Cristianismo Origenes
Cristianismo Origenes
Cristianismo Origenes
EL CRISTIANISMO
ORIGENES
C®
APOSTOLADO MARIANO
Rccaredo, 44
41003 - SEVILLA
IMPRIMI POTEST:
VICTOR BLAJOT, S. l.
Praep. Prov. Tarracon.
NIHIL OBSTAT:
El Censor,
DR. CIPRIANO MONTSERRAT, Canónigo
Prelado Doméstico de S. S.
IMPRIMASE:
t GREGORIO, Arzobispo-Obispo de Barcelona
AL LECTOR • . • • • . . .. VII
PARTE PRIMERA
ERA APOSTOLICA
I. El reino mesiánico
Su preparación y presencia en la Historia. -
La reprobación de farael. . . . . . . . . 3
Págs.
PARTE II
PADRES APOSTÓLICOS
I. Noticia preliminar
Breve recensión de escrito::, y de nomnres . . lOf>
Escasos datos biográficos. - Tercer ::.ucesor de
San Pedro. - Destierro y martirio. Carta
a lo~ corintios. . . . . . . . . . 110
ÍNDICE Xl
Págs.
PARTE III
Péll'•·
PAirs.
PARTE IV
EL ASCETISMO CRISTIANO
I. La perfección evangélica
La vida reli~iosa delineada por el Salvador. -
Los dos estamentos de la sociedad cristiana.
- «Tomar en serio el Evangelio.» - Vida y
gloria de la Iglesia. . . . . . . . . . . 247
II. El Monacato de Oriente (1)
San Pablo, primer ermitafl.o. - Huyendo de la
persecución. - Cien afl.os de vida en el de-
sierto. - Visita de San Antonio. - La muerte. 254
III. El Monacato de Oriente (II)
San Antonio Abad ; notas sobre su vida. - Em
la inmensidad del desierto. - Padre de un
nuevo pueblo. - Siguiendo el camino de los
Padres . . . . . . . . . . . . . . . . 261
IV. El Monacato de Oriente (III)
Discípulos del gran Antooio. - Ammón y Ma-
cario. - Siria y Palestina. - San Hilarión y
sus austeridades. - Huye de la gloria vana.-
Su muerte . . . . . . . . . 268
XIV EL CRISTIANISMO: ORÍGENES
Págs.
PARTE V
EL DEPOSITO DE LA FE
PARTE VI
LAS GRANDES FIGURAS DE LA IGLESIA PRIMITIVA
Págs.
I. Tertuliano
Algunos datos biográficos. - Su carácter. -
Sus obras. - El Apologético . . . . . . 321
II. Orígenes
Datos biográfic•os. - Director de la Escu ela
Catequí&tica de Alejamdría. - Persecuciones y
triunfos. - Cesárea. - Sus obras. - Su mar-
tirio . . . . . . . . 327
ERA APOSTOLICA
/
/
I
EL REINO MESIANICO
y los desmenuzó. Pero la pled1 a que había. herido a la estatua &e hizo una gran
montaña y llenó toda la tierra.
Tal es e•l sueño y diremos también en tu presencia, oh Rey, su sign ifi-
cación:
Tú eres r ey de reyes, y el rey del cielo te ha dado a ti reino y fortaleza
e imperio y gloria ... Tú, pues, e.res la cabe1.a. de 010. Y después de ti se levan-
tard. otro reino menor que el tuyo, que serd. de p lata y de, pnés otro tercer
reino que será de cobre, e-1 cual mandard. !oda la, tle-rra. Y el cuarto reino
serd. como el hierro. Al modo que el hierro desmenuza y doma todas las
cosas así este reino destrozard. y desm~nuzard. a todos los demás. Pero en el
tiempo de aq•uelios reinos, e l rey de-! cielo levantará un reino que nunca
Jamds serd. destruido y este reino n o pasará a otr a nación, sino que quebran-
tard. y anlqu!lard. todos estos r einos y él subslstlrd. eternamente... El gran Dios
ha mostrado al rey las cosas futuras y el tal sueño es verdadero y es fiel su
Interpretación.•
«Entonces el Re-y Nabucodonosor, prosigue el sagrado texto, postrós'e en
tierra sobre su rostro y adoró a Daniel. .. y dijo: Verdaderamente que vuestro
Dios es el Dios de los dioses y el Selior de los Reyes y el que revela los
arcanos, pues has podido descifrar éste.•
Imperio Caldeo-babilónico
Imperio Medo-persa
llllDerio Macedónico
Imperio Romano
Y llegamos a la cumbre.
Imposible seguir los pormenores de las conquistas del coloso.
Bástenos saber que a la muerte de Augusto, el Imperio romano
se extendía por espacio de 3.000 km., desde la Celedonia o Esco-
cia actual , y _Dacia, situada al norte del Danubio, entre el
Teis y el Dnfster hasta el Atlas y el trópico de Cáncer. Por
el oriente era aún mayor su extensión: desde el Atlántico has-
ta el Eufrates , 3.500 km., ocupando una mayor superficie que la
de toda EUJropa. Los límites eran, por tanto: Al norte, el Ponlo
Euxino, el Danubio y el Rin; al oeste, el Atlántico; al este.
el Asia Menor, la Cólpida y Armenia, Siria, el Eufrates y la
Arabia; y en Africa, el Atlas, el desierto de Libia y los que
separan a Egipto de Etiopía.
El reino mesiánico
Ya lo ve el lector.
Era la unidad pretendida y, por fin alcanzada por Dios, con
toda la serie ininterrumpida de SUJS arcanas providencias.
Tres cosas, diremos resumiendo, dividían a los pueblos de la
antigüedad y se oponían, por consiguiente, a la propagación
universal del Evangelio: la multiplicidad de naciones que se
trataba,n hostilmente entre si; la diversidad de lenguas que les
imp·edia entenderse y las fronteras de unos y otros Estados que
dificultaban las comunicaciones.
Y ¡ cosa singular!
La triple barrera acababa de caer precisamente cuando apa-
reció Jesucristo. La primera la derriba Ciro reuniendo bajo su
cetro los pueblos del Oriente, y Alejandro con el establecimiento
de la monarquía U'lliversal. La segunda desaparece cuando
Roma impone su idioma al Occiderite : La tercera cae también
cuando los ejércitos del grMl imperio construyen las grandes
vías de comumicación que, partiendo de Roma, SUJ centro, lle-
gan a todos los ámbitos del Imperio. Se ha dicho, y no sin razón,
que las legiones romanas fueron los zapadores del Evangelio
y que la palabra de la paz siguió los caminos trazados por la
guerra. Es la ley providencialista de la Historia : Los pueblos
se mueven, pero Dios los agita. Roma, y lo mismo podemos
decir proporcionalmente de los otros imperios, preparó el reino
de Jesucristo en el tiempo de una manera material y mediata
como el Bautista lo hiciera inmediata y espiritualmente.
10 EL CnISTIANISMO : ORÍGENES
La reprobación de Israel
¿Qué se hizo del pUJeblo judío, el pueblo de Dios y de las
promesas y cuál fué SUJ relación con el reino mesiánico?
He aquí la pregunta obvia que se habrá hecho el lector. La
respuesta es triste, pero cierta también y anunciada paladi-
namente por Cristo varias veces en el evangelio. Aunque pa-
rezca extraño hay que decir que fUJé rechazado por Dios y de-
puesto, a causa de su incredulidad y malas obras.
Dice el evangelio de San Mateo en el capítulo VIII :
•Entrando un día en ('afarnaum se le acercó un C<>nturión y le dljo en
son d e súplica: Se ñor , mi siervo yace rn casa. paralitico y gravemente ator-
mentado. Hespondió J esús: Yo Jré y le cura.ré. A lo que re-spondió el Centu-
rión 'lleno de fe y d e humildad encantadora•: Sefior; yo no soy digno de que
E>ntres en mi morada: dí tan sólo una palabra y mi siervo sanará; porque yo
soy un hombre subordinado, pero bajo mí t engo soldados y dlgo a éste- ve y va
y al otro ven y viene y a mi esclavo : haz esto y lo hace. Oyendo esto J e-sús
se maravilló y dijo a los que le segu ían : En verdad en verdad os digo que
ni en Isra<"l he hallado tanta fe. Por eso os digo que del oriente y del oocl-
dC;nte vendrán y se, sentarán a la mesa ro"! Abraham, Isaac y Jacob en el
relno de- los clelos mi entras que los hijos del reino serán arrojados a las
tinieblas exteriores donde será el llanto y crujir de dientes.•
El dhwurso de Pedro
El primero de los Apóstoles fué también el más decidido ...
Nadie hubiera podido reconocer en él al que negara a Cristo
en el atrio del Pontífice. Lleno de decisión e impetuoso, lánzase
a la calle a arengar a la muchedumbre congregada ante el
Cenácrulo por la novedad de los sucesos. Hasta parece temera-
rio al recriminarla, lo mismo que a sus jefes, las autoridades
de Israel, de la muerte del gran Profeta, enviado de Dios y
Mesías .. .
•Varones Israelitas ... , vosotros mismos disteis muerte por manos de 106
lnfteles, alzándolo en la cruz, a Jesús de Nazaret, hombre acreditado por
DI.os en obras poderosas, m!lagroo y señales que hizo por su medio. Pero él
le resucitó anulando los dolores de la muerte puesto que e-ra. Imposible que
fuera por ella dominado ... El patriarca. David, cuyo sepulcro se oonserva hasta.
el día de hoy entre vosotros, siendo Profeta. y sabiendo que le habla Dios
Jura.do solemnemente que un fruto de sus entrañas se sentaría. sobre su trono,
le vió de antemano y habló de- su resurrección .. .
A este Jesús le resucitó Dios de lo cual todos nosotros somos testigos ...
Sepa, pues, toda. la. casa. de Israel, que Dios ha hecho Señor y Me-sías a. este
Jesús a quien vosotros ·habéis crucificado• (Ate. II, 22 s.).
El don de lenguas
Nuevo singular prodigio.
Los improvisados predicadores !hablaban todos la lengua vul-
gar nativa del país, el arameo, pero ¡ cosa extrafí.a 1 : los foras-
teros les comprendían perf-ectamente y aun les oían cada uno
en su propio idioma. De nuevo el relato de los Hechos.
«Y había en Jerusalén. Judíos, va.rones piadosos, de cuantas naciones hay
deba.Jo del cielo y habiéndose corrido la voz, se juntó una. muchedumbre que
se quedó oonfusa al oírles hablar ca.da uno en su propia. le-ngua. Y estupefac-
tos de admiración decían: todos estos que hablan ¿no son galileos? pues
NAClMIENTO SOBRENATURAL DE LA IGLESIA 17
¿ cómo nosotros los oímos cada uno en su propia lengua en la que hemos
nacido? ¿ Cómo partos, medos, elamitas, los que habitan la. Mesopotamia,
Judea, capadocia, el Ponto y e l Asia, Frigia y la Libia, de enfrente de Cirene
y los forasteros romanos, judíos y prosélitos, cr etenses y árabes los oímos
hablar <'•n nuestras propias lenguas la s grandezas de Dios?, (Act. II; 1-13).
nacimiento, al que traían todos los días alli para que pidiese
lim osna. El desgraciado dirigió hacia los Apóstoles sus ojos
suplicantes, al mismo tiempo que extendía la mano pidiéndoles
una limosna.
Algo extraordinario dehió experimentar Pedro en su interior.
Obedeciendo a. un impulso súbito, incoercible, se acercó al en-
fermo y 1-e dijo con decisión: «Miranos a nosotros»; el cojo
clavó su mirada en ellos creyendo que iba a recibir una limos-
na. "N o ten go oro ni plata", le dijo con frase inspirada el após-
Testigos de la resurrección
Habrá notado el lector la seguridad de la palabra de Pedro
y la insistencia y firmeza con que apela a la resunección de
Jesucr isto.
Es el gran hecho fundamental del cristianismo.
Sin la fe en la resurrección, dice el mismo racionalista Har-
nack, no hubiera sido posible la fundaci-ón de la Iglesia. El
i;~nn prodigio se imponía con fuerza avasalladora a los Após-
toles: Ellos habían visto a Cristo muerto, crucificado, enterra-
do en el sepulcro y tres días después, resucitado y glorioso.
No podían dudar.
Era un hecho pleno y de certeza inapelable. No tenían fe
de él, sino evidencia. Eran testes resurrectionis, testigos ocula-
res de la resurrección, del acontecimiento más portentoso de
la historia ...
La reacción de la Iglesia
Un prudente consejo
Los Apóstoles y discípulos siguieron predicandc, como antes
el evangelio. Dios acompañaba sus esfuerzos con grandes ma-
nifestaciones sobrenaturales. Dicen los Actos:
«Eran muchos los milagros y prodigios que se r ealizaban en e.J pueblo por
manos de los Apóstoles ... Y crecían más y más los cre,yentes en gran muche-
dumbre <le hombres y de muj er~s, hasta el punto de mear a las calles los
enfermos y ponerlos en los lechos y cam111as para que- llegando Pedro, siquiera
su sombra los cubriese. Y concurrfan de las cluda<le<i vecinas a Jrrusalén tra-
yendo enfermos y atormentados por los P.spfritus impuros y todos eran
curados.•
BAUTISMO DE SANGRE
El Protomártir Esteban
Todos llenaban plenamente su cometido, pero ninguno como
Esteban.
El poder irresistible de su palabra y los grandes y frecuen-
tes milagros que realizaba, le habían valido los más amplios
triunfos entre las multitudes que se agolpaban alrededor de
su persona.
