Especificidades Diagnostico Diferencial Diagnóstico de La Diferencia

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Acerca de la especificidad de la Psicopatología Infanto Juvenil.

Diagnóstico diferencial. Diagnóstico de la diferencia.

Marisa Punta Rodulfo

La psicopatología infanto-juvenil no necesita ser legitimada sino que,


justamente, reviste tal especificidad y tal espesor teórico que nos va a permitir
iluminar tanto la clínica con niños como la clínica con pacientes adultos. Es una
formación básica para todo aquel psicoanalista que se acerque al trabajo con
pacientes. Además, también, es una formación básica para el campo de la
Educación, de la Pediatría y de la Psiquiatría en general.
¿Por qué hablamos de especificidad? La psicopatología infanto-juvenil
tiene una especificidad no reductible a la psicopatología de la clínica con
adultos. Lejos de ser un capítulo de la psicopatología de adultos, ilumina y
produce conceptos que van a permitir entender de una manera distinta la misma.
Esto lo atestigua, por ejemplo, el Tratado de Psiquiatría de Lebovici y Diatkine,
que es una obra de consulta que no podemos dejar de tener en nuestra
biblioteca. Cuando ellos describen puntos de patología específicos de la niñez,
esos puntos de patología no los vamos a encontrar en la psicopatología de los
adultos. Por ejemplo, no conocemos ningún adulto que tenga espasmos de
sollozo. Esto es algo que ocurre exactamente en el momento de la niñez.
Tampoco conocemos ningún adulto que tenga fenómenos de pica. Esto no lo
encontramos de esta manera en pacientes adultos, sino que lo encontramos
transformado. También se va a dar fundamentalmente entre el primero y
segundo año de vida la patología del autismo. Si bien encontramos formas de
autismo un poco más raras que van a emerger en el tercer año de vida, el
autismo infantil emerge en los primeros dos años de vida y no va a aparecer en
la adultez. Lo que podemos encontrar en la adultez son las consecuencias de un
autismo cronificado, un autismo restituido, un autismo que evoluciona a déficit,
etcétera. Pero entender el autismo infantil no es entender solamente a la
población que padece esta patología. Entender el autismo infantil nos permite,

1
nada más y nada menos, comprender de una manera distinta el campo de las
adicciones. Aquel trabajador de la salud, más allá del psicoanálisis, que trabaje
con adicciones desde la psicopatología del adulto no va a entender aquello de la
adicción cuya procedencia es el refugio en objetos y figuras autistas de
sensación.
Este trayecto que ha seguido un camino desde los adultos hacia los niños
actualmente debe sufrir una modificación. En aquellos primeros tiempos, los
analistas que trabajábamos con niños teníamos que justificar qué hacíamos con
ellos. Y teníamos que justificarlo, justamente, porque el psicoanálisis partió del
trabajo con adultos. Esto implicó una mirada desde el adulto hacia el niño. El
psicoanalista conocía solamente al niño que llevaba dentro de sí el paciente
adulto que llegaba al consultorio. O sea, por un lado, el niño era enfocado desde
el adulto; y por otro lado, el niño era enfocado desde la patología. Esto es
distorsionar fuertemente la visión del niño, hacer una “teoría del niño” sin el niño
allí, pensar un niño que no existe realmente, para después hacer encajar al niño
en ese patrón, sin que éste interrogue al psicoanálisis. Es decir, se produce una
traspolación de conceptos que nos impiden ver al niño que ingresa en la sesión;
en ese modelo, el niño debe “reproducir” el modelo teórico vigente en lugar de
interrogarlo.
De esta manera, creo que en los tiempos que corren tenemos que hacer
una reflexión particular en relación a ciertos conceptos del psicoanálisis
inaugurado por Lacan que han resultado negativos a la hora de pensar tanto la
clínica con niños como la psicopatología infanto-juvenil. A pesar de todas las
reflexiones que introduce en el campo del psicoanálisis un autor como Jacques
Lacan, quien revoluciona una teoría “enmohecida”, el estructuralismo puede
deslizarse fácilmente a un “neo-ambientalismo”. Justamente, uno de los puntos
que no se toma en cuenta es la diferencia que hay entre el estudio de los mitos,
que Levi-Strauss realiza brillantemente, y el estudio de la subjetividad. Porque
los mitos son fijos, son inamovibles y dada una estructura, la misma va a
determinar lo posterior. En cambio, el niño es lo menos reductible a que algo
esté rígidamente determinado. No se limita a responder, ni se limita a reaccionar

2
al lugar que la estructura le tiene asignado. Esta concepción estructuralista de
Lacan implica considerar que el niño es reactivo al discurso parental. En este
planteo tanto la espontaneidad del niño, como sus propios procesos de
metabolización quedan excluidos.
Cuando estamos en presencia de un niño sano, nos damos cuenta de que
no se limita a reaccionar. El niño sano nunca uno no lo encuentra allí donde lo
ponen los padres. Justamente aquel niño que cita Ricardo Rodulfo1, cuya madre
pone en un lugar en el que lo vuelve a encontrar, es un niño severamente
perturbado. Por suerte, la mayoría de los niños no se quedan donde los
ponemos.
Cualquiera de nosotros, aunque no sea psicoanalista, sabe perfectamente
que los niños, cuanto mas saludables sean, se tornan a la vez, más
impredecibles. La relación adulto- niño no es la de un sujeto activo que produce
efectos en un sujeto pasivo, que se limita a recibir; lejos de eso, las
investigaciones actuales ponen en evidencia que nos encontramos frente a un
par activo/activo. No se trata de un niño moldeado por el adulto sino que crece y
forma su subjetividad en diferencia con el adulto y es, a la vez, esa diferencia la
que interpela al adulto. Mi postura en el momento actual, junto con la de otros
autores, es que nos olvidemos que hay alguien que recibe y hay alguien que da.
La interrelación es lo que modifica los dos lugares: niño/adulto, alumno/docente,
padre/hijo, son pares que nos implican y transforman profundamente. Estamos
en un proceso dialéctico y si realmente las cosas no son de esta manera,
andan mal.
Entonces, ¿cuál es el niño que recibimos hoy en el consultorio? No es el
niño del psicoanálisis tradicional. Es un niño caracterizado por su espontaneidad
y su imprevisibilidad, nunca lo encontramos donde lo buscamos y justamente por
eso modifica también la subjetividad del adulto. Y, por otro lado, modifica
también toda la teoría.
Lo intersubjetivo es fundamental en la estructuración de la subjetividad,
pero dicha subjetividad, si se desarrolla en forma saludable, va a inaugurar el

