Luis Alberto Romero - Breve Historia Contemporánea
Luis Alberto Romero - Breve Historia Contemporánea
Luis Alberto Romero - Breve Historia Contemporánea
argentina 1916-2010
Luis Alberto Romero
La construcción
Consolidación del Estado: fue subordinando y dominando los gobiernos provinciales y aseguró
el monopolio de la fuerza, eliminando las constantes batallas entre los poderes provinciales; el
Estado afirmó su poder sobre los territorios controlados por los aborígenes; se definieron los límites
territoriales. Constitución: fuerte poder presidencial con facultad de intervenir las provincias y
decretar el estado de sitio, pero con controles institucionales del Congreso y la exclusión de la
posibilidad de reelección para evitar la tiranía. Las instituciones fueron expandiéndose y adquirieron
consistencia y solidez antes que la sociedad. El Estado actuó para insertar el país en la economía
mundial, a través de la asociación con Gran Bretaña. Esta relación maduró luego de 1880 cuando
comenzaron a surgir rivales (Alemania, Estados Unidos) y el mundo fue dividiéndose en áreas
imperiales. El capital británico en Argentina creció: comercio, bancos, préstamos al Estado,
préstamos hipotecarios sobre las tierras, inversiones en empresas públicas de servicios,
ferrocarriles.
Los ferrocarriles lograban integrar el territorio, y en la pampa húmeda posibilitaron la expansión
de la agricultura, y de la ganadería con el sistema de frigoríficos. Esta expansión requirió abundante
mano de obra. La inmigración era estimulada del lado de Europa por el crecimiento demográfico, la
crisis de las economías agrarias tradicionales, la búsqueda de empleos y el abaratamiento de los
transportes, y desde el país se la fomentó activamente con propaganda y pasajes subsidiados. Los
inmigrantes se adaptaron al mercado de trabajo: se concentraron en la construcción de las obras
públicas y la remodelación urbana, y luego se volcaron al campo. El Estado solucionó los cuellos de
botella y creó las condiciones para el desenvolvimiento de los empresarios privados. Las inversiones
extranjeras fueron gestionadas y promovidas, se aceptó y estimuló la depreciación en beneficio de
los exportadores, y se manejó el crédito con gran liberalidad. La clase terrateniente fue consolidada
a partir de la incorporación y venta de las tierras de la Conquista del Desierto.
En el Litoral, los terratenientes se inclinaron por la agricultura, y en la provincia de Buenos Aires,
por el lanar hasta que la instalación del frigorífico hizo rentable la explotación del vacuno. Las tierras
se dedicaron a cereales, forraje y pastoreo, asociando definitivamente la agricultura con la
ganadería. Dadas las condiciones del mercado cambiante, los empresarios rotaban en diversas
actividades sin fijarse definitivamente en ninguna, formando una clase empresaria concentrada y
no especializada. Estas condiciones también estimularon la conducta especulativa de los chacareros:
inmigrantes que alquilaban extensiones importantes de tierra en lugar de comprar pequeñas
parcelas.
Este comportamiento posibilitó un crecimiento espectacular. Cereales y carne. Gastos realizados
en las ciudades: servicios de higiene y de transporte, avenidas, plazas, edificios públicos ostentosos,
residencias, hoteles, nuevas necesidades de comercios, servicios e industrias. El sector industrial
alcanzó una dimensión significativa y ocupó a mucha gente, creciendo asociado con la economía
agropecuaria y nutriéndose de capitales extranjeros y de la clase terrateniente diversificada. Esto
cambios ocurrieron principalmente en el Litoral y acentuaron la brecha con el interior, incapaz de
incorporarse al mercado mundial, sin inmigrantes ni inversiones. Atraso relativo, excepto en el norte
santafesino (quebracho), y en Tucumán y Mendoza (azúcar y vino), que prosperaron gracias a una
fuerte protección aduanera.
En torno al estado se conformó un sector de especuladores, intermediarios y financistas. La crisis
de 1890 fue atribuida a esta fiebre especulativa. La vinculación de la economía argentina a la
internacional la sensibilizó a sus fluctuaciones cíclicas. La crisis afectó principalmente a los pequeños
ahorristas, y frenó el ciclo especulativo urbano alentando la agricultura.
Inmigración masiva: la mayoría de la población de la ciudad era extranjera. Al interior fueron
pocos. En el Litoral, muchos fueron al campo como arrendatarios. Se jugaron al ascenso económico
rápido: los que pudieron se integraron a las clases medias, y los que no, marcharon a las ciudades o
volvieron. Contribuyeron a las ganancias de terratenientes y casas comerciales exportadoras que se
asociaban a los beneficios de los chacareros sin participar de sus riesgos. En las ciudades estaba la
mayor demanda de trabajo, y los inmigrantes iban allí, instalándose en conventillos. Dificultades
cotidianas: mala vivienda, costo del alquiler, problemas sanitarios, inestabilidad en los empleos,
bajo salario, epidemias, mortalidad infantil. Aventura del ascenso familiar: casa y negocio propios,
educación de los hijos. El país modernizado se diferenció del interior tradicional, y la nueva sociedad
se mantuvo separada de las clases criollas tradicionales. Las clases altas se sentían tradicionales,
dueñas del país, y se reservaron el manejo de la alta política. El sistema era republicano, pero las
prácticas electorales eran ampliamente fraudulentas y la selección del personal se daba por medio
de acuerdos. Existía en general una escasa voluntad de participación en las elecciones. La
constitución de la ciudadanía fue lenta: los extranjeros no estaban interesados en nacionalizarse.
No existía competencia entre partidos políticos alternativos; Partido Autonomista Nacional:
federación de gobernadores. Los conflictos se negociaban en círculos reducidos. Cuando las
discrepancias se hicieron más serias quedó claro que el unicato tenía limitaciones para canalizar las
propuestas de cambio de una sociedad en proceso de constitución y diversificación.
Había que dar forma a la masa de extranjeros, pero existían competidores como la Iglesia, las
asociaciones de las colectividades extranjeras y los grupos políticos contestatarios. Se impuso la
presencia del Estado a través de las leyes de Registro Civil, Matrimonio Civil, y Servicio Militar
Obligatorio, y con la educación primaria laica, gratuita y obligatoria, desplazando a la Iglesia y a las
colectividades. Se aseguraba la instrucción básica común para todos los habitantes y la integración
y nacionalización de los hijos de inmigrantes.
Tensiones y transformaciones
El Centenario de la Revolución de Mayo fue una celebración de los logros recientes. Las
hostilidades externas pertenecían al pasado. Pero por otro lado, ocurrió una huelga general que
amenazó frustrar los festejos y se plantó una bomba en el Teatro Colón. Pesimismo creciente: la
sociedad estaba enferma. Todos los conflictos sociales y políticos podían ser atribuidos a los cuerpos
extraños. Preocupación por la disolución del ser nacional. Nacionalismo chauvinista. Dos actitudes
en la elite dirigente: conciliadora (se hacía cargo de los reclamos de la sociedad y proponía
reformas), e intransigente (optaba por reprimir las manifestaciones de descontento).
Se podía ver en las crisis de 1907 y 1913 que la economía era muy vulnerable. La relación externa
se complejizaba por la nueva participación de Francia, Alemania y Estados Unidos (controló las tres
cuartas partes del comercio de carnes con Gran Bretaña por su dominio de la técnica del chilled).
Relación triangular.
Primera Guerra Mundial. Emergencia de tensiones sociales en las zonas dinámicas del Litoral. Se
eliminó el derecho de los extranjeros a votar en las elecciones municipales; ocurrió la revolución de
Santa Fe en 1893, que fue reprimida por el gobierno. En 1912 ocurrió otro estallido social de los
chacareros exigiendo contratos más largos, rebajas en los arriendos, etc. Llamaba la atención el
contraste entre la violencia de la acción y la moderación de los reclamos. Los arrendatarios se
organizaron en la Federación Agraria Argentina.
En las grandes ciudades la definición de las identidades fue compleja por la heterogeneidad
cultural y lingüística, pero fue superándose, y las dificultades cotidianas impulsaron la constitución
de asociaciones. La convivencia hizo al surgimiento de formas híbridas (tango, sainete, lunfardo). La
escuela pública chocó con una masa de trabajadores adultos, analfabetos, que intentaron capturar
intelectuales contestatarios como los anarquistas, a quienes el Estado reprimía arduamente. La Ley
de Residencia posibilitó su expulsión. Las tensiones sociales fueron incrementándose; en 1910
ocurrieron grandes huelgas.
Se fue dibujando un sector de obreros más calificados en los que encontraron su público los
socialistas a través de un lenguaje más racional que emotivo, y planteando una serie de reformas a
través de la vía parlamentaria, incitando a la nacionalización. Sin embargo, fueron los sindicalistas
que encauzaron las reivindicaciones de los trabajadores. Eran partidarios de las reformas graduales,
pero se desinteresaban de la lucha política y buscaban terrenos de negociación con el Estado a partir
de la creación del Departamento Nacional del Trabajo en 1907. La actividad sindical constituyó un
actor de presencia y reclamos permanentes. El sistema político comenzó a revelar sus debilidades
cuando los nuevos actores empezaron a hacer oír sus voces.
La UCR comenzó a crecer y a incorporar sectores sociales nuevos y chacareros. El radicalismo
basaba su planteo en la vigencia de la Constitución, la pureza del sufragio y una moralización de la
función pública. Su arma poderosa fue la abstención, la negativa a cualquier tipo de transacción con
el régimen falaz. La UCR se negaba al establecimiento de un sistema de partidos y exigía la remoción
total del unicato.
Muchos dirigentes, como el presidente Quintana, optaron por acusar a minorías extrañas y
reprimir. Pero esta postura fue cada vez más insostenible y daba cuenta de la ilegitimidad. La
sanción de la ley electoral de 1912 apuntaba a incorporar a la ciudadanía a una masa de gente sin
mucho interés en votar, y establecía la representación de mayorías y minorías en la proporción de
dos a uno. Los que diseñaron el proyecto estaban convencidos de que los intereses tradicionales
ganarían sin problema, que se erradicaría la política criolla, rompiendo con el aparato de caudillos y
constituyendo un partido de “notables”, y que las minorías quedarían para los nuevos partidos como
la UCR y el PS, pero fue el radicalismo el partido que se impuso. Yrigoyen se convirtió en un líder
nacional. Los grupos tradicionales intentaron organizar el Partido Demócrata Progresista, pero como
muchos dirigentes eran reticentes al proyecto de la reforma política y prefirieron plantear su propia
alternativa, los conservadores estaban divididos.
Capítulo dos: Los gobiernos radicales, 1916 – 1930
Yrigoyen fue presidente entre 1916 y 1922, cuando fue sucedido por Alvear. En 1928 fue reelecto
Yrigoyen, y luego depuesto por un alzamiento militar en 1930. Ambos eran radicales, pero Yrigoyen
era para unos el iniciador de la regeneración y quien terminara con el ignominioso régimen, y para
otros era el caudillo ignorante y demagogo, y Alvear fue identificado con los grandes presidentes
del viejo régimen. Uno y otro debieron conducir las demandas de reforma de la sociedad que el
radicalismo había asumido. Voluntad reformista. Pero la Primera Guerra Mundial modificó todos los
datos de la realidad. No resultaba entonces claro si el radicalismo tenía respuestas.
La PGM también presentó un problema. Yrigoyen mantuvo la política de neutralidad benévola:
abastecimiento y financiación de los clientes tradicionales. Alemania inició el ataque contra los
buques comerciales neutrales, empujando a la guerra a Estados Unidos, que pretendió arrastrar
consigo a los países latinoamericanos (panamericanismo). El Ejército tenía simpatías por Alemania
por su formación profesional, y la Marina, por Gran Bretaña. La oposición conservadora era
predominantemente rupturista. Una parte de los socialistas adhería a la ruptura y otra a la
neutralidad. Los radicales estaban divididos: Leopoldo Melo y Alvear estaban a favor de Inglaterra y
Francia, mientras Yrigoyen defendió una neutralidad, que lo distanciaba de Estados Unidos y de los
aliados europeos.
Yrigoyen tuvo varias actitudes de hostilidad hacia EEUU: ordenó que una nave de guerra saludara
el pabellón de la República Dominicana, ocupada por los marines norteamericanos, se opuso al
diseño del presidente Wilson de la Liga de las Naciones, y proclamó al 12 de octubre como Día de la
Raza, excluyendo a los vecinos anglosajones. El antinorteamericanismo venía creciendo desde la
guerra de Cuba. Reforma Universitaria.
La Primera Guerra Mundial agravó las tensiones sociales por las dificultades del comercio
exterior y la retracción de los capitales: inflación, retraso de los salarios reales, desocupación, baja
en las exportaciones de cereales, etc. El clima de conflictividad comenzó a manifestarse desde 1917
con los primeros signos de reactivación, y se inició un ciclo violento de confrontación social,
recogiendo los ecos de la revolución soviética y de los movimientos revolucionarios en Alemania,
Italia y Hungría apenas terminó la guerra. La revolución de los trabajadores y la contrarrevolución
de las clases propietarias terminaron con las democracias liberales que fueron ampliamente
cuestionadas por dictaduras y experimentos autoritarios de base plebiscitaria en el mundo.
Huelgas impulsadas sobre todo por los grandes gremios del transporte. El gobierno abandonó la
represión e impuso su arbitraje. La predisposición negociadora se dirigía especialmente a los
trabajadores de la Capital (potenciales votantes de la UCR). La huelga de los frigoríficos y la de los
ferroviarios de 1918 fueron enfrentadas con los tradicionales métodos de represión, despidos y
rompehuelgas. En Nueva Pompeya hubo una huelga de trabajadores de la metalurgia, reprimida
ferozmente por el Ejército, que con la colaboración de grupos civiles armados se dedicó a perseguir
judíos y catalanes (identificados con los “maximalistas” y anarquistas). La Semana Trágica (1919) en
realidad aumentó el número y la intensidad de las huelgas, que fueron igualmente reprimidas. La
nueva actitud sensible a los problemas sociales y de arbitraje no llegó a materializarse en
instrumentos institucionales. El gobierno abandonó sus veleidades reformistas y retornó con los
mecanismos clásicos de la represión con la colaboración de la Liga Patriótica. La ola huelguista se
había atenuado en las grandes ciudades.
Los sectores propietarios estaban a la defensiva frente a un proceso político y social que les
desagradaba pero que estaba legitimado por la democracia. La Liga Patriótica Argentina (Asociación
del Trabajo, que suministraba obreros rompehuelgas, clubes de elite, círculos militares,
representantes de empresas extranjeras) fue la primera expresión de su reacción, que fue apoyada
por el Estado y movilizó vastos contingentes de la sociedad para la defensa del orden y la propiedad
y la reivindicación chauvinista del patriotismo y la nacionalidad. La Liga aportó los motivos del orden
y la patria; los católicos combinaron el pensamiento social con el integrismo antiliberal; los jóvenes
intelectuales difundieron las ideas de Maurras. Rechazo a la movilización social y crítica a la
democracia liberal.
Cuando llega Alvear al gobierno vuelve la confianza en la democracia liberal. La Liga se dedicó al
“humanitarismo práctico” mediante acciones sociales, y la Iglesia organizó la Gran Colecta Nacional
para movilizar a los ricos e impresionar a los pobres. La Unión Popular Católica Argentina luchaba
contra el socialismo en la difusión de cultura y en actos de caridad, lejos de crear un partido político
por su rechazo a las instituciones democráticas. El Ejército empezó a interesarse en los asuntos
políticos por su desconfianza a Yrigoyen.
El antiliberalismo funcionó como el discurso unificador. Era necesario volver a discutir cuál era el
lugar de la Argentina, y la Liga organizó congresos con este fin. La ola de huelgas había sido
formidable, pero no tenía como objetivo la subversión del orden, sino reclamos acumulados. Los
anarquistas y comunistas no tenían mucha influencia. Las direcciones más fuertes correspondían a
los sindicalistas, que apuntaron a mantener la negociación con el Estado, y a los socialistas. El
socialismo era visto como el perfeccionamiento de la democracia liberal, como la última instancia
de una modernización que debía remover obstáculos tradicionales como la “política criolla”
(conservadurismo tradicional, radicalismo). El Partido Socialista logró cierto apoyo electoral,
compitiendo con los radicales, pero los gremialistas preferían seguir a los sindicalistas cuando se
trataba de protestas y movilización fuera de la actividad política partidiaria. A la izquierda se formó
el Partido Comunista. Los socialistas apostaron a la acción legislativa, aunque no lograron dar forma
a una fuerza política vigorosa, y a la ilustración de la clase obrera a través de su acción educadora.
