La Educación para Todos en El Ambito Penitenciario

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INSTITUTO DE LA UNESCO PARA EL APRENDIZAJE

A LO LARGO DE LA VIDA.
COMUNIDAD FRANCESA VALONIA - BRUSELAS.

“LA EDUCACIÓN PARA TODOS EN EL AMBITO


PENITENCIARIO”, por Marc de Maeyer

Este texto servirá de base para preparar los encuentros regionales así como los seminarios temáticos
que se organizarán en apoyo a la Conferencia internacional sobre educación en prisiones que tendrá
lugar en en Bruselas (Bélgica en octubre de 2008, organizada por el Instituto de la UNESCO para el
Aprendizaje a lo Largo de la Vida (UIL) y la Comunidad Francesa Valonia – Bruxelas.

La Comunidad Francesa Valonia - Bruselas será el anfitrión de esta conferencia pero ni ella ni los
demás organizadores del evento asumirán responsabilidad alguna por el contenido del presente
documento. Este último no podrá, en modo alguno, ser interpretado como una toma de posición por
parte de los órganos rectores de la UNESCO o del Instituto de la UNESCO para el Aprendizaje a lo
Largo de la Vida, así como tampoco de la Comunidad Francesa Valonia – Bruxelas..

“Toda persona tiene derecho a la educación (…). La educación tendrá por objeto el
pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los
derechos humanos y a las libertades fundamentales.”
(Declaración Universal de los Derechos Humanos - art. 26)

“La educación de adultos puede configurar la identidad y dar significado a la vida.


Aprender durante toda la vida significa replantear los contenidos de la educación a fin
de que reflejen factores tales como la edad, la igualdad entre hombres y mujeres, las
discapacidades, el idioma, la cultura y las disparidades económicas.”
(art. 2 de la Declaración de Hamburgo sobre la Educación de Adultos - 1997)

“Es esencial que los enfoques de la educación de adultos estén basados en el patrimonio,
la cultura, los valores y las experiencias anteriores de las personas, y que las distintas
maneras de poner en práctica estos enfoques faciliten y estimulen la activa participación
y expresión del educando.”
(art. 5 de la Declaración de Hamburgo sobre la Educación de Adultos - 1997).

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Generalmente, la prisión representa un fracaso para el recluso; y también lo es muy a menudo
para las sociedades que, desde hace cientos de años, no han hallado una solución alternativa al
encarcelamiento como castigo para los delincuentes, incluso aunque en algunos países se
hayan planteado iniciativas interesantes como las penas alternativas, la mediación o la justicia
reparadora.

En estas condiciones, las expectativas asociadas a la educación en centros penitenciarios


crecen a medida que somos cada vez más conscientes de que el sistema penitenciario afronta
uno de sus principales objetivos, el de la "reinserción/rehabilitación" del delincuente, de
manera muy desigual:

- para unos, la educación en el medio penitenciario es una preocupación específica de los


países industrializados que disponen de recursos capaces de añadir programas educativos a los
servicios que ya se ofrecen en estos centros, mientras muchos otros países ni siquiera pueden
ofrecer los servicios básicos.

- para algunos, se trata de una exigencia que sólo podrá atenderse cuando se resuelvan otros
problemas más urgentes tanto fuera (desarrollo, guerras, hambrunas) como dentro del centro
penitenciario (seguridad, alimentación, sanidad).

- para otros, es la solución para reducir imperativamente la reincidencia.

- para otros muchos, es un medio de mantener ocupados a los reclusos y de tranquilizar a los
más nerviosos.

- para otros también permite retomar una educación malograda; la cárcel puede ser un lugar
para la “reeducación”.

- para unos pocos, es la oportunidad para reorganizar la vida del recluso y su salida.

- para otros pocos, la educación debe humanizar y mejorar las condiciones de la reclusión, y
constituye una etapa previa a la puesta en práctica del proceso de rehabilitación.

También hay muchas otras buenas y malas expectativas que se convierten en muchos otros
motivos...

Para las Naciones Unidas, la educación (en los centros penitenciarios) es un derecho que se
encuentra enmarcado en la perspectiva de la educación para todos y a lo largo de toda la vida.
No se trata de una educación especial sino de la continuidad de la educación formal, no
formal e informal de una persona confinada de forma transitoria en un lugar específico.

