Grillo, Rosa María - Bergamín en Uruguay
Grillo, Rosa María - Bergamín en Uruguay
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Introducción
Fui peregrino en mi patria
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Bergamín se impone rápidamente como hombre clave del exilio intelectual y como vivaz e
incansable organizador cultural: Presidente de la Junta de Cultura Española en París,
codirector de la misma junto a Juan Larrea y Josep Carner en México, funda allí la editorial
Séneca y la revista España Peregrina, cuyo título, de invención propia, se vuelve símbolo y
lema de una humanidad dispersa, nostálgica, en la incesante búsqueda de una función, de
un público, de una unión firme con el país huésped y de contactos inspiradores con la
madre patria. «¿Para quién escribimos nosotros?», se preguntaba Francisco Ayala,
manifestando el doble exilio de los escritores, privados por la lejanía de España tanto de
—10→ las fuentes inspiradoras como de destinatario: enajenación y aislamiento
profundos frente a los que los intelectuales exiliados reaccionaron con una intensa
actividad política y organizadora.
Para Bergamín se trató del natural proseguimiento de una vida intensamente vivida, cuyos
puntos cardinales son el arte, la cultura, la religión y la política.
Nacido en Madrid en 1895 de padres andaluces, último de nueve hijos, tuvo una infancia y
una juventud acomodadas, en precoz contacto sea con el mundo político (el padre,
abogado, fue varias veces ministro entre el 1912 y el 1922, antes de la dictadura de Primo
de Rivera), sea con el del toreo (a la familia materna pertenecían numerosos toreros), sea
con el literario (sus primeros contactos con Valle-Inclán remontan al 1910 ó 1912, años en
los que podemos también datar su amistad con Gómez de la Serna, con quien en 1915
funda la ‘tertulia del Pombo’). Los ‘maestros’ indiscutibles de la época ya desde su debut le
tributan estima e incitación: El cohete y la estrella (1923), colección de aforismos,
publicada en la ‘Biblioteca de Índice’ con la introducción de Juan Ramón Jiménez, viene
reseñada elogiosamente por Miguel de Unamuno en sus Comentarios, y Antonio Machado
escribe una recensión entusiasta de su primera obra poética, «Tres sonetos a Cristo
crucificado ante el mar» (1937). Publica también teatro (Tres escenas en ángulo recto,
1925, Enemigo que huye, 1927) y prosa (Caracteres, 1926); participa activamente en
todas las iniciativas y manifestaciones que han caracterizado en aquellos años la
‘generación del 27’, de quien es considerado el «mejor comentarista» y «prosista
olvidado». En 1928 se casa con Rosario Arniches (hija de Carlos) y viaja mucho por
Europa, llegando hasta Rusia, aunque el dato principal de estos años es su siempre mayor
empeño político a favor de la República, hasta el punto de ocupar el puesto de Director
General de Acción Social Agraria e Inspector de Seguros y Ahorros en el gobierno
provisional de 1931. No se adhiere a ningún partido político, pero no oculta nunca, sino
que afirma y defiende siempre con tenacidad y orgullo, su fe republicana, su catolicismo, la
amistad con Manuel Azaña y la simpatía hacia el partido comunista. No renuncia tampoco
al papel ya consolidado de crítico literario y publicista: la actividad mayor en este ámbito
seguramente la despliega en la fundación y dirección de Cruz y Raya, prestigiosa revista
que, según el mismo Bergamín, «nació y murió —11→ de y por y con la República del
1931 (...), coincide y se identifica con ella», generosamente abierta a intelectuales y poetas
emergentes, a colaboradores españoles y extranjeros. Es la que, entre todas las obras del
escritor español, mejor evidencia su personalidad e ideología, y se puede considerar
«producto de su creatividad individual» (Sánchez-Epper). Es posible, definiendo Cruz y
Raya, definir también a Bergamín utilizando sus propias palabras: «Cruz y Raya se afirmó
a sí misma como católica y republicana. Esto es, como de católicos y republicanos de
buena voluntad que querían realizarla a la vez con sentido, significado, religioso y
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político». Si a esto se añade «independencia de juicio y libertad de espíritu», el todo en
«un singular entroncamiento de raíz cristiana y católica, pero sin ‘confesionalismo’ ni
exclusión alguna», se tiene un cuadro esquemático, pero auténtico, de la Revista y de su
Director.
Si el golpe fascista causa el fin de Cruz y Raya tras tres largos e intensos años (39
números), para Bergamín significa una pausa de creatividad (salvo los ya citados «Tres
sonetos a Cristo crucificado» y diversos ejemplos de literatura dirigida), una todavía más
intensa actividad política (fue entre otras cosas agregado cultural ‘libre’ de la Embajada
Española en París) y organizadora (fundador y presidente de la sección española de la
Alianza de los Intelectuales Antifascistas, director con Rafael Alberti de El mono azul) y
finalmente el largo y sufrido exilio, vivido siempre en forma agónica, con el deseo de obrar
en modo activo y organizar la resistencia republicana en el país huésped, pero con el
corazón y los ojos siempre dirigidos a su España, trastornada por la guerra y por la
dictadura, pero todavía palpitante y pronta a luchar.
Francia y México, primeras etapas de su exilio, como las de tantos otros, lo ven todavía
activo y combatiente, a la vez que parece reflorecer en él la actividad creadora, casi
exclusivamente en prosa (Disparadero español, 1940, Detrás de la Cruz, 1941, El pozo de
la angustia, 1941, El pasajero, 1943).
Obligado a abandonar de nuevo España en diciembre de 1963, recorre otra vez, como en
una asfixiante espiral sin salida, las etapas de su precedente exilio: Montevideo, París...
Sin documentación, sin identidad, encarna ahora como no lo había hecho nunca antes
aquella figura fantasmal en la que, incluso en tiempos no sospechosos, se había reflejado
e identificado. A pesar de los numerosos reconocimientos que se le han tributado en
Francia (‘Commandeur des Arts et des Lettres’, diversos programas en televisión, etc.) y la
afectuosa amistad de Malraux, escribe poco, principalmente poesía (el ‘diario poético’
recién publicado por Gonzalo Penalva) y en revistas latinoamericanas artículos políticos.
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Una sacudida parece producirle el libertario mayo francés, que él vive tras las barricadas
esperando, tal vez con una ilusión desesperada, que de un movimiento revolucionario
europeo una chispa pudiese cebar finalmente la mecha en España. Pero el monolítico e
impenetrable sistema franquista resiste también a esta oleada, y sólo en 1970, cuando su
enemigo de siempre Fraga Iribarne deja el Ministerio de Información y Turismo, le es
consentido el retorno. Ahora, como en 1958, a la inmensa alegría y fuerza recibida del
«sentir España de nuevo, en su tierra, en su luz, en su aire (...) como si hubiese dejado de
ser un fantasma», no le acompaña la —13→ tranquilidad, ni política ni económica ni
existencial: Bergamín aparece fuertemente marcado por el exilio que, en las palabras de
José Luis Aranguren, es «un no poder vivir plenamente ni allí, en el destierro, ni aquí, en la
patria».
Olvidado por muchos, ignorado por otros, Bergamín muere el 28 de agosto de 1983; sobre
su ataúd la ikurriña, la bandera vasca, recuerda su última quijotesca batalla. El autoexilio
en Euskadi -en oposición al insilio madrileño- es el último síntoma de una irrenunciable
vocación a la integridad y totalidad que ha marcado su precoz militancia política y su
labrada y polimorfa actividad cultural.
Como puede verse de los títulos y de las indicaciones sobre su actividad de escritor dadas
en estas páginas, Bergamín se ha cimentado en todos los géneros y modalidades, del
aforismo al ensayo, del cuento a la prosa lírica, de la poesía de cadencia popular a las
perfectas composiciones en metros y versificaciones cultas, del teatro clásico al
comprometido, experimental y surrealista. En todos ha vertido una poética sólo
aparentemente contradictoria: la agudeza y el arte de ingenio de la tradición conceptista
española y el amor y el respeto por la cultura popular, de la que el analfabetismo
-«denominación común poética de todo estado verdaderamente espiritual»- es elemento
vital.
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Los años transcurridos en Montevideo constituyen una muestra altamente demostrativa de
su peregrinar en la patria y en el extranjero, y las obras allí escritas y publicadas
compendian en modo significativo su entera producción literaria. A diferencia de otros
intelectuales de la España peregrina, el exilio no es materia directa, argumento de sus
obras (salvo, naturalmente, de las periodísticas y políticas), como confirmación, tal vez, de
aquel exilio perenne, metafísico e ideológico del que él, como Lope o Larra, se ha sentido
siempre partícipe y, todavía más, volviendo a la patria «como un extraño en ella; no a ella.
Y no por sus tierras y sus mares y sus cielos, sino por sus gentes. Extraño
peregrinamente, a un mundo humano que no me parece sentir como el mío».
—15→
Los motivos de su traslado a Montevideo los conocemos sólo en parte. Como nos cuenta
él mismo en una entrevista5, al final del curso dado en la Universidad de Caracas en 1947
se vio obligado a examinar a los alumnos, en contraste evidente con sus ideas
antiacadémicas y libertarias y con cuanto había acordado precedentemente con las
autoridades de la Universidad. Esto provocó su dimisión y la necesidad de trasladarse a
otra parte, a pesar de que en Venezuela lo ayudasen -era viudo con tres hijos- su hermano
Rafael y su mujer. De todas formas no —16→ se trató de una decisión improvisada, ya
desde los primeros años 40 tenemos noticias de sus relaciones con el mundo intelectual
uruguayo y de su deseo de viajar a aquel país; con fecha del 22 de agosto de 1940, desde
México, escribe una primera carta a Julio J. Casal6, director de la revista Alfar, en la que
dice textualmente: «Si usted viese por ahí a nuestro común amigo Saralegui7 dele muchos
recuerdos de mi parte y dígale que no olvido su ofrecimiento de llevarme a Montevideo»8.
En carta del 13 de junio del 42, pide expresamente al amigo uruguayo «si ahí en
Montevideo sería posible (...) lo que no lo fue en Argentina; esto es, una colaboración
literaria bien pagada en algún diario» 9. No conozco las respuestas de Casal, pero el
mercado editorial y periodístico uruguayo de la época10 no deja pensar en una respuesta
afirmativa; en Caracas, por el contrario, había encontrado una fuente estable de ganancias
periodísticas colaborando en El Nacional, colaboración que persistirá aun terminado su
exilio americano. Estímulos para su traslado eran no sólo su innato espíritu inquieto y
errabundo y los problemas surgidos en la Universidad de Caracas sino, sobre todo, el
vivaz ambiente intelectual de Montevideo, —17→ el clima de ‘paz social’ que se
respiraba y la invitación de Carlos Vaz Ferreira para enseñar en la Facultad de
Humanidades y Ciencias. La permanencia de Bergamín en Uruguay coincide
perfectamente con los años de ilusión dorada («En la década de los 40, Montevideo era
una irrepetible maravilla y nuestra juventud era tan tonta que creía que eso era la
realidad»11). En efecto, surgen la ya nombrada ‘Facultad de Humanidades’ y la ‘Comedia
Nacional’ (1947), se potencia el SODRE («Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica»), y
se halla en el momento de máxima actividad la ‘generación crítica’, ‘de Marcha’, ‘del 45’, o
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«generación de las revistas». Definición apropiada, esta última12, ya que en aquellos años
proliferan publicaciones culturales como Escritura (1947), Clinamen (1947), Marginalia
(1948), Asir (1948), Número (1949), Mito (1951), Entregas de la Licorne (1953), Alfar, que
con vicisitudes continuó las publicaciones de 1929 a 1954, y Marcha, ya mítico semanario
cuyo apartado literario no puede pasar en silencio dentro del panorama de las revistas
culturales de la época. Como recuerda Ángel Rama, «Uruguay, que casi no existía en las
estadísticas mundiales de producción de libros, en cambio ocupaba uno de los primeros
lugares en consumo de periódicos»13. El apogeo de esta ‘edad de oro’ de la cultura
uruguaya Rama lo individúa en el 1947, resumiendo en las páginas de Marcha la actividad
editorial del año: «Este año hubo un recrudecimiento de las revistas literarias o con
material literario (...). Junto a la generación anterior, que ocupa aún la tierra conquistada,
se levanta esta nueva promoción que alterna la publicación (oral) de sus producciones en
las ruedas de café, con la publicación (material) en los Anales del Ateneo, en Clinamen, en
Escritura, en estas mismas páginas. Hay un inquieto ambiente literario y hay una voluntad
editorial» (26 de diciembre de 1947, número 411, página 15).
—18→
Gracias a la estabilidad política y al bienestar económico14, Montevideo era una ciudad
moderna, tranquila, ‘europea’ y cosmopolita, tanto que, como afirma Fernando Aínsa,
«nadie podía sentirse verdaderamente desterrado o expatriado en el Uruguay de
entonces»15. El mismo Bergamín recuerda que «en aquel momento Uruguay contrastaba
mucho con todo el resto de Suramérica. Es el mejor recuerdo que tengo, y además era un
país de libertades plenas»16.
En setiembre de 1947 Bergamín llega por primera vez a Montevideo, para dictar unas
conferencias («El rostro y la máscara de la poesía en la literatura española», «La
musaraña y el duende», sobre Cervantes, etc.) en las salas del Ateneo y en el Instituto de
Cultura Hispano-Uruguaya17, invitación obtenida a través de Eduardo Dieste18, escritor y
dramaturgo uruguayo que había vivido un largo período en España. Vuelve a Caracas con
la invitación de la Universidad de Montevideo para inaugurar los cursos de la ‘Facultad de
Humanidades y Ciencias’, que era «concebida como un centro de estudios superiores
desinteresados al estilo del Collège —19→ de France»19. Nada más adaptado al
espíritu antiacadémico de Bergamín. Como él mismo recuerda, «Vaz Ferreira me invitó
cuando se enteró de que yo era ‘analfabetista’ 20 y antipedagógico. Mis condiciones eran
que yo no examinaba de nada, en mis clases no se daban diplomas de nada, eran cursos
verdaderamente libres»21. Así, «a partir del 2 de abril de 1948, todos peregrinaron a la
Facultad de Humanidades para escuchar al nuevo guía que dictaba su curso de literatura
española»22. Rápidamente se instaura entre maestro y discípulos un clima positivo que
refleja, una vez más, su interés por los jóvenes y el rechazo a toda oficialidad. En 1948, en
una carta destinada a Justino Azcárate, escribe:
Después de almorzar descanso media hora y vuelvo a la tarea, generalmente a preparar mis clases.
Éstas son dos veces por semana, en la Facultad de Humanidades, ante un público muy numeroso y
distinguido. Suelo hablar hora y media. A veces hago intervenir a algunos oyentes y se entabla el
diálogo (...). Tengo un grupo de muchachas y muchachos que me siguen y acompañan con veraz
interés y cariño. Solemos reunirnos por las tardes a tomar el té en estos deliciosos rincones, muy siglo
XIX europeo. O a cenar después de las clases23.
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—20→
La misma serenidad que se transparenta en esta carta la encontramos en otras del mismo
período:
Por primera vez en América me encuentro enteramente a gusto y sosegado. En parte rejuvenecido;
pues el aire de esos cielos, sus luces, el mar, no solamente me tonifican, más de espíritu todavía que
de cuerpo, sino que me añade una calma y apaciguamiento interior que perdí, trágicamente [en
consecuencia, también, de la muerte de su mujer Rosario Arniches] y no pude recuperar, por muy
diversas causas, en Venezuela24.
Decide fijar su residencia en Montevideo, adonde irán también a vivir sus hijos Fernando y
Teresa, alojados hasta entonces en Caracas, en casa de los tíos27.
Entre los grupos que se van formando precisamente en los años 1947-4836, Bergamín
actúa de aglutinante: «la presencia [de Bergamín] contribuyó a dividir las aguas en la
entreverada cultura montevideana de la época. Se era pro o anti Bergamín»37; pro
Bergamín son los entrañavivistas38 que se reúnen en el «Café Metro» y en casa de José
Pedro Díaz y Amanda Berenguer, en donde está instalada la tipografía de una refinada
editorial ‘personal’, «La Galatea»: Ángel Rama e Ida Vitale, Carlos Maggi y María Inés Silva
Vila, Manuel Flores Mora y María Zulema Silva Vila, Mario Arregui y Gladys Castelvecchi,
Líber Falco. No se puede hablar de un grupo homogéneo, de por sí instalado en el interior
de la ‘generación crítica’ (Rama) o ‘del 45’ (Rodríguez Monegal), sino sólo de una
convergencia, limitada en el tiempo, de intereses culturales y, sobre todo, existenciales, y
de una contraposición, con muchos matices y difuminada, al más compacto grupo de los
lúcidos reunidos alrededor de la revista Número39 y a la figura de Emir Rodríguez —23→
Monegal. Las revistas en las que se reconocían los entrañavivistas eran principalmente
Escritura y, más tarde, Entregas de la Licorne, aunque no faltaron frecuentes incursiones
en Marcha y en Asir.