Fueron atenuándose los conflictos sociales. La Unión Ferroviaria descartó la huelga como
instrumento de lucha y a partir de las negociaciones obtuvo éxitos sustanciales, a la vez que el
Estado manifestó su voluntad de avanzar en una legislación social.
La sociedad argentina experimentaba cambios profundos: las asociaciones de base étnica
empezaron a retroceder y la “cuestión nacional” empezó a desdibujarse. La escuela pública había
generado una sociedad fuertemente alfabetizada y un nuevo público lector, con nuevas necesidades
culturales. Ascenso. Las universidades por entonces eran socialmente elitistas y académicamente
escolásticas. La agitación estudiantil por aumentar la participación fue muy intensa y coincidió con
el tiempo de la crisis social (1918 a 1922). Los reformistas recibieron el apoyo de Yrigoyen. El
reformismo universitario fue expresión de un movimiento de apertura social e intelectual y se
vinculó con otras vertientes latinoamericanas.
Preocupación por adaptar las instituciones a la sociedad en cambio. Aspiración al ascenso
individual y a la reforma social. Cambios en la vida cotidiana y en la cultura popular. Nuevos medios
de comunicación. Homogeneización de la sociedad. Constitución de un mundo intelectual y
artístico.
Con la Primera Guerra Mundial terminó el crecimiento fácil de la economía argentina, y se puso
de manifiesto su vulnerabilidad por la dependencia de las exportaciones, el ingreso de capitales y
de mano de obra y la expansión de la frontera agraria. Exceso de oferta en todo el mundo. Los
inversores británicos fueron reemplazados por los banqueros norteamericanos. Estados Unidos
exportó automóviles, camiones y neumáticos, fonógrafos y radios, maquinaria agrícola e industrial.
Las grandes empresas realizaron inversiones significativas. La diferencia con las inversiones
británicas estaba en que las norteamericanas no contribuían a generar exportaciones y divisas.
Como, además, las posibilidades de colocar los productos tradicionales en Estados Unidos eran
remotas, se produjo un fuerte desequilibrio en la balanza de pagos. Gran Bretaña no podía satisfacer
las nuevas demandas del consumo y el capital británico era incapaz de promover las
transformaciones que impulsaba el norteamericano. Argentina carecía de compradores
alternativos. Triángulo económico mundial.
Los años finales de la guerra fueron excelentes por las ventas de carne enlatada. Cuando los
gobiernos europeos cortaron sus compras, la situación cambió bruscamente. La crisis terminó de
definir la diferenciación entre criadores e invernadores. El gobierno sancionó un conjunto de leyes
que protegían a los criadores pero la resistencia de los frigoríficos obligó al gobierno a suspenderlas,
probando su enorme poder.
La Sociedad Rural lanzó la consigna de “comprar a quien nos compra”, y la Unión Industrial la
apoyó. La agricultura inició un largo período de estabilidad y la expansión se proyecto hacia las zonas
no pampeanas. Los límites del mercado mundial más difícil, el fin de las ventajas comparativas
naturales, el cierre de la frontera agropecuaria, el encarecimiento de la tierra y la escasez de
inversiones eran visibles. El fin de la guerra hizo a una sostenida expansión industrial caracterizada
por la diversificación de la producción e impulsada por el aumento de los aforos aduaneros y las
inversiones norteamericanas para el equipamiento de las industrias.
La preocupación de los gobernantes se centraba en los problemas presupuestarios: la
precariedad del financiamiento del Estado que estaba apoyado en los ingresos de Aduana, los
impuestos indirectos y los préstamos externos, y se redujo en la crisis. Yrigoyen necesitó recursos
para su política social y para la amplia distribución de empleos públicos, que formaron su principal
arma política. Alvear empezó con una política fiscal ortodoxa y redujo fuertemente los gastos hasta
que debió apelar a la misma distribución de puestos que su antecesor. Los gastos del Estado
aumentaron. Debía buscarse otra forma de financiamiento: Yrigoyen propuso un impuesto a los
ingresos personales, que fue tratado cuando Alvear insistió. El motivo del bloqueo parlamentario
fue la oposición a cualquier legislación que diera al presidente más recursos que volcaría en
menesteres electorales.
El frustrado debate fiscal es uno de los ejemplos de las dificultades para constituir un sistema
democrático eficiente. La reforma electoral no tuvo tanto impulso como se esperaba: la masa de
inmigrantes siguió sin nacionalizarse, y la participación no fue masiva. La ciudadanía se constituyó
lentamente en la sociedad. Las asociaciones y los partidos políticos contribuyeron a la gestación de
experiencias de participación y de mediación entre las demandas de la sociedad y el poder político.
Su estilo era el clientelar del caudillo que repartía favores; el radicalismo pudo expandir esta red
gracias al apoyo oficial. El mismo gobierno impuso políticas sociales con finalidades electorales
(carne, pan, alquileres “radicales”). También apuntaron a la educación y a la integración del
ciudadano en una red de capacitación, entretenimiento, cultura, contribuyendo al desarrollo de las
capacidades políticas.
La UCR pudo funcionar eficazmente aún lejos del poder por su dimensión nacional y de masas;
se basaba en la Constitución y adecuaba sus ofertas a las demandas de la gente, y pudo suministrar
una identidad política nacional. Pero se asentaba en elementos muy tradicionales: el liderazgo de
Yrigoyen, el culto a su persona. El Partido Socialista carecía de dimensión nacional, pero en la Capital
compitió con el radicalismo. La UCR fue el único partido nacional y sólo enfrentó oposiciones locales.
La participación finalmente se canalizó a través de los partidos y la sociedad se politizó. Yrigoyen
tuvo un Parlamento hostil y para ganar las elecciones usó el presupuesto del Estado. Intervino las
provincias para asegurar la victoria. Desvalorizaba al Congreso y desconocía su autoridad. El
presidente debía cumplir un mandato y una misión, la “reparación” para la que había sido
plebiscitado, y eso lo colocaba por encima de los mecanismos institucionales. Quienes se
convirtieron en custodios de la pureza institucional fueron los que manifestaron escaso aprecio por
dichos mecanismos: conservadores y radicales disidentes defendieron el orden institucional y hasta
salieron a la calle.
Alvear se benefició de la máquina montada, pero una vez en el poder limitó la creación de
empleos públicos, aceptó el control del Parlamento y no dispuso intervenciones federales por
decreto. Se contrapuso el “popular” Yrigoyen con el “oligárquico” Alvear. Los seguidores del viejo
caudillo aumentaron su hostilidad hacia el gobierno. El radicalismo se dividió en genuflexos,
incondicionalmente obedientes a Yrigoyen, y contubernistas, antipersonalistas, conservadores y
socialistas. Gallo, ministro del Interior y contubernista, quiso desplazar a los yrigoyenistas
repartiendo empleos públicos e interviniendo provincias, pero Alvear no quiso abandonar sus
principios; Gallo renunció. Alvear quedó en el medio del fuego entre los antipersonalistas y los
yrigoyenistas.
La derecha conservadora estaba volcada a impedir el retorno de Yrigoyen como la encarnación
de los peores vicios de la democracia; estaba segura de sus objetivos. Algunos criticaban el mismo
sistema democrático, y los ojos se volvieron hacia las Fuerzas Armadas, alentando las esperanzas de
un golpe militar regenerador, pero no había una crisis social que lo justificara. Las Fuerzas Armadas,
a cuyos planteos Alvear era sensible (creación de la Fábrica Militar de Aviones, dirección de un
militar de Yacimientos Petrolíferos Fiscales), estaban ocupando un lugar cada vez más importante
en el Estado y constituyendo un actor político considerable. Tenían una relación con la derecha
liberal tradicional y con la Liga Patriótica y eran profesionalistas. El tema del petróleo se instaló en
la discusión pública con el crecimiento de Shell y Standard Oil.
La vuelta de Yrigoyen
La incertidumbre era común a todos los sectores que coincidían con la deposición de Yrigoyen,
la persecución con la política de mano dura adoptada con el movimiento social. La movilización
social era escasa. La revolución se había hecho contra los vicios atribuidos a la democracia, pero no
había acuerdo sobre qué hacer. La propuesta de los nacionalistas era del autoritarismo elitista que
tenía suceso en todo el mundo, y les permitía un respaldo del poder. Uriburu los apoyó, pero jugó
sus cartas a una elección de gobernador en la provincia de Buenos Aires en 1931 en la que fue
derrotado por Pueyrredón, y que fue luego anulada. Intento movilizar al Ejército mediante la Legión
Cívica, una escuadra civil organizada por oficiales, pero tampoco fue exitoso. Los nacionalistas eran
más eficaces para golpear que para construir y fueron distanciándose del gobierno a medida que
crecía la influencia de quienes rodeaban a Justo y a la alternativa institucional, que terminaron
apoyando. Los temas tradicionales contra la democracia se integraron con un anticomunismo y
antiliberalismo. Redujeron todos sus enemigos a uno: los extranjeros, los comunistas, los judíos.
Reclamaban la vuelta a una sociedad jerárquica como la colonial, no contaminada por el liberalismo.
El grueso de la clase política optaba por la defensa de las instituciones constitucionales y los
principios del liberalismo. Esta alternativa fue reclamada desde la sociedad. Los socialistas y
demoprogresistas pasaron nuevamente a la oposición. Constituyeron la Federación Nacional
Democrática, liberal y opuesta a Uriburu, que fue fracturada por el Partido Conservador, menos
hostil a la política presidencial. La derrota de 1931 creó las condiciones para un reagrupamiento de
fuerzas en torno de la candidatura del general Justo. Los grupos conservadores constituyeron el
Partido Demócrata Nacional. El radicalismo antipersonalista se había desgranado. El Partido
Socialista Independiente sólo podía ofrecer una base sólida en la Capital tras la figura del general
Justo.
Justo podía presentarse como un militar con vocación civil y con el respaldo del Ejército. Salió
triunfante de una guerra con Uriburu por el control de los mandos principales. Los oficiales eran
reclamados por diferentes grupos de activistas: los radicales, los nacionalistas, y los adeptos a Justo
que unían las banderas del profesionalismo con las del constitucionalismo, pero en el grueso
predominaba la desconfianza hacia la política. La mayor dificultad estaba en los radicales que habían
resurgido, pero no tenían ideas definidas entre apostar a la carta electoral y derribar el gobierno
provisional. Los oficiales radicales iniciaron una revolución que fue sofocada, y el gobierno vetó la
candidatura de Alvear por motivos de seguridad y por razones constitucionales. Los radicales
volvieron a la abstención y dejaron el campo libre a la candidatura de Justo, como un punto medio
entre Uriburu y Alvear. Justo fue enfrentado en las elecciones sólo por una coalición entre el Partido
Socialista y el Demócrata Progresista, que proponía a Lisandro de la Torre y a Nicolás Repetto, pero
no tenía mucha organización nacional.
Justo ganó las elecciones; las formas institucionales estaban salvadas y la revolución parecía
haber encontrado un puerto seguro. Las abstención radical pesaría luego, pero entonces constituía
una ventaja. Organizar el oficialismo no fue una tarea sencilla. Justo equilibró la participación de las
distintas fuerzas en su gobierno. El Partido Socialista Independiente se disolvió, y sus dirigentes
cumplieron un papel fundamental en la estructuración de la alianza y en la formación de la
Concordancia parlamentaria. Los partidos oficialistas ganaron las elecciones usando técnicas muy
conocidas con que combinaban el apoyo de la autoridad con el caudillismo. Los radicales
mantuvieron su abstención. La ciudad de Buenos Aires se vio libre de los mecanismos fraudulentos
y ganó siempre la oposición, a diferencia de la provincia.
La presencia británica
La cuestión de la relación con Gran Bretaña resultó muy controvertida. Gran Bretaña optó por
reconcentrarse en su imperio, fortalecer sus vínculos con las colonias y dominios, presionada por el
avance de Estados Unidos. Redujo en un tercio las compras de carne congelada argentina y en un
10% la enfriada. Esto se trataba de un punto sensible por la magnitud de los intereses constituidos
en torno de la exportación de carne: productores, frigoríficos y empresas navieras eran capaces de
presionar fuertemente sobre el gobierno. A la vez, el gobierno argentino tenía un arma decisiva: la
política arancelaria y el control de cambios permitían discriminar las importaciones y regular el
monto de las divisas que sería utilizado para pagar el servicio de la deuda británica, para seguir
comprando productos británicos o para remitir las utilidades de las empresas británicas instaladas
en la Argentina. En un contexto de escasez de divisas y con fuertes demandas de los intereses
comerciales norteamericanos, el punto era sumamente importante para Gran Bretaña.
Tratado Roca-Runciman o de Londres: se mantendrían las condiciones de 1932, se limitó al 15%
el cupo que podría ser manejado por frigoríficos nacionales, y se aseguró que la totalidad de las
libras generadas por este comercio se emplearían en Gran Bretaña (pago de la deuda, importación
de carbón, material ferroviario o textiles, remisión de utilidades de empresas británicas) y que se
daría un tratamiento benévolo para las empresas británicas. Este tratamiento benévolo consistía en
el aumento de ventajas monopólicas para postergar su deterioro y posterior venta al Estado: las
empresas ferroviarias y de transporte urbano tenían gastos fijos muy altos, una reducción general
de su actividad y la creciente competencia del transporte automotor.
El tratado fue apoyado por los grupos propietarios pero opuesto por el Partido Socialista,
preocupado sobre los efectos sobre los consumidores locales. Luego afloraron los conflictos entre
los frigoríficos y ganaderos invernadores, y los criadores, que debían optar entre la exportación de
carne congelada de menor calidad, la venta a los invernadores o el consumo interno. Los grandes
invernadores se organizaron en la Sociedad Rural; los criadores en la Confederación de Asociaciones
Rurales de Buenos Aires y La Pampa (CARBAP). La Junta Nacional de Carnes debía intervenir en la
regulación del mercado.
Lisandro de la Torre pidió una investigación sobre el comercio de carnes y los frigoríficos, y se
reconoció la existencia de abusos importantes por parte de estos. Unió el ataque contra los
frigoríficos y el gobierno, en un argumento antiimperialista y contra la oligarquía. De la Torre era la
figura destacada de la oposición parlamentaria de socialistas y demoprogresistas. En una de las
sesiones cayó asesinado un senador. El gobierno perdió mucho ante la oposición.
El régimen de Justo fue visto como ilegítimo, fraudulento, corrupto y ajeno a los intereses
nacionales. Desde 1935 comenzó a crecer la movilización social y política. El general Molina hizo un
reclamo por la vigencia de la soberanía popular y de elecciones libres, que recibió el apoyo de la
Federación Universitaria. Huelgas. Alvear fue elogiado como un obrero auténtico de la democracia
nacional. La UCR alcanzó la mayoría en Diputados. El gobierno intervino la provincia de Santa Fe. La
derecha alertó contra el resurgimiento de las masas ciegas y la turbia democracia, y justificó el
fraude patriótico. La reacción del gobierno se dirigió hacia el nuevo sindicalismo combativo: la Ley
de Residencia fue aplicada para deportar comunistas de origen italiano, y se aprobó una ley de
represión del Comunismo, que fue bloqueada por los diputados. Las derechas convocaron a un
“frente nacional” contra el Frente Popular que se esbozaba. Fue muy importante el cambio de
posición del Partido Comunista: al adoptar las nuevas orientaciones del Comintern, cambió su
consigna de “lucha de clase contra clase” según la cual combatían a los nazis y fascistas y
socialdemócratas, para impulsar la unidad de los “sectores democráticos” y enfrentar el
nazifascismo. El gobierno de la Concordancia fue identificado con el enemigo universal. Influencia
de la Guerra Civil española: integró a conservadores autoritarios, nacionalistas, filofascistas y
católicos integristas contra el liberalismo democrático, y radicalistas, comunistas, socialistas,
demoprogresistas, estudiantes de la Federación Universitaria, dirigentes sindicales de la CGT y
progresistas independientes contra el fascismo.
