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El Lienzo de Tlaxcala
y su lenguaje interno
The Lienzo de Tlaxcala
and its internothe language
I. Introducción
Miguel del Barco narra en su Historia Natural y Crónica de la antigua California una delicio-
sa anécdota que transcurrió cuando los jesuitas, congregación a la que pertenecía, fundaron
sus misiones en California y cuyo protagonista era un indígena cochimí que desconocía la
escritura y que recelaba de su fiabilidad. Nosotros debemos darle la razón al indígena, porque
desgraciadamente los documentos no siempre dicen la verdad. A veces, porque quienes nos
cuentan los hechos como testigos, no estuvieron donde afirman o aunque estuvieran, como
nos previene Valle-Inclán: “las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos”,
y muchas de las fuentes, que valoramos como primarias, están aderezadas con la dulce pe-
numbra del recuerdo.
Los documentos surgidos durante esa época de la pluma europea son de sobra co-
nocidos, pero no tanto los indígenas. Sin embargo, los objetivos que pretendían ambos eran
los mismos: que la Corona española reconociera sus méritos en la conquista y que estos se
plasmaran en exenciones y privilegios.
Los indígenas probaron suerte a través de los canales coloniales, pero utilizando do-
cumentos de características híbridas, para reclamar a las instancias competentes el pago de
sus servicios. El Lienzo de Tlaxcala, como veremos, es un documento que se adapta a estas
características.
¿Quién no conoce la gesta llevada a cabo por Hernán Cortés y su “puñado de valientes”?, imagen
difundida por Diderot y más tarde por Willian Prescott, y suficientemente enfatizada por sus prota-
gonistas, con la intención de percibir méritos y recompensas de la Corona española. Sin embargo,
a menudo, olvidamos u omitimos que esta epopeya fue multiétnica y que los batallones que de-
rrumbaron los cimientos del imperio mexica estaban compuestos por hombres de distinto color.
A excepción del ya mítico Visión de los vencidos, pocas obras se han detenido en ave-
riguar el punto de vista de los otros protagonistas que contribuyeron a la caída de la fabulosa
Tenochtitlan. Reconocerlo no solo es de justicia, sino que dota a la Historia de una claridad y
de una “normalidad” que a menudo se difumina en explicaciones poco realistas.
Cortés y sus compañeros fueron hombres de extraordinaria valía que nadie discute,
pero reconocer sus limitaciones en los primeros años aclara el relato de los hechos y no des-
merece sus méritos. Hay que tener en cuenta, por un lado, que la complejidad política de
México distaba mucho de los núcleos aislados que los conquistadores habían encontrado en
las Antillas o en la costa yucateca y, por otro, que al reducir el proceso a individualidades se
ignoran otros aspectos que fueron decisivos como el contexto, al resto de los hombres que
los acompañaban y la aceptación de la presencia india y africana como vital para el desenlace
positivo de la empresa. Este mito del hombre excepcional, que encarna Cortés, encierra en
realidad el mito de la superioridad (Restall 2004: 31l).
“El valioso apoyo tlaxcalteca resultó vital para los castellanos, quienes, careciendo de
él, jamás habrían tomado Tenochtitlan, la Venecia americana.” (Vázquez 2002: 5)
Memoria de todos estos sucesos es el Lienzo de Tlaxcala, pero saber ¿quién es su autor
o quién lo encargó? ¿Qué pretendía con esta obra? ¿Qué cuentan sus imágenes?, si coincide
con lo que sabemos por otras fuentes, son preguntas interesantes cuyas repuestas pueden
aclarar la veracidad o no de lo que sus páginas describen.
Desde su origen el Lienzo ha sufrido tal cantidad de avatares que rastrear su autenti-
cidad se convierte en una difícil empresa. El acuerdo general acepta que es un documento
colonial de mediados del siglo XVI, en él se muestra la caída de México a través de escritura
icónica, en cuyos paneles los tlaxcaltecas y los españoles se disputan el protagonismo de los
hechos.