De estos jóvenes escritores, quien ha tenido una relación más intensa con Bergamín, entre
otras cosas por haber vivido algunos meses con él en la misma casa de Carrasco, es
seguramente Manuel Flores Mora, ‘Maneco’. Su casa, gracias a la presencia cautivadora
del español, se convirtió en un lugar de encuentro cosmopolita; no sólo le visitaban los
españoles exiliados, de paso por Montevideo, sino todo intelectual que visitara la
República Oriental. Como recuerda María Inés Silva Vila, «A Borges lo conocí
exactamente en la mitad del siglo, cuando visitó a Bergamín en la casa donde vivía con
Maneco Flores»40. ‘Maneco’, a la sazón cuentista, crítico, periodista e historiador, a partir
de 1954 abandonó los ocios literarios para dedicarse a la política, que practicó -salvo en el
‘decenio negro’ de la dictadura- hasta su muerte. El suyo fue un periodismo activo,
combatiente, sea en el campo cultural como en el político, y prueba de su vehemencia la
constituyen las numerosas intervenciones en defensa de Bergamín de las que se hablará a
continuación. No sólo en las polémicas, naturalmente, expresa su afecto por el amigo y
despliega su oratoria, siempre convincente pero nunca retórica. Muchas son las ocasiones,
incluso tras la partida de Bergamín, en las que Flores Mora lo cita, a veces únicamente
para dar fuerza a sus propias palabras, otras para subrayar el papel del español, siempre
descollante, muchas veces desconocido o falseado. Así, a propósito de la querella referida
al traslado del Guernica a Madrid, Flores Mora recuerda la génesis del cuadro («Tal vez la
idea nació de José Bergamín, agregado cultural de la España republicana en Francia, en
donde Picasso vivía» 41) y la historia famosa de la «lágrima roja que Picasso entregó a
José Bergamín y Bergamín perdió, no recuerda dónde». En la escritura de ‘Maneco’ la
figura de Bergamín, sin jamás perder sus señas personales reales, se reviste de un halo de
leyenda, como quien está siempre, por su voluntad pero también por la voluntad del
destino, no a la altura de las —24→ circunstancias, sino «a la altura de lo que tiene por
delante», como si le fuese reservada, desde siempre, la prerrogativa de estar presente, y
ser decisivo, en los momentos importantes. Entre las tantas citas bergaminianas42, que
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encontramos en los artículos de Flores Mora, una me parece ejemplar; en un artículo de
fondo del semanario casi unipersonal Radical43, para justificar la ausencia programática de
la página cultural, Flores Mora escribe:
Oh gran maestro José Bergamín, te seguimos leales a ti y a tu aforismo que decía que ‘la cultura de
un hombre se mide por el cesto de sus papeles’. Confiamos que se comprenda, al ver lo chico de
nuestras páginas, cuán grande sin embargo es el cesto de lo que hemos deshechado44.
Pero, «encima de todas las lecciones que prodigó, seguirá siendo para siempre, él mismo,
la lección permanente. Diríamos: la irreparable lección»45.
Mucho de mi acercamiento en simpatía al autor que hoy estudio lo debo a mi querido amigo don José
Bergamín. Algunas de sus conferencias y conversaciones que con él pude mantener, no sólo me
alentaron, sino que me proporcionaron criterios útiles en las primeras etapas de mi trabajo. Si no en
puntos concretos de mi labor, sin duda en el hecho de que hoy esté realizada, reconozco hacia él una
deuda que me complace declarar y agradecer aquí47.
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profundizará en la modernidad de su pensamiento en el interior del debate preconciliar,
escribiendo dos interesantes ensayos 50. Fascinada por el carácter heterodoxo de la
enseñanza de Bergamín, reconoce su inaferrabilidad y su aparente contradictoriedad:
Su ‘locura’ españolísima tuvo un auditorio prendido de una palabra que entre nosotros nadie intentó
siquiera trasmitir (...). Citar y contrahacer las citas era su tarea constante; la nuestra, descubrir la
claridad detrás de sus laberintos51.
—27→
Otro grupo de estudiantes que en los últimos años sigue a Bergamín con profundo interés
lo constituyen Alejandro Paternáin, Renzo Pi Hugarte, Héctor Galmés, Luis Echave, José
Mújica, Nelson Barissone y Guido Castillo. Su punto de encuentro, aparte del aula de la
Facultad, era la confitería ‘La Catedral’. Entre ellos el que más de cerca ha seguido al
maestro y ha sufrido su influencia es Guido Castillo (Carlos Real de Azúa habla de
«fervorosa, disciplinar amistad con José Bergamín, a todas luces la más decisiva influencia
de su formación»54), del que se hablará más adelante. Aquí quiero sólo recordar la
presencia de Bergamín, mistagogo agudo e inquietante, en una densa novela de
desorientamiento juvenil, Las calandrias griegas de Héctor Galmés; en un capítulo casi
autónomo, Adonis, el joven protagonista-narrador, en una cafetería observa a tres —28→
estudiantes 55 que escuchan ávidos las palabras de aquel hombre «extremadamente flaco
y encorvado» cuya «mirada revela una energía extraordinaria, como si la vida toda se le
hubiera concentrado en esos ojos brillantes, pequeños, inquisidores»56. Adonis «ve en
ellos a ‘El Caballero, la Muerte y el Diablo’57 que han venido a consultar al mistagogo, tal
vez con el propósito de trazar un mapa con el itinerario que ha de seguir el Caballero. Y las
cuartillas manuscritas que el mistagogo ha extraído del libro esotérico quizás tengan que
ver con cierto viaje en pos de la dicha»58. Se trata en cambio del manuscrito del
«Intermedio taurino»59 de Landsberg, del que el mistagogo lee un fragmento, y del que se
origina una encendida conversación. Además del pensamiento cristiano y el compartir
ideas y luchas60, a Bergamín y Landsberg les unía un profundo interés por el toreo:
aficionado, crítico agudo, entendedor de la música callada del toreo61 el primero, fascinado
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por su profundo valor simbólico, tras haber asistido a una sola corrida, el segundo62.
También este arte mágico y purísimo, analfabeto, ha sido asumido por Bergamín en su
enseñanza heterodoxa. Además de su personalísima interpretación:
—29→
el arte de torear (...) no tiene técnica ninguna. No es deporte. No es juego deportivo, sino artístico de
veras, es decir, creador, poético, y lo es (...) porque se trasciende por la invisible presencia mítica y
sagrada de la muerte63
En las corridas de toros el animal desempeña el papel del hombre y el hombre el de una divinidad
arcangélica: el demonio (...). Con el matador, gran sacerdote mistagógico de la fiesta, la muerte hace
su aparición en la plaza64.
Pero la desesperada voluntad de vida del toro es vana si no se incluye en una óptica
cristiana: «El hombre no desespera jamás por completo mientras vive; pero la certidumbre
de una posible victoria sólo se encuentra en la vida cristiana»65.
A partir de ahora, su poesía será siempre íntima y trascendente a la vez, diario poético que
se vuelve atemporal y búsqueda de lo esencial; pese al compromiso vital e intelectual que
marcará su actitud, la suya será una palabra poética fuera del tiempo72 aunque firmemente
insertada en el tiempo de su sueño, en su tiempo y espacio interior.
Aun desconociendo esa continuidad que sólo ahora podemos reconstruir73, siempre se ha
hablado de esa condición perenne, íntima y —32→ profunda, de poeta: «¿Qué otra cosa
que poeta es don José Bergamín? El crítico poético, el dramaturgo poético, el poeta
creador de aforismos (...). Poeta por encima de todo, y el máximo crítico creador vivo en
nuestra lengua»74. En efecto, como se verá más adelante, sus ensayos y sus prosas son
fruto de una interpretación creativa y poética de los autores y de los temas tratados, en los
que siempre se refleja el poeta Bergamín, que, hablando de los otros, se muestra a sí
mismo; pero sólo una vez establecido en París, sintiendo próximo el regreso a España, y
gracias también a la intervención inspiradora y liberadora de la joven uruguaya, el
«atormentado lírico intelectual»75 que es Bergamín ha podido realizar con coherencia y
continuidad su vocación precoz hacia la expresión lírica directa.
—33→
La desilusión
La vida de Bergamín parece desenvolverse en modo tranquilo y sereno hasta que -al
aumentar de intensidad la guerra fría a nivel internacional y al radicalizarse las posiciones
dentro del antifranquismo en exilio- su viaje a Polonia le provoca disensos y dificultades
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que, con el tiempo, lo convencerán de abandonar Uruguay.
En 1950 Bergamín, Rafael Alberti y María Teresa León76 deciden participar en el Congreso
por la Paz en Sheffield, Inglaterra. Por las presiones de diversos gobiernos, el congreso no
se pudo celebrar allí y, luego de una forzosa estancia en el aeropuerto de Northolt, donde
se encontraron con otros participantes en el Congreso, pudieron proseguir todos juntos
hacia Varsovia, donde se iba a celebrar el Congreso gracias a la intervención del Comité
Polaco de la Paz. Alberti nos describe la alucinante experiencia en el «bar de
concentración» (la definición es de Bergamín) del aeropuerto inglés de Northolt, que debía
representar para los tres la antesala del regreso a la vieja Europa, nuevamente libre y
democrática 77. Al regresar Bergamín a Montevideo, tras una breve estancia en París,
comienzan los problemas; en el clima ya encendido de ‘caza a las brujas’ se le acusa de
ser comunista y se le destituye de su encargo en la Universidad. Tras una discusión en el
Parlamento sobre el ‘caso Bergamín’ se le reconfirma su contrato, pero su óptima relación
con Uruguay, que había creado en él la ilusión de poder seguir viviendo serenamente en la
República Oriental, ya se había roto.
De todas formas, no es éste el único incidente que amarga los últimos años de Bergamín
en Montevideo, aunque indudablemente a su regreso de Varsovia la situación se agrava y
parece que ya no pueda ser posible una serena estancia en Uruguay.
—34→
Seguramente la polémica que implica más dramáticamente a Bergamín -hombre e
intelectual- es la concerniente a Margarita Xirgu78, ya sea por la notoriedad y la grandeza
intelectual de los contendientes, ya sea porque, del motivo ocasional -el rechazo de la
actriz para interpretar La niña guerrillera de Bergamín- se pasó a consideraciones más
generales sobre el exilio y sobre el comportamiento político de los exiliados. M. Xirgu no
interviene directamente en la polémica; se encontraba en Chile y, que yo sepa, no ha
publicado ningún desmentido o rectificación 79. Su versión de los hechos tendría que
coincidir con la de Justino Zavala Muniz, Presidente de la ‘Comisión de Teatros
Municipales’ y contraparte de Bergamín en un intercambio de cartas publicadas en El
País80. Tras una lectura en casa de amigos de La niña guerrillera, Zavala Muniz concuerda
con Bergamín la inclusión de la obra en el programa de ‘La Comedia’ y su representación
en el Teatro Solís, bajo la dirección de M. Xirgu, quien sería también la protagonista. La
actriz acepta y la obra aparece en cartelera. Transcurre el tiempo y no se habla más del
proyecto. En lo que se refiere a las causas que provocan la cancelación de La niña
guerrillera del programa de ‘La Comedia’, Zavala afirma que se trata sólo de problemas
técnicos (el retraso con el que la actriz volvió de Chile no permitió la preparación de la
obra), mientras para Bergamín las verdaderas razones las podemos hallar en una
entrevista de M. Xirgu en El Debate en —35→ setiembre de 1949: «Hay una incidencia
en la obra que constituye una nota de mal gusto, de carácter partidista en la lucha interna
española que no puede interesarnos teatralmente»81. Se trata de reservas más políticas
que artísticas, que, leídas junto a otras declaraciones de la actriz en las que refleja su
deseo de volver a la España franquista, hacen pensar en un proyecto premeditado:
renunciar a su imagen mítica -pero peligrosa- de ‘actriz de la República española’. Es este
posible nexo el que hace que se dispare la polémica; en Marcha Manuel Flores Mora
subraya el significado «de defección a la causa republicana implícito en la vuelta a España
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de cualquier emigrado ilustre. El mismo hecho de volver implica (...) hacer el ‘juego
político’ al Caudillo, entregándole un argumento nuevo para sus aseveraciones sobre la
pacificación española por él lograda»82. A la insinuación de un lector de Marcha83 de un
posible rechazo de la actriz por motivos artísticos, Flores Mora recuerda que la obra había
sido «juzgada favorablemente, anunciada como parte del programa de la Comedia y que
sólo fue retirada después de las declaraciones de la Xirgu».
darle un desahogo a la pasión política -y religiosa- española (...). A este desahogo de pasión política y
religiosa en el escenario, en el teatro, llamaban los griegos (...) purificación. Con este intento de
purificación de pasiones -¿qué más trágico desahogo?- —36→ quise servir en mi obra y con mi
obra -como con mi vida- la causa popular de España84.
Sólo en modo marginal afronta el problema de las ideas políticas de la actriz; pero con las
palabras de Zavala («pienso que si Margarita Xirgu ha dicho que desea volver a España,
no ha cometido ninguna culpa en ello»85) se desencadena, no tanto la vena polémica de
Bergamín, cuanto su extrema sensibilidad hacia todo lo que tiene que ver con la necesidad
de oponerse en un modo total al franquismo:
Mi deber de español es advertir a Margarita Xirgu, como a todos los españoles que pudieran dejarse
engañar por la mentirosa propaganda franquista, qué digo, del error terrible que cometen, no
solamente para sí, sino por servirle de máscara engañosa a los crímenes del franquismo dentro de
España, para aumentar con esa máscara silenciadora de la verdad dos tremendos males; dentro de
España, la impunidad de los delitos y el abandono de las víctimas, suponiendo que ya no las hay; y
fuera de España, la hipócrita campaña de silencioso olvido del caso trágico español, como si la
agonía de nuestro pueblo, hoy más dolorosa que nunca, hubiese cesado, y España, con los
enterrados, vivos y muertos dentro de ella, y los desterrados -también vivos y muertos- fuera de su
suelo, hubiese pasado a la historia86.
—37→
Para afirmar que «España no está muerta» no se debe volver «haciendo el juego político
al Caudillo», sino hacer oír la propia voz, tener vivo el recuerdo -y el problema- de España:
«Mis armas son la voz y la palabra: voz viva, palabra verdadera. Por eso no vuelvo: para
no ahogarlas»87.
15/37
parecen por lo menos sospechosas, tendenciosas, insertas en un retrato desmedidamente
enconado que refleja una mal escondida antipatía personal. En efecto, tras haber afirmado
que Bergamín «carecía en absoluto de todas esas dotes con que los buenos oradores
catequizaban a su auditorio», refiere algunas afirmaciones que él atribuye a Bergamín que
me parecen gratuitas y excesivas, llenas de una acrimonia que jamás había demostrado
en otras ocasiones, ni entonces ni sucesivamente: «Aquí ya no me queda nada más que
hacer; tengo la impresión de que la gente está cansada de oírme. Y (...) le confieso que ya
me siento muy enfermo de uruguayitis»91.
Efectivamente, también en Montevideo, como en otros lugares del exilio español, habían
echado raíces antiguos rencores y divisiones políticas: en la misma ciudad operaban la
‘Comisión española para la defensa de la paz’ (de la que era presidente Bergamín, afiliada
16/37
a ‘España democrática’) y el ‘Centro Republicano Español’, ignorándose recíprocamente o,
como en esta ocasión, en abierta oposición. Ya en 1951 el grupo directivo del ‘Centro’, en
una carta publicada en El Plata, había acusado a Bergamín de presidir una asociación no
representativa de la entera «colectividad española», sino sólo del «sector totalitario-
comunista de nuestra colonia»97. La respuesta de Bergamín no se hizo esperar, pero,
rechazada por El Plata, fue publicada en la sección «Cartas de los lectores» de Marcha.
Aparte de algunas consideraciones y reservas sobre el papel y la representatividad del
‘Centro’, esta carta contiene una explícita declaración y una defensa de la propia posición
ideológica y política:
—40→
Ni soy comunista, ni me ofende que me supongan serlo; pues si, por mi solitaria independencia moral
de español, de escritor, libre de todo compromiso político de partido, como por mis creencias
religiosas, estoy muy lejos del marxismo, teórico o practicante, no lo estoy, como español, de quienes
pelean por mi patria con ejemplar generosidad y heroísmo, dentro y fuera de España, como vienen
peleando los comunistas españoles, que no tienen que anteponer, supongo, a su patriotismo, ningún
ideal social, político o económico que lo contradiga; como yo no antepongo mis creencias de cristiano
católico a esa, tal vez, pasión mía, dolorosa pasión española, a la que he sacrificado mi vida entera98.