1
Rodulfo, Ricardo; El niño y el significante; Paidos, 1988.

3
conflicto y, específicamente en psicopatología, el síntoma como intrasubjetivo.
Esto hace al diagnóstico diferencial y a las distintas formas de intervención
clínicas. En un nivel donde todavía no se ha constituido una tópica psíquica con
cierto grado de autonomización estamos frente a una patología grave o frente a
un bebé. En esos casos hay que trabajar o con los padres, o con el bebé y su
padres, o con el niño altamente perturbado y sus padres.
En esa articulación donde lo intersubjetivo puede construir algo como
síntoma, algo que pertenezca solamente a la subjetividad del niño, es
justamente allí donde se tiene que insertar un psicoanalista. Es una lástima que
no nos consulten, en general, cuando esto está pasando, como es el caso de las
problemáticas tempranas en bebés. Justamente ese es un lugar privilegiado de
intervención temprana, porque luego si el bebé tiene que cuidar a su madre
(función materna invertida) como ella debió cuidar a su propia madre, algo se
inaugura como pauta, la cual va a ser mucho más difícil trabajar cuando sea
adulto. O sea que si uno trabaja antes de que el síntoma esté estabilizado como
síntoma del bebé, debe trabajar con el niño y su madre. Ahora bien, si se trata
de un niño que por su patología no está autonomizado, debo realizar un
diagnóstico diferencial que me permita saber exactamente cuál es mi ángulo de
trabajo, ese y ningún otro. Para constatar la autonomización sintomática
debemos poder diferenciar, en la clínica, en qué trabajo psíquico se encuentra el
niño por el cual nos consultan a través de procesos de estructuración subjetiva
muy específicos. Debemos dilucidar si asistimos a procesos de inscripción
positiva de lo corporal (Aulagnier)2, al cuerpo en tanto superficie continua; si
estamos ante la emergencia de la bipedestación; si asistimos a la separación del
no-yo; etcétera.
Entonces, hacer el diagnóstico de la diferencia es pensar si realmente en
este momento de la estructuración subjetiva éste es el paciente con el cual
tengo que trabajar. O si, por ejemplo, alguien golpea la puerta de un servicio de
atención a niños porque encontró la palabra niño, y en realidad el niño de la
familia es el padre y es él con quién tendremos que trabajar. Distinguir si

2
Aulagnier, Piera; La violencia de la interpretación; Editorial Paidós; Buenos Aires; 1977.

4
tenemos que trabajar con el “niño” que encontramos en la clínica, que tiene tres
o cuatro años y que para la familia ése es el niño, o con el niño que encuentra el
analista detrás del ropaje de adulto que no pudo llegar a ser. De esto se trata el
diagnóstico diferencial que tenemos que hacer fundamentalmente en las
entrevistas.

Medicalización de la diferencia: el manejo del poder

Uno de los grandes temas que vengo puntualizando desde hace tiempo
es lo que he denominado la “medicalización de la infancia”. No obstante, la
medicalización de la vida cotidiana, es algo que rebasa la clínica con niños y se
ha instalado como nuevo poder.
Existen diversos poderes que funcionan en la estructura de la sociedad;
no es que “muerto el perro, se acabó la rabia” según el dicho popular. O que una
vez decapitado el Rey en la Revolución Francesa se acabó el poder de la
monarquía. Robert Castel, en un estudio fundamental como es El orden
psiquiátrico, al denunciar el papel que la psiquiatría viene a ocupar
posteriormente -ser un nuevo orden que regula las estructuras de poder- dice:
“La intromisión del orden psiquiátrico en las prácticas sociales relativas a la
locura aparecen en el Siglo XVIII y su objeto serán aquellos sujetos que no
puedan adaptarse a la sociedad normal3. Desde entonces todo debe
racionalizarse; generar discursos legitimadores 4”. Más allá de las mejores
intenciones y de los métodos científicos más rigurosos, el objetivo final es
remodelar, racionalizar, rentabilizar económicamente, aumentar la eficacia y la
moralidad. Encontramos algo predictivo en este texto de Castel de 1980, en
relación a la psiquiatrización imperante en el momento actual. El orden
psiquiátrico, además, no es sólo cosa de psiquiatras, sino que nos afecta a todos
aquellos que estamos trabajando en el campo de la salud mental y de la

3
Castel , Robert; El orden psiquiátrico; Las Ediciones de la Piqueta; Madrid; 1980.
4
El subrayado es mío.

5
educación; a todos aquellos que no respetan la diferencia, a todos aquellos que
no consideran la singularidad. El ser distinto es inmediatamente cualificado
como signo de enfermedad; lo estamos patologizando, es sospechoso de
enfermedad. Y todo esto sin que haya una interrogación previa por el papel de la
familia, de la escuela, nuestro propio papel. De alguna manera reproducimos así
la enfermedad, y eso se llama iatrogenia.
5
Lo que denomino medicalización o psicopatologización son, en nuestro
caso específico, todas aquellas prácticas ligadas a la salud mental de los niños
ejercidas por quienes, no respetando la diferencia, separan la diversidad,
patologizándola: sea la familia, la escuela, los psicopedagogos, pediatras,
psicólogos, neurólogos, biólogos, psiquiatras, etcétera.
Tomemos, por ejemplo, al caso del ADD/ADHD que me preocupa y
desvela, en razón de lo cual he producido tanto textos como documentos, tal
como uno debe posicionarse cuando tiene una responsabilidad y una ética
comprometida en la defensa de los Derechos de los Niños. Ésta es una de las
formas bien actuales y es un caso testigo de lo que Robert Castel denominara
“el orden psiquiátrico”, del cual se han ocupado bastante los medios (no siempre
con el fin de denunciar). Cuando un niño molesta en la escuela inmediatamente
es clasificado, rotulado, con una nueva forma de rotulación: el ADD. Entonces el
niño que supuestamente posee este síndrome al que se le adjudica un origen
de características puramente biológicas (transcribo lo que es el discurso
imperante), deberá ser separado, (separado, vigilado y castigado como dice
Foucault) de acuerdo a distintas medidas profilácticas. La primera de ellas es la
consulta inminente y sin mediación alguna, por pedido de la escuela
generalmente, con el psiquiatra o con el neurólogo, quien habitualmente
prescribe una medicación. Cabe aclarar que habitualmente se dan medicaciones
no probadas en niños y en algunos casos sí probadas pero con efectos muy
nocivos. La medicación que se indica generalmente es la “Ritalina” o “Ritalin”.
No hay nada “mejor” que dar “Ritalina” a un niño para que éste permanezca