BAUTISMO DE SANGRE 27
Ante el Sanedrín
El Martirio
La voz de la sangre
Los Herodes
El martirio de Santiago
El nuevo monarca advirtió pronto la malquerencia no di-
simulada que las autoridades religiosas y los más influyentes
de Jerusalén abrigaban contra los cristianos.
Cualquier cosa que hiciera contra ellos seria bi~n recibida
por los mismos y nada mejor para ganarl~s la voluntad que
perseguirlos. Se determinó, pues, a darles gusto el adulón y
desaprensivo Rey aunque fuera pasando por encima de la ca-
ridad y de la justicia. «Que haya un cadáver más ¿qué impor-
ta al mundo?», debió decirse también y puso manos a la obra.
La primera víctima escogida fué el Apóstol Santiago el Ma-
yor. ¿Por qué fué objeto de sus preferencias? Quizás creía que
era el principal en la comunidad cristiana. M menos es cierto
que uel hijo del trueno» era uno de los más celosos predicado-
res de la fe, respondiendo a su carácter fogoso y ardiente en
el amor y defensa de Jesucristo que diera ocasión a su nombre.
El golpe, pues, era certero.
No se han conservado los pormenores y circunstancias de
su muerte, pero consta qu·e fué decapitado.
Era el primero de los Apóstoles que sellaba con su sangre
el testimonio del Maestro. El había respondido a la pregunta
de Jesús, que estaba dispuesto a beber su cáliz, y le había
llegado la hora. No podemos dudar un momento de que seria
digno de sí en el supremo trance. Las palabras del gran Maes-
tro de que «si a él le habian perseguido no perdonarían a los
discípulos» y, sobre todo, la esperanza de verlo y de estar con
m en su reino, le animaron.
Encarcelamiento de Pedro
Otra víctima codiciada tenía el tirano en el pensamiento ;
era Pedro, de cuyos milagros y predicación había oído discutir
frecuentemente. Si la muerte de Santiago había sido grata a los
judíos, no lo seria menos la de él. Mandó, pues, prenderle sin
escrúpulos y por la única razón de que era rey, de que tenia
la fuerza, y lo guardaba en la prisión para ejecutarle pasados
los días de la Pascua.
¡ Tremenda catástrofe la que parecía cernerse inevitable so-
tL CRISrtANlSMO : ORÍGENl'a
Samaria
Poco conocida es la historia de este interesante pueblo.
Ocupa, como se sabe, la región situada en medio de la tierra
santa, al sur de Galilea y al norte de Judea. En los tiempos de
Cristo y comienzos de la Iglesia, eran los habitantes que la
poblaban algo así como una raza híbrida, mezcla de la de los
israelitas más pobres que habían quedado en el lugar durante
e! cautiverio de Asiria y de paganos allí emigrados.
El verdadero y puro Israel lo despreció cruelmente al volver
del destierro juzgándolo indigno de pertenecer al pueblo de
Dios y rechazándolo del templo y de sus sacrificios.
Los samaritanos despechados se construyeron por su parte
un templo en el mOIIlte Garizim, donde sacrificara Abraham en
otro tiempo, cerca de Siguen, pero los judíos malévolos y des-
piadados lo destruyeron en una noche de tormenta. Desde en-
tonces vivían los desgraciados samaritanos sin altar, sin sacer-
dotes ni sacrificios, aunque fieles a la esperanza del Mesías y
tradiciones antiguas, odiados por los judíos y en constante ene-
mistad y guerra con los mismos.
El Salvador les mostró un especial carifl.o : Los visitó tres
veces, en una de las cuales recordemos el incomparable episo-
dio de la Samaritana, de tan honda y grata memoria, junta-
mente con la grandiosa acogida que tuvo aquel día entre ellos,
por su causa. En presencia de la muchedumbre que salió a acla-
marle, fué cuando el divino Redentor, viendo en ella uno como
símbolo de las futuras conversiones, dijo las memorables pa-
labras tan conocidas : «La mies es mucha y pocos los opera-
rios. Rogad al Sefl.or de la mies que envíe obreros a su vifl.a. »
De los diez leprosos curados juntamente, uno, el agradecido
precisamente, que volvió a darle las gracias, era de este pue-
blo, y en la bella parábola del buen samantano pintó a éste tan
benévolamente lleno de caridad y amor al prójimo, cuidando
generosamente al que había caído en manos de ladrones, ~ban-
donado por el sacerdote y el levita. No es extrafio <!lle Samaria,
PRIMERA EXPANSIÓN CRISTIANA 39
El Ministro de Candaces
Eneas y Tabita
Antioquia
Datos biográficos
El mismo Apóstol nos suministra los principales en sus car-
tas y discursos.
Según ellos es :
"Hebreo, hijo de h ebreos."
No se recata Pablo de este nombre y descendencia. Por el
contrario, la acentúa. En su carta a los Filipenses (c. III) se
llama paladinamente, «circunciso al tercer dfa», «de la raza
de Israel», «de la Tribu de Benjamín» ...
Y de ello se gloría como de la mejor suerte que podía ca-
berle. Más aún, como israelita de corazón siente inmensamen-
te en el alma la incredulidad y obcecación de su pueblo.
,En ltl que cualquier otro pueda. gloriarse, dice a. los Corintios (II, XI,
21-~). lo digo con desatino, me atrevo también yo : ¿ So~ ellos hebreos? Pues
también lo soy yo. ¿ Son israelitas? También yo. ¿ Eon linaje de Abraham?
También ,yo ... •
Y a los romanos :
,Os digo la verdad en Cri sto; no miento, y conmigo da testimonio mi
oonolencia en el Esp!rltu Santo; que siento una gran triste-za y un ince-
sante dolor en mi corazón. Pues desearía yo ser anatema. por parte de Cristo
EL CRISTIANISMO : ORÍGENF.S
en bien de mis hermanos según la carne, los Israelitas cuya. es la. adopción
y la gloria ,y la alianza. y la legislación y e1 culto y las promesas: cuyos son
los Patriarcas y de qule-nes, según la carne, es Cristo que está por encima
de todas las cosas, Dios boodito por los siglos, (IX, 1 s,) .
Tarso y J'erusalén
SAN PABLO
Perseguidor de la Iglesia
Camino de Damasco
Nos encontramos en el momento cumbre de la vida de Saulo,
próximos al acto último de la tragedia.
En tres lugares distintos nos cuentan los Hechos el gran
desenlace. En el capítulo IX lo expone San Lucas histórica-
mente, como autor del libro; en el XXII es el mismo Pablo el
que lo refiere defendiéndose de los judíos contra él amotinados
en el templo, y en el XXVI repite el mismo discurso ante el
Procurador romano Porcio Festa.
Imaginémonos al fogoso fariseo en movimiento ya hacia la
presa codiciada. Va en compafíía de una pequefia escolta de
gente asalariada o que ali nt enta sus mismas ideas de ext c-
minio ...
48 Et CRISTIANISMO: ORÍGENEs
Ananías
4- IL CRISTIANISMO
VIII
Explicaciones racionalistas
¿Cuál es la postura de la incroouli.drud ante el1a?
Baur llegó a afirmar que ning.ún análisis psicológico o dia-
léctico podría jamás resolver ese problema.
Tenia razón. Prescindiendo de lo sobrenatural, de la inter-
vención milagrosa de lo alto, ni se ha podido ni se podrá nunca
dar explicación razonable a los ,h echos .
He aquí las principales tentativas que se han realizado hasta
el presente, de explicación natural humana. Todas son, como
advertirá el lector, infortunadas, meras hipótesis sin consis-
tencia.
Al leerlas no puede menos de sonreír el hombre sincero e
impai::cial y convencerse de que se neces ita muchas veces más
fe para ser incrédulo que para creer.
Paulus
Holsten, Pfleiderer
Estos autores proponen explicaciones psicológicas.
Las estábamos esperando porque son las más obvias. La
actual psicología, por ser una ciencia que se encuentra aún en
sus comienzos, es vaga e imprecisa y por lo mismo, sufrida y
fácil acogedora de ensayos y teorías.
Los autores arriba mencionados, aunque dispares en sus
explicaciones, coinciden ambos en qu-e lo sucedido camino de
Damasco no fué más que la solución repentina y brusca de un
drama interno y psicológico oculto hacia tiempo en el corazón
de Pablo.
Piara Holsten es «una crisis intJelJectual en un sujieto predis-
puesto».
Pablo era, afirma él, un epileptoide, de sensibilidad extre-
mada y «propenso a trasladar a UID.a esf,eoo. de é:x:tasis y visio-
nes las impresiones intelectuales que recibía. Tras un obscuro
período de pasiva expectación respecto de la religión judía,
su espíritu despertó de improviso, se irguió sobre si mismo y ra-
zonando las ideas antiguas forjó una visión intelectual comple-
tamente nueva.
Fué la liberación de su mente del pasado, al par que la pri-
mera visión de Cristo, a la que seguiría toda una serie de otras
52 tl. CRISTIANISMO : ORÍGENr.s
Pfleiderer
Menos mal que tampoco el mismo autor está del todo con-
vencido de lo que dice, cuando deja aún margen a «una reve-
lación religiosa en él realizada en el sentido estricto de la
palabra.»
Renán
Y llegamos a la más divertida de todas las soluciones: la
del novelista de la Vida de Jesús, Renán.
Como casi todas las suyas es de tipo. poético y fantástico en
que es gran maestro.
He aquí con qué insustancialidad tan galana y florida y apta
para deslumbrar nos la propone :
«Pablo, dice, se acercaba a Damasco para iniciar la perse-
cución, pero , como todas las almas fuertes, estaba próximo a
amar lo qu.e odiaba ... Había oído hablar de las apariciones de
Jesús y a veces le pareció ver el dulce rostro del Maestro que
le miraba con aire de piedad y de suave reproche. Por otra
parte, su oficio de verdugo se le hace, cada vez, más odioso.
Está cansado también del camino; tiene los ojos hinchados tal
vez por un principio de oftalmía y ahora, al fin del viaje,
pasa de la llanura devorada por el sol a las sombras frescas
de los jardines... Todo esto determina un acceso febril en el
organismo enfermizo y gravemente perturbado del fanático via-
jero; porque las fiebres perniciosas acompañadas de reflejos
cerebrales son completamente súbitas en aquella región ...
Probablemente, continúa, estalló al punto un temporal, por-
que las laderas del Hermón son lugares donde se forman true-
nos d'e violencia tan incalculable que las almas más frías no
atraviesan sin emoción aquellas espa•ntosas lluvias de fuego ...
Ya adivina el lector la solución .
Pablo, en su acceso febril pernicioso, confunde un rayo de
la tormenta con la aparición del dulce Maestro, su voz con
un trueno ...
Ciertamente, si para negar la verdad de nuestros libros sa-
grados se ha ne¡:esitado llegar a tales desvaríos, podemos estar
seguros de ellos como de ningún otro del mundo.
Habrá notado el lector las osadías y arbitrariedades, por no
decir las mentiras acumuladas en esta narración. Empieza por
el principio de oftalmía pad·eci<lo por Saulo y sigue «el acceso
fiebril. .. , las flebre,s perniciosas acompañadas die reflejoo cere-
brales que son completamente subitáiruea.s en aquella región ... , la
tempestad oportuna e;n las laderas ·del He.Nllón donde se forman
truenos de violencia incalculable ; las espantosas lluvias de fuego
propias también de la región ...
EL CRISTIANISMO: ORÍGENES
Escándalo y Protestas
¡ Cosa extraña!
A pesar de las palabras terminantes del Maestro que envió
a sus discípulos «al universo mundo», a «predicar el evange-
lio a toda criaturan, todavía es lo cierto que las miras estrechas
y egoístas de algunos fieles de Jerusalén habían concebido un
cristianismo meramente nacional judfo, como una continua-
ción del pasado ...
¿No era el Mesías, israelita?, opinaban: ¿El Rey magnífico
prometido por Dios a su pueblo en un designio de amor hacia
él, mayor que David y Salomón, para levantarlo a la cumbre
dri la gloria, sojuzgando y poniendo como escabel de sus plan-
tas a todas las naciones? Su reino, pues, debía ser también
judío, del pueblo de la alianza y de las promesas y en modo
alguno de paganos, gente apartada y lejana, objeto del despre-
cio y aun de las iras de Dios.
¿ Obligatoriedad de la ley ?
Fué el inmediato asidero de los judaizantes.
Dado que el evangelio se abría a los gentiles, ¿se debía ad-
mitir a éstos sin más, por sólo el bautismo y su fe en Cristo,
o era necesario que se sujetaran a la ley de MoiS€S y sus pre&--
cripciones, especialmente a la circuncisión, como los israelitas?
Cuestión difícil de resolver en aquellas circunstancias y de
no escasa trascendencia.
Miremos a un lado y a otro.
La ley de Moisés era para los fieles procedentes del judaís-
mo, como para todo buen israelita, algo imprescindible y esen-
cial. Había sido dada por el mismo Dios a su pueblo entre los
relámpagos y truenos del Sinaí, y en ella se cifraba el pacto,
todo el Antiguo Testamento, de cuya observancia provinieran
las bendiciones de Yahvé, así como de su quebrantamiento
todas sus desgracias. La ley, la Toráh, juntamente con el tem-
plo y a par de él, era lo más santo e intangible para el judío
y no pocos la llevaban siempre ante sus ojos en las típicas filac-
terias .. .
