El Conocimiento Técnico (Y La Cultura Tecnocrática Moderna) - Aportes Del Realismo

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Grosso, Claudio P.

El conocimiento técnico (y la cultura tecno-


crática moderna): aportes del realismo
Technical knowledge (and technocratic modern
culture): contributions of realism

Prudentia Iuris Nº 77, 2014

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Cómo citar el documento:

Grosso, C. P. (2014). El conocimiento técnico (y la cultura tecnocrática moderna) : aportes del realismo [en línea],
Prudentia Iuris, 77.
Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/conocimiento-tecnico-cultura-tecnocratica.pdf
[Fecha de consulta:..........]
EL CONOCIMIENTO TÉCNICO
(Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)
APORTES DEL REALISMO
Technical knowledge (and technocratic modern culture).
Contributions of realism

Claudio P. Grosso1

Resumen: El conocimiento técnico parece estar sobrevalorado. Esta situación puede


provenir de una consideración aislada de aquel tipo de conocimiento. Una correcta
integración de los saberes, incluida la técnica, tiende a un desarrollo más armónico
de los fines del ser humano.

Palabras claves: Técnica - Filosofía - Ética - Prudencia - Derecho - Modernidad -


Realismo.

Abstract: Technical knowledge seems to be overrated. This situation may come


from an isolated consideration of that kind of knowledge. Proper integration of
knowledge, including technical, tends to a more harmonious development of human
purposes.

Keywords: Technical - Philosophy - Ethics - Prudence - Law - Modernity - Realism.

Introducción

¿Se vive hoy en un mundo dominado por la técnica? ¿Cómo se debe comprender
el conocimiento técnico en el actual mundo “tecnificado”? ¿La técnica es un conoci-
miento servil de otros? ¿Por qué, sin embargo, se ve a la técnica en el epicentro de la
vida moderna?

1 Abogado (UCA), Profesor de Introducción al Derecho y Formación del Pensamiento Jurídico y Polí-

tico en la Facultad de Derecho (UCA).

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CLAUDIO P. GROSSO

Estas preguntas contienen diversas cuestiones. Algunas de ellas resultan ser


tópicos respecto del estado de cosas actuales: el proceso de evolución de la técnica
por encima del conocimiento científico especulativo; la sobreabundancia de la téc-
nica y su desvinculación de la ética; la transformación del concepto de ciencia a un
mero conocimiento empírico; el papel de la filosofía en relación con la ciencia y la
técnica; el conocimiento práctico prudencial en el ámbito propiamente humano y su
rol ante el conocimiento técnico.
Tal parece que todas estas cuestiones y las preguntas anteriores se vinculan
con el modo superlativo con que el conocimiento técnico se ha venido desplegando
desde la Modernidad, sobre todo en Occidente.
Nos hemos propuesto revisar de manera sumaria la ubicación del conocimiento
técnico en el cuadro del saber humano. Para ello, primero vamos a destacar qué es lo
que dicen distintos autores sobre la creciente sobrevaloración de la técnica en la vida
humana actual. Luego, trataremos la relación e integración de los diversos grados o
modos del conocimiento humano según el realismo filosófico.

La técnica desde la Modernidad. Tecnocracia

Hoy día suele hablarse con frecuencia acerca de la “tecnología” como motor o
eje del progreso de la humanidad. Todo tiende a sugerir que con ese concepto se está
haciendo referencia a un determinado tipo de conocimiento humano (conocimiento
instrumental) pero en cuanto aplicado a cuestiones estrictamente útiles para la vida
humana.
Conviene detenernos un poco más en el concepto tecnología. Según el Dicciona-
rio de la Real Academia Española, la primera acepción de tecnología es: “conjunto de
técnicas o teorías que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento cien-
tífico”. De tal manera que, siguiendo esa significación, la tecnología sería una serie
de conocimientos instrumentales que se orientan a aplicar el conocimiento científico
–que por naturaleza es teórico o especulativo– con una finalidad práctico utilitaria o
práctico instrumental. Es decir que podría entenderse a la tecnología como la técnica
que se sirve de las ciencias para una aplicación instrumental. En pocas palabras, se
trataría de la instrumentalización de la ciencia.
Es un lugar común afirmar que el desarrollo material de los últimos siglos
estuvo potenciado por la utilización de técnicas cada vez más refinadas y abarcado-
ras de todos los ámbitos de la vida humana. De hecho, se habla de la existencia de
un mundo que ha pasado a ser tecnológico o un mundo tecnocrático. Se trata de un
mundo dirigido por la técnica, donde de algún modo el poder se realiza mediante la
búsqueda de soluciones eficaces o útiles por encima de toda otra consideración. Esto
es precisamente lo que define el Diccionario de la Real Academia como tecnocracia.
Esta visión de ejercer el poder aplicando primero o exclusivamente respuestas “efi-
caces” parece ser uno de los signos propios de los países occidentales hoy día.
Ahora bien, diversos autores –desde distintos ángulos y disciplinas– vienen
coincidiendo de algún modo en advertir sobre la superabundancia del conocimiento
técnico en desmedro de los otros saberes humanos o, dicho de otra manera, en un
desorden jerárquico del conocimiento humano y de su ordenación hacia la realidad.

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EL CONOCIMIENTO TÉCNICO (Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)

Citemos en primer caso a Daniel Bell,2 quien desde una perspectiva socioló-
gico económica observa que en una primera fase de la Modernidad el hombre tuvo
siempre la pretensión de conquistar el orden natural. Pero en los últimos tiempos
la humanidad ha pretendido la directa sustitución del orden natural por un orden
técnico. Como consecuencia de ello –señala Bell–, la sociedad posindustrial en la que
hoy estaríamos viviendo sería una refundición de esa búsqueda de esa pretensión
pero con medios más poderosos en comparación con aquella primera etapa de la
Modernidad durante la Revolución Industrial.
Bell ilustra su análisis trayendo a colación dos ejemplos de la literatura en la
que se buscaba anticipar la aparición de una civilización tecnocrática. Un primer
ejemplo es la obra de estilo utópico de Francis Bacon, titulada La Nueva Atlántida.3
El libro trata sobre una isla donde el gobernante no es un filósofo –tal como lo había
propuesto la tradición platónica–, sino que es un investigador científico. El fin del
científico sería la ampliación de los límites del imperio humano hacia todas las cosas
posibles.
A su vez, el otro ejemplo es el libro de ciencia ficción de H. G. Wells, The Shape
of Things to Come. En este caso se retrata un mundo desbastado por guerras, en
donde los hombres viven de manera primitiva luchando con hachas y entre las rui-
nas de la vieja civilización destrozada. Pero el desenlace de la obra muestra que un
grupo de científicos, habiéndose apartado de la hecatombe de las guerras, vuelve
para levantar una nueva civilización pero de cuño racional, imponiendo una paz
universal, basada en sus conocimientos científicos.
Por su lado, Romano Guardini4 también aprecia un inusitado y creciente domi-
nio de la técnica en el mundo. Este teólogo señala que en la Modernidad aparece un
fenómeno nuevo. El hombre se decide a investigar la naturaleza mediante métodos
exactos y por experimentación, formando teorías que se suceden entre sí.
Dice Guardini: “[…] Así surgen relaciones funcionales que se hacen cada vez
más independientes de la organización humana inmediata y a las cuales pueden
fijárseles cada vez más, a discreción, unos fines determinados: nos estamos refirien-
do a la tecnología”.5 “La ciencia en cuanto captación racional de lo real y la técnica
como conjunto de posibilidades proporcionadas por la ciencia dan a la existencia un
carácter nuevo: el carácter del poder y del dominio en un sentido agudo […]”.
De este modo, no solo la naturaleza sino también el hombre mismo termina
siendo dominado en forma creciente por el propio hombre. “El hombre se acostumbra
a considerar que este mundo evoluciona objetivamente en sí mismo”, por lo que pare-
ce avenirse un nuevo tipo de lo humano, “el concepto de hombre no humano […]”.
La tesis de Guardini merece una cita más extensa que consideramos atinente
transcribir: “[…] la nivelación de la Edad Moderna proviene […] de la racionaliza-
ción de la ciencia y de la funcionalidad de la técnica […] tenemos la impresión de
que la naturaleza y el mismo hombre están cada vez más a disposición del dominio

2 Bell, D. (1991). El advenimiento de la sociedad pos-industrial. Madrid. Alianza, 442 y ss.


3 Bacon, F. (1626). La Nueva Atlántida (novela utópica en la que se describe con estilo utópico una
tierra mítica).
4 Guardini, R. (1977). El Poder. Madrid. Cristiandad, 50.
5 Ibídem.

