El Conocimiento Técnico (Y La Cultura Tecnocrática Moderna) - Aportes Del Realismo
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Grosso, C. P. (2014). El conocimiento técnico (y la cultura tecnocrática moderna) : aportes del realismo [en línea],
Prudentia Iuris, 77.
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[Fecha de consulta:..........]
EL CONOCIMIENTO TÉCNICO
(Y LA CULTURA TECNOCRÁTICA MODERNA)
APORTES DEL REALISMO
Technical knowledge (and technocratic modern culture).
Contributions of realism
Claudio P. Grosso1
Introducción
¿Se vive hoy en un mundo dominado por la técnica? ¿Cómo se debe comprender
el conocimiento técnico en el actual mundo “tecnificado”? ¿La técnica es un conoci-
miento servil de otros? ¿Por qué, sin embargo, se ve a la técnica en el epicentro de la
vida moderna?
1 Abogado (UCA), Profesor de Introducción al Derecho y Formación del Pensamiento Jurídico y Polí-
Hoy día suele hablarse con frecuencia acerca de la “tecnología” como motor o
eje del progreso de la humanidad. Todo tiende a sugerir que con ese concepto se está
haciendo referencia a un determinado tipo de conocimiento humano (conocimiento
instrumental) pero en cuanto aplicado a cuestiones estrictamente útiles para la vida
humana.
Conviene detenernos un poco más en el concepto tecnología. Según el Dicciona-
rio de la Real Academia Española, la primera acepción de tecnología es: “conjunto de
técnicas o teorías que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento cien-
tífico”. De tal manera que, siguiendo esa significación, la tecnología sería una serie
de conocimientos instrumentales que se orientan a aplicar el conocimiento científico
–que por naturaleza es teórico o especulativo– con una finalidad práctico utilitaria o
práctico instrumental. Es decir que podría entenderse a la tecnología como la técnica
que se sirve de las ciencias para una aplicación instrumental. En pocas palabras, se
trataría de la instrumentalización de la ciencia.
Es un lugar común afirmar que el desarrollo material de los últimos siglos
estuvo potenciado por la utilización de técnicas cada vez más refinadas y abarcado-
ras de todos los ámbitos de la vida humana. De hecho, se habla de la existencia de
un mundo que ha pasado a ser tecnológico o un mundo tecnocrático. Se trata de un
mundo dirigido por la técnica, donde de algún modo el poder se realiza mediante la
búsqueda de soluciones eficaces o útiles por encima de toda otra consideración. Esto
es precisamente lo que define el Diccionario de la Real Academia como tecnocracia.
Esta visión de ejercer el poder aplicando primero o exclusivamente respuestas “efi-
caces” parece ser uno de los signos propios de los países occidentales hoy día.
Ahora bien, diversos autores –desde distintos ángulos y disciplinas– vienen
coincidiendo de algún modo en advertir sobre la superabundancia del conocimiento
técnico en desmedro de los otros saberes humanos o, dicho de otra manera, en un
desorden jerárquico del conocimiento humano y de su ordenación hacia la realidad.
Citemos en primer caso a Daniel Bell,2 quien desde una perspectiva socioló-
gico económica observa que en una primera fase de la Modernidad el hombre tuvo
siempre la pretensión de conquistar el orden natural. Pero en los últimos tiempos
la humanidad ha pretendido la directa sustitución del orden natural por un orden
técnico. Como consecuencia de ello –señala Bell–, la sociedad posindustrial en la que
hoy estaríamos viviendo sería una refundición de esa búsqueda de esa pretensión
pero con medios más poderosos en comparación con aquella primera etapa de la
Modernidad durante la Revolución Industrial.
Bell ilustra su análisis trayendo a colación dos ejemplos de la literatura en la
que se buscaba anticipar la aparición de una civilización tecnocrática. Un primer
ejemplo es la obra de estilo utópico de Francis Bacon, titulada La Nueva Atlántida.3
El libro trata sobre una isla donde el gobernante no es un filósofo –tal como lo había
propuesto la tradición platónica–, sino que es un investigador científico. El fin del
científico sería la ampliación de los límites del imperio humano hacia todas las cosas
posibles.