Nada sabemos del autor o autores del yaotlacuiloli o libro de guerra, pero se intuyen
varias manos en su ejecución. Sobre quién lo encargó, los datos señalan al Cabildo de Tlaxca-
la, según reza en el Acta de 1552 (1985: 324), para que se plasmara la participación tlaxcalteca
en la toma de Tenochtitlan y se reconociera en la corte española
1
Sobre el cual Ballesteros (1980: 71) no afirma que sea original o copia del Lienzo.
c) el que conservó el Virrey de México (Gibson 1991: 145, 160; Mazigcatzin 1927: 60).
Aunque Alfredo Chavero (1979: IV) deduce que “debieron hacerse dos ejemplares: uno
que quedó en el ayuntamiento de Tlaxcala, y otro que sin duda se mandó á Carlos V”.
Del original del Cabildo se realizó, providencialmente, una copia en 1773 y de esta se
sacaron tres más, aunque solo una completa. A finales del siglo XIX se realizó la copia que
lleva el nombre del entonces gobernador de Tlaxcala, Próspero Cahuantzi (Sánchez 2004:
3). Durante el trienio de Maximiliano, 1864-1867, el original del Cabildo se llevó a México,
para que los franceses lo estudiaran, y al restablecerse la República, Alfredo Chavero recibió
el encargo de “comisionar confidencialmente” el original. Un original que Chavero nunca
encontró, pero que gracias a la copia realizada en 1773 pudo hacer otra “exactísima” para la
Exposición Madrileña del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América.
“Quedó, pues, perdido el lienzo; pero por fortuna yo tengo copia exactísima, di-
bujada con toda escrupulosidad, y para la cual se hicieron colores enteramente
iguales á los del original. Como también tengo los calcos que del mismo original
se sacaron, hoy puede hacerse una reproducción fidelísima del lienzo perdido.”
(Chavero 1979: V)
“Una copia en forma de libro, hecha por Diodoro Serrano y propiedad de J.F.
Ramírez y después de Chavero, es la fuente de la cual Genaro López hizo las
litografías que publicaría la Junta Colombina, con el comentario de Chavero en
1892.” (Sánchez 2004: 12)
A pesar del entusiasmo de Chavero por la fidelidad de la copia, lo cierto es que exis-
ten muchas diferencias entre unas copias y otras, y si todas salieron del mismo original algo
no concuerda. ¿Podemos afirmar que el original llevaba glosas en caracteres latinos, expli-
cando las imágenes?, porque la copia de Yllanes, donde además se mantienen los nombres
de los tecuhtli que están en los recuadros, la de Chavero y el Códice de Tlaxcala las tienen,
pero entonces, ¿de dónde salió la copia de Cahuantzi y por qué la de Chavero, a pesar de
ser exactísima, no tiene inscripciones en la página principal? (Ballesteros 1980: 69).
Respecto a la copia que se envió al rey, Ballesteros (1977: 5-17) plantea la posibilidad
de que el documento de la Casa de Colón de Valladolid sea un fragmento de este, aunque
puntualiza que asumimos que una copia vino a España, solamente porque Paso y Troncoso
lo afirma, basándose en que Felipe Guevara, un gentil hombre del emperador Carlos V, así lo
asegura (Ballesteros 1980: 69).
En 1892 Paso y Troncoso realizó un viaje a Europa con el objetivo de localizar do-
cumentos mexicanos antiguos, con él vino el dibujante Jenaro López, que rápidamente vio
un gran negocio en realizar falsificaciones de los documentos originales que copiaba para
su patrón, la peculiaridad de los trabajos de López era que los realizaba en fibra de coco
(Carcer 1949: 20), material con el que está hecho el fragmento de Valladolid (Ballesteros
1977: 14) y también el falso códice de Comillas, aunque “hemos de hacer la observación de
que pudo haber pictografías antiguas en coco, pues en buen proceder científico no puede
negarse ninguna posibilidad, aunque no se hayan hallado códices de este tipo” (Ballesteros
1980: 70).
