Serendipia Científica

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SERENDIPIA CIENTÍFICA

A todos nos ha pasado que hemos hecho algo sin quererlo. Que algo nos ha salido por mera casualidad. Y es que las
casualidades existen en todos los ámbitos, y como no, también en la ciencia.

Quizá el caso más famoso de la serendipia científica sea el de Alexander Fleming:


En los últimos días de verano de 1928, Fleming por alguna razón olvidó guardar sus cultivos de estafilococos en las
estufas (también hay otra versión que dice que uno de sus estudiantes se olvidó de guardarlo).
Cuando regresó, observó que las esporas de un hongo de otro compañero científico se habían extendido por todo el
laboratorio y que su experimento había quedado cubierto por este. En ese momento, no supo con claridad lo que
acababa de encontrar, pero sí se paró a analizarlo.
Se dio cuenta de que esa lisis o proceso destructivo era la responsable de esos fenómenos. Dedujo que el hongo había
liberado una sustancia que había liberado las sustancias existentes e inhibió su crecimiento.
Este hecho iba a cambiar toda la historia, había descubierto el penicillium notatum.
Con todo esto, entendemos como serendipia un descubrimiento inesperado que se produce cuando en realidad se busca
otra cosa distinta.
En el año 260 a.C. el científico griego Arquímedes no sabía como medir el volumen de las cosas. Un día yendo a los
baños, al sumergirse en el agua, se dio cuenta de que esta aumentaba la misma cantidad que su mismo volumen. Su
alegría fue tan fuerte que salió desnudo gritando "¡Eureka!", lo cual significa "lo encontré" en griego.

En 1665, Isaac Newton decidió abandonar Londres, azotada por la peste, y marcharse a otro lugar a su corta edad. La
leyenda nos cuenta que él no estaba haciendo nada y de repente una manzana le golpeó la cabeza. Otros cuentan que
una noche haciendo cálculos a la luz de la luna bajo un árbol, cuando mirando hacia arriba vio caer una manzana desde
la copa. En ese momento se preguntó porque caía una manzana y no caía la luna. Cuatro años después, él mismo
descubrió la ley de la gravedad.

En el siglo XVII, el químico alemán Henning Brand buscaba como mezclar diversos elementos para conseguir así oro,
una obsesión de mucha otra gente a lo largo de la historia. Por supuesto este propósito no lo logró, pero un día en 1669
obtuvo una sustancia blanca y luminosa, que al entrar en contacto con el aire esta se encendía. Había descubierto el
fósforo por casualidad.

Alexander Graham Bell era un profesor de sordos entre otras cosas. Este se enamoró de una de sus alumnas, y más
tarde se casaron. Él, que era un hombre muy inteligente, quería que su esposa le escuchase decir "te quiero". Así que
intentó construir un aparato que pudiese amplificar su voz. Creó un circuito con dos terminales, y por este le habló a su
ayudante Watson, que no estaba junto a él. Este acudió sin saber que había contestado a la primera llamada telefónica
de la historia. Bell había descubierto lo que hoy conocemos como teléfono queriendo tener un amplificador de sus
palabras amorosas.

El alemán Wilhelm Roentgen hacía experimentos con los rayos catódicos al igual que varios amigos suyos. Lo que
buscaba era lograr que ciertas materias se volvieran fluorescentes. En 1895 una de esas pruebas había ido más lejos de
lo que esperaba. Ni siquiera sabía cierto lo que había descubierto, así que los llamó rayos X, y aun les conocemos así.
Les llamó así admitiendo su ignorancia en el fenómeno, ya que la x es la letra con la que representamos las incógnitas.

También ocurren cosas por casualidad en nuestro día a día y en otros ámbitos no científicos. Por ejemplo, las patatas
fritas que hoy compramos en el supermercado (esas que los ingleses llaman chips) también fueron inventadas por
casualidad en 1853 por el chef George Crum, que tras varios clientes insatisfechos por el grosor de sus patatas fritas
decidió gastar una broma y cortar las patatas con el grosor de una hoja de papel. Tras freírlas y servirlas a sus clientes,
estos quedaron encantados.

Del laboratorio, tres falsos-azúcares han llegado a los labios humanos solo porque los científicos olvidaron lavarse las
manos. El ciclamato (1937) y el aspartamo (1965) son subproductos de la investigación médica, y la sacarina (1879)
apareció durante un proyecto con derivados de la brea de carbón. Riquísimo.

Los emisores de microondas (o magnetrones) proveían a los radares aliados en la segunda Guerra mundial. El salto de
detectar nazis a calentar nachos llegó en 1946, después de que un magnetrón derritiese una barra de caramelo que
llevaba en el bolsillo Percy Spencer, ingeniero de la empresa Raytheon. Base de los hornos a microondas.

Los mercaderes de vino medievales solían extraer el agua del vino (hirviéndola) de modo que su delicada carga se
asentara mejor y ocupara menos espacio en el mar; luego en destino volvían a añadirla. Mucho después, alguna alma
intrépida – apostamos a que fue un marinero – decidió evitar el proceso de la reconstitución y así nació el brandy. ¡Abran
paso a Courvoisier!

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