamente el clamor del hermano pobre y doliente, el lamento que
suscitan el hambre, las enfermedades, la explotación injusta practicadas en espíritu de
lucro, el destierro forzado, la opresión. Hay que agregar a esto las condiciones
inhumanas de la existencia que se hacen a hombres que apenas si poseen lo que llevan
puesto, pasan la noche en la calle, en ella viven y en ella mueren sin contar ni con la
más elemental asistencia médica. Para el cristiano, iluminado por el evangelio, estos
signos de los tiempos constituyen uno de los más apremiantes desafíos. Lo incitan a
desplegar, en nombre de la fe, todos los esfuerzos posibles para liberar a sus hermanos
de su situación inhumana."
"no tenemos derecho de oponer una crítica negativa a los diferentes sistemas teológicos
de que se trata, si no nos mantenemos atentos al clamor de los pobres y si no buscamos
una mejor manera de responder a él."
Primera crítica
"si los proyectos teológicos más aceptados en la actualidad, tal como de hecho se
presentan, son los únicos que abren el camino que lleva a encontrar más adecuadamente
el deseo de un mundo más humano y más fraternal."
Por más que un análisis podría mostrar que los autores responderían negativamente,
quedándonos en el nivel de la pregunta, hemos de decir que nadie sería capaz de
responder si estos proyectos son los únicos que abren camino dentro de su ámbito. En
cambio, cabría pedir a la CTI que proponga otro modelo mejor o busque una mejor
manera de responder al clamor de los pobres, de acuerdo con el principio que ella
misma anunció. La CTI no propone nada de esto explícitamente. Pero uno tiene la
sospecha de que la "opción inconsciente", desde la que dijimos que hablaba, es la
referencia desde la que se califican estos proyectos. De todos modos, en un balance
inicial, el punto de partida de la teología de la liberación ha sido aceptado sin reticencias
como legítimo. La crítica insinuada queda en una sospecha abstracta y muy formal de
los proyectos teológicos que de ahí surgen.
"en consecuencia, la fe cristiana es concebida, ante todo, como una praxis histórica que
cambia y renueva el orden social y político."
¿De dónde saca la CTI este "ante todo" que hemos subrayado en el texto? ¿Qué
ocurriría si en su lugar se hubiera escrito "como incluyendo" o "necesariamente
también"? Parece un matiz imperceptible, y, sin embargo, está a la base de todas las
críticas ulteriores. En efecto, "ante todo" revela prioridad, casi exclusión tácita de otros
elementos. ¿Qué ocurriría si tras leer la parábola del buen samaritano alguien nos dijese
que la teología de Jesús es ante todo una praxis asistencial? ¿O si tras leer 1 Jn se nos
dijera que, para Juan, la fe cristiana es ante todo amor al prójimo? Se nos habría
presentado una falsificación sobre la base de introducir un conflicto allí donde la fe
cristiana confiesa que no puede haberle. Como si alguien pretendiera juzgar la ortodoxia
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
de una cristología a partir de la pregunta de si Jesucristo era ante todo Dios o ante todo
hombre.
Objeciones concretas
De esta sibilina sutileza en el uso del lenguaje surgen una serie de objeciones contra
"muchas de las corrientes teológicas" nacidas de estos datos elementales. Veámoslas.
a) "De la unidad entre historia del mundo e historia de la salvación no se puede forjar
una concepción tendente a hacer coincidir el evangelio de Cristo con la historia
profana."
Esto es evidente. Pero la teología de la liberación no quiere hacer coincidir, sino incluir
la historia profana en el evangelio. Combatiendo a un falso enemigo, esta cuestión
central ha quedado sin abordar.
b) El evangelio "es misterio de orden sobrenatural y, por tanto, una realidad irreductible
a toda otra" (es decir: al trabajo del hombre en la historia).
d) "Es cierto que el mundo, tal como existe históricamente, es el lugar donde se
desenvuelve el designio divino de la salvación, pero no en tal forma que la fuerza y
dinamismo de la Palabra de Dios se limiten a promover el progreso social y político."
e) "Así pues, la práctica de la fe (praxis fidei) no debe quedar reducida al esfuerzo por
mejorar la sociedad humana."
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
Uno se preguntaría si el criterio de una adoración para con el verdadero Dios no sería el
evangélico "hacer la voluntad del Padre". Pero, dejando esto, digamos que hay
efectivamente, en algunas situaciones concretas del mundo, idolatrías del sistema, del
estado, del partido, o cultos a la persona más o menos idólatras.
Puntualizaciones, insistencias
Tras estas críticas, el Documento cree necesario o conveniente insistir en tres puntos
concretos:
a) que nunca el debate político con sus enfrentamientos, debe hacernos perder de vista
que el objeto y el fruto propio de la actividad cristiana son la paz y la reconciliación.
Media verdad que se convierte en falsedad cuando no la completamos dialécticamente:
la paz y la reconciliación cristianas no terminan enmascarando los enfrentamientos
reales, sino intentando superarlos en la realidad misma. Lo que se trataba de definir era
qué paz y qué reconciliación son las auténticamente cristianas.
b) que la política no es un valor absoluto, sino un instrumento hecho para servir y que
olvidar esto "hace pesar sobre la libertad de los hombres el peligro inherente a los
movimientos que favorecen poderes dictatoriales". Aquí se podría decir a la CTI que su
excesivo respeto hacia la contingencia y la relatividad de lo político "hace pesar sobre la
libertad de los hombres el peligro inherente a los movimientos que favorecen" el
hambre, la migración más cruel y todas las lacras inhumanas aludidas por ella misma al
comienzo de su Declaración. Parecía que era de esto de lo que iban a tratar.
"La teología, sea cual sea el asunto sobre el cual actúe, debe ser capaz de distanciarse de
condicionamientos concretos que, casi siempre, traen aparejadas pasiones y presiones de
todo tipo."
"Es, pues, necesario cuidarse muy especialmente de no llegar a una visión unilateral del
cristianismo."
sólo cabe responder que precisamente lo que la teología de la liberación está tratando de
decir desde hace años a los países eufémicamente llamados "desarrollados" es que su
teología es una visión unilateral (y culpable) del cristianismo. Nos tocaría, pues,
convertirnos antes que acusar, no sea que se nos apliquen aquellas palabras de Jn 15, 22:
"si no hubiera venido y les hubiera hablado no tendrían pecado. Pero ahora no tienen
excusa de su pecado".
"las acusaciones contra la injusticia y los llamados a hacer causa común con los pobres
se refieren a situaciones muy complejas surgidas en un contexto histórico dado..." Por
tanto, "los ensayos teológicos orientados a la construcción de una sociedad más humana
deben tener en cuenta, cuando asumen teorías sociológicas, los riesgos inherentes a
estas adopciones".
De nuevo, nada que objetar y sí algo que añadir: hablar de las situaciones de pobreza e
injusticia mencionando su complejidad y su contexto sin aludir para nada al pecado
humano que crea y sostiene estas situaciones, todo esto es asumir una teoría sociológica
(falsa o verdadera, pero teoría sociológica). La CTI debió ser consciente de ello y no lo
fue.
Pero es que además, decir que estas situaciones son "muy complejas" provoca la
sensación de que son inanalizables. Y esta sensación se aprovecha para afirmar que
muchos intentos de análisis "se fundan en presupuestos filosóficos discutibles o en una
concepción antropológica errónea. Es el caso, por ejemplo, de una parte importante de
los análisis inspirados en el marxismo o en el leninismo". La velada alusión a que los
análisis de Marx y Lenin se fundan en presupuestos filosóficos erróneos es una
simplificación abusiva. Los análisis de las situaciones complejas deben tener respue sta
en el mismo campo de los análisis. Pretender refutarlos desde su vinculación ideológica
recuerda la refutación de Darwin o de Freud a partir de su ateísmo. Mucho más útil ha
sido para la teología el afrontar los análisis de Darwin o Freud y valorarlos por sí
mismos.
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
a) El Antiguo Testamento
El Éxodo
Dejemos a un lado la unilateralidad que supone esta última afirmación (¿y la posesión
de la tierra prometida, la instauración en ella de un pueblo de Dios sin esclavitudes, todo
ello fruto de la Alianza?) y constatemo s nuevamente las artimañas lingüísticas de
siempre. La expresión "culto de la Alianza" - infeliz o malintencionada- parece reducir
la Alianza al culto, olvidando el carácter de justicia social del Código de la Alianza y
que la verdadera realización de la Alianza apunta a la existencia del pueblo como
"pueblo de Díos" -en fraternidad y sin esclavitudes-. Desconoce, además, toda la crítica
del culto, presente a lo largo del AT y que llega hasta la carta a los Hebreos, y sugiere,
sin decirlo, una falsa contraposición entre culto y liberación política.
Salmos
"No se puede, por tanto, hablar de esta especie de salvación, en cuanto concierne a los
derechos y al bien del hombre, sin hacer referencia al mismo tiempo a toda la reflexión
teológica, según la cual Dios y no el hombre es quien cambia las situaciones."
¡Hasta luterana se nos hace la CTI, y no por ecumenismo, sino con tal que no toquemos
al capitalismo! Lo que sí es cierto es que Dios sólo cambia las situaciones haciendo que
el hombre las cambie. Escamotear esto es confirmar la crítica marxista de la religión:
condenar a los oprimidos a la inacción resignada.
Profetas
La CTI reconoce que los profetas son "un ejemplo impresionante de una acción para
mejorar las condiciones de la existencia humana, inspirada por una revelación divina".
Se multiplican las referencias a Amós, Miqueas, Oseas, Isaías; se recogen sus amenazas.
Uno piensa que lo decisivo de los profetas es su teología, de la que derivan sus gritos y
amenazas: la identidad entre conocer a Yahvé y practicar la justicia (jr 22, 16) y la
contraposición entre un Dios de los pobres y un Dios de los "establecidos" (cúlticos,
teológicos, religiosos, socio-políticos, etc). Un enfoque así hubiera sido más fecundo.
Pero más que estas ausencias, extrañan las cuatro objeciones que la CTI extraerá de los
profetas contra la teología de la liberación:
a) "Sin embargo, en ellos se ve mucho menos un optimismo, que algunos creen que se
funda en una teología de la historia, que un escepticismo que se pregunta si acaso el
hombre es realmente capaz de hacer el mundo diferente a lo que es."
Uno se pregunta qué es eso "propiamente interior" que acaba en algo tan exterior como
la viuda y el huérfano, y cómo se hace justicia hoy a los millones de oprimidos y
huérfanos. Quizás podríamos ponernos de acuerdo en que, para el primer mundo, la
conversión interior también significa: haz justicia y dale sus derechos al tercer mundo.
c) "Es necesario, además, que Dios conceda a los hombres la posibilidad de realizar
mayor justicia en las relaciones sociales: después de todo, sólo Dios puede proveer
eficazmente a los derechos y al bien verdadero de los hombres, sobre todo de los
oprimidos."
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
Nuevamente uno tiene la impresión de que ese "sólo Dios puede proveer... " conduce a
la inacción resignada de los oprimidos y, por tanto, al mantenimiento de la situación
actual. Como Dios es el responsable del capitalismo, sigamos haciendo capitalismo
hasta que Dios, "único que puede hacerlo", provea eficazmente en contra. Perdón si soy
mordaz. No dudo en absoluto de que la CTI no quiere afirmar esto. Sólo me pregunto
por qué da la impresión de afirmarlo. ¿A qué viene este "es necesario además" que
parece cuestionar lo único no cuestionable para un creyente?
d) "Los profetas reconocen la existencia de algo así come un "sistema perverso", pero
no permiten, en su espíritu, el reducirlo todo al punto en que el mal sería simplemente
el signo y el efecto de estructuras sociales injustas, y en que la eliminación de los
abusos podría resultar de la sola abolición de las formas existentes de propiedad."
LA ESPERANZA DEL AT
b) El Nuevo Testamento
La Declaración afirma que "subsiste en los espíritus... que el NT se interesa menos por
las realidades sociales y por la vida colectiva de los hombres", pero reconoce que ello es
debido a "la impaciencia con que se esperaba el Reino de Dios". Esta observación
podría haber dado pie a citar a Lucas -el primero que abandona en forma sistematizada
la espera inminente-, aquel autor que presenta una teología más interesada por lo social.
De esta manera, la Declaración hubiera podido tematizar -cosa que no hace- las citas de
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
las tremendas invectivas contra los ricos. También se debió notar que la teología del
"Cristo total" (Recapitulación, Adán definitivo; la historia como marcha hacia el "varón
perfecto" (Ef 4, 13) da pie a una teología de la "comunidad humana total", abandonando
toda importación exclusivamente privatista de la fe, de corte luterano, pietista, etc. Así,
la CTI no habría escrito que la "importancia trascendente del amor personal del Dios
encarnado a su nuevo pueblo se presenta de tal ma nera que los problemas planteados
por la existencia temporal dejaron de ocupar el primer lugar", sino que habría matizado:
la existencia temporal propia, no los problemas planteados por la existencia temporal
del prójimo. Tampoco habría escrito que "bajo la iluminación proyectada por el misterio
del Señor doliente y resucitado, las necesidades humanas pudieron tomar un carácter de
menor urgencia", sino que otra vez habría hablado de las necesidades humanas propias.
Porque no hay que olvidar que quienes hacen estas afirmaciones viven en el mundo que
tiene resuelta su existencia temporal y se dirigen al mundo que no la tiene resuelta, y en
estas condiciones, la exégesis del NT puede convertirse -contra la voluntad de sus
autores- en puro cinismo.
Y, no obstante, la Declaración insiste en que "la Buena Nueva de Cristo y la ética del
NT aportaron muchas normas directrices y modelos de comportamiento, todos ellos
aptos para inspirar una crítica social", con largas listas de textos. Todo ello no debería
concluir con la "disposición a acoger formas institucionalizadas de caridad cristiana",
aludiendo a la colecta en favor de Jerusalén. Porque la caridad institucionalizada patente
en la colecta de Jerusalén es una forma de cumplir un precepto más amplio: el de
"acordarse de los pobres" (Ga 2, 10). No parece exagerado decir que hoy la forma de
cumplir aquel precepto más amplio no es ya sólo la caridad institucionalizada, sino la
justicia institucionalizada. La expresión de la CTI da la impresión de contentar- se con
la existencia de instituciones como Adveniat o Misereor, todo lo beneméritas que se
quiera, pero cuyos fondos no siempre fueron utilizados como pediría la neutralidad
política de la caridad.
Es natural que el primer tema abordado sea el de la relación entre "Dios liberador" y
"acción liberadora del hombre". Y quiero que conste que aquí el Documento aporta los
matices que antes echamos de menos y ahora nos alegramos de encontrar: que la
afirmación de que solo Dios libera no debe tomarse como inspiradora de inmovilismo,
que la situaciones inhumanas no pueden esperar de la fe ni excusa ni complicidad, que
las estructuras sociales injustas ni son queridas por Dios ni son producto de una
evolución neutral, que estas estructuras son objeto de una responsabilidad moral...
Aunque no se seña len concretamente el lugar y el tipo de injusticia, parece que estemos
ante lo que un exegeta diría "otra fuente". Y quizás alguien pueda decir que antes fui
injusto con mis críticas, por no haber sabido esperar. Pero habiéndolo pensado
seriamente, mantengo las acusaciones anteriores por estos tres motivos:
1) Ya antes reconocí que la CTI no pretendía afirmar lo que de hecho parecía afirmar.
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
2) Lo que debe inculparse a la Declaración es que lo que acaba de decir (que también es
bíblico) no lo haya dicho inmediatamente y en dialéctica con las afirmaciones que antes
discutimos. Los dos miembros de una dialéctica nunca deben dejar de yuxtaponerse.
Separarlos es dar pie a que cada uno tome aquel que le convenga y use el documento
para sus fines particulares, como está ocurriendo, o que se intente con buena voluntad
una componenda "centrista" recortando un poco de cada afirmación; una especie de
sinergismo que, en la teología de la gracia, ya hace tiempo que se reveló falso. Los dos
miembros de una dialéctica (y más de la privilegiada Dios-hombre) no se componen
recortándolos sino soportándolos (en el sentido etimológico del término) a ambos en su
totalidad. Lo que reprochamos a la Declaración es un despedazamiento de totalidades
que sirve para que las piezas jueguen un papel diverso del que debían.
"El cristiano (repetimos la última frase del párrafo anterior) está obligado a recordar
siempre que las instituciones sociales surgen de la conciencia social misma y que son
objeto de una responsabilidad moral. Quizá pueda preguntarse si está permitido hablar
de "pecado institucional" o de "estructuras de pecado", dado que el término bíblico de
pecado designa, ante todo, una decisión expresa y personal de la libertad humana. No es
imposible, sin embargo, que, por la fuerza del pecado, el desprecio y la injusticia
pueden instalarse en las estructuras sociales y políticas."
Pienso que tienen más razón quienes afirman que se debe hablar de estructuras de
pecado: América Latina es un continente en estado de "pecado mortal" institucional. La
teología de la liberación persigue la metánoia, la conversión consiguiente a este estado.
Por lo demás, la CTI sabe muy bien que "ante todo" (el pecado designa ante todo... cfr
párrafo citado) no significa "exclusivamente". Y la tradición teológica aporta
argumentos para que se pueda hablar de pecado estructural:
a) Trento reconoce que se puede hablar de pecado cuando se trata de algo que "viene del
pecado y al pecado lleva " (DS 1515). Parece que la situación de América Latina reúne
estas cualidades.
c) Parece ridículo e interesado sentir escrúpulos por la analogía que se está utilizando
aquí y no sentirlos ante el abuso de expresiones como Santa Sede". Nada hay más libre
y personal que la santidad (hasta el punto que coincide con Dios). Los miembros de la
CTI tienen ahí un combate que librar, seguramente más evangélico y ecuménico.
Todo esto es importante. Y las estructuras, hay que decirlo, tienen una geografía y una
historia. Y la. pregunta es: las estructuras de América Latina (o las de todo nuestro
mundo, en cuanto el tercer mundo es "el reverso de la historia", G. Gutiérrez) ¿son o no
son estructuras demoníacas? Y si lo son ¿es o no es obligación grave, para un cristiano
convertido, el tratar de combatirlas?
Porque, otra vez, la suavidad ante el término pecado parece dar pie a ciertas
vacilaciones con que la Declaración ha abierto este apartado: que los enunciados del AT
sobre liberación no pueden valer, en todos sus aspectos, en el orden de cosas instaurado
por el NT, porque la revelación de Cristo divide el curso de la historia, ininterrumpido,
en tiempo de la promesa y del cumplimiento, unidos por la seguridad de que sólo Dios
es liberador...
Nadie duda de que sólo Dios es liberador. La cuestión es de qué forma lo es; pero este
punto ya lo hemos tratado. Lo sorprendente es que la Declaración parece caer ahora en
un reduccionismo: el "tiempo del cumplimiento" es el tiempo histórico posterior al NT.
De repente se han olvidado de la escatología. Más correctamente debería decirse que el
NT no inaugura sin más el tiempo del cumplimiento, sino el tiempo de la puesta en
vigor irrevocable y definitivamente victoriosa de la promesa. El tiempo posterior al NT
es tiempo del ya y todavía no. Olvidar el "todavía no" sugiere tácitamente que el
cumplimiento de la Promesa termina en la revolución francesa y en la Ilustración.
Naturalmente, las consecuencias que se sacan de ahí no son desinteresadas:
"Claro está que para poder comprender esta afirmación de la fe (sólo Dios es el
liberador, dentro del contexto AT y NT) es necesario admitir que las necesidades del
hombre no están reducidas a las solas dificultades económicas y materiales."
¿En qué medida sería esto cierto si no hubiésemos olvidado que las necesidades
materiales del hombre no son sólo eso, sino también son pecado estructural? Este es el
interés que nos guiaba en la discusión anterior. Y desde aquí podemos afirmar que "sólo
Dios es liberador en el sentido genuino de la palabra" y por eso precisamente la
liberación cristiana incluye y se extiende también a las necesidades materiales del
hombre. Para ilustrar esto, baste aludir a la vinculación que Jesús establece entre sus
curaciones y el perdón de los pecados.
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
En este punto, la CTI declara que sólo puede dar la solución formal del problema. Dice
que no se pueden separar totalmente ni se puede mantener un optimismo evolucionista.
Busca, en Gaudium et Spes y en el Sínodo de Obispos de 1971, fórmulas con que
plasmar esta relación "no monista ni dualista": preparación de la materia del Reino;
expresión de la esperanza escatológica a través de las estructuras de la vida secular;
superación (o transformación) de los cumplimientos terrenales por parte del Reino; la
acción en el mundo como elemento constitutivo del anuncio de la fe.
Nada que objetar. Tan sólo, como ya dijimos, encuentra uno a faltar otras categorías,
como "anticipación", "incoación", "sacramento", etc. Quizá cabría incluir aquí las
"obras" como /ruto- de la justificación. Pero tras esta respuesta impecable, salta
nuevamente la sorpresa: aunque hay que mantener la unidad entre liberación y salvación
"hoy en día conviene más bien poner de relieve con mayor claridad y vigor lo que las
diferencia" (!). De nuevo las trampas inconscientes del lenguaje. ¿Por qué conviene hoy
subrayar la dualidad? ¿Porque favorece esto a los países opresores? O en todo caso,
quizá convenga más esto en el primer mundo. Pero la CTI no prueba en ninguna parte
esta conveniencia para el tercer mundo, para el cual parece estar hablando.
Si rastreamos el texto en busca de razones que permitan hacer comprensible esta opción,
encontraremos que se nos dan estas tres:
a) Que de esta forma será más fácil no desanimarse ante los fracasos. Pero esto no es
razón para privilegiar uno de los dos polos, sino para acentuarlos los dos: curtir ante los
fracasos y encender la posibilidad de una esperanza que no desista de la acción.
b) Que así se da más relieve al misterio de la cruz, "sin la cual no se realiza ninguna
acción verdaderamente salvadora". Esto es verdad. Pero se olvida que el pecado
humano es incluso capaz de manipular la cruz en su favor. (No sería la primera vez que
se cometen atrocidades con el crucifijo en la mano). Pero es que con esto entramos en
un terreno que supera la teología académica: de la cruz sólo se puede hablar desde la
cruz. La acentuación del elemento dualista tendría un sentido muy distinto si se hiciese
desde el mundo de los oprimidos. Ahí, en efecto, puede significar que el amor (como
categoría englobante de "toda ley") no es una categoría apacible, sino que nadie tiene
más amor que el que da la vida por sus amigos. Desde otra postura, neutral, puede sonar
(aun sin quererlo) a no tomar tan en serio esa frase del evangelio.
Hay que reconocer que la CTI ha sido consciente de sus límites, pues en un párrafo
conclusorio nos advierte de que lo que es válido para los países más desarrollados
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
industrialmente (Europa y América del Norte) no tiene el mismo valor para los
continentes y las zonas cuya población en gran mayoría sufre hambre. Esta afirmación
nos ha animado a hacer las observaciones anteriores, más válidas precisamente para el
tercer mundo. Pero, también por esto, no podemos aceptar que el Documento pretenda
concluir: "se compromete la relación fundamental que recordamos anteriormente, si se
privilegia la acción por la liberación social y política hasta el punto de relegar a un
segundo plano el culto de Dios, la oración, la eucaristía o los demás sacramentos, la
ética individual, los problemas de las postrimerías y la lucha austera que debe hacerse
en la historia contra los poderes de las tinieblas". Ante esto cabe recurrir a un texto
bastante más autorizado:
"Si cuando vas a presentar tu ofrenda ante el altar, recuerdas allí que tu hermano tiene
alguna queja en contra tuya, deja ahí tu ofrenda ante el altar, anda primero a hacer las
paces con tu hermano y entonces vuelve a presentarla" (Mi 5,23-24).
¿Cree la CTI que Mateo privilegia la acción por la liberación relegando el culto de
Dios? El primer mundo, al que pertenecen casi todos los miembros de la CTI debería
recordar que el tercer mundo "tiene una gran queja en contra suya" y después de esto
preguntarse si puede presentar sus ofrendas en el altar de la ortodoxia. Por lo demás,
¿por qué hablar oponiendo y no hacerlo integrando dialécticamente? Y en el caso de
hablar oponiendo, ¿por qué la CTI no formuló así: "Se compromete la relación
fundamental que recordamos anteriormente, si se privilegia el culto de Dios, la oración,
etcétera, hasta el punto de relegar a un segundo plano la acción por la liberación"?
3. La misión de la Iglesia
"Por su origen, por su carácter sobrenatural y por su misión religiosa, así como también
por la esperanza escatológica, la Iglesia no se vincula de manera exclusiva e indisoluble
a ninguna raza o nación (GS 48). No puede confundírsela con ningún sistema social ni
asociársela a título necesario e irrevocable."
vige es Lc 6: "ay de vosotros los ricos, felices los pobres". Así la Iglesia no "se
confunde" con un sistema social, pero está con los pobres o si se prefiere "está con
todos, pero desde los pobres", que es la única manera de estar con todos, como escribí
en otra ocasión. También vige en circunstancias relativamente ideales que "la reforma
del orden social y político incumbe a los laicos", cosa que reconoce el documento
cuando dice que, con todo, a veces la Iglesia, en su globalidad, no tiene derecho a
callarse o puede verse obligada a hablar cuando la dignidad humana y los derechos
elementales del hombre son pisoteados. Y añade que "es imposible evitar totalmente
entre cristianos controversias en materia social y política". Sólo que no cabe enmascarar
estas diferencias apelando al slogan tranquilizador de que "lo que une a los fieles es más
fuerte que lo que los separa". Esto vale a nivel de lo vivido en la fe no al nivel de lo que
debe afrontarse en la realidad: si Jesús es signo de contradicción, quizás hay que decir,
más bien, que lo que une a los fieles es lo mismo que los separa. En efecto, lo que unía a
Jesús con los judíos (la apelación a Yahvé) ¿no fue más bien lo que les separó? ¿No fue
toda la vida de Jesús una controversia sobre Dios? Porque después de Jesús ya no se
trata de hablar de Dios, sino de qué Dios y de qué Cristo se habla. Por eso no nos vale la
conclusión que de la frase anterior se saca.
"Se pone seriamente en peligro la unidad de la Iglesia si las diferencias que existen entre
las "clases" sociales son asumidas en el sistema de la 'lucha de clases'."
Si la CTI cree de veras que las diferencias que de hecho existen entre las clases son algo
tan natural como las diferencias climatológicas y no tienen algo de lucha, o mejor de
agresión - y agresión comenzada por la clase poderosa- entonces contradice varias de sus
palabras anteriores. Si no lo cree, es difícil comprender cómo se separa "el sistema de la
lucha de clases" de la "realidad de diferencia de clases" existente. Nos tememos que el
temor por la unidad eclesial sea la forma ideológica de enmascarar otro temor no
confesado o no reconocido.
Desde aquí se matizan o complementan otras afirmaciones unilaterales del final del
Documento. Que haya que "evitar que las opiniones en materia social y política
prevalezcan de tal modo que cristianos con opciones diferentes dejen de celebrar juntos
la eucaristía o se excluyan mutuamente de ella", es un problema grave. Pero los
principios claros se oscurecen ante las concreciones: en muchos casos las opciones no
son diferentes sino enemigas. La carta de Santiago aborda mejor el problema cuando
dice que lo que el rico debe llevar a la Iglesia es su humillación (1, 10) y sólo así,
perdonado, puede celebrar la eucaristía.
Otra verdad deformada es la de que "el anuncio cristiano de la salvación debe ser
llevado a todos los hombres, incluyendo ricos y opresores. La Iglesia no puede excluir a
nadie de su caridad". Aquí se omite decir que sí a todos, pero de modo distinto: a los
ricos denunciando su pecado para ofrecerles después la salud; a los pobres liberándoles
de su opresión concreta para de ahí llevarles a la conversión de su pecado (cfr Jn 8, 7-
11; Lc 19, 1-10).
CONCLUSIÓN
La Declaración se queda muy por detrás de Gaudium et Spes, de Medellín y del Sínodo
de Obispos de 1971. Un europeo debería reconocer que los teólogos sudamericanos
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
tienen motivos para estar dolidos. Dicho esto, el autor pide perdón por la mordacidad, la
ironía y la dureza de su crítica: la minuciosidad del trabajo analítico es tan fatigosa que
provoca la descarga de agresividades. Y sobre todo, el Documento resulta doloroso: una
opción de fondo más allá de su pretendida neutralidad, que se traduce en subrayados
unilaterales, implícitos, sugerencias, observaciones, conclusiones que necesariamente
sacarán los lectores...
Todo esto es muy serio porque suscita el temor de que la CTI no haya sido arrastrada
por una maniobra que pretende "acabar con Medellín" "interpretándolo válidamente".
2) Todo esto implica mantener la relatividad de los análisis asumidos, sin tratar de
bendecirlos teológicamente. Y aquí puede ser bueno poner en guardia frente a cierto
simplismo: ante la brutal problematicidad de la realidad, la dureza de la condición
humana radica en que ni siquiera la infinita razón que tiene la teología de la liberación
la exime del esfuerzo de seriedad típico de toda empresa humana. Las buenas
intenciones, según Teresa de Avila, sólo sirven para pavimentar el infierno.
Si estas tentaciones se evitan, entonces la fraternidad que es capaz de crear la opción por
los condenados de la tierra, y la fe que es capaz de crear el Dios que se manifestó como
Dios de los oprimidos, y que sigue presente en ellos e identificado con ellos mientras
los hombres produzcamos opresión, esa fe y esa fraternidad pueden dar lugar a la
experiencia de una esperanza invencible, que es más fuerte que los dólares que apoyan a
los intentos teológicos contra las teologías de la liberación. Una esperanza que llega
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
hasta poder decir, sin ninguna clase de presunción: "si Dios está por nosotros, ¿quién
contra nosotros?" (Rm 8, 31).
La opresión presenta siempre dos caras: por un lado, está el señor, el explotador; por el
otro, el esclavo, la víctima. El opresor es inhumano; el oprimido es deshumanizado. La
opresión destroza la humanidad en los dos lados, pero de distinta forma: a través del
mal, por un lado; a través del sufrimiento, por el otro. De ahí que el proceso de
liberación deba emprenderse en ambos lados: liberar a los oprimidos del sufrimiento de
la opresión ha de ir unido a la liberación de los opresores del pecado de opresión. De lo
contrario, no hay liberación para la libertad. Pues la meta no puede ser otra que una
comunidad humana no angustiada, abierta, sin opresores ni oprimidos. La liberación de
los oprimidos es una obligación moral, y en muchas ocasiones evidente, al menos para
los oprimidos. La liberación de los opresores, en la mayoría de los casos, no es evidente,
al menos para los opresores. Están ciegos: no ven el dolor que ellos causan a sus
víctimas. Están ofuscados y justifican su infamia con muchas razones. Por esto la
liberación de los opresores es una experiencia que supera la buena voluntad: el señor
debe morir para que el hermano pueda nacer.
Teologías de la liberación
Es lamentable que no haya surgido una teología de la liberación desde el otro lado de la
opresión. El hecho de que nos dejemos sorprender o entretener por la teología negra,
feminista o socialista, el mostrarnos tolerantes ante sus presiones es una muestra de
cerrazón, no de inteligencia. Y la razón está en que nosotros, miembros del mundo
blanco y machista de las clases medias quisiéramos reconocer la necesidad de liberación
de los otros, pero no queremos reconocernos como sus "opresores". Tenemos buena
voluntad, pero ninguna idea. Queremos ser liberales y con ello desperdiciamos nuestra
propia liberación. Pero quien quiera liberar a los oprimidos ha de empezar por dejar de
ser un opresor. Ha de liberarse a sí mismo. No es cosa de mala conciencia. Es más bien
la conversión hacia el propio futuro.