Para complicar más la situación, Diego Muñoz Camargo realizó en 1552 una Historia
de Tlaxcala cuyo texto alfabético iba acompañado por otro icónico emparentado con el
Lienzo de Tlaxcala. Esta parte ilustrada se conoce como Códice de Tlaxcala o Manuscrito
Glasgow, consta de 156 láminas con glosas en español y náhuatl (Sánchez 2004: 3; Wake
2002: 91).
El objetivo del yaotlacuiloli fue dejar constancia, en la corte española, de la inestimable cola-
boración de los tlaxcaltecas en la conquista de México y que dicho esfuerzo necesitaba una
recompensa, preferiblemente en forma de exenciones fiscales para la provincia de Tlaxcala,
ya que no parecía justo dispensarle el mismo trato que a las provincias que no tuvieron una
actuación tan destacada.
a) Omitir cualquier referencia a los duros enfrentamientos bélicos que tuvieron con los
españoles antes de aliarse con ellos.
“The prime objective of this and other Tlaxcalan histories destined for Spain in
the sixteenth century was to emphasise the role of Tlaxcala’s rulers and warriors
in the Spanish conquest of Mexico and thereby secure exemptions from tribute,
together with other royal favours not usually accorded to native polities in New
Spain.” (Wake 2002: 91)
La casi instantánea conversión al cristianismo, como el rápido vasallaje que los tlax-
caltecas tributaron a Carlos V, son aspectos que utilizaron para reclamar sus privilegios a la
Corona. Sin embargo, llama la atención que estos mismos hechos que a unos ensalzan, se
utilicen para desprestigiar a otros, como por ejemplo a la figura de Moctezuma Xocoyotzin
(Bueno 2008).
Los tlaxcaltecas accedieron a buscar un sitio para que los cristianos pudieran colocar
a sus dioses, celebrar misa y bautizar únicamente a las mujeres que les habían ofrecido (Díaz
del Castillo 2000, I, [Cap. LXXVII]: 270), demostrándose, igual que en Tenochtitlan más tarde,
que las religiones politeístas eran más flexibles (Bueno 2008) y que la inmediata conversión
que los tlaxcaltecas muestran en sus pinturas es una clara manipulación.
Para conseguir sus objetivos, los tlaxcaltecas enviaron seis embajadas a España, en un
periodo que va desde 1527 hasta 1582 (Gibson 1991: 159) pero, a pesar del esfuerzo, solo
consiguieron pequeñas migajas que no les satisficieron.
La cuarta embajada, que permaneció en España desde 1552 hasta 1554, llevaba el Lienzo
de Tlaxcala con la intención de entregárselo al monarca. No sabemos si este hecho llegó a suce-
der, lo que sí parece seguro es que el documento que presentó la sexta embajada fue consultado
por Antonio de Herrera, cronista general de Castilla e Indias, nombrado por Felipe II en 1596,
como lo delatan las notas marginales que escribió sobre el texto alfabético (Acuña 1981: 13),
aunque no podemos asegurar que manejara la parte pictográfica (Wake 2002: 136-137).
Entre los componentes de la sexta embajada, que partió en 1582 y residió en España
hasta 1585, iba Diego Muñoz Camargo con la misión de entregar personalmente su Relación
de Tlaxcala que, como hemos comentado en líneas anteriores, constaba de dos partes: la alfa-
bética y la icónica, conocida como Códice de Tlaxcala o Manuscrito Glasgow. Esta delegación
fue la más provechosa, pero solo en apariencia, pues aunque regresaron con las anheladas
cédulas, la validez de las mismas expiró rápidamente, ya que la Corona no parecía entender
de lealtades, sino de rápidos beneficios que sanearan sus esquilmadas arcas (Gibson 1991:
161-162; Wake 2002: 136).