5
Punta de Rodulfo, Marisa; Revista Actualidad Psicológica; números 299 (julio 2002) y 342 (junio 2006);
Buenos Aires.

6
quieto. O sea, se lo normaliza porque un niño no es “quieto” por naturaleza, sino
que es por su ser de niño, movedizo. Entonces se lo normaliza, pero la pregunta
es: ¿el niño tiene que ser como un adulto que se queda sentado ocho horas
trabajando? O ¿un niño tiene que ser espontáneo, ruidoso, creativo, juguetón,
molesto, impertinente? Un niño que “molesta” al adulto en general es un niño
saludable. Entonces, se lo normaliza, se lo vigila, se lo castiga dándole
medicación, pero sin embargo este niño no aprende más que antes en la
escuela. El niño sólo deja de molestar, y con ello se establece el “orden”, “la
normalidad”; nuevamente al vigilar y castigar, el niño se incorpora, adaptándose
a ese nuevo proceso, a los patrones que le marcan la cultura de su tiempo.
No olvidemos que la industria farmacéutica es casi tan importante como la
de armas, por eso es necesario, a los efectos del mercado, que haya guerra y
que haya enfermos. Lo que se propone cada vez más es extender el campo de
la enfermedad al campo de la salud. Y es esto lo que denuncia Castel en El
orden psiquiátrico. Cuando uno va a una escuela y de treinta y cinco niños
veintiocho son sospechosos de ADD y quince ya están medicados, lo que
pregunto es ¿qué estamos haciendo con nuestros niños?; estamos vendiendo
en salud y es algo que está pasando cada vez más. Esto es lo que tiene que
cuestionarnos en forma permanente nuestro quehacer, es decir, no es
solamente un problema de los psiquiatras, no es sólo un problema de los
grandes laboratorios que han ido avanzando. ¿Qué quiere decir vender en
salud? Rápidamente transformarlos en enfermos. Un niño que molesta es
inmediatamente profesionalizado, como prefiero decir, ya que resulta más
abarcativo que lo que marca Castel como psiquiatrizado. Se puede confundir
conque los únicos malos o los únicos que obran de esta manera son del campo
psiquiátrico. O es el discurso médico, o es el discurso psiquiátrico; pero esto,
también compromete a nuestra práctica.
Cuántas veces por falta de formación, (no hablemos por picardía o por
conveniencia económica) no pudiendo hacer un diagnóstico diferencial, algunos
colegas pueden llegar a colaborar o estar de acuerdo con la institución escolar,
con la institución familiar, tomando en tratamiento a un niño que no lo necesita,

7
sino que está atravesando simplemente situaciones vitales o que hace síntoma
de algo que pasa en la institución familiar o en la institución escolar.
Para tener una visión bien realista del tema he de puntualizar algunos
materiales clínicos.
Llega a la consulta Francisco, de siete años, que desde los tres está
siendo medicado con Ritalina porque “supuestamente” tiene ADD. Durante todo
este tiempo ha ido al fonoaudiólogo, al psicopedagogo, al psicólogo cognitivo, al
neurólogo, etcétera. Cuando lo conozco, le digo: “Francisco, vos debés pensar:
‘Otra doctora más ¿Qué me va a decir ahora?’ ¡Yo en tu lugar estaría harta!
¡Revolearía a todos los doctores y a todas las pastillas! Pero bueno, hoy estás
acá y vamos a ver cómo te puedo ayudar”. Después de tener varias reuniones
con el niño y de tomarme el trabajo de investigar minuciosamente sus
potencialidades intelectuales, su nivel de atención, concentración, etcétera,
luego de ese período diagnóstico, considero que si bien hay que ayudar a
Francisco, ya que presenta una patología caracterizada por trastornos
narcisistas6, este no es el momento de empezar una nueva psicoterapia. ¿Cuál
fue la forma en que pensé que podía ayudar a Francisco en el momento actual?:
desmedicalizándolo. Así fue que me reuní con los padres y les dije: “A Francisco
le pasan cosas, pero en realidad no podemos saber quién es él ahora con sus
siete años. Está medicado, con psicoterapia, con fonoaudiólogo, con maestro
particular, con su mamá controlándole los deberes todo el día, en una escuela
ocho horas, con un papá que se pelea con mamá porque le dice que le está
encima, con una mamá que le critica a papá que no se ocupa de Francisco”…
¡Esto es un caos! Lo que propongo en este momento a la familia es ir retirando,
de forma cuidada, es decir guiados por profesionales ad-hoc, todos los
tratamientos, dejarlo a Francisco tranquilo y esperar 6 meses. Recién después
de ese tiempo volver a verlo, justamente para poder por primera vez precisar
qué niño tengo frente a mí, con qué niño me encuentro después que se ha
retirado “el aparato médico/psicológico/psicopedagógico/escolar”.

6
Rodulfo, Ricardo (compilador); Trastornos narcisistas no psicóticos; Editorial Paidós; Buenos Aires;
1995.

8
Otro niño que llega a la consulta para la misma época es Matías, de doce
años. Él está con psicopedagogo, psicomotricista, por presentar problemas en la
escolaridad. No puede aprender los contenidos esperados, tampoco atiende, no
responde, no puede hacer pruebas. Está terminando su escuela primaria, con
inminente paso a escuela secundaria. Sus padres no saben qué hacer con él. Lo
recibo en la primera entrevista, también después de un recorrido larguísimo, en
ese momento sin intervención medicamentosa. Padece una obesidad incipiente,
se presenta con su espalda encorvada, poco comunicativo. Después de un
momento inicial poco productivo empezamos juntos a realizar “juegos de
palabras” para luego intercambiar sobre una. Él se muestra aficionado por el
cine, al igual que yo. También encontramos como tema en común la literatura.
Creo, tal como pensaba Freud, que el psicoanalista es mucho más que un
técnico, que tiene que ser alguien profundamente comprometido con la cultura
de su tiempo, ya que todo eso nos impregna de una manera muy particular. Si
un púber de doce años nos viene a hablar de sus intereses y nosotros no
sabemos cuál es la música que escuchan los púberes o los adolescentes, no
podemos acercarnos a ellos. Y si nos ponemos en contacto a posteriori, porque
no tenemos la obligación de conocer todo, está el placer porque nos hagan
descubrir otros horizontes, conocer otras cosas.
Como señalara anteriormente, la forma de conectarme con Matías fue a
través de la literatura y del cine. Allí ese niño cambiaba; dejaba de ser ese
“púber” con sus ojitos chiquitos, dejaba de moverse torpemente. Posteriormente
le dije: “Matías, vos no parecés el que me cuentan que sos en la escuela.
Decime una cosa, si yo te pongo un problema, como te ponen en la escuela,
¿vos lo podes resolver?”. Le solicito que haga un dibujo, que narre algo en torno
al dibujo que hace y Matías no lo puede hacer. Se queda frente al papel mucho
tiempo, todo lo que él pudo tolerar, sin poder lograrlo. Hay un punto en que su
conocimiento queda interceptado y el punto en que su conocimiento queda
interceptado está en relación al proceso de conocimiento ligado al aprendizaje
escolar. Allí le digo: “Matías, hay algo que vos no podés entender, hay algo que
vos no podés aprender y que en vos hace mucho ruido y no te deja pensar”.

9
Para no vinculárselo de una manera inaprensible para él en ese momento,
espero una o dos entrevistas más y le digo: “Contame un poco de tu familia”. Me
empieza a contar de su mamá, de su papá. Y le digo: “Sé que tu papá tenía un
hermano” y me dice: “Ah sí, mi tío. Me puso muy triste eso porque mi tío se mató
hace unos años”. Le digo, entonces: “¿Y cómo fue? ¿Qué sabés de eso? ¿Qué
te contaron?” Me responde: “Mi tío coleccionaba armas, especialmente armas de
fuego, y probando un arma que estaba cargada y él no sabía se le escapó un
tiro y se mató”. A ello agrego: “Si querés, podés seguir preguntando a tus papás
sobre esto”. No me corresponde a mí, porque no soy ni la mamá ni el papá de
Matías como para comunicarle algo de la historia familiar que surgió de las
entrevistas con los padres y que constituye un secreto familiar, que como tal
deberá ser trabajado por el conjunto de la familia, con ayuda profesional en caso
de ser necesario. Este tío paterno que Matías conocía, es un tío que vivía en
condiciones precarias, quien jamás podría tener una colección de armas;
entonces, lo que se le niega a Matías es su propia percepción. Se desdice algo
que él está viendo. Y venimos sosteniendo en psicoanálisis que uno de los
peores problemas para tramitar psíquicamente es la negación de una
percepción: que se le diga a alguien “No, eso que estás viendo no es de esa
manera”. Entonces, rellenar los agujeros en la historia es el trabajo que uno
tendrá que hacer, tanto con Matías como con los padres. Es un trabajo de
neoescritura, es un trabajo de escritura de la subjetividad totalmente distinto al
de levantar lo reprimido. De ello infiero que en el momento actual deberá
privilegiar el trabajo con los padres. En razón de ello les digo: “Déjenlo tranquilo
en este momento a Matías y empecemos a trabajar con ustedes”, para a partir
de allí poder pensar qué le obstaculiza el conocimiento a Matías, el conocimiento
de una verdad, que hace síntoma en el aprendizaje.
Ocupémonos ahora de Anthony Soprano7, “sospechoso de ADD”. Los
psicólogos escolares que lo ven y que hacen el diagnóstico sólo encuentran
cinco de los seis indicadores del supuesto síndrome de ADD. Por eso creo que
esto es un “gag” del director de la serie al cual le estoy agradecida por haberlo

