Crisis en La Historia
Crisis en La Historia
Crisis en La Historia
com
Núm. 2 | Año 2013 | Universidad de Castilla - La Mancha
Director
Juan Sisinio Pérez Garzón, Universidad de Castilla-La Mancha
Secretario
Francisco J. Moreno Díaz del Campo, Universidad de Castilla-La Mancha
Consejo de Redacción
Juan Blánquez Pérez, Universidad Autónoma de Madrid
Juan Manuel Carretero Zamora, Universidad Complutense de Madrid
Ricardo Córdoba de la Llave, Universidad de Córdoba
Germán Delibes de Castro, Universidad de Valladolid
Pilar Fernández Uriel, Universidad Nacional de Educación a Distancia
Ricardo Franch Benavent, Universidad de Valencia
Enrique Gozalbes Cravioto, Universidad de Castilla-La Mancha
David Igual Luis, Universidad de Castilla-La Mancha
Teresa María Ortega, Universidad de Granada
David Rodríguez González, Universidad de Castilla-La Mancha
Raquel Torres Jiménez, Universidad de Castilla-La Mancha
María Isabel del Val Valdivieso, Universidad de Valladolid
Margarita Vallejo Girvés, Universidad de Alcalá de Henares
Francisco Villacorta Baños, Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Rafael Villena Espinosa, Universidad de Castilla-La Mancha
Consejo Asesor
David Abulafia, University of Cambridge
Alfonso Botti, Università di Modena e Reggio Emilia
Margarita Díaz-Andreu, Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats, ICREA
Josep Fontana Lázaro, Universitat Pompeu Fabra
Pierre Guichard, Université de Lyon
Michael Kunst, Deutches Archäologisches Institut
Pierre Moret, Université de Toulouse II-Le Mirail
María Encarnación Nicolás Marín, Universidad de Murcia
Fernanda Olival, Universidade de Évora
Mauricio Pastor Muñoz, Universidad de Granada
Flocel Sabaté, Universitat de Lleida
Manuel Salinas de Frías, Universidad de Salamanca
Irving Alexander Anthony Thompson, University of Keele
Bernard Vincent, EHESS, París
Fernando Wulff Alonso, Universidad de Málaga
Presentación
Introduction
por David Igual Luis .................................................................................................................. 9
Debemos aplacar a los mercados: el espacio del sacrificio en la crisis financiera actual
We must appease the markets: the space of sacrifice in the current financial crisis
por Luis Enrique Alonso y Carlos Jesús Fernández Rodríguez ........................................................ 97
MISCELÁNEA
Flocel SABATÉ (coord.), L’Edat Mitjana. Món real i espai imaginat, Catarroja
(Barcelona), Editorial Afers, 2012.
por José Antonio Jara Fuente .................................................................................................. 388
Benoît, GARNOT, Histoire de la justice: France, XVIe-XXIe siècle, París, Gallimard, 2009
por Jesús Carlos Urda Lozano .................................................................................................... 423
“¡Una más! Y ya van...”. Es posible que muchos colegas, entre historiadores y otros
científicos sociales, exclamen algo parecido a lo anterior cuando sepan de la publicación de
este ejemplar de la revista Vínculos de Historia. No creo que les falte razón. En efecto, esta
es “una más” de las iniciativas editoriales que han proliferado en los últimos tiempos, por lo
menos en España, y que han partido de la situación de crisis actual para realizar un recorrido
por distintas crisis del pasado. Por eso, “ya van” siendo numerosas las contribuciones al
tema de la crisis en perspectiva histórica, ya sea aprovechando las circunstancias que
sufrimos hoy para profundizar en el conocimiento de otros períodos también convulsos y
llenos de dificultades, ya sea buscando en décadas o siglos anteriores determinadas claves
que nos aproximen a entender qué es lo que sucede en estos inicios del siglo XXI.
Esta abundancia de aportaciones no debe extrañar. Caben pocas dudas de que la
dura crisis que atravesamos en nuestros días, en España y en Europa, está alterando
múltiples aspectos de la realidad y suponiendo una verdadera conmoción para amplios
sectores de la sociedad. Así, como parte de esta misma sociedad, los historiadores se ven
lógicamente afectados (e interpelados) por ello, en su doble condición de ciudadanos del
presente y estudiosos del pasado. Justo este contexto fue el que animó al equipo editorial
de Vínculos de Historia a proponerse, para el segundo número de nuestra aún joven
publicación, la elaboración del dossier que ahora ve la luz sobre “Las crisis en la historia:
noción y realidades”.
Como la revista está planteada originalmente desde la transversalidad en el tiempo, el
citado equipo tuvo claro desde el principio que el monográfico debía incluir trabajos relativos
a diversas fases históricas. Pero también aspiró, de entrada, a que el dossier superara el
análisis específico de los historiadores y buscara por ejemplo la incorporación de expertos
en economía, sociología y filosofía. Con ello se pretendía conformar una suma de artículos
que, observados en conjunto, trascendieran los compartimentos estancos por épocas o
disciplinas, contemplaran la cuestión de las crisis a través de una pluralidad de factores y,
por tanto, proporcionaran una visión más completa y compleja de los procesos de crisis en
diferentes momentos.
9
PRESENTACIÓN DEL DOSSIER. LA CRISIS EN LA HISTORIA: NOCIÓN Y REALIDADES
probablemente nueva porque, justo a la luz de las experiencias anteriores, han cambiado
algunos de los actores más trascendentes desde el punto de vista tanto organizativo como
espacial. Siempre según lo expresado en este artículo, estaríamos por tanto ante una
situación de nuevo cuño sobre todo en el mundo occidental, incluso estaríamos ante un
posible viraje histórico, sin que por ahora se sepa muy bien cómo denominar a este proceso.
El tiempo, precisamente el tiempo, certificará lo atinado que puede estar un diagnóstico
como este. Por el momento, desde Vínculos de Historia, cabe esperar por lo menos que las
páginas que siguen ayuden a continuar dilucidando el significado de las crisis a lo largo de la
historia. Ese fue el objetivo que se marcó el equipo editorial de la revista cuando emprendió
la tarea de confeccionar este dossier. Y a él creo que se han ajustado los especialistas
que han colaborado en el monográfico. Sus aportaciones reflexivas y críticas son también,
sin duda, la consecuencia de la inevitable interacción presente-pasado a la que estamos
sometidos los historiadores y otros científicos sociales.
RESUMEN
El principal objetivo de este estudio es revisar el tópico historiográfico sobre la crisis del Imperio
romano como sistema, la que afectó solamente a algunas épocas del mismo (siglo III o Bajo Imperio)
e incluso una crisis regional (Oriente u Occidente). Para ello sería preciso, primero, responder a
tres cuestiones básicas: definición del concepto, dimensión espacio-temporal y materialización de
la crisis. Después, será preciso releer las fuentes disponibles, reinterpretar los testimonios, pero
también revisar las teorías modernas, si se pretende dar una respuesta adecuada al problema.
Incluso así, la cuestión no quedaría resuelta, porque obviamente en la solución de un problema
tan complejo intervienen otros muchos elementos. No obstante, la historiografía reciente ha vuelto
sobre la cuestión desde nuevas perspectivas y con nuevas propuestas también, algunas de las
cuales son analizadas aquí: las alternativas a la crisis, el cambio de paradigma, la caída de Roma.
Al final, se propone sustituir el uso (y abuso) de algunos términos: “la crisis” por “las crisis”, el
de crisis histórica o sistémica por crisis coyunturales y el de crisis global por cambios graduales
que apuntan hacia una transformación progresiva de las estructuras del Imperio romano tardío, al
menos en lo que se refiere a la pars occidentis.
PALABRAS CLAVE: historiografía, modalidades de crisis, caída de Roma, crisis e Imperio romano
tardío.
ABSTRACT
The main objective of this study is to review the historiographical topic of the crisis of the Roman
Empire as a system, that which affects only some ages of the Empire (third century or Late Empire)
including a regional crisis (East or West). This would require, first, resolving three basic issues: the
definition of the concept, the spatio-temporal dimension and the materialization of the crisis. Later,
it will be necessary to reread the available sources, reinterpret the testimonies, and also review the
modern theories if one wants to give an adequate response to the problem. Even so, the question
would not be resolved, because obviously the solution for such a complex problem involves many
13
¿CRISIS DEL IMPERIO ROMANO? DESMONTANDO UN TÓPICO HISTORIOGRÁFICO
other factors. However, the recent historiography has revisited the issue with new perspectives
and with new proposals, too, some of which are discussed here: the alternatives to the crisis, the
paradigm change, and the fall of Rome. In the end, the study proposes to replace the use (and
abuse) of the following terms: “the crisis” for “crises;” historic or systemic crisis for occasional crisis;
and global crisis for gradual changes that point toward a progressive transformation of the structures
of the late Roman Empire, at least that which refers to the pars occidentis.
KEY WORDS: historiography, types of crises, the fall of Rome, crises and the late Roman Empire.
1. Introducción
1 Ver, por ejemplo, el colectivo multidisciplinar A. Davila Legeren (coord.), La idea de crisis revisitada:
variaciones e interferencias, Zarautz, UPV, 2011.
2 Especialmente Fondements et crises du pouvoir, Burdeos, Ausonius, 2003: sobre las crisis en época
romana, pp. 271 y ss.
3 Sobre las analogías y diferencias entre “esta” y “aquellas” crisis pueden verse las reflexiones vertidas en la
entrevista de M. Agudo a Gonzalo Bravo (día 31 de octubre de 2012) en http://www.mediterraneoantiguo.com.
4 Sobre el mismo, G. Bravo, “Para un nuevo debate sobre las crisis del siglo III (en Hispania), al hilo de un
estudio reciente”, Gerión, 16 (1998), pp. 493 y ss.; y ahora W. Liebeschuetz, “Was there a crisis of the third
Century?”, en O. Hekster, G. de Kleijn y D. Slootjes (eds.), Crises and the Roman Empire, Leiden y Boston,
Brill, 2007, pp. 11 y ss.
5 Ver ahora G. Bravo, “¿Otro mito historiográfico? La crisis del siglo III y sus términos en el nuevo debate”,
Studia Historica. Historia Antigua, 30 (2012), pp. 115 y ss.
El primer problema que plantea hablar de “crisis en historia” (en Historia Antigua,
también) es proponer una definición del concepto que satisfaga a un amplio espectro de la
comunidad historiográfica y aun fuera de ella cuando, como es el caso, el término se usa
y se “abusa” de forma cotidiana sin reparar en su sentido preciso para los historiadores.
En efecto, en términos históricos “la crisis” debe ser adscrita a un espacio y a un tiempo
determinados, debe haber unas causas que la originen, deben detectarse sus efectos
sociales, políticos o económicos y, ante todo, debe estar documentada en los testimonios
de la propia época. La problemática histórica de “una crisis” (antigua) suele centrarse en el
análisis de estas cuestiones.
No obstante, en una discusión reciente sobre “las crisis del Imperio” romano se
adoptaba como punto de partida una definición aun más genérica, referida exclusivamente
a la problemática y no a los hechos concretos: una situación de crisis es aquella en la que
“problems are deeper, more complex and many sided”, de tal modo que su incidencia social
“could threaten the continuity of the Roman system”6.
Aun aceptando que esta definición pueda ser operativa en otros contextos históricos,
resulta arriesgado proponer los momentos a partir de los que la “continuidad” del sistema
romano se vio seriamente amenazada sin que se propusiera una alternativa institucional
para paliar los efectos negativos, esto es, sin que ya el Estado romano luchara por su
supervivencia, lo que nos situaría en una auténtica “crisis real”. Dicho de otro modo, a
menudo en la historia –y también en la Antigüedad– se identifican como contextos de crisis
situaciones que en realidad no lo son, porque sus términos no se corresponden stricto sensu
con los elementos claves de la definición. E incluso más, los elementos que interactúan
en un sentido determinado en un ámbito concreto para generar una situación de crisis,
pueden no hacerlo en otro lugar, por lo que la mera constatación de su existencia es criterio
necesario pero no suficiente para detectar la crisis. En definitiva, en la historiografía reciente
se entiende que la idea de crisis debe aplicarse a una realidad histórica que presente una
problemática peculiar: no sólo con problemas diversos y “más profundos” sino también
diferentes de los anteriores, en tanto que su solución pareciera imprescindible para el
mantenimiento del sistema imperial.
Otro problema no menos importante que plantea la discusión sobre “la” o “las” crisis
7 Es la conocida teoría sobre la pervivencia del Imperio romano (de Oriente) hasta la toma de Constantinopla
por los turcos en 1453, formulada a fines del siglo XVIII por el británico E. Gibbon, The History of the Decline
and Fall of the Roman Empire, Londres, 1898 (ed. de J. Bury; ahora con reciente traducción española). La
monumental obra de Gibbon (6 vols. en la edición italiana: Roma, 1973) se publicó entre 1772 y 1788. No
obstante, la obra se divulgó rápidamente y era ya internacionalmente conocida en 1776. Gibbon murió en
1794.
8 Baste recordar algunos títulos de obras bien conocidas por los historiadores dedicados a la época imperial:
M. Mazza, Lotte sociali e restaurazione autoritaria nel terzo secolo d. C., Roma y Bari, Laterza, 1973; R.
MacMullen, Roman Government’s Response to Crisis, A. D. 235-337, New Haven, Yale University Press, 1976;
St. Williams, Diocletian and the Roman Recovery, Londres, Batsford, 1985; M. Christol, Essai sur les carrières
sénatoriales dans la seconde moitié du IIIe siècle ap. J. C., París, Nouvelles Éditions latines, 1986; aunque,
en otros casos, se ha pretendido superar las dificultades teóricas del tratamiento de la crisis incluyendo el
siglo III en un contexto histórico más amplio: desde época republicana hasta Diocleciano (R. MacMullen,
Roman social relations 50 B. C. to A. D. 284, New Haven, Yale University Press, 1974); desde Cómodo hasta
la muerte de Teodosio (D. Potter, The Roman Empire at Bay, A. D. 180-395, Londres, Routledge, 2004); y
también el análisis de la crisis ha sido evitado de forma incomprensible y sin justificación alguna al respecto:
M. Bats, S. Benoist y S. Lefebvre, L’empire romain au IIIe siècle, de la mort de Commode au Concile de Nicée,
Neuilly-sur-Seine, Atlande, 1997; pero véase un análisis pormenorizado de las diversas modalités de la crisis
en A. Chastagnol, L’évolution politique, social et économique du monde romain, de Dioclétien à Julien, París,
Société d’édition d’enseignement supérieur, 1982, especialmente pp. 37-90.
9 Recientemente A. Birley, “Britain during the third century crisis”, en O. Hekster, G. de Kleijn y D. Slootjes
(eds.), Crises..., pp. 45 y ss.
10 Particularmente la “Introduction”, en O. Hekster, G. de Kleijn y D. Slootjes (eds.), Crises..., p. 5.
Imperio”, puesto que “al final cayó por el peso de su propia estructura”11, dada su enorme
extensión (más de 6 millones de km2) y los escasos recursos de gobierno y control (no más
de 200 altos funcionarios anuales). No obstante, si el sistema se mantuvo fue en gran parte
debido a que los “elementos integradores” prevalecieron sobre los “desintegradores”. Entre
los primeros se incluyen la civitas, la ley, la religión o la lengua y, en definitiva, el llamado
“proceso de aculturación” (más conocido como “de romanización”); a los segundos, en
cambio, pertenecen las economías regionales, la clasificación social, el status provincial o
la condición tributaria, pero también las revueltas sociales, las usurpaciones políticas, los
abusos de poder, corrupción, etcétera y, en definitiva, el “proceso de descomposición social”,
que acabaría minando las bases en que se había asentado el “viejo” sistema imperial.
Finalmente, el tercer problema que plantea el tratamiento histórico de la crisis del
Imperio es su materialización, si no incluso su visualización, a la luz de los testimonios
escritos y de cultura material de ese mismo período. Esta doble fuente de información es
hoy indispensable, dado que algunos de los principales avances en el esclarecimiento de
esta compleja problemática provienen precisamente de los resultados de la arqueología12.
No obstante, las fuentes narrativas siguen siendo claves y, en particular, las historiográficas13
para conocer las diversas vertientes del proceso, si bien se observa a menudo un claro
“catastrofismo” en las fuentes cristianas y una cierta exageración en las paganas, además
de una alta dosis de retórica en todas ellas. Por eso conviene relativizar siempre estos
testimonios incluyéndolos en su propio contexto y contrastándolos con otras informaciones
–a menudo no coincidentes– sobre los mismos hechos o hechos similares.
De particular interés es, en este sentido, la información documental o iconográfica,
proveniente generalmente de las fuentes arqueológicas, que pueden aportar al conocimiento
nuevos datos y servir de base a nuevas interpretaciones. Pero las aportaciones arqueológicas
ayudan sobre todo a “medir” la dimensión y alcance real de la crisis, en unos casos, o a
rechazar su mera existencia, en otros, por lo que hoy resultan imprescindibles para una
valoración crítica de los hechos históricos14.
11 Sobre la personalidad historiográfica de Gibbon véase las reflexiones de J. Pelikan, “The Triumph of
Barbarism and Religion”, en The Excellent Empire. The Fall of Rome and the Triumph of the Church, Nueva
York, Harper & Row, 1987, pp. 29 y ss.; mucho más crítico con las teorías de Gibbon se muestra ahora G.
W. Bowersock, “The dissolution of the Roman Empire”, en Selected Papers on Late Antiquity, Bari, Edipuglia,
2000, p. 76.
12 Especialmente la revisión del problema barbárico desde una nueva perspectiva: P. S. Wells, The
Barbarians speak. How the conquered peoples shaped roman Europe, Princeton, Princeton University Press,
2001; también los argumentos sobre la “caída” de Roma son a menudo arqueológicos: B. Ward-Perkins, The
Fall of Rome and the End of Civilization, Oxford, Oxford University Press, 2005 (hay traducción española: La
caída de Roma y el fin de la civilización, Madrid, Espasa Calpe, 2007).
13 Una buena introducción a la personalidad de los historiadores de este período, en D. Rohrbacher, The
Historians of Late Antiquity, Londres, Routledge, 2002.
14 La relevancia de la arqueología para el análisis de las crisis de época romana se puso de manifiesto
claramente y de forma definitiva en el estudio colectivo publicado por A. King y M. Henig (eds.), The Roman
West in Third Century, Oxford, British Archaeological Reports (BAR 109), 1981, 2 vols., con análisis de R.
Reece, “The Third Century: Crisis or change?” (vol. I, pp. 27-38) y S. Keay, “The Conventus Tarraconensis
in the third century A. D.: crisis or change?” (vol. II, pp. 451-486), entre otros, en los que se cuestionaba
abiertamente la idea de crisis para el siglo III, al menos en algunas provincias occidentales del Imperio romano;
ver ahora, en el mismo sentido, pero con un planteamiento más globalizador W. Liebeschuetz, “Was there...”,
pp. 11-20.
Mientras que los historiadores actualmente siguen discutiendo sobre si los antiguos
tuvieron o no “conciencia de la crisis” que les tocó vivir15 o sólo una “percepción” ocasional
de sus efectos, algunos testimonios de la época apenas dejan dudas al respecto. En efecto,
Cipriano de Cartago, en una conocida carta a Demetriano, describía la caótica situación
en la que se encontraba el Imperio hacia mediados del siglo III, y lo hacía con unos tintes
marcadamente melodramáticos16. Los mismos llegan incluso a ser escatológicos en otras
descripciones posteriores del mismo sesgo, como es el caso de la Crónica de Hidacio de
mediados del siglo V17.
Es cierto que esta documentación bien explícita debe ubicarse en su contexto: ambos
autores son cristianos, con una alta dosis de retórica en sus textos respectivos, pero también
son exponentes de la realidad vivida por ellos mismos, aludiendo en un caso (Cipriano) a
la situación interna de la sociedad romana imperial y, en el otro (Hidacio), a la situación
generada por las “invasiones” bárbaras en el Occidente del Imperio. Quizás por ello el siglo
III ha sido calificado como la grande crise de l’Empire18, cuyo inicio se pretende remontar
incluso a la época de Marco Aurelio19, en la segunta mitad del siglo II, mientras que la
evolución posterior (siglos IV al VI) suele ser considerada sin ambages como “crisis del
Imperio”, propiamente dicha.
En cualquier caso, es cierto que ni una ni otra han sido aceptadas sin reservas. En
efecto, en la historiografía reciente se han destacado a menudo algunos errores básicos de
la interpretación gibboniana. El primero –y principal– es pretender fijar un momento preciso
para el inicio y final de la crisis (época de Marco Aurelio en 161-180 y toma de Constantinopla
por los turcos en 1453)20. El segundo –y no menos importante– fue considerar al Imperio
romano como un sistema único, desde el siglo II al XV, incluso después de la partitio imperii
15 Especialmente G. Alföldy, “Historisches Bewusstsein während der Krise des 3. Jahrhunderts”, en Krisen
in der Antike. Bewusstsein und Bewältigung, Düsseldorf, Pädagogischer Verlag Schwann, 1975, pp. 112 y
ss., invocando algunos textos de Cipriano; en contra, sobre todo K. Strobel, “Die Problematik der Schrift Ad
Demetrianum”, en Das Imperium Romanum im ‘3. Jahrhundert’: Modell einer historischen Krise?, Stuttgart,
Franz Steiner Verlag, 1993, pp. 171-184, y G. Bravo, “La otra cara de la crisis: el cambio social”, en Ciudad y
comunidad cívica en Hispania (siglos II y III d. C.), Madrid, Casa de Velázquez, 1994, pp. 153-160.
16 Cipriano, Cartas, a Demetriano, III, 4-5: sobre los mala del Imperio.
17 En particular los pasajes de Hidacio, Chronica, 188-191: saqueos, destrucciones y masacres de los
suevos en Lusitania y Gallaecia.
18 Así, expresamente, X. Loriot, “Les premières années de la grande crise du IIIe siècle: De l’avènement de
Maximin le Thrace (235) à la mort de Gordian III (244)”, en ANRW, II, 2, 1975, pp. 659 y ss., y P. Petit, La crise
de l’Empire (161-284), París, Seuil, 1974; en general en la historiografía alemana del siglo XX, especialmente
G. Alföldy, “The Crisis of the Third Century as seen by Contemporaries”, en GRBSt, 15, 1974, pp. 89-111, y
sobre todo Die Krise des römischen Reiches. Geschichte, Geschichtsschreibung und Geschichtsbetrachtung.
Ausgewählte Beiträge, Stuttgart, HABES 5, 1989. Pero esta visión generalizadora como “crisis histórica” fue
duramente criticada en los 90 en sendas tesis doctorales por K. Strobel, Das Imperium Romanum..., basado
casi exclusivamente sobre fuentes narrativas, y Ch. Witschel, Krise, Rezession, Stagnation? Der Westen
der römischen Reiches im 3. Jahrhundert n. Chr., Frankfurt, Marthe Clauss, 1999, aportando resultados
arqueológicos también. Estas posiciones canalizan hoy la historiografía alemana y han sido ratificadas
recientemente por otros historiadores.
19 Como ya lo propuso E. Gibbon, especialmente R. Rémondon, La crisis del Imperio romano, de Marco
Aurelio a Anastasio, Barcelona, Labor, 1967; también P. Brown, The World of Late Antiquity, from Marcus
Aurelius to Muhammad, Londres, Thames & Hudson, 1971.
20 G. W. Bowersock, Selected..., pp. 76 y ss.
teodosiana del 395, cuando se consumó de iure la separación ya existente de facto entre
Oriente y Occidente21.
Si los romanos vivieron un largo período de crisis (entre los siglos III al VI), sorprende
que en las fuentes narrativas paganas apenas se encuentren testimonios sobre la misma.
Habría que releer las críticas que historiadores paganos del siglo III, como Dión Cassio y
Herodiano, hicieron de algunos gobiernos de emperadores calificados de antisenatoriales22
para encontrar denuncias sobre la deteriorada situación del período. Es más, todavía en
relación a los comienzos del siglo V el escritor pagano Zósimo, que escribió a fines de
ese siglo, imputa a la política de los primeros emperadores cristianos –especialmente de
Constantino y Teodosio– las desgracias sufridas por los romanos23.
En consecuencia, todo parece indicar que el “mito historiográfico” sobre la crisis se
fundamenta en los relatos aportados exclusivamente por la historiografía cristiana. En
efecto, el análisis de los textos de la apologética cristiana, desde Tertuliano a Commodiano,
pasando por el citado Cipriano, y por Orígenes, entre otros, aporta abundantes referencias
a los mala imperii, con denuncias propias del temor al “fin del mundo” y, desde luego, no
ajenas al pensamiento milenarista del período24. Pero ante las críticas realizadas por los
paganos, que hacían responsable al cristianismo de los “males de la época”, todavía a
comienzos del siglo V y tras el “saqueo de Roma” por el rey visigodo Alarico I en agosto del
410, el presbítero hispano Paulo Orosio recibió de Agustín, el obispo de Hipona, el encargo
de elaborar un dossier de “historia universal”25, en el que se demostrara que la situación
de los romanos no era peor “en la Roma cristiana” que en los siglos anteriores de “Roma
pagana”. Es cierto que Orosio no fue en absoluto imparcial ni objetivo en su reconstrucción
de los hechos, ni en la selección de la información ni en la interpretación de la misma, pero
los datos sirvieron como materiales a Agustín para la elaboración de su monumental De
civitate dei, cuyas ideas impregnarían la mentalidad medieval durante varios siglos26.
Además las fuentes documentales constatan situaciones nuevas en el Imperio, en lo
que se refiere a la economía, a la administración y al ejército. En efecto, a lo largo del siglo
IV se observa un incremento notable de personal de origen bárbaro en los cuadros del
ejército y de la administración imperial27. La transformación del ejército regular de ciudadanos
21 Sobre esta visión de la “ruptura”, G. Bravo, “Ruptura entre Oriente y Occidente: nueva visión sobre la
caída del Imperio romano”, Cuadernos de literatura griega y latina, IV (2003), pp. 9 y ss.
22 Dión Cassio, Roman History, LXXX, 7.
23 Expresamente Zósimo, Nueva Historia, sobre Constantino: II, 18 (traición a Licinio), 29 (vileza con Crispo),
32 (vida entregada a la molicie), 34 (facilitó la penetración de los bárbaros en el Imperio, responsable de la
ruina de los asuntos públicos), 38 (derrochador de impuestos); y sobre Teodosio: IV, 50 (inclinado a toda
suerte de placeres y a la incuria), 56 (premia a los bárbaros con regalos), 59 (desprecio por los dioses de los
romanos).
24 Téngase en cuenta que el año 248 era para los romanos el año 1000 de la fundación de Roma (21 de abril
de 753 a. C.): ver M. Bats, S. Benoist y S. Lefebvre, L’empire..., pp. 103 y ss. (“Jeux séculaires et Millénaire
de Rome”).
25 El estudio de Orosio se inicia con Abraham y concluye en su propio tiempo, con el saqueo de Roma por
Alarico en 410.
26 B. Dumézil, Les racines chrétiennes de l’Europe. Conversion et liberté dans les royaumes barbares, Ve-
VIIIe siècle, París, Fayard, 2005, especialmente pp. 59-73.
27 R. MacMullen, “Fourth-century Barbarians in the Emperors’ service”, en Corruption and the decline of
En 1947 el historiador francés A. Piganiol, tras un detenido análisis sobre las causas
de la “ruina” del Imperio romano, concluía la primera edición de su L’empire Chrétien con
una frase lapidaria que ha pasado a la posteridad: “La civilisation romaine n’est pas morte
de sa belle mort. Elle a été assassinée”31. La formulación se incluía en el corpus de las tesis
hostilistas, que imputaron la “caída” de Roma a las sucesivas invasiones germánicas32,
Rome, Nueva York, Yale University Press, 1988, pp. 199-204; para la “barbarización” de la administración, M.
Waas, Germanen im römischen Dienst im 4. Jahrhundert nach Chr., Bonn, Rudolf Habelt, 1965, y ahora G.
Bravo, “¿Bárbaros romanizados? Nuevas fórmulas de integración del bárbaro en la sociedad bajoimperial”, en
G. Bravo y R. González Salinero (eds.), Formas de integración en el mundo romano, Madrid, Signifer Libros,
2009, pp. 31-43.
28 Véase ahora la edición de A. Giardina, Anonimo. Le cose della guerra, Milán, Mondadori, 1989, pp. XXIX
y ss.
29 Constantino es calificado como “el gran revolucionario” por S. Mazzarino, El fin del mundo antiguo, México,
UTEHA, 1961, p. 166. Sobre “la rivoluzione monetaria ed economica” de Constantino, Id., L’impero romano,
III, Roma y Bari, Laterza, 1976, pp. 86 y ss.
30 En general A. Chavarría, J. Arce y G. P. Brogiolo (eds.), Villas tardoantiguas en el Mediterráneo occidental,
Madrid, CSIC, 2006.
31 A. Piganiol, L’empire Chrétien (325-395), París, Presses Universitaires de France, 1972 (2ª ed. por A.
Chastagnol), p. 466.
32 Especialmente, algunos años después, L. Musset, Les invasions: les vagues germaniques, París, Presses
Universitaires de France, 1965, interpretando el fenómeno como migraciones periódicas; también J. Martin,
Spätantike und Völkerwanderung, Munich, Oldenbourg Verlag, 1989, pp. 196 y ss.
tesis que con leves matizaciones ha prevalecido hasta hoy. Pero a mediados de los 60 del
pasado siglo se consolidó una nueva vía interpretativa referida a los denominados “enemigos
internos”: desertores del ejército, usurpadores, rebeldes, bandidos, intelectuales33. A su vez,
en la historiografía marxista se enfatizaba la relevancia histórica de las revueltas sociales
tardorromanas como signos de una “época de revolución social” en la “transición” del mundo
antiguo al medieval34, una crisis social también, que habría impedido al gobierno romano
adoptar las medidas necesarias para paliar sus efectos. En este sentido, una de las teorías
modernas más sugestivas ha sido la referida a la “crisis financiera” del Imperio, definido en
términos antropológicos como una “sociedad compleja”35, constatada a partir de parámetros
básicamente negativos: escasez de recursos, mala administración, catástrofes, invasiones,
conflictos, gastos de guerra, presión fiscal, etcétera.
En los últimos años la historiografía anglosajona ha reivindicado la interpretación
tradicional de la “devastadora” presencia de los bárbaros en las provincias occidentales
del Imperio, desde comienzos del siglo V, y se ha rebelado contra la llamada “historiografía
suave” (smooth historiography) imperante o la “historia sin rupturas”36, empeñada en limpiar
la imagen catastrófica de los germanos en el Imperio romano e interpretar el proceso de
invasiones violentas en “términos neutrales” tales como la “transición”, el “cambio” o la
“transformación”37. En este sentido, la entrada masiva de los germanos en territorio romano
a partir del 406 se habría producido “sin invasión” y no habría habido irrupción sino “entrada
pactada”, según el testimonio de algunos autores tardíos. En consecuencia, “la historiografía
suave” apunta a que el término más apropiado para describir esta situación sería “integración”
de los germanos en la sociedad romana, “acomodación” o incluso simple “transformación”38.
En definitiva, la presencia bárbara no habría supuesto ruptura alguna según la reciente
unruptured history sino, al contrario, la continuidad del sistema en Occidente durante varios
siglos, hasta la llegada de los árabes39.
33 R. MacMullen, Enemies of the Roman Order, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1967.
34 Así W. Seyfarth, “Der Begriff ‘Epoche sozialer Revolution’ und die Spätantike”, Klio, 49 (1967), pp. 271
y ss.; la propuesta había sido ya rechazada por S. Mazzarino, “Si può parlare di rivoluzione sociale alla fine
del mondo antico?”, en Il passaggio dall’Antichità al Medioevo in Occidente, Spoleto, Centro Italiano di Studi
sull’Alto Medioevo, 1962, pp. 410 y ss.; pero véase las matizaciones al respecto de G. Bravo, “La relativa
importancia de los conflictos sociales tardorromanos en relación con los diferentes esquemas de transición”,
Klio, 65 (1983), pp. 383 y ss.
35 J. A. Tainter, The collapse of Complex Societies, Cambridge, Cambridge University Press, 1988,
especialmente pp. 11 y ss. y 63 y ss.
36 B. Ward-Perkins, The Fall of Rome..., pp. 4 y 215, n. 21.
37 Véase ahora, en este sentido, J. Arce, A. Chavarría, E. Destefanis y S. Uggé, “The Transformation of the
Roman World”, Antiquité tardive, 9 (2001), pp. 373-380.
38 W. Goffart, Barbarians and Romans. A. D. 418-584. The Techniques of Accommodation, Princeton,
Princeton University Press, 1980, y especialmente Id., “The Theme of ‘the Barbarian Invasions’”, en E.
Chrysos y A. Schwarz (eds.), Das Reich und die Barbaren, Viena, Böhlau, 1989, pp. 87 y ss., donde se
cuestiona abiertamente la idea de “invasion” y se considera a los germanos como directos beneficiarios
del sistema romano. Sobre el problema moderno de la “integración”, en general H. Wolfram y H. Schwarz
(eds.), Anerkennung und Integration. Zu den wirtchaftlichen Grundlagen der Völkerwanderungszeit 400-
600, Denkschriften der Österreichischen Akademie der Wissenschaften, Viena, 1988; P. Heather, Goths and
Romans 332-489, Oxford, Clarendon Press, 1991; Th. S. Burns, Barbarians within the gates of Rome. A study
of Roman Military Policy and the Barbarians, ca. 375-425 A. D., Bloomington, Indiana University Press, 1994,
y recientemente J. Arce, Bárbaros y Romanos en Hispania (400-507 A. D.), Madrid, Marcial Pons, 2005.
39 Ver ahora la última obra de la trilogía sobre este período de J. Arce, Esperando a los árabes. Los visigodos
en Hispania (507-711), Madrid, Marcial Pons, 2011, p. 20.
6. Cuestionamiento de la crisis
Aunque ya en los años 80 del siglo pasado se propusieron argumentos que cuestionaban
seriamente la existencia de la “crisis del siglo III”42 y, en consecuencia, la difundida idea de
“decadencia” para la evolución posterior del Imperio43, hasta los años 90 no aparecieron los
primeros estudios sistemáticos realizados para responder a esta nueva problemática44. La
respuesta era clara y contundente, pero dejaba en pie nuevos interrogantes: no hay crisis
histórica, generalizada; el modelo de “crisis” no funciona, si se aplica a la realidad histórica
del siglo III ni a la posterior (“una sociedad relativamente estable”).
Ahora bien ¿cuál es el modelo alternativo? ¿Qué tipo de cambios: accidentales,
coyunturales, estructurales? Y, ante todo, ¿qué papel desempeña la economía en este
contexto de elementos esencialmente negativos? ¿Es ni siquiera concebible una crisis
histórica, en cualquier época, sin expresión económica? Difícilmente, porque la inestabilidad
política y social característica de un contexto de crisis, también en la Antigüedad, es reflejo
de la situación económica. En este sentido, el siglo III no podría ser considerado en su
totalidad como un período de crisis45, porque en su evolución se observan ya algunos
40 Véase ahora sobre todas estas cuestiones la revisión del problema en G. Bravo, “La hospitalitas
tardorromana: ¿tradición o innovación?”, en G. Bravo y R. González Salinero (eds.), Ver, viajar y hospedarse
en el mundo romano, Madrid, Signifer Libros, 2012, especialmente pp. 214 y ss.
41 B. Ward-Perkins, The Fall of Rome..., p. 35; sobre la inestabilidad social del período, ver ahora la
actualización de L. Montecchio, I Bacaudae. Tensioni sociali tra Tardoantico e alto Medioevo, Roma, Elabora,
2012 (“Prefazione” de G. Bravo).
42 G. Bravo, “Elementos críticos para la revisión de los supuestos analíticos en que se ha basado la crisis
del siglo III”, en Coyuntura sociopolítica y estructura social de la producción en la época de Diocleciano,
Salamanca, Universidad de Salamanca, 1980, pp. 283 y ss., donde se rechaza ya con argumentos teóricos y
datos históricos la tesis marxista de una “crisis esclavista” del siglo III.
43 Así J. Fernández Ubiña, La crisis del siglo III y el fin del mundo antiguo, Madrid, Akal, 1982, p. 101,
atribuye a R. Teja el haber sido “el primer historiador español que de manera clara ha negado la ‘crisis y
decadencia’ tardorromana”.
44 Especialmente K. Strobel, Das Imperium Romanum..., y Ch. Witschel, Krise..., y supra n. 18.
45 Véase ahora el tratamiento completo del siglo en M. Bats, S. Benoist y S. Lefebvre, L’empire..., en el que
se ha omitido deliberadamente el tratamiento de la crisis.
46 Especialmente G. Bravo, “La otra cara de la crisis: el cambio social”, en Ciudad y comunidad cívica en
Hispania (siglos II y III d. C.), Madrid, Casa de Velázquez, 1994, pp. 153 y ss.
47 Sobre las diversas fórmulas ensayadas por el gobierno imperial, R. MacMullen, Roman Government’s
Response...
48 Una sistematización del período en formato enciclopédico, en G. W. Bowersock, P. Brown y O. Grabar
(eds.), Late Antiquity: A Guide to the Postclassical World, Harvard, Harvard University Press, 1999.
49 G. W. Bowersock, “The vanishing Paradigm of the Fall of Rome”, en Selected..., pp. 29 y ss.
50 A. Giardina, “Esplosione di tardoantico”, Studi Storici, 40 (1999), pp. 157 y ss.
51 Un cómodo resumen de los diferentes tipos de causas sobre el “decline” del Imperio en G. Bravo,
“Introducción”, en Id. (coord.), La caída del Imperio romano y la génesis de Europa, Madrid, Universidad
Complutense, 2001, pp. XV y ss. Para la contextualización historiográfica de las diversas teorías, Id., “La
corrupción política como clave del ‘declive’ tardoantiguo”, en G. Bravo y R. González Salinero (eds.), La
corrupción en el mundo romano, Madrid, Signifer Libros, 2008, pp. 133 y ss.
52 A. Demandt, Der Fall Roms. Die Auflösung des Römischen Reiches im Urteil der Nachwelt, Munich, Beck,
1984. La aportación de Demandt ha sido comentada en repetidas ocasiones: G. Alföldy, “Der Fall der Fälle”,
en Die Krise..., pp. 664 y ss.; G. Bravo, “Introducción”, pp. XIV y ss.; B.Ward-Perkins, The Fall of Rome..., p.
32.
utilizados para ilustrar estos cambios: el tamaño de las iglesias53; la altura de la vaca54, entre
otros. No obstante, la notoria disminución en ambos casos puede explicarse sin recurrir al
argumento del “declive” del período: en el primer caso, por cambios de hábito religioso o
circunstancias particulares del ámbito computado; en el segundo, por razones zoológicas
–y no necesariamente económicas– referidas al cruce con ejemplares de otras razas o a las
propias condiciones ambientales.
En relación a las fuentes documentales y los hechos, en vano se buscará en los textos
tardorromanos menciones de la crisis, pero eso no impide –según algunos historiadores–
el que los contemporáneos percibieran la situación de crisis e incluso llegaran a tener
real “conciencia de la crisis”55. No obstante, sólo podrían percibir sus efectos –a menudo
a largo plazo– sin entender muy bien el porqué de la misma. Desde esta perspectiva,
resulta significativo que los hechos históricos documentados del período apunten hacia
un contexto de clara inestabilidad: política (usurpaciones, lucha por el control del poder),
militar (guerras), religiosa (persecuciones, represalias), social (pestes, penuria, injusticias),
y económica (carestía, pobreza, escasez de mano de obra, inflación). Ante un contexto de
factores esencialmente negativos, sólo hay un elemento integrador: la política imperial que,
a pesar de todo, sobrevivió a las periódicas amenazas “externas” e “internas”56.
Pero si una situación de crisis es ante todo la consecuencia de un “desarrollo
supuestamente anómalo” de un elemento o una estructura determinada (política, económica,
ideológica, social) amenazada siempre de inestabilidad57, la “crisis” de un elemento o parte
no implica necesariamente el desencadenamiento de una “crisis sistémica” sino que, por
el contrario, a menudo la puesta en práctica de reformas o estrategias va encaminada
precisamente a evitarla o, al menos, a evitar sus efectos perversos, y, en última instancia,
a lograr la pervivencia del propio sistema. Sin embargo, no siempre fue posible adoptar
las medidas pertinentes. En realidad, la desintegración del Imperio romano (de Occidente)
no fue debida sólo a un hecho político (la implantación de los reinos bárbaros en territorio
romano) sino también a un hecho económico (sustitución progresiva de la economía imperial
por las economías provinciales y aun estas por las locales), hechos que no sólo fueron
paralelos sino también convergentes en muchos momentos y lugares. Hoy la pregunta ya
no es, como en los 80, “¿crisis, qué crisis?” sino más bien “¿crisis o no crisis?”58.
No hay “crisis histórica”, puesto que el contexto de crisis no se corresponde con una
delimitación espacio-temporal precisa. Por otra parte, una crisis ininterrumpida durante
59 Al menos hasta la primera mitad del siglo VI: A. Chavarría, “Villae tardoantiguas en el valle del Duero”, en
S. Castellanos e I. Martín (eds.), De Roma a los bárbaros. Poder central y horizontes locales en la cuenca del
Duero, León, Universidad de León, 2008, p. 112.
60 Es la tesis principal de Ch. Witschel, Krise..., passim.
61 Ver ahora G. Bravo, “¿Otro mito...”, pp. 129 y ss.
2. Hay crisis coyunturales. Pero diferentes por épocas o ámbitos y sobre todo de desigual
incidencia en términos regionales o locales. Estas crisis deberían haber afectado a
elementos esenciales del sistema imperial hasta provocar su desaparición, pero no fue
así porque el Estado pudo arbitrar reformas periódicas encaminadas a aminorar sus
efectos negativos. No obstante, son los historiadores quienes establecen mediante el
análisis la mayor o menor relevancia de unos ámbitos u otros: para unos es la economía64,
la fiscalidad65 e incluso la moneda66; para otros, en cambio, es el ámbito ideológico y, en
particular, el religioso67, el que caracteriza de forma indiscutible a este período.
62 Alemana: allgemeine Krise; Gesamtkrise; organische Krisesbegriffe. Francesa: “la grande crise”; la crise
de l’empire romain; la crise de Bas-empire. Anglosajona: general crisis; historical crisis; structural crisis.
63 Así F. Kolb, “Wirtschatliche und soziale Konflikte im Römischen Reich des 3. Jhdts. n.. Chr.”, en A. Lippold
y N. Himmelmann (eds.), Bonner Festgabe J. Straub zum 65. Geburtstag, Bonn, Rheinland-Verlag, 1977, pp.
277 y ss.
64 A pesar de que, como lamenta B. Ward-Perkins, The Fall of Rome..., p. 179, muchos jóvenes estudiantes
no se interesen hoy por ella.
65 Ahora P. C. Díaz e I. Martín Viso (eds.), Between Taxation and Rent. Fiscal problems from Late Antiquity
to Early Middle Ages, Bari, Edipuglia, 2011.
66 En general, G. Dépeyrot, Crisis e inflación entre la Antigüedad y la Edad Media, Barcelona, Crítica, 1996.
67 Así B. Dumézil, Les racines...
68 Partitio imperii (395), invasiones bárbaras (406), independencia de la Armórica gala (435), saqueo de
Roma (410), asentamiento visigodo en Aquitania (418), resistencia bagáudica en Hispania (449), muerte de
Aecio (454).
RESUMEN
Este artículo aborda una reflexión general sobre la interpretación de la crisis del siglo XIV en los
reinos hispánicos tratando de apuntar sus antecedentes y todos los factores relevantes consecuencia
de su gran diversidad interna, diversidad que ha marcado el desarrollo de las historiografías de
los reinos peninsulares. Se analizan de forma comparada los modelos de crecimiento, las formas
de explotación de la tierra y las dinámicas de población, y se plantea una interpretación de las
evidencias.
PALABRAS CLAVE: Edad Media, reinos hispánicos, siglos XIII-XV, crecimiento, crisis.
ABSTRACT
This article deals with a general reflection on the interpretation of the crisis of the fourteenth century
in the Hispanic kingdoms, attempting to target their backgrounds and all the relevant factors
resulting from their great internal diversity which has marked the development of the peninsular
historiographies. It analyzes from a comparative perspective the growth models, forms of land
exploitation and population dynamics, finally proposing an interpretation the evidence.
KEY WORDS: Middle Ages, Hispanic kingdoms, 11th-13th centuries, growth, crisis.
1 Una versión extensa de este trabajo fue publicada en A. Rodríguez, “Spain”, en H. Kitsikopoulos (ed.),
Agrarian Change and Crisis in Europe. 1200-1500, Nueva York, Routledge, 2011, pp. 167-203. Se pretende
con este artículo hacer una reflexión general teniendo en cuenta todos los factores relevantes en una
interpretación de los siglos XIII-XIV fundamentalmente. No es, en este sentido, una revisión historiográfica.
27
MODELOS DE DIVERSIDAD: CRECIMIENTO ECONÓMICO Y CRISIS EN LOS REINOS...
Cuando en el siglo XIII un campesino peninsular veía una corriente de agua, tras ella, si el
campesino era andalusí, estaba viendo una huerta, y si era cristiano, un molino cerealero.
Pero si el observador resultaba ser un señor hispanocristiano, lo que veía tras el agua era un
abrevadero para un rebaño transhumante de ovejas. ¿O no eran campesinos y señores del
siglo XIII los protagonistas de nuestras visiones sino historiadores del siglo XX? De hecho,
han sido éstos quienes, según peculiares coordenadas de adscripción ideológica, temas de
especialización y familiaridad con espacios y cronologías, han hecho de la historiografía rural de
la España medieval un escenario en que una imagen concreta ha cobrado protagonismo hasta
llegar a difuminar las demás. Así, lo que para un historiador andaluz, valenciano o bajoaragonés
es un producto (trigo, aceite, lana) para el mercado, para un historiador castellanoviejo puede
ser un elemento para la dominación señorial abocado a servir de inevitable punto de conflicto
entre señores y campesinos, y para un investigador catalanoviejo puede resultar un dato para
el estudio de la configuración del mercado de la renta. Y, por supuesto, donde un historiador
ve un mosaico de rientes huertas, creadas y conservadas con el alegre esfuerzo del trabajo de
una comunidad andalusí unida por los vínculos del parentesco, otro ve un escenario de saltus
progresivamente arrinconado por un triunfante ager de secano impuesto de forma agresiva
por los señores feudales2.
2 J. Á. García de Cortázar y P. Martínez Sopena, “Los estudios sobre historia rural de la sociedad
hispanocristiana”, Historia Agraria, 31 (2003), pp. 57-83.
cuales está fechado en 1384. En Cataluña, Valencia y Aragón, los fogatges se inician unas
décadas antes que en Castilla y son una fuente de gran utilidad para estos siglos. Los libros
de “fuegos” de las merindades de Navarra constituyen igualmente una fuente de primer
orden. No obstante, la utilización de estas fuentes indirectas plantea numerosos problemas,
ya que excluyen a parte de la población: las relaciones de vecinos son incompletas, los
padrones fiscales incluyen a los cabezas de familia que tributaban, pero no a los grupos
sociales exentos ni a las minorías étnico-religiosas3.
También resulta complicado encontrar fuentes relacionadas directamente con la
organización de la producción y con los rendimientos agrarios hasta al menos la segunda
mitad del siglo XV. De nuevo la Corona de Aragón y Navarra destacan en el número y calidad
de sus fuentes, desde inventarios de propiedades hasta cuentas fiscales como las de las
merindades de Navarra. Pero las fuentes son por lo general dispersas, tanto desde el punto
de vista territorial como cronológico, lo que dificulta establecer series. La documentación
de las transacciones de la tierra y de los contratos agrarios que establecen las condiciones
de las relaciones entre señores y campesinos es en ocasiones la fuente casi única para la
mayor parte de los reinos hispanos. Por último, otro tipo de fuentes, como los inventarios
post mortem, que permiten evaluar las posesiones, aventurar la evolución de los niveles
de vida en los diferentes grupos sociales y establecer hipótesis sobre las diferencias en
el consumo, comienzan a ser muy utilizados para el estudio de los tiempos modernos, a
partir del siglo XVI, pero son muy escasos o inexistentes en los reinos hispanos en la Edad
Media4.
Por su parte, el relato de las crónicas y las fuentes literarias de los siglos finales de
la Edad Media en los reinos hispánicos contribuyó a difundir la visión de un panorama
desolador. Y es en cierta forma comprensible, ya que el único rey cristiano que sucumbió
a la Peste Negra que se extendió por Europa en 1348 fue el rey de Castilla, Alfonso XI,
muerto en la primavera de 1350 en el asedio de Gibraltar5. La visión de los cronistas de la
crisis demográfica, empeorada por la guerra y la inestabilidad política, fue durante tiempo
el punto de partida de la historiografía española de la crisis del siglo XIV, aunque el impacto
demográfico de la crisis perdió su papel explicativo principal para dejar paso, a partir de la
década de 1980, a otras consideraciones sobre el impacto local y regional, los cambios en
las formas de poblamiento y el abandono de los asentamientos6. De esta forma, en Castilla
los historiadores han tomado en consideración no sólo el impacto demográfico sino también
el incremento de precios, la reducción de las áreas de cultivo, la reducción de la producción
cerealícola y el incremento de los costes de producción7. En la Corona de Aragón, siguiendo
el modelo explicativo de la decadencia de Cataluña en el siglo XV establecido por Pierre
3 Para el reino de Aragón se han conservado algunas fuentes específicas. Desde comienzos del siglo XIII
la monarquía aragonesa reclamaba un impuesto planteado como un rescate del derecho real a devaluar la
moneda. Los “monedajes” se percibían cada siete años, constando en sus registros los nombres de quienes
lo pagaban e incluso de los exentos por razones de pobreza.
4 J. Torras y B. Yun (dirs.), Consumo, condiciones de vida y comercialización. Cataluña y Castilla, siglos XVII-
XIX, Ávila, Junta de Castilla y León, 1999.
5 G. Orduna (ed.), Pedro López de Ayala, Crónica del Rey Don Pedro y del Rey Don Enrique, su hermano,
hijos del rey don Alfonso Onceno, Buenos Aires, SECRIT, 1994, pp. 3-4.
6 J. Valdeón, “La crisis del siglo XIV en Castilla. Revisión del problema”, Revista de la Universidad de Madrid,
XX (1972), pp. 161-182; Id., “Datos sobre la población de Castilla: El caso de Valbuena de Duero”, Archivos
Leoneses, 55-56 (1974), pp. 309-316; Id., “Un despoblado castellano del siglo XIV: Fuenteungrillo”, En la
España Medieval, III (1982), pp. 705-716.
7 Una visión general en Á. Vaca, “La Peste Negra en Castilla. Aportación al estudio de algunas de sus
consecuencias económicas y sociales”, Studia Historica. Historia Medieval, 2 (1984), pp. 89-107.
Vilar8, la revisión de la crisis se enfocó en buena medida en el análisis del caso específico
de Barcelona y los conflictos que la asolaron en los siglos XIV y XV9. La crisis del XIV en el
reino de Navarra también se estudió en la década de los 80 utilizando fuentes fiscales más
abundantes y ricas de las que estaban disponibles para Castilla y Aragón10. Pero a pesar de
todo ello, y en varios sentidos, queda aún mucha investigación por hacer11.
Hay, no obstante, circunstancias específicas en los reinos hispanos que conforman
una realidad medieval aparentemente muy diferente a los demás reinos cristianos –quizás
con la excepción de las tierras orientales de Europa– y que resultan fundamentales para
analizar sus modelos de crecimiento económico y de crisis en la Baja Edad Media. Se
trata de las derivadas del proceso de “Reconquista”, esto es, la extraordinaria expansión
territorial de los reinos cristianos del norte frente a los musulmanes de al-Andalus entre
los siglos XI y XV, cuyos diversos ritmos marcaron las formas en que los nuevos territorios
se fueron integrando en ellos, creando condiciones sociales, económicas, demográficas
y políticas particulares. Al crecimiento económico e institucional de los siglos XI-XIII, muy
semejante al que se estaba produciendo en el resto de Europa occidental, se añadió –y
ello le confirió su especificidad– un extraordinario crecimiento territorial, jalonado por las
conquistas cristianas de Toledo (1085), Zaragoza (1118), Córdoba (1236), Valencia (1238)
y sobre todo Sevilla (1248), un parón de más de medio siglo y la recuperación del ritmo
conquistador en los primeros decenios del XIV. La explotación de los nuevos espacios
y la reorganización del poblamiento adoptaron diversas modalidades en función de su
diferente cronología, las formas de concesión por parte de la autoridad real y las estructuras
demográficas y económicas preexistentes12.
8 P. Vilar, La Catalogne dans l’Espagne Moderne. Recherches sur les fondements économiques des
structures nationales, París, SEVPEN, 1962, pp. 490-508.
9 C. Carrère, Barcelone, centre économique à l’époque des difficultés, 1380-1462, París y La Haya, Mouton
et Cie., 1967, 2 vols. Una revisión historiográfica en G. Feliu, “La crisis catalana de la Baja Edad Media: estado
de la cuestión”, Hispania, LXIV/2, 217 (2004), pp. 435-466.
10 Una aproximación clásica en M. Berthe, Famines et épidémies dans les campagnes navarraises à la fin
du Moyen Age, París, SFIED, 1984, 2 vols.
11 Una revisión reciente en M. Borrero, “El mundo rural y la crisis del siglo XIV. Un tema historiográfico en
proceso de revisión”, Edad Media, 8 (2007), pp. 37-58, véanse pp. 44-49.
12 Una excelente síntesis en H. Casado, “La economía de las Españas medievales (c. 1000-c. 1450)”, en F.
Comín, M. Hernández y E. Llopis (eds.), Historia económica de España, siglos X-XX, Barcelona, Crítica, 2002,
pp. 13-49. Por otra parte, la consideración o no de la repoblación de Andalucía como un factor fundamental en
la crisis castellana bajomedieval ha generado un vivo debate a partir de T. Ruiz, “Expansion et changement:
la conquête de Seville et la société castillane (1248-1350)”, Annales (Économies, Sociétés, Civilisations), 3
(1979), pp. 548-565. Discutiendo a Ruiz, M. González, La repoblación de la zona de Sevilla durante el siglo
XIV. Estudio y documentación, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1975; también del mismo autor, En torno a los
orígenes de Andalucía. La repoblación del siglo XIII, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1988.
inicialmente por una gran fragmentación que afectaba tanto a las propiedades nobiliarias
como a las de los reyes y por el peso de las comunidades campesinas, en un hábitat
concentrado en la mayoría de las zonas, de cuya organización interna apenas tenemos
testimonios13. Las condiciones fueron cambiando con el paso del tiempo y en particular
la implantación desde el siglo IX-X de grandes monasterios benedictinos y cistercienses
transformó las relaciones sociales. La documentación monástica conservada refleja una
realidad de pequeñas propiedades campesinas, de organización comunitaria de una buena
parte del pago de tributos a los señores, tanto nobles laicos como monasterios y obispados,
la progresiva absorción de las pequeñas propiedades por los señores, la concentración
territorial de sus posesiones y la imposición paulatina de la jurisdicción regia14.
Los siglos XII y XIII constituyeron una época de expansión de superficie cultivada y de
aumento de la población en todo el reino. La abundancia de tierras en las franjas territoriales
que se iban incorporando al reino como consecuencia de la “Reconquista” y la formación
de los grandes dominios señoriales, convivió con un sistema de posesión de la tierra en el
que los campesinos tenían una gran libertad a la hora de gestionar sus recursos y plantear
sus estrategias. Se trataba, además, de un sistema señorial en el que era predominante
la propiedad eclesiástica sobre la nobiliaria y la explotación indirecta de la tierra sobre la
directa, que quedaba reducida a las sernas que debían prestar los dependientes en las
no muy extensas reservas señoriales en los siglos centrales de la Edad Media. En estas
formas de explotación de la tierra se reconocía, de forma más o menos explícita, el peso de
la comunidad en la Castilla medieval.
La conquista de Andalucía supuso la implantación de nuevas formas de explotación.
Contrariamente a lo que había sucedido en las tierras del norte, la salida de las tierras
conquistadas de una buena parte de los musulmanes que habitaban en ellas facilitó que se
crearan unas estructuras de producción más homogéneas. Los repartimientos del siglo XIII
proporcionaron grandes señoríos a la alta nobleza laica castellana y a algunas instituciones
eclesiásticas. Las dificultades para poblar estos territorios provocó que un número
considerable de los beneficiados por el reparto de tierras, en particular nobles castellanos
de nivel medio, abandonaran sus posesiones y volvieran a sus lugares de origen15. A lo
largo del siglo XIV, y así se comprueba en los nuevos repartimientos otorgados, se fue
desarrollando la gran propiedad en la Andalucía del Guadalquivir, aunque nunca llegó a
desaparecer la propiedad campesina, que en realidad se mantuvo en unas proporciones
altas: en el entorno de Sevilla, en la zona del Aljarafe y Ribera, el 60-70 % de la población
campesina poseía tierras en el siglo XV. Se ha argumentado, de hecho, que el acceso a la
tierra por los campesinos iría paralelo a la consolidación de la gran propiedad: fue en buena
medida la existencia de una gran propiedad que necesitaba mano de obra la que va a traer
como consecuencia la aparición de una pequeña propiedad capaz de asegurar la presencia
campesina y por tanto la explotación de la tierra. Convivían, así, los contratos agrarios
en la gran propiedad, arrendamientos a largo plazo (de una a tres vidas o generaciones
de campesinos) para la explotación del cereal y el olivar y los censos enfitéuticos en
13 R. Pastor, Resistencias y luchas campesinas en la época del crecimiento y la consolidación de la formación
feudal. Castilla y León, siglos X-XIII, Madrid, Siglo XXI, 1980. La pervivencia o no de unas formas comunitarias
anteriores a la feudalización y el grado de libertad del campesinado castellano como consecuencia de la
fortaleza de la comunidad y de su capacidad colectiva de negociación y resistencia a las imposiciones
señoriales, han sido debates fundamentales en la historiografía española.
14 J. Á. García de Cortázar, La sociedad rural en la España medieval, Madrid, Siglo XXI, 1988.
15 M. González, En torno a los orígenes de Andalucía...; Id., La repoblación en la zona de Sevilla durante el
siglo XIV, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1993.
pequeños terrenos para la puesta en cultivo de zonas vinícolas. En el siglo XV, la estrategia
señorial pasaba por fijar a la tierra un grupo de campesinos cediéndoles unas parcelas lo
suficientemente escasas para que precisaran de trabajos temporales y para que generasen
mano de obra barata a la gran propiedad16.
Por su parte, la historiografía catalana distingue tradicionalmente entre las formas
señoriales en Cataluña Vieja, donde la culminación de un proceso de violencia señorial
(siglos XI y XII) y de legitimación jurídica (siglo XIII) había reforzado el sometimiento de
los campesinos –que pagaban rentas elevadas y estaban sometidos a servidumbre (los
remensas) y sujetos a los malos usos–, y los campesinos de la Cataluña Nueva, quienes,
gracias a las cartas de población y franquicia que se otorgaron para el poblamiento y
organización del territorio a lo largo del siglo XII, pagaban rentas más livianas y no conocían la
servidumbre. En ambos ámbitos, la propiedad eclesiástica era la más abundante y –aunque
el peso de la reserva señorial y de las corveas era mayor que en Castilla– los mansi entregados
a los campesinos para la explotación indirecta de los dominios señoriales constituyeron
la unidad de producción básica. La práctica de la herencia indivisible en Cataluña, que
obligaba al campesino a dejar buena parte de la herencia a un solo descendiente (el hereu),
resolvió a los campesinos el problema del relevo generacional, simplificó a los señores la
gestión de sus dominios y consolidó una estructura de explotaciones sólidas y duraderas
ocupadas por campesinos remensas, de modo que la situación jurídica degradada de estos
no se correspondía necesariamente con una situación económica precaria17.
La pérdida de población rural como consecuencia de la peste produjo como reacción
un endurecimiento de la actitud señorial en Cataluña, aunque la situación varió dependiendo
de las zonas y de la necesidad que tenían los señores de mantener pobladas sus tierras.
Así, en las mismas fechas se ofrecía a los campesinos una reducción de los censos y se
les permitía que ocuparan los mansos abandonados en las zonas fértiles (Plana de Vic,
Ampurdán, Maresme, Vallés), mientras que en las tierras de montaña, que habrían quedado
más despobladas, se reforzaba la servidumbre para mantener en la tierra a los cultivadores.
Pasadas las dificultades, los señores trataron de restablecer los derechos cedidos durante
la crisis y reimplantar los malos usos. El estallido del conflicto remensa en el siglo XV fue
una consecuencia de esta situación.
En el reino de Valencia, la situación era muy distinta. En virtud de los pactos de
capitulación y del goteo constante, pero débil, de pobladores catalano-aragoneses a las
nuevas tierras, una gran parte del agro valenciano siguió siendo trabajado por musulmanes
(mudéjares), quienes a fines del siglo XIII constituían la mayoría de la población del reino. El
nivel de subyugación y el grado de explotación que padecían debía ser importante, mayor
que el de los cultivadores cristianos del reino, que recibieron buenas tierras y pagaban
censos enfitéuticos livianos. En Mallorca, donde el 43 % de la población vivía en la ciudad, la
explotación de los dominios señoriales estaba sujeta a contratos enfitéuticos que obligaban
a los campesinos a pagar censos a los señores que residían en la ciudad pero que a su vez
les otorgaban una gran libertad.
En Aragón, al igual que sucedía en Cataluña, el régimen señorial al norte del Ebro
fue mucho más duro que al sur. En las tierras viejas, el descenso de las rentas ocasionado
por la crisis del siglo XIV fue combatido con la estricta sujeción, el pleno ejercicio de la
16 M. Borrero, “Sistemas de explotación de la tierra en la Andalucía Occidental durante el siglo XIV”, en
Mundo rural y vida campesina en la Andalucía medieval, Granada, Universidad de Granada, 2003, pp. 173 y
ss.
17 J. M. Salrach (coord.), Història agrària dels Països Catalans: Edat Mitjana, Barcelona, Fundació Catalana
per a la Recerca y Universitats dels Països Catalans, 2004.
jurisdicción civil y criminal que muchos señores poseían en sus señoríos, y que excluía toda
posibilidad de apelación a un tribunal superior, y el ejercicio del ius maletractandi, que el
Justicia de Aragón reconoció como derecho señorial en 133218. Al sur del Ebro, en cambio,
la situación del campesinado aragonés era distinta. Allí predominaban los mudéjares que
no pagaban diezmo eclesiástico, poseían la tierra en régimen de aparcería, tenían libertad
de movimiento y estaban bajo la directa protección de la autoridad real.
18 E. Sarasa, Sociedad y conflictos sociales en Aragón, siglos XIII-XV: estructuras de poder y conflictos de
clase, Madrid, Siglo XXI, 1981.
19 J. García Fernández, “Champs ouverts et champs clôturés en Vieille-Castille”, Annales (Économies,
Sociétés, Civilisations), 20/4 (1965), pp. 693-700.
20 J. Valdeón, “Los países de la Corona de Castilla”, en Historia de España Menéndez Pidal. La Baja Edad
Media. tomo XII, Madrid, Espasa Calpe, 1996, pp. 25-300.
21 E. Portela, La región del obispado de Tuy en los siglos XII al XV, Santiago de Compostela, Universidad
de Santiago, 1976.
22 J. Klein, The Mesta: a study in Spanish economic history. 1273-1836, Cambridge (Mass.), Harvard
University Press, 1920.
23 H. Casado, Señores, mercaderes y campesinos. La comarca de Burgos a fines de la Edad Media,
Valladolid, Junta de Castilla y León, 1987.
las ya cultivadas, los llamados “forannos”. A pesar de ser bastante general, este proceso
de especialización y progreso de la vid no fue homogéneo en Castilla, y datos procedentes
de regiones como Segovia o Burgos permiten entrever la decadencia del cultivo en el siglo
XV24.
El siglo XIII fue la época de la expansión del viñedo en la zona del sur de Galicia,
tendencia que se reforzó durante el XIV asociada a una producción destinada en buena
medida a la comercialización. El análisis por períodos revela que la extensión ocupada por
el viñedo creció hasta 1320 y se estancó o retrocedió ligeramente entre 1320 y 1340. Esta
circunstancia –la expansión de la vid y el retroceso de la superficie destinada a cereales–
jugó, en opinión de Ermelindo Portela, un papel en la gestación de la crisis durante la
primera mitad del siglo XIV; Portela atribuye el estancamiento del proceso de ampliación
del viñedo entre 1320 y 1340 a la aparición de las hambres generalizadas en esas fechas,
que pusieron en evidencia la necesidad imperiosa de producir más pan25. En la segunda
mitad del XIV se constata un brusco avance en la superficie ocupada por las viñas, debido
probablemente a que la producción y los precios de los cereales cayeron a causa de la
contracción de la demanda tras la crisis, mientras que los precios del vino resistieron mejor
la crisis al tratarse de una producción que dependía de una demanda exterior a la región y
que era canalizada a través de los núcleos urbanos. Los viñedos no ocuparon nuevas tierras
en Galicia, sino que desplazaron a los cereales o se convirtieron en el cultivo protagonista
de la reocupación de las tierras abandonadas.
24 J. C. Martín Cea, El mundo rural castellano a fines de la edad media: el ejemplo de Paredes de Nava en
el siglo XV, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1991.
25 E. Portela, La región del obispado de Tuy...
26 De ahí la caracterización de la viña en Andalucía en el XV como un “cultivo social” (M. Borrero, “La viña
en Andalucía durante la Baja Edad Media”, en Mundo rural y vida campesina..., pp. 239-284).
27 H. R. Oliva, “El mundo rural en la Corona de Castilla en la Baja Edad Media. Dinámicas socioeconómicas
y nuevas perspectivas de análisis”, Edad Media, 8 (2007), pp. 295-328.
28 A. Riera, “Crisis frumentarias y políticas municipales de abastecimiento en las ciudades catalanas durante
la Baja Edad Media”, H. R. Oliva y P. Benito (eds.), Crisis de subsistencia y crisis agrarias en la Edad Media,
Sevilla, Universidad de Sevilla, 2007, pp. 125-160.
29 Á. Barrios, Estructuras agrarias y de poder en Castilla. El ejemplo de Ávila (1085-1320), Salamanca,
Universidad de Salamanca, 1983. Entre 3/1 y 3’5/1 se sitúan los rendimientos del trigo en otras zonas de
Castilla. Otros cálculos de rendimientos hacia 1300 son algo más elevados: 4-4’8/1 para el trigo; 3’7/1 para el
centeno y 5’1/1 para la cebada (J. Clemente, La economía campesina en la Corona de Castilla (1000-1300),
Barcelona, Crítica, 2003).
30 M. D. Barrios, Una explotación agrícola en el siglo XIII. Sesa (Huesca), Zaragoza, Anubar, 1983.
31 J. Á. García de Cortázar, La sociedad rural...
de la tierra pero sí constatar la drástica disminución de las rentas monásticas –en torno a
un 53 %– en un período de 15 años32.
Para el período 1358-1366, la evolución de la producción agraria en las posesiones de
algunos nobles de la región de Sevilla permite hacer una tabla de rendimientos. Según las
cuentas de las tierras en Aznalcázar y Santillán, propiedad de Ferrán García de Santillán, el
óptimo para el trigo se produjo en 1359-1360, con un rendimiento de 8’8/1, y el mínimo el año
siguiente, 1361-1362, con un 0’9/1. El momento óptimo de la cebada, con un rendimiento
de 6’8/1, se corresponde con el mismo año del trigo; también el peor, con 1’5/1.
Trigo Cebada
Aznalcázar Santillán Aznalcázar Santillán
1358-1359 2’7 --- --- 4’2
1359-1360 8’8 --- 6’8 ---
1360-1361 3’5 --- 6’2 ---
1361-1362 0’9 2’9 1’5 5’1
1362-1363 3 --- --- 4’4
1363-1364 --- 3’9 --- ---
1364-1365 --- --- --- ---
1365-1366 6’7 --- 5’7 ---
32 Á. Vaca, “Una manifestación de la crisis castellana del siglo XIV. La caída de las rentas de los señores
feudales. El testimonio del monasterio de Sahagún”, Studia Historica. Historia Medieval, 1 (1983), pp. 157-
166.
33 A. Furió, “Temps de represa i creixement. La recuperació del final de l’Edat Mitjana i l’inici de la Moderna”,
en J. M. Salrach (coord.), Història agrària dels Països Catalans..., pp. 181-245, véase p. 200.
34 J. Fernández Trabal y A. Riera, “La crisi econòmica i social al camp”, en J. M. Salrach (coord.), Història
agrària dels Països Catalans..., pp. 119-180, véanse pp. 133-134.
35 F. García Oliver, Terra de feudals. El País Valencià en la tardor de la Edat Mitjana, Valencia, Alfons el
Magnànim, 1991, pp. 84-85.
en deuda del reino, de lo que se conocen numerosos ejemplos para la Corona de Aragón,
especialmente en Cataluña y Valencia.
36 J. Sobrequés, “La peste Negra en la Península Ibérica”, Anuario de Estudios Medievales, 7 (1970-1971),
pp. 67-97.
37 C. Reglero de la Fuente, “Les disettes dans le Royaume de Castille (entre 1250 et 1348)”, en Les disettes
dans la conjoncture de 1300 en Méditerranée occidentale, Roma, École Française de Rome, 2011, pp. 309-
342.
las causas del encarecimiento de los cereales y el papel de otro tipo de alimentos. Por
una parte, la carestía de grano provocó que los hombres se alimentaran de productos
de calidad inferior: garbanzos, habas, higos secos o incluso de los caballos que habían
muerto de hambre. Por otra, los precios experimentaron una gran subida. Antes de julio
de 1343, Alfonso XI había comprado cebada en Castilla a un precio de 2’5 maravedíes.
Tras su transporte al campamento de Algeciras, su precio se había multiplicado por 6.
Después de que se incendiara accidentalmente el depósito de trigo y de la penuria del mes
de septiembre, los precios tanto de la fanega de cebada como la de harina se multiplicaron
por 2’5. El aprovisionamiento volvió a interrumpirse durante 17 días en noviembre de 1343.
En resumen, entre la situación anterior al incendio y el momento culminante de la carestía,
los precios se habían multiplicado por diez38.
También en Cataluña las fuentes municipales y las crónicas permiten hacer una
cronología de las hambres a lo largo del XIV. Los cereales escasearon en 1300-1304, 1309-
1311, 1315-1317, 1322-1327, 1333-1336 (1333 es en las fuentes catalanas el “mal any
primer”), 1339-1341, 1345-1348, 1373-1376 y 1382-1385. En Valencia, el hambre de 1343
fue bautizado como el “any de la gran fam”39. La combinación de malas cosechas, lluvias
excesivas o sequías pertinaces son las causas principales de las carestías que aparecen en
la documentación de la época. Los años entre 1309 y 1311 debieron de ser de crisis general
en la Península Ibérica. Según fuentes locales, en 1311 se declaró una gran epidemia en
Sevilla que se complicó con la “esterilidad de la tierra”, que produjo una cosecha que no
fue ni siquiera suficiente para mantener a la tercera parte de la población40. El gobierno
de Barcelona, ante la magnitud del desabastecimiento, tomó medidas de fuerza y armó
una nave para desviar hacia la ciudad las embarcaciones que penetraran en sus aguas
con cargamentos de grano41. Los cuadernos de Cortes de Castilla y Aragón contienen
pocas referencias directas a las carestías –excepto en 1345 y 1348– pero se encuentran
alusiones indirectas a sus efectos, al endeudamiento y a la pobreza: moratorias de deudas,
protección de los animales de labor, restricción de las exportaciones, prohibición de bloquear
la circulación interna de los géneros alimenticios42.
En las épocas de escasez, las ciudades catalanas dispusieron del “trigo de la ciudad”
aportado por el concejo. Al final de la Edad Media la tendencia en las ciudades catalanas
fue la de abrir sus mercados frumentarios para incrementar la oferta y presionar los
precios a la baja; no obstante, la libertad de importación de grano coexistió con un riguroso
control público de las exportaciones43. La intervención municipal en el abastecimiento y
comercialización del grano se producía mediante la creación de stocks reguladores y la
tasación de precios. Las grandes ciudades catalanas no siempre pudieron afrontar su
política frumentaria, y tuvieron que acudir al crédito y a la emisión de deuda pública. Con
esta costosa combinación de normas de ordenación y de intervención en el mercado, los
concejos catalanes lograron, a costa de un creciente endeudamiento, atenuar las secuelas
de las malas cosechas, erradicar las revueltas de hambrientos y acentuar su control sobre
la población.
38 Ibid.
39 A. Riera, “Els pròdroms de les crisis alimentàries de la baixa edat mitjana a la Corona d’Aragó: 1250-
1300”, en Miscel·lània en Homenatge al P. Agustí Altisent, Tarragona, Diputació de Tarragona, 1991, pp. 35-72.
40 A. Collantes de Terán, Sevilla en la Baja Edad Media. La ciudad y sus hombres, Sevilla, Ayuntamiento de
Sevilla, 1977.
41 A. Riera, “Crisis frumentarias y políticas municipales de abastecimiento...”, pp. 125-160.
42 C. Reglero de la Fuente, “Les disettes dans le Royaume de Castille...”, pp. 309-342.
43 A. Riera, “Crisis frumentarias y políticas municipales de abastecimiento...”.
En Andalucía, series documentales como las del diezmo eclesiástico de las zonas
cerealícolas más ricas de Sevilla en el siglo XV, muestran –a pesar de sus fluctuaciones– la
expansión del mundo rural sevillano, que potenció la condición de gran ciudad que Sevilla
alcanzó entonces44. Desde 1408, primer año de la serie de diezmos conservada, en el que
se registra una cosecha muy baja, se comprueba que las causas de malas coyunturas
no fueron sólo climáticas, sino que también se debieron a los constantes movimientos de
tropas a lo largo de las fronteras con el reino nazarí de Granada o a las exportaciones
masivas de grano a Portugal y a Aragón –para garantizar en este caso el abastecimiento de
Valencia y Barcelona– como en 1413. El control por parte de los reyes castellanos sobre la
producción de cereal y su salida de la región se irá incrementando a lo largo del siglo XV.
Ya en 1461 empezaron a detectarse las características que acompañarán muchas veces
hasta fin de siglo el problema cerealícola en la comarca de Sevilla. A pesar de las buenas
cosechas de los años anteriores, las decisiones políticas, como la liberalización de las
exportaciones o el acaparamiento por parte de los mercaderes, conducían inevitablemente
a la carestía; se ponía entonces en práctica una política proteccionista, como la importación
en 1462 del llamado “trigo de la mar”, procedente de Bretaña, que suponía también que
algunos concejos de la Campiña sevillana prohibieran que se sacase pan de sus tierras con
destino a la ciudad. De hecho, el alineamiento de los concejos de la Campiña en distintos
bandos en la guerra civil provocada por la sucesión de Enrique IV en 1466, provocó robos
de ganado y de trigo entre unos y otros, además de una mayor necesidad de grano para
mantener a los ejércitos.
La subida al trono de los Reyes Católicos (1474) coincidió con unos años de óptimas
cosechas de cereal y también de aceitunas. Se volvieron entonces a conceder numerosas
licencias de “saca de cereales”, que se otorgaban a la alta nobleza y dependientes regios y
que permitían la salida de los cereales de la región. Esta circunstancia provocó, de nuevo,
el alza de precios en Sevilla motivado más que por la falta de producción, por la política
regia. La política regia de exportación de cereales tenía consecuencias opuestas: si se
exportaba masivamente, aumentaban los precios y se entorpecían las ofensivas militares.
Pero si se impedía totalmente la exportación de grano, se desabastecían muchos lugares
de Andalucía, entre otros los situados a lo largo de la costa atlántica y en la frontera con
Granada, que tenían necesidad de importar trigo y que cubrían sus necesidades más por
“acarreo” que por producción propia45. Las series de diezmos confirman que los últimos
años del XV fueron los de la expansión del campo sevillano: no hubo escasez de cereales
ni carestías ni aumentaron los precios, a pesar de las calamidades naturales, la peste
(1494, 1497) y las sequías (1501-1504). En 1500, los Reyes Católicos decretaron la libre
exportación de granos y su salida a través de los puertos. Esta decisión, justificada por la
corona al afirmar que cuando se prohibieron las sacas bajó la producción de cereales y se
retrajo el territorio destinado a su cultivo, benefició sobre todo a los grandes propietarios de
las tierras de cereal, la nobleza, y a los mercaderes que se encargaban de comercializar
el grano, en particular los genoveses. En 1504, a la muerte de la reina Isabel, el reino de
Castilla y Andalucía se encontraban sumidos en la más grave crisis de subsistencia de todo
el reinado.
Pero pese a las abundantes noticias en las fuentes relativas sobre mortalidad y carestía,
la realidad es que pocas de ellas permiten hacer estimaciones de población en Castilla en
44 I. Montes, “Crisis de subsistencias y comercio exterior de cereales en la Sevilla del siglo XV”, en H. R.
Oliva y P. Benito (eds.), Crisis de subsistencia y crisis agrarias..., pp. 161-198.
45 Ibid.
el siglo XIV46, si bien las cifras globales sugieren un notable incremento en el último siglo de
la Edad Media, recuperando así las pérdidas provocadas por la peste. Desde un punto de
vista regional, la población no se distribuyó uniformemente: las ciudades del sur de Castilla
se fortalecieron demográficamente47, mientras que en la región costera del norte los niveles
de población permanecieron bastante estables a lo largo de la Edad Media, con centros
urbanos menos poblados que los del sur.
La diversidad de las situaciones demográficas también caracterizó a la Corona de
Aragón. La población aragonesa, según reflejan los registros fiscales de las Cortes de la
Corona de Aragón, compilados desde 1364, recuperó progresivamente sus niveles anteriores
a la crisis, alcanzando los 200.000 habitantes al final del siglo XIV. Con una baja densidad
de población, Aragón fue capaz de mantener sus índices demográficos relativamente
constantes a lo largo de la Baja Edad Media48. Las consecuencias de las peores catástrofes
del siglo XIV, los brotes recurrentes de la peste en 1348, 1362 y 1380, y el hambre en 1375,
fueron así minimizados y Aragón, como Castilla, recuperó los niveles del siglo XIV a finales
del XV. La mitad de la población de la Corona de Aragón se concentraba en Cataluña, que
contaba con menos de un tercio de su territorio. Parece claro que Cataluña, que partía de una
densidad de población mucho mayor, sufrió una fuerte caída en los siglos XIV y XV, siendo
el único territorio peninsular que no había recuperado a finales de la Edad Media los niveles
previos a la Peste Negra. El fogatge de 1365 muestra la fuerte disminución de la población
que se habría producido a principios de la década de 1360, una impresión reforzada por
el fogatge ordenado por los tribunales en 1378. Pero la documentación local muestra que
el proceso de despoblación fue lento, y no sólo el resultado catastrófico de las epidemias.
Las estimaciones en regiones tales como la Plana de Vic muestran que al principio del siglo
XV dos tercios de los mansi habían desaparecido. Es importante tener en cuenta que la
mortalidad no era el único factor detrás de esta realidad: la emigración a otras zonas o hacia
los centros urbanos o la concentración de tierras por herencia y matrimonio son aspectos a
tener en cuenta49. Los estudios locales también muestran notables diferencias regionales.
La caída de la población en la Cataluña interior y en los alrededores de Barcelona fue
mayor que en la zona costera50.
Barcelona, la ciudad más poblada de la Península Ibérica con una población de unos
50.000 habitantes en 1340, se había reducido en más de la mitad hacia 1477. La disminución
de la población de Barcelona, así como la del resto de Cataluña, difirieron sin embargo en
su cronología de la del resto de los territorios hispanos. La población de Barcelona fue
relativamente alta hasta la segunda mitad del siglo XV, cuando sufrió un descenso muy
notable como consecuencia de la violencia en la ciudad a causa de la larga guerra civil de
1462-1472. Los más bajos niveles demográficos de Cataluña, por lo tanto, se produjeron
46 El testimonio más relevante es el que proporciona el llamado Libro Becerro de las Behetrías, sobre los
señoríos del norte de Castilla (C. Estepa, Las behetrías castellanas, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2003,
2 vols.). Historiadores como T. Ruiz han visto en el Becerro un testimonio de los estragos de la Peste Negra
en el elevado número de “yermos” que evidenciarían una notable pérdida de población.
47 Como es el caso de las ciudades andaluzas (A. Collantes de Terán, Sevilla..., pp. 152-171).
48 J. Á. Sesma y C. Laliena (eds.), La población de Aragón en la Edad Media. Estudios de demografía
histórica, Zaragoza, Grupo Consolidado de Investigación CEMA y Leyere Editorial, 2004.
49 G. Feliu, “La demografia baixmedieval catalana. Estat de la qüestió i propostes de futur”, Revista d’Història
Medieval, 10 (1999), pp. 13-43, véanse pp. 32-33.
50 Sobre las condiciones climáticas entre 1380 y 1450, J. A. López, L. López, S. Pérez y Á. Mateo, “Historia de
la vegetación en el litoral norte de Girona entre los siglos VIII y XX d. C. Cambios climáticos y socioeconómicos
desde una perspectiva paleoambiental”, Arqueología y Territorio Medieval, 15 (2008), pp. 13-28, véanse pp.
18-19.
a principios del siglo XV, y sólo comenzó a recuperarse a principios del siglo XVI. Esto
muestra que la recuperación tardía se debió a otros factores además de la cifra de muertos,
que fue sin embargo alta, factores que causaron un atraso relativo del cual sería imposible
recuperarse durante las guerras del siglo XV.
Por su parte, el reino de Valencia estaba constituido de un territorio muy poco poblado.
Las condiciones impuestas en materia de repoblación después de la conquista cristiana
y la movilidad de la población mudéjar, que prefería un asentamiento urbano, marcaron
también su dinámica demográfica. El papel político desempeñado por la ciudad de Valencia
contribuyó a su crecimiento. A finales del siglo XV, sus murallas contenían una quinta
parte de todos los habitantes del reino gracias, entre otras cosas, a su creciente influencia
en el control del comercio marítimo en el Mediterráneo en detrimento de Barcelona. Fue
prácticamente la única ciudad de la Corona de Aragón cuya población aumentó a lo largo
del siglo XV debido a la llegada de nuevos pobladores, como se muestra en los libros de
avecindamientos51.
La población de los reinos hispanos no sólo disminuyó debido a las epidemias. Los
siglos XIV y XV fueron de gran conflictividad política, tanto en violencias de alcance regional
como en guerras entre los distintos reinos. En el siglo XV se produjeron importantes episodios
de violencia, protagonizados por grupos campesinos de muy diversa riqueza y estatus
social, milites empobrecidos y nobleza de tipo local, y señores que intentaban reforzar la
dependencia de los cultivadores de sus tierras. Según los propios rebeldes, años de malas
cosechas y plagas fueron la causa de la revuelta irmandiña en Galicia entre 1467 y 146952.
La guerra civil catalana (1462-1472) marcó, por su parte, el desarrollo político de la Corona
de Aragón en el siglo XV. Coincidiendo con ella, estalló la revuelta de los campesinos de
remensa contra los señores, conflicto que no se cerró hasta 1486, cuando se abolieron los
llamados “malos usos” que habían reforzado la dependencia del campesino y su sujeción
a la tierra53. El mundo urbano no se había mantenido al margen de los conflictos. En la
década de 1450, se habían producido enfrentamientos entre distintos grupos urbanos en la
ciudad de Barcelona: rentistas e importadores (la biga) frente a artesanos y exportadores
(la busca). La especial conflictividad que vive Cataluña a lo largo del siglo XV es una de
las razones que han llevado a explicar su decadencia frente a los demás territorios de la
Corona de Aragón, la sustitución de Barcelona por Valencia como el mayor centro comercial
de la región y la caída brusca de su población, lo que impidió que a lo largo de la centuria se
produjera allí la recuperación económica y demográfica que caracteriza a los demás reinos
peninsulares54.
La conflictividad de la época no es la causa de la crisis pero es un factor exógeno
importante, además de un síntoma de profundos desequilibrios sociales y económicos
que afloran a la superficie de forma violenta55. Las campañas militares influyeron en el
colapso demográfico del siglo XIV, como evidencia el desplazamiento de comunidades
como consecuencia de la guerra y el número de muertos durante las incursiones y ataques.
También es probable que las referencias a lugares desiertos y las menores exigencias
impositivas sobre los habitantes de algunas ciudades específicas estuvieran relacionadas,
51 E. Vidal, Valencia en la época de Juan I, Valencia, Universidad de Valencia, 1974, pp. 85-88.
52 Á. Rodríguez González, Las fortalezas de la mitra compostelana y los Irmandiños. Pleito Tabera-Fonseca,
Pontevedra, Diputación de Pontevedra, 1984; C. Barros, Mentalidad justiciera de los irmandiños. Siglo XV,
Madrid, Siglo XXI, 1990.
53 J. Vicens Vives, Historia de los remensas en el siglo XV, Barcelona, Instituto Jerónimo Zurita, 1945.
54 G. Feliu, “La crisis catalana de la Baja Edad Media...”, pp. 435-466.
55 F. García Fiz, “‘Las guerras de cada día’. En la Castilla del siglo XIV”, Edad Media, 8 (2007), pp. 145-181.
al menos en parte, con la huida o la emigración de familias por las amenazas y la ruina que
suponía la guerra. Las devastadoras consecuencias de los conflictos en el mundo rural se
reflejan claramente en la documentación: destrucción de aldeas e infraestructuras agrarias,
pérdidas de cosechas y de ganado por las razias, necesidad de los ejércitos de mantenerse
y alimentarse sobre el terreno, políticas deliberadas de arrasamiento o saqueo del territorio
enemigo, contribuyeron a agravar la crisis56. Entre 1374 y 1375, las correrías por Cataluña de
los mercenarios extranjeros que acompañaban al infante Jaime de Mallorca contribuyeron a
recrudecer los efectos de la crisis. Estos conflictos intensificaron la escasez de suministros
en las ciudades y las zonas rurales del reino de Aragón57.
El impacto de la guerra en la situación económica no se limitó estrictamente a la
agricultura. Por un lado, los éxitos militares pudieron alterar las cantidades de dinero en
circulación como consecuencia de los saqueos y de las parias; por otra parte, la necesidad
de pagar los gastos generales y los salarios obligó a los monarcas a hacer devaluaciones
monetarias. Se ha comprobado un aumento general de la presión fiscal en Castilla como
consecuencia de la guerra. La monarquía tuvo que complementar los recursos tributarios
tradicionales asignados a la guerra con los nuevos tipos de impuestos, como la alcabala,
los servicios extraordinarios aprobados por las Cortes Generales de forma cada vez más
regular, la apropiación de las rentas eclesiásticas y el recurso a los préstamos.
Sin embargo, la mayor fuente de inseguridad para las comunidades campesinas
fue con frecuencia la violencia nobiliaria. En el reino de Castilla, la entrada de lugares
y aldeas de realengo en el señorío nobiliario permitió a los nuevos señores imponer
exigencias arbitrarias. Trataron en ocasiones de restablecer las malas costumbres o de
imponer arrendamientos a corto plazo a los tenentes de sus tierras. Las fuentes de la época
recogen algunos episodios significativos relacionados con el asesinato de algunos señores
a manos de los habitantes de sus señoríos58. También hay referencias a los grupos de
milites que entraban en los dominios de monasterios o de concejos, destruyendo cultivos y
recaudando impuestos que no les pertenecían59. Algunos monasterios de la zona de Galicia
incluso tuvieron que rehacer sus cartularios porque los documentos anteriores relativos a la
administración de su dominio habían desaparecido a causa de la violencia señorial60.
4. La interpretación de la evidencia
El interés por la crisis del siglo XIV, que surgió relativamente tarde entre los historiadores
hispanos, se produjo en un momento en que era importante encontrar elementos en común
con los análisis que se habían desarrollado en Europa. La peste, el hambre, las malas
cosechas, los cambios climáticos, el declive demográfico, el colapso agrícola, la inestabilidad
56 J. Valdeón, “La crisis del siglo XIV en la Corona de Castilla”, en Homenaje a Marcelo Vigil Pascual. La
historia en el contexto de las ciencias humanas y sociales, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1989, pp.
222-225.
57 La documentación muestra que, arruinados por el alza de los precios de los alimentos y las nuevas
imposiciones, muchas familias rurales y urbanas tuvieron que vender sus tierras para comprar cereal (A.
Riera, “Crisis frumentarias y políticas municipales de abastecimiento...”, pp. 152-153).
58 J. Valdeón, Conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIV y XV, Madrid, Siglo XXI, pp. 107-
110.
59 S. Moreta, Malhechores feudales: violencia, antagonismos y alianzas de clases en Castilla siglos XIII-XV,
Madrid, Cátedra, 1978, pp. 61-69.
60 M. Romaní y M. P. Rodríguez, Libro Tumbo de Pergamino, un códice medieval del monasterio de Oseira,
Santiago de Compostela, Universidad de Santiago, 2003, pp. 3-4.
monetaria, la crisis del comercio, la guerra y el conflicto social, fueron comunes a la Península
Ibérica y Europa durante el siglo XV61. Sin embargo, la transferencia de modelos europeos
al caso peninsular precisó incorporar al análisis aspectos específicos propios del desarrollo
histórico de las sociedades hispanas. Entre ellos se incluía el enorme peso de la monarquía
en los procesos de asentamiento y organización de los territorios hispanos, la baja presión
demográfica sobre las tierras y los recursos (por lo menos en las regiones incorporadas a
partir del siglo XI), y una mejor condición del campesinado castellano al poder emigrar hacia
el sur (aunque no fue lo mismo en Aragón, donde el campesinado sufrió mayores exigencias
por parte de los señores). También fue importante la permanente “economía de guerra” que
soportaron los reinos peninsulares, lo que generó una enorme, aunque irregular, circulación
de moneda y riquezas que determinó las relaciones entre reyes y nobles. Por lo tanto,
sólo es posible interpretar el proceso de crecimiento económico y de la crisis en los reinos
hispánicos evaluando el impacto de estos factores específicos.
La primera diferencia esencial entre la experiencia hispana y la europea es la
demográfica. Aunque las cifras de población europeas muestran tendencias similares a
las de la Península Ibérica (crecimiento en el siglo XIII, declive en el XIV, recuperación
en el XV), hay que tener en cuenta dos aspectos. En primer lugar, la menor densidad
de población en los reinos hispanos: en un territorio sólo ligeramente menor que Francia,
las cifras de población son similares a las de Inglaterra y Gales. En segundo lugar, está
la enorme diversidad interna en la cronología de los cambios demográficos, los cuales
sólo son perceptibles si estas cifras de población general se descomponen en una escala
regional, como se ha hecho más arriba.
Fuente: P. Malanima, “Decline or Growth? European Cities and Rural Economies 1300-1600”, en Economic
Town-Country Relations in Europe in the Later Middle Ages and at the Beginning of the Early Modern Period,
Viena, Universidad de Viena, 7-9 de junio de 2007.
En los reinos hispanos, a pesar de que existió un cierto grado de presión demográfica
local, el exceso de población nunca fue un problema. La situación, en particular en el reino
de Castilla, era todo lo contrario a la de Europa occidental. La teoría neomalthusiana de un
“mundo lleno” no es aplicable, considerando la incorporación a Castilla de la vasta riqueza
de las tierras del valle del Guadalquivir a mediados del XIII y la consiguiente redistribución de
la población de las zonas más pobladas. Paradójicamente, sin embargo, el rápido proceso
de integración de al-Andalus causó la ruptura y la desorganización de los sistemas de
producción de las tierras del norte después de la segunda mitad del siglo XIII. La repoblación
del sur supuso un flujo migratorio constante de campesinos, lo que provocó un relativo
61 H. Casado, “¿Existió la crisis del siglo XIV? Consideraciones a partir de los datos de la contabilidad de
la catedral de Burgos”, en M. I. del Val Valdivieso y P. Martínez Sopena (dirs.), Castilla y el mundo feudal.
Homenaje al Profesor Julio Valdeón, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2009, vol. III, pp. 9-25.
62 T. Ruiz, Crisis and Continuity. Land and Town in Late Medieval Castile, Philadelphia, University of
Pennsylvania, 1994, pp. 291-313; Id., Las crisis medievales (1300-1474), Barcelona, Crítica, 2007, pp. 48-51.
Este punto de vista ha recibido importantes críticas de la historiografía española (véanse las referencias a los
trabajos de M. González).
63 M. Borrero, “El mundo rural y la crisis del siglo XIV...”, pp. 52-55. No es fácil hacer una estimación de la
población islámica previa a la conquista cristiana.
64 Á. Vaca, “La estructura socioeconómica de la Tierra de Campos a mediados del siglo XIV”, Publicaciones
de la Institución Tello Téllez de Meneses, 39 (1977), pp. 396-398.
65 Como en los años de hambres y de pobres cosechas. Sobre este aspecto, A. Rodríguez, “Foyse da terra
no ano das chuvias... Carestías y subsistencia en el noroeste peninsular en los siglos XII y XIII”, en H. R. Oliva
y P. Benito (eds.), Crisis de subsistencia y crisis agrarias..., pp. 199-220, véanse pp. 213-218.
66 “Es más provechoso para el monasterio darla asi en censo enfitéutico y contrato perpetuo que no tener
la tierra como la teníamos”, aparecía en un documento de la primera mitad del siglo XV del monasterio de
Matallana (J. Valdeón, “Citeaux en Castille au Bas Moyen Âge: l’exemple de Matallana”, en Les Espagnes
perpetuos. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XV en adelante, la recuperación
económica dio lugar a la proliferación de contratos de corta duración, lo que permitió la
actualización de las rentas que habían estado en un punto muerto desde hacía décadas. En
el norte de Galicia, los grandes monasterios y catedrales –Meira, Lourenzá, Mondoñedo–
redujeron drásticamente el porcentaje de foros perpetuos, con lo que las condiciones de los
campesinos se endurecieron67.
100,00
90,00
80,00
70,00
% perpetual/total foros
60,00
Mondoñedo
50,00 Lourenzá
Meira
40,00
30,00
20,00
10,00
0,00
1400-1425 1425-1450 1450-1475 1475-1500
Years
médiévales: aspects économiques et sociaux. Mélanges offerts à Jean Gautier Dalché, París, Les Belles
Lettres, 1985, p. 48). Así se comprueba en muchos otros dominios monásticos, como en el de Sandoval (J.
A. Sebastián Amarilla, “Del ‘fuero’ al arrendamiento. Tenencia y explotación de la tierra en León entre la Edad
Media y la Edad Moderna”, Revista de Historia Económica, 17 (1999), pp. 316-317).
67 M. X. Rodríguez Galdo, Señores y campesinos en Galicia. Siglos XIV-XVI, Santiago de Compostela, Pico
Sacro, 1976, pp. 38-39.
68 H. Casado, “¿Existió la crisis del siglo XIV?...”.
crisis en la segunda mitad del siglo XIII y se caracteriza el siglo XIV como de estancamiento
más que de recesión. Lo peor de la crisis afectaría a los ingresos monásticos en las zonas
rurales, fuera de la influencia de los mercados y la ciudad.
En el reino de Aragón y especialmente en Cataluña, a pesar del impacto significativo
de la Peste Negra, la crisis no se manifestó con toda su crudeza hasta mediados del siglo
XV. Más o menos al mismo tiempo que la recuperación económica comenzó en Castilla,
Cataluña mostró los primeros síntomas de desequilibrio y debilidad y continuó perdiendo
población hasta alcanzar el mínimo en 1497, momento en el cual se había reducido el tráfico
en el puerto de Barcelona de manera significativa. El comercio a larga distancia atravesó
una crisis en torno a 1415, y, en paralelo, desapareció una buena parte del mercado textil
catalán. La crisis monetaria general que afectó a toda Europa en las últimas décadas del
siglo XIV tuvo repercusiones enormes para Cataluña a causa de la insolvencia de la corona,
endeudada como resultado de su política expansionista. La reducción de la población
multiplicó la presión fiscal. Todo ello llevó al abandono de muchos lugares: es significativo
que se registraron un menor número de aldeas abandonadas en los años posteriores a
la Peste Negra que en el siglo XV. Esto se puede explicar, como en el reino de Castilla
en el siglo XIV, por la imposibilidad de enfrentar colectivamente los pagos y las deudas
que se hicieron más y más costosas. Los señores, por su parte, reaccionaron a la caída
de las rentas agrarias, tratando, a finales del siglo XIV, de deshacer los pactos acordados
con los campesinos después de la peste. Esto provocó la lucha de los remensas por los
masos rònecs (los mansi abandonados tras la Peste Negra y unidos a los mansi vecinos en
condiciones favorables a los campesinos).
En este sentido, los factores políticos se han considerado en la historiografía catalana
como la explicación clave de la profunda crisis que estalló mucho más tarde que en el resto
de Europa. La guerra civil (1462-1472) y, sobre todo, el estallido del conflicto remensa
fueron factores importantes en el colapso de la economía catalana de la segunda mitad del
siglo XV. Una fase de depresión que se remontaba a un siglo antes se vio agravada por el
impacto de la guerra69. El efecto demográfico global es claro. Cataluña fue el único territorio
peninsular que no había recuperado a finales de la Edad Media el nivel de la población que
había tenido antes de la Peste Negra.
La crisis del siglo XIV se cebó en los reinos peninsulares de diferentes maneras y
en diferentes momentos. En algunos territorios, la Peste Negra tuvo consecuencias
devastadoras, mientras que en otros es más difícil detectar sus efectos. Sin embargo, no
golpeó un “mundo lleno”, porque, a diferencia de otras regiones de Europa, la Península
Ibérica no estaba lo suficientemente poblada en las últimas décadas del siglo XIII. Hubo
importantes desequilibrios regionales que influyeron en el ritmo de la recuperación del
final de la Edad Media y los factores políticos tuvieron un gran impacto en la crisis, como
muestra el caso de Cataluña. Mientras que Barcelona se desplomó, Valencia heredó una
buena parte de su tráfico comercial, con un crecimiento significativo en la segunda mitad
del siglo XIV. Hubo una pronta solución a la crisis en Castilla, que, desde finales del siglo
XIV y más claramente en 1420-1430, había entrado en una fase de notable crecimiento:
la recuperación demográfica, la reanudación de la colonización de nuevas tierras, con una
agricultura más intensiva, el desarrollo de la ganadería, el avance de la urbanización tras la
Peste Negra, el aumento de la producción artesanal y la expansión del comercio de la lana,
situaron a Castilla entre las regiones más dinámicas de Europa a mediados del siglo XV70.
69 G. Feliu, “La crisis catalana de la Baja Edad Media...”, pp. 451-452.
70 J. A. Sebastián Amarilla, “La Edad Media (c. 1000-c. 1450). Configuración y primer despegue de la
economía europea”, en F. Comín, M. Hernández y E. Llopis (eds.), Historia económica mundial. Siglos X-XX,
RESUMEN
La teoría sobre la existencia de una crisis general del siglo XVII movilizó el trabajo de un gran
número de historiadores a mediados del siglo XX. Desde los años 1980 ha movilizado también a
muchos historiadores para negarla. Las razones de esta polarización son diversas. Por un lado,
el contexto político e intelectual de la Europa de mediados del siglo XX, con un enfrentamiento
entre el bloque marxista y el bloque liberal. Los marxistas esperaban encontrar en las crisis del
pasado la respuesta a las transformaciones del futuro, mientras que los historiadores no marxistas
confrontaban el marco teórico con una realidad empírica que no apoyaba su teoría.
El artículo centra la atención en la relación de la teoría de la crisis del siglo XVII sobre el estado y
las revoluciones. Se puede comprobar cómo a pesar de rebajar la importancia del absolutismo y
la carga ideológica de las revoluciones, el primero ha acabado adquiriendo el papel de motor de
la evolución histórica, mientras que las segundas han quedado reducidas a un papel meramente
defensivo.
La conclusión del artículo es que no podemos renunciar a la construcción de modelos teóricos, ya
que gracias a ellos se estimulan los trabajos de investigacion y se intenta explicar el funcionamiento
de la sociedad, una de las misiones de la historia.
ABSTRACT
The theory of the existence of a general crisis of the seventeenth century mobilized the work of a
large number of historians in the mid-twentieth century. Since the 1980s, it has also mobilized many
historians to deny it. The reasons for this polarization are varied: on the one hand, the political and
intellectual context of Europe in the mid-twentieth century, with a confrontation between the marxist
block and the liberal block. Marxists were hoping to find in past crises the answer to changes in the
51
LA CRISIS DEL SIGLO XVII: ¿DE IMPRESCINDIBLE A INEXISTENTE?
future, while the non-Marxist historians were confronting the theoretical against empirical reality that
did not support their theory.
The article focuses on the relationship of the theory of the crisis of the seventeenth century over
the state and revolutions. It’s possible to prove how in spite of downgrading the importance of the
ideological absolutism and revolutions, the first has finished acquiring the role of the engine of
historical evolution, while the latter have been reduced to a purely defensive role.
The conclusion of this article is that we cannot give up the construction of theoretical models, because
thanks to them investigations are stimulated that attempt to explain the workings of society, one of
the missions of history.
En 1688 Félix Doménec i Ferrer, un doncel catalán de Sant Feliu de Guíxols que se
dedicaba a la agricultura escribía:
En fi, fou dit any 1688 lo assot de Espanya, en Itàlia los terremotos, en Aragó i Chatalunya la
plaga de la llagosta, en la India lo mar se sorbí casi tota la ciutat de Lima, cap de Regne, de
hont isqué Santa Maria Rosa, de tot nos deslliure Deu2.
2 F. Doménech, Ací esterà continuat diferens treballs i desditxas que àn succeït en lo present Principat
de Chatalunya y en particular a nostre bisbat de Gerona, del que o noto per cosa memorable y per haver-o
vist part, http://www.memoriapersonal.eu/browser/view/14 (Consulta: 29-12-2012), f. 240v. Existe una edición
impresa de fragmentos de esta obra: P. Gifre y X. Torres, Treballs y desditxas que àn succeït en lo present
Principat de Chatalunya y en particular a nostre bisbat de Gerona (1674-1700) de Fèlix Domènch, Gerona,
CCG edicions, Associació d’Història Rural de les Comarques Gironines e Institut de Llengua i Cultura Catalanes
de la Universitat de Girona, 2001.