Reforma Universitaria: antiimperialista, democrática, popular. Combinación de lo académico y lo
político también en el Colegio Libre de Estudios Superiores, una suerte de Universidad popular, y en
revistas. Análisis de los problemas de la sociedad, crítica y propuesta. Espíritu reformista y
convocatoria.
La recuperación económica y la reorientación industrial empezaron a hacerse notar: la
desocupación fue gradualmente absorbida, el éxodo rural decreció. Engrosamiento del cinturón
suburbano. Seguían dominando la Unión Ferroviaria, la Fraternidad, la Unión Tranviaria, los
municipales, los empleados de comercio, pero fueron creciendo los grupos de trabajadores de las
nuevas industrias manufactureras o de la construcción, en los que los dirigentes comunistas
tuvieron éxito. La actividad sindical resurgió, manteniendo la tendencia de deslindar los reclamos
gremiales de los planteos políticos y obtuvieron algunas mejoras (licencia por enfermedad,
indemnización por despido, sábado inglés, sistemas de jubilación). El gobernador Fresco declaró que
su objetivo era armonizar el capital y el trabajo, y reprimía duramente a los comunistas al mismo
tiempo que legalizaba los sindicatos y utilizaba el poder arbitral del Estado para protegerlos. El
Departamento nacional del Trabajo fue extendiendo la práctica del convenio colectivo y del arbitraje
estatal. Estado intervencionista y dirigista. La pieza clave del Frente Popular era la UCR: con el
levantamiento de la abstención ayudó a mejorar la imagen de las instituciones. Pero la vuelta a la
lucha política también aumentó las posibilidades de manifestación de grupos más avanzados del
radicalismo como los yrigoyenistas.
La consigna de la democratización resulto tentadora para el oficialismo preocupado por la
legitimidad del régimen. Justo pudo imponer la candidatura de Ortiz, radical antipersonalista, pero
debió aceptar para la vicepresidencia a un representante de los grupos conservadores más
tradicionales: Castillo. Se recurrió a procedimientos fraudulentos para enfrentar la candidatura de
Alvear. Ortiz se propuso depurar los mecanismos electorales y desplazar a los dirigentes
conservadores, pero una enfermedad lo obligó a delegar el mando en el vicepresidente Castillo, que
deshizo todo lo construido en pro de la democratización. Los frentes populares en España y en
Francia habían sido derrotados y el nazismo acumulaba triunfos militares contundentes. La política
quedaba asociada con el fraude; el Estado encaraba la negociación directamente con los distintos
actores de la sociedad.
La Segunda Guerra Mundial redujo las exportaciones agrícolas pero aumentó la venta de carne
a Gran Bretaña y disminuyó las importaciones de origen británico. Se comenzó a exportar a países
limítrofes productos industriales, acentuando el crecimiento industrial iniciado con la sustitución de
importaciones. El país empezó a tener saldos favorables. Pinedo propuso su Plan de Reactivación
Económica: compra de cosechas por parte del Estado para sostener su precio, estimular la
construcción para movilizar otras actividades, y estimular la industria como “rueda menor” y sus
exportaciones, modificando los términos de la relación triangular con un acercamiento a Estados
Unidos. Requería una fuerte intervención estatal: debía movilizar el crédito privado y promover las
exportaciones de productos manufacturados. El proyecto fue aprobado por el Senado, pero
Diputados no lo trató: los radicales habían decidido bloquear cualquier proyecto oficial como
repudio a la orientación fraudulenta de Castillo. El bloque democrático no advirtió las ventajas de
este plan, que suponía la clausura del férreo bilateralismo con Gran Bretaña. Estados Unidos había
modificado su política exterior (“buena vecindad”, panamericanismo), pero en Argentina el
comercio bilateral estaba dificultado por los intereses agrarios competidores de la Argentina y el
antinorteamericanismo.
La neutralidad no fue objetada por Estados Unidos. La guerra se impuso en las discusiones
internas y revivió los agrupamientos de la opinión que asociaba el apoyo a los aliados con la
reivindicación de la democracia y el ataque al gobierno. Se constituyó Acción Argentina, conformada
por radicales, socialistas, intelectuales independientes y miembros de la oligarquía conservadora y
dedicada a denunciar las actividades de los nazis en el país. Acción Argentina se diferenciaba del
Frente Popular por la conversión a los valores de la democracia y la ausencia del Partido Comunista
que optó por denunciar por igual a ambos imperialismos, como los radicales opositores a la
conducción de Alvear.
Estados Unidos entró en la guerra y procuró atraer a los países americanos, pero la oposición
argentina frustró sus planes. Argentina fue excluida del programa de rearme de sus aliados en la
guerra y los grupos democráticos opositores al gobierno empezaron a recibir apoyo de la embajada.
Justo cultivó a los militares y se propuso despolitizar la institución. Castillo aumentó la presencia
de los militares, que constituyeron un actor político (nacionalista, antiliberal, xenófobo, jerárquico).
Pensaban que el equilibrio regional tradicional se alteraba por el apoyo estadounidense a Brasil y
no a Argentina, porque la defensa requería de equipamiento industrial e insumos básicos. El Ejército
se dedicó a promover industrias para garantizar la autarquía, y requería de un Estado fuerte y
legítimo que no se parecía al gobierno tambaleante y radicalmente ilegítimo de Castillo.
Esta sensibilidad nacional no se limitaba al Ejército; se comenzó a dibujar un “frente nacional”
como alternativa, antiliberal, nacionalista, antibritánico, que tenía como enemigo a esta potencia y
a la oligarquía “entreguista”, lo que funcionó como un arma política formidable. Preocupación por
lo nacional y el sentido de argentinidad. Los principales dirigentes del bloque democrático murieron
(Alvear, Ortiz, Roca). Castillo había decretado el estado de sitio e ignoraba la Cámara de Diputados,
se inclinó por Patrón Costas, poderoso empresario azucarero salteño y figura del Partido Demócrata
Nacional. Las dos alianzas se sentían débiles, y cultivaron a los jefes militares. El Grupo de Oficiales
Unidos depuso a Castillo en 1943.
La emergencia
La revolución fue encabezada por Rawson, que fue reemplazado por Ramírez, expresión de la
indefinición del grupo a seguir. Los militares en el gobierno coincidían en la necesidad de acallar la
agitación política y la protesta social: proscribieron a los comunistas, persiguieron a los sindicatos e
intervinieron la CGT, disolvieron Acción Argentina y los partidos políticos, intervinieron las
universidades y establecieron la obligatoriedad de la enseñanza religiosa. Contaron con el apoyo de
nacionalistas y católicos integristas obsesionados por la fundación de un orden social nuevo y por
evitar el caos del comunismo. La oposición identificó el gobierno militar con el nazismo.
Luego de que Ramírez decidiera romper relaciones con el Eje, fue desplazado por oficiales más
antinorteamericanos. El gobierno se encontró metido en un callejón sin salida, que fue finalmente
proporcionada por Perón, que llegó a ser vicepresidente y el alma verdadera del gobierno, por su
capacidad profesional y la amplitud de sus miras políticas. Se ocupó del movimiento obrero a partir
de la Dirección Nacional del Trabajo: se vinculó con los dirigentes sindicales y los impulsó a presentar
sus demandas (jubilaciones, vacaciones pagas, accidentes de trabajo, equilibrio general de las
relaciones entre obreros y patrones), y persiguió a los comunistas. Perón expandía los mecanismos
del Estado árbitro esbozado durante el gobierno de Yrigoyen. La reacción de los dirigentes sindicales
fue de duda y desconcierto; recientemente habían hecho acuerdos con los partidos políticos
opositores para fundir los reclamos sindicales con la demanda democrática. La CGT se dividió entre
un sector más afín a los partidos opositores (comunistas y socialistas), y otros más identificados con
la línea sindicalista. Los sindicalistas aceptaron el envite del gobierno sin cerrar las puertas a la
oposición democrática.
Tampoco les cerraba el propio Perón, dispuesto a hablar con todos. A sus colegas militares les
habló sobre la necesidad de un Estado fuerte interventor; a los empresarios, sobre los peligros de
la masa obrera desorganizada. Bombero piromaníaco. La oposición democrática empezó a
reconstituirse. El gobierno aceptó el reclamo de Estados Unidos ante la inminencia del fin de la
guerra para ser admitidos en las Naciones Unidas. Los partidos opositores reclamaron la retirada de
los gobernantes y la entrega del poder a la Corte Suprema. El Ejército forzó la renuncia de Perón. 17
de octubre de 1945: presencia de los obreros como actor social importante. Definieron una
identidad y ganaron su ciudadanía política. Los dirigentes sindicales crearon el Partido Laborista,
que recogía motivos socialistas y dirigistas económicos y del Estado de bienestar. Perón era el primer
afiliado y el candidato presidencial.
Perón fue apoyado por varios dirigentes conservadores, el Ejército y la Iglesia. La Unión
Democrática incluyó a los partidos de izquierda pero excluyó a los conservadores. Sus candidatos
provenían de la conducción alvearista del radicalismo, y tenía un programa socialmente progresista
como el de Perón, pero lo esencial pasaba por la defensa de la democracia y la derrota del
totalitarismo. Perón asumió el discurso de la justicia social, democracia real que fue contrapuesta
con la democracia formal de sus adversarios, y obtuvo la presidencia en 1946.
El Estado peronista
Perón ordenó la disolución de varios de sus núcleos de apoyo, como el Partido Laborista, solidario
con Perón pero independiente, justificándose con los conflictos entre laboristas y radicales
conservadores. Luego creó el Partido Peronista. Eliminó de la dirección de la CGT a Luis Gay para
subordinar al Estado el movimiento obrero. No hubo resistencias. La sindicalización se extendió
rápidamente a los gremios industriales y a los empleados estatales. Ley de Asociaciones
Profesionales. Verticalización de los sindicatos, administración especializada, burocracia estable. En
la base, la acción sindical conservó vitalidad ocupándose de problemas inmediatos. Las huelgas
sirvieron para hacer cumplir los objetivos de las negociaciones, pero Perón se preocupaba por esta
agitación. Consideró las huelgas como negativas y se optó por la represión, en paralelo al
mecanismo del arbitraje. Eva Perón cumplió las funciones de mediación entre los dirigentes
sindicales y el gobierno. Los sindicatos nunca dejaron de ser la expresión social y política de los
trabajadores; el Estado peronista creaba una situación de comunicación y participación fluida para
ellos, y en ellos tenía su fuerza legitimadora. También extendió sus apoyos a los sectores populares
no sindicalizados a través de Eva Perón y de la fundación (escuelas, hogares, alimentos y regalos
navideños, estimuló el turismo y los deportes, etc.) por medio de la acción directa. El Estado
benefactor y providente adquirió una dimensión personal y sensible. Propaganda, “Evita me ama”,
los “humildes”.
El Estado debía vincularse con cada uno de los sectores de la sociedad. Organizó a los
empresarios en la Confederación General Económica. Tuvo un acuerdo básico con la Iglesia:
enseñanza religiosa y conducción de las universidades en manos de personajes del clero; pero
algunos se preocuparon por el autoritarismo creciente o la democratización y se alinearon con la
oposición. Perón se cuidó de no inmiscuirse en la vida interna de las Fuerzas Armadas y de darles
cabida institucional en el gobierno. El Estado, además de dirigir la economía y velar por la seguridad
del pueblo, debía ser el ámbito de negociación de los intereses sociales organizados. Subordinación
de los poderes constitucionales al Ejecutivo, camino hacia el autoritarismo. Reemplazó a la Corte
Suprema, intervino provincias, acabó con la autonomía universitaria, el Poder Legislativo carecía de
contenido real. El Ejecutivo avanzó hasta el “cuarto poder”: los medios fueron presionados. La
reforma de la Constitución posibilitó la reelección presidencial (Perón y Quijano triunfaron en 1951).
Uso de la autoridad estatal para disciplinar fuerzas propias (como hicieron Roca, Yrigoyen y Justo),
utilización del liderazgo personal e intransferible, maquinaria propagandística. La doctrina peronista
se convirtió en la Doctrina Nacional, unificando los conceptos de Estado, movimiento y comunidad
que confluían en el líder (combinación de las tradiciones del Ejército y las de los modernos
totalitarismos).
Peronización de todo espacio de la sociedad civil, pero que aseguraba los derechos políticos y
sociales de vastos sectores como la mujer. Legitimación por medio de las masas que debían ser
moldeadas según la doctrina, a través de la propaganda y la escuela. Las movilizaciones y
concentraciones fueron jornadas festivas. “A los enemigos, ni justicia”. Verticalidad y
correccionalismo. La derrota de 1946 desarticuló la Unión Democrática (última figuración del Frente
Popular) y enfrentó a los partidos opositores que no concordaban en desde dónde atacar a Perón.
Los socialistas mantuvieron su caracterización de nazifascismo, autoritarismo. El Partido Comunista
tuvo un período de acercamiento pero luego fueron expulsados sus dirigentes. Los conservadores
formaron la oposición frontal, defendiendo la legalidad republicana. El radicalismo se renovó; el
Movimiento de Intransigencia y Renovación formuló sus principios, y sin renunciar al discurso
constitucional y republicano, combatió al peronismo desde una posición más progresista en lo social
y lo nacional, hasta que el gobierno lo hizo retroceder. El grupo unionista (alvearista) especulaba
con un golpe militar, mientras los intransigentes discutieron en el Congreso cada uno de los
proyectos gubernamentales, pero no llegaron a constituir una verdadera oposición democrática,
porque su faccionalismo también era fuerte, y por la indisposición del peronismo a convertir el
Congreso en un lugar de debate.
Un conflicto cultural
El régimen peronista no atacó ningún interés de las clases altas tradicionales. Los intereses
corporativos no se opusieron al gobierno, y en ocasiones aprovecharon negocios con él. Apareció el
“nuevo rico”. Los sindicalistas ocuparon puestos visibles. Las clases medias tradicionales tuvieron
más motivo de quejas: algunos gozaban de rentas fijas que fueron reducidas por la inflación, y otros
perdieron sus empleos estatales. Prosperidad económica de los trabajadores y educación de sus
hijos. Las migraciones internas, a partir de la oferta de trabajo industrial y la atracción por la vida en
las ciudades, modificaron la fisonomía de los sectores populares. Migraciones predominantes de las
zonas pampeanas más cercanas y luego del Interior tradicional, imagen del “cabecita negra”,
expansión de los cinturones de las grandes ciudades. Incorporación de los sectores populares a
ámbitos visibles (consumo, ciudad, política). El reconocimiento de la existencia del pueblo
trabajador y el ejercicio de nuevos derechos, y la justicia social fueron ideas clave del discurso del
Estado (justicialismo) y de la identidad social en construcción. La acción del Estado retomaba la
aventura del ascenso individual aportando un empujón inicial. Significado central del mundo del
trabajo, acceso a la salud, al turismo y al deporte a través del sindicato. Propaganda oficial y control
de los medios. El ser nacional se encarnaba en San Martín: nacionalismo, fundación, revolución. Los
intelectuales se ubicaron en instituciones al margen del Estado.
El peronismo había surgido en el marco de un fuerte conflicto social que derivó en un
enfrentamiento político, separando al oficialismo de la oposición y en un conflicto cultural.
Oposición de lo oligárquico con lo popular: lo segundo combinaba las dimensiones trabajadora e
integradora, y carecía de los componentes clasistas; lo primero pretendía restringir el acceso a los
bienes y excluir al pueblo. Esta oposición nutría al ataque discursivo, pero no hubo muchas acciones
concretas contra los destinatarios: “la oligarquía encerrada en sus madrigueras”. La oposición
resistía las prácticas políticas del peronismo y la forma peronista de la democratización social.
Reacción horrorizada frente a la invasión popular, a la pérdida de la deferencia y el respeto. Dos
configuraciones antagónicas y excluyentes: Evita como la Dama de la Esperanza y la Mujer del
Látigo; los “descamisados” se sacaban el saco en las ceremonias oficiales como ritual, y como falta
de respeto.
La coyuntura externa favorable en la que surgió el Estado peronista comenzó a invertirse hacia
1949: los precios de los cereales y las carnes volvieron a su normalidad, los mercados se contrajeron
y se agotaron las reservas. El desarrollo de la industria hacía el país más dependiente de sus
importaciones. Murió Eva Perón. El nuevo rumbo económico fue ratificado en el Segundo Plan
Quinquenal, mucho más específico que el anterior: restringió el consumo interno para reducir la
inflación, eliminó subsidios a bienes de uso popular, estableció una veda parcial al consumo de carne
y levantó el congelamiento de los alquileres. Perón hizo una apelación a la reducción del consumo.