7
Referencia a “Los Soprano” Serie televisiva.

10
incluido, como también ocurrió en la serie “Los Simpson”, justamente en una
forma muy polémica. Recordemos que en el DSM IV se diagnostica ADD cuando
seis características se mantienen por lo menos seis meses. Esto ya es un serio
disparate a la hora de hacer un diagnóstico. Pero lo que señala el director de
“Los Sopranos” avanza aún más: la parodia consiste en la sospecha de que
Anthony Jr. tenía ADD, sospecha que se derivaba de sus manifestaciones de
desobediencia escolar y malos tratos -golpeaba a sus compañeros y quería
dominarlos-, mientras que, en realidad, nadie se podía plantear en esa escuela
cuál era el entorno, qué es lo que estaba viviendo y viendo en el contexto
familiar, formando parte de una familia mafiosa.
Los anteriores materiales me llevan a plantear cuál es la postura que
tenemos nosotros en tanto profesionales comprometidos con el campo de la
salud en relación al niño que tenemos frente a nosotros. Lo que a mí me parece
importante es poder desentrañar qué está funcionando como inconsciente en
nuestra teoría, es decir, que hay debajo de nuestra alfombra, en el inconsciente
de nuestra teorización; en mi caso particular, el psicoanálisis. Qué es lo que
sostenemos nosotros desde nuestra teoría en tanto ética y cómo cuestionamos
nuestra teoría. Si nosotros no cuestionamos nuestra teoría, entonces es muy
grave porque eso va a repercutir en la postura que tengamos frente al niño. No
podemos ver al niño que tenemos frente a nosotros porque la teoría no nos lo
permite. Entonces, si partimos de un niño enfermo, como lo postulara Melanie
Klein en su momento, vamos a tratar de convalidar que todos los niños están
enfermos, no pudiendo pensar que la teoría está funcionando mal.
Cuando empecé a trabajar con clases sociales por debajo de la línea de
pobreza introduje, en algunas situaciones diagnósticas, el Test de Bender. Los
resultados no siempre coincidían con la clínica. Pero ¿quién es el que me
interrogaba entonces? El niño que tenía frente a mí, siendo que ni las entrevistas
mantenidas con él ni las mantenidas con su familia permitían detectar
indicadores de organicidad. Pero según los análisis establecidos para el Test de
Bender se certificaban indicadores insistentes de organicidad.

11
En aquel momento escribí un primer trabajo8 cuestionando estos aspectos
en la implementación del Test de Bender. Lo que me planteo desde entonces es
si el niño que se presenta frente a mí es poco estimulado y saludable o está
afectado por procesos psicopatológicos con o sin organicidad. El dispositivo que
armamos en aquel momento en esas villas de emergencia fue el de grupos de
arte donde los niños de alrededor de cuatro y cinco años pudieran trabajar con
distintos materiales a través de todo un año, antes de su ingreso a la escuela
primaria. El trabajar de esa manera con los niños, aunque la propuesta no
siguiera el formato de grupos psicoterapéuticos, por añadidura, constituyó en
verdadero proceso terapéutico. Digo que hacemos terapia aunque no hagamos
psicoterapia cuando tratamos de pensar al niño sano para que pueda, de esa
manera, acompañándolo desde la salud, desplegar todas sus potencialidades.
Posteriormente se hizo un seguimiento longitudinal con el grupo de trabajadores
sociales y demás profesionales y nos encontramos que luego de dos años había
disminuido en forma significativa en dicho grupo el fracaso escolar.
Esa fue la primera pelea que tuve con la teoría sin saberlo. Esto ha sido
una constante en mi carrera y todavía me sigo peleando con la teoría. Creo que
en la vida uno debe seguir sus propias convicciones. Esto es lo que nos
mantiene vivos. Es decir, debemos denunciar cuáles son las lógicas contenidas
en las teorías, las lógicas que mueven a este determinado tipo de operaciones;
cuál es el inconsciente de la teoría; cuál es el inconsciente no solamente de la
de psiquiatría, de la neuropediatría, de la educación, de la familia, sino cuál es el
inconsciente de la teoría psicoanalítica. Si creo que la verdad absoluta está en el
Test de Bender y no escucho a la mamá o no puedo ver al niño que tengo
enfrente, entonces es mejor que me vaya a mi casa porque no me estoy
cuestionando nada. Entonces, está bien que cuestionemos el Bender, está bien
que cuestionemos el DSM IV. El DSM IV ya no lo usa solamente la psiquiatría
sino que nos obligan a nosotros, psicólogos y psicoanalistas, a usarlo en las

8
Punta Rodulfo, Marisa; Teoría y técnica psicológica en comunidades marginales; Ediciones Nueva
Visión; Buenos Aires.

12
instituciones en donde trabajamos. Es fundamental que uno pueda interrogarse
qué es lo que está haciendo y darse cuenta que un diagnóstico no es una
clasificación sino que lo podremos cuestionar. Insisto: no solamente se trata de
cuestionar a los otros colegas de Salud Mental, sino que además tenemos que
cuestionarnos a nosotros mismos. Los seres humanos somos muy sometidos;
nos sometemos en general al poder del otro. Y el poder clasificatorio es un
poder muy importante. No nos olvidemos, el “vigilar y castigar” no se reduce a
los “otros” sino que nosotros también somos vigilados y controlados desde las
instituciones hegemónicas representantes del “poder central”. Existen, en todos
los países, nuevas instituciones que manipulan la fuerza de trabajo de los
jóvenes profesionales, y resistirse a esa forma de trabajo, en muchos casos,
implica no tener trabajo. Es una forma de explotación y condicionamiento del
trabajo, y no solamente del trabajo de los médicos, de los psiquiatras, de los
neurólogos: el psicoanálisis allí tiene toda una batalla que debe llevar adelante,
permanentemente. No estamos exentos de caer en la clasificación, rotulación.
Sin embargo, desde mi punto de vista no debemos renunciar a trabajar bien y
podemos hacerlo desde el psicoanálisis, aunque cada vez más la sociedad
avanza hacia lo rápido, hacia lo supuestamente efectivo. En psicoterapia
también puede efectivizarse un modelo “fast- food” resultando en una “fast-
psico".