Sobre la relación que pudo existir entre el Lienzo de Tlaxcala y la Historia de Tlaxcala,
escrita por Diego Muñoz Camargo, Manuel Carrera (1945: 105) no duda en afirmar que Muñoz
se basó en el Lienzo. Sin embargo, Germán Vázquez (2002: 34) mantiene que aunque Muñoz
consultó códices pictográficos para realizar su obra, también advierte que ya no se utilizaban
mucho porque nadie sabía leerlos:
“ansí de la manera que lo tratan sus crónicas y cantares cifrados; en suma, se-
gún su modo, olvidados ya” (Muñoz Camargo 2002, [lib. I, cap. III]: 81)
Y afirma, a la luz del reaparecido manuscrito de Glasgow, que Muñoz Camargo “no se
inspiró en el Lienzo de Tlaxcala; por el contrario, hay fuertes razones para creer lo contrario”
(Vázquez 2002: 35).
A pesar de toda la información que existe sobre el Lienzo y de los estudios de las copias que
de él se hicieron, no parece estar claro sobre qué imágenes trabajamos. Y aunque se apre-
cian variaciones entre los posibles, lienzos, copias, fragmentos y códice, la idea original de
representar a los tlaxcaltecas como artífices casi exclusivos de la caída de Tenochtitlan queda
patente en todo ellos, y el mensaje interno que refuerza esta idea es lo más interesante.
“[…] esta estrategia visual de generar un contraste entre dos imágenes es parte de la
tradición tlacuilolli que sirve para crear un ulterior mensaje.” (Magaloni 2003: 41)
Las relaciones numéricas y el juego que se establece entre ellas también cobran gran
importancia. Si se analiza qué porcentaje de láminas se dedica a cada acontecimiento, la con-
quista de Tenochtitlan es el tema central, 48 de los 86 paneles que componen la copia de
Chavero se centran en ella, frente a los 3 de la conquista del Pánuco, los 19 de Occidente, los
5 de Sinaloa y los 12 de Guatemala (Sánchez 2004: 8).
2
Este tipo de estructura no era ajena a la realidad artística europea, como ejemplo basten los rompimientos de gloria, véase
El entierro del Conde de Orgaz, del Greco o los pintores del Quattrocento, véanse los frescos de Masaccio, en la capilla
Brancacci de Florencia.
Esta relación numérica deriva del cinco que, a su vez, nos remite al concepto del quin-
cunce y a las intrincadas teorías del centro. El quincunce en su representación iconográfica es
sumamente sencilla, es el cinco que vemos en los dados, cuyo punto central, observado desde
arriba, nos da el volumen de la pirámide.
Pero semánticamente es un símbolo muy denso que lleva implícito conceptos cos-
mogónicos, filosóficos e incluso ontológicos. Son los cuatro rumbos del universo, en cuya
intersección está el centro generador de energía, de tal forma que el punto central se con-
vierte en la dirección más importante al regir el equilibrio y controlar el tiempo mítico, que
circula por él en dirección vertical. Este tiempo se origina de la interacción entre los dioses
y sus consecuencias se manifiestan en el tablero sobre el que juegan: la Tierra (López Austin
1989: 72-73).
Este tempus mítico es una de las claves para entender el lenguaje iconográfico
indígena. Porque a diferencia de esa idea de centro endógeno succionador, más acorde
con nuestra concepción occidental, el centro indígena es exógeno, esparce y derrama
el hálito vital de sus dioses sobre el tablero terrestre, afectando a todos los seres que
viven en él.
Otra lámina que guarda una relación directa con la toma de Tenochtitlan es la n.º 14
que representa La matanza de Alvarado (fig. 5). Igual que en la lámina 42 del Lienzo, en esta
se mantiene la representación quincuncial, con toda su carga simbólica proyectada en el lugar
donde transcurren los hechos y también en lo que se festejaba. Iconográficamente tiene una
semántica con mucho trasfondo porque la acción transcurre en el Templo Mayor, el axis mun-
di mexica, la unión espacio-temporal de la cosmovisión indígena, donde mitología e historia
se funden. Referencia política e ideológica del régimen imperial.
