La Génesis de La Literatura Afrocolombiana - Yesenia Escobar Espitia
La Génesis de La Literatura Afrocolombiana - Yesenia Escobar Espitia
La Génesis de La Literatura Afrocolombiana - Yesenia Escobar Espitia
Afrocolombiana en la poesía de
Candelario Obeso y Jorge Artel
Directora:
Doctorada Patricia Trujillo Montón
A Patricia Trujillo, mi directora de tesis, por su paciencia y soporte en este largo viaje. Sin
sus aportes, este trabajo no habría sido posible.
A mi familia, que desde la distancia ha sido siempre el motor que me impulsa a conseguir
mis sueños.
A todos los amigos que resistieron largas horas de debate y me animaron a seguir
trabajando sobre este apasionante tema.
Resumen y Abstract IX
Resumen
Hablar de literatura afrocolombiana implica pensarla desde su esencia, desde lo que ella
es. Para ello es necesario abarcar sus orígenes, su punto de partida. Lamentablemente,
hasta el momento, el concepto ha sido definido con timidez y parquedad, sin ahondar en
lo que significa esta expresión literaria como un capítulo aparte en la literatura
colombiana. Este vacío ha sido, de alguna manera, el alimento que ha nutrido la poca
visibilidad de los escritores afrocolombianos en las letras del país, lo cual ha privado a
nuestra literatura de enriquecerse con todo el aporte intelectual de los
afrodescendientes.
el trabajo revisa de manera general cuál ha sido el tratamiento que esta expresión
literaria ha tenido en las historias y la crítica literaria, y luego, a partir de allí, propone una
nueva visión de la literatura afrocolombiana, a la vez que plantea la necesidad de abrir el
canon para darle cabida a esta expresión literaria y sus autores.
Abstract
The discussion about Afro-Colombian Literature involves thinking about it from its own
essence, from what it really is. It means to tackle its origins and mainspring, as well.
Unfortunately the concept has been defined with shyness and frugality as a result; without
deepening what this literary expression represents as a separated chapter in The
Colombian literature. This gap has been, somehow, what has nourished the poor visibility
of Afro-Colombian writers in the letters of the country, which has deprived our literature
from the enrichment of all the intellectual contribution of African descendants.
Thereafter, our interest to develop this work came up, not only with the purpose of
pointing out a precise definition of what can be understood as Afro-Colombian literature,
but also to establish its own characteristics, as well as the elements which make it
different from other literary expressions that have emerged in the country. To achieve this
goal, the concept is approached from its genesis, which is rooted in the poetry of the two
Afro-Colombian writers recognized as its initiators: Candelario Obeso and Jorge Artel.
Thus, approaching the poetry of these authors, we discovered the elements which gave a
characterization to this literary expression and subsequently, to determine the way these
ones have been manifested in other authors, to validate its authenticity and
independence from other literary expressions.
Contenido XI
Keywords: Afro Literature, negrismo, literary history, literary criticism, Candelario Obeso,
Jorge Artel, Black Poetry.
Contenido XIII
Contenido
Pág.
Resumen ......................................................................................................................... IX
4. Conclusiones .......................................................................................................... 89
En ese orden de ideas, uno de los propósitos de este trabajo consiste en tratar de definir
qué se puede entender por literatura afrocolombiana, cuáles son sus características y de
qué manera puede dársele un tratamiento mayor dentro de la historia y la crítica literaria
colombiana. Dado que esta definición y caracterización se halla de alguna manera
circunscrita a los procesos históricos en los que dicha expresión surgió y los cuales
permitieron su posterior desarrollo, las ligaremos al concepto de génesis (Del gr. γένεσις,
generación), de tal forma que al comprender cómo fue su surgimiento, podamos hallar
los elementos que la lleven a consolidarse como una expresión literaria con
características muy propias y hacerse mucho más visible en el panorama de las letras
colombianas.
Para el caso de la literatura afrocolombiana, al igual que sucede con otras expresiones
literarias, especialmente de las llamadas “minorías”, es muy común encontrar su origen
en procesos que evolucionaron de etapas simples y casi invisibles a un estado de
reconocimiento mayor por parte de la sociedad y de la academia. Esto a razón de que, al
no surgir dentro de un marco hegemónico, poco se ha documentado sobre los procesos
emergentes de esta expresión y, aquellos de los cuales se tiene documentación,
aparecen como eclosiones fragmentadas, que han irrumpido en medio de las fisuras de
nuestra problemática tradición literaria.
Introducción 3
De este modo, este trabajo iniciará por definir qué se puede entender por literatura
afrocolombiana y cuáles son sus particularidades, a partir del análisis de los elementos y
el contexto en que se originó. No obstante, dado que no existen suficientes registros
sobre la tradición oral africana y afro-descendiente en Colombia surgida durante la época
de la colonia o, al menos, no se encuentran con facilidad, se tomará apenas la referencia
de la oralidad para entender cuál fue la base de la formación de la literatura
afrocolombiana, pero no hará parte de este trabajo el abordar esta etapa de la génesis de
4 Introducción
En primer lugar, cabe aclarar que fue Roger Bastide quien propuso en la década de los
setenta el prefijo afro para el análisis de los fenómenos socio-culturales de los pueblos
“negros” (Alaix, 2001:34). Sin embargo, el término afrocolombiano se adopta mucho
después y se enmarca dentro de la ley 70 de 1993, la cual fue creada para hacer visibles
los valores culturales de las comunidades afrodescendientes y reconocer sus derechos
en condición de igualdad con el resto de la población colombiana. Antes de esta política,
se hablaba de comunidades negras y, por ende, todo lo relacionado con su estudio o sus
productos eran asumidos bajo este término. No obstante, la lucha de los pueblos
afrocolombianos por romper con el negativo legado poscolonial, consiguió que dejaran de
ser nombrados por un “color” y comenzaran a ser reconocidos como herederos de una
tradición y una historia propias. Así lo señala la cátedra de estudios afrocolombianos:
Por su parte Juan de Dios Mosquera, representante del movimiento Cimarrón, define la
afrocolombianidad como “el conjunto de aportes y contribuciones materiales y
espirituales, desarrollados por los pueblos africanos y la población afrocolombiana en el
proceso de construcción de la nación” (Mosquera 2006),
Con este término, se pone fin al uso del calificativo “negro” (de origen ibérico y usado a
partir del siglo XVIII) para referirse a las personas de piel oscura, ya que este vocablo no
sólo no dice nada, sino que es despectivo y peyorativo para referirse a una persona o
grupo humano por su color de piel y su única función es separar a una “raza” de otra,
promoviendo la discriminación para justificar los abusos de un grupo humano sobre el
otro.
Ahora bien, aunque parezca que este concepto político no tiene relación alguna con el
problema literario que aquí se está abordando, lo cierto es que no sólo lo tiene, sino que
fue justamente el motivo que generó el interés por desarrollar esta investigación. Esto en
razón de que, con el reconocimiento político de los derechos de las comunidades
afrodescendientes, el Estado abrió por primera vez la puerta a una realidad invisible para
el país, la cual tiene que ver, por un lado, con reconocer las grandes diferencias
culturales que hay entre nuestros grupos étnicos y la forma como cada uno brinda
valiosos aportes a la riqueza colombiana y, especialmente, porque acepta abiertamente
que, a lo largo de la historia de Colombia, estos aportes fueron desconocidos o
subvalorados y se mantuvieron al margen de los cánones oficiales, impidiendo que
hicieran parte del acervo nacional.
Cabe aclarar que si bien, como lo afirma Emir Rodríguez Monegal (1996:139), las letras
latinoamericanas en general han sido escenario de una constante ruptura “violenta,
apasionada” de la tradición central que la atraviesa, es innegable que las crisis que han
intentado romper la tradición se han generado justamente a causa del también constante
propósito de una “clase dirigente” que ha tratado de imponer estados hegemónicos, en
donde no sólo se trata de negar la diversidad existente en nuestros países, sino que se
diseñan las políticas y estrategias económicas, culturales, educativas, etc., para impedir
su visibilidad.
Esta situación podría prestarse para pensar que hay una carencia de voluntad, por parte
de las instituciones, en promover las obras y los autores afrocolombianos entre la
academia, la comunidad educativa y los lectores en general. Lo cual puede ser cierto, en
la medida que muchas de las instituciones que abanderan los estudios literarios o la
promoción de lectura en el país se han preocupado más bien poco por leer las obras de
los autores afrocolombianos, por analizar y criticar sus obras para ponerlas luego en
conocimiento del público. Sin embargo, no es esta la única razón del desconocimiento y
falta de valoración por parte de la sociedad colombiana. Adicionalmente, se debe tener
en cuenta que, al no haber una concepción clara sobre lo que se debe entender como
literatura afrocolombiana, ni los valores que en ella se inscriben, se seguirán publicando
indiscriminadamente obras bajo esta etiqueta, sin conseguir consolidar un proyecto que
permita, además de su inclusión en el “canon”, un verdadero reconocimiento y aprecio
por parte de los lectores colombianos.
Así las cosas, se debe tratar de describir con claridad cuáles son esos valores culturales
propios de la comunidad afrocolombiana que hacen que sus productos culturales, y en
especial su literatura, constituyan una forma distinta de expresión dentro de las letras
colombianas. También es necesario identificar qué características de esas piezas
literarias deben ser reconocidas como grandes obras por su calidad estética, teniendo en
cuenta el contexto en el que fueron producidas.
En ese orden de ideas, cabe anotar que adicional a la dinámica racial, también hay una
propuesta estética que busca una ruptura con una tradición euro-céntrica, que plantea
una variación en la temática y personajes de la literatura, que incorpora elementos
nuevos a la poesía y a la lengua escrita, pero sobre todo, que además le acuña nuevas
funciones a la literatura, como la de ser la salvaguarda de la memoria histórica de un
pueblo cuya identidad se ha hallado por siglos en peligro de extinción. Esto, tomando lo
señalado por Alain Lawo-Sukam, se puede interpretar como una de las consecuencias de
la evolución misma de esta expresión literaria:
Como se puede ver en la cita de Lawo-Sukam son varias las etapas en la consolidación
de la literatura afrocolombiana y, por eso mismo, han sido diversos los nombres que se le
ha dado. Desde la etiqueta de “poesía popular” acuñada por el primer historiador de la
literatura colombiana, José María Vergara y Vergara, hasta los calificativos de: poesía
negra, poesía ebanita o poesía negrista han hecho parte de los motes con que se ha
conocido la producción literaria de los afrocolombianos. Pero todo ese proceso se
describirá con mayor atención en el primer capítulo de este trabajo, al abordar el
10 Introducción
En todo caso, si es necesario hacer una previa distinción entre la poesía negrista y lo que
se conoce como poesía negra, para poder definir las características de la literatura
afrocolombiana. Al respecto, Laurence E. Prescott, crítico estadounidense y el primero en
estudiar con seriedad la obra de Candelario Obeso, señala en qué consiste dicha
distinción. La primera responde a una tendencia poética que surgió en las Antillas hacia
1926 liderada entre otros por el puertorriqueño Luis Palés Matos y que continuó luego el
cubano Nicolás Guillén, Ramón Guirao y otros escritores; y la segunda, dentro de cuya
definición entra con fuerza lo que conocemos en nuestro contexto como literatura
afrocolombiana, se refiere a la poesía que traslada a la esfera de las letras, los valores
de la cultura y el sujeto “negro” o “afro” como temática central y permanente de su
producción literaria.
Esta diferenciación también radica en que, mientras la primera fue un movimiento sui
generis que pretendía fundar una poesía con voz propia, donde se reflejara el carácter y
los valores del afrodescendiente latinoamericano, entendido aún para ese momento
histórico como “negro”, y que rompía con el paradigma impuesto por la literatura europea,
la segunda obedece más bien a crear un “canon” o un nuevo modelo estético, en donde
la expresión “negra” tenga vigencia permanente. Cabe anotar, sin embargo, que este
movimiento literario, del cual la llamada poesía negra conserva una herencia importante,
no sólo fue trascendental por el giro que dio a la poesía antillana y a la reivindicación del
“negro” en las letras hispanas, sino por el impacto político y social que generó su
concepto al extenderse a Martinica, Jamaica y posteriormente a Brasil, Perú, Ecuador y,
por supuesto, Colombia.