Psicoanálisis / Clasificación

¿Por qué estoy diferenciando entre diagnosticar y clasificar? La


clasificación implica estar regida por el principio de identidad, mientras que el
psicoanálisis no se rige justamente por él sino que toda su teorización y toda su
clínica -que comienza con Freud- se rige por la no coherencia, lo cual no quiere
decir que el psicoanálisis sea incoherente. El psicoanálisis no se dejó ganar por
la psiquiatría imperante en ese momento. El psicoanálisis no es una práctica
psiquiátrica, ni tampoco es una práctica surrealista: no es coherente como lo es
la psiquiatría ni no-coherente como es el método surrealista. De pronto hay que

13
hacer un diagnóstico minucioso para después olvidarlo. Y esto es fundamental
para un psicoanalista.
En ese juego en el cual hay que sostenerse, y hay que sostener al
paciente, es que vamos a realizar nuestra práctica, nada más alejado de un
criterio de clasificación y de un criterio de identidad. Al analizar un sueño, por
ejemplo, atendemos a esa singularidad de cada fragmento del mismo, no
generalizamos. En la clínica atendemos a la singularidad de cada elemento que
trae ese paciente, no generalizamos. La generalización y la atención a la
singularidad chocan, deben entrar necesariamente en conflicto con la
teorización. Allí está también la no coherencia: atender a la singularidad y
pretender que uno nunca generalice; atender a la singularidad, aunque también
está la necesidad de atender a categorías generales. Es en este conflicto que
debemos movernos.
Lo anterior está directamente vinculado a que el inconsciente tampoco es
coherente, no responde al principio de identidad y las lógicas que lo rigen no son
opositivas. “Donde las asociaciones dicen o debemos poner y”, sostiene Freud
en La Interpretación de los sueños9. Quiere decir que el proceso secundario es
oposicional, mientras que el Inconsciente no se rige por esa lógica. En
psicopatología tenemos que poder trabajar con lógicas oposicionales; tenemos
que poder diferenciar algo que tenga que ver con la psicosis de algo que no
tenga que ver con la psicosis; tenemos que poder diferenciar una formación
clínica a predominio autista de otra predominantemente psicótica. Pero después,
estando con el paciente, el psicoanalista va a tener que “olvidar” lo anterior,
porque el psicoanálisis no es una psicopatología. Y esto muchas veces se ha
omitido o confundido.
En otro orden de cosas, cada vez que un analista está tratando de
procesar y de pensar algo, en el sentido de que está tratando de poner a trabajar
el psicoanálisis, nada más alejado está que del “ejemplo” o la “viñeta clínica” que

9
Freud, Sigmund; La Interpretación de los Sueños; Capítulo VI; Tomo V; Obras Completas; Editorial
Amorrortu.

14
viene a ratificar la teoría psicopatológica que tengo que sustentar, nada más
alejado está de eso.
Según el Diccionario de la Real Academia Española10, viñeta significa:
“aquello que acompaña al texto: dibujo, figurita, a modo de ilustración o
composición de un conjunto”. En nuestro caso específico, al hablar de “viñeta
clínica” estaríamos convalidando que es el paciente quien acompaña al texto en
lugar de interrogarlo. En el inconsciente de esta frase, es el paciente la
ilustración: “voy a ejemplificar lo que estoy pensando teóricamente o lo que
pensó otro -habitualmente es lo que pensó otro- con un caso que va a dar
cuenta de lo que primero que se pensó teóricamente”. Eso es no poner a
trabajar el psicoanálisis; es no poder preguntarse qué me hace interrogar este
nuevo material. Cuando se pone a trabajar el psicoanálisis, desde Freud en
adelante, justamente los materiales son contradictorios muchas veces con lo que
yo estoy sosteniendo teóricamente y eso mismo interroga los conceptos que
componen nuestro cuerpo teórico. De allí, por ejemplo, que algunas
investigaciones en el campo de niños vengan a cuestionar al psicoanálisis y a la
psicopatología general.
Hay una frase de Ricardo Rodulfo11 que reflexiona sobre esta cuestión:

“En el fragor de la clínica, una excesiva memoria de la


rotulación, una sobreestimación de su utilidad nos perjudica
justamente en la tarea clínica. Desde posiciones teóricas muy
diferentes -Bion, Nasio- advirtieron sobre el riesgo para el
pensamiento del psicoanálisis de quedar dependientes de
conceptos, en el fondo, demasiado macroscópicos, que a veces
conforman unidades que, más bien, debemos problematizar. El
culto al principio de la identidad que subtienden clandestinamente
estos procedimientos es identificar al paciente X diciendo, por
ejemplo, es psicótico. Estos procedimientos no son el aliado mejor

10
Diccionario de la Lengua Española Real Academia Española; Vigésima primera edición; Espasa; España
1992.
11
Rodulfo, Ricardo; El niño y el significante; página 152; Editorial Paidós; Buenos Aires; 1989.

15
para el que conduce un psicoanálisis. El método que hacemos
nuestro se procesa del modo más fecundo apartándose de
nominaciones globales y masivas. Trazando el rodeo de estas
salvedades se puede decir que la referencia psicopatológica es
muy importante, siempre y cuando se reconozca la poca
importancia que tiene. Sin sus categorizaciones faltaría cierto
mapa y por eso el psicoanálisis no pudo desprenderse por entero
de los encuadramientos psiquiátricos”.

Lo que Ricardo Rodulfo nos dice es que la psicopatología es importante si


se puede reconocer, justamente, su poca importancia. Lo que me apropio de lo
que Ricardo quiere decir es que, por lo menos desde nuestra posición, nosotros
no decimos que no importa procesar u organizar un diagnóstico en las primeras
entrevistas; el diagnóstico no clasificatorio tiene que ser elaborado desde inicios;
no tenemos todo el tiempo para realizarlo porque no hay forma de ponerse a
trabajar si no tengo una idea clara de que está pasando con la subjetividad que
tenemos frente a nosotros.

Continuando con el texto de Ricardo Rodulfo:


“Es parte de nuestra ética el deber de recordar que hay cosas
más peligrosas que la inexactitud, una de ellas es la apariencia de
exactitud. La exactitud es simulada. Theodor Reik ya lo había
dirimido. Es muy inútil esperar del estructuralismo psicopatológico al
uso que haga algo más que dar un ropaje formal a lo ya averiguado
en la clínica”.