El 12 de octubre de 1951 la misma sección «Cartas de los lectores» hospeda cuatro cartas
(firmadas respectivamente J. Carmona Blanco99, Un criollo de tantos, El sismógrafo, Un
lector) comentando la de Bergamín, todas críticas en referencia a sus simpatías hacia el
comunismo, polémica que constituye un pedazo indispensable de la historia del exilio
republicano español pero que sobrepasa los límites de un estudio sobre los aspectos
culturales de la estancia de Bergamín en Uruguay. En la misma línea se inserta un largo
artículo del escritor español, motivado por el escrito anónimo «La ingenuidad de ciertos
pacifistas», publicado en un diario de Montevideo, que lo había atacado por su compleja
posición política. No obstante el título cautivador, ‘literario’ («El Ingenuo, el Perspicaz, el
Embozado y la Pantalla»100), que podría hacernos pensar en —41→ una farsa, o en un
juego, se trata de un artículo estrechamente político, sobre la paz y la guerra, cuyos
protagonistas son USA, la URSS y el Vaticano, implicados en un sutil juego de
enmascaramiento de la real voluntad de imperialismo, paz y rearme.
17/37
Un último eco de las polémicas que han implicado el nombre de Bergamín en Uruguay lo
encontramos en 1959, tras su regreso a España. F. Ferrándiz Alborz, en la página literaria
de Acción del 29 de noviembre, lo acusa de ser comunista y, al mismo tiempo, de haber
vuelto a España, contradiciendo con hechos cuanto había expresado en la polémica con la
Xirgu. También en este caso Manuel Flores Mora toma su defensa en Homenaje a José
Bergamín, combatiente, resume las acusaciones que una a una le han dirigido y formula
una arenga apasionada y afectuosa, compendio de una vida y de su «acrobática
coherencia»102:
Se acusa a Bergamín de ser católico, de ser comunista, de ser un ‘católico al servicio del —42→
comunismo’, de haber atacado a Margarita Xirgu, cuando ésta quiso volver a España hace algunos
años, de haber vuelto él mismo a España, después (...). Si acusar a Bergamín de comunista es, en el
mejor de los casos, ridículo, ‘acusarlo’ de católico es absurdo. Siempre lo fue y siempre lo ha
proclamado. Esto le habrá conquistado el odio de los anticatólicos, pero bueno es consignar que no le
ha faltado tampoco el odio de los católicos, particularmente desde que en la hora trágica de España
levantó su voz purísima para enfrentarse a todos los católicos, a la jerarquía eclesiástica toda y al
Papa mismo, que apoyaban a Franco 103.
Debe citarse también, por deber de crónica, un episodio de la difícil relación entre
Bergamín y Juan Ramón Jiménez cuando éste fue a Montevideo en agosto de 1948 para
dar dos conferencias104. Los precedentes se conocen105 y se insertan en la historia de la
generación del 27, con los tonos encendidos de una revuelta generacional contra un
maestro indiscutido pero tiránico106, obsesivamente celoso de las nuevas adquisiciones y
de los nuevos númenes a quienes se dirigían los jóvenes poetas. La versión que Bergamín
da de la ruptura personal con Jiménez —43→ («Juan Ramón atacó muy duramente a
Lorca, Alberti, Guillén, Salinas; yo le dije que cambiara de conversación, pues eran mis
amigos, pero él insistió añadiendo a Prados, Altolaguirre y Cernuda, calificándolos como
‘mariconcillos de playa’. Le dije que no podía escuchar una cosa así (...)»107) coincide con
cuanto sale a la luz sobre el desencuentro de ambos en Montevideo. En aquella ocasión,
cuenta Rafael Alberti, Bergamín afirmó «que estaba dispuesto a verlo. Pero Juan Ramón
me hizo decirle que si consentía retractarse de todo, publicándolo antes en algún
periódico, lo recibiría. Se lo comuniqué así a Bergamín, quien, entre divertido y molesto,
me dijo que él no tenía que retractarse de nada. Y lo mandó definitivamente a paseo»108.
En una carta entregada a Clara Silva, para que la hiciese llegar a Bergamín, Jiménez
rectifica en parte lo que cuenta Alberti, pero confirma la versión dada por Bergamín sobre
las causas de la ruptura:
Alguien (que no es la persona a quien doy esta nota) ha preguntado que si yo acogería
amistosamente a José Bergamín si él se acercara a saludarme. Para darle la mano a José Bergamín,
yo no necesito rectificación alguna de su crítica negativa sobre mi escritura, desde el año de la
aparición de Cruz y Raya, ni ninguna reafirmación de la afirmativa que inició en El Cohete y la
Estrella. Me basta una carta particular en la que me asegure que es cierto que yo le pedí, hacia 1927,
que no me trajera a mi casa a un poeta, amigo común, tachado públicamente de homosexualismo y
por el hecho preciso de esta mala fama. Y que sus insinuaciones repetidas, desde entonces, sobre mi
posible narcisismo intelectual, que acepto y he —44→ definido, no tuvieron relación ninguna con el
homosexualismo de los cuatro otros poetas a quienes señalaba entonces como discípulos míos, ni
con el homosexualismo en sí109.
Bergamín asistió a las dos conferencias de Jiménez, pero se guardó bien de acercarse a
él, aunque confesó a José Pedro Díaz que lo habría hecho con agrado. Tampoco participó
en una reunión en casa de Díaz, en donde, en honor del poeta de Moguer, olvidando
110 18/37
polémicas personales, acudió toda la joven inteligencia uruguaya110.
—45→
Bergamín deja Montevideo para establecerse en París y de allí ‘preparar’ su vuelta a
España, que se produce en diciembre de 1958. Como había escrito años antes, sus armas
son la voz y la palabra, y no renuncia a ellas en los años españoles aun conociendo el
peligro que esto significa. Primero algunos artículos publicados en El Nacional, en
polémica tanto con Fraga Iribarne como con Indalecio Prieto, luego el Manifiesto de los 102
intelectuales contra la represión de una huelga de mineros en Asturias114 (Bergamín fue el
primero en firmarlo) determinan su condena. Amenazado de muerte, se refugia en el
Monasterio de Guadalupe115 hasta que interviene Flores Mora, en la época diputado
colorado de viaje por Europa, que le obtiene asilo político en la Embajada Uruguaya de
Madrid. De allí, gracias a la intervención de numerosos intelectuales y hombres políticos
(Malraux, John Kennedy, entre otros) y del mismo gobierno uruguayo, obtiene un visado
para un único viaje con destino obligado: Montevideo, adonde llega el 1 de diciembre del
63. No obstante el recibimiento festivo116, no se resigna a la idea de una permanencia
prolongada lejos de España; rechaza el ofrecimiento de la ‘Facultad de Humanidades’ de
reanudar la enseñanza interrumpida 9 años antes117 y acepta la hospitalidad de Carlos
Armand’ Ugón, antiguo amigo suyo y de Pereda en el inolvidable Carrasco.
......................................................
19/37
En los siete años de estancia en Uruguay, además de enseñar en la Universidad y de dar
innumerables conferencias, Bergamín colabora en numerosas publicaciones periódicas,
pero no participa en la redacción de ninguna a pesar de la experiencia madurada en veinte
años de asidua y apasionada intervención en la organización y dirección de un gran
número de revistas en España y en México, desde La Gaceta de Arte a Cruz y Raya,
desde Hora de España a El mono azul y España Peregrina. Tampoco publica libros, sólo
numerosos ensayos, algunas poesías y dos obras teatrales en las principales revistas
uruguayas, por lo que el análisis de dichos escritos, con frecuencia jamás vueltos a
publicar y difíciles de encontrar, es indispensable para reconstruir su camino intelectual y
poético.
—47→
Sobre todo, había publicado varias veces en la revista Alfar, tanto en su etapa española
(1921-1927) 124 como en la uruguaya (1929-1955). Fundada por Julio J. Casal en 1921 en
La Coruña, en donde ejercía como Cónsul de Uruguay, a partir del número 61, octubre de
1929, se publicó en Montevideo, con la misma innegable elegancia formal, esmerada
tipografía125 y una preponderante superioridad del material artístico —48→ (diseños,
fotos, reproducciones, ensayos) sobre el literario. Trazar un perfil de Alfar no es simple,
debido a la ausencia de una línea de programa o de una tendencia explícita; fuera de toda
polémica generacional o de corrientes, su director generosa y acríticamente aceptaba «lo
que con un poco de insistencia le ofrecían»126. Por lo tanto, junto a obras notables y
nombres significativos (Supervielle, Hemingway, Alberti, Guillermo de Torre), se
encuentran obras de discutible valor literario. Pero es sobre todo en la abundante sección
de las reseñas en donde parece alojarse no un convincente espíritu crítico sino la
generosa actitud del propio Casal127. A pesar de esto, Alfar ha sido una revista atenta a
todos los fenómenos y aspectos de las artes americanas y europeas, y en su larga vida ha
perseguido siempre la ‘unidad de las artes’, predicada por muchos pero difícilmente puesta
en práctica, que justo en aquellos años y en la misma Montevideo, indudablemente con
mayor coherencia, Torres García trataba de llevar a cabo en su ‘Taller’, y en las páginas
primero de Círculo y Cuadrado y luego de El Removedor128.
20/37
En 1942 Bergamín publica, por primera vez, en Alfar montevideano: «Europa y el
caracol»129, cuatro sonetos dedicados a Rafael Alberti (n. 80, s. p.). Se trata de poesía
invectiva y satírica, en la misma línea de los —49→ romances del Mulo Mola y del
Traidor Franco, aunque mitigada y contenida en la severa malla del endecasílabo. Del año
sucesivo es Las cuatro esquinas del sueño130 (n. 82, 1943, s. p.), en el que Bergamín
examina motivos y razones del derrumbamiento del sueño imperial español: «¿En el
sueño de la muerte se despierta España al ver desvanecido su sueño imperial de este
mundo como ficción y como sombra, como ilusión y frenesí mortales?». Se trata de un
ejemplo brillante de la escritura ensayística de Bergamín, poéticamente creativa más que
sencilla y fríamente crítica, en la que las citas y las referencias cultas funcionan de
estructura portante, de pedestal dorado de su pensamiento que, como el pajarito de sus
dibujos y dedicatorias, pizca aquí y allá para permitirse vuelos siempre más altos y
totalmente personales, imprevisibles e irrepetibles. Ensayos que deben leerse -lo sugiere
el mismo Bergamín con el primer subtítulo, España Peregrina- como una metáfora del
sueño español de aquellos años, el sueño de una gran aventura cultural y política -la
España de la República como lo fue la España del Imperio- que se derrumbó porque era
un sueño imposible de alcanzar por la España real.
En el número siguiente se publican tres sonetos de Bergamín con el título común «La rama
viva» y con un verso de Lope por epígrafe («¡Oh —50→ rama al viento leve!»): sonetos
clásicos, luminosos, en los que aletea el tema barroco de la caducidad de la vida y de la
naturaleza; a pesar de que no sea la métrica y el sentimiento popular los que inspiren
estos versos, sino formas y temas cultos, la palabra poética se mantiene lejos del barroco
conceptista y exuberante de su prosa; una característica de toda su obra poética sucesiva
será, justamente, la extrema transparencia, linealidad, musicalidad del ritmo y de la
palabra, que revelan el eco profundo de la poesía popular española, pero que ocultan
siempre, como en este caso, la misma profundidad de pensamiento y los mismos temas
existenciales que subtienden la prosa barroca de sus ensayos132. A los sonetos siguen
Arabescos de sombras, una densa colección de breves prosas disparatadas, éstas sí
conceptistas, oscuras e iluminantes al mismo tiempo. No se trata de los disparates
clásicos, que al explotar mantienen su lógica interna, íntima, «forma inventiva, creadora,
poética del pensamiento»133, en los que «los extremos se tocan y se entienden. Se
identifican. Polarizan, por decirlo así, un idéntico y contradictorio, dramático sentimiento y
pensamiento de la vida, al expresarla de manera tan extremada»134. Arabescos de
sombras lo constituyen en cambio prosas articuladas y explícitas en las que con frecuencia
es una cita o una afirmación propuesta como categórica la que provoca el «chispazo del
disparate». Un lampo o una señal que viene lanzada, dotada sólo de algún indicio más
respecto al disparate clásico, pero que de todas formas, una vez alcanzado el lector («el
135 21/37
disparate es explosivo: choca con nosotros y al chocarnos denota»135) requiere de éste
una aguda obra recreativa y reinterpretativa. Sólo una frase -una cita de «uno de los más
extraordinarios sonetos líricos barrocos de Calderón»- es suficiente para transmitirnos una
ecuación condensada que, eliminando pasajes intermedios, mezcla poética barroca y
refrán popular:
—51→
‘Lo que nos queda es lo que no nos queda’, autodefinición barroca. Pero por lo mismo mucho más. La
omisión del pensamiento al emitirse resuena de vacío, de su propio vacío; y hace posible, de ese
modo, llenándose de su vacío, otra resonancia trascendente: la de la voz, popular, de Dios (n. 87,
1948, s. p.).
Este número puede considerarse un homenaje al poeta apenas llegado a Uruguay ya que,
además de sus obras (poesía y prosa), se publican también los juicios de Jacques Maritain
(«José Bergamín, c’est la folie du poète et la folie du chrétien», sin firma, pero
notoriamente del filósofo francés), de Antonio Machado, Azorín, Pedro Salinas, Dámaso
Alonso y Jean Cassou. Constituyen, como el anterior artículo de Landsberg, una
excepción a la regla, generalmente respetada, que prevé la publicación en Alfar sólo de
«trabajos rigurosamente inéditos». Evidentemente tanto la amistad de Casal por Bergamín,
como el deseo de acoger y presentar del mejor modo posible al expatriado español,
justifican una derogación a una norma presentada como rigurosa. Son juicios lisonjeros,
que subrayan la profunda, arraigada e intensa influencia del conceptismo barroco en
Bergamín (Machado, Salinas), la constante de la «luz poética y la claridad de su religión»
(Dámaso Alonso), el sufrimiento por la suerte de España (Jean Cassou) e individualizan
una característica de toda su obra: «la energía ligera, en oposición a la pesadez, a la
pedantería, a la presuntuosidad, a la hinchazón y a la redundancia» (Azorín).
Parece que, en estos pocos números de Alfar, Bergamín se haya ya expresado en todos
los campos literarios que habitualmente frecuentaba (poesía satírica y culta, prosa
ensayística y disparatada) y que todo se haya dicho de él (Landsberg, Machado, Salinas,
Alonso, Cassou, Maritain, Azorín). En cambio, el n. 89 (1949) nos ofrece una pequeña —
52→ joya, una auténtica rareza: un cuento, el único que ha escrito Bergamín136, La noche
buena del guerrillero, en el que una anécdota violenta, de denso contenido ideológico y
político, viene transfigurada casi en una fábula gracias a una fuerte carga religiosa y a una
prosa simple, lineal, cotidiana y poética, justo como las fábulas fuera del tiempo y del
espacio. El acto de amor de la mujer del guerrillero rechaza toda connotación política: la
nochebuena, el nacimiento de Cristo y el llanto del niño se repetirán todavía y en diversos
lugares recordando para siempre el sacrificio de Cristo y de la mujer: «No cesa de lloviznar
con el alba. Tras la máscara impenetrable de la neblina que blanquea -todo es nube
cerrada- empieza a clarear el día. La palpitación luminosa del corazón del niño que llora
pulsa su precipitado latido en la invisible estrella». En este cuento nada queda de la
exuberante prosa barroca de Bergamín, que con una increíble intuición y técnica ha
alcanzado una rara coherencia de estilo y género, conquistando también en la escritura en
prosa aquella musicalidad y transparencia propias de su mejor producción poética137.
138 22/37
En el ensayo Las ideas liebres138 (n. 90, 1950) Bergamín reanuda un tema tratado
precedentemente en España, objeto, entre otras cosas, de un artículo publicado en Alfar
durante la época gallega. Tras haber analizado varios modismos ligados a la ‘idea’ («tener
idea de algo», «no tener idea», «ni la más leve idea», «ideas libres o liebres»), pasa a
examinar un —53→ libro de Heinrich Heine, Alemania, que algún tiempo atrás lo había
fascinado («nostalgia de apasionada lectura adolescente») y que ahora, al contrario, lo
«ha desilusionado un poco»:
Han amarilleado las páginas de este libro admirable, secándose, arrugadas, como hojas muertas (...)
y, sin embargo, estas ideas de Enrique Heine conservan su color, su perfume. El poeta, que temía
encarcelarlas en un libro, al dejarlas correr libremente nos las transmitió intactas.
Pero como siempre en Bergamín, un libro, una cita, un pensamiento, son sólo un trampolín
para lanzar sus divagaciones, sus consideraciones de alcance universal que superan,
traspasan, hasta hacerlo olvidar, el dato contingente. Una historia de las ideas, de cómo de
libres que eran («Durante el siglo diez y nueve (...) las ideas corrían y recorrían el mundo
libremente -huideras y burlonas, como liebres») se embalsamaron, se esclerosaron,
dejaron de ser «esos ligeros seres corredores y fugitivos, nómadas misteriosos y
desvelados de nuestro más fantástico pensamiento» para volverse
¿Y Heine, entonces, ha sido sólo un pretexto? Cierto que no. La lección que Bergamín ha
sacado de la lectura de Alemania, transmitida a través de ideas liebres que nos constriñen
a jadeantes arranques y subidas por pendientes no siempre de fácil acceso, es que si,
detrás del filósofo, estaba vivo el poeta, sus ideas jamás podrán reducirse a «nutritivos —
54→ pasteles ideológicos», a pesar de que sucesivamente hayan sido confeccionadas y
mistificadas con artificios, es decir traicionadas:
¡Pobre, admirable Heine, que no había nacido para carcelero de pensamientos, para ideólogo
religioso o político, para verdugo espiritual de la palabra humana! Proscrito, desterrado siempre de la
barbarie ideológica de una pavorosa Alemania que él profetizó (...), sus palabras viven y reviven para
nosotros, refugiándose en nuestra conciencia por la poesía que las resuscita de entre las páginas
amarillentas, arrugadas, marchitas de su frágil libro fantasmal.