Los cristianos debían observarla también escrupulosamente
como la había observado el mismo Cristo que dijo además de
sí que «no había venido a derogar la ley, sino a cumplirla».
Tal era la posición, fuerte ciertamente, al menos en aparien-
cia, de los judíos cristianos.
Concilio jerosolimitano
Los dos apóstoles de Antioquía, Pablo y Bernabé, habían
sido los más afectados en el incidente desagradable, pero reac-
cionando enérgica e inmediatamente, determinaron ir en per-
sona a Jerusalén para consultar a las supremas autoridades
de la Iglesia y alcanzar de ellas una norma válida y segura
para siempre en los puntos discutidos.
El viaje lo hicieron probablemente por tierra a través de
Fenicia y de Samaria, en el año cincuenta de nuestra era.
El campo de operaciones
(1) Para todas estas citas Cfr. Hístoria General de la Iglesia, por F. MOUR-
RSI', vera. esp., tom. I.
LOS APÓSTOLES Y SU OBRA (I) 67
Héroes anónimos
¡ Cosa lamentable, como se ha comentado muchas veces! La
Historia, que tantas cosas inútiles y aun indignas de memoria
nos conserva, apenas tiene un recuerdo para aquellos grandes
héroes que cambiaron la faz del mundo y realizaron en él la
más grande metamorfosis.
Son verdaderos an_ónimos. Sus sacrificjos inmensos, sus ges-
tas dignas de ser contadas en epopeyas, sólo Dios las sabe:
No importa, sin embargo; escritas quedan en el llbro de la
vida.
Sabemos que todos ellos se mostraron fieles a su vocación
y recorrieron una. carrera de gigantes; ni uno solo se desmin-
tió a sí mismo entre las mil contrariedades que les cerraban
el camino : Desafiaron y vencieron todos los obstáculos y llenos
de fe y de esperanza, encendidos de un inmenso amor a Dios
y de una caridad sin medida hacia los hombres, ninguno se
mostró débil ante los peligros del mar y de la tierra: ninguno
flaqueó en las cárceles o cadenas o en presencia. de los jueces,
de los tormentos, del fuego, de las hachas, de las cruces. Y lo
que no es menos maravilloso, comunicaron esta inconmovible
firmeza a sus discípulos y éstos a los suyos de modo que el
evangelio se propagó por el mundo y siguió propagándose a. tra-
vés de las edades en todas las Provincias, ciudades, sexos y
condiciones.
XI
Después de Pentecostés
El Martirio
Y llegamos al punto culminante de la vida del Apóstol.
Cristo le había llevado a la capital del mundo no sólo para
que predicara e·n ella el evangelio y fundara aquella Iglesia
que por él había de ser la primera de toda la cristiandad y sede
del Papado, sino también para que la ilustrara con la púrpura
de su sangre.
El hecho tuvo lugar probablemente el af!.o 67 de nuestra era,
el 1:4 del r einado de Nerón, y si es cierta la afirmación de San
Jer•nimo, el 29 de junio,
LOS APÓSTOLES Y SU OBRA (II) 75
La Inteligencia
La muestra poderosa y exuberante el Doctor de las gentes
en toda su vida y obra, pero nosotros la vemos brillar par-
ticularmente en sus incomparables cartas. Estas son catorce
en conjunto, dirigidas a las dististas cristiandades o Iglesias,
casi todas por él fl.lllldadas. Dos a los tesaloniicenses, dos a los
de Corinto, una a los gál.atas, otra a los romanos, una a los de
Filipos, de Efeso, de Colosos, a Filamón, dos a Timoteo, una
a Tito y otra a los hebreos.
En todas ellas aparece como el gran teólogo iluminado del
Cristianismo. Nadie ha hablado tan original y tan profunda-
mente corno él acerca de los misterios de Dios y de su: Hijo
Jesucristo; de la redención, de la gracia y el pecado; de la ley
mosaica y de la nueva libertad de hijos de Dios; de la Iglesia,
de la justicia, de la caridad. Todo ese maignifico conjunto pasa
por su mente con arrebatos y vislumbres de genio y de vidente.
«Su estilo, dice un autor contemporáneo, a primera vista nos
desconcierta, su pensamiento nos deslumbra, su: lógica con-
funde nuestra lógica mesurada, prudente, fría, acostumbrada
a pasar de un concepto conocido a otro concepto conocido. El
piensa a manera de explosión. Es incapaz de circunscribirse:
78 EL CR1ST1AN1SM0 : ORÍGENts
A los gálatas escr ibe: •Hijitos mios por quie-nes siento nue-vamente dolo-
res de parto, ¿ quién me diera estar cerca de vosotros en esta hora?• (Gál. IV,
19 s.). •Me alegro, si, me alegro con vosotros, alegraos también vosotros y re-
gocljaos conmigo .•
(1) s. Pablo Apóstol de las gentes, por •F R. JUSTO J>amrz; DE URBEL, Madrid,
1940, cap. 28.
LOS APÓS'rOt.Es Y SU OBRA (trr) 79
nuo en mi corazón porque desearía yo mismo ser anatema de Cristo por mis
hermanos, mis deudos según la carne, los is raelitas, cu ya es la adopción y la
gl oria y la alian za y la leg isluci on y el culto y las jlromesas; cu yos oon los
Patria rcas y de quienes, según la carn e, procede Crl slo que está i,or encima
d ~ todas las cosns, Dios bendito por los siglos• (Rom . IX).
Dinamismo Apostólico
Bsta es, a pesar de todo lo dicho, la característica indiscu-
tible de Pablo.
Asombra lo que aquel hombre, a pesar de su natural poco
fuerte y aun enfermizo, trabajó y sufrió por el evangelio. Desde
la fecha de su conversión el 33 ó el 34 de la era cristiana, hasta
su muerte, acaecida probablem ente el 67, van más de 30 aflos
de apostolado. En ellos no se dió punto de reposo. Siguiendo
su vocación de Apóstol de los gentiles fué a ellos con todo el
afán e ímpetu de un ambicioso conquistador. Conquistador, si;
ansió conquistar el mundo para Cristo y no perdonó para ello
ni a la carne ni a la sangre ; más aún, sentía el acuciamiento,
el deber apremiante e ineludible de ello. «¡Ay de mi, si no evan-
gelizare!»
Después de los trascendentales acontecimientos de la con-
versión nos refieren los Hechos (IX, 19) que pasó unos d'ías con
los discípulos en Damasco y que luego inmediatamente empe-
zó a predicar en las sinagogas en medio de la mayor estupe-
facción de cuantos antes le conocieron :
~saulo cobraba cada día más tuerzas y oonfundia a los Judíos de Damasco
demostrándoles que Cristo era el l\1es!as.,
lconio y Listra
«Estando ya en Iconio, entraron juntos en la Sinagoga de los jud.:os,
y hablaron en tales términos, que se convu tló una gran multitud de Judíos y
de griegos. Pero los judíos que se mantuvieron Incrédulos, conmovieron y pro-
vocaron a ira los ánimos de los gentiles contra. los berma.nos. Sin emha.rgo ,
se detuvieron allf mucho tiempo, trabajando ll enos de confianza en el Seftor,
que conflrm abn la palabra. de su gracia con los prodigios .y mlla.gros que bacía
por sus manos.
De suerte que la ciudad estaba dividida en dos bandos: unos estaban por
los i udíos , y otros por los Apóstoles. Pero habiéndose amotina.do los gentiles
y judfos con sus Jefes para ultrajar a: los Apóstoles y apedrearlos, ellos, sa.bl<!o
esto, se marcharon a. Llstra, y Derbe, ciudades también de Llcaonia, reco-
rriendo toda la comarca-, y predicando el Evangelio
En Atenas
Los que acompañaban a Pablo le condujeron hasta la ciudad de Atenas,
y recibido el encargo de decir a Sllas y a Tlmoteo que viniesen a él cuanto
antes, se despidieron.
Mientras que Pablo los estaba aguardando en Atenas, se consumía inte-
riormente su espíritu, considerando aquella- ciudad entregada toda a la Jdo-
latrfa. Por tanto, disputaba en la sinagoga con los judíos, y prosélitos, y todos
los días en la plaza con los que allf se le ponían de-lante.
Atenas
con esto que buscasen a Dios, por si rastreando, y como palpando, pudle-s en
por fortuna hallarle, como quiero. que no está lejos de cada uno de nosotros.
Porque dentro de :i;:1 vivimos, nos movemos, y existimos: y como algunos de
vuestros poetas dijeron : Somos del linaje del mismo Dios. Siendo, pues,
nosotros del linaje de Dios, no de.bemos imaginar que el ~er divino s<'a seme-
jante al oro, a Jo. plato. o al mármol, de cuya materia ha hecho las figuras el
arte o industria humana. Pero Dios, habiendo disimulado o cerrado los o_'os
sobre los tiempos de esto. ignorancia, intima ahora o. los hombres que todos en
todas parles hagan penitencia, por cuanto tiene de!A.>rminado el dfn E'n que ha
de Juzgar al mundo con rectitud, por medio de aquel varón constituido por J;:L,
dando de esto a todos una prueba c!e-rta, con haberle resucitado de entre los
muertos.
El Motín de Efeso
Durante este tiempo fué cuando acaeció un no pequerio alboroto con oca-
sión del camino del Señor o det Eva11.gelic. El caso fué, que cierto Demetrlo,
platero de oftcio, fabricando de plata templ!tos de Diana, daba no poco que
ganar a los demás de este ofteio: a los cuales, como a otros que vivían de
semejantes labores, habiéndolos convocado, les dijo: Amigos, bien sabéis que
nuestra ganancia depende de esta industria: y veis también, y oís cómo ese
Pablo, no sólo en J;:feso, sino en casi todo el Asia, con sus persuasiones ha
hecho mudar de creencia a mucha gente, diciendo: Qué no son dioses, los que
se hacen con las manos. Por donde, no sólo esta profesión nuestra correrá
peligro de ser desacreditada,, sino, !o que es md.s, el templo do la Grnn Diana
perderá toda su estimación, y la majestad de aquella a quien toda el Asia
y el mundo entero adora, caerá por tierra-.
Oído esto, se <>nlurecleron y exclamaron, diciendo : Vit:a la gran Diana de
los efesios. Llenóse Juego la ciudad de confusión, y corrieron todos impetuo-
samente al t&-itro, arrebatando oonsigo a Gayo y a Aristarco, macedonios,
oompañeros do Pablo. Quería éste salir a presenti.rse en medio del pueblo,
mas los discípulos no se Jo permitieron. Algunos también de los principales
de-1 Asia, que eran amigos suyos, enviaron a rogarle que no compareciese en
el teatro : por lo demás, unos gritaban una cosa, y otros otra: porque todo
el concurso ern un tumulto: y la mayor parte de ellos no sabían a- qué se
hablan juntado. Entre tanto, un tal Alejandro , habiendo podido sal!r de entre
el tropel, ayudado de los Judíos, pidiendo con la mano que tuvieS<'n silencio,
quería informar ni pueblo. Mas luego que conocieron ser judíos, todos a una
voz se pusieron a gritar por espacio de casi dos horas: Viva la gran Diana
de los efesios.
A Jerusalén y a Roma
Después del motín de Efeso referido, un impulso sobrenatu•
ral lleva a Pablo a Jerusalén. El lo presiente y lo declara:
,y ahora, dice (Act, XX 22 s.), encadenado por el Espíritu voy a Jerusalén
siu saber lo que allí me sucederá, sino que en todas las ciudades el Espíritu
Santo me advierte diciendo que me esperan cadenas y tribulaciones; pero yo
no tengo ninguna estima. de mi vida con tal de poner fin ,a mi carrera y al
ministerio que recibí del Señor Jesús de anunciar el evangelio de la gloria
de Dios ... •
El martirio
Había llegado definitivamente la hora de Dios y el cumpli•
miento también de su anhelo de ser desatado del cuerpo para
estar con Cristo.
86 EL CRISTIANISMO: ORÍGENES
(Por Villalvi!la)
LOS APÓSTOLES Y SU OBRA (III) 87
Especiales distinciones
En Efeso
Patmos
Profeta
Dijimos que San Juan merece este título por el Apocalipsis.
Asi es, en efecto. Todo él es una profecía, una revelación,
como lo indica el nombre.
Lo escribió en Patmos, pequeña isla de las Cicladas, en
donde había sido confinado.
Es el último Hbro canónico de la Biblia, pero de autentici-
dad fuera de todo litigio.
El estilo exuberante y lleno de grandiosa solemnidad. Dice
en el encabezamiento :
,Juan a las siete Iglesias que hay en el Asia : con vosotros sean la gracia
y la paz de parte del que es, del que era. y del que viene, y de los siete
espíritus qua están delante de su trono y de Jesucristo el testigo veraz, el
primogénito de los Ma.e,s tros, el príncipe de los reyes de la tierra.
El que nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de
su sangre y nos ha hecho reino y sacerdotes de Dios su Padre. a- él la gloria
por los siglos de los siglos.•
Enseñ.anzas doctrinales
7- llL CRIS'l'IANISMO
98 EL CRISTIANISMO : ORÍGENES
Conclusión
PADRES APOSTOLICOS
J
NOTICIA PRELIMINAR
Recensión
¿ Cuántos y cuáles son los llamados Padres Apostólicos?
Hagamos un breve recuento de ellos, en conjunto, para dete-
nernos después en los más principales.
San Policarpo
Gran figura también de la época. Fué discípulo de San Juan
evangelista y consagrado por él mismo obispo d!e Esmirna . Su
martirio tuvo lugar en esta misma ciudad hacia el afio 150,
siendo ya muy anciano.