Quisiera agregar que este estructuralismo psicopatológico ya tiene dos


décadas y que, por otro lado, el reduccionismo del estructuralismo de un
extremo y el reduccionismo genético del otro extremo no hacen bien ni al
psicoanálisis, ni a los niños, ni a la psicopatología. O sea, dar un ropaje formal,
dar algo con carácter absoluto e inmodificable, cuando en realidad no podemos

16
construir categorías mínimas. Cuando decimos “es genético” o cuando decimos
“es tal estructura” sostenemos con un nivel de exactitud algo que es imposible
de sostener de esa manera, corriendo el riesgo de olvidar al paciente.
Alejándonos de categorías globales lo que tenemos que pensar es qué quiere
decir desde nosotros evitar el rótulo diagnóstico.
Teniendo en cuenta que luchar contra la clasificación es una batalla sin
fin, distintos autores franceses (Mannoni, Doltó, etcétera.) se han ocupado
bastamente de este tema y han denunciado lo que implica un rótulo diagnóstico,
porque además es muy común deslizarse del diagnóstico a la clasificación, de
aquí al rótulo, y del rótulo al ser, pasando a ser el rótulo una cualidad del ser. Lo
que quiero decir con esto es que Pedrito ya no es más Pedrito, un niño, sino el
Down, el ADD, el psicótico, el autista. Esto no sólo no describe lo que es (porque
no se es una patología), sino que además produce efectos: por el diagnóstico,
estoy mentando a la esencia misma de su ser y no a la afección que padece.
Por ejemplo, si le digo a alguien que es tal cosa lo que estoy borrando es que
me estoy encontrando no con el niño que padece de autismo, o el niño que está
afectado por cualquier otra patología, sino con una subjetividad que está frente a
mí, un niño que es muchas otras cosas más que su connotación psicopatológica,
es mucho más que eso, no es reductible a... Pero ¡cuidado!: no banalicemos la
importancia del diagnóstico psicoanalítico, no reductible a una mera
clasificación. El diagnóstico inicial es fundamental, por eso debemos conocer
muy bien la psicopatología y debemos poder hacer un diagnóstico inicial, para
poder “olvidarlo” aún para poder modificarlo.
Un colega, quien tuvo conceptos elogiosos para con mi libro La clínica del
niño y su interior12, me hizo un comentario sobre este tema: “Marisa, comparto tu
amor por la clínica, pero me resulta muy difícil compartir tu amor por el
diagnóstico”. Le dije: “Tu idea del diagnóstico proviene más de la psiquiatría, de
un diagnóstico que tiene más que ver con un diagnóstico clasificatorio. Mi idea
es distinta. Yo tengo que saber en qué momento de la estructuración subjetiva
está alguien que me consulta, a predominio de qué proceso se está

12
Punta Rodulfo, Marisa; La clínica del niño y su interior. Un estudio en detalle; Paidós; 2005.

17
estructurando, cuáles son las lógicas que lo caracterizan. Eso para mí es un
diagnóstico”.
He tenido la suerte de conocer psicoanalistas de larga trayectoria y
dialogar con ellos. Doltó me dijo una vez: “Es una obligación del analista
devolverle el diagnóstico inicial al paciente y a su familia” 13. Me quedé
asombrada y a la vez pensando. ¿Cómo uno va a devolver el diagnóstico inicial,
cómo es eso? Ante la inquietud explicitada me respondió: “Claro, decirle a un
niño, por ejemplo: ¨Pedro, lo que te pasa a vos es que te sentís mal y estás
sufriendo porque sentís que estás todo roto, hecho pedacitos. Y en realidad, yo
soy una doctora que me ocupo de atender a los niños cuando se sienten así,
rotitos como vos y que después, juntos, podemos trabajar para que cada vez se
sientan menos rotitos y con menos sufrimiento, con menos dolor, lastimándose
menos, o sea, que puedan sentirse aliviados y por qué no, también felices. Yo
soy una doctora que ayuda a aliviar a los niños del sufrimiento, que ayuda a
quien quiere ser ayudado¨”.
Esa es la ética del psicoanálisis y eso es verterle, según Doltó, un
diagnóstico a un niño. Con otras palabras, y adecuadas a cada situación,
también es verterle el diagnóstico a la familia.
En una oportunidad me trajeron el siguiente material a supervisión. Se
trataba de un paciente que hacía dos años estaba en tratamiento. Cuándo
pregunté cuál era el diagnóstico inicial, el colega con mucho asombro no supo
decírmelo. Se me planteó un interrogante: ¿Qué fue lo que se hizo en todo ese
tiempo de tratamiento si no se pudo establecer un diagnóstico inicial y un
diagnóstico, a la vez, de cada momento de la estructuración subjetiva en
distintos segmentos del tratamiento? Esto fundamental que uno pueda ir
validando el mismo, que uno pueda decir: “Partí de allí, estamos acá, vamos
hacia allá”. Desde ahí se puede armar una hoja de ruta y trazar un camino. Es
importante advertir qué cosas se pueden intercambiar e ir aprendiendo, qué
cosas podemos ir entramando juntos. En cada proceso que se hace, uno tiene
que poder parar de tanto en tanto, mirar en perspectiva, nunca desde afuera,

13
Doltó, Francoise: Comunicación personal

18
pero sí a distancia, y ver qué procesos se han ido modificando. Sino… ¿cómo
hace uno para evaluar si un niño mejora por el tratamiento o cambia porque
crece? ¿Cómo se evalúa si un niño empeora por una situación adversa desde lo
social, educativo, familiar o empeora porque un trabajo, en lugar de ser
terapéutico, está produciendo mayor enfermedad?
Cuando digo poder precisar un diagnóstico y a la vez poderlo olvidar,
quiero decir que esto tiene que quedar como teorización flotante -concepto
fundamental que acuña Piera Aulagnier a partir del de atención flotante 14- lo cual
implica que uno tiene que tener bagaje teórico para poder operar efectivamente,
uno tiene que contar con los conocimientos necesarios para luego ponerlos
entre paréntesis. Para poder “olvidar” algo primero hay que poseerlo, hacerlo
propio, conocerlo profundamente. Un psicoanalista tiene que tener biblioteca,
textos -si no los tiene deberá pasarse horas y quemarse las pestañas en la
biblioteca de la universidad o en la que pueda estar a su disposición-, pasar
además por un proceso de análisis y, cuando empiece a trabajar, tiene que
supervisar o si se está en una institución exigir que se supervise, porque si uno
no tiene esta apoyatura no puede trabajar.
Tenemos que tener muy claras las teorizaciones pero éstas, a la vez,
tienen que funcionar en el inconsciente del proceso terapéutico; tenemos que
conocerlas para poder olvidarlas. El diagnóstico inicial tiene que ser un
diagnóstico exhaustivo, insisto, no un diagnóstico clasificatorio, sino un
diagnóstico justamente de la diferencia.
Entonces lo diferencial consistiría en poder operar no solamente dentro de
las posibilidades diagnósticas que nos puede ofrecer nuestra teoría -establecer,
por ejemplo, la diferencia entre predominio autista y predominio psicótico- sino
diferenciar entre lo primario o lo secundario, entre un predominio que tiene que
ver con lo heredado, con lo genético -sobre el cual se puede montar
psicopatología- y una psicopatología que viene de inicios y produce luego déficit.
En algunos casos las patologías graves en la infancia pueden evolucionar en
distintas direcciones: hacia la constitución de alucinaciones o delirios o,