Junto a este movimiento negrista, encontramos que hacia 1935, el político y filósofo
francés Aimé Césaire (1913-2008), en su afán por reivindicar su identidad negra y su
cultura como una forma de contrarrestar la opresión y dominio de la cultura francesa en
la Isla de Martinica, acuñó también el concepto de “negritud”, término que fue retomado
Introducción 11
posteriormente por el poeta senegalés Léopold Sédar Senghor y luego sirvió como
pretexto para forjar las luchas independentistas no sólo en América sino en los países
africanos. “La Negritud es el término equivalente a la expresión “personalidad africana”
utilizada por los negros de habla inglesa. Es un problema de terminología. (…) la
Negritud es, precisamente defender la vertiente negra de esta personalidad. (…) La
Negritud es, según mi propia definición, el conjunto de valores culturales del mundo
negro, tal y como se expresan a través de la vida, las instituciones y las obras de los
negros.” (Sédar Senghor, 1970:10-11) De este modo, la preocupación por reivindicar la
cultura de los afrodescendientes, a través de la poesía, produjo todo un cambio social y
político que confluyó no sólo en una avalancha de movimientos políticos en busca de la
equidad social y el resguardo de los derechos de los afrodescendientes, sino en la fuente
primaria para los estudios culturales y la revolución en las letras de América Latina y las
Antillas.
La poesía de Césaire y de los negristas, con la que gestaron la lucha por la valoración de
los afrodescendientes, se caracterizó por tomar como hablante lírico o temática
recurrente al negro o afrodescendiente. En ella el habla del negro y su entorno cultural y
habitacional cobran protagonismo, y le dan un lugar de privilegio que anteriormente era
impensable en las letras antillanas. Esta tendencia poética fue tan importante que se
extendió por todo el continente, se unió al movimiento por la lucha de los derechos civiles
de los afronorteamericanos y se impregnó de una filosofía racial que buscaba el
empoderamiento de los negros en el continente americano. Al respecto, cabe anotar una
apreciación de Milán Kundera quien, al hablar de Martinica, la recordaba como la isla de
Aimé Césaire, es decir, el poeta había hecho de su poesía el símbolo de su nación, de su
cultura. Lo mejor, era la forma como lo había logrado: compartiendo una idea de
identidad despojada de romanticismo que “guillotinaba” el pasado, para fundar un
presente a partir de un sueño común. Kundera apunta:
El inolvidable conflicto del olvido transformó la isla de los esclavos en teatro de los
sueños; porque sólo gracias a los sueños pudieron los martiniquenses imaginar
su propia existencia, crear su memoria existencial; el inolvidable conflicto del
olvido elevó a los cuentistas populares al rango de poetas de la identidad (Solibo
12 Introducción
magnifique es el homenaje que les rinde Patrick Chamoiseau) y legaría más tarde
a los novelistas su sublime herencia oral, con fantasías y locuras. (Kundera,
2005:190)
Este principio señalado por Kundera en la poesía de Césaire fue sin duda alguna el
motor que impulsó el proyecto de la negritud, que por primera vez daba tanto
protagonismo e importancia a las letras afroantillanas. Sin duda, es el mismo que movió a
escritores afrocolombianos como Artel y Martán Góngora a dejarnos el gran legado
poético de la identidad “afro” y gracias al cual podemos exigir que se abra un espacio
mayor para estos autores en el canon de la literatura colombiana.
Sin embargo, sin desmeritar la relevancia que esta tendencia poética antillana tuvo para
las letras “negras”, muchos de los escritores, sobre todo Palés Matos, plasmaron una
visión reduccionista del negro como objeto más que como sujeto, al tomar su universo
como un elemento exótico recreado por la literatura. Al basar su poesía en el uso de
jitanjáforas1, onomatopeyas, aliteraciones, metáforas rebuscadas o extrañas, temas con
contenido social o que reflejaran la religiosidad y costumbres propias de la raza “negra”,
trataron de llevar a la escritura la oralidad del negro, representaron el tam tam del tambor
y describieron sus costumbres, pero realmente pocos poemas lograron plasmar su
identidad y su sentimiento. Refiriéndose al negrismo, René Depestre lo define como “la
utilización de elementos rítmicos, de onomatopeyas, de factores sensoriales propios de
las literaturas orales de los negros” (Depestre, 1969: 28). Veamos, por ejemplo el
siguiente poema:
1
Según Laurence Prescott La voz jitanjáfora (juego que despoja las palabras de su concepto y
forma original para convertirla en una forma sonora) fue creada por el poeta cubano Mariano Brull
(1891-1956), luego acuñado por el mexicano Alfonso Reyes. El empleo de la jitanjáfora “Llegó a
ser un recurso común de la poesía negrista en su explotación de la música, del baile y del folclor
del negro.” (Prescott, 1985: 27)
Introducción 13
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.
La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.
Es el sol de hierro que arde en Tombuctú.
Es la danza negra de Fernando Poo.
El cerdo en el fango gruñe: pru-pru-prú.
El sapo en la charca sueña: cro-cro-cró.
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
Esta estrofa del poema Danza negra, de Palés Matos, pretende reproducir la sonoridad
del habla negra, y acompañarla de una ambientación de su entorno. No obstante, no
pasa de ser el retrato pictórico que bien puede estar simplemente describiendo un cuadro
costumbrista.
Por otra parte, Prescott define lo que él llama “Poesía negra”, la cual equivaldría, en la
actualidad y dentro del contexto colombiano, a una poesía afrocolombiana. Para Prescott
(1985), esta poesía “es la expresión poética de un individuo que se ve y se identifica
como miembro del grupo o pueblo negro sin dejar de afirmar en la obra su propia
individualidad. Es poesía que comunica los sentimientos, los valores y la situación
peculiar del ser humano de origen africano desde su propia perspectiva y con su voz
auténtica. Traduce la vivencia y la herencia únicas que caracteriza la identidad negra en
América. El hecho de que la obra del autor se halle dentro de un movimiento, una época
o un lugar específico no la restringe a ese contexto. Más bien llega a formar parte de la
producción creadora total del grupo o pueblo negro que, en medio de circunstancias
adversas, opresoras y deshumanizantes, sigue luchando por manifestar su yo, por
proyectar su modo de ser en el mundo y por exaltar su esencia humana.”(1985:21) Si se
parte entonces de esta definición de Prescott, la literatura afrocolombiana, en su
definición más simple, puede ser entendida como el conjunto de producciones orales y
escritas que ponen de manifiesto los valores y los sentimientos propios de un individuo
14 Introducción
Ahora bien, como lo afirma Publio Mondéjar, “una literatura es ante todo, la cristalización
de una cultura, su manifestación. No puede hablarse de literatura negro-africana si no
existe antes una cultura negro-africana previa” (1968:169). Por eso, para poder entender
cuáles son esos valores propios de la literatura afrocolombiana, es necesario comprender
la cultura en la cual está inserta, es decir la afrocolombiana. La literatura afrocolombiana
no responde exclusivamente a un compendio de escritos producidos por personas “de
piel oscura”, ni a los escritos producidos por blancos sobre negros (como es el caso del
episodio sobre Nay y Sinar en María de Jorge Isaacs) que bien pueden inscribirse dentro
de cualquier proyecto, fenómeno o movimiento literario nacional o concebirse como
producciones aisladas, surgidas de manera intermitente a lo largo de la historia de la
literatura colombiana. Por el contrario, la literatura afrocolombiana comprende toda la
poesía, narrativa y teatro, producidos generalmente por afrocolombianos, que procuran
mantener una conexión histórica con África, preservar sus vínculos ancestrales,
reivindicar su identidad y emplear creativamente el lenguaje para liberarse de la opresión
cultural que surgió junto a la opresión física de sus ancestros.
centrar la atención en un espacio geográfico como tal, porque bien puede tratarse
de la ciudad, el campo, el río, el mar, la selva, etc., sino de la construcción de una
atmósfera que le es muy particular al afrocolombiano y que recoge su
cosmovisión. En este sentido, se debe comprender que en la filosofía africana el
“ser” (sujeto, individuo, hombre, mujer) está ligado naturalmente con su entorno,
como un todo. La tierra es como una madre unida a sus hijos por el cordón
umbilical de la ancestralidad étnica. Por eso, todos los seres del mundo forman
una gran familia en un mismo cosmos. De ahí que, a pesar de que la condición
diaspórica de los afrocolombianos, se encuentren elementos comunes entre sus
prácticas culturales y las de cualquier pueblo afrodescendiente en el mundo.
En principio habría que señalar que los orígenes de la literatura afrocolombiana son
orales, ya que la base de la comunicación de las culturas africanas, traídas forzadamente
por los españoles a nuestro territorio, así lo era. De igual modo, las condiciones en que
vivieron los africanos esclavizados, obligaron en buena medida a que ese legado se
produjera y transmitiera por este medio. Por eso, es especialmente grave que haya un
gran vacío en la historia de las letras colombianas sobre lo que se conoce como literatura
oral u oralitura2, la cual ha prevalecido en las comunidades afrodescendientes por siglos
y de la cual hay pocos registros antes del siglo XX y que constituye la base de la poesía y
la narrativa afrocolombiana.
2
El término oralitura, explicado por Nina de Friedemann y siguiendo a Yoro Fall, obedece a
aquellas expresiones estéticas de la oralidad, de una tradición étnica, las cuales debieron
transferirse a la escritura para luego realizar una nueva elaboración estética escrita (Friedemann,
1999:25). Este neologismo, de origen africano busca erguir la tradición de la palabra hablada, al
mismo nivel de la literatura.
22 Introducción
Así mismo, posterior a Candelario Obeso, se toma como segunda referencia base para la
formación de esta expresión literaria, la obra de Jorge Artel, quien le dio un estatus
mayor a a la literatura afrocolombiana, y después del cual sucedieron escritores como
Manuel Baena, Manuel Zapata Olivella, Natanael Díaz, Arnoldo Palacios y Helcías
Martán Góngora, quienes seducidos por toda esta conmoción “negrista” del Caribe,
iniciaron lo que en realidad constituye la columna vertebral de la literatura
afrocolombiana. Su obra, copiosa e interesante, no sólo permitió revivir el legado dejado
por Candelario Obeso, sino que le dio un nuevo aire a las letras colombianas, al darle a
esta expresión literaria derecho de ciudadanía.
De igual forma, con el auge de los estudios culturales en Estados Unidos y el despertar
de una crítica literaria latinoamericana más abierta y pensada desde la diversidad, el
interés por Latinoamérica y sus escritores se incrementó. El tema de los escritores
afrodescendientes, desconocidos hasta ese entonces, se volvió particularmente atractivo.
Fue así como Manuel Zapata Olivella y Jorge Artel se convirtieron en íconos de la
literatura afrocolombiana y Candelario Obeso, desempolvado después de casi un siglo,
cobró la importancia que merecía no sólo por la calidad de su poesía, sino porque,
mucho antes que Guillén, Palés Matos o Césaire, había plasmado en la poesía todos
esos valores ancestrales y culturales de los afrodescendientes, elevándolos a una
categoría estética de gran mérito. Lastimosamente, Obeso no contó a su favor con una
crítica literaria que en el siglo XIX reconociera la riqueza de su obra y lo declarara como
uno de los escritores más importantes de Latinoamérica, no sólo por la magnificencia de
Introducción 23
su escritura, sino por haber sido el verdadero precursor de la literatura “afro” en esta
parte del continente.
Estos esfuerzos, si bien importantes, han sido insuficientes para resarcir la marginación
en la que se ha mantenido la literatura afrocolombiana a lo largo de la historia. Pues
aunque ha habido un reconocimiento especial a la obra de autores como Artel, Palacios,
Martán y Zapata, la expresión literaria como tal ha sido tratada de forma incipiente, sin
darle mayor cabida a otros escritores, e incluso olvidando por momentos el valioso aporte
de los autores afrocolombianos mencionados anteriormente. Es por esto que seguirá
siendo imperante proponer la lectura y el análisis de estas obras y estos autores, pero
sobre todo, desarrollar estudios críticos, historiográficos y teóricos sobre esta expresión
literaria que permitan tratarla con el rigor que ella implica, así como lo han hecho ya en
otros países como Estados Unidos, Brasil y Perú, con sus propias literaturas.
dos últimos siglos, sobre la literatura afrocolombiana. En este sentido, se tendrá como
referencia la Historia de la crítica literaria en Colombia 1850-1950 de David Jiménez
Panesso para determinar cuáles son los textos de crítica producidos por los autores más
relevantes para el canon nacional. Esta revisión implica además mirar la presencia que
tiene la literatura afrocolombiana en Manuales de Literatura y Antologías. Así mismo,
entendiendo que parte de la crítica literaria nacional es producto de la reflexión
académica que se desarrolla en las instituciones de educación superior, revisaremos los
productos de investigación universitaria, resultados del trabajo realizado en las
Instituciones de Educación Superior más reconocidas del país, para analizar la visión que
los académicos han tenido sobre la literatura afrocolombiana. Esto permitirá, además de
tener un concepto más aproximado a lo que los académicos están entendiendo como
literatura afrocolombiana, saber con mayor claridad cuáles son las valoraciones que
importantes pensadores han hecho sobre la calidad estética de los escritores
afrodescendientes y sus obras.