Se proclamó la “vuelta al campo”; el IAPI empezó a estimular a los productores rurales y dio
prioridad a la importación de maquinaria agrícola, para aumentar la disponibilidad de divisas y
seguir impulsando el desarrollo del sector industrial, que se encontraba en un estancamiento
evidente por el alcance del límite de su crecimiento. El principal problema era su reducida eficiencia,
oculta por la protección y subsidios estatales: maquinaria obsoleta, deterioro de los servicios, falta
de competitividad por falta de competencia, altos costos de producción por el pleno empleo y la
capacidad sindical de negociación. La expansión de la demanda perdió su efecto dinamizador.
La nueva política económica apuntó a esos problemas: restringió el crédito industrial y el uso de
divisas, dio prioridad a las empresas grandes y a las industrias de bienes de capital. Los contratos
colectivos de trabajo fueron congelados. El gobierno puso sus esperanzas en los capitales
extranjeros (ley de Radicación de Capitales) en el marco de una reconciliación con Estados Unidos.
Radicación de empresas extranjeras automotrices, contrato de explotación con Standard Oil con
amplios derechos. Se redujo la inflación y se equilibró la balanza de pagos. La nueva política
económica se mantenía dentro de la tradición peronista en el sentido de que no redujo el gasto
público ni recurrió a la devaluación.
La crisis económica trajo manifestaciones de disconformidad por los sindicatos (que terminaron
en represión e intervenciones) y el Ejército, que respondió a un avance del régimen sobre la
institución y se indignaba con el autoritarismo creciente y la injerencia de Eva Perón en los asuntos
del Estado. Por estos motivos los grupos oficiales decidieron derribar a Perón, y un intento de
Menéndez dio el pie al presidente para declarar el estado de guerra interno y depurar los mandos
militares, a la vez que restringió más la acción de los políticos opositores y obtuvo un aplastante
triunfo en las primeras elecciones con sufragio femenino.
Perón inició su segundo período consolidado por el nuevo plan económico que parecía tener
éxito, la victoria sobre rebeldes militares y sindicalistas y el espectacular triunfo electoral. Fin de la
etapa revolucionaria, nueva política económica, normalización de las relaciones con Estados Unidos.
Perón tuvo una conducta errática en los últimos años de su gobierno: evidente dificultad para llenar
el vacío de Eva Perón, y su luto. La Unión de Estudiantes Secundarios era una de las nuevas
manifestaciones de la vía autoritaria. Se avanzó en la peronización de la administración pública y de
la educación, y llegó hasta las Fuerzas Armadas, mientras que se reducían los espacios de la
oposición. La marcha hacia el totalitarismo tuvo un paralelo con una reconstrucción del espacio de
convivencia con la oposición, a partir del reconocimiento recíproco: algunos dirigentes se acercaron
a dialogar y encontraron una respuesta cálida, que terminó con las bombas de Plaza de Mayo
colocadas por grupos opositores, luego contestadas con incendios por parte de los grupos
peronistas y con detención de dirigentes y personalidades opositores. En la segunda mitad de 1953
se aceptó liberar a los presos políticos. La elección de vicepresidente para reemplazar al difunto
Quijano fue ganada por el almirante Teisaire gracias al montaje de la maquinaria electoral.
El radicalismo había definido su perfil y encontrado un ángulo de oposición posible, pero debía
enfrentar una división interna entre los unionistas, jugados a la abstención, la ruptura total y el golpe
militar, y los intransigentes, que insistían por la lucha institucional pese a la reducción casi total de
los espacios y ganaron definitivamente cuando Frondizi alcanzó la presidencia del Comité Nacional,
con una imagen de político intelectual basándose en la crítica institucional y la reivindicación de la
reforma agraria y el antiimperialismo. Reapertura del debate público: periodismo abierto, fundación
del Partido Demócrata Cristiano.
La caída
La fundación del Partido Demócrata Cristiano marcó el comienzo del conflicto entre Perón y la
Iglesia, que era evitable y marcaba la pérdida de las habilidades del político. La peronización de las
instituciones era un proyecto que marchaba independientemente de la voluntad del líder. Las voces
disconformes eran cada vez más fuertes. La Iglesia era sensible a los avances del gobierno en el
terreno de la beneficencia y la educación, y por eso tenía un desagrado por el culto laico del
presidente. Al gobierno lo turbaba la intromisión de la Iglesia en la política, que resultó subversiva.
Perón prohibió las procesiones, suprimió la enseñanza religiosa en las escuelas, introdujo el divorcio
vincular, autorizó los prostíbulos y envió un proyecto de reforma constitucional de separación de la
Iglesia del Estado, y fueron detenidos muchos sacerdotes y los periódicos se llenaron de denuncias
sobre la conducta y moralidad del clero. La defensa de la Iglesia no fue poco eficaz. Se produjo un
levantamiento de la Marina contra Perón. Los golpistas encontraron su ocasión: bombardeo y
ametrallamiento de la Plaza de Mayo, que fracasó y fue respondida de la misma manera que la
anterior: mediante el terror administrativo.
La actitud conciliadora de Perón siguió, pero había perdido mucha libertad de maniobra y era
prisionero de sus salvadores militares. Concluyeron los ataques a la Iglesia, que los molestaban.
Frondizi invitó al gobierno a volver a la senda republicana, Perón concluyó que la posibilidad de abrir
un espacio para la discusión democrática que lo incluyera era mínima. Renunció, convocó a los
peronistas y atacó a la oposición. No se defendió frente a la sublevación militar encabezada por
Lonardi, y ampliamente apoyada por la sociedad que tomó el poder, con Lonardi como presidente
provisional.
Libertadores y desarrollistas
Guido buscaba integrar a los peronistas, pero los militares lo vigilaban y seguían totalmente
antiperonistas (colorados). Pinedo pone en marcha una devaluación y es reemplazado por
Alsogaray, quien continúa su receta estabilizadora.
El grupo de Campo de Mayo (azules) dentro del Ejército consideraba que eran demasiado
grandes los costos de la participación política del Ejército y que debían acatar a las autoridades
constitucionales. El legalismo era en realidad profesionalismo. Pensaban que la igualación entre
comunismo y peronismo era exagerada, y que este podía colaborar en el frente anticomunista. Los
azules triunfaron en los enfrentamientos con los “gorilas” (legalidad, respeto institucional,
democracia), y Onganía llegó a Comandante en Jefe. Se planeaba llevar al gobierno una fórmula que
reuniera militares, empresarios y sindicalistas, pero los empresarios desconfiaban de los peronistas,
los peronistas de los frondicistas, y los antiperonistas rechazaban la nueva alternativa. La Marina
también se enfrentó al Ejército y fue derrotada, pero después los azules retomaron las posturas
antiperonistas.
Los frentistas insistieron en encontrar la fórmula alquímica pero esta vez sin los militares. Los
sindicalistas hicieron valer su poder tomando provecho de todas las alternativas pero sin
comprometerse con ninguna. Lograron la normalización de la CGT.
Elecciones de 1963: los peronistas votaron en blanco. Illia (UCR del Pueblo) gobernó entre 1963
y 1966.
Las principales fuerzas corporativas estaban lejos de comprometerse con el nuevo gobierno. La
UCR del Pueblo tenía poco apoyo en la Cámara y controlaba pocas gobernaciones. Illia le dio más
importancia al Congreso y a la democracia.
Respeto a las normas, no abuso de los poderes presidenciales, buscar que los conflictos decanten
naturalmente. Criticado por irrealista e ineficiente. Política económica: énfasis en el mercado
interno, políticas de distribución, protección del capital nacional, y planeamiento y control por parte
del Estado. Ley de Salario Mínimo. Contratos petroleros anulados y renegociados. Los sectores
empresariales se quejaban del bajo estímulo a la inversión extranjera, y los liberalistas, del rol
protagónico del Estado y del avance de los sindicatos. Estos demostraron a través de un Plan de
Lucha que constituían un actor político importante. Reorganizaron el Partido Peronista en el
Justicialista y Vandor fue ganando posiciones. Fue creciendo el enfrentamiento entre ellos y Perón.
En las elecciones parlamentarias el “neoperonismo” obtuvo buenos resultados. Isabel reunió a
los grupos adversos a Vandor y ganó una elección en Mendoza, pero no la de la conducción de la
CGT: Perón superaba a Vandor en el campo electoral, pero no en el sindical.
Las Fuerzas Armadas adhirieron a la doctrina de la seguridad nacional: se apartaban de la política
pero eran la garantía de los valores nacionalistas y debían protegerlos (contra los comunistas). La
democracia empezaba a aparecer como un obstáculo para la seguridad.
Frondizi: modernización económica: crea el INTA, el INTI, la CNEA, etc. Inversión pública, ciencia
y técnica. Capitales extranjeros con efectos traumáticos: las nuevas industrias crecieron
aceleradamente por la promoción, y las viejas se estancaron o retrocedieron porque el mercado
retrocedía y debían competir con nuevos productos. Se creó una brecha entre un sector moderno y
eficiente, y uno tradicional. El sector industrial se estancó y se deterioraron los ingresos de los
asalariados por razones económicas y por el recorte en la capacidad de negociación de las
organizaciones sindicales. Las empresas nuevas debieron adecuarse al tipo de fábricas heredado de
la etapa peronista (pequeña, verticalizada, elevados costos y escasa competitividad) y por eso
fueron menos eficientes que en los países de origen. Mercado interno. Contribuyeron, junto con
algunas empresas nacionales, a fortalecer la injerencia del estado que pudiera garantizarles las
ventajas especiales. La política de promoción fue muy errática, determinada por la capacidad de
presión de los interesados y por razones políticas generales. En el sector industrial en general se
creció, a pesar de la retracción de los sectores tradicionales, y en el agrícola también, por las mejoras
tecnológicas y grupos de empresarios innovadores.
Las crisis cíclicas trienales fueron seguidas por políticas de estabilización y expresaban las
limitaciones del país para un crecimiento sostenido (dependencia de las divisas). Los planes de
estabilización (que seguían la normativa del FMI) consistían en la devaluación y en políticas recesivas
que volvían al equilibrio, creando las condiciones para un nuevo crecimiento. Ciclos de avance,
detención y nuevo avance en el contexto de la puja por el ingreso, que formaba parte de la puja
política entre los distintos sectores: al empate político correspondía uno económico. En las fases
ascendentes, los empresarios y los trabajadores industriales coincidían a costa de los sectores
exportadores (base de la alianza peronista). En otras oportunidades, los empresarios aprovecharon
para capitalizarse, había una traslación de ingresos del sector urbano al rural y de los trabajadores
a los empresarios con las crisis y la devaluación, y las empresas chicas solían ser compradas por las
grandes. Concentración de la propiedad.
La crisis potenció la puja por el ingreso. El Estado estaba a disposición de quien pudiera
capturarlo un instante. Algunos sectores propietarios descubrieron las ventajas de este
funcionamiento anormal. Otros reclamaban la presencia de un orden racional.
Las masas de clase media
Los intelectuales antiperonistas pasaron a regir las instituciones oficiales y el campo de la cultura.
Las vanguardias artísticas se concentraron en el Instituto Di Tella. Recrear en Buenos Aires un
verdadero centro del arte. La renovación cultural estuvo en la Universidad, empezando por su
desperonización y siguiendo por su modernización. La ciencia debía convertirse en palanca de la
economía. Las facultades se nutrieron con laboratorios y científicos con dedicación exclusiva a la
enseñanza e investigación. Los egresados marcharon a completar su formación en el exterior.
Psicología y sociología. La modernización era un medio de incorporación al mundo. Organismos de
investigación estatales.
La Universidad se gobernó según los principios de la Reforma Universitaria. Conflicto entre la
enseñanza “libre” y la “laica” a partir de que Frondizi permitió autorizar las universidades privadas.
La Universidad se tornó una isla democrática (fe en la ciencia y en el progreso de la humanidad) en
un país que cada vez era menos y que creía menos en la democracia. Propuestas políticas, extensión
de las actividades a la sociedad (Eudeba).
Cuestionamiento del valor de la ciencia a la luz de las necesidades nacionales. Cuestionamiento
de los paradigmas científicos. Cientificismo y anticientificismo. Crítica a la falta de compromiso con
la realidad y con el país de los intelectuales y los artistas.
La modernización mostraba cambios superficiales y las resistencias de los grupos tradicionales.
Por otro lado, el núcleo progresista giró a la izquierda y demostró la imposibilidad de mantener los
acuerdos sobre los que la experiencia se había fundado.
La penetración de los sectores progresistas fue escasa excepto en la Universidad. Ruptura entre
los intelectuales progresistas y los antiperonistas conservadores. Fracturas entre los antiperonistas.
Nueva izquierda: primero mirando al peronismo, luego a la Revolución Cubana; expansión del
marxismo. La nueva izquierda abarcaba interpretaciones varias sobre el marxismo y la posición
frente al peronismo. Antiimperialismo. Amalgama con sectores cristianos y nacionalistas, difícil y
polémica. Revisionismo. Revolución Cubana: América Latina alzada contra el imperialismo. La nueva
izquierda no tenía claro qué hacer. Para ella, la democracia era solamente una forma. Nadie confiaba
en la democracia (izquierdas: opio burgués, frondicismo: prefiere la eficiencia tecnocrática; derecha:
no podía organizar un partido; sectores concentrados: se manejaban en la escena corporativa;
sindicalistas: no vencían a Perón en la escena democrática; militares: tutela del Estado no
participativa). Querían romper el empate. Para los militares, la democracia era un obstáculo en el
combate contra el comunismo, y la vanguardia (sexual, artística, etc.) atentaba contra los valores
occidentales y cristianos. Reclamaban un Estado fuerte para ordenar. Crítica al gobierno,
desprestigio del sistema democrático, exaltación de la figura de Onganía.
Depusieron a Illia y Onganía subió al gobierno. Terminó el empate.
El ensayo autoritario
El golpe comenzó con amplio consenso (sectores empresarios, partidos políticos, etc.), que partía
de la indefinición inicial. Era necesario reorganizar el estado, hacerlo fuerte, con autoridad y
recursos. Unos querían elementos keynesianos para romper con las barreras del crecimiento; otros,
un reordenamiento antiliberalista de la sociedad.
La primera fase del gobierno se caracterizó por un “shock autoritario”: se disolvieron el
Parlamento y los partidos políticos, se redujeron los ministerios y se creó un Estado Mayor de la
Presidencia (Seguridad, Desarrollo Económico y Ciencia y Técnica: el planeamiento económico y la
investigación científica se consideraban insumos de la seguridad nacional). Se reprimió el
pensamiento crítico, disidente o diferente. Las universidades fueron intervenidas. Noche de los
bastones largos. Censura. Reducción del personal en la administración pública y reducción de los
costos de las empresas estatales. La protesta sindical fue reprimida y se condicionó la posibilidad de
iniciar huelgas. Los sindicatos lanzaron un Plan de Acción (que recuerda al Plan de Lucha) pero
sufrieron despidos, retiros de personería sindical, intervenciones, etc. El gobierno entonces puso fin
al la puja sectorial descolocando al sindicalismo vandorista y a Perón, pero no había adoptado un
rumbo claro en materia económica.
Se resolvió en favor de los llamados liberales (que ni creían en las libertades individuales ni en el
liberalismo económico ortodoxo): Krieger Vasena ministro de Economía y Trabajo (grandes grupos
empresarios). Su plan apuntaba a superar la crisis cíclica y a lograr una estabilización prolongada, y
a largo plazo, racionalizar el funcionamiento de la economía. El Estado intervino regulando las
grandes variables, congelando los salarios, suspendiendo las negociaciones colectivas, congelando
tarifas y precios. El déficit fiscal se redujo con una fuerte devaluación y una retención sobre las
exportaciones agropecuarias. Se arreglaron las cuentas del Estado, se evitó el alza de los alimentos,
se impidió que la devaluación fuera aprovechada por los sectores rurales y se aseguró una
estabilidad cambiaria. La inflación fue reducida drásticamente.
Inversiones estatales en obras públicas, beneficios a exportaciones no tradicionales, reducción
de los aranceles y eliminación de subsidios a economías regionales.
