El Teatro Posmoderno

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EL TEATRO POSMODERNO
es mucho más que el teatro

F R EDDY TOR R E S

El teatro posmoderno se nutre de lo clásico. Quien dice posmo-


derno, dice moderno, y quien dice moderno, dice clásico. De tal manera, el
teatro posmoderno se remite al pasado y asume la herencia teatral como
un valioso aporte. Hay un hecho en el mundo teatral digno de estudiar y es
el rechazo del teatro dramático clásico por los autores actuales. Se ha vuel-
to impensable para los autores de hoy proponer obras con diálogos inter-
cambiados entre personajes como en una conversación cotidiana. Ya el
drama hacia 1880 y en 1950 se caracterizó por una ruptura de la comuni-
cación y del intercambio dialógico por la aparición de una crisis del drama
que se evidenció con movimientos como el naturalismo, existencialismo,
expresionismo, teatro épico; incluso, el teatro del absurdo pertenece al
modernismo y no al posmodernismo, puesto que para los teóricos el no-
sentido resulta sentido y reclama una interpretación y una concepción del
mundo: las tendencias de la literatura después del modernismo se orientan
hacia una búsqueda donde ya no es el sentido lo que se niega como prin-
cipio ordenador, o el sentido como filosofía, sino una “totalidad parcial”.
En el arte posmoderno se observa una nueva totalidad: no de los
enunciados, sino la de su enunciación en su organización en el discurso
total. Fenómeno de retotalización del fragmento que el teórico alemán
Adorno atribuye a las obras que practican una negación consecuente del
sentido. A partir de los años 60, después del período llamado absurdo, el

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problema del teatro ya no es la discusión entre dialogismo y monologismo,


comunicación o cacofonía, sentido o no sentido. Hay diversos autores tea-
trales como Handke, Vinaver, Beckett, Muller, Koltés, que actualmente no
buscan crear en sus extraños textos la imitación de locutores tratando de
comunicar o sucumbir ante la palabra indescifrable. Ellos presentan un
texto que, incluso, si asumen aun la forma de palabras alternadas emitidas
por diversos locutores, no es verdaderamente intercambiable, resumible,
resoluble, puesto a desembocar en la creación de sentido. “Aquí la palabra
redeviene acción, se dirige en bloque al público como un poema lanzado a
la cara del espectador: corresponde al público tomarlo o dejarlo como la;
búsqueda de un imposible espacio unitario”. Esta tesis se desprende de los
aportes del sociólogo francés Patrice Pavis en su estudio acerca de la
herencia clásica del teatro posmoderno (Teatro contemporáneo imágenes
y voces. Arcis. 1998). El texto lucha por retornar a la época anterior al diá-
logo, como en las más antiguas formas escénicas. El teatro, desde la anti-
güedad, es el arte de jugar con la división, la que introduce en el espacio a
través del diálogo. “En las antiguas formas escénicas cada palabra habla
solitariamente, dirigida solamente a los hombres que se han reunido reli-
giosamente para escucharla; no hay comunicación lateral; el que habla se
dirige al público con una plenitud que excluye toda respuesta, palabra
desde lo alto, en una relación sin reciprocidad”. (Mauricio Blanchet. Entre-
tenimiento infinito. París. Gallimard. 1969).
Los autores posmodernos intentan renovar un contacto con un
público unido por el deseo de revivir en bloque una experiencia sensorial
y textual; su interés radica en un nuevo espacio que no esté dividido por
los cortes escénicos, familiar, social, individual. Esta búsqueda posmoder-
na de un espacio estético y social común implica un lazo estrecho con la
tradición y con la herencia teatral antigua, no solamente con la herencia
cultural (los autores clásicos, la tradición, los mitos fundadores de la vida
simbólica y social) sino también con la herencia en las prácticas gestuales,
vocales, entonativas que son de estricta competencia del teatro; es decir,
del actor, del escenógrafo, del director. En definitiva, el teatro posmoderno
lucha desesperadamente por encontrar la relación del cuerpo y del gesto
de toda una tradición teatral y social.