JÜRGEN MOLTMANN
Ahora bien, como la mayor parte de los hombre somos "oprimidos opresores", es
importante reconocer la necesidad de liberación en ambos lados de la opresión.
Racismo
Aunque esta definición no sea completa, lo importante es que en ella se puede captar lo
fundamental del racismo: las características de la propia raza se identifican con las del
ser humano en cuanto tal ser humano significa ser blanco. Los hombres de otras razas
son infrahumanos. "Vienen de los monos", decían antes. Están "infradesarrollados",
decimos hoy. El sentimiento de autovaloración de las características propias de la raza
se apoya en el color de la piel. Y todo ello conduce a la legitimación del derecho a
dominar: la raza blanca o nórdica está destinada á dominar a los otros pueblos
("mestizos", "esclavos" o "infradesarrollados"). En el racismo, la propia identidad se
define por dis criminación de las otras razas. La identidad racista es negativa, crispada,
agresiva.
agresiva "como hombres"; y 2) si una "redistribución del poder" (de los poderosos a los
impotentes y oprimidos) da a todos y en la misma medida las oportunidades
económicas, legales y políticas para la realización de su humanidad.
Sexismo
Por sexismo masculino entendemos el dominio del hombre sobre la mujer, en virtud de
unos privilegios que él descubre en su masculinidad. Es el orgullo por el propio sexo, el
privilegiar las características del sexo masculino en la cultura, el convencimiento de que
estas características son fundamentalmente de naturaleza biológica, algo
predeterminado; Todo esto unido a un desprecio por la mujer (sexo débil), a la
infravaloración de las propiedades "femeninas" y la exclusión de la mujer de una plena
participación en la vida de la sociedad.
El patriarcado surge del sexismo masculino. Y con el patriarcado comienza "la historia",
entendida como "lucha por el poder". En efecto, en culturas matriarcales anteriores,
"pre-históricas", la "lucha por el poder" no había existido. El patriarcado, en cambio, fue
agresivo desde el principio.
Fundamentación mítica
La cuestión de fondo
Como vemos, las características del sexo masculino son usadas para su
autojustificación: ser plenamente humano significa ser varón. La mujer es tenida por un
ser humano de segundo orden y menores capacidades. Las características "femeninas"
son infravaloradas. El predominio del hombre sobre la mujer se legitima por el sexo.
También aquí sucede que la propia identidad se busca a través de la discriminación del
JÜRGEN MOLTMANN
otro sexo, y resulta una identidad negativa, agresiva. El hombre se define diciendo que
no es "ninguna mujer", ni se dejará "feminizar", como decían las asociaciones
masculinas que identifican feminidad con debilidad.
Capitalismo
El pecado original
En la doctrina cristiana del pecado original hay cuatro dimensiones que no pueden
abandonarse: 1) el hombre no sólo tiene pecados, sino que es pecador; 2) el pecado no
es una falta moral, sino una necesidad, una coacción, una esclavitud de la voluntad; 3) la
existencia fallida es universal; 4) la doctrina del mal como pecado es una doctrina de
esperanza: el pecado no es el destino del hombre, sino su historia. Es superable. El
pecado no pertenece a la moral ni a la tragedia. El pecado original es un amor
malogrado a Dios.
Consecuencias teológicas
Lo último que hemos dicho significa teológicamente que el hombre ha sido creado para
Dios. Dios es la felicidad del hombre y el amor sin fronteras del hombre es la alegría de
Dios. Cuando este amor de capacidad infinita se dirige a seres finitos surge el fracaso.
El amor que ha perdido a Dios se convierte en una obsesión insaciable y destructora: la
obsesión de dominio y la pasión del poseer. El amor que no encuentra satisfacción se
convierte en miedo. El amor defraudado en sus esperanzas se convierte en afán
destructor. De esta forma llega a expresarse la ira de Dios, que no es más que su amor
despreciado: no como castigo moral, sino como abandono: "por eso Dios los entregó" a
su mente insensata (Rm l, 24.26.28). En la historia, culpa y juicio van, juntos: los
hombres que abandonan a Dios son a su vez abandonados por él, que se hace notar en
su ausencia. Por esto el amor fallido a Dios es, en el mundo, una pasión infeliz que
propaga la muerte. El amor fallido es el terror en medio del terror de la historia.
JÜRGEN MOLTMANN
Consecuencias psicológicas
De ahí se sigue, psicológicamente, que la esencia del hombre histórico es una pasión
por el amor. El miedo y la agresión que dominan la historia humana son formas de este
amor. "Por causa de este amor se cometen todos los crímenes y se hacen todas las
guerras, por su causa aman y odian los hombres... El hambre insaciable de los
dictadores, hambre de poder, dinero y posesión es en verdad amor a Dios" (Ernesto
Cardenal, Vida en el amor). El pecado no es más que la perversión del amor a Dios. Por
ello el hambre de poder es insaciable y la voluntad de sometimiento no tiene límites.
Esta dimensión religiosa debe ser captada en los fenómenos o manifestaciones de
inhumanidad: de lo contrario, es imposible captar la violenta pasión que hay en ellas.
Lutero formuló así la liberación de los opresores: "A través del señorío de su humanidad
o de su carne, que actúa en la fe, nos hace conformes a él, nos crucifica, y de ídolos
infelices y orgullosos nos hace verdaderos hombres, es decir, pobres y pecadores.
Porque en Adán habíamos subido hasta la semejanza con Dios, por esto bajó El hasta
nuestra semejanza para llevarnos al conocimiento de lo que somos. Este es el reino de la
fe en el que domina la cruz: la divinidad, que queríamos arrebatar en forma perversa, es
rechazada, y la humanidad y la vulnerabilidad de la carne, que nosotros abandonamos
en forma perversa, nos es devuelta" (WA 5, 128).
La fe
La humanización de los opresores se hace por la fe, por la que el opresor descubre al
Dios hecho hombre, y en él aquella humanidad que él oprime, persigue y destruye en sí
mismo y en los demás. Se descubre a sí mismo en el crucificado: Ecce Homo! Descubre
a Dios, a quien ama desesperadamente, en las víctimas que él, por odio ha oprimido y
asesinado. El Crucificado pasa a ser, para él, la verdad del hombre en un mundo
inhumano, y la verdad de Dios en un mundo sin dios. En el dolor de Dios en la cruz
acaba la agresión del pecador. En esta pasión de Dios se revela el amor de Dios por una
JÜRGEN MOLTMANN
La historia de la lucha de los hombres por el poder es, al mismo tiempo, la historia de la
pasión de Dios. La lucha desesperada por el poder acaba cuando el hombre reconoce el
sufrimiento infinito de Dios, que el mismo hombre acumula sobre sus víctimas. Con
este conocimiento el hombre se libera de la angustia y de la coerción a la agresión; y es
cogido por la pasión divina que soporta este dolor. Es verdad que de parte del hombre la
historia es lucha de clases, de razas y lucha por el poder; pero es mucho más verdad que
también es la historia de la Pasión divina: la historia del sufrimiento y de la pasión de
Dios por la libertad del hombre y su comunidad sin trabas con toda la creación.
Lo que el creyente hace entonces es, según el racismo, una "deshonra para la raza";
según el sexismo masculino, es algo "femenino" y, según el capitalismo, una "traición
de clase". Y es que evidentemente no hay solidaridad con las víctimas de estas
opresiones sin "traición". Quien se solidariza con las víctimas se hace enemigo de los de
sus propias filas, se hace traidor. Es un "extranjero en su propio pueblo", se pasa
socialmente a "tierra de nadie". Y sólo por medio de esta extranjerización puede mostrar
a los opresores la auténtica patria de la humanidad, puede dar testimonio del amor de
Dios, vive en el seguimiento de Cristo, dilata la esperanza y trabaja por la vida contra la
muerte.
Dos ejemplos
1) Cuando el Reich alemán estaba dominado por la locura de la raza, los judíos fueron
marginados de la vida social. Les fueron quitados su puesto de trabajo, sus derechos, sus
bienes, su libertad y finalmente su vida. Quien compartía la vida con ellos era acusado
de "deshonrar la raza" y a menudo sufría idéntica marginación. Muchos lo hicieron
voluntariamente. Fueron acusados de "traidores al pueblo" y condenados.
JÜRGEN MOLTMANN
Hasta nuestros días, la historia ha entendido siempre la libertad como dominio, como
señorío, y me temo que nosotros, oprimidos u opresores, difícilmente podremos
liberarnos de este malentendido. La historia del lenguaje demuestra que el "libre"
siempre se ha definido frente al "esclavo". En la sociedad de esclavos, libre lo es sólo el
señor. G. Gutiérrez define también así la libertad (Teología de la Liberación): es una
"conquista histórica". Entender la libertad como conquista o señorío significa que sólo
se puede ser libre a costa de los demás. El liberalismo otorgó a todos el derecho a la
libertad. La libertad de cada uno tiene sus límites en la libertad de los demás. Esta
manera de ver las cosas hace que unos vean en los otros los concurrentes, si no los
limitadores de su libertad. La sociedad así concebida es una sociedad de individuos
aislados. En el fondo lo que sucede es que estamos ante la "no- verdad" de la libertad.
La verdad de la libertad
Los opresores sólo emprenderán su "larga marcha" hacia la verdadera libertad, si llegan
a comprender en qué cárcel y a qué desgracias les ha llevado el haber pervertido la
libertad en señorío.
El verdadero ser libre consiste en una comunidad sin trabas, solidaria y abierta con los
otros hombres, con uno mismo, con la naturaleza y con Dios.
Notas:
*
N. de R.-Este artículo acaba de aparecer también en su lengua original en Evangelische
Theologie, 38 (1978) 527-538.
Das eschatologishe Heil Gottes und die Weltverantwortung, des Menschen. Ein
Gesprächsbeitrag. Geist und Leben, 50 (1977) 18-30
Si esta hora de la historia que vivimos puede caracterizarse con la palabra "liberación",
"emancipación" global, parece natural seguir el hilo bíblico de esta palabra, lo cual ha
resultado tentador para toda "teología política", en especial para la "teología de la
liberación" latinoamericana. A menudo se saca a la teología neotestamentaria de la
liberación de su contexto (escatológico) en el NT, y se la interpreta desde las categorías
veterotestamentarias (intramundanas) de la liberación.
Tras la lectura del AT, resulta sorprendente el silencio de los escritos neotestamentarios
en esta cuestión; parece como un enmudecimiento repentino y total. Pero es tan
característico del NT, que sólo desde su profundidad podemos, en cuanto cristianos,
escuchar también la viva elocuencia del AT en torno al compromiso en el mundo, sin
pretender cubrir con ella ese silencio.
a) Sin embargo, para Jesús y la Iglesia naciente, este cambio de eones está ya presente
en germen; la plena consumación se aguarda con tensa expectativa de un futuro no
demasiado lejano. Pero esta "conciencia de cumplimiento" difuminó a los ojos de los
primeros cristianos toda futurología intramundana, que parecía haber quedado clavada
en la cruz con Cristo, así como la responsabilidad cristiana respecto a un mundo cuyo
"papel está acabando" (1Co 7, 31). O al menos no permitió que surgiesen utopías
intrahistóricas y acciones sociales comprometidas.
a) Ya en la época del NT, la Iglesia tenía por su propia esencia un dinamismo universal
y público. No era una secta, pese a presentar la forma de una "fraternidad introvertida".
Sin una gran capacidad de comunicación, como corresponde a un estadio embrional,
vivía de su poderosa experiencia primera: la nueva vida requería una cierta protección,
una distancia del mundo.
b) Algunos indicios, sobre todo del "nuevo movimiento juvenil" de los últimos años,
permiten barruntar lo siguiente: la Iglesia y los cristianos, en una pasión proexistente o
una contemplación olvidada de sí (¡y no buscándose a sí mismos!) deberían vivir hoy en
un nivel de profundidad, en que volviesen a resultar interpelantes para los espíritus más
inquietos y los anhelos más hondos de nuestro tiempo, marcando a la vez un necesario
correctivo social y sentando así bases de futuro. Muchas de las cosas que, en un juicio
superficial, se esperan de la Iglesia y de los cristianos son tanto más desacertadas,
cuanto que los funcionarios y las instituciones profanas hacen eso incomparablemente
mejor. Quizá la Iglesia debería automarginarse más dentro de la humanidad occidental,
ya de por sí cada vez más alejada de ella, para en muda "contentación" poder responder
de nuevo a los requerimientos: aquí podría estar su más efectivo servicio a la
supervivencia de la humanidad en el milenio que se avecina.
a) En tiempos del NT, el mundo conocido estaba reunido en un Imperio poderoso; como
factor unificante a nivel ideológico, cultural y religioso había ido surgiendo una
apoteosis del estado. Es claro que en ese ambiente no podía darse una actividad
reformista, ni menos revolucionaria, sino a lo más una vigilancia clarividente y un
discurso conminatorio y consolador de clave apocalíptica; también una táctica prudente
para evitar choques innecesarios (cfr, p.e., los escritos de Lucas).
Jesús y los cristianos pneumáticos primitivos fueron tanto más sensibles a esto, cuanto
que estaban rodeados por el fanatismo religioso de sicarios y zelotas. Jesús se resiste a
asumir el papel de Mesías regio (Jn 6, 14; 12, 12-19) y no se siente llamado a calmar el
hambre terreno (Jn 6, 26s). El Apocalipsis se "resigna" ante los poderes anticristianos
que están surgiendo en el Imperio, o mejor, se abre paso hacia una serenidad bien
activa: "¿Quién puede combatir contra ella (la bestia)?" (13, 4). Cuando esos poderes
del mal lleguen a su punto culminante (y de ese momento se habla) sólo serán
derrotados por "la victoria y el poderío y el reinado de nuestro Dios y... la potestad de su
Mesías" (12, 10).
b) Sólo un espíritu profético iluminado puede reconocer en cada momento hasta qué
punto el entorno está dominado por estructuras totalitarias, que recomiendan más un
amoroso aguante que una acción indignada; ello depende del juicio, ya no racionalizable
por completo, de hasta qué punto es ya "el momento final" en que "se han presentado
muchos anticristos" (1Jn 2, 18). No olvidemos que el Apocalipsis nos proporciona
visiones de futuro para la hora del anticristo, y que en el tiempo en que fue escrito no se
daba ya en toda su crudeza el totalitarismo descrito: a finales del siglo I, y pese a todas
las absolutizaciones políticas e ideológicas, el Imperio conoció una vida ampliamente
pluralista, que no determinaba tan sólo la interiorización del mensaje cristiano. En
nuestro mundo, seguiremos una marcha plural, hasta que llegue el final de los tiempos y
HEINZ SCHÜRMANN
b) Ese cambio radical, que se hace presente en Jesús y en el cristianismo primitivo, hace
que las afirmaciones del AT sobre la liberación intrahistórica no se inserten sin solución
de continuidad en las situaciones del NT. ¿Hasta qué punto conservan para nosotros un
cierto valor enunciativo? Sólo en este sentido: Dios quiere y efectúa la salvación global,
incluyendo el aspecto cósmico y social. Pero de modo pleno sólo la realiza en el eón
venidero, no ya en esta tierra y en el curso de la historia. La actuación de Israel puede
asumirse como "ejemplar" sólo con muchas reservas, puesto que escapa al horizonte
escatológico antes mencionado, ya que la continuidad de la historia de la salvación se
escinde en la discontinuidad del tiempo de la promesa y el tiempo del cumplimiento.
HEINZ SCHÜRMANN
Los grupos críticos suelen resaltar el comportamiento de Jesús como modelo ético. Ello
es enteramente falso, cuando entienden a Jesús como un revolucionario social al estilo
"zelota"; correcto, en cambio, cuando se pone de manifiesto la relevancia ética de su
conducta en un sentido "paradigmático", como un ejemplo a asumir permanentemente.
Veamos algunos puntos de apoyo.
a) El mensaje de Jesús sobre el reino de Dios es una utopía real de tipo escatológico,
que comporta también aspectos cósmicos y socio-políticos. (Aunque está concentrada
en la salvación de Dios, y por tanto "personalizada", ha sido en el curso de la historia
inspiración y estímulo permanente de programas sociales). Pero no se puede traducir,
sin más, a esa dimensión intrahistórica. Al contrario: precisamente por mantener en pie
la "diferencia escatológica", es capaz de quitar su "crispación" a las ideologías y a los
programas de acción intramundana, de desinstalarlos o, positivamente, de
personalizarlos y humanizarlos.
En conclusión podemos decir que del cambio de eones debe surgir un cambio de vida
(cfr Mc 1, 14s). La salvación cercana la entiende Jesús también en sus aspectos
cósmico- natural y socio-económico, pero centrada como salvación de Dios "para
nosotros", en sentido personal-existencial. En su comportamiento, aparece ya ese
aspecto cósmico y social como signo, y, por tanto, como un paradigma ético vinculante.
Pero su predicación está enfocada a la salvación personal; ésta es la que se debe recibir.
Sólo gracias a que Dios se vuelca sobre Israel y sobre cada israelita en la acción
salvífica de Jesús, y, por tanto, gracias a la conversión personal del individuo, Israel se
convierte en el pueblo del reino, y con Israel también el cosmos y la historia humana
son llevados a la salvación escatológica.
Los motivos internos y externos que "cegaron" la visión de la Iglesia naciente para las
tareas del mundo, ¿hasta qué punto conservan relevancia para la Iglesia actual? Si
reflexionamos la irrupción "triádica" del éschaton en su hondura trinitaria, en cuanto al
"plus" personal de las tres personas divinas entre sí y hacia fuera, podemos deducir con
gran probabilidad una relevancia social o sociocrítica de ese "plus". La salvación
escatológica de Dios, el compromiso kenótico amoroso del Hijo y el impulso del
Espíritu (1) activan el amor del cristiano y constituyen una fuerza social y sociocrítica
decisiva. El compromiso cristiano consiguiente (2) puede servirse de utopías sociales y
programas de acción, con tal de que -en el fin y en los medios- se preserve su estructura
personal de amor.
HEINZ SCHÜRMANN
Arrancando del precepto del amor, la parénesis de Jesús y del cristianismo primitivo se
vuelve con frecuencia muy crítica respecto a la sociedad: mencionemos tan sólo las
invectivas contra los ricos e instalados, la toma de postura en favor de los pobres y
débiles y la exigencia universal de ayuda y desprendimiento. Una consecuencia
inmediata de dicha parénesis es que no sólo se produzca un cambio de mentalidad en las
personas y grupos interpelados por esa predicación, sino que también con el correr del
tiempo haya un cambio de las estructuras sociales.
Las afirmaciones contrarias expresadas en los dos párrafos últimos hay que pensarlas en
complementariedad. Si el amor está por su propia esencia abierto a tareas e
institucionalizaciones públicas, no hay que desechar, sin embargo, su cercanía
HEINZ SCHÜRMANN
Valoración final
1. El silencio de la Escritura respecto a las tareas en el mundo, que tenía sus motivos
internos y externos, ha aparecido como un "silencio elocuente". A una "teología
política", le proporciona, desde luego, "modelos de comportamiento" ponderables, pero
no programas políticos, sociales y económicos concretos; sí, en cambio, fuertes
impulsos (explícitos e implícitos) en orden a un compromiso social y sociocrítico,
impulsos para a la vez actuar en amor y aguantar en amor, según el momento y las
circunstancias.
4. Lo que no tendría duda, tanto para la Iglesia como para los cristianos individuales, es
la tarea del distanciamiento en la actual alienación. Ya se sientan llamados activamente
a una pasión contemplativa-amorosa o pasivamente a una acción amorosa-proexistente,
el efecto de distanciamiento surgido desde una hondura espiritual les sería mucho más
conveniente desde la base de la cruz de Cristo, y también mucho más provechoso
precisamente para el mundo actual, que todos los intentos de una falsa adaptación "a los
tiempos" y de una "colaboración" íntima. La tarea de hoy podría ser, pues:
"aggiornamento desde el distanciamiento".
Notas:
1
El autor trata más ampliamente este tema en su estudio "Salvación escatológica de Dios
HEINZ SCHÜRMANN
Una teología del Tercer Mundo -y en nuestro caso, una teología africana- debe ser
desarrollada por los africanos y para los africanos. Nadie puede hablar en su nombre.
Sin embargo, durante siglos, los europeos han hablado en nombre de los africanos.
Poco sabemos, desgraciadamente, sobre las culturas africanas anteriores al siglo XV. A
través de investigaciones hechas por europeos se conoce que existía una cultura africana
con características propias. Pensemos, a título de ejemplo, en civilizaciones como
Egipto o Etiopía, o en al importancia de las comunidades cristianas en los primeros
siglos, o en el desarrollo económico, social y humano de las tribus centro-africanas.
Globalmente podemos decir que en los pueblos africanos, a partir del siglo I y antes de
la llegada de los europeos, el sistema económico estaba basado en una agricultura en
evolución, con la incorporación del hierro y el cultivo de los cereales. Esta evolución
económica llevaba consigo un cambio en las estructuras sociales, realizándose el paso
de comunidades familiares a comunidades más amplias. La vida social se caracterizaba
por el desarrollo de la gran familia, en la que los ancianos estaban presentes, y por el
sentido comunitario de las tribus, siendo la tierra propiedad de la comunidad.
Esta época que abarca desde las primeras exploraciones portuguesas (1441) hasta el
tratado de Berlín (1885), fue para Europa la era del mercantilismo, de la revolución
industrial, del desarrollo del capitalismo y del imperialismo. Para Africa, el período más
triste de su historia: saqueo, explotación, devastación y comercio de esclavos.
SERGIO TORRES GONZÁLEZ
A partir del descubrimiento de la riqueza en oro, plata y productos tropicales que los
europeos hallaron en América, juntamente con la necesidad de mano de obra, pues la
americana había sido exterminada, se organizó, especialmente desde Inglaterra, el
tráfico de esclavos de Africa a América. Las condiciones en que se desarrollaba era
terrible; sólo a modo de ejemplo, diremos que morían durante el viaje un promedio de
un 30 % de esclavos.
De este modo se iba logrando una pérdida progresiva de las fuerzas de trabajo en Africa,
un desarrollo en Europa y en EE.UU. -nuevas industrias navales, pesadas, actividades
bancarias, etc...- y una alteración de la economía africana.
Esta nueva situación económica y social necesitaba una expansión. El tratado de Berlín
supuso el reparto de Africa, excepto Liberia y Etiopía, por los países europeos. La
esclavitud fue sustituida por el colonialismo. Ya no se trataba de una explotación
directa, sino indirecta. El fin principal era repatriar los bienes a la metrópoli. Europa
volvió a desarrollarse a costa de Africa. Se construyeron servicios diversos (escuelas,
hospitales...) en el continente colonizado, pero siempre en beneficio de los intereses de
los colonizadores.
La educación, por ejemplo, era europea. Se proponía como ideal cultural el occidental.
Otras formas de explotación, a menudo olvidadas, eran aquéllas más ideológicas y más
psicológicas, como el racismo, en el cual la diferencia de color delimitaba el distinto rol
que ocupaba el explotador y el explotado, o bien la discriminación social y humana de
la mujer. Europa no ayudó a que la mujer africana dejase de ser explotada y si tenía
algún derecho, lo perdió.
1. la esclavitud
con el pecado y con la sumisión del mundo al orden divino. La maldición de Cam (Gn
9, 20-27) constituía la justificación bíblica. Si la esclavitud era un mal ¿por qué Dios la
había autorizado en la Escritura y la había permitido en casi todas las naciones?
Es difícil evaluar el rol de los misioneros durante estas épocas, ya que nadie duda de su
buena voluntad y de su compromiso cristiano. Tendrán que ser los africanos los que
juzguen todo ello. De todos modos, los juicios que ya se emiten por los teólogos del
Tercer Mundo apuntan al hecho de que, sin negar su entrega y la realidad innegable de
muchos aspectos positivos, los misioneros no pudieron evitar la ambigüedad histórica
de su situación, siendo cómplices y legitimadores de las injusticias que comportaba la
colonización, actuando de este modo como atenuantes del mensaje de Jesús, al no ser
sensibles a la agonía de razas enteras.
Los teólogos y cristianos del tercer mundo han ido descubriendo durante los últimos
quince años que las teologías recibidas no eran universales, sino -por el contrario-
occidentales, europeas, y blancas. Estas son todavía las dominantes en las iglesias del
Tercer Mundo y representan una forma de dominio cultural. Pretendemos ahora
contribuir a la clarificación de aquellos aspectos que son ideológicos en estas teologías.
obreros industriales o de los campesinos por la burguesía, siendo de este modo cómplice
del sistema internacional de explotación a través del colonialismo.
A) en la edad moderna
A partir del siglo XV, que coincide con los grandes descubrimientos y la colonización,
al desintegrarse la unidad medieval de la cristiandad occidental y desarrollarse el
humanismo renacentista, la cultura occidental europea tuvo que organizarse según
nuevos modelos. Las teologías tuvieron que enfrentarse a nuevos desafíos.
B) respuesta de la teología
cuestión relevante va que su situación no cambiaba. Para los blancos podía referirse, en
todo caso, al cielo, pero no ciertamente a esta tierra.
En resumen, podemos decir que la teología, salvo raras excepciones, ha jugado un rol de
legitimación ideológica de unas injusticias, nacidas de un modo de producción
económica, tanto en los continentes "ricos" como en los "pobres" dependientes de ellos.
Si no se quiere caer en los errores del pasado, la teología del Tercer Mundo debe
dirigirse a los pobres y a los oprimidos de hoy, que son los países del Tercer Mundo. La
esperanza política de estos países se llama instauración de un nuevo orden económico
internacio nal. Esta esperanza no puede, obviamente, plantearse al margen de los países
del Primer Mundo. La historia de los esfuerzos realizados a nivel mundial, en orden a
lograr un mundo más justo, no es extrínseca a la elaboración de unos criterios de
autenticidad para la expresión de la teología.
Esta nueva epistemología debe ser aplicada a la "verdad revelada" del cristianismo. En
efecto la verdad teológica no es sólo el conformar la mente a la revelación, es también
el discernimiento del mal actual en el mundo y en los corazones, a la luz del mensaje del
evangelio, y el descubrimiento del movimiento de la historia de la redención y de la
liberación. La verdad divina es fuente de redención, pero la norma de verdad teológica
viene del papel jugado en el proceso de construcción del mundo.
Una teología del Tercer Mundo debe intentar aplicar a su búsqueda y a sus esfuerzos de
formulación este modelo de aproximación epistemológica.
SERGIO TORRES GONZÁLEZ
Una teología del Tercer Mundo cree que las viejas disputas que han dividido a la Iglesia
ya no son relevantes. Así pues, existe un cambio de intereses y un cambio de método en
la teología. En el pasado, las teologías tradicionales ventilaban sus diferencias en el
interior de las estructuras eclesiásticas. Hoy, sin embargo, y sin dejar de valorar los
esfuerzos ecuménicos, es preciso poner el acento en el significado que tiene la palabra
de Dios como juicio y como gracia en la historia, tanto personal como colectiva. De este
modo el ecumenismo se sitúa en una nueva perspectiva.
b) UNCTAD, 1964
c) OPEC, 1973
El poder para negociar aumenta en los países del Tercer Mundo, gracias a la alarma del
petróleo y a la representación de los países pobres en las Naciones Unidas. Habían
pasado de 77 países (en 1964) a 110. Como una nueva mayoría en la Asamblea gozaba
también de un peso político. Representó un impacto decisivo en cuestiones clave, como
la crisis alimentaria o la de fertilizantes. Este control mayor, aunque insuficiente,
provoca una reacción de Occidente. Se reconoce el fenómeno de la interdependencia y
se reclama por parte de todos una colaboración entre los países desarrollados y en vías
de desarrollo. Sin embargo, los países ricos mantienen su poder a través de las
multinacionales.
Convocada para estudiar "por primera vez los problemas de las materias primas y del
desarrollo". Presentó un programa político para rechazar la acusación que el mundo
industrializado hacía a la OPEC de haberse inhibido del desarrollo económico y de
haber causado la peor recesión mundial desde los años 30. La sesión aprobó un
SERGIO TORRES GONZÁLEZ
f) UNCTAD IV (1976)
Los diálogos entre los países "pobres" y los países "ricos" están en un punto muerto. No
se está de acuerdo en las bases de discusión. Todo ello supone una derrota para los
países del Tercer Mundo. Deberemos sufrir como sufrió Jesús de Nazaret en Getsemaní.
¿Sufren los cristianos del Primer Mundo cuando ven que sus países se oponen a las
demandas de los pobres? ¿Nosotros, cristianos del Tercer Mundo, sufrimos? ¿O quizás
ignoramos que existe una vez más la "trata de esclavos" y que los recursos del Primer
Mundo provienen del Tercer Mundo? ¿Sigue en nuestras iglesias la preocupación por
un determinado tipo de problemas y olvidamos las causas de la opresión de los pobres?
Sin embargo, creo que hoy Dios está llamando a las iglesias, a los teólogos, a los
creyentes a participar en este proceso de liberación. La llamada es para todos, para los
del Primer Mundo y para los del Tercer Mundo. El formar parte de los países en vías de
desarrollo no significa estar ya salvado y estar limpio de todo pecado. El papel de los
cristianos, en cuanto tales, no es el de aportar soluciones técnicas, sino de conversión y
de denuncia. Está en juego nuestro testimonio cristiano y nuestra obediencia evangélica.
Este es el desafío que se nos hace. Este es el modo como hemos de leer los signos de los
tiempos.
Tradujo y extractó: PERE BORRÀS
HANS URS VON BALTHASAR
Estos métodos orientales de meditación consideran el estado de creatura finita como una
alienación, una caída de lo absoluto; y, a su vez, el ser analógico de la creatura como
una oposición al ser verdadero y puro; por tanto, como una simple apariencia que debe
HANS URS VON BALTHASAR
ser superada. O, en el caso en que se insista en afirmar como existente aquello que
pertenece al mundo, entonces se tendrá que designar como "no-ser", nirvana, aquello
que es absoluto. Lo finito tiene que superar sus límites, negarlos, dejarlos tras sí, para
unirse al absoluto.
La religiosidad pagana no sabe en esta fase, ni puede saber, que el ser finito no es el que
va hacia el infinito inmóvil, sino que el Dios vivo de Abraham, de Isaac y de Jacob es
quien gratuitamente llega hasta el hombre encerrado en su contingencia. El "Dios
desconocido" reveló a Moisés sus secretos y estableció así una alianza con el pueblo
escogido. La alianza pactada permite descubrir la semejanza de la creatura con Dios, de
lo finito con lo infinito.
Sin embargo, este acercarse Dios sólo se realiza por completo con la encarnación del
Verbo. Dios no sólo se ha puesto definitivamente de parte de los hombres y ya no habla
desde fuera y desde arriba, sino que puede manifestar como de un "tú" a otro "tú", en el
lenguaje de una existencia completamente humana, su divinidad interior, su amor
eterno, hasta la locura de la cruz; y después de triunfar de la muerte, resucitando, nos da
su espíritu que por la fe deja entrever el último misterio: su trinidad que sólo podía
hacerse patente a través de esta encarnación del Hijo, enviado por el Padre por medio
del Espíritu.