Para evitar este peligro, Bergamín ha dejado siempre sus ideas en libertad, en ingeniosos
aforismos o en recorridos laberínticos, sin jamás buscar elaboraciones sistemáticas y
afirmaciones categóricas:
Hay que correr las ideas como las liebres, no para cogerlas, sino para verlas correr. Y no seguirlas -
perseguirlas- demasiado, para no acabarlas139.
Este ensayo sobre Heine, seguramente uno de los más atrayentes y agudos de Bergamín,
se inserta en aquel discurso para él usual contra la alfabetización, el encasillamiento, por
parte de organismos oficiales y de manipuladores ideológicos, de ideas liebres, del
pensamiento y la cultura popular, de la misma fe y religión; dogmatismo e ideología son
23/37
sólo formas distintas en las que se quieren encarcelar ideas, esperanzas, pueblos —55→
y poesía. En La decadencia del analfabetismo había expresado lo mismo refiriéndose a la
poesía popular, libre, contra la poesía pura, intelectual:
Y ciertamente un poeta, un creador como Bergamín, no puede permitir que sus ideas
liebres sean cazadas, sean encarceladas, sean esquematizadas y sean absorbidas en un
pastel. Libres, creadoras, punzantes e indomables son, en efecto, «Las malas verdades»,
colaboración de Bergamín al último -a causa de la muerte de Casal- número de Alfar141 (n.
91, 1955), nuevo florilegio de prosas, del tipo de Arabescos de sombras. Verdades
indiscutibles, explosivas, chocantes, nunca banales o rebajadas, que siempre encuentran
resonancia profunda en el lector, despertando, dando forma poética a sensaciones,
convicciones y sentimientos latentes en cada uno de nosotros. Disparates lapidarios,
fulmíneos («Una creencia que no deja lugar a dudas, no es una creencia, sino, más bien,
una supersticiosa credulidad»), o prosas más articuladas, explícitas (la que trata del arte,
por ejemplo, o de la oposición entre «máscara» y «peluca», que «al enmarcar al rostro
humano lo transforma para —56→ no ocultarlo, dándole una nueva revelación»), están
todas sujetas a la misma férrea coherencia interna: en apariencia sólo juego de palabras,
que en cambio esconden una íntima verdad superior, del corazón de la pasión más que de
la inteligencia, porque «Las verdades de la razón no son las razones de la verdad». Y
ninguna razón puede presidir la creación de una «obra de arte [que] como la criatura
humana, nace de irracionalidad y muere de intelectualismo». El disparate viene a ser la
forma en que Bergamín exprime en modo privilegiado y, diría, con la máxima libertad las
ideas fundamentales de su visión del mundo, dolorosamente contradictoria. Utilizado en
forma lúdica e irónica por Gómez de la Serna, que lo institucionaliza y le confiere dignidad
literaria autónoma -ya no, por tanto, únicamente actitud o estilo142, sino elección
programada de un género- el disparate adquiere en Bergamín una dimensión
transcendental y trágica:
¿Qué mayor y más puro disparate que encarnar el Verbo divino en lo humano; hacerse Dios hombre y
padecer y morir como hombre, sin dejar de sernos divino? ¿Qué más sublime disparate que el del
cristianismo?143
Como cristiano, Bergamín sufre y soporta este irreducible disparate de la esencia divina y
humana de Cristo, que se traduce, en el creyente, en el eterno dilema del estar
contemporáneamente dentro y fuera del mundo, de ser carne y espíritu, de creer y aspirar
a la justicia divina y a la humana. Es en la mística española y en la tradición popular que la
oposición se resuelve en mágica poesía y es a éstas a las que Bergamín pide sanción e
inspiración: el clérigo y el juglar mezclan las cartas y se intercambian los papeles,
revitalizando el lenguaje popular y popularizando el culto. El —57→ disparate
bergaminiano responde siempre a estas instancias, bien como reescritura de frases y
versos clásicos, sobre todo barrocos («Ahora que estoy más cerca de la muerte / me
parece que estoy mucho más lejos»144, de clara inspiración mística), bien como
24/37
reapropiación y manipulación de expresiones y dichos populares a los que, aportando
mínimas variantes sintácticas o léxicas, Bergamín da vida de nuevo reestableciendo
íntegra la originaria tragicidad implícita en el lenguaje popular («Cuando se tiene la cabeza
a pájaros / hay que andarse con pies de plomo», o «la duda y la fe son el ritmo vivo del
pensamiento»145).
—[58]→ —59→
Siguen, del número 4 al 7, las intervenciones de Bergamín reunidas bajo el nombre de «La
máscara y el rostro». Abre la serie un disparate típicamente bergaminiano que, partiendo
de una cita de Nietzsche («La mejor máscara es el rostro») explica el por qué del título de
la reseña: «¿El rostro es la máscara del hombre porque enmascara una calavera, porque
es la máscara de la muerte? Máscara de cristal, por dentro; de sangre, por fuera» (n. 4,
abril-mayo de 1948, p. 62). Se trata de prosas breves y punzantes, a veces auténticos
microensayos sobre el arte, sobre el toreo, sobre la «ética y política de la burla» en
Cervantes y Kierkegaard (n. 4, pp. 63-4), que defienden siempre el derecho y la necesidad
de la paradoja, que está en la base no tan sólo de estas prosas suyas disparatadas sino
también de toda su poética:
La paradoja es para el pensamiento como un paracaídas; porque lo salva del peligro, provocándolo,
paradójicamente. Es naturalmente peligroso pensar en paradojas como es peligroso arrojarse al vacío
en paracaídas; pero es mucho más peligroso lo contrario: pensar sin ellas, arrojarse al aire sin
paracaídas como el apasionado pensar sin paradojas (n. 4, pp. 64-5).
26/37
Melusina arranca de la nueva Melusina de Goethe, cuento que no escribió nunca hasta el final de su
vida, en sus Memorias, pero que lo contaba siempre para provocar contestaciones de los oyentes y
hallando siempre muy diversas sus interpretaciones por la sencilla razón, nos dice Goethe, de que su
obra, y ése es su secreto, no ha querido tener y no tiene sentido ni significación ningunos. Siguiendo
este criterio, mi Melusina es puro teatro, pura máscara, pero máscara transparente en la cual cada
espectador —63→ puede hallar la significación que él quiera; porque su autor no le ha dado
ninguna153.
Obra particular, conocida sólo por los especialistas, es, según Ricardo Domenech,
«acercamiento profundo a -y de- los clásicos (...), la mejor obra dramática de Bergamín
(...), un deliberado pastiche, una ‘réplica’ del teatro del Siglo de Oro»155. Una ‘réplica’
creativa en la que «brilla asimismo el don poético y la inventiva de Bergamín», que
convierten esta obra en «una creación dramática verdaderamente singular, infrecuente,
con todos sus elementos barrocos, religiosos, ceremoniales y poéticos»156. Melusina
ejemplifica de la forma más evidente la concepción antinaturalista que Bergamín tiene del
teatro, puro artificio, a veces lúdico a veces trágico, no mímesis que se traiciona a sí misma
sustituyendo a la realidad. Recordar siempre al espectador -y al lector, ya que afirma que
sus obras son sobre todo «teatro para leer»157- que se trata de un juego; como escribe
José Monleón, «su mundo es deliberadamente intelectual, su —65→ principio es el
juego, su ley la ironía, su filosofía la convicción de que sólo la máscara, la convención,
pueden llegar a generar la vida»158. Esto se corresponde con la verdad sólo si entendemos
27/37
juego e ironía como artificio y distancia. En efecto, hay otro aspecto consistente de su
producción teatral (La hija de Dios, La niña guerrillera, Medea la encantadora, ¿Adónde iré
que no tiemble?) en el que la representación, aun conservando como características
sustanciales ‘la teatralidad’, la máxima transparencia de la ficción y de los mecanismos
escénicos, la ‘máscara’ como elemento fundamental, recupera su sentido trágico originario
de purificación de pasiones, de compromiso cívico.
Éste me parece el dato característico -como siempre antinómico sólo en apariencia- del
teatro de Bergamín: tragedia total, catártica, o invención y diversión lúdica, fin en sí misma,
juego verbal o escenográfico 159, experimentalismo vanguardista. Única condición,
imprescindible, que agrupa toda su producción teatral, confiriéndole unidad de fondo y de
intento, es la presencia del lenguaje teatral, pura ficción, que se realiza sólo en la máscara,
sea ésta de «cristal» o de «sangre»160.
—[66]→ —67→
28/37
inmediato, con fines didácticos, y una sección reservada a las colaboraciones de los
estudiantes del Liceo de Mercedes, se puede comprender el tipo de política cultural que se
perseguía en las páginas de esta revista.
También en Asir, como en Alfar, hay una especie de presentación de Bergamín, firmada
Doelia Citera Faroppa, en ocasión de dos conferencias dadas en el Liceo de Mercedes
(«Rubén Darío y la generación del 98» y «Cervantes y la novela picaresca»). Es una
presentación bergaminiana, brillante e intuitiva y, si bien en tono exageradamente
elogiador, casi paradójico (cada verso inicia con «UNA palabra que (...)»), rinde el clima y
el entusiasmo que Bergamín suscitaba en un auditorio atento e interesado:
UNA palabra que es el escritor, el maestro, el hombre, porque de ellos nace, que es José Bergamín, y
José Bergamín, en esa sencilla y espontánea modestia que se asusta al tener, que revela la grandeza
de su frase, el alcance extraordinario de su pensamiento, el poder milagroso de su angustia, la labor
constructiva de su fe, que lo llevaría a descubrir a España, a la de Cervantes o García Lorca, en un
amanecer americano o en la lóbrega noche sobre suelo tiranizado, si —69→ alguien pudiera
robársela del regazo de su cláusula (...). Cuando Bergamín habla, la emoción, el latido del minuto es
suyo (n. 6, noviembre de 1948, pp. 232-3).
De julio de 1949 es la primera contribución del escritor español, una densa prosa
ensayística, «Mariposas muertas»165, en la que revoletea, como las mejores obras
bergaminianas, una simbiosis congénita e imprescindible, eso que él mismo llama «el
mágico polvillo volador de pensamiento y de poesía» (n. 10, julio de 1949, p. 6). Introducía
este escrito una nota de Guido Castillo, redactor de la revista, que da las coordenadas
históricas («Bergamín hace más de un año que se encuentra entre nosotros», p. 3) y ético-
culturales del escritor:
La historia religiosa, política y poética de Bergamín revela un encendido afán por la verdad entre las
verdades ilusorias, y un franco regocijo por las verdaderas ilusiones. Bergamín es un fervente católico
y, por católico, un ardoroso defensor de la libertad del pueblo español, el cual, aun en sus rebeldías y
negaciones, desnuda su raíz cristiana que si se hunde en la angustia crece para un incesante amor y
una infatigable convicción en el hombre (...). Bergamín es un ensayista que terminó en poeta, un
pensador que perdió la cabeza, condición imprescindible para convencer al prójimo que pierda la suya
(p. 3).
Sus escritos sobre Lope, Cervantes, Quevedo, Góngora, no son nunca, como pueden parecer a
primera vista, ensayos literarios (juzgados por muchos un tanto caprichosos); no son nunca
investigación, ni análisis, ni crítica de lo poético, sino ellos mismos creación poética completa; no son
un razonado comentario suyo a tal o cual obra de otro, sino irrazonada, inspirada obra propia166.
Una vez más, como en Alfar, Bergamín publica e introduce escritos ajenos, y así en el n.
13 (diciembre de 1949), bajo el título de «Pecho al aire», con una muy breve nota
introductoria suya, se publican una carta de Unamuno y una de Landsberg a él dirigidas:
en la primera, desde el exilio de Hendaya, Unamuno exprime un doloroso sentimiento por
«el colapso letárgico de mis compatriotas» (p. 5); en la segunda, con fecha de enero de
1939, Landsberg destaca el enorme significado histórico y el valor paradigmático de la
lucha del pueblo español en defensa de la civilización —71→ y de la libertad del
hombre, y el sentimiento de gratitud de cuantos no habían sabido oponerse en un modo
adecuado a la tiranía nazi: «Para todos nosotros, la guerra española ha sido un primer
rayo de luz en la oscuridad. Acabe como acabe, ha salvado el honor de la humanidad. Al
mismo tiempo, nos ha revelado a los alemanes todo el alcance de nuestra culpabilidad» (p.
8).
Bergamín, talent scout y crítico atento de la generación del 27168, no escatima tampoco en
Uruguay consejos y apoyo a poetas y escritores emergentes; entre éstos, elogia a Ricardo
Paseyro, quien había dedicado al «maestro, amigo» su primer libro de poesías, Plegaria
por las cosas169, en cuya cubierta se reportaba un comentario del mismo Bergamín: «Este
libro juvenil de Ricardo Paseyro tiene acento lírico propio, inquietud viva de la forma, afán
de profunda poesía». En el número 18-19 de Asir (dic. 1950-en. 1951), Bergamín publica la
«Carta abierta a Ricardo Paseyro», en la que le da las gracias por la «amistosa
dedicatoria» y profundiza «aquel lacónico juicio (...) que usted transcribe» (p. 15). Esta
carta no es sólo un brillante elogio de la poesía del uruguayo, el reconocimiento de «un
formal, formalísimo empeño de profundizar, hasta el fondo, por las palabras, la poesía,
hasta donde quema; afán de tocar y sentir, quemándose, la luminosa brasa» (p. 16); es
también una explícita defensa de la actitud del joven poeta:
30/37
En los números 27-28, 29 y 32-33 (mayo-junio y noviembre de 1952 y mayo-junio de 1953)
se publican las tres partes de un ensayo fundamental de Bergamín, «El lenguaje lírico de
la poesía», límpido ejemplo de «crítica citacional»172, en el que el autor trata como propias
las —73→ citaciones ajenas, tejiéndolas y asimilándolas con sus agudas observaciones
y recreando, incluso en el texto crítico, aquel «lenguaje lírico» que es objeto de su estudio.
Moviéndose entre la música y la pintura, entre Eluard y Dante Gabriele Rossetti, entre
Aristóteles y Leonardo, Bergamín subraya el carácter temporal, sinestésico, espiritual y
material al mismo tiempo, de la poesía lírica, cuyas formas «evolucionan, se transforman o
trasmutan en el tiempo, con el tiempo, proyectándose ante los ojos del alma, haciéndose
oír del tercer oído, como una experiencia espiritual de la materialidad del tiempo mismo,
como una realidad, por serlo de espíritu, temporalmente viva» (n. 27-28, p. 15). Tras una
amplia incursión sobre la esencia de la poesía lírica, dedica particular atención a Fray Luis
y a Herrera, al diverso uso que hacen del lenguaje lírico Renacimiento y Barroco,
subrayando semejanzas y diferencias entre los dos poetas y las dos escuelas, y al
petrarquismo que tantos «falsificadores literarios» han intentado imitar, en los siglos,
logrando sólo utilizar el alfabeto y la gramática, «sin un ápice de poesía» (n. 32-33, p. 10).
Prosa densa y estimulante, como nota Omar Prego Gadea en las páginas de Marcha173,
no obstante una no siempre perfecta ósmosis entre contenido y forma. Es que en éste,
como en otros ensayos bergaminianos, se evidencia la aparente contradicción entre la
ligereza del lenguaje, la aparente desenvoltura y desempeño de la palabra, y la seriedad y
concreción de su pensamiento, que, ya en 1934, Pedro Salinas había individualizado con
agudeza:
—74→
La obra es rica, y también oscura, y por ahí sus méritos se emparentan estrechamente con sus
defectos, su valor de pensamiento con su hermetismo de lenguaje (...). Pero ese lenguaje es de muy
difícil, de casi penosa comunicación, donde ésta debe establecerse entre el actor y el espectador, y no
entre el escritor y el lector. Por los labios de sus personajes habla la dialéctica bergaminiana, que
juega con el enigma y todavía a una velocidad que muchas veces lo hace indescifrable175.