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La escena, dice Antoine Vitez, es el laboratorio de la lengua y de


los gestos de la nación. El público sabe que en el teatro hay gente que tra-
baja incansablemente durante largas jornadas para engrandecer, refinar,
transformar los gestos y las entonaciones de la vida corriente. Para ubicar-
la, para ponerla en crisis. Si el teatro es el laboratorio de los gestos y de las
palabras de la sociedad, es a la vez el conservador de las antiguas normas
de expresión y adversario de la tradición.
Resumiendo, lo que cambia no es tanto la concepción del hom-
bre y de su lugar en el universo, como la concepción de los nuevos direc-
tores de las obras clásicas. En la nueva escritura dramática, el diálogo con-
versacional está desterrado de las escenas como la reliquia de una drama-
turgia del conflicto y del intercambio, la historia, la intriga, la fábula. El tea-
tro posmoderno no desea limitarse a una lectura ideológica del texto o del
mundo. Tiene agotadas las series de soluciones del texto y del sentido, y
termina por declararlas equivalentes. El nuevo teatro no se ofrece ya como
un teatro o un espectáculo interpretable, sino como una práctica signifi-
cante que engloba, entre otros, un texto lingüístico. La función del análisis
dramático en las nuevas tendencias del teatro es determinar los significa-
dos probables; y la de las prácticas significantes, atender las pluralidades
de las significaciones; esta nueva práctica abre el texto dramático a la
experimentación escénica, cuidando de no separar la lectura del texto, el
descubrimiento de su sentido y la traducción escénica que explicaría el
sentido pre-existente del texto; entonces el texto se mantiene como el ob-
jeto de las preguntas y trabajo de los códigos y no como una serie de si-
tuaciones y de alusiones a un subtexto que trataría de hacerse sentir al es-
pectador. De esa manera, el texto es recibido como una serie de sentidos
que se contradicen, se responden y rechazan arrullarse en un sentido glo-
bal final. La práctica significante rehúsa ilustrar o conformar lo que el aná-
lisis cree descubrir en la primera muestra al espectador. La pluralidad de
significados se mantiene por la multiplicación en la escena de los enuncia-
dores (actores, música, ritmo), por el rechazo a jerarquizar los sistemas es-
cénicos, a dividirlos entre mayores y menores, a reducirlos a un último sig-
nificado y, a fin de cuentas, a un rechazo absoluto a interpretar. Peter Brook
es el paladín de este rechazo hermenéutico al afirmar que los grandes tex-

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tos clásicos son formas abiertas a interpretaciones hasta el infinito, una


deliberada forma tan vaga como sea posible, para no dar interpretación.
Este tipo de teatro posmoderno de apertura infinita del texto a la
significación efectúa dos tácticas representativas: mostrar lo que no está
dicho (representación historizada), no mostrar lo que está dicho.
Esta clase de puesta en escena, desarrollada en Francia por Vi-
tez, instaura un juego perpetuo entre mostrar-ocultar-texto-escena. El pla-
cer teatral para el espectador radica en la diferencia entre lo que se dice y
lo que se muestra. Lo que resulta excitante para el espectador consiste en
esa idea: no mostrar lo que está dicho.
Con esta aproximación, la dialéctica entre texto y escena queda
definitivamente instituida; hasta ahora, la escena dimanaba siempre de la
lectura del texto. Para el teatro posmoderno, la puesta en escena es una
suerte de pantomima del texto, desplazamientos sucesivos para hacer del
texto un gesto (movimiento que la dicción y el ritmo utiliza) que al igual
que el gesto corporal de la acción, su desplazamiento contribuye a escribir
este nuevo texto que es el espectáculo. El texto espectacular que surge de
esta concepción es de tal complejidad que el receptor debe orientarse en
el laberinto de los significantes sin poder reducirlo a significado, a una
comunicación. En definitiva, el nuevo arte de la posmodernidad no se pre-
ocupa por revelar la comunicabilidad del sentido, sino la opacidad irreme-
diable en el seno del lenguaje mismo (Lyotard). Esto es precisamente el
mayor desafío del teatro posmoderno que reta a una nueva ciencia de la
comunicación o semiología de los signos

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