Hacia El Conocimiento de Dios I Al X de Packer
Hacia El Conocimiento de Dios I Al X de Packer
Hacia El Conocimiento de Dios I Al X de Packer
CAPITULO II
EL PUEBLO QUE CONOCE A SU DIOS
Se me ocurre que no son muchos los que dirían en forma natural que han conocido a Dios.
Dicha expresión tiene relación con una experiencia de un carácter concreto y real a la que la mayoría de nosotros, si somos
honesto, tenemos que admitir que seguimos siendo extraños.
Parecería ser que los postreros pueden llegar a ser los primeros, y los primeros postreros. El conocer limitadamente a Dios
tiene más valor que poseer un gran conocimiento acerca de él.
1ro. Se puede conocer mucho acerca de Dios sin tener mucho conocimiento de él.
2do. Podemos tener mucho conocimiento acerca de la santidad sin tener mucho conocimiento de Dios. Esto depende de los
sermones que uno oye, de los libros que lea, y de las personas con quienes se trate. El hombre que conoce a Dios, las
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pérdidas que sufra y las “cruces” que lleve cesan de preocuparlo; lo que ha ganado sencillamente elimina de su mente dichas
cosas.
¿Qué otro efecto tiene sobre el hombre el conocimiento de Dios? Diversas secciones de las Escrituras responden esta
pregunta desde distintos puntos de vista, pero quizá la respuesta más clara y notable de todas, la proporcione el libro de
Daniel. Podemos sintetizar su testimonio en cuatro proposiciones:
Quienes conocen a Dios despliegan gran energía para Dios. El pueblo que conoce a su Dios se es forzará y
actuará” (Daniel 11:32)
Quienes conocen a Dios piensan grandes cosas de Dios. Como dice el Libro de Daniel, la sabiduría, el poder, la
verdad de ese gran Dios que domina la historia y nos muestra su soberanía en actos de juicio y misericordia.
Quienes conocen a Dios evidencian gran denuedo por Dios. Daniel y sus amigos eran hombres que no escondían
la cabeza. No se trata de temeridad. Sabían lo que hacían. Habían calculado es costo. Habían estimado el riesgo. Tenían
perfecta conciencia de lo que les acarrearía su actitud a menos que Dios interviniese milagrosamente, y esto último es lo que
en efecto ocurrió.
Quienes conocen a Dios manifiestan gran contentamiento en Dios. No hay paz como la paz de aquellos cuya
mente está poseída por la total seguridad de que han conocido a Dios y de que Dios los ha conocido a ellos, y de que dicha
relación garantiza para ellos el favor de Dios durante la vida, a través de la muerte, y de allí en adelante por toda la eternidad.
Todavía podemos encontrar a Dios y conocerlo si buscamos su compañía. Solamente los que han buscado al Señor
Jesús hasta encontrarlo –porque la promesa dice que cuando lo buscamos con todo el corazón ineludiblemente lo vamos a
encontrar.
CAPITULO III
PARA CONOCER Y SER CONOCIDOS
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan
17:3). ¿Qué es lo mejor que existe en la vida, lo que ofrece mayor gozo, delicia, y contentamiento que ninguna otra cosa?
El conocimiento de Dios. “Así dijo Jehová: no se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el
rico se alabe en su riqueza. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme” (Jer. 9:23).
“Conocer” a Dios es necesariamente una cuestión más compleja que la de “conocer” a otro hombre, del mismo modo
en que “conocer” al vecino resulta más complejo que “conocer” una casa, un libro, o un idioma. Cuanto más complejo sea el
objeto, tanto más complejo resulta “conocerlo”.
En el caso de los seres humanos la situación es complicada, pues a diferencia de otras cosas, tienen la posibilidad de
ocultar, y de abstenerse de mostrar a los demás, todo lo que anida en su interior.
De manera que la calidad y la profundidad de nuestro conocimiento de los demás depende más de ellos que de
nosotros. El que los conozcamos depende más directamente de que ellos nos permitan que los conozcamos que de
nuestros intentos para llegar a conocerlos.
El conocer a Dios, equivale a tener una relación que tiene el efecto de deleitar al corazón del hombre.