Para finalizar, se cierra este trabajo con un análisis de la poesía de Candelario Obeso y
Jorge Artel, reconocidos no sólo como dos de los poetas más grandes de la literatura
afrocolombiana, sino como los pioneros en esta expresión literaria, Obeso en el siglo XIX,
primer poeta afrocolombiano conocido y Artel en el siglo XX reavivando con su poesía
esta expresión para ponerla en el escenario internacional, justo en el auge del negrismo.
haya dado un lugar de mayor envergadura en el canon nacional y que no se conozca con
detalle la obra de sus autores. Seguramente, si esto cambiara, no sólo nuestra literatura
se acercaría mucho más cercana a nuestros pueblos y más enriquecida, sino que
nuestra sociedad pensaría un poco más en cómo ser más diversa e incluyente.
1. Capítulo 1
HACIA UNA HISTORIOGRAFÍA DE LA LITERATURA AFROCOLOMBIANA
de florestas y ríos
Aimé Césaire
Empecemos por afirmar que las historias de la literatura colombiana no dan cuenta de la
existencia de una literatura “afrocolombiana”, ya sea como expresión, movimiento o
fenómeno literario. A lo sumo, algunas de ellas compilan indiscriminadamente los
nombres de los autores afrodescendientes más reconocidos: Candelario Obeso, Jorge
Artel, Manuel Zapata Olivella y Arnoldo Palacios, sin inscribirlos dentro de una expresión,
movimiento o grupo literario determinado o con una trascendencia histórica dentro de la
literatura colombiana. Más bien su periodización responde a la cronología coincidente
con la fecha de nacimiento de cada autor. Sin embargo, la realidad es que, desde el
período de la colonia, los afrocolombianos han legado a este país una riqueza literaria
substancial que no sólo merece ser reseñada en un capítulo aparte en la historia de las
letras colombianas, como sucede con la literatura aborigen, sino que amerita un análisis
crítico de sus autores y, ¿por qué no? su inclusión en el canon literario nacional. Al
respecto, cabe la preocupación sobre cuáles han sido las causas de la omisión o del
escaso reconocimiento de esta expresión literaria y de sus autores en las historias de la
literatura colombiana. La respuesta a ello está necesariamente ligada a dos
circunstancias históricas: la primera, relacionada con el origen de la literatura
afrocolombiana y la segunda, con el origen de las historias de la literatura en
Hispanoamérica.
Cierto es que la literatura oral ha sido por décadas motivo de discusión ya que, por el
sentido estricto del término literatura, lo no escrito constituye una contradicción. A pesar
de esto, los estudios literarios hace mucho tiempo se apartaron de la visión etimológica
para mirar la literatura como un producto del ser humano, es decir, un producto cultural
en el que tienen cabida muchas formas de expresión y por ende, han enriquecido el
término. “Literatura oral es simplemente literatura que ha comenzado a existir en un
grupo o en una cultura oral, sin el uso de escritura. Algunas veces, tal literatura es
llamada folklore. Una comprensión errada del último término podría llevar a la conclusión
de que la literatura creada oralmente es de calidad bastante inferior, si se le compara
con la escrita. Pensar en la literatura oral como limitada a unos trozos de poesía, unos
30
3
Real: es definido por Vergara como la población de negros, anexa a la casa de la hacienda.
31
4
El yaraví es un género musical que proviene del "harawi" incaico (palabra quechua que traduce
cualquier aire o cualquier recitación cantada y que corresponde a la forma original del yaraví).
32
Pero, por otro lado, hay una paradoja encontrada en la Historia de la literatura en la
Nueva Granada, que responde en concreto a la forma en que se escribieron las primeras
historias de la literatura colombiana y, en general, las hispanoamericanas, ya que todas
comparten un motivo y momento histórico común que no sólo contribuyó a la exclusión e,
incluso, invisibilización de muchos géneros, autores y expresiones literarias, que aún hoy
no han sido rescatados del olvido, sino que generó una conciencia errónea de nuestra
identidad cultural y de las formas de representación de esa identidad en el campo
literario. Para empezar, es importante entender que las primeras historias de la literatura
colombiana se forjaron dentro de proyecto de nación, como creación histórica de un
espacio y una sociedad cultural y económicamente homogéneos. Colombia era, en ese
entonces a principios del siglo XIX, una república naciente, que estaba tratando de
desprenderse de un proceso de colonización con una independencia incompleta,
cimentada en una revolución débil e inequitativa que, más que consolidarse como una
nación nueva, reclamaba el derecho de ser la España de América.
Es decir que, con el pretexto de escribir la historia para reconocer los orígenes de la
naciente república, lo que en realidad se estaba tejiendo era un proyecto común de
nación con el cual pudieran identificarse. Pero, a su vez, este fue divergiendo en varias
concepciones políticas e ideológicas, que sin embargo, seguían tomando como punto de
referencia inicial el período de la conquista, negando con ello la pre-existencia de una
intelectualidad y civilización de los grupos aborígenes y glorificando la incursión española
al conferirle un rasgo fundacional. Así, por ejemplo, en historias como la de Vergara y
Vergara y José J. Ortega, “El conquistador aparece como el Mesías que nos humanizó y
extrajo del mundo salvaje, el salvador que extirpó el canibalismo y toda práctica de vida
aberrante. El español fue el individuo que convirtió en personas a tribus enteras de “fieras
primitivas” (Suarez Sarmiento, 1999: 51).
criollo, digno representante de nuestra casta y modelo ejemplar del ciudadano culto y
civilizado que construía un nuevo país.
Sobre este aspecto, José Carlos Mariátegui asevera que “el florecimiento de las
literaturas nacionales coincide en la historia de occidente, con la afirmación política de la
idea nacional. Forma parte del movimiento que a través de la Reforma y el Renacimiento,
creó los factores ideológicos y espirituales de la revolución liberal y del orden capitalista
(…) El “nacionalismo” en la historiografía literaria, es por tanto un fenómeno de la más
pura raigambre política, extraño a la concepción estética del arte” (Mariátegui, 1955: 173-
174). De lo expuesto aquí se comprende por qué la poesía popular, representada en la
oralidad tanto de indígenas como “negros”, que exaltaba Vergara y Vergara, fue tratada
como un tema menor en las historias de la literatura colombiana. Adicionalmente, el
hecho de que la construcción de un ideal de nación estuviera supeditado al reflejo de una
figura europea y que dicho proyecto estuviese mediado por unos intereses políticos de
una oligarquía en ascenso, llevó a la configuración de un ideal de “raza” mestiza como
icono de esta parte del continente, haciendo a un lado las particularidades de las culturas
“negra” e indígena.
Pero Vergara y Vergara fue tan sólo el inicio de esta proyección de imaginarios sobre lo
que debía ser considerado propio dentro del canon de la literatura colombiana. Los
historiadores que le siguieron no sólo reforzaron su visión de la historia de la literatura al
mantener la misma periodización, salvo por el incremento de obras en el inventario que
incluían en ella, sino también en lo que respecta a la exclusión de autores pertenecientes
a una minoría por su condición étnica, de género, o cualquiera otra. Es así como, en la
Historia de la literatura colombiana de Antonio Gómez Restrepo (1938), una de las
subsiguientes a la de Vergara y Vergara, no se da cuenta en esta historia de la
existencia de escritores afrocolombianos. Tampoco habla de la existencia de una
literatura popular, oral o indígena, sino que remonta los inicios de nuestra historia literaria
a las obras de Gonzalo Jiménez de Quesada. Sin embargo, ya antes, en un ensayo
sobre literatura colombiana, publicado en 1926, menciona a Candelario Obeso en el
conjunto de autores del romanticismo, sin anotar más datos de éste que su biografía.
35
Este ejemplo es tomado por José J. Ortega, quien hace lo mismo al hablar sobre de ese
movimiento.
No obstante, existe un primer intento por hacer visible esta poesía popular en un texto
editado por Hernando Salazar, que se cree fue publicado en 1900, lo cual no puede ser
cierto porque incluye a Jorge Artel, quien nació en 1909 y aunque su primera publicación
en prensa data de 1922, sólo fue realmente conocido después de 1940 cuando publicó
Tambores en la noche, lo cual quiere decir que esta obra debe ser posterior a esta fecha.
El texto, denominado Parnaso colombiano, hace una selección de poetas, aclarando en
la nota del prólogo que es un trabajo eminentemente popular, no sin antes advertir que
“nos hemos preocupado de incluir el mayor número posible de poesías de los autores
más populares” (Salazar, S.F.). Dentro de los poetas escogidos se encuentran los
afrocolombianos Candelario Obeso y Jorge Artel. Se incluye los poemas de Obeso
titulados “Canción del boga ausente”, “Arió” y “Canto a mi esposa” y de Artel, los poemas:
“Negro soy”, “La cumbia”, “Bullerengue”, “Velorio del boga ausente”, “Veraneo” y
“Nocturno”. Además de recoger los poemas de estos autores, incluye una breve biografía
de cada uno, que llama bastante la atención por la forma como caracteriza a los poetas.
Por ejemplo:
El “Negro Obeso”, como generalmente era conocido, nació en Mompós (Bolívar) en 1849
y murió en Bogotá en 1884. Fue el primero en arrugar la planchada enagua de la
almidonada poesía santafereña irrumpiendo en ella con su canto mulato. Hizo estudios en
el Colegio Militar, fundado por el general Mosquera, y clausurado éste, en 1867 fue a
continuarlos en la Universidad Nacional. De convicciones firmes aunque apolítico, en la
batalla de “Garrapata” (octubre 28 de 1875) luchando por ellas, obtuvo el grado de
Teniente Coronel de la República. En 1881 fue nombrado Cónsul en Tours. Su producción
fue varia. En el campo didáctico hizo la adopción del método de “Robertson” al francés,
inglés e italiano; en la novela “La Familia Pigmalión”; en teatro “Secundino el zapatero”.
Tradujo el “Otello” de Shakespeare. Su poema “la lucha por la vida” obtuvo resonante
36
éxito, en prosa “Lecturas para ti”, pero sobre todo esto su producción poética: “Cantos
populares de mi tierra” escrito en el vocabulario inculto y natural de los bogas del
5
Magdalena.” (Salazar. P. 530)
De esta descripción se pueden analizar varios elementos claves. El primero de ellos, que
aunque existe un reconocimiento del aporte de Candelario Obeso dentro del “parnaso”
colombiano, no deja de haber una referencia directa a su condición racial y el segundo,
que se evidencia el desprecio de los intelectuales de la época a la lengua “popular” o
cotidiana de los “negros” bogas del magdalena, confirmando así no sólo la preferencia
por el vocabulario “culto” de la élite citadina (santafereña) ante el lenguaje “ordinario” de
la clase popular, sino como esas divisiones sociales hacían parte también del campo de
poder de las letras colombianas.
Nació en Cartagena (1909) Abogado. “poeta de la raza negra” como así mismo se llama.
Ha publicado: “Tambores en la Noche” (1940); “Cocktail de estampas” (1945). Periodista,
fundador de la revista “Costa”. (Salazar. P. 520)
Por su parte, Javier Arango Ferrer en su texto La literatura de Colombia (1940), dispone
las obras literarias y autores en un orden diacrónico que va desde el período aborigen
hasta el modernismo. Su clasificación la hace por géneros, dejando a la poesía en último
lugar. Así, le dedica un capítulo cuya cronología empieza con Juan de Castellanos y
5
Cabe anotar que hay varias imprecisiones en la biografía: La primera tiene que ver con la
adopción del método Robertson, que no fue adaptado al francés, inglés e italiano, sino todo lo
contrario, de esas lenguas fue traducido por Obeso al castellano. La otra tiene que ver con el título
del poema “La lucha de la vida” que el editor nombró en su texto como “La lucha por la vida.”