3 F. Benigno, Espejos de la revolución, Barcelona, Crítica, 1999, p. 47.
4 Un ejemplo reciente en el ámbito de las síntesis: M. Konnet, Early Modern Europe: The Age of Religious
War, 1559-1715, Toronto, Higher Education University of Toronto Press Incorporated, 2008 (ed. original de
2006).
5 No pretendemos hacer un estado de la cuestión con toda la bibliografía sobre la cuestión. Existe una
lista de prácticamente toda ella ordenada por orden cronológico: Ph. Benedict y M. P. Gutmann (eds.), “The
General Crisis of the Seventeenth Century: A Bibliography”, en Early Modern Europe: From crisis to stability,
Newark, University of Delaware Press, 2005, pp. 25-31.
6 E. J. Hobsbawm, “La crisis del siglo XVII”, en T. Aston (comp.), Crisis en Europa, 1560-1660, Madrid,
Alianza Editorial, 1983, p. 15 (es la traducción del original publicado en Past and Present en 1954).
7 M. Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Madrid, Siglo XXI, 1971.
13 Irónicamente, el debate sobre la industrialización también era presentista, ya que estaba muy vinculado al
problema del desarrollo de las colonias del Tercer Mundo que desde los años 1960 accedían a su independencia.
Como ejemplo, W. W. Rostow, Las Etapas del crecimiento económico: un manifiesto no comunista, México,
Fondo de Cultura Económica, 1961.
14 A pesar de que es un texto con bastantes años, sigue siendo recomendable J. Martínez Alier, “Temes
d’història econòmica-ecològica”, Recerques: història, economia, cultura, 26 (1992), pp. 45-68. Por supuesto,
también los trabajos de A. W. Crosby, The Columbian Exchange: Biological and Cultural Consequences of
1492, Connecticut, Greenwood Publishing Group, 2003 (1ª ed. de 1972). Especialmente el capítulo 5, donde
Crosby expone la importancia que tuvo el intercambio humano y de especies, uno de los factores que ayudan
a entender la superación final de la depresión económica del XVII.
15 T. K. Rabb, The Struggle for stability in Early Modern History, Nueva York, Oxford University Press, 1975,
p. 29.
16 “The General Crises in fact comprised two related elements: on the one hand, a major hiatus in the
demographic and economic evolution of the world wich increased the probability that political tensions would
escalate into violence; on the other, a serie of political crises, some of which developed into revolutions while
others did not” (G. Parker y L. Smith, The general crisis of seventeenth Century, Nueva York, Routledge, 1997,
p. 6).
17 R. A. Houston, “Colonies, Enterprises, and Wealth: The Economies of Europe and the Wider World in
the Seventeenth Century”, en E. Cameron (ed.), Early Modern History. An Oxford History, Oxford, Oxford
University Press, 2001, p. 139.
18 B. Yun Casalilla, “Estado y estructuras sociales en Castilla. Reflexiones para el estudio de la ‘crisis del
siglo XVII’ en el Valle del Duero (1550-1630)”, Revista de Historia Económica, 3 (1990), pp. 549-574.
19 Sobre la crisis demográfica castellana, el reclutamiento militar no ha sido tomado demasiado en cuenta
hasta hace relativamente pocos años. Para el siglo XVI, Thompson propone unas levas que alcanzaron
al 9’35 % anual de nacimientos masculinos en España, cifra muy superior a la emigración americana que
también debería contabilizarse (I. A. A. Thompson, “El soldado del Imperio: una aproximación al perfil del
recluta español en el Siglo de Oro”, Manuscrits, 21 (2003), p. 24).
20 R. Brenner, “Agrarian Class Structure and Economic Development in Pre-industrial Europe”, Past and
Present, 70 (1976), pp. 30-74.
con el techo productivo del sistema feudal –rendimientos decrecientes, mercados poco
elásticos, limitaciones técnicas–. En ese punto se produciría una regulación automática a
causa del hambre y las epidemias que llevarían al punto de partida. En la confrontación
con Le Roy Ladurie, este proporcionaría dos períodos: uno de 1100-1450, con una fase
A de crecimiento y una B de disminución, y un segundo que empezaría de 1450 a 1750
en la que la fase expansiva A acabaría en 160021. Tanto el autor francés como Michael
Postan identifican como “fuerzas económicas objetivas”22 las derivadas de la demografía y
los aspectos relacionados con ella.
Brenner buscaba la explicación en los sistemas de distribución de la sociedad que
han sido modificados por la lucha de clases y que imponen unos límites estrictos y unas
pautas generales al desarrollo económico. Igual que determinadas relaciones sociales y de
propiedad (especialmente las de propietarios y arrendadores) favorecieron el desarrollo de
una agricultura de tipo capitalista, la pervivencia de viejas estructuras o los sistemas basados
en la propiedad campesina frenaban el desarrollo económico. Dicho de otro modo, donde
se produce la concentración de la propiedad y se establece una relación de arrendamientos
de tipo capitalista. Las teorías de Brenner están muy ligadas al estudio de la agricultura
inglesa y su modelo de desarrollo, del paso de los openfields a los enclosures, como fase
del cambio agrario. Por tanto, las crisis demográficas serían el fruto de las limitaciones
económicas que causan las relaciones de clase, así que, cualquier mejora permanente en
la productividad se hará mediante un cambio en estas.
Se han hecho diversas críticas a las teorías de Brenner, la principal es que supone un
modelo determinista que, además, no se verifica ni en el este de Europa –donde el avance
del comercio produjo una refeudalización23– ni en los Países Bajos, donde se desarrolló una
economía capitalista sin existencia previa de concentración de la propiedad agraria24.
Peter Kriedte publicó una serie de estudios en los que planteaba la crisis en el marco de
transformación del feudalismo muy poco después que los trabajos de Brenner25. Para este
autor germano, las necesidades del capital transformaron las relaciones productivas campo-
ciudad. Los campesinos adoptaron el trabajo textil a domicilio, cosa que fue un torpedo en
la línea de flotación del marco productivo manufactero feudal por excelencia: el gremio.
Sus consecuencias fueron mucho más allá al sumar a los campesinos a la masa productiva
y consumidora y, por tanto, ayudar a estructurar el mercado interno. Kriedte considera a
este más importante que los mercados ultramarinos: favoreció la acumulación de capital
y orientó la producción para satisfacer a unos consumidores cada vez más numerosos.
La monetarización de la economía llevó a la competencia entre el estado y los señores
feudales para captar los capitales que empezaban a transitar en este mercado cada vez
más integrado. Y, claro, el ganador fue el estado. Este análisis, aunque algo mecanicista,
ofrecía una interpretación que permitía entender el proceso de formación del capitalismo,
21 E. Le Roy Ladurie, “Una réplica al profesor Brenner”, en T. H. Aston y C. H. E. Philpin (eds.), El debate
Brenner. Estructura de clases agraria y desarrollo económico en la Europa preindustrial, Barcelona, Crítica,
1988, pp. 125-130.
22 “Todos aquellos hechos económicos que pueden tratarse sin tener que recurrir al conocimiento de cómo
funcionaban las instituciones legales o sociales y las relaciones entre las clases”, tal como las define el propio
Brenner (T. H. Aston y C. H. E. Philpin (eds.), El debate Brenner..., p. 27).
23 A. Klíma, “Estructura de clases agraria y desarrollo económico en la Bohemia preindustrial”, en T. H. Aston
y C. H. E. Philpin (eds.), El debate Brenner..., pp. 230-253.
24 J. Cooper, “En busca del capitalismo agrario”, en T. H. Aston y C. H. E. Philpin (eds.), El debate Brenner...,
pp. 164-229.
25 P. Kriedte, Feudalismo tardío y capital mercantil, Barcelona, Crítica, 1982 (el original alemán es de 1980).
2. Crisis y política
Uno de los temas más estudiados es el de la relación entre la crisis y las nuevas
monarquías modernas. La explicación generalizada sobre el crecimiento del estado abona
este planteamiento. En síntesis, el crecimiento del estado desde finales del siglo XV se
26 A. Guenzi, “La expansión europea en el siglo XVII”, en A. Di Vittorio (ed.), Historia económica de Europa:
siglos XV-XX, Barcelona, Crítica, 1983, pp. 81-130.
27 E. Belenguer, “La crisis económica de Europa en el siglo XVII. Algunas precisiones en torno a su disparidad
bibliográfica”, Mayurqa, 19 (1979-1980), pp. 156-158.
28 J. Dantí, Las Claves..., p. 47.
29 G. Parker y L. Smith, The general crisis...; G. Parker, “La crisis de la Monarquía de Felipe IV en España
y sus dominios. ¿Problema particular o problema global?”, Revista Hispanoamericana. Revista Digital de la
Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras, 1 (2011), http://revista.raha.es/ (Consulta: 29-
12-2012). Un estudio más amplio sobre la influencia del clima en la historia: B. M. Fagan, The Little Ice Age:
How Climate Made History, 1300-1850, Nueva York, Basic Books, 2000.
30 Roland Mousnier proponía que la política mercantilista aplicada por las monarquías absolutas había
servido para la superación de la crisis. Los postulados del historiador francés han quedado prácticamente
arrinconados por las investigaciones posteriores (R. Mousnier, Los Siglos XVI y XVII: el progreso de la
civilización europea y la decadencia de Oriente: 1492-1715, Barcelona, Destino, 1959, 3ª ed. de 1981).
31 R. B. Merriman, Six contemporaneous revolutions, Oxford, Clarendon Press, 1938.
32 “Fue una crisis, no de constitución ni del sistema de producción, sino del Estado o, más bien, de la
relación del Estado con la sociedad” (H. R. Trevor-Roper, “La crisis general del siglo XVII”, en T. Aston (comp.),
Crisis en Europa..., p. 108).
33 H. G. Koenisberger, “The Crisis of the Seventeenth Century: A farewell?”, en Politicians and Virtuosi,
Londres, The Hambledon Press, 1986, pp. 154-155.
34 R. Villari, Rebeldes y reformadores del siglo XVI al XVIII, Barcelona, Ed. Del Serbal, 1981, p. 17.
35 N. Steensgard, “The Seventeenth Century Crisis”, en G. Parker y L. Smith, The general crisis..., pp. 32-56.
36 A. D. Lublinskaya, “La teoría de la crisis económica general en la Europa del siglo XVII”, en La crisis del
siglo XVII y la sociedad del absolutismo, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 13-107 (ed. original de 1965).
37 A. D. Lublinskaya, “Concepción burguesa contemporánea de la monarquía absoluta”, en La crisis del siglo
XVII y la sociedad.., pp. 147-179.
38 N. Henshall, The Myth of Absolutism, Londres, Logman, 1992. El ejemplo tal vez más radical en la
negación del absolutismo.
39 Una muestra más reciente del “revisionismo” sobre el estado moderno y el absolutismo lo podemos
encontrar en el volumen J. Albareda Salvadó y M. Janué i Miret (eds.), El nacimiento y la construcción del
Estado Moderno. Homenaje a Jaume Vicens Vives, Valencia, PUV, 2011. A partir de dos textos clásicos de
Vicens, su famosa aportación sobre la monarquía absoluta publicada en 1960 y de dos textos inéditos del
mismo autor sobre la monarquía del siglo XVI y el absolutismo, se reflexiona sobre los límites de este último.
Joël Cornette (“Monarquía absoluta y absolutismo en Francia. El reinado de Luís XIV revisitado”, pp. 91-110)
hace notar que las bases de la monarquía del Rey Sol estaban tan lejos de ser innovadoras que niega la
existencia del absolutismo.
40 Un par de ejemplos recientes de trabajos en este sentido: J. Ll. Palos y D. Carrió, La Historia Imaginada:
Construcciones Visuales Del Pasado en la Edad Moderna, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica,
2008; J. Duindam, “Versailles, Vienna and Beyond. Changing views of Household and Government in Early
Modern Europe”, en Royal Courts in Dynastic States and Empires: A Global Perspective, Leiden, Brill, 2011,
pp. 401-433.
Los desórdenes sociales del XVII no eran un fantasma recorriendo Europa. Eran una
realidad bien presente y diseminada por todo el continente. Y desde Merriman muchos
otros historiadores han buscado el nexo entre crisis y revuelta. Pero es bien cierto que el
entusiasmo por la investigación en este campo se ha ido enfriando hasta acabar convertido
en un tema muy secundario más allá de historiografías nacionales que las encuentran
en el pasado de sus países. No sólo eso, sino que resulta un poco cómico ver cómo de
movimientos sociales de transformación se han acabado convirtiendo en forma de reacción
ante el cambio.
Hagamos una breve evolución del tema. Después de Merriman, Hobsbawm también
llamó la atención sobre el período 1640-1660 como un momento con una anormal
concentración de revoluciones que deberían interpretarse como una parte de la crisis. Tal
reflexión se hizo en el marco de un encuentro que la revista Past and Present hizo en
1957 bajo el título “Seventeenth Century Revolutions”. Como ha señalado Benigno, lo más
novedoso es que se producía en un momento en el que la única revolución moderna en el
continente se suponía que era la de 1789 en Francia.
Poco antes, 1948, el historiador soviético Porchsnev había sacado a la luz sus
investigaciones sobre las revueltas francesas del reinado de Luis XIII que no se traducirían
al alemán hasta 1954 y al inglés, el prólogo del libro en 1955. Su investigación suponía una
descarnada descripción del modelo de lucha de clases en el marco feudal del absolutismo.
En 1958, Mousnier reaccionaba considerando que el análisis marxista sobre las revueltas
era muy simplista, ya que ignoraba aspectos como las fidelidades verticales y la propia
estructura de la burocracia francesa, que hizo que las revueltas se dirigieran contra el
estado absoluto y no contra sus señores feudales, cosa que ponía en entredicho el carácter
antifeudal de estos movimientos. Poco después, sería Trevor-Roper el que en su trabajo
ya comentado ofrecía su explicación sobre los orígenes de las crisis sociales en Europa46.
Así pues, a pesar de las posiciones contrapuestas, se podía identificar un marco
interpretativo sobre las turbulencias sociales del XVII con una fuerte influencia del marxismo.
El siglo sería un período de transformaciones económicas que transformaría también la
estructura social. Este nivel económico-social sería en un tiempo lento –siguiendo la idea
braudeliana– que llevaría a la transformación hacia el capitalismo y dentro del cual se darían
tensiones que estallarían acelerando la evolución del cambio ideológico y político y, por
otro lado, acelerando la transformación de las estructuras políticas por parte de las fuerzas
feudales para intentar perpetuarse en la situación de amenaza en que se encontraban:
el absolutismo. Autores como Porshnev, Hill o Perry Anderson ayudaron a construir este
paradigma que empezaría a resquebrajarse a partir de los años setenta. Y ya digo que no es
que no hubiera críticas anteriores, lo que pasa es que la mayoría usaba más la contradicción
ideológica y el prejuicio más que intentar construir un modelo alternativo. De todos modos,
habría que señalar la incómoda, por inteligente, objeción de John Elliott que afirmó que un
proceso semejante y con un contenido revolucionario semejante, si no mayor, se dio también
un siglo antes en la década de 1560, sin que se haya interpretado de forma semejante.
La obra de Perez Zagorin puede usarse como bisagra del cambio de lecturas. Su
monumental trabajo ya implícitamente rompía cualquier idea de “crisis general” en tanto
en cuanto su cronología incluía también el Quinientos. Además, esquivaba el debate de
conceptos al denunciar –con toda razón y como también había hecho Lublinskaya– que
47 P. Zagorin, Revueltas y revoluciones en la Edad Moderna. I. Movimientos campesinos y urbanos, Madrid,
Cátedra, 1985.
48 Dos valiosas síntesis son: F. Benigno, “Revisionismos en confrontación”, en Espejos..., pp. 17-46, y X. Gil,
“Més sobre les revoltes i revolucions del segle XVII”, Pedralbes, 23 (2003), pp. 9-34.
49 G. Parker, “La crisis...”, pp. 5-10.
habían construido durante muchos años antes y que sirvieron para impulsar el alzamiento
y, más importante, para mantenerlo durante más de una década y aún más allá, una vez
terminada, en la dialéctica Madrid-Barcelona de la segunda mitad del siglo.
Jack A. Goldstone también fijó en la superpoblación la causa de las revoluciones
modernas, aunque sin mencionar para nada al clima. Estudió en 1991 las revoluciones
anteriores a 1850 y llegó a la conclusión de que su origen era la presión demográfica sobre
un marco económico sin capacidad para encajarla. La presión fiscal, la lucha por la tierra y
por posiciones de poder son las secuelas que alumbrarán finalmente propuestas ideológicas
de reforma o cambio radical50. La progresiva desnaturalización –si es que puede llamarse
así– del carácter ideológico de la revoluciones ha llevado finalmente a estudiarlas como
mecanismos de cambio político independientemente del marco cronológico, geográfico o
ideológico51. Que tales generalizaciones que prescinden de cualquier análisis del contenido
de las revoluciones conduzcan a avances en este campo es algo que sólo puede alimentar
la duda.
4. A modo de conclusión
¿Existió una crisis general en el siglo XVII? Parece evidente que no puede responderse
afirmativamente con los datos actuales. O, por mejor decir, no puede afirmarse que se
produjera una crisis que supusiera un cambio cualitativo en la estructura económica y
política del conjunto del contiente. A pesar de lo cual, debemos considerar los datos que
nos proporciona la historia del clima, aunque con cierta prudencia porque excepto en los
casos más extremos, tampoco es fácil hacer un vínculo directo entre cambio climático-crisis
agraria-crisis sociopolítica52. ¿Habría avanzado tanto el conocimiento sobre el XVII sin el
impulso de las teorías de Hobsbawm? El relativismo, el pensamiento débil actual llevan al
historiador a la renuncia de la construcción de modelos teóricos. Cuando la prudencia y
el rigor exigible ante los hechos del pasado se convierten en una prohibición de construir
intelectualmente una visión de la historia, se está traicionando una de las funciones sociales
de la ciencia histórica53.
Después de todas las aportaciones sobre la crisis, tras las diversas demoliciones que
se han ido produciendo, sobre los cascotes y una vez baja el polvo que ha saltado, parece
que sólo la silueta del estado –con sus brazos fiscal y militar– permanece indemne. Todo lo
que sucedió está en relación con él: la canalización de los recursos, los cambios sociales,
la crisis económica e incluso su recuperación. El paradigma estatalista ha convertido al
50 J. A. Goldstone, Revolution and rebellion in early modern world, Los Ángeles, University of California
Press, 1991.
51 El propio Goldstone publicó un trabajo comparativo incluyendo referencias a la revolución de Flandes,
la norteamericana, la francesa, la Meiji, las llamadas “revoluciones de colores” de finales del siglo XX y otros
movimientos como los de Filipinas que pusieron fin a la dictadura de Ferdinand Marcos (J. A. Goldstone,
“Rethinking Revolutions: Integrating Origins, Processes, and Outcomes”, Comparative Studies of South Asia,
Africa and the Middle East, 29-1 (2009), pp. 18-32).
52 En el caso catalán, por ejemplo, con los datos disponibles, la década 1630-1640 no señala ningún cambio
notable ni ningún empeoramiento que pudiera tener consecuencias catastróficas (M. Barriendos Vallvé, “El
clima histórico de Catalunya (siglos XIV-XIX). Fuentes, métodos y primeros resultados”, Revista de Geografía,
XXX-XXXI (1996-1997), pp. 69-96).
53 Entre los diez pecados capitales del mal historiador, se incluyen el positivismo y las declaraciones de
objetividad y neutralidad, dos defectos que sólo conducen a la esterilidad en los resultados de la investigación
(C. A. Aguirre Rojas, Antimanual del mal historiador, Barcelona, Montesinos, 2007, pp. 30-43).
protagonista en el único sujeto activo, hasta el punto de que incluso las revoluciones, que la
historiografía marxista convertía en muestras de la lucha de clases, han pasado a ser una
forma de lucha de grupos antagónicos en el marco del estado, tal y como proponía Tilly54.
Las revoluciones pues, han sido incluso definidas como movimientos reactivos –
cuando no reaccionarios– ante las reformas del estado. Esta idea genera una contradicción.
Aceptado que el poder estatal se afianza en la Europa moderna tanto en el monopolio
de la violencia como en el consenso y, por tanto, que buscó la complicidad de las élites
territoriales y que el desplazamiento de las antiguas instituciones fue menos traumático de
lo que se ha dado a suponer, podemos concluir que la sociedad tenía el vigor suficiente
para enfrentarse al poder político y que disponía de instrumentos para hacerlo –otra cosa
es quién pudiera ganar finalmente–. Resulta, pues, muy deficiente suponer que la única
relación entre poder político y sociedad sea la de acción y reacción. Sigue siendo difícil,
ya lo hemos visto, establecer las causas de los movimientos revolucionarios y también la
mecánica de su funcionamiento si es que tal cosa puede encontrarse. Pero es evidente
que había un contenido ideológico basado en la existencia de una comunidad política
con un determinado funcionamiento y, cuando los poderes centrales intentan alterarlo, la
variación no es juzgada por los contemporáneos en términos de progreso o retroceso, sino
de beneficio o perjuicio ante el cual oponen su utillaje político e ideológico. ¿Reaccionario
en todos los casos? No podemos obviar la aparición de nuevas alternativas de fidelidad que
llegan allá donde la dinastía ya no puede y que se basan en la creación de identidades más
o menos concretadas y explicitadas. Este conjunto permite, finalmente, construir discursos
alternativos al del poder estatal55.
¿Hemos de dar por finalizado el debate de la crisis del siglo XVII? Resulta
descorazonador pensar que tanto esfuerzo pueda conducir a un callejón sin salida. En
realidad, creo que debajo de debates como el planteado hay otro más de fondo, el de la
existencia o no de razones o mecanismos que expliquen el funcionamiento de la historia
y los mecanismos de cambio y permanencia. John Elliott, un superviviente del grupo de
historiadores originales que participó en el debate, a pesar de su mirada crítica hacia
Hobsbawm y sus principios ideológicos, pedía que una nueva generación de historiadores
pintara con “enérgicos trazos” una explicación fuerte del pasado56. No, no creo que podamos
organizar todavía el funeral.
54 Ch. Tilly, Las revoluciones europeas, 1492-1992, Barcelona, Crítica, 1995.
55 Entrar en este tema nos llevaría a adentrarnos en el debate sobre el origen de las naciones y su validez en
la época moderna. Pero al menos en la primera parte, la existencia de una conciencia política que es algo más
que una simple reacción, hay también una extensa bibliografía. Muy fecunda es la línea de Simon i Tarrés (A.
Simon i Tarrés, Els orígens ideològics de la Revolució Catalana de 1640, Barcelona, Publicacions de l’Abadia
de Montserrat, 1999).
56 J. H. Elliott, “La crisis general en retrospectiva...”, p. 112.
RESUMEN
El artículo analiza las razones de la actual crisis económica y financiera, en una perspectiva histórica
y comparada con experiencias anteriores. Entre estas razones se encuentran la desregulación
financiera y las políticas económicas que favorecieron el crédito barato y la especulación
inmobiliaria, como resultado del llamado “consenso de Washington” que sustituye el modelo del
“consenso keynesiano” que caracterizó las décadas posteriores a la segunda posguerra mundial.
Aunque la crisis tiene una mayor repercusión en los países occidentales con un Welfare State
más consolidado, su larga duración, ya de más de un lustro, indica que se trata de una profunda
depresión económica que tendrá consecuencias directas en la estructura social y en la gobernanza
de las naciones. En este sentido, se considera esta crisis como “un personaje histórico”, como lo
fueron la gran depresión de fines del siglo XIX y la de los años treinta del siglo XX.
ABSTRACT
This article analyzes the reasons for the current economical and financial crisis from a historical
perspective and a comparative view with previous experiences. Among these reasons are financial
deregulation and the political policies that favor cheap credit and real estate speculation as result
of what is called “Washington consensus” which replaces the model of “Keynesian consensus” that
characterized the decades following World War II. Although the crisis has greater repercussions in
Western countries with a more consolidated Welfare State, its long duration, which is already more
than a lustrum, indicates that it is a deep economical depression with direct consequences in social
structure and nations’ governance. In this sense, this crisis is regarded as an “historical character,”
similar to those of the depressions at the end of 19th century and the thirties of the 20th century.
KEY WORDS: economical crisis, depression, social inequality, democracy, real estate bubble.
67
LA CRISIS ACTUAL COMO PERSONAJE HISTÓRICO
En la revista de historia Hispania aparecía publicada a fines de 1968 una larga recensión
sobre un libro publicado el año anterior en Berlín, que estaba dedicado al estudio de la
Gran Depresión y sus consecuencias económicas, políticas y sociales en la Mitteleuropa
de fines del siglo XIX. El autor del libro era Hans Rosenberg, profesor en el neoyorquino
Brooklyn College, uno de los muchos historiadores alemanes que, formados en la tradición
de F. Meinecke o Max Weber, había emigrado a los Estados Unidos en los años treinta,
huyendo del nazismo. El autor de la recensión era J. J. Carreras, un historiador español
recién retornado de una estancia de once años en la universidad alemana de Heidelberg,
donde había frecuentado a los fundadores de la “historia social” alemana, como W. Conze,
y de la “historia de los conceptos”, como R. Koselleck. El estilo de esta reseña y la elección
de la obra de Rosenberg son congruentes con esta formación de escuela. Pero lo más
importante a destacar es la definición de la Gran Depresión de los años 1875-1896 como
“un personaje histórico”, en el sentido de considerar este hecho como un acontecimiento
que debía ser analizado como si se tratara de una figura histórica.
El contexto en el que nos encontramos en estos primeros años del siglo XXI es
claramente diferente del analizado por Rosenberg y glosado por Carreras. Pero su enfoque
nos ayuda a entender algo de lo que está pasando en la situación de crisis actual: que no
se trata de algo pasajero o cíclico, ni que forma parte de la espuma de las fluctuaciones
económicas que una larga tradición historiográfica, desde Kondratieff a Simiand o Braudel,
ha colocado como un referente central de la periodización histórica. Es difícil saber hasta
qué punto esta crisis se convertirá en una gran depresión y, por tanto, en un “personaje”.
Pero todo apunta al hecho de que, como aquella depresión finisecular, esta crisis tendrá
enormes consecuencias o, dicho de otro modo, que una nueva etapa histórica nacerá de
esta coyuntura, en la que no sólo las estructuras sociales y políticas se verán afectadas,
sino también las relaciones entre países e incluso continentes, aunque no sea previsible
que surjan conflictos bélicos globales como sucedió con las dos grandes depresiones
anteriores.
La literatura sobre la crisis, especialmente la de carácter económico o financiero, fue
muy abundante en tiempos pretéritos, pero amenaza con convertirse en un género narrativo
propio en los tiempos presentes. La crisis, especialmente en su variante financiera, se ha
alojado con tal naturalidad en nuestra vida cotidiana –al menos en los países occidentales–
que no pasa un día sin que se nos abrume con noticias sobre la evolución de las bolsas y con
las oscilaciones de la “prima de riesgo”, lo que hace suponer que son estos problemas los que
marcan de forma directa las agendas de los dirigentes políticos y económicos. Esto explica
que desde opinion-makers hasta influyentes académicos y experimentados gestores están
echando su cuarto a espadas con libros y artículos sobre la crisis, sus causas y las políticas
que explican su aparición y las medidas que podrían abrir caminos de salida para ella. No
sería posible ni tampoco aconsejable que pasase revista a toda esta literatura, repaso que
puede encontrarse en voces más autorizadas (Kindleberger y Aliver, 2012).
Pero una reflexión sobre la crisis de los tiempos presentes, fundada en criterio de
historiador, debería ser al menos de naturaleza genealógica y moderadamente comparativa.
Se trataría de responder prioritariamente a la pregunta de por qué se ha desencadenado la
crisis y examinar algunas de sus consecuencias con un ojo puesto en el retrovisor de otras
experiencias históricas. Debo decir, con todo, que cuanto más se examina el problema,
menos claridad se alcanza. Parece que nadie sabe dónde estamos, qué se puede hacer y
cómo será el futuro, ni tan siquiera si este puede ser pensado o pronosticado. De acreditar
en algunos filósofos políticos hoy muy en boga, estaríamos ante un panorama dominado
por la incertidumbre y la fragilidad, condiciones propias de un mundo que se ha vuelto
impredecible y, sobre todo, “volátil” (Taleb, 2012).
como mínimo, por otros tantos más” (Llopis y Maluquer de Motes, 2013: 232). De todas
formas, a lo largo de este artículo, emplearemos de modo alternativo los tres términos, dada
la diversidad espacial y de contenidos que presentan las diversas manifestaciones de este
parón en la expansión económica de muchos países de Occidente, en especial los de la
Europa mediterránea.
Los doce años transcurridos desde el cambio de siglo no tienen un perfil económico
específico. Las grandes tendencias marcadas por la globalización económica y las
tecnologías de la información y la comunicación (TIC) arrancan de la década de los ochenta
del siglo pasado. El crecimiento de la riqueza mundial, medida en su producto interior bruto
(PIB), ha sido bajo si se compara con la época dorada de los años sesenta, especialmente
en el seno de las grandes economías capitalistas de Estados Unidos, Europa occidental y
Japón. De hecho, el ciclo económico iniciado en 2001 “fue el más débil desde la Segunda
Guerra mundial”, en opinión de Robert Brenner, autor que sostiene que estos países han
entrado, desde 1973, en un período de “largo declive” económico debido al descenso de las
tasas de beneficio y a su incapacidad para hacer frente al exceso de producción industrial
procedente de los países asiáticos. Sin embargo, el incremento de la población mundial no
se ha detenido tampoco en este decenio, aumentando en casi 800 millones los efectivos
demográficos del planeta que ha superado ya la cifra de los siete mil millones de habitantes.
Y el consumo de energía tanto de origen fósil como de carácter renovable o biocombustible
tampoco ha dejado de crecer, aunque haya sido a un ritmo algo menor que el de la población.
Los flujos comerciales y, de forma especial, los de carácter financiero se han multiplicado
favorecidos por el contexto de un economía global que se ha considerado, hasta hace poco
tiempo, la panacea que podría resolver la mayor parte de los problemas de la humanidad.
Todo ello ha estado acompañado de una masiva deslocalización de las estructuras
productivas de carácter industrial propias de los países occidentales euroamericanos hacia
otros lugares del planeta (India, China o el sudeste asiático), mientras que nuevas potencias
económicas como Brasil, Canadá, Sudáfrica o Rusia se han especializado en la producción
masiva de materias primas o de energía (petróleo, gas natural, biocombustibles, minerales),
lo que les ha convertido en importantes socios del comercio mundial. El resultado ha sido
una reordenación de la estructura económica mundial y, de forma paralela, una aceleración
del proceso de globalización financiera que llegó a su cenit en 2007, cuando se detectaron
los primeros síntomas de agotamiento de un ciclo de euforia que ha devenido de forma
rápida en una profunda depresión económica.
Conviene advertir, sin embargo, que el impacto de esta crisis no es universal, porque
afecta de modo desigual a conjuntos de países o de bloques económicos. Como ha sucedido
en épocas anteriores, sea a fines del XIX o sea en 1929, la génesis de la crisis ha estado
en los países centrales del sistema capitalista, pero sus repercusiones son totalmente
diferentes. En la depresión de entreguerras, los principales actores eran los Estados Unidos
de América y Europa occidental, mientras que gran parte de la humanidad quedaba al
margen del proceso (caso de la URSS) o bien formaba parte de países independientes pero
poco desarrollados (América latina) o de imperios coloniales en Asia y África, que fueron
los sujetos pasivos sobre los que recayeron los más pesados costos de las dificultades
económicas de los países occidentales. Además, la composición de la economía mundial
y la ubicación de sus principales polos productivos han cambiado notablemente desde la
última gran depresión de los años treinta. Medidos estos cambios en relación al índice
de producción industrial, en los años treinta era una minoría de países (Estados Unidos,
Alemania, Reino Unido, Francia) la que concentraba en torno al 70 % de la producción
mundial, porcentaje que ha descendido por debajo del 40 % en el primer decenio del siglo
XXI (Parejo y Sudriá, 2012).
La situación de la economía mundial actual es en gran medida de naturaleza
opuesta, tanto en su estructura sectorial como en su localización. Frente al predominio
del sector secundario o industrial propio de los años centrales del siglo XX, se ha
impuesto progresivamente el sector terciario y la llamada “tercera revolución industrial”,
basada fundamentalmente en las tecnologías de la comunicación. Al propio tiempo, se ha
descentralizado claramente la producción de manufacturas y nuevos países emergentes
lideran las tasas de crecimiento económico durante los últimos lustros. América latina,
con Brasil y México a la cabeza, está manteniendo niveles muy superiores a los países
occidentales; la sucesora de la antigua URSS forma parte de un nuevo club que son los
BRIC’s y se halla plenamente integrada en la dinámica de la economía mundial y, por su
parte, las viejas civilizaciones asiáticas de la India o de China han dejado de ser espacios
económicos subordinados a los intereses de los países imperialistas occidentales y se han
convertido en actores principales de la economía y la política mundiales.
El hecho de que China esté adquiriendo grandes cantidades de deuda soberana de
otros países (hasta el 25 % de la de los Estados Unidos de América y un 10 % de los
países de la Unión Europea) hace recordar de forma ampliada la situación de hace un siglo,
cuando una gran potencia como el Reino Unido tenía que financiar su déficit comercial
mediante inversiones de capital en el exterior o tomando dinero prestado de otros países.
Es lo que está sucediendo actualmente de una forma masiva, cuando Estados Unidos
–datos de 2006– “financia su gasto tomando prestado el 70 % del excedente de ahorro
mundial” (Rajan, 2011: 255). Otras economías, entre ellas la española, han financiado
también buena parte de su expansión reciente mediante el recurso a préstamos externos,
en este caso procedentes en gran parte de Alemania. La crisis o la aparición de “grietas” en
el sistema es un problema, pues, que se circunscribe básicamente al área de los grandes
países capitalistas occidentales (Unión Europea, Estados Unidos) y del Japón, aunque
sus efectos puedan tener repercusiones en otras áreas como el conjunto del continente
africano o en Oriente medio. Pero en este caso, esta crisis no se separa en esencia de
los ejemplos anteriores: aparece en uno de los países centrales del sistema económico y,
paulatinamente, es “exportada” hacia otros países.
La pregunta recurrente en la literatura económica que se ha publicado en los últimos
años es la misma: ¿qué ha fallado para que estallase la crisis? La respuesta es bastante
coincidente: más que un desarrollo armónico y sostenible, lo que ha habido es una actividad
económica basada en el crédito barato y en la especulación bursátil con derivaciones hacia
sectores específicos como la construcción inmobiliaria. El resultado fue la aparición de un
ambiente de euforia creado en gran parte por una difusión a nivel mundial de las prácticas
de la conocida como “pirámide de Ponzi”, en la que la relación entre recursos propios e
inversiones excedía los límites de la prudencia, con un nivel de apalancamiento que llegó
a alcanzar la proporción de 44 (inversiones) por 1 (capital propio). Hubo un auténtico Big
Bang financiero, comandado por los centros financieros de Nueva York y Londres, en el
que las transacciones financieras, especialmente las de productos de mayor riesgo (los
“derivados”), multiplicaron seis veces su valor entre 1997 y 2004 (Marichal, 2010: 234).
Pero la coincidencia en el diagnóstico explica poco en términos históricos, esto es,
sobre las causas que llevaron a esta situación. La explicación más superficial sugiere que
alguna gente –banqueros centrales, políticos, economistas– sabía lo que podía suceder,
pero que no dio los pasos necesarios para evitarlo. Puede que haya sido de esta forma
y que la ignorancia de la historia haya jugado una mala pasada al sistema económico
occidental: “el desconocimiento de la historia es una de las causas de la crisis”, afirman
ahora muchos historiadores y economistas, desde Brenner hasta Rodrik o Stiglitz, aunque
es bien sabido que algunos de los principales gestores públicos de la economía, como
el estadounidense Bernanke, es especialista en el estudio de la crisis del 29. Es fácil
convenir con este diagnóstico, pues bastaría tener presente la historia económica más o
menos reciente –sirva como ejemplo el estudio de Robert Brenner sobre la “economía de
la turbulencia global”– o las sabias advertencias de autores como Charles Kindleberger,
para saber que detrás de toda fase de euforia económica provocada por una abundancia
de crédito se esconden peligros que conducen de forma directa al hundimiento o colapso
del sistema financiero. Esto es lo que ha sucedido en el pasado en muchas ocasiones –la
más evidente, en 1929 y la subsiguiente gran depresión de los años treinta– y esto es lo
que parece definir la situación actual que la literatura económica especializada comienza a
denominar como una “gran” recesión, cuando no una verdadera depresión.
2. Nadie es inocente
mercado, como sostenían todavía en 2008 doscientos prestigiosos economistas en una carta
dirigida al Congreso y al Senado de los Estados Unidos, cuando afirmaban que “el dinámico
e innovador mercado estadounidense de capital ha aportado al país una prosperidad sin
precedentes”, en una línea argumental que había mantenido el influyente A. Greenspan
durante muchos años. La cobertura académica de las políticas apodadas “neoliberales”
fue sistemática, de modo que las voces críticas fueron silenciadas o acusadas de ser unas
nuevas Casandras (Arias y Costas, 2011).
A grandes rasgos, los pasos del proceso consistieron básicamente en favorecer la
privatización de empresas de capital público, la supresión de los mecanismos de regulación
de la economía financiera construidos desde los años treinta y reforzados por el pensamiento
keynesiano dominante en los años de la segunda posguerra y, como resultado global, una
acelerada globalización financiera que fue posible, además, por la aparición de potentes
medios de transmisión de la información. Si a fines del siglo XIX fue la revolución de los
transportes (barco de vapor y ferrocarril) lo que explica una primera fase de la globalización,
a principios del siglo XXI esta se produce en gran parte gracias a las nuevas tecnologías de
la comunicación (especialmente, en Internet) y la aparición de una “sociedad-red” (Castells,
2006), en la que las relaciones intersubjetivas no precisan de mediaciones institucionales
ni de cercanía física. La diferencia del proceso actual respecto de épocas pretéritas, aparte
de su elevada sofisticación, reside en que esta globalización tiene un perfil profundamente
asimétrico: la circulación de activos financieros es rápida y crece de forma exponencial,
mientras que los flujos de bienes y servicios son mucho más lentos y todavía más lenta es
la movilidad de las personas como fuerza de trabajo. Antes se desplazaban los trabajadores
y detrás corría el dinero, mientras que ahora cada uno marcha a velocidad muy diferente.
El fundamento de esta profunda ruptura política del “consenso keynesiano” reside,
como advierte Toni Judt, en una profunda revolución intelectual que acuñó la idea de que
“la sociedad no existe, sólo hay individuos y familias” o, dicho de otro modo, que debe ser
sustituido el papel vigilante y controlador de los Estados por la eficiencia de los mercados.
El “culto a la privatización” viene de lejos, pero su materialización no encontró el caldo
de cultivo adecuado hasta los años finales del siglo pasado. La tarea de desmontar los
corsés que, según sus promotores, impedían el funcionamiento eficiente de los mercados
financieros fue obra conjunta de la presión de instituciones privadas, pero también de la
adopción de políticas públicas de expansión del crédito que actuaban como “paliativos
sociales” para sostener la ilusión popular de una situación de bienestar. El resultado fue la
transferencia al sector privado de competencias de control y de vigilancia de las actividades
y flujos financieros. Fue así como en los Estados Unidos se acabó por abolir en 1999 la
Glass-Steagall Act, una ley aprobada en los años treinta que prohibía que una entidad
financiera pudiese actuar al mismo tiempo como “banco, aseguradora y sociedad de valores”,
confusión que se aumentó en 2004 con la atribución a las agencias de calificación o rating de
competencias sobre el cálculo del core capital de los bancos y sus límites de endeudamiento
o apalancamiento (Pérez Ramírez, 2011: 365). A esta política de desmantelamiento de
controles sobre los flujos financieros contribuyó de forma muy notable el FMI, cuyo equipo
directivo liderado por el francés M. Camdessus acordó en 1997 que “la liberalización de los
flujos de capital es un elemento esencial para un eficiente sistema monetario internacional
en esta era de la globalización” (Rodrik, 2011: 91). La rectificación del consenso de Bretton
Woods estaba en el ánimo no sólo de estas instituciones sino de gran parte de economistas
y policy makers de fines del siglo pasado.
Eran medidas en la “dirección equivocada”, según la advertencia de economistas
como P. Krugman, pero el pensamiento económico dominante avalaba la idea de la
superioridad de la racionalidad de los actores económicos y la capacidad de autorregulación
Sabemos que los fallos que han traído la crisis y la prolongan no son sólo económicos
(deterioro de los balances, por ejemplo), sino también morales (resistencia a reconocer los
propios errores). Parte de la pedagogía económica debería tener un carácter moral: debería
animar a la gente a no meterse en asuntos que no entienden, a no gastar lo que no tienen
ni van a tener, y, por parte del comerciante, a no tentar al cliente con ofertas engañosas o
inadecuadas; a informarle bien de los riesgos que asume.
Pero hay una segunda razón que va más allá de la voracidad de los mercados y
las decisiones arriesgadas de los directivos de grandes corporaciones. Según algunos
expertos, “hubo un intento orquestado por el gobierno [de los Estados Unidos] para
facilitar el crédito a los más pobres” y contribuir de este modo a una “redistribución de
las rentas”, esto es, a paliar con el crédito fácil y barato la pérdida de poder adquisitivo
de amplios sectores de la población. En realidad, estimular el crédito fácil y barato es la
opción que plantea menos resistencia social, porque sus efectos se observan de inmediato
y los costes del proceso se traspasan al futuro (Rajan, 2011). Además, si las tasas de
inflación, como sucedió en Occidente desde fines del siglo pasado, tienden a descender
severamente –de un promedio del 22 % en la década de los setenta han pasado a un 2
% en la primera década de este siglo–, la alternativa es consumir recursos futuros como
medio de satisfacer las expectativas presentes. El resultado más evidente fue que primero
se endeudaron los gobiernos y, después, lo hicieron los particulares en un círculo poco
virtuoso de “keynesianismo privatizado”, según el lúcido análisis de W. Streeck (2011): son
los ciudadanos o consumidores los que “ceban la bomba” del crecimiento económico y no
necesariamente los gobiernos. Quizás fue esta voracidad sobre el futuro lo que obnubiló a
gestores públicos y privados sobre las enseñanzas de la historia.
Para lograr estos objetivos macroeconómicos, los gobiernos de los Estados Unidos
y de la Unión Europea apostaron por mantener bajos tipos de interés del dinero, lo que
facilitaba el endeudamiento en vez del ahorro, en la creencia de que el aumento de valor
nominal o bursátil de las propiedades inmobiliarias o de los fondos de inversión ya cumplía
con la ilusión de un enriquecimiento colectivo: “para qué ahorrar, cuando el aumento de
valor de tus propiedades ya ahorra por ti” (Brenner, 2009: 45). Y así sucede que los créditos
de alto riesgo o subprime en los Estados Unidos de América, que se estimaban en 85 mil
millones de dólares en 1997, habían alcanzado la cifra de más de 300 mil millones en el
período 2004-2007. La expansión del crédito hipotecario estaba relacionada con el boom
de la construcción inmobiliaria pero, sobre todo, con el incremento extraordinario de su
valor de mercado. En los Estados Unidos, el precio real de la vivienda, manteniéndose en
una situación estable o con muy ligera tendencia al alza entre 1953 y 1997, experimentó un
aumento del 70 % en los diez años siguientes, provocando a su vez un elevado endeudamiento
a largo plazo de las familias (Brenner, 2009: 61). No sólo se gastaba en exceso, sino que se
comprometía el bienestar de las generaciones futuras bajo la ilusión de que la omnisciencia
de los mercados era capaz de anticipar ese futuro Eldorado: empresas y familias disponían
de una riqueza nominal en ascenso, pero no era la productividad de la economía real la que
justificaba el aumento de esta riqueza, sino una gigantesca especulación económica. En
suma, lo que se estaba es consumiendo futuro en cantidades masivas.
La respuesta de los responsables más directos de la crisis (gobiernos nacionales,
bancos centrales o agencias de rating) ha sido poco eficaz o moralmente decepcionante.
Aunque algunas entidades financieras, como Lehman Brothers, se han dejado caer, la palabra
de moda es la del rescate, que se aplica tanto a empresas de seguros y bancos, como a
economías nacionales, tal es el caso de la Unión Europea con el rescate acordado para
países como Irlanda, Grecia y Portugal, en una espiral que todavía no se sabe dónde puede
detenerse. En el caso de las empresas privadas, básicamente financieras, los costos de su
mala gestión han sido cubiertos por ayudas procedentes del Tesoro público, de modo que son
los contribuyentes quienes soportan las consecuencias del moral hazard con que actuaron
los gestores, reguladores y agencias de rating. Los rescates de países europeos –obligados
en parte por la peculiaridad del sistema bancario central, pensado básicamente para combatir
la inflación– tienen otras consecuencias al sustanciarse con pautas macroeconómicas que
resultan muy parecidas a las que provocaron la euforia especulativa y la crisis, pero con
consecuencias sociales mucho más devastadoras: crecimiento del desempleo, restricción
drástica del consumo y, en definitiva, empobrecimiento generalizado de los países rescatados.
En todo caso, a diferencia de lo sucedido en los años treinta del siglo pasado, hay dos pautas
de comportamiento novedosas: que los estados han tomado cartas en el asunto y que las
responsabilidades se hallan más diluidas, sin que autores de estafas tan monumentales como
Bernard Madoff se hayan excusado por ello. No ha sido el único.
Frente al viejo recurso de la inflación como mecanismo para “compensar las debilidades
del trabajo y castigar al capital” (Streeck, 2011), que favorecía la negociación colectiva y
aspiraba al pleno empleo, desde los años ochenta y noventa se fueron imponiendo políticas
monetarias más restrictivas que abrieron la espita a procesos de endeudamiento tanto
públicos como privados que modificaron cualitativamente las relaciones entre el capital y
el trabajo y, como consecuencia, también la capacidad de intermediación de los estados-
nación. Si en las décadas de entreguerras se combatía las democracias parlamentarias
porque no eran capaces de dar satisfacción a las demandas de las clases trabajadoras por
parte de unos estados nacionales que disponían de pocos recursos, la situación actual repite
aquella incapacidad de los gobiernos nacionales para dar respuesta a las demandas de sus
votantes. La diferencia de la situación actual respecto de la de entreguerras estriba en que
ahora se está cubriendo el camino de vuelta. Es el propio Estado de bienestar y su modelo
de concertación social laboriosamente construido durante décadas lo que está puesto en
causa, en gran parte debido al propio proceso de globalización económica y a las profundas
mudanzas ocurridas: deslocalización industrial en busca de salarios más bajos, terciarización
de la población ocupada, debilitamiento de la capacidad de presión de la clase obrera a
favor de una constante redistribución de la riqueza. Tanto la socialdemocracia como modelo
político, como el propio Estado de bienestar que era expresión de aquel pacto entre capital y
trabajo, han visto reducido de forma progresiva su espacio para actuar en la esfera pública.
La recesión económica ha provocado también mutaciones considerables en el ámbito
de la política que todavía estamos lejos de saber qué dirección tomarán. Desde luego,
cuando se le interroga a algún científico social reputado, como el historiador E. J. Hobsbawm
(entrevista en The Guardian, 2011), sobre qué pasará en el inmediato futuro, la respuesta
es un concreto “no sé”, aunque aboga porque no triunfe ni el mercado puro ni la democracia
liberal. Una mezcla de control y libertad, de público y privado. Otro científico social, menos
reputado pero más atrevido, el economista Dani Rodrik, ensaya en su último libro una
respuesta que, aunque algo alambicada y puramente académica, permite formarse alguna
idea sobre el lugar donde estamos y qué se puede hacer en el futuro. Este autor lo denomina
“trilema” y, en rigor, es aplicable básicamente al mundo occidental. Se trata de tres grandes
actores que, en la práctica, han de actuar por parejas, de modo que el “trilema” se convierta
en un dilema entre pares.
Los actores son el estado-nación como espacio territorial, la democracia como
sistema político y la globalización como ámbito económico. Su tesis central es que estos
tres actores no pueden convivir al mismo tiempo y que es preciso hacer una elección de dos
de los tres, lo que daría lugar a tres escenarios en el que uno de ellos saldría debilitado o
derrotado. El estado nacional sería el perjudicado, en el caso de triunfar la globalización con
un sistema democrático de carácter transnacional y de carácter federal, cuyo mejor ejemplo
puede ser la Unión Europea. La globalización se debilitaría si se aliasen los estados-nación
con la democracia, lo que supondría fijar límites precisos a los movimientos de capital
y una ventaja para los derechos sociales de los miembros de cada uno de los estados,
que podrían de este modo ejercer con mayor fuerza su presión sobre el capital. Y, en el
tercer supuesto, la democracia flaquearía notablemente si el estado-nación se somete a
las pautas de la globalización, imponiendo los criterios de los mercados y un modelo de
administración pública austera y reducida, sin apenas cargas sociales.
Lo que nos va a deparar el inmediato futuro es, de todas formas, más incierto que
en coyunturas históricas previas que presentan ciertas analogías con la situación actual.
La magnitud de las relaciones establecidas entre todo el planeta, la dimensión de las
comunicaciones a través de la red, la disparidad entre el ámbito local de las formas de
gobierno y el ámbito planetario de las transacciones financieras, entre otras características
del mundo actual, son argumentos poderosos para pensar que las soluciones para esta
crisis, además de audaces y complejas, habrán de ser globales. Y no parece que estén
todavía en el horizonte las herramientas precisas para acometer esta verdadera revolución.
Si dejamos el futuro y retornamos al campo de la experiencia histórica, quizás aparezca
alguna luz. Y esta experiencia dice que toda gran crisis se lleva por delante alguno de los
principios básicos del momento histórico en que se produce. La gran depresión de fines del
siglo XIX supuso, a juicio del historiador Hans Rosenberg, “el descrédito del liberalismo” en el
sentido de repudio del librecambismo y de la afirmación de los procesos de nacionalización
de las poblaciones europeas, que reaccionaron de este modo a los retos de la primera gran
oleada globalizadora de fines del siglo XIX. En suma, un triunfo del estado-nación y del
proteccionismo que además sería revalidado por la fuerza de los cañones en la Primera
Guerra Mundial.
La crisis del 29 y su corolario de la gran depresión de los años treinta afectó de forma
directa a la incipiente democracia liberal que surgió de los escombros de la primera gran
guerra y dio alas a lo que E. J. Hobsbawm calificó de “edad de los extremos” protagonizados
por los totalitarismos de derecha y de izquierda, que parcialmente se enfrentaron durante
la Segunda Guerra Mundial. La salida de la misma reforzó de nuevo los estados-nación,
pero con un gran pacto entre el capital y el trabajo que originó los Estados de bienestar y
consolidó la democracia como sistema político hegemónico en el mundo occidental.
Parecería que esta situación podría resistir los efectos de una segunda y más fuerte
oleada globalizadora que se desencadenó desde los años ochenta del siglo pasado. Pero
llegó la actual gran recesión que hunde sus raíces en aquellos virajes económicos y políticos,
para la que no acaban de diseñarse respuestas eficaces que, probablemente, tarden aún
algún tiempo en aparecer. Si descartamos como alternativa, por razones que afectan a la
propia viabilidad de la humanidad, un conflicto bélico a escala mundial, parece evidente que
de los tres principios o actores enunciados por Dani Rodrik, el que de momento se mantiene
más indemne en el panorama actual son los estados nacionales, lo que parece refutar
la previsión de que la fidelidad territorial se estaba debilitando en las últimas décadas.
Quizás sea de nuevo la hora de los estados nacionales –como en la crisis de fines del
siglo XIX, con sus políticas proteccionistas–, a menos que se abran nuevas formas de
gobernanza “multinivel” compatibles con la democracia como sistema político y con un
mundo globalizado.
Dado que el futuro ha perdido espesura e inesperadamente se ha vuelto de difícil
pronóstico –una manifestación más de la crisis del legado del pensamiento ilustrado–, no
sabemos realmente cómo “se va a salir de esta”. Es probable que no sirva ninguna de las
recetas ensayadas para las anteriores situaciones de depresión, sean las políticas de ajuste
o sean las de incentivo al consumo. Lo más predecible es considerar que estamos ante una
situación de nuevo cuño, especialmente en el mundo occidental, en la que toda esperanza
de encontrar un nuevo y hermoso valle a la salida del túnel es bastante difícil de concebir.
La razón es bien simple: dado que, como las crisis anteriores, esta se ha producido en
virtud de la puesta en contacto de economías muy desiguales –comparemos el costo de
la mano de obra de China o el sudeste asiático con el de la Unión Europea– la tendencia
inevitable será que cada uno de los dos polos de esta relación tendrá que acercarse al
otro, como si se tratara de vasos comunicantes. Y para gobernar la maniobra de esta gran
operación será preciso, como anunciaba W. Churchill en solemne ocasión, “sangre, sudor
y lágrimas”, que es modo distinto de reconocer que estamos ante un enorme conflicto que,
por incruento, no deja de ser igualmente difícil de manejar.
BIBLIOGRAFÍA
TALEB, N. (2012): Antifragile. Things that gain from Disorder, Nueva York, Random House.
TORTELLA, G. y NÚÑEZ, C. E. (2009): Para comprender la crisis, Madrid, Gadir.
RESUMEN
En este artículo se trata de hallar explicaciones que ayuden a entender la gravedad y duración
de la crisis actual. Para ello se analizan las causas de la misma y las políticas adoptadas frente
a ella. Se sostiene que la crisis actual es en gran medida un reflejo de las fallas sistémicas de
la economía mundial provocadas en gran parte por la persistencia de las políticas neoliberales.
Las respuestas adoptadas, lejos de alterar esta orientación, han supuesto una profundización de
las mismas políticas. En ello ha tenido un papel fundamental la hegemonía ejercida por las élites
capitalistas a la hora de imponer sus intereses. Se analizan los mecanismos por los cuales se
ejerce esta hegemonía, en particular el de las ideologías preponderantes en los teóricos y gestores
de la economía y el del diseño de la Unión Europea. En la última parte del artículo se advierte
de la importancia de las cuestiones ecológicas, otro problema sistémico ignorado en la mayoría
de debates sobre las propuestas de salida de la crisis, y se aborda la necesidad de elaborar una
respuesta sistémica.
ABSTRACT
This article seeks to find explanations that help to understand the gravity and duration of the current
crisis. It analizes the crisis’ causes and the policies adopted against it. It is maintained that the current
crisis is for the most part a reflection of the systemic faults of the global economy provoked mainly by
the persistence of neoliberal policies. The adopted answers, far from changing this orientation, have
meant the deepening of the same policies. In this context the capitalist elites had a relevant role to
impose the hegemony of their interests. The mechanisms that apply to this hegemony are analyzed,
in particular those from the preponderant ideologies in the theorists and consultants of the economy
and the European Union design. The last part of the article warns about the importance of ecological
issues, another systemic problem that is ignored in most of the debates about the proposals to end
the crisis, and approaches the need to elaborate a systemic answer.
KEY WORDS: economic crisis, neoliberalism, economic ideologies, European Union, ecological crisis.
83
ESTA CRISIS COMO PROBLEMA SISTÉMICO
La crisis económica que estalló en 2008 ha generado una sucesión de procesos que
la han convertido en una situación de estancamiento económico de largo alcance y, sobre
todo, están generando un grado de sufrimiento social insoportable. Como ocurrió en otras
ocasiones (el crash de 1929 o el aumento del precio del petróleo de 1973) lo que se presentó
como una situación coyuntural se transformó en una dinámica de grandes dimensiones y
de largo alcance. Entre otras cosas puso de manifiesto lo inadecuado de los sistemas de
previsión económica, obligados periódicamente a revisar unas previsiones de recuperación
que acaban mostrándose inadecuadas. Y nadie parece tener una idea clara de cuáles son
las políticas que ayudarían a sacar a los países del marasmo.
En anteriores trabajos (Recio Andreu, 2009, 2010) traté de explicar cuáles eran las
causas estructurales que habían provocado la crisis y cuáles eran las razones que podían
explicar la particular situación de nuestro país. En el presente trabajo trataré de continuar
esta línea argumental con el objeto de situar las razones que explican las medidas adoptadas
frente a la crisis, su incapacidad para encontrar soluciones a corto y medio plazo, las razones
que explican la persistencia de unas estructuras que no pueden sino generar problemas.
Hay pocas dudas del papel desempeñado por el sistema financiero internacional
en el desencadenamiento de la crisis. El papel del sector financiero como un elemento
desestabilizador del funcionamiento de las economías capitalistas se conoce desde
hace muchos años (Kindleberger, 1978; Minsky, 1986; Keen, 2001). De hecho, la crisis
financiera de 2008 vino precedida por una cadena de graves incidentes financieros desde
al menos 1987, cuando tuvo lugar el derrumbe de la bolsa de Nueva York. A pesar de
ello, aquel incidente (y otros del mismo tipo como el hundimiento de las liberalizadas
cajas de ahorro estadounidenses) lejos de provocar una revisión del sistema financiero
fue seguido por una continuidad de políticas liberalizadoras de la actividad financiera.
Unas medidas liberalizadoras que abarcaban una enorme variedad de campos: libertad
de movimientos internacionales de capitales, liberalización de las barreras que limitaban
el campo de acción de cada institución financiera, apertura a la creación de todo tipo de
activos ficticios y subsiguiente liberalización del mercado bursátil, posibilidades de creación
de nuevas instituciones financieras (por ejemplo los hedge funds), autonomía de los bancos
centrales respecto a los gobiernos (en la práctica dejar que el sector se autorregulara). En
definitiva un conjunto de medidas que favoreció la creación de grandes conglomerados
financieros internacionales, que facilitó el endeudamiento masivo, que permitía diluir el
riesgo finaciero y que en conjunto impulsó un crecimiento desmedido del sector financiero.
Lo que hoy conocemos como financiarización de la economía tiene su fundamento en esta
liberalización y autonomización del sistema financiero, aunque su alcance es mucho mayor.
El enorme desarrollo y desregulación de la actividad financiera ha fomentado una orientación
especulativa en el conjunto del sistema, en parte endógena al sistema financiero. Parte de
la desregulación ha consistido en la legitimación de los abusivos esquemas de incentivos
(especialmente favorables a los altos directivos, pero aplicados también a los empleados
medios) que están en la base de muchas de las operaciones de alto riesgo y opacidad
que han provocado la sucesión de “accidentes” que han salpicado la historia financiera de
los últimos años. En parte exógena, puesto que la busca de rentabilidad a corto plazo ha
acabado por contaminar las prácticas de la mayor parte de las empresas, especialmente de
las de mayor tamaño, lo que ha generado una orientación financiera de su funcionamiento
y una mucho menor orientación para el desarrollo equilibrado de las empresas (Alonso
y Fernández Rodríguez, 2012). Los holdings de capital riesgo, dedicados a comprar y
vender empresas con operaciones de corta duración, ejemplifican este modelo de gestión
empresarial que se ha ido desarrollando en las últimas décadas. La desregulación financiera
ha servido además como instrumento facilitador de movimientos de capitales que afectan
a las bases de las políticas fiscales nacionales y favorecen en definitiva la evasión fiscal de
la gente rica.
El papel de la financiarización al promover un capitalismo especulativo sin control real
es sin duda el principal responsable de los dos elementos que coinciden en el estallido de
la crisis: la burbuja financiera y la burbuja inmobiliaria. Aunque esta última habitualmente se
asocia al juego de otros agentes –los promotores inmobiliarios y los gobiernos facilitadores
de la expansión urbana– es imposible entenderla sin el juego del sector financiero. Ello
se explica por el doble papel de prestamistas a los oferentes y demandantes de viviendas
(Keen, 2012). Si hay un sector donde oferta y demanda dependen crucialmente del crédito,
este es el sector inmobiliario. Sin generosos créditos por parte de los bancos hubiera sido
imposible el enorme apalancamiento de los grandes promotores inmobiliarios (muchos de
ellos surgidos de la nada al inicio de la expansión), sin facilidades hipotecarias el mercado
se hubiera colapsado mucho antes. El desregulado sistema financiero provocó el extremo
endeudamiento que a la postre dio lugar al estallido de la crisis financiera.
Pero limitar la crisis al papel del sistema financiero conlleva ignorar otros aspectos
estructurales de la economía actual que subyacen a los problemas económicos actuales
y que confluyen e interaccionan con el sistema financiero en agravar la situación e
impedir soluciones rápidas. La financiarización económica es una parte de un proceso de
transformación más amplio de las economías capitalistas desarrollado al calor de la crisis
de los años setenta del pasado siglo y que caracteriza la época neoliberal.
En primer lugar destaca el proceso de la globalización económica, ligado a una elevada
liberalización de los intercambios comerciales, la deslocalización de muchas actividades
productivas (especialmente las industriales) y la creación de nuevas estructuras políticas
de regulación comercial (especialmente la creación de la Unión Europea y especialmente
del área Euro). El resultado de todo ello se han traducido en la aparición de persistentes
desequilibrios comerciales entre territorios, un resultado en gran medida no previsto por la
teoría del comercio internacional que ha sido la justificación intelectual de la globalización.
Estos desequilibrios comerciales que han provocado la aparición de países con superávits
persistentes y de otros sistemáticamente deficitarios no sólo se ha traducido en una enorme
disparidad de situaciones locales (áreas industriales desertizadas por un lado, áreas de
intensa producción global por el otro), sino que tienen su correlato en la esfera financiera.
En gran medida, la financiarización ha sido favorecida por estos desequilibrios comerciales
y a la vez los ha ayudado a reforzar al posibilitar fórmulas para la financiación de los
compradores netos que ha impedido que el proceso se bloqueara automáticamente. Sin
la masiva actividad de reciclaje de dólares que realiza el sistema financiero entre China
y Estados Unidos, el comercio mundial se hubiera estancado antes de la crisis de 2008,
de la misma forma que sin este sistema financiero no hubiera sido posible la larga fase
de crecimiento de una economía sistemáticamente deficitaria como la española. El capital
financiero no sólo ha sido el facilitador necesario de este proceso, también ha utilizado
el mismo para profundizar su desregulación: la creación de derivados, por ejemplo, se
justificó en primera instancia por la necesidad de desarrollar instrumentos para hacer frente
al riesgo cambiario que genera el comercio con monedas distintas. De la misma forma que
gran parte de la artificiosa arquitectura financiera actual se ha ido construyendo como parte
de la financiación necesaria para el desarrollo del gran capital multinacional.
Al estallar la crisis estuvo claro que el sistema financiero estaba en el centro del
problema. En las semanas que siguieron a la quiebra de Lehman Brothers, cuando los
grandes líderes empresariales estaban desconcertados y expuestos públicamente, de
haber existido políticos audaces y con ideas claras se podría haber abordado una política
de alto calado. Esto no fue así por múltiples motivos. No era un tema menor la estrecha
relación existente entre los grandes grupos financieros y los responsables de las políticas
económicas, aunque tampoco me parece menor la hegemonía cultural, en la academia
y en los organismos reguladores, de la nueva economía neoclásica impuesta a partir de
la década de 1970. No hubo ni ideas ni decisión. Tampoco una clara presión popular. Se
acabó por adoptar una política de ayudas a las instituciones financieras en problemas y
posponer las reformas para más adelante. Sin duda en política, como en otros muchos
campos de la vida, los tiempos cuentan y en este caso la combinación de ayudas masivas a
corto y un ritmo lento de reformas ha acabado por realimentar a los responsables del crash
y diluir las regulaciones.
El argumento con el que se justificó tal acción era harto simplista. Refinanciando a
los bancos se evitaba el colapso del sistema crediticio y con ello el de la economía real.
Una versión particular de la tradicional teoría del trickle down aplicada al funcionamiento
de las finanzas: el flujo de dinero concedido a los bancos se supone que fluirá hacia el
resto de empresas y consumidores. En muchos casos este fluir no se ha producido por
muchas y diversas razones: los bancos han usado prioritariamente el dinero para cubrir sus
necesidades de pagos (muchos bancos, entre ellos los españoles, habían tomado créditos
voluminosos que debían devolver en relativamente poco tiempo), los bancos podían
utilizar el dinero para volver a las más rentables a corto plazo operaciones especulativas
o colocarlas en títulos públicos de bajo riesgo. Los bancos además se volvieron mucho
más exigentes a la hora de conceder créditos, tras haber experimentado el peligro de
quiebra generado por la alegre política seguida en el período anterior. De alguna forma la
ya expuesta “paradoja de la liquidez” tuvo sus efectos, como los había tenido en la época
anterior en el caso japonés. Se han salvado los bancos sin que fluya la liquidez a las
empresas industriales y de servicios. Y además los bancos han aprendido que si son muy
grandes tienen elevadísimas posibilidades de forzar a los gobiernos a actuar en su favor. El
sistema financiero está preparado para sus próximas burbujas y el mundo debe prepararse
para los siguientes desbarajustes financieros.
El segundo error de apreciación fue el de valorar la crisis como una mera recesión
temporal a la que se podía hacer frente con medidas de corto plazo y no entender que
los problemas estructurales antes comentados exigían medidas de más calado. En todo
caso, en la primera fase la mayoría de gobiernos llevaron a cabo moderadas políticas
expansivas en espera de tiempos mejores. Sin duda estas tuvieron un efecto paliativo
de la crisis y, por mal diseñadas que estuvieran, jugaron un cierto papel anticíclico pero
fueron insuficientes para hacer frente al derrumbe del sector inmobiliario, especialmente en
aquellos países donde la burbuja había sido más sostenida (fundamentalmente el mundo
anglosajón y España). Ello, unido a las restricciones crediticias al sector privado y a la caída
de expectativas reales, provocó en bastantes países una caída de la actividad. Y en todo
caso la combinación de caídas de la actividad privada y aumento del gasto público se tradujo
en un aumento del endeudamiento público. Este en principio no es un problema grave,
especialmente en períodos de crisis. Su gravedad depende en gran parte de cómo se valore
tanto en dimensión como en su articulación en los modelos macroeconómicos. En muchos
países, el desplome de los ingresos tenía además relación con las anteriores políticas de
erosión fiscal generadas por la sucesión de recortes impositivos a las rentas del capital y
los altos ingresos. Cuando aparecieron los déficits y aumentó el endeudamiento público
(por asunción de deudas privadas o por el mero impacto del contexto macroeconómico), el
sector financiero se encontró en condiciones de recuperar su posición de poder y trasladar
la responsabilidad hacia los estados. A partir de este momento se ha generado una presión
insoportable a favor de recortar gastos públicos y derechos sociales. Por otra parte el
contexto del endeudamiento ha favorecido el rebrote de la especulación, especialmente
en los mercados de la deuda pública. Ambas presiones han tenido hasta el momento tres
efectos combinados: han propiciado recortes del gasto público que en muchos casos han
vuelto a generar una segunda recesión (y en todos los casos la persistencia de un ambiente
de atonía económica y de aumento del desempleo), en segundo lugar han legitimado
reformas y políticas que favorecen los intereses de las élites económicas (privatizaciones,
reformas laborales, etcétera), y en tercer lugar han bloqueado cualquier debate serio
respecto a las transformaciones estructurales que deberían poner fin a la época neoliberal
(Los economistas aterrados, 2012).
Cuando escribo estas líneas muchos países, especialmente europeos, han entrado
de nuevo en recesión y el conjunto de la economía mundial muestra un grado de atonía
tal que explica el preocupante aumento del paro. Ninguna de las recetas dominantes ha
mostrado como resultado funcionar como se pretendía y los organismos económicos
internacionales han vuelto a experimentar el mismo tipo de desconcierto que ya se vivió en
la crisis de los 70: continuos cambios en las predicciones, informes contradictorios sobre las
políticas, aunque persiste el dominio de las políticas neoliberales de proponer los ajustes
estructurales, los recortes de gasto público y el reforzamiento de la libertad de capital. En
el otro lado de la balanza, el aumento de las desigualdades y la inseguridad económica
acompañan al desempleo como una plaga social.
El caso español resulta una muestra completa de toda esta sucesión de políticas
erróneas. España había sido junto con Irlanda el gran campeón del crecimiento del empleo
en toda la fase expansiva anterior. Las finanzas públicas, si nos atenemos a las dos variables
de déficit y endeudamiento, mostraban unas cifras impecables desde una óptica ortodoxa.
Incluso el sector financiero presumía de mantener unos niveles de regulación superiores
al de otros países (una regulación nacida en la crisis financiera de los 80). Sólo el sector
exterior presentaba un desequilibrio claro, pero esto situaba al país en la misma situación
que los más poderosos Estados Unidos y Reino Unido. Cuando estalló la crisis financiera
el Gobierno Zapatero minimizó los problemas, en parte por cálculo electoral pero mucho
también por una lectura errónea de la situación. Los, en teoría, saneados sector público y
financiero eran las razones que justificaban su optimismo, así como la confianza de estar ante
una recesión de duración limitada. Un diagnóstico que ignoraba la elevada dependencia del
crecimiento español respecto al crecimiento inmobiliario, el carácter abrupto de los ajustes
que caracterizan este sector, la elevada posición de riesgo de buena parte del sistema
financiero. En resumidas cuentas, tantos años de hegemonía del pensamiento neoliberal
(y de usar modelos econométricos que no contemplan la posibilidad de colapsos bruscos)
hacían impensable el derrumbe agudo del empleo y la actividad que se produjo a partir de
2008. Una muestra ejemplar de cómo funcionan el multiplicador y el acelerador keynesianos
cuando su signo es negativo. El colapso de la economía especulativa combinado con los
intentos de política expansiva de 2009-2010 generaron un elevado déficit público. Las
maniobras contables no pudieron evitar el hundimiento de los activos financieros y el
crecimiento de la morosidad, lo que al final arrastró a una parte importante del sistema
financiero español. Y esta crisis a su vez generó mayor endeudamiento público. Y abrió
la nueva serie de reformas, recortes y privatizaciones que satisfacen las demandas de las
mismas élites económicas que lideraron el antiguo “milagro especulativo”.
Es evidente que hasta ahora las políticas llevadas a cabo no han resuelto los
problemas que desveló el crac financiero de 2008. Incluso es posible que muchas de las
acciones hayan contribuido, especialmente en Europa, a agravar la situación. Ello conduce
a preguntarse cuáles son las razones que explican por qué las cosas han sido así. Mi
primera valoración es que la vida económica y política funciona con unas inercias que
hacen difíciles los cambios radicales, excepto cuando se trata de cambios que afectan a
los sectores sociales con menor poder. Estas inercias derivan de la consistencia de las
estructuras institucionales que se han consolidado en décadas pasadas y que tienden más
a mantener el statu quo que a transformarlo.
Treinta años de neoliberalismo han generado un marco social e institucional que
sigue determinando gran parte de las iniciativas políticas y respuestas sociales frente a
la situación. El neoliberalismo representó en gran medida el abandono del capitalismo de
pacto social de la posguerra y un reforzamiento de los poderes capitalistas tradicionales
sobre la política y la sociedad. Fue en gran medida la respuesta que había previsto Kalecki
a los dilemas que para las élites capitalistas generaban las políticas de pleno empleo. Él
había sugerido que a medio plazo estas políticas podían llevar a una situación que sólo
tenía dos salidas: o la creación de un nuevo modelo de sociedades poscapitalistas con
un menor poder de la clase empresarial o el derribo de las políticas de pleno empleo y la
vuelta a una gestión tradicional del capitalismo. El resultado de los dilemas planteados en la
crisis de los setenta se decantó por esta segunda alternativa aunque esta no fue una simple
vuelta al pasado. También en aquel caso las instituciones de la fase anterior, especialmente
las que sostenían el estado de bienestar, modularon los ritmos y formas de aplicación en
cada país y, en parte, permitieron sostener la imagen de que gran parte del viejo andamiaje
de protección social estaba consolidado.
Esta consolidación incluye diferentes cuestiones. En primer lugar, un marco legal e
institucional que ha consolidado el poder de las grandes empresas en la gestión de la
actividad económica. Aunque resulta evidente que es el capital financiero el que está en la
cúspide de este poder, no puede olvidarse, asimismo, el control de las grandes empresas
sobre la mayor parte de actividades económicas relevantes, incluidas muchas de las que
en el período anterior estaban desempeñadas por el Estado. Esta hegemonía, reforzada
por las privatizaciones y la adopción de la lucha contra la inflación como el objetivo básico
de la política económica, han hecho casi desaparecer del debate político la posibilidad de
resolver el problema del empleo por parte del sector público. Y mientras esta posibilidad no
se contemple todas las políticas seguirán fundamentándose en crear un marco favorable a
las empresas privadas como eje de creación del empleo y serán respetuosas con el sector
financiero. Pero este control va más allá de su mera superioridad “cultural”, se sustenta
también en la existencia de sólidos anclajes de los intereses privados en la configuración de
las políticas públicas, los cuales funcionan por medio de mecanismos diversos –financiación
a los partidos, lobbies, “puertas giratorias”, etcétera– que han convertido a las élites políticas
en parte del bloque de poder del capital, en agentes de sus intereses. Lo que tiende a acotar
el campo de las acciones consideradas aceptables.
Frente a este denso tejido de relaciones entre élites económicas y políticas se han
debilitado, hasta casi disolverse, las fuerzas organizadas de los asalariados que en parte
constituyeron la contraparte del pacto keynesiano. Esta disolución es en primer lugar el
resultado de los propios cambios que han tenido lugar en las viejas economías capitalistas.
En parte cambios legales en las regulaciones laborales orientadas claramente a diluir los
derechos individuales y colectivos de los trabajadores. En parte generados por la emigración
masiva de empleos industriales hacia los países en desarrollo. En parte la incidencia de las
nuevas formas de organización empresarial y del trabajo que han contribuido a fragmentar
el colectivo obrero y a crear enormes dificultades a la acción colectiva. Es también sin duda
una cuestión política que tiene dos componentes complementarios. De una parte, el fracaso
de la experiencia soviética ha dejado al capitalismo sin un competidor serio. El que hoy la
gran fábrica del mundo capitalista sea un país con un sistema político dictatorial controlado
por una burocracia que se autoproclama comunista, además de un sarcasmo contribuye
a generar más que escepticismo sobre las posibilidades de surgimiento de proyectos
económicos poscapitalistas. De otra, la aceptación por parte de la socialdemocracia de
las ideas básicas del credo neoliberal ha aumentado aún más si cabe la sensación de
desamparo social de grandes masas de población, para las que, en lo fundamental, las
élites políticas son vistas como una casta común. Sin ideas alternativas compartidas por
millones de personas es difícil pensar que pueda haber una contestación de largo alcance
y que se refuercen organizaciones de todo tipo que pugnen, más allá de la protesta puntual,
con las políticas que se han ido adoptando y sean capaces de colocar otra agenda en la
arena política.
En este desplazamiento a la derecha de las ideas económicas sin duda ha jugado una
parte importante el fracaso soviético, el carácter dictatorial y represivo de estos regímenes
burocráticos, su incapacidad para hacer frente adecuadamente a los problemas que, al
menos en teoría, debería adelantar mejor una economía planificada que una de mercado
competitivo, como es por ejemplo el medio ambiente. Pero esto es sólo una parte de la
historia. En el otro lado de la balanza está la hegemonía cultural alcanzada por las teorías
económicas conservadoras en la academia científica, las instituciones reguladoras y las
burocracias públicas. Al fin y al cabo, los procesos de formación de las élites contribuyen
poderosamente a consolidar el punto de vista con el que abordarán los problemas. La
economía neoclásica se consolidó a principios del siglo XX como una disciplina “científica”
que legitimaba el orden burgués, promovía el predominio de la propiedad capitalista y el
mercado como forma superior de gestión de la sociedad humana. Su predominio sólo se
vio fuertemente cuestionado tras la crisis de 1929 cuando el keynesianismo, y la realidad,
pusieron en cuestión partes esenciales de su análisis. Después de la Segunda Guerra
Mundial pareció que el keynesianismo se convertía en una nueva ortodoxia que alimentaba
políticas de gestión pública de la economía y de cierto pacto social. Pero las cosas en
realidad siempre fueron mucho más complejas. En el campo analítico se desarrolló una
importante contraofensiva que se pudo servir de las ambigüedades teóricas del propio
Keynes y dio lugar a la llamada síntesis neoclásica, una teoría económica que presentaba
las propuestas keynesianas como un caso particular de un modelo más amplio. Una
síntesis keynesiana que fue asimismo puesta en cuestión por la potente contraofensiva
conservadora que se produjo inicialmente en el mundo anglosajón a finales de los años
sesenta y que dio lugar a una nueva macroeconomía que en cierta medida recuperaba las
ideas de los viejos neoclásicos. Aunque en la academia económica han seguido existiendo
críticos importantes en campos diversos, el poder de los renacidos neoclásicos ha sido
fundamental sobre todo en la formación intelectual de las personas que trabajan en los
puestos clave de la Administración y las instituciones internacionales. El mismo Stiglitz
(2012), al que uno tendería a clasificar como un autor de síntesis neoclásica, reconoce
este apabullante predominio de una ortodoxia que minimiza la importancia de los fallos de
mercado y banaliza las críticas a los fallos del sistema. La potencia de esta teórica, avalada
por el uso de un poderoso arsenal matemático, ha influido en gran parte de los cuadros
de los partidos de izquierda e incluso ha llegado a contaminar la cultura de los dirigentes
sindicales. Para muchos académicos y profesionales es difícil pensar en otros términos que
los expresados en el credo neoliberal y ello genera un sesgo indudable en las propuestas
de política económica.
La crisis está afectando de forma más intensa a Europa, y especialmente a los países
de su periferia: los del sur y el este, Irlanda. La explicación convencional es que ello se
debe a fallos internos de sus políticas nacionales: corrupción, mala regulación de los
mercados, mal diseño de las políticas, gasto público excesivo, etcétera. Estas cuestiones
están sin duda presentes en muchos de los países con más problemas, pero tampoco
puede olvidarse que algunos de ellos, especialmente España e Irlanda, eran antes del
crac los países modelo en creación de empleo y buenos resultados macroeconómicos.
Lo que de entrada puede considerarse un fallo de previsión por parte de los evaluadores
comunitarios, como también vale para el caso griego: pocos meses antes de la entrada en
circulación del euro, Grecia incumplía todas las condiciones impuestas y consiguió arreglar
sus cuentas de forma “milagrosa” en pocos meses. Hay que ser muy ingenuos para pensar
que los supervisores comunitarios fueron engañados por unos hábiles tramposos. Más bien
lo que ocurrió es que había interés en incorporar a Grecia y se permitieron contabilidades
creativas para justificar que era posible.
Pero esta visión que limita la causa de los problemas a la esfera local pierde de vista
los elementos de la construcción europea que explican las dificultades que experimenta
su periferia. En el modelo de construcción europea han jugado un papel crucial dos
grandes cuestiones. De una parte el neoliberalismo como cultura económica general. La
Unión Europea en general y el euro en particular se han ido construyendo en el período de
predominio de la ideología neoliberal. Hay muchos elementos que indican la influencia de
estas ideas en las estructuras europeas: la independencia del Banco Central Europeo (y su
concentración en el problema de la inflación), el papel preponderante dado a la competencia
(y que está siendo utilizado como un mecanismo para derogar no sólo regulaciones públicas
locales sino especialmente las regulaciones laborales), las políticas de empleo centradas
en la oferta de trabajo, la ausencia de un proyecto de estado europeo de bienestar y la
marginación sistemática de las cuestiones sociales, la tolerancia con los paraísos fiscales
internos (Luxemburgo, las diversas dependencias británicas)... A esta visión neoliberal se
le suma, o combina, otra de tipo nacional-imperialista. Para los países que constituyen el
núcleo de la Unión, esta debe funcionar en beneficio de sus intereses nacionales y estos
deben imponerse al resto de naciones de segunda fila. Destaca especialmente el papel de
Alemania, pero no puede perderse de vista ni a Francia ni a Reino Unido (cuya no integración
al euro es en gran medida resultado de su interés en mantener intacto el poder financiero
de la City). Una predominancia que no sólo es visible en el trato desigual dado a Alemania
y Francia cuando incumplían los criterios de déficit, sino que es claramente patente en la
obsesión por el control de la inflación, la negativa a financiar a los estados vía Banco Central,
el bloqueo a establecer marcos sociales comunes... La combinación de estas dos ideologías
se ha mostrado en toda su profundidad en la gestión de la crisis actual y ha contribuido
poderosamente a incrementar los problemas de las economías más débiles.
La Unión Europea partía ya de entrada con un diseño problemático. Se trataba de
unificar espacios económicos diferentes en cuanto a especialización productiva, estructura
empresarial, distribución de la renta, etcétera. De hecho podía esperarse que la eliminación
de las fronteras económicas podía incluso contribuir a reforzar estas desigualdades.
Especialmente si uno de los principales efectos de la unión era el de racionalizar los sistemas
productivos globales y explotar el mecanismo de las economías de escala. Cualquier
“racionalización” de los sistemas productivos se iba a traducir en el cierre de las plantas
más obsoletas, más pequeñas o con mayores costes de transporte, lo que presumiblemente
afectaría de manera desproporcionada a los países geográficamente periféricos y con plantas
productivas de menor tamaño. En la década de 1980 los responsables de la Unión preveían
que los menores salarios de estos países del sur serían un elemento crucial de atracción de
inversiones que posiblemente compensaría con creces la destrucción de plantas obsoletas.
Una previsión que por una parte exageraba el atractivo de los bajos salarios y por otra no
contemplaba que el proceso de globalización en marcha aumentaría el número de países
candidatos a ofrecer bajos salarios fuera de la Unión. De hecho no hay ninguna evidencia
empírica que muestre que el desarrollo capitalista tienda a generar equilibrios territoriales
automáticos. Todos los estados de un cierto tamaño experimentan un notable grado de
divergencias regionales. La única fórmula de mantener un cierto grado de cohesión interna
y de estabilidad es mediante la existencia de mecanismos redistributivos que garantizan
ingresos y nivel de vida adecuado a las áreas y sectores sociales más desfavorecidos. En
la construcción europea han faltado tanto una visión reequilibradora vía políticas sociales,
como la existencia de un verdadero estado de bienestar europeo capaz de contrapesar las
dinámicas de la racionalización productiva.
La creación del euro no ha hecho sino aumentar la dureza de estos problemas. Al
establecerse un solo tipo de cambio para una amplia zona con diferencias productivas
importantes se han generado nuevas dinámicas perversas. De una parte el tipo de cambio
único, a menudo sobrevalorado, tiene efectos asimétricos según cual sea la composición y
característica de los bienes y servicios que se importan. Para países productores de bienes
especializados, de baja elasticidad precio y alta estabilidad renta, un euro sobrevalorado
puede tener un efecto positivo pues tiene un impacto negativo despreciable sobre las
exportaciones y abarata las importaciones de materias primas y suministros. Para países de
producciones medio-bajas, con mayor competencia internacional e importadores de bienes
sofisticados, el balance puede ser el contrario: la sobrevaloración reduce sus posibilidades
de exportación fuera de la zona Euro y encarece las importaciones. Este es uno de los
problemas que han experimentado las economías del sur de Europa. Problemas agravados
porque Alemania ha practicado una férrea política de control del gasto, vía reducción salarial,
que ha reducido las posibilidades exportadoras de los países del sur. Por otra, cuando los
problemas de balanza comercial han aparecido la moneda única ha impedido a los países
con problemas practicar un ajuste monetario (devaluación) menos doloroso y más eficaz
que la reducción de costes salariales que están practicando y que no hace más que hundir
su mercado interno. De hecho, si se analiza todo el período del euro, puede verse que los
países europeos que no se sumaron al mismo han tenido mucha más flexibilidad a la hora
de ajustar su balanza exterior.
El diseño del Banco Central Europeo (BCE) y el euro no sólo ha creado problemas en
la situación comercial de estos países sino que ha tenido efectos macroeconómicos en otros
campos. De una parte, al focalizar toda la intervención pública en el problema de la inflación
y despreciar la importancia del desempleo se han reforzado las tendencias depresivas,
como ocurrió con el alza de tipos de interés practicada por el BCE a principios de 2008.
De otra, el asimétrico tratamiento del BCE respecto a los bancos y a los estados miembros
ha colaborado sin duda a magnificar los problemas de la deuda de los países. De hecho,
ha convertido un problema menor como era el de la deuda griega en un colosal problema
de financiación de los estados endeudados. La imposición de políticas de austeridad ha
acabado por generar el peor de los escenarios posibles: una recesión sin red en los países
afectados y el destrozo de sus sistemas de bienestar. El peor problema es que se ha sometido
a los gobiernos de estos estados a promover una reconversión industrial sin contar con los
instrumentos necesarios para adoptarla. Alemania ha jugado con fuerza su papel de eje
central de la construcción europea (algo que podemos tildar de neoimperialismo) basado
en una concepción mercantilista de la economía (los países deben salirse exportando
fuera, una propuesta que a escala global es imposible) y el bloqueo de cualquier intento de
desarrollo de un sistema de bienestar europeo difícil de imponer a sus propios votantes.
Por esto la imposición de estas políticas está acompañada de una persistente acusación de
despilfarro y corrupción sobre los países afectados. Es evidente que estas existen y deben
combatirse. Pero es igual de evidente que si países como España o Grecia hubieran tenido
gobernantes sensatos y honestos, pero que se hubieran limitado a practicar las políticas de
austeridad impuestas por la Unión Europea bajo la égida alemana, el resultado en términos
de ajuste y empleo hubiera sido posiblemente parecido, pues el esquema en el que se
fundamenta es completamente erróneo. Como muestra que al final la austeridad acaba por
afectar a la actividad económica de los países que supuestamente se han aplicado en las
políticas de austeridad y devaluación, es lo que tiene la interdependencia.
Hay otras crisis solapadas. Los científicos naturales hace tiempo alertan de graves
problemas ambientales que afectan a la especie humana: cambio climático, pico del
petróleo, destrucción de la biodiversidad, desertización... Parecería razonable que ante el
impacto previsible de estos problemas se empezaran a adoptar medidas para prevenirlos
o darles respuesta. La cuestión clave sin embargo radica en que, a pesar que el medio
natural constituye la base de la actividad económica, el funcionamiento de las economías
capitalistas tiende a ignorar la importancia del medio natural.
Esta ignorancia del medio natural está fundamentada en dos cuestiones combinadas.
De una parte la lógica del beneficio implica minimizar los costes que hay que pagar para
producir un determinado bien. Esta lógica conduce a no tener en cuenta aquello que no
se paga o a tratar de eludir siempre que se pueda el pago de los mismos. Por esto las
economías capitalistas generan sistemáticamente unos elevados costes sociales en todos
aquellos campos donde es posible practicar esta elusión. El beneficio privado se asienta, en
parte, sobre costes sociales no pagados. Ello vale para el uso de bienes naturales y también
de personas. Los mismos esquemas teóricos que emplean los economistas convencionales
toman como dados la tierra (el medio natural), la fuerza de trabajo y hasta las tecnologías.
Como muchos de los efectos ambientales más perversos sólo se manifiestan a largo plazo,
las empresas tienden a ignorarlos. Lo mismo ocurre con la fuerza de trabajo, se ignoran,
por ejemplo los impactos de la actividad económica sobre la salud. La única forma de
que las empresas capitalistas adopten medidas medioambientales y sociales realmente
respetuosas es por medio de la presión externa del Estado y la sociedad, por medio de
regulaciones a las que a menudo se oponen.
Además del coste que para las empresas supone internalizar estos efectos externos
hay una segunda cuestión que explica su resistencia a considerar los impactos ambientales
sistémicos. La empresa capitalista se desarrolla explotando un determinado nicho de
mercado, ello supone casi siempre un aprendizaje específico en un área de actividad,
una determinada tecnología, un determinado mercado. Mucho del cambio técnico es
incremental (mejoras continuadas sobre lo ya conocido). Para la mayoría de empresas
los cambios radicales en el consumo o la tecnología son a menudo desafíos difíciles de
superar. La historia empresarial está llena de empresas que fueron exitosas en un momento
y desaparecieron cuando cambió el contexto. Esta dificultad del cambio hace que las
empresas tiendan a menudo a tratar de bloquear los cambios que afectan negativamente
a su nicho de mercado. En una economía dominada con grandes empresas que movilizan
recursos voluminosos, que tienen miles de empleados (directos o indirectos), que cuentan
con una determinada imagen, es bastante factible que ante las demandas de cambio opten
por lanzar campañas destinadas a impedirlo, desde acciones de lobby político, campañas
publicitarias y de intoxicación de la opinión pública, incluido, hasta recordar el impacto que
tendría para el empleo una determinada regulación. En los últimos años no han faltado
este tipo de maniobras en temas como el del campo climático, la energía nuclear o el uso
de transgénicos. El resultado ha sido a menudo el bloqueo, cuando no la paralización,
de muchas iniciativas orientadas a desarrollar una economía sostenible en términos
ambientales, a costa de empeorar las perspectivas a largo plazo de la humanidad.
Y a pesar de ello algo de los problemas medioambientales puede haber impactado
sobre la economía convencional. La forma más fácil en la que los problemas ambientales
influyen en el funcionamiento del mercado es el del encarecimiento de costes generado
por los problemas de extracción o reproducción de un producto natural. El encarecimiento
del petróleo, algunos metales y algunos alimentos puede estar reflejando algo de estos
problemas (en el caso de los alimentos parte de la cuestión estriba en la desviación de parte
de la producción de cereales desde la alimentación a la producción de biocombustibles).
Una subida que tuvo lugar a finales del ciclo expansivo y que no ha experimentado un
freno extraordinario a pesar del estancamiento de la economía mundial. Curiosamente
esta tendencia inflacionista, derivada de los problemas en la esfera medioambiental, al
combinarse con un diseño institucional que considera la inflación el enemigo número uno a
combatir por parte de la política económica, justifica la adopción de políticas restrictivas que
empeoran el problema del desempleo.
No pretendo explicar el desempleo por la crisis ambiental. Creo que ambas crisis,
la ambiental y la económica, tienen tempos diferentes. Sólo expresar que, sin embargo,
cuando se dan algunas relaciones, estas se combinan para generar respuestas peores,
algo que puede alertar sobre la incapacidad de las instituciones actuales para dar buenas
respuestas al cambio ambiental y para impedir que el mismo se traduzca en un nuevo desastre
social. La crisis ambiental es una cuestión de suficiente calado para requerir respuestas
urgentes y masivas. La incapacidad de llevarlas a cabo tiene en gran parte su origen en los
BIBLIOGRAFÍA
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Economía Crítica, 9, 198-222.
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Our Future, Nueva York, W. W. Norton & Company.
RESUMEN
Las crisis financieras no pueden ser reducidas, tal y como hacen ciertos analistas, a meras
situaciones de pánicos, cracks, comportamientos agregados irracionales o euforias contagiadas
de forma mimética: son asimismo situaciones caracterizadas por una violencia económica inaudita,
cuyas víctimas sufren la bancarrota, el endeudamiento, la pérdida de sus medios o la pobreza en
un proceso de drástica recomposición de las relaciones económicas y sociales. La última de dichas
crisis está poniendo de manifiesto la magnitud de dicha violencia, con una flagrante visibilización
de las relaciones de dominación en la sociedad que ha conducido a que más y más sectores y
grupos sociales afectados por una creciente vulnerabilidad sean conducidos al sacrificio de unos
mercados que deben ser aplacados. Con un marco teórico inspirado en los trabajos del antropólogo
francés René Girard y otros autores, nuestro objetivo es el de explorar la construcción del relato
hegemónico acerca de la crisis económica, con una atención especial al componente sacrificial
existente en el mismo.
ABSTRACT
Financial crises cannot be reduced to mere situations of panic, crashes, aggregated irrational behaviour
or mimetically transmitted euphoria, as some analysts seem to suggest. They also represent situations
defined by an outrageous economic violence in which social and economic relations experience
drastic transformations, and whose victims end up suffering personal bankruptcy, indebtedness, the
loss of standards of living or poverty. The latter of these crises is revealing this notable violence and
the flagrant domination present in social relations; this is proved in the way more and more social
groups marred by a growing vulnerability are sacrificed to appease financial markets. Inspired by the
1 Este artículo se inserta dentro de los trabajos realizados en el marco del proyecto de investigación concedido
por el Ministerio de Ciencia e Innovación, con referencia CSO2011-29941.
97
DEBEMOS APLACAR A LOS MERCADOS...
theoretical framework of the French anthropologist René Girard, our intention is to explore how the
hegemonic narrative about the crisis has been developed, highlighting its sacrificial aspects.
Para que el sacrificio sea posible, es necesario creer que la víctima original
es el responsable del desorden mimético antes y después, por intermediación
de la violencia unánime, del retorno al orden.
Nosotros somos siempre la solución, puesto que nosotros creamos los problemas.
Comentario satírico de los corredores de la Bolsa de Nueva York
durante la gran depresión de 1929, citado en Bryce y Still (1987: 132)
1. Introducción
toda la vida, el desempleo masivo, los recortes de derechos sociales y laborales, la merma
de los salarios, los aumentos indiscriminados de tasas y precios, y una violencia policial de
otra época agitada en pacíficas manifestaciones de protesta.
Esta violencia representa de alguna manera un epifenómeno muy real resultado de un
conflicto social más profundo, visibilizando de forma flagrante las relaciones de dominación
realmente existentes en la sociedad. El hecho de que las desigualdades sociales hayan
aumentado de forma dramática durante la crisis actual ha demostrado que no todos los
estratos sociales la han padecido igualmente: los altos directivos de las grandes entidades
financieras mundiales, perceptores de retribuciones multimillonarias y representantes de
un estilo de vida privilegiado que contrasta obscenamente con la situación de la mayoría
de los habitantes del planeta apenas han recibido castigo más allá de críticas a sus bonus
(incluso algunos directamente relacionados con el desplome de sus compañías son pre-
miados con puestos en consejos de administración de otras): sus empresas no sólo han
sido rescatadas por los contribuyentes, sino que han emprendido una durísima defensa de
sus intereses que ha reconducido en muchos casos a la imposición de drásticas tesis neo-
liberales, particularmente en Europa (Alonso y Fernández Rodríguez, 2012b). Esta defensa
de los intereses del capital financiero ha alcanzado un ímpetu desconocido, adentrándose
en territorios nunca antes aventurados (recortes, privatizaciones) que tienen como fin en-
riquecer más a los ricos, aunque esto repercuta necesariamente en empobrecer al resto
(Chang, 2012). Frente a esta cerrazón de la casta financiera (con la complicidad indiscutible
de parte de la clase política) en su brutal reforzamiento del statu quo, más y más sectores
y grupos sociales se van viendo afectados por una creciente vulnerabilidad (resultado de la
pérdida de sus derechos, estándares de vida, ingresos, etcétera), a fin de aplacar a unos
entes, los mercados y las agencias de calificación crediticia cuyas reacciones negativas (en
forma de subidas de primas de riesgo, bajadas de calificación crediticia, etcétera) pueden
suponer una bancarrota colectiva. Es necesario tomar dolorosas medidas, mandar seña-
les a los mercados, hacer sacrificios: precisamente esta última idea, la del sacrificio, se ha
convertido en un distintivo particular de la actual crisis, sacrificios basados en los recortes
de derechos y destinados a ofrendar a los mercados señales que permitan desviar su furia
especuladora.
En este artículo, nuestro objetivo será el de explorar esta idea del sacrificio en la crisis,
en la que de alguna manera los derechos de la ciudadanía han sido elegidos como chivo
expiatorio para, con la excusa de calmar la violencia de los mercados, proceder a refor-
zar las relaciones de dominación existentes en la sociedad. Para ello hemos dividido esta
contribución en cuatro secciones. En la primera parte, presentaremos las crisis financieras
como fundamentalmente mecanismos de expropiación de la riqueza social existente, rei-
vindicando así la importancia que los factores de control y castigo juegan en estas situa-
ciones de depresión económica. La segunda sección se centrará en analizar el mecanismo
de la deuda como uno de los vínculos económicos fundamentales en los que la violencia
se hace manifiesta de forma más explícita, para pasar en la tercera parte a presentar un
nuevo análisis (en el que somos deudores, sobre todo, del marco teórico proporcionado por
los inclasificables trabajos de René Girard) de la crisis como sacrificio. Finalmente la cuarta
sección, en la que vincularemos los argumentos presentados a la importancia que la crisis
está teniendo como dispositivo disciplinario de algunas sociedades como la nuestra, cerra-
rá el texto como conclusión.
2 Una muy correcta y exhaustiva evaluación sobre las teorías antikeynesianas que dieron lugar a la gran
burbuja financiera neoliberal, como las de Robert Lucas, Eugene Fama o Robert C. Merton, se encuentra
expuesta en Hyme (2003), así como en Hyme y Bourghelle (2010).
Euforia y pánico desde la “tulipanmanía” de hace casi quinientos años hasta las
hipotecas basura: siglos y siglos con el mismo esquema de aparición y desarrollo de las crisis
financieras (Amat, 2009). Manías especulativas, activos sobrevalorados hasta el infinito,
desvalorización brusca asociada a las conductas de pérdida de confianza, huida rápida de
las posiciones, pánico creciente y contagioso y por fin crisis de endeudamiento con quiebra
de las finanzas privadas y arrastre hacia el abismo de las cuentas públicas. El clásico
análisis de Kindleberger sobre manías, pánicos y cracks, completado y actualizado por
Robert Aliber, acaba estableciendo el mecanismo de las crisis financieras como diferentes
modos y diferentes grados de eclipse de la racionalidad económica, ya sea por enajenación
temporal, por imitación de conductas de riesgo o defensa, por consecuencias colectivas no
queridas de acciones individuales calculadas o por errores contagiosos en la evaluación de
riesgos (Kindleberger y Aliber, 2012). Los actores institucionales aparecen como tomadores
de decisiones inversoras (correctas, o incorrectas, racionales o irracionales en diversa escala,
legales o fraudulentas, etcétera), pero el marco de las relaciones de poder, los intereses de
control y dominación y los perdedores sociales –los no inversionistas por ejemplo– de las
quiebras, si se mencionan, sólo lo son de pasada y como figurantes anónimos de una obra
en la que no juegan ningún papel medianamente relevante.
De esta manera, aunque alejándose de las simplificaciones evidentes –aunque
triunfantes y dominantes a pesar de sus consecuencias– de la economía financiera neoclásica,
lo que nos encontramos son básicamente explicaciones de los desastres económicos como
procesos psicológicos (o mejor aún, de los fallos en los procesos psicológicos en la toma
de decisiones correctas), explicaciones que han venido tomando cuerpo en una “economía
del comportamiento” de matriz realmente neoconductista y que, aunque negadora de los
supuestos básicos del individualismo racionalista neoclásico-liberal, no deja de aportar un
enfoque que, a base de insistir en las ilusiones desviadas de la percepción económica, no
sale de un análisis totalmente desocializado y despolitizado de las crisis financieras3. Ya sea
avanzando por los carriles –no demasiado novedosos en el fondo– de la neuroeconomía o la
economía emocional, o rescatando la genial intuición de Keynes –rescatada recientemente
por Akerlof y Shiller (2009)– sobre los “espíritus animales” (ferocidad, pavor, estampidas,
pánicos, ataques, etcétera) que mueven las conductas de los inversores financieros y, en
general, de los hombres respecto al dinero en sus muchas acepciones y representaciones,
lo que nos encontramos es una desustancialización del hecho social financiero y económico
en general, así como una despolitización radical del sistema de intereses que construyen
las lógicas del capital, del que se pierde su dimensión jerárquica y sus formas conflictivas
de dominación y gestión (producción) de la desigualdad social.
Igualmente, la insistencia en convertir los temas estructurales del devenir de la crisis
en episodios de desconfianza difunde una imagen de un mercado que funciona básicamente
por la adhesión que genera la eficiencia en formación de precios, por la eficacia en el
suministro de bienes y servicios, y los valores democráticos y liberales que genera en su
funcionamiento nunca autoritario o coactivo. La confianza aumenta según aumentan las
condiciones de ese mercado ideal, y disminuye según nos alejamos de él de tal forma
que, en las crisis de confianza, o estas son pasajeras o cíclicas –eso que ahora se llama
3 Las referencias clásicas a esta escuela de la economía del comportamiento y de la conducta prospectiva
son las obras que se derivan del psicólogo y economista israelí (y posteriormente norteamericano) Daniel
Kahneman, premio Nobel de economía y forjador de una escuela fundamentalmente psicológica de estudio
financiero de enorme éxito en la actualidad, en buena medida por su insistencia en el uso humano de trucos,
atajos, trampas, engaños y autoengaños en la toma de decisiones económicas: véase así el artículo síntesis
de Kahneman (2003), y las obras muy populares de esta escuela, entre las que destacan las de Shefrin (2002)
y Montier (2011).
ciclo económico real–, o responden a un esquema tan tautológico como que la confianza
generalizada genera buenos principios para el funcionamiento económico y que el buen
funcionamiento económico genera confianza, introduciendo por medio una versión degradada
y mistificada del concepto de capital social4. Desaparece, con ello, la dimensión de estricto
poder asociada a las grandes organizaciones económicas o a las empresas oportunistas, y
su capacidad de dominio sobre los mercados reales, las ciudadanías nacionales y hasta las
mismísimas instituciones políticas nacionales e incluso supranacionales.
Las explicaciones corrientes y hoy dominantes de las crisis financieras olvidan, por
tanto, la dimensión “condigna” –de control y castigo– del discurso económico general y
de la economía financiera en particular. Dimensión de fuerza, jerarquización y producción
de desigualdad social que ya desde los análisis institucionalistas de John K. Galbraith
(1984) sobre la anatomía del poder económico y el papel de los gerentes conocíamos
de sobra, pero que hoy ha sido desterrada del pensamiento hegemónico por los relatos
sobre la creatividad e inevitabilidad de los mercados financieros o por los planteamientos
contractualistas del neoinstitucionalismo más tecnocrático (y conservador).