Conocer a Dios comprende: 1. Escuchar la palabra de Dios y aceptarla en la forma en que es interpretada por el Espíritu
Santo, para aplicarla a uno mismo; 2. Tomar nota de la naturaleza y el carácter de Dios, como nos los revelan su Palabra
y sus obras; 3. Aceptar sus invitaciones y hacer lo que él manda; 4. Reconocer el amor que nos ha mostrado al
acercarse a nosotros y al relacionarnos consigo en esa comunión divina.
“Mis ovejas oyen mi voz – dice Jesús-, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27). Su “voz” es lo que él afirma de sí
mismo, es su promesa, su clamado. “Yo soy el pan de vida.. la puerta de las ovejas… el buen pastor…la resurrección” (Juan
6:35;10:7, 14; 11:25).
El conocer a Dios es cuestión de trato personal, como lo es toda relación directa con las personas. El conocimiento
acerca de él es condición previa necesaria para poder confiar en él “..Cómo creerán en aquel de quien no han oído?
(Ro.10:14),
La amplitud de nuestro conocimiento acerca de él no es indicio de la profundidad de nuestro conocimiento de él.
El conocer a Dios es cuestión de compromiso personal tanto de mente, como de voluntad y de sentimientos. Es evidente
que de otro modo no sería, en realidad, una relación personal completa. “Gustad, y ved que es bueno Jehová” (Sal.34:8).
Dios no existe para nuestra comodidad, o felicidad, o satisfacción, o para proporcionarnos experiencias religiosas, como si
estas fuesen las cosas más interesantes o importantes de la vida.
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Cualquiera que, sobre la base de las experiencias religiosas, dice: “Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos,
el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4).
Más no obstante ello no debemos perder de vista el hecho de que el conocer a Dios es una relación emocional, tanto como
intelectual y volitiva, y que no podría ser realmente una relación profunda entre personas si así no lo fuera. El creyente está,
y debe estar, emocionalmente involucrado en las victorias y vicisitudes de la causa de Dios en el mundo. Cuando Bernabé
llegó a Antioquía y vio la gracia de Dios, se regocijó.”(Hch. 11:23).
CAPITULO IV
EL ÚNICO DIOS VERDADERO
La Idolatría, se considera el segundo mandamiento de Dios, “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba
en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy
Jehová tu Dios, fuerte, celoso.” (Exo.20:4).
¿A qué se refiere este mandamiento? (para citar a Charles Hodge) “la idolatría consiste no sólo en la adoración de dioses
falsos sino también en la adoración del Dios verdadero por medio de imágenes”.
En su aplicación cristiana, esto significa que no hemos de hacer uso de representaciones visuales o pictóricas de Dios
trino, ni de ninguna de las personas de la Trinidad, para fines de adoración.
Históricamente los cristianos han sostenido distintos puntos de vista en cuanto a si el segundo mandamiento
prohíbe el uso de figuras de Jesús para fines docentes (en clases de escuela dominical, por ejemplo), y la cuestión no es de
fácil solución; pero no cabe duda alguna de que el mandamiento nos obliga a separar la adoración, tanto pública como
privada, de las figuras y estatuas de Cristo, tanto como las figuras y estatuas del Padre.
¿Cuál es el sentido de esta prohibición tan amplia? Pues es un asunto de crucial importancia. La Biblia nos muestra que
la gloria de Dios y el bienestar espiritual del hombre están ambos directamente vinculados con este asunto.
Se nos presentan dos líneas de pensamiento, se relacionan, no con la utilidad real o supuesta de las imágenes, sino
con la fidelidad de las mismas: 1) Las imágenes deshonran a Dios, porque empañan su gloria. La semejanza de las
cosas en el cielo (sol, luna, estrellas), y en la tierra (hombres, animales, aves, insectos), y en el mar (peces, mamíferos,
crustáceos), no constituyen, justamente, una semejanza de su Creador. 2) Las imágenes engañan a los hombres.
Sugieren ideas falsas acerca de Dios.
EL comprender que las imágenes y las figuras de Dios afectan nuestro concepto de Dios. Y así como nos prohíbe
que concibamos imágenes mentales antojadizas de él. El acto de imaginarnos cómo es, puede constituir infracción del
mandamiento segundo tanto como la imagen que nos proporciona la obra de nuestras manos.