37
Jorge Artel con sus Tambores en la noche le ha dado a la literatura negra colombiana
derecho de ciudadanía. (…) Jorge Artel es la libertad en la literatura: no sujetar su canto a
la esclavitud de las rimas, se dijera que es una parte de su revancha. No sé que haya
rimado un soneto o un sonsonete endecasílabo. Su ritmo en el verso libre, está pleno de
las savias que arden en los capilares negros como selvas incendiadas. Pero su acento se
alarga entre un ronco sollozo de tambores en la elegía del Boga adolescente que duerme
bajo los cirios con la misma lealtad que agitaba su fuerte musculatura al resplandor de las
cumbias sensuales, o en la larga y ligera canoa que impulsaba su caña bajo las estrellas.
(Arango Ferrer, 1940: 152-153)
En lo que concierne a otros historiadores, encontramos que gran parte de estos, salvo
José A. Núñez, apenas citan a Candelario Obeso y es poco lo que dicen sobre su obra o
sobre el género que representa. Uno de ellos es Jesús María Ruano en su Resumen
histórico-crítico de la literatura colombiana, publicado en 1925, donde apenas menciona
el nombre de Candelario Obeso y su obra más conocida en la lección quinta de su obra.
Gustavo Otero Muñoz, en su Historia de la literatura colombiana (1935), apenas
menciona a Candelario Obeso, como un autor de la literatura popular. Hace una nota
breve de su obra, sin profundidad y lo excluye del corpus de poetas románticos. Luego lo
cita nuevamente hacia 1943 en su Resumen de historia de la literatura colombiana, bajo
la misma etiqueta de poesía popular. José J. Ortega, por su lo parte, lo menciona en un
aparte muy breve titulado “Los otros poetas de la lira nueva”, el cual anexa a su capítulo
del romanticismo y nombra a Candelario Obeso afirmando: “de Mompós (1849-1884), fue
un poeta original e inspirado. Más que sus novelas y su poema La lucha de la vida; que
sus artículos humorísticos y la comedia Secundino el zapatero, vale su libro Cantos
populares de mi tierra, en que imita el dialecto de los bogas del Magdalena” (Ortega,
1935).
38
Más tarde, en 1952, José A. Núñez Segura publica la obra Literatura colombiana.
Sinopsis y comentarios de autores representativos. En ella, por primera vez se habla en
una historia de la literatura colombiana de Poesía Negra y Poesía Mulata. Núñez hace tal
distinción porque concibe la poesía negra como la literatura oral africana que se ha
transmitido por generaciones y ha tenido influencias en Europa y Estados Unidos; la
caracteriza además como una literatura folklórica. En lo concerniente a la poesía mulata,
la diferencia por ser escrita en América por los descendientes de esclavos africanos, por
eso también la llama negro-hispanoamericana y la caracteriza por “la onomatopéyica
musicalidad en su jubilosa viveza y ardiente sensualidad y en su lenguaje infantil y
malicioso, juguetonamente machacón y bailable en congruencia con su primitiva
expresividad de casta.” Dentro de esta expresión resalta como intérpretes de esa poesía
a Candelario Obeso, Jorge Artel, Helcias Martán Góngora y Hugo Salazar Valdés, de
quienes hace una breve biografía y cita las obras más conocidas, añadiendo la estrofa de
alguno de sus poemas.
Los historiadores que siguieron, por su parte, elaboraron una historia más amplia, en la
que tratan de incluir a los autores anteriormente omitidos, en especial los
afrocolombianos. No obstante, tan sólo citan sus nombres y algunas de sus obras, sin
mayor profundización en el análisis de sus producciones. Es el caso de Héctor M. Ardila
A., quien en su texto Hombres y letras de Colombia: 435 años de suceder literario,
publicado en 1984, hace una compilación de los escritores más destacados en la historia
de la literatura colombiana en cada uno de los géneros literarios. Así, divide su obra en
cuatro capítulos: “Poetas y prosistas de Colombia”, “Periodistas y oradores”, “el teatro en
Colombia” y “la mujer y las letras”. En su primer capítulo incluye a Candelario Obeso
dentro de la escuela literaria del Romanticismo y en el género literario Poesía Lírica
(poesía negra), pero no describe las características de la expresión o “género literario”
como tal. Sólo hace una breve descripción de la biografía de Obeso, así como de sus
cualidades literarias:
Su mérito radica en haber sido el primero en abordar la modalidad folclórica del alma
negra, ya que con Obeso, se inauguró y se creó la auténtica poesía negra en Colombia.
39
(…) El lenguaje que emplea expresa el habla de nuestra Costa Atlántica, el cual penetra
en el alma del negro y nos muestra la tristeza, el abandono, el sentimiento de marginación
y el calor del ritmo africano, valores que evocamos con alegría y nostalgia. (Ardila, 1982:
111)
Además de las historias mencionadas, ninguna otra incluye a los escritores negros en su
canon de autores. En cuanto a los manuales de literatura que, al igual que las historias de la
literatura, nos podrían servir como referente, también hay pocos elementos para un estudio
de esta expresión literaria. Por ejemplo, el Manual de la literatura colombiana publicado
por Procultura y Editorial Planeta en 1988, a pesar de hacer un análisis bastante crítico de
la literatura colombiana, inicia con un ensayo de Germán Arciniegas sobre los cronistas de
indias y no estudia la obra de los escritores afrocolombianos. Solamente hace una mención
40
de Candelario Obeso en un ensayo de Gloria Serpa Flórez sobre “La Gruta Simbólica”,
quien, al hablar de la trágica muerte de Julio Flórez, apunta:
Fue precisamente en el cementerio donde Julio Flórez, de 17 años, comenzó su carrera de poeta y
declamador electrizante. El 4 de junio de 1884 se enterraba al otro glorioso suicida perseguido por
la sociedad bogotana: Candelario Obeso, el poeta de la negritud segregado no sólo por su color sino
por la vida escandalosa para esa sociedad recatada y pudorosa. La conducta personal de Obeso, de
tormentos vitales y de confraternidad para los que sufrieron como él el rechazo y segregación,
contribuyó a descubrir en el alma de Flórez el filón de la conmiseración humana. (Serpa, 1988: 597)
Este comentario de Serpa, aunque no estudia la obra de Obeso sí llama la atención sobre
una opinión muy recurrente entre los historiadores que relatan su vida y las vicisitudes que
tuvo que pasar en la capital. Así, dentro de lo que se puede interpretar, Obeso sufrió la
marginación y el rechazo por su color de piel, por su forma de llevar la vida y por no hacer
parte de un pequeño círculo de la sociedad bogotana de la época dedicado a una
intelectualidad muy ligada a la política, que no era del gusto de Obeso. Muchas de estas
razones, si no todas, pudieron ser la causa de que Obeso no hubiese sido destacado en su
momento como el gran poeta que en realidad era.
Groot, Rafael Pombo y Joaquín González Camargo, entre otros. Su presentación del autor
la titula “Poesía negra y son”, hace una reseña biográfica del autor, de su obra Cantos
populares de mi tierra y un breve análisis de su poema Canción del boga ausente.
Tras Candelario Obeso aparece Jorge Artel, como un poeta insular que, sin razón de ser,
Poveda no ubica en ninguno de los grupos surgidos en los “Ismos y sismos en la poesía
colombiana contemporánea”, como se denomina su capítulo sobre postmodernismo en
Colombia. De este sólo da un pequeño aporte biográfico, donde lo llama “poeta del mar y
sus heredades”, acompañado de unas estrofas de su poema Danza mulata. En cuanto a
Arnoldo Palacios, lo ubica dentro de la tendencia realista social de la denuncia con su obra
Las estrellas son negras (1949). En su acercamiento al autor hace una breve reseña
biográfica y un análisis muy corto sobre su novela, la cual define como “la parábola de un
siglo hambriento.” Y afirma además “Las estrellas son negras brilla con intensidad en la
narrativa colombiana porque cuenta una historia con precisión y desgarramiento, recrea la
lucha, el dolor, el paisaje, la soledad, pero sobre todo, el amor de un hombre y del hambre
histórica” (Ayala Poveda, 2002: 317). Posteriormente, continuando con los autores
contemporáneos, Poveda dispone un capítulo sobre realismo crítico, en donde ubica al
escritor Manuel Zapata Olivella encabezando su presentación con el subtítulo “la
modernidad en la pluma de un encantador de leyendas” y lo sitúa como un escritor de
vanguardia, al lado de Gabriel García Márquez y Héctor Rojas Herazo, entre otros. De
igual manera, hace un análisis de sus obras Tierra mojada y Changó el gran putas.
Por otra parte, Faré Suarez Sarmiento, en su texto Literatura colombiana I (1999),
publicado por la Universidad del Magdalena y que funciona como un manual de literatura
para universitarios, hace una crítica de la visión histórica que se ha tenido sobre la
literatura colombiana, en especial con el seguimiento de un modelo europeo y la
pretensión de una literatura nacional. No obstante, sigue el mismo patrón que las otras
historia y manuales, y deja por fuera a los escritores afrocolombianos.
42
Otros de los textos en los que se trata de configurar la historia de la literatura colombiana
son las enciclopedias temáticas. No obstante, tras revisar cada una de ellas son pocas
las que incluyen capítulos relacionados con la literatura afrocolombiana. La mayor
aproximación la hacen Alfonso Carvajal y Hortencia Alaix de Valencia en el volumen 2 de
literatura de la Gran enciclopedia de Colombia, donde reseñan brevemente los autores
más destacados de la literatura afrocolombiana. Carvajal sin embargo, advierte:
Esta introducción, más que esbozar una teoría literaria de la población negra en Colombia,
busca acercarse a una experiencia narrativa de algunos escritores afrocolombianos que
han enriquecido culturalmente a un país, donde la diversidad étnica está presente en las
manifestaciones del concepto de nacionalidad. Es cierto, un país múltiple, pero también
excluyente. (Carvajal, 2007, Pág. 11)
Seguidamente aparece en el mismo texto Hortencia Alaix de Valencia, quien dedica unas
páginas a la poesía, hace una introducción muy breve que se enfoca en la omisión de la
poesía afrocolombiana cuando se habla de poesía en el siglo XIX. Luego describe en un
párrafo lo que para ella es “poesía negra” en la que la limita prácticamente a una
sonoridad rítmica. Reseña entre los autores más destacados a Candelario Obeso, Jorge
Artel y Helcías Martán Góngora (Estos dos últimos no pertenecen al siglo XIX), no
menciona siquiera a otros autores y mucho menos toma en cuenta a las mujeres dentro
de su compendio de poetas.
43
Después de una revisión de las historias literarias más importantes, como lo son las de
Javier Arango Ferrer, José María Vergara y Vergara, Isidoro Laverde Amaya, Nicolás
Bayona Posada, Gustavo Otero Muñoz, José J. Ortega, Antonio Gómez Restrepo, las
Letras colombianas de Baldomero Sanín Cano, o los textos de Eduardo Camacho
Guizado, Rafael Maya y los demás citados, es posible observar la cortedad del
tratamiento de estos autores. En algunas de ellas ni siquiera son mencionados y en las
que sí lo hacen, aunque reconocen la valía y trayectoria de los escritores, apenas hacen
alusión a sus textos más conocidos y algunos apartes de su biografía, mientras que al
estudio de otros autores de la misma época despliegan páginas enteras, tanto en su
biografía como en su obra.
Por fortuna, desde finales del siglo XX y en lo que va del siglo XXI, se ha empezado a
mirar la historia de la literatura colombiana desde otra perspectiva. Entre estos trabajos
se destaca el desarrollado por la Universidad de Antioquia a través del Sistema de
Información de la Literatura Colombiana (SILC) y el grupo de investigación Colombia:
tradiciones de la palabra, quienes han venido consolidando en sus cuadernos de trabajo
toda una información valiosa y documentada sobre la nueva visión histórica de la
literatura colombiana, que incluye un análisis a los debates surgidos en búsqueda de una
ruptura en la tradición literaria colombiana y que han sido materia de constante análisis
por los críticos e historiadores de la literatura, así como una preocupación por abordar un
estudio de las literaturas de minorías (étnicas, de género y regionales).