31/37
—75→
Bergamín menciona sólo esta recensión, dando gracias al autor y lamentándose del
silencio que ha acompañado la representación. No nombra, en cambio, un artículo ácido
de Verdoux (seudónimo de Mauricio Müller) en Marcha del 9 de abril, otra pieza de la difícil
relación instaurada entre el semanal de Carlos Quijano y Bergamín. Éste, en la «Carta a
Guido Castillo», tras haber dado las gracias al director, el español José Estruch, a las
actrices Beatriz Massons (Creusa) y Dahd Sfeir (Medea)176, sobre todo a ésta última, que
«me descubrió a mí mismo una prodigiosa, mágica Medea» (pp. 3-4), y haber recorrido la
génesis de su obra, pasa a analizar el significado del «lenguaje andaluz», que es en
realidad un «lenguaje teatral lírico trágico»:
mientras escribía, mejor diré paría, daba a la luz apenas en unas cuantas horas de angustiosa,
dolorosa agonía, ésta, explosivamente trágica, Medea la encantadora, me encontré sorprendido con
que mi Medea la encantadora hablaba en andaluz (...) hablaba el lenguaje espiritual de mi sangre (p.
8) 177.
—77→
Ya desde el primer número, doble (n. 1-2, 1953), dividido en dos secciones (la primera es
el homenaje al poeta francés), encontramos la escritura de Bergamín, con una singular
«Nuestra sombra no apaga el fuego», que, profundizando y dilatando algunas
afirmaciones de la «Presentación» de Susana Soca (sobre el profundo amor que Eluard
alimentaba por la lengua y la literatura españolas), juega con un verso del poeta («notre
ombre n’éteint pas le feu») y su traducción española («nuestra sombra no apaga el
fuego»), para llegar a la conclusión de la imposibilidad de traducir la poesía: «Cuando el
poeta sensibiliza de tal modo -como Eluard- el poder mágico de las palabras en su lengua
propia, estas palabras llegan a nosotros como recién nacidas, puras, inéditas, intactas. No
se pueden cambiar por otras» (p. 20).
33/37
Lo que yo quiero escribir es la invención de mi vida, pues mi vida ya la he vivido y no tiene remedio, no
se puede vivir de otra manera; ahora quisiera perder esa memoria que siempre ha sido buena, para
poder contar inventando, porque una vida que sea una biografía no tiene interés alguno para nadie,
incluso la de los grandes poetas cuando es realmente biográfica es poco interesante (...). Con
recuerdos y con olvidos, sobre todo, es como hay que inventar la vida si se quiere dejar un testimonio
de lo que ha tenido sentido y valor. Lo importante es ese valor, ese sentido como un expresivo —
80→ testimonio de la vida, que ya no es mi vida sino la vida que a través de mi vida yo he vivido, lo
que no sería historia científica ni filosófica, sino historia poética, novelesca 185.
Acto único de un drama jamás escrito es, por tanto, «Ahora que me acuerdo» (incluso este
título es indicativo del particular ‘pacto autobiográfico’ estipulado por el poeta), no
invención de una vida sino reconstrucción poética de ésta, modernamente transgresiva del
principio de linealidad y del de causa-efecto propios de la escritura autobiográfica
tradicional. Bergamín no abandona jamás ni la prosa poética ni el equipaje cultural,
‘citacional’, que siempre lo acompaña (ya los versos puestos como epígrafe recuerdan su
extracción bivalente, popular-barroca: «El que quiera ver mi muerte / traiga una luz
encendida» -Romancero- y «Como un esqueleto vivo / como un animado muerto» -
Calderón-), ni el propósito de escribir, como siempre, del hombre interior:
—81→
Encontramos así las raíces inextirpables de su fe («Desde mi adelgazada, esquelética
infancia, memorable o memorizable, me siento, o sentí, sin saberlo, esqueléticamente vivo
para Dios», p. 54), del amor («Aquella pueril iniciación de la perdición amorosa, le reveló a
mi infancia, no ya la presencia invisible, dentro de la cárcel corporal, como en una tumba,
de un vivo esqueleto irreal, inexistente, hecho de sombras y de sueños, sino la aventura
trágica de vivir para él, de tener que vivir para él, para formarlo, para darle vida», p. 59), y
de la íntima consonancia con la cultura popular española, conjugada en un segundo
momento con el estudio apasionado de la literatura barroca, hasta el punto de convertirse
en las dos caras de la misma moneda, indisolubles, del Bergamín poeta e intelectual:
oía contar a las criadas historias reales o cuentos fantásticos de los pueblos de donde venían. Estas
cosas, como su diálogo, con su diferencia de tonos y acentos (...) creo que fueron educando mi oído -
dada la profunda atención de mi silencio infantil- en una riqueza de lenguaje español a la que debo
más, tal vez, que a mis devoradoras lecturas posteriores de adolescente, la formación imaginativa de
mi propio vocabulario parabolero. Un cierto gusto, diré que barroco, por las palabras, y por sus infinitas
posibilidades de expresión imaginativa, por su enorme poder de evocación fantástica, creo que la
debo al contacto vivo de aquel lenguaje popular que escuchaba, de niño, oyendo la charla inagotable,
como fuente viva de figuraciones y sentidos poéticos, de las mujeres de los pueblos (p. 64).
34/37
En ningún otro escrito me parecen más presentes que en éste, condensados, motivados
por la infancia, individualizados críticamente y —82→ después transfigurados, olvidados
y reinventados, los motivos fundamentales de la poética de Bergamín.
La virtud mágica del recuerdo puede engañarnos fácilmente si no la manejamos con cautela. Porque
las imágenes y figuraciones que nos evoca tienden a precipitarse por salir a la luz, unas antes que
otras, para hacerse reconocer por la conciencia. Y lo que es más grave, suelen interceptar el paso a
las sensaciones de que nacieron, o con las que nacieron, evocando un mundo de imaginativas
complejidades aparentes, entre las cuales se desliza, como un gusanillo corruptor de esas mismas
sensaciones e imágenes evocadas, la sutileza enredadora de nuestro juicio. De manera que, —83→
a veces, se sobreponen, con tiempos y espacios diferentes, las figuraciones del recuerdo, no por
obedecer al encanto vivo con que las promueve el alma en nosotros, por la memoria, sino a esa
especie de conceptuación prematura, de clarificación o cristalización racional que nos anuncia su
presencia, como su paso fugitivo, por quedarse solo con su huella, con el vestigio imperceptible, fuera
de esa misma conceptuación racional que digo de su paso: huella, vestigio mortal siempre para el
poder ilusorio de los recuerdos (p. 62).
Cada palabra del lenguaje lleva tras sí, al arrancarla de su terreno o lugar propio, común, extrapoético,
múltiples ramificaciones, raicillas, antes invisibles. El poeta, al desarraigar la palabra, analiza o
descompone esta complicadísima arquitectura vegetal para transponerla -componerla- trasplantarla,
arraigándola de nuevo en el sitio propio o lugar poético que le corresponde. A veces, el poeta modifica
estas raíces verbales, —84→ dirigiéndolas a la absorción de jugos más profundos 187.
Mi Medea no es humana, no tiene pasiones, no es una mujer. Es una Diosa (...). La novedad de la
pieza es el diálogo de Creusa, una criatura humana, con Medea la divina, que no aparece en las
Medeas clásicas. El amor de Medea es un amor divino que no tiene nada que ver con el sexo, con la
generación mortal. Y, por eso, mata a los hijos, porque niega su propia maternidad, porque ella es
divina, inmortal188.
—85→
a su autor nada se le escapa, y (...) que ha dicho casi todo sobre casi todas las cosas y (...) que, sin
embargo, podría seguir diciendo sin término. Porque es virtud mágica de los —87→ grandes
poetas -y Bergamín lo es, en prosa y en verso- poder ir al fondo de las cosas sin agotarlas ni
anularlas, sin romper ni dañar su clara superficie (...). Escriba de lo que escriba (...) Bergamín tiene la
virtud de ir infaliblemente al centro de la cuestión palpitante, el vicio de poner siempre el dedo en la
llaga. Este instinto u olfato para las esencias indefinibles y desconocidas suele incomodar y hasta
irritar a muchos tranquilos académicos y respetados pedagogos que desconfían de esa infatigable y
gozosa facilidad para caminar sin esfuerzo ni jadeos por las sendas más estrechas y empinadas del
espíritu. Y lo más enojoso es que aquí no existe un método que pueda ser explicado y aprendido,
porque el método -el camino- es nuevo para cada nueva pregunta, e inseparable de ella (n. 12, 1959,
p. 135).
Con la muerte de Susana Soca se interrumpen las Entregas de la Licorne, pero sale un
último número (el 13.º, que englobando en la numeración las tres Licornes parisinas, lleva
el n. 16), editado por Guido Castillo en 1961 como «homenaje a Susana Soca». No falta en
él la voz de Bergamín, que, junto a Borges, Supervielle, Jorge Guillén, Giuseppe Ungaretti,
María Zambrano y tantos otros, recuerda a la autora de «bellísimos poemas leves,
misteriosos, enigmáticos y, al mismo tiempo, de simple sencillez» (p. 13) y la «misteriosa
criatura» que de sus viajes había recibido linfa vital para su poesía, basada en «lenguajes
profundos, secretos, permanentes» (p. 14) de los «Paisajes del recuerdo» (así el título).
37/37
Visor de obras.
cervantesvirtual.com/obra-visor/exiliado-de-si-mismo-bergamin-en-uruguay--0/html/ff941c44-82b1-11df-acc7-
002185ce6064_26.html
—[88]→ —89→
un Tirso de Molina cualquiera; tan lopista explícito como implícito Calderón. Lope de Vega no podía
escribir ya, a esas fechas (1632), este Don Juan, porque acababa de escribir la Dorotea, suma y
cumbre de su donjuanismo vivo y poético, con su don —90→ Fernando y su don Bela. Tampoco
podía escribirlo todavía Calderón, porque iba a empezar por escribir, con esa fecha aproximadamente,
La vida es sueño, dándonos con su Segismundo, en cierto modo, la contrafigura sombría del Burlador
(p. 102).
Bergamín no se limita, en su amplia disquisición sobre Don Juan y sobre las páginas
críticas por él suscitadas, al panorama español. De Kierkegaard a Mozart, de Da Ponte a
Moliére, de Byron a Puskin, Don Juan realiza algo parecido a un viaje al infierno,
traicionando y traicionándose cada vez, recuperando significados y papeles distintos,
adaptándose a -o adaptando a sí mismo- diversos registros poéticos y corrientes literarias:
1/44
Pero esta máscara vacía por la que hemos oído tantas voces distintas de música, poesía y
pensamiento, por la que hemos escuchado la palabra triste y moralizadora de Moliére, clara de
Mozart, oscuramente estremecida de Byron, melancólica de Puchkin y Lenau, cruel, fantasmagórica
de Balzac y Mérimée (...) cuando vuelve su faz a España, de la que saliera, no tan sólo parece que
vuelve de Europa como un pasajero cansado, sino que nos parece a los españoles como si volviera
del Infierno (p. 118).
la faz de esa máscara byroniana se vuelve española de nuevo en nuestro Espronceda del Estudiante
de Salamanca, cambiando su —91→ nombre enmascarador, como es sabido, por el don Félix de
Montemar, y transformando el encuentro con la Muerte por su identificación, trágicamente molieresca,
con la femeninidad amorosa y desesperada (...). Y será de nuevo en la obra misteriosa y
religiosamente supermoralizadora de Zorrilla -drama religioso y fantástico le llamó su autor- donde, por
identificarse enteramente con la tradición española popular, el auténtico y original don Juan Tenorio
sevillano, reaparezca (...) como para que le reconozcamos mejor, a esa su luz de la estrellada
nocturna, para volver a desenmascarársenos de su nombre como en un principio; para volver a ser
Don Juan de nuevo hasta dejar de serlo; hasta ser un hombre sin nombre como el primitivo Burlador
(p. 118).
En el año 1951 Bergamín basó su curso de Literatura española en «Nueve viajeros del
Infierno»; en el n. 9 de la Revista de la Facultad (1952) publicó, como en el caso de Don
Juan, una parte del curso, y más exactamente un ensayo sobre «Rojas, mensajero del
Infierno», extremadamente denso y, en cierto modo, ‘académico’, con un desarrollo lineal,
notas, puntuales referencias ausentes en otros escritos suyos, perfectamente coherente
con la circunstancia (curso universitario) y el medio (revista académica). «Viajero del
Infierno» casi desconocido, Rojas «desaparece enteramente tras su escenario fabuloso,
cuya realidad de verdad infernal es tan profunda y poderosa que acaso ninguna otra nos
ha manifestado su presencia figurativa, su ilusión dramática de vida, con tanta fuerza» (p.
161). En esta crítica de la crítica, crítica citacional puntual y explicativa, ha pasado revista a
cuantos nombres ilustres se han cimentado con esta obra misteriosa y fascinante y han
tratado de entender, de hacer vivir, el absurdo y al mismo tiempo humano amor y drama
de Calisto y Melibea, y la innecesaria pero poéticamente indispensable Celestina. Azorín y
Azaña, Menéndez Pelayo y Juan Valera son los puntos de partida para dar más tarde libre
2/44
entrada a un ‘himno al amor’, al amor y a los amantes de cualquier tiempo y lugar, en el
que la muerte sella la eternidad de su unión «porque le otorga a los amantes, de una vez -
de una sola vez para siempre, para siempre jamás- la eternidad espiritual del amor, la
perduración infernal del amor que ellos quieren» (p. 72). Incluso en un ensayo, como
decía, tan ortodoxo, en el fondo poco bergaminiano, unido al tema y a la concreción del
tema, no podía faltar, naturalmente, la paradoja máxima, conclusiva, que nos da cuenta del
título del ensayo y de la grandeza de la tragicomedia:
Es la muerte la que hace inmortal al amor de las parejas amorosas; la que les da la gloria de un
infierno eterno como destino (...) cuando quisieron una eternidad de vida para su propio amor (p. 72).
—93→
Bergamín no se colocará jamás delante o enfrente de una obra -ése es siempre el mal lugar del
ensayista, del crítico-, sino que lo veremos circular amorosamente por ella, por entre sus pasillos, sus
habitaciones, sus patios, no para medir y pesar las virtudes o las faltas, no para reconocer excelencias
o descubrir caídas, sino algo así como para tocar, diríase, tierra firme de esa «esenciabilidad
sustancial de la poesía» que él sabe encerrada allí 195.
Nos inquieta (...) pensar que la respuesta poética de Cervantes y Shakespeare coincida en oponer el
silencio y la soledad, enmascaradores, a la experiencia infernal de sus vivos espantos. Y la afirmación
de la locura, de una razón que tan expresamente se quiere perder en esos infernales laberintos, para
salvar la verdad humana de sí misma; como si en el mundo que les rodeaba, como en el Infierno
dantesco, los hombres hubiesen perdido no solamente la razón, sino el entendimiento (il ben
dell’intelletto). Esto es, que hubieran perdido el entendimiento de un mundo humano a fuerza de
haberlo querido racionalizar de divino (n. 13, p. 108).
Es, sin embargo, Quevedo el ejemplo máximo del poeta infernal y senequista: «aprendiz
de estoico, aficionado al estoicismo, estudiante humilde de su doctrina, asistido por ella,
comparte esta afición, este aprendizaje, este estudio, esta asistencia, con su creencia
cristiana. En él se nos ofrece, de este modo, el mejor ejemplo, no solamente literario o
filosófico, sino vivo, de aquel dualismo estoico-cristiano que se dijo inherente a toda la gran
literatura española. En Quevedo, esta dramática —96→ dualidad toma conciencia de sí
misma» (n. 13, p. 121). Si bien cristiano, y profundamente creyente, ha buscado en la
doctrina estoica «guía, defensa y consuelo, en las dudas, trabajos y persecuciones».
Precisamente para afirmar su fe «en el secreto de su dolido corazón llagado [pedía a la
doctrina estoica] defensa y consuelo, si no guía, de su propio sentir y pensar cristiano» (n.
13, p. 122). En Quevedo se concreta la síntesis, dolorosa como «una quemadura (...)
sobre el corazón», del Infierno estoico y del Infierno cristiano. El Infierno más doloroso y
trágico de cuantos existan, ya que no es sólo ilusión mítica cristiana, sino también realidad
de verdad; estoicamente, «en sus burlescas visiones infernales nos dice el poeta, entre
burlas y veras, que el mundo en que somos o vivimos (...) y en el que somos o estamos
con los demás (...) es un mundo al que desenmascara la muerte (...) y cuyo rostro
verdadero, es el del Infierno; un mundo que es sólo una máscara vacía, cuya resonancia
de silencio y soledad es una plenitud de negación, de nada, de Infierno» (n. 13, p. 123).
Las páginas finales de este extenso y denso ensayo se enlazan a las palabras iniciales, a
4/44
la dicotomía presentada al comienzo, entre realidad de verdad e ilusión de mito; dicotomía
que viene resuelta trágicamente y quemando como «tierra candente de ese fuego
infernal», por el español, cristiano y estoico Quevedo, que ha escrito el Buscón,
«asombroso libro picaresco, y el más extraordinario acaso de los libritos de ascética
estoico-cristiana que tenemos en español: La cuna y la sepoltura (cuna y vida, muerte y
sepoltura) o Doctrina para morir» (n. 13, p. 129).