Nosotros fuimos hechos a su semejanza, pero no debemos pensar que él existe en la semejanza nuestra. Pensar en
Dios en tales términos es ser ignorantes de Dios, todo lo contrario de conocerle. Pablo nos indica dónde va a parar este tipo
de teología: “El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría” (1Cor.1:21).
¿Adoramos al único Dios verdadero tal como él es? ¿O son nuestras ideas en cuanto a Dios? ¿Cómo puedo saberlo? Pues
bien, he aquí la prueba.
El Dios de la Biblia ha hablado por su hijo. La luz del conocimiento de su gloria aparece en el rostro de Jesucristo.
¿Acostumbro a contemplar la persona y la obra del Señor Jesucristo a fin de ver en ellas la verdad última en cuanto
al carácter y la gracia de Dios? Al contemplar a Cristo, ¿veo centrados en él todos los propósitos y planes de Dios?
Si he podido ver todo esto, y si he podido con la mente y con el corazón acudir al Calvario y allí hacer mía la
solución que me ofrece el Calvario, puedo entonces saber que en verdad rindo culto de adoración al Dios
verdadero, que él es mi Dios y que desde ya disfruto de la vida eterna, según la definición del propio Señor:
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has
enviado” (Juan 17:3).
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CAPITULO V
DIOS ENCARNADO
Jesús de Nazaret era Dios hecho hombre. Afirmación cristiana asombrosa, la segunda persona de la Deidad es el
“segundo hombre” (1Cor. 15:47), con lo cual quedó decidido el destino de la humanidad; segunda cabeza representativa de
la raza, que adoptó la humanidad sin perder la deidad, de modo que Jesús de Nazaret era tan completo y realmente divino
como lo fue humano.
La pluralidad de personas dentro de la unidad de Dios, y la unión de la Deidad y la humanidad en la persona de Jesús.
“El Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14); Dios se hizo hombre; el Hijo divino se hizo judío; y el Todopoderoso apareció en la
tierra en forma de un niño indefenso, incapaz de hacer otra cosa que estar acostado en una cuna, con características de un
bebé, teniendo que aprender a hablar y hacer cosas como otro niño.
El nuevo testamento afirma dos cosas: 1) El niño que nació en Belén era Dios, en lenguaje Bíblico, era el Hijo de Dios,
o como lo expresa invariablemente la teología cristiana, Dios Hijo.
Nótese, no un Hijo: sino como dice cuatro veces Juan, con el fin de asegurarse de que sus lectores comprendan
cabalmente el carácter único de Jesús, era el “unigénito Hijo de Dios” (Juan 1:14, 18; 3:16, 18). Consiguientemente, la
iglesia cristiana confiesa: “Creo en Dios Padre… y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”.
¿Qué quiere decir la Biblia realmente cuando llama Hijo de Dios a Jesús?, preguntas de este tipo son las que han tenido
perplejas a muchas personas, pero el nuevo testamento en realidad no nos deja con dudas, en cuanto a la forma de
responder a ellas.
En principio Juan, hizo todas estas preguntas y las resolvió en conjunto en el prólogo a su evangelio. Escribía según
parece, para lectores de origen judía y griega. Conforme a lo que él mismo nos dice, escribió a fin de que “creáis que Jesús
es… el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
2) El niño que nació en Belén era Dios hecho hombre. El Verbo se había hecho carne: un ser humano real y verdadero.
No había dejado de ser Dios; no era menos Dios entonces que antes; pero había comenzado a hacerse hombre.
¿En qué forma hemos de tomar la encarnación?
El nuevo Testamento no nos propone que nos dediquemos a cavilar sobre los problemas físicos y psicológicos
que ella plantea, sino que adoremos a Dios por el amor que en ella se nos ha mostrado.
Escribe Pablo: “Aunque él tenía la naturaleza de Dios – no quiso insistir en conservar su derecho de ser igual a Dios,
sino que dejó a un lado lo que era suyo y tomó la naturaleza de siervo, al nacer como hombre.