14
Aulagnier, Piera; La violencia de la interpretación; Editorial Amorrortu; Buenos Aires; 1977.

19
directamente, a déficit. Es que en estas situaciones el niño no llega con este
bagaje al mundo sino que lo pueden producir distintos factores como por
ejemplo un proceso mórbido devenido crónico, una alimentación carente de
nutrientes básicos -como puede suceder en clases marginadas- o las dos cosas
combinadas. Esto hace al diagnóstico de la diferencia.
Puede ser que un cachorrito humano inicie su estar en el mundo, por
ejemplo, con una problemática indiscutiblemente de base genética pero la
deprivación de las necesidades básicas -en el doble sentido que la enuncio, es
decir, tanto en relación a la alimentación como a la esencial interrelación, de
apoyo en el otro- hace que esta problemática se psicopatologice y se agrave.
Cuando estamos ante un paciente no debemos catalogarlo rápidamente
como autista porque mueva las manos agitándolas. Si así lo hacemos el
problema es que lo obsesional queda del lado del psicoanalista que no puede
poner entre paréntesis la teoría y está todo el tiempo clasificando. ¡Cuidado! que
los seres humanos tenemos pasión por la clasificación y todos tenemos que
alertarnos de no caer en ella.
Con Ricardo Rodulfo estuvimos discutiendo el material de una pequeña
de dos años. Una de las cosas que nos preocupaba es que estaba dominada
por la clasificación: cuando le daban cualquier cosa agrupaba por colores, por
formas, de mayor a menor; se pasaba largo rato poniendo un marcador delante
del otro, o separando los bloques tomando solamente los de un sólo color y
exclusivamente ése. En la entrevista siguiente, el analista había quitado del
consultorio los bloques de un solo color para que la niña tomase el objeto, no
pudiendo ella realizar actividad alguna. Esto revela una fina y sutil inteligencia,
pero una rigidez que le impide ponerla a su disposición. Es muy grave que una
niña de dos años en lugar de estar correteando de un lado al otro o
manchándose, esté clasificando sentada y sin poder detenerse.
Nos llamó la atención algo que dijo su padre. Manifestó que la abuela de
la niña -la mamá del padre- la notaba muy parecida justamente a su padre
cuando era niño y que una de las cosas que él había empezado a aprender al
estar con otros pequeños era que para resultarle agradable a otras personas

20
había que sonreírles. De esta manera trataba de imitar la sonrisa de los otros y
hacerla propia.
Me dio mucho dolor pensar que alguien no sabía sonreír y, en su lugar,
debía copiar un gesto, quedando así reducida la experiencia solamente a la
imitación, a la “mueca”, donde copia la sonrisa del otro...
Uno no puede dejar de establecer ciertas conexiones entre ese papá y la
niña, y es importante que llegue a la consulta tan tempranamente para que la
podamos ayudar.
Esto viene a colación de la pasión de los seres humanos por clasificar.
Si tenemos la cabeza ocupada en pensar qué es lo que debemos pensar,
no la podemos usar en el sentido winnicottiano, y de esa manera no podemos
estar con el paciente que se encuentra frente a nosotros. Por eso tenemos que
saber olvidar.
El psicoanálisis de niños nos enfrenta con un desafío porque pensar la
diferencia es pensarla en más de una dirección. Por ejemplo, si nos referimos a
esta niña que tiene pasión por clasificar, tenemos que pensar si se trata de una
neurosis obsesiva muy temprana; si esa obsesividad es más bien un rasgo de
tipo autista que nos evoca esta copia de la sonrisa que el papá tiene que hacer
mirando a otras personas; si, en realidad, la clasificación la está defendiendo de
no sentirse sola; si la clasificación la está defendiendo del atravesamiento de las
fobias universales; si la clasificación recurre a ella para defenderla de una
desestructuración psicótica; etcétera.
Todo esto es lo que tenemos que diferenciar dentro de lo psicoanalítico.
Diagnóstico de la diferencia en psicoanálisis. Pero otra de las cosas que se
jugaban en la conversación sobre este caso que manteníamos con Ricardo
Rodulfo era si tendría algún componente genético. Él me dijo que no se sabía
aún puesto que no se había pedido un diagnóstico genético, a pesar de que ya
estaba el antecedente del padre. Y ahora la niña. Ningún neurólogo ni pediatra
lo había solicitado hasta la consulta. Este también es un diagnóstico de la
diferencia en el cual tenemos que movernos: poder establecer qué es lo que

21
viene de lo heredado y cómo se articula esto con las experiencias infantiles, con
el medio al que adviene la niña o niño.
Los psicoanalistas también nos tenemos que ocupar de decir que algo no
es de nuestro campo. Para eso tenemos que saber. Hace tiempo, en un hospital
de pediatría, una niña es derivada por el servicio de neurología porque padece
de cefaleas intensas que empiezan en la mañana y no cesan en todo el día. La
derivan para que se ocupe el equipo de psicopatología. Diego García Reinoso 15
después de un estudio minucioso, devolvió la derivación al servicio de
neurología, quienes no habían podido advertir que las cefaleas se producían por
un tema orgánico y no tenían origen en lo psíquico. Si es terreno de los
psicoanalistas la psicopatología que se puede agregar a la niña por la cefalea
que sufre y que es originada por ese probable tumor, eso es otra cosa. Pero
estaban derivando a la niña para que se la trate sólo psicoterapéuticamente, sin
detectar el tumor que las generaba.
Diego García Reinoso es alguien que nos ha enseñado mucho sobre la
sensibilidad por la clínica. Los médicos son reacios a derivar, pero cuando tienen
algo que quema en las manos y no saben cómo resolverlo, lo derivan a los
psicoanalistas. Me han llegado distintas derivaciones de profesionales que no
habían podido detectar qué les pasaba a los niños por falta de formación
rigurosa, como ser la derivación de niños con alopecia donde el dermatólogo
manifiesta que el problema tiene causas psicógenas o niños con una parálisis de
un día para otro y que también dicen de inmediato que tiene causas psicógenas,
etcétera.
En otro caso se hablaba de la histeria de una paciente porque no
caminaba, razón por la cual la derivan a psicopatología, en donde no
convalidamos tal diagnóstico. Tiempo después se descubrió un tumor en la
médula, en la zona lumbar. Por suerte ese tumor era de características
benignas, se le extirpó y tiempo después la niña pudo caminar nuevamente.
¿Qué hubiese pasado si tomábamos el camino de la histeria? Para que sea

15
Reinoso, Diego: Comunicación personal

22
histeria debemos tener determinados indicadores semiológicos del paciente y
del medio. Debemos consultar, investigar, y establecer un psicodiagnóstico.
En el contexto de una universidad extranjera, me acercaron un material
para la supervisión. Se trataba de una pequeña de cuatro años con una
formación clínica predominantemente autista y la analista que lo presenta estaba
dominada por rótulos clasificatorios y psicogénesis estereotipadas; de esa
manera empezó su exposición subrayando el “deseo de muerte” de esa madre
que precipitó el derrumbe psicótico y la ulterior organización autística de la niña.
Quise conocer la prehistoria y la historia de la niña. Ante la sorpresa de la
analista que había buscado el problema exclusivamente por el lado de la madre,
nos enteramos que la niña había vivido en Buenos Aires muy bien su primer año
pero, como bien lo marca Anna Freud16, no estaba “vacunada” ante posibles
traumatismos posteriores. Había nacido en 1974, una época complicada en la
Argentina. Su familia fue asesinada y su madre y ella escaparon a un país
limítrofe y luego emigraron a otro, cuando la persecución las volvió a acechar.
Vivieron allí solas. La bebé se empezó a retraer, no se pudieron apoyar en otra
persona que las pudiera contener y en ese cortocircuito es cuando la pequeña
inició un retiro autístico. La niña hizo un repliegue, un caparazón.
Si vemos en un caso así que la familia estaba en un contexto sumamente
adverso, como analista voy a poder entender lo que les está pasando y hacer un
anidamiento con ellas porque ambas están desprotegidas. Si no llegamos
demasiado tarde, debemos intentar lograr la fusión entre esa madre con su hija.
Aquella analista que presentó el caso y que pensó en fallos tempranos en
la función de la madre como origen del problema en la niña, no pudo pensar en
la perturbación y el grave ataque que la sociedad había producido sobre esta
madre y su niña. La conceptualización de André Green 17 sobre la madre muerta
nos posibilita pensar en los duelos que atraviesa una persona en la que una
parte de la sociedad la persigue, ataca, mata. Lo que no tenía claro la analista
es que una familia no puede pensarse fuera de un contexto social en el que está

16
Freud, Anna; El psicoanálisis de niños; Editorial Paidós.
17
Green, André; Narcisismo de vida, narcisismo de muerte; Editorial Amorrortu; 1986.