A su vez, el otro ejemplo es el libro de ciencia ficción de H. G. Wells, The Shape
of Things to Come. En este caso se retrata un mundo desbastado por guerras, en
donde los hombres viven de manera primitiva luchando con hachas y entre las rui-
nas de la vieja civilización destrozada. Pero el desenlace de la obra muestra que un
grupo de científicos, habiéndose apartado de la hecatombe de las guerras, vuelve
para levantar una nueva civilización pero de cuño racional, imponiendo una paz
universal, basada en sus conocimientos científicos.
Por su lado, Romano Guardini4 también aprecia un inusitado y creciente domi-
nio de la técnica en el mundo. Este teólogo señala que en la Modernidad aparece un
fenómeno nuevo. El hombre se decide a investigar la naturaleza mediante métodos
exactos y por experimentación, formando teorías que se suceden entre sí.
Dice Guardini: “[…] Así surgen relaciones funcionales que se hacen cada vez
más independientes de la organización humana inmediata y a las cuales pueden
fijárseles cada vez más, a discreción, unos fines determinados: nos estamos refirien-
do a la tecnología”.5 “La ciencia en cuanto captación racional de lo real y la técnica
como conjunto de posibilidades proporcionadas por la ciencia dan a la existencia un
carácter nuevo: el carácter del poder y del dominio en un sentido agudo […]”.
De este modo, no solo la naturaleza sino también el hombre mismo termina
siendo dominado en forma creciente por el propio hombre. “El hombre se acostumbra
a considerar que este mundo evoluciona objetivamente en sí mismo”, por lo que pare-
ce avenirse un nuevo tipo de lo humano, “el concepto de hombre no humano […]”.
La tesis de Guardini merece una cita más extensa que consideramos atinente
transcribir: “[…] la nivelación de la Edad Moderna proviene […] de la racionaliza-
ción de la ciencia y de la funcionalidad de la técnica […] tenemos la impresión de
que la naturaleza y el mismo hombre están cada vez más a disposición del dominio
del poder […] las normas éticas pierden su evidencia inmediata y, en consecuencia,
su influjo moderador sobre el uso del poder se hace menor”. “[…] se desprende una
idea cuyo alcance es imposible sobreestimar: la idea de la planificación universal. En
ella el hombre carga con su mirada lo dado: las materias primas y las energías de
la naturaleza pero también al hombre mismo en su sustancia vital. La estadística
nos da aquí un conocimiento exacto de lo que existe. La teoría muestra los recursos
para configurarlo. La razón de Estado decide cuál es el resultado total a que debe
tenderse. La técnica –tomando esta palabra en su más amplio sentido– pone a nues-
tra disposición los métodos para conseguirlo. A esta planificación impulsan razones
importantes: necesidades políticas, crecimiento de la población, limitación de los bie-
nes económicos y exigencia de distribuirlos bien, magnitud de las tareas que hay que
realizar, etc. Pero detrás de todo esto no se encuentran motivos prácticos, sino espiri-
tuales: un estado de espíritu que se siente justificado y obligado a proponer un obje-
tivo a la obra humana y a usar para este fin como material todo lo que está dado”.
Desde otra perspectiva, Juan Vallet de Goytisolo,6 jurista español, también
comparte la visión de los otros autores ya citados. Observa que los propios pensa-
dores de la Modernidad han querido entender la historia de la humanidad como
un pasaje de una edad infantil a una edad madura racional. El pasaje habría sido
desde una civilización de tipo “teocrática” hacia una humanidad gobernada por la
“tecnocracia”. Se trataría de que en el origen era una etapa inicial basada en la
ignorancia y en la superstición de la creencia en un más allá, para luego pasar a una
humanidad autosuficiente basada en el progreso constante de las ciencias empíricas.
Según aquellos pensadores de la Modernidad, afirma Vallet, la sociedad teocrá-
tica habría estado gobernada por mandatos basados en la voluntad de Dios, o por la
voluntad de hombres intérpretes de la divinidad. En cambio, la sociedad tecnocrá-
tica vendrá a proponer una evolución y una superación incluso de las mismas ideo-
logías surgidas en la misma Modernidad (liberalismo y socialismo). De modo que
en la síntesis tecnocrática esto se producirá a través de un cientificismo progresista
superador de las ideologías nacidas al amparo del Iluminismo modernista. La solu-
ción de la “tecnocracia” consistiría en identificar la verdad con la mera racionalidad
cuantitativa; racionalidad mensuradora que relegará al mundo de lo irracional todo
lo puramente cualitativo, es decir, lo no cuantificable. En definitiva, estos pensadores
positivistas ponderan un proceso histórico donde el cientifismo progresista y utópi-
co será la síntesis de las ideologías y el desarrollo sin fin de la humanidad. Según
Vallet, esta doctrina no lleva sino a una creciente deshumanización del ser humano.