El único escrito que de él se nos conserva es una carta
a. los fieles de Filipos.
Poseemos también, sobre cada uno de los tres santos refe-
ridos, el llamado Martyrium, esto es, una corta biografía, con
la relación especial de su último combate por la fe. Su valor
como documentos históricos es vario, pues mientras el de San Po-
licarpo es una verdadera joya literaria, escrita por un testigo
presencial piadosa pero sabiamente, el de San Ignacio ya no
merece tanta fe y el de San Clemente es, en gran parte, legen-
dario.
La «Didacbé:t
Después de los mencionados existen otros cinco escritos más,
cuyos autores entran también en la denominación de Padres
Apostólicos y son los siguientes :
El autor de la Epistoia de Bernabé, atribuída con poco funda-
mento al Apóstol de e&te nombre y que debió ser escrita a prin-
cipios del segundo siglo.
En ella se propugna claramente la idea de que no se debe
exigir a los cristianos la observancia de la antigua ley cuyas
prescripciones y ritos de la circuncisión, sacrificios y custodia
del sábado deben entenderse de una manera espiritual y simbó-
lica puramente.
La Dedaración de ias palabras dei Serfl,or, de Pap-ias Obispo
de Hierápolis, discípulo del Apóstol San Juan. De este escrito,
108 EL CRISTIANISMO: ORÍGENES
que debió ser extenso, no nos quedan más que fragmentos insig-
nificantes.
El Pastor de Hermas, escrito, según parece, del año UO al 154,
por un hermano del Papa Pío I, y contiene exhortaciones a las
buenas obras y a la penitencia.
La Epistola a Dioguetes, escrita en el siglo n, en forma de
apología contra el paganismo y el judaísmo.
Y finalmente, el más importante de todos: La Didaché (pro-
núnciase Didajé), o Doctrina de los doce Apóstoles.
Es el más antiguo de los escritos de los Padres Apostólicos
y por ello sólo, ya venerable en sí y digno de todo aprecio. La
fecha de su composición hay que ponerla indudablemente en
el primer siglo de nuestra era, entre los años 80 y 90, si no es
que haya que adelantarla, como parece probable, a los tiempos
anteriores, a la ruina misma de Jerusalén, en el año 70. Es in-
cluso anterior a algunos escritos del N. T. y por su piedad
y bello contenido, fué reputado por algunos Padres y escritores
antiguos, como libro inspirado.
Después dejó de circular entre los fieles, no sabemos por qu é
causa, y quedó oculto y como desaparecido, hasta el año 1875
en que fué descubierto en la Biblioteca del Hospital del Santo
Sepulcro de Constantinopla por el arzobispo griego Filoteo
Bryennios.
Se ha llegado a decir de la Didaché que es «una piedra pre-
ciosa de la literatura cristiana primitiva y el hallazgo más
valioso de los tiempos modernos.»
En realidad, su significación como documento histórico para
conocer el cristianismo en sus orígenes, en la segunda mitad
del primer siglo, es inapreciable.
En ella vemos la importancia del bautismo como regenera-
ción a la vida de la gracia y puerta de la Iglesia: su fórmula
y ritos, la preparación catequística necesaria para él y los di-
versos modos de administrarlo. La recomendnción del ayuno
y de la penitencia, medios ascéticos universales, necesarios para
alcanzar el perdón de los pecados .. . La orac'ión que ha de prac-
ticar el cristiano tres veces al día, dirigiéndose, con afecto
y confianza filial al Padre y con la fórmula enseñada por el
Señor ... La Eucaristia que ya entonces ocupaba, como hoy, en
el catolicismo el centro vital de la piedad cristiana ... La presen-
cia real de Jesucristo en el pan y vino consagrados, de los que
no pueden participar más que los cristianos, para no «dar lo
santo a los perros» y que exigen tal pureza en los que los re<:iben
que es necesario antes de acercarse a ellos reconciliarse con su
hermano al que haya tenido con él alguna diferencia.
La Eucaristía es además en su celebración según la Didaché,
NOTlCIA PRtL1MINAR 109
un verdadero sacrificio, el sacrificio puro de que habla Mala-
quías y que se ofrece en todas partes a Dios, desde donde sale
el sol hasta donde se pone.
Se habla también de la Confesión en la que el cristiano que
está sujeto a la fragilidad humana, puede purificarse de sus
faltas. De la celebración del dia del Señor, el domingo en que
deben reunirse los fieles para partir el pan eucarístico .. . De la
jerarquía legal ya establecida: los presbíteros, los Obispos y los
diáconos que han de ser «dignos del Señor, hombres mansos
y desinteresados, probados y verdaderosn ... De los dogmas de la
Trinidad, de la divinidad, de Cri.sto, de la Unicidad de la Iglesia;
de su santidad y cawUcidad .. .
Datos biográficos
Destierro y martirio
Fuera de estas noticias generales ya nada más sabemos de
la actuación de San Clemente como Pontífice de Roma.
El Mq,rtyrium entreteje toda una fronda exuberante de mi-
(1) Adv, haer. III, 3, 3.
112 EL CRISTIANISMO: ORÍGENEs
•Confundidos todos los manifestantes, los unoo clamaban una cosa, los
otros otra, y aun algunos contrarreplicaban. ¿ Qué mal ha hecho, gritaban,
o qué beneficie no ha cumplido? Todo enfermo por él visitado alcanzó l a
salud; el que a él llegó tri ste marchó consolado. A nadie Jamás hizo dallo;
a todos favoreció ...
Otros por el contrario, dcclan, agitados por el espíritu diabólico: Todo
eso lo hace por artes de magia, y de-s t, u ye el culto a nueeitros dioses. De
Zeus dice que no es Dios; de Hércules nuestro guardián, afirma que es un
esplritu inmundo; a Afrodita la Santa la llama. una ramera. Contra Vesta
blasfema di ciendo que hny que pegarle fu<'go; y del mismo modo calumnia
a A.tena santísima, y a Artemls y a Hermes, sin perdonar ni a Cr onos ni a A.res.
O sacrifique a nuestros dioses o sea ex-terminado.•
,Acordémonos, sobre todo, de las palabras que nos dijo el Seflor Jesús
para enseñarnos la equidad... Cristo es la herencia de los espíritus humllde6
,y no de aquellos que tratan de alzarse por encima de los otros cristianos.
Jesucristo cetro de Dios no vino, aunque hubiera podido hacerlo, con aires
sefiorlales y altivos, sino armado de humildad ... El Soberano Cree.dor y Dueilo
del Universo ha querido que todos los seres guarden paz y concordia porque
de :€1 reciben todos el bien, y nadie como nosotros que lo recibimos en
exceso, podemos recurrir a su misericordia mediante Nuestro Señor Jesucristo
a quien sea dada la gloria y la majestad por los siglos de los siglos ...
He aquí, que,ridos m ios, el camino de nuestra. salvación, Jesucristo, el
Sumo Sacerdote de nuestras oblaciones ,y la fuerza de nuestra flaqueza. Por
él clavamos nuestros oJo.s en lo alto de los cielos; por él vemos, como en un
espejo el rostro mayestático de Dios; por él abrió sus ojos el corazón; por
él quedó baflada en luz nuestra inteligencia, aprisionada hasta entonces en
obscura, mazmorra; por él, nuestro Maestro, hemos podido gustar la ciencia
de la inmortal1dad; por él, que siendo la Irradiación de la maj estad de Dios
fué ensalzado sobre todos los ángeles y se le dió un nombre superior a todo
nombre• (XXXVI, 1-2) .
•Juntaos, pues, con los buenos y Justos porque ellos son los elegidos de
Dios. ¿ A qué vienen entre vosotros contiendas y rlilas, banderlas y escisiones
y guerra ? ¿ Es que no tenemos un solo Dios y un solo Cristo y un solo Espi-
rito de gracia que fué derramado sobre nosotros? ¿ No es uno solo nue6tro
llamamiento en Cristo? ¿ A qué fin desgarrarnos y despedazarnos loe miem-
bros de Cristo y nos sublevan¡.os contra nuestro propio cuerpo llegando a tal
vesania que nos olvidamos de que aomos los unos miembros de los otrosr
Acordaos de las pala,b ras de Jesús Seflor Nuestro : El dijo: ¡ Ay de aquel
hombre! má.s le val!era. no haber nacido que escandali1.ar a uno de mis
elegidos. Mejor le fuera que le colgasen una piedra, de molino al cuello y lo
hundieran en el mar que no extraviar a. uno de mis escogidos. Vuestra esci-
sión extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo dudar a, muchos, nos sumió
en tristeza a todos nosotros» (XLVI,.
III
Delación y condena
Camino de Roma
Ojalá goce yo de las fieras que están destinadas para mi y hago votos
que se muestren rápidas conmigo. Yo mismo las azuzaré para que me devoren
rápidamente y no como a algunos, a. quienes amedrentadas no osaron tocar.
Y si ellas no quisieren al que de grado se les ofrece yo mismo las forzaré.
El martirio
Llegó el gran día para Ignacio. Los ruegos que había hecho
en su Carta a los romanos de que no estorbaran su inmolación
por Cristo, habían tenido su efecto. Nadie se había querido
oponer a tan ardientes y heroicos deseos, que parecían proceder
de un imperativo divino.
Ignacio iba a ser una de tantas víctimas brutalmente sacri-
ficadas.
Antes de las sangrientas cazas era costumbre arrojarles,
como aperitivo, algunos desgraciados condenados a muerte;
indefensos, inermes, eran pronto descuartizados por las bestias
salvaje¡¡ en medio del público regocijo del pueblo, que se gozaba
122 EL CRISTIANISMO: ORÍGENE.<;
SAN POLICARPO
El último combate
Constituye in:.iudablemente la gloria incomparable del gran
Obispo de ~smirna, como lo había constituído en San Ignacio
y deuemos detenel'nus en él.
El documellto que lo transmite hasta nosotI"os es plenamente
auténtico y seguro y de autor contemporáneo al hecho : El MQ,r-
t·y rium. Bello escrito merecedor de todo encomio.
Si aun ahora nos emociona y hace vibrar nuestro espíritu la
sublime fol'taleza demostrada por el mártir en el trance su-
premo de dar su vida por Cristo, lo debemos en gran parte, al
benemérito escritor de quien procede, que sin pretensiones de
ninguna clase, tan sobria y piadosamente supo dejarnos una
narración maravillosa de todo, que será siempre una joya im-
perecedera en la literatura cristiana primitiva.
Puede llamarse en verdad acta de martirio, si bien está re-
dactada en foI"ma de cana que envía la Iglesia de Esmirna a las
ctemás Iglesias pal'a la mutua edificación.
He aquí su comienzo bello y solemne, como era de costumbre
en semeJ antes cartas de entonces :
•La lglesia de Dios que habitu como forastera ~n Esmirna, a la Iglesia
de Dios que vive furaste,a en l,' ilomello, y a todas las comunidades, peregri•
nas e-n todo lugar, de la santa y unive,sal lgle-sia:
Que en vosotras se multiplique la misericordia, la paz y la caridad de
Dios Padre y de Nuestro Señor Jesucristo .. ,•
A continuación da razón de la carta y señala los anteceden-
tes del martirio.
Once cristianos de Filadelf,a han sido conducidos a Esmirna
para sufrir allí el martirio. Entre todos h a descollado por su
valor un joven llamado Germánico, quien hasta azuzaba a la
fiera en el anfiteatro para que se arrojara pronto contra él por-
que «quería cuanto antes verse libre de una vida tan sin j us-
ticia y sin ley como la que llevaban los paganos,,.
La muchedumbre se exasperó ante la valentía inaudita y des-
precio de la muerte del cristiano y prorrumpió en alaridoli:
«¡Mueran los ateos! ¡ A buscar a Policarpo ... ! ,,
El Procónsul Quinto Estacio Cuadrato cede a la presión de
la turba y da orden de que se indague el paradero de la victima
para detenerle.
El anciano permanece sereno ante la trágica noticia; obede-
ce, sin embargo, al apremio de los suyos, que le obligan a salir
de la ciudad y ponerse a salvo.
Se retira a una granja contigua y allí se entrega el día entero
a la oración, resignado en la voluntad divina.
126 EL CRISTIANISMO : ORÍGENES
Una vez que, finalmente, terminó su oración, después que hubo hecho en
ella memoria de cuantos en su vida hab ían tenido tra to con él - pequeftos
y grandes, ilustres y lrnmlldes, y seílaladamente de toda la universal Iglesia
esparcida por la redondez de la tierra -, venido el momento de emprender
la marcha, le montaron sobre un pollino, y as! le condujeron a la ciudad,
día que era de gran sábado.
Topáronse con él en el camino el jefe de policía Her edes y su padre
Nicetas, los cuales, haciéndole montar en su coche y sentándole a su lado,
trataban de persuadirle, dici endo: •¿ Pero qué in conveniente hay en decir :
•César es el Seftor•, y sacrificar y cumplir lo~ demás ritos y con ello salvar
la vida?•
Pol!carpo, al principio, no les contest.ó nada ; pero como volvieran a la
carga, les dijo finalmente: •No tengo Intención de hacer lo que me aconsejáis.,
Ellos, entonces, fracasados en su intento de convencerle por las buenas,
se desataron en palabras injuriosas y le hicieron bajar precipitadamente del
ooche, de suerte que, según bajaba, se hirió en la espinilla Sin embargo,
sin hacer caso de ello, como si nada hubiera pasado, caminaba ahora a ple
animosa.mente, conducido al estadio. Y era tal el tumulto que en éste reina-
ba, que no era posible entender a nadie.