Y cuando tenía la forma de hombre, se humilló y por su obediencia fue a la muerte, aunque en la muerte vergonzosa
de la Cruz (la de un criminal común-Phillis) (Fil.2:6). Y todo esto fue para nuestra salvación.
El espíritu de la Navidad, que debiera ser la marca de todo cristiano a lo largo del año, “La especial disposición de
aquel que por nosotros se hizo pobre en la primera Navidad”. Aquel espíritu, no brilla en el creyente que tiene exagerada
admiración por todo lo que está de moda o se considera distinguido y elegante (esnobista), sino en aquel, que como su
Maestro, abraza como principio para todos los actos de su vida el hacerse pobres-gastándose – a fin de enriquecer a los
demás hombres: dando su tiempo, ocupándose, preocupándose, y cuidando a los demás y no solamente a sus amigos- para
promover su bien, en cualquier sentido en que pudieran requerirse sus servicios.
“Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para
que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. “Haya en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús. “Por el
camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón” (Sal. 119:32).
CAPITULO VI
EL DARÁ TESTIMONIO
Jehová! ¡Padre, Espíritu, Hijo! ¡Misteriosa Trinidad! ¡Tres en uno!. El trino Dios. La médula de la fe cristiana en Dios es el
misterio revelado de la Trinidad.
Trinitas es una palabra latina que expresa la idea de lo que tiene el carácter de la "tres-idad". El cristianismo descansa sobre
la doctrina de la trinitas, del tres-en-uno, de la persona trina de Dios.
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El verbo era una persona que estaba en comunión con Dios y el Verbo era en sí mismo personal y eternamente
divino. Era, como nos sigue informando Juan, el Hijo unigénito del Padre. Juan coloca este misterio del Dios único en
dos personas al comienzo de su evangelio, porque nadie puede entender las palabras y los hechos de Jesús de Nazaret a
menos que comprenda el hecho de que este Jesús es en verdad Dios Hijo.
Pero esto no es todo lo que Juan quiere que entendamos acerca de la pluralidad de personas en la Deidad. dice que
el Salvador, después de haberles explicado, a sus discípulos, que se iba a preparar lugar para ellos en la casa de su Padre,
a continuación les prometió el don de "otro Consolador" (Juan 14: 16).
Notemos esta frase; está llena de contenido. Denota una persona, y una persona realmente notable. Un Consolador-
la riqueza de concepto se desprende de la diversidad de traducciones en diferentes versiones:
"Ayudador", "Abogado", "Animador", "Consejero", "Asistente", "Vicario".
Luego el Señor procedió a decir quién era ese nuevo Consolador. Es "el Espíritu de verdad", "el Espíritu Santo"
(Juan 14: 17,26). Este nombre denota deidad.
Cristo relacionó la misión del Espíritu con la voluntad y el propósito del Padre y del Hijo.
En una parte es el Padre el que ha de enviar al Espíritu, como fue también el Padre quien envió al Hijo (Juan 5: 23, etc.).
El Padre enviará al Espíritu, dice nuestro Señor, "en mi nombre", es decir, como representante de Cristo, para hacer la
voluntad de Cristo y para actuar como su representante y con su autoridad (Juan 14:26).
Pero esta es solamente una de las formas de considerar la cuestión. En otro lugar es el Hijo quien ha de enviar al Espíritu
"del Padre" (15:26).
Como el Padre envió al Hijo al mundo, así el Hijo enviará al Espíritu al mundo (Juan 16:7). El Espíritu es enviado por el
Hijo tanto como por el Padre.
Consecuentemente, tenemos la siguiente serie de relaciones:
1. El Hijo está sujeto al Padre, por cuanto el Hijo es enviado por el Padre en su nombre (el del Padre).
2. El Espíritu está sujeto al Padre, por cuanto el Espíritu es enviado por el Padre en el nombre del Hijo.
3. El Espíritu está sujeto al Hijo tanto como al Padre, por cuanto el Espíritu es enviado por el Hijo tanto como por el Padre.
(Juan 20: 22, "sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo"),
¿Tendrá importancia, empero, la obra del Espíritu Santo? ¡Sí que la tiene! De no haber sido por la obra del Espíritu Santo no
hubiese habido ni evangelio, ni fe, ni iglesia, ni cristianismo en el mundo. En primer lugar: sin el Espíritu Santo no habría ni
evangelio ni Nuevo Testamento.