En la misma línea, el añorado economista crítico español David Anisi (1995) encontraba
sujetos responsables de las crisis, “generadores de escasez” que imponen su poder de
mercado (y las jerarquías políticas asociadas) para restablecer el control de las fuerzas
económicas cuando su propia dinámica tiene resultados en la asignación y distribución
de los recursos que limita o bloquea las expectativas de beneficio que las élites del poder
económico consideran que pueden conseguir, junto a mayor poder y hegemonía5. La crisis
es, entonces, un mecanismo de ajuste, corrección y refuerzo del poder económico, tanto
desde el punto de vista de mayor control de las bases sociales de la acumulación privada,
como del de desarrollo de los conflictos por el control entre élites, grupos económicos y
formas de capital. La crisis, así, tiene siempre una dimensión de “némesis”, de venganza y
castigo de un grupo social que impone sus reglas de juego, desposeyendo a otros grupos
sociales del control y los recursos conseguidos en la evolución de un ciclo histórico. La
crisis se puede interpretar, por tanto, como un juego de poder y control, con unos efectos
disciplinarios que nunca pueden considerarse residuales o colaterales, sino que conforman
el centro mismo del núcleo constitutivo de lo que entendemos como crisis.
La crisis, de este modo, no es una simple recesión o contracción del ciclo de negocios:
es un mecanismo total de apropiación de recursos por parte de los poderes hegemónicos,
y en esta última crisis que estamos viviendo los poderes financieros se conforman como los
grandes disciplinadores sociales y depredadores de los recursos tanto de los grandes grupos
sociales como de otras facciones del capital principalmente vinculadas a la producción real,
cada vez más dependientes y entrampadas en las estrategias de subordinación desplegadas
mediante los recursos del uso disciplinario del crédito, la deuda y la extorsión financiera6.
Ya Jürgen Habermas (1988), en plenos años ochenta del siglo pasado, indicaba que
los efectos disciplinarios y conservadores de las crisis de los años setenta habían supuesto
4 Una revisión general del tema de la economía de la confianza se encuentra en Laurent (2012).
5 El enfoque de Anisi es especialmente interesante al establecer el tema del miedo como eje central del
ciclo económico, pero no como pánico irracional, inesperado e individualizado que se convierte en estampida
colectiva incontrolada, sino como presión de los poderes en reestructuración contra los sectores que han
conseguido algún tipo de beneficio social en un período anterior (véanse los muy sugerentes Anisi, 1995 y
2010). En este mismo sentido es en el que trabaja Joaquín Estefanía (2011) en su análisis de la economía
del miedo.
6 No vamos a entrar aquí en el debate actual sobre la financiarización como dominación social porque
ha sido objeto de una reciente compilación de textos realizada por los autores de estas páginas (Alonso y
Fernández Rodríguez, 2012a).
7 Seguimos aquí a Foucault (1973) cuando trata de argumentar cómo las realidades que son presentadas
como “naturales”, como neutrales y transparentes, son en realidad elementos efectivos de producción material
del saber y del poder. La crisis, así, no es tanto una realidad “natural” aunque sea así presentada, sino que
responde a mecanismos e intereses de dominación del sentido que vienen actuando sin pausa a lo largo de
toda la historia del capitalismo. La crisis como discurso no es, pues, un mero descriptor de información, sino
que su producción está complejamente regulada de acuerdo a los intereses históricos de todo “discurso” en
tanto que realidad material.
sobre el conjunto de relaciones sociales (lo que significa siempre el intento de drenar la mayor
parte de los recursos sean públicos, comunitarios o personales hacia los agentes financieros
privados) crea ciclos de expansión especulativa y contracción restrictiva y disciplinaria8. Por
ello, y como veremos en la siguiente sección también, el endeudamiento impuesto sobre las
poblaciones se ha mostrado, históricamente, como la mayor palanca de expansión del poder
financiero en todos los órdenes, y su pervivencia en la lógica de control capitalista se ha ido
acrecentando y consolidando a través de su larga evolución. Los momentos redistributivos
y sociales del capitalismo sólo se han producido como –en expresión de Pierre Rosanvallon
(2012)– reformismo del miedo, esto es, de situaciones históricas del capitalismo en las
que los conflictos sociales y geoestrátegicos eran considerados demasiado peligrosos para
la supervivencia de los propios poderes financieros: una vez reconstruido ese poder, las
limitaciones sociales a su hegemonía van a ser siempre atacadas y minoradas hasta el
máximo. El Estado de bienestar, el consenso monetario de posguerra (con la convertibilidad
dólar-oro por fin desactivada a principios de los setenta) y el orden keynesiano habían sido
la excepción social preventiva, dada la guerra fría y de grandes bloques geoestratégicos,
la reconstrucción europea y la organización social-sindical fordista: una vez que estos tres
elementos no están presentes después de su disolución en el ciclo neoliberal reciente
desde finales de los ochenta, la financiarización se va a hacer absoluta, la crisis coronará
el efecto disciplinario y los poderes privados-mercantiles, utilizando el mecanismo de la
deuda, impondrán todo su peso, limitado únicamente por las resistencias sociales menos
institucionales.
3. La violencia de la deuda
8 El análisis del capitalismo como fundamentalmente una “civilización de los negocios” –frente a la típica
interpretación puritana de la ética protestante, la austeridad y la realización en el trabajo de corte, más o
menos, weberiano– que tiende a totalizar la realización de actividades lucrativas en el conjunto de lo social y
por todos los medios, es el realizado por el clásico economista norteamericano Robert L. Heilbroner (1976),
que ha inspirado los análisis de la crisis del politólogo Georges Corm (2012) y el macroeconomista crítico
Daniel Cohen (2012).
particular9 con el fin de que estos se adapten a los nuevos requerimientos exigidos por la
biopolítica neoliberal y a las reglas de los mercados financieros actuales, sancionadas estas
convenientemente por las diferentes legislaciones mercantiles, civiles y penales existentes
tanto nacionales como internacionales.
Indudablemente, las crisis financieras están directamente relacionadas con el
fenómeno de la deuda, una relación de carácter económico que parece haber acompañado
a la humanidad desde el principio de los tiempos (Graeber, 2012) y que en las últimas
décadas ha adquirido un papel preponderante como impulsor del crecimiento económico,
hasta el punto de definirse el capitalismo actual como un capitalismo impulsado por la deuda
(Stockhammer, 2009; Koch, 2011) y en el que dicha deuda juega un papel esencial en la
supervivencia del propio sistema (Lazzarato, 2012). La financiación a los consumidores
permite que estos estimulen lo suficiente la economía capitalista como para que funcione;
los Estados se basan, en gran medida, en los déficits públicos como herramienta de
sostenimiento de los diferentes servicios públicos (Graeber, 2012). La deuda ha significado
un factor constante de las relaciones sociales primigenias a lo largo de nuestro particular
proceso de civilización, desarrollándose desde el origen de las sociedades monetarias en
formas muy diversas y con una influencia decisiva en la conformación de la misma sociedad:
del don se pasa a la deuda y ello deriva en relaciones sociales concretas, tal y como nos
indicó Mauss (2009). La deuda es, desde otras perspectivas más cercanas a la filosofía y el
psicoanálisis, la que mantiene la alianza entre los distintos seres humanos, imponiéndose
sobre los individuos en forma de bloques de distintos tamaños, y permitiendo esas deudas
contraídas “enderezar” al hombre, marcarlo en su carne, volverlo capaz de alianza con el
resto (permitiendo la emergencia de la sociedad), sumergirlo y formarlo en la relación entre
acreedor y deudor (Deleuze y Guattari, 2004: 191-197). La deuda genera unas cadenas
que anudan a los distintos individuos y a grupos a la sociedad: nacemos con una deuda –
buena parte de las religiones se fundan en este hecho primordial– o esta se nos inscribe en
algún momento de la existencia: por superar un rito de paso, por adquirir un espacio para
vivir, por obtener sustento, por salvaguardar la integridad física, etcétera.
En este sentido, las referencias al monumental trabajo de David Graeber En deuda
(2012) son imprescindibles, por cuanto en su detallada historización antropológica de la
deuda se centra en demostrar que la deuda no deja de ser una mera reconceptualización de
unas relaciones entre seres humanos basadas en la violencia, convirtiendo en una relación
moral (la que mantiene el deudor con su acreedor) una asimetría de partida resultado
de la maniobra de dominación y desposesión ejercida por unos sobre otros. De hecho,
y como señala Graeber, no sólo mediante el poder puede ejercerse el derecho de cobro,
sino que en buena medida las relaciones fundadas en la violencia física (la conquista de
un pueblo por otro, con la apropiación de riquezas y personas) han evolucionado, a lo
largo de la historia, hacia una conversión en relaciones de deuda económica cuantificada
en una específica cantidad de dinero a pagar, por la que los subyugados deben pagar
un tributo a sus nuevos amos en compensación a la posibilidad, en algunos casos, de
simplemente seguir viviendo. La deuda sería una perversión, fruto de una promesa (de
pago) corrompida por las matemáticas y la violencia. De este modo, y como Graeber va a
mostrar a lo largo de las numerosas páginas de su obra, desde los albores de la humanidad
las relaciones monetarias han sido el resultado de una transmutación económica de actos
sociales relacionados con la violencia o la amenaza de la misma: crímenes, guerras,
esclavitud, recompensas, etcétera. Esta violencia ha sido la que ha permitido, a lo largo
9 La violencia ha jugado un papel fundamental en la conformación del orden social: ver por ejemplo North,
Wallis y Weingast (2009).
de la historia, equiparar el valor de las personas al de las cosas y conseguir que algunos
seres humanos queden en deuda con otros, compensándoles con pagos de distinta especie
(fundamentalmente monetarios) o distintas formas de obediencia. El cálculo demanda una
equivalencia, y para que ello pueda tener lugar es imprescindible ejercer una violencia
sobre los sujetos que destruya sus lazos sociales y los encadene a unas deudas. En este
sentido, el capitalismo occidental supondrá una continuación refinada de este régimen, si
bien la violencia se irá articulando, progresivamente, de una forma diferente –con menos
énfasis en la dominación violenta sobre el cuerpo y el castigo físico pero sí con otras penas
y compromisos10–, como veremos a continuación.
El capitalismo representa, así, una cierta culminación de este papel de la deuda como
generadora de cadenas dentro de la economía, particularmente en su estadio contemporáneo
de financiarización total de la existencia, lo que ha llevado a algunos autores a citar al “hombre
endeudado” como emblema de nuestra época (ver Lazzarato, 2012). Pero ya el mercado de
trabajo supone, desde su conformación en los albores del capitalismo, una muestra palpable
de la operación de ese mecanismo transmutado de la deuda: el campesino y su familia,
expulsados de sus tierras, o el artesano arruinado, se transforman en proletarios sometidos
a una situación sin precedentes, con una libertad que puede ejercerse en cualquier sentido,
incluido el de morirse de hambre, pero que termina siendo utilizada para someterse a la
servidumbre del trabajo asalariado como única forma de garantizar su subsistencia11. En
este sentido, en el capitalismo todos aquellos que dependen de un salario se encuentran
encadenados a la necesidad de adquirir bienes imprescindibles para su existencia (alimentos,
un hogar, ahorro para su retiro) que sólo pueden ser financiados mediante su sumisión a los
ritmos impuestos por las fábricas industriales o al trabajo disponible en las explotaciones
agrícolas. La condición proletaria y jornalera se caracterizan por ese mundo de la privación
que supone encontrarse en una deuda permanente, en la que la supervivencia económica
sólo se consigue mediante una sumisión a la explotación económica y otras formas de
dominación sobre los cuerpos. La violencia es, por tanto, manifiesta en este régimen
económico y se ejerce sobre la mayoría de los individuos. Esta situación de deuda como
suerte de pecado original del no propietario se suavizaría en parte a partir de la redistribución
keynesiana gracias a los derechos económicos asociados a la ciudadanía laboral (Alonso,
2007), si bien de forma parcial y restringida a los países incorporados al centro del sistema
capitalista occidental (no para los sufridos habitantes de las periferias y semiperiferias,
donde la explotación marcada por la violencia más extrema continuará su curso). Sin
embargo, la hegemonía del pensamiento neoliberal y su influencia a partir de la década de
los setenta en la conformación de una nueva biopolítica (Foucault, 2009) han supuesto un
paulatino regreso a formas previas de dominación social que favorecen el incremento de
las desigualdades, como resultado de la exacerbación de la libre competencia, el egoísmo
individual y la confianza en el mercado como única institución capaz de distribuir de manera
eficiente las riquezas generadas, y a un énfasis en el papel del Estado como policía y gestor
de una política punitiva en escalada creciente ante la inseguridad social que resultará de las
crecientes desigualdades (Wacquant, 2009). Además, la consolidación del neoliberalismo
supondrá también la hegemonía del capital financiero, cuya hipostatización por parte de los
economistas leales y afectos al nuevo régimen financiarizado tendrá una influencia decisiva
10 Es imprescindible, en relación a esta cuestión, recuperar al Foucault de Vigilar y Castigar (Foucault, 1979)
para recorrer la evolución de las formas penales, desde el castigo físico público hasta la reclusión carcelaria
con objeto de reinserción.
11 Para profundizar sobre estas grandes transformaciones sociales tenemos la referencia de trabajos
clásicos como los de Polanyi (2011) o el recientemente reeditado de E. P. Thompson (2012).
financiero en la economía de los países que han sufrido mayores desregulaciones, que
aprovecharán el contexto de liberalización para realizar sofisticadas innovaciones en los
productos de inversión a ofrecer a sus clientes, a la vez que diseñarán nuevas fórmulas
de crédito enfocadas a esas clases medias y trabajadoras cada vez más depauperadas.
De este modo, la economía financiera terminará, a mediados de la década pasada,
adquiriendo un valor monetario disparatado y muy superior al de la actividad económica
industrial (Harvey, 2007), de lo que se desprenderán dos consecuencias: en primer lugar,
y como se indicó antes, que el capital financiero condicionará al industrial, instaurando una
cultura del beneficio cortoplacista que adentrará a las empresas de sectores industriales
en la senda de estrategias destinadas a satisfacer los intereses inmediatos de rentabilidad
de sus accionistas, destruyendo las bases del pacto keynesiano; en segundo lugar, que la
necesidad continua de obtención de beneficio de las entidades financieras las conducirá,
de manera inexorable, a aventurarse en préstamos cada vez más arriesgados que serán
a su vez asegurados y comercializados mediante otros complejos productos financieros,
generando una espiral de deudas entrecruzadas cuyo crecimiento no parece encontrar
límites, y que durante un período concreto llegó a ser aplaudido por gobiernos y lobbies
como ejemplo armonioso y robusto de crecimiento económico.
Sin embargo, ese supuesto círculo virtuoso de crecimiento y endeudamiento en
ocasiones termina topándose con sus límites reales, y entonces la crisis se manifiesta en
toda su intensidad. Las crisis monetarias, tal y como Aglietta y Orleán (1990: 141 y ss.)
han señalado son, fundamentalmente, un repentino conflicto entre acreedores y deudores,
donde en la incertidumbre los primeros intentan hacer valer sus derechos con el fin de
recuperar su riqueza y se desencadena una lucha social entre ambos, lucha social inherente
a la condición humana (que de acuerdo con estos autores, que siguen el esquema teórico
del idiosincrásico pensador francés René Girard, es violenta). La crisis se generaría por
la violencia inherente a la economía de mercado (en la que la violencia de la moneda ha
sublimado de manera momentánea la violencia humana real), la cual estimula un conjunto
de comportamientos miméticos en los que cada sujeto-individuo imitaría al resto, siendo el
otro a la vez modelo y rival (Aglietta y Orléan, 1990: 18). Este mimetismo supone que, de
acuerdo con estos autores, nuestras decisiones económicas que implican compras, créditos,
etcétera, serían una respuesta mimética a los comportamientos de otros: les imitamos y a la
vez tratamos de competir con ellos, lo que forma parte del juego capitalista de competencia
en todos los ámbitos. Las crisis financieras serían las situaciones en las que tal violencia
se desencadenaría con más fuerza, pues las finanzas son también el campo donde estas
relaciones de mimetismo se experimentan de forma más intensa: la especulación sería un
caso clásico, rompiendo con las leyes walrasianas de la formación de precios y generando
un deseo de acaparamiento que imita a otros especuladores y crea rivalidades (Aglietta y
Orléan, 1990: 277). El libre mercado parece, de acuerdo con la teoría neoclásica, consagrar
el individualismo, pero en realidad lo que sentimos es horror a la diferencia y terminamos
imitando al resto en la mayoría de nuestras decisiones. Esto podría explicar, desde esta
perspectiva girardiana, la generación de burbujas especulativas como las que salpican los
mercados financieros globales, los comportamientos de los altos ejecutivos y de ciertas
clases medias y, sobre todo, también los repentinos deseos colectivos despertados en
situaciones de incertidumbre que impulsan el recuperar inversiones aunque ello lleve a
los deudores al colapso12. En este último caso, además de la mimesis es fácil advertir que
12 De este modo, cuando los depositantes de ahorros retiran su dinero de forma masiva de una institución
financiera dudosa, el efecto final es evidentemente el de la suspensión de pagos. Un ejemplo reciente en
relación con este colapso de los deudores es el estupendo trabajo sobre las cajas de ahorros británicas
Las crisis financieras se suceden pero el mundo financiero sigue vivo, y no sólo
eso sino que además crece engordado por los múltiples cadáveres que va dejando en el
camino. ¿Dónde se encuentra la fórmula mágica para su supervivencia? ¿Por qué pese a
ser el espacio de las finanzas responsable de las crisis la violencia de estas no lo termina de
asolar? En este sentido, la obra ya mencionada de René Girard (1989, 2002a, 2002b, 2005,
2011, 2012) nos puede proporcionar un marco teórico de gran interés para ayudarnos a
reconstruir la salida, aunque sea parcial, de la crisis, a partir de su teoría del chivo expiatorio.
Para Girard (2011: 23), el principio de rivalidad domina todos los campos de la experiencia, y
cuando esta se desencadena, termina sembrando la confusión. Esto encaja bien, tal y como
indicamos anteriormente, con una imagen del mundo financiero en la que este se encuentra
presidido por unas intensas relaciones miméticas entre los agentes que operan en dicho
campo: todos ellos pretenden enriquecerse al igual que el resto y ve a los otros (bancos,
brókeres) como rivales a la vez que modelos de conducta. Los patrones de comportamiento
del sector bancario español durante la última y no resuelta crisis son un ejemplo indudable.
Se pretende competir con los rivales (en el mercado nacional, europeo) y a la vez se
imitan las estrategias y prácticas del resto (fuerte exposición al sector inmobiliario, masivo
endeudamiento con entidades financieras extranjeras, elevadas remuneraciones de sus
altos ejecutivos, mismas loas a la solvencia del sistema financiero español, etcétera). En esta
competencia sin cuartel, los agentes irán asumiendo posiciones cada vez más antagónicas,
unidos en unas relaciones que, en el caso que nos ocupa, van a adoptar las de acreedor
y deudor que están permeando por otra parte todo el mundo socioeconómico del nuevo
capitalismo dirigido por la deuda. El mimetismo es fuerte entre los agentes financieros, pero
también entre las familias, que por superar a sus rivales asumirán decisiones financieras
cada vez más arriesgadas (sea conceder préstamo a agentes menos solventes o adquirir
una vivienda más costosa): se genera una curiosa paradoja por la que conforme mayor es
la armonía de los agentes con el valor supremo (en este caso, el ídolo del dinero), mayor
se hace el peligro de autodestrucción, resultado de un paroxismo mimético que abandona
toda racionalidad en las decisiones económicas. La burbuja inmobiliaria sería visto como
esa metáfora de “un país todo él presa del mal de los fogosos”, que diría Saint-John Perse
(citado en Girard, 1989: 65). Finalmente, esta exacerbación encuentra sus límites al estallar
la crisis.
Girard (2002a, 2005) considera a lo largo de su compleja obra que las crisis en
las sociedades conllevan una fuerte dosis de violencia: suponen un hundimiento de las
instituciones existentes, que en otra época pudieron ser la paz del clan o de las ciudades
medievales, afectadas por un desastre o una calamidad (malas cosechas, enfermedades).
Así, en algunos de sus ejemplos más clásicos, Girard (2002a) indicaba cómo en el caso
de una enfermedad como la peste la violencia aumentaba ante la incapacidad de las
instituciones existentes por proporcionar una respuesta. La salida de la crisis era, y ha sido
en su opinión, habitualmente la misma: se señalan primero unos posibles culpables (las
víctimas, en el caso que cita Girard los judíos) aunque estos sean inocentes y, desde ahí, se
desarrolla una persecución por parte del resto que culminaba con la muerte o expulsión de la
víctima señalada, el chivo expiatorio (en el caso anterior, los judíos asesinados). La violencia
sirve como catarsis liberadora, que permite recuperar los lazos en descomposición de la
comunidad a través de una experiencia colectiva de sacrificio de la víctima, apaciguando
la violencia hasta la siguiente crisis. El chivo expiatorio será esa víctima inocente que
polarizará sobre ella el odio universal (Girard, 1989: 15). Este crimen colectivo tiene como
finalidad recomponer las relaciones sociales, hasta el punto que Girard (2005: 153) llega a
afirmar que sin la crisis sacrificial, y partiendo de que la violencia está siempre ahí dispuesta
a ser agitada por las rivalidades miméticas, la comunidad se destruiría por completo. La
violencia del sacrificio permite la reinstauración del orden y la aparición de la esfera de lo
sagrado, paradójicamente en la forma de adoración religiosa a un tótem, dios o símbolo
derivado del citado chivo expiatorio (Girard, 2002a, 2002b, 2012).
Curiosamente, este esquema girardiano puede proporcionarnos un marco muy rico
de análisis en nuestro análisis de las crisis financieras. El chivo expiatorio es un elemento
esencial para comprender la forma de operar de la política neoliberal. Aglietta y Orléan
(1990: 423), cuya obra está fuertemente influida por Girard, afirmaban que los gobiernos
de los Estados Unidos en el período 1971-1987 habían ido consumiendo varias víctimas
propiciatorias: el extranjero, el laxismo del Banco Central, la burocracia de las instituciones
públicas, los pobres y los desempleados, y en todo ese proceso los antagonismos dentro
de la sociedad se reafirmaban cada vez más, por cuanto las agresivas medidas finales
asumidas por la administración de Reagan (reforma del sector público con despidos y
pérdida de derechos sociales y laborales de sus trabajadores; reducción drástica de los
programas sociales) se encontraban en el campo real de las luchas sociales. Ello les llevaba
a señalar que la violencia parecía no poder ser exorcizada ni siquiera en el marco de una
democracia representativa. En este sentido, la figura del chivo expiatorio puede ser un
concepto de enorme utilidad para comprender las crisis económicas actuales y su enorme
carga de violencia13.
¿Por qué estalla la crisis de 2007-2008? Fundamentalmente por la incapacidad de
algunos agentes financieros de responder a sus acreedores tras aventurarse en complejas
operaciones financieras de alto riesgo resultado del efecto mimético –los activos tóxicos
nacen ante la necesidad creciente de generar balances con beneficios–, lo que ocasiona
situaciones de enorme violencia simbólica –posibles quiebras bancarias masivas con
posible pérdida de ahorros e inversiones para casi toda la ciudadanía–, que obliga a una
enorme movilización de recursos públicos que consagra el too big to fail y la definitiva
hegemonía del sector financiero a lo largo de este proceso de crisis. Los ciudadanos (las
multitudes) se muestran indignados y dirigen su violencia hacia los banqueros/brókeres,
pero la mayoría de ellos están participando, unidos por múltiples redes de deuda, en el
funcionamiento del mismo y tienen por ello interés en que permanezca. Ante esta situación,
pronto el mundo financiero y sus voceros, en alianza con una parte de la ciudadanía (la
interesada en que la dinámica de competencia continúe, presa de las rivalidades miméticas),
se dirigirán a perseguir distintos chivos expiatorios en distintos niveles. En los Estados
Unidos, el primer chivo expiatorio serán los receptores de hipotecas basura, que serán
desahuciados; después, y tras el salvamento de las entidades financieras, distintas partidas
del gasto público. En el caso europeo, la alianza entre la banca y parte de la ciudadanía
más conservadora ha conseguido atraer la atención sobre otros chivos expiatorios, en este
caso los irresponsables Estados del sur de Europa (los PIGS), con Grecia a la cabeza
y a los que se acusará de haber malgastado sus recursos, no haber hecho reformas
estructurales, no haberse modernizado pese a recibir dinero de la Unión Europea, haber
vivido por encima de sus posibilidades, etcétera. Se les pide además (y así lo hacen sus
gobiernos) que reconozcan libremente su culpa, su entusiasta adhesión a esa decisión
que los anula (lo que parece literalmente tomado de Girard, 1989: 141): los españoles (los
de las clases populares, particularmente) deben reconocer así que, efectivamente, han
vivido por encima de sus posibilidades14. Al mismo tiempo, las clases dominantes pueden
mantener sus privilegios reforzados, aprovechar las pasarelas entre cargos públicos y
privados, sortear todo obstáculo ético a favor de la obtención de beneficios personales y, en
definitiva, acumular sin freno por desposesión del resto.
Dentro de un espacio como el propio Estado español, la gestión de la crisis ha apuntado
a diversos chivos expiatorios ante la necesidad de calmar las calamidades escupidas por
ese monstruo sagrado denominado “Mercados”, al que es necesario aplacar con continuos
sacrificios como si de un Tezcatlipoca del siglo XXI se tratara. Distintos chivos expiatorios
han ido desfilando a lo largo de la crisis ante la pira sacrificial: salarios y contratos de
empleados públicos y privados, derechos laborales y sindicales históricos (destacando
la furia con la que se ha atacado a los sindicatos mayoritarios, sus líderes y liberados),
gasto sanitario y educativo, pero también personas de carne y hueso que lo han perdido
todo... La crisis española tiene un origen financiero, resultado de una burbuja inmobiliaria
especulativa alimentada a partir de la rivalidad mimética de la ciudadanía que quiere una
13 Por cuestiones de espacio y pertinencia nos vamos a centrar en aplicar el análisis del chivo expiatorio a
la crisis económica actual. No obstante, un vistazo a acontecimientos pasados nos hará comprobar que, en
el caso de las salidas conservadoras, reaccionarias o directamente fascistas a las crisis económicas, siempre
vamos a encontrar unos chivos expiatorios: los judíos, los subversivos, los inmigrantes, etcétera.
14 En este sentido, algunas investigaciones sobre la crisis económica y los hábitos de consumo han mostrado
que ese tipo de argumentos moralizadores son hegemónicos en la sociedad española (Alonso, Fernández
Rodríguez e Ibáñez Rojo, 2011).
El elemento sacrificial es esencial, por tanto, en el relato típico y tópico de las crisis
capitalistas, porque indica que desde un encuadre patológico y terapéutico de la crisis –el
más convencional y defendido desde los poderes establecidos–, el riesgo de derrumbe
sistémico es presentado como responsabilidad siempre de una combinación de los
enemigos exteriores que nos contagian (el comercio internacional, otras economías, los
precios de materias primas incontroladas, las maniobras financieras remotas, etcétera) y los
enemigos interiores que nos saquean y debilitan (los que no trabajan lo suficiente, los que
han vivido por encima de nuestras posibilidades, los intoxicadores, los que han malgastado
y dispendiado, etcétera). No obstante, lo que no cambia es el desenlace de la narración
que siempre es el esperado: solicitar mayor poder y autonomía para las élites pudiendo
constituirse en “cirujano de hierro”, para ajustar, “sanear”, recortar y revitalizar el cuerpo
económico. Las crisis capitalistas, en general, y la última crisis financiera en concreto de
manera extrema, han manejado los elementos argumentales y los recursos retóricos propios
del relato de terror15 –la inevitabilidad del mal, la fabricación del desasosiego, la crisis como
monstruo cruel e insaciable, etcétera– que tienen como efecto la creación de la máxima
ansiedad, la determinación de los culpables necesarios (los judíos, por ejemplo, en otras
crisis históricas, el excesivo gasto público en esta), la creación de los chivos expiatorios
(hoy el Estado del bienestar o los pobres hipotecados y endeudados), la justificación de
las medidas más duras e implacables (siempre coincidentes con el código de valores del
poder dominante convertido en padre vengativo) y la adhesión regresiva e infantilizada
de las capas más debilitadas de la población que aceptan perder derechos, salarios,
servicios y rentas con tal de sobrevivir a ese Moloch financiero desatado. Evidentemente
el miedo es el mensaje, ampliado hasta el infinito por los medios de comunicación –cada
vez más incrustados en la propia lógica del capital– y por ello mismo el castigo de los que
trataron de vivir fuera del código del poder económico (o sea de la lógica del mercado) es
la solución. Se irán sacrificando así –y lo hemos vivido especialmente en la crisis actual– al
mercado (el gran tótem recurrente de la modernidad capitalista) todos aquellos elementos
impuros que se han ampliado en los tiempos sociales o públicos del ciclo económico, y
ese sacrificio servirá de ejemplo y escarnio de aquellos que son presentados como que
no están sometidos al control y la disciplina de la razón mercantil (funcionarios, personas
dependientes, subvencionados, asistidos, actividades culturales consideradas como no
rentables, etcétera).
La crisis, así, ha estado permanentemente presente en el proyecto moderno
precisamente por el carácter ambivalente y contradictorio de ese proyecto, escindido
siempre entre su dimensión de progreso social y avance civilizador y su eterno retorno a la
centralidad de la acumulación del capital por cualquier medio (Bauman, 2005). La crisis por
ello tiende a hacerse socialmente global, ya que si bien suele declararse en el subsistema
económico y de acumulación, rápidamente contagia y desequilibra a los otros subsistemas
(político, de legitimación, cultural, de valores, etcétera) porque el sentido central del relato
moderno y su razón es lo económico, y si el capitalismo es en realidad, como genialmente
diagnosticó Joseph Schumpeter (1971), un proceso de permanente destrucción creativa,
la crisis representa paralelamente la reestructuración permanente, la incertidumbre
institucionalizada y manipulada que entra a formar parte de la trama misma de la vida de los
grupos sociales. La crisis, por tanto, es la forma de las sociedades de vivirse a sí mismas
según un código de valores que surge de las formas de planteamiento y gestión del conflicto
social, y así como el progreso y el espíritu de conquista marcaban el discurso dominante
en la modernidad industrial clásica, la incertidumbre, el riesgo y el miedo crean la forma de
construcción social de la experiencia del tiempo en la modernidad tardía y reflexiva16. Por lo
tanto, como todo proceso de encuadre y metaforización de lo social, la crisis como discurso
modela las subjetividades según un orden disciplinario dominante, utilizando el concepto
de disciplina como forma de ajuste de los cuerpos a la producción (tanto material como de
sentido) de la razón mercantil.
Esta noción conjunta de cálculo y domino que manifiesta la crisis se expresa
eficazmente en el concepto de “dispositivo” típico de la escuela foucaultiana. Un dispositivo
es una red normativa que apresa el sentido de la vida de los hombres, determina sus formas
15 Sobre el storytelling de la crisis como relato de terror, sus funciones y manipulaciones véanse las muy
sugerentes páginas de Enrique Gil Calvo (2003, 2009 y 2012).
16 Para el tema de la presencia permanente de la idea de crisis en la modernidad y su capacidad de generar
sentidos a la acción social, véase Revault d’Allonnes (2012); para el tema de la modernidad reflexiva y su
interacción con la esfera económica, véase Lash y Urry (1998).
17 El concepto foucaultiano de dispositivo viene desarrollándose desde obras como La arqueología del
saber (Foucault, 1970) y es expandido por todo el pensamiento contemporáneo con contribuciones como
la de Deleuze (2012). Este concepto se encuentra muy bien aplicado para estudiar el sentido de las crisis
recurrentes del capitalismo en Cadahia (2012).
18 Para el concepto de disciplina en Foucault en el sentido que aquí lo utilizamos véase el ya citado Foucault
(1979); para el uso de la noción de tecnologías del yo, es fundamental consultar los textos recogidos en
Foucault (1990).
19 Sobre el diagnóstico de la Comisión Trilateral, el libro de Crozier, Huntington y Watanuki (1975) sigue
siendo de necesaria (por sorprendente) lectura; para el concepto de gubernamentalidad y biopolítica en
Foucault, curiosamente tan interesante para analizar un texto teóricamente tan distante a los objetivos de
este autor como el de Crozier y sus compañeros, véase Foucault (2006 y 2009).
BIBLIOGRAFÍA
20 El economista francés Frédéric Lordon (2010, 2011a y 2011b) está realizando una interesante labor
de incorporar los conceptos de la filosofía de Spinoza al análisis crítico de la economía convencional y a
la formulación de postulados mucho más realistas y consistentes sobre las razones del comportamiento
económico. En gran medida, avanza por una vía diferente pero que se enriquece mutuamente a las propuestas
de estudio crítico de las prácticas económicas de Bourdieu (por ejemplo en 2007), sistematizadas –por otro
gran representante actual en las ciencias sociales francesas que circulan por esa línea de argumentación– en
Lebaron (2004).
RESUMEN
El ensayo se plantea a partir de Max Weber y, de entrada, aborda un síntoma que muestra hasta
qué punto la previsión ilustrada de la historia nos acompañó hasta hace poco. Para ello se utiliza
el asunto del muro de Berlín y su caída. Un segundo apartado argumenta que sobre esta base de
estabilidad ilustrada se abrió paso, como su contrapunto de optimismo, un sentido de indisponibilidad
de la historia, de vigencia de lo no previsible en ella, de lo que no está sometido al control humano.
Estos dos primeros puntos se tratarán desde ideas que reflejan la obra de Reinhart Koselleck. En
el tercer apartado se muestra la sustitución del concepto de “crisis” por el concepto de “riesgo” que
ha propuesto Niklas Luhmann. Esta será la base de partida para recuperar el concepto de crisis
de otro modo. Se realiza esto en el cuarto punto, al mostrar que la crisis puede ser el equivalente
al concepto de catástrofe, pero referida al sistema psíquico. El siguiente apartado analiza este
problema desde la noción freudiana de lo siniestro, para dirigirse a una conclusión en la que se
intenta esbozar una teoría de la crisis.
PALABRAS CLAVE: crisis, riesgo, sistema psíquico, Max Weber, Reinhart Koselleck.
ABSTRACT
This essay is framed by the work of Max Weber and it approaches a symptom that shows to the
point that the enlightened prevision of history continued until not long ago. The issue of Berlin’s wall
and its fall will be used. The second section explains that over this base of knowledge opened the
doors, as its optimistic counterpoint, to a sense of historical unavailability, of validity about what it is
not predictable in history, of what is not subjugated by human control. These two first points will be
written from the perspective of the works of Reinhart Koselleck. The third part shows the substitution
of the concept of “crisis” for the concept of “risk” that has been proposed by Niklas Luhman. This
issue will be the base to reevaluate the concept of crisis in another way. This matter will be done in
the fourth section, to show that crisis can be the equivalent to the concept of catastrophe, but related
to the psychic system. The next section analyzes this problem from the Freudian notion of sinister,
to reach a conclusion that attempts to outline a theory about crisis.
KEY WORDS: crisis, risk, psychic system, Max Webber, Reinhart Koselleck.
121
CRISIS: ENSAYO DE DEFINICIÓN
En este ensayo, como en otros, hablaré a partir de Max Weber1 y abordaré (punto 1)
un síntoma que muestra hasta qué punto la previsión ilustrada de la historia nos acompañó
hasta hace poco. Usaré para ello el asunto del muro de Berlín y su caída. Luego (punto
2) argumentaré que sobre esta base de estabilidad ilustrada se abrió paso, como su
contrapunto de optimismo, un sentido de indisponibilidad de la historia, de vigencia de lo no
previsible en ella, de lo que no está sometido al control humano. Estos dos primeros puntos
los abordaré desde argumentos que reflejan la obra de Reinhart Koselleck. En el punto 3
mostraré la sustitución del concepto de crisis por el concepto de riesgo que ha propuesto
Niklas Luhmann. Este será el punto de partida para recuperar el concepto de crisis de otro
modo. Lo hago en el punto 4 al mostrar que la crisis puede ser el equivalente al concepto
de catástrofe, pero referida al sistema psíquico; en el punto 5 analizo este problema desde
la noción freudiana de lo siniestro. En el punto 6 intento una conclusión para esbozar una
teoría de la crisis.
El concepto de crisis vuelve a estar operativo. Sin embargo, esta realidad no era una
previsión ni un pronóstico dominante apenas hace unos años. Así que, una vez más, la
crisis se ha abierto camino entre los diagnósticos previos que ya contaban con la ausencia
de crisis. Sintomático fue que la caída del muro de Berlín y el colapso de la URSS no fuesen
acontecimientos contemplados como crisis. Más bien, formaban parte de los sucesos
previsibles. Confirmaban las premisas que se habían impuesto, sobre las evidencias
históricas disponibles, desde los años del milagro alemán de posguerra. La caída del muro
no hizo sino confirmar las evidencias que ya antes hicieron necesario levantarlo. Si existió
un muro era porque Berlín occidental era más deseable. Su destrucción confirmó lo que
se sabía. Que el régimen de la URSS no podía triunfar en la historia, considerada desde
el largo plazo, era una previsión y un diagnóstico que habían hecho circular los enemigos
de las sociedades cerradas. Para las ciencias sociales funcionalistas, tanto como para los
filósofos humanistas, como Karl R. Popper o Ralf Dahrendorf, la praxis de libertad era
completamente necesaria para garantizar el éxito de una sociedad y ofrecía su condición
básica de autorregulación. La necesidad de defensas, propia de los regímenes socialistas,
las elevaciones de muros, era un síntoma de su carácter artificial y una confesión de su
destino improbable en el largo plazo. Podemos decir que el colapso del mundo soviético
formaba parte de los pronósticos de las ciencias humanas y sociales y, ante todo, de
la comprensión occidental de la historia como historia de la libertad. Formaba parte de
aquella facultad de previsión kantiana que permitía considerar la historia como portadora
1 El punto de partida del ensayo es mi trabajo “El programa científico de Weber y su sentido hoy”, Ingenium.
Revista Electrónica de Pensamiento Moderno y Metodología en Historia de las Ideas, 4 (2010), pp. 167-193,
y que desarrolla algunos anteriores sobre “Dilemas de la responsabilidad: una aproximación weberiana”, en
M. Cruz y R. R. Aramayo (eds.), El reparto de la acción. Ensayos en torno a la responsabilidad, Madrid, Trotta,
1999, pp. 89-115. Cf. también “Esferas de acción y sistema psíquico. Entre Freud y Weber”, en T. Rocha Barco
(ed.), Miscelánea Vienesa, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1998, pp. 219-249. Más recientemente, he
abordado el asunto del capitalismo en “¿Tenía razón Weber? El problema del capitalismo occidental”, en J.
C. Suárez Villegas (coord.), Reforma Protestante y Libertades en Europa, Madrid, Dykinson, 2009, pp. 229-
255, y en “Weber y Foucault sobre la memoria de Europa”, Daimon. Revista de Filosofía, 51 (2010), pp. 25-
46. Ese mismo año analicé un tema cercano en “Weber: Modelos de Crisis”, en Los pensadores de la crisis
contemporánea. Marx, Weber, Keynes, Schmitt, Valencia, Seminario Internacional de la UIMP, del 2 al 4 de
diciembre de 2009.
de elementos a priori. “El muro caerá” era un enunciado de la previsibilidad histórica. Pero
así es como lo veía el Occidente. Hoy sabemos que la decepción popular con la URSS fue
mucho más tardía y, por cierto, bastante insensible a las previsiones occidentales.
Los más lúcidos observadores de posguerra, como A. Kojève2, pensaban por el contrario,
que la carrera por el bienestar era idéntica en Occidente y en la URSS y que en realidad
no iba a haber grandes diferencias entre un sistema y otro. El keynesianismo hermanaba
las evoluciones de los lados de la Guerra Fría. Por eso, Kojève pudo sugerir que el fin de la
historia no necesitaba del triunfo de Estados Unidos. Era un fin de la historia compartido y
ya se estaba en él. Por fin, los seres humanos eran prescindibles. La historia iba sola y sólo
necesitaba de la administración de las cosas. La noche polar que parecía temer Weber, se
había echado sobre el mundo y había impuesto su lógica. Kojève, un ruso nacionalizado
francés, miraba con los ojos de un observador mundial lejano y desinteresado, por mucho
que trabajara para Francia. Sin embargo, no conviene olvidar el pequeño problema de la
legitimación de aquella carrera por el mismo sistema productivo en Estados Unidos y en la
URSS. Desde Kant ya se sabía la primacía de la comprensión práctica de la historia. Weber
había sugerido que sólo en atención al valor surge la legitimidad. Profetizar la historia era
posible si el adivino o profeta se emplea a fondo a realizar los sucesos que preanuncia. No
tenemos aquí una mera autoprofecía3. Estamos en los terrenos de la razón práctica, un
ámbito de lucha y de combate. El muro caerá, sí, pero nosotros haremos todo lo posible
para que caiga. Para legitimar una lucha que en el fondo pugnaba por el dominio mundial
al servicio de un aparato productivo, se defendió que en este lado del muro estaba todo lo
que podíamos llamar la herencia de la Ilustración. Por tanto, la caída del muro era más o
menos pensable en los términos que Kant había supuesto: “La razón práctica que dispone
del poder”, lucha por el despliegue del estado de derecho y la democracia. Sólo así puede
ganar la batalla histórica.
Por eso cuando cayó el muro de verdad, se reactivó el diagnóstico de A. Kojève, ahora
por obra de Fukuyama4, con una variante. No había ganado un administrador del sistema
productivo mundial, sino el defensor de la democracia liberal. Esta victoria hizo pensar que
no existía un destino que pudiera imponerse a las sociedades occidentales desde fuera.
La historia ya estaba plenamente disponible también como política. Lo único que reinaría
en ella serían los derechos humanos, la sociedad liberal y la forma democrática. Como
tiempo atrás había propuesto uno de los que estaba en el lado de acá de la trinchera, la
historia no era sino la “temporalización organizada de la ética”5. Esto fue en el fondo lo que
F. Fukuyama quiso decir al hablar del fin de la historia y lo que Amartia Sen remató con su
2 Cf. A. Kojève, Le Concept, le Temps et le Discours, París, Gallimard, 1991. Importante bibliografía: S.
B. Drury, Alexandre Kojeve: The Roots of Postmodern Politics, Nueva York, St. Martin’s Press, 1994; F. R.
Devlin, Alexandre Kojeve and the Outcome of Modern Thought, Lanham, University Press of America, 2004;
M. Filoni, Il filosofo della domenica. La vita e il pensiero di Alexandre Kojève, Turín, Bollati Boringhieri, 2008;
L. Niethammer, Posthistoire: Has History Come to an End?, Nueva York, Verso, 1992; D. Auffret, Alexandre
Kojève. La philosophie, l’État, la fin de l’Histoire, París, Grasset, 1990; E. Castro, “De Kojève a Agamben:
posthistoria, biopolítica, inoperosidad”, Deus mortalis. Cuaderno de filosofía política, 7 (2008), pp. 71-96; J.
Benoist, “La fin de l’histoire, forme ultime du paradigme historiciste”, en Id. y F. Merlini (eds.), Après la fin de
l’histoire, París, Vrin, 1999, pp. 17-59.
3 I. Kant, Der Streit der Fakultäten, en W. Weischedel (ed.), Werke, Frankfurt, Suhkamp, 1977, II, sec. 2, vol.
VI, p. 351.
4 F. Fukuyama, The End of History and the Last Man, Nueva York, Macmillan, 1992.
5 R. Koselleck, Vergangene Zukunft, Zur Semantik geschichtlicher Zeiten, “Über die Verfügbarkeit der
Geschichte”, Frankfurt, Suhrkamp, 1979, p. 268.
idea universal de la democracia6. La consideración que había que añadir a esta mirada era
también la preferida de la Ilustración. Quien perdía ese combate histórico se lo merecía. El
derrotado era culpable de su minoría de edad. El mal era justificado por la incapacidad de
elevarse a la Ilustración. La nueva teodicea sugería que la URSS pagaba la propia culpa.
De este modo, la previsión ilustrada, a su manera, se mantenía fiel a su esquema teológico
secularizado. La caída del muro era un Juicio final. El ocaso de la potencia antiilustrada
rusa, como ya ocurriera antes con el final de las monarquías absolutas, no era sino el acto
de ser llevadas ante el tribunal de la razón histórica, que ahora sustituía al tribunal del Juicio
final. No era una crisis, sino el cumplimiento de la previsión. Pronto íbamos a ver que no era
Fukuyama el que tenía razón al identificar el final de la historia con la democracia liberal,
sino Kojève el que la entendió como desnuda administración del sistema productivo.
Con Fukuyama, la humanidad occidental por un momento respiró tranquila porque todo
iba de acuerdo con los propios planes y realizaba los más queridos programas. Se concedió
a este cumplimiento de las previsiones casi la estructura de la verificación de una ley. El
proceso se comprendió en términos de “naturaleza de las cosas” y se ponderó no sólo su
necesidad sino su automatismo. Era el curso objetivo del tiempo. Con ello, se ocultaron las
dimensiones de lucha y de combate que había tenido todo el proceso y las contingencias
procedentes de los actores. Sobre todo se ocultó que la meta no era la democracia, sino la
hegemonía mundial de un poder imperial, capaz de asegurar lo que su aparato productivo
necesitaba: materias primas, financiación y mercados. En suma, se ignoró la dimensión
voluntarista de la historia y su estructura imperial. Se consideró tanto más rotundo el éxito
cuanto más se achacó a causas endógenas inevitables y a su superioridad moral. Nadie
había hecho nada, salvo tener razón. Era el propio mal moral del sistema soviético el que
internamente había producido el hundimiento. Como ocurriera en la anterior evaluación de
la historia nazi, se usó la misma metáfora: no había en el fondo derrota, sino el colapso de
un cuerpo enfermo que estallaba al descubrir su improbabilidad para seguir vivo. La historia
no mostraba diferencia entre necesidad, previsión, plan, actuación. Voluntad y realidad eran
lo mismo. Lo racional y lo real, también. Hegel había triunfado. El hombre histórico, como
recordó Koselleck, podría verse como un dios terreno. Esta visión gloriosa estaba detrás de
la exaltación del texto de F. Fukuyama.
Aunque todavía habrían de pasar doce años largos para los sucesos de Berlín, en un
artículo de 1977, Koselleck defendió la tesis de que “en el curso del tiempo, la previsión
humana, los proyectos humanos y sus actuaciones divergen siempre”7. Si la sentencia del
final de la historia de Fukuyama apareció ante todos como una aplicación de Hegel, se debía
a un error de perspectiva sobre la época del idealismo alemán. La tesis de la divergencia
entre proyectos y actuaciones humanas de Koselleck era la verdaderamente hegeliana.
Hablando en términos de Hegel, este autor dijo que la diferencia entre “la historia en sí
y para sí” se cumple siempre en la intuición anticipada de su imperfección y de su futuro
abierto. Hegel, así, hablaba de una conciencia perfecta, pero formal, del tiempo histórico.
Cualquiera que es consciente de lo que significa la historia, sabe que puede definirla como
la divergencia entre la planificación y la realización. Esa divergencia en el fondo nos permite
hablar de tiempo histórico. El contenido de la historia no es previsible. Como dijo von Stein
en su tiempo8, la previsión, el pronóstico, la expectativa, no alcanza a los detalles y a los
actores. Hoy alguien podría preguntarse si esta alcanza a temas tan importantes como la
conquista definitiva de los derechos humanos, la forma democrática o el capitalismo liberal.
¿Quién se acuerda de esto, a pesar de que mientras tanto deberíamos preguntarnos por su
suerte en el territorio de Europa, y no en la lejana China?
El artículo de Koselleck en el que se expone esta tesis, sin embargo, es decepcionante.
Tras enunciarla, el autor se concentra en el viejo problema de si los hombres hacen la
historia. Pero no estamos ante el problema de si los hombres hacen la historia, sino ante el
problema de si la historia se realiza de forma disponible a la previsión. En este sentido, poco
importa que la planificación sea la propia de los seres humanos, o sea la objetividad de las
tendencias de la historia. Bismarck afirmaba que no se debía sobrevalorar su intervención
personal, porque él no podía hacer la historia; pero añadía que él sólo guiaba a su pueblo
“en conformidad con su desarrollo y con su destino histórico”9. En el fondo, al decirlo así
no hacía sino legitimar e intensificar su actuación, porque pasaba a ser sólo un humilde
colaborador del curso objetivo de la historia, un mero actor del destino. Él no hacía la
historia, pues la historia se hacía a sí misma. Se hacía realizando su propia tendencia. Es
como si existiera una providencia inmanente y los hombres movieran sus brazos por otros
hilos. Nadie disponía de la historia, pero la historia disponía de sí misma. Era una cierta
forma de naturaleza y vivía según la ley. Bismarck, que seguía la ley, tuvo éxito. Hitler, que
la ignoró, llevó a la catástrofe. Al final, Koselleck no está en condiciones de ir más allá de
la mirada estoica. “Fata volentem ducunt, nolentem trahunt”. Pero en modo alguno se pone
en duda el fatum. Frente a esta mirada se alza Weber.
Sin embargo, la premisa de la posición ilustrada era que se trataba de la temporalización
de la ética y de la razón práctica. En el fondo, esta doble dimensión, subjetiva y objetiva, y
su ajuste, atraviesa la mentalidad histórica occidental ilustrada. Kant no es ajena a ella. A
veces se subraya el voluntarismo, a veces se subraya la objetividad de la tendencia, pero
siempre se supone que la voluntad humana está apoyada por la naturaleza de las cosas.
De esta manera, al mezclar ambas cosas, acción y naturaleza, Bismarck ocultaba sus
decisiones políticas, como Occidente ocultó la política que contribuyó desde fuera a la ruina
de la URSS. Todo quedó claro cuando se vio que la historia no mostraba tendencia alguna
cuando los sucesores de Bismarck tomaron el poder y el voluntarismo del Káiser llevó las
cosas hasta su extrema irracionalidad. La realidad natural no encontró entonces a nadie
que fuera obediente, por más que quisieran serlo. De la misma forma, los actos, decisiones,
planes y programa que estaban detrás de la victoria sobre la URSS, y que determinaron las
consecuencias de esa victoria, no parecieron manejables tras ella. En el fondo, a veces el
actor de la historia se cubre con la tendencia objetiva, si tiene éxito; cuando no lo tiene se
dice que no supo escuchar. La ontología que hay detrás de este planteamiento es que la
historia sería disponible si alguien supiera escuchar lo que dice.
Lo que desaparecía era la superioridad moral de quien sabe escuchar, la culpabilidad
de quien no lo logra. Sin duda, la posición de Koselleck tenía elementos forenses. En su
caso, tenía razón, pues él no quería exonerar al nazismo de sus culpas. De forma adecuada
dijo que “los hombres deben responder de la inconmensurabilidad entre la intención y el
resultado; y esto confiere un sentido en última instancia verdadero al dicho según el cual la
8 R. Koselleck, Vergangene Zukunft..., “Geschichtliche Prognose in Lorenz v. Steins Schrift zur preussischen
Verfassung”, pp. 87-107.
9 R. Koselleck, Vergangene Zukunft..., p. 274.
historia viene hecha”10. Sólo así hay algo parecido a una responsabilidad. Sin embargo, no
hay terreno más pantanoso para la ética que el ámbito forense. Los hombres también deben
responder de sus intenciones, sea cual sea el resultado. Hitler podría haber triunfado, pero
no sería menos culpable por ello porque sus intenciones, aunque exitosas, eran detestables
y condenables. Pero es verdad, también deben responder de las diferencias entre sus
intenciones, en el caso de que sean aceptables, y sus realizaciones, en caso de que sean
detestables. Los hombres siempre son actores. De eso no cabe duda. Pero no hablamos
de esto, sino de si los hombres hacen la historia.
La posición final de Koselleck es que las acciones de los seres humanos, sus
intenciones y planes subjetivos, interrelacionan con una realidad objetiva de tendencia. Sin
embargo, el autor no ha precisado la naturaleza de esta interactuación. En todo caso, para él
ofrece el aspecto de una desviación. Este resultado nos habla de una cierta indisponibilidad
de la historia. El índice de la misma es la voluntad de los seres humanos, que quieren o no
lo que se ha desviado. Se trata de un proceso de ajuste. Pero al parecer, en su opinión, las
tendencias objetivas profundas no están disponibles. Aquí vemos aparecer al historiador
estructuralista de su pensamiento. Los hombres se mueven dentro de una estructura. Esta
es completamente indisponible. Si tuviéramos que identificar el siguiente paso, hablaríamos
con Luhmann: sólo la estructura, el sistema, el subsistema, actúa. Los hombres son ruido
de acompañamiento. De ahí la relevancia de la historia como ciencia: enseña a escuchar
estas tendencias estructurales de largo plazo, a controlar las desviaciones, a enseñar lo
que es aceptable en ellas.
12 Ibid.
13 R. Koselleck, Crítica y Crisis..., p. 272.
14 H. Blumenberg, Tiempo del cosmos, tiempo de la vida, Valencia, Pretextos, 2007.
15 N. Luhmann, Die Wissenschaft der Gesellschaft, Frankfurt, Suhrkamp, 2002, p. 311. Para Luhmann se
puede ver I. Izuzquiza, “Niklas Luhmann ou la société sans hommes”, Cahiers internationaux de Sociologie,
LXXXIX (1990), pp. 377-387. Cf. también, E. Balsemâo Pires, “Diferenciaçâo funcional e unidade política da
sociedade. A partir da obra de N. Luhmann”, Revista filosófica de Coimbra, 23 (2003), pp. 69-155. Cf. para
lo que sigue M. Korstanje, “Reconsiderando el concepto de riesgo en Niklas Luhmann”, Mad. Revista Mad,
22 (2010), pp. 31-41. Especialmente importante para desarrollar lo que sigue, N. Luhmann, “La clausura
operacional de los sistemas psíquicos y sociales”, en H. R. Fischer, A. Retzer y J. Schweizer, El final de los
grandes proyectos, Barcelona, Gedisa, 1997, pp. 116 y ss.
16 N. Luhmann, Die Wissenschaft der Gesellschaft..., p. 249.
17 Ibid., p. 345.
18 Ibid., p. 349.
19 Ibid., p. 716.
20 N. Luhmann, Soziale Systeme, Frankfurt, Suhrkamp, 1984, p. 587. Hay versión española como Sistemas
Sociales. Lineamientos para una teoría general, Barcelona, Anthropos, 1998.
Así culminamos la sustitución de la crisis por el riesgo y nos hemos despedido de las
prestaciones totales de la palabra crisis. Pero a costa de comprender que la ganancia en
Ilustración sociológica es sobre todo ganancia en la creciente conciencia de riesgo. Ahora
comenzamos un argumento que intenta recuperar el concepto de crisis definido de forma
más precisa, quizá desde la disponibilidad de la racionalidad subjetiva. Para comenzar este
paso debemos invocar cómo, de forma bastante peculiar, Luhmann asume una premisa
liberal adicional, casi schumpeteriana. Así desvincula riesgo de supervivencia y dice que todo
esto no significa que “la sociedad tenga que resolver problemas de este tipo para asegurar
su supervivencia; para sobrevivir basta la evolución”24. No estoy seguro de que esta salida
sea coherente con las premisas de Luhmann. Pues lo que hace un sistema autorreferencial
es condicionar su identidad a la apreciación de diferencias relevantes y operativas que
pueden interactuar con el entorno. De otra manera: el sistema condiciona su identidad por
su capacidad reflexiva. Si para garantizar la relación estable con un entorno frágil, alterado
por interacciones sistémicas cruzadas y potenciadas, se necesitara de un subsistema
observacional total capaz de observar estas diferencias, entonces de nuevo volveríamos al
punto de partida: el idealismo totalizador. Así que no podemos ignorar que las debilidades
epistemológicas de los sistemas, con sus capacidades cruzadas de afectar/adaptarse al
entorno, amenazan desde luego su capacidad de reponer su identidad25. Pero sin identidad
no podemos hablar de supervivencia. ¿Qué sería entonces la evolución? Luhmann parece
decir que la agudeza perceptiva y sus elaboraciones conceptuales reflexivas, los sistemas
comunicativos, no pueden reducir los riesgos evolutivos por completo y, en este sentido, la
evolución está entregada a la casualidad y al azar. Sin embargo, no basta con decir esto.
Esos sistemas han formado parte decisiva de la evolución humana. Al diferenciar entre
este camino epistemológico de la cultura y de la reflexión, por un lado, y la evolución por
otro, Luhmann parece confiar en el deus ex machina de que la evolución a pesar de todo
hará su camino. Pero hace tiempo que sabemos que el elemento reflexivo de la conciencia,
la forma de la subjetividad, juega en el camino evolutivo de la especie humana. En suma
que somos sistemas psíquicos que reflexionan y buscan identidad e intentan aumentar
permanentemente una forma de control sobre sí mismos y sobre el entorno. Esta es la base
del darwinismo cultural. Blumenberg ha podido sugerir, en este sentido, que la conciencia y
la racionalidad han sido dispositivos de emergencia en apuros evolutivos. Luhmann parece
todavía considerarlos como elementos desconectados de una evolución que en todo caso
hará su camino, preferiblemente de modo inconsciente. La mano invisible, de nuevo, aunque
ahora expuesta casi en términos del estructuralismo.
Al intentar eliminar el concepto de crisis, Luhmann nos pone así en el camino de
definirlo. Su argumento dice: “El concepto de crisis, frecuentemente usado, es también
inadecuado, pues sugiere la urgencia de cambios estructurales profundos y esto no se
puede justificar únicamente por el déficit obvio de la racionalidad”26. Añade que el concepto
de racionalidad sólo formula el último paso de la autorreflexión de un sistema. Desde el
punto de vista de la evolución, la selección y estabilización de variaciones positivas sería
una casualidad27.Aludir a que por eso hay crisis sería un error. El sistema dotado de reflexión
genera el propio sentido de identidad que se supone que es el sujeto de la evolución. Así
que el obvio déficit de racionalidad es insuperable para el sistema.
¿Pero qué pasa con esos sistemas especiales llamados sistemas psíquicos? Ese
mismo déficit concierne a su supervivencia, pero de forma consciente y reflexiva. Y cuanto
concierne a la supervivencia puede ser un asunto de urgencia. Y esa urgencia puede llevar
a medidas drásticas acerca de la forma de intervención de un sistema con el entorno y
con los sistemas que lo componen, así como alteraciones de su propia estructura. Aquí,
Luhmann me parece que no es coherente con todos los lados de su poderoso esfuerzo. La
base de todo su pensamiento reside en la diferencia entre los sistemas de interacción y los
sistemas sociales, de cuyo juego recíproco ha hecho depender la evolución. Los primeros,
según Luhmann, dependen del paradigma de la ética comunicativa que tuvo como su
ideal la teoría humanista de la conversación sociable y amistosa que se extiende desde la
renovación de la influencia de Cicerón en el siglo XV hasta el siglo XVIII escocés. Esa fue
la época dorada de la racionalización subjetiva. La objeción de Luhmann a este modelo
clásico es que no “soportó un verdadero examen de la interioridad psíquica en el área
principal de su entorno”. Su acusación a Habermas reside en afirmar que este ha excluido
de su ética de acción comunicativa las “cuestiones psíquicas”. En términos más sencillos:
la situación ideal de habla toma poco en serio a Freud. Sugiero que quizá el problema de
Luhmann resida en rechazar el concepto de crisis del sistema social y sustituirlo por el de
riesgo, pero esta operación no dice nada acerca de si no sería adecuado aplicar el concepto
de crisis al sistema de interacciones que constituye el sistema psíquico. Así, el concepto
de “urgencia” bien pudiera ser parte del sistema psíquico y no del sistema social. Pues el
sistema psíquico sí puede ser plenamente reflexivo y observarse a sí mismo como unidad28.
No puede ser indiferente ante el riesgo, como el sistema social, pero no es indiferente
tampoco a la causalidad que hay en la base de las variaciones estabilizadas de adaptación.
No puede verse a sí mismo entregado completamente al azar ni aplicarse las estrategias
evolutivas. Cada sistema psíquico está condenado a verse a sí mismo como habiendo
ultimado la evolución y sus estrategias.
Y esto nos permite diferenciar con fuerza entre el obvio déficit crítico de racionalidad
total que soporta el sistema social y sus relaciones con el entorno, respecto de los tremendos
impactos que la acción de los sistemas sociales pueda tener sobre el sistema psíquico, del
que es su propio entorno29. El de crisis puede ser un concepto prescindible en la elaboración
de las opciones disponibles por un sistema social. Puede ser un concepto inútil desde
el punto de vista de las operaciones de los sistemas, incluso si estos no pueden llevar
el cambio de sí mismos hasta las modificaciones estructurales. Pero quizá no pueda ser
eliminado para describir los efectos del sistema social sobre el sistema psíquico entendido
como identidad reflexiva. La brecha entre los sistemas sociales y los sistemas de interacción
puede mantenerse abierta, pero puede ser que la noción de crisis sea un buen concepto para
describir cuándo esta brecha afecta de una forma determinada a los sistemas psíquicos,
una que pone en peligro su propia supervivencia. Quizá así tenemos que la crisis es la
reaparición de lo humano en medio de los sistemas sociales autonomizados, entregados
a su riesgo evolutivo estructural. Al excluir la crisis de las ciencias sociales, Luhmann está
tratando los sistemas sociales como si fueran homogéneos con los sistemas psíquicos.
Pero quizá no lo son. Quizá el concepto de crisis no sirve para los primeros, pero sí para
los segundos. Es más, quizá define el choque brutal de una fase evolutiva intensa de los
sistemas sociales sobre la frágil supervivencia de los sistemas psíquicos. Quizá invoca el
desajuste creciente de la racionalización objetiva social sobre la racionalización subjetiva.
30 “El sistema educativo es un sistema parcial de la sociedad moderna que tiene la función de inducir
cambios en los sistemas psíquicos particulares” (Ibid., p. 71).
31 N. Luhmann, Observaciones sobre la modernidad, racionalidad y contingencia en la sociedad moderna,
Barcelona, Paidós, 1997, el artículo “La descripción del futuro”, p. 130.
32 N. Luhmann, Observaciones sobre la modernidad..., p. 132.
probable. Si el futuro es de otra manera, pronto se producirá el ajuste que lo integra en otra
decisión de riesgo. Es por tanto un “principio universal de la tematización del tiempo y del
futuro”, que sólo admite consideraciones sobre los daños probables33. Esto es convergente
con las tesis de Koselleck y determina la estructura de la aceleración: pronósticos en los
que el futuro se hace pasado sin podernos sugerir una decisión sin riesgo, dado el grado
de apertura de las expectativas. Luhmann añade a este pensamiento que la apertura de
expectativas permite el ajuste rápido de resultados. Sin embargo, los ajustes no tienen por
qué correr mejor suerte. El presente se asienta así en un futuro pasado lleno de sombras.
De nuevo, con la invocación a la tristeza del romanticismo, y el Jean Paul de Titán, que
apreció bien esa situación, tenemos de nuevo la irrupción del sistema psíquico.
Y de nuevo, de forma sorprendente, ante la clara percepción de la inadecuación de
toda decisión, reaparecen los elementos psíquicos y las alusiones a la evolución. Y así dice
Luhmann:
Sobre los futuros presentes decidirá la evolución social, y probablemente es esta expectativa
de un destino sobre el que no podemos disponer la que alimenta esa preocupación soterrada
que sólo podemos eliminar en la superficie, en la percepción y comunicación de los riesgos.
Ya no pertenecemos a aquella estirpe de héroes trágicos que, en todo caso a posteriori, se
enteraban de que ellos mismos habían labrado su destino. Nosotros lo sabemos de antemano34.
dejar atrás el sistema psíquico? Sin duda, sugiero que la noción de crisis sería un buen
concepto para esta catástrofe comunicativa y reflexiva del sistema psíquico. Los sistemas
psíquicos pueden afirmarse en medio de la catástrofe social, pero al precio de entrar en
una catástrofe comunicativa. Como tal, bien pudiera ser que la catástrofe comunicativa de
uno fuera la de los demás. Y bien pudiera ser que una afirmación en medio de la catástrofe
comunicativa afectara al proceso de identidad y de supervivencia del sistema psíquico. No
ofrezco por tanto un sentido de crisis asentado en el sistema social, sino en el sistema de
interacciones lingüísticas propio del sistema reflexivo psíquico. No busco una crisis como
una representación funcional que afecta a la totalidad del sistema social. No hay en este
punto un concepto operativo de crisis. Sobre el concepto de crisis el sistema social no puede
elaborar selecciones críticas y decisiones operativas. En este sentido, no hay que olvidar la
correcta relación entre la crisis y la crítica. Ya Koselleck llamó la atención sobre el hecho de
que la crítica elevada a potencia general, que oculta la decisión política que prepara, que la
ignora, que se deja llevar por su negatividad, no hace sino acelerar la crisis. La catástrofe
comunicativa no promueve sino catástrofe comunicativa. La crisis en su dimensión clásica de
totalidad puede que no afecte al sistema social, pero sin duda afecta al sistema psíquico. Es
la última consecuencia sobre el sistema psíquico de la imposibilidad de generar selecciones
críticas de riesgo. Y esto no puede producir sino una crisis de legitimidad del sistema social.
Una intensa preocupación que impide generar actos comunicativos capaces de imaginar
futuro y garantizar la supervivencia reflexiva del sistema psíquico. Y la pregunta final es:
¿qué pasa con un sistema psíquico de reajustes permanentes sin estabilizar en medio de
una sociedad que ha disparado los umbrales de riesgo?
que ya han escapado a las elecciones críticamente asentadas, se encargan sobre todo de
mostrar que la catástrofe de unos es ya también la catástrofe de otros. La competencia
liberal entonces ya está entregada a la pulsión, no al sistema psíquico reflexivo. Sin duda,
esta es la impresión que se tiene cuanto todo lo que podría mejorar la suerte de alguien ha
de empeorar la suerte de los demás. Son dinámicas de tu quoque, de culpa recíproca que
se lanzan no sólo los directores de las agencias institucionales, sino los grupos sociales
entre sí y los actores en el intercambio comunicativo, en tanto este pueda tornarse reflexivo.
El sistema psíquico del otro no es una caja negra, productora de riesgo, sino una fuente de
desgracias seguras41.
Cuando esto sucede, ya no hablamos sólo de la indisponibilidad del tiempo histórico,
sino de una indisponibilidad particular. Aquella que nos lanza a situaciones de urgencia en
medio de ofertas de intercambio imposibles de seguir y acordar. Entonces la urgencia es
acompañada por la involución del aparato psíquico hacia la histeria. Esta se podría definir
como la cesión a la pulsión de la desbandada del grupo, punto cero de la reflexión. La
percepción básica reside en la imposibilidad del entendimiento y en la ciega búsqueda del
contacto físico de la manada. Con todo ello, la indisponibilidad es acerca del presente, y
tiene que ver con la fragilidad del tiempo histórico acumulado, con la dificultad de expresarlo,
de narrarlo. Nada de lo que pueda decirse evita la catástrofe comunicativa. Con ello se
produce una especie de regreso al instante en el que el riesgo evolutivo estuvo en su
grado cero, con la regresión al punto de partida. En suma, la crisis tiene que ver con la
falta de estabilización de la historia en un presente, con su capacidad de sufrir una recaída
regresiva. Algo de ello estaba presente en la metáfora de la revolución, que no sugería sino
justo este cierre de una órbita circular que regresa a su punto de partida porque sólo allí se
obtienen ilusiones de éxitos comunicativos. Si se obtiene éxito evolutivo, el tiempo histórico
quedará medido, estabilizado, variado. ¿Pero qué significaría aquí tener éxito?
Aquí es donde las descripciones de algunas crisis podrían mostrar su operatividad
más intensa. J. Burckhardt dijo que la única verdadera crisis, la importante y auténtica fue
la de la invasión de los pueblos germánicos. Para él no tenía parangón con ninguna otra.
Era única en su género. Sin embargo, lo más interesante apunta al éxito que produjo:
la formación de una gran iglesia históricamente poderosa. La crisis, como regresión, no
regresa a cualquier sitio. Pone de nuevo encima de la mesa lo que constituía la premisa
más oculta de lo que se hunde, aquello que estaba en el origen, lo que vinculaba a los
seres humanos con su sistema, y justo ofrece a eso mismo una nueva solución. La crisis
en este sentido se parece a la experiencia de lo siniestro de Freud. Hace surgir aquello
que estaba en el origen, pero que se tendía a ocultar, olvidar, reprimir, porque estaba más
allá de las estabilizaciones, fundándolas, demasiado estructural como para ser sometido
a una decisión reflexiva cargada de riesgos. Lo indisponible ahora en la historia es la
imposibilidad de garantizar la irreversibilidad. La crisis psíquica muestra lo reversible del
tiempo histórico como fenómeno que regresa en un tiempo vital demasiado corto como
para innovar de forma adecuada. Pasada cierta línea, ya es demasiado tarde para impedir
la regresión. Podemos definir la regresión como el bloqueo de la innovación frente a la
indisponibilidad histórica. Algo que parecía sólido, una subjetividad racionalizada, se vuelve
flexible y regresa a lo primitivo; el pozo que estaba seco rezuma agua de nuevo; la casa que
parecía albergarme y protegerme se torna una amenaza, la diferencia entre ellos y nosotros
que parecía estable nos hace regresar a la antigua indiferencia, el grupo aparece como un
conjunto de soledades. Todos estos fenómenos de lo siniestro tienen en común que nos
permiten mostrar la transformación de lo familiar en extraño, de lo protector en hostil, de
6. Conclusión
42 Cf. Sentido y sin sentido de la historia, ahora en versión castellana con introducción de J. L. Villacañas en
la editorial Escolar y Mayo, Madrid, 2013.
Ana Cruz
Instituto Politécnico de Tomar, Instituto da Terra e Memória, Grupo do Quaternário e
Pré-História do Centro de Geociências da Universidade de Coimbra.
Ana Graça
Instituto Politécnico de Tomar, Instituto da Terra e Memória, Grupo do Quaternário e
Pré-História do Centro de Geociências da Universidade de Coimbra
Luiz Oosterbeek
Instituto Politécnico de Tomar, Instituto da Terra e Memória, Grupo do Quaternário e
Pré-História do Centro de Geociências da Universidade de Coimbra
Fátima Almeida
Centro de Administração e Políticas Públicas (CAPP) do Instituto Superior de Ciências
Sociais e Políticas da Universidade Técnica de Lisboa, Centro de Pré-História do Instituto
Politécnico de Tomar
Davide Delfino
Instituto Terra e Memória; Grupo “Quaternário e Pré-História” do Centro de Geociências
da Universidade de Coimbra
143
GRUTA DO MORGADO SUPERIOR. UM ESTUDO DE CASO FUNERÁRIO...
del río Zêzere a unos treinta kilómetros al sur de las cuevas y dos kilómetros al norte de la zona
donde desemboca el Nabão en Zêzere.
El caso que presentamos – la Gruta do Morgado – se integra en un contexto más amplio de otras
cuevas cercanas y el problema de la neolitización y su consolidación y el surgimiento de los hallazgos
metalúrgicos en la región.
El propósito que guió el estudio de los hallazgos exhumados en estratigrafía está directamente
vinculado a la importancia de la comprensión de cómo las comunidades del Holoceno se dispersan
en el espacio geográfico, teniendo como su las expresiones geomorfológicas ya existentes, lo que le
otorga un significado simbólico relacionado con la muerte. En el valle de Nabão, más específicamente
en Canteirões, es la muerte que aparentemente se presenta como un factor determinante, aunque
podemos inferir, a través de los hallazgos, una forma de vida que ahora está directamente vinculada
a lo sistema agro-pastoral.
Que importe de este sistema fue asimilado en realidad es una cuestión todavía abierta.
Desde el punto de vista de los resultados, aunque preliminares, y sin fechas por radiocarbono, la
industria lítica y ósea exhumadas nos hacen pensar que los ajuares depositados demuestran un
impacto directo en todas las cavidades locales y más allá del plano de la ubicación geográfica.
Podemos, así, inducir relaciones comerciales, en la Extremadura portuguesa, y al nivel Peninsular.
En la lectura topográfica, fue posible identificar dos áreas de deposición fúnebre. Una primera zona,
denominada “zona de sepulcro 1” delimitada por las paredes de una sala en el interior de la cavidad.
En “zona de sepulcro 2”, revelado por un nicho entre la pared de la cavidad y los grandes bloques
caídos del techo, en la entrada de la cavidad.
El método de excavación utilizado revisa el método de área abierta – open area – como ha sido
defendida por Philippe Barker.
RESUMO
As cavidades cársicas localizadas no concelho de Tomar (Santarém, Portugal) providenciaram
estratigrafias e depósitos votivos que se enquadram no período Holocénico, mais precisamente,
numa faixa de tempo diacrónica que se estende desde o Neolítico Antigo cardial até ao final da
Idade do Bronze.
Enquanto lugares funerários demonstram o dinamismo das populações autóctones em absorver
as novas tecnologias que se apresentaram ao seu dispor, baseadas num fundo comum que se
estende, pelo menos, pela Estremadura portuguesa e que vai encontrar semelhanças tipológicas,
ao nível das pontas de seta, com um monumento megalítico implantado no Maciço Hespérico, na
bacia hidrográfica do rio Zêzere, a Sul destas grutas e do qual o rio Nabão é afluente.
O caso que agora apresentamos – A Gruta do Morgado – é integrado num contexto alargado às outras
grutas suas vizinhas e ao próprio problema do impacto da neolitização e consequente consolidação
do processo-agropastoril, bem como, o surgimento de vestígios metalúrgicos na região.
O propósito que norteou o estudo dos achados exumados em estratigrafia prende-se directamente
com a importância de se compreender a forma como as comunidades holocénicas se dispersaram
no espaço geográfico, tomando como suas as expressões geomorfológicas previamente existentes,
dando-lhe assim um significado simbólico relacionado com a morte. No vale do Nabão, mais
especificamente nos Canteirões, é a morte que nos surge aparentemente como determinante, muito
embora possamos inferir, através dos achados, uma forma de vida que está já directamente ligada
ao sistema agro-pastoril.
Quanto desse sistema foi de facto assimilado é uma questão ainda em aberto.
Do ponto de vista dos resultados, ainda preliminares, e, muito embora não tenhamos ainda obtido
datações radiocarbónicas, a indústria óssea e a indústria lítica exumadas fazem-nos pensar que
os bens votivos depositados demonstram repercussões directas no conjunto das cavidades dos
Canteirões do Nabão e transcendem o plano geográfico local. Podemos, pois, induzir relações de
trocas de bens, quer relativamente à Estremadura portuguesa, quer ainda relativamente ao âmbito
Peninsular.
No plano topográfico, foi possível identificar duas áreas de deposição funerária. A primeira área,
denominada “zona sepulcral 1” encontra-se delimitada pelas paredes no interior de uma pequena
sala.
A “zona sepulcral 2”, revelada por um nicho apertado entre a parede da cavidade e os grandes
blocos de abatimento do tecto, mas já numa zona que corresponde à entrada da cavidade.
A metodologia de escavação utilizada revê-se no método de ‘open area’ tal como foi preconizado
por Philippe Barker.
PALAVRAS-CHAVE: Cavidade Cársica, Espólio, Estratigrafia, Ago-Pastoralismo, Fossa
ABSTRACT:
The karst cavities located in the municipality of Tomar (Santarém, Portugal) have provided stratigraphy
and votive deposits falling within the Holocene period, more precisely in a diachronic time range that
extends from the Early Neolithic cardial by the end of the Bronze Age.
These are representative of the first attempts at domestication of the landscape and its consolidation,
revealing this new way of life: the agro-pastoralism.
Funeral places demonstrate the dynamism of indigenous peoples in absorbing new technologies
that were available to them based on a common background that spans the entire Portuguese
Estremadura and “extra-regional interaction is patent in exchange for goods networks that extend at
least until the Portuguese Estremadura.”
The case we are presenting – the Gruta do Morgado – is integrated in a broader context with
neighboring caves and to the problem itself of Neolithization in Portugal.
The method of excavation used revises the method of “open area” as has been advocated by Philippe
Barker.
Nota Prévia
1. Enquadramento
Desde 2002 e até à actualidade esta região integra-se na região de Lisboa e Vale do
Tejo, enquadrada na NUT III, correspondendo em grande medida à sub-região do Médio
Tejo (http://www.tecnet.pt/portugal/28779.html. Consultado em 12.01.2008).
Partindo do princípio que a região do Alto Ribatejo (vd. Figura 1) não se constitui por
si própria como uma unidade geomorfológica uniforme e homogénea, Oosterbeek observa
as distinções fundamentais da implantação dos sítios-paradigma na paisagem e no seu
respectivo substrato, e procede à seguinte definição: Para definir a região de investigação
usei o critério de estabilidade das variáveis através do Holocénico estabelecendo o foco nas
unidades geomorfológicas, mas excluindo solos, bioma e variáveis climáticas (Oosterbeek,
1994: 78).
Figura 1: Alto Ribatejo. Fonte: João Belo, 2011 (cortesia de Nelson Almeida, 2012)
Oosterbeek torna-se ainda mais preciso quando comenta: A própria região não tem
fronteiras precisas, apenas um eixo gravitacional. Esse é considerado ser o vale do Médio-
Baixo Tejo e os seus tributários (Zêzere, Nabão, Almonda). Também não é uma região
não homogénea; pelo contrário, é basicamente o cruzamento da franja Meso-Cenozóica
ocidental com a bacia Miocénica do Tejo e a zona Centro-Ibérica do Maciço Antigo. Uma
primeira aproximação à distribuição dos sítios indica alguma correlação com as unidades
mencionadas (idem: 79).
Figura 2: Localização das Cavidades Cársicas dos Canteirões. 1. Gruta do Caldeirão; 2. Gruta do
Cadaval; 3. Gruta dos Ossos; 4. Gruta de Nª Srª das Lapas; Gruta do Morgado. Fonte: CPH
3. Gruta do Morgado
3.1.Localização
Esta cavidade cársica aberta numa formação do Jurássico, localizada muito perto da
Ribeira do Fetal, faz parte de um conjunto de outras já mencionadas, que se localizam num
meandro extremamente acentuado do rio Nabão. Todas estas cavidades possuem ocupação
humana em termos de tumulação que cronologicamente se situam entre o Neolítico Antigo
Cardial e a Idade do Bronze Médio. Possui uma pequena sala na zona mais fechada da
cavidade e uma outra, muito mais ampla, na sua zona de entrada (vd. Figuras 3 e 4).
Figura 4: Perfis da Gruta do Morgado, B-B’ perfil transversal, C-C’ perfil longitudinal. Fonte: CPH
A intervenção arqueológica deste sítio foi iniciada em 1988 através de uma sondagem
para identificação sumária dos contextos, deixando-se por escavar uma larga parcela como
corte testemunho. Em 2012 (vd. Figura 5), a escavação em área compreendeu 11 metros
quadrados a partir dos quais foi possível detectar dois conjuntos de tumulações separados
por cerca de 3 metros de distância. Um grupo 1 abrangendo os quadrados F53, E53, F52
e F54 de tumulações colectivas e um segundo grupo, o 2, também ele de tumulações
colectivas, abrangendo os quadrados J50, J51 e K51.
Figura 5: Planta e Definição das áreas sepulcrais da Gruta do Morgado. Fonte: CPH
3.3. Metodologia
2.2.2. Fragmentos cerâmicos: bordos, fundos, perfis inteiros, bojo com aplicação
plástica:
2.2.6. Fauna: tudo. Dependendo do porte dos animais, isto é, acima de coelho (este
incluído). A microfauna foi recolhida no crivo;
3.4. Estratigrafia
3.5. Estruturas
Apesar de existirem alguns blocos de abatimento que embalam o sedimento, não foi
definida qualquer estrutura pétrea. Pensamos que foi aberto um covacho nos sedimentos
de cada vez que se pretendia enterrar um defunto, surgindo assim os ossos sem conexão
anatómica e sem qualquer tipo de estratigrafia óssea. Descartamos a possibilidade de
se tratar de um ossuário de segunda inumação uma vez que surgem ossos que muito
raramente são identificados em situações análogas. Dá a ideia de que os cadáveres
eram apenas colocados sobre o sedimento (assim como material votivo) sem qualquer
preparação do corpo. A dar força a esta hipótese surgem ossos como o sesamóide e o
piciforme que são de tamanho mínimo e que não apareceriam em caso de transladação
dos ossos. Assim, sem surgirem estruturas pétreas consolidadas e sem planta, surge-nos
uma zona de enterramento (cuja planta e área ainda não estão completamente definidas) à
semelhança da zona de enterramento da camada C da Gruta do Cadaval.
3.6. Achados
para elementos menos representados encontramos a maioria dos ossos do tarso, vários
ossos longos, metacarpianos e metatársicos abaixo das 10 unidades (< 45%). Com base
nos restos osteológicos o Número Mínimo de Indivíduos (NMI) registado é de 23 adultos,
representados pelo escafóide esquerdo. Em relação aos não-adultos, a análise dos restos
ósseos sugere, à primeira vista, um número mínimo de 4 indivíduos.
No entanto, devido ao estado de fragmentação do material esquelético, a análise
paleopatológica preliminar sofreu vários constrangimentos, principalmente em relação ao
estudo da patologia degenerativa articular, uma vez que foram poucas as zonas articulares
preservadas. Mesmo assim detectaram-se algumas situações de artrose de grau 1 e 2,
nomeadamente em falanges das mãos e dos pés (vd. Figura 10). A artrose, definida como
uma artropatia crónica, que consiste na destruição gradual da cartilagem e das superfícies
articulares do osso como consequência de um stress mecânico prolongado. A idade, a
predisposição genética, tipo de vida e factores ambientais do indivíduo também são factores
importantes no desenvolvimento desta patologia (Jiménez e Botella, 1993; Jurmain, 1980;
Zimmerman e Kelly, 1982).
3.6.3. Adornos
3.6.5. Cerâmica
Quanto aos objectos cerâmicos (vd. Gráfico 7) deveremos seriá-los em dois tipos:
o tipo das cerâmicas manuais e o tipo das cerâmicas de fabrico de torno rápido. Para as
formas atípicas de torno rápido observámos uma frequência de 48%, enquanto que para
as formas atípicas manuais obtivemos um resultado de 45%. Os bordos manuais e os
fragmentos com perfil inteiro constam de 2%. A base manual, o bordo com elemento de
preensão e suspensão e o borno fabricado a torno resultam em 1%.
Relativamente aos materiais cerâmicos manuais e, em termos de cadeias operatórias,
deveremos salientar, para além do seu fabrico, que as superfícies internas e externas,
bem como o cerne, se apresentam do ponto de vista da atmosfera de cozedura, como
extremamente irregulares, sendo bastante difícil estabelecer em que casos se deveria
aplicar os termos “oxidante” ou “redutor”. Existe, no entanto, uma excepção relativamente
aos fragmentos que possuiam perfil completo. Trata-se de fragmentos de carena baixa
com base aplanada que poderiam ter acompanhado a deposição da ponta de seta de
cobre arsenical. A tipologia das formas de carena baixa, indica paralelos com contextos
de transição entre Calcolítico e Idade do Bronze Pleno, nomeadamante do Horizonte da
Ferradeira (Cardoso 2002: 321) entre o Calcolítico e o Bronze do Sudoeste I, ao Sul do Tejo,
e de Montelavar, entre o Calcolítico e o Bronze Pleno ao Norte do Tejo (Cardoso 2012a).
Mas também, nos casos de carenas muito mais marcadas, com contextos já plenamente
da Idade do Bronze (como o horizonte da Atalaia no Bronze do Sudoeste I). De assinalar
ainda a percentagem de bordos cerâmicos que indiciam diâmetros bastante elevados,
sendo portanto, estes recipientes comparáveis aos recipientes quer da camada C, quer da
camada D da Gruta do Cadaval.
3.6.8. Metal
Uma ponta de seta (julgamos que em cobre arsenical) do tipo “espigão e barbelas”,
com espigão em perfeita forma de losango e barbelas bastante evolucionadas.
As pontas de seta desta tipologia encontram-se em quantidade no Abrigo Grande das
Bocas (Rio Maior) e as variedades achadas neste sítio são indicativas de uma cronologia
que abrange toda a Idade do Bronze (Cardoso 2000: 335).
Variedades do tipo “ de espigão e barbelas” encontram-se também em diversos
sítios espanhóis, mais precisamente no sítio do El Acequión (Albacete), juntamente com
outros metais entre os quais se destacam punhais, machados planos e minerais de cobre
arsenical. Uma ponta de seta muito semelhante à da Gruta do Morgado, de cobre arsenical
e atribuída a Idade do Bronze Antigo encontra-se na descrição dos autores Rovira Llorens,
Montero Ruiz, Consuegra Rodriguez (1997: 19-20). A funcionalidade de pontas deste tipo,
especialmente as da variante com barbelas evolucionadas, pode ser especificamente para
combate: de facto as barbelas, uma vez a ponta penetrada num corpo, podem provocar
ainda mais danos quando se tenta extraí-las.
evidencia-se ainda uma sepultura individual em fossa, do Neolítico, V milénio, e na sua base
observou-se uma sepultura individual delimitada por blocos, atribuída ao Neolítico Inicial
Evoluído. Os ossos humanos, submetidos a análise radiocarbónica, situam este horizonte
no VI milénio. Quanto à indústria lítica, observou-se um predomínio de instrumentos em
sílex, tais como raspadores, buris, pontas sobre lasca, lâminas, lamelas e ocasionalmente
núcleos languedocenses, mais precisamente indústrias macrolíticas Holocénicas, similares
à indústria exumada da Pedra da Encavalada, do Povoado de Fontes e do Povoado da
Amoreira (Cruz, 2011), sítios localizados no Maciço Hespérico, já na bacia hidrográfica do
rio Zêzere. A ocupação mais recente, classificada como Campaniforme, foi definida com
critérios tipológicos (cerâmica de decoração Campaniforme e machado plano de cobre).
Trata-se de materiais de transição entre o III e o II milénio a.C., com a particularidade de
o padrão decorativo campaniforme surgir em recipientes do Povoado da Fonte Quente
(localizado a cerca de 10km a jusante do rio Nabão), cujas pastas e técnicas de cozedura
se revelaram semelhantes às desta gruta. Os materiais permitem-nos definir uma provável
tumulação colectiva remexida, cuja localização original se situaria a Noroeste da sondagem,
junto à parede (zona de grandes tocas de raposas ou texugos), atribuível ao Calcolítico em
função da associação com o tipo de tumulação. A cerâmica linear-pontilhada deste sítio
assemelha-se à que foi reconhecida na muralha 2 do Povoado da Fonte Quente, a cerca
de 10km a Sul, e o machado plano de cobre não encontra paralelos no Alto Ribatejo (Cruz
e Oosterbeek, 1985; Oosterbeek, 1994).
Já a Gruta do Cadaval forneceu datações que apontam para uma ocupação em
necrópole que medeia o V e o IV milénio. Esta cavidade permitiu a reconstituição de 19
momentos, compostos por fases de abatimentos de blocos e de ocupação humana, sendo
a natureza das ocupações resumida da seguinte forma: camada Fb – habitat (restos de
“cozinha”); camada D – tumulação individual; camada C – necrópoles (tumulação colectiva);
camada B – estrutura de combustão e camada A3 - acampamentos esporádicos. É ainda de
salientar que as necrópoles eram embaladas em depósito areno-argiloso, encerrando duas
tumulações individuais, uma em cada sala (camada D) e depósito argilo-siltoso, envolvendo
necrópoles colectivas nas salas 1 e 2 (camada C). O espólio recolhido consta de cerâmicas
lisas, do tipo esférico alto, de cerâmicas com decoração incisa, plástica e puncionada,
machados, enxós e goivas, totalmente polidos, micrólitos trapezoidais de base menor
retocada, indústria óssea e objectos de adorno (Cruz e Oosterbeek, 1985; Oosterbeek;
1994).
A Gruta dos Ossos apresenta-se como um ossuário do Neolítico Final observando-
se a “arrumação” semi-circular de crânios no sector SW (quadrado 8VI). A camada 1
corresponde ao nível de deposição dos crânios no ossuário, podendo observar-se no perfil
alguns fragmentos de calote de um crânio fragmentado in situ no quadrado 7VIII. A camada
2 corresponde ao nível de deposição dos ossos longos, apresenta cor e estrutura similares à
anterior e textura margo-arenoargilosa. Ainda com a mesma matriz e cor, envolve pequenos
calhaus e blocos raros, encerrando os ossos longos do ossuário (tendencialmente os ossos
das pernas na base e os dos braços no topo). É atravessada por um cone de abatimento
(cujo topo se encontra envolvido já pela camada 1). Ocasionalmente, foi afectada por
fenómenos de dissolução química, que lhe emprestaram uma cor esbranquiçada. A camada
3 encerra alguns fragmentos de cerâmica e esquírolas de sílex. Na base desta sequência
estratigráfica óssea, aflora um horizonte de blocos médios de abatimento, que não foram
levantados, dado a natureza e condições da sondagem; é um depósito de blocos, sobre
os quais assentavam os ossos da bacia (1 sacro e diversos ilíacos). A camada 4 é um
depósito esbranquiçado homogéneo, pouco compacto; a cor esbranquiçada resulta da
dissolução dos carbonatos de cálcio, o que afectou o depósito, e desenvolve-se sobre o
as cavidades cársicas da Estremadura mas também uma relação, talvez umbilical, com o
megalitismo do vale do baixo Zêzere, num universo já padronizado e onde a produção
de artefactos cumpria um determinado número de normas prescritas (Cruz, 2011), o
que significa que também a área dos Canteirões do Nabão foi envolvida no processo de
convergência entre a tradição de grutas e a tradição megalítica, que já havia sido registada
noutras áreas da região calcária, como em Alvaiázere ou em Torres Novas.
Nesta cavidade é assinalável a presença de uma pequena estatueta zoomórfica com
cerca de 2 centímetros de comprimento, 1,5 centímetros de largura e 0,65 centímetros de
espessura. Segundo J. L. Cardoso estas estatuetas são amuletos do Neolítico final (2000:
182) correlacionados com a consolidação do sistema agro-pastoril, constituindo-se como
símbolos de fertilidade. É possível referenciar através de O. Da Veiga Ferreira (1970: 168-
70) a existência de outros paralelos zoomórficos na Estremadura portuguesa, provenientes
da colecção de Manuel Heleno. Encontram-se outras estatuetas similares nas Gruta da
Galinha, Lapa do Suão, Cova da Moura, Cabeço da Arruda, Gruta da Carrasca, Quinta das
Lapas, Castro da Ota, Portalegre, Vila Franca de Xira, Elvas, Monumento de Casainhos,
Gruta de Carenque, Monumento das Conchadas, Grutas de Cascais, Montemor-o-Novo,
Lapa do Bugio, Anta da Comenda da Igreja e Anta do Olival da Pega (Ferreira, 1970: 168-
170).
Ainda de salientar a existência de um ídolo almeriense em osso. Encontramos
paralelos para este artefacto considerado como objecto de carácter mágico-simbólico
(Cardoso, 1992: 112 e 115) no ídolo almeriense da Lapa do Bugio e na Anta Grande do
Olival da Pega, Reguengos de Monsaraz (Cardoso, 1992: 115; Gonçalves, 2004: 170). Em
território espanhol, de onde deriva a sua nomenclatura, vamos também encontrar este tipo
de ídolo, como é exemplo, o elemento encontrado no sítio de Canaleja, (Cerrillo-Cuenca,
González Cordero; 2011: 35).
Relativamente à cabeça de alfinete canelada vamos observar exemplos semelhantes
na Lapa do Bugio (Cardoso, 1992: 111) e no Monumento da Praia das Maçãs (Cardoso,
2004: 59).
Passando para uma realidade mais recente, a ponta de seta de espigão e barbelas
atribui uma outra deposição nesta área sepulcral correspondente à Idade do Bronze Antigo
/ Bronze Pleno, à qual poderão ser associados os três fragmentos de cerâmica com perfil
inteiro, de carena baixa, exumados muito perto deste achado. É possível encontrar paralelos
no contexto funerário do Abrigo Grande das Bocas (Rio Maior), (Cardoso, 2000: 335-6),
associando esta gruta às realidades contemporâneas da restante região da Estremadura
portuguesa inclusivamente estabelecendo relações com os contextos de povoamento que
medeiam o Calcolítico e o final do Bronze Pleno em Portugal, alargando o âmbito das redes
de trocas inter-regionais. É importante salientar que o material da Idade do Bronze Antigo
da Gruta do Morgado adiciona novo material desta fase cronológica na Região do Alto
Ribatejo, até hoje muito pobre de testemunhos da Idade do Bronze que não seja o Bronze
Final: de facto o único contexto do Bronze Pleno suficientemente estudado é o povoado
permanente com vocação agrícola de Casal da Torre – Torres Novas (Carvalho 1999) e
o do Agroal (Lillios 1993). A presença da ponta de seta de tipologia atribuída à Idade do
Bronze (Cardoso 2002: 335 e segundo a sua mais recente síntese 2012b) juntamente com
variadas formas cerâmicas de carena baixa, atribuídas quer a uma fase de transição entre o
Calcolítico e o Bronze Pleno, como no caso do Horizonte de Ferradeira (Cardoso 2002: 321)
(estampa 9:2), quer a horizontes de Bronze Pleno, como o da Atalaia (Cardoso 2002: 339)
com carena muito mais marcada (estampa 10: 1,2,3; estampa 11: 1), permite-nos com mais
segurança atribuir este tipo de ponta de seta às primeiras fases da Idade do Bronze, como
é evidente na maioria dos paralelos para o interior da Peninsula Ibérica (Rovira Llorens,
Montero Ruiz, Consuegra Rodriguez 1997: 19-20). É importante salientar que o material
da Idade do Bronze Antigo da Gruta do Morgado constitui uma novidade que remete estes
contextos para esta fase cronológica na Região do Alto Ribatejo. Assim, na transição do
Calcolítico para a Idade do Bronze, podemos induzir nesta região a existência de uma
grande competição pelo controlo dos recursos que desemboca na fissão social a partir
do II milénio. Partir-se-á, portanto, do princípio que terá havido uma ocupação de terras
habitadas e marginais mas com potencial de caça e agricultura suficiente para desenvolver
uma economia especializada de gado e produtos secundários.
Os dados recolhidos na Gruta do Morgado e nas suas grutas congéneres indicariam
assim uma descontinuidade nos padrões de povoamento, patente no declínio da área
ocupada pelos povoados passando a existir um povoamento disperso e numa substituição
de uma economia de largo espectro por um sistema agro-pastoril especializado e intensivo.
Estes aspectos reflectem-se na substituição das sepulturas colectivas por sepulturas
individuais demonstrando o maior investimento nas áreas de povoamento do que nas áreas
de enterramento, onde se percebe uma continuidade a nível de reutilização das mesmas
zonas e estruturas.
Para as práticas funerárias da Idade do Bronze, o material encontrado na Gruta do
Morgado, embora não muito numeroso, ajuda a completar o panorama que se observa,
no Maciço Calcário, com uma continuidade da prática Neo-Calcolítica de enterramento
nas grutas. Embora o contexto não esteja em condições de perfeita conservação, permite
afirmar com certeza a presença de uma sepultura em contexto primário e, portanto, com
dados suficientemente claros para a sua interpretação.
4. A Concluir
5. Bibliografia
Documentos Electrónicos
RESUMEN
La fundación y la posterior evolución de la ciudad romana de Ercávica presentan algunas claves
relevantes en el estudio de los mecanismos desplegados por Roma en la consolidación de su poder
y en la integración y romanización del interior de Hispania.
El análisis de las características de los orígenes de la ciudad, de los componentes que confluyen
en la concesión del estatuto privilegiado de municipio y de los rasgos típicamente romanos de sus
edificios públicos y privados atestiguados por la documentación arqueológica, permiten profundizar
en los procesos de cambio operados en la Celtiberia meridional, desvelando un intenso grado de
romanización más precoz de lo que generalmente se venía considerando.
ABSTRACT
The establishment and development of the Roman town of Ercavica provides some relevant keys
to study the mechanisms deployed by Rome in the consolidation of its power and in the process of
integration and Romanization of inland Hispania.
The analysis of the city origins features, of the elements that converge in granting the status of
municipium and of the typically Roman characteristics of its public and private buildings, testified by
archaeological research, make possible a closer approach to the changing processes occured in
Southern Celtiberia, revealing an intense degree of Romanization, that was quicker than what had
generally been considered.
169
LOS ORÍGENES DE ERCÁVICA Y SU MUNICIPALIZACIÓN EN EL CONTEXTO...
1 Los resultados de las sucesivas campañas de excavación han permitido confirmar la ausencia de una fase
de ocupación celtibérica en el emplazamiento de la ciudad romana de Ercávica (Rubio, 2004; Rubio y Valero,
2007), situada en el promontorio conocido como Castro de Santaver (Cañaveruelas, Cuenca).
2 La hipótesis de que la Ercávica celtibérica se hallaba en un localización diferente a la de la Ercávica
romana ya había sido apuntada en Bendala et alii, 1986, 132; Fuentes, 1993: 173-174; Burillo, 1998: 222 y
232. También Pina Polo (1993: 85) incluye a Ercávica entre las ciudades refundadas en lugares próximos a
los anteriores asentamientos indígenas que mantienen el topónimo prerromano.
3 En este sentido, la afirmación de Osuna (1997: 171 y 184) –director de las excavaciones en el yacimiento
de Ercávica durante la década de los ochenta e inicios de los noventa del siglo XX- sobre el hallazgo, en el
interior de la basílica romana, de vestigios de ocupación correspondientes a la fase celtibérica de la ciudad,
parecían evidenciar la continuidad del hábitat. Sin embargo, el posterior examen de las estructuras a las que
hacía referencia y de su secuencia estratigráfica respecto a las propias estructuras de la basílica romana,
han permitido confirmar lo desacertado de su identificación, al adscribirse claramente a una fase posterior al
abandono del edificio romano (Rubio, 2004: 217).
4 La propuesta de identificar el asentamiento celtibérico de la Muela de Alcocer con la Ercávica celtibérica la
sugirió Fuentes (1993: 173-174), siendo luego retomada por Burillo (1998: 222 y 232), Valero (1999: 31) y Lorrio
(2001: 127-132). No obstante, persisten algunas dudas respecto a esta identificación debido a la existencia de
dos emisiones monetales con leyenda Erkauika –que se adscriben al s. II a.C.-, de la que se conocen pocos
ejemplares (Gomís, 1995), pero cuya dispersión ha llevado a conjeturar otra posible localización en el valle
del Ebro (Burillo, 1998, en su edición revisada de 2007: 276).
5 Así, por ejemplo, en el caso del oppidum de Toletum, la continuidad en el hábitat habría supuesto el
desmantelamiento del núcleo de población carpetano para superponer la trama ortogonal de la ciudad romana:
Rubio, 2005 y 2008: 138.
que se sucedieron durante los dos siglos en los que se prolongó la conquista de Hispania
generaron un contexto heterogéneo y fluctuante, en el que la situación de cada comunidad
podía variar conforme se vieran afectadas o involucradas en los acontecimientos bélicos
que se sucedieron en la Península en ese período.
En cualquier caso, en lo que se refiere a la modalidad específica de discontinuidad
del asentamiento que mantiene el topónimo indígena, como en el caso de Ercávica,
algunos historiadores habían supuesto que podría haberse producido de forma espontánea
(Abascal y Espinosa, 1989: 28-29, Curchin, 2004: 68), en especial con el final de las guerras
celtibéricas y después de las guerras sertorianas, por la llegada masiva de emigrantes
itálicos, que se habrían aglomerado en nuevos enclaves próximos a núcleos indígenas
importantes (Abascal y Espinosa, 1989: 28). Ahora bien, sin descartar que procesos
espontáneos de este tipo pudieron darse en algunas etapas (en particular en períodos de
inestabilidad política en la propia Roma durante la crisis de la república), las similitudes que
presentan un número importante de ciudades con estas características ha sido interpretada
por otros especialistas como un plan organizado por el estado romano (Bendala et alii,
1986: 128, Pina Polo, 1993 y 2011: 47 ss.).
Ciertamente, la coherencia y las analogías existentes en todas estas fundaciones de
ciudades romanas –situadas en su mayoría en el Valle del Ebro y en la Celtiberia meridional6-,
parecen responder a una actuación planificada por Roma, conforme a un proyecto, más o
menos orgánico, cuyos objetivos se advierten con nitidez: se trataba de la implantación
deliberada de un modelo de ciudad, que propiciaba al mismo tiempo la integración y la
desintegración (Rubio 2008: 130). Es decir, favorecía la integración de poblaciones indígenas
en un contexto urbano romano (no necesariamente con el desplazamiento obligado de
poblaciones mediante contributio), mientras que este proceso de integración precipitaba,
en paralelo, la desestructuración de los modelos organizativos de los centros indígenas
cercanos y su “desintegración” espontánea, al verse eclipsados ante el florecimiento y la
vitalidad de las nuevas ciudades y, por ello, abocados a su paulatino abandono.
En este proceso los nuevos núcleos urbanos asumirían las funciones de control y
administración del territorio adscrito con anterioridad a los antiguos oppida prerromanos. Sin
duda la integración de las élites indígenas en la comunidad cívica de las nuevas fundaciones
resultaría crucial, como también el que emigrantes romanos y, sobre todo, latinos e itálicos
liderarán la organización de la nueva comunidad y exhibieran las formas de vida propias
de una ciudad romana. De este modo, Roma conseguía introducir en estos territorios una
dinámica efectiva, que impulsaría considerablemente el proceso de romanización. De
hecho, la eficacia de este proyecto se constata en su culminación, pues fueron estas nuevas
fundaciones las que con más celeridad consiguieron reunir las condiciones idóneas para su
promoción jurídica7.
6 Los distintos casos son analizados por Pina Polo (1993), con especial atención al contexto del Valle del
Ebro; como también por Caballero (2003: 71 ss.). Más recientemente véase: Pina Polo, 2011, 47 ss., y en
concreto para el área celtibérica meridional: Rubio, 2008 y Lorrio, 2012.
7 En opinión de Abascal y Espinosa (1989: 28) debido a que “albergaban ya ciudadanos romanos e itálicos”.
8 Sobre la cuestión del ámbito territorial sobre el que intervino esta comisión y su ámbito de competencia
véase: Pina Polo (1997, 95 ss.).