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CLAUDIO P. GROSSO

del poder […] las normas éticas pierden su evidencia inmediata y, en consecuencia,
su influjo moderador sobre el uso del poder se hace menor”. “[…] se desprende una
idea cuyo alcance es imposible sobreestimar: la idea de la planificación universal. En
ella el hombre carga con su mirada lo dado: las materias primas y las energías de
la naturaleza pero también al hombre mismo en su sustancia vital. La estadística
nos da aquí un conocimiento exacto de lo que existe. La teoría muestra los recursos
para configurarlo. La razón de Estado decide cuál es el resultado total a que debe
tenderse. La técnica –tomando esta palabra en su más amplio sentido– pone a nues-
tra disposición los métodos para conseguirlo. A esta planificación impulsan razones
importantes: necesidades políticas, crecimiento de la población, limitación de los bie-
nes económicos y exigencia de distribuirlos bien, magnitud de las tareas que hay que
realizar, etc. Pero detrás de todo esto no se encuentran motivos prácticos, sino espiri-
tuales: un estado de espíritu que se siente justificado y obligado a proponer un obje-
tivo a la obra humana y a usar para este fin como material todo lo que está dado”.
Desde otra perspectiva, Juan Vallet de Goytisolo,6 jurista español, también
comparte la visión de los otros autores ya citados. Observa que los propios pensa-
dores de la Modernidad han querido entender la historia de la humanidad como
un pasaje de una edad infantil a una edad madura racional. El pasaje habría sido
desde una civilización de tipo “teocrática” hacia una humanidad gobernada por la
“tecnocracia”. Se trataría de que en el origen era una etapa inicial basada en la
ignorancia y en la superstición de la creencia en un más allá, para luego pasar a una
humanidad autosuficiente basada en el progreso constante de las ciencias empíricas.
Según aquellos pensadores de la Modernidad, afirma Vallet, la sociedad teocrá-
tica habría estado gobernada por mandatos basados en la voluntad de Dios, o por la
voluntad de hombres intérpretes de la divinidad. En cambio, la sociedad tecnocrá-
tica vendrá a proponer una evolución y una superación incluso de las mismas ideo-
logías surgidas en la misma Modernidad (liberalismo y socialismo). De modo que
en la síntesis tecnocrática esto se producirá a través de un cientificismo progresista
superador de las ideologías nacidas al amparo del Iluminismo modernista. La solu-
ción de la “tecnocracia” consistiría en identificar la verdad con la mera racionalidad
cuantitativa; racionalidad mensuradora que relegará al mundo de lo irracional todo
lo puramente cualitativo, es decir, lo no cuantificable. En definitiva, estos pensadores
positivistas ponderan un proceso histórico donde el cientifismo progresista y utópi-
co será la síntesis de las ideologías y el desarrollo sin fin de la humanidad. Según
Vallet, esta doctrina no lleva sino a una creciente deshumanización del ser humano.
Dice Vallet: “En resumen, la respuesta tecnocrática representa un retorno
neoiluminista a la pureza del cientifismo originario, por encima de las construccio-
nes políticas de los pactistas de los siglos XVII y XVIII y de los teóricos posteriores,
de los socialismos utópicos y de sus secuelas, penetradas en el joven Marx y mante-
nidas, como fermento dialéctico, en la praxis del marxismo”.7

6 Vallet de Goytisolo, J. (1982). Teocracia y Tecnocracia. Recuperado de http://www.fundacionspeiro.

org/verbo/1982/V-203-204-P-255-289.pdf.
7 Vale la pena reproducir la cita íntegra del pasaje de Juan Vallet de Goytisolo: “Una perspectiva

simplificadora, vulgarizante, podríamos decir periodística, con raíces en el materialismo histórico de Marx
o en el positivismo de Comte, dibuja el curso de la evolución del gobierno de los hombres desde su alfa, una

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Sostiene también: “[…] esa razón que no juzga de la verdad, que se le escapa,
y se reduce a cumplir una ‘funcionalidad operativa’, que busca solo lo útil, y queda
reducida a un conjunto de técnicas perfectibles, aplicables a los datos sociológicos,
ético-religiosos, etc., para organizar un plan totalmente previsible en su dinámica
práctica resulta necesariamente enemiga de la naturaleza o del ser de las cosas y
del hombre. ‘(L)o racional, entendido como medida y peso de cantidad calculable, si
se aplica incluso a la vida estética, moral, religiosa, obtura o expele la fantasía y los
sentimientos, la fe, adormece todo ímpetu y empeño, expulsa el amor y hace a los
hombres mezquinamente egoístas, perdidamente empeñados a medir o pesar lo pro-
piamente útil para una felicidad siempre mediocre’. El hombre retrocede de homo
sapiens a homo faber. Se lanza al facere de cuanto cree útil […] Y concluye reducido a
animal laborans, sometido a procesos productivos o técnico-científicos, en los cuales
su creatividad, pese a las apariencias, va disminuyendo cada vez más, produciéndo-
se un aumento de la antropía de la inteligencia […]”. “Como certeramente ha dicho
Marcuse: La ciencia ‘que concibe la naturaleza como un conjunto de instrumentos
potenciales, materia del dominio y la organización, se desarrolla guiada por un a
priori tecnológico’. Pero ‘el a priori tecnológico es un a priori político en la medida en
que la transformación de la naturaleza comporta la del hombre y en la medida en
que las creaciones hechas por el hombre provienen de un conjunto social al que ellas
retornan’. Por ello, concluye que la neutralidad de la ciencia y de la técnica se hallan
dominadas por un operacionismo en el cual ambas ‘obedecen a la misma lógica y a la
misma racionalidad: las de dominación’”.
Por su lado, el filósofo y psicólogo alemán, Philipp Lersch,8 también sostie-
ne que en la Modernidad hubo un proceso de racionalización de la vida humana
entendido como una orientación a hacer del mundo un campo de aprovechamiento
utilitario y de logro del máximo de comodidad para la vida del hombre. Lersch utili-
za la expresión “aparato” para referirse a la coordinación metódica de medios para
lograr esos fines de utilidad y comodidad. Expresa: “[…] aparato quiere decir órgano

teocracia, a su omega, una tecnocracia. Es decir, habríamos avanzado desde una ignorancia supersticiosa,
guiada por los sedicentes oráculos de los dioses, hasta una humanidad autosuficiente, gracias al desarrollo
de las ciencias y a las técnicas más perfeccionadas y guiada por cerebros más esclarecidos. La tecnocracia, en
cuanto guía de ese devenir, viene a ser una nueva forma de teocracia de una religión sin Dios o con un dios
inmanente que se confunde con el esperado apogeo de la misma humanidad, llegada al soñado punto Omega,
en el mítico final de su historia. La teocracia significa el gobierno de la humanidad por leyes meramente
positivas o por simples órdenes directamente emanadas de la voluntad de los dioses; ya sean deducidas
silogísticamente de su revelación o bien comunicadas a través de oráculos transmisores. Lo advertimos pres-
cindiendo de todo juicio, o verdad, o falsedad de los dioses y de su revelación. Con ese criterio, lo bueno no
es ordenado ni lo malo prohibido por serlo objetivamente estimados, sino que son imperativamente bueno o
malo en cuanto ordenados o prohibidos. Por el contrario, el juicio objetivo de lo bueno y de lo malo, de lo justo
y de lo injusto, requiere el conocimiento de la naturaleza, ya sea juzgando éticamente su bondad o maldad,
desde el interior del hombre, al considerar sintéticamente la cosa en sí misma por la sindéresis, o bien exami-
nando sus consecuencias dimanantes e induciendo el juicio prudencial, guiados por los resultados producido.
El catolicismo no es teocrático. La cristiandad, la civilización cristiana, floreció en la armonía entre la fe y la
razón, la teología y la filosofía, los saberes revelados y los saberes naturales, físicos y metafísicos. Revelación
y derecho natural aparecen como fuentes convergentes. La luz de las estrellas y la brújula de nuestra recta
razón nos guían en la misma dirección”.
8 Lersch, Ph. (1973). El hombre en la actualidad. Madrid. Gredos (2ª ed.), 20 y sigs.