A ellos se suman, entre muchos otros que no alcanzo a nombrar aquí, los esfuerzos que
las universidades del Valle y Cartagena, con sus investigaciones en torno a la historia y
cultura de los pueblos afrodiaspóricos, el Instituto Caro y Cuervo, con el rescate de las
lenguas criollas como el palenquero, y la Asociación de Colombianistas, con su
encuentro de colombianistas, así como el trabajo desarrollado por el Centro de Estudios
Sociales (CES) de la Universidad Nacional de Colombia, en cabeza del doctor Jaime
Arocha. Pero sobre todo, vale resaltar el trabajo realizado por el Observatorio del Caribe,
cuyos trabajos de investigación, encuentros de historiadores, publicaciones, Cátedra del
Caribe Colombiano, la red Ocaribe y el Centro de Documentaciones del Caribe ha
llamado significativamente la atención sobre el aporte de escritores, artistas, políticos,
historiadores y demás gestores de la cultura y el desarrollo social del Caribe colombiano,
entre ellos los autores afrocolombianos.
como también es notorio el poco espacio que sigue ocupando la expresión literaria
afrocolombiana en la producción literaria nacional, lo cual podría ser consecuencia del
aún insuficiente acercamiento a la misma por parte de los estudiosos de la literatura
colombiana. Razón por la cual se justifica que, sigan surgiendo trabajos como éste, que
más que cuestionar el proceso de construcción de la literatura colombiana, busca revivir
la discusión sobre la necesidad de abrir el canon y replantear la forma como la crítica
está percibiendo y valorando nuestra literatura.
46
47
2. Capítulo 2
LA LITERATURA AFROCOLOMBIANA ANTE LA CRÍTICA Y LOS ESTUDIOS
LITERARIOS.
En este sentido, la visión de la crítica literaria colombiana está más encaminada hacia
“establecer la conexión entre los textos y las realidades humanas, la política, las
sociedades y los hechos” (Henao, 1999), en lugar de centrarse únicamente en la
valoración de obras literarias por su calidad estética, teniendo en cuenta un modelo
literario determinado.
Inicialmente, consideremos que, como señala René Wellek, La crítica literaria puede ser
entendida como “el estudio de las obras literarias específicas, haciendo énfasis en su
evaluación” (1968. P.58.) Es decir, que a diferencia de los historiadores que se
encargaban de “inventariar” las obras producidas en el país en cada uno de sus periodos
más destacables, los críticos tendrían como función analizarlas y sopesarlas para dar un
49
concepto de su valor estético frente a otras obras de su misma calidad, género o período.
El asunto aquí es determinar qué elementos de juicio constituían la visión de nuestros
críticos para determinar el valor de las obras literarias y la incidencia de esta en la
apreciación de lo que podría ser considerado o no como literatura, por lo cual pudieron
haber desestimado las obras de los afrocolombianos. Por otra parte, cabría preguntarse
si la verdadera función del crítico radica en “evaluar” o juzgar las obras literarias con base
en un canon establecido.
Al respecto, Roland Barthes indica: “Mientras la crítica tuvo por función tradicional el
juzgar, sólo podía ser conformista, es decir, conforme a los intereses de los jueces. Sin
embargo, la verdadera “crítica” de las instituciones y de los lenguajes no consiste en
“juzgarlos”, sino en distinguirlos, en desdoblarlos“(1989. P. 14). Esta definición de
Barthes coincide un poco con lo que señala Albert Thibaudet sobre los inicios de la
crítica, que no era más que la reunión de algunos escritores, que tenían cierto grado de
conocimiento sobre libros, para hablar de libros. Pero que, según el análisis que Jiménez
Panesso hace de la visión de este autor, la verdadera tarea de la crítica consiste en
“estudiar los efectos sociales de la literatura, la configuración de un público lector, la
formación del gusto en cuanto fenómeno social, la evolución histórica de los géneros. Es
al crítico a quien corresponde introducir un cierto orden dentro de la literatura: establecer
secuencias de escritores y obras, componer familias intelectuales, señalar las tendencias
comunes y los caminos dispares” (1992: 9). De esta manera, el aporte de la crítica es
vital para la construcción del acervo literario de un país, en la medida que crea el
derrotero por el cual transitan escritores y lectores, como parte de la búsqueda de una
identidad literaria y de unos consensos tácitos en torno a lo que puede o no considerarse
como calidad literaria.
Dadas estas circunstancias, es factible deducir que, al igual que pasaba con la historia
literaria, gran parte de la producción crítica del país respondía a unos ideales de
homogeneidad categórica y nacionalismo, propios de la sociedad decimonónica. No
obstante, el hecho de que la base del pensamiento colombiano del siglo XIX estuviera
influida por una visión euro centrada de la literatura, hizo que se replicaran formas y
movimientos como el romanticismo, que exaltó el espíritu nacionalista a partir de una
visión más idealista de la sociedad y permitió el rescate de la literatura popular.
Los primeros en estudiar la obra de Candelario Obeso fueron Juan de Dios Uribe y
Antonio J. Restrepo, quienes en su texto Candelario Obeso: Íntimo, publicado hacia
1886, recogen una anecdótica biografía de este escritor y analizan el contenido de sus
obras, tanto poéticas como narrativas y dramáticas. Uribe, quien se preciaba de ser
amigo personal de Obeso, es el único que hasta el momento ha descrito a este autor
51
Dentro de los apuntes más destacados sobre la obra de Obeso en el texto de Uribe, se
encuentra una reflexión que hace sobre la publicación del primer número de Lecturas
para ti. En este, Uribe señala: “En ese periódico hay, además, un impulso de rabia que se
desata en largo sollozo. Es cuando el poeta considera las diferencias de raza, las
desigualdades de fortuna, la desgraciada condición del talento en Colombia; y la
prosperidad creciente de la capa espumosa, inconsistente, banal, de esta sociedad
hipócrita, que para valuar a los hombres no se asoma a la cabeza sino al bolsillo.” (Uribe,
1886:3)
Si se lee con detalle la interpretación que Uribe hace del texto de Obeso, se puede
observar que éste ha encontrado dos elementos de los que mencionamos como
recurrentes en las obras de literatura afrocolombianas: la temática racial y la
problemática de la marginalidad social, lo cual indica que la grandeza de la obra de
Obeso como fundador de las bases para la literatura afrocolombianas no sólo está en la
riqueza literaria de su obra, sino en la coherencia con el reconocimiento de su identidad.
Es decir que, no sólo en Cantos populares de mi tierra, sino en todas sus obras
encontraremos plasmado el sentimiento y las características de esa poesía
afrodescendiente que lo hizo grande y que él contribuyó a engrandecer.
Otro crítico que destacó la obra de Obeso fue Julio Añez, quien publicó en 1915 un
artículo dedicado a este autor y su obra en el magazine literario El liberal ilustrado. Allí,
además de reseñar la biografía del escritor y de la calidad de su obra, hace un apunte
que puede dar algunas luces sobre las razones que pudieron llevar a la invisibilización de
Obeso en el parnaso colombiano:
52
Obeso era casi completamente ajeno a la política. Sus convicciones eran firmes, pero se
apasionaba en la lucha diaria de los partidos, y se reía de los afanes de sus amigos que
estaban mezclados en la contienda. (1915:164)
Continuando con el espacio dedicado a Obeso por parte de los críticos, debemos resaltar
que, al igual que Añez y Arango Ferrer, otros académicos (colombianos o extranjeros)
han abordado el análisis de la obra de Obeso en revistas literarias colombianas. El
mismo Nicolás Guillén en el centenario de Obeso publicó en la Revista Cromos del 20 de
54
noviembre de 1984 un artículo titulado “Trite vira e la der probe cuando el rico goza en
pa”, en el cual destacaba especialmente las duras condiciones en las que vivió Obeso y
que fueron precisamente las que hicieron de él tal grandeza.
Dentro de los apuntes claves de Prescott se encuentran los siguientes: haber definido a
Obeso como el iniciador de la poesía negra en Colombia, haber resaltado el valor
estético y original de su creación literaria, a partir del análisis de forma y fondo de su
poesía, pero sobre todo haberle dado la categoría de intelectual, porque fue el
menosprecio de esta calidad humana la que no le permitió conseguir en su tiempo el
espacio que merecía dentro de la academia y las letras colombianas. A la fecha, a pesar
de los recientes trabajos que se han desarrollado sobre la obra de este autor, sigue
siendo Prescott quien más ha estudiado la obra de Obeso. Pero además, fue quien
planteó una preocupación por el desconocimiento y abandono en que los críticos
colombianos tenían a los autores afrodescendientes y expuso la necesidad de analizar y
revisar tanto la obra de Obeso como los demás escritores afrocolombianos.
Lagos (1983), de Joce G. Daniels titulado “Candelario Obeso: Poeta de los Bogas
Ausentes” (1984), “Obeso: un gran líder que se perdió en Bogotá”, por Orlando Fals
Borda (2005), así como el ensayo “Candelario Obeso, la literatura “afronacional” y los
límites del espacio literario decimonónico por Carlos Jáuregui (2007), entre muchos otros
que contribuyeron a formar un valioso estado del arte sobre la calidad literaria de la obra
de este preciado vate colombiano.
Son muchas las apreciaciones que se han hecho sobre la obra de Candelario Obeso,
tanto en lo concerniente a su poesía como a su vida personal, que constituyó casi una
epopeya mítica de la cual se destaca el desacuerdo que hay sobre las verdaderas
causas de su muerte. En todo caso, vale la pena hacer mención de uno de los
comentarios que mejor describe la importancia de Obeso, hecho por Silvio Echeverría en
sus Valores costeños:
Aunque menor que aquel (refiriéndose al escritor samario Luis Capella Toledo), Candelario Obeso,
su amigo íntimo, revoluciona todo el contexto de la poesía conocida hasta la época. Por ello el
crítico Venancio Manrique dice: “he aquí un género de poesía enteramente nuevo en el país, y acaso
en la lengua castellana” y, Juan de Dios Uribe agrega: trabajaba con mucho escrúpulo; con pudor
literario enteramente virginal. Su pensamiento era maduro, sus frases ensayaban 3 o 4 vestidos antes
de tomar la forma definitiva.” Toscano, de otra parte acentúa: “que es fácil comprender que la obra
literaria de Obeso no sólo es fecunda porque en ello campean el talento y el gusto artístico, sino
también por lo original y autóctono, de profundo contenido social y filosófico” y, además en su
“poesía existe una rebelión contra la cadencia silábica de la poesía castellana y fue sin duda, el
iniciador de la poesía negra en Colombia. Escribió versos profundos y sinceros, repletos de
emoción, lirismo, color, ternura, amor y melancolía.” (1987:102-104).
Retomando a Prescott, también hay que reconocer otros trabajos valiosos que aportó
para la construcción del mapa que conocemos hoy como literatura afrocolombianas. Por
ejemplo, publicó varios artículos en revistas literarias y ponencias en congresos (dentro
de los que se destaca el congreso de colombianistas), en los que ha destacado la calidad
literaria de las obras de los escritores afrocolombianos, especialmente Candelario Obeso,
56
Jorge Artel, Manuel Zapata Olivella y Arnoldo Palacios, comparando su obra con sus
homólogas producidas en las Antillas por el reconocido grupo compuesto por Guillén,
Palés Matos, etc.
Zapata y Palacios, junto a Obeso, han sido de alguna manera considerados como los más
sobresalientes dentro de la expresión literaria afrocolombiana. Lo cierto es que para
ampliar el horizonte de la literatura afrocolombiana, la crítica literaria está en mora de
abordar estudios sobre las obras de otros autores como Nathanael Diaz o Manuel Baena,
Carlos Truque, Mary Grueso, Yvonne Truque, Hazel Robinson, etc., para que puedan dar
cuenta del valor literario de las mismas y promover su lectura en la sociedad colombiana.
Finalmente, para concluir el análisis de los trabajos sobre Obeso, se resalta el estudio de la
Doctora Graciela Maglia Vercesi, profesora de la Universidad Javeriana, quien realizó sus
trabajos de maestría y doctorado en torno a la obra de Candelario Obeso, los cuales se
titulan respectivamente: El sujeto cultural poscolonial en la poesía afrocaribeña
hispanófona e Identidad cultural vs. Identidad nacional en la poesía del Caribe
hispanófono. De igual manera, se resalta bajo su dirección la primera edición crítica sobre
Poesía Afrocolombiana, titulada Si yo fuera Tambó. Poesía selecta de Candelario Obeso y
Jorge Artel, la cual inicia con el ensayo “Candelario Obeso a la luz del debate
contemporáneo,” de su autoría, y que, más que apuntar a hacer un análisis de la obra de
poética de Obeso, se enfoca a destacar la importancia que éste tuvo como “representante
de la subregión momposina del Caribe continental colombiano”.