Cuando Cristo se fue de este mundo, entregó su causa a sus discípulos. Los hizo responsables de seguir haciendo
discípulos en todas las naciones. "Vosotros daréis testimonio", les dijo en el aposento alto (Juan 15:27).
CAPITULO VII
EL DIOS INMUTABLE
El hecho de que “Dios es inmutable”, despeja la idea en que hay un abismo infranqueable entre la situación de los hombres
de la época bíblica y la nuestra propia..
La lectura Bíblica nos ha transportado a lo que, para nosotros, es un mundo enteramente nuevo, a saber, el mundo del
Cercano Oriente como era hace miles de años, primitivo y bárbaro, agrícola y rudimentario. Mundo donde se desenvuelve
la acción de la historia que relata la Biblia. En ese mundo encontramos a Abraham y a Moisés, a David cuando los profetas
denuncian la idolatría y amenazan con juicios a causa del pecado.
Vemos al Hombre de Galilea hacer milagros, discutir con los judíos, morir por los pecadores, levantarse de la muerte, y
ascender al cielo.
¿Cuál es el vínculo entre ellos y nosotros? El vínculo es Dios mismo. Porque el Dios con el cual estaban en relación
ellos es el mismo Dios con el que tenemos que relacionarnos nosotros.
Dios no cambia. La vida de Dios no cambia. Dios es "eternamente" (Sal. 93.2), "Rey eterno" (Jer.10: 10), "incorruptible"
(Rom. 1:23), "el único que tiene inmortalidad" (1 Tim. 6: 16). "Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo,
desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios" (Sal. 90: 2).
La tierra y el cielo, dice el salmista, "perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán;
como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus días no se acabarán" (Sal. 102:26ss). "Yo el
primero –dice Dios-, yo también el postrero" (Isa. 48: 12).
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Existe para siempre; y nunca cambia. No envejece. Su vida ni crece ni mengua. No adquiere nuevos poderes, ni pierde los
que alguna vez tuvo. No madura ni se desarrolla. No aumenta en sabiduría ni en fuerza, ni se debilita con el paso del tiempo.
"No puede experimentar un cambio para bien", escribió A.W. Pink, "porque ya es perfecto; y siendo perfecto, no puede
experimentar cambio para mal."
*Nosotros florecemos y prosperamos como las hojas del árbol
y nos marchitamos y perecemos -pero nada te cambia a ti.
El carácter de Dios no cambia; El carácter de un hombre puede cambiar con Las tensiones, o un shock, etc., a diferencia
de Dios. “Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY (Éxodo 3:14). Frase de la cual YHVH (Jehová, "el SEÑOR")
constituye una forma abreviada (v. 15). Este "nombre" no es una descripción de Dios, sino simplemente una declaración de
su existencia autónoma, y de su eterna inmutabilidad; una manera de recordamos que él tiene vida en sí mismo, y de que lo
que es ahora, lo es eternamente
El carácter moral de Dios es incambiable. Por ello Santiago, en un pasaje que se refiere a la bondad y la santidad de Dios,
a su generosidad para con los hombres y su hostilidad para con el pecado, habla acerca de Dios, como aquel en el cual no
hay mudanza, ni sombre de variación” (Sn. 1:17),
La verdad de Dios no cambia. "la Escritura no puede ser quebrantada" (Juan 10:35). Nada puede anular la eterna verdad
de Dios.
La manera de obrar de Dios no cambia; Dios sigue actuando hacia los hombres pecadores, como lo hacía en la historia
bíblica.
Los propósitos de Dios no cambian; "La Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá", declaró Samuel, "porque no es
hombre para que se arrepienta" (1 Sam. 15: 29).
El Hijo de Dios no cambia; "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (Heb.13:8).
La distancia y diferencia entre los creyentes de los tiempos bíblicos y nosotros, queda excluida sobre la base de que Dios no
cambia.