Es el centro indígena dador, que ofrece y que mantiene un flujo energético, contra-
puesto al nuevo sentido de centro occidental, succionador e insaciable que todo lo traga en su
movimiento centrífugo. Idea que también queda reflejada en la imagen del Códice Aubin que
representa la misma escena (fig. 6).
“La representación del Códice Aubin presenta el centro del cosmos en crisis: quienes
lo sostienen con sus rituales, los guerreros y sacerdotes, son cortados con la espada
y la lanza. […]. Aquello que resalta es la toma del centro del mundo mexica, de
donde emana su poder, por los guerreros de la lanza. El tlacuilo presenta los hechos
que a su juicio cambian el rumbo de la historia y que se inscriben, por tanto, en el
Pero si el tlacuilo del Aubín se centró en el dónde, el artista del Lienzo de Tlaxcala
además incidió en el qué. Se celebraba la fiesta de Tóxcatl, en el mes de mayo, festividad en
la que se pedía el agua tan necesaria para los pueblos agrícolas, por eso no es de extrañar
que, como afirma Durán (1967, I, [cap. VIII]: 255), fuera “de las más célebres y aventajadas que
estos indios tenían”, convirtiéndose en una fiesta marcador (Guillespie 1989: 162) por su pro-
pio significado indígena. En ella se simbolizaba el cambio del ciclo seco al húmedo; también
marcaba el punto álgido del sol y el comienzo de su descenso por el reino de las tinieblas.
“Es quizás por esta interacción […], que la conquista se presenta en los documentos
indígenas como una guerra sagrada, anunciada por portentos naturales y deter-
minada por los ciclos del cosmos o las fechas calendáricas.” (Magaloni 2003: 21)
plástica, en la que el estilo pictórico occidental y los símbolos cristianos son introducidos a
los textos visuales de la conquista, creando en definitiva una nueva escritura icónica” (Ma-
galoni 2003: 13).
Esta nueva corriente también quedó plasmada en el códice de Tlaxcala que, como
hemos comentado al hablar de la caída de Tenochtitlan, utilizaba los convencionalismos y la
estética indígena, pero diluía el mensaje interno. Esto llevaba a Eleanor Wake (2002: 123) a
suponer que los tlacuiloque eran mexicas o bien que el artista no fue indígena y que el texto
icónico se preparó en España, basándose en el texto alfabético de Muñoz Camargo. Sin embar-
go, no olvidemos que el mismo Muñoz Camargo afirmaba que para ese tiempo había pocos
especialistas que escribieran códices y menos aún que supieran interpretarlos.
Tampoco hay que perder de vista que el documento pretendía obtener unos beneficios
y que, como en las buenas novelas de misterio, todos los posibles beneficiarios eran sospecho-
sos. Así que podemos inferir que los que podían apelar a la gesta de los primeros tlaxcaltecas
que ayudaron a Cortes, o aquellos que no querían que estos obtuvieran ventajas, intentarían
manipular el documento cuya destinataria era la corte española.
Si el códice surge para hacer más explícito y visual el relato de Camargo y obtener con
más facilidad las ansiadas prebendas, reforzando la acción tlaxcalteca, ¿cómo es que el resulta-
do final es justo el opuesto? ¿Se debieron estos cambios a un intento deliberado de los artistas
por desacreditar a los tlaxcaltecas en favor de Cortés o simplemente al desconocimiento de los
artistas en las claves internas del documento?
Tampoco comparto la afirmación de Eleanor Wake (2002: 31, 134) sobre que los cam-
bios que se aprecian en el códice, que restan mérito a los tlaxcaltecas, se hicieron consciente-
mente, no tanto para favorecer a los españoles, sino para dañar la imagen de los tlaxcaltecas,
ni que el tlacuilo que los realizó fuera mexica y por eso ajustó las cuentas pendientes con los
tlaxcaltecas, eliminando su protagonismo y así exonerar a su propia gente del asesinato de
Moctezuma, implicando a los españoles.