En todo caso, no se puede desconocer que, después de Candelario Obeso, el más destacado
poeta afrocolombiano es Jorge Artel, cartagenero nacido en 1909, de quien José Murillo
(2002: 9-10) dice: “rompió todas las reglas clásicas y tuvo la fortuna de que le aceptaran y
aun le elogiaran sus atrevimientos, sus audacias literarias”. Artel es considerado por
muchos como el verdadero representante de la poesía negra, pues mientras Obeso no tenía
ningún interés en poner de manifiesto el problema de la raza ni la reivindicación de unos
57
valores ancestrales heredados, Artel fue el primero en pensar su “negritud” y elogiarla con
sus cantos, no sólo para reconocerse a sí mismo bajo una identidad sino para que sus
hermanos y hermanas de raza comprendieran la riqueza y el valor de su propia etnia.
De hecho, lo que coloca a Jorge Artel en segundo lugar como poeta afrocolombiano, es la
cantidad de trabajos realizados en torno a su obra, que si bien no se pueden reseñar todos
aquí, se puede decir que abarcan desde artículos de revistas, artículos de prensa, capítulos
de libro, hasta tesis doctorales. Algunos de los más valiosos son los escritos por Laurence
Prescott: “Jorge Artel frente a Nicolás Guillén: Dos poetas mulatos ante la poesía negra
hispanoamericana” (1985), “Del posmodernismo al vanguardismo: Una primera etapa en
la poesía de Jorge Artel” (1989) y “Sin odios ni temores: el legado cultural y literario de
Jorge Artel” (1996) y la tesis doctoral de Luisa García Conde, University of New York,
Jorge Artel: escritor colombiano indomulato (2002) donde se hace un análisis minucioso
del contenido y la forma de la obra de Artel, así como de los elementos de su vida.
Por su parte, Arnoldo Palacios, Chocoano nacido en Cértegui en el año 1924, reconocido
por su obra Las estrellas son negras (1949), la cual motiva el despertar psicosocial del
negro chocoano, es el primer afrocolombiano en narrar desgarradamente la epopeya del
hambre y la miseria sufrida por los afro-chocoanos en un territorio lleno de riquezas, pero
que, por la explotación de los recursos por parte de los más poderosos ante la impasible
complicidad del estado, suele ser una tierra de llanto y calamidades.
58
Otra mirada que se puede hacer del tratamiento de la literatura afrocolombiana tiene que
ver con las antologías, ya que ellas conforman un referente claro de la percepción que
historiadores, críticos, lectores, académicos y maestros tuvieron o tienen de las obras
literarias producidas en un período específico. Ana María Agudelo Ochoa señala al
respecto: “Las antologías y selecciones permiten acceder a colecciones de textos que
representan la producción literaria de épocas específicas, y en este sentido son
versiones de la historia de la literatura de esas épocas, pero a la vez permiten analizar
los criterios que rigieron la selección y por ende deducir las posturas críticas que éstos
esconden —o manifiestan directamente”.
En ese sentido, se puede interpretar que las antologías no difieren mucho de las
historias, las revistas literarias o los textos académicos, ya que, si bien los intereses de
los compiladores de antologías son muy variados, la mayoría tratan de ser un
complemento a las historias literarias, compartiendo visiones de épocas muy parecidas.
Así las cosas, la suerte para la literatura afrocolombiana no cambia mucho, y nos
encontramos nuevamente con la misma problemática, es decir, la falta de una mayor
visibilización de los escritores afrocolombianos, sólo que en un escenario diferente.
Como tema final, habría que revisar otro espacio que requiere una mayor presencia de
la literatura afrocolombiana. Nos referimos a la academia, a las instituciones
59
Es así como, para citar algunas, las universidades del Atlántico, Magdalena, Popular de
Cesar, Nacional de Medellín y Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá no se
encuentra ninguna tesis o monografía en estudios literarios relacionada con literatura
afrocolombiana o con el estudio de alguno de sus autores más representativos. En la
Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá tan sólo se encuentran las tesis Los
Cantos populares de mi tierra y el juego de la lectura de Camilo Sarmiento Jaramillo,
publicada en el año 2003; Aproximación a la oralidad literaria en la novela Changó el
Gran Putas de Manuel Zapata 0livella de Luis Fernando Pérez Cuesta, publicada también
en el 2003 y Análisis desde el punto de vista del estructuralismo genético de la obra
Chambacú corral de negros de Manuel Zapata Olivella de María del Pilar Acero Suarez,
60
publicada en 1994. Del mismo modo, en la Universidad del Valle tan sólo se encuentra la
tesis Memoria afropacífica en Las estrellas son negras de Arnoldo Palacios de Astrid
Eliana Espinosa Salazar. Así mismo, en la Pontificia Universidad Javeriana se encuentra
solamente la tesis Continuidad escrita de la saga afrocolombiana ¡levántate, mulato! "por
mi raza hablará el espíritu" de Manuel Zapata Olivella de Ricardo Bonilla Molina. Sin
embargo, se destaca en la Pontificia Universidad Javeriana el trabajo de Graciela Maglia,
directora de la Maestría en Literatura, con la edición crítica Si yo fuera tambó en la que
compila varios poemas de escritores afrocolombianos: Candelario Obeso y Jorge Artel y
de la cual ya hablamos anteriormente.
A manera de conclusión, podemos afirmar que el camino de la crítica está abonado para
el estudio y visibilización de la literatura afrocolombiana. No obstante, estamos aún lejos
de alcanzar el reconocimiento que esta expresión amerita, como ya se ha ido logrando
en países como México, Argentina, Brasil, Perú, Cuba y Puerto Rico.
61
3. Capítulo 3
CANDELARIO OBESO Y JORGE ARTEL: PIONEROS DE UNA NUEVA EXPRESIÓN
LITERARIA.
Dado pues, que en lo que concierne a este trabajo, se ha entendido que los orígenes de
la literatura afrocolombiana, después de la tradición oral de los pueblos afrocolombianos,
se encuentra en la poesía de Candelario Obeso y Jorge Artel, vamos a analizar la
generalidad de sus obras y la vida de estos autores, así como algunos de sus poemas,
para determinar de qué manera la originalidad de su poética ha sido tan trascendental,
como para dar origen a una nueva expresión literaria, la cual ha sido replicada y
reinventada por cada uno de los autores afrocolombianos que les sucedieron.
Sin embargo, el que haya o no haya sido el motor que impulsó la producción de una lírica
y narrativa negrista en las Antillas, no le resta importancia al vate colombiano, puesto que
para las letras del país sí significó un gran hito y una pieza importante en la creación de
una expresión literaria propia que le dio cabida en el panorama de la literatura nacional a
un grupo que había sido excluido e invisibilizado dentro del proyecto de nación: los
negros, o afrodescendientes.
Candelario Obeso, el poeta de los bogas ausentes, como lo llamara Joce G. Daniels,
nacido en Mompox en 1849, fue uno de los escritores más importantes que ha dado a luz
el caribe colombiano. Hijo natural del abogado Eugenio María Obeso y de María de la
Cruz Hernández, vivió una infancia llena de penurias y privaciones, las cuales no
pudieron ser superadas ni aún en su vida adulta. De hecho, en lo que más coinciden los
críticos (ya que como señala Jáuregui (1999) “el corpus crítico sobre Obeso ha sido
escaso y anecdótico) cuando abordan su vida y obra, es en señalar la aciaga pobreza
que aquejó al poeta durante toda su vida. Por fortuna, esa escasez de recursos
económicos fue compensada por la exuberante y exótica naturaleza que le rodeaba y lo
llenó de imágenes para describir, así como por la riqueza intelectual y la gran sensibilidad
que poseía.
más puras del idioma, i campean los pensamientos más delicadamente poéticos,
expresados con donosura i gracia admirables”. Sin embargo, esta fue una observación
que pasó inadvertida por la crítica contemporánea de Obeso y “desafortunadamente el
poeta vio nuevamente estrelladas contra el muro de silenciosa indiferencia, ignorancia
aristocrática y arrogancia regionalista, sus ilusiones de ganar un grado de reconocimiento
(social) y de recompensa digno de sus esfuerzos y talentos” (Prescott, 1985:65)
Es de destacar que tanto en su paso por La lira y El rocío, así como en la publicación en
La ilustración y Miscelanea, fue evidente la manera como Candelario Obeso trató de
vincularse al cerrado y minúsculo círculo de intelectuales que concentraban el
pensamiento político y las letras colombianas, no sólo por el interés de mejorar sus
condiciones económicas y de ser reconocido dentro del selecto grupo de literatos del
país, sino porque quería emular los logros de los románticos europeos que lo inspiraron
no sólo en sus lecturas, sino en los pocos viajes que tuvo la oportunidad de hacer
durante su efímero nombramiento como Cónsul en Tours. En su poesía, afirmaba
Fernando de la Vega, hace repercutir “la métrica de Núñez de Arce, cierto arranque
medio épico, aunque no emitió los sones del cantor de La duda y Fray Martín.”
Por otro lado, si recordamos algunos temas del romanticismo como por ejemplo, la
observación de la naturaleza, que en un poeta como Manuel María Madiedo tuvo un
carácter mítico desde la visión de los indígenas y que para Obeso fue parte vital en su
experiencia de vida, ya que, al ser un hombre de provincia, Obeso estuvo rodeado de
afluentes y una copiosa flora y fauna, de la cual no sólo admiró la belleza sino que recibió
las mejores enseñanzas, es de anotar que Cantos populares de mi tierra tiene una gran
influencia romántica. Quizás también, porque como señala Jean Franco (1987: 96) “el
romanticismo movió a los escritores a crear sus propias culturas nacionales.” Y en la obra
de Obeso se representa el mundo del boga del magdalena, la cultura popular de la que él
proviene.
65
Pero si analizamos con un poco más de cuidado las características del romanticismo
frente a la obra de Obeso, podremos entender por qué en lugar de consagrarse como
romántico terminó por darle nacimiento a una nueva expresión literaria.
El primer tema está relacionado con el retrato del hombre en su intimidad, así como en
relación con su entorno. Emilio Carilla, en su texto el Romanticismo en la América
Hispánica (1967:10) describe lo siguiente: “Tenemos, de esta manera, el hombre en sí,
en su intimidad, reflejado en una copiosa literatura lírica (sentimentalismo, confesión,
meditación, religiosidad). Después, el hombre como ser social (con temas como el
indianismo y el indigenismo, el negro y la esclavitud, el blanco y las categorías sociales;
política y sociedad, costumbrismo)”. Si buscamos estos elementos en la obra de Obeso,
encontraremos que en sus primeros textos, especialmente en Lecturas para ti, este poeta
desnuda sus sentimientos amorosos más íntimos y el sufrimiento al no ser
correspondido. No obstante, tras la frustración por el desamor lo que realmente denuncia
el poeta es la desigualdad social y la discriminación racial de la sociedad capitalina, algo
que también hace en su novela La familia Pygmalion, la obra teatral Secundino el
zapatero y su poema La lucha de la vida. Es decir que si bien deja ver la vena romántica
en su trabajo, su escritura va más allá del simple canto melancólico, para adentrarse en
una de las temáticas que posteriormente va a constituir una de las características de la
literatura afrocolombiana: La temática racial como elemento recurrente en su poesía
o narrativa.
Por otro lado, en lo que concierne a la inclusión del tema del “negro” en su poesía, como
elementos propios de un cuadro de costumbres, es bien cierto que al igual que otros
poetas de la época Candelario Obeso recoge el habla popular y la lleva a la escritura,
que trata de promover una conciencia étnica hispanoamericana en la que al igual que el
“blanco-mestizo” y el indio, el negro tuviese un espacio de reconocimiento. Sin embargo,
a diferencia de Jorge Isaacs o Eugenio Díaz, Obeso no retrata al negro como un objeto
exótico que adorna el paisaje de la hacienda o el río, no lo sitúa como un apéndice en las
66
letras, tampoco como un descendiente de esclavos o como un torpe peón. El negro es,
en la poesía de Obeso, sujeto protagonista, hablante en primera persona, dueño de unos
sentimientos y de una sabiduría milenaria que proyecta en sus “cantos” y, aunque se
muestre sufrido por las tragedias del día a día, no se retrata la esclavitud como una
condición inherente a su humanidad, por lo cual se dignifica su ser como persona.
