El Realismo Dialéctico

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EL REALISMO DIALÉCTICO

La verdad fundamental que subraya la prioridad del mundo real


no puede ser una negación de los conocimientos subjetivos.
Conocer no es solo "reflejar" el mundo real, sino también
alterarlo e interpretarlo en algún modo. Hay una relación
dialéctica entre el mundo real que conocemos y nuestra
subjetividad.

Hubo un materialismo denominado mecanicista, este no le da


importancia a la creatividad, no le da importancia a la
vocación, podemos ubicar aquí a los empiristas que ven en la
experiencia el único origen del conocimiento, en sicología se
pueden considerar a los conductistas, como el representante de
este materialismo. Los mecanicistas, no le dan a la voluntad
su verdadero papel, caen en un fatalismo al darle el mismo
carácter a la ley de la naturaleza y a las leyes de la sociedad
y la humanidad.

Las leyes de la sociedad y de la humanidad tienen una peculiar


objetividad: no se activan sino es con práctica social. Esta
manera de ver la realidad conllevaba a una manera anti
dialéctica de ver el mundo, El realismo dialéctico o
materialismo dialéctico es una concepción optimista en lo
referente al conocimiento del mundo y les da una relativa
independencia a los frutos de la conciencia humana, incluyendo
en esta a la voluntad, a la inteligencia, y la emotividad,
todas ellas tienen fuerza, son como los llamados catalizadores,
ayudan a detener el progreso como a favorecerlo.

Para este realismo la conciencia puede perfectamente dirigir,


crear, e incluso destruir con su poder el mundo social y natural
en el que vivimos. Este tipo de concepción está en contra de
todo fatalismo (del latín "fatalis': funesto) esta Concepción
fatalista se basa en un determinismo ciego, en una causalidad
que niega completamente la libertad del ser humano para que
este, haga su propio destino.
REALISMO CRÍTICO
El ámbito social es un aspecto que subyace en toda narración
realista pero, en algunas obras, se convierte en eje central
del argumento, favoreciendo una interpretación consciente de
la realidad y promoviendo la toma de postura ante fenómenos y
problemas sociales. Se trata de una corriente muy desarrollada
en los últimos años, como contrapartida a un tipo de literatura
ingenua y bondadosa, que prefería ignorar los problemas del
mundo y mostrar una sociedad idílica y falsa, carente de
sentido crítico o capacidad de denuncia.

Algunos de los temas más tratados en estas obras son: derechos


humanos y pacifismo, defensa del medio ambiente, feminismo,
marginación, interculturalidad...

Frente a posibles maniqueísmos y simplificaciones, esta


literatura con valores debe mostrar diversos puntos de vista y
opiniones. Sólo desde la pluralidad es posible desarrollar
criterios propios.