Dice Vallet: “En resumen, la respuesta tecnocrática representa un retorno
neoiluminista a la pureza del cientifismo originario, por encima de las construccio-
nes políticas de los pactistas de los siglos XVII y XVIII y de los teóricos posteriores,
de los socialismos utópicos y de sus secuelas, penetradas en el joven Marx y mante-
nidas, como fermento dialéctico, en la praxis del marxismo”.7
org/verbo/1982/V-203-204-P-255-289.pdf.
7 Vale la pena reproducir la cita íntegra del pasaje de Juan Vallet de Goytisolo: “Una perspectiva
simplificadora, vulgarizante, podríamos decir periodística, con raíces en el materialismo histórico de Marx
o en el positivismo de Comte, dibuja el curso de la evolución del gobierno de los hombres desde su alfa, una
Sostiene también: “[…] esa razón que no juzga de la verdad, que se le escapa,
y se reduce a cumplir una ‘funcionalidad operativa’, que busca solo lo útil, y queda
reducida a un conjunto de técnicas perfectibles, aplicables a los datos sociológicos,
ético-religiosos, etc., para organizar un plan totalmente previsible en su dinámica
práctica resulta necesariamente enemiga de la naturaleza o del ser de las cosas y
del hombre. ‘(L)o racional, entendido como medida y peso de cantidad calculable, si
se aplica incluso a la vida estética, moral, religiosa, obtura o expele la fantasía y los
sentimientos, la fe, adormece todo ímpetu y empeño, expulsa el amor y hace a los
hombres mezquinamente egoístas, perdidamente empeñados a medir o pesar lo pro-
piamente útil para una felicidad siempre mediocre’. El hombre retrocede de homo
sapiens a homo faber. Se lanza al facere de cuanto cree útil […] Y concluye reducido a
animal laborans, sometido a procesos productivos o técnico-científicos, en los cuales
su creatividad, pese a las apariencias, va disminuyendo cada vez más, produciéndo-
se un aumento de la antropía de la inteligencia […]”. “Como certeramente ha dicho
Marcuse: La ciencia ‘que concibe la naturaleza como un conjunto de instrumentos
potenciales, materia del dominio y la organización, se desarrolla guiada por un a
priori tecnológico’. Pero ‘el a priori tecnológico es un a priori político en la medida en
que la transformación de la naturaleza comporta la del hombre y en la medida en
que las creaciones hechas por el hombre provienen de un conjunto social al que ellas
retornan’. Por ello, concluye que la neutralidad de la ciencia y de la técnica se hallan
dominadas por un operacionismo en el cual ambas ‘obedecen a la misma lógica y a la
misma racionalidad: las de dominación’”.
Por su lado, el filósofo y psicólogo alemán, Philipp Lersch,8 también sostie-
ne que en la Modernidad hubo un proceso de racionalización de la vida humana
entendido como una orientación a hacer del mundo un campo de aprovechamiento
utilitario y de logro del máximo de comodidad para la vida del hombre. Lersch utili-
za la expresión “aparato” para referirse a la coordinación metódica de medios para
lograr esos fines de utilidad y comodidad. Expresa: “[…] aparato quiere decir órgano
teocracia, a su omega, una tecnocracia. Es decir, habríamos avanzado desde una ignorancia supersticiosa,
guiada por los sedicentes oráculos de los dioses, hasta una humanidad autosuficiente, gracias al desarrollo
de las ciencias y a las técnicas más perfeccionadas y guiada por cerebros más esclarecidos. La tecnocracia, en
cuanto guía de ese devenir, viene a ser una nueva forma de teocracia de una religión sin Dios o con un dios
inmanente que se confunde con el esperado apogeo de la misma humanidad, llegada al soñado punto Omega,
en el mítico final de su historia. La teocracia significa el gobierno de la humanidad por leyes meramente
positivas o por simples órdenes directamente emanadas de la voluntad de los dioses; ya sean deducidas
silogísticamente de su revelación o bien comunicadas a través de oráculos transmisores. Lo advertimos pres-
cindiendo de todo juicio, o verdad, o falsedad de los dioses y de su revelación. Con ese criterio, lo bueno no
es ordenado ni lo malo prohibido por serlo objetivamente estimados, sino que son imperativamente bueno o
malo en cuanto ordenados o prohibidos. Por el contrario, el juicio objetivo de lo bueno y de lo malo, de lo justo
y de lo injusto, requiere el conocimiento de la naturaleza, ya sea juzgando éticamente su bondad o maldad,
desde el interior del hombre, al considerar sintéticamente la cosa en sí misma por la sindéresis, o bien exami-
nando sus consecuencias dimanantes e induciendo el juicio prudencial, guiados por los resultados producido.