Dijo el procónsul :
- Tengo fieras a las que te voy a arrojar si no cambias de parecer.
Respondió Policarpo :
- Puedes traerlas, pues un cambio de sentir de lo bueno a lo malo, nos-
otros no podemos admitirlo. Lo razonable es cambiar de lo malo a lo Justo.
Volvió a lnslstlrle :
- Te haré consumir ¡:or el fuego , ya que menospr ecias las fieras, como
n,:i mudes de opinión.
Y Po!lcarpo dijo :
- Me amenazas con un fuego que crde por un momento y al poco rato
se apaga. Bien se ve que desconoces el fuego del juicio venidero y de,! eterno
suplicio que está re-servado a los implos. Mas, en fin, ¿ a qué tardas? Trae
lo que quieras.
Mientras estas y otras muchas cosas decía Policarpo, veíanle lleno de
fortaleza y alegría, y su semblante Irradiaba tal gracia que no sólo no se
notaba en él decaimiento por las amenazas que se le dirigían, sino que :fué
más bien el procónsul qu ien e-s taba fuera de sí y dió, por fin, orden a su
heraldo, que, puesto en la mitad del estadio, diera por tr~s veces este pregón :
- ¡ Pollcarpo ha confesado que es cristiano 1
Ape-nas dicho esto por el heraldo, toda la turba de gentiles, y con ellos
los Judíos que habitaban en Esmlrna, con rabia incontenible y a grandes
gritos, se pusieron a vociferar :
- Ese es el maestro · del Asia, el padre de los cristianos, el destructor de
nuestros dioses, el que ha inducido a, muchos a no sacrificarles ni adorarlos.
En medio de este vocerío, gritaban y pedían al aslarca Felipe que sol-
tara un león contra Policarpo. Mas el aslnrca les contestó que no tenía !acui-
tad para ello, una vez que habían terminado los combates de fieras. Entonces
dieron todos en gritar unánimemente que Pollcarpo fuera quemado vivo. Y es
1~ EL CRISTÍANÍSMO : ORÍGENEs
que tenía que cumplirse la visión que se le había manifestado sobre su almo-
hada, cnando la vió, durante su oración, abrasarse toda, y dijo profética-
mente, vuelto a los fieles que le rodeaban : 'Tengo que ser quemado vivo•.
De la pira a Cristo
Apenas hubo enviado al cielo su amén y concluida rn súplica, los minis-
tros de la pira prendieron luego a. la leila. Y en aquel punto, levantándose
una gran llamarada., vimos un prodigio nquellc,s a. quienes fué dado verlo;
aquellos, por lo demás, que hemos sobrevivido para poder contar a los demás
lo sucedido.
El caso fué que el fuego, formando una. especie de bóveda., oomo la vela
de un navío henchida por el viento, rodeó por todos Indos oomo una. muralla
el cuerpo del mártir, y estaba en medio de la llama. no como carne que se
asa, sino como pai que se cuece o cual oro r¡ plata que se acendra al horno.
Y a la verdad, nosotros percibimos un perfume tan intenso cual si se levan-
tara una nnbe de Incienso o de cual<,uler otro aroma precioso.•
V
Unicidad
Nada más patente que ella en el evangelio y en la tradición.
Cristo habla a Pedro y le dice :
«Tú eres Pedro y sobre esta piedra yo edificaré mi Iglesia.»
«... Mi Iglesia, no mis Iglesias; n o muchas sino una ...»
De la misma manera se nos habla en todo el Nuevo Testa-
mento:
•Saulo perseguía sobremanera a la Iglesia•,
9- l!I, CBJffiANISMO
130 EL CRISTIANISMO : ORÍGENES
gritarían angustiados.
LAS NOTAS DE LA lGLF.SlA NACIENTE (1) 131
«Un::. sola. fe, un solo bautismo, un solo Cristo• (Efes. IV, 5).
La jerarquia
«Supieron nuestros Apóstoles por r evelación del Señor Jesús que se sus-
citarlan quere-llas en razón de la dignidad episcopal, y por esa presciencia
perfecta, instituyeron a los que acabamos de declr y establecieron luego la
norma de que, al morir aquéllos, otros hombree probados les eucederfan en
el ministerio . No podemos, pues, d espojarles de su dignidad a los que fueron
Instituidos por los apóstoles o por hombres eminentes, con la aprobaclon
de toda la Iglesia• (XLIV).
LAS NOTAS DE LA IGLESfA NACIENTE (I) 133
«Obedezcamos, por tanto, a su santísimo y glorioso nombre, para no In-
currir en las amenazas predichas por la Sabiduría contra los Inobedientes. ..
Ace-ptad nue-stro consejo y no os arrepentiréis... Mas si a.Jgunos desobedecie-
ren a las amonestaciones que por nuestro me-dio os ha dirigido .e l mismo,
sepan que se hBrían reos de no pequef\o pecado y se exponen a grave pe-
ligro, (LIX) .
El Primado romano
Es, como bien se sabe, el punto culminante de la Jerarquía
de la Iglesia.
Los católicos lo admitimos sin vacilar por uha razón histó-
rica, ante todo : · San Pedro, el poseedor nato de la autoridad
suprema, otorgada por el mismo Cristo, terminó su vida en la
capital del Imperio con glorioso martirio; es natural, pues, que
sus sucesores en aquella sede, heredaran la gran prerrogativa.
Lo aceptamos también por otro motivo evidente de razón. El
Papado es una necesidad absoluta en la Iglesia. Sin él no puede
darse ni unidad ni buen gobierno en toda ella, como lo están
demostrando, a las claras, las mil sectas disidentes protestantes
y la triste situación de los cismáticos.
134 EL CRISTIANISMO : ORÍGENES
Cristo y la caridad
El fur1dador del Cristianismo venía a renovar la faz de la
tierra eQ este punto, como en tantos otros, y lo realizó plena-
mente.
Jamás había hablado nadie de la gran virtud en el mundo
como él.
Un rlía estaba predicando a las turbas cuando un doctor le
preguntó:
136 EL CRISTIANISMO: ORÍGENES
•Maestro, ¿ qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Díjole Jesús:
¿ Qué es lo que se halla, escrito en la Ley?, ¿ qué es lo que en ella lees? Res-
pondió él : Amarás al Seilor Dios tuyo de todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con todas tus fuerzas , y con toda tu mente: y al prójmo, como a ti
mismo. Repllcóle Jesús: Bien has respondido: haz eso y vivirás. Mas él,
queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿ Y quién es mi prójimo?
Entonces Jesús, tornando la palabra, dijo: Bajaba un hombre de Jerusa-
lén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, que le despojaron de todo, le
cubrieron de heridas y se fueron, dejándole medio muerto. Bajaba casual-
mente por el mismo camino un sacerdote; y aunque le vló, pasóse de largo;
Igualmente un levita y a pesar de que se halló vecino al sitio, y le miró, siguió
también su camino. Pero un pasajero de nación samaritano llegóse adonde
estaba., y viéndole, movióse a oompaslón. Y arrimándose, vendó sus heridas.
bailándolas con aceite y vino : y subiéndole en su cabalgadura., le oondujo al
mE'Són y cuidó de él. Al dfa siguiente sacó dos denarios y dlóselos al mesonero,
diciéndole: Culdame este hombre; y todo lo que gastares de mAs, yo te lo
abonaré a mi vuelta.
¿ Quién de estos tres te parece haber sido prójimo del que cayó en manos
de los ladrones 1 Aquel, respondió el doctor, que usó con él de mlserloordla.
Pues anda, dljole Jesús y haz tú otro tanto, (Le. X, 30 s.).
La caridad en el Cristianismo
Herculano y Pompeya
misterio de Cristo (por cuya causa estoy Lodavia preso), y para que yo le
manifieste de la, manera con que debo hablar de El.•
•Como e-s te fragmento (de pan) estaba disperso eobre el monte y reunido
se hizo uno, as! sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino.
Porque tuya, es la gloria y el poder por Jesucristo eternamente, (VIII, X, IX).
Y más abajo:
,conociendo, pues, por el ruido que ola, que hablan llegado sus perse-
guidores, descendió y se puso a oon versar oon ellos.. . :e1 les rogó, por su
parte que le concedieran una hora para orar reposadamente. P erm ltléronselo
ellos, y asl puesto en ple, se puso a orar tan lleno de la gracia de Dios que
por espacio de dos horas no le fué posible callar. Estaban maravillados los
que le olan y aun los que venían por él 61ntleron remordimiento de haber
venido a prender a, un anciano tan santo • (VII).
Terminemos con
cNo mucho antes, oontinúa, la. Iglesia de Milán había comenzado a cele-
brar esta manera de consolación y exhortación con gran entusiasmo de los
hermanos que cantaban con las voces y oon los corazone-s .
Elle fué un año antes o poco más.
Justlna, madre del Emperador Valentiniano todavía niño, perseguía al
varón vuestro Ambrosio por causa de su herejfa con que le hablan reducido
los a-rrlanos. Velaba el pueblo piadoso en la Iglesia dlspuesoo a morir con
su Obispo vuestro siervo. Ali! mi madre y sierva vuestra, la primera en la
solicitud y en las vigilias, vivía de oraciones. Nosotros todavía tibios sin
el calor de vuestro espíritu, nos sentfamos, sin embargo, conmovidos, viendo
la ciudad atónita y turbada. A esta sazón, para que el pueblo no se consu-
miera de tedio y de tristeza, se Instituyó que los fieles cantaran himnos y
salmos, según la oostumbre de las reglones orientales, práctica conservada
desde entonces hasta ahora, imitándola ya, muchas y casi todas las Iglesias
por lo restante del mundo• (Llbr. IX . ce. 6 y 7, nn. 14 y 16).
VIII
LA FE EN LA PRESENCIA REAL
De las palabras citadas creemos que se deduce con evidencia
la presencia real de Cristo en la Sagrada Eucaristía.
Y a los romanos.
cNo siento placer por la comida corruptible, ni por los deleites de esta
vida: el pan de Dios quiero que es la carne de Jesucristo del linaje de
David, y por bebida quiero su sangre que es caridad Incorruptible• (VII).
Misa bautismal
•Hecha la ablución (e,l bautismo) <1el que confesó su fe adhiriéndose a nues-
tras doctrinas, le oonduclmos al lugar en que se hallan reunidos aquellos •
quie,nes damos el nombre de hermanos. Entonces re<lltamos en oomún fra ses
fervientes por los ali! congregados, por el neófito y por todos los otros e,n cual-
quier lugar en que se hallen, oon el deseo de alcanzar, lo primero el conoci-
miento de la verdad y después la gracia de practicar la virtud y de· guardar
los mandamientos, a fin de obtener la, salud eterna. Una vez concluidos los
rezos nos damos el ósculo de paz.
Acto se,guido preséntase al que preside la asamblea, el pan y la. copa del
agua y del vino. Los toma en sus manos y alaba y glor!ftca al Padre del
Universo por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y hace una larga
eucaristla (acclóI1 de gracias) , por estos dones que de él ·hemos recibido.
Al final de las preces y de la acción de gracias, responde todo el pueblo a una
voz : .Amén. Amén significa en hebreo : asf sea.
La Misa dominical
Es el oficio litúrgic,.o de los fieles de la época, en la celebra-
ción del día del Señor de que nos habló la Doctrina de los doce
Apóstoles (XIV).
Dice así:
cEn el llamado din ael sol, suelen congregarse en un mismo lu gar todos
los vecinos de las ciudades y de las camplllas cercanas. Se leen las memorias
de los Apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo de que se
dispone. Termina<la la- lectura, el que preside hace un comentario a lo6 fieles
para Invitarlos a imitar tan bellas ensel!anzas. Luego nos ponemos todos de
pie y en oración. Una vez acabadas nuestras preces, se trae pan, vino y agua.
El que preside eleva al cielo oraciones y eucarlst!ns con todo fervor: y el
pueblo responde a cpro: amén.
Acto seguido -se procede a la distribución de los dones consagrados entre
todos los asistentes y se hace participar, mediante los diáconos, aun a los
que están ausentes• (LVII, 3).
EL CRISTIANISMO HEROICO
Y MILITANTE
I
Datos generales
La era martirial romana se extiende desde la persecución de
Nerón hasta Constantino quien dió, por fin y definitivamente,
la paz a la Iglesia. Duró por tanto, como queda indicado, tres
siglos : los tres primeros siglos de existencia de la nueva reli-
gión, angustiosos y tremendos y que hubieran acabado con cual-
quiera otra institución que no hubiera sido divi.na, pero que
a ella la enraizaron más hondamente en la vida y la hicieron
mostrar su temple sobrehumano.
Respecto del número de las persecuciones ·hay diferencias
entre los autores. Generalmente suelen indicarse diez, pero nos-
otros las reduciremos a siete principales : Las de los Empera-
dores Nerón, Domiciano y Trajano, Marco Aurelio, Decio, Va-
leriano y Diocleciano.
11 - EL CRISl'IANISMO
162 EL CRISTIANISMO : ORÍGENES
Nerón
Era el afl.o 64 de nuestra era.
Un vastisimo incendio declarado r~entinamente en Roma la
había destruido en gran parte; diez de las catorce en que estaba
dividida.
¿A qué se debió el siniestro?
La voz pública señalaba como causante al propio Emperador
en persona a quien disgustaba la fealdad de la antigua urbe,
con sus callejas estrechas y tortuosas y abrigaba el des:ignjo
de construir otra a medida de su gusto y a la que pudiera legar
su nombre.