9 La posible fundación de la ciudad por Valerio Flaco suele vincularse a los primeros años de su mandato
-entre el 93 y el 81 a.C.-, en los que desplegó una intensa actividad en la región (Larrañaga, 1955; Osuna
et aIii, 1978: 18). La hipótesis de que la celtibérica Belgeda pudiera identificarse con Valeria, propuesta por
Knapp (1977: 19-20), la ciudad en la que Valerio Flaco sofocó una rebelión (Apiano, Ib., 100), entre los años
93-92 a.C., situaría la fundación de Valeria en el 92 a.C. o poco después. Sobre los orígenes de Valeria y
Durante el siglo I a.C. las guerras civiles, que tuvieron en Hispania uno de sus
principales escenarios, resultaron cruciales en la activación de determinados procesos
de cambio en las poblaciones hispanas, en especial, por el incremento de las relaciones
clientelares. A lo largo de las guerras sertorianas la inestabilidad afectó a toda la Celtiberia,
siendo campo de operaciones y zona de paso de los ejércitos. Así lo atestigua Estrabón
(III, 4, 13) que menciona cómo Metelo se habría enfrentado al ejército de Sertorio en esta
región (cerca de Segóbriga y Bílbilis) y a los ataques del primero contra algunas ciudades
celtibéricas. De hecho, el hallazgo de una glans plumbea con la inscripción, Q.SERT.
PROCOS, en el asentamiento celtibérico de Muela de Alcocer (Fuentes, 1993: 174),
atestigua el ataque del ejército sertoriano a la Ercávica celtibérica –asociándose a este
episodio bélico su destrucción y abandono10-, mientras que las ocultaciones de tesoros en
este período en distintos lugares de la Celtiberia meridional (Osuna, 1997: 174) constituyen
un signo inequívoco de la inseguridad provocada en estos territorios por esta contienda que
se prolongó durante diez años (82-72 a.C.).
En el lapso de tiempo comprendido entre el final de las guerras celtibéricas y los
años sucesivos al final de las guerras sertorianas, se produciría la planificación y el inicio de
la construcción de la ciudad romana de Ercávica. Con todo, desconocemos la cronología de
su fundación ex nihilo, que debe adscribirse, al menos, a la primera mitad del siglo I a.C.11
Precisamente la elección de su emplazamiento en una posición dominante sobre el
valle del río Guadiela, con una amplia visibilidad del territorio circundante, y en una ubicación
en altura, sobre un promontorio alargado de laderas escarpadas en la mayor parte de su
perímetro, pone de manifiesto las prioridades que intervinieron en su fundación. Además al
dotar al asentamiento de murallas desde sus inicios se evidencia la importancia del factor
defensivo, al tiempo que denota su carácter estratégico en el proyecto de su génesis y
planificación (Rubio, 2010: 1034). El análisis geoespacial muestra su ventajosa situación
en la cuenca alta del Tajo, como enclave defensivo y de control, en especial respecto a
los territorios situados al norte (por ejemplo, ante eventuales rebrotes de conflictividad en
Celtiberia), y provisto de excelentes vías naturales de comunicación en su entorno.
Por otra parte, como fundación orquestada por Roma, entre las principales motivaciones
de crear un asentamiento de estas características estaría la función integradora, de modo que
sirviera de foco de romanización y estabilización de la región. Y dada la inseguridad reinante
en ese período, se hacía indispensable asegurar su capacidad defensiva, lo que justifica la
elección del enclave en altura, frente a la más habitual ubicación en llanura de las ciudades
romanas. No obstante, el promontorio presentaba una topografía adecuada, pues en la mayor
parte de su superficie predominan las planicies, de modo que se urbanizó con una disposición
óptima del típico entramado ortogonal romano (Rubio y Valero, 2007: 436 ss.).
12 La datación imperial de las inscripciones de Ercávica no permiten asegurar el posible origen latino o itálico
de la onomástica de sus élites, como tampoco de los magistrados monetales que figuran en las acuñaciones
de la ciudad. En cualquier caso, el establecimiento de emigrantes latinos e itálicos en ciudades hispanas
fue en aumento desde mediados del siglo II a.C., siendo especialmente numeroso el grupo de veteranos y
comerciantes (Marín, 1987, Rubio, 1998).
ciudadanía romana-, que pudo obtener el reconocimiento como oppidum de latini veteres
–al que alude Plinio (N.H. III 24)-, incluso con anterioridad a la culminación de su proceso
de integración13 al obtener el estatuto jurídico de municipium en época augustea (Alföldy,
1987: 66-74). Las tres ciudades romanas de la Celtiberia meridional –además de Ercávica,
Segóbriga y Valeria- fueron promocionadas por Augusto como municipia en lo que, a todas
luces, muestra una actuación planificada (Rubio, 2008: 130). Sin embargo, el punto de partida
de éstas difería puesto que sólo los ciudadanos de Ercávica y Valeria son mencionados por
Plinio (N.H. III 24-25) entre los oppida que gozaban del estatuto de latini veteres, siendo
Segóbriga estipendiaria14. Esta disparidad podría estar indicando una condición de latinidad
previa para Ercávica (Rubio, 2004: 218) y Valeria (Gozalbes, 2012: 167), aunque fuera en
un período de transición –quizás en el contexto de las política cesariana15-, respecto a la
etapa en que las tres ciudades confluyeron en acceso a la municipalidad con Augusto.
Fig. 3. Vista aérea desde el noreste del foro y las áreas residenciales excavadas.
13 Según Le Roux (1986: 336) los oppida latina habrían tenido un carácter jurídico y administrativo
reconocido por Roma. Sin entrar en el debate que esta tesis ha suscitado, a mi juicio, esta denominación
tal vez no llegó a constituir una categoría jurídica, pero sí puede reflejar una forma de calificar y distinguir a
comunidades que se encontraban en un proceso de promoción antes de culminar en la concesión del estatuto
de municipium, máxime en esta etapa cambiante del siglo I a.C. en la que aún no se habían consolidado
plenamente determinados modelos de ordenación e integración jurídica.
14 Es bien conocida la controversia existente entre los especialistas sobre la fecha a la que adscribir los
datos de Plinio correspondientes a las tres provincias hispanas; comúnmente se considera que su principal
fuente habría sido las compilaciones recogidas en el censo de Agripa, por lo que la muerte de este último en
el 12 a.C. suele situarse como posible terminus ante quem.
15 Tal vez Ercávica secundó la causa de César en la guerra civil contra Pompeyo, siendo por ello recompensada
con la promoción de la comunidad que luego culminaría el propio Augusto al otorgarle la municipalidad.
correspondiente a los latini veteres que indica Plinio (García Fernández, 1991). Si bien, a
diferencia de Segóbriga y Valeria (del conventus Carthaginensis), Ercávica fue adscrita al
conventus Caesaraugustanus.
Asimismo, con la concesión del estatuto privilegiado Ercávica obtuvo el privilegio de
acuñar moneda16. Se conocen sus emisiones de época de Augusto -las más numerosas-,
de Tiberio y de Calígula, siendo de especial relevancia un singular sestercio en cuyo reverso
están representadas las tres hermanas de Calígula17 y que constituye un unicum en las
acuñaciones hispanas.
Las emisiones de la ceca de Ercávica y su integración jurídica como municipium
están en consonancia con la monumentalización de sus espacios públicos. El foro presenta
una fase augustea18 caracterizada por la construcción de una plaza rodeada de pórticos,
un imponente criptopórtico en el lado oriental, un cuidado enlosado y la incorporación de
al menos dos estatuas ecuestres en su lado norte. A esta primera fase se sucede otra
en el siglo I d.C. –probablemente julio-claudia- en el que se completará el repertorio de
edificaciones forenses con la construcción del conjunto de edificios sedes de la Curia y
de las magistraturas locales en su flanco norte y una basílica monumental en el lado sur
(Rubio, 2004: 222 ss.).
16 La primera emisión de ases y semis augusteos –en cuyo reverso figura la leyenda MUN/ERCAVICA- se
ha datado a partir de los años 17-15 a.C. (Gomis, 1997: 109).
17 Ripollés, 2010: 278. Este reverso es una copia de un sestercio de Roma, cuya única variación es la
inclusión de la leyenda alusiva al municipio ercavicense.
18 Existen claros indicios de una fase anterior en la que el foro estuvo acondicionado como tal, aunque
aparentemente carecía de estructuras monumentales (Rubio, 2008: 132).
a Augusto, al tiempo que resulta elocuente como manifestación precoz de los honores
dedicados a uno de los integrantes de la familia imperial augustea19. Paralelamente, con
estatuas de esta calidad se hacía ostentación del nivel de asimilación de las formas de
expresión públicas propias del imaginario romano. A su vez la cabeza marmórea femenina,
identificada como Agrippina Minor (Osuna, 1976: 152), confirma el alcance del culto imperial
en el municipio20 y la predilección por las manifestaciones icónicas. De hecho, la iconografía
del reverso del sestercio de época de Calígula, ya menciona con anterioridad, revela la
intensidad de las demostraciones honoríficas de la ciudad hacia la familia imperial a lo largo
de la época julio-claudia21.
19 Muerto en plena juventud, en el año 2 d.C., había sido honrado, al igual que su hermano Cayo, como
Princeps Iuventutis. La escultura de Ercávica le representa en su etapa de niñez, en el tipo I de la clasificación
que establece Pollini en su estudio sobre la iconografía de Lucio César y su hermano y Cayo César (1987, 77
ss.), con una cronología entre el 13-2 a.C. En esta etapa se conmemoraría su adopción, junto con Cayo, por
parte de Augusto y sus primeros nombramientos y honores. Al recibir la toga viril en el 2 a.C. ya habría sido
designado como Princeps Iuventutis (Dion Casio, LV, 9-10). Sobre los detalles de la trayectoria de los nietos
de Augusto como herederos véase: Mellado, 2003: 65 ss.
20 Aunque en ámbito provincial, cabe destacar el flamen provincial ercavicense, Marco Calpiano Lupo: CIL
II, 4203.
21 También en la vecina Segóbriga el nutrido repertorio escultórico del foro vinculado a la familia imperial se
adscribe al período julio-claudio: Abascal et alli, 2007: 699.
22 No obstante, si consideramos la cantidad y calidad de los elementos decorativos y de representación del
foro de la vecina ciudad de Segóbriga, mejor preservado, quizás podamos aproximarnos –por las analogías
que presentan ambos municipios augusteos- a lo que pudo ser la decoración del foro de Ercávica en su época
de plenitud. Sobre la decoración del foro de Segóbriga véanse, entre otros: Abascal, Alföldy y Cebrián, 2001,
24 Las pinturas murales corresponden a un zócalo de fondo rojo decorado con un doble filete fino vertical,
en blanco.
2006 y 2010). El énfasis monumental se reserva a sus accesos, puesto que la Puerta
Sur presenta en su lado oriental una torre de gran envergadura construida en opus
quadratum (Rubio, 2006: 189 ss., Rubio, 2010: 1034-1038), mientras que en la vertiente
oriental del promontorio otra torre monumental –también en opus quadratum-, se adscribe
a un acceso en este flanco de la ciudad (Rubio, 2010: 1038 ss.). De hecho, mientras que
otras ciudades del imperio edificaron sus murallas al obtener la promoción jurídica, como
símbolo emblemático de su status privilegiado (Gros, 1992), Ercávica contaba ya con un
recinto amurallado acorde con la dignitas municipal cuando alcanzó este estatuto en época
augustea, etapa en la que pasaría a cumplir una función de prestigio, frente al carácter
defensivo que prevaleciera desde su construcción.
El auge de la ciudad se prolongó a lo largo del siglo I d.C. y la primera mitad del siglo
II d.C., pero en el siglo III d.C. se constata su declive –aunque aún se mantuvo la actividad
pública, a juzgar por la inscripción dedicada por los ercavicenses y por decreto de los
decuriones a un hijo del emperador Galieno (Alföldy, 1987: 67)-. Ya durante el siglo IV d.C.
se advierte el inexorable menoscabo de su sociedad y de su economía, perceptible en el
paulatino abandono de la ciudad (Rubio, 2010: 1031).
El balance de los componentes presentes en Ercávica desde su origen y a lo largo de
su historia revela su evidente romanidad, que en múltiples aspectos resultó precoz, como
también lo fueron Segóbriga y Valeria. Al menos en este ámbito del centro de Hispania
hemos de desechar los tópicos sobre una supuesta romanización tardía y de relativa
impacto25. La temprana municipalización de estas ciudades constituye un signo inequívoco
de su integración, no sólo jurídica y administrativa. Al menos durante la segunda mitad del
25 Los tópicos sobre la romanización en Hispania, frecuentemente basados en planteamientos tradicionales
y generalizaciones, requieren por una parte del análisis de la información concreta que aporta la arqueología
de contextos materiales o culturales específicos y, por otra, de la reflexión desde presupuestos renovados.
Así, entre otros: Fernández Ochoa y Morillo, 2002; Rubio 2008.
siglo I a.C. habían adquirido una imagen plenamente urbana –sobre todo en su edilicia
pública, pero también en la arquitectura doméstica-, haciéndolas firmes candidatas de la
dignitas municipal en época augustea. Y conforme a la tendencia habitual en el contexto del
acceso a la municipalidad, en una dinámica retroalimentada, inmediatamente antes, durante
y después, los espacios públicos, y en especial los foros, se habían monumentalizado y
decorado hasta alcanzar la magnificencia acorde con su estatuto26. Ercávica ostentaba su
romanitas por el empeño y la perseverante intervención de la élite, pero también el conjunto
de la comunidad cívica se incorporaría paulatinamente a los nuevos modos y formas de
vida dominantes en la urbe. Así, los mecanismos de romanización orquestados por Roma
en esta región se demostraron efectivos, pues las tres ciudades que vertebraron el territorio
gozaron desde el cambio de Era de una completa integración en las estructuras del imperio
y, por ello, fueron plenamente partícipes de la cultura romana.
Bibliografía
26 Resulta especialmente elocuente el caso de Segóbriga, en cuyo foro, como ya se ha destacado, se han
conservado numerosos pedestales de estatuas honoríficas (de las que al menos siete eran ecuestres). Es
precisamente en la plaza forense en la que se ha descubierto un excepcional testimonio de evergetismo de un
integrante de la élite local, quien sufraga la pavimentación de la plaza, rememorándose su mecenazgo en una
inscripción en litterae aureae realizada sobre el propio enlosado (Abascal, Alföldy y Cebrián, 2001: 128-129;
Abascal, Alföldy y Cebrián, 2011: 54 ss.). Esta ostentosa manifestación de autorrepresentación datada con
anterioridad al año 15 a.C. (Abascal y Almagro-Gorbea, 2012: 314), emula un formato epigráfico en boga en
la propia Roma en época augustea y del que se conocen escasos ejemplos en Hispania. Véase una síntesis
sobre el tema y los casos conocidos hasta ahora en la Península en Abascal y Almagro-Gorbea, 2012: 316.
Por otra parte, si bien se viene manteniendo la tesis del origen indígena y la condición peregrina del evérgeta
que lo financió (Abascal, Alföldy y Cebrián, 2001: 128-129, Abascal y Almagro-Gorbea, 2012: 314 y 325), éste
pudo ser un integrante de la élite local que gozara de la ciudadanía y de una onomástica con tria nomina,
dado que la fragmentariedad de la inscripción no ha conservado el nombre íntegro (véase al respecto: Rubio,
2008: 134). De hecho, el hallazgo de una necrópolis bajo el circo ha restituido, entre el conjunto de estelas
funerarias, un epitafio dedicado a M. Valerius Spantamicus (Abascal, Alföldy y Cebrian, 2009; Abascal, Alföldy
y Cebrián, 2011: núm. 246), lo que indicaría el uso de este cognomen entre los ciudadanos del municipium
segobricense.
RESUMEN
La realidad histórica de la existencia de un legado épico, homérico concretamente aunque clásico
en última instancia, en la literatura medieval europea, es un hecho más que sabido y tomado como
cierto en los estudios literarios, filológicos e históricos. Pero pocos especialistas han querido ahondar
en el conocimiento de este legado más allá de la visión general del bosque. Por ello, se muestra
y propone en este estudio un breve acercamiento a este hecho desde una perspectiva, aunque
amplia, más cercana y concisa que compara directamente las obras a tratar y que no sólo muestra
la certeza del legado épico clásico en la literatura medieval europea, sino su paso por el tiempo en
forma, contenido, ideología y finalidad fundacional en las mentalidades culturales, tanto antiguas
como medievales.
PALABRAS CLAVE: legado clásico, épica, Homero, literatura medieval, tradición oral.
ABSTRACT
The historic reality of the existence of an epic legacy in European medieval literature, specifically
Homeric although ultimately classic, is a well known fact and considered to be true by literary,
philological and historical studies. However, few specialists have sought to delve into the knowledge
of this legacy further than the general vision. As a result, a short approach is shown and proposed
in this study from a closer and more concise perspective which compares directly the works to be
dealt with and that not only reveals the truth of classical epic legacy in European medieval literature,
also its pass through the time in shape, content, ideology and foundational purpose in the cultural
mentality, both ancient and medieval.
KEY WORDS: classic legacy, epic, Homer, medieval literature, oral tradition
185
UNA VISIÓN DE CONJUNTO: LA ÉPICA HOMÉRICA EN LA LITERATURA MEDIEVAL...
1. Introducción1
1 El presente artículo nace como síntesis expositiva del trabajo de investigación inédito Aproximación a la
tradición épica antigua en la literatura medieval europea, defendido el 28 de junio de 2012, bajo la dirección
de la profesora Gloria Mora (Universidad Autónoma de Madrid). Asimismo, ha de tenerse en cuenta que el
mejor estudio para el conocimiento general de la literatura y su tradición desde el mundo clásico es sin duda
G. Highet, The classical tradition: Greek and Roman influences on western literature, Nueva York, Oxford
University Press, 1949.
poder analizar lo propuesto en este pequeño estudio, es necesario que se presenten ciertas
consideraciones de la obra homérica y su repercusión, especialmente en Roma (sería ésta
la que nos transmitiría realmente la obra de Homero), elementos característicos griegos
que podremos ver perfectamente en los ejemplos analizados de época medieval.
Sobre Homero, partimos de la base de su existencia no entrando aquí en la problemática
“Cuestión Homérica” acaecida en el siglo XVIII que llega hasta nuestros días. Quedémonos,
por lo tanto, con el hecho de que los mismos griegos le situaban en Quíos o en alguna ciudad
de Asia Menor, entre los siglos IX-VIII a. C., fecha en la que se datan también sus obras.2
Por las características que Homero definió para la vida de la literatura épica, se le
atribuyeron obras posteriores que hoy en día han sido descartadas, obras englobadas en
lo que llamamos Ciclo Épico (Epopeyas Tebanas y Ciclo Troyano son las que conocemos
completas), los Himnos Homéricos, la Tebaida, los Cantos Ciprios y la Batracomiomaquia.3
Los elementos que conforman la poesía de Homero son tanto estilísticos, léxicos como
formales (elementos que también veremos en la épica medieval), además de los modelos
de los personajes heroicos.
Inicialmente destaca en la épica griega el uso del hexámetro dactílico, que consiste en
la repetición de un espondeo /- -/ (dos sílabas largas) o un dáctilo /- v v/ (una sílaba larga y
dos breves), seis veces por verso, siendo ésta la forma de crear el ritmo de marcha militar
musicalmente (no olvidemos que eran poemas cantados, los cuales eran entonados con
ritmos que acompañaban la intención del tema).
En segundo lugar destaca el uso necesario de un vocabulario formular, es decir, un
vocabulario que mediante repeticiones ayudase a los aedos a memorizar el poema, como
por ejemplo: “Y respondiéndole le dijo estas aladas palabras...”, o “Tal les dije...”4.
En tercer lugar, el uso de símiles era necesario en un mundo en el que, por lo general
(como pasaría en la Edad Media) la población era analfabeta. Así, mediante el uso de
metáforas y similitudes, el público comprendía la historia contada mediante formas que podía
reconocer de su día a día, sintiéndose identificada y asegurándose así el éxito de poema.
Ejemplos de ello lo tenemos de manera ingente en ambos poemas: “...sin tregua acuciaba a
Héctor el ligero de pies: como cuando un perro hostiga en los montes a una cría de cierva...”5.
Un cuarto elemento esencial que sirvió para la memorización, pero que además era
la base del carácter de los héroes y características de los objetos, fue el uso constante de
epítetos: “las cóncavas naves” o “Aquiles de pies ligeros”6. Finalmente, el uso constante de
descripciones de objetos y situaciones, y gran cantidad de monólogos de personajes como
medio de introducir al oyente en el mundo sensorial y psicológico del que se habla, como
la descripción del escudo de Aquiles en la Ilíada, o los relatos de Odiseo a los feacios en la
Odisea. Hasta aquí, los aspectos formales.
2 Este tema introductorio, del que tratan todos los filólogos clásicos al comienzo de las traducciones de las
obras homéricas, podemos encontrarlo en cualquiera de ellas. Por fortuna, hoy en día se está bastante de
acuerdo en la datación y la autoría de las obras, no ya en la persona de Homero.
3 Estas obras fueron atribuidas a Homero desde épocas muy tempranas (el Renacimiento europeo) por sus
características (partiendo de la base de que Homero fue el único que escribió este tipo de literatura). Hoy en
día, se tiene el consenso de que, si bien alguna pudo ser de Hesíodo, probablemente fueron compuestas por
los Homéricos de Quíos, grupo de rapsodas de los siglo VII-VI a. C. que, siendo fieles seguidores de Homero
y su tradición, cantaban sus versos en banquetes en Atenas.
4 Para las referencias a las obras homéricas, véase: Homero, Odisea, traducción y notas de José Manuel
Pavón, Madrid, Gredos, 2007; Homero, Ilíada, traducción y notas de Emilio Crespo Güemes, Madrid, Gredos,
2007.
5 Homero, Ilíada…, XXII, pp. 188 y 189.
6 Ibid., XVI, pp. 48 y 296.
Sobre los aspectos léxicos, la poesía homérica destaca por un elemento esencial:
la lengua arcaizante y militar. No voy a analizar aquí esta lengua (mezcla de vocablos en
desuso, tanto eolios, áticos como jonios), pero es importante que no perdamos de vista
esta idea porque la encontraremos posteriormente como recurso épico para la literatura
medieval.
Sobre el mundo que se nos presenta en los poemas, la obra de Homero desarrolla
también ciertos elementos fijos que además, muestran la psicología griega de su época: a) la
aparición de los dioses (independientemente de su carácter humano, corrupto y caprichoso)
como los artífices y causantes de todas las acciones de los hombres, es decir, la humanidad
fijada por la voluntad divina (predestinación), y también protegida por ésta (Héctor protegido
por Apolo; Odiseo protegido por Atenea); b) la seguridad y conciencia de los héroes sobre
el fracaso de su destino que se tornaría siempre a la muerte; c) la exposición de una época
remota de un pasado mítico, un pasado heroico y magnífico que siempre fue mejor y que
conforma la historia mítica fundacional de los pueblos de Grecia y del carácter heleno; d)
la heroicidad y valentía de los personajes, cuya meta es el honor y la vida tras la muerte
al dejar un recuerdo glorioso; e) héroes que a pesar de hacer hazañas inimaginables son
humanos, sufren y lloran como los oyentes de los poemas y son conocidos y descritos por
sus pensamientos, sentimientos y hazañas, no existiendo ninguna descripción física real
por parte del narrador, el cual es omnisciente; f) mujeres ejemplares, tanto de la perfección
como de la corrupción y maldad (Penélope y Helena).
Todos los elementos aquí mostrados confluyen en un hecho único que caracteriza la
épica griega: su carácter didáctico y moralizante.
La obra de Homero y su épica, como sabemos bien, fue heredada por los mismos
griegos (no sólo a través de los Homéricos de Quíos) en épocas posteriores, siendo
destacables la obra de Hesíodo más o menos un siglo después7, y las Argonáuticas de
Apolonio de Rodas en época helenística (siglo III a. C.)8.
Pero si la obra de Homero y sus características han llegado hasta nuestros días es
gracias a Roma, y en primer lugar a la recreación y traducción de la Odisea por Livio
Andrónico en su Odusia (siglo III a. C.), Nevio por su obra épica Bellum Poenicum (siglo II
a. C.), y Ennio por sus Annales (siglo II a. C.)9.
El punto culminante de la poesía épica latina que bebió y mantuvo las formas homéricas
fue Virgilio en época augustea con su Eneida10, obra esencial que toma directamente ya no
la Ilíada pero sí la Odisea de Homero, en los hechos acaecidos a Eneas en su periplo hacia
la Península Itálica.
Odiseo fue el giro esencial que se heredaría posteriormente en época medieval para
los héroes (cambio que ha supuesto constantes debates y dudas sobre la autoría de esta
obra), un héroe cuyas características se definirían de la siguiente manera: dentro de su
valentía en la guerra, Odiseo era el ejemplo de la inteligencia y la astucia, pero en su periplo
7 Tanto en sus Erga como en Teogonía y el Escudo, además de otros poemas de los que sólo tenemos
fragmentos. Toda su obra se encuentra recogida en la traducción (con introducción y notas) de A. Pérez
Jiménez y A. Martínez Díaz, Barcelona, Gredos, 2006.
8 Véase: Apolonio de Rodas, Argonáuticas, traducción de Máximo Brioso, Madrid, Cátedra, 2008.
9 C. Codoñer, Historia de la literatura latina, Madrid, Cátedra, 2011, pp. 13-22. Livio Andrónico fue
tremendamente criticado por sus coetáneos ante su supuesta traducción, ya que no era sino una reinterpretación
del autor en latín y en versos saturninos. Nevio (que también escribió en saturninos) y Ennio (que escribió en
hexámetro dactílico) fueron reconocidos como los padres de la literatura latina y la épica romana.
10 Para las referencias a la obra virgiliana véase: Virgilio, Eneida, introducción, traducción y notas de María
D. N. Estefanía Álvarez, Barcelona, Bruguera, 1968.
Ya desde época clásica, la supuesta historia pasada griega que contaba Homero en
sus obras era negada y rebatida por eruditos helenos como Tucídides13. Pero además,
la existencia y misma autoría del poeta épico comenzaría a ser objeto de duda para los
mismos griegos desde el siglo IV a. C., siendo tema de pugna la autoría de los poemas del
11 Estos son puntos claves que se ven perfectamente en Odiseo inicialmente, ya que está obligado a seguir
adelante en su periplo a pesar de haber encontrado una nueva vida al lado de la maga Circe y de Calipso,
lo que le obliga a volver a abandonar lo construido para seguir con su destino. En Eneas se desarrolla
esencialmente el carácter penoso y débil del héroe que se va endureciendo frente a las adversidades, y que,
al igual que Odiseo, debe seguir su destino abandonando la nueva vida que consiguió construir al lado de la
reina Dido.
12 Sobre el caso próximo-oriental, destaca el estudio introductorio y la edición de F. Lara Peinado, Poema
de Gilgamesh, Madrid, Tecnos, 2005.
13 Véase: Tucídides, Guerra del Peloponeso, introducción, traducción y notas de J. J. Torres Esbarranch,
Barcelona, Gredos, 2006, I, pp. 1-156. La crítica de Tucídides se basa en la negación del componente mágico
y mítico de los poemas homéricos, aludiendo a la voluntad humana para el desarrollo de las acciones, y por
lo tanto, de la historia.
Toda la tradición literaria griega recayó en las manos de Roma, la cual, además de
mantenerla mediante copias, reediciones y reinterpretaciones durante el Imperio, creó la
suya propia como imitatio de la primera (aunque el componente etrusco en la literatura
romana fue esencial)18.
El momento clave, y que conformaría el pasado más cercano de la posterior literatura
medieval, sería la ruptura de la unidad mediterránea bajo la mano romana. Con la ruptura
entre Oriente y Occidente (395 d. C.), la cultura clásica preludiaba la división cultural que
comenzaba en estos momentos caracterizada inicialmente por la instauración de dos
lenguas predominantes diferentes: en Oriente el griego con capital en Constantinopla, en
Occidente el latín con capital en Roma. Pero el paso decisivo que conllevó la perdida de
la herencia clásica en el Medievo occidental fue la caída de la Roma occidental en 476 d.
C. con la deposición de Rómulo Augústulo, y la imposibilidad manifiesta de esta parte del
Imperio de recuperarse.
14 De todo ello se trata en la introducción la Ilíada traducida por Juan B. Bergua, Madrid, Ediciones Ibéricas,
1965 (entre otros).
15 P. Carlier, Homero, Madrid, Akal, 2005, pp. 54-60; J. Signes Codoñer, Escritura y literatura en la Grecia
Arcaica, Madrid, Akal, 2004, pp. 243 y 244; L. Gil Fernández y F. Rodríguez Adrados, Introducción a Homero,
Madrid, Guadarrama, 1963, pp. 114-117.
16 A pesar de que Carmen Codoñer también ilustra sobre el tema, el origen y evolución de la literatura
romana desde la griega es magníficamente estudiado por Von Albrecht en su Historia de la literatura romana,
2 vol., Barcelona, Herder, 1999.
17 Véase: Ovidio, Metamorfosis, traducción de Ana Pérez Vega, Barcelona, Bruguera, 1983. No son sólo
poesía, sino que los mitos mostrados de manera independiente se unen en un unicum cronológico cuya
finalidad es la creación de una nueva historia de Roma, nuevamente en poesía épica.
18 A. Moreno Hernández, “La literatura latina y sus modelos griegos: época imperial”, en Antiquae Lectiones.
El legado clásico desde la Antigüedad hasta la Revolución Francesa, Codoñer y Martínez (eds.), Madrid,
Cátedra, 2005, pp. 102-108.
La realidad histórica indica que a pesar de todo, en Occidente, bajo el reinado del rey
ostrogodo Teodorico en Rávena, el intento de mantener la cultura grecorromana estaba
presente con la inclusión en la corte bárbara de Boecio y Casiodoro (este último, fundador a
mediados del siglo VI d. C. de Vivarium como centro de copia y conservación de la literatura
grecorromana). Pero el problema real impediría la difusión de esta cultura: la desaparición de
la unidad física de la población, afincada en pequeños reductos militares fronterizos donde
la cultura bárbara era la dominante, y donde generalmente primaba el mantenimiento de
las necesidades básicas de la sociedad general. La vuelta a este mundo de subsistencia en
la mayoría de Occidente (menos en las cortes) no permitió el desarrollo de la educación en
los modelos clásicos basados en la paideia griega, por lo que la consecuencia no puedo ser
otra que la desaparición de la misma, sólo mantenida por las copias de los monasterios (los
cuales sólo mantuvieron las obras de carácter religiosos, catequético y pastoral en los siglo
VI-VII d. C.), pero sin ninguna difusión o de tipo religiosa. Sólo Grecia e Italia quedarían
como reminiscencias de un pasado clásico perdido.
En Oriente, como sabemos, la situación fue completamente diferente. El intento de
mantener la cultura clásica fue ligado a la facilidad que implicaba el uso de la misma lengua
griega, por lo que los clásicos griegos se podían leer y estudiar sin dificultad, lo que ayudaba
a su difusión.
Asimismo se creó la Universidad, un centro de estudios de Gramática, Retórica, Filosofía
y Derecho basado en la paideia, gracias a la cual se instaura la educación mediante trivium
y quadrivium19 , lo cual, unido a las frecuentes traducciones del griego por los árabes desde
el siglo VII d. C., terminaron por afianzar la cultura grecorromana, además de traspasarla a
las nuevas lenguas como el árabe20. Pero el factor más importante de esta parte del Imperio
(el único Imperio Romano ya, de hecho), fue la cohesión física que consiguió mantener,
cohesión que permitió el mantenimiento de la economía imperial, la educación y la difusión.
19 C. Codoñer Merino, “El trivium y el quadrivium”, en Antiquae Lectiones…, pp. 159-165.
20 D. Plácido Suárez, “La ruptura de la unidad cultural del Mediterráneo”, en Antiquae Lectiones…, pp. 153-
158.
21 Véase: Cicerón, El Orador, Madrid, CSIC, 1992, pp. 4 y 5.
22 A. Bravo García, “La tradición directa de los autores antiguos en Época Bizantina”, en Itinerari dei testi
antichi, Roma, 1991, pp. 7-27.
23 P. Conde Plácido, “La transmisión de la cultura clásica en los monasterios”, en Antiquae Lectiones…, pp.
189-195.
24 La controversia que siempre ha suscitado la hipótesis sobre la existencia de varios renacimientos a lo
largo de la historia se estudia magníficamente en M. Ríu, La Alta Edad Media: del siglo V al sigo XII, Esplugues
de Llobregat, Montesinos, 1989, pp. 9-25.
25 M. A. González Manjarrés, “Los renacimientos medievales”, en Antiquae Lectiones…, pp. 196-202.
26 No es cuestión aquí de hablar sobre el nacimiento de toda la literatura europea en época medieval
(excepto los casos que serán explicados más adelante), desde el punto de vista de la herencia épica clásica.
Pero para conocer el origen de la literatura en Europa, véase D. Brewer, “Medieval european literature”, The
new pelican guide english literature. 1, Medieval literature. Part two: The European Inheritance, Borin Ford
(ed.), England, Penguin Books, 1983, pp. 41-81.
1. Comenzando por la tradición homérica, ya hemos podido ver cómo ésta comienza
ya en época arcaica romana con Livio Andrónico, Nevio y Ennio, y se define finalmente en
época augustea con Virgilio y Ovidio (entre otros). A pesar de pertenecer a la Antigüedad,
la obra que más repercusión tendría para la posteridad medieval fue la Ilias Latina (siglo I
d. C.), un resumen de la obra homérica en 1.700 versos (la Ilíada tiene 15.690 versos) por
un autor que hoy en día sigue sin conocerse28.
Posteriormente se desarrolla las Periochae de Ausonio (siglo IV d. C.)29, donde la
tradición homérica se mantiene también como resumen.
De un autor desconocido tenemos su Excidium Troiae (siglo V d. C.)30, donde se
mantiene la narración del exilio de la guerra de Troya, pero introduciendo el ordo naturalis
para darle forma temporal desde el principio hasta el final.
A partir de este momento y hasta mediados del siglo XIII, no tenemos noticias de
27 El ordo naturalis lo impregnaba todo para los eruditos (eclesiásticos) de la Edad Media, un ordo que sólo
podía tenerse si los hechos eran contados como habían sucedido y en el orden en el que habían sucedido. Si
no, se convertía en un ordo artificialis que no era obra de Dios. Sobre este tema en la literatura medieval: R.
Barthes, La aventura semiológica, Barcelona, Paidós, 2009, pp. 113-214.
28 Las hipótesis que se barajan sobre su autoría se basan en una inscripción en griego, encontrada en Licia
de Tlos, en la que se da la autoría de esta obra-resumen a P. Baebius Italicus. Lo referente a este tema se
puede encontrar en la introducción que da de su traducción Mª Felisa del Barrio en La Ilíada Latina. Diario de
la guerra de Troya de Dictis Cretense. Historia de la destrucción de Troya de Dares Frigio, Madrid, Gredos,
2001.
29 Véase: Ausonio, Obras, Madrid, Gredos, 1990.
30 Véase: V. K. Whitaker (ed.), Excidium Troiae, USA, Kraus Reprint Co., 1971.
escritos sobre la guerra de Troya (cosa que también sucede en la tradición anti homérica,
como veremos), probablemente por la condición histórica europea de la caída del Imperio
Romano de Occidente y las posteriores conquistas bárbaras y árabes (en la Península
Ibérica). A través de las obras en lenguas vernáculas que tenemos de época medieval
(a partir del siglo X-XI principalmente), se piensa que en este período de seis siglos se
desarrolla la tradición oral que posteriormente se pasaría al soporte escrito, dándonos
como ejemplo La Peregrinación de Carlomagno, Cantar de Mío Cid, Chanson de Roland,
Beowulf, Nibelungenlied, o Sir Gawain y el Caballero verde (dentro del ciclo épico artúrico
inglés), entre otros, obras que coinciden en fecha con la vuelta a la escritura de obras sobre
la Ilíada de Homero (algunos de estos ejemplos se verán más adelante como ejemplos de
la herencia épica homérica en la literatura vernácula europea).
Así, a mediados del siglo XIII, aparece el Libro de Alexandre31, una poesía narrativa
clerical hispánica que cuenta la vida de Alejandro Magno de manera “medievalizada”, además
de incluir pasajes de la guerra de Troya tomados de la Ilias Latina y del Excidium Troiae.
También del siglo XIII encontramos la Grand General Estoria de Alfonso X el Sabio32,
obra concebida como gran enciclopedia de la historia, pasando por el mundo greco-latino
y judeo-cristiano.
Finalmente y a partir del siglo XIV, encontramos el comienzo de la época de la
traducción literal y completa de la Ilíada de Homero como preludio del Renacimiento
incipiente. Así, en este mismo siglo tenemos varias traducciones de Leoncio Pilato del
griego (su lengua materna) al latín, por encargo Boccaccio y por encargo de Petrarca, y ya
en el siglo XV, la traducción de P. C. Decembrio del griego al latín (la cual dedicó y envió a
Juan II de Castilla)33, siglo en el que también se hace la traducción de la Ilíada homérica por
Juan de Mena al castellano34, traducción en la que introduce elementos de la Ilias Latina, y
abundantes escolios y ampliaciones para mejorar su entendimiento.
Cuando la caída de Roma es inevitable, el latín seguía siendo la lengua hablada por la
población. Pero tras estos momentos de esplendor y con la falta existente de educación, su
práctica se fue “vulgarizando” unido al aumento de las lenguas bárbaras y autóctonas, como
hemos visto. Así se crean, por lo tanto, las lenguas vulgares (habladas por el “vulgo”) dejando
el latín de uso exclusivamente intelectual, estudiado y mantenido por los eclesiásticos.
Con el aumento constante del uso de las nuevas lenguas vulgares (las cuales
pasarían a ser propias de las diferentes naciones, y por lo tanto, vernáculas)40, el traspaso
de la tradición oral a éstas fue necesario, una tradición oral que hoy en día se determina
practicada en verso (entre otras cosas, al igual que en la Antigüedad, sus fórmulas permiten
giros y memorizaciones, ritmos y sonidos que serían imposibles en prosa).
No sabemos por qué ni cuando exactamente se pasaron las primeras tradiciones
orales al formato escrito, puesto que los ejemplos que tenemos y veremos a continuación
son copias posteriores, pero lo cierto es que estas obras, consideradas de carácter nacional
y patriótico, fueron las primeras escritas ya en las lenguas vernáculas propias de cada ámbito
geográfico excepto en el caso español, donde los primeros escritos fueron las jarchas41.
de estas obras al castellano en La Ilíada Latina. Diario de la guerra de Troya de Dictis Cretense. Historia de la
destrucción de Troya de Dares Frigio, Madrid, Gredos, 2001.
36 Véase: E. Baumgartner, “Benoit de Sainte-Maure et l´uevre de Troie”, en The Medieval “opus”: imitation,
rewriting and transmission in the French tradition, Sympoisum held at the Institute for Research in the
Humanities, University of Wisconsin-Madison, 1995, pp. 15-28.
37 Véase: M. Marcos Casquero (ed.), Historia de la destrucción de Troya, Madrid, Akal, 1996.
38 Destaca muy especialmente: D. Catalán, Tradición manuscrita de la crónica de Alfonso XI, Madrid,
Gredos, 1974.
39 Sobre el tema de la materia troyana destaca: F. Crosas López, De diis gentium: tradición clásica y cultura
medieval, Northern Virginia, Lang, 1998, pp. 28 y ss.
40 Es muy interesante el estudio sobre este traspaso de la lengua de manera progresiva, y el intento fallido
de la Iglesia por mantener el latín y las formas “no folklóricas” en la sociedad, a la que progresivamente se la
toma de salvaje. Para ver este surgimiento y cambio lingüístico: C. Hernández, “Poesía lírica de la Península
Ibérica: la poesía hispanoárabe”, en Lírica románica medieval, Fernando Carmona, Carmen Hernández y
José A. Trigueros (eds.), Murcia, Universidad de Murcia, 1986, pp. 243-308; para el estudio del folklore como
formante de la sociedad y su literatura: J. J. Prat Ferrer, Bajo el árbol del paraíso: historia de los estudios sobre
el folklore y sus paradigmas, Madrid, CSIC, 2008, pp. 15-18.
41 Existe gran cantidad de estudios sobre la literatura medieval española, en concreto sobre las jarchas,
Dentro de la poesía épica (ya que es el tema de este estudio y la lírica europea
medieval es inmensa), prima la importancia de los cantos de gesta (España y Francia), y
los lays herederos de los ciclos o sagas épicas germánicas (Inglaterra), los cuales tienen
características similares e iguales en muchos casos, lo que indica la herencia desde la
misma tradición homérica, además de la forma simbiótica entre estos cantos mismos.
Las características que encontramos en estos cantos épicos son, como se determinan
a continuación, las mismas que ejemplificaron las obras de Homero, teniendo asimismo las
mismas funciones:
pero para este estudio he utilizado J. M. Solá-Solé, Las jarchas romances y sus moaxajas, Madrid, Taurus,
1990. Sobre la coincidencia y relación entre las jarchas mozárabes españolas y las chansons de femme
francesas (y la literatura hispánica medieval en general): M. Frenk, Poesía popular hispánica: 44 estudios,
México, Fondo de cultura económica, 2006, pp. 527-531.
Pero dentro de todos estos elementos, priman dos finalidades esenciales en estos
cantos épicos al igual que en la épica grecorromana: la necesidad de creación de una historia
fundacional (que se remonta al pasado mítico), y la función didáctica de la historia como
elemento moralizante y educativo de la sociedad que lo escucha y lee (en la Antigüedad era
el sentimiento cívico; en el Medievo es la educación religiosa).
● Encontramos una España aún no formada, donde las autonomías aún son los reinos
que luchan contra la conquista árabe, una época más o menos datada a principios del XI d.
C. por la fecha del personaje real del Cid (1043-1099). Así encontramos en la obra homérica
y virgiliana un pasado remoto pero todo el mundo conoce, en el que Grecia y Roma aún
estaban formadas más que en comunidades culturales.
● Por los datos que sabemos de las fechas a las que se aluden, los hechos que se
narran en el poema tienen una base de verdad, pero otros elementos que fueron añadidos
42 Las referencias a la obra del Cid están basadas en: Anónimo, El Cantar de Mío Cid, introducción por
Paula Arenas Martín-Abril, Madrid, EDIMAT, 2008.
43 Se dice que lo “copió” a pesar de que en la inscripción dice que lo “escrivió” puesto en la España
medieval, “escrivir” era en realidad “copiar”. Sobre los problemas de la datación y las posibles amanuenses:
A. Deyermond, El “Cantar de Mío Cid” y la épica medieval española, Barcelona, Sirmio, 1987.
“I se echava Mio Cid después que fo cenado, un sueno l´prisó dulce, tan bien se adurmió.
El ángel Gabriel a él vino en suenno: Cabalgad, Mio Cid, el buen Campeador, ca nunqua
en tan buen punto cavalgó varón; mientra que visquiéredes, bien se fará lo to; Quando
despertó el Mio Cid, la cara se sanctigó; sinava la cara, a Dios se acomendó”48.
La herencia épica griega es clara en este poema viendo estos ejemplos, aunque no
sabemos exactamente cómo pudieron llegar a la Península Ibérica del siglo X-XI, a no ser
que fuese por medio de los hebreos y árabes que conocían las obras homéricas, siendo los
que las introdujeron en la Península a través de sus traducciones y su propia tradición. Estos
problemas han llevado a las consideraciones sobre la posible relación entre la Chanson de
Roland y el Poema de Mío Cid por sus similitudes49, aunque son elementos no constatados
que desentierran sentimientos nacionalistas poco objetivos en los especialistas50.
Otro de los problemas que se plantean es si el Cantar de Mío Cid pertenece al Mester
de Juglaría o al Mester de Clerecía, teniendo en cuenta la temática caballeresca, las
desigualdades en su forma, y la geografía y leyes que presenta51.
En cualquier caso, la función y finalidad del poema en su versión escrita (porque
sin duda su origen es oral), y únicamente dentro de los parámetros que aquí se están
midiendo (no olvidemos que este poema es muy complejo, por lo que su simbología y
función van mucho más allá) es clara: la educación social en la religión cristiana, mostrando
los modelos perfectos de hombre (militar, valiente, fiel a la corona) y mujer (casta, pura,
religiosa, etcétera.).
49 Sobre la problemática de las herencias literarias medievales entre las diferentes naciones: F. Rico, Historia
y crítica de la literatura española: 1/1 Edad Media, Barcelona, Crítica, 1991, pp. 52-70.
50 Sobre la originalidad del poema del Cid y su importancia en la literatura europea medieval, Menéndez Pidal
es sin duda en mejor especialista, aunque sin olvidar la antigüedad de sus investigaciones y las pesquisas
actuales.
51 Introducción de Paula Arenas de la edición de EDIMAT, 2008.
52 Para el análisis de esta obra: Anónimo, Chanson de Roland, traducción de Juan Victorio, Madrid, Cátedra,
2010.
53 Mantenemos hoy en día varias copias de la Chanson de Roland, pero la más perfecta y antigua de todas
es la conservada en la Biblioteca Bodleiana de Oxford (manuscrito Digbi 23), escrita en anglo-normando.
del siglo VI d. C. (por la veracidad de ciertos personajes como el rey de los geatas Hygelac,
muerto en el 521, o el rey de Dinamarca, Hrothgar, que reinó a finales del siglo V d. C.), y
cuya copia conservada actualmente, es del siglo X59.
El poema que tenemos entre manos no es, de hecho, inglés, sino que a pesar de
estar escrito en lo que se llama “antiguo inglés” y a pesar de haberse encontrado en Gran
Bretaña, se trata de un lays (historias cortas épicas) de tradición y herencia germánica que,
probablemente, se transmitió de forma oral hasta su puesta por escrito60.
Del poema del Beowulf, he de decir que pocos ejemplos se pueden poner sobre su
herencia directa de la épica homérica61, ya que su evolución desde las tradiciones épicas
germánicas es muy compleja y evidente62: aparecen varios lays que previamente eran
independientes conformando esta obra, como la leyenda de Segismundo, la de Parzival,
tradiciones danesas, tradiciones francas, tradiciones suecas y tradiciones normandas. Pero,
a pesar de todas las aglomeraciones que tenga esta obra, y aunque no sepamos de dónde
pudo venir la formación épica germánica que toman los ingleses, no se puede negar que sí
existen ciertas similitudes entre la obra de Homero y el Beowulf.
La obra del Beowulf, a grandes rasgos, muestra la historia de la grandeza germánica
a través de las tradiciones que heredaron los colonos germanos asentados en el sur de
Gran Bretaña; por eso lo encontramos aquí. La historia de centra en la vida de Beowulf63
en dos tiempos: en su juventud64, como sobrino de Higelac de los geatas, Beowulf debe
dirigirse a Dinamarca para librar al rey Hrothgar de los ataques de un monstruo, Grendel.
Cuando consigue acabar con él, se enfrenta también a su madre en la cueva que les servía
de cobijo, cueva en la que encuentra grandes tesoros que se lleva a su patria. Por librar al
reino de Dinamarca de los monstruos, Beowulf es alabado por sus compañeros como el
mayor héroe. El segundo momento comienza con la ancianidad65 de Beowulf, el cual heredó
el trono de los geatas de su tío: aquí, cincuenta años después, Beowulf se ve obligado a
luchar contra un dragón que asola sus tierras porque un vasallo ha robado su tesoro; pero
en la lucha contra el dragón, Beowulf es herido y muere, siendo honrado con un funeral y
quemado en un pira.
A pesar de que esta división puede parecer banal para el estudio que aquí se propone,
es ciertamente un hecho que debe ser tenido en cuenta aunque no se vaya a tratar, y es
que para la comprensión básica de la herencia épica antigua en Beowulf, debemos tener
presente que: por un lado, y según estas divisiones que podrían ser oídas y leídas como
literarios ingleses. Edad Media, J. F. Galván Reula (ed.), Madrid, Cátedra, 1985, pp. 17-42.
59 Todo lo que tenga que ver con la datación de este manuscrito, la obra especializada es C. Chase, The
dating of Beowulf, University of Toronto, 1997.
60 A. Bravo García, Los lays heróicos y los cantos épicos cortos en inglés antiguo, Oviedo, Universidad de
Oviedo, 1998.
61 Se barajan teorías y afirmaciones de la absoluta imposibilidad de que el Beowulf tenga alguna similitud
con las obras homéricas, según expone Susana Onega.
62 Sobre las historia épicas germánicas y escandinavas que se concentran en el texto, ver V. Millet, Héroes
de libro: poesía heroica en las culturas anglogermánicas medievales, Santiago, Universidad de Santiago de
Compostela, 2007, pp. 64-90.
63 Este personaje no se ha constatado históricamente, por lo que no se sabe si fue real o no. De hecho,
incluso su nombre es controvertido ya que es un nombre parlante: “beo-wulf” es la construcción arcaica de
“bee-wolf” (“lobo de las abejas”), es decir, “oso” (el oso en la historia germánica era el símbolo del perfecto
guerrero): F. Galván, Literatura inglesa medieval, Madrid, Alianza, 2001, pp. 36-38.
64 Cantos I-XXIV.
65 Cantos XXV-XLIII.
66 J. Spielvogel, Historia universal: Civilización de Occidente, Tomo 1, México D. F., Cengage Learning
Editores, S. A., 2010, pp. 278-281.
67 Basándome en todos los datos dados hasta ahora de este texto, defiendo la teoría de que el Beowulf fue
una tradición oral fundacional germana (o varias reunidas en un sólo relato), llegada a Gran Bretaña entre
los siglos V y VI d.C. (a juzgar por las fechas de los personajes históricos atestiguados y por las fechas de
entrada de germanos en Gran Bretaña), y cuya puesta por escrito habría sido realizada en un monasterio
anglosajón (guardianes de la escritura y los saberes, como se ha visto anteriormente, tras la caída del Imperio
Romano) entre los siglos VIII y IX (por ser los siglos de comienzo de conquista cristiana en tierras británicas,
y porque, si la copia más antigua que conservamos hoy en día es del siglo X, su definición por escrito tuvo
que ser anterior). Sobre su casi necesaria puesta por escrito en un monasterio se puede barajar la idea de la
composición en época de Beda el Venerable (siglos VII-VIII d.C.), pero son fechas que parecen demasiado
tempranas. En cualquier caso, los elementos épicos antiguos son, en mi opinión, más que evidentes, por
lo que la posible consecución de hechos arrojaría luz sobre la tradición germánica que muestra el poema,
la tradición antigua y clásica que desprende, y la tradición cristiana que subyace: la primera tomada del
relato original, la segunda transmitida (posiblemente) a través de los saberes clásicos custodiados en los
monasterios a la hora de ponerla por escrito, y la tercera como consecuencia de una perversión del original
para el adoctrinamiento cristiano transmitido también a través de su puesta por escrito en el monasterio.
68 Canto III.
69 Canto XX.
Con todo ello, queda expuesto el hecho de que Beowulf, supone un hito en el patriotismo
germánico medieval, el ejemplo de la gloria y la heroicidad trágicas y sacrificadas por su
pueblo, el modelo de sociedad medieval germánica, el punto culmen del pasado heroico
glorioso, al igual que lo fue la Ilíada de Homero.
A través del estudio general aquí presentado, nacen cuestiones e inquietudes que de
forma más o menos segura, han encontrado una respuesta o, por lo menos, visos de cierta
aclaración. En primer lugar, mi decisión de tomar los poemas El Cantar de Mío Cid, Chanson
de Roland y Beowulf como los ejemplos medievales para el análisis de este estudio no sólo
se ha debido a cuestiones de extensión, sino a la generalizada cercanía y conocimiento
de los mismos que permite una mayor y mejor compresión de lo que he querido transmitir
(aunque en ningún caso estos poemas son los únicos medievales que muestran herencias
épicas antiguas). Como se ha podido ver, las características e historia de cada uno de los
poemas son únicas, lo que nos devuelve la mirada a la realidad histórica de cada uno de
ellos como factor propio y fundamental de creación, pero es inevitable, según los ejemplos
mostrados, ver unas pervivencias épicas muy marcadas que fueron definidas por la tradición
griega, unas pervivencias que nos plantean la principal cuestión: ¿cómo han llegado hasta
la poesía épica medieval europea? Para intentar responder a esta pregunta u ofrecer una
teoría plausible, hay que tener presentes tres elementos determinantes: el primer lugar,
70 Los ejemplos de estas herencias son ejemplares a lo largo de toda la investigación de J. Walton, V.
Matthews y M. Chavalas, Comentario del contexto cultural de La Biblia: Antiguo Testamento. El trasfondo
cultural de cada pasaje del Antiguo Testamento, Texas, Mundo Hispano, 2000.
71 Véase: F. Lara Peinado, Enuma Elish: poema babilónico de la Creación, Madrid, Trotta, 1994.
la tradición oral propia de cada población y región geográfica, la cual ha podido generar
una tradición épica medieval de grandes similitudes con la antigua por pura coincidencia;
en segundo lugar, las evidentes relaciones existentes entre los poemas analizados como
fruto de su oralidad, relaciones que crearon “contaminaciones” entre los textos del Poema
de Mío Cid y la Chanson de Roland, y a lo mejor entre el Beowulf y la Chanson de Roland
si tenemos en cuenta que en el poema anglosajón existen tradiciones francas. Un ejemplo
esencial dentro de estas posibles influencias es el hecho de que los héroes protagonistas
de las tres obras tienen personificadas sus espadas con nombre propio: Tizona (la espada
del Cid), Munjoie (la espada de Roldán), y Hrunting (la espada de Beowulf). En tercer lugar,
la importancia de los monasterios como lugar de creación por escrito, copia y conservación
de estos poemas de manera casi obligatoria, hecho que junto con las labores doctrinales
cristianas sobre la población (donde el poema anglosajón sería un ejemplo de muchos)
generaron las intromisiones ya comentadas. Pero fue en estos mismos monasterios donde
también se guardaron, copiaron y estudiaron la mayor parte de los textos clásicos que
conservamos hoy en día, por lo que se puede apuntar que, si fueron los monasterios los
lugares de creación por escrito de estos poemas a partir de la caída de Roma y en el
período de la Tardo Antigüedad, tuvieron que ser estos, con bastante seguridad, los que
transmitieron la tradición épica antigua a la literatura épica medieval (por lo menos a la hora
de fijarla por escrito). En el caso castellano, es una posibilidad más a añadir aparte de la
entrada de la tradición épica clásica gracias a los árabes.
Partiendo de la base, pues, de la imposible negación de una herencia épica antigua
en la épica medieval tal como se ha presentado, cabría recopilar y destacar nuevamente los
dos ejemplos textuales que, en mi opinión y dejando aparte todos los demás, son los más
importantes de los encontrados en este análisis: en primer lugar, el símil creado, tanto en la
Chanson de Roland como en el Beowulf, sobre los versos 188 y 189 del Canto XXII de la
Ilíada. Así, mientras que en la obra homérica encontramos “...sin tregua acuciaba a Héctor
el ligero de pies: como cuando un perro hostiga en los montes a una cría de cierva...”, en
la Chanson de Roland vemos “Así como los ciervos huyen ante los perros, así huyen los
paganos cuando ven a Roldán”, y en el Beowulf “Ni siquiera el ciervo de poderosos cuernos,
al huir por el bosque de la persecución de los perros, osa sumergirse en las aguas...”. El
segundo ejemplo que quiero destacar nuevamente es el referido a los barcos en la Ilíada:
así como en la obra homérica encontramos “las cóncavas naves”, en el Beowulf vemos “...
curvo navío...”. Teniendo presente lo que se ha dicho hasta ahora sobre la problemática
que suponen estos poemas por sus diferentes y complejas tradiciones orales y por sus
diferentes y complejas culturas, ¿por qué utilizar estos símiles, entonces, y no otros? En
mi opinión, no existe la menor duda de que estas expresiones fueron tomadas de la obra
homérica o influidas por la misma, lo que evidenciaría que era más que conocida en cierto
ámbito, el monástico, lo que nos vuelve a remitir a una creación por escrito de los poemas
medievales en los monasterios donde se guardaban las obras clásicas, y donde existía, por
lo tanto, un ejemplo de épica a seguir, la homérica.
Fuera del ámbito medieval y a pesar de parecer perdida, la épica fue mantenida en
copias y reinterpretada por la nueva Europa desembocando en un Renacimiento en el
que la fuerza del resurgir clásico no tuvo parangón, unido a las nuevas realidades que se
presentaban en el Viejo Continente. Así, encontramos que la literatura clásica se convierte
en el canon de factura textual, el único ejemplo a seguir con ciertas novedades: las lenguas
vernáculas se definen como las nuevas lenguas literarias, y se determina en este momento
el cambio histórico de la “oscuridad” (el Medievo) a la “luz” (el paso del siglo XV al XVI),
pensamiento acrecentado por el desarrollo del Humanismo72.
Por dar unas últimas pinceladas a estas herencias literarias clásicas, no se puede
obviar el período sucedido entre los siglos XVII y XVIII en Francia donde se desarrolla
73 Muy interesante es la aportación a este respecto de A. García Galiano, La imitación poética en el
renacimiento, Kassel, Edition Reichenberger, 1992.
74 Véase: Pierre Ronsard, Oeuvres completes, Paris, Gallimard, 1994.
75 P. Burke, El Renacimiento europeo, Madrid, Crítica, 2005, pp. 15-18.
76 Véase: Luis de Camoens, Los Lusíadas, Madrid, Cátedra, 1986.
77 Véase: Alonso de Ercilla, La Araucana, Madrid, Cátedra, 2009.
78 Véase: Ludovico Ariosto, Orlando Furioso, introducción de Pere Gimferrer, notas de Francisco José
Alcántara, y traducción de Jerónimo de Urrea, Barcelona, Planeta, 1988.
79 Véase: Torcuato Tasso, Jerusalén libertada, traducción de Antonio Izquierdo de Wasteren, Madrid, Aguilar,
1957.
80 Véase: John Milton, El paraíso perdido, Madrid, Cátedra, 1986.
81 Véase: John Milton, El paraíso recobrado, Madrid, Cátedra, 2004.
82 Sobre esta querella hay gran cantidad de estudios. Para este estudio me he basado en M. Fumaroli,
Querelle des Anciens et des Modernes, Paris, Gallimard, 2001.
83 Véase: N. Boileau, L´art Poetique, Paris, Bordas, 1963.
84 Véase: Ch. Perrault, Parallèle des anciens et des modernes, Québec, Les presses de l´université Laval,
2006.
85 Véase: A. Dacier, L´Odissee d´Homer traduite en francois, avec des remarques (edición de 1741).
86 Muchos eruditos de la época estuvieron incluidos en la Querelle, pero estos ejemplos son los más
relevantes. Para más información: Ch. Heesakkers, “El clasicismo francés y su proyección en Europa. La
Querelle de los antiguos y los modernos”, en Antiquae Lectiones…, pp. 399-405.
87 Véase: F. A. Wolf, Prolegomena ad Homerum, Libraria Orphanotrophei, 1975.
RESUMEN
El siglo XIII fue, como es bien sabido, el siglo de la conquista de Andalucía o, para ser más precisos,
del territorio que hasta el siglo XIX se conoció como Andalucía y que comprendía los reinos de Jaén,
Córdoba y Sevilla. Iniciada por Fernando III, continuada por Alfonso X y concluida por Sancho IV,
las tierras del Guadalquivir y de la Baja Andalucía se incorporaron, con todas las consecuencias y
de forma definitiva, a la corona de Castilla. Así pues, durante el reinado del Rey Sabio (1252-1284)
Andalucía fue, simultáneamente, tierra de conquista, tierra de repoblación y tierra de frontera. Y
como tierra de conquista y de frontera, su repoblación estuvo marcada por un acusado carácter
militar que hizo de la sociedad andaluza del siglo XIII “una sociedad organizada para la guerra”.
Ahora bien, la necesidad de saldar las campañas de conquista y recompensar a los caballeros por
los servicios militares prestados a la Corona, el interés del monarca por repoblar cuanto antes un
amplísimo espacio recién anexionado, y, sobre todo, el peligro que entrañaba la proximidad del
enemigo nazarí llevaron a Alfonso X a conceder a la nobleza seglar y eclesiástica señoríos en la
misma raya limítrofe. En el presente artículo analizamos fundamentalmente la naturaleza de dichos
señoríos, así como su papel decisivo en la defensa del territorio. Tras hacer una primera valoración
de los dominios entregados por Fernando III en tierras andaluzas, entramos de lleno en el estudio
de esa compleja y pragmática política alfonsí consistente en la concesión de territorios fronterizos
a miembros de la nobleza, entre los que se puede diferenciar perfectamente cuatro categorías:
familiares del monarca, ricoshombres castellanos y leoneses, sedes episcopales y órdenes militares.
En lo que a metodología respecta, hemos tratado en todo momento de extraer los datos aquí
aportados de fuentes directas, es decir, crónicas, libros de repartimiento y colecciones documentales,
1 Este artículo ha sido elaborado a partir de un Trabajo Fin de Máster dirigido por D. Manuel García Fernández,
Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Sevilla, correspondiente al Máster Universitario en
Estudios Históricos Comparados (R.D. 1393/07) y titulado “La frontera de Granada en tiempos de Alfonso
X el Sabio”. Dicho trabajo fue defendido en la Universidad Hispalense en diciembre de 2012, recibiendo la
calificación de Matrícula de Honor.
207
NOBLEZA Y SEÑORÍOS EN LA FRONTERA DE GRANADA DURANTE EL REINADO DE ALFONSO X...
empezando, como es natural, por la obra Diplomatario Andaluz de Alfonso X, editada por el profesor
don Manuel González Jiménez y piedra angular de este trabajo como el lector advertirá enseguida.
PALABRAS CLAVE: Reconquista, nobleza, siglo XIII, Reino de Castilla, frontera de Granada.
ABSTRACT
The 13th century was, as it is widely known, the century of the conquest of Andalusia or, to be more
precise, of the territory known as Andalusia until the 19th century that was made up of the kingdoms
of Jaen, Cordoba and Seville. Started by Fernando III, continued by Alfonso X and finished by
Sancho IV, the lands of the Guadalquivir river and southwest of Andalusia were added to the crown
of Castile with all the possible consequences and with a definite character. Thus, during the kingdom
of El Rey Sabio (1252-1284), Andalusia was, simultaneously, a land to conquer, repopulate and
mark the limits of the frontier. Furthermore, because of its conquering and bordering character, its
repopulation was highlighted by a marked military character that made a society organized for war
from the people of Andalusia.
However, the need to pay off the conquering campaigns and reward the knights for their military
services to the crown, the monarch´s interest to repopulate as soon as possible a vast place recently
annexed, and above all, the danger that the Nazari enemy´s proximity led Alfonso X to grant lordships
to the secular and ecclesiastical nobility at the proper borderline. Within this article we mainly analyze
the nature of these lordships, as well as their vital role in the defense of the territory. After firstly doing
an evaluation of the domains submitted by Fernando III in Andalusian lands, we will go into the study
of that complex and pragmatic Alfonsi policy that consists of the concession of bordering territories
to members of the nobility, among whom we can clearly differentiate four categories: the monarch´s
family, rich men from Castile and Leon, bishoprics and military orders.
With regards to methodology, we have tried to obtain the information given here from direct sources,
meaning chronic sources, distribution books and documentary collections, and we have started, as
it is expected, from the DiplomatarioAndaluz de Alfonso X, edited by professor D. Manuel González
Jiménez, which is a mainstay of this work as the reader will soon notice.
KEY WORDS: Reconquest, nobility, 13th century, kingdom of Castile, borderline of Granada.
1. Introducción
Desde mediados del siglo XIII y hasta finales del XV el vasto territorio sobre el que se
asienta la actual comunidad autónoma andaluza estuvo dividido en dos grandes áreas bien
diferenciadas: la cristiana, dominadora del valle del Guadalquivir, y la musulmana, reducida
tras cinco siglos de reconquista a los Sistemas Béticos. A la primera se le llamó ya desde
el siglo XIII “el Andaluzía”, y también “la Frontera”, expresiones empleadas para designar la
extensa región formada por la unión consecutiva de los reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla,
nacidos de las conquistas de Fernando III y Alfonso X2. La segunda, último reducto del
2 La expresión Andalucía fue utilizada desde el siglo XIII hasta el XIX para designar los territorios del valle del
Guadalquivir conquistados por Fernando III y Alfonso X, agrupados en torno a tres divisiones o reinos de los
que fueron cabeceras las ciudades de Jaén, Córdoba y Sevilla. La documentación medieval es rica en textos
que identifican la Frontera, es decir Andalucía, con la Depresión Bética como, por ejemplo, las Partidas: “La
frontera de España es de natura caliente, e las cosas que nascen en ella son más gruessas e de más fuerte
complisión que las de la tierra vieja” (Partida II, título XXIII, ley VII). Andalucía y Frontera fueron, por tanto, las
expresiones empleadas indistintamente durante toda la Baja Edad Media para designar el extenso territorio
de la cuenca del Guadalquivir. Todavía a mediados del siglo XV don Íñigo López de Mendoza, marqués de
Santillana, identificaba Andalucía con la Frontera, cuando escribió en su famosa serranilla sobre la vaquera de
la Finojosa aquel bello verso de “moça tan fermosa non vi en la Frontera, como una vaquera de la Finojosa”,
estado andalusí, conformaba el reino nazarí de Granada, enclavado en lo que hoy son las
provincias de Málaga, Granada y Almería, y parte de las de Cádiz, Jaén y Murcia. Esta
situación política dio lugar a la aparición de una larga franja fronteriza que discurría por la
línea divisoria natural existente entre la depresión fluvial y la cordillera alpina y que, como
se decía en los tratados de treguas con Granada, iba “desde Lorca a Tarifa”.
Dos mundos completamente distintos y una frágil banda separadora, permeable tanto
en lo militar como en lo económico, son los factores que explican el nacimiento de una frontera
de rasgos tan singulares. En efecto, la raya que separaba a Castilla de Granada no fue sólo
una delimitación territorial, sino también un espacio común a dos sociedades enfrentadas
y, a la vez, llamadas a entenderse. Es cierto –y Angus MacKay lo ha demostrado3- que
desde el siglo X la frontera entre cristianos y musulmanes venía originando el desarrollo de
unos elementos exclusivos, genuinamente hispánicos. Sin embargo, la peculiaridad que en
materia político-institucional, social, militar, jurídica y económica alcanzaron las sociedades
de frontera surgidas en el límite entre la Andalucía cristiana y el Islam granadino no se
registra ni en fechas anteriores al siglo XIII ni, por supuesto, en otro lugar de España. Nos
encontramos, por tanto, ante un tema único, emocionante y absorbente: las relaciones
entre moros y cristianos en la frontera de Granada.
Con el presente trabajo pretendemos poner de relieve un aspecto muy concreto de ese
complejo espacio bifronte en un reinado concreto también. Nos referimos al papel decisivo
jugado por la nobleza en la frontera de Granada en tiempos de Alfonso X el Sabio.
que no era otra que Hinojosa del Duque. Ver sobre esta cuestión M. González Jiménez, Andalucía a debate
y otros estudios, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1998, pp. 85-96, y, del mismo autor, “Andalucía, una realidad
histórica”, en II Jornadas sobre el habla andaluza. El español hablado en Andalucía, Estepa, Ayuntamiento,
2003, pp. 27-43. Ver también B. Vázquez Campos, “Frontera y adelantamientos en época de Alfonso X”,
Historia, Instituciones, Documentos, 30 (2003), pp. 513-535.
3 A. Mackay, La España de la Edad Media: desde la frontera hasta el Imperio (1000-1500), Madrid, Cátedra,
1980.
4 R. Menéndez Pidal (ed.), Primera Crónica General de España, tomo II, Madrid, Gredos, 1977, p. 772b.
5 Ibidem.
6 Ibidem, p. 720a.
le acabarían convirtiendo, de hecho, en señor del valle del Guadalquivir y, por pactos de
vasallaje, de todo lo que quedaba de Al-Andalus.
El resultado inmediato de la conquista cristiana de la depresión bética fue la aparición
de los reinos de Córdoba, Jaén y Sevilla, cuyas capitales se convirtieron pronto en el eje
vertebrador de la recién creada Andaluzía. Se trataba de vastísimos territorios de realengo
repoblados, en un primer momento, por contingentes fuertemente militarizados7. No
obstante, y pese a la acusada impronta castrense de esos primeros repobladores, la Corona
optó por crear una serie de señoríos nobiliarios en la primera y segunda líneas de frontera,
las más expuestas a padecer los temidos ataques nazaríes. Las concesiones territoriales
iban dirigidas a señores laicos y a la Iglesia y, sobre todo, a las órdenes militares. Uno de
los primeros beneficiarios de estos señoríos de frontera fue el propio príncipe don Alfonso,
tenente desde 1240 de la plaza de Écija, “que fue la primera cosa quel rey don Fernando le
dio en el Andaluzía seyendo infante”8.
Destaca igualmente el señorío de Morón y Cote9, concedido por el rey a su hijo el
infante don Enrique, como garantía, hasta que se le hiciese entrega definitiva de Lebrija,
Jerez, Arcos y Medina Sidonia, todavía por conquistar10. Otro señorío seglar importante era
el de la reina doña Juana de Ponthieu o de Pontis, segunda esposa de Fernando III, de quien
recibió las villas y rentas de Marchena y Carmona, en el reino de Sevilla, las villas mudéjares
cordobesas de Luque, Zuheros y Zuherete, las villas murcianas de Hellín y Medinatea, y
algunas heredades en Jaén, Arjona y Córdoba11. La entrega de señoríos a miembros de la
familia real era una práctica habitual en la época que permitía al beneficiario –normalmente
la reina y los infantes- disponer de rentas y recursos suficientes para mantener de forma
autónoma su propia casa y servidumbre. Pero se trataba también de una medida política,
ya que así se impedía que estos señoríos cayesen en manos de la nobleza, toda vez
que el monarca seguía manteniendo el control sobre el territorio cedido, aunque fuese de
7 Todo parece indicar que Fernando III no pretendió, en modo alguno, mantener tras la conquista cristiana los
mismos niveles de ocupación del territorio registrados durante la época andalusí: habría sido una pretensión
ingenua y descabellada. Por el contrario, el objetivo prioritario debió ser inicialmente el de repoblar los lugares
fortificados y los enclaves estratégicos a base de pequeños grupos de guerreros, entre los que se podrían
distinguir caballeros hidalgos, de linaje o del feudo, caballeros ciudadanos o villanos, peones y adalides. De
este modo, y a pesar de que muchos musulmanes emigraron al reino de Granada después de la llegada
de los cristianos, la mayor parte de la población andaluza a mediados del siglo XIII era mudéjar, y sobre
ella recaerían, preferentemente, tanto las cargas fiscales como la explotación de las riquezas de la región,
además de constituir una mano de obra abundante y eficaz. Es decir, los castellanos estaban intentando
implantar ennAndalucía un sistema de ocupación militar parecido al que, de hecho, establecieron en Murcia,
y muy similar al que el rey de Aragón había creado en Valencia. Ver sobre este asunto M. González Jiménez,
“La repoblación de Andalucía en el siglo XIII”, en Historia de Andalucía, Barcelona, Historia 16 y Planeta,
1992, pp. 120-121.
8 M. González Jiménez (edición, transcripción y notas), Crónica de Alfonso X. Según el Ms. II/2777 de la
Biblioteca del Palacio Real (Madrid), Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 1999, p. 99.
9 Sobre Cote véase M. García Fernández, “La carta puebla del castillo de Cote. Estudio y edición”, Archivo
Hispalense, tomo LXX, núm. 214 (1987). Este artículo fue reimpreso con el mismo título en la miscelánea La
campiña sevillana y la frontera de Granada (siglos XIII-XV). Estudios sobre poblaciones de la Banda Morisca,
Sevilla, Universidad de Sevilla y Fundación Contsa, 2005, pp. 157-165.
10 M. González Jiménez (ed.), Diplomatario Andaluz de Alfonso X, Sevilla, El Monte. Caja de Huelva y
Sevilla, 1991, doc. núm. 15 (p. 14). En adelante, Diplomatario.
11 M. González Jiménez, “El repartimiento de Carmona”, en Actas del I Congreso de Historia de Carmona.
La Edad Media. Congreso conmemorativo del 750 aniversario de la conquista de Carmona por Fernando
III, 1247-1997, Sevilla, Diputación de Sevilla, 1998, pp. 199-223. Este trabajo fue reimpreso con el título
“Repoblación y repartimiento de Carmona” en la obra La repoblación del Reino de Sevilla en el siglo XIII,
Granada, Universidad de Granada y Universidad de Sevilla, 2008, pp. 133-162.
manera indirecta. Además, los señoríos de los miembros de la realeza eran, por lo general,
de carácter vitalicio, y estaban llamados a integrarse, tras la muerte de su tenente, en
el patrimonio de la Corona del que habían sido temporalmente segregados. La tenencia
de este tipo de señoríos suponía, naturalmente, el control y disfrute de las propiedades y
rentas de las villas que los integraban, así como de la jurisdicción sobre toda su población.
El último gran señorío laico de la frontera fernandina fue el de don Sancho Martínez de
Jódar, señor vitalicio de los castillos de Chincoya y Ablir, en el reino jiennense12.
También la Iglesia recibió sustanciosos dominios en Andalucía. La de Toledo poseía
desde 1231 un extenso señorío en la cabecera del Guadalquivir, articulado en torno a las
villas fronterizas de Cazorla y Quesada13. La Iglesia de Sevilla, por su parte, disfrutó desde
marzo de 1252 de un señorío en Cantillana, además de las rentas reales de Aznalcázar,
Sanlúcar la Mayor y Tejada, así como del tributo que anualmente pagaba el rey de Granada14.
Finalmente estaban las órdenes militares, sin lugar a dudas, la fuerza más preparada
para una eficaz defensa del territorio. A la de Calatrava se le confió, ya en 1228, la defensa
de las posiciones avanzadas de Martos, Porcuna y Víboras15, y la de Santiago recibió una
amplia comarca en torno a Montiel, Segura y Calasparra16. Por último, Fernando III confirió
el señorío de Lora al “prior del Ospital”, es decir, a la Orden de San Juan de Jerusalén17.
A mediados del siglo XIII Andalucía y Murcia eran, por tanto, dilatadas regiones
controladas por la Corona a través de poderosos concejos de realengo regidos por fuertes
oligarquías locales, y a través también de numerosos tenentes de castillos nombrados
directamente por el rey. Ahora bien, la necesidad de liquidar las campañas militares y,
sobre todo, la urgencia por defender un peligroso territorio acabado de incorporar llevaron
al monarca a la creación de señoríos laicos y eclesiásticos en la misma raya limítrofe.
Esta es la frontera que heredó Alfonso X el “primero día de junio” de 1252. Era una
frontera joven, larga y compleja, que iba desde Alicante y Lorca hasta Ayamonte y el Algarbe,
y en la que, dadas las circunstancias, quedaba mucho por hacer.
La frontera nacida de las campañas militares emprendidas por Fernando III y Alfonso
X en Andalucía unía Cartagena con Tarifa y discurría por el límite natural que separa el
valle del Guadalquivir de las cordilleras Béticas. Esta raya divisoria trazada “de barra a
barra”, como expresa la fórmula cancilleresca habitual, pasaba por un sinfín de valles,
puertos y tajos, donde la defensa de la marca se antojaba más factible y donde la división
12 Ambas plazas pasarían a depender del concejo de Baeza una vez muerto don Sancho Martínez, según
recoge un privilegio de Fernando III confirmado por Alfonso X en 1254: “Dono etiam uobis [concilio de Baetia]
castellum de Chincoya et castellum de Ablir, cum omnibus terminis suis et pertinentiis suis, que castella tenet
Sancius Martini et debet tenere diebus omnibus uitesue” (Diplomatario, doc. núm. 113, pp. 111-113).
13 Sobre el llamado “Adelantamiento de Cazorla” ver M. García Guzmán, El Adelantamiento de Cazorla en
la Baja Edad Media. Un señorío eclesiástico en la frontera castellana, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1985.
Ver también, de la misma autora, Colección Diplomática del Adelantamiento de Cazorla (1231-1495), Cádiz,
Universidad de Cádiz, 1991.
14 M. González Jiménez, Fernando III el Santo. El rey que marcó el destino de España, Sevilla, Fundación
José Manuel Lara, 2006, pp. 244 y 253.
15 J. González, Reinado y diplomas de Fernando III, vol. I, Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de
Córdoba, 1980, p. 141, y Diplomatario, doc. núm. 130 (pp. 133-135).
16 G. Martínez Díez, Fernando III, 1217-1252, Palencia, La Olmeda, 1993, p. 260.
17 Primera Crónica General, ed. cit., II, p. 749a.
En los años finales de su reinado, Fernando III concedió a su hijo el infante don Enrique
el señorío de Morón y Cote en prenda de la entrega futura, cuando se conquistasen, de
Jerez, Lebrija, Arcos y Medina Sidonia, “en tal manera que quando el rey le diesse Xerez
et Lebrixa e Arcos e Medina que dexasse don Henrric Cot e Morón”21. El infante, aún en
vida de su padre, confió los dos privilegios que éste le había otorgado a Fernán Ordóñez,
18 Sobre el espacio fronterizo ver J. Rodríguez Molina, La vida de moros y cristianos en la frontera, Alcalá
la Real, 2007, pp. 23-39. Ver también, del mismo autor, “Relaciones pacíficas en la frontera con el reino de
Granada”, en Actas del Congreso La Frontera Oriental Nazarí como sujeto histórico (siglos XIII-XVI), Almería,
Instituto de Estudios Almerienses, 1997, pp. 258-264.
19 J. Rodríguez Molina, “Convivencia de cristianos y musulmanes en la frontera de Granada”, en La Paz en
la Historia, Granada, Instituto de la Paz y los Conflictos, 2000, pp. 203-205.
20 Diplomatario, doc. núm. 3 (pp. 5-6).
21 Diplomatario, doc. núm. 15 (p. 14).
22 En 1252, poco antes de la muerte de Fernando III, el infante don Enrique y la reina doña Juana de
Ponthieu depositaron en manos del maestre de Calatrava los privilegios reales que justificaban sus señoríos,
en previsión, tal vez, de una revisión drástica por parte de Alfonso X –como en efecto sucedió- de las
donaciones hechas por su padre. Una breve exposición del problema está recogida en M. González Jiménez,
“Alfonso X y Andalucía”, Alfonso X el Sabio. Vida, obra y época (I), Madrid, Sociedad Española de Estudios
Medievales, 1989, pp. 260-261.
23 Diplomatario, doc. núm. 15 (p. 14) y J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II, Sevilla, Área de
Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1998, p. 303.
24 Diplomatario, doc. núm. 81 (pp. 85-87).
25 Estando reunidos Fernando III, el infante don Alfonso, el infante don Enrique y otros magnates del reino
se acordó que los beneficiarios de señoríos andaluces prestaran vasallaje a la Corona. Pero cuando el rey
“mandó a don Enrique que fizies omenaje por acomplir esto”, el infante “non quiso fazer nada de quanto el rey
mandó, et besól la mano et espidiósse dél” (Diplomatario, doc. núm. 3, pp. 5-6).
26 J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 17.
27 Se trataba de órdenes militares tanto nacionales (Santiago, Calatrava y Alcántara), como extranjeras
(San Juan y de los Alemanes u Orden Teutónica). Ver sobre este tema M. González Jiménez, “Repartimiento
de Carmona. Estudio y edición”, Historia, Instituciones, Documentos, núm. 8 (1981), p. 64, y J. González,
Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 298-299.
28 M. González Jiménez, Fernando III el Santo…, p. 331 (nota 10 del capítulo VI).
29 M. González Jiménez, “Repartimiento de Carmona. Estudio y edición”…, p. 70.
30 J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 16-17.
31 No está claro el año en que la reina regresó a su Francia natal, pues se barajan varias fechas: 1254,
1256 y 1257. Lo que sí sabemos con seguridad es que allí contrajo matrimonio, en segundas nupcias, con
Juan de Neslé y que falleció hacia 1279. Una preciosa biografía de la reina doña Juana de Ponthieu se puede
leer en H. Florez, Memorias de las reynas cathólicas, historia genealógica de la Casa Real de Castilla y de
León, todos los infantes, trages de las reynas en estampas y nuevo aspecto de la historia de España, tomo
I, Madrid, Oficina de la viuda de Marín, 1790, pp. 469-491. Ver también M. González Jiménez, Alfonso X el
Sabio, Barcelona, Ariel, 2004, p. 58.
32 Sobre esta cuestión ver M. García Fernández, “Marchena: la villa señorial y cristiana (ss. XIII-XV)”, en
Actas de las I Jornadas sobre la Historia de Marchena, Marchena, Iltre. Ayuntamiento de Marchena, 1996, pp.
73-92. Este trabajo fue reeditado con el mismo título en la miscelánea La campiña sevillana y la frontera de
Granada…, pp. 253-270. Ver también M. González Jiménez, “Marchena en el contexto del siglo XIII andaluz”,
en Actas de las II Jornadas sobre la Historia de Marchena. Marchena bajo los Ponce de León: formación y
consolidación del señorío (siglos XIII-XVI), Marchena, Iltre. Ayuntamiento de Marchena, 1997, pp. 1-12. Este
mismo artículo fue reproducido en lo esencial en la obra La repoblación del Reino de Sevilla en el siglo XIII…,
pp. 57-70, bajo el título “Marchena en el siglo XIII”.
33 Diplomatario, doc. núm. 452 (pp. 477-478).
34 Entre los señoríos concedidos por Alfonso X a algunos de sus parientes en zonas alejadas de la primera
línea de frontera destacan los entregados en el repartimiento de Sevilla, que tienen todos la categoría de
donadíos mayores: 1) la aldea de Corcobina, “que es en término de Solúcar”, y Torres, también “en término
de Solúcar, en la heredad de la torre que fue de Alpechín”, al infante don Alfonso de Molina, hermano de
Fernando III; 2) el señorío de Solúcar Albaida, Gelves, la Torre de Alpechín y la aldea de Canbullón –todas
“en término de Solúcar”–, GeziratAbnalimar, “que es en término de Alcalá del Río”, Brenes, Rianzuela y La
Algaba, al infante don Fadrique, hermano de Alfonso X; 3) el señorío de Buyena, “a que puso el rey nombre
Santa María”, y la heredad de pan de Charromia, a los infantes don Felipe y don Sancho, hermanos del
monarca; 4) la aldea de Borgabenalcadí, en Alcalá de Guadaíra, al infante don Enrique, hermano también del
monarca; y 5) el señorío de Heliche, “ques en término de Solúcar”, al infante don Manuel, hermano igualmente
de Alfonso X (J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 14-18 y Diplomatario, doc. núm. 11 (pp.
10-11) y doc. núm. 16, pp. 14-16). El señorío de Heliche perteneció posteriormente a don Diego Sánchez de
Funes, adelantado mayor de la Frontera, y más tarde, a la Orden de Alcántara (A. Ballesteros-Beretta, Alfonso
X el Sabio, Barcelona, Salvat, 1963, p. 228). Otros señoríos entregados por el rey a sus allegados en zonas
alejadas de la raya fronteriza fueron los de Castril, situado en las proximidades de la Puebla del Infante y
concedido a su sobrino don Enrique Enríquez, hijo del infante don Enrique, en julio de 1255 (Diplomatario,
doc. núm. 158bis, p. 174), y Niebla, con todas las tierras que habían pertenecido a su reino en tiempo de
moros –Gibraleón, Huelva, Saltés, Ayamonte, Alfayat de Peña y Alfayat de Lete-, donado en marzo de 1283
con carácter vitalicio a su hija ilegítima doña Beatriz, esposa del monarca portugués Alfonso III y madre del rey
don Dinís (J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo I, Sevilla,Área de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de
Sevilla, 1998, p. 91 y Diplomatario, doc. núm. 508, pp. 538-539). Por último, mencionaremos el donadío mayor
entregado a don Fernando Abdelmón, hijo biológico del antiguo rey de Baeza y adoptivo de Fernando III.
Recibió la finca de Machar Azohiri, “a quepuso nombre el rey «Baeça»e es en término de Alcalá de Guadaíra”
(J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 32 y 231).
35 Además de controlar los castillos de Chincoya y Ablir, llegó a poseer también las villas de Jódar, Bedmar
y El Carpio, así como la fortaleza de Garcíez (B. Vázquez Campos, Los adelantados mayores de la Frontera
o Andalucía (siglos XIII-XIV), Sevilla, Diputación de Sevilla, 2006, pp. 88-89). Sobre Bedmar en el siglo XIII
ver el trabajo de J. M. Troyano Viedma “La villa de Bedmar en la frontera de Mágina (1077-1466)”, Sumuntán.
Revista de estudios sobre Sierra Mágina, núm. 15 (2001), pp. 59-74.
36 Braulio Vázquez, siguiendo la obra Reinado y diplomas de Fernando III de Julio González, afirma que la
donación de Chincoya y Ablir al concejo de Baeza se produjo el día 6 de abril de 1243 (B. Vázquez Campos,
Los adelantados mayores de la Frontera o Andalucía..., p. 87, nota 259). Sin embargo, en la confirmación del
privilegio realizada por Alfonso X en febrero de 1254, en la que aparece reproducido el texto original, la fecha
de la concesión de ambos castillos es la del 6 de abril de 1253, y no 1243 (Diplomatario, doc. núm. 113, pp.
111-113).
37 “Sed post mortem ipsius Sancii Martini, quod habeat isea pro termino et pro hereditate [castellum de
Chincoya et castellum de Ablir], tali tamen conditione quod sarraceni qui ibi fuerint custodiantur fideliter et
teneantur ad conuenientias quas habent mecum et cum dicto Sancio Martini, et non queretis ad eis amplius
quam dare debent et eosdem redditus quos michidant et Sancio Martini, dentuobis, concilio de Baetia”
(Diplomatario, doc. núm. 113, pp. 111-113).
38 Neblín, Ablir y Neblir son tres topónimos que designan la misma fortaleza. Ver J. Montoya Sánchez, “Tres
topónimos en las Cantigas de Santa María”, VERBA. Anuario Galego de Filoloxía, núm. 6 (1979), pp. 20-22.
Al igual que don Sancho Martínez, don Diego Sánchez era un hombre experimentado
en la guerra de frontera50, detentor también –como acabamos de ver- de un pequeño
señorío en el sector frontero del reino de Jaén y, tras el repartimiento de Sevilla, de otro
mucho más extenso en el término de Tejada51,y, como aquél, fue titular igualmente del oficio
de adelantado fronterizo, ocupando el puesto en dos momentos distintos: el primero, entre
junio de 1258 y enero de 1261, y el segundo, entre junio de 1272 y marzo de 1273.
Además de los señoríos de estos significados caballeros de frontera, sobresalen los
dominios que Alfonso X asignó a don Nuño González de Lara, el primer magnate del reino.
Uno de ellos fue el alcázar de la villa de Écija, la primera posesión que tuvo don Alfonso
en Andalucía siendo aún infante y que, en algún momento, perteneció a la reina doña
Violante52. El otro residió en el alcázar de Jerez, que don Nuño confió a su vasallo Garci
Gómez Carrillo53. El señor de Lara ostentó la tenencia de la fortaleza jerezana hasta la
sublevación mudéjar de 1264, y la del alcázar astigitano hasta su muerte ante las murallas
de la propia Écija, en 1275. Don Nuño recibió también un donadío mayor en el repartimiento
de Sevilla, como correspondía a su condición de ricohombre principal del reino54.
Existieron otras tenencias nobiliario-seglares en la misma línea de frontera, aunque
con titulares menos relevantes que los antes citados. Uno de ellos fue don Gonzalo Yáñez
Dovinal, señor de la villa y castillo de Aguilar desde que en abril de 1257 le fueran otorgados
a perpetuidad por el rey don Alfonso55. En las mismas condiciones, es decir, “por juro de
heredad para sienpre jamás”, donó Alfonso X, en julio de 1258, la fronteriza aldea de Bornos,
“que es en término de Archos”, al caballero aragonésdon Per del Castel56, “por seruiçio que
nos fiziestes” aduce el documento57. Finalmente, sabemos que al menos desde 1260 la
familia Arias poseyó una enorme hacienda en la villa de Espejo, sobre la que el caballero
frontero don Pay Arias de Castro, cuyo nombre aparece por primera vez en un documento
fechado el 16 de abril de ese año, fundaría su propio señorío algunos años más tarde58.
Con la conquista cristiana del valle del Guadalquivir nacían los reinos de Jaén, Córdoba
y Sevilla, y con ellos, la necesidad de instituir nuevas sedes episcopales en Castilla y León.
Como venía siendo habitual durante el proceso de reconquista, a la ocupación de nuevas
ciudades seguía la inmediata delimitación de su alfoz y, en caso de que la plaza tuviera
cierta notabilidad, la fundación en la misma de un obispado o arzobispado. Así pues, desde
mediados del siglo XIII Andalucía contó con tres sedes episcopales, una por cada reino, que
también se beneficiaron de mercedes reales en forma de señoríos.
El fenómeno de la donación de un dominio a la Iglesia no era, desde luego, algo nuevo
en la región: ya indicamos que Fernando III otorgó el señorío de Cazorla y Quesada, con
todas sus aldeas y castillos, a don Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo primado de Toledo,
en el lejano enero de 123159.
“entre amas las carreras que van a Tagarete”. Casado con una tal doña Berenguela, don Gonzalo Yáñez fue
padre, que sepamos, de un varón llamado también Gonzalo, quien en marzo de 1266 recibió del monarca un
donadío en el término de la villa fronteriza de Baena, compuesto por: unas casas en la villa, en la collación
de San Salvador, seis aranzadas de viñas y sesenta pies de olivar en Villanueva, seis yugadas de tierra de
labor entre Cabra y Zuheros, y una aranzada y media de huerta. A cambio, el magnate se obligaba a mantener
en Baena “cauallo e armas de fust e de fierro”. En caso de que él en persona no pudiera defender la plaza,
quedaba obligado a nombrar a un “escudero fidalgo por él que ponga en su logar,mientre durare esta guerra
que auemos con los moros”. ¿A qué guerra se refiere el monarca? Evidentemente a la que estalló a raíz de
la sublevación mudéjar de 1264. Sobre estos tres personajes ver J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo
II…, pp. 40, 133, 192, 205, 228, 241, 267, 349 y 356; Diplomatario, doc. núm. 191 (p. 212) y doc. núm. 309
(pp. 331-332); y M. González Jiménez, Alfonso X el Sabio…,p. 193 (nota 9).
56 Per del Castel o Pedro de Castel recibió en el repartimiento de Sevilla cincuenta aranzadas y seis
yugadas de tierra en Mexina, “a que puso nombre el rey «Aragón», ques de término de Aznalfarache”,y fue
entregada “a cavalleros de Aragón e de fuera del reino”. Según González Jiménez, se trata probablemente
de un guerrero profesional de origen catalán o francés que pudo haber servido a Alfonso X en alguna acción
militar relacionada con la cruzada ad partes Africanas que el rey estaba llevando a cabo desde 1255. Ése
podría ser el “seruiçio que nos fiziestes”. Véase J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 53 y
238, y M. González Jiménez, “Conquista y repoblación de Arcos de la Frontera”, en Actas del I Congreso
de Historia de Arcos de la Frontera. Congreso conmemorativo del 750 aniversario de la conquista de la
ciudad por Alfonso X el Sabio, 1253-2003, Cádiz, Ayuntamiento de Arcos de la Frontera, 2003, pp. 11-29. Este
trabajo fue reimpreso con su título original de “Conquista y repoblación de Arcos de la Frontera” en la obra La
repoblación del Reino de Sevilla en el siglo XIII…, pp. 167-196.
57 Diplomatario, doc. núm. 207 (pp. 228-230) y J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 333.
58 Sobre este asunto ver J. Padilla González, “Repoblación y creación del señorío de Espejo”, en Actas del
I Congreso de Historia de Andalucía, tomo I, Córdoba, Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros
de Córdoba, 1978, pp. 310-311. Ver también, del mismo autor, la obra El fundador y la fundación del señorío
de Espejo (1260-1330): Pay Arias de Castro, biografía y estudio crítico, Córdoba, Artes Gráficas Rodríguez,
1981, pp. 42-43. Y ver, por último, E. Cabrera Muñoz, “Orígenes del señorío de Espejo y formación de su
patrimonio territorial (1297-1319)”, En la España medieval, II, vol. 1, Madrid, Universidad Complutense de
Madrid, 1982, pp. 211-232.
59 El profesor González Jiménez sostiene que la entrega de estas plazas al prelado toledano se explica “por
la ayuda prestada por el arzobispo con ocasión de la reunificación de los reinos de León y Castilla y como
compensación por su renuncia a ejercer el oficio de canciller del rey” (M. González Jiménez, Fernando III el
Santo…, p. 240).
60 Diplomatario, doc. núm. 229 (pp. 251-252).
61 Desconocemos la fecha exacta de la muerte de Sancho Martínez de Jódar pero sí sabemos que en julio
de 1276 ya no vivía.
62 B. Vázquez Campos, Los adelantados mayores de la Frontera o Andalucía…, p. 89.
63 Diplomatario, doc. núm. 429 (pp. 452-453).
64 Según el Libro del Repartimiento de Sevilla, el obispo de Jaén se benefició de sesenta aranzadas de
olivar y diez yugadas “para pan” en Notias y Aluaraniz, “que ha nonbre Bispalia”, de seis yugadas de tierra de
labor en el “término de Haznalcáçar”, y de unas casas en la capital hispalense, en la collación de Santa María,
lindantes con las de don Remondo, obispo de Segovia (J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp.
29, 241, 266, 314 y 360). No obstante, según el Diplomatario, las aranzadas de olivar en Notias percibidas
por el obispado jiennense en el repartimiento sevillano fueron setenta, y no sesenta. Hay una cosa más: don
Pascual figura en esta última fuente como “obispo de Baeza” y no como “obispo de Jaén” (Diplomatario,
doc. núm. 19, pp. 17-18). Sobre el obispado de Jaén en el siglo XIII ver J. Rodríguez Molina, El obispado de
Baeza-Jaén en la Baja Edad Media. Aspectos económicos-sociales. Granada, Universidad de Granada, 1974
y, del mismo autor, El obispado de Baeza-Jaén (siglos XIII-XVI). Organización y economía diocesanas, Jaén,
Diputación Provincial, 1986.
65 Diplomatario, doc. núm. 212 (pp. 234-237).
Sin lugar a dudas, el brazo nobiliario que salió mejor parado de la entrega de señoríos
en la frontera fue el de las órdenes militares. No es de extrañar, por otra parte, si tenemos en
cuenta que nacieron para combatir al Islam y que la finalidad última de estas concesiones
fronterizas era, precisamente, la defensa del territorio.
66 Sobre el Fuero de Sevilla ver E. González Díez, “Del fuero de la ciudad de Sevilla”, en Sevilla, 1248.
Congreso Internacional Conmemorativo del 750 Aniversario de la Conquista de la Ciudad de Sevilla por
Fernando III, Rey de Castilla y León, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, 2000, pp. 279-301 y, sobre
todo, pp. 297-301.
67 Diplomatario, doc. núm. 233 (pp. 255-257).
68 El arzobispo y cabildo sevillano recibieron algunos donadíos mayores en el repartimiento de Sevilla,
como la alquería de Ombret (Umbrete), “a que puso el rey nombre La Mesa del Arçobispo” y“es en término
de Aznalfarache”, y la alquería de Lupas, también en “término de Aznalfarach” (J. González, Repartimiento
de Sevilla, tomo II…, pp. 18, 163 y 229). Sin embargo, la verdadera dotación de propiedades territoriales a
la catedral hispalense se produjo bastantes años después, concretamente entre 1260 y 1278. En efecto, en
noviembre de 1260 el monarca concedió al cabildo catedralicio la villa de Brenes, la aldea de Tercia, “a que
puso nombre el rey Toledanna”, unas veinte aranzadas de olivar en Galuchena, cerca de La Rinconada, y
la alquería de Solúcar Albaida, “que es en término de Solúcar” (J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo
II…, p. 337 y Diplomatario, doc. núm. 233 (pp. 255-257) y doc. núm. 234, pp. 257-259). En marzo de 1272
la Corona cambiaba Sanlúcar Albayda y Brenes –que pasaron al señorío del infante don Fadrique- por la
alquería de Gelves, con todas sus pertenencias (J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 350).
En compensación, Alfonso X otorgó al arzobispado sevillano, ya en junio de 1274, las alquerías de Puslena,
Ayelo y Alcoçuldinar, en Carmona, la torre de Malheni y las heredades de Falchena y Remullena, también en
Carmona, y una serie de hornos, baños, tahonas, almacenes y huertas en Sevilla (J. González, Repartimiento
de Sevilla, tomo II…, p. 353). Por último, el monarca donó a la Iglesia de Sevilla la Torre de Alpechín y las aldeas
de Las Chozas y Cambullón, en julio de 1277, y Mochachar o Almochachar –llamada por los cristianos “el
olivar de la reina”- y la alquería de Rianzuela, “que es término de Aznalfarach”, en abril de 1278 (J. González,
Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 356 y 357 y Diplomatario, doc. núm. 439, pp. 461-462).Sobre todas
estas donaciones ver M. González Jiménez, M. Borrero Fernández e I. Montes Romero-Camacho, Sevilla en
tiempos de Alfonso X el Sabio, Sevilla, Ayuntamiento de Sevilla, 2000, p. 163.
69 I. Sanz Sancho, La Iglesia y el obispado de Córdoba en la Baja Edad Media (1236-1426), tomo I, Madrid,
Universidad Complutense de Madrid, 1989, p. 86.
70 En el repartimiento de Sevilla el obispo de Córdoba recibió sesenta aranzadas y seis yugadas de tierra de
labor en Notias, diez yugadas en Aznalcázar y la villa de Bella (J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo
II…, pp. 29, 241, 266 y 298).
71 Diplomatario, doc. núm. 315 (pp. 343-344).
La Orden de Santiago poseía desde los tiempos de Fernando III un amplísimo señorío
en torno a Montiel, Segura y Calasparra. En julio de 1243, el infante don Alfonso, en calidad
de “primogenitus illustris regis Ferrandi” y de señor de la tierra de Murcia desde de la firma
del tratado de Alcaraz en abril de ese mismo año, confirmaba a la Orden la donación de la
villa de Segura y de los lugares de Moratalla, Socovos, Huéscar y Yeste, entre otros72. Se
trataba de un vasto señorío desde donde los freires santiaguistas controlaron todo el flanco
oriental de la frontera granadina73. Pero no era éste el único dominio que la Orden leonesa
poseyó en la frontera del siglo XIII: en marzo de 1253 Alfonso X le concedió los castillos de
Benamejí y Vierbén, y en septiembre de 1267, el castillo de Estepa.
El motivo de la primera donación estaba relacionado con los “muchos seruicios que me
fizo don Pelay Pérez, maestre de la Cauallería de Santiago, e su Orden, e sennaladamientre
por el seruiçio que me fizieron en la conquista del regno de Murçia”74. La entrega del castillo
fronterizo de Estepa no sólo se hacía para recompensar a la Orden por los servicios militares
ya prestados, como en el caso anterior, sino también para asegurar la defensa de la plaza
en el futuro, tal y como recoge el documento de la concesión: “por seruicios que nos ficieron
e farán”75. En los años finales de su reinado, concretamente en 1281, Alfonso X dio a la
institución la villa murciana de Cieza76.
Otra donación fronteriza peculiar es la que hizo el monarca a los caballeros de Uclés
en mayo de 1266, al tratarse nada menos que de las villas de Antequera y Archidona cuando
“nos ganemos por guerra o por paz”, es decir, una vez fuesen conseguidas las plazas77.
Alejadas de la primera línea de frontera, la Orden de Santiago también recibió tierras de la
Corona, como varios donadíos en los repartimientos de Sevilla y Carmona78, y numerosas
propiedades en los de Orihuela, Murcia y Lorca79.
80 Diplomatario, doc. núm. 128 (pp. 129-131), doc. núm. 130 (pp. 133-135), doc. núm. 132 (pp. 136-139),
doc. núm. 133 (pp. 139-142) y doc. núm. 136 (pp. 145-148). Sobre este aspecto ver también J. Rodríguez
Molina, “Las Órdenes Militares de Calatrava y Santiago en el Alto Guadalquivir (siglos XIII-XV),Cuadernos de
Estudios Medievales II-III, núm. 75 (1974-1975).
81 La alquería de Chist había sido concedida a la Orden de Calatrava en 1249 por el infante don Enrique, pero
Alfonso X, una vez disuelto el señorío de su hermano, se la volvió a confiar en mayo de 1253, coincidiendo
esta donación con la ultimación del repartimiento de Sevilla (Diplomatario, doc. núm. 25 (pp. 21-23) y J.
González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 305).
82 Don Julio González reseña una renta anual de 60 maravedís en la alhóndiga de la harina, en lugar de
los 600 maravedís que recoge el Diplomatario (Diplomatario, doc. núm. 369 (pp. 391-392) y J. González,
Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 348).
83 Diplomatario, doc. núm. 150 (pp. 161-162) y J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 324.
84 En la aldea de Caniellas había un villar o despoblado llamado Abén Amugubel y un molino perteneciente
al almacén real (Diplomatario, doc. núm. 162, pp. 177-178).
85 Diplomatario, doc. núm. 179 (pp. 198-200) y J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 328.
86 Diplomatario, doc. núm. 193 (pp. 214-216).
87 Diplomatario, doc. núm. 297 (pp. 323-324).
88 Diplomatario, doc. núm. 391 (pp. 411-412).
89 Diplomatario, doc. núm. 454 (pp. 480-482) y J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 358.
90 Desconocemos en qué fecha concedió la Corona el castillo de Tiñosa a la catedral de Córdoba, pero sí
sabemos que en marzo de 1278 Alfonso X aceptó de sus canónigos la devolución de la fortaleza, a la que
habían renunciado defender porque “costaua cada anno quatro mill marauedís la tenencia”. Fue entonces
cuando el monarca ideó confiar su defensa a la Orden de Calatrava. Así, en junio de 1280, el rey autorizaba
a la catedral cordobesa para abandonar la defensa de Tiñosa, debiéndola desmantelar previamente, y, en
noviembre de ese año, ordenó a su deán la entrega de la plaza al maestre calatravo. Finalmente, la concesión
formal del castillo de Tiñosa a la Orden se produjo en mayo de 1281. Ver Diplomatario, doc. núm. 437 (pp.