Es preciso eludir las posibles tentaciones didácticas y


promover la gratuidad de la lectura. La literatura ha de
reflejar cuanto sucede en el mundo, pero no debe convertirse
en una oferta de soluciones a la carta, un nuevo medio de
adoctrinamiento.
FENOMENOLOGÍA
1. es una forma de filosofía que estudia el mundo respecto a
la manifestación de los seres y acciones.
2. Aquello con escencia y perceptible puede ser estudiado
con la fenomenología
3. La fenomenología es una corriente filosófica, muy amplia
y diversa, por lo que difícilmente valdrá una sola
definición para todas sus vertientes. Sin embargo, es
posible caracterizarla como un movimiento filosófico que
llama a resolver todos los problemas filosóficos apelando
a la experiencia intuitiva o evidente.
4. La fenomenología asume la tarea de describir el sentido
que el mundo tiene para las personas,
5. Esta aunada con el empirismo pues la fenomenología, es el
cuerpo de conocimiento que relaciona entre sí distintas
observaciones empíricas de fenómenos, de forma
consistente con la teoría fundamental, pero que no se
deriva directamente de la misma
Edmund Husserl
Edmund Gustav Albrecht Husserl Prossnitz, 8 de abril de 1859-
Friburgo, 27 de abril de 1938, filósofo moravo, discípulo de
Franz Brentano y Carl Stumpf, fundador de la fenomenología
trascendental y, a través de ella, del movimiento
fenomenológico.
INICIOS
Como se decía al inicio, Husserl es cada vez más consciente
del carácter de ciencia fundante de la fenomenología. Así lo
manifiesta claramente en 1913 en el primer volumen de Ideas y
en el discurso de toma de posesión de su cátedra en la
Universidad de Friburgo en Abril de 1916
El objetivo último que Husserl busca es la clarificación y
fundamentación de todo conocimiento y si la filosofía es
concebida como una ciencia fundada absolutamente, este comienzo
tiene que ser absolutamente eviPor tanto, es necesario un
método que nos permita buscar un conocimiento o evidencia
absolutos. Dente, indubitable, claro.
Método fenomenológico.
Fue propuesto por Edmundo Husserl. El método fenomenológico
consiste en:
• Examinar todos los contenidos de la conciencia
• Determinar si tales contenidos son reales, ideales,
imaginarios, etc.
• Suspender la conciencia fenomenológica, de manera tal que
resulta posible atenerse a lo dado en cuanto a tal y describirlo
en su pureza.
Lógica pura.
La lógica Europea tendía, desde los tiempos de Hume, a
reducirse a una forma de la psicología.
Para Husserl las ideas que describen los psicólogos son ideas
vagas, individuales y subjetivas. Mientras que las ideas de la
lógica son, por lo contrario, precisas, universales y
objetivas.
La crítica del psicologismo.
El psicologismo lleva a la negación de la lógica misma que
quería afirmar en un principio.
Si la lógica es la base verdadera de todas las ciencias, puesto
que no hay ciencia que se contradictoria, la psicología no solo
es la base de la lógica sino que es una ciencia particular, y,
como todas las otras ciencias, depende de la lógica.
El psicologismo, en efecto, es el tipo de lógica que quiere
fundarse en los hechos puros sin tener en cuenta la existencia
de principios universales. Estructura Intencional de la
Conciencia
La conciencia
Fenomenológicamente no es posible concebir la conciencia como
estructura interna del sujeto que espera ser afectada por los
objetos. Toda aprehensión que la conciencia tenga del objeto
constituye ya una actividad de ésta, así sea de manera pasiva
la conciencia pre-constituye objetos.
Husserl define la conciencia como un conjunto de actos que se
conocen con el nombre de vivencias.
Esta conciencia tiene la peculiaridad de eliminar toda
referencia a una existencia real de las cosas, es decir la
conciencia no percibe objetos reales sino que aprehende
objetos, que se denominan fenómenos.
La intencionalidad es la característica más importante de la
conciencia fenomenológica. Las vivencias intencionales se dan
de diversos modos.
«El modo como una mera representación de una situación objetiva
mienta éste su objeto es distinto del modo cómo lo hace el
juicio, que considera verdadera o falsa dicha situación.»
La conciencia actual y potencial
Husserl define en Investigaciones Lógicas a la conciencia como
acto. En el libro Ideas relativas a una fenomenología
trascendental se descubre otra propiedad de la conciencia y es
su potencialidad.
Esto da precisión sobre la estructura de la conciencia y
también muestra con claridad el dinamismo teleológico de ella.
La conciencia intencional tiene tres modos de darse que son:
-la conciencia actual que aprehende el objeto.
-la conciencia potencial que percibe el horizonte o fondo de
la experiencia en donde encontramos los objetos inactuales.
-la conciencia atencional que es cuando la conciencia dirige
la mirada a un objeto determinado actualizándolo.
-la atención hace que el modo potencial se convierta en actual,
o lo que es lo mismo, el objeto se hace presente de modo real
