El Realismo Dialéctico
El Realismo Dialéctico
El Realismo Dialéctico
EL EDUCADOR EDUCADO
La vida descubre que el que juega inicialmente el papel de
educador también necesita ser educado, observa la tesis III
sobre Feuerbach, anota Sánchez Vázquez. Desde la Ilustración,
Goethe y Herder, las utopías se han concebido como una vasta
empresa educativa que disipa prejuicios: el educador es el
filósofo que asesora al déspota ilustrado, o el eterno
conductor de las masas partidistas o materia pasiva. Para Marx,
por lo contrario, los papeles cambian: son productos de unas
circunstancias, y las circunstancias cambian, y también son
producto de sí mismos. Estos brincos sociales y la misma praxis
enseñan que los papeles de maestro–discípulo varían (todos los
agentes históricos son activo–pasivos, y el cambio de normas
también cambia al sujeto). Aceptar estas premisas es
indispensable para la práctica revolucionaria, nacida de la
contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones
de producción, donde las primeras ocupan el lugar subordinado
en tanto clase social. Si se desata la revolución comunista,
se encargará de abolir la organización clasista mediante la
supresión de la propiedad privada de los medios de producción.
La teoría–práctica deseable de la revolución va señalando los
objetivos sociales y los participantes activos que aspiran a
una vida colectiva en instituciones más justas. La misión del
resto de quienes se creen supuestos líderes es "nada" (Marx)
(Sánchez Vázquez, 1980: 342). O sea que la creatividad social
o praxis "está impregnada de un profundo contenido moral"
(Sánchez Vázquez, 2003: 469).
La creatividad creadora
Sánchez Vázquez divide la praxis en creadora y reiterativa,
habitual o imitadora. La creatividad tiene grados hasta llegar
al producto nuevo y único. Aunque la creación siempre presupone
la praxis reiterativa, no basta con repetir una solución
constructiva fuera de los límites de su validez. Tarde o
temprano deben encontrarse otras soluciones que generarán
nuevas necesidades, las cuales impondrán nuevas exigencias. La
creatividad emparienta la praxis espontánea y la reflexiva.
Los vínculos entre ambas no son inmutables, porque la
espontánea no carece de creatividad y la praxis reflexiva puede
estar al servicio de la reiterativa. Además, existen grados de
conciencia, los que revela el sujeto en su práctica y los
implícitos en el producto de su actividad creadora.
La revolución y la filosofía de la praxis
Hemos llegado a la famosa tesis XI de Feuerbach: "Los filósofos
se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de
lo que se trata es de transformarlo" (Sánchez Vázquez, 2003:
164), en la cual el pensador marxista exiliado en México
localiza el acta de nacimiento de la praxis. Contra la
tradición que despreció las prácticas y a la filosofía misma,
ahora ésta no es un saber contemplativo que, por regla general,
acepta, justifica y apuntala el statu quo, sino que el mundo
además de ser interpretado por la filosofía, lo es también de
su acción revolucionaria. No se trata de que, en sí misma, la
filosofía modifique la realidad; sí de que coadyuve a este
propósito.
Para destruir tantas falsas ilusiones, el filósofo debe
observar: las condiciones reales, históricas, los procesos
productivos vigentes, la distribución (que en ciertas épocas
llamó "formas de intercambio") (Sánchez Vázquez, 2003: 168) y
el consumo de bienes de primera necesidad, así como de los
tipos de fuerzas productivas; observar los condicionamientos
del Estado y las formas ideológicas prevalecientes, así como
las relaciones dialécticas o sistémicas. Marx entrevió el
comunismo ("proyectil lanzado a la cabeza de la burguesía")
(Sánchez Vázquez, 2003: 390), como solución a los antagonismos
de clase: anulará y superará el estado de cosas que, llevadas
a su extremo, sin acciones contestatarias, terminarían con la
humanidad: los 72 días de la Comuna de París siguen floreciendo
(en su papel destinado a abolir las clases, los revolucionarios
no pertenecen a una clase específica, sino que son
representantes de la sociedad frente a la clase dominante).
Desde el tiempo vital de Marx hasta el presente, el comunismo
ha sido una propuesta que mantiene su vigencia. Así también,
el corte ideológico–epistemológico de la tesis XI mencionada,
afirma el marxismo como praxis revolucionaria y como filosofía
de la praxis: no sólo reflexiona acerca de la praxis, sino que
nace de la práctica misma. Sánchez Vázquez ejemplifica.
El Manifiesto del Partido Comunista es un documento teórico y
práctico que explica y fundamenta la praxis revolucionaria,
trazando fines, estrategias, tácticas y críticas a las falsas
concepciones sobre el socialismo y el comunismo. Marx ilustra
las contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones
productivas que generaron la Revolución Capitalista; la lucha
de clases como respuesta a la violencia u opresión que ejerce
la clase dominante contra otras y sus fracciones, en suma, en
el Manifiesto del Partido Comunista tenemos un caso
ilustrativo del marxismo como teoría de la praxis
revolucionaria o cambio radical del mundo. Además, pone en
claro la misión histórica de los agentes de la praxis, la
retroalimentación entre teoría y práctica. Después de la citada
tesis XI y de otras precisiones de Marx, Sánchez Vázquez divide
históricamente a las filosofías en las que argumentan en falso
su conciliación con la realidad (por ejemplo, Hegel) y las que
se vinculan real y conscientemente con las prácticas
revolucionarias. Éstas son una guía teórica, o parte de una
guía para la transformación radical del mundo social, aunque
en sí mismas no alcancen directamente consecuencias sociales.
Su función es ser el arma teórica para replantear de raíz la
sociedad. Tales filosofías cumplen una función ideológica.
No se tome "ideología" en la acepción estrecha de falsa
conciencia, sino como una toma de posición clasista de carácter
cognoscitivo. En "La ideología de la neutralidad ideológica en
las ciencias sociales", Sánchez Vázquez sostiene que, en tanto
ideología, las ciencias sociales se destinan al desarrollo,
mantenimiento y reproducción de las relaciones sociales de
producción, o a su destrucción: son terrenos de posturas
opuestas. Sin embargo de "que una ideología puede ser una
conciencia falsa, no toda conciencia falsa de por sí es
ideología" (Sánchez Vázquez, 2003: 275). El conocimiento no es
sinónimo de imparcialidad, sino de teorías fundamentadas en
razones, comprobables, que incluyen pero no se reducen a una
mera conciencia clasista; el ejemplo paradigmático al respecto
es la explicación marxiana de la plusvalía.