Carlos Bührle T. Hobbes - Sobre El Miedo PDF
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C ar l os Bühr l e
Resumen
Este trabajo pretende echar cierta luz sobre el papel del miedo en el pensamiento político de
Hobbes. Sabido es que esta pasión subyace al contrato social, en el sentido de que impulsa al
hombre a abandonar el estado de naturaleza a fin de encontrar seguridad y de deshacerse de la
amenaza de la muerte violenta. Teniendo en cuenta que el miedo y la muerte son inseparables en
la filosofía de Hobbes, surge una pregunta fundamental: ¿hasta qué punto podemos decir que el
miedo desaparece completamente después del contrato social? En Hobbes, el miedo parecería
ser una característica intrínseca del hombre.
Abstract
This work intend to draw some light upon the role of fear in Hobbes’s political thought. It’s known
that this passion underlies the social contract, in the sense that it drives man to leave the state of
nature in order to find security, and also to get rid of the menace of violent death. Taking into
account that fear and death are inseparable in Hobbes’s philosophy, a fundamental question
arises: to what extent can we say that fear vanishes completely after social contract? In Hobbes,
fear seems to be an intrinsical feature of men.
Qué fácil es, aún para el más débil, matar al más fuerte 1
Por lo tanto, toda sociedad es para beneficio o para gloria 2
I- Breve Introducción
Hobbes dedica la primera parte del Leviatán a un estudio de las pasiones humanas. Me
demoraré en el análisis de una de ellas: el temor o miedo (fear). Esta elección no requiere
mayores justificativos. El papel que juega el temor en la filosofía política de Hobbes es
harto conocido, a saber, el de operar el tránsito del estado de naturaleza al estado civil.
Para despojarnos de ese huésped molesto renunciamos al derecho natural a todas las
1
Th. Hobbes (1966), Concerning Government and Society, en The English Works of Thomas
Hobbes, Edited by Sir William Molesworth, Bart. London, Vol. II, p. 5 (Todas las citas de Hobbes
fueron tomadas de esta edición)
2
Ibid., p. 6.
Esta obra está bajo licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 Argentina
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cosas. Preferimos la égida de una vida segura en la que sabemos de antemano que no
podremos tener todo lo que deseemos, pero en la que nadie tendrá el derecho de
lastimarnos. Podré desear los bienes ajenos, mas ya no podré apropiármelos sin recibir
un castigo; esta renuncia antinatural, habida cuenta de que la naturaleza le ha dado todo
a todos los hombres, se equilibra, empero, con el hecho de que nadie podrá usurpar los
míos. Por primera vez cobran significado los enunciados que incluyen los pronombres
posesivos mío y tuyo. En el estado de naturaleza esos términos remiten a una mero
estado de hecho: algo es mío solo por el tiempo en que pueda conservarlo; desde el
momento en que alguien me priva de ello deja de pertenecerme. Sólo en la sociedad civil
podré alegar que lo perdido me pertenece, con todo, por derecho. De la sociedad civil,
i.e., del contrato social, emana la posibilidad de estatuir una legitimidad fundada en el
deber ser. A partir de ella es dable disociar lo fáctico de lo legitimo. La Sociedad civil
introduce las primeras diferencias entre los hombres, por naturaleza iguales.
La idea del contrato social no debe ser interpretada en términos históricos. No es
cronológica sino lógicamente anterior a la sociedad. No pretende postular, pues, un
hecho pretérito, sino que configura un mero artificio heurístico, una hipótesis explicativa:
no pertenece al orden de los hechos sino al del pensar. Por ello no hay lugar para la
pregunta, tan frecuente como ociosa, de si alguna vez acaeció algo semejante a un pacto
originario entre los hombres. Apunta a señalar las consecuencias de una disolución de
los vínculos sociales y de una posible desobediencia civil. En otras palabras, refiere cómo
sería la convivencia una vez desvanecidas las condiciones mínimas de sociabilidad y
coexistencia. Esta situación nos es otra que la anarquía, la peor de las enfermedades del
cuerpo social, el peor de los males posibles. Los fabricantes de utopías sociales como
Platón, San Agustín, Thomas Moro presentaron un (meta)fin regulador para modelar la
sociedad; Hobbes obró inversamente; indicó lo que debía evitarse a toda costa. Los
detalles de una futura sociedad perfecta no eran, para él, más que los galimatías de una
inteligencia ociosa, los vanos intentos de anular el deseo humano.