La pérdida transitoria del derecho a la libertad de movimiento no conlleva la pérdida de otros


derechos, como el de la educación.
Los gobiernos de los países ricos, pobres, en transición o emergentes no deberían seguir
considerando la educación en los centros penitenciarios como una actividad facultativa y
adicional, sino como una herramienta que permitirá a los reclusos comprender su historia
personal y la historia del medio y del país al que pertenecen, así como fijarse objetivos
socialmente aceptables en materia social, familiar y profesional.

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El educador/formador del centro penitenciario no contribuirá a la prolongación de la (futura)
sentencia judicial; lo que le interesa es la historia individual y no el expediente penal. La
educación en el centro penitenciario es un proceso que debe ayudar al recluso a identificar sus
necesidades educativas y a satisfacerlas, aunque no todos comprenden de inmediato las
posibilidades que les ofrece la educación y la consideran como una obligación adicional del
medio penitenciario o un recordatorio de la obligación escolar.

La afirmación del derecho a la educación en centros penitenciarios debe tener en cuenta los
resultados de la evaluación de programas preventivos y educativos en la escuela, la familia y
la comunidad. Cuando las personas no pueden acceder a la educación formal (por falta de
acceso a la escuela o por abandono escolar), la educación informal se imparte en todas partes,
para lo bueno y a veces para lo malo. También en los centros penitenciarios.

A. Partes implicadas

A.1. Los reclusos (1)

En todo el mundo hay más de diez millones de reclusos. De ellos, una escasa minoría son
mujeres (en 150 países, representan menos del 7%). No existen datos precisos acerca de los
bebés encarcelados junto con sus madres, pero algunos permanecen en el centro penitenciario
hasta cumplir los tres o cuatro años.
Hay cerca de un millón de niños privados de libertad; las condiciones de reclusión son a
menudo precarias, violentas y degradantes, y muchos de ellos permanecen en la cárcel a la
espera de ser juzgados.
Con frecuencia, las minorías nacionales se encuentran sobrerrepresentadas.
En 30 países, los extranjeros constituyen entre el 20 y el 83% de la población reclusa.
En cerca de 120 países, los centros penitenciarios están superpoblados.
El nivel escolar de los reclusos es por lo general bajo; muchos de ellos han abandonado la
escuela prematuramente o no han podido acceder o concluir la educación formal básica. Los
demás vínculos educativos (como la familia) también han fracasado a veces por diversos
motivos.

Las estadísticas nacionales sobre el medio penitenciario evalúan el índice de ocupación, la


duración de las penas y la composición sociológica de los centros; en cambio, por lo general
resultan insuficientes, incluso inexistentes, en lo que respecta al número y a la asistencia de
las actividades educativas, sus contenidos, su organización así como a los recursos humanos y
económicos destinados a este fin.

A.2. Los responsables políticos

Es el poder político quien debe decidir qué programas de aprendizaje se valorarán y se


apoyarán durante el periodo de reclusión y quiénes serán los encargados de proponerlos.
Desde hace algunos años, algunos gobiernos llevan a cabo una evaluación de sus programas
educativos en centros penitenciarios y están adoptando un nuevo enfoque menos represivo y
más humanista, a la vez que aplican políticas educativas, sociales, culturales, profesionales y
familiares durante la reclusión y como preparación de la salida.
La educación en los centros penitenciarios debe formar parte de los objetivos de la Educación
para Todos y debe apoyarse en mayor medida una cooperación bilateral y multilateral.

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Las Administraciones han publicado recomendaciones sobre la organización de la educación
en los centros penitenciarios, en las que a menudo se inspiran los países que legislan sobre
esta materia.

En los países más pobres, la educación en el centro penitenciario rara vez constituye una
prioridad, sin duda porque se sigue percibiendo como un problema (y un gasto) suplementario
y no como una inversión para establecer de una cultura de la paz.

En los países en transición democrática, el enfoque humanista de los problemas sociales


empieza a tener en cuenta el centro penitenciario, los reclusos y el personal penitenciario.

En algunos estados federales, la existencia de distintos niveles de poder produce pérdidas de


energía y riesgo de incoherencia en la organización de la educación en los centros
penitenciarios: la justicia suele ser una competencia federal mientras que la educación y los
asuntos sociales corresponden a los niveles descentralizados, con una lógica propia y una
orientación política específica.

A.3. Los profesores / educadores/ formadores

El perfil de los profesores/ educadores/ formadores es variado: proceden (por libre elección o
por nombramiento) de los ministerios de educación o de asuntos sociales o bien son miembros
de organizaciones no gubernamentales, organizaciones sindicales, iglesias y a veces de las
fuerzas armadas.