459-460), doc. núm. 466 (pp. 493-494), doc. núm. 475 (p. 500) y doc. núm. 481 (pp. 509-511).
proximidad del enemigo musulmán, la concesión se hizo con la condición de que “tengan
a los moros que oy son hy moradores, e a los que serán de aquí adelante por sienpre
jamás, e tanbién a los de la villa cuemo a los de las aldeas, en todos sus fueros, e en todos
sus derechos, en todas cosas”. Esta disposición obligaba, por consiguiente, a los freires
calatravos a respetar los privilegios que los mudéjares de Matrera disfrutaban desde los
tiempos del rey don Fernando91.
Por otra parte, la entrada del castillo de Cazalla en el señorío calatravo, en diciembre
de 1279, hay que interpretarla como una medida más de la reacción defensiva de Alfonso X
tras el llamado desastre de Algeciras. Efectivamente, en la primavera de 1278 el monarca
había expresado su intención de cercar Algeciras, por donde, desde 1275, se estaban
efectuando los desembarcos de las tropas benimerines92. Sin embargo, el asedio de la
ciudad, previsto por mar y por tierra, resultó ser un rotundo fracaso y ello puso sobre aviso
al monarca ante las posibles algaradas granadinas y mariníes por la tierra de Sevilla. Ello
explicaría el fuerte rearme acometido en 1279 en éste y en otros enclaves fronterizos de la
zona. Pero no hay que olvidar que la villa de Cazalla pertenecía desde 1260 a la Iglesia de
Sevilla, así que las negociaciones entre su Cabildo, la Corona y la Orden militar debieron
ser complejas. Finalmente, el asunto quedó resuelto de la siguiente manera: Cazalla
pasaría a la Orden castellana a cambio de que ésta cediese al arzobispado hispalense el
lugar de Cerrajas y otras propiedades que los calatravos poseían en Alcalá de Guadaíra, a
excepción de los molinos93.
Por último, destaca la donación de la villa de Osuna a la citada Orden, efectuada con
la condición indispensable de que “el maestre e todos los freyles de la Orden sobredicha
an de mudar e de tener su conuento en Osuna de aquí adelante para siempre jamás, así
como lo tuuieron fasta aquí en Calatraua la Nueua, e que allí sea su conuento e non en otro
lugar, e el comendador mayor de toda la Orden que se llame de aquí adelante comendador
de Osuna”94.
Para el profesor González Jiménez, la entrega de Osuna a Calatrava hay que
encuadrarla en el marco de la sublevación mudéjar de 1264. En la primavera de ese año,
los mudéjares andaluces y murcianos iniciaron una revuelta contra la corona de Castilla
apoyada e instigada por el emir de Granada. De resultas de esa insurrección, que venía
fraguándose desde hacía tiempo y cogió completamente desprevenido al rey don Alfonso,
los mudéjares y granadinos pasaron a cuchillo a las guarniciones cristianas de unos
cuantos castillos, como fue el caso de Jerez, esclavizaron a muchos pobladores cristianos
y saquearon a placer el territorio fronterizo95. Ignoramos qué pudo suceder en Osuna o en
qué medida se vio afectada por la revuelta, pero una cosa es cierta: en diciembre de 1264
el rey otorgaba a la Orden de Calatrava la villa ursaonense con todos sus términos, “ansí
como mejor los hubo en tiempo de moros”96.
Las razones que da el monarca para justificar dicha concesión son variadas: “por el
alma del muy noble rey don Fernando, nuestro padre, e de la reyna donna Beatriz, nuestra
madre”, “por remisión de nuestros pecados”, “por amor de la Virgen Santa María cuya es la
Horden del Cístel onde salió la de Calatraua”, “por el seruicio que nos fizieron en la guerra
quando el rey de Granada se nos alzó en la tierra”, e incluso, “por gran amor que auemos
a don Pedro Ybánnez, maestre desta Orden sobredicha”97.
XVIII), Sevilla, Ayuntamiento de Osuna y Universidad de Sevilla, 1995, pp. 27-38, y especialmente, p. 32. Este
mismo trabajo fue reproducido con pocas alteraciones en la obra La repoblación del Reino de Sevilla en el siglo
XIII, ob. cit., con su título original de “Osuna en el siglo XIII”, pp. 71-87, y especialmente, p. 78. Ver también
M. González Jiménez et al.: Sevilla en tiempos de Alfonso X el Sabio…, p. 168 y M. García Fernández, “La
Puebla de Cazalla, una aproximación histórica (1240-1502)”, en Catálogo de la “Colección Osuna” del Archivo
Municipal de La Puebla de Cazalla (1267-1599), Sevilla, Diputación de Sevilla y Ayuntamiento de La Puebla
de Cazalla, 2002, pp. 19-37 (reimpreso con el mismo título en el trabajo misceláneo La campiña sevillana y
la frontera de Granada (siglos XIII-XV), ob. cit., pp. 227-238, y especialmente, p. 231). Y ver, finalmente, M.
González Jiménez, “Alcalá de Guadaíra en el siglo XIII. Conquista y repoblación”, en Actas de las I Jornadas
de Historia de Alcalá de Guadaíra, Alcalá de Guadaíra, 1987, pp. 45-52 (reimpreso con el mismo título en
Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, núm. 6 (1988), pp. 135-158, y reimpreso, otra vez,
en la obra La repoblación del Reino de Sevilla en el siglo XIII, ob. cit., pp. 105-131, con el título “Alcalá de
Guadaíra en el siglo XIII”).
94 Diplomatario, doc. núm. 297 (pp. 323-324).
95 Sobre la revuelta mudéjar de 1264-1266 y sus consecuencias ver Diplomatario, pp. LXXI-LXXVIII.
96 Diplomatario, doc. núm. 297 (pp. 323-324).
97 Ibidem. La última razón que da el rey (“por gran amor que auemos a don Pedro Ybánnez, maestre desta
Orden sobredicha”) viene a sumarse a la relación de muestras de afecto que dio Alfonso X a este notable
caballero castellano. Así, cuando en 1253 entregó el castillo y villa de Salvaleón a don Pedro Ibáñez, por aquel
entonces maestre de la Orden de Alcántara, justificó la entrega “por el servicio que me ficiestes en la conquista
del reyno de Murcia, e porque vos fallé siempre por amigo a vos e nunca vos de mí desatobistes por ninguna
cosa que acaesciesse”. Unos meses más tarde, en abril de 1254, don Pedro Ibáñez accedía al maestrazgo de
Calatrava y el monarca concedía a la Orden el quinto de las cabalgadas “por muchos servicios que vos don
Pedro Ibannez me feciestes, e sennaladamiente, por el servicio que me fecistes en la conquista de Murcia”. No
se trata de simples expresiones protocolarias, sino de muestras sinceras de verdadera amistad. Sin embargo,
éstas y otras citas condescendientes hacia los maestres hay que contextualizarlas en un momento en que
tales maestres eran todavía colaboradores, consejeros y confidentes de don Alfonso, pues como es sabido
al final de su reinado casi todos los maestres y priores de las órdenes militares se enfrentaron al monarca
al seguir el partido del infante don Sancho. Ver sobre este asunto M. González Jiménez, “Alfonso X y las
órdenes militares. Historia de un desencuentro”,Alcanate. Revista de Estudios Alfonsíes, vol. II (2000-2001),
pp. 209-221.
98 El documento en cuestión se halla en el Archivo Municipal de Osuna y lo recoge González Jiménez en su
trabajo “Osuna en el siglo XIII”, publicado en la obra Osuna entre los tiempos medievales y modernos (siglos
XIII-XVIII), ob. cit., p. 38.
99 M. González Jiménez, Alfonso X el Sabio…, p. 192.
100 M. González Jiménez, “Osuna en el siglo XIII”…, p. 31.
101 Ibidem.
102 R. Villegas Díaz, “Presencia de la Orden de Calatrava en Osuna. Una aproximación”, en Osuna entre los
tiempos medievales y modernos…, p. 44.
103 Los freires calatravos fueron recompensados tras la conquista de Sevilla con la entrega de Carrión
de los Ajos (hoy de los Céspedes), “a que puso el rey nombre Calatrava, ques en término de Aznalcáçar”,
Mayrena, “ques en término de Alcalá de Guadayra”, y veinte yugadas de tierra de labor en Borgaberroz (J.
González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 25 y 231). Asimismo, la Orden recibió del monarca veinte
yugadas de tierra en Facialcázar, en septiembre de 1256, y un heredamiento que poseyó en Sevilla don
Rodrigo González, en febrero de 1258 (Diplomatario, doc. núm. 185 (pp. 204-205) y doc. núm. 205 (p. 227), y
J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 330 y 332). Por último, las posesiones de los calatravos
en Andalucía se vieron ampliadas con la entrega, por parte de la reina doña Juana de Ponthieu, de unas casas
en Carmona, veinte yugadas de heredad en la aldea de Luchena (en el cortijo de Abenoubil), unos molinos
en Remullena, y veinte aranzadas de viñas que fueron de Aben Hud y estaban en Chirque (J. González,
Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 298).
104 En el repartimiento de Carmona Alfonso X le concedió a la Orden un donadío de diez yugadas en
Luchena y otro de diez aranzadas de viñas y dos aranzadas de huerta “çerca de la güerta de Alcántara” (M.
González Jiménez, “Repartimiento de Carmona. Estudio y edición”…, p. 70).
105 En Écija, por ejemplo, Alfonso X concedió a la Orden, en diciembre de 1264, las casas y tierras “quefueron
de los fijos de Fayn”. Ver Diplomatario, doc. núm. 298 (p. 324).
106 M. García Fernández, La campiña sevillana y la frontera de Granada…, p. 231 y D. Rodríguez Blanco,
“Las Órdenes Militares en la Frontera”, en La Banda Morisca durante los siglos XIII, XIV y XV. Actas de las II
Jornadas de Temas Moronenses, Morón de la Frontera, Fundación Fernando Villalón, 1996, p. 150.
107 M. García Fernández, “Población y poblamiento en la Banda Morisca (siglos XIII-XV)”, en La Banda
Morisca durante los siglos XIII, XIV y XV…, pp. 77-78, y R. J. López Gallardo, “Fernando III y la Orden Militar
de Alcántara”, en Sevilla, 1248. Congreso Internacional Conmemorativo…pp. 781-782.
108 Diplomatario, doc. núm. 453 (pp. 478-480).
109 En agosto de 1253 Alfonso X concedió a la Orden la aldea aljarafeña de DunchuelasRaxit, “a que yo
pus nombre Alcántara”, con la condición de que “tengades í un hombre guisado de cavallo e de armas de
fust e de fierro mientras fuere vuestro” (Diplomatario, doc. núm. 50 (pp. 47-48) y J. González, Repartimiento
de Sevilla, tomo II…, pp. 26, 229 y 310). Igualmente, en el repartimiento sevillano la institución alcantarina
recibió del monarca ocho aranzadas de viñas en La Rinconada, tres aranzadas de huerta, veinte yugadas
de tierra de labor y unas casas en Sevilla (J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, pp. 264 y 305),
y, poco después, en mayo de 1255, Alfonso X confirmó a la Orden un privilegio de Fernando III en virtud del
cual el Rey Santo le había concedido unos molinos “en la madre del río Guadayra” (Diplomatario, doc. núm.
151 (pp. 162-163). Algunos años más tarde, en junio de 1261, la Corona hizo entrega a su maestre de las
alquerías de Cambullón, Gelves y la Torre de Alpechín, que habían pertenecido al infante don Fadrique, a
cambio de Alcantarilla y otras heredades que Alcántara poseía en el reino de Murcia (Diplomatario, doc. núm.
246 (pp. 273-275) y J. González, Repartimiento de Sevilla, tomo II…, p. 338). En el repartimiento de Carmona,
finalmente, la institución recibió del rey un donadío de veinte yugadas en Alhavara y otro de veinte aranzadas
de viñas y cuatro aranzadas de huerta “entre la carrera de Seuilla e la de Alcalá de Guadayra” (M. González
Jiménez, “Repartimiento de Carmona. Estudio y edición”…, p. 70).
110 J. Torres Fontes, “La Orden de Santa María de España”, Miscelánea Medieval Murciana, vol. 3 (1977),
p. 101. El documento de la concesión está escrito en latín así que los topónimos de las plazas entregadas
también son los latinos: Cartagenia, S. Maria de Portu, Crumena y S. Sebastian.
4. Resultados y conclusiones
114 Sobre la fundación de El Puerto de Santa María y la evolución de su topónimo ver el trabajo de M.
González Jiménez, “Una noble çibdat e bona: fundación y poblamiento de El Gran Puerto de Santa María por
Alfonso X El Sabio”, Alcanate. Revista de Estudios Alfonsíes, vol. I (1998-1999), pp. 19-28.
115 Diplomatario, doc. núm. 348 (pp. 375-376). Alcalá Sidonia era el nombre con el que durante el siglo XIII
fue conocida la villa de Alcalá de los Gazules. En la Crónica de Sancho IV, escrita en el siglo XIV por Fernán
Sánchez de Valladolid, canciller del sello de la poridad de Alfonso XI, aparece ya el topónimo Alcalá de los
Gazules: una vez en el capítulo LXXIX y otra en el capítulo LXXX (C. Rosell, Crónicas de los reyes de Castilla
desde don Alfonso el Sabio hasta los Católicos don Fernando y doña Isabel, vol. 1, Madrid, Rivadeneyra,
1875). Sobre Alcalá de los Gazules en el siglo XIII ver M. Fernández Gómez “La villa de Alcalá de los Gazules
(Cádiz), un enclave fronterizo del reino de Sevilla en la Baja Edad Media”, En la España Medieval, núm. 18
(1995), pp. 205-221, y especialmente, pp. 207-214. Ver también, del mismo autor, “Alcalá de los Gazules, una
villa de frontera”, Gades, núm. 21 (1993), pp. 47-68.
116 Diplomatario, doc. núm. 458 (pp. 485-487).
117 M. González Jiménez, En torno a los orígenes de Andalucía. La repoblación del siglo XIII, Sevilla,
Universidad de Sevilla, 1988, p. 135.
defendibles no era algo novedoso en el reino: el inicio de tan pragmático y rentable recurso
hay que buscarlo en la remota década de 1170, cuando los almohades intensificaron su
presión sobre las fronteras de los reinos de Portugal, León y Castilla118.
Creadas para hacer frente al enemigo por excelencia que era “el moro” y para encarnar
los ideales de cruzada, las órdenes militares hispánicas jugaron un papel primordial en la
remodelación de la línea fronteriza que efectuó Alfonso X tras el estallido de la sublevación
mudéjar y después también de la invasión mariní. En la intención del rey, éstas debían
trasladar a las nuevas encomiendas sus Conventos Mayores. Y con esa condición, como
ya se ha indicado, entregaría Osuna a la Orden de Calatrava (1264), y Morón y Cote a la
de Alcántara (1279)119. Estos enclaves estaban ubicados en la Banda Morisca, es decir, en
el sector frontero del reino de Sevilla, así que, con la concesión de los mismos a la fuerza
más capacitada para su defensa, Alfonso X pretendió proteger a toda costa el alfoz o, como
se denomina en la región andaluza, la “tierra” de la que era ya una de las ciudades más
importantes del reino y, sin lugar a dudas, la “cabeza del Andalucía”120.
A tenor de lo arriba expuesto, desde Tarifa hasta Lorca, la primera y segunda líneas
de frontera estuvieron controladas preferentemente por dignidades nobiliarias durante la
segunda mitad del siglo XIII. Conviene, llegados a este punto, aclarar cómo era el sistema
estructural defensivo-ofensivo de toda la Frontera para poner en valor, objetivamente y con
perspectiva geográfica, la importancia estratégica de estas concesiones señoriales.
A nivel general, desde la conquista de Sevilla se detecta en Andalucía una compleja
articulación de dos líneas de construcciones fortificadas y otra tercera de ciudades y grandes
villas que actuaron como bases de aprovisionamiento a las anteriores121.
Esta tercera y última línea defensiva de la frontera corría paralela al Guadalquivir y
estaba jalonada por las tres grandes ciudades del valle: Sevilla, Córdoba y Jaén. Núcleos
menores de la misma franja eran enclaves importantes como Jerez, Carmona, Écija,
Arjona, Andújar, Baeza o Úbeda que, como sus capitales, sirvieron de base a los castillos
de la segunda línea fronteriza. Se trataba, en todos los casos, de ciudades y villas de
retaguardia perfectamente amuralladas y dotadas de potentísimas guarniciones castrenses.
Córdoba, Jaén y Sevilla constituyeron auténticos centros logísticos de apoyo táctico-militar
en la defensa de sus respectivos reinos, mientras que sus villas satélites actuaron de
intermediarias entre las grandes urbes y las fortificaciones de la segunda raya, sobre todo
en el Bajo Guadalquivir, donde la extensa campiña exigía la existencia de núcleos menores
de poblamiento. De este modo, durante la segunda mitad del siglo XIII el núcleo urbanizado
de Jerez se consolidó en el Guadalete y el Estrecho como la cabeza operativa y defensiva
más importante de estas tierras. Más al norte, en la campiña sevillana, destacaron por los
mismos años las villas-bases de Carmona y, sobre todo, Écija, bien comunicada con Sevilla
y Córdoba en un área de especial dificultad122.
La segunda línea de frontera estaba constituida por un complejo entramado de edificios
118 M. González Jiménez, “Relaciones de las Órdenes Militares Castellanas con la Corona”, Historia,
Instituciones, Documentos, núm. 18 (1991), p. 212.
119 Hay quien ha querido ver en esta medida un recelo de la Corona hacia las amplias plataformas de
dominio jurisdiccional de que disfrutaba la Orden de Calatrava en tierras manchegas y la de Alcántara en
Extremadura. De todas maneras, al menos para el caso de Calatrava, la voluntad regia no se cumplió.
120 Diplomatario, doc. núm. 102 (p. 104). Alfonso X dijo también de Sevilla que era “la prouincia más noble,
grande e mayor de Espanna”. Ver Alfonso el Sabio, Setenario (introducción de Kenneth H. Vanderford),
Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1945, p. 19.
121 Sobre sistemas de fortificaciones fronterizas y su organización ver M. García Fernández, Andalucía:
Guerra y Frontera, 1312-1350, Sevilla, Fondo de Cultura Andaluza, 1990, pp. 96-103.
122 M. García Fernández, Andalucía: Guerra y Frontera, 1312-1350…, pp. 97-98.
castrales que, según los especialistas, se pueden clasificar en dos modalidades: castillos
urbanizados o asociados a un hábitat rural permanente, es decir, fortalezas considerables con
fuerte amurallamiento, foso, portillos, aljibes, patio de armas y torre del homenaje, y castillos
cotas o ciudadelas, consistentes en pequeños fortines urbanos (alcazabas), ubicados en
sitios altos y preferentes de la villa para facilitar su aislamiento en caso de peligro. Estas
plazas fuertes tenían autonomía suficiente para resistir durante algún tiempo en caso de
ataque y, aún así, se hallaban rodeadas de baluartes defensivos auxiliares, como atalayas
y castillos aislados próximos. Ubicadas generalmente en las inmediaciones de los antiguos
pasos y caminos, dominando y controlando las múltiples vías de acceso y penetración de
Granada a Castilla, su importancia fue considerable no sólo porque protegían dichos pasos,
sino porque aseguraban el pleno desarrollo de las actividades agrícolas y ganaderas en sus
respectivas comarcas y, sobre todo, porque constituían la primera resistencia seria en caso
de agresión123. Desde el Estrecho de Gibraltar hasta la Sierra de Segura, la segunda línea
de defensa fronteriza pasaba por Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, Arcos, Alcalá de
Guadaíra, Morón, Cazalla, Osuna, Estepa, Aguilar (antigua Poley), Lucena, Cabra, Baena,
Priego, Martos, Torredonjimeno, Bedmar, Jódar, Quesada y Cazorla. En el reino de Murcia,
las principales fortalezas de la segunda raya eran las de Segura, Yeste, Socovos, Moratalla,
Calasparra y Lorca.
Finalmente, la primera línea de fortificaciones defensivas estaba compuestapor un
sinfín de pequeñas construcciones fortificadas distribuidas por toda la frontera de Granada.
Para el siglo XIII, los análisis tipológicos permiten diferenciar entre castillos refugios
ubicados en zonas rurales de itinerario y torres defensivas. Los llamados castillos refugios
eran edificaciones fortificadas aisladas, es decir, completamente disociadas de los sectores
habitados más próximos, en las que la existencia de un aljibe o cisterna hacía posible la
autodefensa de una guarnición militar permanente de soldados fronteros, que alternaban
las funciones estrictamente militares con otras actividades de supervivencia. Las torres
defensivas, por su parte, constituyen los baluartes más significativos de la primera línea
de frontera. Se trataba de construcciones muy sencillas: simples torreones de superficie
circular o rectangular, de dos o tres plantas abovedadas y con una terraza almenada.
Dentro de este tipo de arquitectura militar cabe resaltar las atalayas almenaras, esto es,
torres ópticas distribuidas estratégicamente en el espacio desde las cuales la guarnición
destacada alertaba a las poblaciones del interior de la presencia de ejércitos enemigos por
medio de ahumadas durante el día y fuego por la noche124. La avanzada posición de estos
baluartes defensivos hacía de los mismos auténticos presidios militares.
Desde la Bahía de Cádiz hasta la Sierra de La Sagra las fortificaciones que más
descollaron en esta línea adelantada de la frontera del siglo XIII fueron las de El Puerto
de Santa María, Lebrija, Chist, Cote, Bornos, Matrera, Benamejí, Rute, Zambra, Tiñosa,
Zuheros, Alcaudete, Víboras, Locubín, Carchel, Ablir, Chincoya, Tíscar, Castril y Huéscar.
Advertirá el lector cómo la mayoría de los principales enclaves fronterizos que
vertebraban la primera y segunda líneas de frontera fueron objeto de concesiones regias a
miembros de la nobleza. Con los datos aportados, estamos en condiciones de dibujar las
tres líneas fortificadas de la Frontera identificando, en cada caso, las familias nobiliarias que
controlaron cada uno de sus enclaves.
En primer lugar, en la tercera y última línea defensiva –la de las ciudades y villas
“bases” del valle del Guadalquivir-, encontramos preferentemente poderosos concejos de
realengo, aunque con algunas excepciones, como el alcázar de la villa de Écija, en poder
de don Nuño González de Lara desde la década de 1240 hasta su muerte en 1275, o el
alcázar de la villa de Jerez, tenencia del mismo magnate de 1261 a 1264.
Desde esas posiciones algo retrasadas se controlaban las fortificaciones de la segunda
línea fronteriza. Esta segunda raya de defensa, la más compleja y mejor articulada, estaba
casi exclusivamente en poder de la nobleza, tanto laica como eclesiástica. Así, en el arco
que iba desde el Cabo de Trafalgar hasta las Sierras de Segura y La Sagra identificamos
los señoríos de frontera siguientes: en el reino de Sevilla, Medina Sidonia y Alcalá de los
Gazules estaban en posesión de la Orden Militar de Santa María de España, Alcalá de
Guadaíra en manos del arzobispo de Sevilla, Morón fue un dominio de la Orden de Alcántara,
Cazalla estuvo controlada inicialmente por la catedral hispalense, pero pasó después a
manos calatravas, Osuna se convirtió también en un señorío calatravo, y Estepa perteneció
a la Orden de Santiago; en el reino de Córdoba, Aguilar de la Frontera correspondió a don
Gonzalo Yáñez Dovinal, Cabra fue propiedad del infante don Pedro, tercer hijo de Alfonso
X, y Priego estuvo bajo el poder del convento de Calatrava; en el reino de Jaén, Martos fue
también de los calatravos, Jódar y Bedmar del magnate castellano don Sancho Martínez, y
las villas de Quesada y Cazorla se mantuvieron en manos de la Iglesia Primada de Toledo;
finalmente, en el reino de Murcia, Segura, Yeste, Socovos, Moratalla, Calasparra y Cieza
fueron todas encomiendas santiaguistas.
Estos núcleos de defensa protegían la segunda raya fronteriza y, al mismo tiempo,
abastecían de víveres y pertrechos a los fortines de la primera125. En ella, la más peligrosa de
toda la Frontera dada su avanzada posición, la nobleza también jugó un papel protagonista.
Si reconstruimos mentalmente el trazado de esta primera franja limítrofe observaremos que,
nuevamente, la gran mayoría de sus enclaves pertenecieron a instituciones nobiliarias o a
particulares notables. En este sentido, en el reino de Sevilla, Santa María del Puerto estuvo
bajo la protección de la Orden marinera de Santa María de España, Chist fue encomendado
a la Orden de Calatrava, Cote a la de Alcántara, Bornosse concedió a don Per del Castel,
y Matrera constituyó también un dominio calatravo; en el reino de Córdoba, Benamejí
dependió de la Orden de Santiago, Zambra y Tiñosa de la de Calatrava, y Zuheros de la
reina doña Juana de Ponthieu; en el reino de Jaén, Alcaudete, Víboras y Locubín fueron
todas posesiones calatravas, Carchel y su comarca conformaron un pequeño señorío
controlado por don Diego Sánchez de Funes, y Ablir y Chincoya otro perteneciente a don
Sancho Martínez de Jódar, en un primer momento, y a don Bretón, posteriormente; por
último, en el reino de Murcia, Huéscar había sido donada a la Orden de Santiago.
No hay duda, por tanto, del preeminente papel desempeñado por la nobleza en la
defensa de la frontera del siglo XIII. Y aunque no todos estos señoríos fueron coetáneos,
el predominio del estado nobiliario en las primeras líneas defensivas resulta innegable.
Centrémonos ahora por un instante en las fechas en que dichos señoríos fueron concedidos.
Es cierto que casi todos pasaron a manos de altos caballeros e ilustres prelados antes de
la sublevación mudéjar de 1264. Pero tanto la sangrienta revuelta de los mudéjares, como
la invasión benimerín de 1275 obligaron al monarca a reestructurar profundamente tan
peligroso espacio fronterizo. Ambos episodios explicarían, siguiendo este razonamiento, la
entrega de Osuna a la Orden de Calatrava en 1264, la donación de Estepa a la de Santiago
en 1267 y, principalmente, la concesiones de Morón y Cote a la Orden de Alcántara, de
Cazalla a los calatravos, de Medina Sidonia y Alcalá de los Gazules a la Orden de Santa
125 Por poner un ejemplo, desde que Morón y Cote pasaron a depender de la Orden de Alcántara (1279),
los vecinos de la villa de Morón estaban obligados a llevar una recua a Cote tres veces al año en tiempo
de guerra. Ver sobre esto M. González Jiménez, “Privilegios de los maestres de Alcántara a Morón de la
Frontera”, Archivo Hispalense, tomo LXX, núm. 214 (1987), pp. 3-46 (ver aquí p. 9).
María de España y de Cabra al infante don Pedro, todas ellas, en diciembre de 1279.
Por último, llamaremos la atención sobre un asunto del que se ha escrito muy poco,
prácticamente nada. Nos referimos a las donaciones de cuatro villas nazaríes a ciertas
instituciones nobiliarias, que disfrutarían de su tenencia una vez fuesen conseguidas
las plazas. En efecto, en mayo de 1266 Alfonso X prometía hacer entrega al maestre de
la Orden de Santiago de los castillos y villas de Antequera y Archidona, cuando fuesen
conquistadas “por guerra o por paz”126. La promesa de la donación de esas importantísimas
fortalezas fronterizas debió motivar a los freires santiaguistas para emprender con firmeza
su conquista. Pensamos por ello que con esta medida el rey pretendía apresurar la toma
de ambas plazas, llaves del sector central de la frontera de Granada. A finales también
de mayo de 1266 Alfonso X concedió a la “Iglesia de Sancta Cruz de Cádiz” el castillo de
Marbella127 que, probablemente, había sido conquistado con la ayuda de los Ashqilula de
Comares y Málaga128. El cuarto episodio de la donación de un señorío aún por conquistar
es el de Alcalá de Abenzaide. La villa le fue concedida a la Orden de Calatrava en enero de
1272 incitando así, en este caso a los caballeros calatravos, a participar activamente en su
asedio y conquista.
Ya hemos indicado, en más de una ocasión, que la entrega de señoríos en la frontera
responde al compromiso regio de distribuir entre los vencedores las recompensas de que
se habían hecho acreedores por su esfuerzo y tenacidad en la conquista de la Andalucía
bética, pero también, y sobre todo, a la intención del rey de defender un territorio recién
invadido y por ello constantemente amenazado. La militarización de la frontera con las
instituciones que acabamos de ver ha de entenderse, en consecuencia, como un apoyo
del que se vale el monarca al no disponer de fuerzas suficientes para la defensa de las
fronteras meridionales de su reino. Ahora bien, este panorama creado por el propio soberano
acabaría volviéndose contra la Corona, pues en los años finales del siglo XIII se consolidará
el proceso de señorialización que había iniciado Alfonso X y que, al menos para el caso de
las órdenes militares, se traducirá en la patrimonialización de las encomiendas por parte de
sus respectivos comendadores. En relación a este asunto, el profesor González Jiménez
ha escrito lo siguiente: “a estas alturas del siglo XIII las órdenes militares, todas ellas, eran
grandes empresas económicas en torno a las cuales se habían ido aglutinando muchos
intereses personales, nobiliarios principalmente”, de tal manera que la tendencia natural de
este proceso será “la aristocratización de las órdenes y el peso dentro de las mismas de los
grandes linajes nobiliarios”129.
RESUMEN:
El presente artículo tiene como objetivo analizar el papel que los gallineros desempeñaron en el
abastecimiento de la Despensa Real durante el reinado de los Reyes Católicos. Nuestro estudio,
por tanto, atiende a los aspectos más relevantes de dicho oficio: su posición en el organigrama de
la Corte, sus funciones, su modo de actuación, los productos recabados, los precios a los que los
pagaban y el salario recibido.
ABSTRACT:
This article attempts to analyze the role that certain kinds of providers played in the food supply for
the Royal Grocery during the kingdom of the Catholic Monarchs, Ferdinand and Isabella. Our study
analyzes their position within the Court, their duties, how they acted, foodstuffs collected, prices they
paid for foodstuffs and wages that they received for their work.
1. Introducción
En este artículo nos centramos en la figura de un oficial real poco conocido, como
es el gallinero. En el mismo estableceremos los aspectos relativos a su actividad y sus
funciones dentro de la Corte. En primer lugar se plantea su posición en el organigrama
administrativo cortesano, se estudia como accedía al oficio y el número de gallineros que
servían a los reyes. Posteriormente se explica como actuaban estos oficiales antes de la
233
EL OFICIO DE GALLINERO EN LA CORTE DE LOS REYES CATÓLICOS (1480-1504)
llegada de los Reyes Católicos y las medidas que estos introdujeron para evitar sus abusos.
A continuación analizaremos los productos que conseguían para la Despensa Real, el modo
de obtenerlos y los precios a los que los pagaban. Finalmente se estudiará la remuneración
recibida por estos individuos. Para ello se ha empleado la documentación hallada en la
Escribanía Mayor de Rentas, sección Casa Real y la perteneciente al Registro General del
Sello de Simancas1.
1 Al ser los documentos del Registro General del Sello similares en contenido, sólo indicamos los que son
relevantes para el texto, ya porque contengan datos precisos o como ejemplo de lo que se expone.
2 Destacamos los siguientes: M.ª C. González Marrero, La casa de Isabel la Católica. Espacios domésticos
y vida cotidiana, Ávila, Institución ‘Gran Duque de Alba’, 2005. De la misma autora véase “Imágenes de la
vida de Isabel la Católica. Contribución de los funcionarios domésticos al enaltecimiento de la figura real”,
en L. Ribot; J. Valdeón y E. Maza (coords.), Isabel la Católica y su época. Actas del Congreso Internacional,
2004, Valladolid, Instituto Universitario de Historia ‘Simancas’, 2007, vol. I, pp. 463-481. Ver también A.
Fernández de Córdova Miralles, Casa y Corte de Isabel I (1474-1504). Ritos y ceremonias de una reina,
Madrid, Dykinson, 2002. Acerca del príncipe Juan y su casa: F. Martínez López, La casa del Príncipe de
Asturias (Don Juan, heredero de los Reyes Católicos), Madrid, Dykinson, 2007. J. D. González Arce, “Trabajar
para el príncipe: los salarios de los servidores de la Casa del Príncipe de Asturias y Gerona (Juan de Aragón
y Castilla 1478-1497)”, Anuario de Estudios Medievales (en adelante AEM), 39/2 (2009), pp. 777-842. J. M.ª
González Ferrando, “La contabilidad de la casa real del Príncipe Don Juan, heredero de los Reyes Católicos”,
Revista española de financiación y contabilidad, 77, (1993), pp. 757-790. Otros cargos también han sido
analizados: H. Grassotti, “El repostero en León y Castilla (siglos XII-XV)”, Cuadernos de Historia de España
(en adelante CHE), LXIX, (1987), pp. 41-76. R. M. Montero Tejada, “Los continos hombres de armas de la casa
real castellana (1495-1516): una aproximación de conjunto”, Boletín de la Real Academia de la Historia (en
adelante BRAH), CXCVIII, (2001), vol. 1, pp. 103-130. Como estudios generales para la casa real castellana:
M. A. Ladero Quesada, “La Casa Real en la Baja Edad Media”, Historia, Instituciones y Documentos (en
adelante HID), 25 (1998), pp. 327-350. D. Torres Sanz, La administración central castellana en la Baja Edad
Media, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1982. J. de Salazar y Acha, La Casa del Rey de Castilla y León
en la Edad Media, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000.
3 Acerca de la evolución del cargo de mayordomo, véase: J. Salazar y Acha, La Casa del Rey…, pp. 173-
192. Para otros reinos, ver ibid, pp. 163-173. Ladero Quesada señala entre las funciones del mayordomo el
servicio de la mesa real. M. A, Ladero Quesada, “La Casa Real”, HID, 25 (1998), pp. 333-335. Mª. C, González
Marrero, La casa…, pp. 59-65.
4 Había un Despensero Real para los pescados, llamado Juan Rodríguez de los Pescados. Fue denunciado
por Juan de Zabala, arrendador de las alcabalas del esparto y del lino de Sevilla, porque no había entregado
las dos cargas de pescado o los 8.000 maravedís equivalentes a dicha mercancía, a las que se había
comprometido. Archivo General de Simancas (en adelante AGS), Registro General del Sello (en adelante
RGS), 1490-12-377.
5 J. Salazar y Acha, La Casa del Rey…, pp. 290-293.
6 A. Córdova Miralles, Casa y Corte…, pp. 139-140.
7 Así consta en diversos documentos, por ejemplo: AGS, RGS, 1492-07- 98. AGS, RGS, 1490-03-563.
8 J. D. González Arce, “Trabajar para el príncipe”, AEM, 39/2 (2009), pp. 778-782. Este autor difiere de la
clasificación de los oficiales reales ofrecida por Fernández de Oviedo que, en el siglo XVI, analizó la Casa del
Príncipe Juan. Ver F. Martínez López, La casa del Príncipe…, pp. 327-329.
9 Tal título aparece en 1499. AGS, RGS, 1499-01-276. Este cargo también aparece en varias nóminas
fechadas en 1503. AGS, Consejo Real, leg. 0043, fols. 176-178.
10 J. D. González Arce, “Trabajar para el príncipe”, AEM 39/2 (2009), pp. 778-782.
11 Mª. C., González Marrero, La casa…, p. 49. AGS, Sección Casa Real y Descargos (en adelante CSR),
leg. 0043, fol. 0001.
de Espinosa tenía a su cargo en 147812. Del segundo tipo sería Bartolomé de la Guardia,
que era criado de Diego de la Torre, camarero de los reyes. A sus servicios recurrió Sancho
de Loriga para que comprase gallinas para la despensa real13.
Esta organización hallaba su correspondencia en otros reinos peninsulares. En
Navarra, el encargado del abastecimiento era el Gran Maestre, el cual tenía por debajo
suyo, varios Maestres que controlaban los cinco departamentos del Hostal, que era
la institución encargada de proveer la mesa real. Como equivalente del Despensero se
encontraba el Maestre de Guarniciones, que distribuía los gastos y pagaba las compras.
Luego se hallaban los especialistas, como el panadero o el cocinero y que podrían ser el
equivalente de los oficiales castellanos y en el último escalón los sirvientes de las secciones
del Hostal14. Lo más parecido que hemos encontrado al gallinero castellano es un miembro
de la Escudería, llamado Martín de Álava que proveía de aves y se encargaba de su
transporte y alimentación15.
Sobre el modo de acceso al oficio de gallinero, este posiblemente era elegido por
el monarca, el cual justificaría su elección en los servicios previos que el beneficiario del
cargo le habría prestado previamente y durante los cuales se habían establecido unos
lazos de confianza mutua entre ambos. Este supuesto se dio con frecuencia en la Castilla
bajomedieval para los cargos de la Casa y Hacienda real y afectó por ejemplo a los puestos
de Contador, Mayordomo o Despensero16. No sería extraño que entre los gallineros y los
reyes hubiese mediado una intensa relación personal, consolidada con el paso de los años
y que desembocó en el citado nombramiento. Esta confianza les permitiría promocionar a
sus parientes para ocupar un cargo similar al suyo. Por ejemplo, el príncipe Miguel, nieto
de los Reyes, tuvo como gallinero a Bartolomé de Loriga, familiar de Sancho de Loriga,
gallinero mayor de la reina. En este caso, dicho oficial habría aprovechado su cercanía a
los monarcas para obtener dicho nombramiento17. La fidelidad, al igual que la antigüedad
y los años de servicios, serían claves además para permitir el ascenso de estos individuos
en la jerarquía interna de la administración real. Es posible que estos factores facilitaran el
ascenso de Sancho de Loriga y de sus parientes en el servicio real18.
12 Se llamaban Juan de Ramales y Juan de Esquerdo. AGS, Sección Cámara de Castilla (en adelante CCA),
Diversos (en adelante DIV), 42, 99, ff. 569r-570v.
13 Huyó con el dinero sin cumplir su cometido. Recibió 5.200 maravedís y escapó dejando las mulas atadas
en una huerta. AGS, RGS, 1495-02-211.
14 El Hostal se dividía en 5 secciones: Panadería, Botellería, Cocina, Frutería y Escudería. F. Serrano
Larráyoz, La Mesa del Rey. Cocina y régimen alimentario en la Corte de Carlos III el Noble de Navarra (1411-
1425), Navarra, Institución Príncipe de Viana, 2002, pp. 113-152. Acerca del Hostal de la reina Doña Blanca,
ver F. Serrano Larráyoz, “La casa y la mesa de la reina Blanca de Navarra (1433)”, AEM, 30/1 (2000), pp. 160-
166. Sobre el Hostal del Príncipe Carlos de Viana, M.ª J. Ibiricu Díaz, “El hostal del Príncipe Carlos de Viana”,
Príncipe de Viana, 49 (1988), pp. 593-640. Ver también M. Narbona Cárceles, La Corte de Carlos III el Noble,
rey de Navarra, espacio doméstico y escenario de poder, 1376-1415, Navarra, Ediciones de la Universidad
de Navarra, 2006.
15 En el Hostal de la Reina Doña Blanca. Ver F. Serrano Larráyoz, “La casa y la mesa…”, p. 176. En el
Hostal del Príncipe Carlos esta tarea la realizaba un pollero no identificado. Según Ibiricu Díaz, sería un
hombre llamado Perusqui. M.ª J. Ibiricu Díaz, “El hostal del Príncipe…”, p. 612.
16 Alfonso XI nombró a su Despensero, Don Gonzalo Martínez, Maestre de Alcántara. Y en las Cortes de
Madrigal de 1476 se indicó que los oficios de la Casa y hacienda real eran de confianza y por tanto había que
mirar la fidelidad de las personas que lo ocupaban. J. M. García Marín, El oficio público en Castilla durante la
Baja Edad Media, Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública, 1987, pp. 78-90.
17 AGS, CSR, leg. 0002, fol. 260.
18 F. Martínez López, La casa del Príncipe…, p. 183.
Respecto al número de gallineros, hay que señalar que nunca fueron muy numerosos
y en general el individuo que lograba el cargo solía mantenerlo durante varios años, salvo
que mediasen otras circunstancias.
Fuentes: AGS, CSR, leg. 0001, fol. 197; AGS, CSR, leg. 0002, fol. 260; AGS, CSR, leg. 0009,
fol. 258; AGS, CSR, leg. 0043, fols. 176-178; AGS, RGS, 1480-09-144; AGS, RGS, 1490-03-188;
AGS, RGS, 1498-12-31; AGS, RGS, 1494-01-41; AGS, RGS, 1495-02-217; AGS, RGS, 1494-04-
236; AGS, RGS, 1488-01-197; AGS, CCA, DIV, 42, 99, fols. 569r-579v.
La tabla 1 recoge los gallineros documentados para esta etapa. Su número es escaso,
no llegan a la decena y hay dudas sobre la identidad de algunos de ellos. Sería el caso de
un tal Pedro Caballo o Carballo que figura en un documento de 1491 como gallinero del
Príncipe Juan19. Sin embargo, la fecha coincide con el período de ejercicio de Pedro de
Carvajal, gallinero del Príncipe Juan, por lo que o bien se trataría de un nuevo servidor del
Príncipe, desconocido hasta ahora, o lo más probable, sería el mismo Pedro de Carvajal20.
Caso parecido es el de Domingo Gómez gallinero del rey Fernando entre 1494-1498. Suele
aparecer referido de esta manera salvo en un documento de 1494 en el que consta como
Diego Gómez21. Aunque podría haber dudas sobre su identidad, como los dos sirven al rey,
su apellido coincide y cronológicamente van seguidos, lo más posible es que sean la misma
persona. En lo que concierne a Sancho de Espinosa y Sancho de Loriga no hay dudas.
Aunque a veces pueden confundirse, todo apunta a que eran dos personas distintas, pero
ambos servían a la reina Isabel. El primero de ellos, Sancho de Espinosa, tiene la hoja de
servicios más extensa, figurando en los documentos desde 1478 hasta 150022. En ellos
19 Su esposa, acusada de adulterio, le acusó de intento de asesinato. AGS, RGS, 1491-08-160.
20 Pedro de Carvajal es el único gallinero del Príncipe. Ver J. D. González Arce, “Trabajar para el príncipe”,
AEM, 39/2 (2009), pp. 777-842, tabla 2.
21 AGS, RGS, 1494-01-41.
22 Ver AGS, CCA, DIV, 42, 99, ff. 569r-570v. AGS, CSR, leg. 0001, fol. 197.
aparece citado con su nombre y apellido o simplemente como Sancho, el gallinero. Por el
contrario Sancho de Loriga suele aparecer con su nombre, apellidos y rango de gallinero
mayor23.
Los gallineros eran pocos porque los infantes eran abastecidos por los servidores de
la reina, al menos hasta que eran mayores de edad y disponían de casa propia24. Entre los
descendientes de los Reyes Católicos, tan sólo tuvieron gallineros Juan, Isabel y el hijo de
ésta, Miguel. El caso del príncipe Miguel sería además una excepción, puesto que lo tuvo
desde edad temprana. De las demás hijas tan sólo tenemos datos de Juana, pero ya de
1503, cuando tuvo a su servicio a un regatón llamado Ruy González de Cuéllar25. Aparte
de estos, había más gallineros, que no estaban ligados a ningún miembro de la familia
real. Es posible que sus servicios fueran ocasionales, lo que no sería extraño ya que para
abastecer a la Corte se necesitaría gran cantidad de alimentos, por lo que se recurriría a
estos personajes26. Estos conocerían el sistema de abastecimiento real y con el tiempo
pudieron llegar a ser servidores permanentes de los reyes. Serían los casos de Pedro de
Sampedro y Marquina27.
La duración del cargo oscilaba según los casos. Los más longevos fueron los gallineros
de la reina Isabel, que abarcaron casi todo su reinado. Los del rey Don Fernando duraron,
el primero 10 años y el segundo cuatro. En el lapso temporal existente entre ambos el
monarca pudo compartir con la reina los servicios de Sancho de Loriga. Así con motivo
de los robos ejecutados por Pedro del Canal y Bartolomé de la Guardia, hacia 1491, se
menciona que Sancho de Loriga intentó comprar gallinas para la despensa, posiblemente
para abastecer a la pareja real28. De entre los gallineros de los príncipes el más duradero
fue Pedro de Carvajal, que sirvió al príncipe Juan hasta su muerte en 1497. Tan trágico
destino también supuso el fin de los servicios de Bartolomé de Loriga, gallinero del príncipe
Miguel, mientras que para Pedro de Vallejo, gallinero de la princesa Isabel sólo tenemos
datos de 1495.
23 A. de la Torre y E. A. de la Torre (eds.) Cuentas de Gonzalo de Baeça, tesorero de Isabel la Católica
(1492-1504), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científica, 1955, vol. II, p. 74.
24 Lo mismo ocurría en Navarra. El rey y la reina disponían de su propio Hostal, mientras que los hijos
dependían del de la madre hasta que alcanzaban la mayoría de edad. F. Serrano Larráyoz, “La casa y la
mesa…”, p. 160.
25 Tenía permiso para vender pescado, fruta, aves y caza. AGS, CCA, Cédulas (en adelante CED), 9, 222,2,
ff. 42r-42v. También el príncipe Juan disponía de un regatón, Rodrigo Campuzano. F. Mendoza-Díaz Maroto y
A. Pretel Marín (introds.), Cuaderno de alcabalas de 1484 (facsímil del ejemplar de Huete, Álvaro de Castro,
1485), Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses, 2001, vol. 2, fols. 5v-6v.
26 En algunos documentos se indica que se dan licencias a los gallineros y a otros de fuera que anduviesen
con licencia real en la Corte lo que podría indicar la existencia de personal ajeno a la casa real. AGS, RGS,
1488-05-173. AGS, RGS, 1490-03-563.
27 Pedro de Sampedro hizo un repartimiento de gallinas en Madrid en 1503. T. Puñal Fernández, El mercado
de Madrid durante la Baja Edad Media, Madrid, Caja de Madrid, 1992, p. 107. Marquina era gallinero de pollos
y gallinas y aparece en un documento sin fechar, posiblemente de 1502-1503. AGS, CSR, leg. 0046, fol. 360.
28 En 1495 el delito todavía no había sido resuelto. AGS, RGS, 1495-02-211. AGS, RGS, 1495-02-549.
en zonas rurales y de cobrar por sus productos mucho más de lo que les habían costado29.
Estas acusaciones, no obstante, no constituían una novedad. Durante la Baja Edad Media
castellana, los procuradores urbanos se quejaron repetidamente a los monarcas, por
los abusos cometidos por sus oficiales en los pueblos y ciudades que visitaban. Estos
consistían en obtener lo necesario para la Despensa Real y luego irse sin pagarlo, lo que
ocasionaba grandes daños al reino30. En este modo de proceder se veían implicados altos
cargos cortesanos. El más citado en las fuentes fue el Despensero Mayor, al cual se ordenó
en las Cortes de 1312 que no tomase ninguna vianda sin pagarla31. Durante el reinado de
Enrique IV fue acusado nuevamente de adquirir bienes para la mesa real a bajo costo, para
revenderlos a un precio mucho más alto o entregarlos a sus familiares y amigos32. Este tipo
de atropellos también eran cometidos por los regatones de la corte o los taberneros, que
asimismo especulaban con los alimentos comprados, revendiéndolos a precios abusivos33.
Todo ello afectaba al gallinero, que aunque no es citado en los Cuadernos de Cortes, sería
por su condición de oficial y por su propio trabajo, en permanente contacto con los habitantes
del reino, uno de los principales causantes de dicha situación, ya que empleaba métodos
muy similares a los aquí descritos.
Ante estas circunstancias los Reyes Católicos intentaron cambiar el modo de actuación
de los gallineros y de los regatones reales. Para ello recuperaron antiguas medidas, como
prohibir a los regatones que comprasen mercancías en cinco leguas alrededor de la Corte34.
Pero su principal aportación radicó en los nuevos usos que introdujeron en las Cortes
de Toledo de 1480, donde regularon las actividades de estos oficiales. Estos seguían
cometiendo desmanes de todo tipo y para evitarlos se redactó una ley que atendía a todos
los aspectos de su trabajo, desde la obtención de los productos, al importe de los mismos.
Asimismo se incluían medidas preventivas contra el fraude, tanto en los precios de las
mercancías, como en la obtención de las mismas y regulaba la manera de actuar de los
concejos ante la llegada de un gallinero o de un regatón. Podemos establecer, en este
sentido, tres campos de actuación por parte de los reyes: obtención de licencias por parte
de los gallineros, modo de actuación de los concejos y regulación de los precios35. Veamos
en que consistía cada uno de ellos:
a) Obtención de licencias: Para poder actuar como gallinero era necesario disponer de
una licencia de la corte. Esta medida se podría extender, no sólo a los gallineros de
la corte, sino a otros venidos de fuera. Posiblemente se impuso esta medida por las
quejas que habían suscitado en el pasado, el uso de las cartas falsas que permitían
obtener productos de manera indebida.
Dado que estas normas se repiten constantemente, parece que no fueron muy efectivas.
A pesar de ello son pocos los conflictos documentados entre los gallineros y la población
local, consistiendo por lo general en algunos enfrentamientos con los pobladores de ciertas
localidades y en robos de dinero cometidos contra estos oficiales. Los choques con los
habitantes se produjeron en 1478 y 1499, siendo la causa de los mismos la negativa de los
pobladores y de sus autoridades a entregar las aves necesarias para la mesa real36. En lo
relativo a los robos, estos los realizaron personas escogidas por los gallineros para comprar
las aves. Son los casos de Pedro del Canal, que robó 2.300 maravedís y de Bartolomé de
la Guardia que se hizo con 5.20037.
Sin embargo otros oficiales reales, como los regatones, sí sufrieron asaltos o
confiscaciones. Serían los casos de Martín Sánchez y Alonso de Cárdenas, cuyos
servidores fueron asaltados por algunos vecinos de Zamora38. Idéntica situación fue la de
36 El primer caso se dio en Tocina y afectó a Sancho de Espinosa. AGS, CCA, DIV, 42, 99, ff. 569r-570v. El
segundo en Valdemoro y tuvo como protagonistas a los criados de Sancho de Loriga. AGS, RGS, 1499-01-
276.
37 AGS, RGS, 1495-02-211. AGS, RGS, 1495-02-549.
38 Llevaban a la Corte una carga de cabritos y caza para la Navidad. AGS, RGS, 1489-01-279.
Juan de Oviedo cuando a su criado, Rodrigo de Ferrera, le fueron confiscadas las cargas de
pescado por los arrendadores de la alhóndiga de Sevilla. Estos obligaron a los transportistas
contratados por el mencionado criado, a traer varias carretas de trigo a Sevilla y además
requisaron cierta cantidad de maravedís que llevaba consigo39.
Los productos aportados por los gallineros eran bastante variados. A pesar de su
nombre, los gallineros, aparte de gallinas y aves en general40, proveían otras mercancías
como ciertas especies de pescado, algunos productos ganaderos y de caza menor. Sin
embargo, su principal ocupación, o al menos en las fuentes es la mejor definida, era proveer
de aves y caza menor, dentro de la cual se incluían, sobre todo, aves salvajes y pequeños
animales como los conejos. Entre los productos ganaderos, parece que sus funciones se
limitaban a especies concretas como los cerdos (lechón), la ternera o derivados de estos
como el tocino, mientras que con respecto al pescado, tan sólo se citan la trucha y la
lamprea, apareciendo junto a ellas, dos denominaciones, pescado fresco y pescado salado,
que podían englobar a especies muy diversas.
Su principal función era la provisión de aves, ya fueran de corral o salvajes, siendo los
demás productos una tarea secundaria para ellos. De hecho, al analizar el papel de otros
proveedores cortesanos encontramos ciertas coincidencias en alimentos muy concretos
que subrayan esta hipótesis. Por ejemplo los regatones reales proveían a la mesa real
de caza, fruta, pescado, vino blanco o tinto y tocino41. De igual modo los Despenseros,
podían ejercer un papel muy similar al de los gallineros, tal y como hizo Juan de Valtierra
con la reina Isabel y su hijo el príncipe Juan42. Estos además suministraban pescado, tanto
fluvial, como el salmón, que traían desde Bayona, como marítimo que obtenían de las
regiones andaluzas43. E incluso se documenta la existencia de Despenseros de barbos y
truchas o de pescadores, parece ser que profesionales, que también hacían su aportación
a la Despensa Real44. Respecto a los productos ganaderos, la Corte estaba bien provista
gracias a los carniceros reales como Machín de Azpeitia, que era el carnicero de la reina
y que procuraba a la soberana, carne de vaca, cerdo, oveja y cabra45. Por tanto, parece
que existía una especie de reparto entre los responsables del abastecimiento, en el que
quedaban bien definidos los productos que debía aportar cada cual, aunque algunos de
ellos, como el del gallinero, podían extender sus actividades hacia mercancías, que eran
escasas o complicadas de conseguir, como el pescado. En la Tabla 2 figuran los productos
que los gallineros debían entregar a la Despensa Real.
AVES
CAZA MENOR GANADO PESCADO
DOMÉSTICAS
Conejos Gallina Lechón Lampreas
Palomas
Fuentes: AGS, RGS, 1492-7-98; AGS, RGS, 1490-03-563; AGS, RGS, 1488-05-173; AGS, RGS,
1495-01-84; AGS, RGS, 1495-02-517; AGS, RGS, 1498-12-31; AGS, RGS, 1494-02-226; AGS,
RGS, 1490-12-51; AGS, RGS, 1495-02-22; AGS, RGS, 1490-04-236; AGS, RGS, 1489-07-277;
AGS, RGS, 1487-03-47; AGS, RGS, 1487-03-48; AGS, RGS, 1489-07-293; AGS, RGS, 1492-01-
41.
Se trata de una lista corta aunque es posible que dentro de la misma pudiesen añadirse
otras especies. Sería el caso de los francolines, animales que la ciudad de Murcia envió
en 1458 al rey Enrique IV, ya que se consideraban un manjar para las clases altas46. Aún
así, en líneas generales, la información recopilada muestra numerosas coincidencias en
los gustos entre la monarquía castellana y otros reyes peninsulares, como los navarros o
los aragoneses, en el caso de estos últimos, al menos durante sus estancias en Valencia.
Estas se concentran en dos grupos de alimentos como serían las aves y la caza menor. En
todos ellos las gallinas o los capones aparecían con frecuencia y lo mismo ocurría con otras
especies, relativas a la caza menor, como las perdices, las palomas, los conejos, el ánsar
o el ánade47. En el caso navarro se documentaban otros animales como los perdigones, los
gazapos, los pájaros, las codornices, las tórtolas y los pavos48. Es posible que los gallineros
46 M.ª del C. Peiró Mateos, El comercio y los comerciantes en la Murcia de finales de la Edad Media a través
de la documentación, Murcia, 2007, (Recurso electrónico), pp. 273-274.
47 Algunas especies como el ánade o el ansarón o la paloma, podían ser criadas por los vecinos como
en Toledo o Córdoba, adquiriendo así categoría de especie doméstica. En la documentación no se hace tal
especificación, por lo que las incluimos como salvajes y por tanto como caza menor. P. Hernández Íñigo,
“Abastecimiento y comercialización de la carne en Córdoba a fines de la Edad Media”, Meridies, VIII (2006),
pp. 112-113. R. Izquierdo Benito, Abastecimiento y alimentación en Toledo en el siglo XV, Cuenca, Universidad
de Castilla-La Mancha, 2002, pp. 73-74.
48 Dichos datos han sido extraídos de las siguientes obras: F. Serrano Larráyoz, La Mesa del Rey…, pp. 166-
207. Del mismo autor: “La casa y la mesa”, AEM, 30/1 (2000), pp. 177-184. F. Serrano Larráyoz, “Banquetes
de los príncipes de Viana a mediados del siglo XV”, Príncipe de Viana, 59, (1998), pp. 696-697. F. Serrano
Larráyoz, “La alimentación de la realeza Navarra en el siglo XV: las cuentas del Hostal de la reina Doña
Blanca durante una romería a Zaragoza (1433)” en J. I. de la Iglesia Duarte (coord.), La vida cotidiana en la
proveyesen de algunos de estos animales a los reyes castellanos. Por ejemplo en las
crónicas bajomedievales castellanas figuran el faisán y el pavo como alimento de las clases
altas, aunque su ausencia entre los animales aportados por los gallineros podría explicarse
por su menor consumo o por un menor aprecio por parte de los reyes49. Asimismo, en los
reinos analizados es muy escasa la presencia de la caza mayor, ya que sólo aparecen el
ciervo en Navarra y el jabalí en Valencia. Esto es extraño, puesto que los reyes castellanos
fueron en general, muy aficionados a la caza y tenían cazaderos muy importantes como El
Pardo, en las cercanías de Madrid50. No obstante, su ausencia en el caso castellano, podría
deberse a que los gallineros sólo aportaban algunas piezas de caza menor, mientras que
los ciervos o los jabalíes serían capturados en las cacerías organizadas por los monarcas.
Respecto a los productos ganaderos, estos eran provistos en su mayoría por los carniceros
reales y las coincidencias son elevadas para los tres reinos. En todos hallamos cabritos,
lechones o ternera, aunque también se cita a los carneros, los cerdos y productos derivados
como el tocino, el pernil o las turmas51. En Castilla se cita al carnero como el alimento
principal en algunos viajes efectuados por la reina Isabel y su hija doña Juana en 150452.
El sistema empleado para conseguir estos alimentos era el siguiente. Los gallineros
iban a las poblaciones, acompañados por el oficial municipal correspondiente y allí se hacían
entregar las aves necesarias o cualquier otro producto que fuere requerido. Acto seguido
pagaban al proveedor según las tarifas estipuladas en las cartas reales53. Esto, en el fondo,
era una requisa encubierta, mitigada por el pago de los animales sustraídos, pero generó
mucha oposición entre los vecinos. En ocasiones la entrega podía adquirir la forma de un
repartimiento, como en Madrid en 1503, donde Pedro de Sampedro hizo un repartimiento
de gallinas entre todos los vecinos que tuviesen más de cuatro de estas aves54. Este sistema
de abastecimiento era posible en Castilla porque las aves de corral como las gallinas, los
capones o incluso las palomas, si eran domésticas, eran criados por los vecinos de los
concejos, de ahí su abundancia y posterior comercialización, en el ámbito urbano y como
base del aprovisionamiento de los reyes55. En Navarra el sistema era diferente, ya que en
este reino la carne y las aves de corral eran provistas por los concejos, pero también las
Edad Media. VIII Semana de Estudios Medievales: Nájera del 4 al 18 de agosto de 1997, Nájera, Gobierno de
La Rioja, 1998, pp. 318-321. Mª. J. Ibiricu Díaz, “El hostal del Príncipe Carlos”, Príncipe de Viana, 49 (1988),
pp. 615-616. Algunos de ellos también aparecen en Valencia. J. V. García Marsilla, La jerarquía de la mesa.
Los sistemas alimentarios en la Valencia bajomedieval, Valencia, Diputación de Valencia, 1993, pp. 198-199.
49 T. de Castro Martínez, La alimentación en las crónicas castellanas bajomedievales, Granada, Estudios
históricos ‘Chronica Nova’, 1996, p. 155.
50 De la riqueza cinegética del reino da buena cuenta el Libro de la Montería de Alfonso XI. Ver M.ª I. Montoya
Ramírez (ed.), Libro de la Montería, Granada, Publicaciones de la Cátedra de la Lengua Española. Series
Philologica, 1992. Respecto a El Pardo, este encinar se amojonó en 1486 para que no entrase nadie. Ver A.
Gómez Iglesias, Libros de Acuerdos del Concejo Madrileño (1486-1492), Madrid, Artes Gráficas Municipales,
1970, vol. II, pp. 11-13.
51 T. de Castro Martínez, El abastecimiento alimentario en el reino de Granada (1482-1510), Granada,
Universidad de Granada, 2004, p. 237.
52 También se consumían tres aves diarias, aunque desconocemos su especie. AGS, CSR, leg. 0009, fol.
0485. Del carnero se aprovechaban las turmas y de las terneras la falda y los jarretes. Mª. C. González
Marrero, La casa…, pp. 84-86.
53 Por ejemplo en AGS, RGS, 1487-03-48. AGS, RGS, 1489-07-293.
54 T. Puñal Fernández, El mercado de Madrid…, p. 107.
55 Dicha abundancia se documenta en Madrid. T. Puñal Fernández, El mercado de Madrid…, p. 107.
conseguían gracias a los regalos de los particulares o los municipios, e incluso la Corona
disponía de granjas para criar gallinas o instalaciones en las cuales mantenerlas56.
Respecto al pescado, es difícil concretar las especies aportadas por los gallineros. Se
menciona a la trucha y la lamprea y luego tan sólo hay referencias imprecisas al pescado
fresco y al salado. Todo ello se ve dificultado, además, ya que algunas especies, como la
trucha o el barbo podían ser provistas por los Despenseros o por pescadores profesionales.
El sistema de adquisición de productos sería muy similar al de la carne, pero con algunas
diferencias:
Aún así es complicado conocer las especies que aportaban a la mesa real. Lo lógico es
que se ajustaran a las existentes en cada zona y luego se fueran sumando las que venían de
otras regiones o de la costa. Entre las fluviales encontraríamos, además de ya citadas, las
autóctonas de los ríos castellanos. Por ejemplo, en la cuenca del Tajo estas eran la anguila,
el barbo, la boga y la trucha, también presentes en otros ríos como el Guadiana, aunque no
hay que descartar otras como la tenca59. Asimismo se abastecían de salmón, proveniente
de Bayona y podrían incluirse en esta lista endemismos locales como las loinas. Una
comparativa con el caso navarro revela interesantes coincidencias ya que allí se consumían
también las truchas, los barbos y las anguilas60. Se consumirían frescos, salvo los que
venían de otras regiones, como el salmón que podrían consumirse en salazón. Respecto
al pescado marítimo, algunas especies se conservaban en salazón, como la sardina y el
arenque61. Junto a los pescados frescos y salados, también se incluirían pescados secos
56 El príncipe Carlos tenía un rebaño de carneros y una granja de cría de gallinas y otras aves. Mª. J, Ibiricu
Díaz, “El hostal del Príncipe Carlos” Príncipe de Viana, 49 (1988), pp. 615-616. Su madre alquilaba casa y
cambras para el mantenimiento de sus gallinas. F. Serrano Larráyoz, “La casa y la mesa…” AEM, 30/1 (2000),
pp. 177-181. Para los otros sistemas de compra véase F. Serrano Larráyoz, La Mesa del Rey…, pp. 166-169
y 184.
57 Sobre el comercio del pescado en una zona de interior: J. Sánchez Quiñones, La pesca en el reino de
Toledo. La cuenca alta y media del Tajo en los siglos XII al XVI, Oxford, BAR, International Series, 2006, pp.
93-96.
58 En 1484 se menciona a Francisco Sánchez, Despensero de Fernando el Católico y a Alonso de Benavente,
gallinero del rey. Es posible que el segundo actuase como subordinado del primero. AGS, RGS, 1484-02-38.
59 J. Sánchez Quiñones, La pesca…, pp. 26-33 y 93-96.
60 Aparecen otras como el salmón, los barbilones, los colaques y la lamprea. F. Serrano Larráyoz, “La casa
y la mesa…” AEM, 30/1 (2000), p. 184. F. Serrano Larráyoz, La Mesa del Rey…, pp. 200-207.
61 Ibidem. pp. 200-207. Mª. J. Ibiricu Díaz, “El hostal del Príncipe Carlos”, Príncipe de Viana, 49 (1988), pp.
615-616.
como el congrio. Otros peces con gran presencia serían el atún de procedencia andaluza62
o los sábalos que en algunas zonas de interior se vendía fresco63. No obstante aquí se
podrían añadir otros peces como el besugo, las mielgas, las rayas, el mero, las sabogas u
otros pescados de procedencia cantábrica o incluso atlántica y que también aparecen en
la mesa del rey de Navarra. Este reino importaba la mayor parte del pescado marítimo que
consumía de los puertos del Cantábrico, por lo que es muy factible que los Reyes Católicos
hicieran lo mismo para su respectiva Despensa64.
Una vez establecido el sistema de regulación de los precios, los monarcas tuvieron
que ponerlo en práctica. Cuando los reyes o la reina con los infantes, se movían de un
lugar a otro, siempre enviaban sus cartas a los concejos de las tierras y comarcas que iban
a visitar, cuyo contenido siempre era el mismo: noticia de su llegada, reproducción de las
leyes de Toledo, indicando la manera en que se debían tasar los productos y finalmente la
tasación de los mismos, dividiéndolos en dos grupos. En el primero se incluirían algunas
especies de caza menor (aves salvajes) y la mayoría de las aves de corral, con precios
fijados de antemano, cuyas cuantías eran decididas por los mayordomos de la Casa Real
y por los miembros del Consejo. En el segundo grupo se hallaban los demás alimentos,
como el pescado, la tórtola o los conejos y sus importes eran fijados in situ según a como
valieren en cada lugar, jurando sobre ello dos hombres buenos de cada localidad. Con este
sistema se perseguían dos objetivos: el primero era garantizar una adecuada remuneración
a los vendedores locales que abastecían a los gallineros, evitando que estos cometiesen
cohechos o agravios. El segundo evitar que los gallineros fueran víctimas, a su vez, de
abusos por parte de terceras personas que pretendían cobrarles más de la cuenta por sus
mercancías65.
Sin embargo a la hora de aplicarse este sistema tuvo sus dificultades, ya que cuando
la Corte cuando llegaba a una localidad, se producía casi de inmediato un importante
incremento de los precios. El principal problema era que con la llegada del séquito real, se
producía también la de los nobles, que componían su cortejo y el de sus sirvientes, lo que
suponía que estas áreas debían hacer frente a una demanda de alimentos para la que no
estaban preparadas66. Así se disparaban los precios provocando graves problemas internos
de abastecimiento y todas las mercancías se veían afectadas, ya fuesen las carnes, el pan
o el pescado, obligando a que, en ocasiones, los proveedores reales tuviesen que buscar
62 Diago Hernando, M, “Relaciones comerciales de la Corona de Aragón con la Andalucía atlántica durante
el siglo XIV y primera mitad del XV”, HID, 27 (2000), pp. 19-54, sobre todo pp. 44-45 y 50. Del mismo autor:
“El comercio de productos alimentarios entre las Coronas de Castilla y Aragón en los siglos XIV y XV”, AEM,
31/1 (2001), pp. 603-648, en especial, pp. 621-626. R. Salicrú i Lluch, “Comercio de pescado atlántico ibérico
en el Mediterráneo catalanoaragonés del siglo XV”, en La pesca en la Edad Media, Madrid, Monografías de la
Sociedad Española de Estudios Medievales, 2009, vol. I, pp. 176-177.
63 J. Sánchez Quiñones, La pesca…, p. 96.
64 F. Serrano Larráyoz, “La consideración y el ejercicio del cocinero cortesano en Navarra durante la Baja
Edad Media”, En la España Medieval (en adelante EEM), 31 (2008), p. 388. En Valencia también aparecen la
merluza, el congrio o el barbo. Ver J. V. García Marsilla, La jerarquía de la mesa…, p. 202.
65 AGS, RGS, 1488-05-173. AGS, RGS, 1492-07-98. AGS, RGS, 1495-01-84. AGS, RGS, 1495-02-517.
66 Fue la incapacidad de las ciudades para acoger a la Corte, lo que determinó su movilidad por el reino. J. V.
García Marsilla, La jerarquía de la mesa…, p. 193. M.ª del C. Carlé, “Notas para el estudio de la alimentación
y el abastecimiento de la Baja Edad Media”, CHE, LXI-LXII (1977), pp. 320-322.
lo necesario fuera del alfoz de una ciudad o en un reino vecino67. Las consecuencias de
la visita real se hacían sentir durante mucho tiempo. La más importante era que tras la
marcha de los reyes, se mantenía la tendencia alcista de los precios y estos tardaban
mucho tiempo en recuperar su nivel anterior68. Además el sistema diseñado por los Reyes
Católicos, adolecía de algunos defectos que empeoraban la situación:
67 En Murcia se acumulaba ganado para afrontar las visitas de los Reyes Católicos. En 1490-1492 y 1500-
1501 llegaron ganados de ganados de Aragón para venderse durante la visita de los monarcas. Mª. C, Peiró
Mateos, El comercio…, pp. 249-250. En Guadalajara, en 1485 la presencia de los reyes en Alcalá de Henares,
provocó carestía de pan, a pesar de que aquel había sido un año con buenas cosechas. J. L. Escribano Abad,
“La regulación del mercado alimentario: el caso de la Guadalajara bajomedieval”, ETF. Serie III. Historia
Medieval, 21 (2008), pp. 134-136. En los cereales tuvieron mayor importancia las sacas ejecutadas por los
particulares. J. M. Sánchez Benito, La Corona de Castilla y el comercio exterior: estudio del intervencionismo
monárquico sobre los tráficos mercantiles en la Baja Edad Media, Madrid, Ciencia 3, 1993, pp. 49-56. En
Sevilla se produjo un alza de los precios motivada por la presencia de la Corte en 1477-1478. M. A. Ladero
Quesada y M. González Jiménez, Diezmo eclesiástico y producción de cereales en el reino de Sevilla (1408-
1503), Sevilla, Universidad de Sevilla, 1979, pp. 81-85.
68 Se hizo esta denuncia ya en 1430. Cortes de los Antiguos reinos…, vol. II, pp. 338-339.
69 Se ordenó en 1499 la bajada de los precios de este producto, puesto que la Corte ya se había ido. J.
Sánchez Quiñones, La pesca…, p. 107. J. Sánchez Quiñones, “Los precios del pescado en Guadalajara en el
siglo XV: problemas y factores de influencia” en La pesca en la Edad Media…, vol. I, p. 188.
70 Los carniceros de Madrid lo solicitaron en 1499, indicando que sino se les concedía, se arruinarían por
no tener caudal suficiente para abastecer de carne. T. Puñal Fernández, El mercado de Madrid…, p. 111. Se
pidió un incremento para cobrar según se hacía en el rastro real. M.ª del C. Carlé, “Notas para el estudio de
la alimentación…”, p. 321, notas 9 y 10.
71 En Toledo en 1445 se produjo un alza en el precio de las perdices por la llegada del rey. R. Izquierdo
Benito, Precios y salarios en Toledo durante el siglo XV (1400-1475), Toledo, Obra Cultural de la Caja de
Ahorro Provincial, 1983, pp. 108-109.
72 AGS, CCA, DIV, 42, 99, fol. 570r.
73 En 1499 Sancho de Loriga envió a sus criados a Valdemoro a comprar aves. El alcalde de la villa se negó
a nombrar a un oficial que le acompañase y a darle las aves, lo que le obligó a comprarlas en la Corte, con
Por otro lado las tarifas impuestas por la Corona eran fijas y se aplicaban a amplias
zonas geográficas, sin tener cuenta las diferencias de valor entre las distintas áreas. Dicha
uniformidad obedecería al deseo de los reyes de evitar un alza excesiva en el importe
de los alimentos y de los abusos que se producían por esta causa. Para ello delimitaron
dos grandes zonas, imprecisas en sus límites e identificadas de manera muy vaga como
allende los puertos o cabo los puertos74. Es complejo determinar que territorios quedaban
dentro de una u otra y son pocas las ocasiones en que la documentación indica alguna
región como Andalucía, Murcia, Madrid o un área jurisdiccional como el arzobispado de
Toledo. La mención de unos puertos indicaría la división de estas áreas por medio de un
sistema montañoso. Madrid y el arzobispado de Toledo se incluían en el área, allende los
puertos, mientras que Andalucía se localizaba en la zona cabo los puertos, por lo que casi
con seguridad la línea divisoria entre ambas sería Sierra Morena, pero desconocemos que
regiones se incluyen en cada zona75.
Tabla 3: Precios puestos a los productos cabo los puertos y allende los puertos
(1487-1498)
(1): Estos precios atañen también a Murcia (1488), Andalucía (1489) y Madrid y Arzobispado de Toledo
(1495)/(2). En los años indicados también incluye la zona Allende los puertos/(CP): Cabo los puertos/(AP):
Allende los puertos
Fuentes: AGS, RGS, 1492-7-98; AGS, RGS, 1490-03-563; AGS, RGS, 1488-05-173; AGS, RGS,
1495-01-84; AGS, RGS, 1495-02-517; AGS, RGS, 1498-12-31; AGS, RGS, 1494-02-226; AGS,
RGS, 1490-12-51; AGS, RGS, 1495-02-22; AGS, RGS, 1490-04-236; AGS, RGS, 1489-07-277;
AGS, RGS, 1487-03-47; AGS, RGS, 1487-03-48; AGS, RGS, 1489-07-293.
La mayoría de los datos de la tabla 3 pertenecen al área conocida como cabo los
puertos. Para allende los puertos sólo disponemos datos de tres años: 1490, 1494 y 1495.
el consiguiente gasto. AGS, RGS, 1499-01-276. En Alhama en 1499 se buscaba evitar la salida de la caza,
aunque fuese para la Corte. T. de Castro Martínez, El abastecimiento…, p. 327.
74 Allende también aparece como allá los puertos. AGS, RGS, 1494-01-41. AGS, RGS, 1490-03-563.
75 AGS, RGS, 1495-01-84. AGS, RGS, 1489-07-277.
En esos años, tan sólo hemos anotado las variantes existentes entorno al importe de los
productos, pero no hemos señalado nada si el precio era el mismo. El importe viene fijado
en maravedís por cada pieza. Tan sólo los palominos se venden por parejas76. El capón y el
lechón también se cuantificaron en reales. Existe un año repetido, 1489, en el que se fijaron
precios para la zona cabo los puertos y de manera individual, para Andalucía, con notables
diferencias entre ambas, por lo que incluimos esta referencia por separado.
La lista incluye casi todas las aves, en su mayoría domésticas y el lechón. De entre
las salvajes sólo figuran el ansarón, el anadón y los palominos, que serían lo más apreciado
por los monarcas castellanos. Las especies más cotizadas eran, por este orden, el capón,
el ansarón, la gallina, la polla ponedera y el anadón, en lo que coincidían con otras cortes
peninsulares77. En el precio de estas especies jugaban diversos factores como el aprecio
que se las tenía, su edad, su tamaño o su peso78. En líneas generales, los precios se
mantuvieron bastante estables durante los años analizados y entre las dos áreas, allende
los puertos y cabe los puertos, apenas hubo diferencias. La tendencia fue descendente
desde los años finales de 1480, a unas cuantías más reducidas para la década de 1490.
Esta evolución podría indicar dos fases, con una primera de menor abundancia en estos
productos, seguida por una segunda fase de mayor opulencia. Estas variaciones son
difíciles de explicar, ya que a diferencia de lo ocurrido con los cereales o el ganado, en las
fuentes no se refleja la influencia que determinados factores, como las malas cosechas
o la peste tenían sobre las aves y los productos de caza79. Estos animales no serían, sin
embargo, inmunes a las problemáticas surgidas en este período y las oscilaciones tarifarias
documentadas en 1489, entre la zona cabo los puertos y Andalucía, así lo demuestran.
Entre ambas existen importantes diferencias con respecto a ciertas aves como la gallina, el
capón o el anadón, pero desconocemos que factores pudieron motivarlas.
A pesar de ello se pueden plantear algunas causas que pudieron provocar el alza o
la baja de los precios. En el caso de las aves e incluso del pescado, la abundancia de la
mercancía sería un aspecto clave. Cuanta más hubiera, menor era el precio, tal y como se
ha constatado para el pescado en Guadalajara o Granada80. Para las aves también podrían
considerarse las malas cosechas y la consiguiente carencia de grano para alimentar a las
aves domésticas, la proliferación de furtivos en el caso de las aves salvajes, las epidemias
que afectarían a los animales o aspectos biológicos81. De igual modo, la resistencia de los
concejos a permitir la acción de los gallineros podría influir en el aumento de los precios.
76 Las gallinas también se tasaron por pares al menos hasta 1478. AGS, CCA, DIV, 42, 99, fol. 570r.
77 El capón y al ánsar podían llegar a los 120 dineros y la gallina a los 30. Mª. J. Ibiricu Díaz, “El hostal del
Príncipe Carlos”, Príncipe de Viana, 49 (1988), pp. 615-616; J. V. García Marsilla, La jerarquía de la mesa…,
1993.
78 Las gallinas podían triplicar su precio, dependiendo del tamaño que tuviesen. F. Serrano Larráyoz, “La
casa y la mesa”, AEM, 30/1 (2000), pp. 178-182. Las carnes rojas se tasaban por edad y tamaño. Ibidem, pp.
192-197.
79 De la dificultad para asociar la peste que asoló Castilla entre 1480-1489 y la escasez de carne en
Guadalajara, da buena cuenta J. L. Escribano Abad, “La regulación del mercado”, ETF. Serie III. Historia
Medieval, 21 (2008), pp. 116 y ss. Acerca de las crisis en la ganadería andaluza: M.ª A. Carmona Ruiz,
“Ganadería y crisis agrarias en Andalucía en la Baja Edad Media”, en H. R. Oliva Herrer y P. Benito i Monclús
(eds.), Crisis de subsistencias y crisis agrarias en la Edad Media, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2007, pp.
245-259. Sobre la influencia que la política regia tenía en la ganadería y como podía agravar sus crisis, ver J.
M. Sánchez Benito, La Corona de Castilla…, pp. 56 y ss.
80 J. Sánchez Quiñones, “Los precios del pescado”, en La pesca en la Edad Media, pp. 187-188. T. de
Castro Martínez, El abastecimiento…, pp. 314-315.
81 F. Serrano Larráyoz, “Banquetes de los príncipes de Viana”, Príncipe de Viana, 59 (1998), p. 697.
Los oficiales reales gozaban de varios tipos de remuneración por su trabajo. Esta era
de cuatro tipos: monetaria, alimentaria, aposentamiento y regalos. No todos los oficiales
recibían igual pago por sus servicios, sino que este iba ligado a su categoría y sus funciones,
pudiendo variar el tipo de retribución que se les concedía. Así por ejemplo, tendríamos
oficiales que recibirían un salario o quitación, cobrado anualmente o por tercios, a lo que
habría que añadir una ración, pagadera en dinero o en bienes de diverso tipo, tales como
comida, cera, ayuda para vestidos y el aposentamiento en el que se alojaban82. En el caso
del gallinero las fuentes son poco explícitas, ya que no mencionan la quitación y tan sólo
en un documento quedan consignadas las raciones. De hecho, Fernández de Oviedo se
limitaba a indicar que dicho oficial obtenía por sus servicios, un salario, el pago de las aves
conseguidas, él y sus hombres quedaban exentos de abonar los hospedajes en los pueblos
y disfrutaba la franqueza de pechos y derechos83.
En lo concerniente al salario de los gallineros, este solía abonarse por los tercios
del año, por lo que podríamos asimilarlo con las quitaciones cobradas por otros cargos
de la casa real84. Ambos obedecen a la misma regularidad en el pago y a los mismos
plazos cuatrimestrales, pero en las fuentes no se indica que sean quitaciones, por lo que
lo hemos consignado como salario85. Su cuantía anual era baja ya que no superaba los
12.000 maravedís. Sin embargo, en algunas ocasiones, hallamos cifras inferiores, como
los 1.500 maravedís que recibió Sancho de Espinosa en 149386. Aunque la periodicidad
del salario era cuatrimestral, se podía liquidar el monto total del mismo en circunstancias
excepcionales, como la muerte del príncipe o infante al que servían. Es lo que le ocurrió a
Bartolomé de Loriga cuando recibió 8.000 maravedís por el tiempo que sirvió al Príncipe
Miguel87. Su remuneración estaba muy por debajo de las de otros cargos. Por ejemplo, el
82 M. A. Ladero Quesada, La Hacienda Real en Castilla en el siglo XV, La Laguna, Universidad de La
Laguna, 1973, pp. 52-53. J. D. González Arce, “Trabajar para el Príncipe”, en AEM, 39/2 (2009), p. 784.
83 F. Martínez López, La casa del Príncipe…, pp. 183 y 272.
84 Sancho de Loriga, por ejemplo, recibía en 1503, 4.000 maravedís en cada tercio del año. AGS, CSR, leg.
0043, ff. 176-178. Respecto a la periodicidad de las quitaciones ver: Mª. C. González Marrero, “Imágenes
privadas de la vida de Isabel la Católica. Contribución de los funcionarios domésticos al enaltecimiento de
la figura real” en J. Valdeón, L. Ribot y E. Maza (coords.), Isabel la Católica y su época. Actas del Congreso
Internacional, 2004, Valladolid, Instituto Universitario de Historia ‘Simancas’, 2007, vol. I, p. 466.
85 González Arce no recoge ni quitación ni ración para el gallinero del Príncipe Juan. J. D. González Arce,
“Trabajar para el Príncipe”, AEM, 39/2 (2009), pp. 789-792. Sin embargo otros oficiales de la corte como el
carnicero real, Machín de Azpeitia, sí tenían ración y quitación de los reyes. AGS, RGS, 1493-09-215.
86 A. de la Torre y E. A. de la Torre (eds.), Cuentas de Gonzalo de Baeça..., vol. II, p. 74.
87 AGS, CSR, leg. 0002-fol. 260.
Veedor de la casa de la reina cobraba 45.000 maravedís anuales. Por tanto el gallinero se
ubicaba en el límite que distinguía a los oficiales de los simples asalariados, esto es, el nivel
más bajo en las remuneraciones de los que cobraban de la Despensa Real. Su sueldo sería
equiparable al del cocinero mayor o el copero, que en la casa del Príncipe Juan cobraban
unos 10.000-13.000 maravedís aproximadamente88.
Las raciones aparecen consignadas en un documento de 1487. Estas iban dedicadas
para el mantenimiento de los oficiales reales y de sus sirvientes e incluían gastos de muy
diversa índole. En el caso del gallinero eran la manutención de sus hombres, el de las
acémilas usadas para el transporte, los gastos de vestuario y la adquisición de jaulas.
Los gastos se calculaban diariamente y oscilaban según el concepto, lo cual podemos
comprobar en la tabla 4:
88 Mª. C. González Marrero, La casa…, p. 91. En algunas ocasiones el cocinero mayor llegaba a los 20.000
maravedís, pero no era lo habitual. J. D. González Arce, “Trabajar para el Príncipe”, AEM, 39/2 (2009), pp.
788-791.
89 Para el documento de 1487 ver AGS, CSR, leg. 0043, fol. 0001. González Marrero ofrece una cifra
inferior: 41.042 maravedís para mantener dos hombres y tres acémilas, 3.000 más para cuidar de sus bestias
y 3.040 más para gastos diversos, en total 47. 082 maravedís. Ibidem, La casa…, p. 49.
de 148790. Aún así si se compara con lo que recibían otros cargos seguía siendo poco. El
Despensero Mayor recibía 33.000 maravedís para el vestuario de 11 hombres, 127.700
maravedís para mantenerlos y 45.000 maravedís para el cuidado de siete acémilas91.
Finalmente cabría señalar otros complementos al trabajo de los gallineros. Recibían
alojamiento gratuito por parte de los concejos para ellos y para sus bestias. Además
destacaba la exención de impuestos que disfrutaban durante el desempeño de su función,
aunque estos privilegios también los disfrutaban otros oficiales reales como los regatones92.
Por su parte el carnicero de la reina, Machín de Azpeitia, disfrutaba de idéntica exención
impositiva y sus ganados tenían el derecho a pastar y a abrevar libremente en todas las
tierras por las que pasasen93.
6. Conclusiones
90 Se entregaron 453 maravedís al gallinero, por cada tercio del año, para las jaulas y las aves muertas, lo
que podría indicar las pésimas condiciones en las que se encontraban estos animales. AGS, CSR, leg. 0043,
fols. 176 y 178.
91 Mª. C., González Marrero, La casa…, p. 50. Sin embargo los regatones reales sólo recibían, en 1476, 12
maravedís diarios, aunque es posible que la cifra se incrementase con el paso del tiempo. AGS, RGS, 1476-
12-838
92 En concreto la exención de impuestos, como la alcabala o el portazgo y disponían además de alojamiento
gratuito. AGS, RGS, 1475-04-413.
93 Siempre que respetasen las viñas, panes y frutales. AGS, Patronato Real, leg. 59, doc. 16, fol. 83r.
aportaban algunos productos, sería recomendable consultar otras fuentes que pudieran
arrojar más luz a este respecto, como las actas municipales o incluso la documentación
eclesiástica.
Su salario se componía de unos pagos en metálico, posiblemente asimilables a las
quitaciones y por las raciones, también percibidas en metálico, que les permitían cubrir las
necesidades de sus hombres y bestias. Aunque no nos hemos referido a esta cuestión,
creemos que es posible que ya percibiesen quitaciones y raciones en reinados anteriores,
por lo que, para solventar esta cuestión sería necesario consultar los registros documentales
de épocas precedentes. Con todo, las cantidades de dinero percibidas por los gallineros
eran muy inferiores a las recibidas por otros miembros de la casa real, como el Veedor o
el Despensero Mayor. Sin duda alguna, esto se debía a su menor categoría administrativa,
pero aún así, esta desventaja se veía compensada por otros privilegios, como la exención
de impuestos y del pago de alojamiento.
RESUMEN
A lo largo de este breve trabajo pretendemos exponer la evolución que, dentro de la
mentalidad caballeresca y nobiliaria, se produjo a lo largo de la Edad Moderna, tomando
como sujeto a la nobleza castellana. Para ello, utilizaremos dos tratados de referencia:
el primero, el Nobiliario de Ferrand Mexía, impreso en Sevilla en 1492; y el segundo, los
Discursos de la Nobleza de España, obra del regidor Bernabé Moreno de Vargas, impresos
en Madrid en 1622. Cubriremos, por tanto, un arco temporal cercano a un siglo y medio, lo
que nos permitirá percibir las evidentes transformaciones que, a lo largo de dicho período,
se producirían en los modos de pensar y de actuar de este colectivo.
ABSTRACT
Throughout this brief work, we intend to expose the evolution that occurred throughout the
modern age within the chivalric and noble mentality, focusing on the Castilian nobility. To
do this, we will use two treatises of reference: the first, the Nobiliario of Ferrand Mexia,
printed in Seville in 1492; and the second, the Discursos de la Nobleza de España, a work
of the Alderman Bernabé Moreno de Vargas, printed in Madrid in 1622. Therefore, we will
253
“DE AQUELLA ESENCIA MAGNÍFICA DE NOBLEZA”: LA EVOLUCIÓN DE LA MENTALIDAD...
cover a time span close to a century and a half, which allow us to perceive the obvious
transformations that would occur in the ways of thinking and acting of this group over that
period.
KEY WORDS: Nobility, mentality, chivalry, Ferrand Mexia, Bernabé Moreno de Vargas.
Fidalguía [...] es nobleça que uiene a los omes por linage. E por ende deuen mucho guardar,
los que an derecho en ella, que non la dañen nin la mengüen. Ca pues el linage faze que la
ayan los omes assí como herençia, non mucho aya [de] querer el fidalgo que el aya de ser de
tan mala uentura que lo que en los otros se començo e heredaron mengüe o se acaba en el2.
Ya se había hablado mucho por entonces sobre la nobleza y más concretamente sobre
la caballería3, su actividad primera y más reconocible, tanto, que suponía “todo un género
de vida”4: diversos autores habían tratado de definir y concretar los aspectos formales de
la mentalidad y la actividad caballerescas. Sería así al menos desde el Livre des manières,
compuesto por el obispo de Lisieux Étienne de Fougères a finales del siglo XII y que plantea
un primer tratamiento teórico de la condición caballeresca, dotándola de un bagaje social y
cultural, y asimilando su función principal como buen eclesiástico a la defensa de la santa
Iglesia. Sobre estos valores abundaría San Bernardo de Clairvaux con su más que conocido
De laude novae militiae, escrito en alabanza del Temple cuando aún estaban muy lejanas
las hogueras que consumirían al gran maestre de la orden y a varios de sus principales
caballeros por orden del rey de Francia Felipe el Hermoso. También Juan de Salisbury, que
1 Había sido copiado previamente en Astudillo (Palencia), posiblemente para el conde de Castro, en 1479
(Biblioteca Nacional, Madrid, manuscrito 3.311. Véase M. Sánchez Mariana, “La ejecución de los códices
en Castilla”, en El Libro Antiguo Español. Actas del I Coloquio Internacional, Salamanca, Universidad de
Salamanca, 1988, vol. I., p. 328.
2 El término “fidalgus” aparece por vez primera en el fuero de Castroverde de Campos (1197).
3 Se la definía como “una palabra que venía a indicar el código y la cultura de un estado militar que consideraba
la guerra como su profesión hereditaria” (Véase M. Keen, La Caballería, Madrid, Ariel, 2008, p. 328).
4 Véase J. de Salazar y Acha, Manual de Genealogía Española, Madrid, Ediciones Hidalguía, 2006, p. 25.
Asimismo J. Rodríguez de Velasco, El debate sobre la caballería en el siglo XV. La tratadística caballeresca
castellana en su marco europeo. Valladolid, Junta de Castilla y León, 1996.
[...] Faltó en el mundo caridad, lealtad, justicia y verdad; comenzó enemistad, deslealtad,
injuria y falsedad, y de ahí nació error y turbación en el pueblo de Dios, que fue creado para
que los hombres amasen, conociesen, honrasen, sirviesen y temiesen a Dios. Al comenzar
en el mundo el menosprecio de la justicia por disminución de la caridad, convino que justicia
recobrase su honra por medio del temor; y por eso se partió todo el pueblo en grupos de
mil, y de cada mil fue elegido y escogido un hombre más amable, más sabio, más leal y más
fuerte, y con más noble espíritu, mayor instrucción y mejor crianza que todos los demás. Se
buscó entre todas las bestias la más bella, la más veloz y capaz de soportar mayor trabajo,
la más conveniente para servir al hombre. Y como el caballo es el animal más noble y más
conveniente para servir al hombre, por eso fue escogido el caballo entre todos los animales
y dado al hombre que fue escogido entre mil hombres; y por eso aquel hombre se llama
caballero. Una vez reunidos el animal y el hombre más nobles, convino que se escogiesen
y tomasen de entre todas las armas aquellas que son más nobles y más convenientes para
combatir y defenderse de las heridas y de la muerte; y aquellas armas se dieron y se hicieron
propias del caballero. Quien quiere, pues, entrar en la orden de caballería debe meditar y
pensar en el noble principio de la caballería; y conviene que la nobleza de su corazón y su
5 Véase M. Keen, La Caballería, p. 17. El ideal caballeresco comprendería también no sólo el imaginario
específico, el bagaje ideológico del caballero; sino también la existencia de bienes muebles e inmuebles de
prestigio, asociados con su condición: la escenografía doméstica sería uno de los marcos en donde discurrirían
la vida y las actividades cotidianas del caballero. Por tanto, “las armas y los ornamentos religiosos, que habían
sustentado gran parte de los ajuares ornamentales de las residencias nobles medievales, mantuvieron un
protagonismo similar en la Edad Moderna andaluza. No es extraño. En definitiva, para esos caballeros, se
trataba de continuar defendiendo un mismo orden social que pretendían inmóvil [...]. Las armas, ya fueran de
parada o curtidas en el campo de batalla, habían de permanecer por siempre en el imaginario y la memoria de
la nobleza.” (Véase A. Urquízar Herrera, Coleccionismo y nobleza. Signos de distinción social en la Andalucía
del Renacimiento, Madrid, Marcial Pons Historia, 2007, p. 70). Un buen ejemplo de esto sería la vinculación,
entre los bienes del mayorazgo de don Gil Ramírez de Arellano, miembro del Consejo Real de Felipe III, de
una “espada que pertenesçio a los Señores Rreyes de Nauarra y que uiene en la possession deste mayorasgo
por la deçendencia que tienen los Señores desta casa de Remírez de Arellano de los dhos. Rreyes” (AGA
[Archivo General de Andalucía], Fondo Arias de Saavedra, legajo 3.761, núm. 9).
6 G. de Charny, A Knight’s Own Book of Chivalry (trad. Elspeth Kennedy), Philadelphia, University of
Pennsylvania Press (The Middle Ages Series), 2005
7 Caso incluso de tratadistas femeninas, como Luisa de Padilla con su Nobleza virtuosa (1637) y sus
Lágrimas de nobleza (1639), o María de Guevara con sus Desengaños de la corte y mujeres valerosas (1664)
y Tratado y advertencias hechas por una mujer celosa del bien de su rey (que circuló manuscrito en 1663).
Llull, desde un punto de vista cargado de idealismo, continúa enumerando los deberes
del caballero: defenderá la fe de Cristo, a los débiles, las mujeres –solteras, casadas o
viudas– y a los huérfanos; será fiel a su señor temporal; practicará la caza para ejercitar su
cuerpo, y acudirá con la misma intención a justas y torneos; asumirá tareas de gobierno,
defendiendo –en su función de bellator– a la sociedad en general; evitará la traición, el
orgullo y la lujuria, practicando la largueza, la sinceridad y la humildad. Será rico y su linaje
será esclarecido, ya que
Si por la belleza de las facciones y por un gran cuerpo armonioso, por tener rubios los
cabellos o llevar un espejo en la bolsa, el escudero debiese ser armado caballero, podrías
entonces hacer escudero y caballero al bello hijo de un payés o a una mujer hermosa; y si lo
haces, deshonras y menosprecias la antigüedad de un linaje honrado; y la nobleza que Dios
ha dado mayor a hombre que a mujer la rebajas a vileza; y por tal menosprecio y deshonor
envileces y rebajas la orden de caballería. Hidalguía y caballería convienen y concuerdan
entre sí; pues hidalguía no es otra cosa que continuado honor antiguo; y caballería es orden
y regla que se mantiene desde el tiempo en que fue instituida hasta el tiempo presente. De
donde, como hidalguía y caballería convienen entre sí, si armas caballero a hombre que no
sea hidalgo, haces que sean contrarias hidalguía y caballería en lo que haces; y por eso
aquel a quien armas caballero es contra hidalguía y caballería; y si lo es, y es caballero,
¿dónde está la caballería?9
Ya son mudados por la mayor parte aquellos propósitos, con los quales la cavallería fue
comenzada: estonce se buscaba en el cavallero sola virtud, agora es buscada cavallería
para no pechar; estonce a fin de honrar esta orden, agora para robar el su nombre; estonce
para defender la república, agora para señorearla; estonce la orden los virtuosos buscavan,
agora los viles buscan a ella por aprovecharse de solo su nonbre, Ya las costunbres de
cavallería en robo e tiranía son reformadas; ya no curamos quánto virtuoso sea el cavallero,
mas quánto abundoso sea de riquezas; ya su cuidado que ser solía en conplir grandes cosas
es convertido en pura avaricia; ya no envergüençan de ser mercadores e usar de oficios aun
más desonestos, antes piensan aquestas cosas poder convenirse; sus pensamientos que
ser solían en sólo el bien público, con grant deseo de allegar riquesas por mares e tierras
son esparzidos, ¿Qué diré? En tanta contrariedad son nuestras cosas a las primeras que
remenbrarlo me fase vergüença11.
la alta nobleza es produzida de dos tan gloriosas fuentes. La una santa diuina e bienauenturada
de ynfinita profundidad de grand mar. La qual es Dios glorioso el qual es prinçipio e causa de
todas las cosas el qual las crió todas buenas e nobles. La otra fuente es la silla rreal tenporal
de donde fue nasçida, p[ro]duzida esta alta nobleza de quien entendemos tratar [...]12.
Pensamos que esta idea –la de la nobleza generada a partir de los cauces real y
divino, uno de los pilares de una sociedad estamental aceptada por las clases que la
componían, sin la cual la sociedad sería una masa invertebrada– seguiría siendo en aún
en el siglo XVII parte integrante fundamental del credo de este colectivo, lo que podremos
fácilmente comprobar a lo largo de este trabajo. Poseedora de un “monopolio sobre estas
cualidades personales”13, la nobleza practicará un credo ideológico al que habríamos de
sumar –y aquí citamos textualmente– “en lo económico [...] una virtual indiferencia sobre los
modos de adquisición de una fortuna cuyo disfrute constituye una condición ‘sine qua non’
de pertenencia a la élite”14. Esta afirmación, realizada en relación con el patriciado sevillano
de mediados del siglo XV, se mantiene sin variaciones dos siglos más tarde, al igual que
las afirmaciones que Mexía –por las mismas fechas– exponía en su Nobiliario: la nobleza
como don de Dios y del monarca, y la riqueza como medio indispensable para sustentarla.
¿Quiere esto decir que la nobleza, en dos siglos, no había cambiado en absoluto su
mentalidad, los parámetros por los cuales se rige como grupo? Es bien conocido el hecho
de que el contacto directo de la nobleza con la burguesía enriquecida, que se iba asimilando
paulatinamente al colectivo nobiliario, provocó indudablemente un cambio de mentalidad
tan importante que “las creencias tradicionales magnificando la virtud y el valor como la
base de la nobleza cayeron en desuso. Una sociedad adquisitiva estaba emergiendo, y un
espíritu de lucro sobrevolaba la ciudad [...] caracterizada por el materialismo y la codicia.
Ningún grupo social reflejaba esto más que la nobleza local”. Estas afirmaciones, relativas
a la nobleza sevillana contemporánea al Descubrimiento15, chocan frontalmente con el
idealista texto escrito por Mexía al que antes hacíamos alusión, en el que el veinticuatro
jiennense destaca las “magnificençias naturales, e adqueridas, e [los] grandes e altos
fechos”, de un estamento que, al contacto con la riqueza que daría a la ciudad su gran
protagonismo durante los dos primeros siglos de la Edad Moderna, se acercaría al nuevo
mundo de la burguesía y del comercio. Estos mercaderes, criticados por Cervantes en su
12 Nobiliario Vero, fecho e ordenado e conpilado por el onrrado cauallero Ferrant de Mexía veynte quatro de
Jahen..., Sevilla, 1492. Mexía es contemporáneo de otros importantes tratadistas europeos, caso de Gilberto
de Lannoy (Instruction d’un jeune prince, véase Viesser-Fuchs, L., “The manuscript of the Enseignement de
vraie noblesse made for Richard Neville, earl of Warwick, in 1464: an example of Anglo-Burgundian literary
contact”, en Manuscripts in transition. Recycling manuscripts, texts and images, Leuven, Leuven University
Press-Medievalia Lovaniensia, 2006), Johannes Rothe (Der Ritterspiegel, Voltmedia, Paderborn, 2005) o
mosén Diego de Valera, con su Espejo de Verdadera Nobleza (1441), al que ya hemos aludido.
13 Véase J. Martínez Millán y S. Fernández Conti, La Corte de Felipe II, Madrid, Alianza Universidad, 1994,
p. 515.
14 R. Sánchez Saus, Linajes sevillanos medievales, Sevilla, Editorial Guadalquivir, 1991.
15 R. Pike, Aristócratas y comerciantes: la sociedad sevillana en el siglo XVI, Barcelona, Ariel, 1978.
Coloquio de los perros, son los que “procuran [a sus hijos] títulos y ponerles en el pecho la
marca que tanto distingue la gente principal de la plebeya”, –en alusión a las veneras de las
órdenes militares16– y que se convertirán, en una o dos generaciones, en la nueva nobleza
de dicha ciudad. Estas críticas se repiten desde el protoeconomista Tomás de Mercado a
otros muchos autores, que moralizan sobre la “prostitución” de la condición noble a cambio
de los beneficios materiales que les otorgaban estas alianzas desiguales17. Esto no quiere
decir, sin embargo, que los nobles tuvieran absolutamente vedado comerciar: si el comercio
al por menor les estaba prohibido, no ocurría lo mismo, sin embargo, con el “trato gruesso”
con las Indias: la posesión de tierras, de fincas o de ingenios estaba bien visto y no solía
ser habitualmente reprochable; podemos confirmar este aserto en el caso del veinticuatro
Lorenzo de Vallejo, que en 1590 accedía a su plaza en el Cabildo haciéndose notar –y no
precisamente como una incompatibilidad– que Vallejo tenía
trato de cargar para las Yndias y un yngenio de açúcar en Puerto Rico, que conforme a
esto adeuda cantidad de mrs. en los almoxarifasgos desta çiudad [...], y así [...], si a vuestra
magestad no le paresçiere ynconviniente que los veinte y quatros regidores desta çiudad
tengan tratos, en las demás calidades de la ynformaçión consta que el dicho Lorenso de
Vallejo las tiene18.
16 Órdenes militares que, según Mexía (1492), “no rresçiuían onbres en ninguna [...] saluo que fuesse
noble o, al menos, hidalgo, [y que estuviera en posesión] de una rrenta, çenso, fazienda que le rrinda diez mil
marauedís”.
17 Esta obsesión por el ennoblecimiento, que en su día calificaba Braudel como “la traición de la burguesía”,
ya puede apreciarse como concepto, siglos atrás, en la Edad Media alemana: “La nobleza de los nobles me
ennoblece”, afirmaba el poeta von Sevelingen en el siglo XIII, haciendo alusión a los matrimonios desiguales.
18 Véase J. A. Ollero Pina, “Interés público, beneficio privado. La oligarquía municipal en la Sevilla de
Cervantes”, en F. Núñez Roldán (coord.), La ciudad de Cervantes: Sevilla, 1587-1600, Sevilla, Fundación El
Monte, 2005, p. 109.
19 Los Mexía harían una profesión de su dedicación genealógica: Pedro Mexía, descendiente de Ferrant
Mexía, abriría en Lima a mediados del siglo XVI una oficina en donde “se fabricaban ascendencias a tanto el
folio”. Su actividad tendría continuidad en Sevilla años más tarde, en donde oficiaría como linajudo y testigo
en muchas pruebas de órdenes (Véase R. Pike, Linajudos and conversos in Seville: greed and prejudice in
sixteenth- and seventeenth-century Spain, Nueva York, Peter Lang, 2000).