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CLAUDIO P. GROSSO

o instrumento para dominar el mundo y satisfacer las necesidades de la existencia


humana. El aparato está puesto al servicio de una técnica de vida conscientemente
dirigida. Pero hay que subrayar que en la noción de técnica van incluidas todas las
formas racionales y metódicas de elaboración, reelaboración y transformación del
material ofrecido por la naturaleza, y ello con el fin de dotar al hombre con el máxi-
mo posible de comodidades materiales”.
Señala en su obra –publicada en 1955– que nuestra vida externa depende del
“aparato” en una medida nunca vista, y menciona ejemplos tales como el teléfono, el
telégrafo y la radio; la dinamo y electromotor; el automóvil, el ferrocarril y el avión;
el microscopio y el telescopio; el aparato de rayos X y la rotativa. Hoy seguramente
podríamos enumerar nuevos aparatos más sofisticados.
Para Lersch, cada uno de los “aparatos” se halla eslabonado e implicado en
los aparatos más amplios… y cita a Jaspers, quien hablaba de una “dictadura del
aparato”. En este sentido, afirma que “la racionalización, el aparato, la técnica y la
mecanización describen y definen un estado de cosas que mutuamente se condicio-
nan y forman parte de la estructura íntima de un todo que determina el modo de
vida del hombre moderno”.9
Finalmente citamos al economista y sociólogo, Werner Sombart,10 quien señala
que el fenómeno del hombre moderno no se puede explicar sin seguir el curso de la
técnica durante los últimos quinientos años. En la misma esencia de la técnica en
sentido moderno se encuentra su capacidad de transformación. Las innovaciones
técnicas generan la secuela del ritmo acelerado del hombre moderno. “No cabe duda
de que […] el interés técnico, o más concretamente el interés por los problemas téc-
nicos, ha pasado a la vanguardia de todos los intereses […] Para el hombre actual,
o al menos para la juventud, la telegrafía sin hilos y la aeronáutica resultan más
interesantes que el problema del pecado original […]”.11
Hasta aquí hemos querido reflejar cómo diversos autores advierten sobre el pre-
tendido dominio que parece ejercer la técnica sobre la vida humana, circunstancia que
es uno de los ejes de la Modernidad y de su epígono, la denominada Posmodernidad.
A esta altura vuelven con mayor fuerza las preguntas que hicimos al principio,
acerca de qué es o en qué consiste el conocimiento técnico y cuáles son sus límites,
sus relaciones, sus subordinaciones. Por qué el mundo se ha vuelto “tecnológico” y
cómo el hombre debería enfrentar esta circunstancia.

La relación entre filosofía y ciencia y el dilema moderno de su distinción

El primer paso que conviene tomar para atender algunas de las cuestiones es
esclarecer el sentido y la ubicación del conocimiento técnico en el cuadro general del
saber humano. Para esto hay que detenerse brevemente en dos tipos de conocimien-
tos distintos a la técnica: la Filosofía y la Ciencia.

9 Ídem, 24.
10 Sombart, W. (1993). El Burgués. Madrid. Alianza (5ª ed.), 331.
11 Ídem, 338.

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EL CONOCIMIENTO TÉCNICO (Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)

Tomás de Aquino12 afirma que el conocimiento humano (cuya especificidad es


la racionalidad) puede ser considerado según el orden que la razón pondera. En tal
sentido, señala que la razón puede ponderar cuatro formas de órdenes en las cosas.
Un primer orden que la razón humana solo puede considerar. Un segundo orden
en el que la razón pondera su propio acto de razonar. Un tercer orden en el que la
razón toma en consideración las operaciones de la voluntad humana. Y finalmente
un cuarto orden en el que la razón se aplica a las cosas exteriores al hombre.
Las maneras de la razón humana son, entonces: un primer modo que es la
filosofía primera y los demás saberes en los que la razón solo puede considerar la
realidad sin que entre a tallar el obrar o el hacer del hombre. En segundo término
se encuentra la lógica a través de la cual la razón observa su propio acto. En tercer
lugar está la razón en la perspectiva práctica, es decir, en la vida ética del hombre, en
donde la razón pondera el bien propiamente humano. En cuarto lugar, está la razón
fáctica aplicada a la producción de lo útil.
Citamos a Santo Tomás: “Como dice Aristóteles en el principio de la Metafísica,
lo propio del sabio es ordenar […] El orden se relaciona con la razón de cuatro modos.
Hay un cierto orden que la razón no hace, sino que solamente considera, como es el
orden de las realidades naturales. Otro es el orden que la razón, considerando, hace
en su propio acto, por ejemplo, cuando ordena sus conceptos entre sí y los signos
de los conceptos que son las palabras. En tercer lugar, se encuentra el orden que
la razón, al considerar, hace en las operaciones de la voluntad. En cuarto lugar, se
encuentra el orden que la razón, considerando, hace en las realidades exteriores de
la cuales es la causa, como en un arca o una casa”. “El hábito de la ciencia perfeccio-
na a la razón, por eso, según las clase de orden que la razón considera se tienen las
diferentes ciencias. La filosofía natural trata el orden de lo que la razón considera
pero no hace, de modo que en ella incluimos a la matemática y a la metafísica. El
orden que la razón hace en su propio acto le concierne a la filosofía racional, que
trata en el discurso, el orden de las partes entre sí y el de los principios con respecto
a las conclusiones. Considerar el orden de las acciones voluntarias le concierne a
la filosofía moral. El orden que la razón pone en las cosas exteriores hechas según la
razón humana le compete a las artes mecánicas”.
De manera que una posible distinción del conocimiento humano admitiría sos-
tener estos tipos de saberes humanos: filosofía, ciencia (en donde encontramos a la
ética) y técnica.
Si se mira la cuestión según las maneras que tiene el ser humano de estar en la
verdad se tienen cinco hábitos intelectuales que deben distinguirse: el arte o técnica,
la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto como hábito.
Entonces, una primera conclusión aproximativa es que el conocimiento técnico
deberá estar necesariamente diferenciado de esos otros modos de estar en la verdad
y que debe estar relacionado con ellos en algún modo jerárquico o subordinado.

12 Tomás de Aquino (2001). Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Libro I-I 1094ª. Pamplo-

na. EUNSA (trad. de Ana Mallea).