¿Qué entiende Hobbes por miedo? Una primera respuesta la podemos encontrar en el
Leviatán, donde está escrito que el miedo es “una aversión con la opinión de daño por
parte del objeto”.3 Dentro de la terminología de Hobbes, una aversión (aversion) es un
3
Th. Hobbes, Leviathan, Vol. III, p., 43. Esto tiene su fundamento fisiológico. En el cuerpo hay un
movimiento vital, a saber, el de la sangre. Cuando este movimiento es obstaculizado o retardado
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constituida por naturaleza”. Cf. Th. Hobbes, Leviathan, Vol. III, p. 31.
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Th. Hobbes, Concerning Government and Society, Vol. II, p. 6.
8
Ibid., p. 7.
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no sea impulsado a pactar por una de esas dos vías es, para jugar con las palabras de
Aristóteles, un animal o un dios. Sea como fuere, quien queda allende la sociedad, es un
marginal y contra él, cualquier acto está permitido. Si no pactó, no está dentro de la ley y,
fuera de ella, no hay crimen. Un hombre en exceso temerario es políticamente peligroso.
En efecto, por qué habría de pactar alguien que se considera superior por
naturaleza en función de su valentía. Es decir, si su vida no está acompañada por el
miedo a la muerte violenta, la necesidad de pactar no revestirá la perentoriedad que sí
presenta para los otros. Pensemos en un personaje literario como el Quijote. El Quijote
no está capacitado para percibir la atrocidad de la violencia. Hombres como él, cuya
valentía no condesciende ante nada, que desconocen la amenaza y el temor a la muerte,
son, nos diría Hobbes, sediciosamente peligrosos. El caso del Quijote es paradigmático.
Las dos vías apuntadas arriba están obliteradas. Su extrema temeridad y su sinrazón lo
ponen fuera de todo pacto posible. Está condenado al ostracismo, a deambular por los
márgenes de la sociedad.
Vemos entonces que la República (Commonwealth) no se conforma por una
inclinación natural de los individuos a la vida en común tal como ocurre en los restantes
animales llamados políticos; lo que prevalece es la búsqueda del beneficio personal,
llámese seguridad, comodidad, bienestar, etc. Solamente por necesidad se convierte el
hombre en un animal político. Esto es un caso particular, seguramente el más relevante,
de la idea general ya mencionada de que toda acción tiene como finalidad el beneficio de
quien la realiza. El hombre no propende de suyo a la convivencia pacífica, a lo colectivo,
a lo universal. Si no existieran los miedos, dice Hobbes, los hombres tratarían sin duda de
dominarse unos a los otros y por nada aceptarían pactar. La sociedad es un artificio y
comporta en cierta manera un acto de violencia, de ruptura. Por ello es indispensable un
poder coercitivo que obligue a los súbditos o ciudadanos a observar las leyes. Al respecto
dice Hobbes: “sin la espada, los pactos no son sino palabras”. 11 En los animales como las
abejas, las hormigas, etc. nunca se da el antagonismo entre lo particular y lo universal,
entre el interés del individuo y el de la especie. Por tanto, ante tal imposibilidad se torna
obsoleto un poder irresistible que obligue. La armonía va de suyo.
Hobbes, a diferencia de Platón, por ejemplo, nunca pretendió fundar ese orden
social a partir de un determinado orden natural: aquél es una convención y no encarna
una disposición pre-establecida; no existe un telos o meta-fin natural en vistas al cual se
deba organizar la sociedad. Sin embargo, no podemos inferir, como ya adelantamos, que
11
Ibid., p. 154.
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Cabe preguntarse ahora qué papel juega el miedo una vez superado el estado de mutua
agresión originaria; o sea, si el miedo subsistirá o no una vez establecida la sociedad
civil.
En principio el soberano debería estar en condiciones de garantizar la vida, la
salud y cierta felicidad a sus súbditos y, por añadidura, éstos no deberían sentirse
amenazados por los otros. Hobbes reconoce que siempre se conservará un ápice de ese
temor, pero, de todas maneras, ese resabio de miedo pre-civil no será suficiente para
hacer de la convivencia algo humánamente insoportable. Quizás continuaremos
echándole el cerrojo a las puertas al irnos a dormir, quizás cargaremos las espadas al
emprender un viaje, pero este proceder será menos indicativo de una desconfianza hacia
el otro que de un hábito que se resiste a ser modificado. Con todo, ya no podré invocar el
miedo como justificativo de mis agresiones a los otros. Es decir, al existir un soberano
que detenta la espada de la justicia (sword of justice), i. e., que tiene la potestad de
castigar cualesquiera ofensas, a los súbditos les está prohibido atacarse ante la
sospecha de una agresión, si es que disponían de tiempo y los recursos para acudir al
soberano. Es una ley de la naturaleza que todos los hombres tienen la obligación de
defenderse a sí mismos, y que ningún medio es exagerado para este fin, aún en el marco
de una sociedad; pero es un crimen, pudiendo no hacerlo, eludir al soberano como
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vedado querer lo que quiere; sobre el objeto del querer el hombre no tiene soberanía,
potestad. En su antro pología no hay lugar para deseos de deseos, para deseos de
segundo grado. Esta antropología tiene su fundamento fisiológico, al que nos referiremos
ahora brevemente.