El veinticuatro, en su Nobiliario, hacía ver a sus lectores cómo todos los hombres
“naturalmente, deseamos e apeteçemos nobleza”, alcanzándola según los medios de los
que pudiesen disponer. Advierte acerca de cómo la nobleza, “una fidalgía que viene a los
onbres por linaje”, un concepto en el que el autor se hace eco de la mentalidad de su época,
en la que la nobleza venía determinada por el peso de la sangre familiar21, ganándola “los
onbres por la onrra d los padres”, puede considerarse como “un loor e mereçimiento de onor
desçendido de lexos por los claros p[ro]genitores”, además de ser un evidente exponente
de la “uirtud del linage en q[uan]to el linage ouo prinçipio e fundamiento”, requiriendo,
como elementos formales e inherentes a ella, de la existencia necesaria de las siguientes
premisas: tener “auctoridad o prinçipado”; gozar de una suficiente “calidad”, descendiendo
de un “claro linage” sin mezcla o mancha; además de ello, dar ejemplo a los demás, sean
nobles o villanos, con las “buenas costumbres” que honran a la aristocracia; que además,
disfruta de un holgado sustento gracias a sus “antiguas rriquezas”. Esta nobleza, recibida –o
adquirida– “por linage, por sabiduría o por buenas costunbres”, y ocupada en “la defensión
de la cosa pública [...] de dos maneras: la una defendiendo, la otra señoreando”22, dedicación
esta última –la del gobierno– a la que ya hacía alusión Llull, diciendo cómo “por lo tanto,
para gobernar a todas las gentes que existen en el mundo Dios dispone que haya muchos
caballeros”23. Así pues, el estamento se conforma principalmente “por caualleros, los quales
deuen ser muy exçelentes así en linage como en cuerpo y en coraçón”24, y por señores
que gobernasen, siendo estos “más sabios que todos, e más exçelentes, e [de] mayores
fechos”. Sobre esta nobleza de mérito y de espada recaería también la antigua obligación
de “defender [la fe cristiana] del engaño de los ereges y del tuerto de los judíos”. Serán
asimismo “en juyzio muy mansos e muy piadosos, deuen ser de buena uida y deuen ser
de buen seso [...] y no deuen tomar ninguna cosa por fuerça d los sus subjetos o súbditos”,
respetando los juramentos y compromisos adquiridos, ya que es sabido que “la uirtud fue
prinçipio de la nobleza”. Esta virtud se traduce en “gentileza, urbanía [urbanidad], cortesía,
fidalgía y genealogía”, rasgos que diferencian a los nobles del pueblo llano. A esto hay que
añadir
20 Véase C. Heusch, “Le chevalier Ferrand Mexia et son Nobiliario Vero (1492): de l’imaginaire chevaleresque
à la logique de l’exclusion », en Atalaya, Revue d’études médiévales romanes, 11 (2009). Sobre Mexía debe
verse igualmente a M. Morales Borrero, Hernán Mexía, escritor giennense del siglo xv. Jaén, Instituto de
Estudios Giennenses-Diputación provincial de Jaén, 1997 (Colección “Investigación”, 12), pp. 38 y 39.
21 Sobre este tema, es de interés la lectura de I. Beceiro Pita, “La conciencia de los antepasados y la gloria
del linaje en la Castilla bajomedieval”, en R. Pastor (comp.), Relaciones de poder, de producción y parentesco
en la Edad Media y Moderna, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,1990.
22 De hecho, la nobleza se diferenciaría, en la época, como “teológica”, “natural”, “civil”, y “política”, dando una
especial relevancia a esta última, que justificaba teóricamente el poder ejercido por el estamento aristocrático:
Véase Mª. C. Quintanilla Raso, “La Nobleza”, en J. M. Nieto Soria (dir.), Orígenes de la Monarquía Hispánica:
propaganda y legitimación (c. 1400-1520), Madrid, Dykinson, 1999. Un estudio de interés sobre la identidad
nobiliaria –con ciertas matizaciones– en F. Menéndez Pidal de Navascués, “El linaje y sus signos de identidad”,
En la España Medieval, Anejo I (2006), pp. 11-28.
23 Véase R. Llull, Libro del Orden…
24 Esta descripción del caballero como excelente en linaje, “cuerpo y coraçón”, se nos ofrece ya en obras de
gesta muy anteriores, como el anónimo Girart de Roussillon compuesto en el siglo XII: “Oíd sus cualidades:
es noble, cortés, educado, franco, de buena familia y de bellas palabras, diestro cazando en bosques y riberas
[...]. Nunca negó su riqueza a nadie sino que todos tuvieron de él lo que quisieron. Nunca demoró el hacer
actos honrosos. Amó intensamente a Dios y a la Trinidad” (edición de París, 1953).
lealtad de coraçón, uerdad de boca, fidelidad de obra, [ya que] la fidalgía es guía de los
fidalgos por do uan dereçhamente a la uía de fidelidad, [siendo por tanto] noble el q noble es
de por sí e de noble e claro linage, [...] fidalgo de todos quatro costados.
No obstante, pese a indicar muy claramente los requisitos que deben concurrir en la
nobleza, no cierra las puertas a aquellos que, por sus virtudes o méritos, fueran capaces
de acceder a ella: así, cuando un plebeyo desarrolle un oficio honorable, demostrando
con ello su buena condición y su fidelidad, aun siendo de oscuro linaje, considera que “es
çierto que [estos] no serán nobles, pero terná comienço o prinçipio de nobleza para los que
dél uinieren”25. Como se ha afirmado, y con toda la razón, “la nobleza a finales de la Edad
Media estaba continuamente estimulada por sangre nueva”26. Esto permitirá crear, en el
caso de estos nuevos linajes, un “solar conoçido” de nueva planta, y el comienzo de una
historia familiar ahora nobiliaria. Historia familiar que por otra parte debería ser conocida
por los propios nobles como una condición virtualmente obligatoria, ya que “todo onbre
noble generoso o fijo dalgo deue sauer fazer rrelaçión de aquél linaje donde desçiende,
al menos fasta su quinto abuelo”27, conociendo asimismo “qué armas son las de su linage
[...] e sauidas uerdaderamente, sabe las blasonar”. El hecho de que Mexía trate –e insista
de manera específica– en las armas y blasones que deberán portar los caballeros no es
casual: la heráldica era –aún en el siglo XV– una auténtica ciencia en manos de reyes de
armas, heraldos y farautes, y había comenzado a tener importancia a partir de finales del
siglo XIII. Inicialmente satisfacía la necesidad de reconocer al caballero, cubierto de pies a
cabeza por su armadura, gracias a una combinación más o menos fantástica de imágenes,
figuras y colores (inicialmente sin embargo los diseños eran muy sencillos: una cabra para
Cabral, unas botellas para Botelier). Evidentemente en el tráfago de la guerra, la justa o
el torneo se hacía imposible el reconocimiento de los sujetos en el campo, con lo que los
símbolos heráldicos (que posteriormente devendrían en simbolismos ignotos y en barrocas
figuraciones, o en el simple trasunto de recuerdos históricos o míticos, como en el caso
de los Zúñiga navarros, que portaban unas cadenas en recuerdo de su participación en la
jornada de las Navas) cumplían necesariamente dicha función identificadora:
[...] Ved al que está a su lado, ¡qué bien ataca y qué bien justa! La mitad de su escudo es
verde, y lleva un leopardo pintado; la otra mitad es de azur. Es el envidiado Ignaure, tan
agradable como enamorado. ¿Y aquél que lleva pintados en el escudo esos faisanes pico
25 Acerca de los oficios honorables, dice el mismo Mexía: “Ca para ser noble teniendo las uirtudes e buenas
costunbres conuiene que tenga estado o manera por la qual sea rreseruado o escusado de offiçio uil y no
conuiniente. E no solamente offiçio de manos, [sino tampoco] officio baxo o torpe”. Esta visión acerca de
la limpieza de oficios, como vemos, cambiaría unos años más tarde, accediendo comerciantes gruesos y
mercaderes (estos de importante volumen de negocio) a la nobleza.
26 Véase M. Keen, La Caballería…, p. 205. Continúa afirmando cómo el “matrimonio, buen servicio,
adquisición de riquezas y ennoblecimiento principesco, todo esto conducía a un gran número de hombres que
no tenían derecho por linaje al rango de la nobleza”.
27 Ibidem, p. 52: “Al lado de la composición de los cantares y de las novelas hemos de añadir otra actividad
literaria que procedía también de la nueva cultura de las cortes y que tenía gran importancia porque otorgaba
a las actitudes caballerescas una forma clásica. Se trataba de escribir la historia de las familias, y el tema
lo proporcionaban las valientes hazañas de los miembros del linaje [...]. La genealogía por la cual un señor
justificaba el derecho a su patrimonio era algo muy importante [...]. Por lo general se hacía hincapié en el
linaje paterno, aunque algunas uniones, en especial dignas o importantes en el aspecto territorial que se
habían adquirido por medio del matrimonio, eran anotadas con sumo cuidado [...]. El apellido de la familia, el
sobrenombre, servía para señalar la unidad del linaje”. Esta afirmación, que el autor hace suya vinculándola
a los primeros siglos de la Edad Media, tiene, obviamente, una evidente aplicación en tiempos posteriores.
Pero ya con el tiempo habrían de identificar no sólo al individuo, sino también a su gens
o linaje: los lobos de los López de Haro o los calderos de los Lara en el siglo XIII cumplirían
la misma función –y si no exactamente igual, sí muy parecida– que las águilas explayadas
o las lises en oro de los Jácomes o Esquiveles cuatro siglos después: inicialmente trazadas
sobre los escudos de madera o metal, bordadas sobre las sobrevestas o reproducidas en los
clipearii franceses, flamencos y alemanes –el armorial de Bigot, el Wappenboek de Gelre o el
Clipearius Teutonicorum–, o en los rolls británicos como el de Glover, y acuñadas en sellos y
monedas posteriormente, y por último reproducidas hasta la saciedad en ejecutorias, vajillas,
tapices, puertas de carruajes, joyas, altares y retablos o piedras armeras de fina labra, las
divisas heráldicas se habían convertido en uno más –y no poco relevante– de los símbolos
que hacían reconocerse al estamento, llegando “a representar el orgullo de nacimiento, la
posición social y la cultura de la nobleza en un campo más amplio”29. Sistematizado por tanto
ya desde el siglo XIV gracias a los blasonarios y armoriales como hemos visto, el derecho a
ostentar divisas heráldicas se convertiría en un objeto de deseo: elementos de prestigio, los
escudos de armas se multiplican en los artesonados, en los arneses de las caballerías, en
las fachadas y en los enterramientos familiares, mencionándose en mayorazgos, vínculos
y fundaciones. Según Mexía, las armas “nasçen de la rrayz de la gloriosa nobleza” y, como
hemos visto, también se identifican con ella plenamente, en una simbiosis que llega al día
de hoy.
Y hasta aquí los comentarios de nuestro esforzado tratadista de Jaén, que en su
obra expone un verdadero vademécum acerca de este estamento. ¿Qué nos ha dicho
Mexía, en suma, acerca de los rasgos esenciales de la condición nobiliaria, de los pilares
que sostienen y justifican toda su mentalidad? ¿Y qué queda de todo ello en la mentalidad
nobiliaria de los siglos XVI y XVII? Las ideas están claras, y son las siguientes: la nobleza,
la hidalguía, se obtiene ante todo al descender de un linaje sin mancha; un noble, para
serlo, debe tener mando o autoridad, calidad30 y debe gozar de riquezas heredadas que le
permitan mantener con dignidad su condición; el noble participa en los esfuerzos del Estado
o de la colectividad defendiendo militarmente a la sociedad o administrándola; el estamento
nobiliario está formado por caballeros y por grandes señores, que tienen su asiento y solar
en sus propiedades rurales, aunque pueden también residir en las ciudades; los nobles
deben defender la fe cristiana de la herejía y el judaísmo; deben ser corteses y gentiles, no
abusando de aquellos que no gozan de su misma condición social; deben ser fieles, conocer
su linaje, su genealogía y sus armas; y por último deben ser virtuosos, y mostrar buenas
costumbres31. Caso contrario, se enfrentarían a la pérdida de sus privilegios e incluso a
28 C. de Troyes, El caballero de la carreta, Biblioteca Medieval, Madrid, Editorial Siruela, 2001. p. 115.
29 Véase M. Keen, La Caballería… Según Sebastiano Serlio, “las armas dan gran ornamento al edificio,
y demás desto son de gran utilidad, porque pruevan y señalan en las partes que están puestas, quiénes
son los señores de los edificios, y perpetúan sus nombres y memorias” (S. Serlio, Tercero y quarto libros de
Arquitectura, lib. IV, fol. 77v.). Véase también A. Urquízar Herrera, “Políticas artísticas y distinción social en
los tratados españoles de nobleza”, en E. Soria Mesa, J. J. Bravo Caro y J. M. Delgado Barrado (eds.), Las
élites en la época moderna: la Monarquía Española, vol. 1, Nuevas Perspectivas, Córdoba, Universidad de
Córdoba, 2009, pp. 225 y ss.
30 Según el Diccionario de Autoridades (edición de 1729), calidad “se llama la nobleza y lustre de la sangre:
Y assí el Caballero ó hidalgo antiguo se dice que es hombre de calidad”.
31 Véase asimismo Mª. C. Quintanilla Raso, “La Nobleza”, en relación con la nobleza bajomedieval y con
el mismo estamento en las décadas de la Edad Moderna: “La esencia básica de la acción propagandística
nobiliaria era la difusión de un mensaje –ética caballeresca, valor heroico, elegancia cortesana, liderazgo
la perpetuidad desta nobleza suele faltar, y la pierden los hijosdalgo, cuando cometen delitos
graves, que contengan ynfamia.
¿Siguen estando vigentes estos valores dos siglos después?32 Esta clase social, a
la que siempre se ha tachado de inmovilista, ¿ha mantenido inalterables estos principios
desde 1492, el año en el que Ferrant Mexía publica su Nobiliario?33 Ciento treinta años
después, en 1622, don Alonso López de Haro dará a la prensa su más que conocido
Nobiliario Genealógico...34, en donde hace notar su deseo –al dedicar su obra al nuevo
monarca, Felipe IV– de que esta sirva para hacer
notoria la antigüedad y calidad que tienen las casas y deçendencias de los Señores y
Caualleros, con los católicos triunfos, y heroicos hechos, heredados de sus mayores en
seruicio de los Católicos Reyes de España, siruiéndoles de recuerdo el acudir á su Real
seruicio con la fidelidad que deuen, gozando en ella de las excelencias de sus mayores,
imitando sus hazañas, y aguardando de V. M. mayores mercedes.
Esta nobleza española, que según Haro es “la más alta y assentada del mundo [y] una de
las más calificadas, antiguas, y altas del mundo”, y que “va subiendo de padre á hijo, abuelo y
bisabuelo, cuya claridad trae consigo una luz gloriosa de grandes hechos y virtudes”, es
social, capacidad genésica, poder en general- con utilización de lenguajes o formas de comunicación diversas
–oral, escrita, gestual, mixta- , mediante tácticas de persuasión, o coerción incluso. Es preciso tomar en
consideración [...] las reglas que regían la vida noble [...]: una base de notoriedad, en definitiva, de ostentación
[en la que] el linaje representa una magnífica caja de resonancia de la acción publicitadora y propagandística;
[...] las fórmulas de tratamiento, que sancionaban la jerarquización nobiliaria interna; [...] el “solar”, [...]
formando parte de la fórmula de reconocimiento de la hidalguía; las armas de linaje; [...] y otros elementos
que tenían su propio sentido de preeminencia y exclusividad: [...] el mayorazgo o jefatura del linaje, etcétera”.
32 Vid. acerca de la idea de nobleza ya en los años finales del siglo siguiente, a A. Carrasco Martínez, “La
aristocracia en la Europa dividida: la idea de nobleza en la Europa de la segunda mitad del siglo XVI”, en G.
del Ser Quijano (coord.), Congreso V Centenario del Nacimiento del III Duque de Alba, Ávila, Ediciones de la
Institución ‘Gran Duque de Alba’, 2008, pp. 653-666.
33 Acerca de esta evolución, ejemplificada a través del engrandecimiento de la nobleza en la Castilla
bajomedieval, la presencia de dicho estamento en las Cortes y el movimiento comunero castellano, en la
propia corte o en los grandes señoríos territoriales (caso del condado de Buendía o el marquesado de Cañete,
entre otros), véase Mª. C. Quintanilla Raso (dir.), Títulos, grandes del reino y grandeza en la sociedad política.
Fundamentos en la Castilla medieval, Madrid, Sílex Universidad, 2006.
34 A. López de Haro, Nobiliario Genealógico de los Reyes y Títulos de España, dirigido a la Magestad
del Rey Don Felipe Quarto nuestro señor, compuesto por Alonso López de Haro, criado de Su Magestad y
Ministro en su Real Consejo de las Órdenes, Madrid, por Luis Sánchez, impresor real, 1622.
tan poderosa, por las muchas y grandes virtudes y propensión a ellas que consigo trae, que
obliga á los que la tienen á usar della: de manera, que si algunos, como acontece, por auerse
criado fuera della, tomaron inclinaciones [hacia ella].
Asimismo expone que su intención, al dar a la prensa la obra, no ha sido otra que la de
procurar “que se tenga noticia [de] los grandes seruicios” que este estamento ha prestado
a los reinos hispánicos, haciendo que
sus deçendientes entiendan la obligación que tienen a guardar su ley y su Rey, y mirar por
la virilidad de su República, y a morir por ella, cuya cabeça es el Rey, y los Caualleros los
miembros principales junto con ella,
siendo también preceptivo a los nobles tener siempre presente “el recuerdo de las excelencias
de sus mayores”, procurando con ello “ajustar los buenos hechos” a los ejemplos recibidos:
este cumplimiento de sus deberes y la asunción de las responsabilidades que conlleva les
facilitaría vivir “seguramente en seruicio de Dios”, gozando de una “verdadera, firme y santa
amistad con Él”, defendiendo la religión católica y procurando su acrecentamiento. Es decir,
que si despojamos el texto de López de Haro de la floritura barroca, hija de su tiempo, con
la que adorna sus exposiciones y sus conclusiones, apreciamos prácticamente los mismos
parámetros que Mexía exponía ciento treinta años antes: se trata de un pensamiento inmóvil,
que continúa basándose en la claridad del linaje, el conocimiento de las hazañas pasadas,
la disposición a acometerlas en el futuro, la fidelidad al monarca y el servicio a la divinidad.
Sin embargo, no deja de llamar la atención la “necesidad”, que López de Haro alega al
ofrecer al público –un público noble, como se colige por la introducción– su obra: según
justifica, la publica principalmente para que la aristocracia de su tiempo guarde memoria
y no olvide los hechos gloriosos que protagonizaron sus antepasados, emulándolos en el
presente y en el futuro, ya que no deja de ser grande el riesgo de que, al desconocer tanto
hazañas como obligaciones y compromisos, la nobleza pierda su virtud, ya que “ningún
ejemplo tanto obliga, ni da valor [...] auiendo de ser más amable la uoluntad con obras”.
¿Quiere esto decir que esta justificación que Haro alega en su obra, planteada esta como
el memento de una clase que ha olvidado en buena parte sus orígenes, podría hacernos
pensar que una centuria después se han relativizado –dentro del mismo estamento– estos
valores tradicionales de la aristocracia? Este descuido, que tal vez incluso podríamos
considerar como abandono, se ve aún mas evidenciado por don Luis de Salazar y Castro –
el primero en importancia de los genealogistas españoles– que en la introducción a su gran
obra dedicada a la casa de Lara, publicada en Madrid setenta años más tarde35, justifica su
empeño debido a –entre otros descuidos– “el vso ya olvidado de los blasones, ò escudos de
armas”, y el desconocimiento de su propia condición, perdido “por la inadvertencia de sus
antecessores, ò el natural descuydo de la nación”. Esto hace que Salazar y Castro recuerde
a sus lectores –que pertenecen igualmente al estamento aristocrático– cómo
35 L. de Salazar y Castro, Historia genealógica de la Casa de Lara, justificada con instrumentos y escritores
de inviolable fe..., Madrid, Imprenta Real, 1696.
a aquél que porta su condición noble, es –como nos dice don Luis en su obra sobre la casa de
Silva36– “la vnica distinción que tienen entre sí los hombres, y de ella nace, que conociendo
todos un mismo origen, vnos tengan estimación grande, y otros carezcan enteramente de
ella”. No deja de ser significativo este empeño de los grandes genealogistas españoles del
siglo XVII en recordar a los propios nobles los rasgos y condiciones, los privilegios y las
obligaciones de la nobleza. ¿Intentan, tal vez, recordar que el ser noble no sólo conlleva
ventajas fiscales y libera de determinadas obligaciones –pechos, contribuciones–, sino que
también implica el cumplimiento de un código moral, exigente y quizá ya en desuso entre sus
contemporáneos? No nos resultaría tan extraña la caída en el olvido de este código; ya que
la condición nobiliaria, al concederse no sólo por méritos personales, logros administrativos
o hechos notables de armas –sino antes bien, al ser un objeto vendible como tantos otros–,
había perdido ya a finales del siglo XVII buena parte de su contenido como referencia,
ejemplo e ideal de comportamiento. Sin embargo, pese a esa pérdida de contenido (que
más adelante, ya en el siglo XVIII, devendría inevitablemente en una pérdida de prestigio),
hemos de reconocer que –valorando estos hechos con un mínimo de realismo– la nobleza
siguió siendo un crucial motor de la sociedad española en el ocaso del siglo XVII: como
ya hemos observado en páginas anteriores, el acceso a los puestos administrativos y de
gobierno, las prebendas y las carreras eclesiásticas, la pertenencia a colegios mayores,
universidades u otras instituciones educativas, como los colegios de nobles37, o a la
oficialidad en la milicia; el hecho de poder formar en determinadas corporaciones civiles
o religiosas, etcétera, estaba determinado por la calidad, la condición, el estado, el oficio
o la limpieza de sangre38. Por tanto, acceder a este estamento privilegiado suponía, para
muchos, una garantía de prosperidad: e intentaban llegar a él invirtiendo en ello sus
esfuerzos, sus influencias –pocas o muchas– y, por supuesto, sus recursos; a esto hemos
de añadir la asunción (por parte de aquellos que tienen la fortuna de acceder al estamento
nobiliario) de una mentalidad, que no por vacía de contenido o incluso cuestionada39 dejaba
de ser una seña elemental de identidad del colectivo, que le permitía reconocerse entre
ellos mismos y distinguirse así de los demás: suma de arcanos y de códigos, muchos
de ellos incomprensibles o en desuso, pero que caracterizaban como tal al estamento
nobiliario, dándole forma y sentido como cuerpo, y justificando a sus componentes al
36 L. de Salazar y Castro, Historia genealógica de la Casa de Silva, dónde se refieren las acciones más
señaladas de sus Señores, las Fundaciones de sus Mayorazgos, y la calidad de sus alianças matrimoniales...,
Madrid, imprenta de Melchor Álvarez y Mateo de Llanos, 1685. Salazar estuvo estrechamente vinculado a
la casa de los duques de Pastrana: véase A. Terrasa Lozano, La Casa de Silva y los duques de Pastrana,
Madrid, Marcial Pons, 2012.
37 J. Lynch, Los Austrias (1598-1700), Barcelona, Crítica,1993, recoge el siguiente testimonio acerca del
Colegio Imperial de los jesuitas de Madrid: “Las repúblicas bien gobernadas han librado la mayor parte de su
felicidad en la buena educación de su juventud, y aunque interesa que se extienda mucho a la gente común,
mucho más importa que no les falte a los hijos de los príncipes, y gente noble, porque es la parte más principal
de la república [...]”.
38 Vid. J. Hernández Franco, Sangre limpia, sangre española. El debate de los estatutos de limpieza (siglos
XV-XVII), Madrid, Cátedra, 2011.
39 Y como tal la vemos reflejada en las obras de múltiples escritores de nuestros Siglos de Oro, en donde
la crítica a este estamento solía –siempre envuelta en la perífrasis o en la ironía- llegar a ser feroz: la compra
de hidalguías, la dudosa limpieza de sangre, la ostentación, el endeudamiento, el afeminamiento incluso de
la nobleza –o de los advenedizos que aterrizaban en ella- como clase o poniendo como ejemplo a individuos
particulares son temas que se deslizan entre las obras de Lope, Quevedo, Villamediana o Moreto; y otros
escritores, moralistas y juristas también criticaban los deslices del estamento, como Matienzo, Zamora,
Moreno de Vargas, Alemán, Salas Barbadillo, Antonio López de Vega, Suárez de Figueroa, Cortés Osorio o
Dámaso de Frías.
auiendo [...] leýdo los libros que de la Nobleza tratan, y halládome más confuso de lo que
antes estaua [...], me fue forçoso para quedar con algo que tuuiesse resoluçión uerdadera, ò
por lo menos regulada à la Razón, hazer estos Discursos de la Nobleza.
40 “Los españoles apetecen más que otra cosa el honor y la estimación, y cada uno procura adelantarse...
esto se ve en que apenas hay hijo que siga el oficio del padre; el hijo del zapatero aborrece aquél ministerio;
el [hijo] del mercader quiere ser caballero, y así corre en los demás” (Recogido en J. Lynch, Los Austrias… )
41 Acerca de Moreno de Vargas, véase A. Álvarez-Ossorio Alvariño, “El arte de medrar en la corte: rey,
nobleza y el código de honor”, en F. Chacón Jiménez y J. Hernández Franco (eds.), Familia, poderosos y
oligarquías, Murcia, Universidad de Murcia, 2001, pp. 39-60.
42 B. Moreno de Vargas, Discursos de la Nobleza de España..., Madrid, en la imprenta de la viuda de Alonso
Martín, 1622. Su reimpresión sería continua hasta hoy, con ediciones (p. e.) en 1636, 1659, 1795, etcétera.
43 J. D. Rodríguez Velasco, “El ‘Tractatus de Insigniis et Armis’ de Bartolo y su influencia en Europa: con la
edición de una traducción castellana cuatrocentista”, Emblemata, revista aragonesa de emblemática, núm. 2
(1996), pp. 35-70.
¡Quántos hombres habrá en España del estado llano, y común, que desciendan de los
nobles Godos! [...] Y por el contrario, ¿quántos avrá tenidos por nobles, que sus passados
no lo ayan sido? Porque todo esto causa el tiempo, la pobreza, y la riqueza, la uirtud y el
vicio, con el que los vnos se escurecieron, y los otros se aclararon, [...] porque la nobleza
deste mundo es cosa in[e]stable, y mortal, como las otras que en èl ay.
44 Aquí Moreno dice, a lo que parece con resignación: “Si el Rey quisiere que vno sea noble, y hijodalgo,
y otro Cauallero, otro Conde, otro Marqués, otro Duque, y Grande: quién duda sino que lo serán [...]. Y assí
uemos, que en muchas cartas de hidalguía, que los Reyes han concedido a algunos, dizen en ellas, que los
hazen hijosdalgo, y les conceden nobleza, e hidalguía [en vez de] quitar a fulano, y a sus descendientes de
todo pecho, y quiera que gozen como hijosdalgo de todas las honras, e priuilegios a ellos deuidos, sin tratar
de darles la dignidad, e honra esencial de la hidalguía. Bien es uerdad que el hombre á quien el Rey concedió
nobleza, e hidalguía, no mudó aquí su naturaleza, y sangre de plebeyo, hijo de padres oscuros”. No obstante
justifica al monarca, ya que no se debe “presumir que [los reyes] las concedan de ligero, sin causa justa, y
meritoria [las hidalguías]”, haciendo un auténtico retruécano –tal vez inevitable- de su argumentación inicial.
45 Vilfredo Pareto, economista y sociólogo italiano (1848-1923), expone esta teoría en su Tratado de
Sociología General (1916). La “estabilidad biológica” de la nobleza (véase J. Dewald, La nobleza europea…,
p. 32), aunque buscada y ensalzada, se demostró como una entelequia imposible.
46 Otros autores inciden en esta idea: Francisco Garau, en su El sabio instruido de la naturaleza..., (Madrid,
contemporáneos entiendan que aquellos “que son nobles por linage, son más calificados,
y estimados, que los primeros de sus linages”, postura que Moreno rebate, apoyándose
en diversos ejemplos y autoridades, y criticando ferozmente el uso de las falsificaciones
genealógicas, tan frecuentes en sus tiempos:
Lo peor es que, quiçá, los prinçipios de las noblezas de los que más hablan, no son tan
limpios, y ligítimos, como los que ellos estiman en poco, por muchas más patrañas que
cuenten de sus genealogías, inuentadas más con ganas de gloriarse, que de dezir, y apurar
la verdad dellas.
Critica los malos usos, al haber “algunos adquirido esta nobleza por caminos
iligítimos, y malos”, lo que la desvirtúa absolutamente; y deplora, aunque entiende como
inevitable el hecho de que en España haya habido “grandes declinaçiones, y mudanças en
los linages, deshaziéndose unos, y leuantándose otros, porque ninguna cosa puede estar
permanentemente en un estado”, pese a que la propia nobleza –y en algunos casos, de
manera numantina– había intentado resistirse al imparable ascenso de una burguesía que
cada vez se le asimilaba más perceptiblemente. Un ejemplo de ello: en fecha tan temprana
como el siglo XIV, se estipula que para participar en justas y torneos, el caballero debía
demostrar su ascendencia por los cuatro costados47. Resignado, el tratadista admite que
“por lo mucho que el dinero puede, y esto es de hecho, por la buena opinión que los ricos
tienen en el mundo, se ha de entender [...] que las riquezas dan nobleza”. Así, Moreno nos
hace ver
Cómo, y más en particular vemos oy, que haziéndose Regidores, y Repúblicos, hablando
alto, y graue, tratando sus personas como Caualleros, y teniendo otros por sus amigos, y
haziendo cosas semejantes [...] van adquiriendo reputación de nobles, de tal manera, que
después sus hijos continuando lo propio, vienen á sacar posessión de hijodalgo, y á sacar
ejecutorias [...] ganando su posessión de hijosdalgo, y obscureciendo su villanía.
Como bien nos indican diversos autores, “cada vez era más necesario el dinero para
llevar una vida que los contemporáneos juzgaran aceptable para el rango nobiliario”48,
quedando los nobles empobrecidos como epítomes del hazmerreír social. No es desde
luego el único en protestar por esta situación, considerada inmoral por otros tratadistas,
como Castillo de Bobadilla:
Entonçes no havía tantos Señores de Vassallos particulares como ahora, que los ay a cada
caso, mercaderes y otros, sin las dichas calidades que havían de tener para serlo, y ser
respetados de los vasallos; y es cosa indigna que la autoridad real del vasallaje se conceda
a todos, y ande tan común; y estos tales indignos de esta dignidad, havían de ser quitados
della; y quando la pidiessen, punidos49.
1667) nos muestra cómo “si fuéramos consultados en la suerte del nacimiento ninguno naciera humilde,
ninguno pobre, todos fuéramos de la familia del César; [...] no hay noble en cuya ascendencia no se tope con
la humildad [...]. No hay rey que no tenga algún abuelo esclavo, ni esclavo que no tenga algún abuelo rey.
Todo esto lo ha mezclado una larga variedad en los tiempos y, ayudada dellos, de arriba baxo, todo lo revolvió
la fortuna” (pp. 9-15).
47 Véase M. Keen, La Caballería..., p. 128.
48 Véase J. Dewald, La nobleza europea..., p. 15.
49 Véase J. Castillo de Bobadilla, Política para Corregidores y señores de vasallos en tiempo de paz y
guerra..., Amberes, Iuan Bautista Verdussen, 1704, tomo I.
No son pocos los que por ser ricos tuuieron buena negociación para sacar executorias de
hijodalgo. Las quales [...] se podría dezir con más verdad, fueron dadas por manos de los
testigos y recetores, que por las del Rey.
“La nobleza sin riqueza es como la fe sin obras”, se decía allá por 158450, en una
época en la que, comprándose y vendiéndose todo título y tratamiento,
casi todos los Caualleros, e Hijodalgo que quieren, se llaman Don. Y aún hazen esto muchos
que son plebeyos, y otros que son de linages maculosos, sin atender á que no les quadra
bien el alto nombre de Señor [...] usando de prenombres, que denotan nobleza, y competen
a solos los nobles.
Este controvertido uso del don, privativo durante no poco tiempo de la nobleza militar
era un elemento más que –como bien recuerda Domínguez Ortiz–, al lado de “la costumbre y
el ambiente social, establecía [...] entre la nobleza de sangre y la de privilegio [obtenida esta
última por compra], una barrera que sólo la riqueza, los cargos, las alianzas y, sobre todo, el
tiempo pudieron salvar”51. Y no es Moreno de Vargas el único que critica la generalización
de estos usos. Otros autores no dejan pasar tampoco la ocasión de hacerlo:
Que el prenombre don acompañe a la nobleza, justo es, pero que se constituya en esa
preeminencia por su arbitrio qualquiera oficial y hombre común, quando en tiempo de los
godos [se] duda [...] si le usavan los reyes, es usurpar al que lo merece, y confundir con
público daño la diferencia que ay entre buenos y malos52.
Esta distinción incluiría también a las órdenes militares, que excluían de ellas a los
hidalgos de privilegio:
Primeramente ordenamos que el que huviere de tener el hábito de nuestra Orden sea
hijodalgo de sangre, y su padre, madre, abuelos y abuelas, y no de privilegio53,
según insta la Regla de Santiago, aunque el modo de acceso a tales distinciones –los
hábitos de órdenes– era también no poco criticado:
Y no sólo ay oy ésto, sino que los premios de honor causan ynfamia a muchos, y no ay
ninguno que honre al que lo merece. Y puédese dezir esto porque los hábitos de las Órdenes
Militares y los demás premios no honran a ninguno ni le dan honra, porque si no la tuvieran
no se la dieran. Sólo son unas ynsignias y testimonios, de que los que los alcançan por sus
passados huvieron honra54.
Defiende también don Bernabé la nobleza intrínseca del oficio de las letras –además
del de las armas, por supuesto55–, barriendo aquí para su casa, al que le reconoce
implícitamente la posesión de la “nobleza natural”, y de la “nobleza política” cuando tuvieren
grado de doctor, maestro (magister), licenciado, etcétera, y en donde incluye a “todos los
hombres de letras, de cualesquier facultades, y ciencias que sean, [que] consiguen en razón
de sus saberes nobleza”: así, los letrados, retóricos, jurisconsultos, abogados la poseen56
“aunque no se excusen de pechar”, condición que elimina una de las evidentes ventajas de
la nobleza y que desluce lógicamente las argumentaciones del autor, aunque disfruten de
otras ventajas –no ser condenados a tormento, no ser encarcelados por deudas, etcétera.
Como vemos, aquí Moreno de Vargas define, y sienta las premisas, de lo que entendemos
por “nobleza de toga”: una visión interesada, al ser el mismo autor un conocido letrado. No
era el único en hacerlo; uno de estos licenciados en Leyes decía en pleno siglo XVI:
Harta feliçidad me pareçe hauernos descubierto la espiriençia un tan facil medio, a lo menos
no dificultoso, para mejorar de estado que es el estudiar [...]. Según lo que corre en este
tienpo, con mas façilidad se podrá andar de capa estudiando bien en los collegios que
peleando muçho en las uatallas [...]57.
Expone cómo la nobleza puede derivar también de la mujer58, pudiendo ser incluso
esta más clara que la obtenida por la vía paterna, y justificando la costumbre –extendida
en España y Portugal– de la asunción de los apellidos maternos, ya que “es forçoso [que]
esta nobleza se deriue a los hijos, los quales, según su naturaleza, han de heredar aquella
54 B. de Peñalosa, Libro de las cinco excelencias del español..., Madrid, 1629, fol. 96. Se trataba de una
crítica muy extendida: Diego de Saavedra Fajardo abunda en ella (Idea de un príncipe político christiano...,
Milán, 1642, pp. 157-158), haciendo ver que “los reyes de España fundaron las religiones militares, cuyos
hábitos no solamente señalasen la nobleza, sino también la virtud. Y así se debe cuidar mucho de conservar
la estimación de tales premios, distribuyéndolos con gran atención a los méritos; porque en tanto se aprecian,
en cuanto son marcas de la nobleza y del valor. Y si se diesen sin distinción serán despreciados y podrían
reírse”.
55 A la que define como “Cauallería de espuela dorada”, obtenida tras la vela de armas, el calzado de las
espuelas, el ceñido de la espada, la pescozada y la invocación al Apóstol Santiago, para que este haga
del aspirante “un buen Cauallero”. Montaigne, en sus Ensayos, un siglo atrás, defiende que “la apropiada,
exclusiva y esencial vida para un noble [...] es la vida de un soldado”.
56 Con cierta facilidad, pudieron contagiarse “los valores y actitudes de la antigua nobleza a aquellos grupos
dominantes de principios de la Edad Moderna [...]. Los más importantes de todos ellos eran los juristas y los
administradores, cuyo ambiente era profesional y no militar, y los patricios mercantiles de los pueblos y de
las ciudades [...]. El resultado de todo ello fue que las aspiraciones y las perspectivas de estos precursores
de la más alta noblesse de robe de los últimos tiempos se contagiaran de la mentalidad caballeresca que
prevalecía en las cortes donde servían”. Véase M. Keen, La Caballería…, p. 340.
57 Véase J. Pérez, “La aristocracia castellana en el siglo XVI”, en Mª. C. Iglesias (dir.), Nobleza y sociedad
en la España Moderna, Madrid, Fundación Central Hispano,1995, p. 64.
58 Acerca de la nobleza transmisible por vía femenina, véase V. Mª. Márquez de la Plata y L. Valero de
Bernabé, Nobiliaria española. Origen, evolución, instituciones y probanzas, Madrid, Prensa y Ediciones
Iberoamericanas S.A., 1991. En 1789, el jurista Trenco López de Haro dio a la prensa su Discurso jurídico en
que se demuestra que la nobleza y linage ilustre ó de línea real, segun fuero y antigua costumbre de España,
se conserva y propaga por los ilegitimos, y por las hembras, las quales ennoblecen á sus maridos..., (Madrid,
Imprenta de Benito Cano) en el que exponía diversos argumentos para justificar la transmisión de la nobleza
por dichas vías.
sangre, y ánimo noble”. También se les supone dicha nobleza a los vecinos de algunas villas
y lugares, a los vizcaínos “por su grande antigüedad, e inuincible fortaleza”, a los que tengan
un determinado número de hijos, a los descendientes de sangre real, de ricoshombres o
de infanzones, en los que se aprecia aquella, tan prestigiosa, “nobleza de los Godos”,
además de a los hijosdalgo notorios, en propiedad o en posesión, de sangre o de privilegio,
definidos como
los que tienen su nobleza, e hidalguía muy notoria, y es de todos los de la Prouincia, ò
Comarca, conocida: y esta notoriedad ha de ser causada, ó por ser descendientes de casa,
y solar, conoçido de todos por ser noble, o por ser dados por hijosdalgo, y dello tener sus
executorias, como lo dize la ley del Reyno59,
aunque dicho solar sea simplemente la habitación, más o menos acomodada, donde
mora el hijodalgo. Hijodalgo al que, como ya nos han expuesto Mexía, Haro, Salazar y
como tampoco deja de recordarnos Moreno de Vargas, “le conuiene tener uirtud, valor, y
hazienda”, imitando “la uirtud de sus mayores y de sus passados”, “ser buenos, y virtuosos,
afables, y comedidos”, además de ricos, que es “cosa conuiniente á los nobles, [...] porque
la nobleza sin hazienda es como muerta”, y es causa de que los nobles, por mucho que lo
sean, “sean desestimados: y aunque sean buenos, y virtuosos, no los estiman los hombres,
ni les oyen sus razones, por discretas que sean”, una visión muy pragmática acerca del
alcance y la influencia reales de una nobleza pobre que se veía constantemente ridiculizada
socialmente, frente a aquellos que “por sus riquezas”, sin ser nobles, “son más estimados”;
la puerta de la promoción social está abierta, por tanto, a aquellos que con dinero hayan
podido engrasar sus bisagras: como dice don Bernabé no sin cierta reluctancia, “muchos
hombres doctos afirman que la nobleza tuvo su origen en la riqueza, y que el ser rico, es
ser noble, por escuro que sea su linage”, aunque es más conveniente que dicha riqueza sea
heredada, afirma matizando, ya que “que la nobleza deste mundo no es cosa, sino tener
riquezas antiguas”, riquezas que les permitirán no realizar “oficios viles y baxos, [...] infames
y mecánicos, [ya que teniéndolos] no goçarán de dichos privilegios” de nobleza, ideas que
se ven reforzadas por la legislación consuetudinaria, como el Fuero Juzgo:
Si algún ome nobre vinier a pobredat e non podier mantener nobredat, entonçes seerá
uillano; e quantos fijos e fijas touier en aquél tienpo, todos seerán uillanos60.
59 Según Moreno, ejecutoria es “la carta de merced que los Reyes dieron al primero de cada vno de sus
linages”. Acerca de las ejecutorias de hidalguía, un excelente trabajo es el de E. Ruiz García, “La Carta
Ejecutoria de Hidalguía: un espacio gráfico privilegiado”, En la España Medieval, Anejo I, Madrid, Servicio de
Publicaciones de la Universidad Complutense, 2006. El interés suscitado por estos documentos –algunos de
ellos verdaderas obras de arte, y en cualquier caso interesantes fuentes de información sociológica, heráldica
y genealógica- ha generado la realización de muestras y exposiciones, algunas de valor por la calidad de sus
fondos, como es el caso de El documento pintado: cinco siglos de arte en manuscritos, Madrid, Ministerio de
Educación y Cultura/Museo Nacional del Prado-AFEDA, 2000.
60 (Libro I, Ley 16, título V). Fuero Juzgo en latín y castellano, cotejado con los más antiguos y preciosos
códices..., Real Academia Española, Madrid, Imprenta de Ibarra, 1805.
garantizándoles también su sustento61; la cárcel en donde fueren presos –por otras causas–
será diferente a la de los penados del común; no recibirán en ella tratos ignominiosos, no se
les dará tormento, serán libres “de todos los pechos, cargos, tributos, pedidos, martiniegas
y contribuciones”, serán francos “de todas las cargas personales” –por tanto, poseerán
inmunidad fiscal– y asimismo estarán dispensados de la obligación de prestar hospedaje;
conocen y reconocen a sus ancestros y usan “de las Armas, y escudos que los nobles
tienen en señal, memoria, y representación de sus noblezas, y de las hazañas de sus
passados”, armas que, concedidas, implican la nobleza para quien las recibe, pudiéndolas
grabar en las “Sepulturas, lucillos62, Capillas, y entierros [...] en las portadas, y entradas de
las Casas, Solares y Palacios”.
¿Qué queda en el siglo XVII de esta mentalidad medieval, que pudiera antojarse
arcaica, que sostiene al elemento aristocrático? ¿En qué ocupan sus tareas estos “caballeros
famosos”, que dos siglos antes volcaban sus afanes –como nos dice Jorge Manrique– en
“los trabajos y aflicciones contra moros”? ¿Ha quedado vacío de contenido, efectivamente,
el ideario nobiliario? No tal, en realidad: de hecho, veremos como la influencia, el número
y el poder de la nobleza se reactivarían en un último canto del cisne –el reinado del último
Austria, Carlos II– hasta la llegada de la nueva dinastía63. El nuevo centralismo borbónico,
tras la guerra de Sucesión, controlaría las actividades y las aspiraciones del colectivo
manteniéndolo firmemente bajo su autoridad, imitando en ello a Luis XIV, que recortó
cuidadosamente las alas de la nobleza gala deseoso de evitar nuevas revueltas aristocráticas
como la de la Fronda francesa, un siglo atrás. Esta nobleza española de finales del siglo
XVII, que asiste a la descomposición del imperio hispánico mientras malvive o derrocha,
endeudándose o hipotecando las rentas de sus mayorazgos, y que es fiel reflejo de la crisis
en las que se hallan inmersas la sociedad y el estado64, sigue manteniendo sin embargo
firmemente –como hemos visto en los ejemplos anteriormente expuestos– los parámetros
en los que se había movido, hasta entonces, su mentalidad: el servicio militar o civil al rey;
la calidad del linaje –mantenida a través de cuidadosas alianzas matrimoniales, de lo que
dan fe los expedientes eclesiásticos y las dispensas solicitadas por consanguinidad65–;
61 Acerca de este privilegio, un breve ejemplo de una carta, escrita en 1628 por Juan y Miguel Fernández
de Barrena, vecinos de la villa navarra de Arróniz, y “pressos en las Cárzeles Reales de la çiudad de estella”,
alegando cómo “bien que Conforme a las leyes deste Reyno los hijos dalgo no pueden ser pressos por
deudas Cibiles y los suplicantes lo están siendo como son hijos dalgo notorios, hijos legítimos, y naturales
de Pº Fernández de Barrena y María De ossés difuntos sus padres, Vecinos de la dicha Villa y nietos por
la parte paterna de Juan fernández de barrena su Abuelo y Visnietos de Hernando fernández de barrena
Vezinos y naturales del Lugar De barbarín en la Valle de santesteuan Los quales dhos. sus padres abuello
y Vissabuelo y demás de sus deçendientes an sido, como al pre[sen]te son Los suplicantes, hijos de algo
notorios” (AGN [Archivo General de Navarra], Serie Tribunales Reales, Procesos, ante el escribano Martín
Fernández de Mendívil, 1628). Se garantizaba asimismo a los hidalgos un fondo “para alimentos” del que no
podía privárseles.
62 “La Caxa de piedra, dentro de la qual sepultan los cuerpos de los nobles” (Diccionario de Autoridades,
1734).
63 Véase A. Domínguez Ortiz, “El ocaso del régimen señorial en la España del siglo XVIII”, Revista
internacional de sociología, 10: 39 (julio/septiembre 1952), p.139.
64 Véase C. Jago, “The ‘Crisis of the Aristocracy’ in Seventeenth-Century Castile”, Past & Present, 84 (agosto
1979), pp. 60-90.
65 Muchos autores se han pronunciado sobre la cuestión de los matrimonios aristocráticos: según Powis, “el
la limpieza de sangre, siempre defendida y más cuando dicha limpieza podía no ser, en
reiteradas ocasiones, totalmente segura66; la riqueza, expresada en un modo de vida lujoso
–evidenciado como ya hemos visto con la posesión de grandes casas, ricos muebles y
ropas, caballos o los muy prestigiosos coches67, en una suma de excesos frecuentemente
criticados:
Púdreme, sobre todo, hallar tan continua blasfemia en lenguas de quienes apenas pueden
ser caballos, cuanto más caballeros [...]. El coche de cuatro caballos, la vistosa librea para
muchos criados, el costoso alquiler de la casa, de sus colgaduras y ornato; y a tres meses,
sombra todo, todo humo [...]. Tienen creído consiste la nobleza del más antiguo solar en la
afectación de su traje, en el lucimiento de sus vestidos; como si estos exteriores no fuesen
también propios de sastres, de zapateros, de albañíes. Hablan a lo caballero, con soplos,
gestos, papitos y pausas, imitando de los señores los más exquisitos modos de decir y hacer
[...]. No se podrán llamar a engaño sus cuerpos cuando se conviertan en polvo, pues gozan
sin cesar en la tierra tan grande cantidad de galas, tanta copia de regalos. Corrompíame del
todo la sangre ver las calcillas, por otro nombre atacadas, de que se adornan [...]. Lo que
llevaba con mayor molestia era el destierro de las calles más públicas, por no encontrar tanto
indigno a caballo, tanto pícaro en coche [...]68.
matrimonio era una oportunidad para pensar las cosas minuciosamente y para –con suerte- obtener beneficios.
Generación tras generación, la herencia de una familia estaba expuesta a una inevitable erosión conforme
cada heredero principal hacía sus provisiones para las hijas e hijos menores. Los arriesgados mundos de la
guerra y de la política podían ofrecer algunas fuentes de beneficios y, por lo mismo, de compensación, pero
parece que fueron los nobles quienes estimaron que un matrimonio inteligente era la clave principal para
resolver el problema” (Vid. J. Powis, La Aristocracia, Siglo XXI Editores, 2007). También otros autores, como
Soria Mesa, han analizado con profundidad dichos comportamientos matrimoniales: “El matrimonio venía a
ser no tanto el sacramento que consagraba la unión de dos personas, como el eje que conectaba entre sí
dos conjuntos familiares de distinta procedencia, uniéndolos por firmes lazos que permitían, en numerosas
ocasiones, una eficaz sintonía de intereses”. (Véase E. Soria Mesa, La nobleza en la España moderna.
Cambio y continuidad, Madrid, Marcial Pons Historia, 2007).
66 Baste como ejemplo este conocido texto de Quevedo, en el que ironiza –tan cáusticamente como siempre-
sobre la obsesión genealógica de algunos nuevos nobles: “No revuelvas los huesos sepultados,/que hallarás
más gusanos que blasones,/en litigios de nuevo examinados:/que de multiplicar informaciones/puedes temer
multiplicar quemados,/y con las mismas pruebas Faetones”. Acerca del encubrimiento, necesario para aquellas
familias cuyos orígenes no estaban muy claros, Vid. Soria Mesa, E., La nobleza en la España moderna...
67 El coche, concretamente, llegó a convertirse en una obsesión criticada sin cesar en la época (de Los
coches, entremés de Luis Quiñones de Benavente (c. 1581-1651): “Aldonza: -¿Coche?; ¡Gran vocablo!/
Antonia: -¡Coche!; ¡Sabroso embuste!/Juana: -¡Dulce hechizo!/Vinoso: -Ardiendo está el primero que los
hizo”). Véase también A. López Álvarez, “Coches, carrozas y sillas de mano en la monarquía de los Austrias
entre 1600 y 1700: evolución de la Legislación”, en Hispania. Revista Española de Historia, vol. LXVI, núm.
224 (2006), pp. 883-908. También, “El nuevo cortesano barroco: la institucionalización del coche y las licencias
para su uso (el caso de Murcia, 1611-1621)”, en E. Soria Mesa, y J. J. Bravo Caro (eds.), Las élites en la época
moderna: la Monarquía Española, vol. 4, Cultura, Córdoba, Universidad de Córdoba 2009, pp. 269 y ss.
68 Véase C. Suárez de Figueroa, El Pasagero. Advertencias utilísimas a la vida humana, Madrid, Imprenta
de Luis Sánchez, 1617.
69 Acerca de los oratorios, sólo decir que fueron no poco criticados al entenderse no pocas veces que a
Por último, garantizar la buena fama, expuesta a las candilejas de la propia sociedad
mediante el muy traído y llevado tema de la honra, convertido de hecho en un leitmotiv
de la literatura del período70, y en el prestigio que obligaba a la nobleza a dar ejemplo de
desprendimiento y de largueza, a lucir en la calle cortejos, galas y arreos, cabalgando
“a cauallo e traer armas e [...] uestir seda e paños finos e traer plata e oro en uuestras
personas”, como haría en 1598 –al proclamar como rey en Sevilla al nuevo monarca, Felipe
III– el marqués de la Algaba, alférez mayor de la ciudad, que se presentaría al público
[...] con el Estandarte Real en la mano, vestidas calzas blancas bordadas, los forros de tela
de oro y jubón de lo propio; coleto de ámbar y botas blancas con correas; espuelas y espada
doradas, y un capotillo de terciopelo negro con pasamano de oro y plata, forrado de tela
de oro y con muy ricos botones; vestidas las mangas izquierda y derecha con una manga
de malla; llevando una banda roja atravesándole el cuerpo y un sombrero de terciopelo
negro con cordón de oro, plumas blancas y rojas, y un mazo de martinetes negros; así, tan
lujosamente vestido, el Marqués montó en su caballo, no menos ricamente enjaezado con
gualdrapa de terciopelo negro guarnecida de oro y plata [...]71.
sus propietarios no les movía “otra cosa sino pereza y aver hecho parte de authoridad y estado el no yr a la
yglesia a oír missa con la gente común. Porque, si el amor de Dios los llevara y no la vanidad, refrenaran en
sus cassas las offenssas que a Dios se hazen y hizeran tanta uentaja a las otras en seruille quanto les hazen
en las riquezas que Dios les dio, por donde auían de selle más agradeçidos” (según el arzobispo de Granada,
don Pedro de Castro, recogido en A. Urquízar Herrera, Coleccionismo y nobleza…, p. 83).
70 Tan sólo recordar obras como El Alcalde de Zalamea calderoniano: es el honor vertical el que está
relacionado con el estamento al que pertenece el personaje de la obra, mientras que el honor como tal, el que
corresponde a todos los hombres por el hecho de serlo, iguala a todos independientemente de la clase social
a la que pertenecen. En el honor entra en juego la virtud y la dignidad humana, de la que es parte esencial la
propia limpieza de sangre.
71 Véase J. Guichot y Parody, Historia del Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Sevilla..., 1897 (edición del
Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Sevilla, 1990), tomo II, p. 145.
72 J. Cortés Ossorio, Constancia de la Fée, y aliento de la Nobleza Española... (Madrid, 1684).
73 J. B. Guardiola, Tratado de Nobleza, y de los Títulos y Ditados que oy día tienen los varones claros y
grandes de España... (Madrid, 1591). Véase igualmente J. A. Guillén Berrendero, “La tratadística nobiliaria
como espejo de nobles. El ejemplo de Juan Benito Guardiola y su Tratado de Nobleza de 1591”, en Brocar, 26
(2002), pp. 81-106. Del mismo autor, y relativo a la época a la que hacemos referencia, puede verse asimismo
La idea de nobleza en Castilla durante el reinado de Felipe III, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2007;
y La Edad de la Nobleza. Identidad nobiliaria en Castilla y Portugal (1556-1621), Madrid, Polifemo, 2012
(especialmente su primer capítulo “La tratadística nobiliaria en Castilla y Portugal, 1556-1621”).
74 T. de Llano, Nobiliario de Casas y Linages de España..., (1653).
75 J. Matute de Peñafiel, Prosapia de Christo... y origen de los linages del mundo..., (Baza, 1614), obra no
poco controvertida, en la que el autor –rizando el rizo de la hagiografía cortesana- traza las ascendencias
míticas de Felipe III y del duque de Lerma, su todopoderoso valido.
76 P. Salazar de Mendoza, Origen de las Dignidades Seglares de Castilla y León..., (Ed. Madrid, 1657).
Publicaría además (Toledo, 1620) el Crónico de la Casa de los Ponces de León..., además de la historia de
los cardenales Tavera y Mendoza.
77 Acerca de las obras escritas por los tratadistas y memorialistas nobiliarios, y por los genealogistas
españoles de los siglos XVI-XVII, es de obligada consulta la obra de E. Soria Mesa, La biblioteca genealógica
de don Luis de Salazar y Castro, Córdoba, 1997, que transcribe el manuscrito de Salazar y Castro en el
que comenta su biblioteca genealógica, anotándolo con sumo detalle. Véase también G. E. Franckenau,
Bibliotheca Hispanica Histórico-genealógica-heráldica, Lipsiae, 1724.
78 Unas esencias –y sobre todo, una mentalidad- que ya en el siglo XVIII eran compartidas por la burguesía
urbana, de manera que “la clase media y la nobleza compartían vestimenta, modales y lenguaje” por esas
fechas (Véase J. Dewald, La nobleza europea…, p. 85).
RESUMEN
Este artículo trata de mostrar cómo algunas obras de arte permiten reflexionar y entender situaciones
sociales, políticas y culturales del pasado a través del análisis tanto del producto artístico final, como
del entorno vital de los creadores.
PALABRAS CLAVE: Revoluciones Burguesas, Unificación Italiana, Ópera, Verismo, André Chénier
(poeta, 1762-1794).
ABSTRACT
This article is focused on how art can help us to achieve a better understanding of past times through
the analysis of both the final artistic product and the background of each creator.
KEY WORDS: Bourgeois Revolutions, Italian Unification, Opera, Verismo, André Chénier (poet,
1762-1794).
1 Devo ringraziare il professore Dott. Xosé Aviñoa, cattedratico di Musicologia del Dipartimento di Storia
dell’Arte (Universitat de Barcelona), non solo per l’affascinante scambio d’idee e per la sua amicizia, ma per
avermi invitato a fare la conferenza introduttiva alla rappresentazione dell’Andrea Chénier nel ciclo “Òpera
Oberta, Universitat de Barcelona, 2009-2010” da lui diretto. Mille grazie anche al mio caro amico il professore
Nicola Barreca, politologo e trombettista, per avermi fornito preziosi consigli per correggere il testo in italiano.
275
STORIA, RIVOLUZIONI E PERSONE IN CONFLITTO. A PROPOSITO DI ANDREA CHÉNIER
Si può usare un’opera d’arte per interpretare il passato? Senz’altro. L’arte non contiene
tutto ciò che è proprio d’un documento d’archivio, ma permette di capire la situazione sociale
e culturale d’un momento o d’un episodio del passato da un punto di vista alquanto peculiare:
quello dell’artista. E ciò offre del materiale utile per risolvere il rompicapo nel quale a volte si
trasforma la comprensione del passato. Vediamone un esempio, fra i molti possibili.
Alla fine del Settecento, nel mondo teatrale europeo, si osservava ovunque una
profonda stanchezza nei riguardi della tematica di stampo mitologico. Gli abitanti dell’Olimpo
avevano fornito l’alter ego perfetto al pubblico aristocratico e nobile. Le re-interpretazioni
dei miti classici erano servite a spiegare storie che piacevano a coloro che frequentavano i
teatri d’élite e che, soprattutto, pagavano lo spettacolo. Ma ora le nuove borghesie europee
cominciavano ad esigere un’estetica diversa nella quale si potesse utilizzare la storia in
quanto risorsa pregnata di verità per dare una spiegazione di se stesse e per lodare (o
criticare) la nuova società che esse stesse avevano creato. Per la prima volta, infatti, i
borghesi controllavano i teatri colti –situati ormai nelle vie pubbliche e non più all’interno
dei palazzi reali– e cercavano nuove storie nelle quali rappresentarsi ed idealizzarsi. La
drammaturgia operistica servì a questo scopo e notevoli autori scrissero con passione drammi
di carattere storico. Sin dall’inizio del Romanticismo, quest’uso di epoche remote (così come
di luoghi esotici) permise di favoleggiare con smisurata immaginazione. Lì, in un passato
ormai scomparso, poteva esserci –e si poteva spiegare– l’avvenimento contemporaneo più
sfrontato, più rivoluzionario, più “politicamente scorretto”. È necessario fare un elenco di
queste opere? Sicuramente no.
Ma una cosa è cercare un “ambiente storico” (luoghi, situazioni, eventi) ed un’altra, ben
più difficile da affrontare, è avere a che fare con un uomo o con una donna del passato con
una biografia reale e far sì che le loro vite stiano alla base d’un dramma teatrale. Una simile
scelta porterebbe ad un’inevitabile riflessione ed alcune domande sorgerebbero spontanee.
Per quale ragione un fatto o un personaggio ispirarono alcuni autori nel creare un’opera
d’arte? Cosa volevano esprimere? Cosa suggerirebbe oggi?
Un esempio concreto permette d’analizzare questo argomento. Prendiamo come
oggetto di studio l’opera Andrea Chénier (1896), con musica d’Umberto Giordano (1867-
1948) e libretto di Luigi Illica (1857-1919). È su di essa che possiamo cominciare a proporre
un’indagine su tre diversi livelli nel tempo. Il primo, chi è il personaggio storico? Il secondo,
perché i creatori hanno scelto, un secolo dopo la sua morte, la sua figura per scrivere il testo
e la musica? Ed il terzo, che lezione ne possiamo trarre oggi per capire cosa pensavano
alcuni intellettuali nel tardo Ottocento d’un processo storico così travolgente e rilevante
quale fu la Rivoluzione Francese? Andiamo per parti.
che si occupa anche di questioni filosofiche sull’uomo come individuo e come parte della
società. Nel 1787 si trasferì in Inghilterra per lavorare come segretario all’Ambasciata e,
poco dopo, ritornò nel 1790 al suo paese affascinato dagli eventi dell’inizio della rivoluzione,
ragione per la quale scrisse Le serment du Jeu de Paume (1791). Una volta in Francia,
collaborò a molti giornali e diede inizio a quella che potremmo definire come una “fatale”
evoluzione ideologica, ossia: si entusiasmò alla Rivoluzione Francese legandosi al club
des feuillants, prendendo poi rapidamente posizioni politiche moderate e cominciando a
riflettere e scrivere in maniera critica e anche satirica sulla brutalità del regime del Terrore.
Per tale ragione, fu accusato di alto tradimento e detenuto nella prigione di Saint-Lazare dove
morì ghigliottinato, a 32 anni, il 25 luglio (Termidoro, anno II nel calendario rivoluzionario)
del 1794, tre giorni prima di Maximilien de Robespierre (nato nel 1758), colui che aveva
dato l’ordine irrevocabile della sua esecuzione. Si può dire che nasce qui il paradosso da
romanzo della sua vita2.
Alcuni anni dopo la sua morte, le sue poesie apparsero su riviste e gazzette, ed al
1819 risale l’edizione delle Œuvres complètes3. Della sua produzione, spesso frammentaria
e caratterizzata da una scrittura disordinata (e, per tale motivo, difficile da datare), si
ricordano: le Élégies, Les Bucoliques, le Odes, i Iambes; il poemetto filosofico L’invention
–in cui espone la sua poetica– e altri come L’Hermès, L’Amérique, il poema satirico La
République des Lettres ed il poema biblico Suzanne. Per ciò che a noi interessa qui, sono
importanti la Ode à Charlotte Corday, la giovane girondina che uccise il giacobino Marat –
versi che danno un’idea della sua evoluzione ideologica– e, soprattutto, La jeune captive,
un poema d’amore, scritto in carcere, che permette d’inventare il personaggio di Maddalena
de Coigny. Ma di questo ne parleremo successivamente.
André Chénier occupa nella storia della letteratura francese un posto singolare perché
fu un poeta pre-romantico che, per tematiche ed uso del linguaggio, continuava ad essere
legato all’estetica del classicismo settecentesco4. La giovinezza e le ragioni che decretarono
la fine della sua creazione artistica ne hanno permesso la posteriore sopravvivenza e la
susseguente costruzione del mito. Mito che oggi nessuno ricorderebbe più se non fosse
stato per il peculiare processo di reinvenzione che se ne è fatto. I primi che diedero un
giudizio pieno di rispetto ed ammirazione delle sue opere furono i poeti francesi ed inglesi
a lui contemporanei o un po’ più giovani, i quali scrivevano con lo stile tipico del pieno
Romanticismo. Chénier –che scrisse “L’art ne fait que des vers, le coeur seul est poète”–
venne considerato per alcuni di loro come un maestro5. Fu in questo momento che Alexander
Pushkin (1799-1837), il padre della letteratura russa contemporanea6, cominciò a tradurre
alcune delle sue poesie per far sì che in Russia si conoscesse il poeta di Parigi, città molto
ammirata nei salotti di Mosca e San Pietroburgo. Ma questo processo di rilettura può essere
2 Fra le moltissime opere, vedasi sulla figura di Chénier: R. Navarri, “Un vrai poète: André Chénier”, in P.
Abraham e R. Desné (dirs.), Manuel d’histoire littéraire de la France. Tome III, 1715-1789, Parigi, Éditions
Sociales, 1975, pp. 444-450, e J. M. Goulemot e J. J. Tatin-Gourier, André Chénier: poésie et politique, Parigi,
Éditions Minerve, 2005.
3 L’anno 1819 è fondamentale nell’inizio del mito letterario di Chénier. Vedasi C. Seth, “Preface”, in André
Chénier. Le miracle du siècle, Parigi, PUPS, 2005, pp. 7-46.
4 Alain Verjat indica che lui è un classicista fra i romantici ed il più grande poeta francese fra Racine ed il
Romanticismo. In “El siglo XIX. La lírica”, in J. del Prado (coord.), Historia de la literatura francesa, Madrid,
Cátedra, 1994, pp. 924 e 934.
5 Referenze di vita ed opera in L. Carriedo, “El siglo XVIII. La poética”, in J. del Prado (coord.), Historia de la
literatura francesa..., pp. 756-759. La citazione testuale in p. 758.
6 Dostoievski scrisse che tutta la grande letteratura russa posteriore a Pushkin “sorge direttamente da lui” in
M. Chílikov, “Introducción”, in A. S. Pushkin, Eugenio Oneguin, Madrid, Cátedra, 2000, p. 37.
2. Il reinventare decisivo
7 La découverte di Chénier è importante nella rinnovazione della tecnica narrativa dopo Balzac e Sthendal (P.
Barberis, “Le roman après Balzac et Sthendal”, in P. Abraham e R. Desné (dirs.), Manuel d’histoire littéraire de
la France. Tome IV. De 1789 à 1848. Deuxième partie, Parigi, Éditions Sociales, 1973, p. 229).
8 Ci sono tre poeti “maledetti” nello Stello: Thomas Chatterton (1752-1770), Nicolás Gilbert (1730-1780) e
Chénier. Il narratore di Stello, le Docteur Noir, racconta: “...leur avoir laissé oublier la tristesse, les misères
d’une prison solitaire, leur avoir laissé goûter la confidence, savourer l’amitié, l’esprit et même un peu d’amour,
et tout cela pour faire voir et entendre à tous la mort de chacun! -Oh! c’était trop! c’était vraiment là un jeu
d’hyènes affamées ou de jacobins hydrophobes...”, in The Project Gutenberg EBook of Stello, by Alfred De
Vigny (http://www.gutenberg.org/ebooks/9655).
9 J. W. Klein, “Some Reflections on A Tale of Two Cities”, Tempo (New Series), 3 (1957), pp. 14-24.
10 J. E. Rodó, Rubén Darío: su personalidad literaria, su última obra, Montevideo, Imprenta de Dornaleche
y Reyes, 1899, p. 51.
11 Alcune referenze per approfondire nella vita e le opere di Luigi Illica ed il suo gruppo di compagni musicisti,
G. Adami, Giulio Ricordi e i suoi musicisti, Milano, Edizioni Fratelli Treves, 1933; M. Morini, Luigi Illica, Piacenza,
Ente Provinciale per il Turismo, 1961; e J. Budden, “Illica, Luigi”, Grove Music Online. Oxford Music Online,
Oxford University Press, http://www.oxfordmusiconline.com/subscriber/article/grove/music/13720 (consulta:
22-3-2013).
12 Per approfondire nella vita e le opere di Umberto Giordano, vedasi A. Galli, G. Maochi e G. C. Paribeni,
Umberto Giordano nell’arte e nella vita. Note biografiche ed estetiche, Milano, Sonzogno, 1915; R. Giazotto,
Umberto Giordano, Milano, Istituto d’Alta Cultura, 1949; G. Confalonieri, Umberto Giordano: Foggia,
1867-Milano, 1948, Milano, Sonzogno, 1958; D. Cellamare, Umberto Giordano, Roma, Palombi, 1967; ed M.
Morini (ed.), Umberto Giordano, Milano, Sonzogno, 1968.
13 S. Campailla offre un’interessante introduzione, prefazione, cronologia e bibliografia nella sua edizione di
G. Verga, I Malavoglia, Roma, Newton Compton editori, 2008, pp. 7-34.
14 A. Mallach, The Autumn of Italian Opera: from verismo to modernism, 1890-1915, Boston, Northeastern
University Press, 2007, p. 96.
15 A. Mallach, “Verdi and the giovane scuola”, in The Autumn of Italian Opera..., pp. 109-114.
il maestro Verdi fosse stato un referente cruciale nel processo di ribellione contro l’invasore
austriaco e di difesa dell’unità delle antiche repubbliche.
Pertanto, mentre il secolo avanzava, l’effusione romantica ed il concetto dell’uomo che
da solo poteva cambiare il destino dell’umanità scomparvero. Il positivismo nella scienza
e nella filosofia offriva nuove possibilità per interpretare il mondo materiale e gli artisti
cominciarono ad avere bisogno di fatti reali, veri. Dunque, alcuni di loro preferirono copiare
ciò che era naturale per brutale, spiacevole o miserabile che potesse essere. Questa scelta
sembra assolutamente ragionevole se si comprende come le trasformazioni sociali e politiche
e lo spirito rivoluzionario si percepissero in ogni luogo e non v’era dubbio che molti avessero
paura, si sentissero insicuri e fossero stanchi di tanta violenza, guerra e morte. Finito il sogno,
si doveva ritornare alla realtà. Il trionfo del realismo e del naturalismo in Europa si sviluppò
in Italia in campo artistico sotto il nome di “verismo”. Che cosa sia stato il verismo è una
domanda che ha suscitato numerose polemiche. Qui non c’è spazio per tale dibattito. Diciamo
solo che, per quello che riguarda la sua origine, fu un movimento che può considerarsi figlio
dell’Unificazione poiché metteva in evidenza in maniera estremamente crudele la questione
meridionale, ossia la scioccante diversità fra il nord ed il sud della giovane Italia unita. Senza
nascondersi, senza voler giudicare nessuno, gli autori del mezzogiorno spiegavano la realtà
interna –eredità storica ed ineludibile presente– del loro paese e l’impossibilità di similitudini
con la gente del nord che osservava i propri connazionali del sud con un disprezzo assoluto,
inconsapevoli delle cause fondamentali d’una tale situazione16.
Arrivati a questo punto, l’argomento principale da trattare si ripresenta. Per quale
ragione il meridionale (di Foggia) Giordano si mise a scrivere un “dramma di ambiente
storico” (sic)?17 Perché cercò questo ambiente in un personaggio concreto dei tempi della
Rivoluzione Francese?18 Cosa voleva spiegare (con musica) raccontando gli ultimi mesi
della vita e morte in carcere d’un poeta critico e ribelle nei confronti del potere? Come
mai le peripezie della scrittura dell’opera non delusero l’autore, superando tutte le difficoltà
(compresa la burrascosa relazione con il bolognese Illica) per condurre in porto il proprio
progetto? Cosa unì in un rapporto così intenso André ed Umberto?19 I numerosi ingredienti
che si mescolano in questa opera permettono di capirne la complessità dei registri del
prodotto finale.
Per cominciare, possiamo fare una rischiosa affermazione: Andrea Chénier non è
un’opera verista. Sebbene la prima composizione di Giordano dal successo contrastato,
16 Da non perdere la meravigliosa prefazione del catanese Giovanni Verga a I Malavoglia, scritta a Milano
nel 1881. Dice al finale: “...Chi osserva questo spettacolo non ha diritto di giudicarlo, è già molto se riesce a
trarsi un istante fuori del campo della lotta per studiarla senza passione, e rendere la scena nettamente, coi
colori adatti, tale da dare la rappresentazione della realtà, com’è stata, o come avrebbe dovuto essere”, in G.
Verga, I Malavoglia..., p. 36. Vedasi anche D. Tanteri, “La ‘sociologia’ dei veristi”, in Le lacrime e le risate delle
cose: aspetti del verismo, Catania, Biblioteca della Fondazione Verga, 1989, ed R. Rinaldi, Musica e verismo:
critica ed estetica di una tendenza musicale, Roma, Fratelli de Santis, 1932.
17 Julian Budden spiega che tutta la produzione musicale di Giordano è piena di riferimenti locali ed storici,
come, per esempio, le musiche popolari di ballo di Napoli (Mala vita e Mese Mariano) e della Toscana (La cena
delle beffe), adattamenti di canzone rivoluzionarie francese e di musiche settecentesche (Andrea Chénier e
Madame Sans-Gêne), brani del folklore russo (Fedora e Siberia), e anche imitazioni della musica di Chopin
(Fedora). Vedasi J. Budden, “Giordano, Umberto (Menotti Maria)”, in The New Grove Dictionary of Opera.
Grove Music Online. Oxford Music Online, Oxford University Press, http://www.oxfordmusiconline.com/
subscriber/article/grove/music/O002264 (consulta: 22-3-2013).
18 E. Pluta, “Umberto Giordano: facetes d’un eclèctic magistral”, in Andrea Chénier, Barcellona, Gran Teatre
del Liceu, 2007, pp. 36-56.
19 Vedasi Umberto Giordano e la Francia. Atti del Convegno Internazionale, Bari, Università di Bari, Centro
artistico musicale Paolo Grassi e Schena editore, 1999.
Mala vita (1892), appartenesse ai canoni di questo stile, quest’ultima, no20. I fondamenti
estetici di Andrea Chénier (1896) danno vita ad un riuscito miscuglio di romanticismo e
realismo21. Ma, visto che sempre è molto meglio spiegare che classificare, continuiamo. Ci
sono quattro aspetti rilevanti che qui vanno sottolineati. La prima cosa che appare evidente
nell’opera è la ricerca dell’obiettività e, quindi, il rifiuto d’inventare un mondo teatrale fatto
di fantasia e di sogni. Tutta la scenografia cerca un senso pieno di realtà, sia nel palazzo
dei Coigny, che nelle vie, nelle osterie, nel tribunale o nel carcere finale. È stato scritto che
Luigi Illica fu uno dei primi librettisti con un senso cinematico dell’azione e che fu uno degli
inventori d’un genere di grande successo nel cinema: la coppia innamorata che vive la sua
appassionata storia d’amore nel bel mezzo d’un conflitto politico o d’una guerra22. E questo
tipo di “verità” viene ricercato nella storia, in quel tempo remoto dove giammai dovrebbe
andare a cacciarsi un verista che lo sia dalla testa ai piedi23.
La seconda questione molto interessante è la proposta, con intenzione critica, di porre
in luce i problemi esistenti nel rapporto fra società e politica. Si può affermare che questo
motivo d’ispirazione si trasforma nel tema centrale dell’opera, nel senso in cui rende palese
come il processo di presa di coscienza sia critica che di classe del poeta dimostra l’ineluttabile
disfunzione tra la poesia ed il potere. In altre parole, il percorso esistenziale del protagonista
riafferma la certezza di come sia irrealizzabile l’utopia di poter creare con assoluta libertà
di pensiero ed allo stesso tempo essere accettato di buon grado e senza diffidenza da
chi comanda nella società. La costruzione del personaggio d’Andrea è innanzitutto una
dimostrazione drammatica di questo principio filosofico. Una riflessione d’assoluta attualità
per noi e, sicuramente, anche per gli autori.
Il terzo argomento rilevante si riferisce ai personaggi. La maggior parte è composta
da gente reale, persone che hanno vissuto tempo addietro, ma tutti sono stati reinventati
per creare un’azione che possa essere capita razionalmente e sentimentalmente dal
pubblico del momento. Andrea (André) Chénier è rappresentato come un uomo in transito
mentre la rivoluzione avanza. Con lui si rispetta con rigorosa fedeltà il percorso della vita
reale dello scrittore stesso. Comincia come un poeta che fa parte della buona società,
lì prende coscienza dei problemi sociali –l’oppressione sul popolo e l’assurda indolenza
dell’aristocrazia parassita– e per questo diventa rivoluzionario. Ciò nonostante, si rende
conto dell’inarrestabile pazzia dei rivoluzionari e intraprende una riflessione critica su di
essa, cosa che infastidisce i nuovi poteri e che lo porta, alla fin fine, alla marginalità ed alla
ghigliottina24. La sua è la morte dell’intellettuale libero, un tipo di personaggio assolutamente
ottocentesco rappresentato qui, non per caso, come un uomo ideale pieno di passione,
20 Riguardo a Mala vita, vedasi M. Sansone, “Giordano’s Mala Vita: a verismo opera too true to be good”,
Music and Letters, 75-3 (1994), pp. 381-400.
21 J. Budden, “Andrea Chénier”, in The New Grove Dictionary of Opera. Grove Music Online. Oxford Music
Online, Oxford University Press, http://www.oxfordmusiconline.com/subscriber/article/grove/music/O004751
(consulta: 22-3-2013).
22 A. Mallach, The Autumn of Italian Opera..., pp. 97-99. L’autore fa cenno a Il Dottor Zivago (romanzo di
1957 e film di 1965) ed a The year of living dangerously (1982), come esempi cinematografici di questo genere
di racconto affascinante. Vedasi anche, F. Mastromatteo, Umberto Giordano, tra verismo e cinematografia,
Foggia, Bastogi Editrice Italiana, 2003.
23 “Le vérisme, qui correspond au réalisme et au naturalisme français, représente un mouvement important
dans l’évolution des lettres italiennes par la réaction qu’il y imposa contra la mode (devenue un mouvement
tyrannique) du roman historique...”, in P. Arrighi, Le Vérisme dans la prose narrative italienne, Parigi, Boivin et
Cie. Editeurs, 1937, p. VII.
24 J. C. Olivares, “Andrea Chénier: l’heroi no està sol”, in Andrea Chénier, Barcellona, Gran Teatre del Liceu,
2007, pp. 60-76.
ardore, bellezza, sicurezza di pensiero, bravura, intelligenza e senso poetico25. Ma per quelli
che vanno al teatro il protagonista ha bisogno d’una storia d’amore per svilupparne il dramma
in maniera più consona al gusto generale dell’epoca. Ed è lo stesso poeta reale che adduce
la scusa perfetta per creare la finzione. In prigione, Chénier incontrò infatti una dama per
la quale compose La jeune captive (1794). Sembra che i due non fossero innamorati, ma
lei fu l’ispirazione del famoso poema e successivamente del personaggio di Maddalena
de Coigny26, la giovane aristocratica derelitta, innocente, virtuosa ed innamorata fino alla
morte insieme al poeta27. Maddalena –amante di Andrea– non assomiglia per niente alla
bella cortigiana intrigante che André conobbe durante il confino a Saint-Lazare, Françoise-
Aimée de Franquetot de Coigny (1769-1820), scrittrice di stile libertino e donna con un lungo
elenco di relazioni amorose. Al contrario di Maddalena, scampò alla ghigliottina poiché riuscì
a corrompere una delle guardie ed a farsi rilasciare con il suo amante, il conte di Montrond,
che sposò quando venne a sapere della morte del marito, il duca di Fleury, in esilio. Il terzo
personaggio importante è Carlo Gérard. Questi è il contrappunto necessario per dare più
forza alla storia d’amore centrale essendo anche il prototipo del rivoluzionario radicale. Figlio
d’un servo e servo egli stesso, è innamorato senza speranza di Maddalena, la figlia dei suoi
padroni. Giacobino rilevante, la sua trasformazione serve a spiegare la delusione politica
dall’interno stesso del processo. È forse il personaggio più controrivoluzionario nel senso
in cui egli considera che la rivoluzione “...i figli suoi divora!”28 e “...qui la giustizia ha nome
tirannia... è un orgia d’odi e di vendette!” (Quadro III) e questo può dirlo perché la gelosia è
il motivo per cui ha tradito con menzogne gli amici attraverso l’uso della sua influenza nel
Comitato di Salute Pubblica.
Per di più, gli altri personaggi cercano tutti una parvenza di realtà storica. Alcuni sono
coetanei di Chénier come il suo amico, il poeta Jean Antoine Roucher (1745-1794), che morí
anch’egli in carcere; il procuratore della Repubblica Antoine Quentin Fouquier de Tinville
(1746-1795) o altri a cui si fa menzione quali lo stesso Robespierre (detto con sarcasmo “lo
piccolo”), il generale Dumouriez che comandò Chénier ai tempi in cui faceva il soldato (di
nome Charles François du Périer, 1739-1823) o Jacques Necker (1732-1804), ministro delle
finanze di Luigi XVI. Altri sono inventati, ma apparentemente reali, come l’abate, il romanziere
Fléville, il presidente del tribunale Guillaume Antoine Dumas, il carceriere Schmidt, la serva
Bersi o la vecchia Madelon e suo nipote Roger Alberto, tra altri. Tutta questa gente, sia
essa reale, sia essa prodotto di finzione, aiuta a dare un completo senso di verità (e forse è
questo l’aspetto più “verista”).
Ma resta ancora un protagonista molto importante sullo sfondo: la moltitudine. Nella
folla rivoluzionaria si possono trovare, da una parte, i prevedibili sans-culottes e, dall’altra,
gli inaspettati Incroyables e le Merveilleuses, uomini e donne che mostrano il lato più banale
e frivolo della rivoluzione. Fanno tutti parte d’una tendenza allora di moda caratterizzata
tanto dalla sua condotta sregolata ed eccentrica, quanto dall’uso di vestiti ed ornamenti
25 In questo senso, è di grande intelligenza creativa il modo in cui Luigi Illica adattò alcuni poemi del poeta
morto per scrivere il testo delle arie più importanti del tenore protagonista. Possiamo ricordare qui il Quadro
I con “Un dì all’azzurro spazio”, testo dove si fa un appassionato miscuglio di patriottismo, lode all’amore e
critica all’aristocrazia, o il Quadro IV con “Come un bel dì di maggio” molto simile al poema scritto in carcere
Comme un dernier rayon.
26 Giordano scrisse per Maddalena l’aria “La mamma morta” (Quadro III), un lamento commovente pieno di
tristezza, solitudine ed amore, assolutamente romantico.
27 Le parole finali di Andrea e Maddalena sono: “La nostra morte è il trionfo dell’amor / Amor, amor infinito /
Viva la morte insiem!” (Quadro IV), in un emotivo crescendo finale.
28 Variazione della frase popolare “La Rivoluzione divora i suoi padri” che si diceva a Parigi nel momento in
cui la lotta interna fra i giacobini portò alcuni membri del settore moderato alla ghigliottina.
sgargianti per controbattere la tristezza ed il dolore collettivo nati dal Terrore, così come per
esibire il proprio ruolo trionfante nella società come se fossero una nuova aristocrazia ed
un nuovo Rococò. E non si può continuare senza chiedersi per quale ragione Giordano ed
Illica scelsero, per completezza scenica, questi gruppi così stravaganti che furono tra l’altro
storicamente e cronologicamente posteriori al tempo del Grande Terreur (1794), essendo
figli del Direttorio (1795-1799). La questione implica ritornare ad una riflessione più profonda
sulla prospettiva con cui la borghesia colta osservava la temibile classe plebea che era
stata il decisivo motore del cambio attraverso l’Ottocento. E qui non possiamo dimenticare
la relazione fra l’artista ed il pensiero politico, sociale e filosofico predominante fino alle
due Grandi Guerre ed alla nascita delle dittature in Europa, specie per quanto concerne
alla riflessione sulla ribellione delle masse. Ossia, l’opera contiene un’opzione ideologica
riguardo ad un problema cruciale per le ideologie della contemporaneità.
Da ultimo, il quarto aspetto che è necessario mettere in evidenza è la persistenza
di alcuni concetti assolutamente legati ai fondamenti estetici del Romanticismo, cosa che
permette, da una parte, di rispettare l’apprezzamento del pubblico verso le solite storie di
grandi passioni e, dall’altra, di assumere uno stile narrativo molto adatto alla vita di Chénier.
Dei suddetti concetti, principalmente ve ne sono tre che andrebbero qui ricordati. Il primo
è la passione amorosa fino all’estremo della morte, rafforzata dal conflitto creato da un
triangolo d’amore; il secondo, la conclusione tragica ed, il terzo, il fascino e la sensibilità per
capire l’aspetto storico visto come scenario lontano che serve a riflettere sul presente.
Sorgono nuove domande. È sufficiente dire che gli autori avevano un punto di vista
reazionario? Per quale ragione ancora oggi, quando vi è una nuova messa in scena di
quest’opera, si apre un rinnovato dibattito artistico e politico29?
Si può affermare che la Rivoluzione Francese è uno dei principali miti politici
dell’Occidente, un processo unico perché non è stata una transizione come tante altre, anzi
va considerata come un inizio: la prima esperienza della democrazia contemporanea30. Una
tale definizione, scelta fra le tantissime che sono state scritte, impone agli studiosi ed alla
coscienza storica della società europea una difficoltà ineludibile nel criticare il lato oscuro
della rivoluzione. Nella storiografia francese ed europea si sono aperti dibattiti di notevole
complessità, ciascuno di essi con un’interminabile quantità di libri ed articoli, alcuni sulle
cause e le conseguenze, altri sull’interpretazione sociale o l’interpretazione politica31. Gli
scritti prodotti intorno a queste polemiche sembrano non avere fine ed allo stesso tempo,
nella commemorazione del bicentenario della rivoluzione nel 1989, è stata dimostrata a
sufficienza la necessità d’ulteriori ricerche. Ma tutto ciò non è di nostra incombenza in questo
29 Le ultime volte che si è aperta questa polemica –non soltanto di musica e drammaturgia, ma soprattutto
di politica– è stato nella produzione del The New National Theatre Foundation (Tokio, 2005), rappresentata
anche al Gran Teatre del Liceu (Barcellona, ottobre 2007) e poi nel ritorno di Andrea Chénier al Teatre de la
Bastille (Parigi, ottobre 2009), sotto la regia di Giancarlo del Monaco, e la stessa produzione al Teatro Real
(Madrid, febbraio 2010). Nei libretti che formano parte dei cofanetti delle differenti edizioni musicali in Cd o
DVD, si trovano dibattiti simili (per esempio, in P. Blaha, “How Andrea Chénier may have saved a man’s life.
Notes on Umberto Giordano’s Opera”, in Andrea Chénier. Booklet, Hamburg, Deutsche Grammophon, 2005,
pp. 7-8).
30 F. Furet, Pensar la Revolución Francesa, Barcellona, Ediciones Petrel, 1980, p. 104.
31 M. Vovelle, “Les diferents interpretacions de la revolució. Darreres controvèrsies sobre la qüestió”, in La
Revolució Francesa: Quatre interpretacions bàsiques, Barcellona, L’Avenç, 1990, pp. 23-42.
contesto, pur ammettendo che la vicenda messa in luce da Giordano ed Illica rappresenta
un tema difficile da affrontare e che attraverso il prisma dell’opera d’arte è quasi impossibile
che qualcuno rimanga estraneo alla sua macabra trascendenza.
Giordano ed Illica non erano storici. La loro fu una manipolazione ben calcolata: la
rivoluzione come pretesto. Cominciarono la narrazione nei salotti in cui nacque la rivolta
dei notabili, i figli dell’Illuminismo, di fronte all’aristocrazia decadente (dal 1786 in poi)32 e
continuarono, servendosi di un’ellissi temporale, nella violenza estrema del finale della
dittatura del Terrore (1794). E parlare del Terrore nel bel mezzo d’un avvenimento così
importante quale fu la Rivoluzione Francese significava riflettere su uno degli aspetti più
in chiaroscuro dell’intero processo, giacché in quel momento furono ghigliottinate tra le
trentacinque e le cinquanta mila persone (un 2 % sul totale della popolazione francese)33 tutte
accusate di alto tradimento, tutte considerate cospiratrici, in special modo gli intellettuali. A
questo punto, il quid della questione “difesa della rivoluzione o paranoia?”34 assume una
rilevanza indiretta. Da una parte, si trattava d’un periodo che è stato considerato da alcuni
pensatori quale nefasto precedente delle dittature popolari del Novecento; d’altra parte, il
bilancio positivo del governo giacobino implicava almeno quattro conseguenze posteriori di
notevole significatività: la prima, uscire dalla guerra e rispondere con energia alla pressione
dei paesi limitrofi che non desideravano per niente una Francia fuori dal vecchio ordine35;
la seconda, rafforzare il regime repubblicano di fronte alle inoperanti monarchie assolute
dell’Ancien Régime; la terza, creare una nuova società e nuovi rapporti di forze sociali
(borghesia e popolo di fronte a nobiltà feudale); e la quarta, consolidare una vera rivoluzione
culturale con nuovi modi nel vivere e nel pensare36.
Tutto questo ci parla delle grandi dimensioni della storia, e l’opera ce le ricorda (ed è la
parte superficiale che più piace alle polemiche quotidiane quando essa viene rappresentata),
ma non è questo il suo obiettivo principale. Il punto nevralgico nella proposta di Giordano
ed Illica sono le persone, i protagonisti individuali della storia, ed il modo in cui sono
danneggiati dalle situazioni che si trovano a vivere. In questo senso, è palese che non
è per niente una visione né contro né pro-rivoluzionaria, è principalmente una riflessione
sull’individuo colto (forse il borghese colto) e la sua libertà. Lo sviluppo del dramma
presenta una contrapposizione scioccante –la nobiltà ridicola di fronte al popolo violento–
che critica ambedue in maniera spietata, difficilmente dimenticabile, e che salva soltanto il
poeta, l’artista, l’intellettuale, una persona chiaroveggente rispetto alle circostanze che vive
(storiche o no), nonostante questa sua acuta percezione lo possa portare alla morte37. E se
32 È una proposta scenografica brillante quella di collocare la gente elegante del salotto dei Coigny a
ballare una gavotta (danza cortigiana di stile pastorale molto usata nel Settecento) mentre fuori si ascolta il
chiasso furioso della rivolta popolare. Sull’importanza dei salotti, vedasi R. Chartier, Espacio público, crítica
y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución francesa, Barcellona, Gedisa
editorial, 1995, pp. 173-176.
33 M. Bouloiseau, Nueva Historia de la Revolución francesa. La República Jacobina, 10 agosto 1792-9
termidor año II, Barcellona, Editorial Ariel, 1980, pp. 283-288.
34 P. McPhee, La Revolución francesa, 1789-1799. Una nueva historia, Barcellona, Editorial Crítica, 2003,
pp. 157-182.
35 Nel Quadro III, Carlo Gérard canta: “Ed Austriaci, e Prussiani, e Inglesi / e tutti nel petto della Francia / gli
artigli armati affondano”. Sono i paesi vicini sotto il governo delle ultime monarchie del Dispotismo Illuminato
in guerra contro la Francia rivoluzionaria.
36 Vedasi il capitolo VI “Nouvelles façons de vivre et de penser” in S. Bianchi, La révolution culturelle de l’an
II. Élites et peuple, 1789-1799, Parigi, Éditions Aubier Montaigne, 1982, pp. 195-237.
37 Sin dal Rinascimento, il mito dell’intellettuale che more per la difesa delle sue idee (mito nato con Thomas
More e Galileo Galilei) diviene uno dei più attraenti per i pensatori ed i creatori europei.
vogliamo interpretare per quale ragione i creatori si rifanno ad un passato storico concreto,
ciò è sicuramente dovuto al fatto che lì si possono spiegare la loro stanchezza, la loro
delusione, la loro paura, il loro distanziamento nei riguardi dei conflitti politici e sociali nei
quali le loro vite furono coinvolte. Una prospettiva che serve, da una parte a percepire un
particolare sguardo storico delle generazioni passate, dall’altra ad analizzare il pensiero d’un
intellettuale del tardo-ottocento che non poteva direttamente essere espresso in pubblico e,
per ultimo, ci porta ad una riflessione di permanente attualità ogni qualvolta si guarda con
attenzione l’opera. Di conseguenza, tanto con l’Andrea Chénier, quanto con qualsiasi altra
creazione, l’arte non regala soltanto il piacere della contemplazione della bellezza, ma offre
soprattutto una forma d’espressione molto personale che diviene una richiesta diretta alla
nostra capacità di capire il mondo, passato o contemporaneo che sia.
RESUMEN
La arqueología de sitios datados en la primera mitad del siglo XIX amplía nuestra visión de la expansión
del capitalismo y del colonialismo. Se constata materialmente el impacto de la sociedad industrial
y la explotación de los recursos sobre las sociedades originarias que las llevó a su desaparición
como tales. Es una perspectiva desde el “otro lado de la frontera”, a veces complementaria a
veces contrastante con la imagen que se deriva del análisis del documento escrito o gráfico. Varios
ejemplos centrados en sociedades que habían subsistido en base a la recolección, caza y pesca
permiten enfocar esa historia desde las periferias hacia el centro. A partir del contacto, el impacto
de las misiones, la primera instalación colonial y el colapso siguen procesos paralelos muy similares
que ilustran muy bien el carácter global del fenómeno histórico.
ABSTRACT
The Archaeology of places which have been dated in the first half of the nineteenth century, amplifies
our vision of capitalism and colonialism expansion. Consequently we can confirm the impact that
the industrial society and the resources exploitation made on the initial societies, leading them to its
extinction. It is a point of view “from the other side of the border” that can contrast or be supplementary
to the conclusions we get from the analysis of graphic and written documents. Several examples
focused in societies that survived thanks to the gathering, hunting and fishing, allow us to approach
that history from the periphery to the centre. The first contact, the impact of the missions, the colonial
settlement and the collapse are followed by similar parallel processes that illustrate clearly the global
nature of this historical phenomenon.
287
ARQUEOLOGÍA DE 1800-1850: UNA MIRADA DESDE EL OTRO LADO DE LA FRONTERA.
1. Introducción
Dado que no existe ningún método radiométrico susceptible de ser aplicado a estos
hallazgos arqueológicos con total fiabilidad, la cronología exacta es un problema. En
consecuencia, debido a la gran homogeneidad que exhiben los materiales arqueológicos y
sabiendo que la primera etapa de cacería, entre 1819 y 1825, fue la más intensa de todas
y la que congregó al mayor número de cazadores, se tiende a adscribir los hallazgos a esta
etapa. Además, la tipología de las pipas presentes en estos sitios refuerza fuertemente esta
presunción puesto que las encontradas en los sitios son del período 1780-1820 (Zarankin y
Senatore, 2005: 47 y Stehberg, 2003: 177).
Otro de los proyectos arqueológicos interesantes en este sentido es el Proyecto
hispano-chileno que buscó la localización del barco español San Telmo, dado por perdido
en aguas del Atlántico Sur a la altura del Cabo de Hornos en la primavera austral de 1819
cuando iba de Cádiz a El Callao, en la costa americana del Pacífico (Stehberg 2003: 62 y
85), enviado con otros tres buques y tropas para intentar socorrer a los realistas españoles
en las colonias sublevadas de América del Sur.
El estudio arqueológico incluyó no solo la búsqueda e identificación de los restos del
navío sino también de todos los vestigios o indicios dejados por los sucesivos visitantes de
la zona. En una gran bahía cerrada al oeste por unos islotes denominados en la cartografía
antigua Telmo Island, hallaron una especie de abrigos en un acantilado que pudieron haber
sido preparados artificialmente. Por toda la zona y también en otra gran bahía, la de la
Media Luna, había restos de madera desperdigados así como restos de focas y lobos
marinos y algunos huesos de ballenas.
En una prospección superficial se halló un cráneo que según el examen antropológico
realizado en la Universidad de Santiago de Chile puede corresponder a una mujer indígena
llevada por los cazadores de lobos como servidora en un barco.
Se localizaron finalmente cinco enclaves seguros con actividad antrópica temporal
en forma de pequeños campamentos con escasos restos de estructuras y materiales
diseminados. Las excavaciones efectuadas en cuatro de ellos facilitan las primeras
evidencias para la zona que en parte se corresponden con establecimientos similares
hallados en Península Byers, Isla Rey Jorge y otros lugares de los archipiélagos de las
Shetland del Sur y de las Orcadas.
La constatación del proceso final de las sociedades aborígenes de Tierra del Fuego
hace aparecer la pregunta de si se trató de un caso aislado debido a que eran sociedades
social y tecnológicamente muy simples o si fue un proceso repetido y general que afectó a las
sociedades de pequeña escala, cuya subsistencia se centraba en la caza-pesca y recolección.
Para comprobar esta cuestión se deben analizar los procesos vividos por otras
sociedades nativas basadas en la pesca-recolección-caza.
los poblados y su tamaño son distintos, la estructura interna de las casas no cambiaría
sustantivamente hasta finales del siglo XIX. Martindale (2006) atribuye esta resistencia al
cambio, entre otras cosas, al hecho de que hasta el completo asentamiento de la colonia
europea en Fort Simpson y sobre todo hasta la instalación definitiva de los misioneros, los
indígenas dependieron de las estrategias y de las relaciones de producción subsistencial
tradicionales.
Todo ello ha quedado documentado en el yacimiento Psacelay (GbTh-4). En este
poblado las casas precontacto son como las describe la etnografía: de grandes dimensiones
(hasta 11*18m), multifamiliares, con divisiones internas, con una distribución desigual
de los bienes de consumo y con acumulación del excedente en la parte “noble” (la más
interior) de la casa. En este yacimiento una de las dos casas pre-contacto fue abandonada
coincidiendo con la presencia en la otra casa de elementos europeos post-contacto sin
embargo la estructura interna continúa siendo la misma. Lo mismo ocurre en el poblado de
Ginakangeek (GbTh-2) donde se han encontrado vidrios artesanales, vajilla con decoración
azul, útiles de trampero, pesos de pescar de plomo y casquillos de rifle en una de las casas
(Martindale 2006).
El comercio de bienes europeos (hierro, útiles de hierro, mosquetes, planchas de
cobre, tejidos, pintura, azúcar, galletas, malaza, ron, tabaco) se sobreimpuso aprovechando
las redes de intercambio pre-existentes (de conchas de Dentalium, esclavos, aceite del pez
candela (Thaleichthys pacificus), frutos del bosque secos, canoas...) y sirvió de potenciador
para la generación de prestigio, con indios de intermediarios e incluso barcos europeos
actuando de intermediarios entre los nativos.
Con la instalación de Fort Simpson (Port Simpson, British Columbia), a partir de
1834, los indígenas comenzaron a agruparse alrededor de los asentamientos europeos
abandonando cada vez más sus asentamientos invernales. Aunque la caza y la preparación
de pieles eran practicadas principalmente por indígenas autónomos, aquí, igual que en Tierra
del Fuego, los documentos escritos hablan ya de la contratación de mano de obra indígena:
primero de aleutianos por los rusos (1810) y después de indios por los británicos de Fort
Simpson. Y, a partir de 1840, ya encontramos indígenas integrados en los asentamientos
europeos. A partir de 1870 se convirtieron en asalariados de aserraderos, envasadoras e
incluso emigraron a la ciudad de Victoria (el asentamiento de Fort Victoria se instaló en
1843).
Desde los fuertes europeos (Figura 3) se expandieron enfermedades como la que en
1836 mató a un tercio de la población nativa.
Un caso similar es lo que ocurre más al sur, en el área de Bella Colla, donde el análisis
del conjunto de materiales de asentamientos Kimsquit demuestra una gradual incorporación
y modificación de bienes europeos a la vida nativa, que retiene la mayor parte de sus
elementos propios. No será hasta la segunda mitad del siglo XIX que se generalizó el uso
de estos ítems foráneos aunque con funciones y usos a veces nativos propios. Es decir,
hubo una adopción selectiva de materiales europeos. En algunos casos trabajaron estas
materias primas con técnicas tradicionales, dándoles formas nuevas y originales distintas a
las que tenían antes estos útiles. Y a veces no se trataba de sustituir los ítems tradicionales
sino que los objetos importados adquirían un valor añadido, o un uso como bienes de
prestigio (armas de fuego, botones, uniformes, llaves y vidrios transparentes).
Las compañías peleteras que penetraban desde el este del continente avanzaron
hasta llegar, ya en 1806, a establecer fuertes (Fort St. James, Fort Kilmaurs y Fort Connelly)
en las cabeceras de los ríos del Pacífico. Los misioneros de la Church Missionary Society
llegaron más tarde y se instalaron en 1822 en Red River (Rupert’s Land), pero en la Costa
Noroeste el primer misionero (William Duncan miembro de la misma Church Missionary
Society) se instaló en Port Simpson mucho más tarde (en 1857), igual que ocurrió en Tierra
del Fuego. Los objetivos y estrategias de estos misioneros fueron los mismos en ambos
extremos del continente americano.
4. Australasia
En Nueva Zelanda, especialmente por tratarse de una isla y por tener unas condiciones
ambientales y sociales semejantes, la arqueología ilustra bien el paralelismo con Tierra del
Fuego y con la Costa Noroeste.
En todos esos sitios se puede considerar que hubo una fase de proto-contacto (con
navegantes de varias nacionalidades alrededor de sus costas) documentada por algunos
ítems europeos en contextos indígenas: clavos, hachas, vidrio y cuentas de collar. Le
seguiría un período de contacto inicial más intenso con asentamientos estacionales de
balleneros y loberos visible en el incremento de estos materiales en Nueva Zelanda y la
instalación de las primeras colonias penales en el continente. Los trabajos arqueológicos
ilustran claramente este proceso de contacto en el que al principio los aborígenes intentaron
aprovechar la presencia de europeos y la introducción de nuevos ítems incorporando estos
enclaves dentro de sus propias redes, lo cual como probablemente ocurrió también en
Tierra del Fuego y la Costa Noroeste, estimuló agrupaciones importantes y estables de
gente alrededor de los asentamientos y puntos comerciales europeos. El estacionamiento
de hombres en las costas generó una cierta simbiosis y también problemas de aislamiento
y de supervivencia de los nuevos colonos, transferencias de los aborígenes a los colonos,
y asentamientos mixtos.
En Nueva Zelanda los primeros europeos en instalarse estacionalmente fueron loberos
(fundamentalmente en la parte occidental de la isla del sur), en unos asentamientos donde,
ya desde 1792, convivían con mujeres aborígenes y sus criaturas mestizas. El primer
asentamiento oficial fue el de los misioneros de la Church Missionary Society en 1814 en
Oihi, Bay of Islands (Middleton, 2006: 1).
La colonización fue llevada a cabo poco después por el sistema de compañías
privilegiadas, que violando los tratados (como el de Waitangi de 1840) instalaron a más
de 20.000 colonos en sólo diez años. Desde 1803 a 1854, se recibieron más de 74.000
personas convictas transportadas desde las islas británicas, unas 12.000 de las cuales eran
mujeres. Esta política de expansión confinó a los indígenas, reducidos a una cuarta parte,
a los terrenos más mediocres.
Los asentamientos británicos se convirtieron durante esta primera mitad de siglo en
colonias.
Como en la Costa Noroeste (y más tarde en Tierra del Fuego), a mediados del siglo la
fiebre del oro atrajo a más colonos hacia el continente australiano.
Desde el primer contacto en 1769 entre Cook y los maoríes en Nueva Zelanda
empezaron los enfrentamientos entre aborígenes y recién llegados. En Australia sólo cuatro
meses más tarde del primer asentamiento, en 1788, ya se produjo un enfrentamiento. En
diciembre de 1790 se registró la primera matanza reconocida de aborígenes. En el continente
las matanzas continuaron impunemente hasta 1838, a cargo de fuerzas armadas oficiales y
de colonos y ganaderos. Pero se prolongarían a lo largo de todo el siglo XIX (hasta 1932) a
medida que avanzaba la frontera, y los conflictos se reproducirían entre los recién llegados:
entre colonos libres y deportados, y entre squatters, ganaderos y colonos agricultores.
En Tasmania, aunque se supone que debieron existir algunos enfrentamientos previos
entre aborígenes y loberos, el primer episodio violento conocido se produjo al año siguiente
de la instalación de los europeos, en 1804. La violencia contra los aborígenes no cesó
hasta su momento más álgido (la llamada Black War) entre 1823 y 1834. Tras una gran
operación de “limpieza” en los distritos ya colonizados, culminó con la deportación de
Los asentamientos europeos que se instalaron hacia mitad del siglo actuaron como
lugares de atracción para la población indígena al tiempo que sirvieron de propagación
de enfermedades, alcoholismo y como cabezas de puente del trabajo “independiente”-
asalariado- y como bases para la explotación y competencia por los recursos y el territorio.