23
incluida. La sociedad puede disparar contra la familia. La familia está atravesada
por lo social.
Desde 1984 he trabajado sobre todo aquello que tenga que ver con los
derechos humanos y los efectos de este trauma social sobre la subjetividad de
los niños.
Uno de los efectos indeseables que tiene lo social e impacta sobre la
subjetividad es lo que Piera Aulagnier llama interpenetración18. Según la
definición que ella da, “la interpenetración es una particular articulación entre
fantasías y enunciados que nos vienen del afuera próximo. Aquello que vivimos
todos los días y aquellas imágenes y decires que se articulan en creencias
bizarras”. Son fragmentos delirantes. Es el efecto sobre el psiquismo del que
padece de intrusiones altamente patologizantes. Son como esquirlas de
granadas que se interpenetran en el psiquismo, pudiendo hacerlo estallar.
Teniendo en cuenta esto, qué modelo tan distinto tenemos para pensar la
subjetividad de esta niña y su madre. No es un modelo sociológico, sino que
pensar de esta forma en psicoanálisis, es pensar de acuerdo a las categorías de
nuestro tiempo.

Semiología del paciente, semiología del medio.

Lombroso sería un ejemplo característico de la patología centrada en el


paciente: en esta clasificación se trata de las características morfológicas,
hereditarias.
En cambio, ya desde sus inicios el psicoanálisis desarrolla una
concepción que va a estar más centrada en la historia y sobre todo en la historia
infantil pero desde un modelo unipersonal, favorecido además por el tratamiento
individual. Desde inicios el psicoanálisis le otorga un lugar especial a lo histórico:
en los historiales a aquello que pasó con el cuñado, en Isabel de R.; o a qué
pasó con la escena original, en el Hombre de los Lobos; o el padre y su relación
con la madre, el padre y la amante del padre, y también el señor K. en Dora.

18
Aulagnier, Piera. Los destinos del placer. Paidós. Buenos Aires. 1994

24
Existe una larga historia en la que se destaca un precursor como
Ferenczi en cuanto a avanzar en un estudio del entorno en que el paciente vive
y su contexto histórico. Pero, más sistemáticamente en la segunda mitad del
siglo pasado, un modelo unipersonal queda holgadamente superado. Podemos
mencionar el acento que Lacan pone en los efectos del lenguaje y en aquellos
significantes que tienen, a veces, una larga historia generacional; las
conceptualizaciones de Bowlby acerca del apego temprano y los efectos de
separaciones mal hechas o pérdidas no dueladas. Winnicott tiene un nombre
amplio para esto que es el de semiología del medio: ya no basta con la
semiología del paciente, sino que hay que hacer el inventario de todo lo que
puede ser patológico o patógeno a su alrededor. Ese es un punto muy
importante que debe estar incorporado en la actitud del analista cuando lo
consultan por un niño: no centrarse sólo en los síntomas o trastornos que el niño
pueda tener sino que su atención flotante pueda abarcar todo lo que sea
pregnante en el medio, en los que crían al niño. No debemos pensar que el
diagnóstico se termina con el niño a solas, que los padres son los que sólo
brindan información sobre el niño, o que lo que dicen los padres es una
información que pueda ser escuchada ingenuamente. Por ejemplo: no
pensamos que si una familia no se plantea tener un hijo esto deba interpretarse
literalmente como un “no deseo” de hijo. El deseo siempre es inconsciente y con
ello debemos trabajar.
Esta semiología del medio tampoco es un ambientalismo causal, no se
trata de buscar la causa en los padres como antes se buscaba la causa en las
pulsiones y las fantasías del chico, sino más bien de abrir todo lo que ocurre
entre. Para Winnicott no es que el medio “cause” sino que el medio propicia las
cosas más saludables o menos saludables. Entonces semiología del medio es
ese ir y venir entre los padres, su historia y el niño con su capacidad a
metabolizarla.
Debemos tener lo más claro posible que – en términos estadísticos – la
mayor parte de los daños psíquicos no son generados en una sola situación
traumática, sino que se producen de manera lenta e insidiosa a raíz de micro

25
comportamientos relacionales entre el niño y su medio. Y no sólo el medio
familiar: cada vez más temprano se pasa más tiempo en instituciones
educativas. Dicho daño es algo mucho más discreto y silencioso, lo que
recuerda bastante la conceptualización de Anna Arendt sobre la banalidad del
mal.
Cabe aclarar que, en todos los casos, estas políticas, por sí solas, no
pueden causar su efecto sin la sumisión del niño; éste puede revelarse y torcer
el curso de las cosas. Nunca hay una sola respuesta posible, afortunadamente.
Como dice Winnicott, los adultos no hacen al niño: lo ayudan o no a ser.

26
Autores citados

- Aulagnier, Piera; La violencia de la interpretación; Editorial Amorrortu;


Buenos Aires; 1977.
- Aulagnier, Piera. Los destinos del placer. Paidós. Buenos Aires. 1994.
- Castel , Robert; El orden psiquiátrico; Las Ediciones de la Piqueta;
Madrid; 1980.
- Diccionario de la Lengua Española Real Academia Española; Vigésima
primera edición; Espasa; España 1992.
- Freud, Anna; El psicoanálisis de niños; Editorial Paidós.
- Freud, Sigmund; La Interpretación de los Sueños; “Capítulo VI”; Tomo V;
Obras Completas; Editorial Amorrortu.
- Green, André; Narcisismo de vida, narcisismo de muerte; Editorial
Amorrortu; 1986.
- Punta Rodulfo, Marisa; La clínica del niño y su interior. Un estudio en
detalle; Paidós; 2005.
- Punta de Rodulfo, Marisa; Revista Actualidad Psicológica; números 299
(julio 2002) y 342 (junio 2006); Buenos Aires.
- Punta Rodulfo, Marisa; Teoría y técnica psicológica en comunidades
marginales; Ediciones Nueva Visión; Buenos Aires.
- Rodulfo, Ricardo (compilador); Trastornos narcisistas no psicóticos;
Editorial Paidós; Buenos Aires; 1995.
- Rodulfo, Ricardo; El niño y el significante; página 152; Editorial Paidós;
Buenos Aires; 1989.

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