La imagen de una boda, frecuentemente usada para expresar la relación de Jahvé con
Israel en la antigua alianza, se renueva en la encarnación del Verbo y en su unión con el
nuevo Israel, la Iglesia, como su "cuerpo" y su "esposa" (cfr Ef 5,32, Gn 2,24). La
encarnación significa el modo más sublime de que el amor sea concreto; es una fiesta
nupcial cuyo punto culminante es la cruz, donde Cristo se dejó traspasar por el pecado
del mundo (¡y de la Iglesia!) para darnos sus sacramentos corporales, agua y sangre.
Cambio admirable, como dicen los Padres, irreversible en lo histórico y en lo
categórico, que se ve, oye y toca, y que sólo aquí manifiesta lo más profundo de la
"Palabra de la Vida". También sólo aquí, en la unión eucarística, la Iglesia, y en ella
cada cristiano, toma parte en la fecundidad redentora de la Palabra de Dios. Una Iglesia
que no fuese sacramento para el mundo habría dejado de ser Iglesia de Cristo.
HANS URS VON BALTHASAR
Meditación no cristiana
La Iglesia está configurada a Cristo en todos sus miembros y sólo puede ver al mundo
desde este punto de vista: "pero temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su
astucia, se perviertan vuestras mentes" (o meditación) "apartándose de la sinceridad con
Cristo. Pues cualquiera que se presente predicando otro Jesús del que os prediqué y os
proponga recibir un Espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del
que abrazasteis ¡lo toleráis tan bien!" (2Co 11,3-4).
Lo que Pablo dijo a la comunidad puede aplicarse ahora a los religiosos y sobre todo a
los contemplativos. Sería, además, traicionar el amor crucificado de Dios y un adulterio
mayor que el de la sinagoga (cfr Ez 16), si las órdenes religiosas abandonasen la
meditación cristiana para refugiarse en la no cristiana y quedarse allí con el fin de estar
más resguardados. Pues el "ministerio" de María al pie de la cruz abarca todo lo eclesial
y también el ministerio petrino, y los religiosos son sus representantes.
Además, los maestros del zen opinan que los cristianos verdaderos no pueden aprender
la auténtica meditación zen, pues están demasiado impregnados por la gracia personal y
el amor a Cristo. Y al diletantismo con que en Europa se imitan los métodos asiáticos
hay que añadir las psicodinámicas de grupo y otras prácticas, inofensivas en sí, pero que
pueden causar la pérdida de lo que en la Iglesia es sustancial.
Bastantes cristianos, que gozan de autoridad, elo gian una meditación oriental, de la que
han quitado lo pagano, y afirman que han elaborado así un instrumento de trabajo para
cualquier clase de meditación. Pero J. A. Cuttat ha demostrado hasta qué punto esto es
posible e imposible en su libro Divinidad asiática - Dios cristiano.
HANS URS VON BALTHASAR
INTRODUCCIÓN
Si aceptamos el reto que nos propone la espiritualidad budista se nos exigirá, en primer
lugar, una más profunda comprensión de la misma ya que en la medida en que lo
hagamos seremos capaces de captar "el destella de aquella verdad que ilumina a todos
los hombres" (Nostra Aetate, 2). Pero esa exigencia de comprensión conlleva la tarea de
aprender, puesto que, según el mismo Concilio, allí donde existan "unos bienes
espirituales y morales o bien valores socio-culturales" (NAe 2) es posible a la vez un
aprendizaje. En ese mismo sentido, el decreto sobre las misiones recomienda
encarecidamente a las nuevas Iglesias el esfuerzo de integración de los valores
espirituales de los pueblos (Ad Gentes, 18,21,22).
Por todo ello, deberíamos interpretar ese reto de la espiritualidad budista como una
exigencia llena de responsabilidad dirigida a nuestra conciencia cristiana. Quien quiera
que haya tenido la oportunidad de contactar con alguno de esos hombres tan
profundamente religiosos de Asia habrá recabado de ese encuentro un acicate para su
propio ser cristiano. Esta consideración inicial nos indica ya el espíritu con el que
abordamos el tema.
hombre religioso tiene de la meditación. Pero es que, además, esos métodos de oración
juegan un papel decisivo en nuestro mundo vertiginoso: el de suministrarle al hombre
ese mínimum de recogimiento y tranquilidad del que está tan necesitado.
Pero, por otra parte, el cristiano desea que si ejercita un modelo de meditación no
enraizado en la tradición cristiana le sea posible integrarlo en su vida de creyente. De
esos esfuerzos surgió, entre otros, lo que el padre H.M. Enomiya-Lassalle denominó
"Ejercitación Zen para cristianos". En todo ello, además de la consideración religiosa,
ha jugado también un papel muy importante la sicológica. El camino del espíritu nunca
es igual para todos ya que la disposición interior y las preferencias suelen orientar en la
dirección más adecuada para cada uno.
Motivado por esas razones religiosas y sicológicas concluía yo hace poco mi estudio
sobre "La vía de la iluminación del Zen en el Budismo" con las siguientes palabras:
"Existen muchos caminos hacia el ser perfecto y por lo tanto habrá que insistir en que
cada uno es libre interiormente ante el Zen. Podrá aceptarlo y practicarlo o bien elegir
otro modo de ejercitación. El camino no es el mismo para todos, pero todas las vías
verdaderas tienen que ver con aquella que se le ofrece al hombre para su salvación".
Aun cuando uno pueda tener preferencia por un método determinado, hay que acoger
con satisfacción la pluralidad, ya que ésta testimonia el interés y la preocupación de
muchos por dar con una meditación auténtica.
Pero el mérito de la meditación oriental, y de la vía Zen en particular, va más allá de esa
mera función estimulante, ya que ha ayudado a conc ienciar un fundamento olvidado de
toda meditación, el de la unidad sicosomática del hombre. La vía Zen es representativa
de una serie de tradiciones arcanas de la humanidad que han arribado a occidente en
nuestros días. Desde el punto de vista histórico, el Zen está en una estrecha relación con
el fundador del budismo, Shakyamuni, así como con las tradiciones indias del Yoga y la
antigua vía china del Tao. Dentro de esas tradiciones asiáticas, la totalidad anímico-
corporal del ser humano no sólo le viene dada al hombre por naturaleza, sino también
como tarea a realizar por medio de la meditación. El mundo occidental ha podido
aceptar, sin objeciones, ese tipo de relación. La espiritualidad cristiana integra, en este
caso, algo que ya siempre había poseído, pero que temporalmente estuvo latente.
Los métodos de espiritualidad oriental han empleado desde tiempo inmemorial el hecho
de la interacción existente entre el cuerpo y el espíritu, con el objeto de provocar
HEINRICH DUMOULIN
experiencias de meditación, sin cuestionarse acerca de las leyes que puedan regir esa
relación sicosomática. Ese tipo de investigaciones quedaba reservado a la era técnica.
En nuestros días, los sicólogos han podido constatar la realidad de las mutaciones
corporales que se producen durante la meditación Zen. Gracias a la generosa
disponibilidad de una serie de monjes Zen, ha podido controlarse científicamente las
reacciones cerebrales que acontecen durante la meditación, consistentes en la aparición
o notable incremento de ondas de ritmo alfa en el cerebro de las personas que practican
tanto la meditación Zen como el Yoga.
Pero, además, la meditación Zen se presenta como una vía religiosa y esta circunstancia
conduce a una clara distinción entre la vía Zen y la espiritualidad cristiana. Con todo,
antes de aclarar este punto debemos contemplar las coincidencias existentes entre la
visión budista Zen y la cristiana en lo tocante al carácter religioso y espiritual de la
meditación. Como es sabido, se están utilizando hoy en día las técnicas de meditación
orientales, sin referencia alguna a su transfondo espiritual y a su motivación religiosa,
con la exclusiva finalidad de conseguir un estado de relajación, desconexión con el
medio, de liberación del stress cotidiano o de fomento de la capacidad de concentración.
Privada de su sentido religioso, la meditación no sería de hecho más que una técnica
sicosomática que, por más que utilice las prácticas orientales, estaría totalmente alejada
de la religiosidad asiática y de la espiritualidad budista.
Toda meditación auténtica, tanto en oriente como en occidente, extrae sus mejores
energías del humus religioso. Ninguna técnica sicosomática es capaz de conferir al ser
humano una vida plena si falla en lo tocante a los valores fundamentales de su
existencia, como son el sentido de la vida y del amor. Y esos valores fundamentales,
HEINRICH DUMOULIN
aun cuando menos precisos que en el cristianismo, los podemos hallar en todas las
grandes religiones, por consiguiente también en el budismo. El Zazen, tal y como lo
enseña el gran maestro japonés de Zen Dogen, supone una ejercitación absolutamente
religiosa. La naturaleza-Buddha, centro nuclear de la religión de Dogen, es
experimentada en la meditación como algo santo y transcendente. Sobre esa base ha
podido Dogen construir una espiritualidad que induce el respeto de todo hombre
religioso. Todo lo que pueda haber de moda y de deformación en el movimiento de
meditación que nos encontramos en muchas ocasiones no puede conmover nuestra
valoración de los métodos orientales de meditación y en particular de la vía Zen.
Pero las interpretaciones, con las que tanto los budistas-zen como los cristianos aluden a
posteriori a esa experiencia de iluminación, manifiestan la radical diversidad existente
entre ambas religiones. Una interpretación auténticamente cristiana no puede renunciar
a la referencia de su experiencia a un Dios creador personal. El budista-zen, por el
contrario, se queda dentro de la metafísica budista del Mahayana, según la cual el Yo, el
cosmos y la naturaleza-Buddha o cuerpo-Buddha son uno e idénticos entre s4.
Habremos alcanzado, por lo tanto, el punto límite en el que los caminos del budista-zen
y el cristiano se separan. Ese abismo que se abre entre ambas interpretaciones
divergentes ejerce su influjo, aun dentro de la ejercitación, por más que resulte muy
difícil localizarlo en el ejercicio mismo y escape a la expresión conceptual.
Zen, puesto que ya en el momento presente se puede intuir que el encuentro con el
budismo- zen dejará una huella indeleble en la historia de la espiritualidad cristiana.
ajenos al oriente. Pero no es un hecho casual el que en nuestros días pase a ocupar un
primer plano la verdad del Señor resucitado y cósmico. El misterio central del
cristianismo, el misterio pascual, el del grano de trigo que muere, es enterrado y vive y
produce fruto resulta curiosamente muy asequible para la mentalidad del hombre del
lejano oriente y, en particular, para el budista experimentado en la oración meditativa.
Este conoce muy bien la implicación de la vida y la muerte, el que la vía hacia la vida
verdadera ha de pasar a través de la "gran muerte", que es como denominan los monjes
Zen a la experiencia de la iluminación. Cuando el cristiano contempla en la resurrección
del Señor no sólo la victoria sobre la muerte y el infierno sino también la asunción del
poder de incorporar el universo y llegar a ser todo en todas las cosas, asume una
posición que tiende un puente de comprensión al hombre del lejano oriente. El mundo
de ideas religiosas que se abre gracias a este dato puede ganar en amplitud y claridad
mediante un diálogo entre budistas y cristianos.
Por otra parte, refiriéndonos al aspecto personal, acontece que, gracias a ese diálogo, los
budistas contactan muy a menudo por vez primera y llenos de admiración un tipo de
piedad viva y personal que no implica superstición ni antropomorfismo primitivo. Tal
vez esto tarde un cierto tiempo en hacérseles reflejo, pero si al diálogo se une el estudio
de la historia espiritual de occidente y aun el de la teología cristiana, comenzarán a
percibir el valor del aspecto personal. Y entonces puede ocurrir, como en el caso del
famoso filósofo japonés Keiji Nishitani, que prominentes budistas expresen su
admiración hacia la orientación personal de la espiritualidad cristiana. El amor personal,
la relación Yo-Tú, la dignidad y responsabilidad personal y demás elementos ligados a
la idea de persona resultarán tan atractivos que un hombre religioso no podrá negarles
su reconocimiento.
La visión cósmica del mundo en la forma más desarrollada del budismo Mahayana es
dinámica, va unida a una filosofía del devenir. El universo cósmico se encuentra en una
constante mutación. El maestro japonés del Zen Dogen lo ha expuesto en su gran obra
Shobo genzo. En su concepción, la naturaleza-Buddha es lo consistente y lo
inconsistente, es puro ser y a la vez, constantemente, un mundo en mutación, es el
mundo físico con sus cambiantes fenómenos naturales y, simultáneamente, el flujo de
las actividades conscientes humanas. Para Dogen el ser humano queda asumido en esa
visión dinámico-cósmica cuando en su "Libro de la vida y de la muerte" escribe: "Esta
vida y esta muerte es la sublime vida del Buddha. El que intentare rechazarla perdería la
sublime vida del Buddha".
HEINRICH DUMOULIN
Dentro del marco de la India, Aurobindo ha desarrollado una filosofía dinámica que, por
pertenecer al Yoga, cobra un carácter oriental, pero que implica un concepto de
evolución muy cercano al pensamiento de occidente. En tanto que Dogen, típico
representante de la escuela de Kyoto, ha sido comparado por los estudiosos japoneses
con Heidegger, la idea de evolución de Aurobindo recuerda más bien a Teilhard de
Chardin. En los dos casos, se ha intentado buscar un paralelo occidental a estos modelos
de pensamiento asiáticos. Sea como fuere, esa forma de pensamiento dinámico no está
muy alejada del pensamiento de occidente, sobre todo del de la filosofía europea del
siglo XIX. Quien sea capaz de contemplar esa visión dinámica del mundo asiático desde
una perspectiva cristiana, descubrirá los valores cósmicos de la espiritualidad budista, lo
que no quiere en modo alguno decir que las diferencias sean irrelevantes, pero permite
afirmar que la sabiduría de Asia con su visión de la unidad del universo, de la
correspondencia entre macro y microcosmos y de un mundo in fieri sustentado por lo
eterno, tiene algo que decir al cristiano. Mas para poder valorar adecuadamente esa
sabiduría, el cristiano hará bien en rememorar los contenidos cósmicos y dinámicos
inherentes a su propia tradición.
A lo largo del diálogo iniciado en estos últimos años, en el Japón, entre budistas-zen de
las escuelas de Rinzai y Soto y un grupo de cristianos católicos y evangélicos, éstos
últimos han ido percibiendo con progresiva claridad la dimensión numinosa de la Nada
budista- zen sobre la que sus interlocutores hablaban con tanto entusiasmo. Esto les hizo
recordar la "teología negativa", aparecida en el cristianismo en época muy temprana, y
según la cual en razón de la inexpresibilidad de la realidad suma se debían evitar los
enunciados positivos referentes a la esencia divina. El Vaticano II y la teología moderna
han reevocado a su vez esa teología negativa. Con los conocimientos que hoy día
poseemos, podemos afirmar que el budismo en sus principales corrientes nunca ha
degenerado en nihilismo sino que ha de ser comprendido en el sentido de una teología
negativa. El budismo no niega la trascendencia.
Este hecho tan importante puede verse corroborado a múltiples niveles. Una
investigación filosófica puede constatar la dimensión trascendente, tanto en la filosofía
del Mahayana, como en las ideas filosóficas del Zen. El mismo Keiji Nishitani, ya
citado, distingue el vacío budista del nihilismo, rechazando a este último. Tampoco la
meditación Zen es nihilista. La experiencia de sí que hace el que la ejercita constituye
una vivencia de realidad cuya autenticidad no pone en duda. La misma forma de
HEINRICH DUMOULIN
Precisemos algo más las implicaciones de este hecho para las dos partes en diálogo.
Para los cristianos, cambia totalmente la idea que asociaba con la palabra "Buddha", al
tener en cuenta que los budistas se refieren con ella a una realidad absoluta hacia la que,
según la tradición budista, les orientó la personalidad histórica de Shakyamuni. Para el
budista, la imagen de Buddha le hace presente, por medio de un símbolo, la sabiduría y
la compasión solidaria; descubre en ella una luz de esperanza de los vivientes, durante
su doliente existencia terrena. Para las múltiples formas del budismo, el Buddha
constituye el símbolo de lo permanente, de lo eterno, de la última realidad válida. A la
vez, ese diálogo, en el que se pone de relieve la inadecuación de imágenes y formas,
palabras y conceptos, categorías y definiciones, para expresar lo inexpresable, libera a
los budistas de la pesadilla de que los cristianos veneran como Dios a un anciano con
barbas, y de que creen que ese señor ha formado el mundo y al hombre, con sus manos,
hace unos miles de años.
La espiritualidad budista alcanza su punto más alto en esa trascendencia negativa. Los
budistas conocen, por lo tanto, el misterio inexpresable de la realidad última. Pero los
cristianos pueden ir más allá, puesto que Dios ha revelado por medio de Cristo y en él
su personalidad, su ser trinitario. Nos ha sido dada también una teología positiva, la
teología de la comunidad entre Dios y el hombre. No es de incumbencia de este artículo
hablar de la teología cristiana más por extenso, pero había que añadir esas frases para
hacer constar que la espiritualidad budista, contemplada desde una perspectiva cristiana,
HEINRICH DUMOULIN
Por parte budista, se dan todos los presupuestos para una colaboración con los cristianos
en el terreno social. En el último decenio, los budistas han demostrado su disponibilidad
para ese servicio común al crear una organización mundial de colaboración cuyo motivo
fundamental es la consecución de la paz mundial y el socorro a los necesitarles, puesto
ejemplarmente de manifiesto en su ayuda a los refugiados del Vietnam. Son
precisamente las escuelas de meditación, tanto las del budismo Theravada en los
diferentes países, como las del Zen japonés, las que se comprometen más en esa
colaboración social.
En este recorrido por la espiritualidad budista, hemos ido destacando diversos sectores
significativos: la meditación, la visión del mundo, la teología y, finalmente, la
colaboración en favor de los hombres alimentada por motivos espirituales. En nuestra
actual situación a nivel mundial ya no podemos contentarnos con una contemplación
pasiva de los fenómenos tan interesantes de Asia. Cuanto más abramos nuestro corazón
y nuestro espíritu a todo lo nuevo que se nos aproxima y a lo antiguo que vamos
aprendiendo a ver de una nueva manera, tanto más podremos esperar confiados en que,
conducidos por el espíritu de Dios, iremos penetrando con profundidad mayor en las
riquezas que su bondad depara a la humanidad.
LA ESPIRITUALIDAD DE LA HAGGADA
La spiritualità della haggadà, Humanitas, 32 (1977) 179-194
Esto hace que el hebreo creyente, en su oración individual y en todas las celebraciones
de la comunidad, rememore siempre el éxodo de Egipto - la Jeziath Mizraim-.
Es indudable que la institución del banquete pascual -el Sèder del Pesach- se remonta y
depende de estos cuatro textos de la Toráh. Esto queda claro en el mismo ceremonial
que se sigue: lectura de fragmentos bíblicos, himnos, oraciones, tradiciones rabínicas
religioso- morales, breves composiciones en forma de adivinanzas; todo ello en torno al
hecho de la liberación de Israel del faraón egipcio.
No es fácil saber a cuándo se remonta la institución del Sèder. Es claro que desde los
tiempos bíblicos la tarde del Pesach se celebró con una cena especial; pero sólo tenemos
noticias del Sèder y de la Haggadà, los textos que se leían en el banquete pascual, en la
Mishnà o recopilación de las enseñanzas rabínicas hecha por Rabbì Jehudà haNasì en el
siglo II.
La ceremonia del Sèder, con la lectura de la Haggadà, siempre ha atraído con fuerza,
incluso a los hebreos poco observantes. Esto se debe a la fuerte carga de espiritualidad,
a la riqueza de valores morales, sociales y religiosos, y a la síntesis de ideales
nacionales y universales que se expresan en la celebración del banquete pascual.
Contribuye de un modo especial a este atractivo que ejerce la Haggadà su misma forma
literaria que se adapta a lo s mayores y a los pequeños de la familia y su contenido que
tanto servicio presta a la institución familiar hebrea de gran valor para Israel por ser el
reflejo de las relaciones entre Dios Padre y los hombres sus hijos y por haber jugado un
gran papel en las vicisitudes históricas del pueblo.
ISIDORO KAHN
El Sèder
Se sientan a la misma mesa, para compartir una alegría llena de intimidad y de afecto,
miembros de una familia, junto con sus amigos más queridos y, a menudo, con
huéspedes recién conocidos. Es emotivo ver reunidos familiares de tres o cuatro
generaciones y escuchar las respuestas dadas por el más anciano a las cuatro preguntas -
ma nishtaná- sobre el significado especial de la noche de Pascua, hechas por el más
joven de la reunión.
La Haggadà
Este antiguo ritual se convierte así en el signo de la continuidad generacional, del enlace
pasado-presente- futuro del pueblo, de la realización de la visión hebrea de la vida y de
sus valores permanentes.
No es algo que produce el olor de las cosas antiguas. No se mueve en el mundo de los
recuerdos. Todo lo contrario. La Haggadà es historia viva; en ella, encontramos las
situaciones y personajes del presente e incluso del mañana. Al leerla en la noche de
Pascua, el hebreo creyente se identifica personalmente con la historia de su pueblo llena
de sufrimientos, de esperanzas, de penalidades, de conquistas; la historia se le hace parte
de sí mismo.
Es el primer acto del Sèder. Originariamente sólo hacía referencia a la fiesta del sábado
(cfr Ex 20,8), aunque luego se fue extendiendo a otras festividades. Según los maestros,
se deben consagrar el día de fiesta mediante una bendición sobre el vino -símbolo de
alegría y de felicidad (cfr Sal 104,15)-. El Qiddush, por lo tanto, subraya la singularidad
de cada festividad, que adquiere así una dimensión de tiempo sacro.
Así pues, el Qiddush abre las puertas de cada familia, por modesta que sea, a la
presencia de Dios - la Shekhiná-, acogiéndola a la mesa.
Exaltación de la libertad
"Fuimos esclavos del faraón en Egipto, de donde nos hizo salir el Señor nuestro Dios
con mano fuerte y brazo extendido. Si el Santo, sea El Bendito, no hubiese hecho salir a
nuestros padres de Egipto, nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos,
estaríamos aún sujetos al faraón en Egipto; por esto, aun cuando todos fuésemos doctos,
inteligentes, expertos de la Toráh, aun así, deberíamos tener presente el suceso de la
salida de Egipto".
Dios se ha revelado a Israel como Dios de la libertad. Esta verdad ilumina la totalidad
de la historia, que se convierte así en una constante revelación de la realización en la
tierra de los principios de libertad y justicia.
Estos cuatro elementos simbolizan, según la enseñanza del Talmud de Pesachim, los
cuatro grados de libertad, desde la más material a la más espiritual: el cordero pascual
representa la liberación de la idolatría, en cuanto se permite matar y comer dicho animal
considerado por los paganos una divinidad; el pan ázimo representa la liberación del
individuo de sus propias pasiones, de su orgullo y presunción simbolizados en la
levadura inexistente en dicho pan; la hierba amarga representa la liberación de la
miseria, de los miedos ante el mañana, de las angustias que dominan al hombre
haciéndole amarga su vida; la compota de fruta significa la libertad personal que se
desprende de quien se alegra de lo que es y de lo que tiene y de quien sabe escoger la
propia suerte, como se escoge el guisado adaptado a cada comida concreta.
ISIDORO KAHN
Como se desprende de lo anterior, según los maestros del hebraísmo, hay muchos
conceptos posibles de libertad. Sólo uno se excluye: el de vivir sin un orden -Sèder- en
la vida.
De aquí que sea tan importante que los padres transmitan a los jóvenes las tradiciones
milenarias y su significado, al mismo tiempo que les inculcan los deberes morales y
civiles que deben cumplir en cada uno de los instantes de su vida. En esto se deben
complementar el padre y la madre (cfr Prov 1,8).
El destino del mundo está corrompido a causa de los hombres; pero Israel sigue
gozando del don connatural de la fe en la providencia divina, fe originadora de
esperanza incluso en los momentos peores de la historia.
Pero, ¿de dónde nace esta esperanza en un futuro mejor del hombre? De la seguridad,
nacida de la liberación de Egipto, de quien Dios no abandona a sus creaturas, de que la
historia transcurre de acuerdo con su voluntad, de que todo lo creado va hacia su fin
previsto por Dios.
Dada la importancia de este concepto de providencia, vale la pena ahora dedicar una
especial atención a él. En el suceso de la salida de Egipto, se puede encontrar respuesta
a las muchas preguntas planteadas por el hombre sobre dicho concepto.
Nuestros antiguos maestros ponen la liberación de Egipto y el paso del mar Rojo como
ejemplos demostrativos de que el señor y creador de todo domina el mundo y el curso
de la historia humana.
Es claro que no pretendemos saber si Dios establece todos los detalles de cada creatura;
éstos más bien están sujetos a las fuerzas y leyes naturales que regulan la vida del
universo. Y, sin embargo, la Haggadà del Pesach -especie de síntesis del pensamiento
hebreo- subraya también que se da un vínculo entre Dios y cada creatura y que la
historia es un producto de la colaboración entre el hombre y Dios; aun en los casos en
que el hombre -como el faraón del tiempo de Moisés- tenga intenciones diversas a las
de la voluntad divina, resulta ser instrumento en el programa de la providencia.
Los maestros del hebraísmo tradicional ni han seguido la vía de Platón con su teoría de
la coexistencia junto a Dios de una materia primordial, resistente a Dios y fuente del
mal, ni han anticipado la línea de la angustiosa teoría de Pascal de que todo en el mundo
ocurre por casualidad, el mal y el bien incluidos.
Es claro que se toma a Moisés como pretexto para reproponer la angustiosa pregunta
sobre el justo que sufre y el malvado que prospera. Tras la pregunta, aparece el deseo de
los maestros de participar en el drama de la humanidad sufriente. Ellos, aun con
respuestas que no satisfacen del todo, abren un agujero de esperanza.
Según los mismos, tanto los males físicos como los morales son el resultado de la
autonomía que la providencia ha asignado al hombre y a la naturaleza; Dios no es
responsable y causante de todo lo que sucede.
Es indudable que el agua y el fuego -por ejemplo- son sumamente beneficiosos para el
hombre y para el mundo. Pero, al mismo tiempo, están llenos de peligrosidad. No se
puede eliminar el elemento peligroso de los mismos, sin echar a perder la parte
beneficiosa y útil que comportan.
Los maestros dicen que Dios es siempre fiel a su promesa de liberación de Egipto. Lo
que ocurre es que el hombre puede no merecerla, no aceptarla, no ser consecuente con
lo que ella exige.
El mal, pues, es el precio que pagamos Por conservar la autonomía, por ser
colaboradores de Dios y no marionetas, por ser sujetos y no objetos.
Queda así claro que la providencia divina existe; pero no debemos apoyarnos en ella, ni
confiar en salidas milagrosas a los problemas de cada día.
La historia del pueblo de Israel ha estado llena de faraones y tiranos que han intentado
destruir, junto con el pueblo, el ideal de una comunidad basada en la igualdad y en el
respeto a la persona. Pero, como se lee proféticamente en la Haggadà, los israelitas han
confiado y siguen confiando en que Dios siempre se levanta para liberar de la opresión.
El hombre, pues, se encuentra en una situación de tensión: sabe que es Dios quien, en
último término, con su providencia, actúa en la historia de los hombres; pero está
convencido también de que éstos deben cooperar con todas sus fuerzas en la realización
de una sociedad más noble y digna. Esto significa que los sabios han intuido siempre
que éste es un mundo en evolución, que el futuro redimirá el presente, pero que hoy el
hombre se encuentra solo con su responsabilidad personal.
ISIDORO KAHN
"Quien tiene hambre, que venga y coma; quien tiene necesidad, que venga a pasar
Pesach con nosotros". En estas palabras de la Haggadà, aparecen sentimientos -como la
solidaridad- que nunca pueden ser considerados como ya totalmente alcanzados.
Pero estas palabras de la Haggadà sólo tienen sentido si se toman como regla de vida, y
no como válidas sólo para la noche de Pesach. El sentimiento de solidaridad debe
atravesar la vida entera y hacer referencia a toda persona en necesidad, sin distinción.
Por esto dichas palabras se pronuncian simbólicamente con la puerta de la casa abierta.
Son como un compromiso a comprender, a participar en las ansias y esperanzas del
prójimo.
Nuestra humanidad necesita obras de amor y no sólo sentimientos. Por esto los maestros
interpretan el "amarás al prójimo como a ti mismo" más concretamente "todo lo que
querrías para ti, hazlo tú para los demás" (cfr Maimonides, Normas para el duelo, cap.
14, 1).
Para llegar a este amor solidario, sin exclusiones, el primer paso necesario es el de
considerarse igual a los demás, prescindiendo de su idioma, color o religión. Todo
hebreo, en la celebración de la pascua, debe autoliberarse de sus esclavitudes, tanto de
las físicas como de las espirituales, pues todos somos esclavos de prejuicios, de
egoísmos y de presunciones. Emanciparse de estas esclavitudes, prestarse para el bien
público y para el servicio de los más débiles es preparar el terreno para que crezca la
semilla de la redención progresiva de la humanidad entera.
Las obras prodigiosas de Dios no están estancadas en el pasado. El mismo sacar el pan
de la tierra y compartirlo en la mesa es un milagro de cada día, según enseña Rannì
Eliezer, comparable a la misma redención de la esclavitud.
Debemos abrir los ojos para aprender a descubrir en nuestra vida de cada día los dones
milagrosos recibidos de Dios y debemos sobre todo alabar su nombre a causa de ellos.
A esto se nos invita con fuerza en la composición poética de la Haggadà. ¿Por qué?
Porque los hombres vamos perdiendo el sentido maravilloso de nuestra vida, de la
salud, de la amistad, de la belleza de la naturaleza; sólo apreciamos estas cosas cuando
las echamos a faltar.
Por esto la Haggadà nos exhorta a saber descubrir la grandeza de Dios, aun en las cosas
más sencillas de nuestra vida, y a alabarle con el canto de Moisés a raíz del paso del mar
rojo: "Este es mi Dios y yo le glorificaré; éste es el Dios de mi padre y yo le exaltaré".
De este modo, en la grandeza y alabanza de Dios, nuestro espíritu percibe algo que
pertenece a otra dimensión, a la esfera del trascendente, del sublime, del definitivo.
Tradujo y extractó: RAFAEL DE SIVATTE
HANS-DIETHER REIMER
La secta Mun
Sigue a un nuevo redentor y mesías, San Myung Mun, quien, en 1960, contrajo
matrimonio en Seúl, y lo celebró atribuyéndole un significado apocalíptico-histórico-
salvador, en el sentido de fundar así la pareja y la família perfecta, que antes fracasó por
el pecado original. Ella es la célula primitiva, origen de las nuevas familias que sus
seguidores irán formando por el mundo. Mun ofrece dar a nuestra tierra dividida la
unidad religiosa, cultural y política (con Corea como centro). Para conseguirlo llama, en
primer lugar, a la lucha contra el comunismo; pues el comunismo es, para él, no sólo un
poder político o una ideología atea; es el verdadero baluarte de satán. Cuando los
jóvenes siguen las amistosas invitaciones de los misioneros y van a sus centros, se
encuentran ante un sistema mítico-dualista que les exige comprometerse en la vida y
luchar por lo que es de Dios (es decir lo que favorece a San Myung Mun), en contra del
mal satánico del mundo (lo que se opone a Mun). Repentinamente el mundo se les
presenta profundamente dividido y la comunidad les condiciona con una decisión y
situación de lucha. La Iglesia de la unidad con sus diversas organizaciones, como por
ejemplo C.A.R.P. y "Federación para la paz y la unión del mundo", se halla en el limite
entre una comunidad religiosa-escatológica y una fuerza de combate ideológica-política.