Finalmente, se fue produciendo la integración de los nativos como mano de obra
(guías, tramperos, cazadores, proveedores de alimentos, traductores, intermediarios del
comercio) y de las mujeres, ellas siempre con el añadido de sexo.
A lo largo de este siglo estos grupos fueron totalmente desestructurados socialmente, e
incluso físicamente casi desaparecidos, como los tasmanos o los beotucos de Newfoundland,
ya durante la primera mitad del XIX. Los supervivientes se integrarían en la economía de
mercado e incluso pasaron a depender de ella para su subsistencia, formando parte de las
Hasta aquí la descripción de unos procesos que afectaron a las sociedades del
extremo de la expansión colonial europea. A partir de la constatación de la existencia de
este fenómeno y de unos procesos globales recurrentes, se debe analizar la evidencia que
informa de las causas también globales de este final de unos sistemas sociales que habían
sobrevivido a multitud de crisis a lo largo de miles de años.
Los objetos alóctonos (metálicos, de porcelana, vidrio, etc.) hallados en los sitios
arqueológicos correspondientes a asentamientos de los extremos de América y Oceanía
de principios del siglo XIX entraron por vía marítima. Estos ítems nos están relacionando
estas zonas con unos centros de producción situados en la Europa atlántica. Se trata de la
Europa emergente en este siglo, la de las naciones-estado, la Europa colonial-expansionista-
científica-industrial-culta.
En esta primera mitad del siglo XIX, Europa pasaba por grandes cambios. El capitalismo
europeo de la incipiente revolución industrial desarrollaba y consolidaba nuevas fuentes
de energía (máquina de vapor). Se ampliaban notablemente los sistemas de transporte
(el tren), el carbón como combustible y el hierro como columna vertebral. Y se producían
grandes movimientos de gente (del campo a las ciudades).
Todo ello conllevó -y fue provocado por- un aumento en la demanda de medios de
producción, cada vez más sofisticados, de productos de lujo por parte de las nuevas clases
altas/burguesas de la sociedad, así como de productos de consumo por las clases obreras
metropolitanas y por la nueva población colonial en expansión.
Se trataba de una Europa básicamente legitimista, clerical y reaccionaria donde el
nacionalismo y el liberalismo predominaban. El nacionalismo fue un importante factor
político y la teoría mercantilista proporcionó un estímulo para el desarrollo de un nuevo tipo
de colonia -la colonia establecida por los europeos fue como una extensión económica y
social de la metrópoli. Este sistema, que requería importantes fuentes de materias primas y
nuevos mercados para colocar sus productos, inició también ahora su expansión colonial. La
exploración de los últimos confines para la evaluación de sus recursos potenciales precedió
brevemente a la penetración colonial, que con frecuencia se justificó con argumentos
culturales e ideológicos-religiosos: como una misión civilizadora y/o evangelizadora.
Así las causas de las desapariciones de aquellos sistemas de vida exitosamente
conseguidos y experimentados durante tanto tiempo, con características locales propias y
con crisis específicas, no fueron internas. La competencia comercial entre naciones llevó al
establecimiento de nuevas colonias en las nuevas tierras, procesos en los que se produjeron
los contactos/encuentros con las sociedades que llamaron “primitivas”/etnográficas y
que condujeron rápidamente a su final. Así pues su desaparición fue provocada por un
enfrentamiento con un sistema socioeconómico externo en expansión cuyas características
intrínsecas emergentes lo hacían imponerse, destruyendo a aquellos con los que contactaba.
La historia, después de los primeros contactos, es ya la historia de la colonización
europea.
La voracidad y la fuerza de ese nuevo sistema son patentes no sólo en las nuevas
tierras que van ocupando las metrópolis europeas en este siglo sino en las antiguas colonias
establecidas siglos antes. Se pueden rastrear arqueológicamente las consecuencias de
esa pugna entre las naciones europeas, entre las metrópolis y sus antiguas colonias o
entre los nuevos colonos y los indígenas, a lo largo de todas las costas y de los vestigios
arqueológicos de las batallas terrestres y navales como los restos subacuáticos de la
emblemática confrontación de Trafalgar.
Las rivalidades entre las grandes potencias europeas por la apropiación y explotación
de los territorios “descubiertos/conquistados” fueron un estímulo primero para los viajes
científico-políticos (con aventureros, saqueos y secuestros). El viaje del HMS Beagle es
el ejemplo más conocido de la primera mitad del siglo XIX (Figura 4). Estos viajes tenían
como objetivo la búsqueda y evaluación de nuevos recursos, estudiar las posibilidades
de su explotación (loberos-foqueros-balleneros-oro-pieles-tramperos) y establecer nuevos
circuitos mercantiles. Las mercancías y circuitos son conocidos por los análisis arqueológicos
de pecios y por la distribución de los bienes alóctonos que se han encontrado. Por los
registros de los barcos se puede seguir la circulación de algunas mercancías: porcelana,
especies, seda y te de China que se cambiaban por pieles finas de Norteamérica o del
subártico primero, y por opio después (en la primera Guerra del Opio, Inglaterra impuso
su consumo en 1842); combustible, minerales, lana, algodón, tabaco, comestibles, café y
azúcar de las colonias ya instaladas a cambio de productos con valor añadido o industriales
(tejidos, porcelana de Stafforshire, bebidas alcohólicas, y bienes de consumo de lujo para
las clases dominantes y las clases medias emergentes), y por supuesto mano de obra
(esclava, forzada o libre, africana, europea o asiática).
Bajo estas pugnas económicas entre naciones europeas se producirían, por ejemplo,
los cambios de “propiedad” de algunas colonias (la compra de Florida y Louisiana). Los
deseos de enriquecimiento de las nuevas élites criollas –tanto los grandes productores
como los intermediarios urbanos– conducen a las independencias de los países en los
primeros decenios del siglo XIX, procesos en los que tampoco fueron ajenos los intereses
de las potencias metropolitanas rivales para conseguir esos nuevos mercados (estas
injerencias extranjeras ya se habían producido desde la primera independencia, la de los
EEUU). La arqueología de las fortificaciones coloniales españolas y francesas del Caribe
señala perfectamente de dónde procedía en primer lugar el problema.
Las diferentes idiosincrasias de las distintas colonizaciones se reflejan en las
particularidades de la evidencia arqueológica y de los patrones de asentamiento, por
ejemplo entre el Caribe español, el francés o el inglés. Los desplazamientos de colonos y los
nuevos asentamientos tienen también su expresión arqueológica cuando se compara por
ejemplo la estructura de las viviendas de los arcadianos con las de los colonos previamente
instalados en el sur de EEUU.
La fuerza de los circuitos comerciales que se veía estimulada por el deseo de bienes
y productos de importación exóticos impulsó la intensificación de la producción en esas ex-
colonias, tanto de productos importados (café) como de productos propios como caucho,
guano o tabaco. Surgió así una nueva clase de propietarios, rentistas y comerciantes que
frecuentemente además de las propiedades y grandes viviendas en el campo se construían
una residencia en las ciudades. Como reflejo de lo que ocurría en las metrópolis, estas
clases emergentes o nuevas en los nuevos países trataban de seguir las modas europeas,
imitaban estilos de comportamiento, la arquitectura, los objetos de lujo, el mobiliario, la
moda en el vestir, etc., para todo lo cual importaron directamente gran cantidad de artículos
de lujo.
Arqueológicamente se constata la presencia de bienes de lujo europeos y de nuevos
medios de producción: se pasó, por ejemplo, del pequeño trapiche artesanal al ingenio
azucarero con la temprana introducción de la maquinaria de vapor y del ferrocarril.
El conjunto de edificaciones para el procesado de la caña, ingenios, han sido bastante
estudiados arqueológicamente en Cuba, República Dominicana, Venezuela y Argentina. En
Cuba, por ejemplo, a principios de siglo se multiplicaron los ingenios azucareros llegando a
más de un millar en los años 30. En ellos no sólo se extraía el azúcar sino que se empezaba
también a producir ron. También se han estudiado arqueológicamente haciendas cafeteras
en Venezuela, Guatemala y Cuba.
El tabaco y el algodón fueron otros de los productos coloniales estrella que comenzaron
su auge en este período. En Estados Unidos hay estudios arqueológicos de grandes
explotaciones de terratenientes del sur y de pequeñas granjas del norte.
La intensificación agrícola explica el florecimiento de la explotación del guano. En 1845
comenzó desde Perú la exportación de este famoso fertilizante debido a la gran demanda
de Norteamérica y de Europa para elevar su producción agrícola con la que hacer frente al
crecimiento demográfico.
Lo mismo pasó con otros productos para satisfacer las demandas industriales. Por
ejemplo, el caucho extraído en la selva subtropical era para la industria británica una materia
prima imprescindible. También se han realizado estudios arqueológicos que documentan
este tipo de explotaciones.
La misma intensificación presionaba en las colonias mayores hacia la ocupación del
hinterland en el que habían sobrevivido poblaciones indígenas. Éstas habían desarrollado
nuevas estrategias organizativas políticas, sociales y económicas aprovechando elementos
nuevos (caballos, ganadería, cultivos, armas).
La expansión europea, la ocupación y el definitivo desalojo de las poblaciones indígenas,
que tienen un reflejo arqueológico en los campos de batalla y en las edificaciones militares,
van a empezar en esta primera mitad del siglo XIX pero se intensificarán y consumarán en
la segunda mitad, a partir de los años cuarenta.
Los ejemplos más relevantes y de los que tenemos trazas arqueológicas son, además
de la “guerra maorí”, el avance de los blancos en África del Sur, la “conquista” del oeste en
EEUU y la llamada “guerra del desierto” en la Patagonia argentina.
En Argentina existía una situación mantenida de frontera inestable que había generado
una población nativa y mestizada que había desarrollado unas nuevas estrategias sociales
y económicas: reagrupándose, mezclándose, dedicándose a la ganadería bovina y
caballar, o a la explotación de la sal para satisfacer las demandas de consumo y militares
de la población europea, e incluso participando en las propias disputas coloniales y
criollas. Arqueológicamente existen evidencias tanto de la transformación de los nativos
(por ejemplo las estructuras de las aguadas) como de fuertes españoles y argentinos
antiguos. El esfuerzo por desintegrar la estructura indígena y absorber la mano de obra
expolio de las antigüedades en Egipto, en Grecia (se compran los frisos del Partenón)... y
de exposiciones de gente exótica –“otros pueblos”– que refuerzan el sistema europeo, la
civilización y el status quo.
9. Las resistencias
10. Conclusión
11. Bibliografia
Lydon, J. y Rizvi, U.Z. (eds.) (2010): Handbook of postcolonial archaeology, Left Coast
Press, Walnut Creek (California).
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Coast, Ann Arbor, Insternational Monographs in Prehistory, 140-158.
Middleton, A. (2006): “Silent Voices, Hidden Lives: Archaeology, Class and Gender in
the CMS Missions, Bay of Islands, New Zealand, 1814-1845.”, en International Journal of
Historical Archaeology 11(1): 1-31.
Sanoja, M. (1998): “Arqueología del capitalismo. Santo Tomé y las misiones capuchinas
catalanas de Guayana”, en Molina, L. & Amodio, E. (eds.): Técnicas y tecnologías en
Venezuela durante la época colonial (Boletín del Museo Antropológico de Quibor, nº 6),
Quibor: Museo de Quibor, 135-160.
Schávelzon, D. (2002): The Historical archaeology of Buenos Aires: a city at the end of
the wordl, New York, Kluwer Academic Publishers.
Smith, I. (2005): “Retreat and Resilience: Fur Seals and Human Settlement in New
Zealand”, en G. G. Monks (ed.): The Exploitation and Cultural Importance of Sea Mammals,
Oxford, Oxbow Books, 6-18.
FIGURAS
Figura 2. Cuchillos fueguinos: los dos de la izquierda de factura tradicional con hoja de valva de
molusco; los tres de la derecha utilizando hojas de hierro enmangadas a la manera tradicional.
Figura 3. Sitio histórico de Fort Langley. El original fue construido por la compañia de la Bahía
de Hudson en este lugar en 1939. Es el lugar donde se proclamó en 1858 la Colonia de British
Columbia. La reproducción se construyó para la visita turística.
Figura 4. Dibujo de canoeros fueguinos realizado por T. Lanseer y reproducido como grabado en
la obra Narrative of the surveying voyages of his Majesty’s ships Adventure and Beagle, between
the years 1826 and 1836 describing their examination of the Southern shores of South America
and the Beagle’s circumnavigation of the globe, London, Henry Colburn, 1839.
RESUMEN
La pandemia de gripe que tuvo lugar entre 1918 y 1919, mal llamada Spanishflu, Spanish Lady o
gripe española, es considerada la mayor catástrofe sanitaria del siglo XX, ya que produjo en menos
de un año la pérdida de entre 25 y 50 millones de personas. Se realiza una revisión bibliográfica sobre
los estudios más relevantes realizados hasta el momento sobre la pandemia de gripe de 1918-1919
para centrarnos específicamente en los que tienen lugar en nuestro país. La literatura sobre esta
pandemia puede dividirse en aquéllos que caracterizan el virus causante de la misma, los que tratan
de encontrar el origen geográfico de la misma y los que analizan las dimensiones del fenómeno
pandémico en el mundo. La perspectiva de los estudios ha transitado desde la epidemiológica hasta
la histórica local, adquiriendo enorme importancia el contexto humano en el que tuvo lugar. Superada
la idea de intentar establecer cifras globales de mortalidad, en la actualidad se prefiere estudiar este
suceso a partir de estudios locales. La combinación de la historia de la medicina, historia política
e historia social para reconstruir la enfermedad y el pensamiento de la época ha permitido acabar,
en parte, con el eurocentrismo, con la historia vertical tradicional y con la visión narrativa clásica
de la enfermedad, para avanzar hacia una historia enmarcada en momentos de significado. La
aparición de nuevas crisis sanitarias en forma de pandemia se torna como un elemento que impulsa
periódicamente el progreso en el conocimiento de esta enfermedad.
PALABRAS CLAVE: gripe española, pandemia, 1918-1919, Historia Local, revisión bibliográfica.
ABSTRACT
The influenza pandemic occurred between 1918 and 1919, misnamed Spanish flu or Spanish Lady, is
considered the biggest twentieth century health catastrophe, which caused the loss of 25 to 50 million
people in less than one year. We performed a bibliographic review of relevant studies conducted so
far on the 1918-1919 influenza pandemic to focus specifically on those taking place in Spain. The
literature on this pandemic could be divided into those that characterize the virus causing it, those
that try to find the geographical origin, and those that analyze the pandemic impact in the world. The
perspectives have moved from the epidemiological to the local historical, acquiring great importance
309
AVANCES Y TENDENCIAS ACTUALES EN EL ESTUDIO DE LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918-1919
the human context in which it took place. Surpassing the idea of establishing overall mortality figures,
at the moment it is preferred to study this event from local studies. The combination of medical,
political and social history to reconstruct the disease has enabled to finish, in part, Eurocentrism, the
traditional vertical story and the classic narrative overview of the disease, in order to advance a story
framed by pieces of meaning. The emergence of new health crises in a pandemic form becomes an
element that drives periodically the progess in our understanding of this disease.
1. Introducción
Se realiza una revisión bibliográfica sobre los estudios más relevantes llevados a
cabo hasta el momento sobre la pandemia de gripe que tuvo lugar entre 1918 y 1919 para
valorar hasta qué punto ha variado la perspectiva de análisis a lo largo de la historia. Esta
pandemia es considerada la mayor catástrofe sanitaria del siglo XX, ya que produjo la
pérdida de entre 25 y 50 millones de vidas (Kohn, 2007: 370, Byrne, 2008: 313, Qi, Davis
y Jagger, 2012). Mientras que la pandemia de peste negra que tuvo lugar en el siglo XIV
acabó con la vida de más de veinticinco millones de personas en un periodo de cinco años,
esta gripe de 1918-1919 diezmó la misma o mayor cantidad de individuos en apenas once
meses (Echeverri, 1993: IX).
Este fenómeno se conoció en gran parte del mundo como Spanish flu o Spanish Lady.
Este nombre contemporáneo de gripe española nació en los gobiernos beligerantes que,
recelosos de informar pérdidas de trabajadores, imponían la censura sobre los periódicos.
Tanto las fuerzas aliadas como las del comando central habían sufrido grandes pérdidas
por causa de esta gripe, pero las partes en guerra restringían la información para que no
llegara al enemigo, ya que podría utilizarse con provecho.
España, como no estaba en guerra, permitió que las publicaciones informaran de que
el país estaba sufriendo un tipo de gripe especialmente severa. Algunos autores apuntan
que a finales de la primavera de 1918 la agencia de noticias Fabra envió un teletipo a Reuters
informando de que “una extraña forma de enfermedad de características epidémicas ha
aparecido en Madrid. La epidemia es de carácter benigno. No se han registrado defunciones”.
Desde ese momento se denominó Spanish flu o Spanish Lady. La proclamación en mayo de
la existencia de una enfermedad por parte de las autoridades españolas, unida al recelo de
las potencias europeas y mundiales por la neutralidad de España en la guerra, hicieron que
esta denominación acuñada por la Royal Academy of Medicine de Gran Bretaña quedara
irremediablemente asociada para siempre a nuestro país. Noventa y cinco años después,
aunque los virólogos, epidemiólogos e historiadores afirman que no se originó en España,
se sigue denominando Spanish influenza (Cartwright y Biddiss, 2005; Beltrán Moya, 2006;
Trilla, Trilla y Daer, 2008).
Es frecuente atribuir las calamidades y las causas u orígenes de una enfermedad a
otros países ajenos al propio. Según varios autores, este hecho es una respuesta xenófoba
común en Europa (Phillips y Killingray, 2003: 7). Desde esta perspectiva, el único país que
podría haber llamado realmente gripe española a esta enfermedad es Portugal, puesto que
la infección llegó a este país desde sus fronteras comunes (Echeverri, 2003: 180). En un
momento donde los nombres aplicados a las enfermedades pueden tener consecuencias
graves en la imagen y, en definitiva, en la confianza que se tiene de un país, se está
tratando de no añadir el nombre de una zona geográfica a una enfermedad para que no
desencadene alarma social. A pesar de todo, este problema de denominación continúa
los meses fríos (Targonski y Poland, 2008)1. El origen vírico de esta enfermedad quedó
demostrado en 1931 por Shope para el cerdo (Shope, 1931) y en 1933 para los humanos
por los científicos británicos del Medical Research Council (Smith, Andrews y Laidlaw,
1933: 66). En 1940, por primera vez, consigue verse el virus en el microscopio electrónico
(Kilbourne, 2003: 30; Cabezas Fernández del Campo, 2005: 88). Desde 1890 la enfermedad
se atribuía al bacilo Haemophilus influenzae, aislado por Richard Pfeiffer de Breslaw, el cual
lo consideró responsable del cuadro clínico (Witte, 2003: 50). Sin embargo, esta etiología no
fue aceptada universalmente. Así, existieron corrientes de opinión que achacaban la gripe
a un microorganismo filtrable desconocido2. Esta enfermedad está causada por un virus
de la familia Orthomyxoviridae, del género Influenzavirus A. Los virus Influenza A y B se
dividen en varios subtipos dependiendo de la estructura antigénica de sus dos importantes
proteínas de superficie que los conforman (Pumarola, Marcos y Jiménez de Anta, 2002).
Los años 80 marcaron un giro radical respecto a la interpretación de los genes, los
cuales pasaron de considerarse un factor secundario a ser los protagonistas de un buen
número de descubrimientos en la línea de una medicina individualista, característica de
la visión genética de la enfermedad, siendo los equipos estadounidenses los líderes del
proceso (González Silva, 2002: 496). Desde los años noventa encontramos estudios que
tratan de reconstruir la secuencia genética del virus de la gripe de 19183. Los análisis de
los títulos de anticuerpos de muestras procedentes de supervivientes a la pandemia de
1918, combinados con una proyección histórico-filogenética de la familia Orthomyxoviridae,
permiten afirmar que el virus gripal causante de la pandemia de 1918 pertenece al tipo A,
subtipo H1N1, relacionado con lo que se conoce como un virus típico de gripe porcina. Hasta
1957 estuvieron circulando cepas descendientes de este virus de 1918, momento en que
fueron sustituidas por el tipo H2N2. El virus H1N1 quedó restringido a reservorios porcinos,
hasta que en 1977 emerge de nuevo para continuar circulando endémica y epidémicamente
hasta nuestros días (Taubenberger, Reid, Krafft et al., 1997: 1793).
Posteriormente, desde la biología molecular se ha tratado de reconstruir exactamente
la secuencia del ARN viral. Según esta perspectiva, el debate sobre las características
genéticas y el origen filogenético de este virus continúa siendo intenso (Morens y
Taubenberger, 2012, Shanks y Brundage, 2012). Las investigaciones más potentes en este
sentido son las realizadas en el Reino Unido y en Estados Unidos. Dado que se trata de
un tema en el que se encuentra una gran cantidad de referencias bibliográficas, es por ello
por lo que se centrará nuestro análisis en estos dos grupos de investigación. Desde 1990
se analizan los anticuerpos presentes en supervivientes de la epidemia, además de utilizar
las muestras de tejido pulmonar de las víctimas británicas que se conservan en el Royal
1 Una clasificación sistemática de las principales referencias bibliográficas acerca de las características
del virus, sintomatología de la gripe, epidemiología y sistemas de vigilancia epidemiológica, prevención y
tratamiento puede consultarse en la citada obra.
2 Una información más amplia sobre esta cuestión puede encontrarse en M. I. Porras Gallo, “La Real Academia
de Medicina y la problemática sobre la etiología de la gripe en la epidemia de 1918-1919”, en Enfermedad,
Clínica y Patología. Estudios sobre el origen y desarrollo de la Medicina Contemporánea, Madrid, 1993, pp.
103-128 y M. I. Porras Gallo, “La epidemia de gripe de 1918-19. Una oportunidad para evaluar la recepción
de ideas científicas en el pensamiento médico español”, en Ciencia en expansión. Estudios sobre la difusión
de las ideas científicas y médicas en España (siglos XVIII-XX), Madrid, Editorial Complutense, 1995, pp. 247-
265.
3 Una revisión clara y sintética de las variaciones de los virus de la gripe hasta la pandemia de 2009 es la
de S. M. Zimmer y D. S. Burke, “Historical Perspective – Emergence of Influenza A (H1N1) Viruses”, The New
England Journal of Medicine, 2009, 361(3), pp. 279-285.
4 Ciertos animales actúan como reservorios, esto es, organismos donde los virus se acumulan y viven
durante un periodo de tiempo. En el caso de la gripe, los reservorios son sobre todo las aves acuáticas (patos,
aves litorales y gaviotas), cerdos y aves de corral.
actualidad, existe un gran debate y no parece haber consenso sobre dónde situar el origen
de la gripe de 1918 (Oxford, Lambkin, Sefton et al., 2005).
La epidemia llegó a Francia entre abril y mayo de 1918 al campamento número cuatro
de Burdeos en la tercera brigada de Villers-sur-Coudun en el Departamento de Oise, y
en el campo de entrenamiento de Fère-Briange (Johnson, 2003: 145; Erkoreka, 2009). A
mediados de abril aparece un brote en la American Expeditionary Force en los campamentos
de Marne y Vosges, con los mismos síntomas que los de Camp Funston. Estos síntomas
eran en general leves, por lo que los médicos de la AEF lo calificaron como fiebre de los tres
días (Kohn, 2007: 371; Honigsbaum, 2009: 45).
Sin embargo, existen autores que sostienen que el origen de esta gripe es asiático,
aunque las teorías sobre cómo llegó a la población civil y a Europa son diversas. Desde la
virología, queda demostrado el papel de las aves acuáticas como reservorio de virus de la
gripe, así como los mecanismos de recombinación genética que se producen en los cerdos.
Desde esta perspectiva, se han apuntado como focos de esta epidemia a las piaras de
cerdos de Iowa, con síntomas gripales parecidos a los de la gripe humana de la época. Si
el contagio se produjo de cerdos a humanos o viceversa se desconoce, aunque desde los
virólogos afirman que en el caso concreto que nos ocupa, se produjo de humanos a cerdos
y nunca al revés (Reid, Fanning, Hultin et al., 1999; Taubenberger, 2003: 40).
Dado que las epidemias de 1847, 1890, 1957 y 1968 han tenido su origen en Asia,
parece lícito pensar que pudo originarse allí. Además, desde la zoología se confirma que
el sudeste asiático constituye un importante reservorio de gripe. El sistema de agricultura
arroz-pato-cerdo pudo contribuir a la creación de esta variante del virus. Para mantener los
cultivos de arroz libres de insectos, los agricultores liberan bandadas de patos en los arrozales
inundados. Cuando el arroz florece, retiran a los patos y los trasladan a estanques. Una vez
recogida la cosecha de arroz, se vuelven a soltar los patos en el arrozal para que se coman
los restos de la cosecha. De esta forma, además de mantener el arrozal limpio, se engorda
a los patos sin coste alguno. Sin embargo, también se mezclan los excrementos de estas
aves con las aguas utilizadas para el cultivo del arroz. Paralelamente, tanto arroz, como
agua y patos conviven con ganadería porcina de la zona, lo cual favorece el fenómeno de
reagrupamiento genético entre virus gripales de diferentes especies. Según esta hipótesis,
la llegada de la gripe a Europa se habría producido con el traslado de coolíes chinos para
luchar en la guerra (Olsen, Munster, Wallensten et al., 2006).
Los argumentos en contra provienen desde ambas disciplinas. Por un lado, las noticias
sobre la epidemia gripal en Asia son cinco meses posteriores a las encontradas en Estados
Unidos. Además, testimonios de enfermeras de la época que describen las condiciones
sanitarias y sociales de los campamentos de guerra franceses relatan la presencia de
soldados de origen europeo e hindú, y no sitúan a soldados chinos hasta bien entrado el
año 1918 (Brittain, 1989; Oxford, 2001: Fernández Fernández y Fernández Moral, 2010).
La atribución de la gripe a soldados chinos parece provenir de la propaganda alemana, que
hacía una asociación errónea entre la peste bubónica, la cual continuaba activa en algunas
zonas de China, y la gripe. Los investigadores chinos tampoco sostienen esta hipótesis,
afirmando que la gripe llegó a los principales puertos marítimos del país desde Europa
(Iijima, 2003: 101; Hsieh y Chan, 2011).
Por otro lado, no puede descartarse la hipótesis de que se produjese una mutación
adaptativa muy brusca en un virus aviario en un periodo amplio de tiempo, sin intervención
alguna del cerdo, lo cual situaría el origen de la pandemia de 1918 muchos años antes.
Es precisamente la posibilidad de que el virus se desarrollase entre 1900 y 1915 la que
desde la geografía histórica cobra mayor protagonismo estos últimos años, sobre todo
desde que, en 1999, los análisis sobre las proteínas de superficie del virus indicaran que el
microorganismo pudo estar circulando entre la población humana algunos años antes de
1918 (Reid, Fanning, Hultin et al., 1999; Erkoreka, 2009; Honigsbaum, 2009: 173).
Según esta hipótesis, la pandemia de gripe de 1918 pudo tener su origen en Étaples
(Departamento francés de Pas-de-Calais) en torno a 1916, lugar en donde se observa un
comportamiento inusual de enfermedades respiratorias, favorecidas por la falta de higiene
en las trincheras, hacinamiento, condiciones meteorológicas y agotamiento físico de
soldados. Los informes de los médicos que atendieron a las tropas francesas y americanas
en esta zona, conservados en el Archive du Service de la Santé des Armées en el Hospital
de la Val-de-Grâce en París, revelan que hubo muchos muertos por infección respiratoria
en los campos bélicos de Francia durante 1916, hecho que también se confirma en otras
fuentes (Oxford, 2001; Oxford, Sefton Jackson et al., 2002; Erkoreka, 2009).
La base militar de Étaples albergaba unos cien mil soldados en un espacio de
alrededor de doce kilómetros cuadrados. En esta localidad, situada a unos veinticuatro
kilómetros de Boulogne, se estableció el mayor hospital de campaña que ningún otro
gobierno había construido hasta entonces, con una capacidad de más de 22.000 soldados.
Las instalaciones contaban además con campo de tiro, cementerio, lavandería, oficina
postal, establos para caballos y cerdos, patos y gallinas (Honigsbaum, 2009: 18).
Situada cerca de marismas, era atravesada por aves migratorias. De acuerdo con
algunos científicos, la gran cantidad de soldados, junto al elevado número de cerdos, gallinas
y caballos en el campamento supusieron unas condiciones idóneas para la aparición del
primer brote epidémico entre diciembre de 1916 y marzo de 1917. Otro factor determinante
pudo ser la presencia de gas mostaza y otros gases tóxicos. Estos gases, unidos a las
condiciones de frío y hacinamiento, pudieron disminuir la resistencia inmunológica de los
soldados, lo cual les hizo susceptibles a la infección (Oxford, Lambkin, Sefton et al., 2005;
Erkoreka, 2009).
Étaples no fue el único lugar en donde se encontraron enfermedades respiratorias
específicas. En marzo de 1917 se observan también en Aldershot, campamento militar
inglés, e incluso se encuentran casos desde diciembre de 1915 en Estados Unidos. En
todos estos lugares existían casos de gripe que presentaban la misma sintomatología.
Con estos antecedentes, no parece desacertada la idea de que el virus pudo restringirse
a comunidades pequeñas y desarrollar su virulencia progresivamente. La existencia de
múltiples focos dispersos en el espacio serían manifestaciones menores de este nuevo
virus. El resultado fue una nueva cepa de gran virulencia. Las desmovilizaciones en otoño
de 1918 fueron una estupenda oportunidad para que el virus se extendiera, dispersándose
por la población civil a través de las vías de transporte marítimo y ferroviario cuando los
soldados volvían a sus hogares. Sea como fuere, la aparición de esta pandemia quedaría
inexorablemente relacionada con los soldados de la Primera Guerra Mundial (Taubenberger
y Morens, 2006).
contienen. El primero, publicado por Frost en 1919, en el que por primera vez se localiza el
origen de la pandemia entre los meses de enero y febrero en la costa atlántica de Estados
Unidos (Frost, 1919). El segundo, presentado dos años más tarde por el director del Comité
Permanente de la Oficina Internacional de Higiene Pública de París, Doctor Potterin, daba
cuenta de los casos aparecidos durante el mes de marzo en China y Filipinas, en Francia
durante abril entre las tropas americanas en Burdeos, y después en Italia, en la flota británica
amarrada en los puertos de Scarpa y Rosyth (Granero Xiberta, 1981: 82). La localización
de estos primeros casos de la enfermedad servirá de punto de partida para investigaciones
posteriores.
Por otro lado, han sido los testimonios de médicos de guerra de los años 1916 a 1918
los que han permitido establecer la hipótesis de que el origen de esta pandemia de gripe
tuvo lugar tiempo antes, en territorio francés. En este sentido, los informes del campamento
francés en Étaples han puesto de manifiesto que desde 1916 existieron síntomas gripales,
con manifestaciones pulmonares, digestivas y nerviosas, de similares características a las
que aparecerían dos años después (Erkoreka, 2009).
En la misma línea se sitúan los testimonios publicados por la enfermera Vera Brittain
en su autobiografía Testament of Youth en 1933. Esta escritora trabajó como enfermera de
los destacamentos de ayuda voluntaria creados para asistir a los soldados heridos durante
la Primera Guerra Mundial, y ejerció su actividad en los hospitales de Londres, Malta y
Francia, así como en el hospital ubicado en el campo de batalla de Étaples. En su descripción
de las condiciones higiénicas de este último hospital identificó soldados y administrativos
de origen inglés, alemán e indio entre 1916 y 1917, lo cual limita la posibilidad de que la
pandemia tuviese su origen en el sudeste asiático (Brittain, 1989; Oxford, Lambkin, Sefton
et al., 2005).
En nuestro país, una de las compilaciones más completas acerca de la epidemia fue
llevada a cabo por Antonio Pita y Luis Lamas (1919). A nivel más local también se realizaron
síntesis con los datos de mortalidad y morbilidad de las diferentes provincias. En el caso de la
provincia de Cuenca, por ejemplo, estos resúmenes corrieron a cargo del Inspector Provincial
de Sanidad (Castillo Saiz, 1919: 565)5. Estos datos oficiales, pese a que deben tenerse en
cuenta las limitaciones de la época, suponen, al igual que lo ocurrido en el resto del país, el
primer intento de descripción y de cuantificación del fenómeno. Sin embargo, al contrario de
lo que sucedió en otros países, en España no se realizó ninguna investigación para estudiar
la morbilidad mediante encuestas al terminar la epidemia (Echeverri, 1993: 106).
Durante esta primera etapa de descripción e interpretación de la pandemia de gripe
el abordaje se llevó a cabo desde la perspectiva epidemiológica. El análisis de las causas,
el mecanismo de transmisión y las consecuencias supuso un ensayo para construir una
medicina preventiva (Porras Gallo, 2008; Porras Gallo, 2009). Estos estudios poseen
limitaciones importantes debidas fundamentalmente a la falta de registro de las defunciones
por sobrecarga de los médicos y administradores, errores en el diagnóstico, dificultad en
la asignación de la causa de muerte, o interrupción de los sistemas de registro en aquellas
zonas afectadas por la guerra, lo cual influye directamente sobre los cálculos de estimación
de la mortalidad (Patterson y Pyle, 1991; Johnson y Müller, 2002; Johnson, 2003: 133;
Echeverri, 2003: 183).
En general, puede afirmarse que este primer periodo de producción científica sobre
la pandemia se caracterizó por su carácter descriptivo y escaso nivel interpretativo. Las
5 A este respecto, pueden consultarse también los números del rotativo El Día de Cuenca, 28 marzo
1919, p. 1; así como los del periódico El Liberal, 28 mayo 1919, p. 3. El Liberal, 29 mayo 1919, pp. 2-3. El
Liberal, 4 junio 1919, p. 3. El Liberal, 11 junio 1919, pp. 2-3.
principales razones para ello fueron el mayor interés por la Primera Guerra Mundial, el
impacto relativamente leve de la enfermedad tanto en Europa como en Estados Unidos,
considerados los lugares en donde se definía la historia científica, así como el difícil reto
que supuso la pandemia para la medicina (Porras Gallo, 1997; Phillips y Killingray, 2003).
La literatura sobre la pandemia de gripe crece a partir de la década de los años 50 tras
la aparición de la gripe de 1957, momento en el que se comienza a abordar la enfermedad
como un suceso histórico en su propio contexto. Este interés por la historia de la gripe
coincide con el auge de la historia social y con las nuevas corrientes historiográficas, que
convirtieron a la historia de la enfermedad en un objeto de análisis a través del cual desvelar
las relaciones entre discurso científico y las condiciones sociales, los factores psicológicos
y culturales que imperan en los grupos humanos y en la experiencia humana.
Hasta este momento, resulta significativa la ausencia de la gripe de la memoria colectiva
del mundo occidental desde su irrupción en 1918 hasta los años 50-70. Las características
epidemiológicas de la gripe pudieron contribuir a este olvido, pese a que continúa presente
en la memoria individual y colectiva de todo el mundo. La duración de la epidemia fue
tan corta que no alcanzó a producir la alarma social que debiera. Parece que el hecho de
presentarse en un momento histórico de mayor trascendencia, el final de la Primera Guerra
Mundial, y en un momento de clara expansión demográfica y de descenso de la mortalidad
general e infantil en los países occidentales, contribuyó a su desproblematización (Martínez
Pons, 1995: 29; Phillips y Killingray, 2003: 14; Honigsbaum, 2009: 83).
David Patterson y Gerald Pyle (1991) son considerados los primeros investigadores
que desarrollaron un estudio epidemiológico de la pandemia a nivel mundial tratando de
describir, por un lado, cuáles fueron las principales vías de propagación de la pandemia
y, por otro, establecer las consecuencias demográficas mundiales de la ola más letal.
Por primera vez, se ponían de manifiesto de forma sistemática las zonas más afectadas
por la pandemia, casos de África y Asia, y las menos, casos de Norteamérica, Australia y
Europa, así como la escasez de estudios en determinadas zonas, casos de Europa del
Este, China, Sudeste Asiático y Oriente Medio, o la variabilidad de los datos y sistemas de
registro en Latinoamérica. La novedad de esta aproximación fue que por primera vez el
mundo fue considerado como una unidad epidemiológica, aduciendo que debido al tránsito
de personas, la pandemia se extendió a gran velocidad hasta alcanzar los lugares más
inhóspitos, extendiéndose a través del tren y el transporte marítimo (Patterson y Pyle, 1991).
El primer estudio global que trata de describir el desarrollo de las tres olas epidémicas
en todo nuestro país data de 1993. Aunque de carácter epidemiológico, se aproxima por
primera vez a las distintas medidas sanitarias que se tomaron y a su repercusión en la
sociedad, introduciendo correlaciones lineales simples para cuantificar cómo determinados
factores biológicos y del entorno pueden influir sobre la extensión y dimensión de una
pandemia tales como la cultura sanitaria existente, las defensas inmunológicas, el estado
de salud y el nivel socioeconómico. Con estas consideraciones, se estima por primera vez
en España en más de 260.000 el número de muertes durante la pandemia a partir de los
registros de enfermos de gripe del Ejército y la Armada, teniendo en cuenta el exceso de
mortalidad atribuible a la gripe producido en otras enfermedades respiratorias (Echeverri,
1993: 118).
Con anterioridad, el estudio de la epidemia en nuestro país ya había sido abordado de
forma local en diversas zonas geográficas. Por citar algunos ejemplos, pueden señalarse
los casos de Málaga (Carrillo, Castellanos y Ramos, 1985), Guipúzcoa (Urkia Etxabe, 1986),
Barcelona (Rodríguez Ocaña, 1991) o Alicante (Palazón Ferrando, 1990; Bernabeu Mestre,
1991), aunque la relación es mucho más extensa.
La principal aportación de este abordaje local ha sido la incorporación de diversas
fuentes primarias y secundarias, lo cual enriquecerá el panorama en nuestro país: desde
las inscripciones de defunción del Registro Civil (Galán Urbano, 1994; Herrera Rodríguez,
1996a y Herrera Rodríguez, 1996b) o de los Archivos parroquiales (García-Faria del Corral,
1995), pasando por los Boletines Mensuales de Estadística Municipal (Martínez Pons, 1995)
y los Archivos Diocesanos (Castellón Campuzano, 1993). En todos los casos se coincide en
señalar que es muy difícil precisar exactamente cuál fue la incidencia real de la gripe sobre
la población, debido fundamentalmente a la gran discrepancia entre las cifras oficiales, por
un lado, y las estimaciones a partir de estas fuentes, por otro.
El estudio de la morbilidad es tema de discusión y controversia; tanto, que muy pocas
investigación se han aventurado a estudiarla durante este periodo. En España, ninguna
investigación se adentró en el estudio de la morbilidad. La razón esgrimida ha sido que
resulta muy difícil su cálculo puesto que raramente fue registrada. Al carecer de datos de
morbilidad, siempre se ha medido el efecto de la dimensión de la epidemia por medio de
la mortalidad, asumiendo siempre que a mayor mortalidad, correspondió también mayor
incidencia (Echeverri, 1993).
La prensa diaria y las publicaciones médicas especializadas constituyeron los
principales escenarios de discusión social acerca de la naturaleza de la enfermedad y las
medidas de higiene y tratamiento que debían establecerse en nuestro país, al tiempo que
se convirtieron en los vehículos para divulgar las distintas posiciones ideológicas sobre
la salud, la enfermedad y la muerte que coexistían a principios de siglo en la sociedad
española (Martínez Pons, 1995: 326). La preocupación de la prensa por el fenómeno gripal
puede tomarse como una expresión del sentir de la población en general. El grado de
difusión y la gravedad de la misma atrajeron la atención de la opinión pública, que se hizo
eco de las diferentes posiciones ante la epidemia, las cuales variaron a lo largo del tiempo
entre la broma, el temor, la crítica y la alarma (García-Faria del Corral, 1995: 246). Con ello,
se puso de manifiesto el papel que tiene la prensa en una situación de crisis sanitaria ya
que, además de su posición informativa, juega un destacado papel en la modulación de las
reacciones de la población y en la creación de un determinado estado de opinión frente a
dicho suceso.
La irrupción de la epidemia representó no sólo una grave crisis demográfica, sino
también una crisis sanitaria que aumentó las disputas entre la administración central,
local y provincial que venían desarrollándose con motivo de las dificultades económicas,
conflictividad social, huelgas y encarecimiento de las subsistencias. Estos problemas
marcaron, sin duda, el transcurso de la epidemia: las malas condiciones higiénico-
urbanísticas, el fuerte endeudamiento de los ayuntamientos, la carestía de subsistencias y
la mendicidad.
Paralelamente, los médicos se encontraban inmersos en un proceso de reorganización
y renovación de la profesión, ante un sentimiento generalizado de desprestigio, y creían
que tanto la situación social y política como la Primera Guerra Mundial los ayudaría
a recuperar una mejor posición social. Los médicos trataron de poner de relieve el alto
grado de preparación teórica que poseían sobre la epidemia, y remarcaron las carencias
de la sociedad española como el elemento fundamental para justificar que la magnitud y
desbordamiento de la situación epidémica no se debía a su actuación (Porras Gallo, 1997:
104).
Sin duda, esta nueva orientación de los trabajos coincidió con el auge de la historia
social y la historia social de la medicina, así como con su proceso de institucionalización
en relación a un fenómeno simultáneo a la misma con mucho mayor impacto social, las
epidemias de peste bubónica de 1914, 1918, 1919 y 1945, que aún hoy están presentes en
la memoria de los senegaleses (Echenberg, 2003: 235-236; Ellison, 2003: 225).
Poco se ha estudiado de las epidemias en China o de la transición demográfica de
este país desde que Patterson y Pyle asumieran, de forma general, las mismas tasas de
mortalidad para China que para el resto de países del entorno geográfico. La primera
aproximación a la historia de la epidemia de gripe en este país sitúa la costa este como puerta
de entrada, en concreto en las grandes ciudades portuarias como Shanghái. La extensión
hacia el interior del país fue muy limitada, debido probablemente a las deficiencias en el
transporte de viajeros. No obstante, la gran cantidad de población con que cuenta el país,
así como la escasez de estadísticas de salud pública hasta bien entrados los años treinta
del siglo XX, hacen muy difícil su abordaje epidemiológico. Sólo se cuenta con algunas
estadísticas a partir de 1900, en el caso de los distritos centrales de algunas ciudades
importantes (Iijima, 2003: 101). Los mismos problemas han surgido en el caso de Japón
(Kawana, Naka, Fujikura et al., 2007).
El número de muertes causadas por esta pandemia de gripe en todo el mundo es
todavía motivo de revisión y controversia, no sólo por las características intrínsecas de
los registros de defunción y el subregistro de los casos, sino también por la dificultad en la
utilización y categorización de las diferentes expresiones diagnósticas que informan sobre
la causa de muerte. El abordaje de esta cuestión ha sido realizado desde dos perspectivas.
En primer lugar, desde el punto de vista epidemiológico y de sus repercusiones
en las tasas de mortalidad se han establecido métodos numéricos que cuantifiquen qué
proporción de los excesos de mortalidad del resto de causas de muerte pueden atribuirse
a la pandemia. En este sentido, para el caso de Gran Bretaña se han llevado a cabo tres
niveles de comparación estadística que tienen en cuenta la media de las tasas de mortalidad
específica por causa de muerte de cinco años anteriores a la pandemia, para valorar qué
otras enfermedades se vieron influidas por el transcurso de la epidemia (Johnson, 2003).
Se han realizado extrapolaciones, con matices, al conjunto de la población de España,
Francia y el resto de Europa obteniendo, con mayor o menor fortuna, una nueva visión de
la magnitud de la pandemia (Echeverri, 2003; Erkoreka, 2006).
En segundo lugar, desde el punto de vista semántico y de la construcción cultural de
las enfermedades, agrupando diversas expresiones diagnósticas bajo una misma causa de
muerte, teniendo en cuenta que las expresiones diagnósticas aparecen como eslabones
finales de toda una cadena de acontecimientos que ligan a la muerte o al episodio de
enfermedad con sus auténticos determinantes, los factores de naturaleza biológica,
socioeconómica, cultural, ambiental, educativa, política, que determinan los estados de
salud y enfermedad de las diversas poblaciones. En nuestro país, ha sido profundamente
estudiado este fenómeno. Estas expresiones constituyen el sedimento terminológico de
la difusión social de los saberes médicos procedentes tanto de la medicina científica y
académica, como de la cultura médica popular (Hernández Ferrer, 2003).
Las primeras estimaciones de morbilidad a nivel mundial calculan que se vieron
afectados por la pandemia entre los mil millones y el billón de personas, la mitad de la
población mundial de la época. En nuestro país, se ha apuntado como cifra aproximada la de
ocho millones de infectados. Sea como fuere, todas las estimaciones coinciden en señalar
que dichas cifras son harto aventuradas. No obstante, la morbilidad se torna como el mejor
indicador de la extensión de la epidemia, siendo más representativo que el de la mortalidad,
ya que una gran proporción de personas no murió tras la infección. El problema surge
cuando en la mayoría de los casos el padecimiento de la enfermedad no llevó aparejada
la consulta y tratamiento de la enfermedad debido a cuestiones relacionadas con el nivel
desde el mismo momento en que se inició la pandemia, los científicos de la época hicieron
referencia a la relación de la enfermedad con el clima, no ha sido hasta este momento
cuando se ha realizado una revisión sistemática de los fenómenos atmosféricos y climáticos
registrados en esas fechas, tales como El Niño, La Niña, los vientos alisios y la humedad
amazónica. En este sentido, fueron las zonas colombianas de gran altitud las más afectadas
por la gripe (Barragán, 2006; Manrique Abril, Martínez Martín y Meléndez Álvarez, 2009).
En España también se han realizado nuevos estudios de la epidemia de gripe de
1918 a raíz de la aparición de la pandemia gripal de 2005-2006. A partir de una reflexión
de actualidad sobre la gripe aviaria y su reflejo social en la prensa, se estudiaron los casos
particulares de Navarra (Astigarraga Lizundia, 2006) y Barcelona (Pinilla Pérez, 2009),
entre otros. Estos estudios sobre gripe de nuestro país han abordado el fenómeno desde el
punto de vista de las consecuencias demográficas, políticas y sociales que produjo durante
su desarrollo, con especial atención a la pandemia como propulsora de reivindicaciones de
mejoras profesionales para los médicos.
Sin embargo, parece más relevante el abordaje de la epidemia de gripe como factor
explicativo del régimen político que se avecinaría posteriormente, la dictadura del general
Primo de Rivera. De este modo, el discurso de la élite médica, intelectual y periodística
contribuyó a la desestabilización del sistema político de la época. La epidemia de gripe
añadió un enorme peso simbólico a la particular idea de que una nueva organización
sanitaria acabaría con la imagen de nación enferma y Estado ineficaz, lo cual proporcionó
la oportunidad de ganar legitimidad (Blacik, 2009).
El análisis del papel representado por los nuevos recursos profilácticos y terapéuticos
que la ciencia médica usó para tratar de hacer frente a la epidemia y el papel desempeñado
por otros profesionales sanitarios en la gestión de la crisis sanitaria, caso de los farmacéuticos
y los veterinarios, son algunos de los últimos campos explorados más recientemente. Los
sueros y las vacunas se convirtieron en dos de los elementos que permitieron relativizar la
incapacidad de la ciencia médica para hacer frente a la situación epidémica (Porras Gallo,
2008).
Por otro lado, la epidemia tuvo un papel dinamizador de los procesos de renovación y
reorganización profesional en profesionales sanitarios, como farmacéuticos y veterinarios,
que ya habían iniciado con anterioridad los médicos. La experiencia de la epidemia de gripe
había reavivado las tensiones existentes entre las tres profesiones sanitarias para tratar
de delimitar claramente los territorios y las competencias de cada una de ellas en materia
de sanidad e higiene públicas. Los farmacéuticos, y en menor medida los veterinarios,
tomaron como referente el proceder de los médicos de mostrarse como expertos mediante
el recurso al laboratorio para gestionar la crisis y para demandar mejoras profesionales.
Para ello, planificaron una estrategia de defensa de los colectivos basada en la autonomía y
en la dignidad profesional con el objetivo de acabar con el intrusismo médico (Porras Gallo,
2009).
3. A modo de conclusión
no es ajena a esta tendencia. De hecho, el mayor número de trabajos ha tenido lugar tras
la pandemia de gripe de 1957, por un lado, y tras las pandemias de gripe de 2005-2006 y
2009, por otro.
La caracterización genética del virus causante resulta complicada por la dificultad
para conseguir muestras de virus de los años 1915 a 1917 que permitan establecer un
parentesco genético con las muestras de 1918 y posteriores (Sheng, Chertow, Ambroggio
et al., 2011). De igual modo, existen dudas sobre si fue el mismo virus o un conjunto de
ellos los que intervinieron en las diferentes olas epidémicas acaecidas durante el bienio de
1918-1919. En este sentido, y a tenor del número de publicaciones en los últimos años, la
investigación avanza muy lentamente (Morens y Taubenberger, 2002).
El mayor adelanto durante los últimos años se ha producido en el conocimiento de la
pandemia en zonas geográficas que hasta ese momento habían sido poco o nada estudiadas.
Esta desviación del foco hacia otros lugares del mundo ha permitido superar el enfoque
eurocéntrico que hasta el momento dominaba en la investigación sobre esta pandemia. Sin
embargo, la mayor parte del globo queda aún por estudiar. Salvo los estudios puntuales en
algunos países, se desconoce lo ocurrido en la mayor parte de África. Se están realizando
progresos en las zonas de Oriente Medio o Asia Central (Kawana, Naka, Fujikura et al.,
2007; Hsieh y Chan, 2011; Chandra, Kuljanin y Wray, 2012). En lo que se refiere a España,
encontramos zonas ampliamente estudiadas como la Comunidad Valenciana, Madrid, País
Vasco, Cataluña y Castilla y León aunque, en este último caso, los trabajos no han sido
publicados (Sena Espinel, 1992), salvo uno (García-Faria del Corral, 1995). Sin embargo, el
resto de comunidades autónomas, salvo provincias puntuales como Cádiz (Molanes Pérez,
2011) o Ciudad Real (García-Consuegra, 2012), no han sido abordadas con profundidad.
La perspectiva de los estudios sobre la pandemia de gripe de 1918-1919 ha transitado
desde la epidemiológica, la cual ha permitido aproximarnos a la naturaleza biológica de la
enfermedad, hasta la histórica local, adquiriendo importancia el contexto humano en el que
tiene lugar. La estadística aplicada y la búsqueda y empleo de nuevas fuentes primarias han
permitido revisar las cifras de mortalidad conocidas hasta el momento. Superada la idea de
intentar establecer cifras globales de mortalidad, se prefiere estudiar este suceso histórico
a partir de estudios locales, utilizando la historia como un soporte sobre el que construir y
defender teorías del conocimiento sobre la salud y la enfermedad, la organización sanitaria
y las medidas preventivas. Esta última tendencia se ha centrado fundamentalmente en la
combinación de la historia de la medicina, la política y la historia social para reconstruir la
enfermedad y el pensamiento de la época (Porras Gallo, 2009).
Aún hoy, las cifras de muertes apuntadas para esta pandemia presentan una gran
disparidad, derivada sobre todo de las fuentes y de los métodos utilizados para el cálculo,
y de las diferencias en la categorización de los diagnósticos de defunción. Los cálculos
más conservadores consideran que la gripe de 1918 provocó en todo el mundo la muerte
de entre 15 y 25 millones de personas. Mucho más considerable es el riesgo de error en
cuanto a las cifras de morbilidad, ya que en pocas ocasiones se registra. No obstante, la
cifra del 55% de la humanidad afectada puede ser la más exacta, aunque deben manejarse
con cuidado estas cifras y requieren del contraste de los datos. Ambas dificultades parecen
ser superadas en el ámbito local, al menos parcialmente, en donde la utilización de diversas
fuentes tales como los datos aportados por las administraciones sanitarias, la prensa y las
crónicas contemporáneas permiten la reconstrucción de estas series de morbimortalidad.
Referencias bibliográficas
RESUMEN
El estudio de las epidemias conoció un momento de renovado interés en los últimos años del siglo
XX favorecido por la aparición del Sida constituido en el principal aliciente para la investigación de
este tipo de patologías que partiendo del campo de la medicina nos conducían a otras disciplinas
como la historia o la sociología.
Sorprende que la mayor pandemia contemporánea sufrida por la población mundial con unos índices
de letalidad inquietantes, recibiese tan escasa atención por parte de la ciudadanía en general y por
la comunidad académica en particular. El presente trabajo nos aproxima al estudio y construcción
histórica de la epidemia de gripe de 1918-1919 en la ciudad de Daimiel, tratando de cubrir el vacío
que en su entorno geográfico existe sobre este tema, prolongando el análisis al ámbito cronológico,
espacial, social y demográfico, para revivir fenómenos olvidados siempre susceptibles de volver a
repetirse.
ABSTRACT
The study of epidemics gained a new interest in last years of the 20th century thanks to AIDS which
was the main motivation for investigation of these kinds of pathologies stemming from the field of
medicine that propel us toward other disciplines such as history or sociology.
It is surprising that the largest contemporary pandemic suffered by the world’s population with
disturbing mortality statistics received little attention from average society and the academic
community in particular. The following text introduces us to the study and historical construction of
the 1918-1919 epidemic in the city of Daimiel, approaching the lack of information about this topic in
this geographical area, extending the analysis to the chronological territorial, social and demographic
scopes, in order to understand forgotten phenomena which always have the possibility of repeating.
331
UNA TRAGEDIA OLVIDADA: LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918 EN DAIMIEL
Introducción
2 M. I. Porras Gallo, Una ciudad en crisis: La epidemia de gripe de 1918-1919 en Madrid, Tesis Doctoral,
Universidad Complutense de Madrid, 1994.
3 M. J. García-Consuegra, La epidemia de gripe de 1918 en la provincia de Ciudad Real, Tesis Doctoral
inédita, Ciudad Real, Universidad de Castilla-La Mancha, 2012.
4 El partido juidicial de Daimiel estaba formado por los municipios de Arenas de San Juan, Daimiel, Fuente
el Fresno y Villarrubia de los Ojos, donde residían más de 28.000 individuos en los años previos a la epidemia
de gripe.
5 Durante el verano de 1918, el pleno municipal acordaba que no se incluyese ninguna petición de inscripción
en el padrón de pobres con derecho a beneficencia municipal hasta que antes no hubieran sido informadas
por el inspector de vigilancia. En AHMD: Libro de Sesiones, año 1918, acta de 24 de agosto.
El Sr. Alcalde comunicó al Ayuntamiento que la vecina de esta ciudad Matilde Astillero,
madre de cuatro hijos, uno de ellos de mes y medio de edad, se había suicidado por haber
sufrido un incendio que quemó el escaso ajuar que, como esposa de jornalero, poseía
y que al viudo no le habrá quedado absolutamente ninguna ropa ni bienes. Propuso el
Sr. Alcalde que se auxiliara por el Ayuntamiento a esta familia comprando para la misma
algunos efectos y ropas.
El Sr. Sedano propone que ese auxilio se facilite con fondos particulares de los Sres.
concejales pues siendo muchas las desgracias análogas a la que se pretende remediar, las
que suelen ocurrir todos los años, si estas se remediaran por el Ayuntamiento se mermaría
6 Mientras que a comienzos de 1918 se reconocía que el salario medio que cobraba por su jornal un bracero
daimieleño era de 2,5 pesetas; un año más tarde el salario diario se había reducido hasta las 2 pesetas. En
AHMD. Libro de Sesiones, año 1918, acta de 9 de febrero y AHMD. Libro de Sesiones, año 1919, acta de 8
de febrero, respectivamente.
La gripe constituía una patología bien conocida en estas latitudes por su carácter
infeccioso, transmisible y agudo, que surgía periódicamente en los meses más fríos del año
y que atacaba en forma leve a buena parte de unos habitantes cuyo verdadero patrimonio
era el hambre, la ignorancia y el sufrimiento.
Para luchar contra esta enfermedad uno de los colectivos más directamente implicados
era el de los sanitarios. Un grupo conformado principalmente por practicantes, médicos,
farmacéuticos y veterinarios quienes recuperaron el prestigio perdido con el impulsó de
medidas políticas favorables a sus intereses corporativos8 de las que también se beneficiaba
la sociedad a la que servían9.
No obstante en 1918 el panorama socio-sanitario se alteró abruptamente. La epidemia
de gripe de ese año era distinta por la rapidez y virulencia de su sintomatología y por la
letalidad que causaba que no se circunscribía a los grupos más propensos de ancianos
con problemas respiratorios crónicos y de niños malnutridos y famélicos, sino que atacaba
a los adultos jóvenes de ambos sexos. Presentaba otras singularidades como la aparición
de sucesivos brotes hasta contabilizar tres en menos de un año, o afectar indistintamente
tanto al medio rural como al medio urbano obligando a rememorar las grandes epidemias
del siglo XIX.
Las corrientes bacteriológicas que tanto éxito estaban alcanzado sufrieron un
inesperado contratiempo en su falta de concreción sobre la etiología gripal y aún sobre
el modo de enfrentarse a la epidemia10. A la clase médica incapaz de aislar al organismo
patógeno no quedó más remedio que cambiar el discurso y dar paso a aquellos especialistas
que propugnaban una medicina de corte social capaz de combinar prevención con
7 AHMD: Libro de Sesiones, año 1918, acta de 9 de noviembre. Finalmente se acordó realizar una suscripción
particular entre los concejales y que para el menor de los hijos se buscase una nodriza para amamantarlo
solicitando a su vez un socorro de lactancia para criar al pequeño huérfano. Para el resto de la familia no se
tiene constancia de la recepción de ninguna ayuda específica.
8 La creación de diferentes Colegios Oficiales de Médicos, además de actuaciones como la constitución de
una junta de diputados médicos en el Congreso y otra en el Senado, contribuyeron a solucionar reivindicaciones
como la colegiación obligatoria, la limitación del número de titulados, la aprobación del nuevo plan de
estudios, etc., dando respuesta a algunas de las demandas realizadas. En M. I. Porras Gallo “Renovación y
reorganización profesional e tiempo de crisis. Farmacéuticos y veterinarios durante la gripe de 1918-1919 en
España”, en Varia Historia, vol. 25, núm. 42, julio/diciembre, 2009. Belo Horizonte, p. 483.
9 Desde altas instancias políticas hubo distintas propuestas legislativas -como la Ley de epidemias de 1914-,
que no llegarían a concretarse quedando como otra muestra del intervencionismo estatal más proclive a legislar
que a asumir los costes que requerían su estricto cumplimiento. No obstante tras el desastre humanitario de
1918 se generaría un movimiento legislativo veraz con propuestas como el R.D. de 23 de enero de 1919
sobre prevención de enfermedades contagiosas, o el proyecto de Ley sobre profilaxis pública de este tipo de
enfermedades de ese mismo año, o el que se presentará en 1922.
10 Para profundizar entre las diferentes teorías y estudios acerca de la etiología y del modo más eficaz para
combatir una epidemia implacable es interesante la consulta de las tesis defendidas por los profesionales
sanitarios en Rela Academia Nacional de Medicina: Anales de la Real Academia Nacional de Medicina, Tomo
XXXVIII, Cuaderno 4. Madrid, 1918 .
previsión11, génesis de una especie de profilaxis colectiva. Pero las escasas inversiones en
materia de educación, sanidad, higiene o beneficencia reflejaban el interés que estos temas
despertaban entre los políticos más preocupados por otros asuntos como la alternancia
política o la conflictividad laboral; por ello cuando en la primavera de 1918 aparecieron los
primeros casos de gripe la tenue respuesta de autoridades y ciudadanía era la esperada.
11 E. Rodríguez Ocaña: “Medicina y acción social en la España del primer tercio del siglo XX”, en De la
Beneficencia al bienestar social. Cuatro siglos de acción social. Siglo XXI, Madrid, 1985, p. 233.
12 Las medidas emprendidas fueron las habituales desinfecciones y algunas restricciones para evitar el
contagio. En AHMD. Libro de Sesiones, año 1917, acta de 3 de noviembre.
13 La figura del gobernador civil es fundamental en la práctica administrativa del sistema sanitario pues
organizaba y supervisaba el establecimiento y cumplimiento de las medidas emanadas desde el gobierno
de la nación, contando con el concurso de la junta provincial y de las juntas municipales, encargadas de su
aplicación práctica.
14 A finales de mayo eran frecuentes los actos sociales como comuniones, procesiones, verbenas o romerías,
y comenzaban las esperadas ferias anuales de muchas localidades que una declaración oficial de epidemia
podrían haber anulado sembrando el temor entre los habitantes y, sobre todo y en mayor precaución, la
indignación y censura popular por la suspensión de los actos a causa de una epidemia cuyo peligro se
cuestionaba incesantemente aún en los episodios más graves.
15 Ciudad Real con una superficie de 19.749 km2, es la tercera provincia más extensa de España.
16 No obstante, se comprueba que “esta circunstancia resulta inexacta para el análisis del origen y expansión
Esta realidad sanitaria rápidamente dejó de ser noticia si es que alguna vez tuvo tal
consideración y la preocupación en Daimiel se centraba en el controvertido asunto de la
cesión de la fábrica de luz, la amenazante plaga de langosta, el abastecimiento de alimentos
o los cada vez más graves problemas laborales.
La mayoría de los casos detectados eran benignos -con menos fallecidos en mayo
que abril aunque el número de enfermos se hubiese duplicado-, y de corta duración aún
con aumento de los casos febriles; eran las complicaciones en forma de neumonía o
bronconeumonía las que determinaban el funesto desenlace del paciente.
La tangible realidad sanitaria y el inquietante escenario que se preveía, obligaba a las
autoridades nacionales a emprender algunas acciones, cuando a mediados del verano el
gobernador civil publicaba un telegrama remitido por el ministro de la Gobernación en los
términos siguientes:
de la epidemia puesto que los extremos noroccidental y suroriental además de encontrarse escasamente
habitados, carecían de líneas de ferrocarril que atravesasen el territorio lo que no se tradujo en un impedimento
para la extensión del contagio”. En M. J. García-Consuegra, La epidemia…, op. cit., p. 109.
17 El diario El Pueblo Manchego de fecha 28 de mayo de 1918, bajo el título “El mal de moda”, publicó un
artículo suscrito por J. García Mercadal que encabezaba afirmando “Aquí todo se pone de moda hasta las
enfermedades”, y no le faltaba razón cuando resaltaba la excesiva apatía e incluso el sarcasmo con que los
españoles afrontaban esta epidemia tomándose más en serio otros asuntos como los toros, el teatro, las
procesiones o los temas de sociedad; señalando que lo primero que hacían con las cuestiones verdaderamente
importantes eran ponerles motes y apodos “manifestando de ese modo la inconsciencia y la falta de juicio de
nuestro pueblo”. De hecho esta epidemia fue conocida en España como el Soldado de Nápoles en alusión a
la canción de la zarzuela La canción del olvido que triunfaba en los teatros madrileños.
21 Aunque en esos momentos se ignoraba la naturaleza viral del agente epidémico.
22 La tercera y última medida consistía en el análisis del agua procedente del manantial del Allozar. En
AHMD. Junta Local de Sanidad, año 1918, acta de 3 de septiembre.
23 AHMD. Junta Local de Sanidad, año 1918, acta de 22 de septiembre.
24 No obstante, más que por higiene, sería por el temor a una invasión foránea la razón que llevaría al
Consistorio daimieleño a prevenirse de las “bandas de mendigos andrajosos” que circulaban por las calles de
la vecina localidad de Torralba de Calatrava comprometiéndose el alcalde a dar las órdenes oportunas para
evitarlo. En AHMD. Libro de Sesiones, año 1918, acta de 19 de octubre.
25 Sirva de ejemplo el informe presentado en el caluroso mes de julio por el arrendatario del arbitrio sobre
las carnes ante el pleno municipal denunciando que el carro para el transporte de las carnes “se halla en tal
estado de deterioro que se imposible utilizarlo para el uso debido”. Acordándose reparar los desperfectos para
que el transporte se efectuase “del modo más higiénico posible”. En AHMD. Libro de Sesiones, año 1918,
acta de 13 de julio. Que debió de ser de envergadura pues seis meses más tarde se presentaba una factura
de 238 pts. equivalente al alquiler de un carro para transportar la carne desde el matadero a la plaza durante
el tiempo que se estuvo arreglando el de propiedad municipal. En AHMD. Libro de Sesiones, año 1918, acta
de 28 de diciembre
26 A mediados del mes de julio el farmacéutico César Cruz comunicaba al ayuntamiento que desde el 1 de
agosto dejaría de despachar medicamentos a los pobres por no atender a dicho servicio de la beneficencia
municipal. En AHMD. Libro de Entradas, año 1918, entrada núm. 338 de 18 de julio.
La valiente actitud de los miembros de la junta daimieleña con esta declaración no parecía
correspondida con el alcance deseable que exigiría la adopción de medidas profilácticas
enérgicas que la prensa no difundirá. El médico libre Jesús Utrilla hacía pública la existencia
de otros dos casos de viruela pero la junta, teniendo en cuenta lo exiguo de las cifras,
no creyó conveniente declarar la existencia de la epidemia, limitándose a recomendar el
aislamiento de los atacados y la vacunación obligatoria de los vecinos de los enfermos. Se
acordó mantener abiertos los centros docentes, pero se recomendó a los profesores que no
admitiesen a los alumnos que hubieran estado enfermos o conviviesen con familiares que
hubiesen padecido algún tipo de enfermedad infecto-contagiosa hasta que presentasen
un certificado médico que demostrase que estaban a salvo del contagio con la asistencia
del alumno a clase. Unánimemente se dispuso la divulgación de bandos aconsejando
al vecindario pautas recurrentes como la evitación de aglomeraciones y, por último, se
aprobaba el acondicionamiento de un puesto de control de los viajeros procedentes de
localidades cercanas susceptibles de estar infectadas -que nunca se llegaría a implantar-.
La desorientación y desorganización eran alarmantes; ni siquiera se conocía el origen
la patología epidémica -aunque en Ciudad Real estaban completamente seguros-, pues
desde el gobierno civil se enviaba un telegrama a los alcaldes dándoles instrucciones “ante
una probable invasión del cólera en Europa, se tomen las medidas necesarias para evitar
estos focos de infección en España”28; en cambio al día siguiente se envía otra circular
instando a que se efectuase “la más rigurosa vigilancia para evitar la propagación de la
enfermedad de la gripe”29.
Hasta el día 30 de septiembre no se publicó en la prensa provincial la primera noticia sobre
el estado sanitario de la provincia de Ciudad Real presentando un panorama general poco
complaciente30. El estado sanitario del municipio de Daimiel aparecía en una escueta nota de
prensa en la que se afirmaba que “desde hace quince días son numerosísimas las personas
atacadas de dicha enfermedad (la grippe), registrándose varios casos de defunciones entre
las personas que padecían enfermedades crónicas que se han agudizado con la invasión
epidémica”31, y que constituiría un precedente del tema que ocupará las portadas de los
próximos meses pero que en aquellos momentos se notificaba con 15 días de retraso.
Mientras tanto, la epidemia gripal incrementaba las víctimas letales daimieleñas sin que
otros municipios colindantes de similares características socioeconómicas y demográficas
como Almagro o Manzanares registrasen fallecimientos por causas relacionadas directa o
indirectamente con esta patología.
La primera defunción por gripe acontecía el día 10 de septiembre aunque apenas
tuvo repercusión porque la siguiente no aparecería hasta pasados seis días. Tendrían que
transcurrir otros seis días más para que se percibiesen los efectos letales de la epidemia32.
La jornada del 22 fallecían dos individuos iniciando una dramática serie de defunciones que
se mantendrían hasta finales de noviembre, concretamente hasta el día 24. Entre ambas
fechas todos los días se registraban decesos por gripe, bronconeumonía y bronquitis,
sumiendo a la población en un estado de pánico colectivo.
El día 2 de octubre en la reunión de la junta provincial de sanidad se constataba la
preocupación sobre la evolución, esta vez sin atisbo de duda, de la epidemia de gripe en
la provincia. La turbación en la capital por la previsible invasión gripal era manifiesta ante
los incesantes e inquietantes rumores sobre la propagación epidémica en diferentes puntos
de la provincia como Campo de Criptana, Daimiel, Tomelloso o Porzuna33. Para calmar
los ánimos y pese a la falta de información oficial porque las autoridades municipales
continuaban sin alertar del riesgo epidémico a que exponían a sus ciudadanos; se confirmaba
que el gobernador civil y el inspector provincial de Sanidad se trasladarían a las localidades
afectadas para comprobar personalmente el estado epidémico en que se hallaban.
32 El día 10 de septiembre de 1918 se inscribían en el Libro de Defunciones del Registro Civil de Daimiel dos
varones de 15 y 80 años fallecidos a causa de bronquitis y de gripe, respectivamente. El día 16 se inscribía
una mujer de 38 años de edad, pero a partir de día 22 se multiplicarían las defunciones por gripe, bronquitis
y bronconeumonía.
33 “Para que nos hagamos una idea del impresionante drama humano sufrido y vivido por los habitantes de
Porzuna y de sus entidades dependientes (…) en poco más de un mes murieron 198 personas finalizando
el año con 370 decesos; muchos más que la suma de todos los registros de mortalidad de los cuatro años
anteriores”. En M. J. García-Consuegra, La epidemia…, op. cit., p. 221
Por encargo del gobierno de S.M. visitaba en unión del señor Inspector Provincial esta ciudad
como había visitado y se proponía visitar otras para informarse directamente del estado de
la epidemia gripal y acordar de acuerdo con el señor Inspector, las autoridades y el cuerpo
médico, las medidas más eficaces para atajar el mal aislando del modo más eficaz posible a
los atacados y ejecutar y ordenar cuanto sea preciso al indicado objeto39.
39 Ibídem.
40 Como en otras localidades de la provincia, el desafecto hacia la vacunación era general; la población
desconfiaba de este método profiláctico como remedio al contagio y por ello las autoridades emitieron bandos
forzando al vecindario a vacunarse gratuitamente recordando las sanciones legales que conllevaba su
negativa.
41 En toda la provincia únicamente este centro estaba capacitado para producir sueros, vacunas, realizar
análisis, etc. El ofrecimiento del gobernador se adelantaba unos días a la publicación de la R.O. de 8 de octubre
de 1918 que obligaba inmediatamente al cumplimiento de las disposiciones relativas al establecimiento de
Laboratorios municipales, con elementos suficientes para análisis y desinfección, en las capitales y poblaciones
importantes que careciesen de ellos y que atendiesen a aquellas localidades donde no se dispusiesen de
estas instalaciones. En Gaceta de Madrid, 5 de octubre de 1918, p. 57.
42 Hasta finales de año no se pagarían las 175 pesetas importe de la linfa vacuna antivariolosa empleada
en la vacunación de vecinos pobres que se cargaría al capítulo de Imprevistos. En AHMD. Libro de Sesiones,
año 1918, acta de 28 de diciembre.
43 AHMD. Libro de Sesiones, año 1918, acta de 5 de octubre.
44 En la sesión del pleno municipal el alcalde indicaba “que habiendo desaparecido por fortuna la epidemia
gripal debía cesar en el cargo de fumigador principal el vecino de esta ciudad Fabián Fernández” quedando
facultado para gratificar los servicios del citado empleado. En AHMD. Libro de Sesiones, año 1918, acta de
21 de diciembre.
45 AHMD. Libro de Sesiones, año 1919, acta de 1 de febrero.
46 El Pueblo Manchego, 9 de octubre de 1918.
47 Ignoramos si esa reunión llegó a realizarse pero a finales de octubre el gobernador civil y el inspector de
Sanidad planeaban un viaje a Madrid para solicitar al ministro de Gobernación que dotase a la provincia de
mayor número de médicos. En El Pueblo Manchego, 22 de octubre de 1918.
48 El Consistorio tenía que convocar una sesión extraordinaria para tratar este asunto puesto que resultaba
incomprensible que sin existir problemas de producción de trigo apareciesen complicaciones con el suministro
de pan, aún cuando el precio de este alimento en esta zona era uno de los más bajos de España. En AHMD.
Libro de Sesiones, año 1918, acta de 23 de septiembre.
49 Ante el pleno municipal el vecino Santiago Alba Peral expuso que durante la pasada epidemia el inspector
de Sanidad mando quemar por razones de higiene y salubridad pública los escasos trapos y ropas que él
y sus hijos tenían, por lo que solicitaba un socorro de 15 pesetas que por lo parco de su petición se acordó
pagarlos sin mayor debate. En AHMD. Libro de Sesiones, año 1919, acta de 1 de febrero.
50 AHMD. Libro de Entradas, año 1918, entrada núm. 638 de 25 de septiembre.
51 BOPCR, 9 de octubre de 1918, p.2.
52 BOPCR, 11 de octubre de 1918, p.1.
53 Sin ir más lejos, en Puertollano se celebraba una corrida multitudinaria: ver El Pueblo Manchego, 14 de
octubre de 1918.
54 AHMD. Libro de Sesiones, año 1918, acta de 19 de octubre.
55 BOPCR, 18 de octubre de 1918, p. 1. Las autoridades eclesiásticas aplaudían las disposiciones oficiales
encaminadas a lograr el bienestar de la población aunque se quejaban porque a veces entorpecían su labor
ministerial tan necesaria en esos momentos de turbación y desconcierto; no obstante no se opusieron al cierre
de los cementerios en la fecha señalada.
56 Hay que recordar que el gobierno civil publicaba con mayor o menor exactitud y puntualidad las estadísticas
enviadas por los respectivos municipios a los cuales habría de exigir el máximo rigor en la cumplimentación
de estos informes sanitarios.
57 No existe un único día con mayor volumen de inscripciones por defunción sino que encontramos varias
fechas (26 de septiembre, 2,3, 12 y 14 de octubre), con cuatro fallecimientos diarios sólo por dolencias
relacionadas con la epidemia gripal: bronconeumonía, bronquitis, bronquiolitis, etc., que sugieren que la
epidemia persistió letalmente durante algún tiempo en esta localidad manchega.
58 ABC, 23 de octubre de 1918.
59 AHMD. Junta Local de Sanidad, año 1918, acta de 30 de octubre.
Tras dos brotes, eran pocos los territorios e individuos ajenos al contagio, por ello este
tercer brote tendería teóricamente a atacar a aquellos individuos y grupos inmunológicamente
indefensos pudiendo rebrotar en zonas donde el primer brote ocasionó mayor mortalidad
que el segundo.
A mediados de marzo de 1919 se reconocía oficialmente que la epidemia de gripe se
había reproducido en la provincia. No nos sorprende la absoluta dejadez de la ciudadanía
ante el advenimiento de otra oleada gripal -la tercera en menos de un año-, pese a que de
vez en cuando aparecía algún titular aislado recordando el estado epidémico en que se
hallaban algunas localidades como Almodóvar del Campo, Ciudad Real o Puertollano.
En Daimiel la primavera de 1919 se presentaba sanitariamente calmada, con las
infecciones presumiblemente controladas y con la población superviviente fortalecida
frente a futuribles ataques de virus y bacterias. Los efectos de este brote fueron discretos
y la población estaba despreocupada por la proliferación del contagio y por el rebrote en
municipios colindantes.
En cualquier caso, la proliferación de enfermos por patologías respiratorias era
insuficiente para convocar al órgano sanitario municipal encargado de su gestión; de
hecho la próxima reunión se celebraría a finales del mes de agosto haciéndose eco de la
rumorología popular por el mal sabor de las aguas del abastecimiento público62. Unos días
más tarde, el 7 de septiembre, después de finalizadas las fiestas anuales, se convocaba la
junta de Sanidad donde el farmacéutico Joaquín Fisac informaba del estado de las aguas
de las fuentes públicas confirmando la pureza e “inmejorable estado” para tranquilidad
del vecindario. Sin embargo la buena noticia con que se abría la sesión ocultaba una
desagradable sorpresa cuando se presentaba el informe de varios médicos que constataba
la existencia de varios casos de gripe recalcando que se iba incrementado el número de
60 Cumpliendo la ley la junta local de sanidad estaba compuesta por un presidente (puesto ocupado por
el alcalde), un secretario, tres vocales natos (ocupados en Daimiel por el secretario del Ayuntamiento, un
farmacéutico y el veterinario municipal), más tres vocales renovables cada tres años (un médico y dos
miembros designados por el alcalde). En AHMD. Junta Local de Sanidad, año 1918, acta de 11 de noviembre.
61 AHMD. Libro de Sesiones, año 1919, acta de 25 de enero.
62 Para tranquilizar a la población en fechas tan concurridas se acordaba solicitar al farmacéutico el análisis
urgente tanto del agua de la conducción que llegaba a la zona de El Nuevo, como del agua vertida por las
fuentes en el casco urbano. En AHMD. Junta Local de Sanidad, año 1919, acta de 27 de agosto.
Se resaltan en negrita los meses con una tasa de mortalidad superior a la media anual.
Fuente: Elaboración propia a partir de los Libros de Defunciones (RCD).
63 AHMD. Junta Local de Sanidad, año 1919, acta de 7 de septiembre. Sin embargo la única medida que se
adoptaba era la obligación de los dueños de los basureros y pozos negros para que los extrajesen o arrojasen
cal viva o cualquier otro medio de desinfección con el fin de evitar emanaciones peligrosas.
64 Así era la realidad: durante el año 1918 los fallecimientos registrados fueron de 590 y descendieron
ostensiblemente al año siguiente con 409 fallecidos (que supone una reducción superior al 30%). Sin embargo
durante el periodo que abarca desde 1910 a 1925, el año 1920 es el que más fallecidos presenta siendo el
único que supera las 600 defunciones (606).
65 Se contabilizan hasta 67 fallecidos desde el 11 de agosto al 10 de noviembre de 1920. Por sexos la
distribución es equitativa con 33 niños y 34 niñas porque todos los difuntos comprendían una edad entre un
mes y 6 años (con una excepción de adolescente de 11 años).
66 La reunión de la junta local de sanidad fue convocada un año después de la anterior, ante el aumento
de enfermos y muertes por sarampión complicándose con otras dolencias. Entre las propuestas figuraba la
declaración oficial de la epidemia, como si fuera prescriptiva para adoptar simples medidas higiénicas como
el regado y barrido de las calles (todos los días por la mañana y por la tarde) y la prohibición absoluta de
depositar basura en las mismas. Unánimemente la declaración fue aprobada. En AHMD. Junta Local de
Sanidad, año 1920, acta de 25 de agosto.
3. Conclusiones
RESUMEN
En el pasado la historia y el cine se trataron con recelo e incluso con desprecio. En las dos últimas
décadas, sin embargo, la historia del cine ha superado los meros criterios estéticos y ha emprendido
la búsqueda de un método que la ha acercado bastante a los planteamientos de la historia
sociocultural. Por su parte, la historia ha descubierto al cine no solamente como un recurso didáctico
hoy accesible y lleno de posibilidades para recrear y explicar el pasado, sino como un auténtico
documento necesario para investigar y comprender el siglo XX. Pero la imagen en movimiento
presenta unas características propias que exigen un tratamiento distinto al de los documentos
escritos, tanto por parte del profesor que la utiliza en sus clases como por el investigador que se sirve
de ella para documentar su trabajo. En las páginas que siguen se realiza un balance historiográfico
de la relación entre cine e historia y se ofrecen algunas reflexiones acerca de la evolución, y de las
virtudes y limitaciones, de varias formas de entender esa relación: la historia del cine, el documental,
el cine histórico, el cine como documento y el cine como agente de la historia.
ABSTRACT
History and cinema dealt with each other distrustfully and even disdainfully in past times. However,
during the last two decades the history of film has overcome the mere aesthetic criteria and undertaken
the quest of a method that brought itself quite close to the approaches of sociocultural history. History, on
its side, has realized that cinema is not only a currently accessible didactic resource, full of possibilities
to recreate and explain the past, but also an authentic document that is indispensable to understand the
20th century and to conduct research about it. But the intrinsic characteristics of images in movement
demand a different study procedure compared to the written documents, both from the professors that
employ them in their lessons and from the researchers that make use of them in order to document
their work. In the following pages a historiographical assessment of the relationship between cinema
and history is carried out, including some reflections regarding the evolution, virtues and limitations of
several ways of understanding this aforementioned relationship: the history of film, the documentary,
the historical film, cinema as a document and cinema as an agent of history.
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LA HISTORIA Y EL CINE: ¿UNAS AMISTADES PELIGROSAS?
pasado que sea ante todo rigurosa y veraz, sino, en todo caso, verosímil; como tampoco se
puede exigir a un libro de historia que sea, por encima de todo, entretenido y ligero. El cine
y la historia no pretenden la misma cosa, y las posibilidades, inmensas por otra parte, de su
relación fructífera se sustentan en el reconocimiento de su radical diferencia.
La historia intenta aprehender un pasado que ya no existe; y no lo hace reproduciéndolo
“tal como era”, como pretendía el positivismo, sino interpretando los vestigios que se han
conservado de ese pasado ya desvanecido mediante la aplicación de una metodología
transparente y avalada por su rigor. Para llevar a cabo su tarea el historiador se sirve de la
crítica textual y de la densidad argumentativa que le proporciona el lenguaje escrito, con su
capacidad analítica, sus excursos y citas de autoridad. La historia es, pues, ante todo rigor
en su acercamiento a la realidad. Pero no solamente eso. Está obligada a ser creativa.
El cine también remite a la realidad, puesto que la representa o incluso la suplanta.
Pero, al ser forzosamente una obra colectiva y un producto comercial que es preciso
financiar, el rigor suele supeditarse a la necesidad de amortizar la inversión, por lo que una
película debe entretener y satisfacer los gustos y las expectativas de la crítica y del público,
de la sociedad a que se dirige; y en virtud de ello el cineasta ha de respetar todo un cúmulo
de convenciones que limitan su libertad (los géneros, la censura o la autocensura, los
límites de lo mostrable, etcétera) o bien subvertirlas, lo que en determinadas circunstancias
también puede favorecer la comercialidad. Todo ello no impide, sin embargo, que en ciertos
casos dicho cineasta pueda permitirse ambiciones más nobles, ya sean artísticas, estéticas
o expresivas. That´s Entertainment es el título de un musical clásico que define a la
perfección lo que es mayoritariamente el cine. También es, por supuesto, un negocio. Pero
no solamente eso. Es también un discurso a través del cual se puede explicar la realidad.
Aun cuando son medios muy diferentes, el cine y la historia también presentan
algunas afinidades que permiten puntos de encuentro. Si consideramos a la historia como
disciplina académica, puede decirse que ambos nacen en el siglo XIX. El cine irrumpe
con fuerza en un momento concreto de la evolución histórica que lo convierte en hijo de
la Revolución industrial y en eficaz propagandista de la era del imperio, pues sus primeras
imágenes difunden el dominio colonial que Occidente ejerce sobre el resto del mundo.
Así, la invención del cronofotógrafo por Étienne Marey en 1882 coincide con la ocupación
británica de Egipto, la comercialización de la película de celuloide en 1887 con el jubileo
de la reina Victoria, y las primeras proyecciones del cinematógrafo de los Lumière con el
comienzo de la guerra en Cuba y la victoria británica en Sudán, a las que seguirán, ya de
algún modo registradas en imágenes en movimiento, la guerra de los boers, la rebelión
de los boxers en China y la contienda ruso-japonesa. El cine no sólo se hace eco de la
Historia, sino que la representa, fabrica Historia; y, más aún, también lo hace de un modo
ontológico, pues toda imagen filmada se convierte ipso facto en pasado. El cine, en fin, no
puede entenderse sin los condicionantes sociales en que se desenvuelve y evoluciona con
ellos contribuyendo a alumbrar la sociedad de la imagen, antes escasa y elitista, pero que
en el siglo XX se generaliza hasta hacerse omnipresente.
Desde hace más de un siglo, pues, el cine y la historia van de la mano y difícilmente
pueden ignorarse. El cine cobra sentido si considera su propia evolución histórica y se sitúa
en un contexto más amplio; y cada vez parece más evidente que la comprensión del siglo
XX quedaría muy limitada y aún defectuosa si no se tuviera en cuenta al cinematógrafo.
La relación entre la historia y el cine es en sí misma compleja y permite una gran
variedad de perspectivas que Emeterio Díez Puertas (2003:11-12) ha desarrollado del
siguiente modo: la historia fílmica del cine, el cine en la historia, la historia en el cine, la historia
a partir del cine, la teoría de la historiografía cinematográfica, la historia de la historiografía
cinematográfica, el cine en la pedagogía de la historia y la pedagogía de la historia del cine.
En este trabajo simplificaré de algún modo esta propuesta al hacer prevalecer mi perspectiva
de historiador a secas o, si se prefiere, de un docente e investigador que se pregunta qué
le puede ofrecer el cine para una mejor enseñanza y conocimiento de la Historia. Para ello
haré un recorrido por la bibliografía más relevante estructurándolo en varios apartados que
se corresponden con otras tantas potencialidades del medio analizado: la historia del cine,
el cine como recurso didáctico, el cine como documento y el cine como agente histórico.
Antes de eso, sin embargo, es un requisito imprescindible hacer algunas consideraciones
sobre la imagen como fuente histórica.
En una sugerente síntesis acerca del “uso de la imagen como documento histórico”,
el historiador Peter Burke (2001: 16 y ss.) proponía sustituir la idea de fuentes por la de
“vestigios” del pasado en el presente, para incluir dentro de esa categoría a los manuscritos
y los libros impresos, sí, pero también a los edificios, el mobiliario, el paisaje y diversos tipos
de imágenes, como pinturas, estatuas, grabados, fotografías y películas. Las imágenes,
además de permitirnos “imaginar” el pasado de un modo más vivo, serían “la mejor guía
para entender el poder que tenían las representaciones visuales en la vida política y religiosa
de las culturas pretéritas”.
Una vez aceptada esta premisa, el historiador se topa necesariamente con dos
cuestiones a considerar: la multiplicación, incluso saturación, de las imágenes, y el problema
de cómo enfrentarse a ellas. Por un lado, la democratización de la imagen a consecuencia,
sobre todo, de las dos revoluciones que señala Burke, la aparición de la imagen impresa y
la de la imagen fotográfica, a las que habría que añadir la revolución infográfica de la que
habla Roman Gubern (1996) en un ensayo que traza la evolución nada menos que “del
bisonte a la realidad virtual”. Si en tiempos pasados pudo parecer suficiente la exploración
de los textos escritos para, en base a ellos, escribir la historia, hoy en día no son más que
una parte de los vestigios de que disponen el ciudadano y el historiador para tratar de
comprender la realidad que los envuelve, sea el presente, o el pasado siempre en conexión
con ese presente; al tiempo que el lenguaje escrito ya no es la única opción que tiene el
historiador para explicar, enseñar y difundir el resultado de sus investigaciones. El universo
Guttenberg ha explosionado y los archivos, antes tranquilos camposantos para el exclusivo
uso del historiador profesional, hoy están por todas partes, desafiando las viejas formas de
hacer y de entender la historia.
Por otro lado, el uso de la imagen como fuente histórica requiere de nuevos
entrenamientos que partan de la comprensión teórica y de las particularidades hermenéuticas
que son propias de las fuentes de representación visual. Hace unas décadas escribió Pierre
Vilar que “la historia debe enseñarnos, en primer lugar, a leer un periódico” (1980: 12). Hoy
habría que añadir a esta genial y sencilla definición que también debería enseñarnos a
ver y escuchar un telediario, a ver una película. Y esta aspiración, a todas luces necesaria
en nuestro mundo global de la información, no es de ningún modo baladí, puesto que
el bombardeo de imágenes al que nos somete nuestro entorno no nos dota de los
instrumentos adecuados para consumirlas y digerirlas con crítico distanciamiento. Todo lo
contrario: al analfabetismo convencional ha sucedido una sociedad aquejada en altas dosis
de analfabetismo audiovisual, por cuanto consume inerme infinitas imágenes que de forma
más o menos inconsciente van imponiendo su versión de la realidad hasta suplantarla
con una metarrealidad todopoderosa y omnipresente, terreno abonado para los “discursos
únicos”, los “grandes hermanos” y democracias petrificadas en el formalismo inmóvil de sus
constituciones. Frases tópicas como aquella de “una imagen vale más que mil palabras”,
aun pronunciada por quienes quieren defender el valor de las representaciones visuales, no
hacen más que desarmar la crítica al inducir a la confusión de una imagen con la realidad.
Muy al contrario, una imagen dice lo que quien la ha elaborado, sea un pintor, un fotógrafo
o un cineasta, ha querido que dijera; es siempre una interpretación, o manipulación, según
se quiera, de esa realidad. De ahí la necesidad de que el receptor sea capaz de detectar el
artificio con que toda imagen (una pintura, una fotografía), y todo discurso confeccionado
con imágenes (un informativo, un documental, una película), reconstruyen o representan
una parcela del mundo real, para a continuación decodificarlos y someterlos al imperio
de la crítica. Llegamos así a la noción fundamental de “representación” (Chartier, 1992).
Una imagen es una “representación o reproducción de un objeto o de una figura”, aunque
también puede ser entendida como “la representación mental de alguna cosa percibida por
los sentidos”. Desde hace tiempo la Historia se viene interesando por las representaciones
colectivas, ya se denominen mentalidades, imaginario o propiamente representaciones, las
que, por ejemplo, se desenvuelven en el escenario social, en la forma de un espectáculo o
ceremonia, con vías a la persuasión política o social (Elias, 1993; Burke, 1995) La historia,
en suma, se ocupa de las representaciones, sean ceremoniales, plásticas o mentales; y el
cine es en sí mismo una representación, tanto visual como mental, pues en las películas
pueden descubrirse los imaginarios latentes en la sociedad que las creó y las consumió.
Aún las imágenes tomadas de la realidad (noticiarios, documentales) deben ser entendidas
como representaciones, lo que desdibuja los límites que las separan de las películas de
ficción, que, en todo caso, serían la representación de otra representación.
Los docentes e historiadores fascinados por el cine han de comenzar, así, por
contrarrestar los estragos causados por tópicos como el ya citado de que “una imagen vale
más que mil palabras”. Las palabras en historia valen tanto como las imágenes, siempre
que se apoyen en una previa e imprescindible crítica textual; y las imágenes también
pueden estar a su altura, pero siempre que se las utilice con un conocimiento suficiente
de sus especificidades y tras haberlas pasado por el tamiz del análisis crítico. En una obra
pionera en España ha estudiado el profesor Ángel Luis Hueso (1983 y 1998) la evolución
del siglo XX a través del cine, utilizando a éste como testimonio de la sociedad política,
de la economía, el arte y la literatura. Antes de poner en relación las películas con los
hechos históricos, sin embargo, realiza la necesaria “aproximación al mundo del cine” y al
hecho cinematográfico desde la diversidad de perspectivas que le son propias, es decir,
su condición de industria, de medio de comunicación, lenguaje, obra de arte, diversión
y testimonio social. Esta complejidad hace del cine una fuente apasionante, pero de no
sencillo uso metodológico. Porque además requiere atender a su lenguaje o estructura
discursiva, o sea, los condicionamientos técnicos que revelan su retórica, tales como la
escala, angulación, iluminación, montaje, relación de la imagen con los códigos sonoros,
trucajes, convenciones narrativas, etcétera. Y todavía más, es esencial la “crítica de
los condicionamientos sociales”: porque el cine es una obra colectiva en la que no sólo
cuenta el director, sino las entretejidas aportaciones de guionistas, productores, actores,
directores artísticos y demás colaboradores del equipo técnico. Ni siquiera aquí se acaba
el previo análisis crítico que requiere su consideración como fuente, pues una película
cobra significado cuando es consumida, y de ahí que hayan de valorarse las reacciones
de la censura (o, en ausencia de ésta, la autocensura, o sea, los límites de lo decible y de
lo representable), de la crítica y sobre todo del público, de la sociedad a la que se dirige y
con la que dialoga. No es lo mismo si una película pasa desapercibida, provoca polémicas
o concita la aprobación unánime con un gran éxito de taquilla. E incluso cabría hablar de
sociedades, ya que un mismo filme puede ser leído de distinto modo por públicos diferentes,
sea porque pertenecen a contextos socioculturales diversos o a diversas épocas. Dicho
de otro modo, una película puede ser interpretada conforme a determinadas claves en el
momento de su estreno y sugerir asociaciones completamente ajenas a su contexto original
en una hipotética reposición que se produjese años después. Recuérdese, por ejemplo, el
caso de El gran dictador (Charles Chaplin, 1940) en su aparición previa a la entrada de los
Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y en su estreno en España en los albores
de nuestra democracia, después de varias décadas de prohibición franquista.
Una vez realizado este análisis de un “texto fílmico” en toda la complejidad que lo
envuelve, el historiador ya se encuentra en disposición de utilizarlo como un auténtico
documento que sin duda enriquecerá su conocimiento y comprensión de la historia.
Naturalmente el cine es todavía un medio muy joven que no estaba presente ni en la
Edad Media ni en la Moderna, pero, tal como concluye Ángel Luis Hueso después de su
exploración crítica y metodológica, “no podremos entender nuestro siglo si nos falta la visión
cinematográfica de él” (1998: 39).
Una fuente histórica, cualquiera que sea su naturaleza, solamente puede ser
interrogada de forma correcta y fiable si se la conoce por dentro, si se es consciente de sus
especificidades, sus posibilidades y limitaciones. No basta, sin embargo, contentarse con su
dimensión sincrónica y contextualizadora; es preciso también situarla diacrónicamente. Lo
que quiero decir es que un historiador no ha de saber sólo mucha historia; ha de conocer de
forma suficiente la historia del cine si es que piensa utilizar las películas como documentos
que sustenten su investigación o su enseñanza. En caso contrario, lo que interpreta como un
condicionamiento político o social en un momento determinado podría responder más bien
a una convención de género o al normal desarrollo de la teoría y narrativa cinematográficas.
Como ya se ha apuntado, las primeras historias del cine se limitaban al criterio
estético-artístico y a menudo se agotaban en enumeraciones de obras y autores, si bien
organizándolos en movimientos y corrientes, por lo general ligados a los cines nacionales,
a los estudios de Hollywood, los géneros o al star system. La teoría del autor auspiciada
por los redactores de Cahiers du Cinéma no hizo sino reforzar este modo de entender la
historia del cine atribuyendo la plena responsabilidad sobre los resultados de una obra
filmada a una sola figura, la del director, al que se podía encumbrar a la categoría de “autor”
o encasillar en la más modesta de “artesano”.
Aún así, tales historias del cine siguen siendo muy valiosas y referencias obligadas
para todo aquel que quiera introducirse en el tema, habida cuenta de su concepción
globalizadora y su planteamiento historicista. Reconózcanlo o no, las investigaciones más
recientes son deudoras de las aportaciones clásicas de Georges Sadoul (1946-1975), Jean
Mitry (1967-1980) o Lewis Jacobs (1939); y, en lo que respecta al caso español, de las
obras de Juan Antonio Cabero (1949), Carlos Fernández Cuenca (1948-1950) y Fernando
Méndez-Leite (1965).
Los historiadores del cine sentirían más tarde la necesidad de un método, de definir
sus objetivos y el alcance de su disciplina. Como ha escrito una especialista, “hay que
pasar a la acción e intentar definir los métodos que permitan realizar una buena historia
del cine” (Lagny, 1997: 25). En su Teoría y práctica de la historia del cine, a propósito del
caso americano, Allen y Gomery (1985) proponen una historia en varios niveles, que iría de
la historia estética y de las técnicas a la historia económica y social. Por su parte, Michele
Lagny empieza por una historia de los filmes y de las realidades técnico-económicas para
llegar a la práctica socio-cultural. Si se entiende una película como producto cultural, no
basta estudiar las obras maestras y los autores excelsos; toda manifestación fílmica es
susceptible de análisis. Pero tampoco es suficiente el examen aislado de un producto; por
el contrario, ha de considerarse en “las complejas relaciones que mantiene con el conjunto
de prácticas sociales de orden cultural, económico o institucional”. En otras palabras,
“toda historia que trate del cine debe tener en cuenta su importancia en un sistema más
amplio que el del cine” (Lagny, 1997: 206 y 284). La insistencia del enfoque socio-cultural
en las prácticas, en fin, implica la comprensión de la obra no en el exclusivo ámbito de la
creación, que muchas veces se identifica con la genialidad, sino en el de su circulación,
articulada en el trinomio producción-mediación-consumo. El primero de los términos otorga
protagonismo a los condicionantes económico-sociales y tecnológicos de la elaboración
de una película, el segundo a los canales de distribución y a las salas de exhibición, y el
tercero al público, a quien, en definitiva, se dirige la obra de arte-producto cultural. Cabría
resumir todo el proceso en unas pocas preguntas concatenadas: ¿quién y cómo hace las
películas?, ¿cómo se difunden?, ¿quién las ve?, ¿qué dicen esas películas de la sociedad
que las produce y las consume?
Para ello, claro está, se requiere una gran variedad de fuentes y el trabajo del historiador
ya no se limita al visionado de películas. Un estudio que reflexiona sobre la relación entre
las producciones audiovisuales y el cambio social, a la vez que desplaza el foco de interés
de la película como obra cerrada a la práctica cultural, o sea, al consumo y al protagonismo
del espectador, es el que Pierre Sorlin ha dedicado a la historia social comparativa de los
cines y sociedades europeas entre 1939 y 1990, décadas en que ir al cine era una de las
prácticas culturales más importantes, antes de que diversos factores modificasen y dieran
más opciones a las formas de consumo. El trabajo de Sorlin se basa en la idea de que las
películas no son la realidad, pero reflejan, de forma más o menos distorsionada, aspectos
de la sociedad que los produce (Sorlin, 1996: 23).
En España también han sido superadas las viejas historias cinéfilas y positivistas,
y ello desde diferentes orientaciones. En el prólogo a la Historia del cine español de la
editorial Cátedra (Gubern y otros, 2000:17) afirma Roman Gubern que “los textos son
producidos por unos sujetos inmersos en una evolución sociocultural –sus contextos– y
que esta evolución está inscrita en tales textos, aún siendo dispares y personalizados, y
puede por ello ser leída en su textualidad”. Y en la Historia General del Cine de la misma
editorial, en 12 volúmenes, los prologuistas Jenaro Talens y Santos Zunzunegui optan por
una historia que se construye como relato, o sea, una historia narración que “dé cuenta de
la complejidad del desarrollo de la multiplicidad de facetas, de los diferentes aspectos y de
la disparidad de ritmos que componen ese conjunto inconexo de hechos cinematográficos
al que otorga sentido, inscribiéndolos en una trama que permita avanzar una explicación
de su devenir” (Talens y Zunzunegui, 1998: 36). El desarrollo de la obra responde a esta
complejidad de planteamientos y en ella encontramos, ciñéndonos al primer volumen,
trabajos dedicados a los cauces de difusión del cinematógrafo, la formación de una industria
y su lucha por los mercados, el público de los orígenes o los primeros modelos temáticos
y modos de representación. Emilio C. García Fernández, en su análisis del cine español
entre 1896 y 1939, complementa la semblanza histórica con un estudio de la legislación
que le ha afectado y de los mecanismos de circulación articulados en las fases clásicas de
producción, distribución y exhibición (García Fernández, 2002).
Unos autores ofrecen propuestas desde la lingüística, la semiología o el análisis del
discurso; otros examinan las estructuras institucionales, jurídicas y económicas; y no faltan
los que se reconocen como historiadores sociales y culturales. Un ejemplo muy sugerente
de las nuevas sendas que en nuestro país hoy siguen los historiadores del cine es la bien
estructurada compilación de trabajos a que su autor, Emeterio Díez Puertas, da precisamente
el título de Historia social del cine en España (2003). Desde su punto de vista materialista,
el cine es un producto de la sociedad y las relaciones sociales se manifiestan en prácticas
que están reguladas por el trabajo, los usos y el lenguaje, y que se corresponden con estas
tres grandes líneas de la historia social del cine: su estructura económica, sus usos socio-
políticos y su lenguaje. En relación a la primera de las variantes aborda el autor temas
como el precio de la entrada de cine, las crisis de producción del cine español, los pactos
proteccionistas, la dependencia tecnológica, las políticas cinematográficas o la situación
laboral de los actores. La censura y propaganda son dos piezas fundamentales de los usos
sociales del cine, mientras que en lo referente al lenguaje se ocupa del trasvase entre el
cine y otros territorios culturales, como los espectáculos y la literatura. También dentro de
esta corriente podemos incluir algunos de los libros coordinados por los profesores Montero
y Cabeza, uno de los cuales lleva el subtítulo de Estudios de historia social del cine (Montero
y Cabeza, 2005) y se divide en tres partes bien delimitadas: gentes que van al cine, cómo
influye el cine y las sociedades que presenta el cine. En el dedicado a la representación
cinematográfica de las ideas y movimientos sociales, los autores participantes parten
de la base de que el cine explica una sociedad y a la vez influye sobre ella (Cabeza y
Rodríguez, 2004). Justo cuando se redactaban estas líneas aparecía en el mercado la
primera historia del cine español desde la perspectiva de la historia cultural entendida como
“la parte de la historia dedicada a observar los procesos de cambio social a través de los
productos culturales” (Benet, 2012: 15). En su introducción defiende el autor la idea de que
“el cine refleja nuestra sociedad y, a partir de ella, los valores, las ideas, los iconos, las
visiones del mundo y las fantasías que han servido para reconocernos. Y, por supuesto, los
acontecimientos históricos, las resistencias y los traumas producidos por la incorporación
de España a la senda de la modernidad”, proceso que sirve al relato de principal tesis
articuladora. Claro que en este empeño no bastan los métodos del historiador: “También
son necesarios la reflexión sobre el estilo y las formas expresivas, el conocimiento de los
formatos, el estudio de los procesos industriales y los contextos de recepción que permiten
entender precisamente el papel documental de las imágenes”.