El sector más concentrado resultó el mayor beneficiario. Se desnacionalizó la economía por
compras de empresas. La situación de estabilidad permitía a las empresas extranjeras hacer pesar
sus ventajas. Los perjudicados fueron los sectores rurales (retenciones a la exportación), los sectores
empresarios nacionales (falta de protección y desnacionalización), economías provinciales enteras
(supresión de protecciones tradicionales), sectores medios.
La nueva política eliminaba la situación de empate beneficiando a los grandes empresarios. El
plan estaba sostenido por los “liberales”, que no querían el Estado benefactor, pero sí uno
intervencionista.
Un grupo de sindicalistas contestatarios ganó la conducción de la CGT y la dividieron. La CGT de
los Argentinos comenzó un movimiento de protesta controlado por el Estado a través de amenazas
y ofrecimientos, y formado por los vandoristas, y los participacionistas (que asumían su función de
expresión corporativa y despolitizada; una vez terminada la reestructuración económica, sería
posible iniciar el “tiempo social”). Las voces del establishment salieron a defender a Krieger Vasena
y comenzaron a pensar en una salida política. Con el Cordobazo, el mito del orden se derrumbó.
Militares en retirada
La movilización popular fue identificándose con el peronismo y con Perón. Onganía intentó
buscar una salida, con modificaciones menores como el sacrificio de Krieger Vasena y una apertura
más decidida a “lo social”. Pero los sindicalistas eran menos dóciles. Los militares depusieron a
Onganía y designaron a Levingston.
Se impulsó una distribución salarial y se protegió a las empresas nacionales (“compre argentino”,
“argentinización del crédito”). Levingston confiaba en que en algunos años se crearían las
condiciones para una salida política democrática. Alentó la formación de partidos políticos nuevos
que asumieran la continuidad de la transformación. Consignas antiimperialistas El gobierno reflotó
la CGT convocándola a negociar. La Hora del Pueblo, firmado por los partidos políticos, ponía fin a
las proscripciones y aseguraba el respeto a las minorías y a las normas constitucionales, e incluía
definiciones económicas nacionalistas y distribucionistas.
La emergencia social hacía al resurgimiento del sindicalismo organizado, y Levingston resultó
incapaz de manejar el espacio de negociación que abrió, hostilizado por el establishment y
enfrentado con los partidos, con quienes no quería negociar. Los jefes militares pensaron que
Levingston era tan incapaz como Onganía. Una nueva movilización masiva en Córdoba los impulsó
a removerlo y reemplazarlo por Lanusse.
Reestablecimiento de la actividad política partidiaria y convocación a elecciones generales
subordinadas a un Gran Acuerdo Nacional. Las Fuerzas Armadas finalmente daban prioridad a la
salida política y a la reconstrucción de la legitimidad. Pero no sabían cómo enfrentar a las
organizaciones armadas e iniciaron una represión ilegal. También había vacilaciones en cuanto a la
política económica y se disolvió el Ministerio de Economía. El tironeo sectorial quedó instalado en
el gobierno.
GAN: condena general de la subversión, garantías sobre la política económica, respeto a las
normas democráticas, y tutela del Ejército sobre el gobierno.
Perón apoyó las organizaciones armadas y a La Hora del Pueblo, y organizó el Frente Cívico de
Liberación Nacional. Lanusse planteó que el GAN era condición para las elecciones pero tuvo que
reducir sus exigencias frente a Perón. Entonces se autoproscribió a cambio de que Perón no fuera
candidato. Perón organizó su combinación electoral: Cámpora – Solano Lima. “Cámpora al gobierno,
Perón al poder”. El peronismo triunfó, los militares escaparon, y los presos políticos fueron
liberados. Perón como el salvador de la nación. Heterogeneidad de la figura de Perón; su figura
simbólica reemplazó a su figura real. Para todos, Perón era nacionalista y popular. Para los
peronistas de siempre, esto se encarnaba en el líder histórico. Para los más nuevos, Perón era el
líder revolucionario. Para los anticomunistas, Perón era la subversión social. Para las clases medias
y altas, Perón era el pacificador sin ambiciones.
1973: un balance
La vuelta de Perón
En 1973 asumió Cámpora y regresó Perón al país. Hubo un enfrentamiento entre grupos armados
del peronismo. Cámpora y Solano Lima renunciaron y asumió Lastiri. En las nuevas elecciones ganó
Perón-Perón, y más tarde murió Perón. Isabel lo reemplazó hasta que fue depuesta en 1976.
Perón intentó un acuerdo democrático con las fuerzas políticas, un pacto social con los grandes
representantes corporativos y una conducción más centralizada de su movimiento. Las Fuerzas
Armadas eran reticentes y limitaban el control de Perón, y los mecanismos estatales estaban
desgastados y resultaron ineficaces. Por eso el pacto social falló de entrada. El pacto democrático
funcionó formalmente, pero resultó irrelevante.
El Programa de Reconstrucción y Liberación Nacional intentaba superar las limitaciones al
crecimiento de la economía, sin modificar los rasgos básicos. Se esperaba apoyar el crecimiento de
la economía en la expansión del mercado y de las exportaciones. Las exportaciones tradicionales
tenían buenas expectativas: buenos precios y nuevos mercados; la nacionalización del comercio
exterior garantizaba la transferencia de los beneficios al sector industrial. Por otro lado se trató de
preservar los ingresos de los sectores rurales. Las empresas nacionales fueron respaldadas con
líneas especiales de crédito y el “compre argentino”; algunas fueron subvencionadas. El Estado
controlaba el crédito y los precios para la estabilización. Aumentó sus gastos y el empleo público.
La clave estaba en el pacto social para solucionar el problema clásico de la puja distributiva.
Perón recurría a la concertación y a la disciplina mediante la persuasión y la autoridad. Congeló los
precios, suprimió por dos años las convenciones colectivas y aumentó los salarios. La inflación se
freno, se logró un buen superávit y se aumentó la actividad interna. Pero más tarde resurgió la
inflación, encarecieron las importaciones a raíz del aumento del precio del petróleo, y se
complicaron las cuentas externas y los costos de las empresas. El Mercado Común Europeo cerró
para las carnes argentinas. La crisis cíclica no podía ser resuelta por un gobierno que se había
abanderado de la inflación nula. Nuevamente se volvió a la lucha sectorial con el incumplimiento
del pacto social. Las fábricas estuvieron en “estado de rebeldía”. El pacto fue desgastándose y Perón
pidió disciplina y amenazó con renunciar.
Los actores cambiaron de estrategia y volvieron a sus formas clásicas (negociación dura,
vandorismo). Isabel construyó una base propia de poder para homogeneizar el gobierno, rompiendo
las alianzas que había tejido Perón. La crisis económica pedía medidas drásticas y el gobierno debió
convocar a paritarias, se decidió un aumento del 40%, pero fue seguido por una devaluación del
100% y aumento de tarifas y combustibles similar(“Rodrigazo”). Se pidió un aumento del 200% pero
Isabel no aceptó. La CGT se movilizó contra el gobierno peronista, Isabel accedió y el gobierno entró
en su etapa final.
La lucha alrededor del pacto social fue paralela a la lucha dentro del peronismo (Perón contra la
“tendencia revolucionaria”: Montoneros y Juventud Peronista). Perón lideraba incluyendo a todos
quienes invocaran su nombre. Su estrategia era la de movilizar a los sectores populares y
presentarse como el único capaz de contenerlos (“bombero piromaníaco”).
La concepción que se apoyaba en vieja tradición peronista, nacionalista y distribucionista, con
un estilo político autoritario, faccioso, verticalista y anticomunista: “patria peronista”, identificada
con el sindicalismo y los grupos de extrema derecha; la otra incorporaba la crítica radical de la
sociedad (“liberación o dependencia”): “patria socialista”, identificada con Montoneros.
El ERP no creía en la vocación revolucionaria del peronismo ni en la democracia, y retornó a la
lucha. Para Montoneros, el triunfo de 1973 abría una lucha decisiva por el control del poder y el
discurso peronista, y ganaron para su causa al propio Perón. Los militantes de la “tendencia”
ocuparon espacios de poder en el Estado, pero pronto se reestablecieron las relaciones de fuerza
reales y a partir de la renuncia de Cámpora perdieron las posiciones ocupadas. La “tendencia”
entonces se lanzó a la lucha de aparatos en competencia con el sindicalismo y los grupos de derecha,
bajo la forma de terrorismo, asesinatos. Montoneros eliminaba personajes, y contra ellos se
constituyó otro terrorismo parapolicial (Acción Anticomunista Argentina, matones sindicales).
En el aspecto discursivo, cuando Perón regresó, habló inequívocamente. Perón los expulsó y no
aparecieron hasta su funeral. Fundaron el Partido Peronista Auténtico sin éxito. Volvieron a la vieja
táctica y pasaron a la clandestinidad: asesinatos, secuestros, intervenciones armadas en conflictos
sindicales, etc., seguidos por el ERP. Contra ambos creció la represión clandestina. El Ejército
convocado por la presidenta asumió la tarea de reprimir la guerrilla en Tucumán.
La crisis económica del “Rodrigazo” preparó la crisis política. En 1975 ni las Fuerzas Armadas ni
los grandes empresarios respaldaron a Isabel. Los empresarios cedieron con facilidad a los reclamos
de los sindicalistas, se separaron de la CGE y atacaron al gobierno. Los militares comenzaron a
prepararse para el golpe. Videla puso plazos, y finalmente, luego de intentos en vano de confrontar
la crisis, bajo una tensión insoportable y una aceptación anticipada de cualquier salida, Isabel fue
depuesta. El golpe fue recibido con alivio y expectativas.
El genocidio
En 1976 la Junta de Comandantes en Jefe (Videla, Massera, Agosti) tomó el poder y comenzó el
Proceso de Reorganización nacional, con Videla como presidente. Las condiciones para un golpe de
Estado que prometía restablecer el monopolio estatal de la fuerza estuvieron sentadas por el caos
económico y el terrorismo anteriores. La Junta pretendía eliminar el problema de raíz mediante una
represión sistemática (ensayada en Tucumán). Los grupos parapoliciales se disolvieron o se
subordinaron al poder. La represión tomaba lugar a partir de un complejo aparato administrativo
como terrorismo de Estado (secuestro, tortura, detención y ejecución). Centros clandestinos de
detención. La pena de muerte nunca se aplicó; las ejecuciones eran clandestinas, pero en general
los cadáveres se ocultaban: “desaparecidos”. Algunos pertenecían a las organizaciones armadas;
Montoneros tuvo que limitarse a acciones terroristas. La amenaza real de las organizaciones cesó,
pero la represión siguió en marcha: militantes políticos, sacerdotes, intelectuales, abogados,
activistas de derechos humanos, y otros por motivos poco relevantes. La operación eliminó todo
activismo y protesta social: la sociedad era controlada y dominada. El Estado tenía una parte
clandestina y terrorista, y otra pública que silenciaba cualquier voz. Toda la actividad política y
gremial estaba prohibida, los medios de prensa, censurados. La sociedad estaba inmovilizada, y en
su mayoría aceptó el discurso estatal: “algo habrán hecho”, control propio, autocensura, vigilancia
del vecino.
El gobierno militar no consiguió ni entusiasmo ni adhesión en la sociedad, pero su pasividad era
suficiente para encarar las transformaciones que pretendían.
Martínez de Hoz debió enfrentar una crisis aguda, y diagnosticó que la inestabilidad política y
social surgía de la puja corporativa sobre los elementos del Estado benefactor. Se buscaba el orden
y la seguridad; no el crecimiento; se quería eliminar los problemas que la economía ponía a la
estabilidad política, incluso a costa del crecimiento. El Estado intervencionista y benefactor era la
fuente del desorden social; el mercado podía disciplinar a todos por igual, aunque en realidad la
transformación concentró el poder económico en un conjunto de grupos empresarios de una
manera que la negociación era imposible.
Se reprimió y desarmó a los actores del juego corporativo. La conducción económica debía crear
una situación irreversible. Martínez de Hoz contó con el apoyo de los organismos internacionales,
los bancos extranjeros y el sector más concentrado del establishment local. Su relación con los
militares fue más compleja porque estos tenían ideas diferentes. Ellos creían que el desarme del
juego corporativo tenía que acompañarse con el mantenimiento del pleno empleo, o con la
supervivencia de las empresas estatales y la expansión del gasto público. Las relaciones con los
empresarios tampoco fueron fáciles por los intereses sectoriales; su inflexibilidad y capacidad de
predicador fueron decisivas. Había colocado a la economía en una situación a partir de la cual solo
era posible seguir avanzando.
Intervino la CGT y los principales candidatos, fábricas, reprimió a los militantes, suprimió las
negociaciones colectivas, congeló los salarios. Así superó la crisis cíclica sin desocupación, y el Estado
balanceó el déficit. Comenzaron a plantearse las grandes reformas. En el sector financiero:
regulación de la tasa de interés, existencia de crédito a tasas negativas, distribución de este subsidio
según normas y prioridades fijadas por las autoridades. Se liberó la tasa de interés, se autorizó la
proliferación de bancos e instituciones financieras y se diversificaron las ofertas. La competencia
mantuvo altas tasas de interés y la inflación en un clima especulativo. El Estado garantizaba los
títulos y también los depósitos a plazo fijo, tomados a tasa libre por entidades privadas. Liberación,
eliminación de controles y garantía: ruina.
La otra gran modificación: apertura económica y eliminación de los mecanismos de protección a
la producción local. Pauta cambiaria: tabla de devaluación mensual del peso para reducir la inflación,
pero como subsistió, el peso se revaluó considerablemente respecto del dólar. Gran afluencia de
dinero del exterior (reciclamiento de los dólares generados por el aumento del precio del petróleo),
que fue utilizado para aprovechar las elevadas tasas de interés internas. La “bicicleta”, la “plata
dulce”. Un mercado altamente inestable; los capitales podían salir del país sin trabas.
Ninguna actividad podía competir con la especulación. Aumentaron las quiebras, el Banco
Central decidió la quiebra de cuatro bancos importantes. Hubo una corrida bancaria que el gobierno
logró frenar asumiendo las deudas de los bancos quebrados.
Viola asumió el poder, se devaluó el peso en un 400%. La inflación crecía terriblemente. La
nacionalización de la deuda privada de las empresas hizo terrible la devaluación para el Estado. Los
créditos para los países latinoamericanos se cortaron. La deuda externa ocupó el lugar disciplinador
del mecanismo financiero deshecho.
Se reclamó prioridad para las actividades en las que el país tenía ventajas comparativas y se
reemplazó el criterio de proteger la industria por el de eficiencia. La estrategia del fortalecimiento
del sector financiero, la apertura, y el endeudamiento no benefició a ninguno de los grandes
sectores de la economía. El sector agropecuario vio frenada su expansión productiva paralela a la
apertura de nuevos mercados por la sobrevaluación del peso. La industria sufrió la competencia de
los artículos importados, perdida la tradicional protección. El producto industrial y la mano de obra
ocupada cayeron. Muchas plantas fabriles cerraron. Los sectores más antiguos e ineficientes fueron
barridos por la competencia, y los nuevos fueron fuertemente golpeados. La brecha se ensanchó
irreversiblemente: las empresas beneficiadas fueron las de bienes intermedios, con un efecto
dinamizador interno mucho menor. Se encontraron limitadas por la dimensión del mercado interno
y se convirtieron en exportadoras.
La desocupación fue escasa, como exigía la conducción militar. La mayor expansión se produjo
en la construcción y en obras públicas. Los salarios se mantuvieron bajos, y más adelante se dio una
mayor libertad a los trabajadores para pactar sus condiciones, pero sin sindicatos. A partir de 1981,
la crisis, la inflación y la recesión redujeron la ocupación y el salario real.
La principal consecuencia de la transformación fue una fuerte concentración económica, no en
las empresas extranjeras, sino en grandes grupos locales (concentración en una rama de la actividad,
conglomerados empresariales diversificados con instituciones financieras que los respaldaban). Se
modificó la fisonomía del establishment. Sobrevivieron solo los que capitalizaron sus beneficios
comprando empresas en dificultades y tenían una relación ventajosa con el Estado.
Obras públicas, privatización. Las empresas contratistas se beneficiaron con las condiciones
pactadas y con el ajuste de los costos a la inflación. Otras empresas aprovecharon ciertos regímenes
de promoción en proyectos específicos. Los empresarios locales específicos crecieron sin riesgo y
luego se convirtieron en los tutores del Estado junto con los acreedores extranjeros.