HANS-DIETHER REIMER
Forman una comunidad religiosa que vive en un mundo bíblico imaginario. Su nombre
"Niños de Dios" quiere indicar una separación radical de los hijos de los hombres o de
este mundo, cuyas formas de vida, escala de valores y sistemas desprecian. Esta
agrupación procede del movimiento norteamericano de 1968 llamado "la ola de Jesús" y
surge dentro de una corriente marcada por el fundamentalismo, la espera del fin del
mundo y un magisterio eclesiástico libre pentecostal-evangélico. Se distingue de los
demás grupos del movimiento "Jesús", por la fuerte autoridad que estructura sus grupos
íntimos. Obedecen a un director que vive oculto, David Berg, quien con el nombre de
Moisés, abreviado MO, se presenta como profeta del fin del mundo. El determina todo
lo que los "niños" han de hacer, leer, pensar y decir; y controla a los jefes de los grupos.
Este sistema de total dependencia ofrece únicamente la posibilidad de leer o de aprender
de memoria fragmentos de la biblia e innumerables cartas de MO, y el catecumenado
diario. Pero los Niños de Dios son además un grupo revolucionario, no sólo en el
sentido de que rompen con nuestra sociedad e iglesia y se entregan a nuevos criterios
éticos y sociales, como el sexismo religioso, sino también porque han declarado la
guerra del Espíritu a un sistema de escuelas sin Dios, de Iglesias sin Dios y al dinero
cruel (MO: Revolución para Jesús, p. 27).
La misión del "hijo de los dioses" indio Guru Mabaraj Ji es uno de los movimientos
más sorprendentes, pues este salvador de aspecto regordete y de rostro pálido e
inexpresivo, en la actitud de un Maharadscha indio o de Buda en un trono de flores, no
HANS-DIETHER REIMER
"Conocimiento", saber que Dios está en cada uno de nosotros, que vivimos por él; y
simultáneamente la técnica, un conocimiento también y una posibilidad de encontrar en
ella armonía divina, esto es lo esencial y el punto de partida del mensaje de paz del
gurú. Sus discípulos, llamados "premies", pasan horas y horas en los ashrams, sus
centros, buscando conocer a Dios por la abstracción, la despreocupación y la huida del
mundo. Esto es un aspecto. El otro aspecto es una organización propagandística
gigantesca. Mildenberger, en su libro ¿Salvación desde Asia? (p. 41) señala la escisión
que causa la penetración de este salvador asiático en occidente y cómo esta experiencia
religiosa crece a causa de la profunda búsqueda de la juventud; señala, además, la
espectacular comercialización que acompaña esta experiencia: la religión se convierte
en mercancía y el sentimiento llega a show. Por el momento, no se puede saber si la
Misión de la luz divina evolucionará internamente y dará una nueva imagen de sí
misma.
Scientology
La fayette Ronald Hubbard (nacido en 1911) fue oficial de marina y escritor de ciencia-
ficción, antes de fundar su sistema que comprende el método "Dianetic" para alcanzar
la total libertad. Este método es llamado "Scientology", por su superestructura
ideológica, e implica la "Sea Org" (Organización de ultramar) para tener el predominio
sobre funcionario s y colaboradores.
Las cinco agrupaciones de que hemos hablado, aunque muy distintas entre sí, son
conocidas con el nombre de "religiones de los jóvenes", porque hacen adeptos
especialmente entre la juventud y también porque han aparecido más o menos al mismo
tiempo y todas sin excepción han causado sobresalto a los padres y a la familia de la
gente joven, que desaparecía de repente en uno de estos grupos, motivando enérgicas
medidas en contra, como fundaciones para las iniciativas de los padres en EE. UU.,
Japón, Inglaterra, Francia y la República Federal Alemana; investigación por orden de
la autoridad y procedimientos judiciales. También se les llama "religiones de los
jóvenes" porque presentan características comunes que ejercen en ellos gran poder de
atracción.
5. Finalmente, se les exige la total entrega de todas sus fuerzas. Esta vida "consecuente"
y llena de abnegación, que se opone audazmente a las corrientes tradicionales, favorece
en los adeptos la convicción de ser la élite. Creen que pertenecen a la vanguardia de una
nueva época y por este motivo están inmunizados contra toda crítica.
HANS-DIETHER REIMER
Tenemos que nombrar ante todo la palabra clave futuro. A los jóvenes hoy ya no se les
necesita; son demasiados. Tienen que buscarse un empleo. En general, para poder
conseguirlo, en la República Federal Alemana, están sometidos a una fuerte presión de
rendimiento. El motivo de todo el esfuerzo no es ayudar al mundo y construir un futuro,
sino tener un puesto de trabajo. Es humillante. Pero además el futuro de la humanidad y
de toda la tierra está en la oscuridad. Los expertos han perdido la pista. ¿Quién la
iluminará? Evidentemente, sólo el profeta. Evidentemente, sólo audaces innovadores
que con incomprensible insolencia proyectan su plan y buscan realizarlo, si hace falta,
en contra de todo lo establecido.
En tercer lugar, nos hallamos ante una realidad que podemos llamar idealismo
agonizante. Actualmente todos somos realistas, incluso en lo religioso, increíblemente
sinceros en la confesión de nuestros límites y dé aquello que nos condiciona. Cada
llama idealista será inmediatamente vuelta hacia abajo, hasta que se iguale al nivel
corriente, hasta que sea moderada y realista. Aunque esta postura, por ser hoy tan
unilateral, empieza a no ser verdad, no es extraño que los jóvenes deseen de veras una
situación ideal en la vida. Buscan ante todo un guía. Y porque lo han echado de menos,
están dispuestos a reconocerlo dondequiera que se les presente, con tal de que infunda
respeto.
Disponemos aún de poquísimos datos acerca de la enorme influencia que cada sistema
religioso- metafísico y cada grupo de vida primario ejercen en una sociedad pluralista.
Cuando, en un mar de incertidumbres, se ofrece a los jóvenes un esquema con sentido
inteligible, muchos lo aceptarán vehementemente y no permitirán que nada les aparte de
su decisión. Cuando este esquema está, además, construido de un modo fuertemente
dualista, y en él Dios y satán desempeñan papeles dominantes, puede ocurrir que estas
personas queden como fascinadas. Lo mismo ocurre en los grupos íntimos. Las
religiones de los jóvenes nos demuestran el protagonismo que ejercen los grupos
cerrados, bien organizados. Los jóvenes de estas comunidades experimentan la fuerza
del grupo, aunque no lo entiendan. Han encontrado un barco que navega entre las olas y
les resguarda como el arca de Noé. Y esto lo aprecian tanto que están dispuestos a
soportar muchas limitaciones y experiencias difíciles en el grupo y con el grupo. Porque
salirse del grupo significaría ¡caer al mar! Porque ¿dónde encuentran en nuestra
sociedad, incluida la iglesia, una comunidad de hombres verdaderamente humana y
espiritual que sea salvadora?
HANS-DIETHER REIMER
Además la componente sociológica va por otro lado. Los jóvenes se dejan coger por las
nuevas agrupaciones porque les faltan las normas y las orientaciones espirituales y
religiosas básicas que el s permitirían contrastar y comprobar. Sin embargo, nuestra
sociedad cristiana transmite por tradición muchas normas religiosas y valores
universales que permiten contrastar cada "nuevo evangelio". ¿Por qué, pues esta falta de
normas en nuestros jóvenes? La respuesta a esta pregunta ya está indicada en la
formulación que acabamos de emplear: "nuestra sociedad cristiana transmite por
tradición... " es decir, las normas religiosas y los valores universales no se transmiten
ellos mismos por tradición a no ser que consten claramente en un código. Los
transmitirá mucho mejor una sociedad que tiene determinadas formas o estructuras.
Estas estructuras envejecen; están cambiando de un modo radical. Por este motivo los
jóvenes ya no están a gusto en nuestra sociedad. No quieren participar en ella. Pero
pierden también así los valores transmitidos, porque están vinculados a la "vieja
sociedad". Precisamente las religiones de los jóvenes nos indican hasta qué punto las
normas y los valores fundamentales dependen de la sociedad, en el sentido de que sólo
tendrán validez si se viven en una relación social. Esto se ve muy claro en la tan
característica "pérdida de valores" y también en la aceptación sin crítica de nuevos
valores porque son representativos de grupos aparentemente íntegros.
La tercera pregunta es: ¿son verdaderamente peligrosos estos grupos, o juegan limpio y
dan a los jóvenes que están en crisis la posibilidad de una vida llena de sentido? Esta
pregunta debe plantearse seriamente, porque siempre corremos el peligro de medir la
novedad unilateralmente con la tradición. Además, en cada grupo hay adeptos que
aseguran que son felices y que han encontrado una auténtica entrega. Así pues, aunque
en general estos grupos dan una impresión completamente negativa, debemos
informarnos a fondo y sacar conclusiones en cada caso particular, enterándonos de cuál
es la voluntad de los interesados. Esto no se puede hacer en poco espacio y sólo
indicaremos a continuación algunos puntos neurálgicos:
Esta pregunta, que implica la situación de la juventud actual y una reacción positiva a
las "religiones de los jóvenes, es la más difícil de contestar, porque expresará la
necesidad de un cambio profundo en la sociedad y en la iglesia.
Los jóvenes necesitan perspectivas de futuro y no se las damos. Esto puede tener sus
motivos. Pero tampoco buscamos estas perspectivas con ellos. No basta seguir dando
normas de conducta. Hay que darles modelos de vida que les sean un estímulo. Vivimos
nuestra vida de espaldas a las necesidades e inquietudes de los jóvenes. Sin embargo,
exigimos de la juventud que se adapte a nuestro mundo. Esta incorporación puede dar
buen resultado en tiempos tranquilos y de progreso, porque fortalecen la estabilidad y el
desarrollo. Pero no da resultado en tiempos de cambio caracterizados por la necesidad
de hacer posibles nuevas situaciones. Desde esta perspectiva, las "religiones de los
jóvenes" son un signo de los tiempos. Podría ser frustrante y de graves consecuencias si
sólo las atacásemos siendo agresivos emocionalmente o a través de una lucha
legalizada.
Pero el camino que podría conducir a Dios a través de la belleza todavía no está trazado.
El hombre, presa de la velocidad, triturado por el ruido, debe hacer una elección,
realizar como una "convensión de mirada", que sólo la libertad permite llevar a término,
mientras que toda una parte de nuestra cultura nos presiona para una resistencia al
cambio.
En los últimos años, esta opresión ha sido duramente denunciada por diversos
"pensadores" que serán aquí nuestros testigos.
Esta actitud de adoración propia del hombre la encontramos en la adoración "de una
madre ante su hijo" (adoración de lo sagrado inmanente a lo viviente) y se manifiesta
también en toda clase de experiencias en las que la naturaleza viva llega a ser objeto de
contemplación. Cada uno de nosotros puede, e incluso debe, reconocer, "si es sincero,
que hay en su vida puntos en donde surge esta experiencia".
Marcel quiere mantener (o hacer renacer) en el corazón de la vida de los hombres este
tipo de experiencia donde un cierto recogimiento y una cierta manera de mirar la vida y
la belleza permiten escapar a este mundo que tiende a encerrarse sobre sí mismo, a
calafatear cuidadosamente todas las aberturas a un sagrado verdadero y liberador.
Todo ello nos empuja a creer que la ciencia y la técnica no son todo el hombre y que
éste no es un puro homo scientificus et technicus.
4) Claude Lévi-Strauss, Este etnólogo nos ha señalado un último signo del peligro para
el hombre de una dominación absoluta de la técnica. "Me parece que hay algo
bastante... (sic) en fin... (sic) inquietante quizás, para el futuro del arte, en la evolución
de nuestras sociedades contemporáneas: gracias al conocimiento científico, hemos
llegado a 'reducir' los objetos a un punto muy considerable. Todo lo que podemos
aprehender de los objetos, por el conocimiento científico, ya queda retirado, quitado a la
aprehensión estética. mientras que para los primitivos... (sic), para los pueblos
primitivos - mejor: que nosotros llamamos primitivos- subsiste siempre un 'exceso de
objeto', que recrea un 'margen', una 'distancia', que proviene de este universo
ampliamente sobrenatural en el que viven estos pueblos.. Este 'exceso de objeto' no es
atribuible a una insuficiencia técnica, ya que la función significativa aparece también en
los pueblos primitivos llegados a un extraordinario dominio de la técnica, sino a que la
realidad sobrenatural del mundo es irrepresentable".
5) Ph. Roqueplo. Dejamos la palabra a un "clérigo", para poner punto final a estas
reflexiones sobre la posibilidad de ver todavía en el mundo un "signo" de lo sagrado, e
incluso de Dios.
Para este dominico, se trata del problema del impacto de la ciencia y de la técnica sobre
las "mentalidades contemporáneas", y no del problema o del misterio del mal en el
mundo. Admitiendo que la mentalidad moderna creada "alrededor de la ciencia y de la
técnica" constituye, para muchos hombres -sobre todo para los que viven de
divulgaciones científicas deficientes o muy tendenciosas- un temible obstáculo
subjetivo, creemos que, incluso hoy, y ciertamente para los verdaderos científicos, el
mayor obstáculo reside específicamente más en el mal que en la ciencia y en la técnica,
ya que ellos conocen muy bien los propios límites de la ciencia y no pretenden sacar de
ella ningún argumento contra Dios. Pero es cierto que la ciencia y la técnica, aunque de
ninguna manera se opongan a Dios y a la posibilidad de su existencia, acostumbran al
hombre a pensar un universo sin Dios. Incluso para los cristianos, el universo
metodológicamente pensado cada vez más en sí mismo y para sí mismo, es cada día
pensado más espontáneamente sin intervención de Dios. "Al reflexionar sobre la
mentalidad que la ciencia ha extendido entre los hombres y sobre mi propia mentalidad,
estaría tentado de responder (a la pregunta de si el universo es un signo de Dios): me
parece que el universo de hoy, prescindiendo de lo que sea de derecho, de hecho es,
para el hombre de hoy y en relación con la existencia de Dios, más una pantalla que un
signo". Y añade: "Desde la fe, este universo puede y debe revestirse de una
significación a los ojos del creyente y revelarle la impensable inmensidad de un Dios
que domina impensablemente la doble inmensidad del universo y de nuestra
inteligencia. Para evitar todo equívoco el texto continúa: "Sólo que esto presupone, me
parece a mí, la energía ya activa de una fe viva en el Señor ya encontrado".
Resumiendo: creemos que son necesarias las circunstancias adecuadas y que, sin ellas,
toda tentativa de ir hacia Dios aborta inevitablemente. En este punto, estamos de
acuerdo con el P. Roqueplo, ya que es lo que se da efectivamente en el caso de
mentalidades contemporáneas, bajo el impacto de la ciencia y de la técnica. Pero no
compartimos su opinión cuando postula el recurso necesario al encuentro con el Cristo
para permitir al pensamiento del creyente de revestir todavía al mundo con una
significación nueva, en la cual este mundo vuelva a llegar a ser, bajo la gracia de la fe,
signo de Dios y no ya "pantalla".
JEAN-DOMINIQUE ROBERT
Consideremos, pues, escuetamente esta cuestión: ¿una actitud determinada del espíritu
humano puede contrarrestar eficazmente esta mentalidad científico-técnica que
engendra innegablemente una ausencia metodológica de Dios en el universo?
Caminos de liberación
Dios sigue siendo todavía y siempre "visible" en sus obras, al menos para aquel que
sabe mirarlas como la religión las mira, la cual -con sus profundas raíces humanas,
siempre valederas- sigue siendo el modelo de acercamiento a lo real.
Podríamos esbozar un camino hacia Dios paralelo al suyo, pero hemos escogido otra vía
de acceso: la de las implicaciones de la belleza en el mundo y las del acto creador en el
arte. Estamos unidos con él en lo esencial: en la crítica de una mentalidad científica,
tendenciosa e imperialista, reductora y negativa.
El "Dios de los filósofos y de los sabios", el Dios del deísmo libre, ¿no será ya más que
un mito compartiendo la suerte de Zeus o de Yahvé?
"Sería infantil querer poner nuestra mirada sobre un ser llamado Dios, polo o eje, o
centro de la realidad. Como si un geógrafo esperara ver salir un eje de oro del polo norte
o del polo sur. Igualmente pueril sería buscar un Dios como sentido particular al lado de
otros sentidos, como valor particular al lado de otros valores. Dios no puede ser ni un
ideal particular ni un ser particular". Y añade: "...si el Reino de Dios no está en una
geografía mítica, debe estar de alguna manera, debe envolver los seres para que las
cosas, los seres y los momentos más preciosos no fueran más que sombras... La idea de
Dios tiene la virtud de mantener la fe en la unidad y de hacer aparecer las contrariedades
y las tragedias en la perspectiva de profundidad o de sublimidad de la existencia en
general".
La pregunta sobre Dios es presentada bajo otro aspecto. "La famosa cuestión del siglo
XVIII: '¿Puede subsistir una sociedad de ateos?', debe ser desdoblada en dos preguntas:
'¿Puede subsistir una sociedad religiosa pura?' y '¿Puede subsistir una sociedad de puros
positivistas de la técnica?'. La respuesta debe ser negativa en los dos casos". Ni una
efímera sociedad de monjes (el Dios del "saber morir" o incluso del "saber existir sin
saber morir") ni una sociedad positivista en la absurdidad de unos medios sin fin, como
en un mundo feliz de Huxley.
La historia no nos presenta ninguno de estos dos tipos extremos. Las sociedades
cercanas al segundo tipo, las sociedades positivistas y técnicas americanas y rusas, están
de hecho animadas de fanatismo e incluso de verdadera mística. Y añade Ruyer: "...se
corre siempre el riesgo, delante de las decepciones de una sociedad tecnicista, de
invocar el acontecimiento explosivo, ya sea el "misticismo grosero" (erotismo, droga,
anarquía convulsiva), ya sea una ideología fanática e irrealista". Y concluye: "Un nuevo
deísmo, auténtico, puede contribuir a defendernos contra este género de oscilaciones,
uniendo estrechamente fe y técnica, 'saber existir' y 'saber vivir'".
Una segunda cuestión preliminar debería hacer referencia al tipo de atmósfera que se
desprende de problemáticas determinadas en filosofía. Citemos a un testigo del "clima"
que se crea, más o menos directamente, en función de la problemática filosófica y que
honra de nuevo la reflexión sobre el arte y la belleza.
Pierre Schaeffer, "músico", novelista, ensayista y filósofo del arte, dirige el servicio de
investigación de la radio-televisión francesa.
"En la confusión actual, percibimos, por un lado, las ciencias, por el otro, las llamadas
ciencias humanas. Y, además, al margen, el arte... Hemos visto el triunfo de la ciencia
(penicilina, conquista de la luna...), seguido de su imitación por las ciencias humanas,
que se pretenden científicas, mientras que el arte, por su lado, se abandona a los excesos
sin freno ya conocidos... Obstinadas en plagiar los métodos puramente científicos, las
ciencias humanas sólo llevan al fracaso. E, inversamente, el arte, comunión de los
hombres entre sí en un plano existencial, llega al mismo fracaso, si olvida esta realidad.
De hecho, se trata de una misma y única cosa, de la misma realidad última. Es necesario
reintegrar el arte como método de conocimiento, ir de lo más claro a lo más oscuro, y
considerarlo no ya como un ejercicio estético, sino como una experiencia existencial".
Sin embargo, dos filósofos franceses nos parecen más representativos, aunque menos
conocidos: Mikel Dufrenne y JeanClaude Piguet, este último en deuda con Etienne
Souriau.. Comenzaremos por algunas anotaciones de J. Cl. Piguet -situado en la órbita
heideggeriana y bajo la fecundante dependencia del pensamiento cristiano- sobre el
libro de Souriau, introduciéndonos ya así en la atmósfera filosófica propia del tipo de
pensamiento que debe retener nuestra atención.
somos el otro. Nuestra existencia es al mismo tiempo una coexistencia, que será
necesario mostrarla como coexistencia de Dios y de nosotros."
Bajo la guía de Piguet, podemos ahondar mostrando qué nuevo "modelo" intenta
instaurar en filosofía: "Las disciplinas filosóficas deben cesar de tomar la ciencia como
modelo". Cuando recordamos el ideal del primer Husserl y de su título La filosofía
como ciencia rigurosa, constatamos la distancia entre ambos. La realidad es que entre
Husserl y Piguet está Heidegger, que Piguet ha sabido "explotar" de una manera muy
personal. Algunas disciplinas, durante largo tiempo consideradas como filosóficas
(psicología, sociología...), han sido anexionadas sin resistencia por la ciencia, sólo la
estética ha tenido una manera propia de resistir a la anexión. Ello nos obliga a pensar si
la metafísica no encontraría su modelo en la estética, que es positiva sin querer ser una
ciencia y que no se ha dejado anexionar por la ciencia.
J. Cl. Piguet muestra que querer hacer de la estética, inspirándose en ella, el modelo de
la metafísica, "es una idea que está en el aire testificada por toda la evolución de una
determinada filosofía contemporánea". Expulsada de la ciencia, la filosofía ha
encontrado asilo en el arte (los textos de Heidegger sobre Hölderlin son tan importantes
como su libro sobre Kant) y los filósofos no tienen ya repugnancia a la expresión
literaria (Sartre, Marcel).
Subrayemos otro fenómeno no menos importante: "los críticos, ensayistas, incluso los
poetas parten del arte para alcanzar la más alta filosofía". ¡Qué diferencia más radical de
clima entre ahora y la época de Husserl, el matemático convertido en filósofo!
Desde esta perspectiva, en el transfondo de este trabajo late el deseo de dar respuesta a
las siguientes preguntas: Si el Reino de Dios es el horizonte último de cualquier realidad
cristiana, ¿qué puede significar "oración por el Reino" (igual que decimos "celibato por
el Reino")? Si la última experiencia de sentido, la misma gratuidad cristiana se hace real
en último término en el hacer ¿qué puede significar "contacto con Dios" en la oración?
Si el cristiano está siempre en camino al Padre, si Dios no es todavía todo en todo ¿qué
puede significar la búsqueda de la voluntad de Dios en la oración, en contraposición a la
posesión de Dios que parece implicar el "contacto con Dios"? Si el cristiano llega a
serlo en la realización del Reino de Dios ¿cómo se puede distinguir la generalización de
que toda la vida es oración, de la adversación de que nada es oración?
LA ORACIÓN DE JESÚS
Vamos a presentar un muy breve resumen, y limitado a los sinópticos, para obtener al
menos los criterios fundamentales de lo que ha de ser la oración cristiana 1 .
JON SOBRINO
- Falta de pobreza ante Dios: (Cuando oréis no seáis como los hipócritas... Mt 6,5). La
oración supone la actitud de pobreza teológica ante Dios, mientras que aquí es expresión
de la propia grandeza; no se es honradamente humilde en un campo donde esto es
indispensable.
- Instrumentalización opresora. (Los escribas que devoran los bienes de las viudas so
capa de largas oraciones... Mc 12,40). Se ataca una oración que se ha convertido en
mercancía. El presupuesto de la condena es la opresión de las viudas -símbolo bíblico
del desamparado y oprimido- por medio de la oración, que es aquello que es el acceso a
Dios. Es la total perversión del culto: los escribas con pretexto de largas oraciones se
comen las haciendas de las viudas.
Valgan estas citas para afirmar que Jesús no es un ingenuo respecto a la oración, ni le
concede tal autonomía que haga que un mecanismo de oración sea ipso facto un
mecanismo salvífico. A partir de esta crítica negativa, podremos comprender mejor qué
fue positivamente la oración para Jesús.
La oración de Jesús
Ante todo, hay que afirmar que Jesús hizo oración y que ésta tuvo gran importancia en
su vida, y que los sinópticos diferencian claramente la actividad analítica y reflexiva de
Jesús de lo que propiamente se puede llamar oración. Podemos considerar tres niveles
en su oración. Ante todo la típica del judío piadoso, de la cual encontramos textos aquí
y allá a lo largo de todo el evangelio. Ahora nos fijaremos más detenidamente en un
JON SOBRINO
Padre. Entre uno y otro momento los evangelios están jalonados de innumerables
alusiones a la oración de Jesús. Antes de tomar decisiones importantes: elección de los
Doce (Lc 6,12), al enseñar el Padrenuestro (Lc 11,1), antes de curar al niño epiléptico
(Mc 2,29). Jesús ora por personas concretas: por Pedro (Lc 22,22), por sus verdugos (Lc
23, 24). Alude a la oración en ocasiones históricas, como cuando afirma que cierta clase
de demonios no se expulsan sin la oración (Mc 9,29), o cuando la relaciona con la
convicción de la fe (Mc 11,23). La oración era algo habitual en Jesús y así lo reconoce
Lucas cuando en un sumario, es decir en los versículos donde concentra la actividad de
Jesús, afirma que "...numerosa multitud afluía para oírle y ser curados... Pero él se
retiraba a los lugares solitarios" (Lc 5, 15s). Jesús ora en situaciones históricas concretas
de importancia, más allá de las oraciones cúlticas de su pueblo.
-Oración de acción de gracias. "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque
has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños" (Mt
11,25; Lc 10,21). La formulación de esta oración hay que entenderla en el transfondo
apocalíptico de comunicación de la revelación, cuyo contenido es el Reino de Dios.
Jesús ha hecho la experiencia de no ser aceptado por los grandes y en este contexto de
gracias al Padre porque son los "pequeños" los que han comprendido. Se alegra
sencillamente de que el Reino de Dios se realice entre los pequeños. Esta acción de
gracias aparece en un contexto dialéctico y polémico. Se ha hecho posible lo que
parecía imposible: han comprendido no aquellos que parecían poder comprender - los
sabios- sino aquellos que parecían no poder comprender - los pequeños-. Se introduce en
la oración el elemento de escándalo que se repite constantemente en los evangelios, y
que es imprescindible para acceder al Padre de Jesús, y no a cualquier divinidad.
Es una oración que recoge una profunda experiencia de sentido. Ora después de. su
actividad histórica, en medio del conflicto que la origina, consciente de la división que
su misión ha ocasionado. Y, en esta situación, se dirige al Padre para darle gracias
porque algo inesperado y maravilloso se ha realizado. Es, por tanto, la expresión de un
JON SOBRINO
-Oración del Huerto. "Suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y decía:
'Abba, Padre'... pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras" (Mc 14,35s y
paralelos). Es el momento en el que la crisis cuestiona el sentido de la totalidad de su
vida. No es, sin más, la muerte lo que Jesús quisiera rehuir, sino la muerte que va a ser
consecuencia histórica de su vida que, por su actividad profética desenmascarando la
injusticia y los intereses de los poderosos, provoca las reacciones de quienes quieren
darle muerte. En los evangelios, especialmente en Juan, toda la actividad de Jesús se ve
jalonada con la reflexión sobre la amenaza a su vida. La oración del Huerto recoge en
un momento denso la crisis de Jesús a lo largo de su vida.
Por otra parte, es una oración que desemboca en una acción histórica:. la decisión de ser
fiel hasta el fin a la voluntad del Padre. Aunque Jesús pida que Dios haga llegar el
Reino sin que le preceda el sufrimiento, Jesús consciente de su "yo", lo sacrifica en
nombre de la voluntad del Padre. Es, por tanto, un momento denso de profundo sentido,
de la relacionalidad constitutiva de Jesús.
Resuena nuevamente el "Abba", la palabra con que Jesús se dirigía al Padre con
inusitada confianza; sigue viva su confianza, aun cuando no quisiera que su voluntad
fuera la Cruz y el abandono del Padre. En este momento de crisis última, a la oración de
Jesús le compete un no saber, que se hace parte del saber más profundo del Padre.
La oración del Huerto, es, por tanto, una oración típica de Jesús; se hace en un contexto
histórico bien determinado, en continuidad con su vida; en ella aparece algo esencial a
la oración, como es la búsqueda de la voluntad de Dios, y la confianza en el Padre como
aquel que incluso en estos momentos es el polo referencial de sentido.
Jesús oró de una manera determinada porqué tenía una determinada concepción de
Dios. "Oración" y "Dios" son realidades correlativas. Lo que de problema tenemos en la
JON SOBRINO
Este polo referencial totalizante puede influir a dos niveles: al nivel del discurso
analítico y de las estrategias concretas y al nivel de la oración y de la estrategia global.
(Igual que en la acción de Jesús, este polo referencial influye al nivel de las tácticas
concretas: sobre el mostrarse o no en público, el hablar a la muchedumbre o a los
discípulos, etcétera; y al nivel de las estrategias totalizantes: la decisión de subir a
Jerusalén -decisión de enfrentarse con la totalidad-, las tentaciones -que ponen en
cuestión la totalidad de su misión-, el anuncio del Reino, el mandamiento del amor,
etc.). Es sobre todo a este último nivel, donde se hace importante e imprescindible la
reflexión sobre el Dios de Jesús, sobre el Dios ante quien ora en los momentos densos y
totalizantes de su existencia.
Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos ir delineando las diversas tradiciones sobre
Dios, propias de Israel, que influyen en Jesús. En primer lugar, la tradición profética
con su Dios de la parcialidad ante el pobre y que está contra el pecado histórico que crea
una situación de injusticia, el Dios que busca la conversión personal, que suscita la
vocación del profeta, exigiéndole todo, incluso la propia vida. El Dios del conflicto,
precisamente por su parcialidad hacia los oprimidos. La tradición apocalíptica sobre
Dios, con el énfasis en la renovación de la realidad como obra de los últimos tiempos,
renovación gratuita, llevada a cabo por su poder, y a la que precederá un cataclismo
universal. La tradición sapiencial del Dios creador - providente, que permite que en la
historia crezcan juntos justos y pecadores, el Dios bondadoso en quien se puede confiar.
La tradición sobre el Dios. del cual sólo se escucha su silencio -como en el huerto y la
cruz-, con antecedentes en algunos salmos, el Qohelet y Jeremías.
presuponer que desde el principio hubiese tenido un noción de Dios, sino que más bien
su historia concreta fue sintetizando la gama de matices que sobre Dios le presentaban
las diversas tradiciones. La originalidad de Jesús va a consistir en esta síntesis concreta
que él va haciendo a lo largo de su vida.
Esta trascendencia la muestra también en sus discusiones con los fariseos cuando les
acusa, por ejemplo, de querer manipular a Dios a través de sus tradiciones (Mc 7,1-17);
y nótese que se trata de tradiciones religiosas.
poder- sino a los sin-poder. ("Me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres..."
Lc 4,18).
Que la realidad de Dios es amor, es decir, un ser parcial en favor de los hombres, y que,
por tanto, va a ser el amor a los hombres la mediación privilegiada de acceso a Dios
aparece claramente en el evangelio, sobre todo en aquellos pasajes en los que podría
parecer que el amor al hombre entra en colisión con los derechos de Dios. Según Jesús,
Dios no quiere proclamar ningún derecho para sí que no fuera el amor eficaz a los
hombres. Por esto, el culto no es entendido por Jesús como la esfera autónoma de Dios,
de sus derechos. Si Dios es amor, es imposible en el sentido más radical de la palabra
que coexista un culto que no sea -a su vez manifestación de amor; de lo contrario,
habría una estricta contradicción entre la mediación para llegar a Dios y la realidad de
Dios a quien se quiere llegar. Por esto no puede haber sábado que no sea para los otros.