—97→
Entre las revistas ‘menores’ nacidas y muertas en los años en que Bergamín permaneció
en Montevideo, a las que no les ha faltado jamás su apoyo, debido a su actitud disponible
y su atracción por lo ‘nuevo’ (e indudablemente su nombre podía constituir un óptimo
trampolín de lanzamiento para revistas y escritores ‘jóvenes’), podemos recordar Mito (2
números entre setiembre de 1951 y marzo de 1952); en el segundo número se publican
«Nocturnos»198 (no incluidos en las Poesías completas), dos poemas sobre el amor y la
soledad, que confirman las tendencias que dominarán la producción poética bergaminiana
posterior, independientemente de la forma elegida -cerrada o abierta, verso corto o largo-,
lenguaje ‘llano’, natural, próximo a la tradición oral y popular aun cuando se inspira en
temas y contenidos conceptistas. En el mismo número encontramos trabajos de Amanda
Berenguer y José Pedro Díaz, lo que hace pensar en una revista nacida en el ambiente del
5/44
«Café Metro»; los nombres de los redactores (María Luisa Torrens, Luis Vignolo, Erwin
Reizes, Mario Otero y Dany Duprey) no eran entonces relevantes y es imposible por lo
tanto identificarlos con un ‘grupo’ o una tendencia199 (los dos primeros han figurado en el
cuerpo de la redacción de El País).
—99→
Que las revistas efímeras y periféricas puedan convertirse en tumba silenciadora de lo que
allí se había publicado, lo demuestra la revista Signo -Literatura Plástica Música Historia-,
cuyo número único se publicó en San José en enero de 1952. Revista provinciana, por lo
tanto, como Asir, pese a la presencia entre los redactores de los montevideanos Juan E.
Pivel Devoto, Mercedes Ramírez, Guido Castillo. En este número único se publican seis
densas hojas de «Motes, Enigmas, Dichos, Coplas» de José Bergamín, casi un muestrario
de su polifacética escritura fragmentaria, en total treinta y cuatro mini textos. Es difícil
discernir lo que es inédito de lo que se había publicado o se publicará luego, puesto que
las publicaciones de Bergamín se cruzan y aparecen en diversos lugares con diferentes
títulos; aquí el problema se agranda por el carácter fragmentario y variado de los textos,
pero hemos podido averiguar que por lo menos once han encontrado su lugar en
Duendecitos y coplas, el libro que, publicado en 1963, recoge su producción poética de los
años 1952-1962, y que, junto con Rimas y sonetos rezagados de 1962, señala su regreso
a la poesía. Hay diálogos que repiten o anuncian temas de sus obras teatrales, como los
del «Profesor y Hamlet» y del «Profesor y Petrarca» -publicados en Duendecitos y coplas-,
principalmente la crítica juguetona a la filología ampliamente desarrollada en Los filólogos,
farsa de 1978, donde juega con las palabras y sus sentidos literal y metafórico invirtiendo
las relaciones entre vida y literatura, vida y teatro, escritura y representación:
—100→
(Signo, n. 1, 1952, p. 22)
Hay también prosas y poemas muy variados: coplas
populares, poemillas filosóficos, retahílas, breves meditaciones que, como las de «La
máscara y el rostro» publicadas en Escritura, explotan a partir de un disparate. Entre tanta
variedad, el tono que se impone es el burlón, desenfadado, que juega con las palabras y
las tuerce y retuerce para conseguir efectos de ‘extrañamiento’, para obligarnos a
reflexionar y desentrañar sentidos y sinsentidos del habla cotidiana y devolverlos a su
sentido primigenio, poético y popular, no ‘literaturizado’.
Pero, en el último mini texto, detrás del juego vuelve insistente el tema desgarrador de
España:
6/44
Como España en la voz de sus cantares,
—101→
Atento, escrupuloso, metódico, frío, distanciado del objeto de su estudio, atraído por los
experimentos vanguardistas y por la literatura inglesa y norteamericana más que por la
latina y mediterránea, moderado en política y ajeno a preocupaciones sociales, dominó,
como escribe Alberto Paganini, «la técnica del book reviewing: analizar un libro con
precisión y agudeza, ordenar datos parciales en visiones más generales; ir de lo particular
(...) a lo general (...) sin errar el blanco de la intención, sin descuidar el dato menudo»206.
No podía por lo tanto reconocer en Bergamín a un ‘maestro’, como tantos coetáneos
suyos, fascinados no sólo por la profundidad de su pensamiento, sino también por el halo
de héroe romántico y quijotesco, por su hablar barroco, por sus juegos de palabras, por su
histrionismo, por la absoluta ausencia de orden que permitía, y obligaba, al lector y al
oyente a seguirle en tortuosos pero fascinantes recorridos.
7/44
Las relaciones personales entre los dos no fueron fáciles, ya sea a consecuencia de
amistades y enemistades con terceros, principalmente Julio J. Casal y Juan Ramón
Jiménez, ya por las diferencias de carácter, de formación cultural y gustos literarios, ya por
el resquebrajamiento entre los grupos de Asir y Número y de los lúcidos y los
entrañavivistas; Monegal y Bergamín siempre se encontraron en frentes opuestos.
—103→
Durante sus frecuentes ausencias de Montevideo, Monegal era sustituido por otros
intelectuales, no siempre de la misma tendencia o escuela, lo que explica la extrema
irregularidad de las contribuciones de Bergamín a la revista, y también la presencia, a
veces distantes sólo de algunas semanas, de críticas sumamente elogiosas y otras
demoledoras. En otro lugar he analizado detalladamente esta difícil relación207, aquí me
limitaré a analizar las obras del escritor español y algún caso evidente de disparidad de
opiniones.
Durante los meses de jefatura de Mario Benedetti (de julio a octubre de 1949) Bergamín no
publica nada; sucesivamente (octubre 1949-junio 1950) Ángel Rama se alterna en la
dirección de la sección literaria con Flores Mora, y prontamente reaparece el nombre de
Bergamín; el 30 de diciembre de 1949 se publican algunos fragmentos del primer acto de
¿Adónde iré que no tiemble?210 (n. 510, pp. 12-13), «acción dramática en tres jornadas»,
en el que, al dolor individual de doña Beatriz al recibir la noticia de la muerte de su esposo
Alvarado, gobernador de Guatemala, se une el drama de la población, trastornada por el
terremoto y abandonada por doña Beatriz, incapaz de reaccionar a su propia tragedia. El
barroquismo conceptista de Bergamín también está presente en esta obra, si bien, como
sucede con frecuencia, ‘resuelto’ con versos con cadencia popular y como diluido en
refranes y estribillos de rápida recepción. Estos fragmentos representan una ulterior
prueba de la creatividad teatral de aquellos años, y desmienten la afirmación de Silvana
Savini, según la cual «la producción dramática de Bergamín fue una faceta marginal de su
actividad literaria y se podría circunscribir al período del exilio, tras la guerra civil, al
reflejar, por encima de todo, las especiales circunstancias sociales e ideológicas de su
personal situación de exiliado»211. En efecto ni Melusina y el espejo ni Medea la
encantadora reflejan el estado de ánimo contingente del autor, como, en cambio, sí lo
hacen La hija de Dios y La niña guerrillera, escritas y publicadas en los primeros años del
exilio mexicano.
—106→
Ángel Rama reseña con palabras elogiosas algunos escritos publicados por Bergamín en
revistas uruguayas212, mientras Rodríguez Monegal, una vez de regreso a Montevideo y
reintegrado a su función, trunca «Moralidad y misterio de Don Juan»213. Si bien motivadas
por obras diferentes, y por tanto confrontables sólo indirectamente, me parece útil
contraponer algunas opiniones de los dos críticos que, escribiendo del mismo autor, e
individualizando los mismos elementos caracterizantes, nos dan juicios e imágenes
opuestas. A propósito de Melusina y el espejo, Rama afirma que:
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esta obra (...) como todas las suyas, presenta un rostro enmascarado (...) de tal modo que el lector
capta su varia riqueza, la trascendencia de sus afirmaciones, cuando logra adentrarse en este mundo
palabrero en que nada está dicho porque sí, en que el juego vivaz revela una construcción firme y
unitaria, totalizadora, de la realidad, y también de la fantasía (n. 524, 28-4-1950, p. 15).
Más allá de la mera apariencia de aquel ‘mundo palabrero’, Rama individualiza una
profundidad de pensamiento y una lógica interna, tal vez difíciles de descubrir, pero
seguramente estimulantes y fecundas. Monegal, en cambio, reafirma su juicio netamente
negativo sobre la escritura bergaminiana: «Moralidad y misterio de Don Juan»
puede considerarse un excelente ejemplo de crítica literaria ejercida a través de la paradoja, del
retruécano, de la etimología caprichosa o —107→ de la mera fruición verbal; algunas intuiciones
sostenibles sobrenadan en este flujo barroco no siempre estimulante (n. 540, 18-8-1950, p. 15).
El único comentario posible es que este escrito bergaminiano se sitúa lejos de cualquier
‘mera fruición verbal’, atento y ligado, en cambio, al tema, y en consonancia con el carácter
de la revista en el que viene publicado. El ‘problema’ Bergamín es siempre el mismo:
detrás de su palabra barroca, de su elasticidad y ligereza, de su agónico juego entre vida y
muerte, sueño y vigilia, arte culto y arte popular, y detrás de su misma figura fantasmal y
punzante, de católico y comunista, no es siempre fácilmente individualizable la unidad de
fondo, la coherencia profunda y sufrida de su pensamiento y de su obrar, cuya
comprensión requiere siempre un acto de fe, una voluntad, una pureza analfabeta y no un
riguroso examen crítico.
En octubre de 1950 Monegal va a Cambridge con una beca, pero continúa enviando
artículos y ‘controlando’ la sección literaria por medio de sus criaturas, Sarandy Cabrera e
Idea Vilariño, ambos del grupo de Número. En dos notas214 en la sección «Revista de
revistas» Sarandy Cabrera refuerza cuanto, en otras ocasiones, Monegal había escrito
sobre Bergamín, pero en sus palabras falta incluso aquel destello de ironía y de capacidad
dialéctica que, detrás de la apriorística condena, dejaban ver un vislumbre de credibilidad.
Otras notas y recensiones son, en cambio, más moderadas; tanto José Enrique
Etcheverry 215 como Omar Prego Gadea216, sustitutos temporales de Monegal en 1952 y
1953, analizan serenamente méritos y defectos de las obras bergaminianas, evitando sea
las duras críticas a las que nos —108→ habían habituado Rodríguez Monegal217 y
Sarandy Cabrera, sea las palabras emocionales y partícipes de Amanda Berenguer y, en
parte, de Ángel Rama. Está claro que la persona de Bergamín, y su escritura, raramente
dejan indiferente al lector y al oyente; entre los jóvenes que lo seguían extasiados y ávidos
por aprender y sus adversarios -políticos y culturales-, individualmente o reunidos en
grupo, estaba el vacío, una incomunicabilidad total que él nunca trató de allanar o de
quitarle importancia, y por tanto las opiniones que de él se dan -salvo estos casos raros y
dignos de encomio- inevitablemente se resienten de una imposible neutralidad.
Otra luz y otra voz -la tuya, y la de tu poesía-, una voz que no muere, ni en la tierra, ni en el mar, ni en
el cielo (...) porque es la voz de España. La de sus pueblos y poetas, sus campos y sus mares, y sus
ríos (...). Tu voz, —109→ por ser tan tuya, Rafael Alberti, es más tuya que nunca -para siempre-,
ya no es tuya, por serlo, ni tan nuestra por ser tan nuestra: es de España y España.
Por última vez, Bergamín publica en Marcha en 1964, «La entereza de Unamuno»,
publicado antes en Le Figaro Littéraire, en el centenario del nacimiento del escritor vasco.
El artículo se resiente de su ‘destino’ francés y de su ‘circunstancia’: recuerda el exilio de
Hendaya, las traducciones al francés hechas por Jean Cassou, los artículos aún inéditos;
pero prontamente Bergamín recobra su libertad crítica y su mirada abarcadora, recordando
al Unamuno creador de aforismos, comparándolo con sus maestros reconocidos -Pascal,
Nietzsche, Kierkegaard-, analizando toda su producción fragmentaria a la luz de sus obras
más recientes, capaces de lanzar nuevas pautas interpretativas sobre la producción
anterior:
Su genio literario, su pensamiento, su poesía, se expresa siempre muchísimo mejor cuando es más
breve, más íntimamente concentrada y directa. En su prosa como en su verso. En sus comentarios, en
sus cartas. Y va, sobre todo, haciéndose con su vida propia -‘su novela’-, con el tiempo, el suyo y el
nuestro cada vez mejor: más honda, más pura, más clara. Sus escritos siguen el ritmo de su vida,
haciéndose mejores cada vez, como el hombre, el creyente, el español, en él; se va ejercitando,
aprendiendo a serlo; a ser lo que es (n. 1.230, 6-11-1964).
No nos puede extrañar esta recuperación de la actitud vital del Unamuno de los últimos
años o meses de su vida, puesto que Bergamín ya en otras ocasiones había recuperado al
Unamuno demócrata y libertario, —110→ contra la lectura oficial que de él se hacía en
la España franquista 219; en la Editorial Séneca había publicado, con prólogo suyo, tres
obras del maestro (La ciudad de Henoc, Cuenca Ibérica, La enormidad de España) y en
Entregas de la Licorne había reseñado su Cancionero.
—111→
Esta obra, que ya había provocado la polémica con Margarita Xirgu, una vez puesta en
escena no tiene mejor suerte, es más, obtiene una crítica demoledora por parte de
Verdoux, firmante habitual de la rúbrica Escenario giratorio, que aquí, en cambio, ‘sale’ del
reducido espacio en el que generalmente se limitaba a rápidas y concisas, a menudo
irónicas, recensiones, para dedicar una página entera a esta representación. Sus primeras
palabras ya indican una nítida toma de posición general y constituyen una declaración de
principio de la que manan, de modo natural diría, las consideraciones críticas sobre La
niña guerrillera y la obra entera de Bergamín, escritor pasional y ético, en el que el arte y
la poesía están siempre vividas profundamente: «Todo escritor que escribe con pasión,
proponiendo una crítica de la conducta desde un punto de vista fijo, debe conformarse con
ser una nota al pie, una acotación marginal que la perspectiva del tiempo hará gravitar con
mayor o menor fuerza, una vez aclarada la parcialidad del testimonio. No hay talento
literario capaz de eludir esa decantación» (n. 699, 4-12-1953, pp. 10-11). Y Bergamín, que
ya en 1945 no supo ‘eludir esa decantación’ al escribir la obra, comete de nuevo, casi diez
años después, la equivocación de querer reproducir, representándolo, un episodio de la
guerra civil, que «llega tarde, como alejado, y es demasiado inconsistente, y fácil y
artificioso como literatura». El mayor fracaso de la obra consistiría, según Verdoux, en la
visión maniquea de la guerra española («el pueblo con mayúscula contra el mal con
mayúscula»): la niña guerrillera, «con la imprecisión de detalles que caracteriza los
símbolos», no logra constituirse en emblema «de la España eterna en rebeldía», y el «gran
tema español del sueño», presente en toda la obra, no encuentra plena expresión poética,
no logra transformarse «en una alegoría pura, donde la recreación de un mito estuviera
respaldada por la creación poética». Incluso la representación convence poco: «un elenco
sin experiencia alguna, una dirección sin experiencia [que] no estaban en condiciones de
resaltar los mejores aspectos de la pieza, ni de defender los peores». Crítica demoledora
total; si no es posible juzgar, naturalmente, la validez de la dirección teatral, es posible en
cambio refutar la crítica de Verdoux sobre el texto de Bergamín.
—113→
12/44
La niña guerrillera, publicada en México en 1945, es una manipulación del romance
popular Don Martinos, variante menos conocida y menos difundida de La doncella que va a
la guerra. Entra, por tanto, dentro de una serie de intentos realizados por Bergamín y por
otros223 de reinterpretar y revitalizar formas, mitos y tradiciones, con el soplido vital de la
participación popular en la vida cultural española. ¿Ha juzgado Verdoux ese personaje un
fantoche, incoherente, débil, sólo abstractamente simbólico? Es el mismo Bergamín quien
nos sugiere la posibilidad de la lectura simbólica en la Nota liminar que acompaña el texto:
«Muere la niña como nació: humildísima florecilla de los campos, muere sin nombre, o con
un solo nombre, el de España. Muere pueblo español»224. A mi entender se trata de un
simbolismo que se impone gradualmente, esmeradamente construido durante el desarrollo
de la obra; esta imagen lateral, poco caracterizada, confusa entre sus hermanitos, crece,
con ritmo alterno, sustituyendo primero a Martinico en el exiguo grupo de guerrilleros, y
después sobresaliéndoles sin más y proponiéndose como símbolo, con una trayectoria
paralela e inversa al proceso de pérdida progresiva de los rasgos distintivos del personaje;
al final se identifica nuevamente con el personaje arquetípico, la hija de don Martinos, que
había quedado desatendido para que la niña se identificara mayormente con la realidad
contemporánea. Para este proyecto no podía utilizarse la fórmula tradicional («dramatizar,
dándole acción escénica, un romance lírico-épico»), porque es la relación con la realidad la
que se impone:
Verdoux considera además que la construcción dramática es lenta, que en ella no hay
«maniobra de construcción (...), [que] hay escenas inútiles y repetidas». Tal vez olvidaba
que Bergamín no había querido escribir un drama, sino un romance, y es precisamente la
«struttura romanceada di gran parte del dramma [che] viene (...) a determinare le
modulazioni ritmiche più suggestive, in virtù anche della cadenza assonanzata dei versi
pari»226.
