7 La Actitud Cientifica Como
7 La Actitud Cientifica Como
7 La Actitud Cientifica Como
Este capítulo difiere del resto del libro; no se trata tanto de adquirir conocimientos,
como de sensibilizar para asumir una actitud vital que se deriva de la insaciable
búsqueda de verdad y de la permanente problematización de la realidad. Cinco
grandes cuestiones ponemos a consideración:
Si el lector cuenta entre sus conocidos a algún eminente hombre de ciencia, acostumbrado a la más minuciosa precisión
cuantitativa en los experimentos y a la más abstrusa habilidad en las deducciones de los mismos, sométalo a una pequeña
prueba, que muy probablemente dará un resultado instructivo. Consúltele sobre partidos políticos, teología, impuestos,
corredores de rentas, pretensiones de las clases trabajadoras y de otros temas de índole parecida, y es casi seguro que al
poco tiempo habrá provocado una explosi6n y le oirá expresar opiniones nunca comprobadas con un dogmatismo que
jamás desplegaría respecto a los resultados bien cimentados de sus experiencias de laboratorio.
Este ejemplo demuestra que la actitud científica es en cierto modo no natural en el hombre.
BERTRAND RUSSEL
Por todas estas razones -comenzando por las necesidades actuales de trabajo y el dominio de 10 real, hasta llegar al
dominio uno mismo, de la adquisición del método científico hasta la formaci6n de la ética individual -la formación en el
espíritu científico y en las ciencias aparece como una de las finalidades fundamentales de todo sistema educativo
contemporáneo.
APRENDER A SER. UNESCO
Una persona puede haber adquirido una buena formación teórica y una buena
formación sobre métodos y técnicas de investigación social y, sin embargo, ciertas
actitudes vitales y ciertas características de su personalidad pueden constituir un
obstáculo para la investigaci6n. De ahí la necesidad de asumir una actitud
científica, no como forma de ser para cuando «se hace ciencia», sino como actitud
vital en todas las circunstancias y momentos de la vida. Esto es 10 que llamamos
la actitud científica como estilo de vida.
Ningún hombre de temperamento científico afirma que lo que ahora es creído en ciencia sea exactamente verdad; afirma
que es una etapa en el camino hacia la verdad...
Bertrand Russell
Sin lugar a dudas, una cualidad capital, pero no exclusiva del científico, es la
tenacidad, perseverancia y disciplina. La historia de los grandes hombres de
ciencia pone de relieve que esta característica es común a todos ellos. «Déjeme
decirle -manifestaba Pasteur a un interlocutor- el secreta que me ha conducido
hasta mi meta. Mi única fuerza reside en mi tenacidad». Y Ramón y Cajal, en un
libro destinado a dar pautas para la investigaci6n científica, se expresaba de
manera similar: es necesaria «la orientaci6n permanente, durante meses y aun
anos, de todas nuestras facultades hacia un objeto de estudio».
Y, en otra parte, agregaba: «toda obra grande, en arte como en ciencia, es el
resultado de una gran pasi6n puesta al servicio de una gran idea» (4). Para no
abundar en ejemplos sobre este punto, permítasenos citar, por último, a uno de los
más grandes sabios de toda la historia de la humanidad, Albert Einstein:
«Para nuestro trabajo, decía, son necesarias dos cosas: una de ellas es una
persistencia infatigable; la otra es la habilidad para desechar algo en lo que hemos
invertido muchos sudores y muchas ideas».
Es muy probable que, para la gente que trabaja en el ámbito de las ciencias
humanas, esta idea de la tenacidad y la perseverancia pueda resultar un tanto
ajena, ya que, para ser un científico social, no parecen ser necesarias estas
exigencias, como en el caso de los científicos que pertenecen al campo de las
ciencias físico-naturales. Esta actitud es muy frecuente; Gino Germani -uno de los
soci610gos que más ha trabajado para llevar a la sociología latinoamericana a un
estadio científico- ha denominado esta actitud como «noción romántica de la
investigación».
Cuanto se lleva dicho basta para comprender que el dogmatismo es lo más lejano
a la actitud científica, pues para la ciencia las verdades son parciales y siempre
sujetas a corrección. El dogmatismo no tiene apertura a otra cosa que no sean sus
dogmas, esquemas y, a veces, los simples slogans 0 estereotipos configurados en
la infancia.
Un segundo obstáculo -muy parecido al anterior y que casi siempre va unido a él-
es lo que Nietzsche llama el «espíritu de gravedad». Consiste en la convicción de
que las actuales estructuras de la sociedad y su jerarquía de valores son algo
indiscutible. En consecuencia, todo lo que no se acomoda, no se ajusta o no se
adapta a lo ya existente constituye una anormalidad, una desviación, una
manifestación patológica.
Un ejemplo más reciente -y por eso mas oscurantista y retrogrado- del uso de la
autoridad para descalificar una formulación científica es la «condena» de la teoría
de la herencia apoyada en las leyes de Mendel. Esta condena fue decidida por
otro pontífice (José Stalin), de otra iglesia (el partido comunista de la URSS),
quien, apoyado en los Libros Sagrados (textos de Marx, Engels, Lenin y Stalin),
que contienen la verdad integra y definitiva, considero que las teorías de Mendel
eran una «reacción ideológica de la burguesía», que niega «Ias leyes objetivas del
desarrollo de la materia». Felizmente, según la autoridad del partido, «versados en
el método dialectico, los biólogos soviéticos han rechazado todas las
deformaciones idealistas y mecanicistas de la noción de desarrollo de la vida y
han puesto de relieve sus contradicciones fundamentales, verdaderas fuerzas
motrices de la evolución de los organismos y de las especies».