V. Armas y armaduras
Durante los trabajos arqueológicos del Templo Mayor aparecieron mazas de obsidia-
na y basalto como ofrendas (González Rul 1997: 50-52), quizás como símbolos de poder y
gobierno, representando cetros (Athie 2001: 115). Al final del mango colocaban una correa
para sujetarlo al brazo (lámina 22) igual que se observa en el macuáhuitl representado en las
láminas 39 y 40 del Lienzo (fig. 8).
El arco o tlahuitolli también aparece insistentemente en las láminas 31, 35, 36, 37, jun-
to a flechas o mitl, cuyas puntas se realizaban en obsidiana o pedernal, que se pegaban con
resina de pino (Hassig 1988: 80, láminas Lienzo Tlaxcala 22, 25, 33, 34, 52). Se guardaban en
el carcaj o micomitl, colocado en la espalda y que se confeccionaba con piel de coyote o de
jaguar. Lo utilizaban los guerreros de rangos inferiores que no portaban ningún tipo de insig-
nia en la espalda (láminas 31, 35, 36, 37, 51) (Peñafiel 1903).
Las lanzas o teputzopilli aparecen con puntas variadas. En las láminas 13, 14, 21 se observan
las de forma de rombo en las que se insertaban navajas de obsidiana, en las láminas 15 y 17 apa-
recen las mortíferas puntas de arpón o las más simples de punta afilada o tlazontectli (Tezozomoc
2001 [cap. XLIII]: 193). En el conjunto de las armas arrojadizas no se puede olvidar el atlatl. Esta
es un arma muy representada en el arte mesoamericano, guerreros y dioses la portaban como
símbolo de su estatus. Los dardos o minacachalli eran elaborados con madera de roble y en sus
extremos se colocaban plumas (Hassig 1988: 77), la punta podía estar endurecida al fuego o ser
de obsidiana, pedernal, espinas de pescado y algunas veces de cobre. También recibía el mismo
nombre un tipo de lanza cuya punta terminaba en forma de arpón (lámina 15, 17) que se utilizaba
para pescar y cazar y se recicló con gran éxito para la guerra (Tezozomoc 2001 [cap. XLIII]: 193),
porque su temible punta se elaboraba con “resistentes espinas de pescado, las que originalmente
procedían de la cacería lacustre” (Lameiras 1985: 122). Por su forma resultaba extremadamente
difícil de extraer una vez que penetraba en el cuerpo, asegurando la infección generalizada en el
enemigo.
Según la mayoría de las fuentes, el macuáhuitl era un arma terrorífica, tanto las picto-
grafías como los textos europeos describen su fabuloso poder de corte, capaz de seccionar
de un tajo la cabeza de un caballo “[…] y entonces dieron una cuchillada a la yegua, que le
cortaron el pescuezo en redondo, y allí quedó muerta” (Sahagún 2001, I, [lib. 3, cap. 4]: 300),
a pesar de la afirmación del franciscano debemos, nuevamente, cuestionar la veracidad de los
documentos a tenor de los resultados de un reciente estudio (Cervera 2006) patrocinado por
la Royal Armoury, en el que se hizo una reconstrucción, siguiendo fielmente los datos que
proporcionaban las fuentes.
El Lienzo de Tlaxcala, en sus múltiples copias, fragmentos, etc., pretendió obtener de la Coro-
na española el reconocimiento del esfuerzo de los gobernantes y de los guerreros tlaxcaltecas
como fieles aliados de Hernán Cortés. Convencidos de que sin su colaboración los españoles
no hubieran podido doblegar el poder mexica, decidieron utilizar los cauces legales de la épo-
ca y preparar seis embajadas con destino a España, para exponer sus peticiones.
Los documentos pictográficos que utilizaron formaban parte de una nueva realidad y,
por lo tanto, esta se representaba con nuevas convenciones estéticas, pero sin abandonar las
tradicionales. Tradición que quizás no fue comprendida por los que debían hacer efectivos los
privilegios solicitados.
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