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CLAUDIO P. GROSSO

Dilema moderno acerca de la ciencia

Antes de ponderar el lugar que le corresponde al conocimiento técnico en el


marco del saber humano, es también necesario atender la problemática sobre el
significado de la ciencia; pues es un concepto que está en crisis.
A partir de diversos factores –tales como el escepticismo filosófico posterior al
Renacimiento, el avance de conocimientos empíricos, las ideas de la Ilustración y el
positivismo cientificista del siglo XIX–, se ha dado en Occidente un nuevo concepto
de ciencia separado de su significación clásica. Esta nueva resignificación tuvo como
efecto una separación con la filosofía.
Así es que la entronización de un concepto de ciencia desgajado o separado de
la filosofía puede ser, a su vez, una de las causas de la consiguiente separación del
conocimiento técnico del resto de los saberes humanos. Es que dependiendo de qué
se entiende por filosofía, qué se entiende por ciencia y la relación entre ambas, vere-
mos efectos inmediatos también sobre el sentido del conocimiento técnico.
En nuestro ámbito local, quien ha explicado la cuestión de manera clara ha
sido Juan Alfredo Casaubón.13 Según este autor, la cuestión gira, en primer término,
en torno a lo que entendamos por ciencia.
“La expresión conocimiento científico puede ser tomada en un sentido amplio, y
de ese modo comprende también a la filosofía, o en un sentido más estrecho, y enton-
ces se limita a las llamadas ciencias positivas”.
En sentido amplio, y siguiendo la explicación aristotélica que Tomás de Aquino
retoma, el conocimiento científico es un conocimiento por las causas necesarias del
ser objeto del conocimiento. Es un conocimiento cierto, discursivo y razonado. En
cambio, en un sentido mucho más estrecho y moderno, el concepto de ciencia se cir-
cunscribe a los conocimientos que requieren comprobación empírica.
Entonces, ¿en qué se diferenciará esta ciencia nueva (moderna) y empírica de
la filosofía? Frente al dilema de la nueva definición de ciencia y su distinción de la
filosofía, se ha divulgado que la diferencia estaría en que las ciencias demuestran
por las causas próximas y la filosofía por las causas últimas. Sin embargo, Causabón
anticipa: “[…] esta posición, que es válida como iniciación –y en ese sentido la hemos
utilizado a veces en clase […]–, no es suficiente sin más aclaraciones. Porque los
adversarios de la distinción entre ciencias y filosofía podrán decir que para llegar
legítimamente a las causas últimas hay que pasar primero por las causas próximas,
y con ello desaparece la supuesta distinción esencial entre ciencias y filosofía”.
El autor citado señala que las posiciones sobre esta cuestión pueden resumirse
en tres: aquellas que afirman que solo hay ciencias positivas (llamadas así por su
carácter de empíricas) y que la filosofía es nada más que una síntesis de los resul-
tados de aquellas. Una segunda posición, que afirma que solo hay filosofía (tesis
hoy pocas veces sostenida). Una tercera, que afirma la distinción esencial de ciencia
y filosofía. Y una cuarta que sostiene que, en realidad, no hay diversidad esencial
entre ambas, sino que son dos partes del mismo saber humano. Vamos a detenernos
brevemente en estas posturas.

13 Casaubón, J. A. (1979). Introducción al Derecho. Buenos Aires. Ariel, ver volúmenes 2 y 4.

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EL CONOCIMIENTO TÉCNICO (Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)

1. Solo ciencias positivas


Aquellos que admiten únicamente la existencia de las ciencias positivas, y
reducen la filosofía a una exposición de los resultados más generales de las ciencias
o a un análisis del lenguaje de aquellas, parten de la base de que ciencia es única-
mente el conocimiento empíricamente comprobado. Por eso es que para esta postura
solo será conocimiento científico el que corresponde a las ciencias empíricas, en tanto
que la filosofía no sería un conocimiento cierto por no ser empírico.
2. Solo filosofía
Otros autores –idealistas– admiten como conocimiento cierto únicamente a la
filosofía, y rebajan el papel de las ciencias a un mero valor material pragmático, pero
negando que sean un conocimiento verdadero.
3. Filosofía y ciencias positivas pero con distinción esencial
Algunos reconocen la relevancia tanto de la filosofía y de las ciencias; afirman,
a la vez, que ambos ámbitos del conocer humano se distinguen esencialmente. Pero
estos autores se dividen según la forma en que se da la distinción entre filosofía y
ciencias:
3.a) Están aquellos que sostienen que la distinción esencial está en el tipo de
causas que la filosofía y la ciencia toman en cuenta. En este caso, se entiende que
la filosofía es un conocimiento cierto de todas las cosas por sus causas últimas o
primeras, y las ciencias serían el conocimiento por las causas más próximas del
ser (por ejemplo, en el caso del conocimiento jurídico, esto es lo sostiene Martínez
Doral14). Pero contra esta postura se alega que no hay que establecer una dife-
rencia radical entre el conocimiento de las causas próximas y el de las últimas;
que se encuentran enlazadas unas con otras, más aún en las causas pertenecien-
tes a un mismo género.
3.b) Algunos otros sostienen que la filosofía es un conocimiento que alcanza
certeza a partir de los primeros principios; en cambio, las ciencias experimenta-
les que parten de la observación y medición solo llegan a teorías que son siempre
reformables y que solo alcanzan probabilidad (Escuela de Quebec). La filosofía
sería un conocimiento cierto por las causas, fruto de una demostración que parte
de premisas verdaderas, primeras e inmediatas y la ciencias experimentales
parten de fenómenos a los que miden para establecer leyes y explicar éstas por
teorías.
4. Filosofía y ciencias no tienen distinción esencial y ambas son partes de la
sabiduría humana
Finalmente, para este último grupo de estudiosos, la Filosofía y la Ciencia son
dos realidades analógicas.
Las ciencias positivas efectivamente alcanzan conocimientos probables, pero
también acceden a conocimientos dotados de certeza, como lo hace la filosofía. Es
precisamente cuando las ciencias se fundan en la filosofía cuando pueden obtener
tal certeza. Este grupo de autores propugna la reunificación del saber humano en un

14 Martínez Doral, J. (1963). La estructura del conocimiento jurídico. Pamplona. Universidad de

Navarra. Hay una posición más a tener en cuenta y es aquella que sostiene que la ciencia sería un conoci-
miento de lo empírico en tanto que la filosofía, un conocimiento ontológico (atribuida a Maritain).

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CLAUDIO P. GROSSO

todo analógico: la filosofía incluye todo lo cierto de las ciencias y de la técnica15. Por
nuestra parte, adherimos a este análisis del conocimiento.
Según estos autores, además, la Filosofía se divide en especulativa y práctica.
Y dentro de la filosofía práctica puede haber niveles de practicidad, que correspon-
den a un mayor o menor grado de certeza y necesidad. A su vez, dicha filosofía prác-
tica se divide en dos partes esenciales. Una parte sobre lo operable y otra parte sobre
lo factible.16 Es en este último lugar donde encontraremos al conocimiento técnico.
El conocimiento técnico sería una parte del conocimiento práctico que partici-
pa de la filosofía práctica.

La técnica

Centremos ahora nuestra atención en el conocimiento técnico. Antonio Gómez


Robledo17 señala que el arte –o la técnica, entendidos a los efectos de este trabajo
como sinónimos– es el hábito productivo acompañado de razón verdadera. Agrega el
citado autor que ese conocimiento es posesión de una forma inteligible comunicada
a una realidad exterior. La técnica se desarrolla en la esfera de lo contingente, pues
no puede haber producción sino de cosas que pueden ser o no, y que pueden ser de
un modo o de otro. Todo arte, toda técnica, es traer mediante producción o creación
humana algo a la existencia.
Por lo tanto, la técnica se orienta a una obra o a un producto exterior, confec-
cionado por el sujeto que actúa. No hay en la técnica una conformidad entre la razón
y la voluntad recta del sujeto. En la técnica y en el arte la recta razón está toda de y
para el objeto; no de parte del hombre que la produce o fabrica. El eje de la técnica es
la calidad de la cosa hecha o producida. Es la manera por la cual se traslada a una
materia una forma anterior preexistente en la mente del artista o técnico.
Tomás de Aquino18 trata la cuestión acerca de la naturaleza del arte. Se pre-
gunta si el arte es una virtud intelectual y responde: “[…] el arte no es otra cosa que
la recta razón de algunas obras que se han de hacer, cuya bondad, sin embargo, no
consiste en que el apetito humano se haya de un modo determinado, sino en que la
misma obra que se hace sea buena en sí misma; pues a un artífice, en cuanto artífice,
no se le alaba por la voluntad con que realiza la obra, sino por la cualidad de la obra
que realiza”.
La técnica es evidentemente un hábito operativo (en tanto se orienta a la per-
fección de la cosa hecha) pero tiene en común con los conocimientos especulativos
que, en ambos casos, se trata de saber cómo son las cosas que se consideran, no cómo
está dispuesta la voluntad respecto de esas cosas. Y se cita el ejemplo de un geóme-

15 Casaubón indica en sus obras qué él personalmente se inclina entre las posiciones indicadas en

los puntos 3.b y 4.