El catolicismo no es teocrático. La cristiandad, la civilización cristiana, floreció en la armonía entre la fe y la
razón, la teología y la filosofía, los saberes revelados y los saberes naturales, físicos y metafísicos. Revelación
y derecho natural aparecen como fuentes convergentes. La luz de las estrellas y la brújula de nuestra recta
razón nos guían en la misma dirección”.
8 Lersch, Ph. (1973). El hombre en la actualidad. Madrid. Gredos (2ª ed.), 20 y sigs.
El primer paso que conviene tomar para atender algunas de las cuestiones es
esclarecer el sentido y la ubicación del conocimiento técnico en el cuadro general del
saber humano. Para esto hay que detenerse brevemente en dos tipos de conocimien-
tos distintos a la técnica: la Filosofía y la Ciencia.
9 Ídem, 24.
10 Sombart, W. (1993). El Burgués. Madrid. Alianza (5ª ed.), 331.
11 Ídem, 338.
12 Tomás de Aquino (2001). Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Libro I-I 1094ª. Pamplo-
Navarra. Hay una posición más a tener en cuenta y es aquella que sostiene que la ciencia sería un conoci-
miento de lo empírico en tanto que la filosofía, un conocimiento ontológico (atribuida a Maritain).
todo analógico: la filosofía incluye todo lo cierto de las ciencias y de la técnica15. Por
nuestra parte, adherimos a este análisis del conocimiento.
Según estos autores, además, la Filosofía se divide en especulativa y práctica.
Y dentro de la filosofía práctica puede haber niveles de practicidad, que correspon-
den a un mayor o menor grado de certeza y necesidad. A su vez, dicha filosofía prác-
tica se divide en dos partes esenciales. Una parte sobre lo operable y otra parte sobre
lo factible.16 Es en este último lugar donde encontraremos al conocimiento técnico.
El conocimiento técnico sería una parte del conocimiento práctico que partici-
pa de la filosofía práctica.
La técnica
15 Casaubón indica en sus obras qué él personalmente se inclina entre las posiciones indicadas en
en el hombre se asienta la prudencia que rige las acciones y pasiones y el arte humano que lo emplea en el
gobierno de los bienes exteriores.
17 Gómez Robledo, A. (1996). Ensayo sobre las virtudes intelectuales. México. FCE (2ª ed.).
18 Tomás de Aquino. Suma Teológica I-II, q.57 a. 3 y 4.
tra en donde lo propio es que demuestre la verdad, sin importar cuál es su disposi-
ción o su voluntad, como tampoco importa esto en el caso del técnico o artífice. De
manera que la técnica, al igual que en el conocimiento especulativo, no hace bueno el
producto en cuanto al uso que la voluntad le dispensa. Para que el hombre use bien
del arte que posee, se requiere buena voluntad, y esto solo puede ser perfeccionado
por la virtud moral.
Por otra parte, la técnica es un conocimiento de lo fáctico aún cuando no se
haya puesto en acto el artefacto o producto. “El artífice, por razón de su conocimiento
artístico, conoce aún aquellas cosas que aún no produce; pues las formas de su arte
fluyen de su conocimiento a las cosas materiales externas, para producir los objetos
artísticos; por tanto, nada impide que haya en el artífice algunas formas que aún no
se hayan proyectado al exterior”.19
En definitiva, la técnica es un saber hacer que está en la mente del agente. Su
esencia está en la participación de una forma en la misma cosa hecha. En lo produ-
cido por la técnica o el arte la causa eficiente es una idea en la mente del artífice.