Están relativamente preparados para trabajar en este medio concreto y su formación


permanente debe incluir asistencia en el plano personal y profesional. Así, los nuevos
profesores / educadores / formadores deben promover la educación entre “iguales” y trabajar
sobre el terreno para comprender mejor el recorrido judicial, la población reclusa y el sistema
institucional.
Deben ser capaces de localizar a los reclusos desprovistos de formación, despertar en ellos un
afán de aprendizaje, apoyar las motivaciones en las que vacilan e informarles de las
posibilidades educativas.

Para ello será necesario establecer a escala nacional e internacional iniciativas de cooperación
sobre metodologías, material pedagógico y programas con los profesores fuera del centro
penitenciario, así como con los organismos que acogen a los reclusos a su salida.

La iniciativa de la organización de la educación en centros penitenciarios, incluso cuando se


encuentra prevista por un reglamento, suele depender de la (buena) voluntad de la dirección
de cada establecimiento, así como de los recursos humanos y económicos destinados a este
fin.
Por consiguiente, la formación destinada a los administradores y directores de
establecimientos, así como la evaluación de su trabajo, deberían integrar la sensibilización
sobre la problemática de la educación en el medio penitenciario. Esto ayudaría a clarificar sus
expectativas y su grado de implicación en la educación en el centro penitenciario.

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A.4. El personal penitenciario

La educación en el centro penitenciario abarca la educación permanente de los reclusos, de


sus familias y también de los agentes penitenciarios y del conjunto de profesionales.

Toda acción profesional debe ser a la vez una acción educativa, ya sea en la relación con los
reclusos, en la organización cotidiana y específica del centro, en el respeto del individuo y de
sus derechos, favoreciendo el acceso a actividades educativas y sociales o cuando los agentes
son los testigos de su vida diaria. Las asociaciones profesionales de agentes podrían
desempeñar un papel importante en la educación permanente de agentes y reclusos… aunque
sus intereses sean diferentes.
Las experiencias nacionales relevan que la valoración de la labor de los agentes es posible si
se les reconoce un valor educativo; sólo así pueden convencerse de la utilidad de las
actividades educativas para los reclusos y para garantizar así el acceso a las mismas. El
trabajo y la formación continua de los agentes (en el ámbito de la realidad sociocultural, la
diversidad…) deben seguir revalorizándose.

B. El contexto de la educación

B. 1. Una problemática que atañe a la responsabilidad intrínseca del Estado

La organización de la educación en centros penitenciarios compete al Estado, que debe


garantizar la continuidad y la coherencia de responsabilidad sobre la delincuencia: primero
debe evitarla y después, en caso de fracasar, administrar justicia, organizar la pena, sus
modalidades, la estancia en el centro penitenciario y la salida. La privatización de los centros
penitenciarios y/o la educación en estos centros contradice la opinión de que la educación (de
los reclusos) —entendida como una educación a lo largo de toda la vida, que incluye el
aprendizaje, las actividades informales y los planes de estudio— debe seguir siendo una
responsabilidad inherente del Estado (objetivos, organización, contenido, designación del
personal formado, etc.). La presencia esencial de la sociedad civil constituye un lazo de unión
entre el interior y el exterior del centro. La definición y la puesta en práctica de la educación
en el centro penitenciario afectan a todos los campos de aprendizaje y no deben definirse en
función de las necesidades del mercado laboral nacional. La educación en el centro
penitenciario no se limita a la transmisión o reproducción de conocimientos sino que consiste
en un aprendizaje permanente de la ciudadanía.

B. 2. Una problemática internacional

La diversidad (sociocultural) del centro penitenciario es una realidad y una oportunidad de


educación sobre la diferencia y la tolerancia. El centro penitenciario puede ser un lugar de
aprendizaje positivo de las diferencias.

La educación de los reclusos emigrantes debe incluir las características de la sociedad “de
acogida” así como un trabajo sobre la cultura de origen, la motivación, el fracaso de la
aventura y la adaptación al eventual (re)asentamiento en el país. Si se establece la repatriación
como pena, es necesario colaborar con las organizaciones de cooperación internacional para
preparar el regreso al país de origen.
Los acuerdos bilaterales y multilaterales de interés para los formadores y agentes
penitenciarios no son lo suficientemente conocidos ni específicos.