Algunos afirmaban incluso haber visto al caprichoso mag-
nate, extasiado ante el espectáculo y cantando como un segundo
Homero el incendio de la Nueva Troya en llamas.
La desesperada situación del pueblo sin hogar y en la mise-
ria se levantaba cada vez más amenazadora contra el déspota,
pero él, ladino y sin escrúpulos, supo soslayarla acusando a los
inofensivos cristianos, del maleficio.
Inmediatamente se dió comienzo a la venganza más despia-
dada y sin tino. Un gran número de fieles, gente la mejor y más
pacífica de la ciudad, fueron arrastrados de sus hogares a las
prisiones públicas de donde no habían de salir sil').o para la
muerte y los suplicios más refinados.
Habfa que ganar la voluntad del populacho, proporcionán-
dole los tradicionales juegos a que era tan aficionado y a ello
dirigió Nerón todas las iniciativas de su ingenio.
Cuatro menciona el historiador Tácito en sus Anales (XV).
Domiciano y Trajano
A Nerón le siguieron en el trono del Imperio, Vespasiano
y Tito.
El gobierno de estos Emperadores se señala en los fastos ju-
díos como uno de los más funestos de la historia, porque ellos
llevaron a cabo la conquista y destrucción de Jerusalén y de su
templo en el &.ño setenta.
El Cristianismo, por el contrario, gow de paz, durante los
doce años de su reinado, del 69 al 81.
¡ Hasta Trajano 1
¿Quién lo dijera? Fué éste uno de los Emperadores más afor-
tunados y, so1-re todo, más nobles y ecuánimes de todos los tiem-
pos. Se le llegó a llamar «delicias del género numano».
No obstante, ésta fué la triste realidad.
Permanecía aún flotante en el ambiente la enemiga impla-
cable contra la nueva religión juntamente con el «instituto ne-
roniano» que prohibía, como crimen digno de muerte, el ser
cristiano, «Christianos esse non licet», y no sólo no tuvo valor
para oponerse a la gran injusticia y crueldad, o dejarla incum-
plida como Nerva, su antecesor, sino que aún le dió nuevos
alientos.
Su persecución fué de las más terribles. Eusebio dice que
«llameaba como un incendio». Fué además general en Roma
y en Provincias.
El año 112, en los días más recios de la tormenta, escribía
Plinio el Joven, Gobernador de Bitinia, al Emperador pidién-
dole instrucciones prácticas sobre lo que debía hacer en las cir-
cunstancias por las que atravesaba su Provincia. El Cristianis-
mo se había extendido allí de tal modo que llevar a la muerte
a todos los encartados hubiera sido sacrificar a la mayor parte
US PF.RRECTTCTONFS ROMANA!; 165
Decio
Omitimos la persecución de Septimio Severo, en que encontra-
ron la palma del más glorioso martirio las Santas Perpetua
y Felfcitas en Mrica, San Leónidas, padre d'el gran Orí,gene~.
100 ll'L OlISTJAllilISMO: Olifr.ENF,<,
Valeriano
Fué quizás, y si cabe, el más encarnizado enemigo del nom-
bre cristiano.
Dos decretos a cuál más per,iliciosos promulgó. Por medio del
primero prohibía, bajo pena de muerte, a los cristianos reunir-
se, y ni aun visitar sus cementerios, Iglesias o lugares de culto,
at'iadiendo la pena de destierro a todos los obispos, presbíteros
y diáconos que se negaran a eacriflcar a los <liases. El segundo,
LAS PERSECUCIONES ROMANAS 167
Diocleciano
Han pasado ya más de dos siglos de continuos forcejeos entre
los dos poderes que luchan por el dominio de la humanidad y su
civilización: el Paganismo y el Cristianismo.
El primero se siente en la posesión y ha visto lleno de recelos
y de presentimientos fatales acercarse al que acabará, al ·fin,
por derrocarle. En su inquietud ha desplegado brutalmente la
represión. La sangre del adversario ha corrido a torrentes, pero
todo inútil : no ha servido nada más que para illlfundirle nuevos
alientos y ambiciones. El cristianismo ha ido en marcha siem-
pre ascendente y amenaza inexorablemente apoderarse del
Imperio.
Parece que ante la inutilidad de sus esfuerzos debiera el pa-
ganismo cambiar de procedi~ientos y de táctica o ceder el paso
a la nueva avasalladora religión; sin embargo, nada de eso:
sigue en su pertihacia y aun se diría que ha ido cobrando nueva
violencia y más concentrada san.a.
Tales son las ideas que vienen a la mente al entrar en la
persecución de Diocleciano.
Tenía más que suficientes motivos este Emperador para re-
flexionar acerca del trato que debía dar al Cristianismo que era
ya la religión de la mayor parte de las gentes que integraban su
imperio; no obstante, es uno de los más furiosos y encarnizados
perseguidores: su nombre ha pasado a la posteridad cristiana
como el peor de sus tiranos.
Y, ¡ cosa extra:f!.a 1
Diocleciano no ,tuvo siempre malos sentimientos contra la
nueva religión. Al principio de su reinado, incluso, la favoreció
y tuvo en su gobierno ministros y servidores cristianos y lo que
es más todavía, su esposa Prisca y su hija Valeria lo eran.
168 EL CRISTIANISMO : ORÍGENES
Son los primeros af!.os del siglo IV, la víspera casi de la ba-
talla del Puente Milvio y del decreto de Milán que sefiala el
triunfo de la Iglesia.
Enumeremos entre los incontables paladines esforzados que
.mtregaron su vida por Cristo, algunos de los más salientes:
San Jorge y Dorotea en Capadocia, San Sebastián, Anastasia
e Inés en Roma, Santa Lucía en Siracusa. En Espaf!.a fué más
abundante aún la siega que en otros sitios, debido al rigor y
crueldad del Prefecto Daciano : Santa Eulalia, Severo Obispo,
Cucufate y Félix, en Barcelona; Poncio y Narciso, Obispos y los
diáconos Víctor y Félix en Gerona. Santa Engracia y los innu-
merables mártires en Zaragoza; San Valero y Vicente en Va-
lencia, Justo y Pastor en Alcalá.; Leocadia en Toledo; Eulalia,
Julia y otros 2S en Mérida ; Zoilo y 19 más en Córdoba ; Cirfaco
y Paula en Málaga; Vicente, Sabina y Cristeta en Avila ...
LAS PERSECUCIONES ROMANAS 169
Conclusión
Eusebio y Fileas
Ellos serán nuestros guías seguros. Ambos son historiado-
res, especialmente el primero, contemporáneos y testigos ocu-
lares de los hechos, en los tiempos de la gran persecución de
Diocleciano, la última, pero la más terrible d'e todas. Eusebio
fué Obispo de Cesarea y Fileas de Tmuis de Egipto.
172 F,L CRISTIA'N'ISMO : O'R.f<:ENES
El destierro
Vengamos ya, como prometimos, a cada uno de los diversos
géneros de martirio.
El destierro es el más suave de todos, pero aun así penoso
y frecuentemente de características trágicas.
A las veces llevaba consigo, y era el caso ordinario, tratán-
dose dé los cristianos, la confiscación de los bienes y la muerte
civil o pérdida de los derechos ciudadanos.
Los lugares de deportación eran de los más inhóspitos y en
ellos acababan generalmente los desterrados consumidos por la
insalubridad del clima, por la tristeza y malos tratos como su-
cedió a San Ponci1J,no.
San Juan Evangelista, fué, como sabemos, relegado a la isla
rocosa de Patmos : las dos nobles matronas romanas Flavia y
Domitilla, a las islas Pandataria y Poncia: San Clemente Papa
al Ponto y. a otros diversos sitios San Cornelio; Cipriano y Dio-
nisio de Alejandría.
Canteras y minas
Constituyen el segundo de los suplicios en orden ascenden-
te de crueldad, pero de sus múltiples y terribles penalidades
174 EL CRlSTlANlSMO: ORÍGENEs
Fanos y Numidia
De dos de estas minas se ha conservado especial memoria :
La de Fenos en Palestina y la de Numid:i,a.
De la primera nos da Eusebio los datos más conmovedores.
Era grande el número de los cristianos condenados a ellas
procedentes de Palestina y de Egipto. Entre ellos babia también
numeroso clero, Obispos, Sacerdotes y Lectores. Los inspectores
o superintendentes del trabajo, parece se habían mostrado bené-
volos con ellos y, terminada la jornada, les daban libertad para
sus oraciones y -culto. Improvisaron una choza que convirtieron
La mano de Dios
12 - BL CRISTUNIBMO
III
Soldado de Jesucristo
La narración nos lleva a Teveste de Numidia y a los tiempos
de la persecución de Díocleciano, 12 de marzo del 295.
El protagonista es un joven llamado Maximiliano, hijo de un
soldado pero que influido por las ideas rigoristas de Tertuliano
de que estaba prohibida la milicia a los cristianos, no quiere
en modo alguno pertenecer al ejército como le correspondía por
causa de su padre.
El joven es llamado a alistarse cuando cumplía los 21 a:fios.
Se presenta runte el Procónsul con su padre y aquél, sabiendo su
decisión, le interroga cuál es su nombre.
«¿Para qué quieres saberlo?, contesta él. A mi no me es licito
ser soldado porque soy cristiano.,,
El Procónsul ordena que se le mida para saber si es apto
para la milicia.
1R1_
•'No puedo ser soldado, dice; no puedo delinquir; l!OV cristiano .... •
El procónsul repite la orden de medirle. La orden se ejecuta. Un criado
anuncia:
•Tiene clnoo ples v diez pulgadas.•
'M:4rquese-le', a11adló e-1 nrocónsul. El recluta apto era marcado oon una
neque11a <.'11.emadura en 11\ niel, productda J)(lr un hierro candente que llevaba
lAs Iniciales de1 "mnerador : v &demlls se le colgaba del cue-llo un sello de
plor,," oon la eflirle lmnerial. Max!mntano repl!ca:
'No puedo ser eoldado.• Maravillado de su obstinada resistencia, el pro-
cónml le anremla :
•Ré soldado. si no oul.,.rea pere-oer.•
'No seré 8'll"ado. Córtame la cabeza; yo no m!Uto para el siglo, sino que
milito para mi Dtos.•
•, Oulén te persuadió de ello?'
'MI propia alma y El que me llamó.' El procónsul se vuelve entonces al
padre :
•Persuade a tu hijo.• Mas el padre no quiere intervenir, aprobando cierta-
mente tambén él la re-solución del hijo: y responde:
•Ya- sabe él lo que ha de hacer; tiene criterio para discernir lo que le
conviPne.• El procónsul hace una nue-va tentativa con el hijo:
'Sé eoldAdo: recibe el slirno (del emperador).'
'No recibo el slimo: va t<>nro el signo de Crtsto que es mi Dios.•
•Te mandaré inmedlatamPnte a ese tu C'rlsto.•
'01alá lo hicieras ahora mismo; va oue ésa es mi gloria .•
'Márqueeele•. Ordena el procónsul. I.os criados agarran al joven, mas éste
sA resiste rPvolcándose y 11rltando ·
•No recibo lR marca del sli::lo. Y ~I me Impone el sl¡mo (del Emperador!,
lo haré trizas porque nada vale. €oy cristiano; no me ee !(cito llevar al cuello
la marca de plomo, porque llevo ya la se-1\al salva.dora de Cristo.•
El procónsul In siste repetidas veces, y aduce también el ejemplo de mu-
chos eoldados cristianos :
•En la sacra comitiva de nuestros se11ores Dlocleclano y Maxlmian o, Cons-
tanclo v Máx!mo (es decir, Galerlo) hay l!Oldados cristianos, y prestan servicio•.
'Ellos sa-b rán lo que les oonv!ene ; mas yo soy cristiano y no puedo hacer
oosa mala.•
• J. Qué mal hacen los que militan?'
'Bien sabes tú lo que hacen .• Nuevas Insistencias, con amenazas de muer-
te, na conmu even al r ecluta. Ent'>nces el procónsul hace borrar su nombre
del registro y volviéndose a él pronuncia la ee-ntencla :
•Puesto que con indevoto animo has reoha1.ado la milicia, recibirás la sen-
tencia ade-cuada para ajemplo de los demli.s.' Luego lee la, tablilla oon esta
sentencia:
•MaxlmH!ano, que se hizo culpable de Insubordinación no aceptando el
servicio militar, sea muerto a espada.• MaximlUano responde :
• Deo aratias. •
Conducido Inmediatamente al lugar de la ejecución, se volvió a los otros
cristianos :
•Ca-rlslmos hermanos, con la mayor fuerza que pudiere-Is apresuraros con
ávido deseo a obtener la visión de Dios y a merecer semejante corona.•
Luego, sonriente, pidió a su padre que diera al verdugo el nuevo vestido
de recluta preparado para él.
Filé decapitado Inmediatamente : una matrona, llamada Pompeya, hloo trans-
portar en su propia litera el cadáver a cartago, donde fué sePDltado cerca
de la tumba de San Clprlano. Su padre, Vlctor, volvió a, casa lleno de álegr' a
y dando gracias a Dios por todo lo ocurrido .•
182 EL CRISTIANISMO : ORÍGENES
Fileas y Filoromo
Dos mártires admirables.
Del primero ya hicimos mención por su descripción de los
tormentos de los mártires en su tiempo y pais, Egipto. Ahora
hablaremos de él como de victima. Fileromo fué un valiente que
osó protestar delante del mismo juez contra las vejaciones de
aquél.