Esto se diferencia de la generación de las cosas naturales, en donde la forma que se
transmite no es una idea sino la propia forma natural del agente. En efecto, un caba-
llo engendra un caballo; en cambio, un artífice produce su idea mentis en la obra por
producir. Porque en la técnica la forma está en la inteligencia del artífice que luego
se volcará al artefacto producido.
La prudencia
19 Tomás de Aquino. Suma contra Gentiles. L I., cap. LXVI, p. 2. Es interesante tomar en cuenta que
esta explicación acerca del artífice y su arte se toma para entender por inducción el conocimiento de la inte-
ligencia divina que tiene acerca de las cosas que aún no existen.
20 Tomás de Aquino. Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Libro VI, lección 4.
ahora decimos que la deliberación no versa sobre lo que es por necesidad y que la
prudencia versa sobre lo deliberable, pues se dijo que es propio del prudente delibe-
rar bien. De todo lo cual se desprende que la prudencia no es ciencia ni arte”.
“Que no es ciencia es evidente porque las acciones de las que hay deliberación
y sobre las que versa la prudencia pueden ser de otra manera. Y sobre tales no hay
ciencia. Que la prudencia no es arte es patente porque obrar y hacer son géneros
diferentes. De allí que la prudencia que se refiere a las acciones difiere del arte que
se refiere al hacer”.
Aristóteles concluye dando la definición de prudencia: “De que la prudencia no
sea ciencia, hábito demostrativo acerca de lo necesario, y no sea arte, hábito produc-
tivo con razón, se sigue que la prudencia es un hábito activo con razón verdadera,
que no versa sobre lo producido que está fuera del hombre, sino sobre el bien y el
mal del hombre mismo”.
“[…] si alguien yerra en el arte por propia voluntad es considerado mejor artí-
fice que si no lo hace voluntariamente, porque entonces parecía proceder por imperi-
cia en el arte; […] Pero en la prudencia, es menos ponderable el que quiere cometer
falta que el que no quiere […] Esto se debe a que la prudencia requiere la rectitud
del apetito sobre los fines para que le sean salvados sus principios. De lo cual se
sigue con claridad que la prudencia no es un arte, como consistiendo solo en la ver-
dad de la razón, sino que es una virtud al modo de las virtudes morales, que requiere
la rectitud del apetito”.
En definitiva, siguiendo las enseñanzas del Aquinate que hemos transcripto,
la prudencia es el conocimiento práctico que versa sobre las cosas humanas y sobre
las que hay que aconsejar. Es una virtud intelectual directiva de los actos humanos
dirigidos al fin último de la vida.21 Por eso Cicerón decía que la prudencia es el “arte”
de vivir bien.
Por su lado, la prudencia coincide con la ciencia práctica y con el hábito de los
primeros principios prácticos en el hecho de que todos son hábitos prácticos en tanto
que versan sobre lo operable. Pero estos últimos son solo mediatamente prácticos,
por cuanto consideran la realidad práctica de modo universal. En cambio la pruden-
cia considera el objeto práctico en una perspectiva práctica.22 La prudencia ordena
los medios conducentes al fin propiamente humano. Considera lo agible humano
concretísimo y personal en orden al bien humano. Este grado de practicidad lo com-
parte con la técnica.
Según refiere Santiago Ramírez,23 la doctrina realista de Tomás de Aquino
indica cuatro aspectos centrales acerca de la prudencia:
“a) que la prudencia es una virtud esencialmente intelectual; b) que es una
virtud moral hasta cierto punto, es decir, en cuanto a su materia; c) que es una virtud
inmediatamente cognoscitiva y mediatamente operativa, es decir, cognoscitiva por
sí y ejecutiva por medio de las virtudes morales; d) que es en cierto sentido virtud
media entre las meramente intelectuales y las puramente morales”.
Afirma Ramírez, además: “[…] sin embargo, la prudencia difiere más de los
hábitos meramente especulativos que del arte. Porque aunque éste sea de suyo amo-
ral como aquellos, mientras que la prudencia es esencialmente moral, no obstante
conviene más con el arte que con los hábitos meramente especulativos en el obje-
to material […] pues el objeto material de los hábitos meramente especulativos es
necesario, pero el del arte y de la prudencia es contingente; y el sujeto psíquico de
los primeros es el intelecto en cuanto especulativo, mientras el del arte y el de la
prudencia es el intelecto en cuanto práctico”.