Dios no es un ser egocéntrico cuya realidad es ser para sí mismo, sino que es para los
demás.
Por último, aportemos el pasaje en el que se habla de los mandamientos del amor a Dios
y del amor al prójimo (Mc 12,28-34 y paralelos) y en donde resultan equiparados. La
afirmación de "amar a Dios", cuando se hace cristianamente tiene una novedad y una
complejidad desconocidas. "Amar a Dios" es una expresión doxológica en la que se
quiere afirmar que la última realidad para el hombre y la última experiencia de sentido
que puede realizar es la del amor. Significa que corresponder a un Dios que es amor
sólo puede hacerse en la praxis del amor. Pero la complejidad surge cuando uno se
pregunta por las mediaciones históricas de esta afirmación doxológica. La fe cristiana
afirma que es imposible amar a Dios en directo, sin que ese amor sea mediado por un
amor histórico.
No es que existan, por lo tanto, dos objetos distintos del amor: Dios y el prójimo. Existe
una única experiencia de la praxis del amor, cuyo material es el amor al prójimo, y en
cuya formalidad -cuando se hace sin reservas- se da también la experiencia de Dios; y
por ello puede formularse como amor a Dios.
Conclusión
Todas las tradiciones sobre Dios que recibe Jesús quedan sintetizadas en la tradición
"del reino de Dios". Este reino es la alteridad última de Jesús. En cuanto "reino" apunta
al amor real e histórico, a la comunión del individuo con los demás hombres, y de éstos
con el origen y futuro de ellos mismos, es decir, con Dios. En cuanto es reino "de Dios"
apunta a la última profundidad del reino, a la trascendencia, al Dios mayor.
Fundamento
Mencionan también al Hijo unigénito del Padre. Eso significa que, desde Jesús, el Padre
como misterio trascendente ha expresado claramente su voluntad, ha roto la simetría
abstracta de un Dios que -en cuanto poder- pudiera ser por esencia salvación y
condenación. Desde Jesús, lo que se sabe del Padre es que es en directo salvación y no
condenación. Y, por otra parte, al mencionar al Hijo mencionan que ha aparecido en la
historia el modo correcto de corresponder y así acceder al misterio del Padre; que en
este Hijo ha aparecido el camino de acceso al Padre.
Esta realidad trinitaria explica la oración del cristiano en el NT. La oración cristiana
comienza con la fundamental afirmación de mantener el misterio de Dios y por ello el
"no saber cómo conviene orar" (Rm 8, 26). El lugar de la oración cristiana es la historia
y su inserción en ella, la solidaridad y la no evasión de la misma a pesar de los
sufrimientos, la vanidad de la creación, nuestra flaqueza... (Rm 8, 18.20.22). Dentro de
la historia, la oración se hace en el Espíritu que nos capacita para decir " ¡Abba! " y para
seguir "gimiendo", buscando la voluntad del Padre (Rm 8, 15.26). Lo que Pablo está
intentando decir es que la oración del cristiano se hace, en primer lugar, a partir de la
vida real, entre la miseria de la historia y en solidaridad con ella, sin tratar de superar la
historia concreta buscando algún otro lugar para la oración aparentemente más
tranquilo, pero realmente menos propicio y aun imposible para la oración cristiana.. Lo
JON SOBRINO
primero que hace el Espíritu es que esta vida sea cristiana. Y desde esa vida cristiana la
oración se hace trinitariamente. Se ora al padre, misterio trascendente, pero a quien se
puede llamar Padre. Como Jesús, usando su misma expresión "abba", e introducidos en
la historia como él, solidariamente con ella, dirigiéndose al Padre con la misma
confianza y los mismos gemidos. Se ora en el Espíritu, es decir, dentro de una vida real
cristiana, la vida en el Espíritu de Jesús.
Estructura
En toda oración, para que sea cristiana, y no meramente oración en el sentido de las
religiones, no ha de faltar ninguno de los siguientes elementos:
a) Oír la palabra de Dios. En este oír está implicado que el misterio de Dios es personal
y tiene una voluntad salvífica y liberadora. Las mediaciones de este oír son, de una
parte, la vida de Jesús consignada en la Escritura y acumulada en la tradición; y, de otra
parte, la palabra de Dios que se manifiesta en la situación histórica concreta en todas sus
dimensiones personales, sociales, políticas y eclesiales.
La cronología de estos tres pasos puede ser más compleja: el oír puede acaecer en lo que
descriptivamenté se llama acción; la acción puede ser aquello que nos capacita para oír,
etcétera.
Se trata de hallar la correcta relación acción - oración superando una cierta tendencia al
"ex opere operate" atribuido por unos a la oración y por otros a la acción. De hecho la
absolutización de la oración ha alienado, como la absolutización de la acción no resulta
JON SOBRINO
amor es la promoción y lucha por la justicia en favor de las grandes masas oprimidas.
Es a partir de la relación con este "otro" mayoritario y oprimido donde se da la categoría
teológica de "otro". Analizando un poco más la "acción por la justicia" como el lugar de
la contemplación cristiana hay que notar, en primer lugar, que es en el contacto y
orientación hacia las masas oprimidas donde se encuentra privilegiadamente el "no"
incondicional y radical que Dios pronuncia sobre el mundo del pecado. La experiencia
de este "no" es necesaria e imprescindible para que exista una contemplación del Dios
de Jesús y de la historia según Dios.
En segundo lugar, es normalmente en esta acción donde más se le exige al hombre: sus
cualidades, su tiempo, su seguridad e incluso su vida; y es en ella donde el elemento de
gratificación puede estar más ausente que en otras expresiones del amor.
En tercer lugar, es en la lucha por la justicia donde normalmente surge con más agudeza
la aporía cristiana y el elemento del "contra" de la fe, la esperanza y el amor. Mantener
esta aporía en la vida real es una de las condiciones para la experiencia del Dios de
Jesús, y por tanto de la oración. Y por tanto se convierte en el lugar privilegiado para la
conversión de la persona y del grupo. Es una gran verdad evangélica que el pobre es el
que tiene capacidad de convertir a los demás. Toda otra conversión que no pase por el
pobre, y operativamente por una vida de hacerle justicia, es ilusoria; se podrá quedar al
nivel del cambio de la autocomprensión de la propia persona, pero difícilmente llegará
al cambio que debe operarse en la conversión cristiana: el cambio de poseer la vida a
entregarla.
Por esto "el camino hacia la fe y hacia la justicia son inseparables", y la acción por la
justicia nos parece el lugar privilegiado para la contemplación, pues concretiza el lugar
en el cual la contemplación pueda ser contemplación del Dios cristiano, y de esta
manera el lugar de contemplar también la realidad del mundo y de la historia a la luz de
Dios.
Quizá para terminar habríamos de mencionar algunos criterios que a posteriori puedan
confirmar si existe verdadera contemplación o sólo acción mecánica por la justicia.
Podrían ser: La experiencia de gratuidad de la acción que se lleva a término basada en
que "Dios nos ha amado primero". La conversión permanente del "propio" pecado, la
necesidad constante de negar la propia voluntad de poder, la adquisición de las
disposiciones y virtudes enumeradas en el Sermón de la Montaña. Las nuevas acciones
por la justicia que desencadena la contemplación del Dios siempre mayor, que ningún
cauce de praxis de la justicia podrá agotar. Y finalmente, que la contemplación exista y
sea descriptiblemente verificable en lugares, tiempos y formas concretas, no sólo porque
esto es una condición exigida normalmente por la psicología humana, sino también
porque esto es ya una expresión de que se quiere realmente oír la Palabra y que se
quiere referir realmente lo hecho en la acción por la justicia al Padre de Jesús, a la
fuente de ese primer amor.
sino que es aquella en que se comparten comunitariamente los tres pasos de la estructura
de la oración que hemos comentado.
Para comprender la oración comunitaria hay que tener en cuenta dos cosas: a) Que Dios
también es mayor que el propio sujeto y que, por tanto, la subjetividad individual no
puede agotar la experiencia de Dios, y que se ha de estar abierto a la manifestación de
Dios a través de los otros. b) Que los cristianos no se salvan individualmente. Las
afirmaciones tradicionales sobre la comunión de los santos y la intercesión encierran
una profunda intuición: a Dios se accede como pueblo. Recuérdese, por ejemplo, como
en el bautismo la renovación de la vida individual se hace dentro e incorporándose a una
comunidad, a la Iglesia. E históricamente es una constatación cotidiana que, cuando
existe una profunda conversión individual, se busca como lugar de la nueva vida, o una
orden religiosa o una comunidad de base. La fe del individuo va acompañada de su
inserción en la comunidad.
Notas:
1
Nosotros sintetizamos todavía más, aun con el evidente peligro de que resulte una
pobre esquematización. (N. de la R.).
Vie religieuse «active» et insertion dans le monde du travail, Vie Consacrée, 49 (1977)
259-279
Hasta ahora era normal, salvo casos excepcionales, que las congregaciones destinaran a
sus religiosos a obras propias o que dirigían en nombre de la Iglesia o del Estado.
Aunque los servicios asistenciales o de promoción se ofrecían a todos, también a no
creyentes, se procuraba crear en ellos un ambiente cristiano, incluso "religioso", casi
como una prolongación del medio comunitario, en un clima de atención personal y de
conciencia del deber bastante raro en instituciones civiles. Sin embargo, de forma
creciente, los religiosos pasan a desempeñar, en escuelas públicas, en hospitales civiles,
en domicilios particulares, aquellas tareas que antes realizaban en comunidad. Otros,
más radicales, optan por una profesión o trabajo distinto del que la congregación
estimaba como fin secundario o ministerio específico. Obrero en la fábrica, dependiente
de comercio, camionero, ingeniero o abogado son ejemplos de la amplia gama de
profesiones que asumen los religiosos y religiosas con una indiscutible preferencia por
las solidarias con la clase obrera.
Esta nueva orientación y la teología que la sustenta tienen más importancia para la vida
religiosa que otros cambios quizás más polémicos del último cuarto de siglo, porque
expresa una evolución considerable en la comprensión de la misión de los religiosos en
el seno del pueblo de Dios. El salto inmenso, desde los tímidos ensayos de "religiosos
en el trabajo" de la postguerra a las decisiones de los últimos capítulos de algunas
órdenes, no reside tanto en el cambio de tareas, sino en la evolución de las perspectivas
teológicas. A ellas vamos a dedicar esta reflexión.
Averiguar por qué las congregaciones optan por nuevos ámbitos de trabajo, al precio de
difíciles equilibrios, nos parece el punto central que los conservadores a ultranza
olvidan, y en el cual pocos teólogos han profundizado.
Hace diez años se podía interpretar como una decisión pragmática de los institutos, casi
un sálvese quien pueda, obligados por la mengua de vocaciones y el número de
abandonos. Las circunstancias obligaban a clausurar o a agrupar las obras para evitar
que los escasos jóvenes se convirtieran en testigos póstumos de un estilo de trabajo
obsoleto, o en víctimas del peso de obras que la pirámide de edades cargaba
crecientemente sobre sus espaldas. Por otro lado, la creciente intervención del Estado en
enseñanza, sanidad y juventud, sectores clásicos de actividad de las congregaciones,
reducía las posibilidades de trabajo de los religiosos que, a menos de aceptar el
abandono de la finalidad de la congregación o el convertirse en jubilados anticipados,
J. M. R. TILLARD
les obligaba a intentar vivir su carisma sin obras o instituciones propias. Pero ni siquiera
donde han influido estas circunstancias exteriores se han constituido en la motivación
dominante y su apremio no ha actuado independientemente de una reinterpretación
teológica de la misión de la Iglesia. Los últimos capítulos de "aggiornamento" dan
testimonio de la preocupación de los religiosos por apoyar sus decisiones en este campo
en una coherencia teológica, más que en buscar a cualquier precio un lugar de trabajo
donde realizar su "fin secundario". Y esto nos parece muy importante.
Después del Vaticano II, los institutos religiosos emprenden su reforma, no sólo por la
presión de los problemas internos, sino principalmente en la perspectiva de renovación
de la Iglesia entera y de la idea que el Pueblo de Dios se hace de su vida y de su misión.
Esto explica que Perfectae Caritatis, concebida en la óptica de Lumen Gentium, se
interprete progresivamente a la luz de Gaudium et Spes. De manera que uno de los ejes
centrales de la renovación es la perspectiva misionera y evangelizadora y, por
consiguiente, la búsqueda de una . nueva relación con el mundo. El compromiso con la
misión y el apostolado en un mundo descristianizado ya había aflorado en las
intervenciones y enmiendas de obispos y superiores religiosos al documento de la
Adaptación y Renovación de la vida religiosa. Se trataba de temas que flotaban en el
ambiente, pero a los que Gaudium et Spes dio una nueva dimensión en la conciencia de
las congregaciones de vida activa.
No se trata de una "conversión al servicio del mundo y del hombre", como algunos
erróneamente han creído. Esto lo han pretendido siempre los religiosos de todo hábito y
de toda regla. No se puede negar que los monjes en sus campos, en sus talleres, en sus
destilerías o en sus bibliotecas han servido a la cultura humana igual que los
campesinos, los artesanos o los estudiosos. El problema, para la nueva óptica apostólica,
era hallar un nuevo "lugar" para sus tareas habituales o para aquellas que creían
necesarias en adelante.
Cabrá objetar, quizá, que un "lugar" semejante, perteneciente a la esfera profana, tiene
escasa relación con el "seguimiento de Cristo" tal como lo ha entendido la tradición.
¿La sequela Christi no debe ser "religiosa", al menos, en los materiales en que se
encarna? Y ¿no se descubre hoy la sorprendente afinidad entre los monaquismos
orientales, esencialmente "religiosos" y el monaquismo cristiano?
Porque esa acción se realiza ante Dios y conforme a su voluntad de hacer un mundo
otro. Directamente, no pretende ganar a la persona beneficiada, de forma que su vida se
abra al otro mundo, sino a cumplir la voluntad de Dios en el mundo actual. Es cierto que
igual que el designio divino de ese mundo-otro va unido al del otro mundo, la acción del
cristiano en la sociedad busca ser un testimonio de Cristo y del Padre, pero en su
primera intención anhela transformar el mundo en armonía con el ya del reino en
germen.
Es también cierto, sin embargo, que todo religioso serio desea poder anunciar
explícitamente a Cristo como fuente de plenitud y felicidad para el hombre y el mundo.
Y esta exigencia de explicitación adquiere normalmente tonos más relevantes que en los
laicos, preocupados principalmente por testimoniar su solidaridad con los luchadores
por la justicia, más que por una palabra directa sobre Cristo. El religioso sabe que está a
medio camino hasta que ha predicado a Cristo; pero aunque no pueda explicitar su fe,
aunque nadie comprenda el sentido de su acción, aunque deba silenciar el nombre del
señor Jesús, se siente comprometido a cambiar el mundo en la línea del Evangelio,
como una responsabilidad que tiene ante Dios, porque sigue a Cristo en el camino de su
señorío. Con ello no falsea su vocación. Más aún, incluso si la humanidad estuviera
evangelizada, el religioso debería todavía trabajar para convertir ese mundo en un
mundo un poco más otro. Al fin y al cabo, muchas congregaciones, ¿no fueron fundadas
en épocas de fervor eclesial para actuar las obras de misericordia dentro de la
comunidad cristiana?
Si hemos afirmado antes que en las tareas seculares cumplidas ante Dios se obedecía a
su voluntad de transformación del mundo, ahora hay que subrayar que, en esa
transformación, las situaciones humanas tienen la primacía. Desde el Vaticano II, la
Iglesia cree que los cristianos deben integrarse en los movimientos que luchan en
J. M. R. TILLARD
defensa de la persona y de la justicia, que supera el simple reparto equitativo de bie nes
para incluir un "justicia de la libertad" y una "justicia de pensamiento". Lo cual implica
en el fondo tener una cierta idea del hombre que, de acuerdo con la revelación,
comporta dos elementos peculiares.
Si este primer elemento delimita la grandeza del hombre "a imagen y semejanza de
Dios", el segundo se refiere a su debilidad. La Revelación es realista y subraya la
fragilidad radical del hombre, que personal y colectivamente está ligado al pecado y al
egoísmo radical, muy lejos de la optimista concepción roussoniana. Convendría
recordar aquí que la esperanza que vértebra toda la Biblia afirma sin vacilar que hasta la
venida del Señor no cabe esperar ningún paraíso en la tierra. El mal abate
implacablemente los muros de defensa de la justicia, la dignidad y la libertad humanas.
El cristiano sabe que el problema de la historia no puede reducirse a los límites
económicos, sociales o políticos. Y aunque un día reinara en la tierra la justicia, sin que
la sombra de un Goulag frenara el optimismo, se estaría lejos del fin. Habría que insistir
todavía en la apertura humana hacia el más allá y la corrupción humana seguiría
acechando para dañar a las personas. La revelación insiste con realismo en una
constante movilización en favor de la dignidad de la persona, y aunque se juegue mucho
en los campos económico y social, no se trata del único frente en peligro. La libertad,
para el cristiano, no se decide sólo en las victorias sobre la alienación económica o
social. El hombre libre no es el hombre saciado, sino el hombre feliz; lo cual es
completamente distinto.
Después de vacilaciones iniciales, cada vez resulta más claro el peso del proyecto
religioso en la elección del tipo de trabajo. Es raro que algún religioso trabaje sólo para
ganarse la vida o para sentirse valorizado por el hecho de cobrar un salario. Es
comprensible que el religioso trabaje para pagar sus gastos, pero incluso entonces desea
alertar a los compañeros de la trascendencia de ciertos valores. Incluso si se mantiene al
margen de compromisos de solidaridad con el medio ambiente, desea ser presencia
evangélica interpeladora o (a semejanza de los Mendicantes o de Carlos de Foucauld)
asumir el contacto con el misterio de Cristo pobre, a través de la fraternidad con los
desheredados. Lo cual es profundamente evangélico y conforme con el "seguimiento de
Cristo". Además, ahí entra en juego la íntima relación entre la sequela Christi y la
exigencia de manifestar a la corta o a la larga el nombre del Señor Jesús. Incluso en la
tarea más secular y el contexto más laico, o en la más lejana posibilidad de nombrar
explícitamente a Cristo, debe intervenir la preocupación por el testimonio como rasgo
característico de la actividad de los religiosos.
La vida religiosa tiene entre sus elementos específicos la dimensión comunitaria, como
koinônia de corazones, de voluntades, de apostolado y de plegaria. Esta koinônia se
realiza en una doble dirección: del religioso a la comunidad y de ésta al religioso. Y
ambas coordenadas deben mantenerse cuando se reflexiona sobre la manera de
inserción en el "mundo del trabajo". La que va del religioso a la comunidad es la que
corre hoy mayores riesgos. No será inútil subrayar, para prevenir insidiosas objeciones,
que la inserción individual en el trabajo no discurre fuera de la obediencia, pues son los
mismos capítulos los que la preconizan. Como es también falso pensar que los capítulos
o superiores que autorizan esa orientación carcomen las exigencias comunitarias de la
vida religiosa. Prácticamente nunca la obediencia ha exigido de los religiosos que
trabajen juntos con identidad de métodos, de horarios y al servicio de una misma tarea.
Se ha insistido en el "en común" (communiter) en todo lo que engloba el "estilo de
vida", es decir, bienes, búsqueda de la voluntad de Dios, plegaria, pero no se ha
J. M. R. TILLARD
Comprometido en una tarea profana de acuerdo con sus hermanos, el religioso sigue
perteneciendo a su comunidad. No es un exiliado o un exclaustrado. La pertenencia a la
comunidad le constituye religioso y es esencial a su proyecto de "seguimiento de
Cristo", porque ha escogido seguir a Cristo no en relación inmediata con Dios y la
Iglesia, sino en la mediación de la "fraternidad" de su congregación. Las solidaridades
que asuma en los campos del trabajo apostólico o político deberán girar alrededor de
esta pertenencia religiosa que configura su identidad. La vocación, como don del
Espíritu, le liga al servicio del Reino, en solidaridad con la comunidad. El compromiso
con otras debe referirse siempre a esta primera.
Esta solidaridad comunitaria, bien entendida, no roba vigor a las otras, sino que las
vivifica. Y esto cuestiona la naturaleza de la obediencia religiosa, que, más que una
renuncia de la propia voluntad, es la decisión de buscar, junto con los demás, la
voluntad de Dios en la propia vida y compromisos. En el fondo esto no es más que
llevar a término la dinámica del bautismo: poder superar los límites del deseo personal y
de la estrechez de miras. Y esto vale incluso en los casos difíciles del compromiso en el
trabajo en que los demás saben probablemente muy poco. La mayoría de veces, como
único competente, él será quien deba tomar las últimas decisiones, pero deberá estar
atento a la crítica y observaciones de sus hermanos, cosa imposible si rehúsa someter
sus opiniones a la mirada de su comunidad.
Responsabilidad de la comunidad
Para que lo indicado hasta ahí, referente a la inserción en el mundo del trabajo, no quede
en meras palabras o deseos, es evidente que las congregaciones han de esforzarse en los
próximos años por dar un nuevo rostro a su vida de comunidad. Comunidades
formalistas o con relaciones humanas estereotipadas no mantendrían el espíritu de los
religiosos que, comprometidos en nuevas tareas, poco a poco se hallarían extraños en su
seno. Es necesario crear un clima de transparencia fraternal que permita reconocerse a
todos como seguidores de un mismo llamamiento ante Dios. Esto nos parece condición
indispensable del éxito de las nuevas inserciones. Los religiosos que actúen como
francotiradores no lograrán unificar el "seguimiento de Cristo" y la complejidad de los
problemas humanos que deberán abordar. Las comunidades que acepten ser dormitorios
u oratorios para recitar algunos salmos en común no tienen futuro: Tampoco las que se
conciban como lugares espiritualistas o remansos de pietismo y satisfacción psicológica.
Hay que crear una urdimbre comunitaria que, a pesar de la dispersión laboral, la
diferencia de horarios, las operaciones políticas y sociales, forje un alma y un corazón
común a causa de Cristo y su llamada. Esto exige una forma de actuación diversa de los
superiores. Como indicamos antes, deberán dejar que los individuos asuman su
responsabilidad en el marco de la solidaridad comunitaria, cuando por sí mismos vean
claro, en una especie de ampliación analógica del principio de subsidiariedad. Pero, por
otro lado, deberán apoyarles en las crisis, desánimos y dificultades. Acompañar deberá
sustituir al mandar, incluso entendido éste en forma evangélica. Los superiores deberán
esforzarse en convertir las comunidades en diálogo, acogida y fraternidad. Y esto
otorgará nuevo valor a su misión.
Estamos en tiempos difíciles, pero, a la vez, llenos de esperanza para la vida religiosa.
Porque la historia del Pueblo de Dios nos enseña que la noche precede a la aurora y el
grano hundido en la tierra promete la espiga y Getsemaní anuncia el alba de la
Resurrección. ¡Sean benditas esas dificultades de las que brota la vida!
I. INTRODUCCIÓN
Suele decirse que los judíos se interesaban ante todo por la historia: los "signos" que
reclamaban eran concebidos como manifestaciones de la actividad de Dios en la
historia: en ellos, la Verdad quedaría verificada históricamente, como fidelidad de Dios
para con su pueblo. En esta concepción, las promesas de Dios, pero también la respuesta
histórica del pueblo, son partes de la definición de la Verdad. La fidelidad a Dios y el
cumplimiento de su voluntad se traduce como "obrar la verdad" (1R 2,4: 3,6: Is 38,3,
etc). La verdad es la promesa de Dios: su plenitud es la plenitud de la historia. La
Verdad es, pues, escatológica, y empuja al hombre hacia el futuro.
El NT afirma que Cristo -una persona histórica y concreta- es la Verdad: tal afirmación
parece contradecir, a la vez, la noción judía y la noción griega de Verdad, que acabamos
de exponer. En efecto, si Cristo es la Verdad, el Alfa y Omega de la historia, ya no
parece haber lugar para el historicismo lineal y escatológico propio del judaísmo, puesto
que en Cristo, en un momento singular y concreto de la historia, se habría dado ya el fin
de, toda la historia. Pero, por otra parte, si se afirma que Cristo es la Verdad, se afirma
que en su realidad histórica y en su devenir temporal es donde se halla el supremo
sentido del ser: y esto parece totalmente inaceptable al pensamiento griego.
Por tanto, si queremos ser fieles a la Verdad cristológica, tal como la presenta el NT, ni
podemos escamotear la historicidad de esta Verdad para salvar la absolutez de su
significado, ni podemos entender esta misma historicidad como los judíos, de una
manera lineal, como si el futuro estuviera todavía por venir y como si no se hubiera
alcanzado todavía la Verdad de la historia. Podríamos presentar la cuestión de la manera
siguiente:
Pensamos que los Padres griegos, que sintieron muy al vivo estos problemas, nos
proporcionan con la noción de "comunión" un instrumento decisivo para resolverlos.
Por esto examinaremos, en primer lugar, su aportación, para iluminar luego con ella las
cuestiones que se refieren a la relación entre fe cristiana y Verdad tal como se nos
presentan en nuestros días.
En los primeros siglos, la idea de logos tuvo un lugar central en los dramáticos
esfuerzos por conciliar la noción griega de Verdad con la perspectiva cristiana de Cristo
como Verdad. Filón había utilizado aquella idea para armonizar el AT con la -
cosmología griega: el mundo habría sido creado por el logos de Dios. Justino, sobre la
base del prólogo del cuarto evangelio, cree que la idea de logos puede servir para hacer
JOHN D. ZIZIOULAS
aceptar a los griegos que Cristo es la Verdad. Pero este intento estaba lleno de peligros.
Al afirmar que Cristo es la Verdad, precisamente porque es el logos por el que el mundo
ha sido hecho y en el que todo tiene su sentido, Justino adopta una idea de Verdad
prácticamente idéntica a la del platonismo: Dios es "el que es siempre el mismo bajo
todos los aspectos", conocido "sólo por la mente". La Verdad es entendida por Justino a
la manera platónica, como un supremo objeto fijo que entra en relación con el mundo a
través de la mente. En efecto, la mente nos ha sido dada "para que podamos ver aquel
Ser que es la causa de todos los seres inteligibles". Lo más significativo en esta
concepción es que la posibilidad de conocer a Dios viene dada en razón del
"parentesco" o afinidad ontológica entre Dios y el alma o mente. De manera típicamente
platónica, Justino piensa que todo error proviene de la interferencia de lo material o del
cuerpo en la actividad del alma: ésta por sí misma se halla en relación permanente con
el Dios-Verdad, y le basta con liberarse de las interferencias corporales para poder
contemplar la Verdad misma. Es decir, la manera como Justino entiende la Verdad
presupone no sólo un dualismo entre lo sensible y lo inteligible, sino muy especialmente
un vínculo ontológico necesario entre Dios y el mundo, a través del alma. La afinidad
permanente entre Dios y el alma lleva a entender la noción de logos -que Justino aplica
a Cristo- como lazo de unión entre Dios y el mundo, entre la Verdad y la mente
humana: Cristo, como logos de Dios, pasa a ser precisamente este vínculo entre la
Verdad y la mente humana, con lo que la verdad de la filosofía no sería más que una
parte de este logos. Junto al dualismo que subraya la distinción entre lo corporal y lo
espiritual, se insinúa, una especie de monismo, en el que se difumina y se pierde la
distinción entre lo espiritual y lo divino, entre la verdad de la filosofía y la Verdad de
Dios.
Orígenes relaciona tan estrechamente la noción de Dios con la de la creación que, aun
aceptando la creación ex nihilo, ha de hablar de una creación eterna, arguyendo que
Desde este punto de vista, la afirmación de que Cristo es la Verdad adquiere una
característica singular: Cristo es ciertamente "la Verdad en sí", pero no precisamente a
causa de su humanidad: "Nadie será tan ingenuo que piense que la esencia de la Verdad
no existía antes de su manifestación en Cristo", dice Orígenes (Cels VIII, 12). Esto no
quiere decir que se rechace la humanidad de Cristo: pero, con respecto a la Verdad, está
JOHN D. ZIZIOULAS
Jesucristo ni por ningún otro intermediario, sino que ha sido producida -egeneto- por
Dios" (In Jn VI, Pref. 8). Orígenes parece comprender la venida de Cristo de que habla
Jn 1,17, no como el acontecimiento histórico de la encarnación, sino en un sentido
cosmológico: es la Verdad que Dios imprime directamente en el mundo que
eternamente crea. La verdad existe como la naturaleza misma del ser. Por eso "todo
hombre sabio, en la medida en que participa de la sabiduría, participa de Cristo, que es
la sabiduría" (In Jn 1,34): es decir, la sabiduría no depende del acontecimiento de
Cristo, sino que más bien Cristo participa de la sabiduría. La proposición "Cristo es la
Verdad" no puede invertirse para decir "la Verdad es Cristo", ya que el Cristo histórico
parece ser Verdad en tanto en cuanto participa de la Verdad: Cristo es la Verdad en
cuanto logos de la creación, no en cuanto Jesús de Nazaret.
El problema que Orígenes, con toda la teología del logos, deja sin respuesta es el
siguiente: ¿Cómo se puede afirmar que el Cristo histórico sea la Verdad? Si es la
Verdad sólo porque simultáneamente es el Logos de Dios y de la creación, parece
implicarse que la encarnación no realiza propiamente la Verdad, sino que sólo revela
una Verdad preexistente y de suyo independiente de ella. La teología moderna puede
recriminar a Orígenes el haber escamoteado al Cristo histórico; obsesionado por el
objeto de la revelación, no muestra ningún interés por el revelador o por el
acontecimiento histórico revelatorio.
Parece que se da como una contradicción entre revelación e historia: porque la primera
tiende hacia la unificación del ser por la manifestación de su sentido, mientras que la
segunda presenta al ser de una manera fragmentada y antinómica. Ahora bien, si el
interés por la Verdad como revelación llega a eclipsar el interés por la Verdad como
historia, se sigue inevitablemente que es el mismo espíritu humano el que se convierte
en el Dios de la Verdad, en el vínculo decisivo entre la Verdad y la creación. La manera
como los apologetas y Orígenes enfocaron la cuestión de las relaciones entre revelación
e historia no llega a una adecuada síntesis de estos elementos.
2. La perspectiva eucarística
Si los teólogos del Logos no llegan más que a una comprensión cosmológica de la
Verdad, los obispos preocupados por la vida de fe de sus comunidades llegan a una
concepción muy distinta de la Verdad. En Ignacio de Antioquía, la Verdad no es algo
que tenga que ver con la epistemología, sino con la vida: la Verdad no es una cuestión
ontológica, sino -como en el AT- una cuestión de praxis. Pero, ¿es que la vida puede
contraponerse al ser? ¿No habría que afirmar la identidad entre ser y vida? Aquí nos
enfrentamos de nuevo con los modos de pensar propios del helenismo, que podríamos
ver representados en Aristóteles. Para éste, la vida es una cualidad sobreañadida al ser,
no el mismo ser. La Verdad del ser precede -a su vida: una piedra puede ser llamada
"ser" lo mismo que un animal. El animal es un ser que posee vida, mientras que la
piedra es un ser que no la posee. Y precisamente por esto, porque el ser precede a la
JOHN D. ZIZIOULAS
vida, y la vida es sólo una posesión del ser, la Verdad es concebida primariamente en
relación con el ser, y no en relación con la vida. Un griego no puede pensar con un solo
concepto "ser" y "vida": un cristiano debiera poder hacerlo: hay una identificación "ser-
vida" que afecta decisivamente la noción de Verdad. El cristiano debiera orientarse no
hacia una ontología del puro ser, sino hacia una ontología de la vida. No es fortuito que
Ignacio de Antioquía se interese por la inmortalidad: es que la vida para él no sólo
significa praxis, sino ser para siempre: plenitud de ser, plenitud de verdad y plenitud de
vida se identifican.