De esta manera se podrían seguir refutando punto por punto los ataques de Verdoux, que
no pueden ser fruto de un sereno juicio crítico ya que son demasiado categóricos y, en
cierto modo, totalizantes. Esta sensación encuentra confirmación sólo tres meses más
tarde cuando, el 9 de abril de 1954, el crítico vuelve otra vez a la carga, en esta ocasión
para reseñar Medea la encantadora. Aparte del «acierto de locación» en un pueblo
andaluz, «nada hay en el desarrollo dramático que alivie la vencida familiaridad de una
historia muchas veces contada» (n. 715, p. 11). Nada merece, según Verdoux, un juicio
positivo, ya que la obra es sólo una copia imperfecta de los modelos clásicos: «su lenguaje
(...) se mantiene distante, intemporal, hábil y no comprometido»; el registro «del patetismo»
y «el sentimiento de temor reverente» resultan inferiores a los clásicos; «el carácter
sobrenatural de Medea (...) aquí se convierte en hechizo o brujería» y «el misterio
primigenio» se ha vuelto «descifrable y trivial». No puede negar la presencia de «réplicas
dramáticamente —115→ pertinentes, iluminaciones repentinas», pero en un estilo que
«reclama lectores y oyentes aquiescentes»; en general, «lo poético permanece
13/44
curiosamente ajeno y estorba la exposición teatral», diluida en una «retórica de antítesis
simplistas que entibian el discurso». También aquí hay poco que salvar: «la dirección de
José Estruch (...) que ha procedido con simplicidad y solvencia profesional (...), una
excelente luminotecnia de Georgias Giánola (...), hermosos trajes de Domingo Cavallero»,
y la interpretación de Dahd Sfeir.
Siempre sobre el mismo tema, Marcha publica también un breve artículo de Bergamín,
«Acotaciones a Medea», auténtico tratado de poética teatral en el que el autor,
traspasando los motivos ocasionales, afirma —116→ algunas verdades de la escritura
teatral, para él fundamentales e incontrovertibles:
el teatro no habla más que un solo lenguaje enteramente inteligible: el de la máscara (...). El teatro
dice la verdad hasta cuando miente; todo lo contrario de la música, trágica engendradora, según
Nietzsche, de su propio engaño. El teatro no realiza nada: lo irrealiza todo (n. 714, 2-4-1954).
Con la partida de Bergamín hacia París, en diciembre del 1954, se interrumpe este retrato;
en los casi treinta años siguientes, ininterrumpidamente y, diría, obsesivamente, volvió
sobre los mismos temas, combatió las misma batallas, sin jamás retroceder un solo paso,
sin jamás repetirse y sin jamás contradecirse en lo sustancial. Continuó reinventando su
propia vida, reviviendo sus propios mitos, reescribiendo sus propias poesías y ensayos, de
14/44
los que siempre emergen sus elecciones fundamentales, sea culturales -popularismo y
barroco- sea existenciales -radicalismo republicano y cristianismo marxista-. Oposiciones
que se presentan como inconciliables sin la intervención de la magia y de la poesía -la
locura del cristiano y del poeta de la que hablaba Maritain-, —117→ conciliables sólo en
su escritura disparatada y en su conducta, de una coherencia profunda y sustancial, pero
criticable -y criticada- en determinados actos229. Presencia fascinante para muchos,
incómoda para algunos; en todo caso, constituyó un estremecimiento para la pequeña
‘Suiza de América’, que contaba con una tradición laica y racionalista que desde siempre
la había diferenciado del resto de América Latina y de la Europa mediterránea. Como
escribe Fernando Aínsa, «en el Uruguay de los años 50, secularizado y neopositivista (...),
un escritor autocalificado de católico de izquierda, que hablaba de ‘duendes y
duendecillos’ (...), producía algún desconcierto. Tales duendes eran incomprensibles en un
país sin magia, especialmente cuando se ponían al servicio del arte del toreo, prohibido en
Uruguay por ser ‘bárbaro’ y ‘primitivo’»230. Sin duda, y a pesar de todo, el encuentro entre
Bergamín y Uruguay fue altamente positivo; no fundó una escuela -la suya fue una
docencia heterodoxa y fértil, aunque sin un método fácilmente detectable por sus alumnos-
, pero sembró semilla fructífera; amistades y afectos nacidos en Montevideo le
acompañaron a lo largo de su vida; «aquella luz del bosque de Carrasco» constituyó
siempre un recuerdo entrañable; allí se reanudó su producción creativa desplegándose en
diversos géneros y temáticas: un verdadero microtiempo ejemplar de su vida entera.
Es posible por lo tanto aplicar a los años uruguayos de Bergamín cuanto él mismo escribió
sobre Lope:
Decía un crítico francés que hay poetas que se expresan generosamente en una creación constante y
tan extensa que padece su obra misma por no concentrarse en algún libro capital y único . Y que hay
otros, por el contrario, que concentran todo su esfuerzo creador en un solo libro, en una sola obra o un
solo poema, y, casi como en resultado —118→ extremado, en un solo verso. La opinión vulgar
consideraría a nuestro Lope de los primeros. Un poco de atención en su lectura nos hace considerarle
a nosotros, no solamente como de estos últimos, sino como de los otros también y al mismo tiempo.
Es decir, que toda la enorme, casi innumerable, labor poética de nuestro Lope nos ofrece estas dos
vertientes: una, la de su extensión casi indefinida en el espacio -comedias, poemas, versos
incalculables...-. Otra, la de su intención única en el tiempo: cualquier comedia o poema o verso,
escogido al azar, nos ofrecerá seguramente este sentido capital y único a que el poeta crítico francés
se refería231.
—119→
Apéndice
—[120]→ —121→
15/44
B. Mitre y Vedia 2621
Montevideo, Uruguay
Mi querido amigo:
Contesto a su carta del mes pasado con algún retraso muy contrario a mi voluntad y
causado por todo lo que ahora me atarea.
Le hago envío por separado de un ejemplar de todas nuestras publicaciones salidas a luz
hasta ahora y pronto le haré envío de algunos otros libros que tenemos en prensa, entre
ellos las Obras Completas de Machado.
Mucho le agradezco su recuerdo y en prueba de ello le acompaño con esta misma carta
para su Alfar, o mejor digo, nuestra Alfar, 4 sonetos inéditos hasta ahora, escritos en París
en septiembre de 1938 y que, naturalmente, resultaron proféticos; van dedicados a nuestro
Rafael Alberti, que anda, como usted sabe, ahora, por cerca de Córdoba en la Argentina.
Si usted viese por ahí a nuestro común amigo Saralegui dele muchos recuerdos de mi
parte y dígale que no olvido su ofrecimiento de llevarme a Montevideo. Yo creo que este
viaje tendrá que combinarse con el que yo haga a la Argentina si para ello hay ocasión
propicia. A mí me gustaría hacerlo este invierno (invierno de aquí) después del que haré a
Cuba; pues ese viaje quedó aplazado por unos meses y es probable que lo haga en el
próximo octubre o noviembre.
Me gustaría tener noticias de usted con más frecuencia; también opiniones y juicios sobre
nuestras iniciadas publicaciones de «Séneca».
—122→
Le recuerdo siempre y le quedo muy verdadero amigo y compañero
José Bergamín
[Siguen los cuatros sonetos «Europa y el caracol» dedicados a Rafael Alberti, publicados
en Alfar, n. 80, 1942.]
—123→
Acabo de recibir la revista y como viejo alfarero me llena de alegría y hasta de nostalgia
emocionada. Gracias por haberme incluido en ella. De ese modo me siento como antes
cerca de ustedes.
Desde luego pensé enviarle original enseguida. Sólo que estos días anduve atareado y
distraído con otros trabajos y preocupaciones. Creo que lo más rápido para usted pudiera
ser pedirle en mi nombre a mi buen amigo de la Argentina el filósofo Francisco Romero, a
16/44
quien usted también conocerá, alguno de varios originales literarios que tiene míos; pues
yo se los envié con propósitos, ya fallidos, de colaboración allá; teniendo en cuenta lo
necesitado que de ello estoy, moral y económicamente. Me parecería el original más
adecuado para Alfar uno que titulo: «Las cuatro esquinas del sueño», y que está formado
por tres artículos separados, de los cuales puede usted publicar el que prefiera o los tres
sucesivamente. Desde este momento yo no haré uso de ellos, para mantenerlos inéditos y
que tenga Alfar las primicias.
Trabajo mucho ahora. Otro día le contaré. Esta carta no quiero retrasarla más, pues hace
mucho tiempo que se la debo.
También le enviaré lo que me pide: un dibujo a lápiz, retrato mío, y una nota sobre mí del
filósofo alemán Landsberg, que supongo que será a la que Jesualdo232 se refiere; se trata
del breve prólogo que me puso a una traducción al alemán de dos ensayos míos
publicados en un tomito por una editorial suiza.
—124→
A Jesualdo, si le ve, dele un abrazo mío, diciéndole que le recuerdo muy amistosamente
siempre.
A los amigos que por ahí tenga, salúdelos en mi nombre. No sabe cuánto siento perder las
esperanzas que tenía de haber podido ir a Montevideo en este tiempo.
José Bergamín
[«Las cuatro esquinas del sueño» se publicaron en Alfar, n. 82, 1943; el prólogo de
Landsberg en el n. 86, 1948.]
—125→
Mi querido amigo:
Siento lo ocurrido y que por culpa de ello retrasase la salida de Alfar. Con esta fecha le
envío por correo aparte los tres originales que componen esas «Cuatro esquinas del
sueño» que usted anunció. Querría preguntarle si ahí en Montevideo sería posible para mí
lo que no lo fue en la Argentina; esto es, una colaboración bien pagada en algún diario.
Dígame si lo cree posible.
No deje de darme noticias suyas y téngame siempre por su muy amigo y compañero
José Bergamín
[a mano]
17/44
Ya hablé de Alfar a los amigos míos aquí: Villaurrutia, Usigli, Paz, etc. Espero que le
envíen algo.
—126→
Montevideo
Carrasco. 6.11.53
Por diversas razones que no son del caso no pude contestar antes a tu carta, recibida por
mí, acá, apenas hace un mes. Quisiera que me enviases más detalles de lo que se trata,
pues no puedo enviarte nada sin saber de qué modo se hace esa publicación, que dices
mensual. Sus condiciones, extensión de las publicaciones, etc. Así, te ruego que a mi
dirección, que va arriba, me contestes, explicándome mejor tu propuesta e invitación para
contestarte enseguida.
Saludos y un abrazo
Pepe
—127→
Mi querido Salinas:
Después de tan largo silencio, en que sólo muy de cuando en cuando supe de usted,
ahora tengo aquí, por nuestro amigo Felipe Gil233, a más de sus noticias, más o menos
pasadas, las venideras de su posibilidad de viaje a ésta, y con ello, la esperanza de verle.
Le encontré hace poco, todo entero, en su estupendísimo Jorge Manrique. Que acabo de
leer por segunda vez, casi seguida de la primera. Es un libro que se agradece. Lo que, a la
altura de la vida por la que ya vamos, es lo mejor que le puedo decir. También leí, hace
días, todavía en Caracas, su poema del mar: «El Contemplado». Siempre, como ve, le voy
siguiendo, y en el sentido más hondo y veraz de la frase, teniéndole presente; no por.
Creo que usted me tiene, en cambio, muy perdido. Desde que le escribí mi última carta -
18/44
hace años-, sin respuesta, ninguna otra tuve suya; no sé si recibió mis envíos: el librito de
La niña guerrillera y La voz apagada, que ahora recuerde. Yo salí de México el año 46, en
setiembre, y estuve en Venezuela unos meses, primeramente, volviendo tres a México, yo
solo; y luego, poco más de un año, después. Aquí vine el pasado, a un cursillo de
conferencias, durante los últimos meses del año. Y he vuelto ahora, con ánimo, propósito y
deseo de quedarme del todo, si aquí, como hasta ahora me manifiestan muy
generosamente, me quieren tener.
Dejé a los chicos -ya muy grandes (¿y Solitas?)- en Caracas, todavía con mi hermano
Rafael y mi cuñada Elvira, hasta que terminen este curso; espero traerlos pronto conmigo.
Salvo el separarles y separarme de mis hermanos, prefiero que vengan por acá, y salgan
del Trópico. Este clima, —128→ físico y moral, les será, creo, mucho más favorable.
Para mí lo es; pues el tropical ambiente caraqueño, tan aparentemente paradisíaco y
encantador, lo es de veras, con todo, que decimos en México, y su serpentina corruptela
escondida. Dientecitos que, como los del agua, le van mordiendo a uno la vida. En los
últimos tiempos me sentía allá muy deprimido. He trabajado mucho este tiempo pasado,
sobre todo, en artículos que se van con el mismo tiempo que los trae. Pero no dejé mis
escapadas y desahogos lírico-dramáticos, con mis correspondientes anhelos novelísticos.
Todo anuncia el estreno de mi Niña... aquí. Quisiera que estuviera para entonces. Escribí
también una Melusina, y tengo entre manos, terminándolas, otras tres obrillas teatrales
más. Empecé también una novelita y montones de artículos o ensayos que no sé cuándo
se publicarán. Aquí he empezado ahora un cursillo-seminario en Humanidades sobre
Mística y Picaresca (separadas y juntas). Preparo otro para la Universidad sobre nuestra
República Literaria, entre las dos Repúblicas perdidas (1876-1930): la literatura de la
Restauración, en cuatro etapas.
Figúrese cuánto deseo que venga y andemos juntos por aquí. Encontrará buenos amigos y
un público de oyentes veraces que le entiendan y quieran. Por lo mismo me permito
indicarle, de acuerdo con nuestro amigo Gil, que acaso no convenga que acepte usted la
invitación de una enmascarada institución franquista de acá, la Cultural Española, que creo
que le ha invitado. Alguna otra entidad podría sustituirle en la parte de colaboración
económica que suponga. El amigo Felipe Gil le explicará todo mejor, hablamos de ello y
estamos conformes en indicárselo para que su estancia acá sea enteramente clara y
fructífera. Si puede, póngame dos letras, aunque guarde para su llegada tantas cosas
como en conversación sosegada espero de usted, tras tanto tiempo silencioso.
José Bergamín
—129→
[a mano, acompañando el dibujo de un pajarito]
¿Adónde iré que no tiemble? Séneca quedó -y sigue- en trance de perderse, de acabarse.
Ya le diré.
19/44
—130→
Montevideo, 16 de marzo de 49
Querido amigo:
¿Querido amigo? Pero en fin, ya que lo que he puesto... y aunque se porta usted peor que
los hijos de los padres que amamos tanto; digo esto para no tenerle que jurar por las
barbas juanramonianas (si sale con barbas Juan Ramón y si no su purísima concepción)...
pues bien, o en fin, como le digo, o le escribo, que no es preciso saber para esto arguyo ni
el griego ni el latín; todo ello dulce reproche y amargo sentimiento sin re ni la. De lo que se
trata, pese a su silencioso comportamiento incalificable conmigo, es de pedirle ahora un
favor, con la seguridad previa de que no me contestará siquiera.
Y va usted a quedar muy mal, no solamente conmigo sino con todo Montevideo, donde ya
los jóvenes, beatíficos o no, de juanramonismo, le conocen como poeta cerrado -en forma
de cólico- gracias a la estupenda propaganda misteriosa y erudita que aquí le hizo el
Difamador. Que aquí nos hizo; que ni esta solidaridad rompió el hielo de su silencio
sostenido en fa mayor. Que vaya si tiene bemoles su silencio, su fe y su mayoría; que no
lo es de edad, más que para escribir libros tan buenos que ya no me parecen suyos. Pues
como le iba diciendo, hay aquí jóvenes uruguayos que, a pesar de todo, siguen creyendo
en usted como poeta y amigo. Por tal razón voy a tratar de demostrarles con esta carta
que es inútil esta creencia esperanzadora, que usted no contestará nunca, ni, mucho
menos, enviándonos su colaboración literaria para una revista llamada Fábula234, sin más
signo que el de la insignificante colaboración y responsabilidad que en parte mayor o
menor a mí me corresponda. En una palabra, los jóvenes de esta revista -que son los
mismos de aquella otra que se llamaba, creo, por mal nombre Clinamen, yo no tengo la
—131→ culpa- desean y esperan, porque creen en usted, los pobres e ilusos amigos,
que usted nos conteste y afirmativamente y pronto con su colaboración crítica o poética o
las dos cosas. ¡Ah!, y teatral. Porque publicará la revista en pliegos sueltos obras de teatro
originales, siempre que sean magníficas, como las suyas y las mías.