Reducción de las funciones del Estado fue uno de los principios de Martínez de Hoz, recogiendo
el argumento en expansión del mundo capitalista de la revisión del Estado dirigista y benefactor. El
liberalismo económico no había encontrado eco entre los empresarios y los militares. Un Estado
fuerte y democrático era peligroso si caía en manos de los sectores populares, pero sin ser
democrático llevaba a relaciones espurias entre sindicatos y empresarios.
Reemplazar la dirección del Estado por la del mercado. Desmontó los instrumentos de dirección,
regulación y control. La vigilancia y presión correspondió a los acreedores externos una vez asentada
la crisis para que mantuvieran la política de apertura y liberalización.
Los militares eran reacios a que el Estado se desprendiera de empresas estatales, y la política en
este aspecto fue menos directa (des calificación de la administración estatal, corrupción y
destrucción, privatización no regulada). Las empresas de servicios estatales se deterioraron y
endeudaron haciendo crecer a las contratistas privadas. Por otro lado, el Estado nacionalizaba las
deudas de empresas y bancos.
Paradoja: la libertad de mercado se construía por la fuerza. Los resultados fueron contrarios. El
Estado no premió a la eficiencia, sino a los que podían negociar con él. No mejoró la eficiencia del
Estado, el gasto público creció, destinado a las Fuerzas Armadas, reequipadas por el conflicto con
Chile y luego con Gran Bretaña, y a obras públicas. El gasto múltiple y la inflación hicieron borroso
el presupuesto del Estado.
La distinción que debía existir entre el Estado terrorista clandestino y el legal no se mantuvo en
la práctica. El poder no residía en el presidente, porque estaba sometida a limitación y control de
los jefes de las tres armas (Junta Militar). La Comisión de Asesoramiento Legislativo debía discutir
las leyes pero se convirtió en otra instancia de negociación. Podía asemejarse a la anarquía feudal.
Las normas legales no eran claras en cuanto a quién las dictaba o a su alcance, y existía una reticencia
para explicitar sus fundamentos; en algunos casos hasta su existencia se mantuvo en secreto. Por
otro lado, se toleró su permanente violación o incumplimiento. No hubo límites normativos para el
ejercicio del poder. No sólo se eliminaron los mecanismos democráticos constitucionales, sino
también los controles que según las concepciones liberales eran propias del Estado. División del
poder entre las tres fuerzas. Facciones en el propio Ejército.
Videla y Viola respaldaban a Martínez de Hoz, pero reconocían la necesidad de encontrar una
salida política y se mantenían en contacto con los partidos políticos. Enfrentados con ellos,
Menéndez y Mason pensaban que la dictadura y la represión debían continuar. Menéndez debió
renunciar por insubordinación. Por otro lado, Massera y la Marina de Guerra querían una salida que
legitimara popularmente el Proceso y llevara a Massera al poder. Desarrolló un juego propio: acotó
el poder de Videla, se distanció de Martínez de Hoz y buscó banderas para lograr adhesión popular
(Campeonato Mundial de Fútbol, conflicto con Chile, guerra de Malvinas). Logró una separación
entre las funciones de presidente de la Nación y comandante en jefe del Ejército. Viola se retira del
cargo de comandante en jefe y es reemplazado por Galtieri. La política del orden comenzó con el
fracaso dentro de las mismas Fuerzas Armadas.
Lograron asegurar una paz relativa por cinco años por la escasa capacidad de respuesta social,
que comenzó a surgir hacia el fin del período de Videla con la crisis económica y las dificultades del
gobierno. Los empresarios apoyaron al Proceso desde el comienzo a la distancia; carecían de unidad
y comenzaron a presionar cuando el gobierno dio señales de debilidad. Viola convocó a los
empresarios pero esta participación concluyó con su caída, y desde entonces formaron parte de la
opositor. El movimiento sindical sufrió duros golpes, y se dividió en dialoguistas y combativos. Los
combativos hicieron un paro general de protesta, reprimido fuertemente, y reconstituyeron la CGT,
marcharon (“pan, paz y trabajo”), organizaron huelgas, y se movilizaron en la Plaza de Mayo,
nuevamente reprimidos.
La iglesia tuvo una actitud complaciente al principio, callando las críticas al gobierno, pero luego
se apartó de la vida política y finalmente se preocupó por las cuestiones morales y los derechos
humanos, apartándose del régimen militar y acercándose a los reclamos de la sociedad, entre los
cuales se destacó el de las madres de desaparecidos que comenzaron a conmover la indiferencia de
la sociedad. La prohibición política terminó de hecho en 1981 cuando los grupos de derecha fueron
convocados para formar un partido oficialista para la apertura política. Por otro lado, la
Multipartidiaria integraba al radicalismo, el peronismo, entre otros, pero no tenía dirección. Los
partidos se comprometían a no colaborar en una salida electoral condicionada ni aceptar la tutela
militar de la democracia, y se reclamaron los únicos depositarios de la legitimidad política e
incorporaron las protestas de empresarios y sindicalistas y sobre derechos humanos.
A principios de 1982, estas voces eran difíciles de ignorar.
La guerra de Malvinas y la crisis del régimen militar
A partir de 1980 los dirigentes discutían la cuestión de la salida política. Viola quiso aliviar la
situación de los empresarios locales haciéndose cargo de sus deudas y los convocó a discutir pero
no logró ningún apoyo consistente. Galtieri lo reemplazó y se presentó como el salvador del Proceso.
Quería alinear al país con Estados Unidos y apoyarlo en la guerra en América Central. Estados Unidos
levantó las sanciones por las violaciones a los derechos humanos. Alemann condujo la economía
desregulando y desestatizando, volviendo a la senda inicial y agudizando la recesión y la tensión
social.
Se decidió ocupar las islas Malvinas, que venían siendo reclamadas a Gran Bretaña, como un
reclamo nacional unánime para ganar legitimidad popular. También solucionaría el problema del
canal del Beagle con Chile. Nacionalismo chauvinista. Mesianismo militar.
Las Fuerzas Armadas ocuparon las Malvinas y las instituciones de la sociedad manifestaron su
adhesión. Habían triunfado en el Campeonato Mundial de Fútbol, y habían ganado una batalla. Los
militares habrían saldado su deuda con la sociedad. Thatcher también pensaba usar una victoria
militar para consolidarse internamente y obtuvo la solidaridad de la Comunidad Europea y el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que declaró a la Argentina nación agresora. Estados
Unidos intentaba mediar entre sus dos aliados sin buenos resultados.
El gobierno argentino intentó presionar a Estados Unidos mediante acuerdos preexistentes pero
este apoyó a Gran Bretaña. Argentina no tenía aliados militares. Las tropas argentinas poco
entrenadas y desabastecidos no resistieron, pero la manipulación de la información hacía creer al
pueblo en la Plaza de Mayo que la victoria estaba cercana. Las voces críticas reclamaban contra una
guerra y Alfonsín propuso un gobierno civil de transición. Finalmente, las tropas argentinas se
rindieron. El pueblo fue convocado a la Plaza de Mayo y quienes no admitían la rendición fueron
reprimidos. Los generales exigían a Galtieri su renuncia.
La vuelta de la democracia
La derrota agudizó la crisis del régimen militar. El Ejército impuso a su candidato Bignone, y
asumió, porque la Marina y la Aeronáutica se retiraron de la Junta, que luego fue reconstituida. La
salida electoral calmó los reclamos de las fuerzas políticas pero el gobierno quería acordar la
garantía de no investigación sobre la “guerra sucia”. Todo esto se hacía público por una prensa que
ignoró la censura formal. El acuerdo fue rechazado, pero antes de las elecciones se declaró una
autoamnistía que eximía a los responsables de cualquier eventual acusación. Quienes estaban al
frente del gobierno eran incapaces de controlar el aparato represivo entonces y de asegurar que no
serían derrocados por algún grupo de oficiales. Debían enfrentarse con sus antiguos aliados se
alejaban con una fe democrática, y con la sociedad que se enteraba de la represión sistemática. Las
antiguas alianzas no podían ser recompuestas.
Organizaciones defensoras de los derechos humanos, Madres de Plaza de Mayo, nueva ética en
la práctica política. La crisis económica generó motivos legítimos y movilizadores (impuestos
elevados, efectos de la indexación, elevación de los alquileres, deudas impagas), cuestionando la
política económica y la clausura de lo público. La sociedad intentaba resolver sus problemas al
margen del gobierno y sobre la base de la solidaridad, fomentando una cultura no oficial. El
activismo universitario y la participación sindical renacieron. El enemigo común estimulaba una
nueva primavera. Se repudiaba la violencia y la idea de encontrar un actor único. Los sindicalistas
reclamaron contra la crisis y a favor de la democracia. Se normalizaron los sindicatos. Reaprendizaje
de los valores democráticos y republicanos. La afiliación a los partidos políticos fue masiva. El
peronismo se convirtió en un aceptable partido, habiendo perdido su verticalismo por la falencia
del vértice, pero la renovación no fue completa porque algunos caudillos provincianos mantuvieron
su poder. El radicalismo se renovó con Alfonsín; había criticado durante el Proceso a los militares e
hizo de la democracia su bandera. A la derecha, las fuerzas se habían comprometido con el Proceso
y no resultaban atractivas. La izquierda había sido duramente golpeada y no estaba actualizada.
La sociedad miraba con esperanzas a la vuelta a la democracia (pluralismo, acuerdos sobre
formas, subordinación de la política a la ética). El peronismo encaró su campaña convocando a la
liberación contra la dependencia con poca convicción, y la UCR ganó las elecciones presidenciales
con Alfonsín por amplia mayoría, que apelaba a la Constitución y aseguraba que se haría justicia con
los responsables del régimen y que la democracia podía resolver los problemas inmediatos y a largo
plazo. La sociedad olvidó cuántos problemas quedaban pendientes y el poco margen de maniobra
tendría el nuevo gobierno.
La ilusión democrática
Se puso de relieve pronto la resistencia de los enemigos juzgados vencidos y la dificultad para
satisfacer el conjunto de demandas. La economía se encontraba desde 1981 en estado de
desgobierno y de caos: inflación, deuda externa, carencia de recursos. Los poderes corporativos
habían quedado comprometidos con el régimen caído y se encontraban a la defensiva. Faltaba un
centro político que articulara sus voces. El peronismo vivía una fuerte crisis interna y sufrió la
primera crisis electoral.
El radicalismo había obtenido una gran cantidad de votos y tenía mayoría en Diputados, pero
había perdido en el interior tradicional y no controlaba la mayoría del Senado. La UCR constituía una
fuerza heterogénea que obstaculizó varias medidas del presidente, que se rodeó de intelectuales y
nuevos políticos, y de la Coordinadora, un grupo radical juvenil. El radicalismo no tenía apoyo de los
poderes corporativos, un ámbito en el que los peronistas se movían con fluidez. El Estado carecía
de eficiencia y de credibilidad.
Pero en la asunción Alfonsín tenía una enorme fuerza: la civilidad, democracia poderosa y
“boba”. El presidente debía elegir entre gobernar activamente, tensando el polo de la civilidad y
confrontándose con intereses establecidos, o privilegiar las soluciones consensuadas postergando
los problemas que requerían definiciones claras. El gobierno eligió la primera línea, pero debió
aceptar la segunda cuando su poder fue limitado.
Los problemas económicos parecían menos significativos que los políticos. En este último
aspecto se desarrolló un programa de alfabetización masiva, se abrieron canales de discusión de
contenidos y formas del sistema escolar (Congreso Pedagógico). Libertad de expresión. Los
intelectuales vuelven a la Universidad, que regresa a sus tiempos de excelencia académica y
pluralismo. Los intelectuales también se incorporaron a la política, intelectualizándola. Estuvieron
habitualmente presentes en los medios de comunicación y Alfonsín recurrió a ellos para modernizar
su discurso, y la discusión política y la cultura en general. Se aprobaron leyes de divorcio vincular y
patria potestad compartida, aggiornando las relaciones familiares a las tendencias mundiales. La
Iglesia tradicional intentó oponerse por mecanismos de presión habituales y manifestaciones que
fracasaron; y logró instalarse en el Congreso Pedagógico. La Iglesia creció en hostilidad al gobierno
radical y en cuestionamiento del régimen democrático: tenía poca injerencia en la enseñanza
privada, sanción de la ley de divorcio, tono laico del discurso cultural oficialista. Asumió el papel de
censor social atribuyendo los males de la droga, el terrorismo, el aborto, la pornografía, etc. a la
democracia.
El discurso ético logró una reinserción del país en la comunidad internacional, y se encararon las
cuestiones con Chile y con Gran Bretaña desde ese criterio, por medio del arbitraje papal y un
referéndum popular que corroboraba el consenso, y por votaciones en las Naciones Unidas que
instaban a la negociación, respectivamente. La Argentina se propuso mediar en Centroamérica, y
sobre todo en Nicaragua, y logró que se alcanzara una solución relativamente equitativa. El gobierno
mantuvo una buena relación con Estados Unidos en base a los principios éticos y democráticos,
obteniendo a cambio el respaldo a las instituciones democráticas y a los intentos de estabilización
de la economía.
El gobierno radical pudo avanzar con facilidad en la cultura y las relaciones exteriores, pero su
poder era insuficiente para forzar a los militares y los sindicatos a aceptar sus reglas.
La sociedad se enteró repentinamente de las atrocidades de la represión (denuncias judiciales,
medios de comunicación, informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas,
CONADEP). Los militares se justificaron con con la “guerra contra la subversión”, admitiendo
“excesos” propios de una “guerra sucia”. Alfonsín quería actuar por los derechos humanos y al
mismo tiempo subordinar las Fuerzas Armadas a su poder; juzgar a los culpables pero no a la
institución, diferenciando entre quienes dictaron las órdenes, quienes las cumplieron, y quienes se
excedieron: concentrar el castigo en las cúpulas y aplicar el criterio de obediencia debida. Se
esperaba que las Fuerzas Armadas se comprometieran con esta propuesta y accedieran a su
depuración. Se estableció una instancia castrense y otra civil y se inició el juicio de las Juntas
Militares, y las cúpulas del ERP y de Montoneros. Pero los militares se negaban a revisar su acción y
a juzgar a sus jefes. El fallo civil condenó a los ex comandantes, negando la justificación por la guerra
y dispuso continuar la acción penal contra los demás responsables. La justicia siguió activa, citando
y encausando oficiales. El gobierno intentó limitar la acción judicial en base a una decisión política:
leyes de Punto Final (límite temporal a las citaciones judiciales, sin apoyo de nadie, que terminó
agudizando el problema) y Obediencia Debida.
En la Semana Santa de 1987 un grupo de oficiales, “carapintadas”, se acuarteló en Campo de
Mayo reclamando una solución política, sin respaldo social. La sociedad demostró su apoyo al orden
institucional, firmando un Acta de Compromiso Democrático y cortó toda posibilidad de apoyo civil
a los amotinados. La civilidad se movilizó, pero los militares no se doblegaron. Alfonsín llegó al
acuerdo de aplicar la ley de Obediencia Debida: se demostró la imposibilidad de la civilidad de
subordinar a los militares, el fin de la ilusión de la democracia.
Por otro lado, el poder de los sindicalistas estaba debilitado por la derrota electoral del
peronismo y por el repudio de la sociedad a las prácticas de la corporación. Además, su institución
estaba debilitada duramente por el régimen militar. El gobierno aprovechó la debilidad para
democratizar los sindicatos (ley de normalización institucional de los sindicatos: voto secreto,
directo y obligatorio, representación de minorías, limitación de la reelección, fiscalización de los
comicios por el Estado). La ley fue aprobada en Diputados pero rechazada en Senadores y el
gobierno acordó nuevas normas electorales y hacia 1985 los sindicatos se habían normalizado. El
poder sindical reconstituido se enfrentó sistemáticamente con el gobierno apoyándose en las
dificultades económicas, por medio de paros generales de la CGT, volviendo al método de “negociar
y golpear”. El gobierno pudo resistir el embate sindical por el apoyo de la civilidad y la escasa presión
de otras fuerzas corporativas.
La apertura de los frentes de oposición incitaron al gobierno a concertar a los sindicatos, nombrar
a uno de sus dirigentes como ministro de Trabajo, y sancionar leyes que organizaran la actividad
sindical. El gobierno obtendría una relativa tregua social porque la oposición quedó dividida. Pero
el poder sindical estaba reconstituido y la ilusión de someterlo a la civilidad se desvanecía.