a la conciencia.
El yo, los otros y la comunicación
Otro aspecto a tener en cuenta de la fenomenología de Husserl
está en la dinámica que le imprime al sujeto, ahora el sujeto
no espera ser afectado por los objetos del mundo, sino por el
contrario, el sujeto constituye esos objetos y le da sentido
al mundo. Otro aspecto importante es que el sujeto
trascendental ya no es un sujeto anónimo, éste es un sujeto
activo que constituye el mundo, que tiene una responsabilidad
con ese mundo y un compromiso histórico con la humanidad.
¿Qué es el pragmatismo?
El pragmatismo es un sistema filosófico que surge formalmente
en 1870 en Estados Unidos y que, a grandes rasgos, propone
que sólo es válido el conocimiento que tiene una utilidad
práctica.
Se desarrolla principalmente bajo las propuestas de Charles
Sanders Peirce (quien se considera el padre de
pragmatismo), William James y posteriormente John Dewey. El
pragmatismo está influenciado también por los conocimientos de
de Chauncey Wright, así como por los postulados de la teoría
darwiniana y el utilitarismo inglés.
Llegado el siglo XX, su influencia declinó de manera
importante. No obstante, volvió a ganar popularidad hacia la
década de 1970, de la mano de autores como Richard Rorty,
Hilary Putnam y Robert Brandom; así como Philip Kitcher y How
Price, quienes han sido reconocidos como los “Nuevos
pragmatistas”.
Algunos conceptos clave
A lo largo de tiempo nos hemos servido de muchas herramientas
para asegurar que nos podemos adaptar al entorno y que podemos
hacer uso de sus elementos (es decir, sobrevivir).
Sin duda, muchas de estas herramientas han surgido de la
filosofía y de la ciencia. Precisamente, el pragmatismo sugiere
que la principal tarea de la filosofía y de la ciencia debería
ser generar conocimientos que sean prácticos y útiles a dichos
propósitos.
En otras palabras, la máxima del pragmatismo es que las
hipótesis deben trazarse de acuerdo con las que serían sus
consecuencias prácticas. Esta sugerencia ha tenido
repercusiones en conceptos e ideas más específicas, por
ejemplo, en la definición de ‘la verdad’, en cómo delimitar el
punto de partida de la investigación, y en la comprensión e
importancia de nuestras experiencias.
La verdad
Lo que hace el pragmatismo es dejar de poner atención en la
sustancia, la esencia, la verdad absoluta o la naturaleza de
los fenómenos, para atender a sus resultados prácticos. Así,
el pensamiento científico y filosófico ya no tienen como
finalidad conocer verdades metafísicas, sino generar las
herramientas necesarias para que podamos hacer uso de lo que
nos rodea y adaptarnos a ello según lo que se considera
adecuado.
En otras palabras, el pensamiento sólo es válido cuando es útil
para asegurar la conservación de ciertos modos de vida, y sirve
para garantizar que tendremos las herramientas necesarias para
adaptarnos a ellos. La filosofía y el conocimiento científico
tienen un propósito principal: detectar y satisfacer
necesidades.
De esta manera, el contenido de nuestros pensamientos está
determinado por la manera en que los usamos. Todos los
conceptos que construimos y utilizamos no son una
representación infalible sobre la verdad, sino que los
encontramos verdaderos a posteriori, una vez que nos han
servido para algo.
En contraposición con otras propuestas de la filosofía
(especialmente el escepticismo cartesiano que dudaba de la
experiencia por confiar fundamentalmente en lo racional), el
pragmatismo plantea una idea de verdad que no es sustancial,
esencial ni racional, sino que existe en tanto que es útil para
conservar modos de vida; cuestión que se alcanza mediante el
terreno de la experiencia.
La experiencia
El pragmatismo cuestiona la separación que la filosofía moderna
había hecho entre la cognición y la experiencia. Dice que la
experiencia es un proceso mediante el cual obtenemos la
información que nos ayuda a reconocer nuestras necesidades.
Por eso, el pragmatismo se ha considerado en algunos contextos
como una forma de empirismo.
La experiencia es lo que nos da el material para crear
conocimiento, pero no porque contenga por sí misma una
información especial, sino que adquirimos esa información
cuando entramos en contacto con el mundo exterior (cuando
interactuamos y lo experimentamos).
Así, nuestro pensamiento se construye cuando experimentamos
cosas que suponemos que están causadas por los elementos
externos, pero que, en realidad, adquieren sentido solo al
momento en el que las percibimos mediante nuestros
sentidos. Quien experimenta no es un agente pasivoque solo
recibe los estímulos externos, es más bien un agente activo
que los interpreta.
De aquí mismo se ha derivado una de las críticas al pragmatismo:
para algunos parece mantener una postura escéptica hacia los
eventos del mundo.
La investigación
En línea con los dos conceptos anteriores, el pragmatismo
sostiene que el centro de las inquietudes epistemológicas no
debería ser demostrar cómo es que se adquiere un conocimiento