No se ponga usted cursi del todo y dé al público, aunque sea lector, una de sus obras
maestras teatrales. ¡Ah! (segunda), es posible que reciba usted invitación de acá, de
Montevideo, para una abominable publicación en ciernes, llamada Número235; sus
promotores son, y con esto le baste como calificativo definitorio, juanramonianos.
José Bergamín
P. S.: Interesa a estos amigos que su respuesta fuese inmediata -se dice, y se hace, a
vuelta de correo- con su colaboración para el primer número de nuestra Fábula. No habrá
más animales en ella que la de sus lectores, admiradores y amigos, que lo son, conmigo.
20/44
—132→
Montevideo, 26-XI-53
Potosí 1760
Desde ayer, que recibí tu segunda carta, estoy intentando hablarte por teléfono. Pero
como yo no lo tengo y acudo al del vecino, no pude hacerlo todavía. Tenía que esperar
cuatro horas ayer tarde. No sé si lo conseguiré hoy. Por si no, te mando esta carta.
Un abrazo
Pepe
—133→
Montevideo
5-XII-53. Potosí 1760
Ya te habrá dicho Rela por teléfono que no me esperes para el 8. Prefiero no encontrarme
ahí para esa batalla, que, en realidad, no lo es. Me repugna el encuentro. Y creo que para
nuestro recuerdo de Federico es mejor la separación. Esto es lo que importa.
Lo que siento es no haber pasado de ese modo esos cuatro días en tu Nubes236. Eso sí
que me hubiese descansado y gustado.
Sigo flojo, cansado, dolido... Y todas las tonterías que he oído y leído, tras el estreno de La
niña..., me han acabado de malhumorar. Pero estoy muy contento por cómo salió la obra.
Ya la verás.
Aunque menos de esos cuatro días, que tanto me hubiera gustado estar ahí, pero en
solitaria compañía nebulosa contigo y tu mujer, en tu casa, espero algunas horas, al
menos, que me compensarán de aquí, y aliviarán de fastidios y penas.
21/44
Pepe
—134→
Montevideo
Viernes 18-XII-53
Potosí 1760
Recibí tu última carta. Sí, siento muy de veras no haber estado ahí, contigo, en el
momento de tu ‘santa cólera’, para sentir viva, en el recuerdo de Federico, la emoción de
tus palabras. Pero yo muy poco o nada hubiese podido añadir a ellas. Mejor tal vez haya
sido así. Pues a mí las ‘lágrimas de los cocodrilos’ me hubiesen indignado y no sé lo que
hubiera dicho. Seguramente algo poco discreto, imprudente... mejor ha sido así. Yo
hubiese querido ir respaldado con el ‘retablillo’ y mi niña guerrillera. Sin eso, creo que mi
sola presencia no hubiese significado bastante. Por eso no fui. Sintiendo sí, como te digo,
no estar contigo, con vosotros, esos días. Acaso pudiera hacerse más tarde, en marzo. Me
duele renunciar del todo a estar contigo, a agradecerte a ti solo, su autor, el muro, recuerdo
de Federico. Las pamemas oficiales y los oportunismos ‘margaritos’, por lacrimantes como
bombas cocodriláceas, despiden gases asfixiantes para mí. Prefiero encontrarme contigo a
solas ante el simbólico muro, ante los versos de don Antonio, que cantarán en ellos, en ese
paisaje estupendo, nuestro verdadero sentimiento, mejor callado, o dicho ‘por vagines’
como el cante hondo, jondo, del golpear ‘del yunque y yunque’ de ‘unas cuantas palabras
verdaderas’... Ésas, las tuyas, las de tu discurso, sí quisiera conocerlas ahora y quisiera
que me las envíes.
Tienes razón en quejarte de los españoles -como de mí también entre ellos en este caso-.
Aunque me dicen los amigos que si ‘España Democrática’ no dio más aire a la cosa fue
por temor de matizarla demasiado, si otros no lo hacían bastante para contrarrestar. Puede
que esto no fuese enteramente acertado pero tenía buena intención. Yo también tendría
que quejarme de los amigos uruguayos, y mucho ahora, como casi siempre. De los
amigos, no de los enemigos, que éstos sí se portaron bien, reaccionando con violencia
agresiva y ofensiva que los he agradecido mucho. En cambio, los amigos... ¿Tú conoces el
estupendo verbo mexicano ‘ningunear’? Yo creía que era solamente mestizo y he
aprendido —135→ acá que es también criollo. Una indiferencia desdeñosa,
despreciativa, cuyo único signo positivo es siempre un no. Pero un no suspirante, cansado,
aburrido, ignorante y tonto, sin violencia, ni veracidad, ni decisión alguna. Incluyo
naturalmente en ‘los amigos’ a los particulares -muy particulares- y a los políticos -
demasiado políticos ‘criollos’ tal vez...-. Yo prefiero siempre, y siempre lo he dicho así, a un
enemigo verdadero que a un amigo falso... Y hay muchas especies de falsedad, por activa
o pasiva. Tú lo sabes muy bien.
Un fuerte abrazo
Pepe
22/44
—136→
«Desde mi celda» del viejo «Hotel de los Embajadores de Holanda» (Hotel Amelot de
Bisseul, construido por Cottard entre 1657 y 1660; con su gran puerta -de Thomas de
Regnauldin- con sus dos enormes cabezas de Medusas al frente y en sus medallones
alegóricos la Guerra y la Paz, la Verdad y la Fuerza, Ceres y Flora). Desde este rincón
parisino -que debo a la generosidad de Weller a petición de Malraux- entre estos viejísimos
muros (elegidos por Beaumarchais para su comercio con América y en donde escribió sus
Bodas de Fígaro) desde este, en fin, estupendo barrio de Marais, de un París resuscitado
mágicamente por mi querido amigo Malraux a sus esplendores luminosos del XVII y XVIII,
le escribo, tras tan largo como injustificable, pero sí perdonable, silencio, o silencios, para
decirle, mi querido, muy siempre querido amigo Fernando, venga, venga a París; y venga
pronto, pronto, antes que este maravilloso hechizo se rompa por algún nefasto destino,
tenebroso y alado como el Diablo mismo, que, de pronto, y tan absurda y estúpidamente
como lo fue hace hoy justamente ya medio siglo, (¡ay!) lo desencante y lo destruya.
Venga, querido Fernando, para que demos largos paseos juntos (como por el dorado
Carrasco inolvidable para mí) por estos sitios fantasmales y vivos; ahora redivivos, gracias
a la nostalgia baudelairiana de Malraux, que lo soñó así en su adolescencia romántica, y
tras dos años de insistencia prestigiosa con el «General», lo ha conseguido plenamente.
Pues todo París es ya como era: blanco, claro, luminoso, alegre; pese a sus rincones
siniestros, ya que sus mismas sombrías negruras, como entonces (Baudelaire, Nerval,
Gautier, Hugo, Heine, Chopin, Balzac...), son, por sus rosas de Heine, blancos de
Baudelaire, malvas o violetas de Nerval, de Hugo -después Mallarmé y Verlaine-,
sencillamente grises que las resaltan y confirman mejor. Venga, querido amigo, a gustar
este admirable espectáculo parisino, usted que es viejo gustador de esta ciudad vivísima
(...). Venga, y venga pronto, porque quiero ser yo quien le acompañe por —137→ este
novísimo y eterno París. Yo aquí vivo a cinco minutos escasos, andando lentamente, de
Place de Vosgos y de l’Ile Saint Louis. Por ambos lugares paseo en estos largos
atardeceres de verano y en sus noches claras y oscuras; y no siempre a solas con mis
pensamientos, pero casi siempre. Aquí en la plaza de los Vosgos he releído, la otra tarde,
al caer del sol, su Entrada a la Poesía. Todo me gusta en este breve y certero escrito suyo,
todo. Pero en lo que estoy más dentro es en eso de la entereza, ese «entrar en la poesía
en las palabras de los dos monólogos secretos y entrar como invitada del alma, sin
confundirlos, de manera distinta a todas, porque en el corazón del poema está lo concreto
confidencial»... Después de leer, de rumiar éstas y otras palabras suyas, fui, al atardecer,
pasito a paso desde la plaza de los Vosgos a la Isla de San Luis, bajando la cercana calle
de San Antonio -¿la recuerda?- cruzándola para llegar por la de petit musc y cruzando el
puente a entrar en la isla por el quai d’Anjou y llegar de este modo al actual hotel Lauzun
(el Pimodán de Baudelaire, cerrado ahora por obras); donde tuve que contentarme con
evocarle desde fuera, sin ver la ventanita alta de aquella chambre haute donde tanto vivió
y padeció; la chambre haute donde el Demonio iba a visitarle por las mañanas (...).
23/44
Muchas tardes y noches de este mes de julio pasado he peregrinado por esos lugares
baudelairianos en recuerdo del poeta. Y recordándole. Espero que hagamos pronto juntos
esta peregrinación. Verá como este París es el suyo y el de Hugo, Nerval y Gautier,
Chopin y Heine; el de los románticos, precisamente por serlo todavía tanto del XVII y XVIII,
que es como se nos revela ahora; de Restif de la Bretonne y los Ciranos y Tristanes. Todo
con un fondo medieval insobornable. Yo así lo veo, sintiéndolo mejor que nunca ahora. Y
prestando a mis, a veces, tristes, melancólicas soledades, ecos y resonancias
consoladoras. Pero me gustaría que éste también fuera diálogo y amistosa compañía. Por
lo que le espero. Venga, venga pronto.
—138→
Trabajo poco o nada. Todos son proyectos. Pero aún no he conseguido centrarme y
encontrar «el sitio» para realizarlo. Escribo duendecitos, coplas y rimas. Porque me salen
«de dentro» -un dentro que no sé si es el de la poesía-. Ahora ando también (¿cuándo
no?) en proyectos teatrales que serían realizables si encontrara traductores de mis
intraducibles figuraciones bergamascas. Veremos. Escríbame. Le recuerdo y espero y
abrazo.
Pepe
—139→
Sí. Debió perderse una carta mía. Aunque ya no recuerde siquiera si la escribí entonces.
Pero ahora y siempre está tu disco conmigo. Es decir que estás tú, con tu voz y en ella y
por ella, tu poesía. Hasta tal extremo que amadísimas amigas mías (rubia y morena veinte
y un años cada una) cuando te han oído, sin apenas entender español, han comprendido
tu poesía verdaderamente. Y se han sentido «tocadas por tu voz» (por lo que han
encendido en mí amistosos celos).
Tu poesía en tu voz y fuera de ella, oyéndola, leyéndola, es cada vez más honda, más viva
para mí.
24/44
volver allí uno de estos días. Para mi cumpleaños estaré tal vez de camino y a primeros de
año en Madrid con los míos. Tanta alegría me inquieta. Por sorprendente y casi
inverosímil, imposible. ¡Qué asombro aún!
Díselo a Carlos237, que les escribiré en estos mismos días, enseguida. O desde Madrid. Y
ahora sí que os espero. Y allí y aquí, pues todavía durante algún tiempo no cambiaré mi
residencia parisina.
Pepe
—140→
P. S.: Como el nuevo Gobierno del, en realidad, ya casi nuevo régimen español, parece
propicio reconocerme en todos mis derechos, arbitrariamente atropellados por el anterior,
y espero en estos días su efectividad con mi «pasaporte» normal (ahora en puro trámite
administrativo), quiero que tú y Carlos sepáis mi proyecto más próximo para estos supongo
que cuatro o cinco años venideros que aún me restan de vida consciente, creo, o, en
lenguaje metafórico, de verde vejez. Que ha sido el ideal de toda mi vida llegar a vejez
verde (como atestigua uno de los sonetos que adjunto). Quiero, digo, sepáis, Carlos y tú,
mi itinerario para este año que empieza, de 1970. Porque quisiera que os asociarais a él, o
sea, que lo compartierais conmigo. Porque nadie más y mejor que Carlos y tú podéis
hacerlo, por ser mis amigos mejores. Y a mí, sospecho, que no me queda mucho más
tiempo para ello.
He aquí mi propósito para 1970, al que os invito (A Carlos también con Lila). En este mes
de enero yo estaré en Madrid con mis hijos y nietos gozando del retorno. Después volveré
aquí en París, en mi castillo fantasmal, y a mis asuntos, más o menos fantasmales. Y
luego, en primavera, quiero volver a España, a pasarla en Andalucía (en donde me
esperan muy buenos amigos andaluces -toreros, cantaores y bailaoras, por supuesto- y en
muy probable compañía de jovencitas y bellísimas amistades francesas, de alguna de
ellas). Bien. Pasada la primavera, y desde el verano, iría a Italia con Fernando238, su mujer
y sus chicas, para, una vez allí, instalarme con mi hija Teresa en Lerici (la Spezia) algunos
días, en una casita que nos ceden los jóvenes Bompiani239, estupendos amigos. Mi
estancia en Italia se prolongaría hasta el otoño, viajando y visitando sitios que aún no
conozco. Y siempre recayendo en Venecia, Florencia y Roma. Para volver, ya en invierno,
a París, y aquí decidir si trasladar definitivamente, helás!, mi residencia a España;
probablemente «para acabar mis días» en algún pueblecito andaluz.
—141→
Quisiera, sí quisiera, de veras (de todo corazón) que Carlos y tú estuvieseis conmigo, al
menos en una gran parte de todo eso. ¿Y por qué no? Pensarlo y contestarme en cuanto
yo os dé la señal por mi entrada en España, que espero en estos días.
El tiempo se nos va, porque lo que se va yendo es este mundo en el que aún sentimos y
pensamos algunos pocos. Esta, pues, que os hago, es una llamada de urgencia, salvadora
del total naufragio que nos amenaza. Posible todavía.
Oídla. Y contestar, repito, en cuanto yo os confirme, desde aquí o desde allí, mi nueva
vuelta a España.
—[142]→ —143→
26/44
Irás, por irte huyendo, breve
viento,
—[144]→ —145→
La rama viva
Lope de Vega
27/44
II
—146→
III
28/44
guarda su afán del eco de tu espanto
—147→
XII
¿Y hasta cuándo?
XIII
la locura de la luz.
Poco a poco
Ir con tino 5
al desatino
del destino.
Y esperar
desperando de amar,
sin olvidar. 10
Olvidar es no acordarse
con el recuerdo;
no querer aposentarse
en ese acuerdo.
ocupar
29/44
el saber con la cordura,
que es su hechura;
lo que pensamos,
—148→
lo que pesamos 25
y soñamos.
se complace.
Y el vivir
por el sentir 30
-que es un morir-
que lo deshace.
el caminante
deshaciendo su destino 35
hacia adelante.
paso a paso.
Como el temor 40
al amor
y su locura,
de su ventura;
suavemente,
divinamente.
La locura de la cruz,
Desde luego,
amor es ciego.
no lo es.
mirar y ver,
para creer.
—149→
Ver y no ver.
no es amar, es envidiar;
-No lo entiendo.
-Para ser,
no entender?
-Entonces, al parecer,
alejarse es trascender.
31/44
acercarse a lo lejano? 30
-¿Trascendencia es transparencia?
-Y apariencia. 35
-Paradójica deidad:
la realidad de verdad.
XVI
La moral es un problema.
—150→
XIX
XX
-¿Quién eres?
-Contigo dos.
32/44
XXI
se ha posado en el pesar;
en mi corazón la siento 10
me tiembla en el pensamiento.
—151→
XXIII
Galán de sombra
es el enamorado
que a mí me ronda.
33/44
Niña de llamas
es la que yo enamoro, 5
porque me abrasa.
¡Guardad distancias!
Que a galanes de
sombra,
niñas de llama.
XXIV
ni musarañas
Porque es sabido, 5
duende escondido.
XXVI
Si el ojo es solar ,
música estelar?
caracol de mar! 5
34/44
XXVII
Si la muerte y el amor
son tu espejismo,
el espejo reflector
eres tú mismo.
—152→
XXVIII
si no dejas de apresarme?
XXIX
yo no quisiera tener
no se puede separar.
Pero yo a ti no te digo
que te separes de mí
XXX
XXXI
no la vuelves a tener.
—153→
XXXII
no tengo consentimiento,
XXXIII
y olvidar,
36/44
y esperar. 10
XXXIV
—154→
A Martí
un sí que es un latido
¡Golpea martillo!
37/44
¡Clávame hasta los huesos, hasta el alma,
¡Golpea martillo!
¡Golpea martillo! 25
II
38/44
Ganó la libertad como una isla,
¡Golpea martillo!
III
39/44
Dijo que sí al amor, y a su más alto 50
—156→
—157→
Nocturnos
(Mito, n. 2, 1952)
40/44
I
II
41/44
Cuando tiembla la noche si la acaricia el viento 5
—158→
Bibliografía
Alfar (La Coruña):
n. 50 (1925) «Nominalismo-supra-realista».
Alfar (Montevideo):
«Arabescos de sombra»
Asir:
Escritura:
—170→
Entregas de la Licorne:
«Recuerdos de esqueleto».
Marcha:
AIAPE:
El Removedor:
Mito:
n. 2 (1952) «Nocturnos».
Signo:
44/44