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B. 3. Una problemática paradójica y contradictoria

En el centro penitenciario se aprende a desaprender: se aprende a vivir sin dinero, sin decidir
cómo organizar el tiempo y el espacio, a perder la intimidad, a no exigir nada, a trabajar por
un salario inexistente, a vivir sin afecto.

Una estancia relativamente larga en un centro penitenciario conlleva una pérdida de


referencias esenciales de la vida cotidiana fuera del centro y el condicionamiento de las
actitudes y los comportamientos, que se entiende como indispensable para el buen
funcionamiento de la institución y para la evaluación positiva del recluso, lo que alejará aún
más sus perspectivas de reinserción y participación social.

Al mismo tiempo, entre “iguales”, se aprende una serie de cosas que escapan por completo al
control de las autoridades penitenciarias y a las partes implicadas; este aprendizaje no
favorecerá la integración social.

Cabe recordar a este respecto el papel del Estado en la organización de una educación de
calidad que deberá contrarrestar el aprendizaje negativo inherente al centro.

B.4. Una problemática que integra a las familias

Con bastante frecuencia, las visitas de familiares se producen en espacios sin relevancia
educativa pese a que estas visitas podrían convertirse en momentos educativos entre
miembros de una misma familia. Padres e hijos compartirían lo que han aprendido. Hay que
plantearse por tanto la construcción de nuevos centros penitenciarios.
Es necesario velar por que el padre pueda, en la medida de lo posible, seguir desempeñando
su papel de educador en el medio penitenciario.
De igual modo, es necesario poner en común las experiencias relativas a la educación
permanente conjunta de los reclusos, sus familias y el personal penitenciario.

C. Proceso y motivaciones

C. 1. En el momento de la entrada, debe evaluarse el aprendizaje formal e informal así como


la experiencia con la que cuenta el recluso. Esta evaluación debe tener en cuenta sus
circunstancias específicas (personas discapacitadas, niños recluidos junto con sus madres,
condenas de cadena perpetua, minorías nacionales) y no debe desalentar al recluso mediante
la realización de pruebas muy pesadas y preguntas muy técnicas que le recuerden su fracaso
escolar, sus carencias y su proceso.
El primer encuentro debe ser menos formal y deben prepararse otras sesiones más formales en
las que se presenten con claridad los objetivos y proyectos pedagógicos previstos para el
periodo de reclusión y fuera del centro. El proyecto no será presentado como un proyecto
escolar e incluirá incentivos al estudio: asignaciones, primas de fomento, planificación de
horarios y ventajas diversas.
Este balance global de competencias recogerá las aptitudes, la experiencia y el aprendizaje. El
balance deberá repetirse durante la reclusión ya que el entorno influye de inmediato y a veces
para siempre en los comportamientos, los reflejos y los puntos de referencia de una persona;
las competencias adquiridas en el centro también deben acumularse. Equipos

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multidisciplinarios crearán herramientas que motiven al recluso a adoptar una actitud curiosa
antes de proponerle cursos formales.

C.2. Las actividades educativas deben beneficiarse de la misma categoría que las demás
actividades; de esta forma, la reducción del tiempo de encarcelamiento, prevista para los
reclusos que trabajan, también debe poder aplicarse a los reclusos que estudian. Algunos
países comparan el estudio con una actividad profesional. Se trata de una cuestión muy
amplia: hay que evitar que la educación sea utilizada por los reclusos con el único propósito
de obtener un indulto.
La educación no formal (teatro, expresión, cine, escritura) debe ser reconocida como una
educación de pleno derecho y los alumnos también deben poder beneficiarse de eventuales
indultos.

En este marco, nunca deberá concederse un indulto en función de los resultados escolares o
como resultado de una evaluación pedagógica. La función de los educadores no puede, en
modo alguno, compararse con la de la autoridad judicial.

D. Materias

La educación en el centro penitenciario reconoce al individuo en su totalidad y no en su única


definición de delincuente y recluso.
El proceso continuo de aprendizaje formal, no formal e informal no tiene por finalidad la
reeducación de unos por otros: reeducar implica que el primer intento educativo ha fracasado
y que se puede (¿quién?) reconstruir una nueva personalidad negando la anterior y partiendo
de cero.
La educación en el centro penitenciario, dentro de sus límites de espacio y tiempo, tiene en
cuenta la historia completa de cada persona e intenta proporcionarle algunos medios que le
permitan definir y construir continuamente su futuro a corto y largo plazo. No se puede
reeducar, al igual que no se puede renacer.

D.1. Educación básica y alfabetización

Muchos reclusos no disponen de herramientas básicas (educación básica, alfabetización).