16 Así como la sabiduría divina rige por su providencia y su gobierno el universo creado, así también

en el hombre se asienta la prudencia que rige las acciones y pasiones y el arte humano que lo emplea en el
gobierno de los bienes exteriores.
17 Gómez Robledo, A. (1996). Ensayo sobre las virtudes intelectuales. México. FCE (2ª ed.).
18 Tomás de Aquino. Suma Teológica I-II, q.57 a. 3 y 4.

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tra en donde lo propio es que demuestre la verdad, sin importar cuál es su disposi-
ción o su voluntad, como tampoco importa esto en el caso del técnico o artífice. De
manera que la técnica, al igual que en el conocimiento especulativo, no hace bueno el
producto en cuanto al uso que la voluntad le dispensa. Para que el hombre use bien
del arte que posee, se requiere buena voluntad, y esto solo puede ser perfeccionado
por la virtud moral.
Por otra parte, la técnica es un conocimiento de lo fáctico aún cuando no se
haya puesto en acto el artefacto o producto. “El artífice, por razón de su conocimiento
artístico, conoce aún aquellas cosas que aún no produce; pues las formas de su arte
fluyen de su conocimiento a las cosas materiales externas, para producir los objetos
artísticos; por tanto, nada impide que haya en el artífice algunas formas que aún no
se hayan proyectado al exterior”.19
En definitiva, la técnica es un saber hacer que está en la mente del agente. Su
esencia está en la participación de una forma en la misma cosa hecha. En lo produ-
cido por la técnica o el arte la causa eficiente es una idea en la mente del artífice.
Esto se diferencia de la generación de las cosas naturales, en donde la forma que se
transmite no es una idea sino la propia forma natural del agente. En efecto, un caba-
llo engendra un caballo; en cambio, un artífice produce su idea mentis en la obra por
producir. Porque en la técnica la forma está en la inteligencia del artífice que luego
se volcará al artefacto producido.

La prudencia

Ya hemos visto sumariamente el concepto de Ciencia, su relación con la Filoso-


fía. También hemos visto brevemente qué podemos entender por técnica. Sin embar-
go, aparece en escena ahora otro tipo de conocimiento relativo al obrar humano
que hasta ahora solo hicimos mención de pasada. Nos referimos al conocimiento
prudencial.
Si pretendemos comprender el conocimiento técnico no podemos dejar de lado
la relación que tiene con este otro conocimiento práctico. Veremos a continuación
brevemente la relación que hay entre técnica y prudencia.
Tomás de Aquino20 señala que la prudencia es un hábito operativo con razón
verdadera acerca del obrar humano. Es la razón aplicada al opus del ser humano.
“Nadie delibera de lo que es absolutamente imposible, o que sea de otra manera, ni
de lo que no está en su poder. Recordemos lo dicho acerca de que la ciencia es por
demostración y que una demostración no puede ser de realidades cuyos principios
acontecen ser de otra manera, de otro modo, todo lo que se sigue de aquellos prin-
cipios podría ser de otra manera. Pues no puede ser que los principios tengan un
ser más débil que lo que se sigue de los mismos. Conjuguemos, pues, esto con lo que

19 Tomás de Aquino. Suma contra Gentiles. L I., cap. LXVI, p. 2. Es interesante tomar en cuenta que

esta explicación acerca del artífice y su arte se toma para entender por inducción el conocimiento de la inte-
ligencia divina que tiene acerca de las cosas que aún no existen.
20 Tomás de Aquino. Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Libro VI, lección 4.

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CLAUDIO P. GROSSO

ahora decimos que la deliberación no versa sobre lo que es por necesidad y que la
prudencia versa sobre lo deliberable, pues se dijo que es propio del prudente delibe-
rar bien. De todo lo cual se desprende que la prudencia no es ciencia ni arte”.
“Que no es ciencia es evidente porque las acciones de las que hay deliberación
y sobre las que versa la prudencia pueden ser de otra manera. Y sobre tales no hay
ciencia. Que la prudencia no es arte es patente porque obrar y hacer son géneros
diferentes. De allí que la prudencia que se refiere a las acciones difiere del arte que
se refiere al hacer”.
Aristóteles concluye dando la definición de prudencia: “De que la prudencia no
sea ciencia, hábito demostrativo acerca de lo necesario, y no sea arte, hábito produc-
tivo con razón, se sigue que la prudencia es un hábito activo con razón verdadera,
que no versa sobre lo producido que está fuera del hombre, sino sobre el bien y el
mal del hombre mismo”.
“[…] si alguien yerra en el arte por propia voluntad es considerado mejor artí-
fice que si no lo hace voluntariamente, porque entonces parecía proceder por imperi-
cia en el arte; […] Pero en la prudencia, es menos ponderable el que quiere cometer
falta que el que no quiere […] Esto se debe a que la prudencia requiere la rectitud
del apetito sobre los fines para que le sean salvados sus principios. De lo cual se
sigue con claridad que la prudencia no es un arte, como consistiendo solo en la ver-
dad de la razón, sino que es una virtud al modo de las virtudes morales, que requiere
la rectitud del apetito”.
En definitiva, siguiendo las enseñanzas del Aquinate que hemos transcripto,
la prudencia es el conocimiento práctico que versa sobre las cosas humanas y sobre
las que hay que aconsejar. Es una virtud intelectual directiva de los actos humanos
dirigidos al fin último de la vida.21 Por eso Cicerón decía que la prudencia es el “arte”
de vivir bien.
Por su lado, la prudencia coincide con la ciencia práctica y con el hábito de los
primeros principios prácticos en el hecho de que todos son hábitos prácticos en tanto
que versan sobre lo operable. Pero estos últimos son solo mediatamente prácticos,
por cuanto consideran la realidad práctica de modo universal. En cambio la pruden-
cia considera el objeto práctico en una perspectiva práctica.22 La prudencia ordena
los medios conducentes al fin propiamente humano. Considera lo agible humano
concretísimo y personal en orden al bien humano. Este grado de practicidad lo com-
parte con la técnica.
Según refiere Santiago Ramírez,23 la doctrina realista de Tomás de Aquino
indica cuatro aspectos centrales acerca de la prudencia:
“a) que la prudencia es una virtud esencialmente intelectual; b) que es una
virtud moral hasta cierto punto, es decir, en cuanto a su materia; c) que es una virtud
inmediatamente cognoscitiva y mediatamente operativa, es decir, cognoscitiva por
sí y ejecutiva por medio de las virtudes morales; d) que es en cierto sentido virtud
media entre las meramente intelectuales y las puramente morales”.

21 Ramírez, S. (1979). La prudencia. Madrid. Palabra (2ª ed.), 90.


22 Basso, D. (2005). La fuente del equilibrio moral y jurídico. Buenos Aires. Educa, 16 y ss.
23 Ramírez, S. (1979). La prudencia, ob. cit., 90 y sigs.