Lo que lleva a Ignacio e Ireneo por este camino no es una tradición intelectual que
hubieran recibido, sino su experiencia de la Iglesia como comunidad eucarística. En
Ignacio, hay una clara relación entre inmortalidad y eucaristía. En Ireneo no sólo la
eucaristía influye en su concepción de la inmortalidad, con sus connotaciones
ontológicas, sino que, contra la depreciación de la materia propia de los gnósticos,
hallamos un original intento de valorar la creación material por referencia a la
eucaristía. La valoración de la eucaristía es parte de la lucha entablada por Ignacio y por
Ireneo en favor de la realidad, amenazada por el docetismo y el gnosticismo. Para uno y
otro, la eucaristía es, sin poder dudarlo, fuente de vida: pero lo es porque es
verdaderamente Cristo en el sentido más histórico y material de la palabra verdad: en la
eucaristía, se da la Verdad que es ser y es vida a la vez, que es a la vez histórica y
ontológica. Más aún: eucaristía es comunión, es la comunicación de la vida divina tal
como se da en la Trinidad, que se realiza como comunión entre los miembros de la
comunidad eucarística. Aquí el conocimiento se identifica con la comunión.
Ahora bien, la identificación del ser con la vida mediante la noción de incorruptibilidad,
conduce inevitablemente a la teología trinitaria. Si la incorrupción no es posible más
que por la comunión con la vida misma de Dios, la creación y el ser no podrán
permanecer en la vida más que en la medida en que la fuente del ser -Dios- sea en sí
misma vida y comunión de vida. L-t vivencia cristiana de la eucaristía implica que la
vida incorruptible se da en la comunión con Dios, y que, por tanto, la creación y el ser
no pueden vivir más que fundados en la vida y la comunión de Dios. Por esto, para
Ireneo, el acto creador implica la comunión simultánea del Padre, del Hijo y del
Espíritu.
3. La perspectiva trinitaria
Una de las dificultades con que se enfrentaron los Capadocios para desarrollar una
ontología de comunión, procedía de la confusión entre "sustancia" e "hipóstasis". Hasta
entonces se había considerado que la individualidad concreta de una -cosa -su
"hipóstasis"- significaba simplemente que esta cosa existía en sí como tal -su
"sustancia"-. Los Capadocios operaron un cambio terminológico que procedía de una
mayor profundización ontológica: el término "hipóstasis" queda disociado del de
"sustancia" o "ousía", y adquiere afinidad con el de "persona". Ahora bien, este último
término era un término relacional, y como tal había sido introducido en la teología
trinitaria: con ello, una categoría de suyo ontológica, como era la de "hipóstasis" entraba
en el ámbito de las categorías relacionales de la existencia: "ser" y "ser-en-relación" se
identifican. Para que algo sea se requieren dos cosas a la vez: que sea-en-sí-mismo -
hipóstasis- y que sea-en-relación -persona-. Sólo en la relación aparece el significado
ontológico de la identidad: y una relación que no implicara una identidad
ontológicamente significante, no sería una relación. La consideración del ser de Dios ha
llevado así a una nueva profundización de la ontología.
Con ello se llega a una concepción del ser de Dios más acorde con la Biblia. El término
persona-hipóstasis, arrastrando consigo el carácter ontológico de la ousía, pero sin
perder con ello su carácter relacional, podía indicar el sentido último del ser de Dios. La
originalidad de los Capadocios, que perdurará en toda la patrística griega, está en la
afirmación de que la ultimidad ontológica de Dios ha de buscarse no en la única ousía o
esencia de Dios, sino en el Padre, es decir en una hipóstasis o persona. En Occidente,
por influjo principalmente de Agustín, la ultimidad del ser de Dios seguirá todavía
ligada a la categoría de ousía: por esto se colocará un tratado de Deo uno -de la ousía de
Dios- antes de la consideración trinitaria: y con ello la trinidad de personas aparece
como un extraño sobreañadido cuyo carácter ontológico radical se hace difícil de
apreciar.
La identificación de la ultimidad de Dios, no con su ousía, sino con la persona del Padre
comporta, por una parte, una mayor fidelidad al lenguaje bíblico que nos presenta a
Dios como Padre, y por otra, permite resolver los problemas que suscitaba la
consustancialidad del Hijo. En efecto, al afirmar que el Padre es la razón última del ser
de Dios, la teología puede aceptar una cierta subordinación del Hijo al Padre, sin por
ello relegarlo a la condición de creatura. Pero para ello es necesario que la alteridad del
Hijo implique la identidad de sustancias con el Padre: la noción ontologizada de
hipóstasis ha de ser completada por la de sustancia, so pena de recaer en un mo nísmo
ontológico. La identificación de Dios con el Padre perdería su contenido bíblico si no se
afirmara, a la vez que la trinidad de personas, la unicidad de la ousía.
JOHN D. ZIZIOULAS
4. La perspectiva apofática
Para comprender esto hay que considerar dos rasgos típicos de la teología apofática,
representada principalmente por el Pseudo-Dionisio y por Máximo el Confesor: el
éxtasis divino y la distinción entre esencia y energía en Dios. Por el éxtasis se indica
que Dios es amor, y que como tal crea una relación inmanente de amor hacia fuera de
sí: lo característico de este éxtasis es que produce, no una mera emanación en el sentido
neoplatónico, sino una verdadera alteridad de ser que puede responder, retornando así
al ser original. Esto es particularme nte claro en Máximo, ya que en él el ser no se
concibe, como en Dionisio, en el ámbito cosmológico, sino en el del ser trinitario de
Dios.
La distinción entre esencia y energía en Dios sirve igualmente para marcar la alteridad
del mundo con respecto a Dios, con una trascendencia que se funda, no en la
"naturaleza" o "esencia", sino en el acto de amor. Esta distinción representa la primera
tentativa cristiana de conciliar la idea bíblica de la alteridad de Dios con el presupuesto
griego de la unicidad del ser.
5. La perspectiva cristológica
Hemos visto cómo a partir de la noción de logos, que se había introducido para explicar
la relación entre Dios y el mundo, se hacía muy difícil mantener la alteridad y distinción
entre uno y otro. Por esto la patrística fue dejando de lado aquella noción: pero el
problema permanecía: ¿Cómo admitir un vínculo ontológico entre la Verdad última y la
creación o la historia mundana, de tal manera que el mundo y la historia conserven su
ser y su verdad propia y diferente, supuesto que Dios es la única Verdad? Dicho de otra
JOHN D. ZIZIOULAS
manera: ¿Si Dios es la Verdad, el mundo, que es menos que Dios, será menos que
verdad? ¿Será sólo apariencia?
La teología eucarística de Ignacio e Ireneo daba una respuesta incipiente a esta cuestión,
identificando por vez primera el "ser" y la "vida": los teólogos trinitarios profundizaban
en la misma línea, identificando la vida y la comunión con el ser mismo de Dios. Pero si
la Verdad no se identifica con el ser más que por la comunión, por qué no volver a la
ontología griega del logos, uniendo Dios y el mundo precisamente en virtud de la
identificación entre ser y comunión? Orígenes lo había intentado mediante la noción de
participación. ¿Hay realmente diferencia entre "participación" y "comunión"?
Esto significa, por una parte, que la verdad de la existencia creada no puede afirmarse
por ella misma: Dios y el mundo no pueden ser yuxtapuestos en un mismo plano
ontológico, como entidades que se definen por sí mismas. Por otra parte, esto significa
que la dependencia de la creatura con respecto a Dios no es ni la de una mera casualidad
lógica o producción ontológica, ni la del desarrollo de un modo de ser a partir de otro:
es una comunión constante entre Dios y la criatura. La noción de "participación" puede
expresar bien esta comunión, porque implica dos cosas: a) que la verdad de la creación
depende de otro del cual participa: es una verdad de comunión por participación, a
diferencia de la Verdad de Dios, que es verdad de comunión sin participación. b) que la
dependencia de la verdad de la creación con respecto a Dios no está sólo en el orden de
la causalidad natural u ontológica, sino el de un acontecimiento de amor. Puede
establecerse entonces que tanto Dios como la creación tienen verdad según su propia
naturaleza: sólo que la naturaleza de Dios es la de ser Verdad de comunión en sí, y la
de la creación es ser Verdad de comunión por participación de amor.
Sin embargo, queda por responder la cuestión acerca de la relación entre Verdad e
historia: ¿cómo se relaciona la Verdad ontológica con la creación, considerada no ya
como realidad estática, sino como movimiento en el tiempo? Los Padres griegos se
distinguen por su manera de relacionar estrechamente ontología e his toria. Al contrario
que en Occidente, donde desde Agustín el problema se afronta desde el ángulo de las
relaciones entre el tiempo y la eternidad, en Oriente se afronta la cuestión como un
problema del movimiento del ser, es decir, de la relación entre el ser y la vida por una
parte, y el declinar y la muerte por otra. ¿Puede haber verdad en el ser y en la vida toda
vez que la historia muestra que su movimiento es un movimiento de declinar y de
muerte?
Para resolver esta cuestión, Máximo desarrolla una nueva síntesis cristológica, en la que
recupera la categoría de logos, que había caído casi en el olvido. Cristo es el Logos de la
creación, y por esto se encuentran en él los logoi de todos los seres: pero esto no lo
entiende Máximo como un principio meramente cosmológico, a la manera de los
apologetas. El lo entiende a partir de la encarnación en la que se revelan los verdaderos
logoi de los seres como constituidos por un dinamismo de amor del Logos de Dios. El
último sustrato del ser no es el ser, sino el amor. La Verdad del ser no consiste en una
estructura objetiva de racionalidad que podría concebirse por sí misma, sino en un
dinamismo de amor gratuito. El logos del ser creado no se identifica con el mismo ser,
sino con la voluntad amorosa de Dios. Si se identificara el concepto de logos con el de
"naturaleza" o de "ser", habría que decir que Dios conoce y, crea los seres según su
"naturaleza" y su "ser": pero Máximo cambia toda esta perspectiva cosmológica de una
manera decisiva y audaz: "Dios no conoce las cosas -dice- según su propia naturaleza,
sino que las reconoce como realizaciones de su propia voluntad, ya que las hace porque
quiere". Es decir, Dios conoce porque quiere: su conocimiento es su amor.
Con esto, estamos en el polo opuesto de la noción griega de verdad- necesidad: si Dios
conoce los seres como realización de su voluntad, no es el ser mismo, sino la voluntad y
el amor de Dios lo que unifica los seres, lo que manifiesta su sentido y lo que es, en
definitiva, su Verdad. Pero lo más importante es que esto se descubre a través de la
encarnación: en Cristo encarnado se da la plena identificación con la voluntad y el
amor de Dios, y por esto es en él donde se halla el sentido del ser creado y el objetivo
de la historia. Todas las cosas han sido hechas con la mirada puesta en Cristo, en quien
había de darse una total identificación con el querer de Dios: y por esto la encarnación
habría tenido lugar en todo caso, aunque no hubiera intervenido la caída del hombre.
Cristo encarnado es la Verdad, porque representa la voluntad última del amor extático
de Dios que crea para llevar a la criatura a la comunión con su propia vida, para
conocerla en esta comunión. Por esto Cristo es recapitulación de todo: es el lugar donde
todas las cosas múltiples y toda la historia adquieren su sentido y su realización última:
es el lugar por donde Dios entra en comunión con todo, cumpliendo así su designio
originario de amor gratuito.
JOHN D. ZIZIOULAS
6. La perspectiva de la imagen
Así el lenguaje icónico, fundado en la apocalíptica, impide que seamos nosotros quienes
"concibamos" la Verdad: impide que la objetivemos y la manipulemos. La Verdad se
torna entonces relacional, en el sentido de que la verdad de un ser no es concebible si
no es a través del "espejo" de otro ser. En expresión de Atanasio, Cristo es "imagen" o
JOHN D. ZIZIOULAS
7. Síntesis
Dios, quiere constituirse en el centro del ser: todo lo refiere a sí, con la pretensión de
dominarlo con su espíritu, su voluntad y su deseo. Con ello, la creación se incapacita
para abrirse fuera de sí misma, ya que ha de afirmarse en y por el hombre, que es él
mismo creado. Es "el gemido y el dolor de parto de la creación" (Rm 8,22), mientras
espera su liberación por la liberación del hombre. En su pretensión de dominar la
naturaleza, el hombre llega a constatar su propia debilidad, y entonces reconoce la
superioridad de la naturaleza sobre sí mismo, e identifica la Verdad con el ser de la
naturaleza (paganismo). Para liberarse, no encuentra otra alternativa que la de volver
sobre sí mismo y considerar su poder de captar la realidad como la última Verdad: la
Verdad es entonces aquello que puede dominar el espíritu humano: adaequatio rei et
intellectus, en la que la inteligencia humana se constituye en criterio de verdad. Para que
el hombre pueda aprehenderla, la Verdad ha de ser objetivada, o por lo menos ha de ser
encontrada por el hombre: este encuentro requiere una correspondencia entre sujeto y
objeto: la Verdad depende de la proximidad recíproca de estos dos "partenaires".
Por otra parte, al relacionar la Verdad con la naturaleza de los entes, el hombre no puede
entrar en comunión con ellos por el amor más que después que haya obtenido un
conocimiento del "objeto" de su amor. El otro - "persona" o "cosa"- se presenta como
objeto de conocimiento antes de que tenga lugar una relación de comunión. Sólo se
puede amar lo que se conoce, dicen Agustín y Tomás de Aquino: pero esto es una
condición de nuestra naturaleza en cuanto caída, no un elemento esencial de toda
antropología: porque la dicotomía entre amor y conocimiento es consecuencia del
distanciamiento entre persona y naturaleza y entre pensamiento y acción en el interior
del ser humano. Cuando la posibilidad de conocimiento se presenta como anterior e
independiente del acto de comunión-amor, el hombre puede disociar su pensamiento de
su acción, falsificando el acontecimiento de la Verdad: se convierte en un hipócrita, que
no hace lo que piensa.
2. Verdad y persona
3. La Verdad y el Salvador
Cristo dice que él es la Verdad y a la vez la vida del mundo: la Verdad salva porque es
vida. El misterio de la cristología, como se definió en Calcedonia, implica que la
salvación por la Verdad y por la vida no es posible más que mediante una persona
verdadera, algo que la creación no puede ofrecer a causa de su fragmentación
individuada. Sólo puede existir una persona verdadera allí donde el ser y la comunión
coincidan: y esta coincidencia se da en la Trinidad de Dios.
Esto significa que, para ser salvador, Cristo no sólo ha de ser Dios, sino qué ha de ser
una persona verdadera, no un mero individuo. En nuestra experiencia de la existencia
individualizada no encontramos ningún ser que sea plenamente personal en el orden
ontológico. Nuestra experiencia de la persona en la comunión y en el amor nos puede
dar alguna idea de lo que pueda ser esta existencia personal plena: pero no llegamos a
alcanzar la personalidad verdadera, no falsificada por la muerte, que implica un
verdadero cambio de nivel ontológico. Cristo es la Verdad precisamente porque
manifiesta no solamente el ser, sino la permanencia del ser personal: la resurrección
muestra que el ser creado tiene tal verdad, que ni siquiera la libertad humana puede
llegar a suprimirlo, como intentaron hacer los que llevaron a Cristo a la cruz. Ser y
verdad no se identifican más que en la resurrección de Cristo: allí la libertad deja de ser
caída, es decir, deja de ser una amenaza para el ser.
JOHN D. ZIZIOULAS
1. El cuerpo de Cristo
La identificación de Cristo con la Verdad podría dar origen a dos géneros de cristología.
Por una parte, podríamos considerar a Cristo como un individuó objetivo e histórico que
se nos presenta como la Verdad. En esta concepción, Cristo se relacionaría con nosotros
por ciertos medios o vehículos de comunicación de su Verdad -sus palabras transmitidas
por la Escritura, una tradición garantizada por sus representantes, etcétera- todo ello
bajo la guía del Espíritu Santo.
Pero podríamos también contemplar una cristología en la que Cristo, aunque persona
particular, no se presentara como individuo en sí mismo, sino como realidad
esencialmente relacional, que existe "para mí" o "para nosotros", es decir, como
persona-comunión. En esta concepción, el Espíritu ya no sería meramente alguien que
nos asiste en el recto uso y comprensión de los medios interpuestos entre Cristo y
nosotros, sino que sería aquella persona de la Trinidad que realiza actualmente en la
historia lo que nosotros llamamos Cristo, es decir, aquella realidad absolutamente
personal y relacional de nuestro Salvador. En este caso, la cristología quedaría
constituida esencialmente -y ya no sólo asistencialmente- por la pneumatología: sería
una cristología constituida pneumatológicamente. Entre Cristo y nosotros no hay
distancia que haya de salvarse por medios o vehículos extrínsecos: el Espíritu actualiza
constantemente en la historia el acontecimiento de Cristo, hace real su existencia
personal como cuerpo o comunidad histórica. Esto quiere decir que Cristo no existe
antes como Verdad, y luego como comunión: es las dos cosas a la vez en virtud de su
Espíritu esencial. No hay solución de continuidad entre la cristología y la eclesiología,
ligadas por la pneumatología.
B) Este tipo de Verdad no nos viene como resultado de una transmisión histórica.
Ciertamente el cristianismo está fundado sobre un hecho histórico. Pero la historia
comprendida a la luz de la eucaristía tiene poco que ver con la historia tal como solemos
entenderla comúnmente: por su carácter anamnético y epiclético la eucaristía transfigura
el sentido del tiempo: de elemento de discontinuidad y de decadencia lo transforma en
elemento de comunión y de vida. La historia deja de ser una mera sucesión horizontal
de acontecimientos, y adquiere como una dimensión vertical de realidad trascendente,
carismática y pentecostal. La Verdad no viene a nosotros solamente por vía histórica
delegada -Cristo, Apóstoles, Obispos...- sino en un acontecimiento verdaderamente
pentecostal, con una presencia carismática.
Tocamos aquí un problema delicado: porque, por una parte, no hemos cesado de afirmar
que la Verdad no puede ser objetivada ni definida y, por otra, los dogmas parecen ser
inevitablemente objetivaciones y definiciones de la Verdad, a través de categorías
conceptuales históricas y culturales. Ahora bien, si admitimos el carácter soterológico,
cultural y doxológico de los dogmas en la forma indicada, podremos ver que en ellos a
la vez se aceptan y se trascienden aquellas categorías históricas y culturales: es algo
semejante a lo que sucede con la eucaristía, que toma de la vida ordinaria sus elementos
JOHN D. ZIZIOULAS
No hay libertad más que en la comunión. Si la Iglesia quiere ser el lugar de la libertad,
debe poner constantemente todos los "objetos" que posee (Escritura, Sacramentos,
Ministerios, etc) en el acontecimiento de la comunión: sólo en cuanto sean canales y
medidos de comunión estos objetos llegan a ser "verdaderos". Los cristianos han de
aprender a vivir, no apoyados en "verdades" objetivas que fueran como garantías de la
Verdad, sino de manera epiclética, es decir, apoyados en el acontecimiento de la
comunión que se expresa en la estructura de la Iglesia. La Verdad libera en cuanto pone
a los seres en comunión.
Esta historia, aunque dura, avanza por la fuerza y suavidad del Espíritu de Dios y se
halla ya comprometida con la historia de Jesucristo. Por tanto, no sólo tiene sentido,
sino que comporta ya anticipadamente una certeza, la certeza de Jesucristo.
En la historia afectiva de cada persona el celibato se sirve de forma distinta según los
momentos de la vida. Lo mismo ocurre con el matrimonio. ¿Quién se daría por
satisfecho si expresara su finalidad matrimonial con las palabras del noviazgo? Cada
momento resume, condensa y simboliza espiritualmente la realidad de una libertad que
se manifiesta en el corazón y en el cuerpo comprometidos en el amor. Hay tantos
símbolos originales del amor como amantes.
Nada se realiza en el hombre sin que él lo quiera. Si el celibato es una historia, ésta no
se desarrolla automáticamente. De aquí que sea tan importante no sólo evitar
determinadas cosas, sino también hacer aquellas que son el alimento normal y vital de la
afectividad espiritual en los distintos niveles del hombre.
Ritmo de vida
Es bien sabido que hay cosas que no conviene ver, pero que muy a menudo, dejamos de
mirar por miedo, para evitar la turbación, la angustia o la inquietud. Así se sale de la
casuística del bien y del mal, que es cosa muy distinta de la edificación del celibato. El
amor de Dios no se define por la renuncia al pecado, sino por Dios mismo. Es por Dios
mismo que hay que reservar un espacio para la contemplación bien sea mediante la
lectura espiritual o la contemplación evangélica, o bien, mediante un cierto cultivo
estético y artístico. El amor impulsa a guardar la mirada para contemplar el Señor o a
los otros en su presencia.
Afectividad y gratuidad
Es lo que Jesús nos enseña en el evangelio: invitar al que no podrá corresponder con
otra invitación (Lc 14,12-14) ; no limitarse a amar a los amigos (Lc 6,32-33) ; dar más
de lo que le piden a uno (Mt 5,40-41) .
El celibato se vive de manera distinta durante los estudios y después de ellos. Los
estudios son absorbentes y provocan una tens ión de la afectividad. Y, a la vez, los
estudios son un enriquecimiento: ayudan a tomar distancias y descubrirse a sí mismo.
En cambio, finalizados ya los estudios, muchos se hallan en la imposibilidad de leer o
reflexionar.
Así se respeta en sí mismo y en el otro el lugar secreto donde el Espíritu de Dios toca a
cada uno en su corazón y se une a él de modo único. Este amor de Dios en nuestros
corazones es manifestación de gratuidad.
A menudo se hallan hombres y mujeres que viven el celibato de forma muy gris. Se han
instalado en cierto número de relaciones, de lecturas, de confort, de seguridad... y el
Espíritu no encuentra parte alguna por la que penetrar a través de la coraza que se han
fabricado. La vida se extingue necesariamente. En cambio, en la medida en que
mediante la renuncia se entra en un nuevo éxodo, puede aparecer una alegría de
resurreción.
divina y renuncia constante. Con esta modesta actitud, la felicidad eterna del celibato
puede reconocerse como la invitación a la Historia de Dios con los hombres.
Una vocación
Una consecuencia inmediata de lo que precede es que el celibato no se elige, sino que es
un carisma, una vocación. Sería mutilarse el cuerpo o la vida optar por el celibato por
iniciativa propia. Nadie puede suicidarse. Además, el comportamiento afectivo de un
hombre no sólo le compromete a él, sino que compromete en él a los demás y
compromete en él a Cristo.
¿Qué comporta esta invitación al celibato por el Reino? La promesa de una venida. La
venida de una gracia. En efecto, en el celibato por el Reino éste ha llegado ya. ¿Cómo?
Bajo los signos oscuros propios de las visitas de Dios. En la mayoría de los ambientes la
credibilidad del celibato es prácticamente nula. Y no basta decir con actitud narcisista:
"no nos comprenden". La incomprensión es parte de la realidad que hay que asumir. La
fuerza del eros hace que los hombres y mujeres cuando se encuentran entre sí se sitúan
inmediatamente como casados, como novios, etc. Si en medio de esta trama social
aparece alguien con una forma de vida irreductible al conjunto de lazos con que se
traban los amores humanos, ha de asumir en la paz y el amor una incomprensión casi
inevitable. El celibato es como una irrupción de la trascendencia del Reino en la vida
cotidiana. La renuncia del celibato se ilumina a la luz del amor y del reconocimiento del
otro que le hace renacer. En el matrimonio el otro, al descubrir la alegría que comunica
y al descubrirse como mediador entre la vida y el que se abandona a él, descubre
también que se halla en un nivel de vida ignorado y renace a una vida nueva. La
procreación, por su parte, señala la superación de la precariedad del tiempo, de la
fragilidad de los sentimientos. Mientras el hombre no engendra sigue siendo todavía, en
ALBERT CHAPELLE, S.J.
parte, un niño. Al procrear se reconcilia a menudo con los padres, con la vida y con la
paternidad. Si, además, los padres se extasían ante el hijo que tiene iniciativas y la hija
que toma su libertad y saben desaparecer ante quien presenta la verdad de su destino,
descubren entonces la verdad de su destino, descubren entonces la verdad de su
corazón: ser y llegar a ser hijos.
Conclusión
No hay que esforzarse en convencerse de la verdad de estas palabras, sino dejar que
éstas vayan dominando a lo largo de los años en forma de felicidad y salvación. En la
realidad cotidiana y dolorosa con que se vive el celibato, este lenguaje místico puede
aparecer fuera de la realidad. Pero no es así. Responde al hecho de la acción del Verbo
de Dios que, mediante su Espíritu, da consistencia a la fidelidad de cada día, por
misericordia. Misericordia que salva al hombre de su pecado, del "no" al amor.
Péché originel et transformations théologiques, Lumière et Vie, 26, n.º 131 (977) 41-56
Evidentemente, sería ligereza sacar de contexto una frase tan contundente. J. P. Jossua
ha reflexionado sobre su juicio, y lo ha hecho no sólo como hombre moderno,
incómodo por la transmisión simplificada de un dogma; sino como creyente, en función
de aquello que le parece exigir el equilibrio de la fe.
I. EJES AGUSTINIANOS
Toda interpretación, una vez establecida, tiene una existencia autónoma, a menudo
independiente de los problemas que la hicieron nacer. Así, en la mentalidad cristiana
corriente, se ha retenido de Agustín su insistencia sobre la magnitud del pecado en el
origen, cometido por una pareja histórica, pecado que determina el destino de sus
descendientes por el desorden de sus deseos y por su oposición a Dios, pecado que
reduce la condición humana a una condición penal, pecado que explica, por último, la
necesidad de la muerte de Jesús, pues sólo ésta apaciguaría las exigencias de justicia y
de reparación de las que Dios sería el sujeto. En suma, la interpretación agustiniana,
separada de los problemas que la han visto nacer, nos da una visión pesimista de la
historia, ya que ésta queda dominada por las consecuencias fatales del pecado de origen,
que van inscritas en nuestra naturaleza rumana.
Surgió un nuevo frente polémico. Algunos monjes, cuyo maestro era Pelagio,
comenzaron a inquietarse por las consecuencias que la doctrina de un primer pecado
comportaba para la vida cotidiana de los cristianos. Les indignaba el hecho de que la
libertad quedase condicionada por una falta de la que no era responsable y acusaron a
Agustín de hacer demasiadas concesiones a los maniqueos e incluso de compartir parte
de su doctrina. En realidad, cada cual sería Adán para sí mismo. Con cada uno comienza
la historia inocente o culpable de su relación con Dios.
El problema del origen del mal, quedaba desplazado en esta polémica 17 se centraba en
la redención operada por Cristo: si cada cual es su propio Adán, si cada uno inaugura su
historia con Dios en la inocencia original, si nadie es culpable al nacer, ¿cuál es
entonces el sentido de la muerte de Cristo por el pecado de todos?
2. La interpretación agustiniana
Crísto; sin caer en la injusticia de una culpabilidad fatal. En suma, historizó el pecado
sin llegar a individualizarlo de forma que no hubiese ya historia universal de salvación;
universalizó el pecado sin convertirlo en una estructura de la naturaleza, en una
fatalidad, que no hiciese ya posible una decisión personal de la libertad frente al núcleo
fundamental de la salvación.
conjunto de cualidades que fue llamado "justicia original". Adán y Eva en el paraíso no
experimentaban ningún desorden del deseo ("no sentían vergüenza por su desnudez").
No tenían que arrostrar ninguna amenaza de la naturaleza: no tenían que sobrellevar la
muerte. La transgresión del mandato divino elimina la amistad con Dios (el hombre
tiene miedo de Dios que se pasea por el jardín) e implica la degradación de las
cualidades que le estaban intrínsecamente vinculadas: el equilibrio del deseo y el
equilibrio con el mundo natural. Este doble desequilibrio es "pecaminoso" porque es
una consecuencia del pecado y no un efecto de la naturaleza. Desde entonces se
transmite ese doble desequilibrio en una situación en la que el hombre al nacer no tiene
ya ningún vínculo efectivo con Dios. El pecado ha entrado en la historia a través de un
acto histórico. El mal con todos sus aspectos es su consecuencia.
La segunda polémica no se refería al origen del mal sino a la libertad. Agustín se había
interesado ya por este problema a partir del texto del Génesis. El mal estaba ya de
alguna forma presente en la creación buena, ya que la pregunta seductora de la serpiente
suscita en Eva y en Adán una resonancia interior. ¿Cómo explicar que una libertad
inocente y orientada hacia Dios se haga sensible a la seducció n del mal?, ¿cómo evitar
el situar el mal en la estructura de la libertad creada, finita? Pero entonces, ¿por qué hay
que dar tanta importancia a esta narración, ya que tan sólo ilustra la estructura de toda
libertad?, ¿cómo zafarse del pesimismo de los maniqueos, sin aprobar el elogio de la
libertad que hacen los pelagianos? Estos reconocen ciertamente la posibilidad del mal:
toda libertad puede producirlo, pero rechazan que la libertad esté condicionada por la
historia anterior.
¿Cómo evitar el dar la razón a los maniqueos, si Adán y Eva "eran ya malos" antes de
su pecado? ¿Y cómo rechazar las reivindicaciones de los pelagianos sobre el carácter
primigenio de toda libertad humana: ella es su propio comienzo para ella misma? Para
escapar a esta dificultad Agustín carga excesivamente nuestra condición actual con los
efectos del primer pecado en el núcleo de la libertad; así pensaba salvaguardar la
estructura originaria no pecaminosa de la libertad y la necesidad de su redención en
Jesucristo.
Digamos para terminar este punto: los maniqueos forzaron a Agustín a historizar el mal,
a pesar de su tendencia a pensarlo como una estructura de la libertad; los pelagianos le
condujeron a amplificar las consecuencias del acto histórico de Adán hasta convertir la
sujeción actual de la libertad en una fatalidad. El pensamiento agustiniano separado de
las polémicas sobre el mal y la libertad, en el interior de marco trazado por el Génesis y
de la confesión de fe en la redención universal, pierde en el límite todo interés y se
convierte en un obstáculo para captar la originalidad de la visión cristiana sobre el mal.
No debe sorprendernos por tanto que en una situación cultural distinta los teólogos
busquen una formulación de la doctrina del pecado original que lo haga más
comprensible en nuestra época. Pueden reducirse a tres los elementos principales de esta
transformación:
1) Hay que hacer una lectura simbólica de Gn 2-3 y de Rm 5, 1221. Así desaparecen de
la estructura general de la doctrina, la historicid ad de Adán y de Eva, la de su falta
concreta, y su estatus paradisíaco anterior al pecado.