Fileas, que es Obispo de Tréveris, casado con esposa pagana,
según parece, y con hijos, comparece ante el juez Culciano. Hay
grande concurrencia de personas distinguidas, amigos del fu-
turo mártir que han acudido para ver de conseguir librarle de
la muerte.
Felipe y Hermes
Cambiemos de tiempo y de lugar.
Nos encontramos en Adrianópolis y en los tiempos de la
gran persecución de Diocleciano.
Felipe, obispo de Heraclea y Hermes, diácono, han sido con-
ducidos a ella p!).ra ser juzgados por el Gobernador Ju&tino,
después de haber pasado varios meses en la cárcel.
El Gobernador interroga a Felipe.
«- ¿ Qué has decidido al fin? Te he concedido esta dilación
para que pudieras pensarlo bien y cambiar de parecer. Sacri-
fica, pues, si quieres salvarte." El Obispo responde con ente-
reza: «- Si hubiéramos estado por propia voluntad en la cár-
cel en que permanecimos hasta ahora, con razón podrías ha-
blar de un favor, pero si fué más bien castigo que propia vo-
luntad, ¿por qué consideras un favor el tiempo que concediste?
Por lo que a mí toca ya lo dije antes: soy cristiano y te lo
repetiré siempre que me interrogues."
Es sometido a una tan cruel verberación que quedaron al
descubierto los intestinos del valeroso anciano.
Tres días después son de nuevo puestos en presencia del
Gobernador. Éste les reprocha ásperamente la temeridad de
desobedecer al Emperador. «A los Emperadores, responde Fe-
lipe humildemente, pero con firmeza, he obedecido y me apre-
suro a obedecerles siempre que mandan cosas justas, porque
111 Escritura divina nos manda dar a Dios lo que es de Dios y al
César lo q,ue es del César ... Ten presente las palabras que te
he repetido varias veces y con las que me declaro cristiano y me
niego a sacrificar a vuestros dioses."
El Gobernador se vuelve a Hermes y le exhorta a que no
imite a Felipe, anqiano ya caduco, sino que sacrifique para po-
der gozar de los bienes de la vida.
Todas las tentativas resultan inútiles también en él. Enton-
ces el Gobernador reúne desesperado su consejo y dicta sen-
tencia de muerte. «Felipe y Hermes, dice ésta, se han hecho
extrafl.os al nombre de romanos al desobedecer al Emperador:
mandamos, pues, que sean quemados vivos para que los demás
conozcan con mayor facilidad cuánta ruina acarrea despreciar
los mandatos imperiales.,,
Los r.ondenados son inmediatamente conducidos al suplicio.
Felipe no tiene fuerzas a causa de su vejez y de los terribles
suplicios infligidos y es llevado en peso. Hermes le sigue a pie,
muv lentamente también, pues apenas puede valerse.
Se excavan dos fosas en el suelo y al lado de cada una se
pone un palo fijado en la tierra. A Felipe le colocan con los
pies dentro de su fosa y fijan al palo las manos que llevaba
atadas a las espaldas; luego llenan la fos a con tierra hast'l las
rodillas del condenado. A Hermes le mandan que baje por sf
mismo, pero a causa de la debilidad de sus pierna-, tiene que
apoyarse en un bastón. El Santo mártir exclama sonriendo·:
«Ni siquiera aquí, diablo, puedes sostenerme.»
Amontonan lefl.a en torno de las dos fosas, pero Hermes se
ha acordado repentinamente de algo que le· interesaba. Llama
a un cristiano de los allí presentes antes de que encien-lan el
fueR'O y le encarga que vaya a su hijo y le recuerde que ha de
restituir a cada uno su respectiva propiedad: es que como ma-
gistrado civil y como diácono había recibido en depósito varias
sumas de personas particu~~res que tenían en él absoluta con-
fianza.
«Eres joven, mandaba decir a su hijo, y debes ganarte la
vida trabajando, como lo hizo tu padre.»
Fueron las últimas palabras del mártir.
Encienden el fuego y quedan asfixiados primero por el humo
y luego alcanzados por las llamas.
El pueblo quedo como atónito y paralizado : las víctimas, con los ojoe
elevados a-1 velar!um, cantaban tranquilamente, mientras sus rostros pálldos
parecían Irradiar una luz sobrenatural. Está perfectamente demostrado que
aquellos hombres no ped!an perdón, y que no se preocupaban ni siquiera
velan el circo, ni el pueblo, ni al Senado, ni al César.
Aquel extra:1l.o canto, ¡Christus regnatl, vibraba. a cada instante más entu-
siasta, má.s intrépido, y de abajo arriba, en toda la extensión del anfiteatro;
los espectadores se preguntaban quién era aquel Cristo cuyo nombre resonaba.
como un himno triunfal en los labios de unos miserables que en breve iban
a morir.
Abrl6se entonces una nueva reja, y se precipito en el redondel una Jauría
de perroe salvajes, gigantescos, molosos del Peloponeso, mastines de los P!ri•
neos, sabuesos de Hlbernla, todos hambrientos, con los Ijares hundidos y los
ojos inyectados de sangre; sus salvajes aullldos llenaron todo el anfiteatro.
Los cristianos, después de haber terminado su himno, continuaban arrodilla-
dos, inmóviles, re-pltiendo con triste acento:
- Pro Christol Pro Christol...
Aunque los perros olfateaban la carne humana bajo las pieles con que se
cubrlan los cristianos, no se atrevían a acometerle-a, como si les asombrara
el silencio y la. Inmovilidad de aquellos bultos; algunos perros retrocedían
espantados; otros giraban sobre si mismos como persiguiendo una presa in·
visible.
EL MARTIRIO Y SUS TORMENTOS (IV) 193
El público demostraba su impacienola gritando desaforadamente, rem&-
dando algunos el rugido de las fieras, ladrando otros oomo verdaderos mas-
ti.D:ee y azuzando a J.Os animales en tiodos loa idiomas del mundo. Los perros,
completamente a,turdidos, lanzaban grufUdos sordos, ¡y continuaban alejandose
de las victimas; por tln, uno de ellos hundió sus uilas en la espalda de una
mujer que estaba arrodillada en la. delantera del grupo y en el mismo in&-
tan~ todos los demás animales se arrojaron sobre la presa, como el se trata,ra
d<.> un verdadero asalto. Calló entonces 61 pueblo, para. mejor disfrutar del
espectáculo. Entre loe la.dridos de los perros se o,an algunu dolientes in vo-
caciones :
- rro Christot Pro Christo/ ... - mientras rodaban por la arena los cuerpos
despedazados, de donde brotaba la sangre a torrentes.
Los animales se disputaban entre si rabiosamente los despojos humeant&11 ¡
y el vaho de la. sangre y de la.s entrailas desgarradas se dilataban por el
Lnmenso recinto, sobreponiéndose a los balsámltos aromas de los pebeteros.
Las pocas victimas que de trecho en trecho aún permanecian vivas y arro-
dilladas fueron desapareciendo rápidamente entre aquella horrible masa in-
forme y sanguinolenta...
Nuevas victimas, destina.das a renovar el espectáculo.
Del miamo modo que las anteriores, se arrodillaron ,y se pusieron en ora-
ción; pero los perros, ahitos ya y fatigado s, no se acercaron a ellas; solo
alguno que otro se abalanzó a, la.e que t enia más cercana.a, mientras el mayor
número se echaba en el suelo, comenzando a bostezar y a relamerse los hocl-
oos sangrientos. Entonces el pueblo, insaciable en sus deseos de carnlceria
y ebrio de sangre, grltó furloSamente :
- ¡ Los leones 1 ¡ Los leones!... ¡ Soltad los leones 1
Se había pensado reservar los leones para el dia siguiente; pero en el
a-n fiteatro no habia máa ley que la voluntad del pueblo, que solía sobrepo-
nerse aun a la del mismo César. Sólo Callgula, tan audaz como voluble. babia
osado algunas, aunque pocas veces, resistir a los caprichos populares, meo.
dando apalear a los más atrevidos, aunque casi siempre se babia visto obli-
gado a ceder.
Pero Nerón, que no conocía placer má-s deseable que el de ser aplaudido,
Jamás se oponla a semejantes exigencias; y en la ocasión presente accedfa.
con tanto mayor gusto cuanto que se trataba de amansar a las muchedumbres
exasperadas por el incendio de que se acusaba a los cristianos, sobre quienes
ha-bia que echar toda la responsabilidad de la catástrofe.
Hizo, pues, seilal de que se abriese el cubículo, y los que vocileraban se
sosegaron Inmediatamente. Abrléronse la.s rejas que guardaban a 10s leones,
y saltaron éstos al redondel, grandes, poderosos, magniflcos, lrgulendo fiera•
mente las cabezas melenudas y avanzando con paso l ento hacia el ce-n tro del
anfiteatro. .A su vista espantáronse los perros, ,y corrieron a acurrucarse en
el extremo opuesto, lanzando ternero.sos aullidos.
El mismo César volvió con interés su mirada hacia donde estaban los
leones, y los contempló largo ra.to a través de su lente de esmeralda. Los
augustales saludaban a aquellas hermosas fiera.e con entusiastas aplausos;
los plebeyos las contaban con los dedos, y observaban con refinada crueldad
la impresión que producian en los cristianos, los cuales, arrodillados en la
arena, repetfan sin cesar aquellas palabra,s: Pro Ohristol Pro Christol ... que
exasperaban a la multitud por lo mismo que no las oomprendian.
A pesar de que los leones estaban hambrientos, no se apresuraron a lan-
zarse sobre la presa; la intensa luz rojiza que reflejaba la arena los deslum-
braba, obllgá.néloles a parpadear. Se hablan detenido y estiraban perezosa-
mente sus patas amarillas, o abrían la boca enorme para bostezar, como si
qulsle'ran enseilsr sus afilados dientes a la multitud.
13 - IIL CBISTI.lNIBIIO
194 EL CRlSTIANISMO: ORÍGENFS
Atados a un poste
Otros suplicios
Nombremos dos nada más para terminar este capitulo: la
CRUCIFIXIÓN y la SUMERSIÓN.
La ·cauC1F1x1óN, el más sagrado de todos Y' santificado por el
Divino Redentor, fué usado frecuentemente tanto en el pueblo
judío como en Roma. Era infamante al par que cruel. No se
daba más que a los grandes criminales y en el Imperio, sólo
a los esclavos.
En él murió el Príncipe de los Apóstoles en el primer sjglo;
San Simeón, Obispo de Jerusalén, en el segundo; los Santos
Teodulo Agrícola, Timoteo y otros muchos. En Egipto, y du-
rante la persecución de Djocleciano, fueron varios los crucifi-
cados, según el testimonio de Eusebio, con la cabeza hacia
abajo y dejados en el suplicio hasta acabar por agotamiento.
El martirio
Nos creemos en la obligación de transcribir el relato de las
Actas. En realidad es insustituible y difícilmente lo haríamos
nosotros ni más bellamente ni con más piedad y realismo que
ellas.
Dice así el admirable documento.
«Brllló , por fin, el dfa de su victoria y salieron de la cárcel al anfiteatro,
como si fueran al cielo, radiantes de alegría y hermosos de rostro, si con-
movidos, acaso, no por el temor, sino por el gozo. Seguía Perpetua. con
rostro Iluminado y paso tranquilo, como una matrona de cristo, como una
regala.da de Dios, obligando a todos, con la fuerza de su mirada, a bajar los
ojos. Felicidad iba también gozosa de haber salido bien del alumbramiento
para poder lu char con las fieras , pasando de la sangre a la sangre, de la par-
tera al gladiador, para lavarse después del parto con el segundo bautismo.
Cuando llegaron a- la puerta del anfiteatro, quisieron obligarles a vestirse,
a los hombres de sacerdotes de Saturno y a las mujeres de sacerdotisas de
Ceres. Mas la noble constancia de los mártires lo rechazó hasta el último
momento . Y alegaban esta razón : •Justamente hemos llega.do al punto pre-
sente de nuestra libérrima voluntad, a fin de que no fuera violada nuestra
libertad; si hemos entrega.do nuestra. alma, ha sido precisamente para no
tener que hacer nada semejante. Tal ha sido nuestro pacto con vosotros.• Reco-
noció la Injusticia la justicia y el tribuno autorizó que entraran simplemente
tal oomo venían. Perpetua cantaba himnos pisando ya. la oabeza del egipcio;
Revocato, f:aturnlno y SAturo Increpaban al pueblo que los miraba. Luego,
cuando llegaron ant<, la tribuna de Hllar!anc;>, oon gestos y sellas empezarc;>n
a- decirle;
204- EL CRISTIANISMO : ORÍGENES
Ma.s el que dijo : Pedid y recibiréis, dló a cada uno, por haberla pedido,
la forma de muerte que babia deseado. Y, efectivamente, si alguna. vez con-
versaban entre sí del martirio que cada uno quisiera, Saturnino afirmaba que
estaba dispuesto a ser arrojado e. todas las fieras sin excepción, para llevar
más gloriosa corona. Y fué as! que, al celebrarse el espectáculo, él ry Revoéato,
después de experimentar las garras de un leopardo, fueron también atacados
por un oso sobre el estrado. Sáturo, en cambio, ne.da abominaba. tanto como
al oso; pero ya de antemano presumía. que habla de terminar con une. den-
tellada de leopardo. As!, pues, corno le soltaran un jaball, no le hirió a él,
sino al venator que se lo habla. echado, y con tan fiera d,mtellada de la ftera
que a los pocos días después del espectáculo, murió; a Sáturo no hizo sino
arrastrarlo. Entonces le ligaron en el puente o tablado para que le atacara
un oso, pero éste no quiso salir de su madriguera. As!, pues, por segunda vez
Sáturo fué retirado ileso.