En suma, y por lo que hasta aquí hemos dicho y citado, la prudencia y la téc-
nica son conocimientos prácticos en lo concreto, y ambos proceden del intelecto en
cuanto su faz práctica.
Pero conviene también establecer con más detenimiento esta relación entre el
conocimiento prudencial y el conocimiento técnico, pues de la distinción entre ambos
podremos comprender mejor el conocimiento técnico, incluso frente a la inflación de
la técnica que vemos hoy en el mundo contemporáneo.
Enseña Maritain26 que los escolásticos definían el hacer como la acción pro-
ductora considerada, no con relación al uso que hacemos de nuestra libertad, sino
puramente en relación a la cosa producida. El arte es la recta determinación de las
cosas por ejecutar. “El arte es un habitus del entendimiento práctico. Este hábito es
una virtud, es decir, una cualidad que, venciendo la indeterminación original de la
facultad intelectiva […] la lleva […] a un cierto máximo de perfección y, por ende, de
eficacia operativa”.
Ahora bien, si la técnica es una virtud del entendimiento práctico y si toda vir-
tud conduce exclusivamente al bien, entonces hay que concluir que la técnica tiene
rectitud infalible. Sin embargo, el arte (o la técnica) al igual que la prudencia versan
sobre lo contingente, y sobre lo contingente no puede haber certeza.
Esta dificultad puede responderse por la distinción de la verdad del entendi-
miento especulativo, que trata acerca de lo que es, y la verdad del entendimiento
práctico, que dirige a lo que debe ser, según la naturaleza de la misma cosa. Así
entonces, si bien no hay verdad infalible en el conocimiento de lo que puede ser de
otra manera, sin embargo puede haber verdad infalible en el dirigir. Esto es cierta-
mente aplicable a la técnica y a la prudencia, que tratan ambas acerca de lo contin-
gente. Pero cabe aclarar que esta posibilidad de verdad infalible atañe al elemento
formal de la operación, a su regulación según la razón.
“Si el instrumento del artista cede o se rompe o la materia que usa se quiebra,
y si el acto moral fracasa pero fue según las reglas de la prudencia, no por ello en
ambos casos se habrá perdido la rectitud del arte y de la prudencia”.27
En síntesis, la técnica es más exclusivamente intelectual que la prudencia.
Mientras que la prudencia tiene por sujeto el entendimiento práctico y presupone
la voluntad recta y depende de ella; la técnica, por su lado, no se ocupa del fin o bien
propio de la voluntad humana.28
La técnica, según su razón formal, se acerca más a la ciencia y los hábitos del
entendimiento especulativo. Se asemeja a la ciencia en tanto se encuentra atada a
un objeto. Pero se diferencia de la ciencia en que esta se dirige a un objeto a contem-
plar, en cambio la técnica se dirige a un objeto a hacer o fabricar. Por otra parte, y
como ya dijimos, la técnica también se asemeja a la prudencia en cuanto que ambas
llani, al comentar a Maritain, dice: “Recordemos que Maritain, para responder a la pregunta ¿cuál es la
esencia de las bellas artes? había clasificado las artes en el predicamento de los hábitos […] y después en el
género de los hábitos factivos en oposición al género de los hábitos operativos. Al primero pertenecen todas
las artes, desde la del carpintero (artesano) hasta la del escultor (artista). Al segundo, todas las virtudes
y singularmente la prudencia. El arte es el recto modo de hacer y mira el objeto. La prudencia es el recto
modo de obrar y mira a la persona. Pero las artes se dividen, a su vez, en bellas y serviles. ¿En qué difieren?
Vulgarmente decimos que las serviles enseñan a hacer cosas útiles (como mesas) y las bellas, cosas inútiles
(como estatuas). La diferencia está en que las bellas artes no hacen formalmente lo útil sino lo delectable. La
obra factiva, que es objeto material de las serviles, no es un fin sino un medio (bonum utile); la de las bellas
artes es un fin en sí (bonum delectable) aunque no es más grande que el fin del hombre viador en cuanto tal
(bonum honestum). Pero no cualquier deleite anda buscando el arte, sino solo el que vierte la belleza”. Según
el autor, “la esencia de la obra artística es la expresión radiosa de una forma”.
cular. Por ejemplo, a aquellos hombres que aconsejan bien en los asuntos náu-
ticos se los llama buenos capitanes, no simplemente buenos hombres. Esto
último es propio de aquellos hombres que aconsejan bien respecto de las cosas
que afectan toda la vida. Por ello se dice que la prudencia tiene una dimensión
abarcativa de la vida humana, pues comprende todo el bien del hombre. En
cambio, la acción técnica asume una función parcial e instrumental.