2) hay que atribuir un carácter arcaizante a la supuesta transmisión del pecado por
generación.
3) Hay que rechazar la pregunta sobre el origen del mal. Es quizá aquí donde la
transformación es más considerable. Al rechazar la historicidad de un estado paradisíaco
destruido por una falta particular con repercusión sobre todos y que implicaba la entrada
del mal en el mundo, los teólogos dejan al mal su carácter enigmático y no convierten la
doctrina del pecado original en una respuesta, que sustituiría en el terreno religioso, las
tentativas decepcionantes de la filosofía. El mal en el mundo es más amplio que el
problema del pecado, y el cristianismo no posee un tranquilizante especulativo frente a
la interrogación que atraviesa la historia.
Con esta expresión me refiero a las determinaciones que orientan una comprensión
renovada del dogma. Esas determinaciones serían las siguientes: 1) la sustitución de la
moción de "pecado original" por la de "pecado del mundo", 2) la transformación de la
antecedencia histórica en dinámica escatológica.
H. Küng sostiene una opinión cercana: el pecado original significa aquello que está
siempre negativamente dado en la relación de los hombres con Dios.
W. Kasper matiza esta interpretación, que por otro lado, parece compartir. Según él,
tiene el riesgo de conducir a un sistema dualista. Al quitar responsabilidad a la libertad
humana, se responsabiliza desconsideradamente a Dios o a su oponente. Por eso exhorta
a historizar al máximo lo negativo.
La identificación entre pecado original y pecado del mundo se realiza de forma lenta y
oscilante. Hay el temor de que reaparezcan los dilemas que la doctrina agustiniana había
intentado evitar al conciliar formalmente la historia y la "naturaleza".
Lo que es primero es aquello que está al fin. Aquello a lo que tiende la humanidad en
Cristo, el Escaton: lo Ultimo. El pecado marca la oposición que se da entre nuestra
historia y la dinámica de lo Ultimo.
Se rechaza el pecado de Adán, como falta histórica que determina el futuro, a partir de
una doble necesidad: reconocer que los hombres son los únicos configuradores
solidarios de su historia, y no sólo uno. Se insiste en la solidaridad negativa y en la
dimensión socio-política del "pecado del mundo". El antecedente del mal es el
entretejido histórico que los hombres construyen día a día. Esta configuración negativa
sólo se puede reconocer como pecado en el horizonte de una promesa escatológica, que
es inmanente a la estructura de la humanidad. El pecado pone de manifiesto la
contradicción entre el curso concreto de nuestra historia y la vocación última de los
hombres manifestada en Jesucristo. Sólo a partir de lo "Ultimo" revelado en Jesucristo
se puede reconocer al pecado, y no a partir de un pasado que habría orientado nuestra
historia hacia un camino de perdición. Precisamente la vocación tan elevada de la
humanidad hace que nuestra historia sea tan contradictoria y tan pecadora. F. Kafka
escribía en su diario: "La impaciencia es el comienzo de todo pecado". La impaciencia
es inherente a la promesa última revelada en Jesucristo como estructura concreta de la
CHRISTIAN DUQUOC
IV. BALANCE
1. Discontinuidades
Son fáciles de indicar: los centros de interés del dogma se han desplazado. Es vano
querer dar una respuesta satisfactoria a la pregunta que surge incesantemente sobre el
"por qué" del mal y del sufrimiento. Los teólogos actuales son más fieles al sentido
obvio de Ge 2-3. La serpiente con su pregunta plantea un enigma. Hace aparecer como
algo no evidente la necesidad de una prohibición. A la pregunta de Dios, ";por qué has
hecho esto?", es decir, por qué has hecho la pregunta sobre la prohibición, la serpiente
no responde. El enigma sigue en pie y el autor del Génesis no pretende resolverlo. La
narración de Ge 2-3 hace pensar que precisamente no hay ninguna respuesta a la
pregunta incesante: "¿cómo es posible que en una creación buena aparezca el mal, el
sufrimiento y la muerte?". Sobre este punto el teólogo no dispone de ningún secreto, va
que la Escritura no aporta ninguno. Al contrario, la Escritura agudiza la pregunta, al
presentar el carácter finito del ser humano como una consecuencia de su creación. El
hombre es un ser mortal, es polvo. En Ge 3, la muerte no es un castigo, sino que pone
fin a una vida de penas y de sufrimientos. El centro de interés ya no es la búsqueda de
una respuesta al problema del mal, sino que es una historia que está en nuestras manos,
pues los males que producimos son nuestros males. Los otros males, los que provienen
de la naturaleza o del azar, los podemos combatir y quizá hacerlos retroceder, pero no
los podemos suprimir: pertenecen a nuestra existencia creada. Sin embargo, es
precisamente al querer superar los propios límites cuando los hombres pecan o se hacen
santos. El pecado no es ni naturaleza ni fatalidad, ya que es obra nuestra. Tampoco es
causa de la totalidad del mal.
La gran discontinuidad con la teoría agustiniana del pecado está aquí: los teólogos
modernos no buscan ya en el pecado una explicación del mal, como tampoco esperan de
la "conversión" una abolición del sufrimiento o de la muerte. Las condiciones de la
existencia finita se escapan a toda explicación religiosa. Los Sapienciales, Job y Qohelet
nos han enseñado a ser modestos. Esta discontinuidad se explica por varios factores.
Subrayaré dos: uno sociológico y otro filosófico.
CHRISTIAN DUQUOC
El utillaje conceptual que se usa ya no proviene de la metafísica clásica, tal como había
sido elaborada en el platonismo de un Agustín o en el tomismo; se toma, bien de Kant,
bien, aunque todavía con timidez, de las ciencias humanas; psicoanálisis y sociología.
Este utillaje permite que el poema del Génesis siga siendo un poema, sin que quede
desvirtuado por una explicación.
Quizá aquí se produce la ruptura con la doctrina precedente. Aquélla, al buscar una
explicación histórica, se había convertido en mera explicación. Señalaba al
"responsable" del mal. Quería eliminar la fatalidad pero imponía una necesidad
hereditaria igualmente constreñiente. Olvidaba que la narración o poema de Ge 2-3
tiene un sentido inagotable y que incluso el hecho cristiano deja abierto ese sentido. La
cristalización de este texto en doctrina del pecado original, es decir, en racionalización
explicativa, es un hecho que priva a esa narración y al acontecimiento de Cristo -que
representa el proceso inverso- de permanecer fuente inagotable de comprensión de
nosotros mismos y de nuestra historia.
La narración de Ge 2-3 es inagotable: nos hace pensar sobre nosotros mismos, sin que
podamos agotar y concluir nuestro pensamiento. Basta con leer el texto en voz alta en
una reunión para caer en la cuenta de que los símbolos son siempre eficaces para poner
en marcha la reflexión. La equivocación de las explicaciones consiste en no ser
suficientemente modestas como para respetar la polisemia, la pluralidad de significados
del texto. Las explicaciones de orden histórico, como las de Agustín, designan al
culpable, Adán, pero al proceder así mantienen inocentes a los sucesores mientras les
someten a un destino inevitable. Las de orden estructural, como las que se esfuerzan por
elaborar muchos teólogos nos parecen más razonables, pero corren el riesgo de ocultar
el aspecto necesariamente histórico del pecado. Las de orden "sociológico", creen
identificar las causalidades sociales que han dado origen a las narraciones que describen
nuestra culpabilidad colectiva, pero sobrepasan su posibilidad de explicación y caen,
ellas también, en la sobrevaloración del concepto.
No basta disponer de métodos nuevos y de instrumentos nuevos para poder pensar con
rigor lo que nos quiere ofrecer el símbolo. Estos intentos de elaborar una teología
distinta e inédita nos habrán enseñado lo fácil que es permitir una declaración de
intención y lo difícil que es alcanzar una creación auténtica.
Si para las sociedades arcaicas vale lo que vale también para las supercivilizadas, no
será diferente para las intermedias: Girard llega a la conclusión de que ningún sistema
NORBERT LOHFINK
En el código sacerdotal, por ejemplo se estudia con todo detalle el pecado. En un solo
lugar, al presentar el diluvio, se habla del pecado de todos los hombres, que en el fondo,
es uno sólo: "La tierra quedó maldita a los ojos de Dios, porque estaba saturada de
violencia" (Gn 6,11).
Algo parecido se encuentra en los Profetas: por ejemplo, tomemos Oseas 4. Comienza
con una protesta: "El señor pone pleito a los habitantes del país: no existen en él
fidelidad ni amor ni conocimiento de Dios"; a continuación se mencionan los pecados
más graves: "lo que domina es el juramento y la mentira; el asesinato, el robo y el
adulterio". En esta relación, el asesinato se considera sólo un pecado entre otros, pero al
resumir se dice sencillamente: "Un hecho sangriento sigue a otro" (Os 4,1f). De forma
semejante finaliza el profeta Miqueas su queja contra el pueblo (cfr. Mi 7,2). De esta
forma, se determina el pecado de Israel como la violencia, y las decadencias y
NORBERT LOHFINK
Imagen de Dios
Veamos, por último, la violencia de la imagen de Dios en el A. T.: parece casi como si
Israel hubiese percibido a su Dios principalmente en los actos sangrientos y violentos;
no es un Dios equilibrado, sino susceptible de enojarse y de arrepentirse; su nariz se
enrojece y echa humo por efecto de la ira y hay textos en los que se habla de una
venganza sangrienta de Dios. Unas mil veces habla el A. T. de que la ira de Yahvé se ha
despertado, amenaza con violencia y reclama venganza; junto a estos textos existen
muchos otros en los que castiga mediante la violencia de hombres o pueblos; en unos
cien casos ordena el aniquilamiento de seres humanos; en unos setenta casos el hecho
malvado atrae su Némesis y está claro que es Dios quien pone en movimiento esta
relación entre el hecho y sus consecuencias. Dios no sólo está incluido profundamente
en el tejido de la violencia, sino que también su culto es sangriento. En el culto legítimo
de Israel se trata sólo de sacrificios de animales y la narración del sacrificio de Isaac,
que fue impedido, aunque debió proporcionar la legitimación del hecho de que en Israel
no se realizaran más sacrificios humanos, sin embargo no pudo impedirlos: hasta bien
entrado el período monárquico se llevaron a cabo los crueles sacrificios de Moloch, en
los que se quemaban niños, considerando seguramente que sólo así podía asegurarse la
paz.
Existen diversos matices en el A. T.; unas cosas se me ncionan como eran en realidad,
sin disimulos; otras, como los sacrificios humanos, se condenan, a pesar de lo cual
siguieron existiendo; otras se narran como cosas naturales, sin considerarlas en su
negatividad, como son los actos violentos y la sed de venganza de Dios. Pero no vamos
a tratar ahora sobre estas diferencias, sino que únicamente estudiaremos el hecho que
Israel toma parte en la lucha contra la violencia, que se extiende desde las formas más
antiguas de sociedad hasta nuestros días. También en Israel la violencia sólo puede
mantenerse dentro de unos límites mediante un ritual poderoso y la canalización del
derecho; la experiencia divina continúa oscurecida por proyecciones confusas y se
convierte en experiencia de la ira de Dios.
No hay nada tan contagioso ni que excite tanto a la imitación como la violencia; al
hombre le resulta casi imposible no responder con la violencia, con lo que puede
llegarse a su desarrollo epidémico, con todas sus proyecciones de odio y terror. La
esperanza de recuperar la paz se encuentra, entonces, únicamente, en lo que Girard
llama mecanismo de la víctima expiatoria, que es, sin embargo, una solución engañosa,
pero que es única conocida históricamente para el dominio social de la violencia. ¿Iba a
ser, por tanto, distinto en Israel?
DESCUBRIMIENTO DE LA VIOLENCIA
simplemente que Yahvé miró a Abel y a su sacrificio y no miró a Caín y al suyo. Los
exegetas discuten el motivo de esta diferencia entre los hermanos y la forma en que
ellos pudieron notarlo, ya que la Biblia no lo aclara; si se toma el texto al pie de la letra
resulta que Dios aceptó el sacrificio en el que corría la sangre, pero no aquél en el que
se ofrecieron frutos. La ineficacia de la ofrenda no sangrienta de Caín podría haberse
manifestado simplemente por el hecho de que su agresividad no disminuyó, sino todo lo
contrario: "Se sintió invadido por el odio y se abatió su rostro" (Gn 4,5); por tanto, en
Caín no ha funcionado el sacrificio, porque no ha logrado evitar la violencia y así se
pone de relieve la relación entre sacrificio sangriento y la superación de la violencia.
Esta narración forma una unidad con la del pecado original, demostrando que el
Yahvista, su autor, ha comprendido cómo se origina la violencia: la mímesis, la
rivalidad y el conflicto entre los rivales. Ambas historias están íntimamente ligadas,
según se desprendería del análisis individual completo, aunque sus figuras varían, como
ocurre a menudo en cuentos, mitos y narraciones similares: se trata únicamente del
papel que representan las figuras; tanto la desobediencia del mandato divino como el
primer asesinato de la Humanidad son sólo dos aspectos distintos del pecado original.
Por ello, resulta claro que los primeros padres, aunque son amenazados de muerte
(propiamente se refiere a una muerte prematura y violenta) sólo son arrojados del
Paraíso, mientras que la muerte violenta se presenta por primera vez en la generación
siguiente, pues narrativamente los protagonistas no han de ser hombre y mujer, sino
hermanos. Tomemos en primer lugar la historia del pecado. En ella tenemos la rivalidad
entre dos hermanos que se esfuerzan por igual en agradar a Dios; pero la rivalidad
engendra la tendencia a la violencia, de la cual uno de los hermanos no se deja apartar ni
ritual ni moralmente y el hecho sangriento se lleva a cabo (ello corresponde
exactamente con el análisis de la vio lencia de Girard). Tras la rivalidad humana se
esconde otra más profunda: la rivalidad entre el hombre y Dios, de la cual se habla en la
historia precedente de los primeros padres, en la que la serpiente habla así a la mujer:
"Tan pronto como comáis de esos frutos, se abrirán vuestros ojos, seréis como Dios y
poseeréis la ciencia del bien y del mal", es decir, tendréis conocimiento completo (Gn
3,5). Este texto sitúa también a la mujer en el papel de imitación, la hace desear ser
como Dios y despierta en ella el deseo de conocer todas las cosas, haciéndola así rival
de Dios. Con ello se realiza una rotura en la Naturaleza: el hombre se da cuenta de su
desnudez y se convierte en asesino en la figura de su hijo Caín.
Israel añoraba aquello que sólo poseía en la Palabra. Por su experiencia de la liberación
de Egipto, sabía que si el marginado, rodeado de enemigos, no aceptaba las mentiras
que se le achacaban, sino que clamaba pidiendo ayuda a su Dios, que entonces éste le
escuchaba, revelándose así el Dios verdadero que le conducía a la tierra de promisión.
Pero todos los caminos, seguidos hasta entonces, habían resultado provisionales, por lo
que se extendía cada vez más la esperanza de una liberación definitiva de Israel, que
esperaba el Reino de Dios, en el que la violencia no sería necesaria. Algunos elementos
dignos de mención en esta esperanza mesiánica son: a) la violencia dispersa a los
hombres; al final de los tiempos Yahvé reunirá al pueblo disperso por el mundo y b)
Jerusalén será el centro de un mundo pacífico (cfr Mi 4,2f; Is 2,1-5). Este mundo de
hermandad no puede existir partiendo de las instituciones: allí donde jeremías promete
la nueva alianza, serán dudosas hasta las instituciones que transmiten los mandamientos
de la ley de Dios: "Pongo mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré y yo
seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su
prójimo y el otro a su hermano, diciendo: ¡Conoced a Yahvé!, pues todos ellos me
conocerán del más chico al más grande" (Jr 31,33 s).
Esta vida, que surge de la fuerza del corazón, es sólo posible porque Dios, al final de los
tiempos, renovará los corazones. El profeta Ezequiel formula: "Os daré un corazón
nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestro pecho el corazón de
piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros" (Ez 36,26). Al
escuchar éstas y otras palabras proféticas parecidas, podría suponerse la irrupción de un
milagro en nuestro mundo actual, tan deficiente. Si duda la espera del Mesías se
concebía como la esperanza de un derrumbamiento total del viejo mundo y la creación
de uno que viniese del cielo. Pero no era éste su significado: a pesar de los cuadros
NORBERT LOHFINK
Las posturas del A. T. sobre esta cuestión son aún ambivalentes, aunque se espera que
ocurra en este mundo. Se encuentra la postura primitiva del mundo violento, para el que
es imprescindible un último hecho violento para librarse de la violencia: al final de los
tiempos, serán destruidos los pueblos y aniquilado todo lo malo, permaneciendo sólo los
buenos, los justos. Al lado de esta visión, se encuentra otra, que se ha desarrollado por
la experiencia que nos viene sobre todo de los cantos de lamentación: aquí se llega
también a una última protuberancia de la violencia, para que triunfe después el mundo
no violento, pero el cambio no ocurre mediante la aniquilación de los demás, sino por
mediación del marginado, de la víctima expiatoria, que es el único que, a través de la
mentira de la sociedad violenta, reconoce al Dios verdadero y sabe cómo podría vivirse
de otra forma. Esta escatología nos lo presenta un profeta cuyo nombre desconocemos y
cuya obra constituye en la Biblia actual la segunda parte del libro de Isaías, por lo que
se le llama Deuteroisaías; escribió en el exilio de Babilonia y su obra es un especie de
oratorio de la liberación, que gira en torno a dos denominaciones de Israel: en la
primera, Israel es la mujer abandonada, Sión, que vuelve a Dios, su prometido; en la
segunda, Israel es el siervo de Yahvé. Según el Deuteroisaías, Israel es el "siervo de
Dios", contra el cual se han amotinado los pueblos todos, golpeándole, azotándole y,
finalmente, matándole, pero que vive de su Dios como los que se lamentan en los cantos
de protesta; acepta la violencia, que no puede eliminar, y Dios le acepta a él. En Is 53 se
encuentra repentinamente el reconocimiento de reyes y pueblos, que comprenden lo que
Dios ha hecho con los que ellos habían marginado: "Nosotros le tuvimos por agotado,
herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por
nuestros pecados... Estábamos perdidos como ovejas, cada uno seguía su propio camino
y Yahvé permitió que arrojáramos nuestros pecados sobre él" (Is 53,4-6). "Aunque no
había hecho nada malo" -reconocen también- "se puso su sepultura entre los malvados";
pero entonces se obró el milagro: "Mas plugo a Yahvé quebrantarle con dolencias. Si se
da a sí mismo en expiación, vivirá largo tiempo y verá su descendencia; y lo que plazca
a Yahvé se cumplirá por su mano" (Is 53,10). El conocimiento del destino del siervo de
Dios, que se ha realizado, da ahora fuerza a los pueblos, que le reconocen, para seguir el
nuevo camino y unirse a los marginados, aceptados por Dios.
Vemos, pues, que en el exilio, desde la experiencia de los cantos de lamentación y del
destino del pueblo de Israel, aniquilado, se muestra cómo puede romperse, a partir de su
centro, el mundo que obtiene la paz por medio de la violencia. Su centro era el destino
de la víctima expiatoria rechazada. Todo el sistema puede ser transformado desde una
víctima que no es tal, ya que lo sabe todo y lo soporta todo desde el Dios verdadero; en
él y en su destino puede verse que la paz puede proceder del corazón y que la violencia
es estéril.
La respuesta del NT
Esta es la última visión del A. T., no en el tiempo, pero sí objetivamente. Lo que ella
vio, se hizo realidad en Jesús de Nazaret, que proclamó la no-violencia y la mantuvo
NORBERT LOHFINK
hasta su muerte, al concentrar sobre sí la violencia: con ello manifestó al Dios verdadero
e hizo posible que en su seguimiento (no imitación), surgiera una comunidad que
obtenga una paz intramundana, renunciando a la violencia. Sólo en las comunidades
cristianas, que viven de acuerdo con el Sermón de la Montaña, está la esperanza para
nuestro mundo; la otra alternativa es, cada vez más, una explosión final de violencia que
lo aniquile todo.
La Teología cristiana alude a la historia de Dios con los hombres basándose en los
testimonios bíblicos. En esta historia se libera a los hombres de su ateísmo pecador y de
su mortal falta de humanidad, permitiéndoles la realización de su destino original como
imagen de Dios. Liberación, alianza y derecho de Dios son el contenido concreto del
testimonio del Antiguo Testamento, precisamente en ese orden, y poseen la fuerza
orientadora en especial para Israel y para la cristiandad y un significado ejemplar para
todos los homb res y pueblos: los derechos a la libertad, comunidad, señorío y futuro del
hombre son parte integrante e inseparable del derecho de Dios sobre el hombre y sobre
toda la Creación y pertenecen a la dignidad del hombre en su alianza con Dios. Según el
Nuevo Testamento, la Teología cristiana refleja la liberación del hombre del pecado, la
ley y la muerte, mediante el envío, la entrega y la resurrección de Jesucristo: en el
señorío del Hijo del Hombre crucificado se rompe el círculo diabólico del mal que
engendra siempre mal, y aparece la libertad de los hijos de Dios. La liberación por la
muerte de Cristo, la nueva alianza en su sangre y los nuevos derechos y obligaciones de
la comunidad, "sean señores o esclavos, judíos o gentiles, hombres o mujeres" (Gal 3,
28), son el contenido concreto del testimonio bíblico del Nuevo Testamento. Por el
hecho de que Cristo en su envío, su entrega y su resurrección es la imagen visible del
Dios invisible, los hombres se convierten en sus hermanos dentro de su comunidad y
entran en el camino de la realización de su destino humano como imagen de Dios en el
mundo; en esto consiste la gracia de Dios y la dignidad de los hombres.
Si los derechos humanos se basan en el derecho de Dios sobre los hombres y las
libertades humanas se basan en la liberación donada por Dios, deberán formularse
también las obligaciones humanas sin eliminar aquellos derechos y libertades. Por
importante que sea formular la dignidad y los derechos de los seres humanos frente al
Estado, para frenar y controlar la utilización del poder, no deben olvidarse las
obligaciones que el hombre tiene para con sus semejantes. A ellas pertenecen el derecho
y la obligación de oponerse al gobierno ilegal, e inhumano, en defensa de los derechos
del prójimo. Según los escritos de la reforma, se debe obediencia a las autoridades
siempre que no estén en contra de Dios (Zu- ingli, Zürcher Disputation, 1523
Schlussreden Nr. 38); por consiguiente, "todas sus leyes deberán responder a la
voluntad divina" (39); de la alianza divina en la libertad se deriva la obligación de
proteger al inocente, oponerse a la tiranía y defender al oprimido. Los derechos que
aseguran la libertad del individuo sólo pueden tomarse en consideración cuando van
unidos a las correspondientes obligaciones liberadoras; el amor cristiano respeta el
derecho ajeno.
JÜRGEN MOLTMANN
2. Sólo en comunidad con los otros hombres es el hombre imagen de Dios (Gn 1, 28).
La historia de libertad europea y norteamericana acentúa con parcialidad sólo los
derechos individuales frente a las organizaciones económicas, políticas y sociales. El
ignorar la sociabilidad del ser humano (el lado social de la libertad) es el error del
liberalismo y un defecto del individualismo: el hombre ha de responder de su destino
como imagen de Dios no en contra de su prójimo ni prescindiendo de él, sino con él y
para él. Debe estar disponible para Dios y ser responsable ante él en comunidad con los
otros hombres. Por consiguiente, los derechos y obligaciones de la comunidad humana
son también ineludibles e indivisibles, como los del individuo, y los seres humanos han
de respetar la dignidad y responsabilidad colectivas. Al democratizar el gobierno
humano no resulta que cada hombre sea su propio y absoluto gobernante: como en Gn
1, 277, la imagen de Dios que se produce en la comunidad del hombre y mujer, se
produce también en los grupos sociales mediante la comunidad humana; por ello, los
derechos de los seres humanos a la vida, la libertad y la autodeterminación están
íntimamente ligados a los derechos de las colectividades humanas sobre las personas.
En principio, no existe prioridad de los derechos individuales sobre los sociales, ni
viceversa: ambos se encuentran en un contexto genético recíproco, de igual manera que
la socialización y la individuación del hombre se complementan recíprocamente en la
Historia.
Los derechos de la persona sólo pueden hacerse realidad en una soriedad justa y ésta
sólo puede existir basándose en los derechos personales: la libertad del ser humano sólo
puede constituirse en una sociedad libre y ésta sólo puede existir basándose en la
libertad personal. La liberación humana es liberación para la colectividad y la
colectividad humana es comunidad en libertad.
Si con el derecho del hombre sobre la Tierra se establece también el "derecho" de éste
sobre el hombre, estos derechos económicos fundamentales estarán ligados con
obligaciones ecológicas fundamentales. El número de aquéllos no puede aumentarse
indiscriminadamente, ya que existen fronteras ecológicas fijas para el crecimiento
económico. La lucha humana por la supervivencia y el dominio del mundo no puede
realizarse a costa de la naturaleza, porque la muerte ecológica traería como
consecuencia el final de la vida humana. Por consiguiente, los derechos humanos
económicos coinciden con las condiciones cósmicas fundamentales para la
supervivencia de la humanidad en su ambiente natural. No pueden ya seguir
realizándose por medio del crecimiento económico incontrolado. La justicia económica
en la disposición y reparto de alimentos, recursos naturales y medios de producción
industrial debe estar dirigida a la supervivencia y a la convivencia de hombres y
pueblos. Sólo así se llegará a la estabilidad ecológica en la supervivencia y convivencia
con el resto de la creación: por tanto, la justicia económica y la ecológica se
condicionan mutuamente y sólo juntas podrán realizarse.
Los derechos humanos surten efecto en tanto el hombre es y se comporta como tal. La
falta de humanidad del hombre se manifiesta en la violación de los derechos humanos.
Tras la cuestión práctica de cómo pueden hacerse realidad sobre la Tierra estos
derechos, late la pregunta más profunda de cómo puede el hombre experimentar su
verdadera humanidad y superar su indudable falta de ella.
Desde la declaración colectiva de los derechos humanos en 1948 se han dado a conocer
las violaciones políticas de los mismos, y se ha sabido en qué medida y en qué forma se
violan diariamente derechos humanos fundamentales. El aumento de la tortura en las
dictaduras es un signo de que la simple declaración y aprobación pública de los
derechos humanos no consiguen una humanización de los pueblos, aunque agudizan la
conciencia de los hombres y hacen ilegal la falta de humanidad.
Desde la discusión sobre los Pactos Internacionales en 1966, resulta claro que los
derechos humanos no sólo se violan, sino que se abusa de ellos. Esto sucede cuando se
utiliza para justificar los propios intereses a costa de los derechos de los demás, o
cuando se dividen y sólo se da a conocer una parte presentándolas como la totalidad.
Existen también el egoísmo individual, la arrogancia nacional, el imperialismo de la
humanidad frente a la naturaleza y el absolutismo de la generación actual frente a las
venideras. El aumento del abuso ideológico de los derechos humanos es otro signo de
que su declaración y aprobación no basta para hacer a los hombres más humanos. Sin
embargo, el conocimiento de la unidad indivisible de los derechos humanos agudiza la
conciencia y la responsabilidad de los hombres entre sí.
comunidad que llama a Jesús "hijo del hombre" sufre con la inhumanidad y la
deshumanización perenne del hombre y, en sus oraciones, convierte este sufrimiento en
dolor consciente.
El hombre está destinado a ser imagen de Dios como individuo, en comunidad y dentro
de la Humanidad. Por esto, todos los hombres están ligados entre sí y no pueden ser
reducidos, separados o valorados en distinta forma. Todos los derechos humanos están
también relacionados con obligaciones específicas del hombre, que no pueden separarse
de aquéllos; de los derechos no deben derivarse privilegios ni de las obligaciones
postulados huecos.
En la Historia, sin embargo, los hombres y las naciones establecen siempre prioridades
en virtud de sus necesidades: cuando la necesidad económica ocupa el primer lugar,
intentan la realización de los derechos económicos básicos; cuando rige la opresión
política, pretenden la realización de los derechos humanos políticos. Sin embargo, el
progreso parcial produce un desequilibrio; el crecimiento económico unilateral y no
coordinado de algunas naciones ha llevado el equilibrio político al borde de la
destrucción; la supremacía de las naciones industrialmente desarrolladas ha mantenido a
otros pueblos subdesarrollados y dependientes de ellas. El rápido desarrollo de las
libertades y derechos personales puede debilitar los derechos colectivos y, por el
contrario, el establecimiento unilateral de los derechos colectivos lleva a la debilitación
de los derechos personales. Por ello, los avances parciales en uno de los campos vitales
deben equilibrarse con la introducción de los derechos humanos en los otros terrenos. El
progreso sin equilibrio destruye, mientras que el equilibrio sin avance provoca la
degeneración. La historia. real del reconocimiento y establecimiento de los derechos
humanos se realiza en el conflicto inevitable entre progreso y equilibrio; quien respeta
al hombre como imagen de Dios, debe respetar, en la misma medida, todos los derechos
humanos y verlos en su relación recíproca e indisoluble. Quien respeta la dignidad
humana, deberá, en el conflicto entre progreso y equilibrio, respetar la unidad de los
derechos del hombre en todas sus actividades y para todos los hombres.
3. Que superen su propio egoísmo para ayudar a la superación del egoísmo individual,
social y humano frente a la naturaleza, así como el egoísmo de la generación actual
frente a generaciones venideras, sirviendo a la Humanidad, en todos y cada uno de los
hombres, en favor del Dios creador y libertador del hombre.
La cristiandad se considera a sí misma como testimonio del Dios trinitario, que libera a
los hombres de su inhumanidad interior y exterior, que les permite vivir en su alianza y
los conduce a la gloria de su Reino. Aboga por la dignidad humana, de la que se derivan
los derechos y obligaciones del hombre. Defiende, por voluntad de Dios, la dignidad del
hombre y sus derechos como image n de Dios con todos los medios a su alcance. Para
realizar este servicio la cristiandad necesita el derecho a la libertad religiosa, el derecho
a la asociación y el derecho a poder hablar y actuar públicamente.
ESCATOLOGÍA Y UTOPÍA
El eterno problema de las relaciones entre gracia y libertad, o entre salvación y
liberación, puede ser estudiado en modelos históricos diversos cuando se lo formula
como problema de relaciones entre el concepto cristiano de escatología y el concepto
filosófico de utopía. A pesar de su visión negativa sobre la teología de la liberación
que, a nuestro juicio, es unilateral y mal informada aunque marginal al artículo, éste
aporta elementos valiosos para situar esas tres verdades que han de encontrar su lugar
en cualquier síntesis que se pretenda: la ambigüedad o el carácter abierto de la
historia, la verdad de la salvación y la presencia de esa salvación en la historia.
ACLARACIÓN DE TÉRMINOS
Escatología y Utopía son dos conceptos muy diversos por origen y contenido. Sólo
coinciden en la idea de un futuro mundo mejor y en el estímulo de la esperanza. Por
ello, para poder compararlos, es preciso en primer lugar aclarar el contenido exacto de
cada una de las dos palabras.
Utopía
Escatología
De ahí que la cuestión decisiva en nuestro tema sea ésta: el mensaje escatológico que
remite al hombre a la pasividad de lo recibido ¿puede convertirse en un lenguaje
práctico y referido a la acción, o no?