En las consideraciones que hemos hecho en este parágrafo, no pretendemos, ni mucho menos, una exhaustiva explicación
de los obstáculos psicológicos y socioculturales que dificultan adquirir -ir adquiriendo- una actitud científica como estilo de
vida. Sin embargo, aun cuando no quede dicho todo lo que puede decirse, cerramos nuestro análisis sobre este problema...
Son notas y apuntes para la reflexión de quienes se inician en el campo de la investigación social.
4. La ética de la investigación
Comenzamos nuestro análisis por aquellos aspectos que, según Beveridge, son
esenciales en la ética de todo científico:
Todo esto nos revela que la formación adquirida en la universidad «se desvaloriza
con una rapidez desconcertante». De esto, que es válido para todo quehacer
humano -consecuentemente para todas las profesiones-, surge la necesidad,
propiamente dramática, de formación permanente. Es 10 que ya hacen algunas
universidades con sus profesores y grandes empresas con su personal superior
bajo el nombre de reciclaje profesional.
De cuanto se Ileva dicho, resulta c1aro que el hombre del mundo modero o está
instalado en la «provisionalidad»: los escenarios y los contextos cambian
aceleradamente. Un planteo teórico o una técnica de trabajo pueden quedar
rápidamente fuera de época, aunque hayan servido en otra coyuntura. En un
mundo que cambia, que cambia aceleradamente y que cambia cada vez mas
aceleradamente, todo científico ha de tener conciencia de que debe realizar un
esfuerzo permanente para actualizarse. Lo mencionado hasta ahora y la apertura
de espíritu necesaria para tirar par la borda todo aquello que ya no sirve, o que es
menos valido o eficaz, constituyen hay aspectos esenciales y elementales de una
exigencia científica.
En el contexto de esta realidad, afirmar o reivindicar una ética de la ciencia que fije
criterios para juzgar el bien o el mal acerca de lo que se investiga y del destino de
las investigaciones parece ser una inmensa ingenuidad. «El que paga el violinista,
elige la melodía» dicen los «realistas» (en contraposición a los «idealistas», en el
sentido ético del término). Muchos científicos declaran que la ciencia es ética y
políticamente neutral, con lo cual rechazan cualquier remordimiento ético. Sin
embargo, después de la construcción de la bomba atómica, algunos manifestaron
no pocas inquietudes de conciencia.
¿«No hay, pues, escapatoria para el hombre de ciencia? ¿Debe realmente tolerar
y sufrir todas esas ignominias? ... He aquí mi respuesta: se puede destruir a un
hombre esencialmente libre y escrupuloso, pero no esclavizarlo ni utilizarlo como
un instrumento ciego».
«Si los hombres de ciencia pudieran encontrar hoy día el tiempo y el valor
necesarios para considerar honesta y objetivamente su situación y las tareas que
tienen por delante, y si actuaran en consecuencia, acrecentarían
considerablemente las posibilidades de dar con una solución sensata y
satisfactoria a la peligrosa situación internacional presente» (9).
Sin ética científica, o sin ética de los científicos, no habría posibilidad de resistir al
totalitarismo tecnol6gico. Por eso, cuando se insiste en que los científicos deben
ser apolíticos, no se hace otra cosa que propugnar que los científicos sean idiotas
útiles del sistema político.
Por consiguiente, recordamos con Bertrand Russell, «para que una civilización
científica sea una buena civilización, es necesario que el aumento de
conocimiento vaya acompañado de un aumento de sabiduría. Entiendo par
sabiduría una concepción justa de los fines de la vida. Esto es alga que la ciencia
par sí misma no proporciona. El aumento de la ciencia en sí mismo no es, por
consiguiente, bastante para garantizar ningún progreso genuino, aunque
suministre uno de los ingredientes que el progreso exige...». En este capitula
hemos hablado de actitud científica, nada se habló de la sabiduría. «Es oportuno
recordar, sin embargo, que esta preocupaci6n es parcial y necesita ser corregida
si ha de llevarse a cabo una contemplaci6n equilibrada de la vida humana» (11).
«La gente normal condena la separación absurda de la ciencia y la sabiduría, en el sentido mas clásico de la palabra. Se
trata, en suma, de una clara separación, que además cada vez es mayor, entre la inmensidad de los medios puestos a su
disposición y su impotencia para subordinarlos con fines humanos y no claramente irracionales, coma ocurre por ejemplo
con la carrera armamentista».
Roger Garaudy
La adopción universal de una actitud científica puede hacernos más sabios: nos haría más cautos, sin duda, en la
recepción de información, en la admisión de creencias y en la formulación de previsiones; nos haría más exigentes en la
contrastación de nuestras opiniones, y más tolerantes con las de otros; nos haría más dispuestos a inquirir libremente
acerca de nuevas posibilidades, y a eliminar mitos consagrados que solo son mitos; robustecería nuestra confianza en la
experiencia, guiada por la razón, y nuestra confianza en la razón contrastada por la experiencia; nos estimularía a planear y
controlar mejor la acción, a seleccionar nuestros fines y a buscar normas de conducta coherentes con esos fines y con
conocimiento disponible, en vez de dominadas por el habito y por la autoridad; daría más vida al amor de la verdad, a la
disposición a reconocer el propio error, a buscar la perfección y a comprender la imperfección inevitable; nos daría una
visión del mundo eternamente joven, basada en teorías contrastadas, en vez de estarlo en la tradición, que rehúye
tenazmente todo contraste con los hechos; y nos animaría a sostener una visión realista de la vida humana, una visión
equilibrada, ni optimista ni pesimista.
Mario Bunge