Deben ponerse en práctica programas de alfabetización funcional como un medio para que el
alumno encuentre un sentido a su aprendizaje. Leer, escribir o calcular es un derecho de todos
y el actual Decenio de las Naciones Unidas para al alfabetización así como el programa LIFE
(iniciativa de alfabetización para la capacitación) deben integrar la alfabetización de los
reclusos en sus programas de trabajo tanto en el ámbito regional como internacional.
Los cursos básicos deben ser accesibles para todos y debe fomentarse la participación en
cursos de idiomas, de matemáticas y de iniciación a la informática.

D.2. Educación no formal

La educación no formal suele ser el primer paso para recuperar el hábito de estudiar, incluso
el placer de aprender. Las actividades de educación no formal deben poder organizarse en
espacios concretos que permitan a los educadores y reclusos trabajar la expresión de
sentimientos diversos y relatos sobre la vida. La presentación de trabajos preparados por el

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recluso, ya sean de teatro, pintura o escritura, constituye una posibilidad de contacto
fundamental con el exterior (familias, amigos, sociedad civil, etc.).
Los responsables de las decisiones políticas y los responsables de administraciones
penitenciarias deben reconocer el carácter educativo de las sesiones de educación no formal.
Este reconocimiento pasa por la organización de la formación específica inicial y continua de
formadores / educadores titulados y formados en el trabajo de los sentimientos y las
emociones; esta formación debe concebirse, reconocerse y valorarse dentro y fuera del centro
penitenciario.

D.3. Educación profesional

La educación profesional no puede plantearse desde cero; para su organización es necesario


contar con una educación básica y una educación no formal previas. Sin estas etapas
indispensables, probablemente se produzcan nuevos fracasos. En el caso de los reclusos
jóvenes, la educación profesional debe entenderse, e impartirse siempre que sea posible, como
la continuidad de la educación básica y de la enseñanza secundaria.

La educación profesional, a menudo considerada como un elemento esencial de los


dispositivos de formación (¿porque se percibe como algo de utilidad inmediata?), no puede
limitarse al aprendizaje de un oficio; también debe permitir al recluso descubrir qué aptitudes
de formación, organización del trabajo y de actitudes sociales, profesionales y humanas
necesita desarrollar.

Durante el periodo de encarcelamiento, el recluso realiza un trabajo de taller, a menudo


monótono, mal remunerado y de escasa cualificación. Esta formación en el puesto de trabajo
no debe confundirse con la formación profesional. La empresa privada, proveedora de este
tipo de trabajo, debería estar obligada a impartir sesiones informativas y específicas a todos
los trabajadores, incluso a la mano de obra menos cualificada.

La formación profesional no es habitual en los centros penitenciarios. Los talleres son


insuficientes para los cientos de reclusos y algunas formaciones no se imparten por motivos
de seguridad evidentes. Debe fomentarse la formación en el exterior del centro (la más similar
a la realidad del mundo laboral).

Es necesario establecer un diálogo entre el mundo empresarial, las organizaciones sindicales y


los responsables de programas de empleo, evitando siempre organizar la formación
profesional únicamente en función de las necesidades del mercado.

La formación profesional (especialmente de las mujeres) no debe ser de tipo tradicional,


aunque algunos oficios tradicionales tengan perspectivas de futuro.

D.4. El expediente pedagógico

Debe fomentarse la utilización de expedientes pedagógicos individuales; estos expedientes


permiten a los educadores/formadores del centro donde ha sido internado el recluso conocer
su recorrido, nivel de formación y los progresos y dificultades del momento. El expediente
pedagógico debe distinguirse del expediente penal y debe ser gestionado únicamente por los
educadores, quienes deben gozar de un estatus específico que les distinga del personal
penitenciario y de Justicia. El expediente pedagógico debe constituir una herramienta de
trabajo para ambas partes (del educador/formador y del recluso) con vistas a una reinserción

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prometedora y duradera. El recluso tiene por tanto acceso a su expediente en el que consta su
recorrido en materia de educación formal y no formal.