Mas contra. las mujeres prepe.ró el diablo una vaca bre.vfslma, compre.da
expresamente contra la costumbre, emulando, aun en la fiera, el sexo de
ellas.,.
La primera en ser lanzada en alto fué Perpetua, y cayó de espaldas; mas
apenas se Incorporó sentada, recogiendo la túnica desgarrada, se cubrió el
muslo, acordándose antes del pudor que del dolor. Lue-go, requerida una aguja,
se ató los dispersos cabellos, pues no era decente que una mártir sufriera con
la cabellera esparcida, para no dar apariencia. de luto en el momento de su
gloria. As! compuesta, se levantó, y como viera a Felicidad tendida en el
suelo, se acercó, le dló la mano y la levantó. Y ambas juntas ee sostuvieron
en ple y vencida la dureza del pueblo, fueron llevadas a la puerta. eanav!-
varla. Allí, recibida por cierto Rústico, a la sazón catecúmeno, Intimo suyo,
como si des~rtara de un suefio (tan absorta en el Espíritu y en éxtasis había
estado), empezó a mirar en torno suyo, y con estupor de todos, dijo :
- ¿ Cuándo no s echan esa vaca que dicen? . .
Y como le dijeran que ya. se la hablan echado, no quiso creerlo hasta
que :reconoció en su cuerpo y vestido las setlales de la acometida. Luego
mandó llamar a su hermano, también catecúmeno, y le dirigió estas palabras:
- Permaneced firmes en la fe y amaos los unos a los otros y no os escan-
dalicéis de nuestros su,frlrn!entos.
(1) H. E. V. I, 3~).
PALMAS Y CORONAS (Ir) 207
El final de la tragedia
Es ya el último día. Queda agotada la resistencia del lector
y sin embargo faltan aún páginas sangrientas.
Habíamos nada más que nombrado a Alejandro.
Era éste frigio de nación y de profesión médico, establecido
desde hacia muchos atlos en Jas Galias y conocido, puede decir-
se que por todo el mundo, por su amor a Dios y por su franqueza
de palabra, pues no· era ajeno al carisma apostólico; estando
junto al. tribunal, incitaba por s~ilas a los mártires a confesar
su fe, hasta el punto de dar la impresión a la gente en torno, de
estar, como si dijéramos, sufriendo dolores de parto. La chus-
ma, que estaba ya irritada •porque los antes renegados habían
confesado la fe, rompieron a gritos contra Alejandro, achacán-
dole ser causante del hecho. Paró en ello mientes el Goberna-
dor; ~reguntóle quién era y contestó Alejandro: «Un cristiano»,
y, en puro arrebato de ira, le condenó a las fieras.
· · Al día siguiente entraba Alejandro, juntamente con Atalo, en
el anfiteatro, pues también a Atalo, por complacer a ias mu-
chedumbres, le entregó de nuevo el Gobernador para las fieras.
Ambos mártires hubieron de pasar por toda la serie de instru-
mentos inventados para tortura en el anfiteatro, y, después de
sostener durísimo combate, fueron también ellos, finalmente,
degollados. En todo su martirio, Alejandro no dió un gemido ni
exhaló un ¡ ay I de queja, sino que, recogido en su corazón, esta-
ba absorto en su conversación con Dios. Atalo, puesto sobre ·la
silla de hierro rusiente y socarrándose todo en .t orno, cuando el
vapor de grasa quemada subia a las narices de los espectado-
res, dijo en latín a la chusma de las graderías: «Esto, esto si
que es comerse a los hombres, lo que vosotros estáis haciendo ;
mas nosotros, ni nos comemos a nadie ni hacemos otro mal al-
guno.» Preguntáronle qué nombre tenia Dios, y el mártir con-
testó : «Dios no tiene nombre, como si fuera un hombre.»
Después de todos éstos, el último día ya de los combates de
gladiadores, fué llevada otra vez al anfitearo Blandina, junto
con Póntico, muchacho de unos quince ailos. Uno y otro habían
sido ya diariamente llevados allf para que contemplaran los su-
_plicios de los otros mártires, y trataban de forzarlos a jurar por
sus ídolos. Viéndolos permanecer firmes y cómo menosprecia-
ban semejantes simulacros, la turba se enfureció contra ellos y,
sin lástima a la tierna edad del muchacho ni miramiento al
212 tt CH1STÍANÍSM0 : ORfGENtS
. ~. ..
~-
:;,o,.
,
·'·\
• 1
, ' '
. ~ · ·~ a, sube a las parrillas, - descansa en tu digno lecho.
·~ t deapuéa dirás si Vulcano - es o no dios verdadero."
~ ""?1Dijo, y atroces verdugos - desnudan a San Lorenzo,
~~ _../ a puros miembros sujetan - y le extienden sobre el fuego.
~~ · :.·
-:;~,.~:tt-~• . . ' ' ,
-.;,. ..::cuando hubo ya consumido - un costado el fuego lento,
" ~ sf desde la ~atasta - increpa el Santo al prefecto :_
· '% P'Ya. está esta parte quemada, - vuélveme del lado mverso;
·:;:_~~~t a tu fogoso Vulcano - verás cudn poco le temo. 11
;.:".h"':Manda el juez que lo revuelvan. - "Ya estoy cocido, .Lorenzo
•,?- dice, prueba si es mejor - crudo o asado mi cuerpo·."
,.;~~-~~: E,to por donaire dijo; - mas después mirando al cielo,
j:. .-, flanto vierte sobre Roma - y exclama con hondo acento :
r ,-:._-:rr.~ .
Pureza y energla
Es la roma de los comienzos del siglo rv, de Diocleciano y de
sus sangrientas persecuciones; el afio último de las mismas,
pues el maléfico Emperador se retiró en él del gobierno y de la
política para morir, notable coincidencia o ironía de la historia,
dos lustros más tarde desesperado y medio loco en Salona, el
220 EL CRISTIANISMO : ORfoENII'.."
•Serla una lnjuri& para mf esposo, contesta., querer agradar a otro qut
& él solo.•
el lupanar
t:'.•
;:t,-<:; Bajo las arcadas del Estadio de Alejandro Severa habia una
- !3<"'.::. • ' ua de prostitución. Allá es conducida la Virgen y expuesta
":.;";'(!)\U>Ucamente a la lascivia. En ese mismo sitio se eleva en nues-
·-1 ., tro1 días la iglesia de Santa Inés.
:f:. . El Papa San Dá.maso escribe que los cabellos extendidos
~ ·· • lo lar¡o del cuerpo cubrieron con pudor los miembros desnu-
,. ,,. . t .dos de la Virgen.
:~,h, ; Pru~encio at!.ade: ((que. sólo un pagano se atrevió a acer-
~. carse procazmente a Inés y no· dudó en mirar con ojos desen-
,:- · -· ._'trenados & la Virgen. Pero he aquí que un rayo, a semejanza
7
·---~~ de un pájaro de fuego, . vibró ardiente e hirió sus pupilas. Ciego
•~- · por el resplandor cayó al suelo y se revolcó en el polvo de la
· _:~ ~ calle. Lo recogieron medio muerto sus compaf!.eros y se lo lleva-
..i.-• ~ ron ya con palabras exequiales, mientras triunfante la Virgen
_".. :~ ~ entQnaba al Padre y a Cristo un cántico sagrad'o porque le había
~ ..,. .. eonaenado incólume su castidad aun en el lugar inmundo.
~ :.. : .,, Hay quienes dicen, prosigue el poeta, que indicándole algu-
..;,: -.~-"-no• que pidiera a Cristo devolviera la vista al desgraciado, a su
_<:·"".,.. nieto le devolvió el hálito de la vida y la claridad de los ojos
· ,.·~-.:~.: jwitamente.»
•·r
Z;""
nada de espasmos ni de
• •IIM ale,rla alento, dice, se!lalando al verdugo, que venga éste con la.
~vainada, loco de rabia, cruel, airado, que si viniera amoroso
•..... l"en ba!lado en aromas para perderme, con la. muerte del pudor.
• 1111ante, lo confieso, ya me gusta, ealdré al paso del que llega. y no
Wt aanguinarlos intentos. Recibiré todo su pu!lal E-n mi pecho
rt en mi corazón toda la tuerZ& de l& eepada. As! hE-Cha. esposa de
atrú la• tinieblas de la tierra y me remontaré a lo m!s alto
222 EL CRISTlANlSMO : ORÍGENIS
del cielo. ¡ Eterno Seflor ¡ abre ya las puerta.6 del alcázar de tu gloria, cerra-
das antes, a loa mortales y llama & ti, oh Cristo, al alma que te sigue por
la. virginidad y el martirio 1•
Por fin Cll8 el h!euo ¡ un solo golpe basta para tronchar la cabeza y la
muerte llega aún antes que el dolor.•
Todo esto lo tiene .ya Inés bajo sus plantas y su pie pisa con el calcaflr,r
la. cabeza de 111 serpiente que contamina todo lo humano con su veneno y
arrastra al hombre a ]pe infiernos. Ahora oprimido por 111 planta virginal
abate sus crestas lgneas y no se atreve, de vergüenza, a levantar la cabeza.
Dios mientras tanto cUle las sienee de la mártir virginal con una doble
oorona. La una la -consiguió su perpetua. virginidad llevada incólume durante
111a trelle aflos, la otra el martirio que le devol vló el ciento por uno.•
Datos biográficos
Son lo!! afi-0s últimos de las persecuciones : La feroz de Dio-
cleciano con la que se despidió el paganismo despechado ante el
arrollador avance de la religión cristiana.
Eulalia es de noble sangre y nifia aún: solo doce afíos cuenta
su amable virg-inidad y su fortaleza ilnviicta.
Es amante de la justicia y cristiana de corazón y no puede
ver, sin indignacióh profunda, los indecibles atropellos cometi-
dos contra sus hermanos y los bárbaros suplicios a que tan ini-
cuamente se les sujeta.
Es, por otra parte, la santa nifía de serio y grave carácter,
de rasgos enérgicos y decididos; parece una mujer ya formada.
Prudencio aflade que hasta desdefíaba las chucherías de la
edad.
tt. CRISTIANISMO: ORÍGENES
Himno de Prudencia
De nuevo el gran poeta cristiano cantor de los combates de
los mártires.
En el presente caso hay motivos más especiales aún para
dar crédito a sus versos. El autor del Perj.stephanon es casi con-
temporáneo de la sa•nta, pues ella fué martirizada el año 304
y Prudencia nació el 348. Llevado de su devoción a la mártir
meritense hizo una visita expresamente a su templo y oró ante
su sepulcro, al par que recogió con dil:iigencia los d ~tos que le
proporcionaron los documentos y la tradición encarnada espe-
cialmente en personas quizás coetáneas de la santa y que con-
servaban fresca aún la memoria de la misma.
He aquí cómo describe el martirio y la muerte de la valiente
vir,gen, en el bello himno que le dedlica y del que hemos tomado
ya varias expresiones :
«No se hacen esperar; sendos verdugos Je arrancan sus pechos gemelos
y el garfio horrible abre de una y otra parte sus costados y llega hasta los
huesos mientras Eulalia cuenta tranquilamente las hPrldas.
Aal, conviene adorar sus huesos, sobre los que se ha levantado un ara.
Ella, a los pies de Dios, atiende nuestros votos 'Y, propicia por nuesrtos clf.n•
tloos, favorece a sus pueblos.•
XII
Loe Judios
ma, sino también en los otros. Todos tenían que estar prepara-
dos, todos eran candidatos al martirio. Las Actas de los márti-
res, además, se leían en todas las Iglesias y recorrían así la
tierra provocando estremecimientos de admiración y de entu-
siasmo increíble por él.
Aun ahora tienen vivas resonancias y hacen vibrar. Son la
historia de la religión más grande del mundo, los Anales eR-
critos con sangre y con oro en que el cristiano lee conmovido
y entusiasmado las gestas inauditas d e sus m ayores que le
preoedieron llevando invicto el signo de la fe.
.,._
XIII
'.··.,_~~ ::.e",;__ • •Mirad que yo os envio. dice por San Mateo (X), como ovejas en me<Jlo
de lobos . Por tanto, habéis de ser prudentes oomo ser9lentes, y sencillos oomo
''ti':;.""', palomas. Mas recataos de tales hombres. Pues os de-latarán a los tribunal es,
~f'~
., .i1
y 01 azotar,m en sus sinagogas; y por mi causa se-réls conducidos ante los
,obf.me.dore,s y los reyes, para dar testimonio de mi a ellos, y a las naciones.
-~ f¡_ 81 bien , cuando os hicieren comparecer, no os dé cuidado el cómo o lo que
, ...., .~5'" habéis de hablar : por<.ue os será dado en aquella misma hora lo que hayáis
,~,...,.. ~ de decir: puesto que no sois vosotros quienes hablarán entonces, sino el espf-
°""· '·- _
r1tu de vue-stro Padre, el cual ha-bla por vosotros. Entonces el hermano entre-
ar,
• · "· ,• • 11, su hermano a la mue-rte, y el padre al hijo: y los hijos se levantarán
:. :'l!lllltra los padres, y los harán morir ; y vosotros vendréis a. ser odiados d e
todoa por causa de mi nombre; pero quien perseverare hasta el fin, éste se
1•·,,,., Mlvará.•
Un milagro moral