El cuerpo del hombre y el de los animales, como ya hemos visto, está regido por
movimientos internos (internal motions) a los que Hobbes pensó como conatos o
esfuerzos, y a los que denominó apetitos y aversiones según indicaran un impulso hacia
o un distanciamiento de, un objeto. Ahora bien, del hecho de que el hombre (al igual que
los animales) puede sentir alternativamente y acerca de lo mismo, apetito y aversión,
placer y displacer, amor y odio, Hobbes infirió la existencia de la deliberación. Ésta es
definida como la vicisitud de apetitos y aversiones que dura hasta que algo es hecho o
pensado como imposible. Con otras palabras, la deliberación llega a su fin con la omisión
o con la acción, que Hobbes también denomina movimiento voluntario o movimiento
animal. La voluntad es la instancia final, el momento postrero de la deliberación, el
movimiento interno inmediatamente anterior a la acción. Los movimientos internos
establecen mecánicamente qué es placentero/displacentero para un hombre y, en ese
sentido, cuál será el objeto de su querer y cuál el de su aversión. Por consiguiente, el
hombre jamás es responsable del objeto de su deseo, i. e., de su voluntad entendida
como la facultad del querer, sino de su hacer u omitir lo que sus movimientos internos
han pre-fijado como placentero/bueno o displacentero/malo. De ahí que haya definido a la
libertad siempre en términos negativos, como la ausencia de obstáculos al movimiento,
definición que por cierto en nada difiere de la descripción del movimiento de un cuerpo
natural cualquiera: “se entiende por libertad, conforme al significado propio de la palabra,
ausencia de impedimentos externos”;12 o, “libertad significa propiamente ausencia de
oposición, y por oposición entiendo impedimentos externos al movimiento”;13 o,
finalmente, “un hombre libre es aquel que, en aquellas cosas que es capaz de realizar por
medio de su fuerza y su ingenio, no es obstaculizado cuando tiene la voluntad de
hacerlas”.14 Como mucho, si la acción nace de una aversión (v. g. el temor) se podrá
hablar de mala disposición o de repugnancia (unwillingness) al realizarla. Por ejemplo, si
un individuo se compromete a hacer algo ilegal por miedo a ser asesinado, la promesa no
es inválida por el hecho de haberse efectuado bajo una amenaza intimatoria, sino porque
se prometió algo sobre lo que no se tenía derecho. En fin, si miedo y libertad no fueran
12
Ibid., p. 116.
13
Ibid., p. 196.
14
Ibid., p. 196.
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consistentes no se podría obligar a los súbditos a obedecer, pues, por qué habrían de
acatar algo con lo que nunca se comprometieron, habida cuenta que el pacto de sumisión
tiene como fundamento el miedo a la muerte violenta.
V- A modo de conclusión
Hobbes descreyó de las acciones altruistas o filantrópicas, o al menos las supeditó a las
egocéntricas. No postuló, en una época de guerra y declinación, de una burguesía
emergente cada vez más troglodita, una utopía redentora, ni ejerció con desdén y
escepticismo una crítica del género humano como haría décadas después Jonathan
Swift. En la ciencia galileana encontró el fundamento de su filosofía; en el burgués, ese
hombre del deseo liberado, de horizontes casi infinitos, el modelo del Hombre. Lo razonó
como un vórtice de deseos, casi como una espiral de pulsiones de progresión geométrica
ascendente. El miedo a la muerte y a la pérdida de las propiedades, como
manifestaciones del deseo realizado, debía anularse como pavor metafísico al otro, por
un lado, y sublimarse luego socialmente como miedo al castigo, por el otro. El miedo
primordial deviene, en el origen del Estado, miedo al déspota. Hobbes sabía que el miedo
paraliza, anonada, y la relación que pensó entre soberano y súbdito es análoga a la que
se da entre el Dios judeocristiano y sus criaturas; una relación asimétrica en la que a los
últimos sólo les cabe la obediencia ante la palabra irresistible del que ordena.
Bibliografía
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