Pero al mismo tiempo este pensamiento nos presenta un desafío penetrante. Si nuestro Dios es el mismo Dios de los
creyentes del Nuevo Testamento, ¿cómo podemos justificar el que nos conformemos con una experiencia de comunión con
Dios, y con un nivel de conducta cristiana que están tan por debajo de los que tuvieron ellos? Si Dios es el mismo, se trata de
una cuestión que ninguno de nosotros puede evadir.
CAPITULO VIII
LA MAJESTAD DE DIOS
Nuestra palabra "majestad" viene del latín; que significa grandeza. Cuando le conferimos majestad a alguien, estamos
reconociendo grandeza en su persona, y haciendo conocer nuestro respeto por ella.
"Majestad" es un vocablo Bíblico que se emplea para expresar el concepto de la grandeza de Dios, nuestro Hacedor y Señor.
“Jehová reina; se Viste de majestad- !Firme es tu trono desde la antigüedad!" (Sal. 93: 1VM).
Abraham llama al Señor "Juez de toda la tierra" (18:25), y adopta para él el nombre de “Melquisedec, “Dios Altísimo, creador
de los cielos y de la tierra” (Gén.19:22).
Dios le promete a Abraham y a su mujer un hijo cuando ellos ya son nonagenarios, y reprende a Sara por su risa incrédula y,
también, injustificada: "¿Hay para Dios alguna cosa difícil?" (Gén.18: 14).
Además, no es sólo en momentos aislados que Dios toma el control de los acontecimientos; toda la historia está bajo su
influjo. Prueba de ello lo constituyen sus detalladas predicciones del tremendo desastre que se había propuesto elaborar
para la simiente de Abraham. (Gén. 12:1-3; 13:14-17; 15:13-21, etc.). Tal, en síntesis, es la majestad de Dios, según el
Génesis.
La Biblia nos indica ¿Cómo debemos formarnos una idea exacta de la grandeza de Dios?. 1. Eliminar de nuestros
pensamientos sobre Dios limitaciones que puedan empequeñecerlo. 2. Compararlo con poderes y fuerzas que nos parecen
grandes. (ver Sal. 139). Tampoco pueden las tinieblas, que me esconden de la vista humana, protegerme de la mirada de
Dios (V. ll). Por otra parte, así como no hay límites a su presencia conmigo, tampoco hay límites para su conocimiento de mí.
He aquí, por consiguiente, el primer paso en la tarea de aprehender la grandeza de Dios: consiste en comprobar cuán
ilimitada es su sabiduría, su presencia, y su poder. Muchos otros pasajes enseñan lo mismo Job 38-41.
Isaías 40:12, aquí Dios le habla a gente cuyo ánimo tienen muchos cristianos de la actualidad, personas desesperanzada,
acobardadas, secretamente desesperada.
Veamos, cómo razona con ellos Dios a través de su profeta. Miren las obras que he hecho, les dice. ¿Podrían hacerlas
ustedes? ¿Puede hombre alguno hacerlas? "¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con
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tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados?" (v. 12). ¿Son ustedes lo
suficientemente sabios como para hacer estas cosas? ¿Tienen el poder necesario? En cambio yo sí; de otro modo no
hubiera podido hacer este mundo. "¡He aquí vuestro Dios!.
La mente se marea; la imaginación no puede abarcarlo todo cabalmente; cuando intentamos, imaginar las insondables
profundidades del espacio exterior, nos quedamos mentalmente estupefactos y mareados. Pero, Pero, ¿qué es esto para
Dios? "Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; las estrellas. él saca y cuenta su ejército; a todas
llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio. (Isaías 40:26).
"¿Por qué dices, pues, oh Jacob, y hablas, oh Israel, diciendo: Escondido está mi camino a Jehová, y mi causa va pasando
desapercibida de mi Dios?" (v. 27, VM).
Es tan falso como irreverente acusar a Dios de olvidar, de pasar por alto, de perder interés en la situación y las necesidades
de su pueblo.
Si esta pregunta censura los conceptos errados acerca de nosotros mismos. Dios no nos ha abandonado, así como no había
abandonado a Job. Jamás abandona a la persona hacia quien dirige su amor; tampoco Cristo, el buen pastor, pierde jamás
la huella de sus ovejas
CAPITULO IX
EL ÚNICO Y SABIO DIOS
Dios es sabio. La sabiduría es, en realidad, el lado práctico del bien moral. Como tal, sólo se encuentra en su plenitud en
Dios mismo.