Por otra parte, Obeso retorna al origen de los afrodescendientes, dándole un lugar
privilegiado a la oralidad como vehículo de comunicación del pensamiento africano. De
hecho, al ser su poesía un reconocimiento de la cultura oral de los afrocolombianos pone
de manifiesto la previa existencia de una oralitura6 en el territorio nacional, que por
primera vez empieza a ocupar un lugar destacado junto a la cultura dominante. De este
modo, se puede pensar que es Candelario Obeso quien al hacer un hito de la llamada
poesía popular se convierte él mismo en el icono de una nueva expresión literaria.
Tal vez por esta razón, algunos historiadores lo sitúan en una categoría de “literatura
popular”, otros lo señalan como parte de la “lira nueva” y otros pocos en la “poesía negra
o mulata”. Esta dificultad de hallarle lugar a Obeso, al igual que ocurrirá luego con otros
escritores afrocolombianos, responde en parte a que su poesía o su narrativa no se
ajusta del todo a un movimiento literario específico, pues, aunque no sea un escritor
ajeno a su contemporaneidad e incluya dentro de su poética elementos propios de su
contexto, la preocupación por darle a su poesía una identidad en la que se resalte su
“negritud” y en la que se le dé un lugar protagónico al sujeto afro-descendiente, antes
invisible o exotizado en las letras, lo llevará a acercarse de alguna manera a su propia
expresión literaria.
6
Como ya lo habíamos anotado: el concepto de oralitura hace referencia a la literatura oral (mitos,
leyendas, décimas, alabaos, etc.) transmitidas de generación en generación por los africanos a
sus descendientes criollos y de ellos a sus hijos y nietos. Este neologismo, aunque fue creado
para equiparar la tradición oral africana, propia de los pueblos agysimbos, a la escritura
occidental, ha sido también empleada en Colombia por antropólogos y sociólogos para nombrar la
etno-literatura, la cual abarca las producciones propias de los distintos grupos étnicos. Dado que
en las comunidades afrocolombianas, especialmente las ribereñas, es común encontrar pueblos
enteros caracterizados por una copiosa riqueza literaria basada en la oralidad, se ha apropiado
este término para estudiar y abordar dichas expresiones literarias.
67
Esto se debe en gran parte a que, en Colombia, no hubo una violenta segregación hacia
los “negros”, sino que el proceso ha sido más bien taimado, oculto entre los pliegues del
mestizaje. De modo que, no se ha generado una lucha política o cultural lo
suficientemente fuerte que permita una separación entre la poética afrocolombiana y el
resto de la producción literaria nacional, como si ocurre en otros países como Puerto
Rico, Cuba, Brasil, Perú, e incluso México. Sin embargo, al compararse los textos de los
escritores afrocolombianos con los de los afro-descendientes de estos otros países se
encuentran muchas similitudes, como por ejemplo, la marcada presencia de la oralidad
en la escritura, la atención a los problemas de identidad, racismo, empoderamiento de la
cultura popular y el vínculo con los ancestros africanos. Incluso, es sorprendente
encontrar en la literatura afroperuana a un escritor como Nicómedes Santa Cruz quien,
junto a sus hermanos, ha promovido los valores de la cultura afroperuana. La suya se
equipara a la labor desarrollada por Juan, Delia y Manuel Zapata Olivella. Asimismo, se
puede encontrar en la narrativa de Antonio Gálvez Ronceros esa maravillosa riqueza de
la oralidad que aquí hemos leído en los poemas de Candelario Obeso.
Carlos Jáuregui (1999: 568) señala al respecto: “Hay en Cantos populares de mi tierra
una poesía-ventana que sobrevive al tiempo, las anécdotas, el olvido, las malas
ediciones y las placas conmemorativas. Allí quedaron trabadas luchas irresueltas y el
juego perverso de las promesas y traiciones de un proyecto literario llamado "patria". Con
lo cual apunta a mostrar como Obeso no entra del todo en el juego del “nacionalismo”
que se intentó forjar con el romanticismo hispanoamericano.
Candelario Obeso era un escritor de una alta sensibilidad que más que ver en la poesía
de los bogas del Magdalena una ruptura en la tradición literaria, veía un acercamiento
con su propio ser, su yo, su ancestralidad, es decir, su propio pueblo. Esta característica
es muy propia de románticos como William Wordsworth, con quienes Obeso no sólo
compartiría momento histórico, sino al parecer, las mismas búsquedas. No obstante,
como ya lo hemos visto en la observación que Kundera hace de la obra de Césaire, para
la literatura de los afrodescendientes esa necesidad de encuentro con su identidad no
representa una cuestión de un momento histórico, sino algo permanente. Esto, en razón
de que en países tan clasistas y desiguales como el nuestro, todavía suele ser imperativo
erigir positivamente a este grupo étnico, usualmente discriminado (entre otras cosas) por
su cultura y que, por ende, no puede permitir dejar su herencia en el olvido, para no ser
absorbido por la cultura dominante. Por eso, Obeso no escribe sobre los bogas en
tercera persona, como si fuesen otros, o conformaran el elemento pictórico dentro del
paisaje costeño, sino que los entrona y les da la palabra para que hablen en primera
persona. No sólo eso, también los personifica, asumiéndose él mismo como uno de ellos,
situación muy recurrente en varios poemas, especialmente en “Arió”.
Por eso es que el escritor cubano Nicolás Guillén asevera, en relación a los cantos de
Obeso, que “en ellos no sólo se reproduce, como hemos dicho, la prosodia del habla
popular junto al río, sino lo que es más íntimo, la gracia poética, la melancolía, la pureza
espiritual de aquellas sencillas personas” (Guillén, 1984). Sin embargo, la sensibilidad de
Obeso no quedó anclada en el sentimentalismo, ya que su poesía fue más allá de la
expresión de los sentimientos para convertirse en la expresión de toda una cultura.
Veamos pues, en algunos poemas de Obeso, cómo se pueden percibir los elementos
literarios que hemos definido previamente, tomando para ello el análisis de algunas
estrofas de sus poemas.
Este poema de Obeso no es quizás de los más conocidos, pero sí una de las más bellas
piezas de su lírica, que además recoge muy bien esos elementos que hacen tan
interesante a la poesía afrocolombiana. En primer lugar el hablante en el poema se
presenta a sí mismo y, desde un primer momento, se sitúa en el primer plano de la
acción poética, mostrándonos en primera instancia ese mundo de ficción que para él es
todo su universo…su vida. Pues, como lo afirma Prescott: “Como lo hicieron Artel y
muchos otros poetas de ascendencia africana, Obeso busca revalorizar al negro, a su
cultura y a su tierra. Por lo tanto, evita representar al negro de manera tradicional,
estereotípica, tan conocida por el público blanco. Obeso no describe al negro; no escribe
sus poemas en tercera persona. Deja que el yo del negro mismo actúe, cante, se
exprese, no para divertir al otro sino para que el otro conozca al negro en su intimidad y
llegue a apreciar los valores populares que encarna.” (1985:202). De este modo, la
lectura inicial que podemos hacer de este poema para encontrar los elementos propios
de una literatura afrocolombiana, es la siguiente:
No me farta ni tabaco
Ni alimento;
Re mi pacmas ej er vino
Má que güeno,
72
Y er guarapo re mi cañas
Etupendo...!
En esta estrofa, Obeso también destaca los elementos propios de la cultura del boga
para ensalzarlos y re-semantizarlos, lo cual puede ser una respuesta a la sociedad
bogotana de su tiempo que le da poco valor a la naturaleza provinciana para privilegiar la
materialidad capitalina.
Y la
tropa comisaria
Viven lejo;
Re moquitos y culebras
Nara temo;
Pa lo trigues ta mi troja
Cuando ruecmo...
Aquí Obeso apunta a ese elemento que caracteriza la literatura afrocolombiana, como lo
es la expresión de una realidad cultural y social diferenciada, el cual se entiende a partir
de la tranquilidad con la que vive en la provincia, en comparación con la inseguridad y el
temor que se afronta en la ciudad. Obeso trata de mostrar el contraste entre los
elementos que le son propios al hablante como los animales y las plantas y los que le
son ajenos, relacionados con lo urbano. También recrea una metáfora con la imagen de
la enfermedad para la cual el gobierno no tiene cura, que en su trasfondo responde a
una denuncia social:
Otro poema interesante en los Cantos populares de mi tierra es “Arió” (Adiós), el cual
más que personificar la vida de un boga, pareciera estar representando la voz sentida del
propio Obeso.
ARIO
Ya me voy re aquí eta tierra
A mi nativa morá;
No vive er peje richoso
Fuera er ma!
Este poema contiene una fuerte carga de nostalgia, representada por la desilusión que
siente el poeta frente al espacio en que se encuentra y con el cual no se siente
identificado. El poeta expresa sentir una sensación de vacío y una profunda añoranza por
la tierra nativa que está más conectado con su ser costeño. En este sentido, se
manifiesta esta característica tan importante de la literatura afrocolombiana como lo es la
creación de un mundo ficcional que simbolice la cosmovisión del sujeto afro-diaspórico, a
partir de su comunión con el entorno, con ese universo al que está ligado umbilicalmente
y que encarna lo que él es.
74
De nuevo el poeta nos habla con nostalgia sobre su tierra. Pero esta vez además habla
con orgullo y asombro de su propia cotidianidad, empoderando esa provincia que
siempre ha sido subvalorada y marginada por el hombre de centro, el hombre de ciudad
acomodado en su urbe que cree encontrarlo todo dentro del espacio cerrado de su
hábitat.
Ej esauta a la re allá
Pero allá la meccochaá,
L'aire er má.
Como pudo observarse en los poemas anteriores, la poesía de Obeso recoge todos los
elementos propios de la cultura afro-colombiana y la exalta de manera significativa,
haciendo de ella una expresión muy particular, que la diferencia de la poesía escrita en
su tiempo. Podríamos seguir dando ejemplos de ello, porque parte del propósito de este
trabajo consiste en analizar la poesía de Candelario Obeso para dar cuenta de cómo su
poesía está definida por unas características particulares que dan origen a lo que hoy
entendemos como literatura afrocolombiana, pero por limitaciones de tiempo y espacio
dejaremos abierta la posibilidad de seguir ahondando en la obra de este poeta y en las
contribuciones que aún hoy sigue dándole a la poesía afrocolombiana.
Artel, nacido en 1909 y cuyo nombre real era Agapito de Arcos, además de poeta,
también fue periodista, traductor y político. William Mina Aragón se refiere a Jorge Artel
en los siguientes términos: “A Artel (Zapata Olivella) no sólo le llama EL Maestro porque
fue su profesor en su secundaria, sino porque es el poeta afro que mejor conjuga nuestra
identidad mestiza, siendo un “defensor de las razas oprimidas de América” (Mina Aragón,
2008:62). Cabe aclarar que, cuando Mina habla de identidad mestiza, lo hace usando la
terminología empleada por Zapata Olivella, quien en sus etapas iniciales pensaba en una
concepción del mundo americano y colombiano desde la visión cósmica de Vasconcelos,
76
La poesía de Artel era una poesía vibrante, muy musical, que rendía un tributo a los
ritmos populares de su tierra costeña y que acompañaba muy bien la temática marina
muy presente en muchos de ellos. Pero al mismo tiempo, era un grito de identidad. Artel
tuvo una conciencia étnica mucho más marcada que Obeso y eso se retrata en su
poesía. A pesar que no entra en la dinámica de trasladar la oralidad a la escritura, salvo
por el poema “Bullerengue”, su poesía está cargada de golpe de tambor y sonoridad
africana, en ella vibra el imperativo de la raza de manera total.
77
Jiménez Paneso (2002:50) reconoció toda esa riqueza poética de Artel, así como la
incomprensión de su poesía por parte de los críticos de su época, que no entendieron el
esquema de una poesía que se alejaba del concepto de lo hispánico como sinónimo de
nacional. De igual forma, exalta el valor de su poesía como estandarte de lo que se ha
venido a considerar como “poesía negra” o “afrocolombiana.” Al respecto señala
Jiménez:
Artel no imita el habla de los negros hasta los extremos de deformación que hacen
difícilmente legible la poesía de Obeso. Imita ritmos, evoca formas musicales
como el porro, la cumbia y el currulao, tematiza la vida y la explotación del negro,
testimonia, protesta. Pero el lenguaje y la técnica de sus poemas: la adjetivación y
las imágenes, buena parte de la versificación (cuartetas octosilábicas, sonetos,
combinaciones de heptasílabos y endecasílabos, proliferación de eneasílabos,
verso libre) provienen, en lo fundamental de tradiciones poéticas no directamente
populares.