El Plan Austral
Crisis económica. Incertidumbre, especulación, inflación, déficit fiscal, deuda externa. Economía
estancada, cerrada, ineficiente y fuertemente vulnerable en lo extremo. Los empresarios no estaban
dispuestos a apostar al crecimiento y los grupos económicos concentrados tenían la posibilidad de
bloquear intentos de modificar la situación.
La deuda externa crecía por la acumulación de intereses y el Estado en 1982 había asumido la
deuda de los particulares. El déficit creciente tenía un origen que podía ubicarse en la magnitud del
aparato de servicios sociales en épocas de mayor bonanza pero sobre todo en la reciente caída de
sus recaudaciones por la inflación y la indisciplina de los contribuyentes, y en los pagos al exterior y
las subvenciones que recibían los sectores empresarios ligados. La situación económica afectaba la
propia capacidad del Estado para gobernar. Pero en el momento fue necesario subordinar estas
dificultades a la reconstrucción de un sistema democrático.
La política económica se ajustó a las fórmulas dirigistas y redistributivas clásicas, se re activó el
mercado interno, se movilizó el aparato productivo. Control estatal del crédito, el mercado de
cambios y los precios. Medidas de acción social como el Programa Alimentario Nacional. Se
mejoraba la situación económica de los sectores medios y populares, y se satisfacían las demandas
de justicia y equidad social, logrando la oposición de sectores empresarios y resistencia de la CGT.
Puja distributiva otra vez; insuficiencias de la política económica que no consideraba la radical
transformación de la economía a partir de 1975. La conflictividad social aumentaba y los acreedores
externos estaban disconformes. Sourrouille, nuevo ministro de Economía, comenzó una “economía
de guerra”: Plan Austral en 1985, para superar la coyuntura adversa y estabilizar la economía . Se
congelaron precios, salarios y tarifas, se regularon los cambios y las tasas de interés, se suprimió la
emisión monetaria y se eliminaron los mecanismos de indexación. Se cambió la moneda. Se frenó
la inflación y se ganó apoyo general, no hubo caída de la actividad ni desocupación ni se afectó a los
sectores empresariales, y no se redujeron los gastos del estado. El “plan de todos”.
Pero desde fines de 1985 se advirtió la vuelta de la inflación y las dificultades externas por la
caída del precio de los cereales. Renacieron las pujas corporativas (CGT contra el congelamiento
salarial; empresarios contra el congelamiento de precios; ambos reclamaban contra el Estado). La
reaparición de los viejos problemas indicaba que el cambio había sido insuficiente. Se intentó
reactivar la inversión extranjera, privatizar empresas estatales y desregular la economía, pero todo
chocaba con ideas y convicciones de la sociedad. Cuando se agudizó la conflictividad social, el
gobierno se recostó en los grupos corporativos que antes había combatido. Se renunciaba al sueño
de controlarlos a partir del interés público, y volvían a dominar los intereses particulares.
Los militares desafiaron al poder civil en 1987, sin apoyo social: la democracia estaba salvada, a
costa de la posibilidad de una reforma de la economía encarada democráticamente. El gobierno
encaró un nuevo plan de reformas con el aval de los organismos externos: una reforma impositiva
más dura, una política de privatización, y una drástica reducción de sus gastos. Este intento nació
sin fuerza política, y el peronismo se negó a respaldarlo por el alto costo social. La reconciliación con
las corporaciones no funcionó en el terreno económico, haciendo sentir la falta de gobernabilidad.
La apelación a la civilidad
Los dos grandes partidos tenían en el Congreso la posibilidad de vetarse recíprocamente (los
radicales tenían mayoría en Diputados, y los peronistas en el Senado). Al gobierno se le planteaba
la opción de gobernar efectivamente tensando las cuerdas de la institucionalidad. Era apoyado por
la civilidad, un gran poder al principio por la incivilidad del régimen militar.
La agrupación interna de Alfonsín, el Movimiento de Renovación y Cambio, era una red de
alianzas personales ineficaz para proponer lineas programáticas. Más notable fue la acción de la
Coordinadora (socialistas, antiimperialistas, fe en la movilización) que tuvo una gran capacidad para
organizar y movilizar a la civilidad. La Coordinadora ganó mucho poder y suscitó resistencias
internas. El pacto entre Alfonsín y la civilidad se selló en su campaña electoral. Para la movilización
callejera, la Coordinadora; pero entonces necesitaba intelectuales para que lo asesoraran. Lucha
contra el autoritarismo, democratización; aplicadas en reformas concretas no concretadas pero con
las que logró la iniciativa en la discusión pública. Proyecto democrático y modernizador. Su
apelación a la movilización de la civilidad suscitó dudas sobre su relación armónica con el proceso
de institucionalización democrática. El gobierno debía elegir entre atenerse a las normas
republicanas o combinar el apoyo de naturaleza plebiscitaria como solía hacerse: sus limitaciones
pasaban por la fidelidad al pacto inicial.
La izquierda se nucleó en torno al Partido Intransigente, con el mismo programa de la civilidad y
la democracia, agregando consignas nacionalistas y antiimperialistas que apuntaban a la deuda
externa, y señalando la infidelidad del gobierno al pacto inicial. Este partido fue absorbido por el
peronismo renovado. A la derecha se creó la Unión del Centro Democrático, liberal, como la tercera
fuerza que arbitrara entre radicales y peronistas; la crisis económica y sus críticas al estatismo y
dirigismo le dieron cierto apoyo social. Los partidos y las instituciones reforzaron la institucionalidad
al participar en el terreno de la opinión pública, y luego de las elecciones predominaron los
nacionalistas de derecha que alentaban el acuerdo de políticos y peronistas con los militares y se
oponían al acuerdo con Chile. Por otro lado, fue creciendo la corriente opuesta dentro del
peronismo: la renovación, que combatió con la conducción oficial. En 1985 se dividió el bloque de
Diputados. El peronismo renovador proponía adecuar el peronismo al nuevo contexto democrático.
En el episodio de Semana Santa, los peronistas renovadores manifestaron su solidaridad con
institucionalidad democrática y apoyaron al gobierno. De esta manera se creaba la posible
alternancia entre partidos competidores y copartícipes.
El fin de la ilusión
Este episodio demostró la imposibilidad de subordinar un factor de poder a la civilidad. Por otro
lado Alfonsín perdió la exclusividad de la civilidad, con el discurso del peronismo renovador, que
ganó la mayoría en Diputados y el control de casi todas las gobernaciones en las elecciones de 1987.
Los signos de la crisis pronto reaparecieron, y surgieron voces disconformes con la conducción de
Alfonsín del propio partido.
La cuestión militar tuvo nuevos episodios: el coronel Rico, jefe de aquel alzamiento escapó de su
prisión y volvió a sublevarse, y más tarde se rindió; el coronel Seineldín hizo una nueva sublevación
y reclamó amnistía y reivindicación de la institución. El Ejército compartía sus ideas y se negaba a
reprimirlo. Un grupo terrorista asaltó el cuartel de La Tablada y el Ejército aprovechó la ocasión para
hacer una demostración de fuerza.
La cuestión política tampoco cerró satisfactoriamente para la civilidad democrática. Crecía la
figura de Cafiero, jefe del grupo renovador que había modelado el peronismo a semejanza del
alfonsinismo. Menem logró reunir a todos los segmentos del peronismo explotando su figura de
caudillo tradicional, y logró su candidatura a Presidente. Tejió en privado alianzas con los intereses
corporativos y en público apeló al mundo de los “humildes” con un mensaje mesiánico,
testimoniando la realidad social dominada por la miseria y la marginalidad. Angeloz, su competidor
radical, era más liberal, mientras que Menem prometía volver a la redistribución. El gobierno lanzó
un plan económico “Primavera” para llegar a elecciones con la inflación controlada (congelamiento
de salarios, precios y tarifas, reducción drástica del déficit estatal para lograr el apoyo de los
acreedores externos), que marchó con graves dificultades y logró una situación explosiva. El Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional anunciaron que no respaldarían al gobierno, que anuló
la devaluación del peso. El Partido Justicialista obtuvo un rotundo triunfo y Carlos Menem asumió
la presidencia. Alfonsín renunció seis meses antes del traspaso del gobierno por incapacidad para
lidiar con las tensiones sociales que causaba la hiperinflación.
Ajuste y reforma
Asume Menem en un clima de alta tensión social generada por la hiperinflación que exponía la
incapacidad del gobierno. Para enfrentar la crisis existía la receta genérica: abrir las economías
nacionales para insertarlas en el mundo globalizado y desmontar los mecanismos del Estado
benefactor e interventor costosos e ineficientes. Había una convicción generalizada de que la
democracia por sí sola no solucionaba los problemas económicos. La ineficiencia se debía a la alta
protección del mercado local y al subsidio otorgado a todos los que habían asegurado su parte en
la puja distributiva. Déficit crónico por la recurrencia a la emisión e inflación. Se discutía si la crisis
era del modelo o si se debía al endeudamiento generado durante el Proceso. La receta difundida
por los organismos internacionales implicaba la reducción del gasto estatal y el retiro de su
participación (privatizaciones) y tutela para la apertura competitiva internacional, y era resistida por
todos los protegidos por el Estado y por quienes asociaban las reformas con la dictadura militar.
El nuevo presidente podía terminar como Alfonsín, devorado por un Estado en desintegración.
Dada la conmoción social tan fuerte, existía una necesidad de orden público y estabilidad muy
grande, la solución hasta entonces rechazada resultaba apetecible. Menem debía ganarse su apoyo;
durante la campaña había prometido el “salariazo” y la “revolución productiva” en un estilo
peronista viejo. Fue fiel al pragmatismo y se pronunció a favor de la receta liberalista y aperturista.
Confió el Ministerio de Economía a los gerentes del más tradicional de los grupos económicos,
Bunge y Born. Buscó convencer con acciones simples, toscas, brutales y destructivas. Para ganar
margen de maniobra, lanzó la ley de Emergencia Económica, suspendiendo subsidios, privilegios,
promociones, y autorizando el despido de empleados estatales, y la de Reforma del Estado para
privatizar en masa. Amplió la Corte Suprema y obtuvo mayoría. Las privatizaciones conseguían
fondos frescos, y se aceptaban títulos de la deuda externa a un valor más alto que el de mercado.
Las nuevas empresas aumentaron tarifas, fueron escasamente reguladas y estuvieron en una
situación monopólica. La apertura económica se realizó sin un criterio general entre reducir la
inflación importando productos baratos y mejorar la recaudación fiscal cobrando derechos
elevados. Se aumentaron los impuestos al Valor Agregado y a las Ganancias para aumentar la
recaudación, pero en detrimento de la mejora del ahorro, la inversión y la equidad social.
En los dos primeros años no logró alcanzarse la estabilidad y la inflación se mantuvo alta. A partir
de la segunda hiperinflación de 1989 el ministro de Economía González se apropió de los plazos fijos
y los cambió por largo plazo en dólares: Plan Bonex. Restringió al máximo los pagos del Estado y la
circulación monetaria y se redujo la inflación a costa de una fuerte recesión.
Los que rodeaban al presidente podían impulsar algunas decisiones del gobierno y este
mecanismo se utilizó ampliamente con impunidad. El escándalo Swiftgate fue uno de estos casos,
pero la perjudicada en una operación de chantaje era una empresa norteamericana y el propio
gobierno estadounidense se movilizó. Renunció todo el gabinete, y Cavallo asumió como ministro
de Economía. Encaró el programa de reformas de una manera más ambiciosa y despegado de
empresarios y acreedores. Aprobó la trascendente Ley de Convertibilidad (un dólar equivalía a un
peso), limitando la emisión monetaria. Realizó una reducción general de aranceles concretando la
apertura económica con resultados muy exitosos. La Argentina volvió a ser confiable para los
inversores. Con la mejora en la recaudación y la entrada al país de inversiones extranjeras se saldó
el déficit estatal, las empresas se reequiparon y aumentó el consumo interno, aumentando la
confianza y el optimismo.
El equipo gobernante pudo despreocuparse de la inestabilidad y la falta de credibilidad y encarar
más reformas con más prolijidad y firmeza: venta de empresas del Estado con garantías de
competencia, mecanismos de control, venta de acciones a particulares y participación sindical. Los
ingresos obtenidos se destinaron a saldar las deudas con los jubilados. Cada trabajador pasaría a
tener una cuenta de ahorro propia administrada por una empresa privada, y frente a algunas
resistencias se decidió mantener en parte el régimen estatal. Reforma de los regímenes laborales,
un campo en el que el gobierno apenas avanzó, con la desregulación de las obras sociales. Con los
gobiernos de las provincias se firmó un Pacto Fiscal para que compartieran la política de reducción
de gastos pero se tuvo una amplia tolerancia con los recursos que esos gobiernos usaban para el
clientelismo político. Creció el Producto Bruto, se expandió el consumo, la inflación cayó, creció la
actividad económica y el Estado mejoró su recaudación y tuvo un par de años de superávit fiscal.
Pero subió el desempleo: cada privatización implicaba despidos masivos (estas empresas habían
acumulado cantidades excedentes de empleados como fruto del choque de intereses entre
administradores y sindicalistas), y las empresas privadas tenían que reducir los costos para competir
con los productos importados a partir de la apertura económica. Otros sectores eran golpeados por
el congelamiento de sus haberes: los jubilados y los empleados estatales por el encarecimiento de
los servicios públicos, por el cierre de sus establecimientos o por los cortocircuitos financieros de
varios gobiernos provinciales. Manifestaciones públicas de descontento. Medidas paliativas:
aumento de programas sociales, atenuación de la apertura económica, subsidios, reintegros y
compensaciones a los sectores exportadores, y las empresas contratistas participaron en
condiciones ventajosas de las privatizaciones.
Los sectores empresariales advertían los límites de la transformación, más eficaz en la
destrucción de los viejo que en la construcción de lo nuevo. Las empresas más grandes se habían
reestructurado eficientemente, pero por la sobrevaluación del peso sus costos estaban encarecidos,
y solo podían tratar de reducir los costos salariales (que eran altos por la Ley de Convertibilidad,
aunque sus beneficiarios no lo apreciaran). El alud de productos extranjeros generó un déficit
comercial, y crecía el déficit fiscal por la reaparición de mecanismos de asistencia a los trabajadores.
La convertibilidad había regenerado la vulnerabilidad exterior de los fondos de inversión.
Menem se dedicó a adueñarse del poder del Estado a partir de las dos leyes iniciales y la
ampliación de la Corte Suprema. Removió a todos los miembros del Tribunal de Cuentas y al Fiscal
General, nombró por decreto al Procurador General de la Nación, redujo el rango institucional de la
Sindicatura General de Empresas Públicas y desplazó o reubicó a jueces o fiscales. Cuando el
Congreso empezó a cuestionar algunas de sus iniciativas, combinó una disposición a negociar con
una afirmación de la autoridad presidencial usando vetos y Decretos de Necesidad y Urgencia.
Menem así tenía un estilo de gobierno “más propio de un príncipe que de un presidente
republicano”. Trazaba las líneas generales de la administración pero delegaba en sus colaboradores
los aspectos específicos que lo aburrían. Continuó haciendo vida de soltero, transgrediendo las
convenciones y las normas policiales. Luego de la separación de su esposa se hizo más sedentario y
transformó la residencia presidencial en una corte de orígenes variados con la que recorría el
mundo. La fidelidad se retribuía con protección e impunidad, y también repartiendo el botín. La
corrupción cimentó un pacto entre los miembros del grupo gobernante, y era practicada
ostentosamente. El país estuvo gobernado por una banda. Menem y Cavallo se armonizaron y se
potenciaron: la suma de la arbitrariedad y el eficientismo a costa de las instituciones republicanas.
Los viejos peronistas pedían preocupación por los aspectos sociales. Cavallo quería salvar las
formas y la seguridad jurídica, y comenzó a competir con Menem. Narcogate: implicación de la
Directora de audiencias en el tráfico de armas, que embistió frontalmente contra el empresario
Yabrán, especializado en servicios postales y allegado al círculo presidencial. El peronismo de 1989
había perdido el carácter de movimiento para ser simplemente un partido político; se atenuó la
identificación de peronismo con el pueblo, pero la solidez de la identidad peronista se mantuvo.