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EL CONOCIMIENTO TÉCNICO (Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)

Afirma Ramírez, además: “[…] sin embargo, la prudencia difiere más de los
hábitos meramente especulativos que del arte. Porque aunque éste sea de suyo amo-
ral como aquellos, mientras que la prudencia es esencialmente moral, no obstante
conviene más con el arte que con los hábitos meramente especulativos en el obje-
to material […] pues el objeto material de los hábitos meramente especulativos es
necesario, pero el del arte y de la prudencia es contingente; y el sujeto psíquico de
los primeros es el intelecto en cuanto especulativo, mientras el del arte y el de la
prudencia es el intelecto en cuanto práctico”.
En suma, y por lo que hasta aquí hemos dicho y citado, la prudencia y la téc-
nica son conocimientos prácticos en lo concreto, y ambos proceden del intelecto en
cuanto su faz práctica.
Pero conviene también establecer con más detenimiento esta relación entre el
conocimiento prudencial y el conocimiento técnico, pues de la distinción entre ambos
podremos comprender mejor el conocimiento técnico, incluso frente a la inflación de
la técnica que vemos hoy en el mundo contemporáneo.

La relación entre prudencia y técnica

Dice Tomás de Aquino24 que el arte es la recta razón de lo factible, mientras


que la prudencia es, como ya vimos, la recta razón de lo agible. La diferencia estriba
en que la factura o la hechura de la técnica es un acto que pasa a la materia exterior
(como por ejemplo, edificar, fabricar, producir, etc.). Mientras que el obrar moral es
un acto que permanece en el agente (como por ejemplo, ver, querer, etc.). De lo que
resulta ser diversa la razón perfecta respecto de aquello a que se aplica cada una.
Así como la perfección de la razón en el orden especulativo depende de los prin-
cipios a partir de los cuales la razón discurre, la ciencia depende del entendimiento,
que es el hábito de los principios y lo presupone; del mismo modo, en los actos huma-
nos los fines ejercen la función que los principios tienen en el orden especulativo.
De este modo, la prudencia –que es la recta razón de lo agible– requiere que
el hombre esté bien dispuesto respecto de los fines, lo cual se logra por la voluntad
recta. De ahí que la prudencia impele la virtud moral que hace que el apetito sea
recto. En cambio, el bien de las obras de la técnica no es el bien de la voluntad, sino
el bien de las obras mismas. Por eso el arte no presupone la voluntad recta.25
Por tanto, la Prudencia es la recta razón de los actos humanos mismos, en
tanto que la Técnica es la recta razón aplicada al artefacto producido, según la idea
del artífice.

24 Artículo 4º de la cuestión ya citada.


25 Agrega Santo Tomás una comparación muy interesante que toma de Aristóteles: El arte no requie-
re la voluntad recta. Este es el motivo por el que se alabe más al artista que realiza mal la obra queriendo,
que al artista que realiza también mal la obra sin querer. En cambio, en la ética, es más imprudente el que
comete una falta con intención de hacerla que el que comete un acto inmoral sin querer, porque la rectitud
de la voluntad es esencial a la prudencia, y no lo es para el arte. Esta es otra razón de la que resulta claro
que la prudencia es una virtud distinta del arte.

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CLAUDIO P. GROSSO

Enseña Maritain26 que los escolásticos definían el hacer como la acción pro-
ductora considerada, no con relación al uso que hacemos de nuestra libertad, sino
puramente en relación a la cosa producida. El arte es la recta determinación de las
cosas por ejecutar. “El arte es un habitus del entendimiento práctico. Este hábito es
una virtud, es decir, una cualidad que, venciendo la indeterminación original de la
facultad intelectiva […] la lleva […] a un cierto máximo de perfección y, por ende, de
eficacia operativa”.
Ahora bien, si la técnica es una virtud del entendimiento práctico y si toda vir-
tud conduce exclusivamente al bien, entonces hay que concluir que la técnica tiene
rectitud infalible. Sin embargo, el arte (o la técnica) al igual que la prudencia versan
sobre lo contingente, y sobre lo contingente no puede haber certeza.
Esta dificultad puede responderse por la distinción de la verdad del entendi-
miento especulativo, que trata acerca de lo que es, y la verdad del entendimiento
práctico, que dirige a lo que debe ser, según la naturaleza de la misma cosa. Así
entonces, si bien no hay verdad infalible en el conocimiento de lo que puede ser de
otra manera, sin embargo puede haber verdad infalible en el dirigir. Esto es cierta-
mente aplicable a la técnica y a la prudencia, que tratan ambas acerca de lo contin-
gente. Pero cabe aclarar que esta posibilidad de verdad infalible atañe al elemento
formal de la operación, a su regulación según la razón.
“Si el instrumento del artista cede o se rompe o la materia que usa se quiebra,
y si el acto moral fracasa pero fue según las reglas de la prudencia, no por ello en
ambos casos se habrá perdido la rectitud del arte y de la prudencia”.27
En síntesis, la técnica es más exclusivamente intelectual que la prudencia.
Mientras que la prudencia tiene por sujeto el entendimiento práctico y presupone
la voluntad recta y depende de ella; la técnica, por su lado, no se ocupa del fin o bien
propio de la voluntad humana.28
La técnica, según su razón formal, se acerca más a la ciencia y los hábitos del
entendimiento especulativo. Se asemeja a la ciencia en tanto se encuentra atada a
un objeto. Pero se diferencia de la ciencia en que esta se dirige a un objeto a contem-
plar, en cambio la técnica se dirige a un objeto a hacer o fabricar. Por otra parte, y
como ya dijimos, la técnica también se asemeja a la prudencia en cuanto que ambas

26 Maritain, J. (1958). Arte y Escolástica, Buenos Aires, Club de Lectores.


27 Ibídem.
28 Castellani, L. (1941). Conversación y Crítica Filosófica. Buenos Aires. Espasa-Calpe, 63. Caste-

llani, al comentar a Maritain, dice: “Recordemos que Maritain, para responder a la pregunta ¿cuál es la
esencia de las bellas artes? había clasificado las artes en el predicamento de los hábitos […] y después en el
género de los hábitos factivos en oposición al género de los hábitos operativos. Al primero pertenecen todas
las artes, desde la del carpintero (artesano) hasta la del escultor (artista). Al segundo, todas las virtudes
y singularmente la prudencia. El arte es el recto modo de hacer y mira el objeto. La prudencia es el recto
modo de obrar y mira a la persona. Pero las artes se dividen, a su vez, en bellas y serviles. ¿En qué difieren?
Vulgarmente decimos que las serviles enseñan a hacer cosas útiles (como mesas) y las bellas, cosas inútiles
(como estatuas). La diferencia está en que las bellas artes no hacen formalmente lo útil sino lo delectable. La
obra factiva, que es objeto material de las serviles, no es un fin sino un medio (bonum utile); la de las bellas
artes es un fin en sí (bonum delectable) aunque no es más grande que el fin del hombre viador en cuanto tal
(bonum honestum). Pero no cualquier deleite anda buscando el arte, sino solo el que vierte la belleza”. Según
el autor, “la esencia de la obra artística es la expresión radiosa de una forma”.

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EL CONOCIMIENTO TÉCNICO (Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)

tratan acerca de lo contingente.