La poesía de Artel es versátil, es “negra” pero a la vez Caribe, el vate cartagenero busca
con su ritmo mimetizarse con el arte popular de la región, pero a la vez imponer su propia
impronta, la que lo erige como el cantor líder de los afrocolombianos, en una especie de
insignia poético-política que le permite emplear el arte para ser vocero de una raza triste
y oprimida.
Gran parte de la inspiración de Artel se debió a la impresión que tuvo al conocer la obra
de otros poetas del Caribe como el jamaicano Claude McKay y los norteamericanos Paul
Laurence Dunbar y Langston Hugues. Por eso, muchos de sus poemas dejan ver esa
búsqueda profunda con sus raíces identitarias, con la expresión de su “negritud” y la
reivindicación de su ser como sujeto afro-colombiano, en donde perviven unas huellas de
africanía, pero también la sangre indígena y criolla.
78
NEGRO SOY
y el monorrítmico tambor.
Por otra parte, Artel también resalta la riqueza del folclor afrodescendiente, marcada por
la presencia del tambor; un tambor “monorrítmico” que en su sonido único perpetua la
esencia de la tradición africana y que está presente en la emoción y el ritmo que
caracteriza al “negro”, la cual se manifiesta en el ritmo mismo del poema.
En el siguiente verso, un poco más sentido, Artel evoca nuevamente la voz de los
ancestros, esta vez articulándola con su voz propia, lo cual encierra un claro ejemplo de
la filosofía muntú que conciben los afrodescendientes:
es mi voz.
80
Por otro lado, cuando el habla del acento, comprende una exaltación de la oralidad como
forma de transmisión de saberes, de generación en generación, que fue vital para
mantener la cultura propia de los africanos durante la esclavización y que esta fuera
heredada por sus descendientes. Además le concede a esta oralidad el lugar de
privilegio que no ha tenido, dada la predilección de la cultura occidental por la escritura.
no es decorativa joya
para turistas.
Este poema, constituye a su vez, una forma de denuncia social al tocar el tema de la
discriminación racial, que suele ser recurrente en la poesía y narrativa afrocolombiana.
Pero sobre todo, es una voz de protesta, que no sólo no acepta la discriminación sino
que se rebela contra ella. Precisamente denuncia el maltrato que ha recibido el
afrodescendiente al ser concebido como un objeto, un adorno que hace parte del paisaje
cartagenero, la pieza exótica que hay que conocer cuando se visita el trópico, el comodín
para justificar una política pública.
Por otra parte, también se encuentra en Artel una similitud con el pensamiento de Aimé
Césaire en su poema “lejos de los días pasados” cuando expresa:
Pueblo mío
cuando
tus hombros
reanuda
la palabra
Artel, al igual que Césaire, recuerda la angustia de la esclavitud, pero no para quedarse
anclado en el dolor que ella representó para su pueblo, sino para tomar fuerzas y salir
adelante como individuos nuevos, dotados de un gran valor como seres humanos
constructores de sociedad.
ENCUENTRO
Milenarias raíces
He aprendido a sentir
82
como un látigo.
y en el encerrado puño
Este bello poema de Artel, establece sin duda alguna toda la historicidad, el sentir, la
nostalgia, la ancestralidad, la cultura, la filosofía del ser afrodescendiente, compilando
como ninguno la esencia de la etnia que representa. Es obviamente uno de los más
claros ejemplos de cómo la afro-colombianidad es capaz de hablar en la poesía de una
forma única y, por tanto, distinta de otras hablas con las que pueda compartir espacio.
La ancestralidad también es algo que nutre los sueños, la parte más privada y más libre
del ser humano, pues unos hombres pueden controlar las acciones y las miradas de los
otros, no sus sueños. Y esos sueños son como grandes árboles, cuyas raíces conectan a
unos individuos con una profundidad histórica y nutriente: la de sus ancestros. La
ancestralidad también se expresa en el canto, como un ascua ardiente. Se trata de algo
brillante, caliente, vivo, pero que también quema. Y frente a ese canto y esos sueños,
Artel denuncia la servidumbre con las imágenes de la boca y el puño cerrados como
imágenes de impotencia frente a la autoridad de “los letreros”. El silencio de las horas,
que son los largos años de opresión y de pobreza se opone a los sueños y a los cantos.
De igual forma, en el poema “La voz de los ancestros” no sólo retrata la condición trágica
de su pueblo, sino que la asume como un compromiso con su identidad:
En este poema Artel describe el dolor de la esclavitud, pero no se queda en esa imagen.
De hecho, lo que más exalta en el poema es la libertad de las almas, con lo cual refuta el
84
imaginario de los seres “desanimados” y casi animalescos que se tenía sobre los negros
y que justificó durante mucho tiempo la práctica de la esclavitud. Así que en lugar de
convertirse en un llanto por la tragedia, se convierte su poema en un canto a la libertad, a
la rebelión y la música que desde siempre fue el relente en medio de la tragedia, algo
muy similar a lo que plasmaba Obeso cuando describía la boga, donde a pesar del
pesado trabajo que esta representaba los negros se la ingeniaban para cantar y hacer
menos pesadumbroso su ajetreado recorrido.
Por su parte, el poema “Bullerengue” viene a exponernos de una forma muy rítmica como
la literatura afro-colombiana está permeada por la cadencia del tambor, recogiendo en
cada verso el sabor, sentir, sensualidad, historia, intelectualidad, cosmovisión e identidad
propia de la cultura afrocolombianas. Este poema, al igual que los de Obeso, no imita ni
estereotipa la voz del afrodescendiente: la representa y la enaltece, poniéndola al mismo
nivel estético que la lengua del opresor. Por eso, no se puede interpretar esta poesía
como una caricaturización del habla “negra”.
Bullerengue
Si yo fuera tambó,
mi negra,
sonara na má pa ti.
Pa ti maraca y tambó,
Pa ti solita, pa ti,
Y si fuera tamborito
currucutearía bajito,
Este bellísimo poema de Artel es el más musical de su poesía, son versos de arte menor
en los que el poeta emplea el apócope como una forma de mantener la métrica en el
poema. Vale la pena destacar cómo el poeta no sólo expresa el sueño del hablante por
convertirse en música, sino que lo logra en la medida que el poema mismo es música.
También es bastante interesante la forma como la música se convierte en el instrumento
mediante el cual el hablante anhela simplificarse a sí mismo, salir de la vida cotidiana
para dedicarse sólo a ella, en una imagen de la unión de pareja como el canto y como la
danza, que excluye todo lo demás… Esta también es una imagen de libertad, una
libertad íntima, que sólo se puede realizar bajito, muy sutilmente.
Otros poemas, como “la cumbia” y “danza mulata” son además de unas bellas y sonoras
piezas rítmicas, unos claros retratos de la cotidianidad del “negro”, lo cual devela otro de
los elementos que caracterizan a la literatura afrocolombiana: La comunidad
afrodescendiente como mundo de ficción.
86
LA CUMBIA
diluido en la noche.
Más adelante, en el mismo poema hace otra alusión atípica para un poema, pero que
dentro de este universo de la expresión literaria afrocolombiana, constituye un verdadero
estandarte de reivindicación de identidad. El poema describe lo siguiente:
la cumbia frenética,
la diabólica cumbia,
Y la tierra,
En primer lugar, el poeta exalta las “luces de esperma” propias de las poblaciones
ribereñas donde no existía la luz eléctrica y por ende, debían alumbrarse bajo las velas.
Estas mismas “espermas” constituyen un elemento base para el baile del fandango y la
cumbia, ritmos propios de la costa Caribe. Por su parte, la demonización de la cumbia
constituye parte del sincretismo religioso y cultural propio de los pueblos afrodiaspóricos,
que comparten a su vez tradiciones africanas, mezcladas con las tradiciones aborígenes
y españolas, entre ellas las práctica de un cristianismo que admite ritos paganos.
Por otro lado, la alusión metafórica de la tierra como una “axila cálida de negra” es una
verdadera revolución poética. No sólo porque no suele ser común exaltar el vaho de la
axila como una imagen bella en poesía, sino porque socialmente el negro ha sido
discriminado por sus olores, especialmente el de su axila sudorosa. Al tomar su imagen
en el poema, Artel claramente está buscando una reivindicación del ser “negro” en toda
su extensión, exaltando de forma positiva todo aquello que antes constituía un motivo de
vergüenza o segregación.
Son muchos más los poemas de Artel en los que se procura enaltecer la identidad y
condición del ser “negro”, siendo evidente en su poesía un marcado interés por evocar la
libertad y posicionamiento de los afrocolombianos, como seres de gran valor para la
historia, la cultura y la sociedad colombiana. Con ello, además de los artículos de prensa,
discursos políticos y programas de radio que lideró este polémico escritor, Artel buscó
darle un lugar privilegiado a la cultura afrocolombiana dentro de la cultura colombiana en
general.
Al igual que en Candelario Obeso, en Jorge Artel se reconocen unas formas literarias
muy precisas, compartidas entre ellos, pero separadas de otras manifestaciones que
88
4. Conclusiones
Durante mucho tiempo se ha buscado crear un espacio dentro de la literatura colombiana
en el cual se le dé un tratamiento importante a la literatura afrocolombiana. Esto en razón
de que, hasta el momento, los trabajos que se han hecho sobre el tema no han sido
suficientes para romper con una tradición literaria en la que estos escritores son vistos
como minorías y por ende, prácticamente invisibles en el panorama de los estudios
literarios a nivel nacional.
En ese orden de ideas, se hace necesario pensar la literatura afrocolombiana como una
expresión que surge con la literatura colombiana, pero que difiere por sus características
del resto de literatura producida por los escritores reconocidos en el canon oficial. Dichas
características atienden no sólo a un elemento estético, sino a un conjunto de valores,
ideologías y procesos históricos compartidos por los escritores afrocolombianos, que se
hacen evidentes en su literatura. Estos elementos son fundamentales al momento de
entender la literatura afrocolombiana como expresión literaria para poderla valorar,
historiar, estudiar o promover su lectura.
En lo que concierne a la crítica literaria y los estudios liderados por los centros
académicos, el panorama es un poco más alentador, al encontrar una variedad de
trabajos más copiosos y profundos, dedicados a estudiar con mayor detalle las obras de
los escritores afrocolombianos. No obstante, algunos trabajos son poco conocidos y la
mayoría de ellos se enfocan sólo en resaltar a los escritores afrocolombianos más
conocidos: Candelario Obeso, Jorge Artel, Arnoldo Palacios, Helcías Martán Góngora y
Manuel Zapata Olivella. Por lo cual se requiere empezar a crear una nueva conciencia
sobre esta expresión literaria y ahondar más en el conocimiento de sus escritores para
empezar a crear una sólida base en los estudios literarios colombianos que permita abrir
el canon a esta expresión literaria.
Pero para entender la literatura afrocolombiana como una expresión literaria con unas
particularidades muy propias y proponer su revisión tanto en las historias como en la
crítica literaria nacional, se debe volver sobre sus orígenes y sobre los elementos que la
hacen una expresión diversa dentro del panorama de la literatura nacional. Es así como,
buscando en los inicios de la literatura afrocolombiana, encontramos su punto de partida
en el escritor Candelario Obeso, pues, aunque la realidad de los orígenes de la literatura
afrocolombiana reposa en las manifestaciones orales de los africanos traídos como
esclavos a América, no existen evidencias ni registro de estas expresiones, por lo cual le
ocupa a Candelario Obeso tomar el lugar como el iniciador de la poesía negra en
Colombia.
Finalmente, Jorge Artel, como segundo poeta afrocolombiano más importante, aparece
en las letras colombianas para mostrar en su poesía la riqueza cultural y literaria de esta
etnia olvidada. El análisis de su poesía, junto a la poesía de Obeso, nos permite entender
por qué la literatura afrocolombiana tiene identidad propia y merece no sólo ser tratada
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de forma especial dentro de los estudios literarios colombianos, sino exaltada como una
de las más maravillosas riquezas literarias con las que contamos en el territorio nacional.
92
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