Menem utilizó el rol compuesto de jefe partidario y presidente para mandar sobre dirigentes y
cuadros acostumbrados a obedecer aunque expresaran sus disidencias, y reunió apoyos fuera del
movimiento. Sabía comunicarse con la gente en general e ingresó en el campo de la videopolítica.
El movimiento renovador se disolvió y muchos se incorporaron a la caravana menemista. Cafiero
debió ceder la presidencia del partido a Menem y la gobernación de Buenos Aires a Duhalde.
Menem logró la adhesión de otros sindicalistas que entendían los beneficios de plegarse al
reformismo y los costos de no hacerlo. Menem lanzó nuevos dirigentes y convenció de que el
peronismo tenía nuevo jefe. Las reticencias iniciales se apagaron y se habló de la “actualización
doctrinaria” del peronismo (decía que Perón habría hecho lo mismo).
Fuera del peronismo, la oposición política fue mínima: la UCR no pudo remontar el descrédito de
1989 y no podían sustentar un argumento opositor con las diferencias ejecutivas en la política
reformista. Menem había hecho contactos con los carapintadas, en especial con Seineldín, en sus
tiempos de campaña y los indultó dentro de su política de reconciliación, y también a los ex
comandantes, pero no introdujo ninguna modificación sustancial en la conducción del Ejército como
reclamaban los “carapintadas”. Seineldín se levantó en 1990 y fue duramente reprimido por los
mandos militares, que esta vez respondieron, y los responsables fueron juzgados.
El mando del Ejército fue asumido por Balza, un jefe que mantuvo la disciplina y la subordinación
del Ejército en circunstancias difíciles. El presupuesto militar fue podado, se privatizaron muchas
empresas militares y se suprimió el servicio militar obligatorio. Balza realizó una autocrítica con
respecto a lo sucedido en el Proceso.
La Iglesia reclamó políticas de sentido social, reformas que fueron moderadas por el cardenal
Quarracino, acompañado por Menem en el rechazo al aborto. También fue apoyado por los
presidentes norteamericanos: la Argentina abandonó el Movimiento de Países No Alineados, se
clausuró el Proyecto Cóndor de construcción de misiles, se respaldaron las posiciones
internacionales norteamericanas y se acompañó en las empresas militares norteamericanas (con el
costo de los atentados terroristas a la AMIA y a la Embajada de Israel). Se iniciaron negociaciones
con Inglaterra, dejando en paréntesis la cuestión de las Malvinas, y se zanjaron las cuestiones con
Chile. Menem viajó por el mundo luciendo su imagen de vencedor.
El gobierno enfrentó pocas resistencias: los sindicatos se movilizaron solo para defender sus
propios privilegios, y hacia la campaña para la reelección, el gobierno fue sensible a sus protestas.
Menem logró la reforma constitucional para ser reelecto, encontrando reticencias de quienes
aspiraban a sucederlo en su partido, y en el establishment económico, pero sobre todo en el
Congreso. Menem logró la aprobación del Senado, convocó a una consulta popular y amenazó con
hacer aprobar la ley por una interpretación jurídica de la Constitución.
La UCR estaba a la defensiva, sin planes y dividida: los gobernadores provinciales dependían del
fisco nacional, mientras que Alfonsín se oponía. Menem y Alfonsín se reunieron en secreto y
acordaron impulsar la reforma constitucional con la cláusula de reelección y reducción del margen
de la hegemonía presidencial (ballotage, reducción del mandato a cuatro años, con una reelección,
creación del cargo de Jefe de Gobierno, designación de los senadores por voto directo). El
justicialismo perdió algunos votos, y la UCR perdió muchos en beneficio del Frente Grande:
peronistas disidentes, grupos socialistas y demócrata cristianos, y militantes de organizaciones de
derechos humanos.
Comenzaron a notarse los efectos de la suba de las tasas mundiales de interés y Cavallo lanzó la
Segunda Reforma del Estado (nuevas privatizaciones, ajuste de las transferencias de fondos a las
provincias), pero los peronistas históricos decían que había que actuar en función de las próximas
elecciones. Duhalde participó de esta peronización del gobierno. Crisis mexicana del tequila: México
devaluó su moneda y hubo un retiro de fondos internacionales de la Argentina. Déficit fiscal,
recesión, desocupación, frente a lo que se dio una poda presupuestaria, la reducción de sueldos
estatales, un fuerte aumento de impuestos y apoyo de los organismos internacionales. Menem
encarnaba el orden y la estabilidad en las nuevas elecciones, en las que se enfrentó al FREPASO
(Frente Grande y un movimiento peronista dirigido por Bordón). Menem-Ruckauf derrotó a Bordón-
Álvarez por la mitad de los votos.
Comenzó el declive. Era acosado de muchos lados, sobre todo del peronista. El sistema bancario
pudo ser salvado de la crisis del tequila a costa de una concentración y extranjerización. Las
empresas pudieron superar los problemas derivados de la sobrevaluación del peso por la fuerte
caída de los salarios reales y la mejora en la productividad. La desocupación se instaló
definitivamente. Por otro lado, la deuda externa crecía sostenidamente y la economía argentina
dependía fuertemente de los capitales externos. Terminaron los tiempos de la afluencia fácil de
capitales externos, y la restricción generó la suba de las tasas de interés, recesión, penuria fiscal y
mayores dosis de ajuste y reforma, quedando poco margen para el clientelismo de Menem: el
gobierno quedó atrapado entre las exigencias de mayor ajuste y los reclamos crecientes de una
sociedad que iba recuperando su voz.
Cavallo inició una serie de privatizaciones, declaró la emergencia provisional y restringió los
fondos transferidos a los gobiernos provinciales, que debieron sacrificar fuentes de clientelismo y
realizar sus propios ajustes (privatización, transferencia a la Nación de sus sistemas jubilatorios,
reducción de las plantas de empleados). El peronismo tradicional reclamó contra una política poco
peronista por el malestar social y atacaron al ministro. Cavallo se enfrentó con la banda gobernante
por la Ley de Patentes Medicinales (Menem defendía a su lobby de laboratorios locales, y Cavallo
seguía las políticas norteamericanas), y por la privatización del correo. Cavallo acusó a Yabrán y a
otros ministros cercanos al presidente, e instaló en la discusión pública el tema de la corrupción
gubernamental. Menem lo relevó y lo reemplazó por Fernández, que presidía el Banco Central, y no
tenía pretensiones políticas y estaba exclusivamente preocupado por ajustar las cuentas fiscales,
subiendo el precio de los combustibles, elevando el Impuesto al Valor Agregado, reduciendo el
número de empleados públicos, recortando el presupuesto e impulsando las privatizaciones.
Fernández chocó con resistencias en el sector político del gobierno preocupado por las futuras
elecciones. La legislación sobre flexibilización laboral no fue aceptada por el Congreso, Menem
intentó sortearlo por medio de un Decreto de Necesidad y Urgencia que fue objetado por la justicia.
En 1997, dejó de lado la reforma y pensó en los votantes. Llegó a un acuerdo con los gremialistas
garantizándoles el monopolio en la negociación de los convenios colectivos, con unos artículos
vetados por Fernández para lograr la aprobación de los empresarios. Fernández también rechazó
un fondo de mejoramiento salarial para los docentes y un proyecto de construcción de autopistas,
defendiendo el criterio del contador, debido a los derrumbes de los mercados emergentes, entre
los cuales había algunos del Mercosur, que provocaron la contracción de las exportaciones y desató
una oleada de reclamos de protección.
La crisis de 1988 fue más profunda y prolongada que la del tequila: aumento de los intereses de
la deuda, escasez y alto costo del crédito, caída de los precios de productos exportables y recesión
interna. Trasnacionalización. El gobierno legó a su fin con un gran déficit, y comenzó a sufrir una
oposición social cada vez más activa. Las tensiones sociales de la crisis se manifestaban en
movilizaciones, huelgas, “cacerolazos”. La Iglesia sumó su voz a las protestas tras el reemplazo de
Quarracino. Los gremios docentes instalaron una “carpa blanca” frente al Congreso como una
noticia permanente. También hubo cortes de ruta (piqueteros) por la privatización de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales. El gobierno a veces apeló a la Justicia y a la Gendarmería; a veces negoció
(Planes Trabajar).
El gobierno también sumó problemas en su frente interno: resurrección del peronismo histórico.
Duhalde anunció su postulación, pero Menem lanzó su candidatura informalmente. Cavallo
denunciaba los negocios ilícitos y la corrupción gubernamental se hizo pública. Hubo un destape
impulsado por el periodismo indagador y la guerra interna del peronismo. Caso Cabezas: un
periodista fue asesinado y su cuerpo fue dejado en la residencia de Duhalde; la investigación llegó
a Yabrán, a quien Cabezas había fotografiado, y a Menem; Yabrán se suicidó.
El justicialismo sufrió una derrota en las elecciones legislativas. Menem intentó su reelección por
medio de una interpretación caprichosa de la Constitución, un plebiscito que demandara la reforma
constitucional, una presión a los gobernadores para alinearlos detrás de sí y dejar desamparado a
Duhalde. La oposición vislumbraba el éxito electoral. Los peronistas abandonaron a Menem, y este
desistió de su candidatura (luego intentó nuevamente, pero la Justicia declaró que su proyecto era
ilegal).
El peronismo llegó a las elecciones sin líder y perdió. El FREPASO (disidentes del PJ y la UCR, la
Unidad Socialista y otros pequeños grupos provenientes de la izquierda o el populismo) nunca llegó
a tener una inserción territorial ni organización suficientes, pero entusiasmó a muchos buscando
una renovación política y humana, y la constitución de una fuerza de centroizquierda alternativa de
los dos partidos tradicionales, acentuando en los problemas sociales y las cuestiones éticas y
políticas). La UCR pasó la crisis y superó las divisiones internas obteniendo éxitos electorales con
Fernando de la Rúa electo como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La UCR y el FREPASO
confluyeron en la Alianza para la Justicia, el Trabajo y la Educación, triunfando en las elecciones
legislativas.
La Alianza avanzó mientras el justicialismo sufría sus luchas internas, y puso el acento en la
recuperación de la equidad social y las instituciones republicanas y la lucha contra la corrupción. De
la Rúa-Álvarez venció a Duhalde-Ortega, con límites en el poder político (la Alianza tenía mayoría en
Diputados, y el justicialismo en el Senado y controlaba la mayoría de las gobernaciones) y la
condición de la crisis económica, y la dificultad de transformar una alianza electoral en una fuerza
gobernante.
Hechos impactantes
La caída del Muro de Berlín dio comienzo al período actual del mundo, al Nuevo Orden
Internacional, marcando el fin de la Guerra Fría (enfrentamiento tácito) e iniciando el
desmembramiento de la URSS. El capitalismo se transformó en el sistema económico-político
dominante en el mundo. Las naciones latinoamericanas realizaron reformas neoliberales en sus
economías expresadas en el Consenso de Washington (documento que intentaba afrontar los
desastres económicos de los países latinoamericanos en la década de 1980: inflación, déficit, falta
de fondos). En el siglo XXI creemos que no nos fue bien aplicando esas políticas.
Ataque terrorista a las Torres Gemelas y al Pentágono. Enfrentamiento religioso y cultural
distinto al ideológico-político que había caracterizado a la Guerra Fría: Choque de Civilizaciones
(Huntington: el futuro de la paz depende de la comprensión y cooperación entre los líderes políticos
e intelectuales de las principales civilizaciones del mundo; existen ocho civilizaciones: sínica,
islámica, hindú, occidental, latinoamericana, africana, ortodoxa y japonesa). En Argentina:
incertidumbre, reaparición de algunos rasgos negativos del pasado, pero eficiente funcionamiento
del sistema democrático. En 2001 Argentina sufrió una crisis de gran magnitud; De La Rúa tuvo que
abandonar el cargo y ocurrió una crisis de representatividad manifestada por una sucesión rápida
de siete presidentes.
Final de la Guerra Fría y la caída del comunismo, los Estados Unidos como potencia hegemónica
mundial, el Eje del Mal, las guerras unilaterales impulsadas por los Estados Unidos, avances
tecnológicos en las comunicaciones, globalización de los mercados financieros, planificación global
de las empresas transnacionales, procesos de integración económica regional, desigualdad en la
distribución del ingreso a escala mundial y dentro de los países, movimientos migratorios hacia los
países más ricos, problemas medioambientales, narcotráfico y tráfico de armas, guerras étnicas, el
fundamentalismo integrista islámico y el terrorismo suicida.
El mundo actual
Dos etapas: hasta septiembre de 2001, con los atentados terroristas en Estados Unidos, y desde
esa fecha hasta la actualidad. El primer período está caracterizado por la solución rápida de casi
todos los problemas internacionales graves y la aceleración de la globalización, con raíces científico-
culturales (evolución de las comunicaciones, la informática y la electrónica) y económicas
(internacionalización de la producción por parte de las empresas transnacionales). El segundo
período, la potencia hegemónica define el terrorismo como su principal enemigo, e invade Iraq sin
el aval de las Naciones Unidas; la globalización sigue vigente pero ha perdido el ritmo vertiginoso.
Complejidad política, inestabilidad económica, desigualdad social, heterogeneidad cultural en
conflicto.
Económicamente inestable
Durante los 80 el país estrella fue Japón, y el gran perdedor, Estados Unidos: déficit y bajo
crecimiento de la productividad. A principios de los 90, la productividad de la economía
norteamericana se disparó: tecnologías de la información. Los países emergentes implementaban
reformas capitalistas y crecían a tasas mayores que los industrializados. En 2000, la economía de la
información llegó a su techo coincidiendo con los atentados de septiembre de 2001. Krugman
responsabiliza a la dirigencia norteamericana por su falta de liderazgo e incapacidad de previsión.
Incapacidad económica, falta de previsibilidad, déficit fiscal y comercial, elevación del precio del
petróleo (la guerra se desarrolla en zonas con este recurso). Las crisis mundiales de 1973 y 1979
habían surgido de conflictos económico: reformas liberales.
Tres grandes centros de poder económico mundial: América del Norte, Europa y Asia. Cambio de
eje geoeconómico mundial hacia China. Durante el siglo XX, fracaso de los modelos de organización
colectivistas o comunistas con el derrumbe económico del modelo soviético. El capitalismo se quedó
sin contrapartida hace a uno más cruel y más global: búsqueda de mercados, crecimiento del poder
empresarial privado, aumento de las desigualdades. Desocupación y exclusión social en paralelo a
la concentración del ingreso. La intervención estatal es limitada (en el capitalismo anglosajón que
enfatiza lo económico y minimiza el Estado; en el capitalismo renano se pone el acento en lo social
y el Estado es más contenedor). El aislamiento sería más costoso que adaptarse a las reglas del
capitalismo global. En Europa se da un envejecimiento de la población y una carga de la población
pasiva sobre la activa, escasa natalidad, reorganización de la familia. Inmigración como fuerza de
trabajo y amenaza cultural.
La competitividad hace más o menos atractivas las inversiones. Inestabilidad de los mercados
financieros internacionales. En los 80 América Latina tuvo un pésimo desempeño económico.
Conformación del Mercosur para enfrentar los problemas regionales. En los 90 se retorna al sendero
del crecimiento económico y la modernización bajo el costo del aumento de la desigualdad y la
desocupación. Incorrectas políticas económicas. Actualmente las perspectivas latinoamericanas son
más favorables. El problema es conciliar crecimiento económico con equidad. Desarrollo
sustentable. La economía mundial depende de la demanda de importaciones por parte de China y
de la tasa de interés de referencia de los Estados Unidos. Los factores de riesgo son económicos,
geopolíticos, sociales y ecológicos.
Socialmente injusto
Globalización
Impacto sobre la actividad humana que trasciende las fronteras nacionales: fuerza positiva y
negativa. A América Latina le fue bien hasta la Crisis del Tequila, y luego mal, durante los 90; se pasó
del discurso neoliberal a uno más social. El capitalismo globalizador frenó un poco con los atentados.
Características de la Globalización: revolución tecnológica permanente y planificación mundial de la
producción económica.
Economía
Síntesis
Globalización: término nuevo, aunque el fenómeno descripto no sea; vigencia del modelo
capitalista sin contrapartida y replanteo de la idea de Estado-nación; economía del conocimiento;
avances tecnológicos, cambios en las relaciones humanas, desigual distribución de recursos (riqueza
y conocimientos).