Una frase de Maritain sintetiza magistralmente estas ideas: “[…] el sabio es
un intelectual que demuestra, el artista es un intelectual que obra, el prudente es
voluntario inteligente que obra bien”.29
Del registro que hemos hecho de diversos autores se aprecia una visión actual
en donde la técnica aparece como un conocimiento predominante y central, aislado
y autónomo; la técnica llevada al servicio de sí misma. Sin embargo, al estudiar la
significación de la técnica dentro del ámbito de todo el conocimiento humano, ya
podemos ponderar sus limitaciones, sus fronteras y su subordinación con los otros
modos del saber humano.
Ignacio Correa Massini30 señala algunas razones de este desorden en el saber
humano. Sostiene que hay una pérdida de sujeción del obrar y del hacer humanos a
una concepción trascendente o religiosa que otorgue fundamento al orden natural.
Indica también una carencia de subordinación del medio utilitario o técnico al fin
honesto de la vida ética y, finalmente, la ausencia de una incardinación de lo técnico
al orden político fundado en el bien común.
Dice Massini: “Tres son las notas fundamentales del pensamiento clásico acer-
ca de la técnica. En primer lugar, el condicionamiento de la actividad factiva por la
concepción religiosa de la naturaleza, que impedía que se concibiera al mundo natu-
ral como mero objeto de manipulación y dominio. En segundo término, la intrínseca
subordinación del arte al orden ético, que colocaba las técnicas al servicio del bien
general del hombre. Por último, el gobierno de las técnicas y de los técnicos por el
político, quien determinaba los objetivos a las artes y precisaba sus limitaciones,
poniéndolas –en última instancia– al servicio del bien común”.
A esta altura, nos parece conveniente tomar el análisis hecho por Félix Lamas,31
en donde compara el conocimiento técnico con otros conocimientos del hombre, con
el objeto de brindar algunas conclusiones sobre la ubicación realista de la técnica.
Así se señala:

1. En primer lugar, se destaca que el objeto de la técnica es una acción práctica


al igual que el de la prudencia. Es decir que ambas se dirigen a la acción
humana concreta.
2. Tanto la técnica como la prudencia tratan acerca de lo contingente. La pru-
dencia, en esto, se asemeja a la técnica, en tanto ambas residen en la parte
opinativa del alma y su objeto es lo contingente. En ese sentido la prudencia
se asemeja más a la técnica que a los hábitos especulativos. Por su lado, la
técnica, en cambio, se asemeja más a los conocimientos especulativos en
cuanto poseen regla universal.
3. Pertenece a la prudencia aconsejar bien sobre las cosas que pertenecen a toda
la vida del hombre y al fin último de la vida humana. En cambio, el consejo o
directriz que se da en la técnica se refiere al fin propio de cada técnica parti-

29 Maritain, J. (1958). Arte y Escolástica, ob. cit.


30 Massini Correa, I. (1980). La Revolución Tecnocrática. Mendoza. Idearium, 247.
31 Ídem, pág. 248 y sigs.

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cular. Por ejemplo, a aquellos hombres que aconsejan bien en los asuntos náu-
ticos se los llama buenos capitanes, no simplemente buenos hombres. Esto
último es propio de aquellos hombres que aconsejan bien respecto de las cosas
que afectan toda la vida. Por ello se dice que la prudencia tiene una dimensión
abarcativa de la vida humana, pues comprende todo el bien del hombre. En
cambio, la acción técnica asume una función parcial e instrumental.
4. La prudencia es hábito intelectual pues muestra la verdad práctica en orden
a que el hombre vea los medios que lo dirigen a su bien, pero precisamente
por dirigir la voluntad al bien es también una virtud moral, rectora de las
demás virtudes morales. En cambio, la técnica considerada como virtud es
meramente intelectual pues su fin es conocer los medios para la perfección
de la cosa fabricada o producida en cuanto a su utilidad. Según este aspecto,
la técnica tiene menor certeza que la prudencia.
5. La prudencia tiene grado de necesidad, pues el fin del saber práctico es la
perfección del hombre que de suyo es necesario al hombre. En cambio, la
técnica no tiene rango de necesidad, pues el fin del artefacto no es necesario.
Solo accidentalmente es necesaria la aplicación de las reglas técnicas en la
medida que se orientan a la perfección constructiva de la cosa artificial. Así
es que la técnica tiene menor necesidad que la prudencia.
6. La prudencia se conecta o se relaciona en forma ascendente con la ciencia
práctica, entendiendo por ciencia, según su definición clásica, y en tanto que
unida en modo analógico a la filosofía. En cambio, la técnica no se continúa
en la ciencia. Solo puede haber una aplicación técnica de la ciencia. Pero
esa aplicación en nada afecta el propio objeto especulativo de la ciencia, que
debe ser respetado. El saber hacer sobre la realidad exterior artificial no le
agrega nada a la ciencia (conocimiento teórico de la realidad dada), en cuan-
to conocimiento de la verdad natural de las cosas tal y como son.
7. El objeto de la prudencia es la acción ética que busca el bien o perfección
del que actúa. En cambio, la técnica tiene por objeto la perfección de la cosa
producida o fabricada.

La prudencia hace bueno el acto humano por su misma función. En cambio, en


la técnica solo hace bueno potencialmente el acto en la medida que faculta al hombre
para obrar bien mediante el uso que haga de la cosa producida.

8. La técnica es un conocimiento causal igual que lo es la ciencia. Pero difiere


el tipo de causalidad. En la técnica, la necesidad o universalidad proviene
de la regla misma para lograr la perfección del artefacto ideado según la
idea del artífice. En cambio, la ciencia, en sentido clásico, es un conocimiento
causal universal y necesario.
9. La técnica es un modo inferior de saber, vinculada a las utilidades para la
vida humana. Se encuentra a medio camino entre la mera experiencia y la
ciencia. Esa situación intermedia es la que le impone la existencia de grados
que se acercan a uno u otro extremo. Es decir, con posibilidad de que ella,
la técnica, se acerque en algunas ocasiones a la experiencia y, en otras, a la
ciencia.

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EL CONOCIMIENTO TÉCNICO (Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)

Algunas implicancias en el ámbito jurídico

Esta perspectiva realista sobre los diversos modos de conocer y el cuadro del
saber humano, en el cual se inserta la técnica, tiene implicancia en todos los ámbi-
tos. Concretamente brindamos algunos comentarios atinentes al ámbito jurídico.
Si, por ejemplo, se restringe el concepto de ciencia al conocimiento comproba-
blemente meramente empírico, significaría que en el derecho solo habría un cono-
cimiento jurídico cuando se pondere la norma positiva. De este modo, solo habría
ciencia jurídica positiva (o dogmática de las normas positivas). La filosofía jurídica
se restringiría a aquel conocimiento que represente solo una teoría general de la
normatividad.
Por el contrario, Félix Lamas32 afirma la unidad analógica de la sabiduría
humana en la que incluye a la Ciencia jurídica y a la Técnica. Esta relación analógi-
ca permite distinguir pero también relacionar a la Filosofía del derecho, la Ciencia
jurídica, la Prudencia y la Técnica. Se reconoce el carácter práctico del Derecho y
se disciernen diversos niveles de practicidad en una continuidad integral del cono-
cimiento humano. Acepta también que opera la Prudencia en el plano mismo de la
acción y asigna a la experiencia una función metodológica de relevancia.
Coincide en esta apreciación sobre la unidad del conocimiento, Jesús García
López, quien señala: “(S)i se pide una distinción entre el filósofo y el llamado científico, y
paralelamente entre Filosofía y Ciencia –siempre que por ciencia se entienda algo más
que la simple constatación de los hechos experimentales, o sea, una explicación racional
de los mismos–, esa distinción será la misma que la que hay entre el todo y la parte”.33
Camilo Tale34 resume la cuestión en el ámbito jurídico acerca de la filosofía y
ciencia jurídicas, remitiendo a dos posiciones: por un lado, aquellos que niegan la
existencia de cosas justas y por otro, aquellos que las afirman más allá del arbitrio
de los hombres. Para los primeros, precisamente, la Filosofía del Derecho se ocuparía
del derecho positivo, de su génesis y de su evolución (algunos agregarían también
como objeto las valoraciones subjetivas, pero solo en tanto pueden ser apreciadas
empíricamente). De forma que en esta perspectiva la Filosofía del Derecho sería
únicamente una Teoría General del Derecho positivo. En cambio, para los que con-
sideran que sí hay cosas justas, la Filosofía del Derecho tiene por objeto lo que es
necesario en las relaciones humanas exigibles en alteridad; lo que tiene que ser para
que se cumpla lo justo, un cierto orden en las cosas humanas.
Cuando se busca lo justo en las cosas humanas se busca algo que es necesario
(necesidad moral no física, claro está). La Filosofía del Derecho como parte de la Filo-
sofía Práctica estudiará, entonces, las realidades en cuya esencia está el ser, llevadas
a cabo y obradas por el hombre; y que, por ende, comienza sus indagaciones acerca
del fin común último del hombre. En esta perspectiva, no puede tratarse acerca de la
justicia en la sociedad sin consideración sobre el fin último del hombre.