D.5. El reconocimiento de la experiencia adquirida

El reconocimiento de la experiencia y del aprendizaje adquiridos es un elemento clave del


trabajo educativo en el centro penitenciario. Además de un proceso de ordenamiento
burocrático, este aspecto es sobre todo un enfoque pedagógico.
Reconocer la experiencia y a quien la posee (en el momento de su existencia) evidentemente
no es habitual en los centros penitenciarios y el proceso de reconocimiento sólo se pondrá en
marcha cuando se inicie un trabajo paralelo con el alumno: se debe ayudar al alumno a
identificar sus secuencias de formación y de aprendizaje e integrarlas en un proyecto global
de trabajo así como en un proyecto social, familiar, cultural y educativo. Los conocimientos
que cada alumno vuelva a adquirir serán registrados en su expediente pedagógico.
El reconocimiento, e incluso la valoración, de la adquisición de experiencia y aprendizaje
deben ir de la mano del reaprendizaje de actitudes y costumbres sociales. Lograr que se
reconozcan la experiencia y formación adquiridas implica fomentar la demanda de educación.
En esta ardua tarea, el docente ocupa un lugar primordial: es quien asiste al estudiante en su
enfoque pedagógico y no un especialista que ayuda a elaborar un expediente.

D.6. La formación de formadores

La presencia de profesores en el interior del centro penitenciario es una garantía de la


democracia. Su motivación, formación y la percepción de su trabajo varían en función de si
son voluntarios, si están destinados en comisión de servicio por un ministerio, si son
miembros eclesiásticos o incluso militares. Es necesario definir la formación mínima
indispensable para trabajar como educador / formador en centros penitenciarios. Esta
formación debe incluir un conocimiento del entorno, su diversidad y la especificidad del
destinatario.

Es necesario atribuir un estatus al recluso que, al estar más formado, imparte cursos u
organiza y sistematiza la información; esta experiencia pedagógica debe ser reconocida y
valorada al salir del centro penitenciario.

La cuestión de la autonomía y de la libertad pedagógica de los profesores es fundamental. Su


trabajo no consiste en la prolongación del sistema judicial, aunque no pueden olvidarse de las
condiciones en las que trabajan ni la situación de los alumnos. La deontología profesional de
los educadores/formadores/profesores y su categoría profesional deben estar claras.

La privatización de la educación en centros penitenciarios limitará el trabajo del profesor /


educador / formador a la divulgación de conocimientos adaptados de utilidad directa para el
mercado laboral. La unión pedagógica y humanista, la ayuda para preparar proyectos
educativos y sociales y el apoyo a la creación desaparecerán y reducirán la educación en el
centro a una escolarización/formación acelerada de futuros trabajadores.

D.7. La formación de agentes penitenciarios

La formación inicial y permanente de agentes penitenciarios difiere de un país a otro, incluso


de un centro a otro. Los salarios, por lo general bajos, suelen impedir la contratación de
personal altamente cualificado.

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El factor de la formación de los agentes afecta a la formación de los reclusos. No es necesario
oponer ni enfrentar las necesidades de formación de estas dos categorías, sino resaltar que la
formación permanente de uno favorecerá la formación permanente del otro.
Las autoridades nacionales adaptarán los criterios y los requisitos que deben cumplirse para la
formación de los agentes. La cooperación internacional en el sector de la educación en centros
penitenciarios deberá tener en cuenta la participación de agentes en los programas de
intercambio.

D.8. La educación sobre la cultura

Las bibliotecas podrían desempeñar un papel esencial en la organización de la educación


permanente en centros penitenciarios, no sólo como servicio de distribución de libros y de
consejos, sino también como espacios culturales y de apoyo a la formación.
En ellas podrían organizarse sesiones informativas sobre la salud, el trabajo, el papel paternal,
las actitudes en el trabajo, la preparación para la salida y la resolución pacífica de conflictos;
también podrían acoger las visitas de familiares, especialmente aquellas en las que estén
presentes los hijos. Queda pendiente desarrollar una pedagogía de la biblioteca.
La “multiplicación” de estos espacios culturales debe convertirse en un factor educativo. Las
asociaciones profesionales de bibliotecarios deben ser capaces de asociarse a la reflexión. No
haría falta que las bibliotecas recibieran orientación de otras bibliotecas públicas ya que
determinados libros —al igual que determinadas prácticas de lectura— pueden alejarlos de la
lectura y el aprendizaje.

Deben estudiarse los programas de televisión preferidos de los reclusos; vínculos culturales
con el exterior, ya que transmiten estereotipos que interpelan el mundo educativo: violencia
para resolver las dificultades, fugas, sueños, necesidad de héroes, modelos femeninos y
masculinos, acceso a dinero…

Aprender a ver la televisión, descifrar la cultura ambiental, animar las bibliotecas o crear
herramientas de comunicación es devolverle al ocio su papel de educación permanente.