o una verdad absoluta sobre un fenómeno.
Más bien, estas inquietudes deben estar orientadas hacia
entender cómo podemos crear métodos de investigación que
contribuyan a hacer factible cierta idea de progreso. La
investigación es entonces una actividad comunal y activa, y el
método de la ciencia tiene un carácter autocorrectivo, por
ejemplo, tiene la posibilidad de ser verificado y ponderado.
De esto se desprende que el método científico es por excelencia
el método experimental, y el material es empírico. Así mismo,
las investigaciones comienzan con plantear un problema ante
una situación que es indeterminada, es decir, la investigación
sirve para reemplazar dudas por creencias establecidas y bien
fundamentadas.
El investigador es un sujeto que obtiene material empírico de
las intervenciones experimentales, y plantea las hipótesis de
acuerdo con las consecuencias que tendrían sus propias
acciones. Así, las preguntas de investigación deben estar
destinadas a resolver problemas concretos.
La ciencia, sus conceptos y teorías, son un instrumento (no
son una transcripción de la realidad) y están destinadas a
alcanzar un propósito específico: facilitar una acción.
ANALOGÍAS DE LA PRAXIS CON LA ACTIVIDAD PRÁCTICA
En primera instancia, el concepto de praxis es, afirma Sánchez
Vázquez, una actividad práctica que hace y rehace cosas, esto
es, que trasmuta una materia o una situación. Según sus
etimologías griegas, explícitas en Aristóteles, praxis es el
fenómeno que se agota en sí mismo; si engendra una obra, es
poiesis, o creación. Tal distinción es abandonada por nuestro
autor, porque el uso de poiesis se ha restringido a lo
artístico, mientras que en el término "praxis" caben todos los
campos o áreas culturales y las obras, porque es "el acto o
conjunto de actos en virtud de los cuales el sujeto activo
(agente) modifica una materia prima dada" (Sánchez Vázquez,
1980: 245). Su significado no se constriñe, pues, ni a lo
material y ni a lo espiritual, y únicamente entraña un trabajo
creador.
La práctica humana revela funciones mentales de síntesis y
previsión, afirma Marx en su Tesis I sobre Feuerbach: como
actividad previsiva, ostenta un carácter teleológico o
finalista: la actividad práctica se adecua a metas, las cuales
presiden las modalidades de actuación (los actos de esta índole
se inician con una finalidad ideal y terminan con un
resultado). Lo dado en la praxis es el acto más o menos
cognoscitivo y sin duda teleológico. El agente modifica sus
acciones para alcanzar el tránsito cabal entre lo subjetivo o
teórico, y lo objetivo o actividad: su obrar revela que la
realización actualiza el pensamiento, o potencial–concreto–
pensado. Ahora bien, el calificativo de actividad práctica no
especifica el tipo de agente (un fenómeno físico o biológico,
un animal o un humano) ni la materia (un cuerpo físico, un
instrumento o una institución, por ejemplo), solamente se opone
la pasividad y subraya que debe tener efectos, hacerse actual.
Como actividad científica experimental, los objetivos de la
praxis son básicamente teóricos. Ahora bien, Sánchez Vázquez
destaca la praxis política, a la vez activa y pasiva o
receptora, que se realiza desde el Estado o desde los partidos
políticos. Y destaca la praxis social: los sujetos agrupados
aspiran a cambiar las relaciones económicas, políticas y
sociales (la historia es realizada por individuos cuyas fuerzas
unidas en un pueblo son capaces de revolucionar un sistema;
Marx identificó al proletariado como tal fuerza motriz en el
capitalismo).
Para comprender el resultado de la práctica es necesario
desentrañar su verdad y utilidad. Tal aprehensión no se reduce
a lo meramente intuitivo, sino que ha de penetrar en la
historia. La humanidad en sus actos y productos va dejando
huellas, improntas que revelan la historicidad de sus
pensamientos y deseos, de sus necesidades, de sus ambiciones e
ideales que han humanizado el entorno y van humanizando a las
personas: la conciencia no sólo se proyecta en su obra, sino
que se sabe proyectada allende sus propias expectativas. La
praxis es, pues, subjetiva y colectiva; revela conocimientos
teóricos y prácticos (supera unilateralidades). Además, y esto
es básico, el trabajo de cada ser humano entra en las relaciones
de producción relativas a un ámbito socio–histórico.
La mano y la creatividad
Cuando nuestros ancestros se pusieron en pie, liberaron las
manos, que de alguna manera se forman y deforman gracias a la
inteligencia. En labores como las artesanales, persiste la
simbiosis de mano y conciencia, que se divorcian en la
producción en banda. La grandeza de las manos fue menospreciada
desde la perspectiva soberbia de las clases dominantes, cuando
olvidaron que las manos vencen la resistencia de un material,
tocan, exploran, escriben, expresan con dibujos o sonidos,
crean objetos y son el inicio de los instrumentos y de las
tecnologías y máquinas más sofisticadas.