4. La prudencia es hábito intelectual pues muestra la verdad práctica en orden
a que el hombre vea los medios que lo dirigen a su bien, pero precisamente
por dirigir la voluntad al bien es también una virtud moral, rectora de las
demás virtudes morales. En cambio, la técnica considerada como virtud es
meramente intelectual pues su fin es conocer los medios para la perfección
de la cosa fabricada o producida en cuanto a su utilidad. Según este aspecto,
la técnica tiene menor certeza que la prudencia.
5. La prudencia tiene grado de necesidad, pues el fin del saber práctico es la
perfección del hombre que de suyo es necesario al hombre. En cambio, la
técnica no tiene rango de necesidad, pues el fin del artefacto no es necesario.
Solo accidentalmente es necesaria la aplicación de las reglas técnicas en la
medida que se orientan a la perfección constructiva de la cosa artificial. Así
es que la técnica tiene menor necesidad que la prudencia.
6. La prudencia se conecta o se relaciona en forma ascendente con la ciencia
práctica, entendiendo por ciencia, según su definición clásica, y en tanto que
unida en modo analógico a la filosofía. En cambio, la técnica no se continúa
en la ciencia. Solo puede haber una aplicación técnica de la ciencia. Pero
esa aplicación en nada afecta el propio objeto especulativo de la ciencia, que
debe ser respetado. El saber hacer sobre la realidad exterior artificial no le
agrega nada a la ciencia (conocimiento teórico de la realidad dada), en cuan-
to conocimiento de la verdad natural de las cosas tal y como son.
7. El objeto de la prudencia es la acción ética que busca el bien o perfección
del que actúa. En cambio, la técnica tiene por objeto la perfección de la cosa
producida o fabricada.
Esta perspectiva realista sobre los diversos modos de conocer y el cuadro del
saber humano, en el cual se inserta la técnica, tiene implicancia en todos los ámbi-
tos. Concretamente brindamos algunos comentarios atinentes al ámbito jurídico.
Si, por ejemplo, se restringe el concepto de ciencia al conocimiento comproba-
blemente meramente empírico, significaría que en el derecho solo habría un cono-
cimiento jurídico cuando se pondere la norma positiva. De este modo, solo habría
ciencia jurídica positiva (o dogmática de las normas positivas). La filosofía jurídica
se restringiría a aquel conocimiento que represente solo una teoría general de la
normatividad.
Por el contrario, Félix Lamas32 afirma la unidad analógica de la sabiduría
humana en la que incluye a la Ciencia jurídica y a la Técnica. Esta relación analógi-
ca permite distinguir pero también relacionar a la Filosofía del derecho, la Ciencia
jurídica, la Prudencia y la Técnica. Se reconoce el carácter práctico del Derecho y
se disciernen diversos niveles de practicidad en una continuidad integral del cono-
cimiento humano. Acepta también que opera la Prudencia en el plano mismo de la
acción y asigna a la experiencia una función metodológica de relevancia.
Coincide en esta apreciación sobre la unidad del conocimiento, Jesús García
López, quien señala: “(S)i se pide una distinción entre el filósofo y el llamado científico, y
paralelamente entre Filosofía y Ciencia –siempre que por ciencia se entienda algo más
que la simple constatación de los hechos experimentales, o sea, una explicación racional
de los mismos–, esa distinción será la misma que la que hay entre el todo y la parte”.33
Camilo Tale34 resume la cuestión en el ámbito jurídico acerca de la filosofía y
ciencia jurídicas, remitiendo a dos posiciones: por un lado, aquellos que niegan la
existencia de cosas justas y por otro, aquellos que las afirman más allá del arbitrio
de los hombres. Para los primeros, precisamente, la Filosofía del Derecho se ocuparía
del derecho positivo, de su génesis y de su evolución (algunos agregarían también
como objeto las valoraciones subjetivas, pero solo en tanto pueden ser apreciadas
empíricamente). De forma que en esta perspectiva la Filosofía del Derecho sería
únicamente una Teoría General del Derecho positivo. En cambio, para los que con-
sideran que sí hay cosas justas, la Filosofía del Derecho tiene por objeto lo que es
necesario en las relaciones humanas exigibles en alteridad; lo que tiene que ser para
que se cumpla lo justo, un cierto orden en las cosas humanas.