La oferta educativa sólo constituye una parte del proceso. La educación permanente también
debe ayudar al recluso a plantear sus propias necesidades educativas, ya sean profesionales o
no. Debería existir una coordinación interministerial a escala nacional para facilitar la
integración de las acciones educativas, sanitarias, culturales, etc.

Tampoco debemos olvidarnos de la formación sobre nuevas tecnologías; un enfoque lúdico a


veces puede ser la primera toma de contacto con la informática.

D.9. La educación sobre la salud y el deporte

Los reclusos a menudo tienen problemas de salud. Algunos padecen enfermedades mentales.
Estas enfermedades existían antes del encarcelamiento (asociadas a veces a la pertenencia a
ciertos entornos peligrosos o a la pobreza) y la propia prisión provoca o agrava algunas
enfermedades: falta de higiene, insalubridad, superpoblación, pérdida de referencias,
aislamiento, pérdida de intimidad, uso colectivo de jeringuillas, relaciones sexuales sin
protección, trastornos de la conducta, sentimientos de angustia o de rebeldía.

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El sistema penitenciario dificulta que el recluso pueda ocuparse de su salud y las sesiones
informativas sobre la higiene, las ETS y el uso descontrolado de fármacos (sedantes) deberían
ser impartidas de forma generalizada y tenidas en cuenta por los profesionales de la salud y la
prevención. Por medio de estas sesiones, los reclusos deberían construir y adquirir
conocimientos que compartir con otros reclusos y con sus familias.
Las actividades deportivas también constituyen una etapa esencial para una implicación en la
educación formal.

D.10 La educación de las mujeres

Los programas educativos para las mujeres suelen ser rudimentarios y se desarrollan en
talleres que, más que cursos de formación, son más bien sesiones de trabajo económico. La
educación de las mujeres debe abarcar todo el campo de la educación formal y no formal, y
no únicamente una formación profesional aplicada. Debe partir de la situación concreta de
cada reclusa que, más que en el caso de los hombres, es consecuencia de la pobreza y/o de la
dependencia afectiva y material (venta de droga).
La presencia de bebés en algunos centros penitenciarios es otro factor a tener en cuenta para
una educación formal y no formal dirigida tanto a la madre como a su hijo (y al padre, cuando
sea posible). La formación debe tener como resultado la obtención de empleos a corto plazo
(al salir del centro penitenciario), e incluir formación complementaria a menudo menos
accesible para las mujeres que son cabeza de familias monoparentales.

Debe proponerse una formación específica y un seguimiento socioeducativo a las mujeres que
salgan del centro y “recuperen” a sus hijos.

La alfabetización, la educación sobre la salud, la resolución de conflictos, la gestión del


dinero y la autonomía deberían ser los ejes principales de la educación en los centros
penitenciarios de mujeres… y de hombres.

Las visitas conyugales deben permitir a la pareja resistir la separación; también deben servir
como una oportunidad educativa en pareja sobre salud, educación de los hijos, respeto por los
demás, etc.

D.11. La educación inter pares

Es preciso fomentar todo tipo de actividades y programas de aprendizaje mutuo constructivo


entre reclusos.
A veces se plantea la cuestión de la cooperación de antiguos reclusos en determinadas
actividades educativas. Si la mayor parte de los antiguos reclusos no manifiesta interés alguno
por volver al centro (aunque la situación no sea la misma), sería interesante analizar cómo los
conocimientos acumulados por estos ex reclusos gracias a las actividades de educación no
formal, educación sobre la salud y sobre la ciudadanía podrían ser fuente de nuevos
conocimientos para aquellos que aún se encuentran en el centro. La cuestión es compleja (por
ejemplo, por motivos de seguridad) pero debería ser considerada, a la vista de algunas
experiencias llevadas a cabo eventualmente en algunos países.

D. 12. La educación de las familias

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En general, la familia es el lugar del primer aprendizaje; por ello debe preservarse, aunque las
circunstancias (como el encarcelamiento de un padre o de un familiar) dificulten este objetivo.
El internamiento despoja al padre o a la madre de la autoridad parental. Las visitas de
familiares deben ser momentos educativos y el padre recluido debe (siempre que sea posible)
seguir ejerciendo su papel de responsable de la educación de sus hijos.

Debe fomentarse el aprendizaje conjunto de padres e hijos, especialmente durante las visitas y
los intercambios de correspondencia; es importante que participen en la entrega de
calificaciones de cursos, certificados y diplomas y en exposiciones.