LA PRAXIS Y LOS FINES


Si la praxis es la actividad práctica adecuada a fines —algo
desea cambiar y algo conservar—, ostenta un carácter
teleológico. Como la historia no es explicable mediante la
combinación de condiciones invariantes (que mantienen en
equilibrio o desequilibran a las sociedades), ni se desarrolla
universalmente por las mismas fases, es menester que la acción
se sustente en teorías con una orientación o finalidad (que
jamás debe alejarse de las necesidades primarias e inmediatas,
porque entonces operaría como especulación parasitaria). Si se
alcanza un cierto nivel de éxito, los presupuestos teóricos no
habrán sido del todo falsos (no confundir la praxis con el
sentido pragmatista del éxito o del fracaso dentro de unas y
mismas condiciones insociables o anti comunitarias; se
tergiversa el marxismo cuando se reduce a una manifestación
del pragmatismo, o sea, el destinado a obtener, sin importar
los medios, unas metas personales dentro de reglas negativas).
La adecuación relativa entre pensamiento y hechos requiere
cierta planeación. Sánchez Vázquez afirma lo último en el
entendido de que, a largo plazo, la acción colectiva llega a
resultados imprevistos: la atribución de los actos a unos
sujetos casi nunca conlleva su imputación moral por los efectos
indeseados que producen a largo plazo (punto de vista de la
Historia efectual). Asimismo, la acción colectiva e individual
es intencional en un plano e inintencional en otro. Finalmente,
subraya Sánchez Vázquez, la acción intencional obtiene efectos
intencionales más o menos a corto plazo (la toma del poder
obedece a una estrategia intencional; pero episódicamente, a
lo largo de un tiempo que se cruza con botas de siete leguas,
obtendrá frutos inintencionales). Con el tiempo, la actuación
práctica se enriquece o deforma, pero siempre sus efectos no
son predecibles.
Este ser–estar en una situación provoca sus reacciones más o
menos revolucionarias o, en contrario, adaptadas a un statu
quo. Si el comportamiento histórico no es predecible, sí debe
explicarse por qué y cómo arraigan los proyectos colectivos.