Sólo Él es enteramente, invariablemente, y naturalmente sabio. Dios no puede menos que ser invariablemente sabio en todo
lo que hace. La sabiduría, como decían los viejos teólogos, es su esencia, así como el poder, y la verdad, y el bien son su
esencia -elementos integrales, vale decir, de su carácter.
"Suyos son el poder y la sabiduría" (Dan. 2:20). La misma coyuntura aparece en el Nuevo Testamento: "Y al que es
poderoso para haceros estables, según mi evangelio .. al solo sabio Dios..."(Rom. 16:25,27, VM).
La sabiduría sin el poder resultaría patética, una caña quebrada; el poder sin la sabiduría resultaría simplemente aterrador;
pero en Dios la sabiduría ilimitada y el poder infinito se unen, y esto hace que él sea enteramente digno de nuestra plena
confianza.
La omnipotente sabiduría de Dios está siempre activa, y jamás fracasa. Todas sus obras de creación, providencia, y gracia la
evidencian, y mientras no la veamos en ellas no estamos mirando como corresponde.
Pero no podemos reconocer la sabiduría de Dios a menos que sepamos para qué realiza él sus obras. Aquí es donde
muchos se equivocan. Entienden mal lo que quiere decir la Biblia cuando afirma que Dios es amor (véase I Juan 4:8-10).
Piensan que Dios propone una vida libre de problemas para todos, independientemente de su estado moral y espiritual, y por
consiguiente llegan a la conclusión de que todo lo que sea doloroso y desconcertante (las enfermedades, los accidentes, los
perjuicios, la falta de trabajo, el sufrimiento de un ser querido), indican que bien la sabiduría o el poder de Dios, o ambos, han
fracasado, o que Dios, después de todo, no existe. Pero esta idea en cuanto a las intenciones de Dios está totalmente
equivocada.
La sabiduría de Dios nunca se comprometió a mantener la felicidad de un mundo caído, ni a hacer que la
impiedad resulte beneficiosa. Ni siquiera a los cristianos les ha prometido una vida libre de penurias; más bien al
revés.
"Yo soy el Dios Todopoderoso, anda delante de mí y sé perfecto [honesto y sincero]" (17: 1).
Lo que Abraham necesitaba más que nada era aprender la práctica de vivir en la presencia de Dios, entendiendo toda la vida
en relación con él, y aceptándolo como su único jefe, defensor, y galardonador.
Esta fue la gran lección que Dios en su sabiduría se propuso enseñarle. "No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón
será sobre manera grande” (Gn.15:1). (17: 1).
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Vez tras vez Dios hizo que Abraham se enfrentara con él y de este modo lo condujo hasta el punto en que su corazón pudo
decir, con el salmista, "¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra .. la roca de mi corazón
y mi porción es Dios para siempre" (Sal.73: 25s).
CAPITULO X
LA SABIDURÍA DE DIOS Y LA NUESTRA
Los atributos de Dios, y su clasificación según los antiguos teólogos reformadores: Incomunicables y los comunicables.
1. Cualidades Incomunicables: Aquí se colocaban las cualidades que realzan la trascendencia de Dios y que muestran la
tremenda diferencia que hay entre él como ser Creador, y nosotros sus criaturas. La lista era comúnmente: La independencia
de Dios; Su inmutabilidad; su infinitud, y su Simplicidad.
2. Cualidades comunicables. En éste grupo los teólogos reunían cualidades como: la espiritualidad de Dios, su libertad, y
su omnipotencia, Junto con todos sus atributos morales -bondad, veracidad, santidad, justicia, etc.
¿Qué principio se aplicaba para esta clasificación?:
Que cuando Dios hizo al hombre, le comunicó cualidades que correspondían a todas ellas.
Esto es lo que quiere significar la Biblia cuando nos dice que Dios hizo al hombre a su propia imagen (Gén.1:26s) - a
saber, que Dios hizo al hombre como ser espiritual libre, agente moral responsable con facultades de elección y acción,
capaz de tener comunión con él y de responder a él, y por naturaleza bueno, veraz, santo, recto (cf. Ecl.7: 29), en una
palabra, con cualidades divinas.