Cuando se busca lo justo en las cosas humanas se busca algo que es necesario
(necesidad moral no física, claro está). La Filosofía del Derecho como parte de la Filo-
sofía Práctica estudiará, entonces, las realidades en cuya esencia está el ser, llevadas
a cabo y obradas por el hombre; y que, por ende, comienza sus indagaciones acerca
del fin común último del hombre. En esta perspectiva, no puede tratarse acerca de la
justicia en la sociedad sin consideración sobre el fin último del hombre.
32 Lamas, F. (1991). La experiencia jurídica. Buenos Aires. Instituto de Estudios Filosóficos Santo
Tomás de Aquino.
33 García López, J., en Prólogo a la obra Ramírez, S. (1954). El concepto de filosofía. Madrid. Biblioteca
Hispánica de Filosofía.
34 Tale, C. (1984). Qué es la Filosofía del Derecho. Córdoba. Terra.
Para finalizar nos parece conveniente hacer una síntesis de las ideas que que-
remos dejar sentadas acerca de la técnica y de nuestra actualidad “tecnocrática”.
Afirmamos que el objeto operable de la técnica es un objeto contingente y
dependiente de nuestra actividad, al igual que en la prudencia. Pero a diferencia
de la virtud de la prudencia, la técnica tiene por objeto lo factible; mientras que la
prudencia, lo operable o lo agible.
Sostenemos que la bondad de la técnica está en la cosa por producir o arte-
facto, y no en el artífice o técnico que la realiza. La técnica no brinda rectitud ética
en el uso que el hombre hace de ella, mientras que la prudencia sí confiere esa
rectitud.
La materia de la que trata la técnica es menos amplia y contingente que en la
prudencia, cuyo objeto son las acciones humanas contingentes libres, mientras que
la técnica está sujeta a cierto determinismo. Por tanto, la técnica tiene mayor certeza
que el conocimiento prudencial pero es menos universal su finalidad.37
La técnica es efectivamente un conocimiento causal como la ciencia, pero su
universalidad es impropia y proviene solo de la regla misma (del arte o técnica
misma empleada) para lograr la perfección del artefacto ideado según la mente del
artífice. En cambio, la ciencia en sentido clásico es un conocimiento causal universal
y necesario.
Reflexión final
Decía Emilio Komar que “las obras artificiales pueden obedecer al orden natu-
ral. Esto es el principio que los antiguos, los clásicos, expresaban en el dicho latino
ars cooperativa naturae, es decir, lo artificial tiene que colaborar con la naturaleza,
con el orden previo, con el orden natural y por ello con la Voluntad Divina en cuanto
se refleja en el orden natural. Luego, cuando la conciencia del orden natural (que es
conciencia de la Creación, en último análisis, de la Creación del Creador) mengua,
evidentemente todo pasa a ser producido por la civilización y es artificial.
La ‘cultura’ reemplazó a la ‘natura’ (o la civilización reemplazó al orden natu-
ral). Pero ¿quién impone el orden artificial? O mejor dicho, ¿cuál de los órdenes arti-
ficiales tiene que imponerse? –porque los órdenes artificiales pueden ser muchos; el
orden natural, en cambio, es uno solo–: El que está respaldado con la mayor fuerza”.39
Ante este riesgo de órdenes artificiales que oprimen lo humano, nuestro papa
emérito Benedicto XVI, en su carta encíclica Spe Salvi, nos brinda señales de espe-
ranza.
Expresa que en algunos sectores del mundo actual se comprueba un progreso
acumulativo de lo material merced a los inventos de la técnica; y que hay un dominio
cada vez mayor de la naturaleza. “En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y
de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple
hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre
de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este
caso, en efecto, ya no seríamos libres”.
“La razón del poder y del hacer ¿es ya toda la razón? Si el progreso, para ser
progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del
poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura de
la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal”.
“Solo se vuelve humana si es capaz de indicar el camino a la voluntad, y esto
solo lo puede hacer si mira más allá de sí misma”.40