EL EDUCADOR EDUCADO
La vida descubre que el que juega inicialmente el papel de
educador también necesita ser educado, observa la tesis III
sobre Feuerbach, anota Sánchez Vázquez. Desde la Ilustración,
Goethe y Herder, las utopías se han concebido como una vasta
empresa educativa que disipa prejuicios: el educador es el
filósofo que asesora al déspota ilustrado, o el eterno
conductor de las masas partidistas o materia pasiva. Para Marx,
por lo contrario, los papeles cambian: son productos de unas
circunstancias, y las circunstancias cambian, y también son
producto de sí mismos. Estos brincos sociales y la misma praxis
enseñan que los papeles de maestro–discípulo varían (todos los
agentes históricos son activo–pasivos, y el cambio de normas
también cambia al sujeto). Aceptar estas premisas es
indispensable para la práctica revolucionaria, nacida de la
contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones
de producción, donde las primeras ocupan el lugar subordinado
en tanto clase social. Si se desata la revolución comunista,
se encargará de abolir la organización clasista mediante la
supresión de la propiedad privada de los medios de producción.
La teoría–práctica deseable de la revolución va señalando los
objetivos sociales y los participantes activos que aspiran a
una vida colectiva en instituciones más justas. La misión del
resto de quienes se creen supuestos líderes es "nada" (Marx)
(Sánchez Vázquez, 1980: 342). O sea que la creatividad social
o praxis "está impregnada de un profundo contenido moral"
(Sánchez Vázquez, 2003: 469).
La creatividad creadora
Sánchez Vázquez divide la praxis en creadora y reiterativa,
habitual o imitadora. La creatividad tiene grados hasta llegar
al producto nuevo y único. Aunque la creación siempre presupone
la praxis reiterativa, no basta con repetir una solución
constructiva fuera de los límites de su validez. Tarde o
temprano deben encontrarse otras soluciones que generarán
nuevas necesidades, las cuales impondrán nuevas exigencias. La
creatividad emparienta la praxis espontánea y la reflexiva.
Los vínculos entre ambas no son inmutables, porque la
espontánea no carece de creatividad y la praxis reflexiva puede
estar al servicio de la reiterativa. Además, existen grados de
conciencia, los que revela el sujeto en su práctica y los
implícitos en el producto de su actividad creadora.
La revolución y la filosofía de la praxis
Hemos llegado a la famosa tesis XI de Feuerbach: "Los filósofos
se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de
lo que se trata es de transformarlo" (Sánchez Vázquez, 2003:
164), en la cual el pensador marxista exiliado en México
localiza el acta de nacimiento de la praxis. Contra la
tradición que despreció las prácticas y a la filosofía misma,
ahora ésta no es un saber contemplativo que, por regla general,
acepta, justifica y apuntala el statu quo, sino que el mundo
además de ser interpretado por la filosofía, lo es también de
su acción revolucionaria. No se trata de que, en sí misma, la
filosofía modifique la realidad; sí de que coadyuve a este
propósito.
Para destruir tantas falsas ilusiones, el filósofo debe
observar: las condiciones reales, históricas, los procesos
productivos vigentes, la distribución (que en ciertas épocas
llamó "formas de intercambio") (Sánchez Vázquez, 2003: 168) y
el consumo de bienes de primera necesidad, así como de los
tipos de fuerzas productivas; observar los condicionamientos
del Estado y las formas ideológicas prevalecientes, así como
las relaciones dialécticas o sistémicas. Marx entrevió el
comunismo ("proyectil lanzado a la cabeza de la burguesía")
(Sánchez Vázquez, 2003: 390), como solución a los antagonismos
de clase: anulará y superará el estado de cosas que, llevadas
a su extremo, sin acciones contestatarias, terminarían con la
humanidad: los 72 días de la Comuna de París siguen floreciendo
(en su papel destinado a abolir las clases, los revolucionarios
no pertenecen a una clase específica, sino que son
representantes de la sociedad frente a la clase dominante).
Desde el tiempo vital de Marx hasta el presente, el comunismo
ha sido una propuesta que mantiene su vigencia. Así también,
el corte ideológico–epistemológico de la tesis XI mencionada,
afirma el marxismo como praxis revolucionaria y como filosofía
de la praxis: no sólo reflexiona acerca de la praxis, sino que
nace de la práctica misma. Sánchez Vázquez ejemplifica.
El Manifiesto del Partido Comunista es un documento teórico y
práctico que explica y fundamenta la praxis revolucionaria,
trazando fines, estrategias, tácticas y críticas a las falsas
concepciones sobre el socialismo y el comunismo. Marx ilustra
las contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones
productivas que generaron la Revolución Capitalista; la lucha
de clases como respuesta a la violencia u opresión que ejerce
la clase dominante contra otras y sus fracciones, en suma, en
el Manifiesto del Partido Comunista tenemos un caso
ilustrativo del marxismo como teoría de la praxis
revolucionaria o cambio radical del mundo. Además, pone en
claro la misión histórica de los agentes de la praxis, la
retroalimentación entre teoría y práctica. Después de la citada
tesis XI y de otras precisiones de Marx, Sánchez Vázquez divide
históricamente a las filosofías en las que argumentan en falso
su conciliación con la realidad (por ejemplo, Hegel) y las que
se vinculan real y conscientemente con las prácticas
revolucionarias. Éstas son una guía teórica, o parte de una
guía para la transformación radical del mundo social, aunque
en sí mismas no alcancen directamente consecuencias sociales.
Su función es ser el arma teórica para replantear de raíz la
sociedad. Tales filosofías cumplen una función ideológica.
No se tome "ideología" en la acepción estrecha de falsa
conciencia, sino como una toma de posición clasista de carácter
cognoscitivo. En "La ideología de la neutralidad ideológica en
las ciencias sociales", Sánchez Vázquez sostiene que, en tanto
ideología, las ciencias sociales se destinan al desarrollo,
mantenimiento y reproducción de las relaciones sociales de
producción, o a su destrucción: son terrenos de posturas
opuestas. Sin embargo de "que una ideología puede ser una
conciencia falsa, no toda conciencia falsa de por sí es
ideología" (Sánchez Vázquez, 2003: 275). El conocimiento no es
sinónimo de imparcialidad, sino de teorías fundamentadas en
razones, comprobables, que incluyen pero no se reducen a una
mera conciencia clasista; el ejemplo paradigmático al respecto
es la explicación marxiana de la plusvalía.