El hombre ha perdido las cualidades que pertenecían a la imagen divina, en el momento de la caída. Ha caído
totalmente en la impiedad. La Biblia nos insta a recobrar esa imagen. Habla mucho acerca del don divino de la sabiduría, en
Proverbios, sus primeros 9 cap., trata sobre ello. “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría ..” (Pro. 4:7,13).
¿De dónde procede la sabiduría? ¿Qué pasos debe dar el hombre para obtener este don? Según la Escritura hay dos
requisitos previos: 1. Uno tiene que aprender a reverenciar a Dios. "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová"
(Sal.111:10; Pro.9: 10; Job. 28:28; Pro.1:7; 15:33). 2. Uno tiene que aprender a aceptar la palabra de Dios. La sabiduría
es forjada divinamente en quienes se dedican a estudiar la revelación de Dios, y sólo en ellos. "Me has hecho más sabio que
mis enemigos con tus mandamientos", declara el salmista, "más que todos mis enseñadores he entendido". ¿Por qué?
"Porque tus testimonios son mi meditación" (Sal. 119:98).
Así también Pablo aconseja a los colosenses: "La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros" (Col. 3: 16).
Para cumplir este requisito en este siglo, hemos de empaparnos de la Escrituras, las que como le dijo Pablo a Timoteo
(pensando en A.T.) "te pueden hacer sabio para la salvación" mediante la fe en Cristo, y hacer perfecto al hombre de Dios
"para toda buena obra" (11 Tim. 3: 15-17).
¿qué significa el don de la sabiduría que nos da Dios? ¿Qué clase de don es? La sabiduría divina tiene como fin
ayudarnos en las situaciones concretas de la vida diaria. Para conducir bien un auto, es preciso estar con los ojos atentos a
fin de ver claramente lo que hay por delante de nosotros. Para vivir sabiamente tenemos que tener visión clara y ser realistas
-implacablemente realistas- para ver la vida tal como es.
La mayoría de las personas vivimos en un mundo de ensueño, andando por las nubes sin hacer apoyo en la tierra;
jamás vemos el mundo, y tampoco nuestra propia vida, tal como es. La sana doctrina no basta para curarnos de la falta
de realismo. Hay, con todo, en las Escrituras el libro de Eclesiastés, que tiene como expreso fin hacemos realistas (Leerlo).
La sabiduría consiste en elegir los mejores medios para el mejor fin. La obra de Dios al darnos sabiduría es un medio
para el fin elegido por él, de restaurar y perfeccionar la relación entre sí mismo y los hombres, para lo cual los hizo
originalmente.
El Nuevo Testamento nos dice que el fruto de la sabiduría es la semejanza a Cristo -paz, humildad, y amor (San 3:17)
y que su raíz es la fe en Cristo (1 Cor. 3:18; 1 Tim. 3:15) como manifestación de la sabiduría de Dios (1 Cor.1:24,30).
Así, el tipo de sabiduría que Dios espera poder darnos a los que se la piden es una sabiduría que nos liga a él, una
sabiduría que ha de encontrar expresión en un espíritu de fe y en una vida de fidelidad.
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SEBAP
TEOLOGÍA I
Del libro
HACIA EL CONOCIMIENTO DE DIOS
J. I. Parcker
TAREA N° 1
CURSO: TEOLOGÍA I
PROFESOR: GABRIEL HUANAMBAL VALENZUELA
ALUMNA : DORIS ZENOBIA MANTILLA MUJICA
FECHA: Setiembre 2014
9
SEBAP
TEOLOGÍA I
Del libro
TEOLOGÍA BÁSICA
Charles C. Ryrie
MAPA CONCEPTUAL
De Los Capítulos:
34, 35, 36, y 37
TAREA N° 1
CURSO: TEOLOGÍA I
PROFESOR: GABRIEL HUANAMBAL VALENZUELA
ALUMNA : DORIS ZENOBIA MANTILLA MUJICA
FECHA: Setiembre 2014
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