32 Lamas, F. (1991). La experiencia jurídica. Buenos Aires. Instituto de Estudios Filosóficos Santo

Tomás de Aquino.
33 García López, J., en Prólogo a la obra Ramírez, S. (1954). El concepto de filosofía. Madrid. Biblioteca

Hispánica de Filosofía.
34 Tale, C. (1984). Qué es la Filosofía del Derecho. Córdoba. Terra.

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Del mismo modo la implementación de la técnica –vista incluso desde lo jurí-


dico– debe seguir esa misma unidad del saber humano. Así como refiere Mario
Caponnetto,35 ello se debe a que el modo de actuar de la razón práctica es el mismo
tanto sea en el ámbito prudencial como en el técnico. Ese mismo modus operandi
consiste en la imitación de la naturaleza, derivada, a su vez, de la semejanza del
alma humana respecto del Creador. El intelecto humano es el principio de todas
las cosas que el arte o técnica produce, pero el intelecto humano deriva en cierta
semejanza del intelecto de Dios, el cual es principio de todas las cosas hechas según
la naturaleza.
Las operaciones de la naturaleza y las del arte deben guardar alguna relación
proporcional. Esa relación se funda en la semejanza de ambos intelectos. “Es la uni-
dad en el modus operandi de la razón práctica, esto es, la imitatio naturae derivada
de la similitudo del alma respecto de Dios”.36 Por tanto, la razón práctica tiene un
único fin, que es el bien, y en ese sentido el bien útil (fin de la técnica) no puede pre-
valecer o soslayar jamás el bien honesto, el propio bien humano y el conocimiento
técnico no puede vulnerar el bien del hombre.

Algunas conclusiones acerca del conocimiento técnico y el mundo


tecnocrático

Para finalizar nos parece conveniente hacer una síntesis de las ideas que que-
remos dejar sentadas acerca de la técnica y de nuestra actualidad “tecnocrática”.
Afirmamos que el objeto operable de la técnica es un objeto contingente y
dependiente de nuestra actividad, al igual que en la prudencia. Pero a diferencia
de la virtud de la prudencia, la técnica tiene por objeto lo factible; mientras que la
prudencia, lo operable o lo agible.
Sostenemos que la bondad de la técnica está en la cosa por producir o arte-
facto, y no en el artífice o técnico que la realiza. La técnica no brinda rectitud ética
en el uso que el hombre hace de ella, mientras que la prudencia sí confiere esa
rectitud.
La materia de la que trata la técnica es menos amplia y contingente que en la
prudencia, cuyo objeto son las acciones humanas contingentes libres, mientras que
la técnica está sujeta a cierto determinismo. Por tanto, la técnica tiene mayor certeza
que el conocimiento prudencial pero es menos universal su finalidad.37
La técnica es efectivamente un conocimiento causal como la ciencia, pero su
universalidad es impropia y proviene solo de la regla misma (del arte o técnica
misma empleada) para lograr la perfección del artefacto ideado según la mente del
artífice. En cambio, la ciencia en sentido clásico es un conocimiento causal universal
y necesario.

35 Caponnetto, M. (1999). Bioética y Derecho. En Jornadas Interdisciplinarias de Bioética y Derecho,

San Luis. Universidad Católica de Cuyo, 99.


36 Ídem, 100.
37 Ramírez, S. (1954). El concepto de filosofía, ob. cit., 76.

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EL CONOCIMIENTO TÉCNICO (Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)

Por todo esto la técnica es un modo inferior de conocimiento que se encuentra


entre la mera experiencia y la ciencia, que depende jerárquicamente de la prudencia
y de la filosofía práctica y especulativa. Además esa situación intermedia entre cien-
cia y experiencia le impone grados que se acercan a uno u otro extremo según el caso.
La aparente tecnocracia a la que aluden los autores comentados al inicio
depende –entre otras razones– de un desplazamiento de la técnica del marco de los
saberes humanos. Es, de algún modo, un desquiciamiento por el que ella ha venido
a ocupar un lugar central del conocimiento humano en una sociedad que pretende
circunscribirse a la mera utilidad y satisfacción de mayores instrumentos o de bie-
nes de consumo.
Así es que la técnica parece haber venido a ser un motor del conocimiento
humano en la era Moderna. Pero esto, conviene recordarlo, no agrega nada a la ple-
nitud humana si no se logra incardinar al hombre y los ámbitos de la cultura en el
orden propio de los fines naturales, en lo que está incluido el orden jerárquico en que
la técnica corresponde estar.
En efecto, hoy día se aprecia el desafío de que la técnica encuentre un cauce más
humano. Las mismas técnicas aplicadas a distintos sectores de la realidad humana
–tales como por ejemplo la manipulación en la reproducción humana– están exi-
giendo una visión más integradora en miras a los verdaderos fines del ser humano.
Hace falta mirar al conocimiento técnico en la perspectiva integradora del
saber humano, cuyo vértice es la Sabiduría. Bien vale aquí citar un texto de Tomás
de Aquino: “[…] El último fin de todo conocimiento humano es la felicidad. Por con-
siguiente, la verdadera felicidad consistirá esencialmente en aquel tipo de conoci-
miento que, una vez adquirido, no deje ningún deseo de mayor conocimiento. Pero
tal tipo de conocimiento no puede ser el que los filósofos –que– han adquirido por
demostración, porque, aún teniéndolo, todavía deseamos conocer lo que no se alcan-
za por ese camino. Luego tal conocimiento no puede ser la última felicidad”.38

Reflexión final

Decía Emilio Komar que “las obras artificiales pueden obedecer al orden natu-
ral. Esto es el principio que los antiguos, los clásicos, expresaban en el dicho latino
ars cooperativa naturae, es decir, lo artificial tiene que colaborar con la naturaleza,
con el orden previo, con el orden natural y por ello con la Voluntad Divina en cuanto
se refleja en el orden natural. Luego, cuando la conciencia del orden natural (que es
conciencia de la Creación, en último análisis, de la Creación del Creador) mengua,
evidentemente todo pasa a ser producido por la civilización y es artificial.
La ‘cultura’ reemplazó a la ‘natura’ (o la civilización reemplazó al orden natu-
ral). Pero ¿quién impone el orden artificial? O mejor dicho, ¿cuál de los órdenes arti-
ficiales tiene que imponerse? –porque los órdenes artificiales pueden ser muchos; el
orden natural, en cambio, es uno solo–: El que está respaldado con la mayor fuerza”.39

38 Tomás de Aquino. Suma contra Gentiles. L. III, cap. 39.


39 Komar, E. (2001). Modernidad y posmodernidad. Buenos Aires. Sabiduría Cristiana, 22.

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Ante este riesgo de órdenes artificiales que oprimen lo humano, nuestro papa
emérito Benedicto XVI, en su carta encíclica Spe Salvi, nos brinda señales de espe-
ranza.
Expresa que en algunos sectores del mundo actual se comprueba un progreso
acumulativo de lo material merced a los inventos de la técnica; y que hay un dominio
cada vez mayor de la naturaleza. “En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y
de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple
hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre
de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este
caso, en efecto, ya no seríamos libres”.
“La razón del poder y del hacer ¿es ya toda la razón? Si el progreso, para ser
progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del
poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura de
la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal”.
“Solo se vuelve humana si es capaz de indicar el camino a la voluntad, y esto
solo lo puede hacer si mira más allá de sí misma”.40

40 Benedicto XVI. Spe Salvi. Recuperado de http://www.vatican.va.

80 Prudentia Iuris, Nº 77, 2014, págs. 61-80

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