LOS OBSTÁCULOS DE LA PRAXIS REVOLUCIONARIA. El AMO Y EL ESCLAVO


Las luchas o conflictos excluyentes no llegan a la destrucción
del contrario, sino que lo dominan para que se subestime. La
servidumbre del esclavo u oprimido, afianzada mediante prédicas
manipuladoras, logran que se identifique con el amo; que
asimile y haga suyas las ideas que mantienen su explotación:
es un alienado que estabiliza el poder de dominio (también el
dominio utiliza el terror); pero la sumisión externa no siempre
significa espíritu de esclavitud.
La burocratización
Por mantener su afán de poder, la burocracia se divorcia de
las necesidades que supuestamente debe cubrir. Su actual forma
de actuar, heredada de procesos anteriores, congela o mata la
creativa vida social: el cuerpo de funcionarios del Estado, la
cultura, la educación y de la salud degradan la capacidad
creativa del ser humano mediante formulismos inútiles,
contrarios a la aventura revolucionaria.

LAS VANGUARDIAS, EL PARTIDO POLÍTICO Y LA PRAXIS


En La sagrada familia, Marx combate a Bauer y demás filósofos
que redujeron la práctica a la teoría o crítica, desconocieron
el real papel del sujeto en los cambios, e ignoraron la
actividad real de las masas: la auto–conciencia en Bauer es
una caricatura sin contenido porque la separa de los
condicionamientos sociales exteriores (la ubica fuera de la
historia). Estando hipotéticamente autocentrada, la perfila
como los razonamientos de la vanguardia que educan a masas
pasivas. Las categorías opuestas que maneja Bauer son espíritu–
masa; idea interés y creación–pasividad, todas al margen de
las condiciones materiales y de su cambio; todas ignoran el
papel activo del pueblo, como elemento generador de la
evolución histórica.
Un partido político expresa unos intereses de clase y anhela
la emancipación de ésta (o a que prolongue su dominio). Su
declaración de principios y planes de acción sirven para que
se afilien sus miembros.
Su supervivencia y poder dependerá infaliblemente de que los
primeros líderes teóricos escuchen a los otros, y todos acepten
renovarse constantemente, permaneciendo fieles a sus fines
últimos liberadores: una organización política tiene sentido
por sus ideales y "por la base" (Sánchez Vázquez, 2003: 378).
Las direcciones partidistas han de ser rotativas, y renovarse
elevando sus contenidos teórico–prácticos. Carecen, pues, de
una forma inmutable, absoluta, universal para cualquier tiempo
y situación.
Los insoslayables partidos llamados de izquierda han sido
condición necesaria, no suficiente, de la praxis revolucionaria
que transforma la sociedad para crear otra. Son un instrumento
y, como tal, finito y superable. Si no saben renovarse actuarán
como una dictadura, que termina por ser casi unipersonal, donde
cualquier disidencia es calificada como traición a la
"vanguardia".
La praxis y la violencia
Saint–Simon pensaba que mediante el amor y la persuasión se
instaurarán las revoluciones. Pero la milenaria realidad es
que en las agrupaciones sociales escindidas en clases, éstas
pugnan entre sí hasta ser mutuamente excluyentes. En política,
unos han ejercido la dominación contra otros. Tal violencia
aún persiste (y hasta se incrementa). Cuando la situación
resulta inaguantable y las condiciones son propicias, estalla
la contraviolencia o violencia revolucionaria, que ha sido
necesaria, aunque no forzosamente es un factor decisivo o la
fuerza motriz inalterable (su misión es desaparecer con las
condiciones injustas que la engendraron). Sería innecesaria en
una sociedad donde la libertad de cada uno presupusiera y
respetase la de otros, lo cual es decir cuando exista una
sociedad libre de clases y demás aberraciones opresivas: cuando
la praxis haya modificado al mundo hasta convertirlo en un
hogar.
Praxis y creatividad
Sánchez Vázquez repite que los resultados de la praxis
revolucionaria son impredecibles: sus agentes no tienen bajo
su poder el por–venir, si no la esperanza de que llegue lo
deseable y posible (esta anticipación afecta sus actos en el
presente). Lo impredecible se debe a que la acción
revolucionaria se enfrenta a resistencias que rebasan los
planes individuales: no hay una continuidad entre la gestación
subjetiva de proyectos y su realización efectiva, lo cual
impele a que los actuantes peregrinen de lo ideal a lo real, y
viceversa, dependiendo de situaciones no previstas. La praxis
es, pues, creativa en su curso: sufre cambios en sus
realizaciones episódicas, y esto engendra la inadecuación entre
intenciones conscientes y resultado.
Como los seres humanos son complejos, no robots, en sus
tácticas, la praxis revolucionaria tiene que ser tan creativa
que sorprenda al enemigo. La praxis deja que lo espontáneo se
manifieste. El extremo de pensar hasta el mínimo detalle, sin
dar cabida a la innovación, falla. También falla la
espontaneidad ignorante o ciega. Así, don Quijote, el que
enamora las telas de nuestro corazón, puso en marcha su utopía
sin pensar en gente destructiva que aspira sólo a dominar. Como
tales aspiraciones destructivas son tan minúsculas (social y
moralmente), quien las tiene carece de sitio colectivo a donde
llegar y no distingue medios (sea el dinero o los cargos
políticos) de fines. La impotencia quijotesca radica en cómo
ejecuta su utopía: habiendo perdido el principio de realidad,
o invirtiéndolo, no sospecha de la maldad. En contrario, las
ilusiones prospectivas deben analizar críticamente la
realidad, no ser náufragos en un mar proceloso, sino marinos
que, brújula en mano, enfocan la proa hacia un destino.
Las utopías fallan porque el resultado no se debe a un solo
individuo, sino a una colectividad con la cual originalmente
cada uno contrae vínculos independientemente de su voluntad.
Fallan porque la praxis desarrolla potencialidades
individuales y colectivas que permanecían dormidas, y fallan
porque los agentes se ven obligados a cambiar sus fines
inmediatos. Pero no todo es fracaso: la praxis innovadora "crea
también el modo de crear" (Sánchez Vázquez, 2003: 313). En
resumen, existe una enrevesada imbricación de planes y acciones
subjetivas y colectivas que hacen los resultados de un proceso
impredecibles, amén de que los sucesos y los productos tienen
una unicidad (es precisamente la complejidad humana lo que
objeta la determinación, incluso de la pertenencia a una clase
y a su conciencia).