Una última tendencia que cabe reseñar es la que se refiere a la dimensión patrimonial
del cine, desde la que se han impulsado líneas de investigación muy fructíferas. Aparte
las que se dedican a las técnicas de conservación y restauración, la más prolífica es la
que podríamos denominar “arqueología del cine”, que no sólo ha corregido errores muy
arraigados en nuestra historiografía, como el de que la Salida de misa de la Virgen del
Pilar (Eduardo Jimeno, 1899) había sido la primera película española (Letamendi y Seguin,
1998), sino que ha esclarecido importantes aspectos de los orígenes del cinematógrafo
en España, recuperando títulos y desconocidos pioneros, y al tiempo dando cuenta de lo
irremediablemente perdido. Entre los resultados merecen resaltarse algunos importantes
trabajos regionales y de conjunto (Martínez, 1992; Letamendi Gárate y Ruiz Álvarez, 1996;
Letamendi y Seguin, 2000; González López, 2004), así como las primeras puestas en común
(De la Madrid, 1997; Sáiz Viadero, 2005) que muestran la pérdida de las perspectivas
globales de antaño, cargadas de errores, en aras de una necesaria fragmentación que
pronto pueda dar pie a síntesis más precisas y basadas en el conjunto del patrimonio y no
sólo en obras selectas.
Poco diferencia hoy, pues, al historiador del cine del historiador socio-cultural, tanto
en sus métodos como en sus objetivos. Recuperemos ahora la perspectiva del historiador
y el docente que se valen del cine para la explicación y comprensión del contenido de la
disciplina histórica. Como poco, el cine puede interesarles como eficaz y atractivo recurso
didáctico. Ahora bien, cabría preguntarse de partida: ¿qué cine puede ser útil para el
conocimiento de la Historia? Una primera respuesta, si bien parcial como se comprobará
más adelante, podría ser la siguiente: el cine documental, pues siempre será más riguroso
que el de ficción y sus imágenes están tomadas directamente de la realidad. Precisamente
el cinematógrafo nació como un invento científico que pretendía reproducir el movimiento y
captar la realidad tal cual era, o sea, documentarla. El que contempla con atención cualquiera
de las vistas filmadas por Lumière o sus operadores en los últimos años del siglo XIX no
puede sustraerse a la fascinación de estar penetrando la opacidad del tiempo y capturando
de forma harto mágica “fragmentos de realidad” pertenecientes a un pasado desaparecido.
En un único plano de duración inferior al minuto, sin montaje ni apenas artificios, vemos
discurrir la vida, o su apariencia real, de forma más precisa que la mejor pintura y con mayor
viveza que cualquier fotografía, ya sea documentando una acción (la salida de una fábrica,
la llegada de un tren) o un paisaje urbano repleto de transeúntes y carruajes, en escenas
dinámicas que muestran rostros, gestos, modas, tecnologías, hábitos sociales, desarrollos
urbanos... Se dice que los Lumière inauguraron, dentro de la historia del cine, la corriente
que une sus “vistas del natural” con el documental y, más adelante, con los movimientos
realistas y los verismos cinematográficos (Armes, 1976). Vistas y pequeños reportajes
fueron luego montados en los noticiarios (Pathé, Gaumont, Éclair), que durante décadas,
y convenientemente moldeados por la propaganda, serían los periódicos visuales de las
masas, tanto en regímenes totalitarios (UFA en la Alemania nazi, Luce en la Italia fascista,
No-Do en la España de Franco) como en los democráticos (Movietone, Paramount, The
March of Time).
Aunque pueden señalarse algunos antecedentes, el documental nació al tiempo que
el término que sirvió para designarlo, cuando, en los años 20, el británico John Grierson lo
aplicó a Nanouk el esquimal (1920-1922) y a Moana (1925), las pioneras películas de Robert
Flaherty que dieron carta de nacimiento al documental etnológico. También el soviético Dziga
Vertov contribuyó a la construcción teórica del documental con su revolucionaria fórmula
del “cine-ojo”. Muy pronto comenzó a diversificarse mostrando sus infinitas posibilidades:
el poema visual (Joris Ivens), la experimentación vanguardista (Alberto Cavalcanti,
Walter Rüttmann), la denuncia (Jean Vigo, Luis Buñuel, Joris Ivens) o la pedagogía social
(Grierson y la escuela documentalista británica, Pare Lorentz y la difusión del New Deal
en Norteamérica), o, en fin, el despliegue de su enorme potencial propagandístico (Leni
Riefenstahl y El triunfo de la voluntad). La Segunda Guerra Mundial, como no podía ser
de otro modo, impulsó el desarrollo de esta última tendencia, sobre todo en Alemania (los
filmes bélicos de Fritz Hippler) y en los Estados Unidos, donde reputados cineastas como
John Ford, John Huston, William Wyler o Frank Capra (la serie Why We Flight, 1942-1945)
contribuyeron al esfuerzo bélico desde la práctica de su oficio.
El sonido dotó al documental de una mayor inmediatez y amplificó la sensación de
realismo; la televisión le brindó una libertad sin precedentes por medio de novedosos y
más directos estilos de expresión audiovisual; y la ligereza y versatilidad de los equipos
de filmación lo liberaron del discurso cerrado del narrador omnisciente y propiciaron la
expresión de diversas voces que hablaban directamente a la cámara. Y todo ello hizo
posible lo que en América se conoció como “direct cinema” y en Francia el “cinéma-
verité”, cines de una inusitada vocación realista y que han hecho posible la complejidad y
contraposición de discursos que están en la base de toda realidad. Documentales de cariz
etnológico (Jean Rouch), científico (Jacques Cousteau), ecológico (Una verdad incómoda),
cultural (Woodstock, Ser y tener), artístico (El misterio Picasso), sociológico (Crónica de un
verano), religioso (El gran silencio) político (La hora de los hornos, La batalla de Chile) y de
recuperación de la memoria (Memoria de los campos, Shoah)... todos son susceptibles de
despertar el interés del profesor y del historiador. Frecuentemente relegados a la pequeña
pantalla, hoy han conseguido, sin embargo, atrapar la atención del público y algunos títulos
logran competir con la ficción por los éxitos de taquilla (recuérdese el caso de Michael
Moore).
En España, una vez superado el autocrático dominio del noticiario No-Do (1943-
1981), que supuestamente ponía el mundo “al alcance de todos los españoles”, el género
documental, que había dado sus mejores frutos en la guerra civil, fue un importante
instrumento de recuperación de la memoria (los filmes de Martín Patino, La vieja memoria,
Por qué perdimos la guerra, Los niños de Rusia), y hoy continúa siendo un activo y creativo
histor (en el original sentido griego, o sea, testigo) de las transformaciones de nuestro
tiempo (En construcción, El cielo gira), los problemas sociales (En la espalda del mundo), y
los conflictos políticos, sea nacionales (La pelota vasca) o internacionales (Fahrenheit 9/11,
Invierno en Bagdad).
El historiador, además, dispone hoy de una alternativa para canalizar el discurso
resultado de sus investigaciones, esto es, la posibilidad de explicar sus tesis por medio del
filme de montaje, en el que se combinan filmaciones ad hoc y materiales de archivo, tanto
películas como mapas, fotografías fijas, carteles, periódicos, gráficos, etcétera, siempre con
una intención didáctica o ensayística. Como ha escrito José Enrique Monterde, el filme de
montaje es un territorio privilegiado para el ensayo historiográfico y “uno de los epicentros
del cine histórico” (Monterde, 1986: 171).
Para un buen uso del documental como recurso didáctico de la historia es imprescindible
realizar previamente un acercamiento a su historia y su naturaleza. Respecto a la primera
es muy esclarecedora la brillante exposición en que Eric Barnouw (1996) traza en forma
diacrónica los desarrollos del género documental en sus distintas potencialidades: como
explorador, reportero, pintor, abogado, fiscal, poeta, cronista, observador, e incluso
guerrillero y agente catalizador. Desde otra perspectiva, María Antonia Paz y Julio Montero
(Paz y Montero, 2002) estudian su evolución integrándolo en el marco más amplio del cine
informativo, incluyendo pues a los noticiarios y al sentido informativo del cine de ficción, un
cine persuasivo, movilizador y propagandista que no sólo refleja de algún modo la realidad,
que no sólo la manipula, sino que la contribuye a crear. Y desde un punto de vista práctico
es inapreciable la reciente antología que lleva por título 100 documentales para explicar la
historia (Caparrós, Crusells y Mamblona, 2010), con una amplia selección comentada de los
documentales más señeros en la historia del género, incluyendo una amplia representación
de títulos hispanos. También contamos con destacables estudios del No-Do (Rodríguez,
1999; Tranche y Sánchez-Biosca, 2000; Rodríguez, 2008) que señalan el camino a seguir
en la explotación de una fuente de primer rango para el conocimiento del período franquista.
Ahora bien, también es preciso conocer la naturaleza propia del documental, sus
aspectos teóricos y metodológicos, así como las maneras específicas en que, más que
captar, representa la realidad (Nichols, 1997). Por muy auténticas que las imágenes
parezcan, en efecto, sería un error identificarlas con la realidad que representan. En primer
lugar, y aunque parezca obvio, hay que ser conscientes de que las imágenes son un artificio,
una ilusión de realidad, por cuanto se trata más bien de fotos fijas y puestas en serie a
las que sólo la persistencia retiniana o, mejor, el efecto phi que obra en nuestro cerebro
otorgan la apariencia de un movimiento real. Pero es que además nunca estamos ante una
realidad objetivamente filmada, ni siquiera en las virginales vistas de los Lumière, porque
sus operadores, incapaces de aprehender la totalidad de lo real, imbuyeron a sus imágenes
de subjetivismo, y por tanto las sometieron a manipulación, al seleccionar una perspectiva,
un foco de atención preciso (un campo visual y no otro entre todos los posibles) y una
acción fragmentada en un momento determinado del fluir temporal. Ni que decir tiene que la
introducción y perfeccionamiento del montaje, así como de la banda sonora, procuraron al
documentalista los poderes demiúrgicos que le permitieron reconstruir, modificar e incluso
inventar la realidad. La selección y el montaje implican claramente la construcción de un
discurso retórico tendente a la presentación de una realidad altamente verosímil, pues tanta
fuerza persuasiva tienen las imágenes, pero que el historiador deberá interpretar más bien
como una versión interesada o, como la ha denominado un autor, “un metalenguaje de la
realidad” (Monterde, 1983: 209).
Teniendo esto en cuenta, y que en los últimos tiempos se han desdibujado bastante
las fronteras entre la realidad y la ficción (docudramas, falsos documentales), es necesario
concluir este apartado reconociendo que no es tanta la diferencia entre ambas. El cine de
ficción es claramente una representación, pero, como se ha visto, el documental también lo
es. Lo que nos debe llevar a una doble consideración: por una parte, el documental es muy
válido como recurso didáctico siempre que no se confunda con un documento objetivo al
modo que lo entendía el positivismo, por lo que su utilización requiere una previa y rigurosa
crítica; y en segundo lugar, tal vez el cine de ficción, no tan alejado como se pretendía de
la supuesta autenticidad documental, puede ser un instrumento igualmente útil, sin perder
de vista, claro está, que también él, y de forma más evidente, es una representación de una
pretendida realidad o, como ya se dijo, la representación de una representación.
abstracta separación de niveles a que nos tienen acostumbrados los libros de historia. La
economía, sociedad, religión, mentalidades y cultura material están indisolublemente unidas
en la pantalla y han de ser representadas simultáneamente y sin permitirse ambigüedades.
En el discurso de los historiadores basta obviar las lagunas de conocimiento, pero en el cine
hay que mostrarlo todo, desde la vestimenta al calzado, desde el mobiliario a la gestualidad,
y para ello no cabe en muchos casos más que la opción de interpretar y de inventar. El rigor
y la documentación que este trabajo requiere revelan la profesionalidad y calidad de una
figura esencial en esta clase de filmes, la del director artístico. Su contribución es también
decisiva en otra de las capacidades y retos que son propios del lenguaje audiovisual: la
de reconstruir las maneras y los gestos, los sonidos de la historia (el silencio preindustrial,
el lenguaje de las campanas, los tonos de voz y lenguajes del pasado, las canciones y
músicas, la mescolanza de ruidos y gritos humanos a la manera de aquellas composiciones
musicales, “les cris de Paris” o de Londres), las luces del pasado (los violentos claroscuros
de los interiores, la tenue iluminación de las velas que Stanley Kubrick experimentó en
Barry Lindon (1975) usando una película de sensibilidad especial) e incluso los colores que
dominaban en una época determinada. Para ello el director de la fotografía parte a menudo
del patrimonio pictórico, aun a sabiendas de que una pintura tampoco puede confundirse
con la realidad, ya que no es más que una interpretación de la misma. El resultado ya no
son los ingenuos cuadros vivientes que imitaban la pintura historicista sino fascinantes
mundos, si no veraces, sí extraordinariamente verosímiles.
Esta diferenciación obliga a considerar la otra cara de la moneda y lleva a un primer
plano la advertencia de que el cine histórico nunca puede suplir a la historia escrita, de que
el cine por sí solo no es capaz de enseñar historia. Una película, por lo general, presenta
la historia como una narración cerrada, con su nudo, desarrollo y desenlace; la imbuye de
una fuerte carga dramática, llena de emociones, aventuras y heroísmo; y extrae de ella un
mensaje moral, a menudo en términos tranquilizadores de progreso. También suele ser
cautiva de la necesidad de imágenes concretas, por lo que difícilmente puede expresar
abstracciones y aserciones generales sobre la evolución histórica. Por un lado ha de recurrir a
la sinécdoque, o sea, a individualizar los procesos históricos en las experiencias personales
de sus protagonistas, de cuyas pasiones y sentimientos parece depender el devenir de los
acontecimientos, elevándose al rango de cuasi leyes generales que rigen la historia. De otra
parte, el lenguaje audiovisual ha de recurrir forzosamente a la condensación, a la síntesis y a
la simbolización, por lo que no se le puede pedir que reproduzca una verdad literal y exacta
(de lo que tampoco es capaz la historia escrita, a no ser que retrocedamos a postulados
positivistas), sino que alcance una verificable, documentable y sostenible verosimilitud, en
la que importan menos los hechos aislados (puntuales inexactitudes y anacronismos) que
el significado global de los acontecimientos que se transmiten (Rosenstone, 1995: 16).
Ahora bien, existen en la historia del cine estrategias que, superando los modelos
más convencionales del cine histórico, han conseguido paliar algunas de sus limitaciones.
Desde los tiempos del cine soviético ha habido cineastas que han evitado el individualismo
dando protagonismo a las masas (las películas de Eisenstein, los cines anticolonialistas
de Sanjinés o Diegues) o elaborando películas corales (La Marsellesa de Jean Renoir);
otros han huido del espectáculo y del dramatismo y, por tanto, de la identificación emotiva,
por medio de un distanciamiento brechtiano que disminuye el poder de fascinación que el
cine posee y devuelve al espectador la capacidad de posicionarse racionalmente ante los
mensajes que recibe (las películas históricas de Rossellini, el Wynstanley de Brownlow y
Mollo); y hay quienes han dinamitado la sensación de realismo para no hacer olvidar que
siempre estamos frente a una representación que interpreta pero no pretende usurpar ni
monopolizar la comprensión del pasado. Otras estrategias de acercamiento a la historia han
empleado incluso el anacronismo como recurso creativo (Culloden, de Peter Watkins), han
puesto en evidencia la estrecha dependencia entre pasado y presente (La Commune, del
propio Watkins) o han elaborado discursos complejos, abiertos y debatibles con la misma
densidad intelectual que a priori sólo podría encontrarse en los ensayos históricos. Pocas
monografías escritas, por ejemplo, contienen una reflexión tan profunda sobre el cambio
histórico como El Gatopardo (1963) de Luchino Visconti. Y en fin, frente a los discursos
dominantes del imperialismo occidental, de cuya mano dio el cine sus primeros pasos,
cineastas del antes llamado “tercer mundo” han reescrito sus propias historias proponiendo
contra-verdades, contra-narrativas anticolonialistas y antieurocéntricas, para lo que no han
dudado en superar “las convenciones de realismo dramático en favor de modos y estrategias
como lo carnavalesco, lo antropófago, el realismo mágico, la modernidad reflexiva y la
posmodernidad resistente” (Shohat y Stam, 2002: 282). Tantas son las vías exploradas
en las últimas décadas por el cine histórico que, en efecto, como sostiene Rosenstone,
“obligan a una revisión de lo que entendemos por historia” (Rosenstone, 1997: 48-49).
Hoy buena parte de ese cine histórico que antes era tan difícil conocer directamente
es accesible de un modo u otro. También el profesor y el historiador disponen de guías,
selecciones, antologías y fichas didácticas para su mejor utilización en las aulas, aunque
demasiadas veces se limitan a enumerar películas con breves e inconsistentes comentarios
y sin discriminar unas de otras, metiendo en el mismo saco películas deleznables y
obras maestras, historias triviales que utilizan la historia como coartada comercial y
reconstrucciones de indudable rigor histórico o ensayístico. Sumamente interesante es la
síntesis general que ofrece el maestro Marc Ferro de la visión de la historia que ha dado el
cine, partiendo de la premisa de que “con frecuencia son las imágenes, más que lo escrito,
las que marcan la memoria, la comprensión de las nuevas generaciones” (Ferro, 2008:
7). No faltan, junto a la de Ferro, otras revisiones del cine histórico en general (Orellana,
1983; Bourget, 1992; Alberich, 2009; Pinuaga y Van der Vaart, 2010) o del hollywoodiense
en particular (Rollins, 1987; Laborda, 2010). Y hasta se dispone de estudios y selecciones
de películas adscribibles a las distintas áreas académicas del conocimiento histórico: el
Egipto faraónico (Llagostera Cuenca, 2012), el “peplum” o cine de griegos y romanos
(Solomon, 1979; Duplá e Iriarte, 1990; Lillo Redonet, 1994 y 1997; España, 1997; Prieto
Arciniega, 2011), el medievo (Centre Européen d’Art, 2001 y Alonso et al., 2007), la
Edad Moderna (Santana Pérez, 2008), la Revolución francesa (Martín y Rubio, 1990); la
Edad Contemporánea (Caparrós Lera, 1997a), el siglo XX (Hueso, 1997; Sand, 2004), la
Historia de España (Yraola, 1997; Alba Sanz y Rubio Lucía, 2007; Payán, 2007; Navarrete
Cardero, 2009; González González, 2009; Abajo de Pablos et al., 2009; Valero, 2010) y
la de América (Pérez Murillo, 1999; España, 2002). El profesor tiene hoy en día, pues,
enormes posibilidades en la elección de los recursos que mejor se adapten a sus propósitos
didácticos.
problemas del presente” (Ferro, 2008: 163). A propósito de Octubre (1927), la película de
Serguei M. Eisenstein que conmemoró los primeros diez años de la Revolución soviética,
advertía Esteve Riambau que “todo film constituye un reflejo del contexto histórico en que
ha sido realizado. Si además este film aborda un tema histórico pretérito, la articulación cine/
historia se produce a un doble nivel: el del film como instrumento de análisis y reproducción
de un hecho histórico, y también como paralelo reflejo contemporáneo de las circunstancias
históricas en el momento de su producción” (Riambau, 1983: 67). Puede establecerse,
por ejemplo, una estrecha relación entre dos películas tan diferentes como Alexander
Nevsky (Serguei M. Eisenstein, 1938) y La Marsellesa (Jean Renoir, 1938). La soviética
se ambienta en el siglo XIII en Rusia y narra la victoria del príncipe de Novgorod sobre las
huestes invasoras de la Orden Teutónica en el lago Peipus; la francesa cuenta los primeros
compases de la Revolución de 1789 y termina en los prolegómenos de la batalla de Valmy
(1792) en que las milicias revolucionarias derrotaron a los ejércitos prusianos. En ambas
se trata de una batalla, pero el principal nexo que las une es el año de su producción, que
permite interpretarlas como una patriótica reacción de advertencia a la política belicista y
expansionista de la Alemania nazi en vísperas de la guerra. En la misma forma la obsesión
del cine italiano por recrear la grandeza de la antigua Roma se explica por las veleidades de
expansión colonial del régimen fascista. Resultaría imposible entender Espartaco (Stanley
Kubrick, 1960) sin contextualizarla en la descolonización, la guerra fría y la reciente “caza de
brujas” que había impuesto en Hollywood las listas negras; o analizar Paseo por el amor y
la muerte (John Huston, 1969) y Winstanley (Kevin Brownlow, 1975) sin tener en cuenta sus
referencias a mayo del 68 y al movimiento hippie. Un último ejemplo bastará para asentar
esta idea, aunque para ello pueda pecarse de simplificación: el cine histórico ha representado
y explicado, cada película a su modo, el proceso de la Revolución francesa; pero de lo
que no cabe duda es de que al mismo tiempo ha ido documentando las transformaciones
ideológicas experimentadas a lo largo del siglo XX: Las dos huérfanas (David W. Griffith,
1922) ilustra la aversión norteamericana a las revoluciones, cuando acababa de producirse
la soviética; el Napoleón de Abel Gance (1927) revela las soluciones caudillistas, y hasta
prefascistas, a que apelaba la derecha francesa en el período de entreguerras; La Marsellesa
(Jean Renoir, 1938) refleja a la perfección el ambiente del Frente Popular francés; Dantón
(Andrej Wajda, 1982) cuenta en realidad la lucha del sindicato Solidarność contra el régimen
comunista polaco; La inglesa y el duque (Eric Rohmer, 2001) recoge las tesis revisionistas
que acerca de la Revolución proliferaron en los años posteriores a la celebración de su
segundo centenario; y, por último, María Antonieta (Sofia Coppola, 2006) rezuma posturas
posmodernistas que abogan por la abolición de la alteridad del tiempo.
Si una película histórica es susceptible de ser interrogada en estos dos niveles, la
que no está ambientada en un pasado puede ser leída históricamente no en el primero
(representación de una época histórica, aunque el paso del tiempo también le otorgará esa
lectura) pero sí en el segundo, el que la considera en su calidad de producto industrial, pero
también cultural e ideológico, del momento en que surge. De manera que puede concluirse
que toda película, cualquiera que sea su género, su calidad, sus pretensiones, es histórica;
en otras palabras, toda película puede ser utilizada como documento histórico.
¿Puede conocerse una sociedad, una época, a partir del estudio del cine que ha
producido? Es indudable que no solo con el cine, pero tampoco se puede sin tener en
cuenta al cine entre la panoplia de fuentes a utilizar. En una obra muy criticada, pero que
no puede dejar de tomarse como primera referencia y que conserva intacto su poder de
sugerencia desde el mismo título, De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine
alemán (1947), Sigfried Kracauer partía de la idea de que “las películas de una nación
reflejan su mentalidad de forma más directa que otros medios artísticos”, puesto que, al ser
una obra colectiva, el cine “corporiza una mezcla de intereses y tendencias heterogéneas” y
además “satisface deseos reales de las masas” (Kracauer, 1985: 13). En una época en que
los historiadores aún no habían incorporado a su léxico el término “mentalidades”, el autor
alemán sostenía: “Más que credos explícitos, lo que las películas reflejan son tendencias
psicológicas, los estratos profundos de la mentalidad colectiva que –más o menos– corren
por debajo de la dimensión consciente” (Kracauer, 1985: 14). Aunque se ha cuestionado el
carácter sistemático y determinista con que Kracauer relacionaba el cine con la sociedad,
su obra sirvió para despertar el interés de los historiadores hacia un medio que, de una
forma o de otra, se revelaba como documento esencial para la comprensión del siglo XX.
Como ha escrito Martin A. Jackson, fundador del Historians Film Committee en los Estados
Unidos, el cine, como modo de expresión por excelencia en el último siglo, “ha de ser
considerado como uno de los depositarios del pensamiento del siglo XX, en la medida
en que refleja ampliamente la mentalidad de los hombres y mujeres que hacen los films”,
de manera que “ayuda a comprender el espíritu de nuestro tiempo” (Jackson, 1983: 14).
También los historiadores de Annales se toparon con el cine al tratar de acceder al tercer
nivel de la mano de las mentalidades. Así, Jacques Le Goff conceptuó a los mass-media,
entre los que estaría el cine, como “vehículos y matrices privilegiadas de las mentalidades”
o “las nebulosas de donde cristalizan las mentalidades” (Le Goff, 1980: 94).
Fue así como Marc Ferro, la figura clave en las “liaisons dangereuses” que establecerían
el cine y la historia, comenzó a preocuparse por explorar y dotar de contenido teórico a lo que
hasta entonces no habían sido más que iniciativas aisladas y de escaso rigor metodológico.
Para Ferro, “las películas cuya acción es contemporánea al rodaje no sólo constituyen un
testimonio sobre la mentalidad de la época en que se realizaron, sino que también contienen
elementos de mayor alcance, transmitiéndonos la imagen real del pasado”. El problema es
entonces metodológico: “se trata de filtrar los elementos de realidad a partir de la ficción
y lo imaginario” (Ferro, 1995: 67). Por medio del análisis de diversos filmes demuestra
que cualquiera de ellos “queda desbordado siempre por su contenido” y que más allá de
la realidad es posible captar una zona de historia escondida, no visible, que revela las
autocensuras y los lapsus de una sociedad o una creación artística y configura un contra-
análisis de la sociedad o una contra-historia, no oficial, “alejada de esos archivos escritos
que muchas veces no son más que la memoria conservada de nuestras instituciones”
(Ferro, 1995: 55, 27 y 17).
Por su parte, Pierre Sorlin advierte de que “las películas no son la realidad pero nunca
se apartan totalmente de la situación real; como espejos que enmarcan, limitan, a veces
distorsionan, pero eventualmente reflejan lo que está frente a ellos, los filmes exhiben
aspectos de la sociedad que los produce” (Sorlin, 1996: 23). Las mentalidades se visualizan
a través de imágenes, que son expresiones ideológicas de naturaleza polisémica, por lo
que hay que leerlas de modo distinto a los textos escritos. Se trata de discursos construidos
según reglas estrictas. Una película, pues, no se reduce a su argumento; hay que atender
también al modo en que se construye su representación. Lo que se encuentra en el cine
es, en efecto, “una proyección, una presentación construida, lo contrario de una imagen
ingenua”. El filme pone en escena al mundo y la tarea del historiador, según el enfoque
sociohistórico que el autor propone, consiste en “definir según qué reglas se transcribe
el mundo en imágenes sonorizadas”. Los filmes no son considerados ya “como simples
ventanas que dan al universo”; por el contrario, “constituyen uno de los instrumentos de
que dispone una sociedad para ponerse en escena y mostrarse” (Sorlin, 1985: 252). Sigue
siendo indispensable, sí, comenzar haciendo “el inventario de lo que queda iluminado por
el contexto”, pero en seguida “hay que aceptar los filmes como puestas en escena del
universo social, y fijarse no sólo en lo que muestran, sino en la manera en que organizan
Como también indicara Marc Ferro, el cine no se limita a ser un documento histórico,
sino que es también un agente de la historia, o sea, es capaz de crear o contribuir a crear el
acontecimiento. El cine de propaganda antaño y hoy la televisión tienen el poder de suplantar
la realidad con una realidad paralela que manipula información y modela mentalidades
y memorias colectivas. Por lo general, ha sido un cauce de las ideologías dominantes,
oficiales; pero también ha sido capaz de subvertirlas y modificarlas. Ferro recuerda los
casos de dos documentales, Mein Kampf (Erwin Leiser, 1962) y Le chagrin et la pitié
(Marcel Ophüls, 1973), que lograron enfrentar a alemanes y franceses respectivamente
con el oscuro pasado del nazismo y el colaboracionismo durante la II Guerra Mundial,
rompiendo con el olvido o con una memoria excesivamente condescendiente (Ferro, 1995:
17). Lo mismo podría decirse de la memoria del holocausto, que el cine, después de muchos
años de silencio, ayudó a visibilizar. En España habría que insistir en la importancia de los
cineclubs, durante los años de franquismo y la primera transición, en la formación de una
conciencia crítica. El cine fue asimismo decisivo en la ruptura de tabúes, en el impulso de
un cambio político y social y en la conquista de la libertad de expresión, por no hablar de
modas y modelos de identidad y de conducta.
El desarrollo de este potencial que también es patrimonio del cine nos llevaría muy
lejos. Aquí, para terminar, basta con subrayar la idea de que, en el nivel de accesibilidad
que hoy tienen los medios audiovisuales, resulta incomprensible estudiar la historia del siglo
XX despreciando al cine y la televisión como agentes, documentos, recursos didácticos
y canales de expresión historiográfica. Como ha escrito Shlomo Sand, “si en 1900 la
educación nacional era el principal alimento de la memoria colectiva, no sería descabellado
afirmar que, en 2000, la comunicación audiovisual se ha convertido en la matriz principal del
«recuerdo»” (Sand, 2004: 501). Las películas, tanto documentales como de ficción, no sólo
nos hablan de los grandes acontecimientos; también permiten seguir la evolución de los
discursos políticos, las ideologías y mentalidades, las relaciones familiares y de género, los
conflictos generacionales o los problemas sociales (la emigración, la sociabilidad, la infancia
y la vejez, los conflictos de todo tipo) y, en definitiva, el imaginario que, no por menos visible,
es también hacedor de la historia. No hay que olvidar que el cine y la televisión han sido los
mass-media más poderosos de que ha dispuesto el siglo XX; que durante décadas, ya fuera
en familia o en grupos de edad, las poblaciones han consumido e interiorizado millares y
millares de películas con las que han interactuado y, en muchos casos, han alimentado sus
sueños, pulsiones y aspiraciones más profundas.
Se trata, pues, de aprender y enseñar a mirar el cine de un modo diferente, sin
renunciar, claro está, a lo que es su esencia, el entretenimiento y el goce estético. Pero
además aprovechando sus potencialidades para, a través de él, conocer mejor la historia,
tanto en los discursos explícitos que contiene como haciendo aflorar lo que está escondido.
Se trata de que, como historiadores o, mejor, como ciudadanos, sepamos sencillamente
leer un periódico, y ver una película o un telediario, con las necesarias herramientas
decodificadoras para que la enorme fascinación que producen las imágenes no logre
suspender por completo nuestra conciencia crítica.
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transcripción, así como faltaban numerosos datos en relación con el soporte mismo de la
escritura. De hecho, es significativo que en las Actas del Congreso de Historia de Castilla-
La Mancha, celebrado en 1986 y publicadas en 1988, existieran múltiples aportaciones
sobre arqueología con las excavaciones en diversas localidades, así como un par de
contribuciones sobre la región en las fuentes literarias de la antigüedad, pero sin embargo la
epigrafía latina quedaba en ellas sin una mínima sistematización. Con ello una de las fuentes
esenciales para la reconstrucción de la Historia Antigua de la región se encontraba en un
estado particularmente precario que contrastaba con otras muchas regiones españolas.
Afortunadamente el panorama en el momento actual, sin ser precisamente ideal,
ha comenzado a cambiar en los últimos años. Esta transformación ha pasado por algunas
novedades en unos estudios que como señalamos hasta ahora eran prácticamente
inexistentes, y que son imprescindibles para que los investigadores puedan acceder a
documentos originales. Quizás los puntos iniciales del cambio los debamos fijar en una
fecha algo más antigua, en la publicación del corpus de inscripciones de Segobriga, una
obra póstuma de M. Almagro Basch, en la serie de trabajos de este investigador sobre la
ciudad celtibero-romana, y sobre todo hace dos décadas con la publicación del corpus
de inscripciones latinas de la provincia de Albacete, elaborado por J. M. Abascal Palazón.
Más allá del modesto número de las inscripciones recogido en éste repertorio, no hay
ninguna colección epigráfica importante procedente de alguno de los núcleos romanos de
la provincia, de la dispersión de las mismas en el territorio, y de su carácter en inmensa
mayoría no monumentales, lo cierto es que la obra de Abascal sobre Albacete incorporaba
la primera monografía con un corpus provincial en la región, después de un artículo del
propio autor sobre la epigrafía de Guadalajara.
Por esta misma época comenzó la publicación puntual de nuevos epígrafes
latinos que aparecían en territorios diversos de la región. Es cierto que la mayoría de
estas inscripciones eran de un valor secundario, constituidos en especial por epígrafes
funerarios, que constituyen siempre más de la mitad de las inscripciones latinas (en la
región alcanzan el 80 %). Aún y así, estas inscripciones venían a aportar una modesta
pero novedosa información para el conocimiento de la romanización, que se detectaba
mucho menos limitada de lo que hasta ahora se había supuesto. En este sentido podemos
destacar, a título de buenos ejemplos, las aportaciones de J. Mangas Manjarrés y de J.
Carrobles Santos con la publicación de nuevas inscripciones latinas halladas en la provincia
de Toledo, las posteriores novedades de epigrafía romana en la provincia de Albacete del
citado J. M. Abascal Palazón y R. Sanz Gamo, el estudio acerca de las fuentes epigráficas
de Laminium (Alhambra, Ciudad Real) por L. A. Domingo Puertas, o las publicaciones de
inscripciones en la provincia de Cuenca, en Campillo de Altobuey por A. Martínez Valle, Osa
de la Vega por J. M. Abascal Palazón, o Iniesta por M. A. Valero Tévar.
Igualmente en este tiempo se han producido otras aportaciones puntuales que han
venido a completar informaciones documentales. Las principales, sin duda, corresponden
a los hallazgos realizados en Segobriga, en especial en las excavaciones realizadas en la
última década, potenciadas por su conversión en Parque Arqueológico que han facilitado
el despliegue de las excavaciones. Sobre ellas trataremos más adelante, al haber sido con
posterioridad objeto de publicación de una importante monografía. Como señalaron en su
día M. Fernández-Miranda, J. Mangas y D. Plácido, la epigrafía romana de Talavera de la
Reina, uno de los tres grandes centros al respecto de la región, precisaba de una revisión,
sistematización y publicación de piezas inéditas. Dicho trabajo ha sido desarrollado, por
separado, en diversas contribuciones de D. Urbina Martínez, E. Gozalbes Cravioto y C.
Pacheco Jiménez.
381
La nómina de los intervinientes en las conferencias es particularmente amplio, entre
los que podemos destacar a Miguel Ángel Valero Tévar, Juan Manuel Rojas, Alejandro
Vicente, Óscar López, Maria Victoria Martínez, Germán López, Francisco-José López, Rui
de Almeida, Raúl da Silva, José Manuel Illán, Jorge Morín, Jose David Busquier, David
Gallego, Susana Gómez, Enrique Gozalbes, Vicente Malabia, Daniel León, Juan José Cano,
Maria José Mendoza, José María López, Hipólito Ruiz, Michel Muñoz, Santiago Domínguez,
Fernando Vela, José Enrique Benito, José Luís Simón, Francisco Tordera o Gabriel Segura.
Intervenciones en las que se desarrollan aspectos importantes de presentación de un
material que ofrece elementos para la reconstrucción histórica del pasado conquense.
Los temas publicados en las intervenciones son muy amplios y su análisis detallado
rebasa el espacio de una reseña de estas características. Si el Paleolítico y el Neolítico
quedan al margen de las mismas, sin embargo el Calcolítico o Eneolítico sí está presente a
partir del estudio del yacimiento del Alto del Romo en Tarancón, la Edad del Bronce a través
de dos importantes estaciones como son las de Las Madrigueras II en Carrascosa del
Campo, y cercano al anterior el de El Esplegar. La época prerromana está presente a partir
del importantísimo poblado y necrópolis de Los Canónigos en Arcas del Villar, que muestra
la presencia de elementos culturales ibéricos en las proximidades mismas de la ciudad de
Cuenca. La época romana está presente a través del asentamiento rural de comienzos de
la época imperial de Arroyo del Egidillo en Villanueva de los Escuderos, o la mina romana
de lapis specularis (espejuelo) Vallejo del Castillejo en Horcajada de la Torre. La etapa
andalusí está presente a partir del centro rural de Corrales de Mocheta en Carrascosa del
Campo. Finalmente, toda la parte de reconstrucción, rehabilitación contiene secciones tan
interesantes como las referidas a la propia ciudad de Cuenca, al monasterio de Uclés, al
castillo de Belmonte, o al conjunto patrimonial de Moya.
Hoy se habla mucho, como panacea, por parte de la administración regional de la
intervención privada en la cultura. Estas aportaciones son un ejemplo de cómo, más allá
de los eslóganes, la financiación de la cultura por parte de particulares puede producirse,
está presente en la inmensa mayoría de esas intervenciones, pero para ello se requiere
el imprescindible fomento de lo público, y la estricta tutela pública sobre los bienes
patrimoniales. En épocas de bajos presupuestos para investigación arqueológica, estas
aportaciones son muestra de que se pueden hacer cosas para mantener la generación de
conocimiento, y la difusión social del mismo.
Sin duda, el punto más débil de este tipo de publicaciones se encuentra en la propia
limitación y dificultad de su difusión. Ello no es óbice para que consideremos que se trata de
una publicación importante, obra de sus colaboradores indudablemente, pero también fruto
del buen quehacer de C. Villar y A. Madrigal, a quienes no podemos menos que reconocer
su esfuerzo y felicitar por los resultados.
383
independientes unos de los otros, con escasa conexión. De la ciudad romana del sur de la
Celtiberia, se va a los mármoles usados en la decoración de la ciudad romana de Segobriga.
El libro puede llegar a confundir al lector o consultante e incluso a los lectores de una
obra explicativa, que en el caso de algunos capítulos, es reiterativa y de difícil comprensión
como en el caso de los mármoles empleados en la construcción de la ciudad de Segobriga
o el personaje de Spantamicus, que contribuye al enlosado del foro de Segóbriga, ejemplo
de evergetismo, que no será olvidado por las veces en las que queda recogido en diferentes
capítulos. Muestra, sin duda, del impacto que la aparición del texto del enlosado del foro de
Segobriga ha causado en la comunidad de investigadores sobre la región.
A nuestro juicio, y pese a todo, la obra parece solventar los riesgos que surgen y en
buena parte enunciados. Los historiadores de renombre que participan, y el apoyo y la
sólida utilización de las fuentes, junto con la información de la arqueología, semeja estar
muy bien articulada. Cada uno de los expertos, asume la elaboración de su parte del trabajo
encomendado, más allá de la puesta en común de la información. De esta forma, se ofrece
como producto final una información fidedigna apoyada en el conocimiento más directo de
toda la información.
La obra completa la información con importante documentación bibliográfica al final
de cada uno de los capítulos, más que suficiente para el lector interesado, el estudiante o
los doctorando, integrando además imágenes. La imagen de la portada es bella y llama la
atención, por el color rojo de la portada que contrasta con las diferentes tonalidades del
teatro romano de Segobriga. El tamaño de la letra es el adecuado y la distribución de las
imágenes equitativa lo que confiere a las páginas, una visión armónica del conjunto. La
información que recogen los autores es en algunos casos muy amplia e intenta ofrecer una
visión integral de la que hasta no hace mucho tiempo, no hubiera podido realizarse.
El prólogo del volumen (pp. 11-12), es presentado por una institución en el mundo de la
Historia Antigua española, José María Blázquez Martínez, que presenta la obra enumerando
las ciudades romanas a las que se hará referencia. Felicita al tiempo al coordinador de la
obra, Dr. Carrasco Serrano por su dedicación en el trabajo en esta obra. El mismo autor,
firma también el capítulo que nos habla del estado actual de las investigaciones romanas
en la ciudad de Toledo (pp. 57-85), en línea con las modernas corrientes historiográficas.
La introducción de la obra la realiza, el coordinador de la misma (pp. 13-14), profesor de
la Universidad de Castilla-La Mancha. Ofrece una exposición de motivos y enmarca, la
colaboración de cada unos de los redactores participantes. El mismo autor firma también
el capítulo de los Núcleos de población romanos en el ámbito territorial de la provincia de
Ciudad Real (pp. 29-55). Nos refiere a Laminium, Oretum y Mentesa a la luz de las nuevas
investigaciones y con las fuentes antiguas.
Las consecuencias de la romanización, en el entorno de las ciudades iberas y el
traslado a los asentamientos romanos en el proceso de integración, junto con las nuevas
localizaciones de las ciudades romanas, la promoción jurídica y la movilidad social son
analizadas(pp. 15-28) por Leonard A. Curchin, profesor de la Universidad de Waterloo en
Canadá. El autor analiza el tipo de ubicación y estructura de la ciudad en los valles y
alturas en relación a los iberos y a los nuevos habitantes romanos, planteando el cómo
construir de la forma más adecuada y la evolución del pensamiento en cuanto a lo que
implica la lealtad a Roma en el desarrollo urbano. Curchin analiza muy bien el significado
de las promociones jurídicas y su papel, en el proceso de integración de las comunidades
indígenas en la romanización y las consecuencias en la transformación de las ciudades por
su monumentalización.
Después, se estudian las poblaciones romanas estipendiarias del conventus
Carthaginiensis entre las que incluye Laminium, Oretum, Mentesa y Sisapo, por Gregorio
388
Desarrollando las cuestiones presentadas en ese trabajo introductorio, la obra se
estructura en dos grandes secciones: «la creación de la identidad medieval», centrada en
el análisis de los procesos de identidad experimentados en las sociedades medievales;
y «la recreación de la identidad medieval», organizada como espacio de examen de las
percepciones alternativas/complementarias de esa identidad medieval, producto de la
percepción que, sobre dichos problemas, se ha tenido con posterioridad.
Aunque ambas secciones están diseñadas con acierto, se constata una mayor
preocupación por la construcción de un marco analítico más riguroso y detallista en el caso
de la primera sección. Aquí, el examen de los problemas relacionados con la identidad se
ha vertebrado en cuatro áreas de trabajo: el mundo que rodea a los actores sociales (de
manera más inmediata o más mediata o incluso abstracta), la lengua, los propios grupos
sociales protagonistas de estos procesos de identidad, y la educación y la enseñanza como
campos de producción de identidades.
El mundo medieval es analizado en términos de identidad a partir de su consideración
en términos de reconocimiento de una cosmovisión cuya producción, como es sabido, viene
influida de manera determinante por el discurso ideológico de la Iglesia. Un discurso que, de
manera general, da lugar a la creación de referentes de identidad grupal elaborados sobre la
base de la noción universitas, y en el que se enfatiza especialmente el trinomio productor de
identidades «lengua, territorio y soberano» (comunes). En ese marco, se inserta el examen
de los elementos culturales, especialmente artísticos pero también literarios, que expresan
la formulación de referentes de identidad propios/ajenos, analizándose su desarrollo e
influencias en el área catalana, especialmente en el románico. Uno de los elementos que
sobresale en las dos contribuciones que integran este subapartado, es su capacidad de poner
en comunicación las percepciones propiamente medievales y modernas y posmodernas, el
examen del modo en el que los historiados contemplan el desarrollo de sus elementos de
identidad y la forma en que dichos procesos han sido abordados por la historiografía.
La lengua, el segundo bloque de trabajo de la sección primera, constituye una
prolongación de los intereses analíticos mostrados en el examen de esa que podríamos
denominar identidad-mundo, aunque lo hace en términos críticos pues abre un interesante
debate con el subapartado precedente, esencialmente en lo que concierne a la concepción
de las identidades territorial y lingüística, que aquí no se definen como necesariamente
concurrentes en todos los casos, matizando así lo planteado con anterioridad. A partir de
dos estudios de caso, se examina el problema de la lengua y las lenguas como instrumento
de diferenciación pero también de conexión cultural.
El subapartado tercero constituye el bloque más «político» de la obra, al dedicarse al
estudio de los referentes de identidad que conforman a los colectivos campesino, ciudadano,
y noble (incluida la relación con el noble por excelencia, el monarca). En general, las
conclusiones presentadas son bien conocidas, pero en estos estudios se aprovecha para
profundizar en algunos aspectos singulares tanto de los problemas como de la presentación
de la identidad y sus referentes. Así por ejemplo, la construcción de la identidad campesina
se realiza en un marco específico, a partir de las percepciones surgidas en su dependencia
de y confrontación con los señores, proporcionando unas vívidas imágenes de identidad
en un marco analítico comparativo muy de agradecer, en el que el espacio catalán se pone
en relación con situaciones y ejemplos similares en otros ámbitos del espacio europeo.
Especialmente relevante resulta la contribución final, dedicada al análisis de las obras
históricas medievales -especialmente la cronística- en el marco de un enfoque analítico
post-modernista, en el que la obra histórica es entendida en términos de su funcionalidad
política, tanto en términos de su intencionalidad como del análisis que cabe hacer de ella
desde planteamientos de ciencia histórica.
391
puede acarrear su mal uso o desperdicio. Primero se valoran las disposiciones en la obra
de Alfonso X como marco jurídico referencial para la Corona de Castilla por Juan Antonio
Bonachía y a continuación Mª Isabel del Val analiza las disposiciones que sobre este tema
aparecen en diversos fueros de la Corona de Castilla. El tercer trabajo, de carácter general,
podía haber sido el primero como introductorio de libro, es una valoración general sobre las
obras hidráulicas en la Edad Media hispana. Mientras que los otros dos trabajos se deben
a consagrados medievalistas, el tercero se debe a un técnico, Ingeniero de Caminos, con lo
cual se aporta una visión diferente, a la que prima en los restantes trabajos que conforman
el libro, y que enriquece la obra. Me parece acertada esta participación, igual que la de los
otros dos trabajos que cierran esta primera parte. Uno es el de Francisco Granero que valora
la transcendencia del agua en algunas construcciones. En el otro Víctor Pérez Álvarez
relaciona la preocupación por la medida del tiempo, utilizando el agua en artefactos como
las clepsidras y demuestra otras posibilidades que tiene el agua como objeto de estudio.
En esta primera parte introductoria se aporta la infraestructura necesaria para valorar las
relaciones de las personas con el agua atendiendo a la norma jurídica, las posibilidades
que ofrece como ordenación del espacio y su importancia para un mejor conocimiento de
técnicas y valorar su transcendencia en la vida de las personas.
La segunda parte, la más extensa del libro, comprende una variada y bien seleccionada
muestra de las posibilidades que ofrecen los estudios hidráulicos. La mayor parte de estos
trabajos se refieren a la Corona de Castilla, Toledo (Ricardo Izquierdo), Madrid (Eduardo
Jiménez), Vitoria (José Rodríguez) y Sevilla (Manuel F. Fernández). Jesús Brufal aporta
un interesante análisis sobre los problemas que ofrece una valoración general interesante,
teniendo en cuenta tres temas fundamentales, el aprovisionamiento, la distribución y la
evacuación del agua. Sin duda, ésta es la parte del libro que contiene una serie de cuestiones
que trazan un buen panorama del uso del agua y de los problemas que el mismo plantea
en diversos lugares de la Península, lo cual diseña un panorama general, pero en cada
caso profundo y bien construido, de la importancia del agua y de su aplicación mediante
sistemas hidráulicos para el desarrollo económico y las mejoras en la calidad de vida de las
personas. Todos estos trabajos contributivos suponen un gran avance en el conocimiento
y las investigaciones sobre cuestiones hidráulicas.
La tercera parte es muy variada y en los tres trabajos que cierran el libro se profundiza
en cuestiones tan diversas como los problemas analizados por Beatriz Arízaga en relación
a toda la serie de temas que pueden plantearse en la ría de Deva entre las poblaciones
ribereñas y las diversas cuestiones que se derivan de su utilización. Tras este trabajo sobre
el País Vasco, hay dos trabajos, uno sobre Portugal y otro sobre Francia, con los que se
cierra el libro y son una importante referencia, puesto que en ellos se plantean problemas
sobre la navegación de los ríos o sobre la pesca (Margarida Gárquez Ventura) y los
conflictos derivados de la pesca con artilugios y, también, la navegación en los ríos próximos
a Bayona (Michel Bochaca). Estos problemas son semejantes a los que acaecían en los
territorios de la Península Ibérica. Por tanto, estas dos últimas aportaciones manifiestan
que los problemas referidos a los aprovechamientos y usos hidráulicos son semejantes
por lo menos en la Europa meridional, aunque me atrevería a afirmar que en el resto del
continente.
Como colofón a todo lo indicado, insisto que este libro que comento, supone un
magnífico mosaico sobre las relaciones de las personas con el agua en la Edad Media.
Relaciones buenas, malas, de uso, de aprovechamiento o causa de conflicto. Pero que
manifiestan la relación continua y necesaria para la vida que las personas de todos los
tiempos han mantenido con el agua y su utilización. El agua, bien público, origina unas
plusvalías con su aprovechamiento. Por ello, surgen los problemas e, incluso, los conflictos,
394
La financiación como actividad consustancial a la figura del mercader profesional
requería asimismo el dominio de los instrumentos mercantiles necesarios para satisfacer
las demandas de consumo e inversión, a saber, el crédito y el préstamo. Las razones por
las que algunos comerciantes llegaron a convertirse en prestamistas a fines de la Edad
Media son las que interesan a D. Carvajal de la Vega, en cuyo estudio nos presenta a estos
profesionales de los negocios en su doble vertiente de acreedores y deudores, obteniendo
beneficios gracias al movimiento de capital, generando vínculos socio-económicos muy
estrechos y presumiendo de una liquidez y solvencia financieras que pronto los convertirán
en verdaderos protagonistas de la actividad económica castellana. En definitiva, concluye el
autor, el crédito ejerció como impulsor fundamental de la economía poniendo estos grandes
mercaderes su “liquidez al servicio del mercado” (p. 71).
Redes, pues, de intercambio comercial pero también financieras. Los protagonistas
de este estudio son negociantes y arrendadores de rentas reales y concejiles, fiadores,
inversores en deuda pública y prestamistas, que desempeñan cargos administrativos, copan
los regimientos y alcanzan cotas de poder cada vez mayores en el seno de los gobiernos
urbanos. Actividades todas ellas que permitieron a estos hombres bien hacendados, como
nos muestra F. J. Goicolea Julián para el caso riojano, mejorar sus perspectivas de negocio,
completar sus ingresos, formar patrimonios cada vez más acaudalados y adquirir ciertos
comportamientos sociales elitistas, como la constitución de mayorazgos o el acceso a la
hidalguía. El mismo perfil que el que constata para el caso gallego A. Rubio Martínez a
partir del estudio de tres familias vinculadas a la actividad comercial, con participación en
el arrendamiento y gestión de las rentas reales y presencia destacada en la administración
municipal. La trayectoria profesional de estos grupos de financieros y mercaderes y el
análisis de sus estrategias de control fiscal, de sus lucrativas actividades y de su consolidado
patrimonio inmobiliario han permitido a la estudiosa concluir una vinculación directa entre el
éxito comercial y el protagonismo socio-político de estas élites urbanas.
Pocas veces las fuentes permiten conocer en profundidad los negocios de estos
mercaderes. Un caso, sin duda, excepcional es el que nos ofrece I. Irijoa Cortés a propósito
del mercader Juan Ibáñez de Hernani, cuya actividad comercial es bien conocida al autor
gracias a la conservación del Libro de Registros para los años 1495-1503, de contenido
contable. Una puesta al día de los negocios de este mercader preocupado por la gestión
de sus empresas –dedicadas a la producción y exportación del hierro– y la inversión de
sus beneficios en bienes raíces y actividades primarias, como la explotación forestal y la
agricultura (pp. 169-172).
De las bases legales e institucionales del comercio marítimo en los puertos del Señorío
de Vizcaya y del proteccionismo regio a favor del tráfico bilbaíno nos hace una completa
exposición de conjunto E. Inclán Gil, analizando la ría del Nervión como plataforma del
comercio internacional a partir de la creación del Consulado de Bilbao (1480). La actividad
comercial que los mercaderes vascos van a desplegar por ciudades flamencas –Flandes,
Brujas y Middelburg–, francesas –Nantes, Rouen, Burdeos– irlandesas y castellanas –
Sevilla, Cádiz– especialmente estas últimas tras la creación en 1503 de la Casa de la
Contratación, permitirá a estos mercaderes ver reconocida su profesionalidad, tal y como
reza el título de su estudio (p. 175). La entidad comercial de las sociedades asentadas en
el Señorío facilitó el movimiento rápido de capitales y la revitalización económica del país,
convertido desde entonces en una zona homologable a las más dinámicas de Castilla para
la misma época (p. 197).
Empresarios, comerciantes, financieros, cambistas, gentes de negocios que desarrollan
sus actividades poniendo en circulación capitales monetarios, creando sociedades y
generalizando nuevos instrumentos de pago de carácter crediticio. Siete ejemplos son los
397
Pero antes de pasar a comentar el contenido de los distintos capítulos, me gustaría
hacer una pequeña reflexión sobre el concepto clave del título, que incardina el conjunto de
la obra. Me refiero al hecho de utilizar el término mediático, tan utilizado hoy día, para un
período tan diferente y lejano de nosotros como la Edad Moderna. Considero que calificar
como mediáticos a aquellos jesuitas puede entrañar cierta confusión para el lector. Aunque
entiendo que con ello se pueda hacer más atractivo el libro a los profanos, tanto en el
conocimiento de la Historia, como en el de la Compañía de Jesús, se corre el peligro de caer
en el anacronismo de exportar en el tiempo un concepto tan actual, con sus mecanismos,
medios y objetivos. Al designar la estrategia jesuítica como mediática, un lector actual no
puede evitar evocar o pensar en figuras rodeadas de fama y popularidad, como deportistas
de elite o actores de cine y televisión. En cierta manera, estos individuos y los jesuitas
de los tiempos modernos tendrían en común el ruido provocado por sus actuaciones,
aunque, como digo, en cierta medida y salvando las distancias, por supuesto. El ruido
jesuita se manifestó en los continuos problemas y críticas que recibieron y las controversias
que mantuvieron, especialmente en sus primeras décadas de existencia. Y esta metáfora
onomatopéyica ya fue utilizada por el propio San Ignacio para calificar las consecuencias
que tendría en el mundo el ingreso en su Orden de Francisco de Borja, al afirmar que
“el mundo no tiene orejas para oír tal estampido”. No es nada comparable con el ruido
que provocan aquellas figuras a las que actualmente puede rodear el adjetivo mediático.
Como lector especializado en el jesuitismo modernista hispano, ni he hecho ni hago tal
comparación en el momento de enfrentarme a esta obra. No obstante, reflexionando sobre
el tema y poniéndome en el lugar del lector no especializado, creo que tal calificación puede
llevar a ese equívoco. Y aunque en cierto modo comparto el uso del adjetivo para definir
la expansión mundial y los medios utilizados por la Compañía de Jesús para ello, creo que
el autor debería haber reservado algún espacio en la presentación para explicar el porqué
de su uso, que se repite varias veces en sus primeras páginas. Aunque el diccionario de la
RAE es muy claro al definir mediático como “aquello perteneciente o relativo a los medios
de comunicación”, considero que el calificativo contiene una serie de componentes que se
corresponden más con la actualidad que con lo ocurrido siglos atrás.
Las intervenciones comienzan con una breve, pero muy nutrida en ideas, reflexión
de Ricardo García Cárcel sobre el papel que ha cumplido la Compañía de Jesús en la
historiografía, desde las primeras historias del siglo XVI hasta el siglo XX. En este sentido,
el autor establece que, a lo largo de todo ese tiempo, la labor histórica jesuita ha estado
bañada de presentismo y combate, contaminando “todas las miradas hacia atrás […], que
buscaron siempre la justificación o legitimación de lo que hicieron o dejaron de hacer” y siendo
usadas para defender y atacar. Al margen de esto, destaca algunos rasgos identificativos,
como la búsqueda de los orígenes y su conexión con la Biblia de autores como Juan de
Mariana y José de Acosta, la crítica científica de los bolandistas del siglo XVII y la evolución
que sufre la imagen de San Ignacio a lo largo del siglo XVI, de Antilutero a santo inmaculado
y desarmado ideológicamente.
A continuación, el coordinador de la obra, José Luis Betrán, presenta la imprenta
como uno de los medios a disposición de la Compañía para combatir el protestantismo
en Centroeuropa, pero también dirigido a la evangelización, fundamentalmente en el
continente americano, y al abastecimiento de la amplia red de colegios que fundaron.
El acercamiento al mundo de la imprenta jesuítica hispana se realiza en dos vertientes,
cuantitativa y cualitativa. La primera se basa en el Menologio de ilustres y famosos hijos de
Ignacio que Bernardo de Monzón escribió a mediados del siglo XVII, más concretamente
en el apartado de los Ministerios titulado “Insignes en número de libros impresos y escritos
sobre todas las materias imaginables”. Entre los 228 autores de 18 naciones diferentes y
402
Investigación del CSIC Dr. D. Alfredo Alvar Ezquerra ensalza las virtudes de la obra, Leonor
Zozaya nos ofrece una bibliografía bastante completa sobre escribanos en general y
escribanos de concejo en particular, si bien acertadamente remite a otros autores como
Miguel Ángel Extremera y su libro sobre los escribanos cordobeses para hablar de obras
que han tratado al escribano público de una forma más totalizadora.
Primeramente, el libro define unos conceptos básicos acerca de escribanos y concejos
que ayudan al lector a distinguir entre los distintos tipos de oficiales de la fe pública y a
poner algo de luz sobre las funciones que tenían que realizar. La cuestión de las labores
encomendadas a los escribanos ha traído de cabeza a distintos autores a lo largo de los
años. Para clasificarlas, Zozaya se refiere a la división clásica que utilizó Martínez Gijón
entre funciones actuarias y escriturarias. En la obra se insiste constantemente en que
aunque la teoría indicaba una cosa, en la práctica los trabajos escribaniles podían diferir
bastante de lo que se plasmaba en el papel. Al mismo tiempo, compara a grandes rasgos la
situación de los escribanos y notarios en Castilla con la de las Indias, todo ello entrelazado
con legislación referente al ejercicio de la fe pública, lo cual da ligazón al texto y permite una
comprensión más global del libro en su contexto geográfico y temporal.
Leonor Zozaya muestra al escribano del concejo como un sujeto especialmente activo,
pues no solo trabajaba en el ayuntamiento, sino también en la calle. Para enseñar cómo
transcurría su trabajo, la autora estudia a los escribanos en relación con la información que
manejaban, custodiaban y generaban. De hecho, el capítulo cuatro se dedica en exclusiva
a estos aspectos. No obstante, la autora explica que los escribanos manejaban otro tipo
de información aparte de la escrita, como la oral y visual. La formación y las destrezas
adquiridas por los escribanos, así como el oficio que realizaban, les permitían expresar y
difundir mejor estos otros tipos de información.
Uno de los temas sobre los que más páginas se han escrito en el mundo escribanil es
la mala fama de estos oficiales. Tampoco el libro es ajeno a este fenómeno. Para rastrear el
porqué de esta mala fama y si estaba justificada, Zozaya emplea fuentes clásicas como la
literatura del Siglo de Oro o los refraneros, pero también fundamenta su estudio en fuentes
administrativas. La autora opina que, aunque es cierto que muchos escribanos actuaron de
forma ilícita, parte de las críticas sistemáticas en la literatura de la época se deberían a la
intención de vender más libros a unos lectores ya de por sí cabreados con los fedatarios por
las injusticias que a veces cometían.
Otro objetivo de Zozaya es observar el papel de los escribanos como archiveros,
como guardianes de la información. Para desmentir teorías anteriores sobre esta ocupación
de los fedatarios públicos, la autora presenta unas interesantes reflexiones metodológicas
sobre cuándo los escribanos consultaban y trataban la información, unas veces antes de
introducir la documentación en el archivo, otras veces después. Dado que en ocasiones
la gente pedía la documentación que necesitaban directamente al escribano, el libro se
plantea si el escribano del concejo manejaba el archivo del ayuntamiento o en realidad el
oficial conservaba parte de los papeles en un archivo propio. La autora explica, apoyada en
la legislación, que el escribano del ayuntamiento poseía una de las tres llaves del arca del
concejo, pero no era el archivero como tal, sino que éste era uno de los regidores. Pero como
en el resto de la obra, Zozaya incide en que teoría y práctica podían ir por distinto camino, y
así muchas veces el escribano tenía también una llave del archivo. Además, enumera una
lista de documentos y libros del concejo que obraban en poder de los fedatarios concejiles,
como los propios títulos de escribanos o los libros de hacienda, además de citar algunos
casos de extravío de documentación y los problemas que esto acarreaba.
El acrecentamiento de la segunda escribanía de concejo sirve a la autora para hacer
un estudio prosopográfico de quiénes ocuparon sendas escribanías concejiles a lo largo
En las últimas décadas hemos asistido a la proliferación de los estudios sobre los
virreyes de la Monarquía Hispánica. Toda una serie de obras donde se abordan los aspectos
concretos de los virreyes, sus programas artísticos, sus biografías o su perfil institucional,
que han servido asimismo para incrementar nuestro conocimiento sobre los mismos, al
tiempo que han propiciado la aparición de nuevos modelos de estudio y nuevas propuestas
metodológicas. Es en este contexto historiográfico, donde se inserta el libro de Manuel
Rivero Rodríguez, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, quien ha empleado la
metodología de corte para profundizar en el sistema del virreinato como forma de gobierno
de la Monarquía española.
Con dicha obra, por tanto, nos adentramos en el estudio de la época dorada de dicha
institución, los siglos XVI y XVII, planteándonos una visión de conjunto al estudiar todos
y cada uno de los territorios donde se instauró. Partiendo del origen de dicho sistema,
creado durante el reinado de Carlos I, el autor analiza la evolución del mismo, al tiempo
que examina la contradicción existente en la Monarquía a la hora de compaginar una
tendencia unificadora y centralista con un modelo político, el del virreinato, característico de
monarquías compuestas y descentralizadas.
Su estructura, dividida en ocho capítulos relacionados con la organización política de
los distintos reinos que componían la Monarquía Hispánica, nos acerca a los motivos que
llevaron a la Corona española a mantener la institución del virreinato como sistema político
con el que gobernar tan dispares territorios. El primer y segundo capítulo nos muestra la
influencia ejercida por el consejero piamontés Mercurino Arborio di Gattinara en el gobierno
de Carlos I. En un contexto cultural marcado por las ideas de humanistas como Erasmo
de Rótterdam, preocupados por sistematizar los rasgos que debían caracterizar el buen
gobierno del monarca ideal, Gattinara entendió que la fórmula más eficaz para organizar el
Imperio español era aquella empleada por la Corona de Aragón desde hacía varios siglos:
el virreinato. De esta forma, se nos ofrece una breve descripción del origen de algunos de
estos virreinatos, como los de Sicilia y Nápoles a fin de facilitar la comprensión del sistema
virreinal que serviría de ejemplo a Carlos I. A través del segundo capítulo, conocemos la idea
primigenia del emperador que, influido por su consejero, estaba decidido a fijar su residencia
en alguno de sus dominios italianos, dirigiendo desde allí sus extensas posesiones. Una
idea que fue finalmente desestimada tras la muerte de Gattinara y la determinación de
asentarse en España, lo que dio un vuelco al sistema imperial, que desde entonces iniciaría
un proceso de hispanización.
406
Dicha hispanización es abordada en el tercer apartado donde se estudia la
organización de los consejos territoriales, centrados en defender la ley de los dominios a
los que representaban en la corte, a la vez que vigilaban el cumplimiento de la jurisdicción
real en dichos reinos. Estos consejos, que actuaban como intermediarios entre los virreyes
y el soberano, junto a otras medidas como la decisión de Felipe II de fijar el mandato de los
virreyes en tres años con la posibilidad de prórroga según el caso, son señalados por el autor
como ejemplos de la tendencia de dicho monarca a limitar la autonomía de estos últimos.
Una búsqueda, por tanto, de cierta unidad que, sin embargo, chocaba frecuentemente con
el carácter descentralizado de la Monarquía Hispánica en aspectos como la casa del rey,
puesto que en realidad era un conglomerado de reinos sin más identidad común que la de
tener un mismo soberano y profesar la misma religión.
Enlazando con la casa del rey, el cuarto capítulo gira en torno a la existencia de diversas
casas reales dentro de la Corona española, tales como: la de Castilla, la de Aragón, la de
Navarra, la de Borgoña, la de Nápoles, la de Sicilia y la de Portugal. A ellas se sumaron las
casas virreinales, propias de los dominios donde los virreyes no disponían de la jefatura
de las casas reales de los mismos, como son los casos de Cataluña, Valencia, Mallorca,
Cerdeña o en América. Ejemplos todos ellos que demuestran las particularidades de cada
una de estas posesiones.
El ceremonial como cimentador de la autoridad virreinal y la práctica de gobierno de
los virreyes, constituyen los temas tratados en los capítulos quinto y sexto del libro. En este
sentido, se examinan las pautas seguidas en ceremonias como la entrada de los virreyes,
las exequias de los soberanos, el nacimiento de un príncipe heredero o la celebración
de una boda real en los dominios gobernados por estos últimos. Relacionada con esta
cuestión, se abordan también los problemas surgidos a raíz del protocolo empleado en
las manifestaciones públicas, que en algunos casos estuvieron vinculados a conflictos
jurisdiccionales en los que se puso de manifiesto las disputas existentes entre tribunales,
consejos y autoridades civiles, eclesiásticas y militares. Por lo que se refiere a la organización
del gobierno de los virreyes, conocemos sus funciones militares al ser al mismo tiempo
capitanes generales, o las judiciales como presidentes de las audiencias y los diversos
consejos con competencias judiciales existentes en los distintos reinos. Una práctica del
Imperio en la que las relaciones, memorias e instrucciones jugaron un importante papel
como métodos de formación de las élites destinadas al buen ejercicio de gobierno, dentro
del que se incluían como objetivos principales la conservación del reino y la obediencia
al monarca. En este sentido, el autor señala que la forma de elaborar las instrucciones
estaba asentada en 1600, respondiendo a la voluntad del rey, aunque no tuvieran forma de
pragmática u ordenanza, lo que no quería decir que el virrey no tuviera la obligación moral
de cumplirlas. En los dominios italianos partían de las relaciones realizadas por los virreyes
al finalizar sus cargos, donde presentaban un balance de lo acaecido en el reino durante
su mandato y detallaban lo que quedaba por hacer, así como su idea de gobierno. A dichas
relaciones se añadían las sugerencias pertinentes del Consejo de Italia, redactándose la
instrucción definitiva en el Consejo de Estado. No obstante, las particularidades de los
reinos estaban a la orden del día, pues en América, a diferencia del proceso mencionado,
era la relación del virrey saliente la que se convertía en la instrucción del entrante.
En los capítulos séptimo y octavo se profundiza en los límites del modelo cortesano
virreinal y en los cambios sufridos por el mismo después de las revueltas que sacudieron
la Monarquía Hispánica durante la década de los años cuarenta del siglo XVII. En relación
a dichas revueltas, la obra se centra en la que afectó a Palermo en 1647, situándola como
ejemplo, pues fue la única en la que los motines dieron lugar a un cambio en la concepción
de la integración de las provincias en la Monarquía que sería aplicado después en las
410
como la hacendística, la económica e incluso la religiosa. No en vano, como se indicaba
al comienzo, el libro responde a los planteamientos de una historia política profundamente
renovada en sus objetivos y sus métodos.
En efecto, desde hace ya bastantes años, la historia política se ha situado en el centro
del debate historiográfico y ha venido captando a un creciente número de practicantes,
tras un cierto abandono que se explicó en su momento por la relativa renuencia de los
investigadores a admitir novedades y a fijar un programa nuevo, donde las necesarias
referencias al individuo y al tiempo corto se vinculasen con los colectivos y el tiempo largo.
Superada esa fase, la recuperación ha sido fulgurante, en buena medida por la aceleración
impuesta por los procesos políticos contemporáneos, que hizo más visible que la marginación
de la política cercenaba la comprensión de la Edad Moderna. De la mano de otros retornos
–de la narrativa, del acontecimiento y del individuo–, la historia política actual tiene un pie
en la historia social y sus planteamientos se han complicado y modificado, y ha ampliado
su perspectiva desde la atención del Estado hacia una visión periférica, tanto en lo espacial
como en lo institucional.
La renovación ha venido del mundo anglo-norteamericano, donde se había superado
el monolitismo diplomático con nuevos contenidos, desde los temas dedicados a dinastías
y conflictos a una percepción nueva de las relaciones de poder; pero también de Francia,
donde se ha producido un giro hacia una historia política con entidad propia, no un reflejo
o máscara de otras realidades y con su propia jerarquía de factores, entre el azar y la
necesidad. Pero también procede de otras historiografías europeas donde se ha generado
ideas propias; de la nueva y novísima historia militar basada en el estudio del poder armado
y su uso político; de la nueva historia de las ideas políticas; de la nueva historia de las
relaciones internacionales; y de la historia administrativa, institucional o social, centrada
en los servidores del Estado y en los sistemas de redes y relaciones. La renovación viene
también del acceso multifactorial, que desbanca a las fórmulas que daban todas las bazas
a un único factor. Es precisamente en ese contexto positivo en el que se sitúa la obra que
comentamos, sugestiva en todos y cada uno de los capítulos y cuyos resultados contribuyen
a un conocimiento más completo de un período crucial para la monarquía hispánica.
Ofelia Rey Castelao
Universidad de Santiago de Compostela
El núcleo matriz de este libro corresponde al III Seminario de Estudios del Siglo XVIII
“Vivir en las Luces”, celebrado entre abril y junio de 2009 en Ferrol bajo los auspicios de
la Universidad de A Coruña. El coordinador del Seminario y editor del libro, Manuel-Reyes
García Hurtado, incorporó posteriormente seis nuevos estudios a las siete conferencias que
originalmente componían el Seminario.
El libro Soldados de la Ilustración. El ejército español en el siglo XVIII tiene dos ejes
fundamentales que le dan sentido y unidad: el ejército y el siglo XVIII. “Comprender el siglo
XVIII de espaldas al ejército –señala el editor en la presentación– sólo puede ofrecernos
una imagen ficticia, irreal, sesgada, falsa del mismo”. No puedo estar más de acuerdo con
la opinión de que sin la presencia de lo militar en la Edad Moderna difícilmente podemos
acercarnos a la comprensión de un período con tantos matices y perfiles para su estudio.
La historia militar, como tradicionalmente se la ha venido denominando, o la historia de
la guerra, como defiende una corriente historiográfica en la que se inserta el libro y en la que
gustosamente me incluyo, ha permitido sacar a esta disciplina del exclusivo reduccionismo
bélico en la que se encontraba como el propio Antonio Espino indica en su presentación en
la revista Manuscrits (en el monográfico titulado “Noves perspectivas de la història de la
guerra”, 21, año 2003). En efecto, reducir la historia militar a la narración de las campañas
y de las batallas es como querer expresar la singularidad de la química, solamente, a través
de sus formulaciones y de sus símbolos. La historia de la milicia se extiende a distintos
componentes y puede ser objeto de estudio desde múltiples perspectivas. La necesidad de
involucrarse en el estudio de cuestiones concretas no evita el que deban utilizarse fuentes
documentales diversificadas, como ha señalado M. Carmen Saavedra Vázquez en su
aportación “De la ‘historia de batallas’ al ‘impacto de la guerra’: algunas consideraciones
sobre la actual historiografía militar española”, Obradoiro de Historia Moderna, 1 (1992),
pp. 207-221. De hecho, la historia política, la cultural, la fiscalidad o la historia social ofrecen
campos, en algunos casos poco explorados, sobre los que la historia militar o, más aún, la
historia de la guerra en toda su dimensión tienen mucho que decir.
Es evidente y no es fácil negarlo que la historia militar sigue manteniendo algunos
lastres del pasado aunque, por fortuna, son cada vez menores las críticas vertidas hacia
la misma desde otros sectores de la historiografía. La aparente incomprensión que ha
existido entre los historiadores de lo militar y los militares historiadores, en cuanto a las
metodologías a utilizar y sus distintos enfoques, no ha permitido demasiadas colaboraciones
entre unos y otros. Sin embargo, como queda demostrado por la serie de publicaciones y de
412
estudios monográficos aparecidos en los últimos años, no es raro encontrar a historiadores
modernistas interesados en abordar cualquiera de los aspectos relativos a la historia militar.
Nos referimos a revistas tan consolidadas dentro del panorama historiográfico como:
Estudis (vol. 27, 2001) de la Universidad de Valencia; Manuscrits. Revista d’història moderna
(vol. 21, 2003) de la Universidad Autónoma de Barcelona, número monográfico dedicado a
“Noves perspectivas de la història de la guerra”; Studia historica. Historia Moderna (vol. 25,
2003), número monográfico “La Historia Militar”, de la Universidad de Salamanca; Revista de
Historia Moderna de la Universidad de Alicante (vol. 22, 2004), número monográfico dedicado
a “Los ejércitos en la Edad Moderna”; y Millars. Espai i Història, dossier “El mundo de la
guerra bajo Carlos II” (vol. 26, 2003), de la Universidad Jaime I.
La historia militar ya ha realizado su particular travesía por el desierto como en otro
momento le sucedió a la historia política y, en consecuencia, podemos hablar de un nuevo
retorno. El carácter combativo que tuvieron hacia la vieja historia política tradicional Marc
Bloch y Lucien Febvre considerándola “histoire règnes-et-bataille” la dejaron en muy mal lugar
mientras, más allá del Canal de la Mancha, la historiografía anglosajona, agazapada en la
nueva filosofía política, ensanchaba su conocimiento hacia terrenos como la sociología, el
derecho, el pensamiento político y la economía, esperando soplaran mejores vientos para
enarbolar nuevamente la bandera de la historia política. La interdisciplinariedad ha terminado
por sacar a la historia militar de muchas de las limitaciones en que se encontraba. Nos
interesa conocer no solo quiénes formaban parte de la estructura militar, sino cómo llegaron a
la misma y qué mecanismos les permitieron asegurar su posición. Evidentemente, la historia
militar tiene mucho que aportar en este sentido. No es de extrañar que los estudios relativos
al comportamiento social, económico y político de las élites de poder militares a través de
las redes sociales, de la familia y de sus estrategias de reproducción se hayan convertido
en una de las áreas de investigación más fructíferas de los últimos años. Se corresponde
con un nuevo tipo de historia en la que la prosopografía es el método más utilizado, porque
no debemos olvidar que, en nuestros días, los historiadores no se conforman sólo con el
análisis del entramado institucional, sino que le intentan dotar de vida a través del estudio de
quienes lo conformaron, observándolos no sólo como servidores del Estado, sino también
como miembros de un cuerpo social cuyos intereses propios trataron de defender.
Como hemos indicado en otras ocasiones, la tradición historiográfica en esta disciplina
también ha seguido, como en tantas otras, el camino recorrido por historiadores foráneos. El
impacto de las sucesivas revoluciones en el terreno militar se dejó sentir entre quienes, desde
inicios de los sesenta, se sentían seducidos por las posibilidades que albergaba el estudio de
la historia militar. Cuando a comienzos de 1955, en pleno auge de la historia de los Annales, el
historiador Michael Roberts pronunciaba una conferencia inaugural en la Queen’s University
de Belfast con el título “La revolución militar, 1560-1660” (1956), pocos podían presagiar la
serie de contribuciones a que daría lugar su reflexión sobre la materia. Poco importa hoy
si las cuatro revoluciones a las que en su momento hizo alusión Roberts –la táctica, el
tamaño de los ejércitos, la estrategia y las repercusiones de la guerra– fueron las únicas o si
debían apreciarse, como algunos críticos indicarían más tarde, otras como la aparición de la
educación militar especializada en las academias militares, las leyes positivas de la guerra y el
nacimiento de una importante literatura sobre el arte de la guerra. Lo importante fue el impacto
de esta obra y las que le siguieron para sacar a la historia militar del desprestigio en que se
encontraba.
Como señala Manuel-Reyes García Hurtado, editor de este libro y autor de uno
de sus estudios, el soldado del siglo XVI poco tenía que ver con el del siglo XVIII, sobre
todo, si nos atenemos a su atuendo, su armamento, la tecnología militar que estaba a
su disposición o las tácticas empleadas en campaña. Desde esta tesitura, el siglo XVIII
417
lucha en la demanda a España de reformas asimilistas, la posterior guerra revolucionaria
independentista y la construcción de un nuevo proyecto de nación bajo la ”tutela” colonial
estadounidense, excepción que aprobó y aceptó.
La tutela americana de Filipinas, el eufemismo empleado en la época para encubrir una
realidad más que evidente, es bien conocida gracias a los trabajos de Paul Kramer. En su
aportación al segundo bloque de la obra, dedicado a los procesos de continuidad y ruptura,
sintetiza las raíces españolas del estado colonial estadounidense en el archipiélago asiático.
En el plano metodológico, Kramer realiza una llamada de atención a los generalmente
desapercibidos vínculos entre imperios coloniales. Pero también combate los enfoques
tendentes a establecer rígidas cesuras y compartimentos estancos entre los períodos
coloniales español y americano. Una rémora que el autor considera en gran medida lastrada
por la historiografía estadounidense que desde inicios del siglo pasado pretendió presentar
la política colonial de Estados Unidos como exportadora de sus propias instituciones y
forjadora de un supuesto colonialismo excepcional. Para superar esta severa parcelación
el autor propone un enfoque de historia transimperial que permite dilucidar la influencia
que ejerció el colonialismo español en el posterior proyecto colonial estadounidense, en
aspectos clave como el papel de los religiosos, la experiencia represiva, la organización
institucional, las iniciativas legislativas o la organización –o segregación– racial.
Josep María Delgado también transita este sendero metodológico transimperial en su
estudio de la administración colonial americana y el conflicto religioso en Filipinas. Delgado
previene sobre la supuesta ruptura radical entre las etapas española y estadounidense
presente en la visión canónica que arrancó con el relato justificativo de la ocupación
diseñado por intelectuales anexionistas norteamericanos. Este esquema crítico es aplicado
a las presuntas diferencias que existieron entre españoles y americanos en la forma de
abordar la cuestión religiosa: la compra de las haciendas de las órdenes, el problema de
la titularidad de las Obras Pías y la remoción del clero y prelados de origen español por
religiosos estadounidenses. Por el contrario, lejos de perder la posición hegemónica en las
islas, Delgado muestra cómo la Iglesia Católica consiguió retener importantes cuotas de
poder y continuó ejerciendo una poderosa influencia económica, política, social e ideológica
sobre la sociedad filipina a pesar de la formal separación entre Iglesia y Estado.
Las miradas exteriores sobre el proceso de transición imperial constituyen el
eje temático de la tercera parte de la obra. Filomeno Aguilar propone un análisis de las
migraciones laborales filipinas como vías hacia la modernidad comparando las etapas
española y norteamericana. Los viajes que marineros, pescadores, trabajadores domésticos,
peones, cigarreras, músicos, médicos o élites intelectuales emprendieron desde el siglo
XIX estuvieron condicionados por el estado colonial y se erigieron para este autor en una
forma de superar las limitaciones de este estado. Aguilar presta especial atención a las
aristas identitarias anejas al proceso migratorio y su influencia sobre la construcción de la
nación filipina. También subraya cómo sus protagonistas reafirmaron su naturaleza filipina
y entretejieron su identidad con otras lealtades.
La mirada exterior sobre el cambio de soberanía, en este caso a partir de las
percepciones británicas, centra el interés de María Dolores Elizalde. Su trabajo se
enmarca dentro del proceso más amplio de la irrupción de Filipinas dentro de la economía
internacional, cuando Filipinas pasó de ser un entrêpot y se convirtió en un centro productor
y exportador de productos tropicales. Elizalde desglosa las dinámicas que supuso este
sustancial cambio desde el punto de vista económico, social e internacional, como fue el
caso de la exponencial expansión de los intereses extranjeros en el archipiélago. Gran
Bretaña se convirtió a finales del siglo XIX en el primer país importador y exportador a
Filipinas, realidad que autoriza a esta autora para desentrañar las posturas e intereses de
Desde hace varias décadas los estudios sobre el republicanismo histórico español se
han multiplicado y enriquecido notablemente al ser enfocados desde distintas perspectivas.
Por ello, hoy por hoy puede hablarse más de consolidación que de novedad, pero ni mucho
menos de agotamiento. La amplitud del tema y la profunda penetración social que estos
estudios han sacado a la luz justifican su actualidad. El republicanismo, sobre todo, se ha
convertido en un campo de experimentación privilegiado para los estudios sobre culturas
políticas. Este enfoque ha probado su funcionalidad interpretativa en algunos trabajos
cruciales sobre la tradición política republicana. Es, además, previsible que el análisis
del discurso siga marcando la pauta en el futuro. En este contexto historiográfico, Sergio
Sánchez Collantes presenta una nueva aportación que complementa sus anteriores trabajos
sobre el republicanismo asturiano.
Este libro, sin embargo, no se ocupa tanto del discurso democrático como de una
dimensión un tanto olvidada en otros estudios: la vertiente de acción, conspirativa y
revolucionaria de la praxis republicana. De este modo descubre un vacío motivado, como
advierte en la introducción, por las carencias documentales inevitables cuando el tema
estudiado discurre en los márgenes de la clandestinidad. Para superar este escollo el
autor recurre a un amplio soporte bibliográfico y hemerográfico, que complementa las
ambigüedades e insuficiencias de las fuentes de archivo.
Sediciosos y románticos se centra en Asturias como marco espacial. Su desarrollo
temporal se ciñe al siglo XIX y los movimientos sediciosos republicanos constituyen su
eje temático. Sánchez Collantes parte de la evidencia de que “la faceta insurreccional del
republicanismo asturiano permanecía sumida en un inexplicable olvido historiográfico”. Por
ello se propone “exponer sus manifestaciones más importantes”. Debe entenderse que estas
manifestaciones coinciden con los brotes insurreccionales antimonárquicos que estallaron
o estuvieron a punto de estallar en Asturias, o con aquellos en los que tuvo participación
algún personaje asturiano. Esto motiva que el objeto del libro sobrepase a menudo el ámbito
regional, lo que no es sino un síntoma de la gran complejidad de las tramas conspirativas
republicanas. Cabe preguntarse, por ello, si un libro centrado en un espacio reducido puede
ayudar a desentrañar un problema tan intrincado. Pero precisamente por su complejidad
y oscuridad, merece la pena reducir o compartimentar la maraña revolucionaria y estudiar
cada episodio en su contexto más inmediato.
El autor identifica un problema fundamental que justifica el trabajo: el discurso
republicano no se quedó en una mera representación mental sino que generó determinados
420
comportamientos políticos. La lucha armada fue una de las expresiones de ese imaginario,
de modo que su estudio es relevante para comprender las primeras formas de la cultura
democrática. A ello contribuye cada uno de los cinco capítulos que estructuran el libro. El
primer epígrafe se centra en las conspiraciones del período isabelino. Los cuatro restantes
profundizan en otros tantos episodios sediciosos concretos: la partida comandada por el
capitán Fontela durante las jornadas revolucionarias de septiembre de 1868; el movimiento
insurreccional federal del otoño de 1869; la conspiración que debió estallar en 1870,
coincidiendo con la llegada de Amadeo I a España; y, por último, estudia la poco conocida
partida organizada en Lena en 1880. Pese a que Asturias también fue un escenario del
movimiento cantonal de 1873 y 1874, el autor ha optado por no incluirlo en un trabajo centrado
en las conspiraciones contra la monarquía. La omisión es justificada, aunque hubiera sido
deseable su reflejo en este libro dado que una rebelión no deja de ser republicana por no
enfrentarse a la monarquía.
El autor localiza los primeros brotes subversivos del republicanismo en 1833. En esa
fecha arranca un largo período, en el que aborda las ramificaciones de distintas asociaciones
secretas desde “La Isabelina” o la “Confederación de Regeneradores Españoles”, durante
la regencia de María Cristina, a “La Joven España”, en la década de 1850. La sociabilidad
secreta encauzó los impulsos subversivos del radicalismo español en un contexto de
exclusión y represión. En este sentido, también se aprovecharon las redes de sociabilidad de
la masonería, de modo que estudiar la primera logia asturiana, “Los Amigos de la Naturaleza
y Humanidad”, tiene sentido en este contexto. De hecho, el rastreo de los vínculos entre
sociabilidad secreta y republicanismo es una de las principales constantes que conectan
cada una de las épocas estudiadas.
Desde los años anteriores a la revolución de septiembre de 1868 el republicanismo
mostró su creciente pujanza. Progresistas y demócratas confluyeron en la vía insurreccional
para derribar a la dinastía. Esta cooperación se reflejó tanto en la composición de las juntas
revolucionarias como en las numerosas partidas aparecidas en distintos puntos de la
península. La que lideró el capitán Faustino Fontela fue calificada sarcásticamente por el
unionista Polledo Cueto como “la versión asturiana de la batalla de Alcolea”. Sin embargo,
la reconstrucción desarrollada por el autor ayuda a evaluar la amplitud del movimiento
insurreccional de 1868. La guerrilla rural sirvió para dispersar a las fuerzas leales a Isabel II.
Por más que el ejército protagonizara las acciones decisivas, su actividad no fue irrelevante.
Por otra parte, constituyen un índice para calibrar la participación popular en la revolución, así
como su impronta democrática. La partida de Fontela no fue un mero episodio anecdótico,
pues permite observar la composición de este tipo de agrupaciones que integraron a
progresistas y demócratas de distinta extracción social. Lo menos relevante, sin duda, es si
llevaron a cabo algún acto heroico, o siquiera si llegaron a disparar un tiro.
La orientación monárquica de las Cortes que elaboraron la Constitución de 1869
propició la aparición de un insurreccionalismo puramente republicano, sin adherencias o
colaboraciones con otras agrupaciones. Al analizar el movimiento antimonárquico de 1869,
Sánchez Collantes afronta algunos de sus mayores interrogantes. La dispersión de sus
focos, el escalonamiento de las acciones y la rápida represión del gobierno proyectan una
imagen de imprevisión y debilidad sobre unos hechos que, sin embargo, movilizaron en
torno a 50.000 federales. Mediante el análisis del pacto galaico-leonés, el rastreo de los
organizadores y dirigentes del movimiento en Asturias, y la reconstrucción de sus acciones,
Sánchez Collantes defiende la existencia de una estrategia subversiva a nivel estatal.
Cada foco, por otra parte, tenía su propia lógica interna en función de sus posibilidades y
objetivos. En el caso asturiano la captación de trabajadores y armas en la fábrica de Trubia
era fundamental.
423
sobre el que lleva publicando desde principios de los años 90 (“Pour une histoire nouvelle
de la criminalité au XVIIIe siècle”, Revue Historique, 584 (1993)) y hasta la actualidad sin
interrupción (ha codirigido Autour de la sentence judiciaire: du Moyen Age à l’époque
contemporaine, Dijon, EUD, 2012). Garnot ahora trabaja como profesor universitario de
classe exceptionnelle de historia moderna en la Université de Bourgogne.
En esta reseña se da noticia solo de dos ejes recurrentes que articulan los contenidos
a lo largo de todo el libro: el concepto de la justicia y la infrajusticia.
1. El concepto de la justicia. El profesor Garnot desecha, por simplista, la narrativa
teleológica para explicar la evolución de la justicia: no cree que el monopolio de la violencia
por parte del Estado condujera a un proceso inexorable de racionalización y homogeneización
de la justicia, que culminaría en el Estado republicano, liberal y democrático. Pero en el
fondo lo que más combate es el sujeto agente de la justicia: sostiene con vehemencia que
el aparato estatal no ha sido el que ha marcado la pauta en la evolución judicial en Francia
desde el año 1500. Por este motivo tampoco le parece acertada la perspectiva económico-
estructural o marxista de la justicia (Escuela de Frankfurt, Michel Foucault), que se podría
resumir como “justicia de clase”. Según Garnot, queda por demostrar la existencia de
respuestas diferentes de la justicia a crímenes iguales en función de la posición social de la
víctima o del desviado. A partir del estado actual de los conocimientos históricos, piensa que
esto no ha sido lo habitual en la Edad Contemporánea. Para el Antiguo Régimen, defiende
como algo lógico que la práctica judicial resultara desigual dentro de una organización social
basada en el privilegio. Sin embargo, también cabría plantearse si acaso la justicia reprodujo
la desigualdad estamental con sus fallos y la sancionó. Para el profesor Garnot, esta última
suposición no es válida, puesto que la justicia asimismo ha interpretado la legislación y
modulado las penas. Los jueces, al igual que los policías (otro cuerpo represivo), tienen
en cuenta el estado de la opinión y dudan en aplicar las normas cuando toda la sociedad
o parte de ella las contesta. La desatención a las normas ha sido particularmente acusada
en materia de pena de muerte, no aplicada salvo para con los crímenes tenidos por más
graves.
Entonces, Benoît Garnot razona que las distorsiones halladas al comparar las normas
jurídicas y las prácticas judiciales revelan la existencia de una justicia de compromiso,
alcanzada por medio de un consenso social (aunque no sea total nunca) o de una relación
de fuerza (sobre todo cuando una parte logra imponer una solución contraria a derecho,
debido a su preponderancia social, económica o política).
En segundo lugar, el profesor Garnot defiende que el peso decisivo en la adaptación,
transformación y evolución de la justicia no ha recaído en la propia institución judicial, sino
en la voluntad de la sociedad francesa, desde el siglo XVI hasta hoy en día. Ha observado
que la justicia se pliega cada vez más a menudo a las aspiraciones de los justiciables,
que desean dominar el tratamiento de sus propias desviaciones. Solo así la institución
de la justicia ha podido gozar de credibilidad. Los litigios y las infracciones se insertan
en instituciones de control pero no son productos dados y cerrados, sino construcciones
sociohistóricas fechadas. Atraviesan un proceso de elaboración en el que las reacciones
sociales intervienen decisivamente y que suele terminar por la vía del compromiso entre los
tribunales y la opinión pública.
La insistencia de Benoît Garnot en el peso primordial de la demanda social dentro de
esa negociación con el Estado y la institución judicial puede llegar a parecer excesiva a
otros investigadores. Es consciente de ello y también modera semejante monocausalidad
interpretativa. Acaba reconociendo al Establishment una influencia sobre el tratamiento
de las desviaciones y, lo que es más importante, sobre la opinión pública. Para esta
casuística, aduce el ejemplo de la abolición de la pena de muerte en Francia (1981), que
426
En el análisis del populismo el autor escoge cinco obras de Fernando Garrido y a
través de citar diferentes textos desgrana las principales características de este fenómeno,
y lo relaciona con las teorías de diferentes autores que han escrito sobre esta cuestión.
Para el lector e investigador, esta obra le permitirá, como hemos dicho anteriormente,
conocer una nueva faceta de esta importante figura política y social de la España del siglo
XIX, al mismo tiempo que aporta información para el estudio del republicanismo español,
las corrientes ideológicas que existían en su seno y sus dirigentes.
Ahora bien, el autor hace demasiado énfasis en la cuestión del populismo, lo que
no significa que no sea interesante para poder entender el fenómeno en cuestión, y las
principales líneas de investigación sobre este. Como también del contexto histórico de la
época, que en algunos casos se explican dejando de lado el personaje estudiado, por
lo que puede confundir al lector, ya que se trata de un período muy convulso de nuestra
historia contemporánea.
En conclusión, este libro nos presenta un análisis del populismo, por una parte
desde el marco teórico a partir de la aportación de diferentes investigadores, y por otra
parte teniendo en cuenta que se trata de un fenómeno complejo y de cierta ambigüedad
ideológica, utiliza la obra de Fernando Garrido, personaje clave del republicanismo español
del siglo XIX, para entender cómo los partidos republicanos utilizan el concepto del pueblo
para conseguir las simpatías de las masas trabajadoras frente a la clase dominante que
controla el Estado.
428
a la II República) desde amplias y variadas visiones temáticas (política, cultura, educación,
mentalidad colectiva…). En la base del éxito está, sin duda, el aprovechamiento que hacen
de cada uno de estos autores de su respectiva especialización investigadora y profesional.
Los tres primeros trabajos están dedicados al período del Sexenio (1868-1874), pero
cada uno con una perspectiva distinta y cada cual más sugerente. Marie-Angèle Orobon
(Université Sorbonne Nouvelle) lo hace desde los usos políticos de la imagen femenina,
Gloria Espigado Tocino (Universidad de Cádiz) desde el género literario y la palabra y
Gregorio de la Fuente Monge (Universidad Complutense de Madrid) analiza la visión de la
mujer a través del teatro político, nueva vía por medio de la cual se imaginaron horizontes
de emancipación femenina impensables por otros medios.
Continúa Rafael Serrano García (Instituto Universitario de Historia Simancas) con un
estudio en el que resalta la importancia en la historia de las mujeres del modelo educativo
de la Institución Libre de Enseñanza, basado en la filosofía krausista, que permitió a las
españolas ir accediendo a un cuerpo organizado de conocimientos académicos, hasta
entonces casi exclusivo de los hombres. También Maitane Ostolaza (Universidad de París
IV-Sorbona) aborda el tema de la educación de la mujer, pero restringido al ámbito de
la enseñanza religiosa que ofrecieron entre 1851 y 1930 las congregaciones religiosas
femeninas que contribuyeron, quizás a pesar suyo, a una mayor visibilidad y presencia
de las mujeres en el espacio público. María José Lacalzada de Mateo (Universidad de
Zaragoza) analiza pormenorizadamente los espacios de sociabilidad femenina que van
haciendo posible el avance de la ciudadanía de pleno derecho, en especial las posibilidades
que ofrecía la militancia en la masonería. La Iglesia católica tuvo también su trascendencia
en la configuración del papel de la mujer en la sociedad española de los primeros años
del siglo XX y en la de su propia mentalidad colectiva, como pone de manifiesto Rosa Ana
Gutiérrez Lloret (Universidad de Alicante) en su riguroso trabajo sobre “Las católicas y la
política: del Apostolado a la propaganda y la movilización”.
Los tres últimos trabajos están dedicados al período de la II República. En el primero
de ellos, Mónica Moreno Seco (Universidad de Alicante) continúa la línea abierta por su
compañera sobre las mujeres católicas, pero esta vez llevando la temática a los años del
régimen republicano donde formarán un importante grupo de presión ante la política laicista
del primer bienio reformista, marcada por la Constitución de 1931 y el desarrollo legislativo
posterior, en especial la ley de congregaciones religiosas y la ley del divorcio. María Concepción
Marcos del Olmo (Universidad de Valladolid) nos ofrece una trabajada investigación sobre la
militancia política y la actividad parlamentaria en las Cortes del segundo bienio republicano
a través del ejemplo de una política activa y mujer emprendedora: Francisca Bohigas, única
diputada de la derecha entre 1931 y 1936. Por último, Ángeles Egido (UNED), lleva su
estudio a un ámbito distinto pero necesario para comprender “el final de esta historia”: la
represión franquista. Analiza la vida y obra de una condenada a muerte, Nieves Torres, presa
durante 16 años en las cárceles de la Dictadura de Franco por su lucha durante los años de
la República por defender la dignidad y la igualdad de las mujeres.
En suma, una obra de gran interés por el tema novedoso que trata, por la manera
interdisciplinar como lo aborda, por la rigurosa investigación de cada uno de los especialistas
que participan y por la magnífica presentación que realiza la editorial, el Secretariado de
Publicaciones e Intercambio Editorial de la Universidad de Valladolid. Mujer y política en
la España Contemporánea (1868-1936) pasa a ser un libro imprescindible para conocer,
comprender y explicar nuestra historia más reciente desde otras perspectivas y con otras
protagonistas: las mujeres.
Francisco Alía Miranda
Universidad de Castilla-La Mancha
430
Además del trabajo, nada fácil seguro, de coordinar a ochenta autores (una verdadera
obra coral), el profesor Sánchez firma una enjundiosa y crítica introducción, necesaria
para comprender ese “auge y colapso” de los que habla el subtítulo de la obra y que nos
enfrenta de bruces con la parálisis cultural del franquismo. Dicha introducción se vertebra
en cuatro epígrafes bien hilvanados: “Premisa”, “El cauterio del Caudillo y el fin de una
labor modernizadora” (la parte más extensa), “Un libro colaborativo” (donde se explica la
gestación y sentido de la obra) y “Textos” seleccionados, algunos de ellos verdaderamente
reveladores.
Por sus páginas desfilan nombres de la talla de Julián Besteiro, Carmen de Burgos
Seguí, Lorenzo Luzuriaga, Luis de Hoyos, Tomás Navarro Tomás, Gregorio Prieto… También
otros muchos que no pasaron a la primera plana cultural o científica de España, pero que
son, igualmente, demostración de la inquietud intelectual que animó a un nutrido grupo
de profesionales. Hombres y mujeres como Isidro Almazán Francos, Josefa Álvarez Díaz,
Alberto Blanco Roldán, María Josefa Gómez y Sánchez o María Antonia Liz Díaz, por poner
sólo algunos ejemplos. Puede hablarse, pues, de un sólido diccionario biográfico con sus
201 entradas, escritas solventemente por profesores universitarios, periodistas y gentes
vinculadas al mundo cultural en Castilla-La Mancha. Material suficiente para desmontar
la falacia de que la JAE sólo becó a izquierdistas. Podemos encontrar a represaliados
después de la Guerra por sus ideas políticas, pero también a otros que alcanzaron cierta
notoriedad durante la dictadura en diversas instituciones científicas o académicas.
La pertinencia del libro, con una sencilla pero cuidada maquetación por cierto, está
más que justificada, ya que, a pesar de los valiosos trabajos de José Manuel Sánchez Ron
(pionero en el tema) y de Teresa Martín Eced (centrados en el mundo educativo), la Junta
de Ampliación no ha merecido quizás todo el interés bibliográfico que merecía. La reciente
conmemoración del centenario de su creación ha facilitado la edición de trabajos valiosos (El
laboratorio de España: La Junta para Ampliación de estudios e Investigaciones Científicas,
1907-1939, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones - Residencia de estudiantes,
2007 y 100 años de la JAE. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas en su centenario, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2010; al cuidado ambos
de Sánchez Ron) pero la institución sigue siendo bastante desconocida fuera del ámbito
universitario.
El esfuerzo editorial se debe al ya mencionado Centro de Estudios de Castilla-La
Mancha y a Almud, modestísima editorial en cuanto a sus recursos económicos y humanos,
pero que ha sido fundamental en la difusión de la cultura de esta región y en el conocimiento
de su historia. Su responsable, Alfonso González Calero, firma el prólogo de estas más
de quinientas páginas a las que pone colofón el recuerdo a otro innovador, el pensador y
pedagogo anarquista Francisco Ferrer i Guardia.
En tiempos de profunda crisis económica, de drásticos recortes sociales y educativos
cuyos perversos efectos a largo plazo son impredecibles, no están de más obras como
esta, que rescatan el pasado de lo que pudimos ser y no fuimos.
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de reflexión, participación y oposición al paradójico resguardo del privilegio y protección
otorgados por el régimen a cambio del apoyo eclesiástico. Ciertamente, las contribuciones
del libro tienden a centrarse en el segundo franquismo, momento en que la heterogeneidad
y complejidad eclesiástica es más evidente; pero no faltan muestras de matices también en
los momentos más duros del nacionalcatolicismo.
Precisamente a esos momentos se refiere el primer capítulo, firmado por Ángel Luis
López Villaverde, que responde cabalmente en los contenidos a su título “La Iglesia de
la Cruzada. La elaboración del mito de la Cruzada” y en el cual se rastrea el origen en la
República y desarrollo posterior del relato de la guerra civil como “cruzada” y su empleo
como cimiento del régimen. Sin embargo, como muestra este trabajo, la aceptación del mito
de la cruzada no estuvo exenta de reticencias y contradicciones dentro de la propia Iglesia o
incluso entre determinados sectores del régimen. Más incisivo sobre esas contradicciones
en el seno de la Iglesia resulta el artículo de Feliciano Montero, aunque bien es cierto que
se refiere a un tiempo posterior, donde se entremezclan las tensiones provocadas por la
renovación eclesiástica y el cambio político. De hecho, el trabajo de Montero analiza muy bien
cómo las tensiones intraeclesiales precedieron y, en cierta manera, derivaron en tensiones
extraeclesiales con el régimen, y cómo estas, a su vez, contribuyeron a profundizar las
divisiones en el interior de la Iglesia. Parte de las tensiones con el régimen emanaron de la
reclamación eclesiástica de renegociar el concordato de 1953. A esta negociación, y a la del
posterior acuerdo de un marco bilateral para las relaciones entre la Iglesia y el Estado ya en
democracia, está dedicado el capítulo de Romina de Carli, quien se pregunta si el sistema
buscado fue de una confesionalidad tolerante o de una aconfesionalidad privilegiada,
pareciéndose decantar, más bien, por esta última opción como resultado del proceso.
Los dos capítulos siguientes tratan la cuestión de la movilización obrera católica,
particularmente durante la etapa del segundo franquismo. El primero de ellos, de Enrique
Berzal de la Rosa, presenta un panorama muy completo del obrerismo católico durante la
dictadura, de su contribución a los movimientos de oposición antifranquista a través de sus
militantes, de sus actuaciones y, muy significativamente también, de la creación y difusión de
una cultura política cristiana de izquierdas. No fue un movimiento exento de contradicciones,
como tampoco careció de estas su concreción femenina, que estudia Mónica Moreno Seco
en un también excelente trabajo, donde se aplica muy adecuadamente la perspectiva de
género. Pese a las mencionadas contradicciones, las militantes católicas de la HOAC y de
la HOACF pudieron desarrollar en su seno no sólo una conciencia obrera y democrática
–como sus compañeros varones–, sino, asimismo, una identidad femenina de rasgos cada
vez más abiertamente feministas.
Dentro del tercer bloque, constituido por los tres capítulos dedicados al catolicismo en
las nacionalidades “periféricas”, destaca el magnífico estudio sobre Galicia de José Ramón
Rodríguez Lago. En el mismo se da cumplida cuenta no sólo del devenir de la Iglesia
gallega en el siglo XX, sino de la pluralidad –a veces muy discreta– existente en su seno. El
autor matiza muy bien las diversas corrientes que –ya abiertamente– eclosionan a finales
de los sesenta, hasta la final imposición de las más conservadoras en el tardofranquismo y
la transición. Más desconcertantes resultan los otros dos capítulos. El de Anabella Barroso
sobre el País Vasco, por una razón de forma, que además impide una justa valoración del
fondo: el capítulo carece de referencias –y, de las pocas que se ofrecen, algunas aparecen
en el texto en notación anglosajona entre paréntesis que luego no remite a ninguna
bibliografía–, de tal manera que no llegamos a saber muy bien en qué fuentes basa la
autora sus afirmaciones. En cuanto al capítulo de Hilari Raguer sobre Cataluña, supone
una especie de ejercicio de “ego-historia”, en el cual la experiencia catalanista, democrática
y “católico-progresista” del propio autor se traslada a una quizá menos probable de “todo”