La reclusión en un emplazamiento lejano al lugar de residencia de la familia impide la


organización de estos momentos.

El internamiento de uno de los padres (generalmente el padre) conlleva una mayor


inestabilidad del núcleo familiar: pobreza más acentuada, riesgo de falta de escolarización y
abandono escolar de los hijos. Las asociaciones familiares deben colaborar a este respecto
para convertir el centro penitenciario en un centro educativo.

Las familias desempeñan un papel esencial a la salida del centro penitenciario: se ha


demostrado que los reclusos que mantienen contacto regular con sus familias son nueve veces
menos susceptibles de reincidir durante su primer año de puesta en libertad.

D.13. La educación de los jóvenes

Los jóvenes adultos deben poder acceder a la educación básica, la alfabetización y la


formación profesional.

Los menores recluidos deben recibir la educación escolar obligatoria, incluso aunque muchos
de ellos no perciban la educación como un derecho sino como una obligación. Se deberá, por
tanto, velar por que este derecho se integre en el dispositivo que debe conducir a la
construcción de un proyecto de vida. Para ello, el derecho a la educación debe ser
efectivamente accesible, gratuito e impartido por personal cualificado.

Para los menores, que a veces arrastran un largo historial judicial, debe organizarse una
formación sistemática, similar a la escolarización de los jóvenes del exterior. Una formación
más formal puede resultar un marco estructurante que conserve la posibilidad de retomar más
tarde una escolarización clásica fuera del centro.
En la medida de lo posible, la educación de los hijos/jóvenes debe impartirse en la comunidad
y por medio de programas integrados; los certificados no deben mencionar el lugar de
aprendizaje.

Para los jóvenes adultos o los jóvenes muy próximos a la mayoría de edad penal, debe primar
la opción de una educación permanente.

En cualquier caso, la presencia física de un adulto es esencial, no sólo para transmitir


conocimientos sino también, y sobre todo, por la estabilidad del itinerario de aprendizaje.

D. 14. La educación sobre la ciudadanía

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No todos los reclusos tienen derecho al voto. En algunos países, los procesados y/o los
condenados conservan este derecho; en otros, este derecho se pierde (de derecho o de hecho)
en el momento del ingreso en el centro penitenciario. También se ha constatado la pérdida de
este derecho cuando la pena no es el encarcelamiento o incluso cuando ya se ha cumplido la
pena.

No basta con garantizar este derecho; también debe ser la ocasión de una educación sobre la
ciudadanía: comprender los partidos políticos, la división de poderes, la democracia, el juego
político, las instituciones nacionales, y todo ello en relación con la vida cotidiana: escuela,
ayuda social, administración y ecología. En este contexto, la educación sobre la diversidad
adquiere su sentido pleno. La visibilidad política del recluso es esencial ya que recuerda que
el derecho al voto es un derecho inherente a toda persona.

D. 15. El papel de las universidades y los centros de investigación

La investigación debe llevarse a cabo en estrecha colaboración con los participantes. De lo


contrario, corre peligro de desconectarse de la realidad y de proponer conclusiones poco
creíbles. Debe ayudar a comprender los problemas específicos de cada región y de cada
contexto de diversidad; también debe contribuir a identificar los desafíos en políticos y
organizativos.

Formar y evaluar: las universidades que forman a los enseñantes y al personal social, médico
y directivo pueden elaborar o contextualizar, junto con las partes afectadas, programas
sociales y educativos, así como mecanismos de evaluación. Debe fomentarse la cooperación
entre las universidades y los centros de formación.

Valorizar la investigación: las investigaciones llevadas a cabo en el marco de actividades


universitarios no se valorizan suficientemente ni se dan a conocer entre los responsables
políticos. Por ejemplo, organización del centro penitenciario, evaluación de sus efectos
directos e indirectos, coste económico y humano y programas sociales y educativos puestos
en práctica.

Ampliar la oferta de enseñanza universitaria: debe promoverse el acceso de los reclusos y de


los ex reclusos a la universidad, aunque no lo ejerzan con frecuencia, al igual que la asistencia
a determinados cursos (cuando las condiciones de seguridad lo permitan, evidentemente). Las
posibilidades que ofrece la educación a distancia deberían permitir ampliar la oferta educativa
en los centros penitenciarios.

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(1) los datos cuantitativos proceden del sitio Web del Centro Internacional de Estudios
Penitenciarios (King’s College, Universidad de Londres): http://www.kcl.ac.uk

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