Concluiré diciendo que Sánchez Vázquez es uno de los filósofos
más conspicuos, y reconocido internacionalmente del marxismo:
no sólo lleva a cabo una hermenéutica de la obra de Carlos
Marx, sino que jamás repite, sin ampliarlas, las tesis de
autores que le son afines como Gramsci, Kosík y la antigua
escuela de Yugoslavia, Pétrovich por ejemplo, sino que aporta
muchas ideas novedosas sobre la praxis tanto en el ancestral
sentido de actividad política como en el de trabajo.
Si coincide con Althusser en la perspectiva de analizar la
realidad social como un todo de elementos interdependientes y
que mutuamente se influyen, se separa de este marxista francés
en cuanto al corte epistemológico, que propuso inspirándose en
Bachelard: no existe el borrón y cuenta nueva, sentencia
nuestro filósofo. Esto es, la obra de Marx evolucionó siempre,
dice, desde la crítica, pero nunca abandonó la perspectiva
humanista, esbozada en sus Manuscritos de 1844 y manifestada
de forma completa en La ideología alemana. Tal humanismo reza
que el ser humano se define por su praxis histórico–social. La
propuesta altusseriana de que Marx abandonó esta visión en El
capital, su obra científica, es petulante e insostenible,
concluye Sánchez Vázquez: el pensamiento siempre dialéctico
depende de las tesis anteriores y las supera, añadiendo
aportaciones, en este caso, relevantes, como la plusvalía y
demás artimañas de la explotación capitalista.
Para Sánchez Vázquez, Marx nunca perdió de vista los ideales
revolucionarios que se realizan gracias a la praxis; nunca dejó
de ser un humanista que observó el presente y planteó sus
ideales acerca de cambios sociales futuros dentro de la
justicia, definida como el vivir bien con y para los otros en
instituciones (más) justas.
Asimismo, este filósofo exiliado de la Guerra Civil Española,
hoy identificado como mexicano e hispano, aplica a otras
situaciones el humanismo de Marx: objeta la división de los
trabajadores en manuales e intelectuales, y la consiguiente
diferenciación de sueldos, así como de apreciación social de
cada tipo de trabajo. Por lo mismo, en tanto especialista en
el área de la estética, Sánchez Vázquez se opone a la
dieciochesca clasificación de las obras en Bellas Artes y, por
negación simple, en feas o de menor valía: la creatividad o
poiesis es resultado del trabajo y medida de su apreciación.
Sánchez Vázquez aporta una visión multiculturalista, alejada
del viejo dogma de que universalmente los pueblos han pasado,
pasan y pasarán por las mismas fases históricas, siendo las
vanguardias las encargadas de "civilizar" a los "atrasados".
Otro gran acierto de este filósofo —maestro universitario que
ha formado numerosas generaciones de discípulos— es que en las
ciencias sociales no existe la neutralidad ideológica,
entendiendo "ideología" no como falsa conciencia, sino como
una posición valorativa clasista: la objetividad del
conocimiento que aportan estas ciencias no es neutro o
imparcial: no analizan la realidad histórico–social en pedazos
bajo la lente de un microscopio, valga el símil.
Como uno de los más importantes filósofos de la praxis, la
concibe como conservadora o revolucionaria; la última, aplicada
a nuestras circunstancias, se opone al capitalismo, sistema
que desde muy pronto se mostró contrario a la utopía que lo
generó, que se basaba en el lema de igualdad, libertad y
fraternidad. En A tiempo y a destiempo de Sánchez Vázquez se
lee que el actual neoliberalismo globalizado agudiza las
distancias clasistas, dejando a la mayoría en la miseria y a
una minoría, cada vez más restringida, en la opulencia. Esta
aberración además agudiza las distancias entre los centros o
polos de desarrollo y las periferias, e incluso ha llegado una
etapa en que el mundo depende en gran parte de las decisiones
del imperio estadounidense.
La tendencia expansiva del mercado, promocionada por los medios
de comunicación y otros artilugios propagandísticos, nos
masifican para que seamos obedientes consumistas y
políticamente indiferentes, inactivos, faltos de una praxis
que detenga la exponencial destrucción ecológica que provocan
las industrias y la cantidad de basura que mandamos a un medio
ambiente que nos cobija y alimenta, sostiene nuestro filósofo.
Adicionalmente, observa Sánchez Vázquez, la burguesía
financiera, agrupada en el BM, FMI, OMC, OCDE, y otras
instituciones al mismo tenor, maneja a los gobiernos,
comprometidos a pagarles deudas que día a día aumentan
exponencialmente.
La multitud de asuntos que ha analizado un filósofo tan prolijo
y creativo es imposible abordarlas en el limitado espacio de
un artículo. Sólo quiero destacar la enorme coherencia de sus
teorías y prácticas, a las cuales ha sido fiel de manera
infalible, ganándose la estimación no sólo como intelectual,
sino como humanista.
En resumen, Adolfo Sánchez Vázquez aspira a derrotar el
capitalismo para instaurar otra organización socialista y, más
precisamente, comunista. Sabe que las intenciones de la
izquierda formuladas por sujetos en condiciones particulares o
hechos por la historia, quizá degeneren. De lo que está seguro
es que si las personas son hechas por la historia, también la
hacen: si la humanidad se hubiera mantenido alejada de la
praxis revolucionaria, desde hace tiempo habría desaparecido.
Por ende, "el bien no está condenado a ser desplazado
fatalmente por el mal, ni la justicia por la injusticia, o la
verdad por el engaño o fraude" (Sánchez Vázquez, 2003: 541).
Contra los nihilismos actuales asienta que "no se puede vivir
sin metas, sueños, ilusiones, ideales [...] sin utopías"
(Sánchez Vázquez, 2003: 543–544). No, "no hay fin de la utopía,
como no hay fin de la historia" (Sánchez Vázquez, 2003: 535).
BIBLIOGRAFÍA
González, Juliana, Carlos Pereyra y Gabriel Vargas (comps.)
(1986), Praxis y filosofía. Ensayos en homenaje a Adolfo
Sánchez Vázquez. México: Grijalbo.
Sánchez Vázquez, Adolfo (2003), A tiempo y a destiempo.
Antología de ensayos, prólogo de Ramón Xirau. México: Fondo de
Cultura Económica.
–––––––––(1985), Ensayos de marxistas sobre historia y
política. México: Océano.
–––––––––(1980), Filosofía de la praxis, 2ª ed. México:
Grijalbo (Teoría y Praxis, 55). (La última edición es del Fondo
de Cultura Económica, 2003).
Ramón Xirau (2000), Introducción a la historia de la filosofía,
Editorial Porrúa, México.

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