Ahora bien: parece evidente que un discurso que remitiera al hombre a la más pura
pasividad, sería a la larga vacío de contenido y carente de sentido, y no duraría mucho
tiempo. De aquí se sigue que, ya desde su misma aparición, la predicación de la
escatología busca un significado práctico, esto es, se presenta necesariamente como
"escatología" y algo más. Esa ha sido la formulación de nuestro tema: escatología. Y me
parece que es posible establecer en él cuatro tipos fundamentales que tratan de expresar
una síntesis y unos modelos operativos, aunque diversos, para expresar las relaciones
entre ambas magnitudes 1 .
EL MODELO MILENARISTA
En resumen podríamos decir que lo decisivo del proyecto milenarista es la espera de una
situación intrahistórica de salvación, que supera las posibilidades de la acción política
pero que ha de ser provocada con medios políticos. Su posibilidad está garantizada por
la "lógica de la historia" que, por así decir, aporta lo que los medios políticos no pueden
aportar. Tratando de hacer tipologías, el marxismo habría de ser colocado aquí, más que
en el campo de la utopía: por un lado se sirve del análisis económico más exacto y
preciso y, por otro lado, lo vincula a una predicción que en modo alguno fluye de dicho
análisis. La única diferencia es que ahora, en lugar de Dios y san Miguel, está la lógica
interna de la historia.
Los orígenes del milenarismo militante ya muestran que no puede ser ninguna solución:
no sólo Jesús y jeremías, también pertenece probablemente a este contexto la muerte de
JOSEPH RATZINGER
Es cierto que tanto el Apocalipsis como San Ireneo aceptan esta idea del reino de mil
años de Cristo como etapa histórica previa a su Reino definitivo. Pero en ambos casos
su planteamiento carece de toda resonancia política. Con ello se ve que, en la medida en
que un tal milenarismo no es herético, pierde significación y carece de valor como
representació n temporal.
De esta forma, la utopía platónica aparece como reguladora de la razón política: entre
ambas se da una síntesis que no se daba en la política milenarista con su mezcla de fe y
razón. La política es asunto de la razón práctica; pero el espacio de la razón queda
ampliado por la captación de la justicia y la apertura a ella: el Bien no tiene menos
realidad, sino más realidad que los bienes.
Se ha dicho que la utopía como "empresa del pensar humano"- era algo propio del
mundo moderno, en cuanto opuesto a la edad media o al cristianismo primitivo. Esto es
cierto por lo que toca a la formulación expresa del género "utopía". Pero eso no
significa que los tratados políticos medievales no sigan fíeles a las ideas fundamentales
de la utopía platónica, retrabajadas ahora con el material de la filosofía de Aristóteles y
de la tradición cristiana. Los rasgos y el contenido de esta síntesis grecocristiana se
contienen, para mí, en estos tres puntos de vista:
JOSEPH RATZINGER
3. Por tanto, la escatología no está vinculada con ninguna filosofía de la historia, sino
con una ontología. Por lo primero puede ser compatible con ideas tanto de progreso
como de decadencia, pues su quicio no es ningún esquema de desarrollo histórico sino
el concepto mismo de Dios concretado en la Cristología. Esta localización de la
escatología en Dios y no en la historia, es lo que posibilitó su vinculación con la
tradición del pensamiento platónico.
Su evolución posterior
Lo que diferencia a este planteamiento del platónico es que aquí la utopía aparece como
parcialmente realizable, por la fuerza de la fe. Pero esta realización no tiene lugar en el
mundo y sus instituciones sino en el "no- mundo" carismático que aparece por la huida
voluntaria del mundo. Esto no quiere decir que no se dé una relación hacia el mundo,
JOSEPH RATZINGER
Nuestra problemática
Llegamos así a la problemática actual que se expresa mediante el dilema entre una
irracionalidad milenarista y una racionalidad positivista y vacía de esperanza. En este
contexto, la función de la utopía en el sentido del humanismo cristiano debería ser
esforzarse por dilatar el concepto de razón, de modo que pueda ser visto como una tarea
de la razón el plantear no sólo las cuestiones que tienen prueba empírica, sino también
JOSEPH RATZINGER
la gran cuestión de los valores a los que está sometida la "empiría" misma. Para ello la
razón ha de beber en la fuente de las grandes tradiciones religiosas de la humanidad.
En este contexto, la escatología no debe ser considerada, como hacían recientes teorías
de la autoridad, como una especie de "suplemento teológico del derecho penal", en
donde el párroco se convertía en una especie de alguacil de las sanciones que
administraba la iglesia aliada con el estado. Eso sería sólo una utopía negativa de temor
y de egoísmo. La función de la escatología es más bien esta otra: que sólo el hombre
que no se atiene exclusivamente al estado actual de nuestros conocimientos y que, en
principio, va más allá de lo puramente empírico, sólo ése es capaz de manejar la
realidad manipulable y la racionalidad limitada a ella. Se trata pues de reconocer como
realidad no sólo el provecho sino los valores y, a partir de ahí, posibilitar un obrar
fundadamente humano.
Notas:
1
Para la definición de los conceptos de escatología y utopía, el autor dice haberse
JOSEPH RATZINGER
COMPROMETIDO EN EL COMPROMISO DE
DIOS
Reflexión sobre el núcleo de la fe
La reflexión que se nos propone en este artículo es breve, sencilla y profunda. Parte de
la oscura muerte de Jesús, que es interpretada desde su vida entregada. Esta entrega,
leída teológicamente, lleva a las afirmaciones fundamentales de la fe: Dios es amor,
Dios es Trinidad.
Engagiert im Engagement Gottes, Besinnung auf die Mitte. Geist und Leben 50
(1977)166 -178
REFLEXIÓN PREVIA
1. Los reformadores nos han dejado para siempre la inquietante pregunta de cuál es el
núcleo, el centro de la escritura (aspecto objetivo) y el de la vida cristiana (aspecto
subjetivo). El centro es el "evangelio", es decir, la buena nueva de la salvación
escatológica de Dios en la muerte y resurrección de Jesús (posible formulación
objetiva). El evangelio es la justificación del pecador por la fe (así lo comprendieron los
reformadores, en su situación, subjetivamente, centrando y reduciendo al mismo tiempo
el mensaje de Pablo).
Lo que se ha llegado a encontrar con esta simple mirada es muy difícil de traducir en
palabras: el pequeño camino de Teresa de Lisieux; el último lugar en el mundo, de Ch.
de Foucauld; el dar a los demás, de la Madre Teresa de Calcuta; Jesús en el centro, de
los Foccolaris; el misterio trascendental que se abre amorosamente, de K. Rahner; el
amor descendente de Dios, de H. U. von Balthasar; todo esto serían ejemplos de estos
"núcleos" o "centros" que animan a grupos o individuos en estos tiempos nuestros tan
oscuros y que, como expresión verbal, muchas veces simplifican y trivializan la "simple
mirada" que hay detrás.
HEINZ SCHÜRMANN
Se muere como se ha vivido. Esto, tantas veces válido, lo es con toda verosimilitud de la
muerte de Jesús, comprensible sólo a partir de su vida. Es probable que una afirmación
original de la pasión se encuentre en Mc 15,37: "Pero Jesús lanzando un fuerte grito,
expiró". Quizá Mc 15,34 sea una interpretación: "Dios mío, Dios mío, por qué me has
abandonado?". ¿Se puede aclarar este oscuro acontecimiento a partir de la vida de Jesús
-especialmente a partir de su actitud y de sus exigencias morales-? Parece una cosa
posible.
b) Como último servidor de todos, Jesús puede hacer de esta actitud suya una exigencia
fundamental (el mandamiento nuevo, que dirá Juan) cfr Mc 9,35ss pars.; Mc 10,31 pars;
Mi 7,12a par. Sobre este punto hay que decir que ninguna actitud crítica pone en duda
que al presentar el servicio de Jesús y esta exigencia suya estamos pisando terrenos
históricamente firmes.
Este servicio y esta exigencia apunta a los marginados de la vida y de la sociedad y a los
pecadores. Así, cuando Jesús proclama y "hace presente" el Reino venidero, se refiere a
una salvación cósmica, socio-histórica y existencial.
El Jesús del compromiso resulta atractivo en nuestros días, tanto a los cristianos como a
los no cristianos. Pero raramente se piensa que el amor llega a su culmen cuando
alcanza su punto más bajo: no en la entrega radical, sino en el aguantar sin reaccionar en
contra.
b) Esta aceptación voluntaria del martirio puede deducirse también de sus exigencias de
amor al enemigo: Lc 6,27s.32s.35a.-c.29.30). Esta aceptación voluntaria muestra lo que
realmente es el amor., Jesús mete el mal en su corazón y lo destruye.
Después de pascua esta actitud de aceptación voluntaria fue comprend ida a la luz de los
cantos del siervo y es posible que Jesús la comprendiese también así) Is 53,7.12c.
b) Jesús predica que la totalidad ha de ser para Dios, cosa que supera toda la le galidad
judía y veterotestamentaria (cfr las antítesis de Mt 5; Mc 12,30 pars; Mt 6,24; Mc
12,17b pars).
Jesús podía amar a los hombres como a sí mismo sólo porque viviendo y muriendo amó
a Dios de todo corazón. Fue el hombre para los demás porque él fue el hombre para el
totalmente Otro. Fue el hombre del compromiso porque antes se había comprometido
con Dios; por eso vivió en el compromiso de acción en favor de los pobres y de los
pecadores.
4. En el compromiso de Dios
Sólo se comprende a Jesús cuando se capta que Dios se hace presente en él. La espera
próxima en la que Jesús vive no es sólo temporal, sino fundamental y esencial: Dios se
ha acercado al mundo óptica y gratuitamente. Es decir, para Jesús, el Reino de Dios es
el reino del Padre (Le 11,2par). Esta cercanía agraciante y agraciada del "Padre" se hace
presente en forma única en el "Hijo": se ha acercado al mundo en el hijo que ha venido
al mundo. De este modo no podemos separar en Jesús la persona del predicador de lo
predicado por él.
- Es muy importante constatar que en la predicación de Jesús acerca del reino no hay
propiamente afirmaciones apocalípticas, sino una predicación de contraste (cfr las
parábolas). El Reino, en efecto, llega "a pesar de", a pesar de la pequeñez y del poco
éxito de la predicación de Jesús, del fracaso del predicador enviado por Dios. Es como
una semilla echada en el campo (Me 4,26-29), entre la cizaña, de la que sólo una parte
fructifica, (Me 4,2b-9) ; es como el grano de mostaza y la levadura (Le 13,18-21). Sólo
los "pequeños en el reino" se reúnen entorno a Jesús (Mt 11,11), sólo hay revelación
para los "pequeños" (Le 10,21 par). El reino -entiéndase activa o pasivamente- "necesita
o sufre violencia" (Mt 11,12-13), viene de forma oculta (Le 17,20s) de modo que hay
que "creer" en su cercanía (Me 1,14s; cfr Le 12,54ss; Me 13,28s). Hay que captar que
sólo se le puede ver en las acciones y palabras de Jesús (Le 11,20 cfr 10,9; Le 12,8s).
En estas condiciones, Jesús, que debe anunciar y hacer presente este reino, es alguien
que está condenado a un fracaso. Por ello se entiende que en la última cena pueda
afirmar que volverá a comer el banquete más allá de su total derrumbamiento, del
fracaso de su oferta de salvación a Israel, después de su muerte martirial, en el reino de
Dios (Le 22,1518; Me 14,25). La sombra de su cruz se extiende sobre toda su vida. Por
ello el kerigma sabe que en cuanto el hijo enviado es también el hijo entregado (Rm
8,32; cfr Jn 3,16).
La total existencia para los demás -Dios y el prójimo- de Jesús sólo se comprende si en
ella se hace presente la proexistencia de Dios. Sólo se comprende su entrega si antes
Jesús es el entregado. Su compromiso y su autotrascendencia sólo se comprenden desde
la autotrascendencia condescendiente de Dios, y su amor radical y paciente sólo si él es
el "Hijo amado" (Le 3,22). No tenía el corazón vuelto sobre sí mismo porque su corazón
estaba transido del Dios que en él y a través de él se había "enajenado" y "vaciado".
b) hora se puede entender por qué hemos dicho antes que allí donde los hombres
tenemos el corazón vuelto sobre nosotros mismos -y eso daña a los hombres, a la
sociedad y a la creación entera-, Jesús tenía un vacío, un hueco, a través del cual el
compromiso de Dios anima el de Jesús y al mismo tiempo funda el del mundo. Y esto
repercute en un triple ámbito: en los hombres, en la sociedad y en el mundo como
habitáculo del hombre.
En todo esto sólo serviría de ayuda un movimiento mundial en el que no hubiese sólo
ideologías, programas, y sistemas de poder -si es que esto es imprescindible. Para salir
de ahí, haría falta un altruismo capaz de sacrificarse dentro del caos creciente, es decir,
el compromiso de Jesús en su cuádruple dirección (activo y paciente, horizontal y
vertical). Sería necesaria una revolución del amor, un amor revolucionario unido a una
capacidad de soportar el sufrimiento. Este balanceo sólo se puede conseguir desde un
teocentrismo radical; en definitiva, desde el compromiso de Dios, desde la fuerza
proexistente -que se entrega y se vacía- de Jesús, es decir, desde el Espíritu de Dios. De
esta forma el Jesús proexistente no es sólo un modelo moral o un programa social, sino
un factor de fuerza que se pueda calcular. El problema del mundo sólo se puede
solucionar si Dios baja al mundo ensimismado de los hombres, es decir, sólo se puede
solucionar a través de un poder que actúa en el mundo como impotente. Y esto es
precisamente lo que nosotros creemos que ha sucedido en Jesús.
Evolución significa autotrascendencia, paso a paso. Significa que lo más bajo y débil es
"tragado" por lo más fuerte y elevado (aspecto pesimista del dolor o del mal) o debe
sacrificarse y ser asumido en y por la figura superior (aspecto positivo). Sólo si en Dios
trino hay entrega y abandono se puede pensar el mundo y la evolución: a partir de una
colaboración divina dinámica, que no queda suficientemente expresada en esta
formalidad, sino que necesita llenarse de contenido: la creación es tenida y sostenida por
la "autoentrega" de Dios.
lugar de la presencia agraciarte de Dios (Apoc 22,22) y su esposa (Apoc 21,9). Esta
sociedad nueva vive de las fuerzas surgidas en la muerte de Cristo.
PERSPECTIVA
1. "Dios es el amor" (1 Jn 4,8), y por ello tan libre que puede entregarse, abandonarse.
Es el amor poderoso que muestra su poder pudiendo ser impotente en el amor. Esto
implica una revolución copernicana en la concepción de Dios. Ya no es comprendido
como substancia, ser supremo absoluto y trascendente -o no sólo puede ser
comprendido así. Si Dios es amor, quiere decir que es "relación", "ser para los demás",
que puede padecer juntamente, es decir, compadecer. Dios es el amor de tal manera que
puede vaciarse de sí mismo, entregarse, bajar (cfr Flp 2,6ss) hasta hacerse hombre, hasta
la muerte, hasta la hondura de nuestros pecados, allí donde el Padre entrega al hijo en el
abandono de Dios y éste se entrega al Padre a partir del abandono de Dios. En el
abandono de Dios en Jesús acontece la "muerte de Dios". No que el Padre sufra en la
cruz. Pero sí que el Padre padece la muerte del hijo amado, porque su amor no es a-
pático, sino sim-pático (padece con). Dios "muere" en la muerte del hijo, y allí alcanza
la plenitud de su vida (cfr Jn 3,16). Y a partir de Rm 8,32 ("no perdonó ni a su propio
hijo") podríamos decir que no tuvo consideración para consigo mismo.
El mundo pasa ante la cruz que nos hace visible a Dios en la fe. Pero el mundo tiene su
consistencia en la cruz, pues la autoenajenación entregada de Dios en Jesús es el
fundamento que lo mantiene por encima de la nada de su impotencia y su pecado. La
autodonación amorosa de Dios es el apoyo de mi impotencia, su descenso total es el fin
de mi pecado. Dios se muestra así en la vida crucificada de Jesús, en su vida crucificada
de Jesús, en su vida antes y después de la crucifixión. Por eso, viviendo, podemos morir
por y para él, y, muriendo, podemos vivir para y por él.
Les prophètes de la conversión face aux traditions sacrales de l’Israël ancien. Revue
Théologique de Louvain, 9 (1978) 5-32
No es posible inventariar todas las tradiciones religiosas del Israel preexílico: el caudal
de la vida sobrepasa todas las categorías rígidas en las que queremos hacerla entrar.
Intentaremos describir sólo las líneas de fuerza de cuatro grupos de tradiciones que se
entrecruzan constantemente en la literatura bíblica preexílica.
- El hombre no es dueño de su destino, sino que su suerte está en las manos de Dios que
lo sobrepasa infinitamente. Yahvé domina el universo con su poder soberano y le
impone su voluntad, sin hallar jamás oposición; dispone, pues, de una libertad ilimitada,
que podríamos calificar de arbitraria. El hombre, en cambio, no puede considerarse
como ser libre.
J. VERMEYLEN
- Es inútil preguntarse por qué Yahvé elige este pueblo o tal individuo para hacerle su
elegido. Esta elección procede de la libertad divina y nada tiene que ver con las
cualidades del hombre. Yahvé elige gratuitamente a quien quiere.
Esta imagen unilateral de Dios y del hombre, la hallamos en la elección de Noé (Gn 7,
5-6,J) o incluso en el texto más antiguo de la promesa hecha a David (2 S 7, 8-10.11-
12.16). Pero, el ejemplo más sorprendente es el de la historia de Abraham (Gn 12-25 J),
que comienza en el contexto sombrío de la humanidad degenerada y dispersada después
del fracaso de Babel (11, 1-9 J). De en medio de esta multitud, Yahvé elige a Abraham
que será el germen de una humanidad nueva:
Nada en este texto indica el por qué Abraham ha sido elegido con preferencia a otros
hombres; sólo podemos constatar el hecho. La promesa divina es doble: la tierra
prometida de Canaán (12, 7; 13, 14-15, 17; 15, 18); y además, Abraham tendrá un hijo
heredero (15, 3-4; 18, 10). Todo el relato se apoya en esta pregunta: ¿mantendrá Yahvé
su palabra cuando Abraham haya dejado el país prometido y que a su mujer Sara le haya
pasado ya la edad de engendrar? humanamente, las dificultades son insuperables, pero
no para Dios (18, 14 ,J). Ni la tierra dada a Abraham y a sus descendientes, ni su hijo
heredero Isaac serán fruto de los esfuerzos del patriarca: son el don gratuito de Yahvé.
Este tema aparece en los textos más arcaicos del AT y es retomada por el historiador
deuteronomista y por J. Prolonga directamente los motivos de la elección y de la
promesa: Yahvé protege a su elegido contra sus enemigos y realiza sus promesas
dándole la victoria. Cuando Israel se enfrenta a uno de los pueblos vecinos, el resultado
del combate no depende del coraje de los soldados, sino de la presencia eficaz de Yahvé
a su lado. El ejército israelita sólo juega el papel de comparsa. Yahvé detenta un poder
sin concurrencia: frente a él, las fuerzas humanas no valen nada. He aquí los textos que
desarrollan esta representación:
"No temáis; estad firmes, y veréis la salvación que Yahvé os otorgará en este día, pues
los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás. Yahvé peleará por
vosotros; y vosotros no tendréis que preocuparon" (Ex. 14, 13-14).
- El mismo sentido tienen la historia del Arca (1 S 4, 1-7, 1) o el episodio del combate
de Gedeón contra los madianitas (Jc 7).
Cada uno de estos textos subraya a su manera cómo los esfuerzos humanos son
irrisorios frente a la omnipotencia divina. Las tradiciones de la guerra santa tienen por
finalidad tranquilizar al pueblo elegido ante cualquier amenaza. Protegido por Yahvé,
¿qué puede temer Israel?
- Así como el templo es el "ombligo" del cosmos, al que organiza por su posición
central, el soberano tiene la tarea de asegurar el orden divino del universo. En principio,
J. VERMEYLEN
el rey reina sobre toda la tierra, a la que ha de someter de grado o a la fuerza (Sal 2, 8-9;
72, 8-11).
El rey dispone de la fuerza guerrera de Yahvé para asegurar el orden cósmico que sitúa
a los pueblos paganos en la periferia, en un estatuto inferior (Sal 110, 1-2, 5-6; Mi 5, 3).
David, que tiene a Saúl en su mano, le deja vivir y dice a su lugarteniente: "¡No le
mates! ¿Quién podría poner la mano sobre el Ungido de Yahvé y quedar impune?" (1 S
26, 9).
En los textos citados, hemos encontrado dos veces la palabra "Mesías". La ideología
descrita corresponde exactamente al llamado "mesianismo real". Al menos en la época
preexílica este mesianismo no se refería tanto a un rey ideal futuro, cuanto al soberano
que reinaba en Jerusalén. Es evidente que esta ideología, proviene directamente de los
círculos dirigentes y de la misma corte.
***
Las tradiciones estudiadas y la ideología real se refuerzan unas a otras. Presentan varios
rasgos comunes.
El pensamiento "mítico" se caracteriza por una oposición radical entre dos esferas: lo
sagrado y lo profano. En este contexto, "ni los actos humanos propiamente dichos, ni los
objetos del mundo exterior no tienen valor intrínseco autónomo. Un objeto o una acción
adquieren un valor y, al hacerlo, se vuelven reales ya que participan, de una manera u
otra, de una realidad que las trasciende" (Mircea Eliade). Esta visión del mundo está
expresada de una manera muy clara en el salmo 8, donde vemos el universo
estructurado verticalmente; las realidades de "abajo" no tienen otro valor que el de su
proximidad, más o menos grande, a las realidades de "arriba". Volvemos a encontrar
aquí la misma estructura implícita en cada una de las grandes tradiciones estudiadas:
hay un orden objetivo de la realidad, donde el polo de lo sagrado adquiere una
J. VERMEYLEN
El sentido y valor de todas las cosas están fijadas en un orden inmutable, según la
voluntad de Yahvé. Cuando el hombre sale de este orden se expone a un destino
espantoso. En este aspecto, es típica la historia de Uzzá, durante el traslado del arca a
Jerusalén, en tiempo de David: como los bueyes hacían inclinar el arca, Uzzá quiso
aguantarla con la mano y cayó fulminado (2 S 6, 48). ¿Por qué un castigo así, cuando su
intención era buena? Simplemente, porque Uzzá quiso tocar un objeto sagrado,
franquear el límite infranqueable, salir de su papel de ser terrestre. Uzzá pagó con su
vida el desconocimiento de la ley divina.
El hombre tiene que conocer el orden divino del universo. En gran parte, este orden está
revelado en la Ley: las reglas de la vida social, las prescripciones religiosas o el ritual de
las grandes fiestas no son productos de la experiencia o de la reflexión humanas, sino
que están determinadas por el mismo Dios: son intangibles. En cuanto a los aspectos de
la vida que no están codificados, se utilizan diversas técnicas de conocimiento del orden
divino:
- La adivinación, que juega un papel principal en las otras religiones, está en principio
prohibida en Israel. De hecho, algunas prácticas de consulta a Yahvé pueden estar
próximas a la adivinación (el uso sacerdotal del efod y de los Urim y los Tummim).
- La nigromancia, oficialmente prohibida, fue largo tiempo practicada por los israelitas.
Especialmente con sus dimensiones sociales y políticas. Si este mundo que nos es tan
familiar tiene su consistencia propia, si posee una cierta autonomía con relación a la
esfera superior, hay, en fin, un lugar para la libertad humana. En la concepción sacral
del mundo, el hombre está sometido a la predestinación y no puede decidir nada sobre
su propia vida. Para los profetas preexílicos, al contrario, el hombre es un hogar de
libertad: su suerte depende, en definitiva, de sus propias opciones, y se pone en juego en
la actitud tomada en el corazón de la vida de cada día. Frente a este hombre libre, Yahvé
es infinitamente grande, trascendente, pero su trascendencia no está cerrada sobre ella
misma, sino que llama al diálogo. En efecto, el hombre cuenta ante Dios, el cual no
quiere sólo darle sus favores, sino, sobre todo, tener con él unas relaciones personales,
por más que no sean relaciones de igual a igual. Esto supone que Yahvé impone un
límite a su arbitrariedad. Cuando permite al hombre que sea libre, Dios se torna moral,
se somete a los imperativos de la justicia y de la honestidad. Cuando Dios habla, su
palabra no tiene una eficacia automática, sino que suscita la respuesta libre del hombre.
La ley moral no se confunde, pues, con un orden cósmico intemporal en el que cada uno
debe encontrar su lugar bajo pena de muerte, sino que se presenta, en adelante, como
una llamada a la conciencia. En este contexto, el pecado ya no es un accidente que
puede pasar al hombre, sin que éste sea consciente, sino que reside en la intención en
tanto que acto malo: no hay pecado sin responsabilidad, sin elección deliberada. Esta es
precisamente la realidad trágica: más allá de las apariencias Israel se ha apartado
voluntariamente de Yahvé y ha roto el diálogo. Al abrir los ojos de los dirigentes sobre
su propio pecado, al mostrarles la catástrofe que se avecina por su falta, los profetas
quieren convertir realmente a Israel, cambiar su rimentalidad y estilo de vida: este
cambio debe encarnarse incluso en las opciones políticas y sociales.
Esta es, en resumen, la visión profética del mundo. Transforma desde el interior las
representaciones ligadas a las tradiciones sacrales.
1. La elección y la promesa
Para los profetas, como para las tradiciones sacrales, Yahvé mantiene relaciones
especiales con Israel, hasta el punto de convertirlo en su pueblo particular, pero esta
elección no es un privilegio confortable: es una responsabilidad inmensa, puesto que
Israel debe comportarse como pueblo de Yahvé. Dicho de otra manera, las relaciones no
tienen un sentido único: aunque esta realidad no esté aún tematizada con precisión, la
promesa entra en el cuadro de la alianza, que supone el compromiso de dos socios. Por
su parte, Yahvé es fiel a lo que ha prometido, ¿pero lo es también el pueblo elegido? Ya
no hay más seguridad automática: dependerá de la fidelidad de Israel; es más, el pecado
de los responsables hace pesar sobre todo el pueblo una terrible amenaza. Convendría
leer aquí toda la predicación profética de la época real. Isaías 7 es un ejemplo
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significativo. El profeta anuncia que el proyecto de los reyes de Samaría y Damasco que
quieren invadir Jerusalén, está condenado al fracaso: "Esto no sucederá" (v. 9b). Esta
frase puede ser considerada como un resumen de la predicación del profeta.
Aunque la elección y las promesas que lleva consigo son incondicionales, pues están
ligadas a la actitud de Israel, la nación está en peligro de muerte, tan grande es su
pecado. Los profetas denuncian sin tregua el mal comportamiento de Israel y sus
dirigentes y quieren mostrarles hacia qué abismo conduce su actitud. Así Amós al reino
de Samaría: 4, 6-5,2.
"Porque así me ha dicho Yahvé: Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y
cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su
tumulto se apoca: tal será el descenso de Yahvé para guerrear contra el monte de Sión y
contra su colina" (Is 31, 4).
Hay decenas de pasajes análogos. Yahvé moviliza contra su pueblo los ejércitos sirios y
babilonios; no son las fuerzas del mal las que asaltan Jerusalén, ciudad inviolable de
Yahvé, sino que es el mismo Yahvé que envía los ejércitos enemigos para destruir
Jerusalén, la ciudad del pecado (Jr 6, 1-8). El tema de la guerra santa ha sido invertido:
Yahvé, traicionado por su pueblo, se une a los enemigos de Israel.
3. El santuario
"Por culpa vuestra Sión será un campo que se ara, Jerusalén se hará un montón de
ruinas, y el monte del templo un otero salvaje" (Mi 3, 12).
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Podemos leer también el oráculo de Jeremías 7, 3-11. Así como la presencia del templo
en medio de Jerusalén, no representa una garantía de protección, tampoco el ejercicio
del culto. Lo que pide Yahvé es una conversión a la vida real y no una simple
compensación sobre el plano ritual. Es lo que dice Os 6, 6: "Porque yo quiero amor, no
sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos".
4. La institución real
La política interior y exterior de los diferentes soberanos israelitas es denunciada por los
profetas. Oseas va más lejos y parece que cuestiona la misma institución real:
"¿Dónde está ahora tu rey, para que te salve? ¿Dónde tus jueces para que te protejan,
aquéllos de quienes tú decías: "Dame rey y príncipes"? Rey en mi cólera te di, y te lo
quito en mi furor" (13, 10-11).
Según los comentaristas, este pasaje se refiere al rey de Samaría Oseas ben Ela. Más
allá de la persona del rey, es la monarquía la que parece condenada, como lo confirma la
comparación con el relato deuteronomista de la institución de la realeza, en 1 S 8.
Cuando el pueblo pide un rey a Samuel, como las otras naciones, Yahvé le dice:
"Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han
rechazado a Mí, para que no reine sobre ellos" (v. 7).
vida humana. Creaban así una teología nueva y subversiva, que conmovía los
fundamentos mismos del orden social y religioso establecido.
CONCLUSIÓN
Aunque la descripción de las teologías del Israel preexílico ha sido demasiado rápida
para ser completa y suficientemente matizada, la respuesta a la cuestión del comienzo es
clara: la palabra profética no se sitúa en la línea de las ideas tradicionales, sino que
compromete a un violento conflicto con ellas. Lo que está en juego son los mismos
fundamentos de la vieja teología sacral y no solamente sus formas de expresión o los
aspectos más periféricos. Ningún acuerdo parece posible entre las dos visiones del
mundo.
El combate entablado por los profetas contra la fortaleza ideológica del pensamiento
sacral era, al comienzo, muy desigual. Entonces la voz profética fue rápidamente
ahogada. Con todo, en cada generación se levantaban nuevos profetas para
A comienzos del cristianismo, la religión oficial había vuelto a ser un sistema muy
coherente, en el que se encontraban las estructuras típicas del pensamiento sacral,
adaptadas, no obstante, a circunstancias nuevas. Toda la vida religiosa (y en parte la
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vida social) estaba organizada alrededor del Templo y de su clero; el gran sacerdote
tenía el papel simbólico de rey; asimismo, la noción de "pueblo elegido", depositario de
las promesas, había vuelto a tomar toda su importancia, pero se circunscribía a la
fracción "pura" del pueblo judío (en especial, los fariseos). En este contexto, Jesús
retomará la actitud de los profetas de la conversión, proclamando un Reino de Dios
ofrecido a todos, incluso a los marginados del judaísmo. Ningún privilegio asegura la
entrada en este reino: ni el culto, ni el origen, ni la función, ni la ciencia, pueden
reemplazar la conversión personal y la fe encarnada. Destruyendo, así, las barreras que
aislaban y protegían una minoría de "elegidos", Jesús iba muy pronto a chocar contra
una oposición poderosa, cuyos símbolos son la buena conciencia farisea y el edificio del
templo. En medio de este combate que le llevó a verter su sangre, se ha manifestado a
los hombres como el
mismo rostro de Dios. En efecto, tomando partido por los pobres en contra de la élite
religiosa, Jesús no se encuentra solo, sino que Dios mismo está a su lado, como lo
testifica la resurrección. Es lo que Pedro dice en su discurso de Pentecostés: "A este
hombre (...) vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos, pero
Dios lo ha resucitado, librándole de los dolores del Hades" (He 2, 23-24).